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Panopticón cultural

Un cohete de imaginación: 100 años de Ray Bradbury


Ricardo E. Tatto
Un 22 de agosto de 1920 cayó en nuestro planeta un meteorito llamado Ray Bradbury. El
escritor, originario de Illinois, EUA, tuvo una infancia aparentemente normal, pero trajo
consigo un virus que sólo podría provenir del espacio exterior: una imaginación sin límites.
Parte de sus experiencias formativas y aventuras de infancia le sirvieron para abrevar y
reelaborar de manera literaria en la novela El vino del estío (1957), el cual ciertamente no
es tan popular como sus obras de ciencia ficción, pero que ayuda a comprender el bagaje
vivencial del cual parte como autor.
En ella, se nos cuentan las vacaciones veraniegas de Douglas Spaulding, un puberto de 12
años que vive en la ficticia ciudad de Green Town, trasunto de Waukegan, Illinois, que
sirve como marco para evocar la infancia del escritor, cuya niñez, la igual que la del
protagonista, fue hasta cierto punto común y corriente. Sin embargo, tras los hechos más
nimios y cotidianos, se encontraba la chispa que habría de encender el cohete que lo
llevaría hacia el mundo de fantasía que tantos lectores conocemos y amamos.
Esta especie de autobiografía soterrada, abona al entendimiento de la mente capaz de gestar
obras maestras fundamentales de la literatura fantástica como lo es la novela “Fahrenheit
451” (1953) y la famosa compilación de relatos “Crónicas marcianas” (1950). A Bradbury
se le suele encasillar dentro de la ciencia ficción, aunque en realidad era un escritor
inclasificable al que ninguna etiqueta le hacía justicia.
Era polígrafo, pues aunque se le conoce más como narrador, también fue poeta, ensayista,
dramaturgo y guionista, además de cruzar las fronteras entre los géneros literarios como si
fuera un niño saltando la cuerda. Además de la fantasía y la ciencia ficción, escribió
numerosos relatos negros y policíacos, de los cuales da cuenta el libro “Memoria de
crímenes” (1984), entre otros textos dispersos en este tenor.
Asimismo, dentro del horror cultivó una exitosa carrera, pues dos de sus novelas se han
convertido en clásicos modernos del género: “La feria de las tinieblas” (1962) y “El árbol
de las brujas” (1972), tan sólo por mencionar dos de sus libros más populares, los cuales
son asequibles y reeditados constantemente. Pero si el Ray Bradbury novelista es un puntal
de la literatura norteamericana, el Bradbury cuentista no tiene parangón a nivel universal.
Y es que Bradbury -al igual que Asimov-, es epítome y ejemplo del escritor sumamente
prolífico, al grado que entre los entendidos es muy conocida su disciplina y filosofía como
escribiente, primero en la máquina de escribir y, más tarde, en los ordenadores modernos, al
grado de que publicó los ensayos “Zen en el arte de escribir” e incluso historias románticas
en “Siempre nos quedará París” (2009).
Este pequeño homenaje no pretende abarcar la totalidad de su amplia obra, pero creo da una
muestra representativa de las lecturas más fascinantes del viejo Ray, a quien llegué no a
través de los libros, sino gracias a una serie llamada “El teatro de Ray Bradbury” que solían
pasar a la medianoche. Sea como sea, ¡larga vida al cohete Bradbury…!

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