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Carlos Alvar
Universidad de Ginebra
Centro de Estudios Cervantinos
(Alcalá de Henares)
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Dadas las circunstancias históricas, las alusiones de Cervantes a los
judíos no podían ser muchas, y las escasas veces que éstos aparecen en
la obra de nuestro escritor, se reparten en unos pocos textos: El aman-
te liberal, Los baños de Argel, La gran sultana y Los trabajos de Persiles y
Sigismunda. Es decir, tres obras de cautivos, en las que los elementos
autobiográficos se presentan de forma muy desigual, y una novela de
carácter bizantino. Ninguno de estos textos transcurre en España.
El codicioso judío respondió que cuatro mil doblas, que vienen a ser
dos mil escudos; mas, apenas hubo declarado el precio, cuando AJí Bajá
dijo que él los daba por ella, y que fuese luego a contar el dinero a su
tienda. (Amante liberal, p. 546b) [La cursiva es mía].
2.2. La visión del cautiverio que ofrecen Los baños de Argel es mu-
cho más completa que la de El amante liberal, o al menos parece más
cercana a la experiencia biográfica de Cervantes; pero en realidad, re-
sulta dificil no pensar en la existencia de una estrecha relación de Los
baños con Los tratos de Argel.
Ya se ha señalado en alguna ocasión el paralelismo de situaciones
que se da en estas dos obras, en las que el amor y la religión desem-
peñan un papel similar, con el correspondiente final feliz en todos los
casos. En definitiva, se trata del viejo esquema argumental de la no-
vela bizantina, con dos parejas entrecruzadas trasplantado al mundo de
los cautivos, y enriquecido, en el caso de Los baños con la intriga que
supone la relación de Lope y Zahara, en claro diálogo textual con la
novela del Capitán cautivo intercalada en la primera parte del Quijote.
Poco a poco se va completando un panorama, perfectamente di-
señado por Cervantes, en el que debe tener lugar toda la casuística
amorosa: moras enamoradas de cristianos, nloros prendados de cristia-
nas, cristianos atraídos por moras y, finalmente, cristianas que quieran
a moros, aunque este caso necesitará aún de algún tiempo para en-
contrar la madurez en La gran sultana, como han señalado A. Rey Hazas
y F. Sevilla Arroyo".
Los baños de Argel se nos presenta como una tragicomedia en la que
Tristán, el Sacristán, se convierte en el referente cómico, apoyado en
un eje ajeno a las vicisitudes amorosas de los protagonistas, los judí-
os. Así, el representante de la Iglesia se burla con acidez -desde el
punto de vista actual- de los judíos de Argel, con una actitud que
ante todo busca la connivencia con los sentimientos del público al que
va dirigida la obra.
VIEJO Ya vos
tenéis ancha la conciencia;
ya coméis carne en los días
vedados.
SACRISTÁN ¡Qué niñerías!
Como aquello que me da
mI amo.
VIEJO Malos hará.
SACRISTÁN ¡Que no hay aquí teologías'
VIEJO ¿No te acuerdas, por ventura,
de aquellos nii10s hebreos
que nos cuenta la Escritura?
SACRISTÁN ¿Dirás por los Macabeos,
que, por 110 C0l11er grosura,
se dejaron hacer piezas?
VIEJO Por ésos digo.
SACRISTÁN Si empiezas,
en viéndOlne, a predicarnle,
por Dios, que he [de] deslizarme
en viéndote.
VIEJO ¿Ya tropiezas?
Que no caigas, plega al cielo.
SACRISTÁN Eso no, porque en la fe
soy de bronce.
(Los baños de Arftel, vv. 1160-1180)
No olvidemos que tanto los sacristanes como los judíos eran fre-
cuentes sujetos de burlas en el teatro de los Siglos de Oro, y por eso
no ha de extrañar que nuestro Sacristán la emprenda a continuación
con un moro y que el centro de sus burlas sean, inmediatamente des-
pués de los sarcasmos contra el musulmán, los judíos:
Entra un Judío.
VIEJO ¿No es aquéste judío?
SACRISTÁN Su copete lo muestra,
sus infames chinelas,
su rostro de mezquino y de pobrete.
Trae el turco en la corona
una guedeja sola
de peinados cabellos,
y el judío los trae sobre la frente;
el francés, tras la oreja;
y el español, acémila,
que es rendajo de todos,
le trae, ¡válame Díos!, en todo el cuerpo.
(Los baí'ios de Argel, vv. 1258-1269)
3 Meregalli. 1972.
¡Mentís, a fe de hidalgo!
JUDio ¡Qué sobresaltos me das,
cristiano!
SACRISTÁN Pues hable el galgo.
¿Que no quieres alargarte?
Mas crédito darte:
tomadla, y andad con Dios.
JUDío ¿Los diez?
SACRISTÁN Son por ocras dos
cazuelas que pienso hurtarte.
JUDío ¿y pagaste adelantado?
SACRISTÁN Y, aun si bien hago la cuenta,
creo que voy engañado.
JUDÍO ¿Que hay Cielo que tal consienta?
SACRISTÁN ¿Que hay tan guscoso guisado?
No es carne de landrecillas,
ni de la que a las costillas
se pega el bayo que es trefe.
JUDíO ¡Haced, cielos, que me deje
este ladrón de cosillas.
Elltrase el Judío.
SACRISTÁN cosillas? ¡Vive Dios,
que os tengo de hurtar un niño
antes de los meses dos;
y aun si las uñas aliño ... !
¡Dios me entiende! jVámonos!
Éntrase.
(Los Baños de A~r;eI, vv. 1673-1726)
cierto nervio viscoso que está en medio de! muslo del animal, que por
otro nombre le llaman baba; tiene alguna gordura y en e! carnero será de
cantidad de una nuez pequeña o una avellana, la cual landrecilla los ju-
díos la sacan de la pierna del carnero, y no la comen en memoria de ha-
bérsele secado a Jacob aquel nervio, cuando luchando con el ángel le tocó
en él y quedó algo cojo.
A la vez que trife pasa por. ser un término de origen hebreo (t're-
Ja 'carne prohibida'), que se encuentra en castellano con el significa-
do de 'delgado, flojo' o 'tísico'. Así, el Sacristán parece estar bien in-
formado de las limitaciones alimentarias de los judíos.
A estos datos, se puede sumar la forma «Día» puesta en boca de
la víctima de las bromas, judaísmo frecuentísimo en los textos litera-
rios aljamiados O vinculados a judíos y conversos. Y habría que aña-
dir las palabras del Viejo, que alude a la vana espera del Mesías, ya ve-
nidos.
En este conjunto, el judío es un «perro», «gente afeminada, infame
y para poco», «circunciso infame», «puto» o «hideputa». Todo un re-
pertorio de los insultos que circulaban en Castilla durante el siglo XVI
y a comienzos del siglo XVII.
Que los hechos se sitúen en tiempo de Semana Santa y de la
Resurrección, o que se establezca un paralelismo entre los suplicios
de Francisquito -hecho un Ecce horno-- y la pasión de Cristo, que
la liberación del Sacristán se produzca el domingo de Resurrección,
etc. puede servir para explicar el sentido de las burlas, pero no añade
más información acerca de los judíos, o quizás sí, que son motejados
de cobardes.
Sin embargo, creo que sí que es pertinente señalar el acusado co-
lor local que Cervantes ha querido dar a esta tragicomedia. Se justi-
ficaría así la presencia de los judíos con sus costumbres y también se
justificaría la gran cantidad de términos árabes o turcos con que tro-
pezamos: pápaz, burche, chuJetreJende, dabají, almal~fa, archí, zaque o cadí.
Ninguno de ellos forma parte de la lengua común castellana, como
tampoco es habitual la jaculatoria «lla, ilalá),c,. En este contexto se in-
serta la peculiar forma de hablar de los dos muchachos moros, que
sólo emplean el infinitivo: «Non rescatar, non t1.1gin)7.
8 Canavaggio, 1980.
y cuando otra cosa no tuviese sino el creer, como siempre creo, firme
y verdaderamente en Dios y en todo aquello que tiene y cree la Santa
Iglesia Católica Romana, y e! ser enemigo mortal, como lo soy, de los ju-
díos, debían los historiadores tener misericordia de mí y tratarme bien en
sus escritos. Pero digan lo que quisieren; que desnudo nací, desnudo me
hallo: ni pierdo ni gano; aunque, por verme puesto en libros y andar por
ese mundo de mano en mano, no se me da un higo que digan de mí
todo lo que quisieren» (II, 8, p. 614).
9 Orozco, 1992.
Si este peregrino tuera pobre, no trujera consigo cruz tan rica, cuyos
muchos y ricos diamantes sirven de claro sobrescrito de su riqueza: de
modo que la fuerza desta roca no se ha de tomar por hambre; otros ar-
dides y mañas son menester para rendirla. ¿No sería posible que este mozo
tuviese en otra parte ocupada el alma? ¿No sería posible que esta Auristela
no fuese su hermana? ¿No sería posible que las finezas de los desdenes
que usa conmigo los quisiese asentar y poner en cargo a Auristela? ¡Válame
Dios, que me parece que en este punto he hallado el de mi remedio!
¡Alto! ¡Muera Auristela! Descúbrase este encantamento; a lo menos, vea-
mos el sentimiento que este montaraz corazón hace; pongamos siquiera
en plática este disignio; enferme Auristela; quitemos su sol delante de los
ojos de Periandro; veamos si, faltando la hermosura, causa primera de
adonde el amor nace. falta también el mismo amor: que podrÍa ser que,
dando yo lo que a éste le quitare, quitándole a Auristela, viniese a redu-
cirse a tener más blandos pensamientos; por lo menos, probarlo tengo,
ateniéndome a lo que se dice: que no daña el tentar las cosas que des-
cubren algún rastro de provecho.
Con estos pensamientos algo consolada, llegó a su casa, donde halló a
Zabulón, con quien comunicó todo su disignio, confiada en que tenía
una mujer de la mayor fama de hechicera que había en Roma, pidién-
dole, habiendo antes precedido dádivas y promesas, hiciese con ella, no
que mudase la voluntad de Periandro, pues sabía que esto era irnposible,
sino que enfermase la salud de Auristela; y, con limitado término, si fue-
se menester, le quitase la vida. Esto dijo Zabulón ser cosa tacil al poder
y sabiduría de su mujer. Recibió no sé cuánto por primera paga, y pro-
metió que desde otro día comenzaría la quiebra de la salud de Auristela.
No solamente Hipólita satisfizo a Zabulón, sino amenazóle asimismo;
y a un judío dádivas o amenazas le hacen prometer y aun hacer imposi-
bles. (Persiles, IV, 8, pp. 1357-1358).
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Llegamos al final. ¿Qué sabía el autor del Quijote de los judíos?
Poca cosa, y lo poco que sabía se puede considerar superficial, o al
menos, al alcance de cualquier español medianamente culto.
A juzgar por los textos, la mayor parte de ellos se llaman Zabulón,
y a este nombre sólo lo acompañan los de Abiud y Manasés. Hay que
señalar que Zabulón no es sólo el nombre del décimo hijo de Jacob,
sino que también, según Covarrubias, «algunos escritores eclesiásticos
le toman por el diablo»lO, y el hecho de que, en el v. 2520 de Los ba-
/105 de Argel, Cervantes cite al diablo tras el nombre de Zabulón, hace
pensar que nuestro autor posiblemente no discreparía de la opinión
de esos «escritores eclesiásticos».
La mujer de Zabulón recibe el nombre de Julia, si es que no se
trata de un error por (~udía». Y el otro nombre femenino hebreo es
Raquel; ningún otro nombre propio de mujer judía, si exceptuamos
Judit, que se había convertido en otro tópico de los Siglos de Oro.
Todos ellos son codiciosos, dedicados al comercio en distintas fa-
cetas, visten copete, chinelas y llevan los cabellos sobre la frente, con
rostro mezquino. No trabajan los sábados y no comen cerdo, y al pa-
recer el día de fiesta guisan cazuela mojí y boronía y caldo prieto,
pero en realidad se trata de platos poco característicos, pues también
podían encontrarse en ¡TIesas cristianas, sin despertar las suspicacias in-
quisitoriales.
¿Qué nos queda? Quizás Cervantes conociera alguna palabra he-
brea, igual que conocía muchas turcas o italianas, pero no. Ni los tér-
minos culinarios, ni los referidos a la vestimenta reciben denomina-
ciones que puedan asociarse a la lengua semítica. Sólo se ha hablado
en alguna ocasión de la fornla «desnlazalado», que aparece en tres oca-
siones a lo largo de la obra de Cervantes, en la Señora Comelia, en el
Coloquio de los perros y en el Quijote, siempre aplicado a un estado de
ánimo:
10 Covarrubias, Tesoro.
¡Ay señora de mi alma! ¿Y rodas esas cosas han pasado por vos y es-
táisos aquí descuidada y a pierna tendida? O no tenéis alma, o tenéisla
tan desmazalada que no siente (SC, p. 653a) [La cursiva es mía].
11 Malkiel, 1947.
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