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criminología "tradicional", incluso de sus corrien-
tes más modernas que, a la pregunta sobre las causas
de la criminalidad, han dado respuestas distintas de
aquellas antropológicas y patológicas del primer po-
sitivismo, y que en parte han nacido en controversia
con él (teoría funcionalísta, teoría ecológica, etc~).
El paradigma etiológico supone una noción ontoló-
gica de criminalidad entendida como un dato precons-
tituido a las definiciones y por ello también a la reac-
ción social, institucional y no-institucional. De este
modo quedan fuera del objeto de la reflexión crimi-
{ nológica las normas jurídicas y sociales, las acciones
de las instancias oficiales y, más en general, los me-
canismos institucionales y sociales a través de los que
se realizan las definiciones de determinados compor-
tamientos y de determinados sujetos corno "crimina-
les" y la reacción social frente a ellos.
La pretensión de la criminología tradicional de ela-
borar una teoría de las condiciones (o causas) de la
criminalidad no está justificada desde el punto de
vista epistemológico. Una búsqueda de las causas no
es posible con respecto a objetos que son definidos
\ a través de nonnas, convenciones o valoraciones so-
,> ciales o institucionales ( 1). Aplicar a objetos de este
tipo el método de conocimiento causal-naturalista
produce una "cosificación" de los resultados de estas
definiciones normativas: tales objetos son considera-
dos como "cosas" existentes independientemente de
las definiciones. La "criminalidad", los "criminales",
son sin duda alguna objetos de este tipo. Ellos no son
posibles sin la intervención de procesos institucionales
16
y sociales, sin la aplicación de las leyes penales por
parte de las instancias oficiales y, en fin, sín las defini-
ciones y las reacciones no-mstitucionales (2).
A este propósito, debe subrayarse el carácter frag-
mentario de tales definiciones. Estas operan separan-
do fragmentos de categorías de fenómenos sociales
homogéneos, reagrupables en función de la misma ne-
gatividad social, esto es del ataque a los mismos bie-
nes o intereses socialmente relevantes (p. ej. la vida, la
salud, etc.} (3 ).
En un libro suyo de próxima publicación (4), C.
Debuyst pone de relieve que, contrariamente a las
tesis durkhelmíanas, de las que parte la criminología
tradicional, el tratamiento desigual de situaciones y
de sujetos iguales, en el proceso social de las definicio-
nes de la "criminalidad", responde a una lógica que
encuentra sus raíces en las relaciones asimétricas de
distribución del poder y de los demás resortes en la
sociedad. La imposibilidad de una investigación causal
sobre un objeto definido de modo fragmentario, co-
mo la "criminalidad", había sido ya indicada por D.
Chapman poniendo de relieve que, paralelamente a
todos los comportamientos prohibidos, existen otros
17
muchos (socialmente) idénticos, que son valorados de
forma neutra, o, sin más, permitidos (S ).
La cosificación de la criminalidad llevada a cabo
desde la criminología etiológica comporta, como la
otra cara de la moneda, una grave consecuencia: los
elementos para construir la teoría de la criminalidad
\' son obtenidos observando solamente una parte de los
,\ fenómenos corresprmdientes. Esta es precisamente
aquella parte seleccionada a través de los mecanismos
) institucionales y sociales de las definiciones, los cuales
según la hipótesis de que parte la criminología tradi-
cional, deberían ser indiferentes para la existencia del
propio objeto de la investigación, La introducción del
Labelling approach (teoría del etiquetamiento), debi-
da sobre todo a la influencia de las corrientes socioló-
gicas de origen fenomenológico (como el interaccio-
nismo simbólico y la etnometodología) en la sociolo-
gía de la desviación y del control social, y otros desa-
rrollos de la reflexión sociológica e historiográfica so-
bre el fenómeno criminal y sobre el derecho penal,
han determinado en la criminología contemporánea
una modificación del paradigma, a través del cual
aquellos mecanismos de definición y de reacción so-
cial han pasado a ocupar un lugar cada vez más cen-
tral en el objeto de la investigación crlininológica,
Se ha afirmado de este modo un paradigma alterna-
tivo a aquél etiológico, denominado, precisamente,
paradigma de la "reacción social" o "paradigma de
la definición". Según el nueVó paradigma de investi-
gacióñCriñiinológica tiende a trasladarse de las cau-
sas del comportamiento criminal a las condiciones
(5) Cfr. D. Chaprnan, Sociology and thc S1ercQtype of tite Critninal,
London, p. 3.
18
que l:iacen posible que en u'ila sociedad determinada
las etiquetas de criminalidad y los status de criminal
sean atribuidos a comportamientos y a sujetos, y al
funcionamiento de la reacción social informal e insti-
tucional (proceso de criminalización). También en su
estructura más elemental el nuevo paradigma implica
un análisis de los procesos de definición y de reacción
social, del poder de definición, de la desigual distribu-
ción de este poder, de los conflictos de intereses que
están en la base de estos procesos. Cuando, junto a la (~
"dimensión de la definición", también esta "dimen- m
sión del poder" (6) está suficientemente realizada, es- ¡,
tamos en presencia del mínimo común d.enominador
de aquellas teor(as que podríamos incluir en el con-
cepto de "criminol.ogfa crítica". La simple introduc-
ción del Labelling approach en una teoría de la cri-
minalidad no basta para cualificarla.
Podríamos considerar la adopción del Labelling
approach como la zona de crisis en la que, en un pro-
ceso sin solución de continuidad, se separan las co-
rrientes más progresistas de la criminología "tradi-
cional" de las corrientes menos radicales de la crimi-
nología crítica (como han de considerarse, según
creo, muchas de las llamadas "teorías conflictuales"
de la criminalidad) (7).
Las coartadas teóricas y prácticas que han sido li-
gadas al uso del Labellíng approach en el ámbito de
contextos subjetivistas o idealistas (como el interne-
(6) Cfr. W. K.ec:keisen, Die geseflschaftliche Definition afJweiehenden
Verbaltens. Perspektiven und G'renzen des Labelling apptoach, 'P ed.,
München, 1976,pp. 29 ss.
(7} Cfr. también por la bibliografía, A. Baratta, Criminologia. critica
e critica del diritto penale. lntroduzione alla sociologia giuridico-penale,
Bologna, l 982.
19
cíonismo simbólico y la etnometodología), ha11 sido
denunciadas ampliamente desde una crítica "de iz-
quierda" (8 ), en parte de inspiración marxista, que se
ha desarrollado también en el ámbito de posiciones
teóricas caracterizadas por una radical realización del
paradigma de la reacción social. Los principales resul-
tados de Ja crítica "de izquierda" del Lahellíng
appraach han sido ya desde hace tiempo aceptados
por Ja criminología crítica y forman parte de los
puntos de vista que se dan por descontados de partida
para su ulterior desarrollo.
La crítica "de izquierda" ha denunciado, en parti:-
cular, tres posibles efectos mistificantes que son pro-
pios del empleo del Labelltng approach en un con-
texto idealista:
20
a) Estimar criminalidad y desviación como resultado
de pro.cesos de definición puede producir en este con-
texto el escamoteo de situaciones socialmente negati-
vas y de sufrimientos reales que, en muchos casos,
pueden ser consideradas el referente material de las
definiciones;
b) Hacer derivar del reconocimiento de los efectos
estigmatizadores de la pena o de otras intervenciones
institucionales la tesis de la "radical no intervención"
significa crear una coartada para intervenciones so-
cialmente adecuadas y justas;
e) Privilegiar la investigación sobre ciertas áreas de
desviación y de criminalidad sobre las que de hecho,
en su funcionamiento socialmente selectivo, los 'pro-
cesos de etiquetamiento y de criminalíz.ación se con-
centran (las franjas más débiles y marginales del prole-
tariado urbano), puede contribuir a la consolidación
del estereotipo dominante de la criminalidad y de la
desviación como el comportamiento normal de estos
grupos sociales, y desviar la atención de los compor-
tamientos socialmente negativos de los "cuellos blan-
cos" y de los poderosos.
En el ámbito de la criminología crítica se están
produciendo tentativas de desarrollar una teoría ma-
terialista de las situaciones y de los comportamientos
socialmente negativos y de la criminalízación. Esta
teoría materialista se caracteriza por el hecho de re-
ferirse entre los dos términos de la cuestión criminal,
sítuaciones socialmente negativas y proceso de crimi-
nalizacíón, a las relaciones sociales de producción y,
por cuanto se refiere a nuestra sociedad, a la estructu-
ra del proceso de valoración del capital. La discusión
también recientemente desarrollada en el ámbito del
21
marxismo sobre estos temas ha mostrado, considero,
que también una teoría materialista, que se evoca en
la doctrina de Marx, puede operar con una correcta
y radical aplicación del nuevo paradigma crimínológí"
co sin caer en los defectos de un uso idealista del
Labelling approach (9), que aquella puede denunciar,
y superar este uso idealista sin por ello volver a utili,
22
zar una concepción ontológica o naturalista de la
criminalidad o quedar al nivel del sentido común.
Por !o que me atañe, en los escritos con los cuales
he tratado de contribuir al desarrollo de una teoría
materialista de las acciones socialmente negativas y
de la criminalización, no he de)ado de denunciar
aquellas mistificaciones idealistas.
23
No solo las normas del derecho penal se conforman
y se aplican selectivamente reflejando las relaciones
24
de desigualdad existentes, sino que el derecho penal
ejercita también una función activa, de reproducción,
ond Social Justice, VII, 1977, pp. 4 ss.; F.Sack, "Interessen im Stra~
frecht. Zum Zusammenhang von Krirninalita:t und Klassen (Schicht)
-Struktur",KriminologischesJoumal, X, 1978, pp. 248 ss.
En particular acerca de las estadísticas oficiales y de la imagen de
~ldJmcjón de la crirtlinalidad~itlstrada por Citas. cfr. J. Kitsuse,
A.V. Cicourel, °'A note on the case of offícial statistics", Social Pro-
bkms, XI, 1963; pp. 131 ss.; A.V. Cicourel, The Socia{ Organization
of Juvenile Justice, New York, London, Sydney, 1968, pp. 25 ss.;·
D.J. Black, "Production of Crime Rates", American Sociological Re-
view, XXXV, 1970. pp, 733 !iS,; P. WUes, "Criminal Statistícs and
Sociological Explanation of Crime", en W.G. Carson, P. Wiles (a cargo
de), The Sociology of Crime and Delinquency in Britain, London, 1971;
pp. 198 ss.; H.J. Kerner, Verbrechenswirklichkeit und Strafverfolgung,
München, 1972; J.D. Douglas, AmeriCO!t Social Order, Social Rules in.
a Pluralistic Society, New York. 1972, pp. 42 ss. Para ulteriores indica~
ciones bibliográficas sobre los mecanismos selectivos del sistcrna penal
en las diversas instancias oficiales cfr. A. Baratta, ":Criminologia e dog~
matica penale. Passato e futuro del modello integra.to di scienza pena~
listim", La questione critninole, V, n. 1, 1979) pp. 14 7 ss,
A la profundización dcl carácter fragmentarlo del derecho rienaJ
y de los mecanísm~-~is!ema ha contrfbuído también
una abundañre11fst~riografía sobre efSistema punitivo en la sociedad
capitalista. Cfr. L. Chevalier, Classes laborieuses et classes dangereuses
a Paris pendant lapremtere moitié du X!Xe sr'Cck, Paris, 1958 (trad. it.
l1assi laroratri<:l e classi pericolose Parigi, nella rivoluzione industriale,
Bari, 1976); D. Blasius, Biirgerliche Gesellschaft u.nd Kriminalitiit,
GOttíngen, 1976; R. Cobb, The Polic and the People. French Popular
Protest 1789-1820, London. 1970j T. Bergcr, Die konstante Repres-
sion, Frankfurt/M., 1974; P. Costa, fl progetto giuridico. Ricerche sutla
gíun·sprudenza del liberalismo classico, Vol. l~ Da Hobbes a Betham,
Milano, 1974; M. Foucault, Surveiller et punir. Naissance de la prison,
Paris, 1975 (trad. ít. Sorvegliare e punile, Milano, 1976); 1 Mereu,
"Cenni storici solle misure di prevenzione neH'ltalia liberale (1852-
1894)'', en M. Cíacci, V. Gualllldi (a mrgo de), La costruzione sociale
della de~iianza,. Bologna, 1976, pp, 290 ss.; M. Pavarini, D. Melossi,
Carcere e fabbrica. Al/e origini del sistema penitenziario, Bologrta,
1977. Debe sefialarse también la re:ímprt)SiÓn de dos obras clásicas;
J. Hall, Theft, Law and Soáety, 2ª ed., Indianapolis, 1952;G, Rusche,
H. Kirchheimer, Punishment and Social Structure, 2ª ed., New York,
1968. Véase además, también para una útil reseña de Jas direcciones
25
respecto a las relaciones de desigualdad. La aplicación
selectiva de las sanciones penales estigmatizadoras, y
especialmente de la cárcel, es un momento superes-
tructura! esencial para el mantenimiento de la escala
vertical de. la sociedad (11 ).
Ha sido observada la continuidad funcional del sis-
tema escolar y del penal por lo que atafte al proceso
de selección y marginación en el ámbito de la socie-
dad capitalista avanzada:
La institución del derecho penal puede ser considerada,
junto a las instituciones de socialización. como la instan·
cla de aseguramiento de la realidad social. El derecho penal
realiza, en el extremo inferior del continuum, aquello que Ja
escuela realiza en la zona media y superior: la separación
entre el grano y el mijo, cuyo efecto al mismo tiempo cons~
tituye y legitima la escala social existente y de este modo
asegura una parte esencial de la realidad social (12).
En la zona más baja de la escala social, Ja función
selectiva del sistema se transforma en función margi-
nadora. La línea de separación entre los estratos más
bajos del proletariado y las zonas de subdesarrollo y
de marginación seftala en efecto un punto permanen-·
temente crítico, en el cual, a las acciones reguladoras
del general mecanismo del mercado de trabajo se afta-
' de .investigación y de la reciente lite¡atura efi el campo de ta "crimino~
logía histórica", D. Blasius, KrirninaÚtiit und Alltag. Lur Kon/Ukt·
geschichte des Alltagslebens inl 19. Johrhundert, GOttingen, 1978;
M. Oaccí, V. Gualandi, La costn1zianc sociale della devianz.a, Bo-
logna, 1977.
(11) Cfr. también para ulteriores rcfcrcncfas bibliográfícas A, Ba·
ratta, Criminologia critica e critica ,del diritto penale, op. ciL, y G.
Smaus, Das Strafrecht und die Krintinalitdt in der A!ltagssprache der
deutschen Bevólkerung, op, cit.
(12) H. Steinert (a cargo de), Der Prozess der Kriminalisieru.ng,
Münchru, 1973, p. 22.
26
de, en ciertos casos, aquella de los mecanismos regu-
ladores y sancionadores del derecho. Esto mismo se
verifica igualmente en la creación y en la gestión de
aquella particular zona de marginación constituida
por la población criminal.
La homogeneidad del sistema escolar y del sistema
penal corresponde al hecho de que ambos realizan
esencialmente la misma función en orden a la repro-
ducción de laJl relaciones sociales y al mantenimiento
de la estructura vertical de la sociedad, creando, en
particular, eficaces contrapuntos a la integración de
las zonas más bajas y marginadas del proletariado, o,
sin más, poniendo en marcha procesos de marginación.
El concepto de "sociedad partida", acuñado por
Dahrendorf para expliéarclhecho de que solo la mi-
tad de la sociedad (clases medias y altas) extrae de su
seno los jueces, y que estos tienen frente a sí preva-
lentemente individuos provenientes de la otra mitad
(las clases bajas), han hecho surgir en los mismos so-
ciólogos burgueses la pregunta de si no se realiza con
ello el presupuesto de una justicia de clase según la
clásica definición de Karl Liebknecht (13 ).
En general, puede afirmarse que existe una tenden-
cia, por parte de los jueces, a esperar un comporta-
' miento conforme a las leyes de los individuos perte-
/ necientes a los estratos medíos y superiores; lo con-
trario sucede respecto a los individuos provenientes
l de los estratos inferiores.
27
También en los criterios que presiden la aplicación
de la su ensión condicional de la pena, elementos
relativos a a s1 uación am1har y próíeSional del im-
putado juegan un papel decisivo. Estudios en este
campo muestran que tales criterios son particular-
mente favorables a los imputados provenientes de las
clases superiores y desfavorables para aquellos proce-
dentes de las clases inferiores (!4). En los casos en
que está previsto el uso alternativo de sanciones pe-
cuniarias y sanciones carcelarias, !os criterios de se·
lección juegan netamente en contra de los margina-
dos y del subproletariado, en el sentido de que pre-
valece la tendencia de considerar la pena privativa
de libertad, en su caso, como más adecuada, porque
es menos comprometedora para su status social ya
bajo, y porque encaja en la imagen normal de aquello
que frecuentemente sucede a individuos pertenecien·
tes a tales grupos sociales. De este modo las sanciones
que más inciden sobre el status social son usadas so-
bre aquellos cuyo status social es más bajo.
El drástico cambio de identidad social como efecto
de las sanciones estigmatizadoras ha sido puesto en
evidencia por Letnert y por Schur (l 5 ). La teoría ela-
borada por ellos demuestra la dependencia causal de
la delincuencia secundaria, esto es de las formas de
reincidencia que configuran una verdadera y auténti·
ca carrera criminal, de los efectos que sobre la identi-
dad social del individuo ejercita la primera condena;
ello permite que surja una duda de carácter funda-
(14) D. Peters, Richter im Dienst der iJfaéht, Stuttgart, 1973, pp.
147 SS.
(15} E,M. Le-mert. Human Deviance, Social Problems and Socia/e
Control, New York, 1967; E.M. Schur, Labelling Deviant Behavior:
ifs SociOlogical lrnplícations, New York, 1971"
28
mental sobre la posibilidad misma de una función
reeducadora de la pena. La teoría de los procesos de
desviación y del reclutamiento de los "criminales" en
las zonas sociales más débiles encuentra una inequívo-
ca confirmación en los análisis de la población carce-
laria, que demuestran la extracción social de la mayo-
ría de los detenidos de los estratos sociales inferiores
y el altísimo porcentaje que, en la población carcela-
ria, está representado por los reincidentes.
Un número desproporcionado de sanciones estig-
matizadoras (penas privativas de libertad) que com-
portan la aplicación de definiciones criminales y una
drást~ca reducción del status social se concentra pues
en los grupos más débiles y marginados de la pobla-
ción. La espiral, así iniciada, eleva después la tasa de
criminalidad con la consolidación de las carreras cri-
minales, debida a los efectos de la condena sobre la
identidad social de los desviados. Desde este punto
de vista el sistema penal opera en los ámbitos de los
grupos sociales más débiles y marginados, igual que el
sistema escolar, antes que en el sentido de su integra-
ción, en el sentido opuesto.
En fin, como en el seno del microcosmos escolar,
en el macrocosmos social el mecanismo de margina-
ción puesto en marcha por los órganos instituciona-
les es integrado y reforzado por procesos de reacción
que intervienen a nivel informal. Ellos conservan so-
bre todo "J.a-~l", que aisla la población
criminal del resto de la sociedad, y la "prohibición
de coaliciones" que desalienta cualquier posible for-
tna concreta de solidaridad respecto a los condenados
o entre ellos mismos ( 16). En la reacción no institu-
(16) G. Smaus, "Teaie del senso comune sulla criminaHti e marw
ginalizzazioneº, op. cit.
29
cional encontramos en fin acciones concretas y "teo-
rías de todos los días" sobre la criminalidad, que apo-
yan los procesos de distribución de la criminalidad
puestos en marcha por las instancias oficiales.
La separación que el proceso de criminalización
crea entre los honestos y los réprobos, evidencia las
funciones simbólicas de la pena, que han sido estudia-
das particularmente en el ámbito de la teoría psicoa-
nalítica de la sociedad punitiva. Pero la clave para el
análisis crítico del sistema punitivo no es la distancia
entre honestos y réprobos, que es antes bien la su-
perestructura simbólica del sistema, sino la estructura
de la relación entre ricos y pobres, entre clases de ga-
rantías y clases "peligrosas" en el seno de la sociedad:
"La historia del sistema punitivo -escribe Rusche- es
algo más que un pretendido desarrollo autónomo de algu-
nas instituciones jurídicas. Es la historia de las re_laciones
de ~s "dos naciones", como las llamaba Disraeli, de las
cuales se componen los pueblos: los ricos y los pobres" (17).
El paso de la reacción informal a aquella institu-
cional quiebra una línea de resistencia debida al he-
cho, puesto oportunamente de relieve (18), de que la
aplicación de sanciones o de mecanismos de control
informales implica a menudo también la función de
preservar a los individuos sujetos a estas sanciones de
caer bajo los mecanismos y las sanciones del sistema
institucional.
30
Una investigación, llevada a cabo sobre dos mues-
tras de ,i(l_y_enes, d~ clases sociales elevadas una, y de
clases populares la otra, ha mostrado como la distri-
bución de los menores entre el sistema de las sancio-
nes informales (que se resuelven en el ámbito de la
familia y del grupo de pertenencia), y el de las sancio-
nes institucionales (que implican intervención de la
policía, de los órganos judiciales del derecho penal
de menores, etc.), tiene un vínculo de dependencia
con la estratificación social (19). En general, los gru-
pos sociales más elevados logran sustraer a sus propios
menores a la acción de lós mecanismos institucionales
de reacción frente a la desviación y con ello a los efec-
tos de la estigmatización sobre su státus social (20),
a esa espiral que por contra lleva a los menores prove-
nientes de los estratos sociales más débiles a una
asunción cada vez más definitiva de roles criminales.
Por otra parte, un análisis comparativo del impacto
de las sanciones privativas de libertad en la vida futu-
ra de los individuos al modo de las "trayectorias so-
ciales" estadísticamente definibles con referencia a
los jóvenes de diversa extracción de clase, ha demos-
trado que el efecto del encarcelamiento en la carrera
de los jóvenes es normalmente más drástico en el ca-
31
so de los jóvenes pertenecientes a los estratos sociales
\, más débiles de lo que resulta en el caso de los jóvenes
1 pertenecientes a estratos más elevados (21 ).
El método que tradicionalmente ha inspirado los
estudios sobre la marginación criminal no es satísfac·
torio en el plano teórico. Las tentativas de explica-
ción funcional de la marginación se han detenido muy
a menudo en el momento de la distribución de la ren·
ta y de la consiguiente distribución de los status. Han
quedado fuera del ángulo visual las raíces económicas
de la distribución, la conexión entre distribución y ti-
po de producción. De ello se deriva la ilusión de una
socialización realizada permitiendo la "resocialíza-
ción" de algunos sujetos "criminales" en determina·
dos estratos sociales, considerando los estratos como
elásticos (una hipótesis típica del marginalísmo) y sin
afrontar los obstáculos que Ja estructura económica
opone a este proceso. Conceptos marxistas corno el
del ejército industrial de reserva y de Ja competencia
entre trabajadores, y de la superpoblación relativa,
han permitido a fa teoría del subdesarrollo (22) es-
tablecer una conexión directa entre el atraso de algu·
nas áreas geográficas y la acumulación en las metrópo·
lis capitalistas y, en sentido más general, entre fenó-
menos de .disgregación social y la lógica del sistema
capitalista. De aquellas investigaciones se concluye
32
en suma que los fenómenos de descenso de clase so-
cial y de concurrencia entre trabajadores ocupados y
desocupados pertenecen esencialmente a la lógica de
la acumulación. Entiendo que los mismos instrumen-
tos han de tener una gran importancia también para el
análisis de la marginación criminal. Por lo demás, ya
en 1939, Rusche y Kirchheíner han aclarado las rela·
ciones existentes entre mercado de trabajo, sistema
punitivo y cárcel (23).
33
correspondiente descenso del nivel de conllictividad
manifieBta, no significan en modo alguno que las
desigualdades sociales no continúen siendo fuertes
en esta fase de desarrollo (24). Sin embargo el nuevo
pacto social ha conseguido hasta ahora asegurar un
status qua, una especie de gran corporación de las
corporaciones, en el seno de Ja cual cada grupo que
participa pretende poder asegurar los propios privi-
legios, diversos de aquellos de los otros grupos, mejor
a través de ta conservación que a través de una trans-
formación general del completo equilibrio de los in-
tereses garantizados, Al mismo tiempo ello ha logrado
trasladar ~salvo raras excepciones~ la línea del cho-
que de intereses a los confines de la amplia zona so-
cial en la que domina este equilibrio, transfiriendo el
conflicto sobre todo a las confrontaciones de los gru-
pos marginales. La desigualdad y la oposición de inte-
reses son, en fin, más evidentes en la zona más baja
del equilibrio social, allá donde pasa la Hnea de de-
marcación entre aquellas partes de la población que
gozan de una posición garantizada en el mercado de
trabajo y aquellas marginadas.
Tal línea de demarcación tiende hoy a trasladarse
34
más hacia arriba, a causa de la crisis producida, en la
sociedad capitalista, por la disminución o la parada
del crecimiento del producto social, de tal modo que
la consciencia de los conflictos de interés aumenta
también en el seno de la mayoría, antes "garantizada"
de la población. Aunque el modelo de equilibrio plu-
ral parezca en el momento presente ser todavía efi-
caz, con el derrumbamiento del mito del desarrollo
ilimitado y de la sociedad del bienestar también la
idea de la comunidad de intereses se debilita y preci-
sa un esfuerzo cada vez mayor de producción ideoló-
gica (25) que la sostenga y que compense la crisis de
confianza en el estado asistencial. Al mismo tiempo la
línea de conflicto se extiende y afecta a más amplias
capas de la población desaventajada.
Dentro de esta estructura ideológica de la sociedad
tardo-capitalista es posible identificar dos funciones
de legitimación ejercitadas con la criminalidad en el
seno del sentir común: el papel, que ella juega en el
mecanismo general de conservación y estabilización
de la realidad social. Ambas funciones contribuyen
a esta conservación. La primera concierne más direc-
tamente a la reproducción de la estructura material,
la segunda a la reproducción de la estructura ideoló-
gica de la sociedad.
Comenzamos con la primera estructura. La crimi-
nalidad, como realidad "socialmente construida"
(por usar una formulación de P.L. Berger y T. Luck-
mann) implica un estereotipo del criminal. que reíle-
(25) Que Ja función de integración del sistema se haya trasladado,
en la socJedad tardo.capitalista, del mercado a la esfera política es
puesto de manifiesto, entre otros por J, Habermas, Legitimations-
probleme im Spiitkapítalismus, Frankfurt/M., 1973, p, 76 (trad. iL
La crisi della razianaiitll nel capitalismo maturo, Torino, 1915).
35
je la imagen de los sujetos pertenecientes a los estra-
tos sociales más desaventajados y marginales. En una
reciente investigación desarrollada en Saarbrücken
hemos tenido varias ocasiones de verificar esta tesis.
Por ejemplo, hemos llevado a cabo diversos tests so-
bre la toma de "distancia social" en la población ale-
mana occidental con relación a los "criminales",
analizando tales comportamientos en función de dife-
rentes tipos de delitos. Hemos, de otra parte, efectua-
do tests sobre la "necesidad de pena", analizada en
función de la diferencia de clase social de los autores
de delitos, sometiendo á los entrevistados diversos
iterns en los que el tipo de delito permanecía cons-
tante y variaba la clase social de los autores .. En el pri-
mer caso se ha revelado que uno de los delitos que
produce un grado más elevado de "distancia social",
esto es, determina la inclinación a interrumpir las r<7
laciones con el autor, es el hurto con fractura. Ahora
bien, es evidente que el hurto con fractura es un deli·
to típico de individuos pertenecientes a los estratos
sociales más bajos. Por el contrario, en cambio, deli·
tos económicos y delitos de "cuello blanco" produ-
cen "distancia social" de modo bastante más limita-
do (26). En el segundo caso hemos observado que,
(26) De 1os datos recogidos resulta que se torna una mayor dis-
tancia social en las confrontaciones de los estratos sociales más ba~
jos. En las comparaciones de los autores·proveníentes de los mismos
estratos sociales, en cambio, la rustan cía social es más grande en el
caso de dtlHos con fuerte componente ritual Así, por ejemplo, la
huida del lugar del accidente {Unfallfluchtj es Juzgada más grave
<.jue el hurto o la violación del secreto profesional. Una fuerfe di'$-
tancia social se torna con respecto a los indiv:iduos pertenecientes a
los niveles superiores que cometen delitos típicos de los estratos so-
ciales más bajos. Cfr. G. Smaus, Das Strafrecht und die Kriminalítiit
in der Alltagssprache der deutschen BeVOlkerung, op. cit.
36
mientras el delito permanecía constante en su tipo
fundamental (variaban únicamente modalidades y cir-
cunstancias con relación al estrato social al que per-
tenecía el autor), la demanda de pena aparecía, con
relación a los autores pertenecientes a las categorías
sociales marginales, más acentuada de Jo que sucedía
con respecto a los autores pertenecientes a estratos
sociales más elevados (27),
La interpretación de este fenómeno y de otros da-
tos resultantes de nuestra investigación nos ha permi-
tido confirmar la hipótesis de que el estereotipo de.l
criminal corresponde fundamentalmente a la imagen
37
y a las condiciones de vida de los individuos pertene-
cientes a los grupos sociales más desaventajados (28).
Las características del estereotipo de criminal y de
la reacción social frente a la criminalidad que aquí
hemos unido contribuyen de manera considerable a
reforzar, en nuestra sociedad, la barrera entre una ma-
yoría "garantiZada" y aquellos grupos. En este senti-
do, la construcción social de la criminalidad juega un
papel importante en el general mecanismo de repro-
ducción de las relaciones de desigualdad (29). La cri-
38
minalídad contribuye a reproducir ghetos de margina-
ción social.
Por lo que respecta a la función de legitimación
que se realiza en el plano de la reproducción ideológi-
ca, quisiera limitarme a indicar dos aspectos.
En primer lugar es necesario considerar Ja eficacia
del proceso de críminalización como factor de unión
de los ciudadanos en sostén de la posición social. Esta
eficacia resulta bastante evidente cuando considera-
mos los efectos de la aplicación de una pena sobre to-
dos aquellos que, cumplidores de las leyes o no, no re-
sultan afectados por el proceso de criminalización (es-
to es por la aplicación de las leyes penales), sino que
son simples espectadores del mismo.
Al analizar los resultados de nuestra investigación
hemos designado el proceso de unión entre los terce-
ros no interesados con el término de "obligación tle
coalición", considerando tal "obligación" como un
efecto secundario de la aplicación de la pena. Hemos
desarrollado tests acerca de los comportamientos que
pueden reunirse bajo tal etiqueta, y hemos podido ob-
servar que efectivamente se producen en gran escala a
través de la percepción de la pena que sufren los
"criminales" (30).
(30) Con la expresión "obligación de coalición" (Koa!itionsgebot}
hemos aludido al hecho de que, a través de la es:tigmatización del suje·
to desviado se refuexza el consenso del grupo en l& confrontaciones
de poder. No solo resulta desalentada y sancionada la manifestación
de disenso (y podríamos considerar la frustrada irticulación del disen·
so como un equivalente funcional del consenso; cfr. N. LuJtmann,
Legitbnation durch Verfahren, .Neu\\ried, Berlin, 1979), sino que ell
-ciertos casos se requiere una pública n1anifestacJón de fidelidad. De
elto hemos tenido ejemplos en algunns episodios de la lucha contra
el terrorismo en Italia y en .Alemania. El empleo del concepto de
"obligación de coalición" se manifiesta particularmente útil en el
39
La "obligación de coalición" es no obstante solo
una de las caras de la moneda. Tenemos en la otra ca-
ra la "prohibición de coalición". La pena produce,
como se ha visto más arriba, comportamientos de
"distanciamiento social" con respecto a los crimina-
les. Ello desalienta la solidaridad entre los sujetos cri-
minalizados y entre éstos y aquellos que no son alcan-
zados por el proceso de criminalización (31),
Estos dos diferentes aspectos del efecto de la pena
sobre las reacciones de solidaridad en un determinado
contexto social son muy importantes no solo desde el
punto de vista ideológico, sino también desde el pun-
to de vista material. Contribuyen a aislar una pequefia
parte de la población concentrando sobre ella la res-
ponsabilidad por todo lo que es negativo en la socie-
dad. De otro lado aumentan la cohesión ficticia de
las mayorías silenciosas, la que a su vez influye sobre
40
los procesos psicológicos de exclusión de los diferen-
tes y de marginación de las minorías desaventajadas.
Ello refuerza la configuración ideológica de una co-
munidad de intereses entre aquellos que participan en
el nuevo pacto social, y sostiene así la estmclura de
poder, legitima los límites entre la sociedad conforme
y los inconformistas, divide en su interior a las pro-
piils clases subalternas estableciendo un límite artifi-
cial entre ciudadanos conformes (no nimínalízados) y
grupos marginados.
Este límite es un instrumento bastante eficaz de
división de las clases bajas, también porque ello pro-
voca, tanto a los de un lado como a los de otro, la
consideración de los intereses relativos como intereses
contrapuestos. Por contra, la historia del movimiento
obrero ha demostrado hasta ahora, no solo a través
de sus éxitos, sino también mediante sus errores, que
los verdaderos intereses de las clases bajas incluyen
aquellos de Jos que son portadores los sectores margi-
nados de las mismas. La existencia, en fin, de un ejér-
cito de reserva del proletariado debilita las condicio-
nes materiales y la fuerza de contratación de las clases
subalternas. También en este sentido, y no solo por-
que las clases subalternas son todavía hoy las más
criminalizadas al mismo tiempo que las menos prote-
gidas por el sistema penal (más víctimizadas) (32), la
(32) De un examen de las investigaciones recientes en diversos paí-
ses resulta, en conjunto, que ta posibilidad de ser víctima de delitos es
mayor para los hombres que para las mujeres (con excepción de la vio-
lencia sexual), para los jóvenes entre los 12 y Jos 24 años que para las
otras edades, para tos habitantes de grandes ciudades que para los que
vi ven en ciudades pequeñas y medianas, para individuos pertenecientes
a familias con renta& más bajas que para aquellos pertenecientes a fami-
lias con rentas niedias y altas (ello en partícular por lo que respeeta a la
crlnlinalidad violenta y a los denominados delitos callejeros. street
41
criminalidad como forma de constmir los problemas
sociales, y el sistema penal existente como forma de
42
administrarlos son aún hoy, con todo, un mal negocio
para el movimiento obrero. También por lo que atañe
a la cuestión criminal, la emancipación de categorías
culturales e instrumentos políticos cuya historia está
ligada desde hace siglos al estado de sujección de las
clases bajas, el desarrollo por su parte de una autóno-
ma capacidad de imaginación sociológica, de anticipa-
ción teórica y de proyección institucional son la pre-
misa indispensable para el éxito de su lucha por una
sociedad mejor,
43
4. Dos modelos de racionalidad en la teoría crimino-
lógica, el modelo tecnocrático y el modelo crítico
44
ca dinámica que es la lógica de la contradicción dia-
léctica. Una de las principales conquistas del pensa-
miento moderno es ciertamente la de haber formula-
do esta lógica de la contradicción como ratio essendi
junto con la ratio cognoscendi de la realidad. Tam-
bién la teoría social de Marx y muchas de las más fe-
cundas direcciones del pensamiento historiográfico y
sociológico contemporáneo tienen en esta lógica su
·base.
Un modelo crítico de ciencia social y de criminolo-
gía que es el fundamento de una política penal alter-
nativa, aplica este concepto de racionalidad. Lógica
de la contradicción significa, también, interpretar
la relación entre contrarios como relación lógica, ra-
cional, no causal o contingente. ¿Qué significa esto
en nuestro campo?. Supongamos que, por ejemplo, a
través de un análisis realista del sistema penal, se pue-
da establecer que principios en él considerados como
base de su funcionamiento no se revelan destinados a
organizar una descripción científica de la estructura,
del funcionamiento y de las funciones reales del siste-
ma, considerado como uno de los subsistemas que
operan dentro de un determinado sistema social (esto
se puede afirmar respecto al "principio de igualdad",
al "principio del interés social" y a los otros princi-
pios en torno a los cuales es posible reconstruir la
imagen que de sí mismo tiende a producir el siste-
ma) (33). Si llegamos a la conclusión de que los prin-
cipios estructurales y funcionales necesarios para or-
ganizar científicamente el conocimiento de este sub-
sistema son opuestos a aquellos declarados, entonces,
45
partiendo de un concepto dialéctico de racionalidad,
rechazaremos que esta contradicción entre los prin-
cipios declarados y el funcionamiento real del siste-
ma sea un caso fortuito, un desajuste de su realiza-
ción imperfecta corno todas las obras humanas. No
consideraremos la imagen ideal que el sistema propo-
ne de sí mismo solo como un error de parte de los
operadores y del público, sino más bien le atribuire-
mos el status de una ideología. Esta ideología resulta
un elemento integrante del objeto de un análisis cien-
tífico del sistema penal. El funcionamiento del siste·
ma no se realiza no obstante, sino a través de esta
contradicción. Esta es un elemento importante, como
otros elementos del sistema, para asegurar la realiza-
cíón de las funciones que aquél tiene en el seno de la
estructura social en su conjunto.
El elemento ideológico no es contingente, sino que
es inherente a la estructura y al modo de comportarse
del sistema penal, al igual que, más en general, es
inherente a la estructura y al funcionamiento del de-
recho abstracto moderno. El modo de intervención
jurídica en las relaciones de producción y en las rela~
eiones sociales en la moderna sociedad capitalista (el
derecho igual) es ideológica: el funcionamiento del
derecho no sirve, en cambio, para generar igualdad,
sino para producir y mantener desigualdad. No por
ello aún aquella forma es menos real que estas funcio-
nes. Sin el elemento ideológico, esta contradiccíón
entre forma y contenido, el derecho no podría reali-
zar su auténtica función en el sistema social y su exis-
tencia sería continuamente puesta en peligro por una
crisis de legitimidad.
Para el sistema punfüvo la ideología, de la que son
46
expres1on sus principios oficialmente declarados, tie-
ne una función correlativa a aquella que posee el siste-
ma penal respecto del sistema social en su conjunto.
Solamente produciendo y manteniendo una imagen
ideal del propio funcionamiento y de las propias fun-
ciones el subsistema penal puede mantenerse y repro-
ducirse, asegurarse el necesario grado de consenso
por parte de los operadores y del público y evitar las
consecuencias de la crisis de legitimación que constan-
temente lo amenaza. Está asegurado de este modo
también el mantenimiento de su específica función
en las confrontaciones de la realidad social.
En un análisis histórico y sociológico, basado en
el método del pensamiento crítico, el sistema penal
J
se presenta como uno de los mecanismos principales
de conservación y reproducción de la realidad social.
Su efecto general no es de propulsión o de transfor-
mación; ello contribuye a asegurar, reproducir y tam-
bién legitimar (una función, esta última, esencial para
el mecanismo de reproducción de la realidad social)
las relaciones de desigualdad que caracterizan a nues-
tra sociedad, en particular la escala social vertical, o
sea la diversa distribución de recursos y poder, que es
la consecuencia visible del modo de producción capi-
talista.
En contraste con los principios (declarados) de la
igualdad y de la defensa del interés social, el funciona-
miento real del sistema se revela netamente selectivo,
tanto,por lo que se refiere al reclutamienfo de la pro-
pia clientela, como por lo que atañe a la protección
otorgada a ciertos intereses socialmente relevantes en
el ámbito de situaciones ofensivas a las que aquella
protección está limitada. En contraste con el princi"
47
pío de la resocialización, la cárcel --esto es, el instru-
mento que caracteriza todo el sistema penal en nues-
tra sociedad- se muestra como un instrumento insti-
tucional esencial de conservación, administración y
producción_ de marginación social.
El distinto concepto de racionalidad explica la di-
ferencia entre la perspectiva de reforma propia del
modelo reformista de la racionalización y aquella
propia del modelo de la transformación radical y de
la superación (34). La razón tecnológica encuentra
un límite natural en el modo en el que ella puede
contribuir a resolver las contradicciones del sistema:
considerando como irracional la contradicción entre
efectos queridos y efectos no queridos del sistema,
ella está solo en condiciones de estudiar los segundos
desde el punto de vista de los primeros y por ello per-
manece en el interior de la ideología penaL Ella opera
solamente sobre aquellas contradicciones del sistema
que parecen resolubles en el seno del sistema mismo,
llevando la ideología penal a niveles más avanzados y
"humanitarios" y buscando mejorar e integrar lo útil
de la política criminal actual.
La razón crítica deSCllbre la racionalidad funcional
de las contradicciones del sistema, no las considera
resolubles en el ámbito del sistema a través de progre-
sos ideológicos y mejoras técnicas. Asumiendo la
ideología jurídica como objeto de conocimiento, ge-
nera una perspectiva de política criminal que, se colo-
ca fuera de ella. y por ello esta no es una perspectiva
de racionalización, sino una perspectiva racional de
superación del sistema.
48
5. Criminología tradicional y criminología crítica en
la política del control social: racionalización o trans-
formación del sistema punitivo en interés de las clases
inferiores
49
La criminología tradicional etiológica, también en
sus versiones más actualizadas (a través de la teoría
"multifactorial") (36), tiene por su naturaleza una
función inmediata y directamente auxiliar respecto
al sistema penal existente y a la política criminal
oficial. Su conjunto de relaciones y su horizonte de
actuación le resulta casi siempre impuesto por el siste-
ma penal existente. Aquélla por ello está obligada a
tomar prestado de éste las definiciones del propio
objeto de investigación: la "criminalidad" en cuanto
definida por las normas y las estadísticas, los "crimi-
nales" en cuanto individuos seleccionados y estigma-
tizados (las cosas de este modo disponibles para la
observación clínica) a través de la institución carce-
laria,
La criminología crítica adopta una posicíón radi-
calmente diversa con la práctica, respecto a la crinü-
nología tradicional. En el caso de la criminología tra-
dicional el sistema positivo y la praxis oficial son los
destinatarios, los usufructuarios de su saber, el prín~
cípe de los cuales está llamado a ser el consejero de
aquélla, Para la criminología crítica el sistema positi-
vo y la praxis oficial son ante todo el objeto de su
estudio. La relación con el sistema es crítica; su tarea
inmediata no consiste en suministrar recetas de polí-
tica crimínal, sino examinar de modo científico la
génesis, la estructura, los mecanbmos de selección,
las fondones realmente ejercitadas, los costes econó-
micos y sociales de ello, de valorar de forma libre de
como legitfmáción y crltninologia de la liberación, Maracaibo, 1981;
A, Baratta 1 Criminología critica e critica del diritta penole, op. cit.
(36) Para clásicos e;_jemplos de este enfoque cfr. F. Ferri, Sociologia
crhninde, 3ª ed., Torino, 1982; S. Gluec}f, E. Gtueck, Delinquen! in
the lrfaking. Paths to Prevention, New York, 1952.
50
preJmc10s el tipo de respuesta que ello está en situa-
ción de ofrecer y ofrece efectivamente a problemas
sociales reales. Aquélla se pone al servicio de una
construcción alternativa o antagonista (37) de los pro-
blemas sociales ligados a comportamientos socialmen-
te negativos.
Es natural que, partiendo de estos presupuestos, la
criminología crítica no puede desempeñar siempre la
inmediata función reformadora de la criminología
tradicional. Su influencia sobre una transformación
del sistema penal podría plasmarse a corto plazo solo
bajo dos condiciones: La primera es que una transfor-
mación de las relaciones de hegemonía permitiese em-
prender una reforma del sistema penal en la cual el in-
terés de las clases subalternas pudiese resultar real-
mente determinante. La segunda es que el retraso his-
tórico, que todavía lleva la cultura oficial de la iz-
quierda y el movimiento obrero dependientes de la
cultura y de Ja ideología burguesas en el modo de
construir y resolver los problemas sociales ligados a
la "criminalidad", fuese superado a través del desarro-
llo de una conciencia y de una cultura alternativa de
las clases dependientes y a través de una política autó-
noma y antagonista del movimiento obrero en el sec-
tor del control social. Si no se verifican estas condi·
ciones la influencia de la criminología crítica sobre el
proyecto de alternativas puede ser solo una influencia
indirecta, que se produce sólo a medio y largo plazo.
Pero ello no es un punto débil, sino la fuerza de la
criminología crítica en la perspectiva de una reforma.
Si no se quiere medir el valor práctico de la teoría en
51
función de la contribución tecnocrática a la realiza-
ción de los instrumentos institucionales y se asigna en
cambio a aquélla el objetivo de preparar una transfor-
mación radical del sistema penal, o sea una política
criminal alternativa que no se reduzca a politica penal
(38 ), se deberá convenir que la contribución que la
criminología crítica aporta a tal reforma, a través del
análisis crítico del sistema y la reconstmcción de los
problemas sociales, es no menos importante, a medio
y largo plazo, aun cuando no sean recetas de inmedia-
ta aplicación.
Considero también que, en la medida en que la cri-
minología crítica persiga sin compromisos su propia
función científica y política, su contribución está
destinada a ejercer un papel importante, que el legis-
lador y las instancias institucionales ya desde ahora
no pueden ignorar. Por ello debe ser también evitado
por parte del movimiento científico y político por
una reforma radical toda actitud sectaria, de contra-
posición global al estado y al "poder", como si el es-
tado y el poder fuesen por ley natural monopolio de
los movimientos tradicionales o conservadores. La
criminología crítica y el movimiento por la reforma
radical deben al contrarío defenderse sin compromi-
sos de las tentativas de deslegitimación de las que a
veces son consideradas banderas, y afirmar el verdade-
ro papel legítimo a todos los niveles institucionales,
científicos, administrativos y políticos en los que con-
(38) Para esta distinción entre los conceptos- de ''política criminal"
y "política penal" CfL F. Bricola, ..Politica criminale e politica pena.le
dell'ordine pubblico (a proposito della legge 22 maggio 1975, n. 152)",
La queslion.e crimina/e I, n. 2, 1975, pp. 221 ss.; A. Baratta, "Crinüw
nologia critica e politica pena!e alternativa", La questione, critninale,
IU, n. 3, 1977, pp. 339 ss. (p. 354).
52
curren paralelamente el derecho y otras direcciones
del pensamiento (39).
El presupuesto del que parte la criminología etio-
lógica, en su función auxiliar y legitimadora respecto
al sistema penal y a la política criminal oficial, es que
existe un ámbito natural de comportamientos y de
sujetos que tienen una cualidad que los distingue de
todos los demás comportamientos y de todos los de-
más sujetos: este ámbito natural sería la "criminali-
dad". Siendo la criminalidad un ente ontológico·se-
ría posible buscar sus causas y poner Ja ciencia de las
causas al servicio de la práctica que debe combatirla.
Esta manera de considerar la criminalidad está de tal
modo asentada en el sentir general que una concep-
ción que se aparte de ella se arriesga a ser considerada
como una renuncia a combatir situaciones y acciones
sociahnente negativas. Utilizando el paradigma de la
reacción social y considerando por ello la criminali-
dad no como una cualidad natural de comportamien-
tos y de sujetos sino como una cualidad a ellos atri-
buida a través de procesos de definición. llevados a
cabo por las instancias oficiales o por la gente, la cri-
minología crítica parece desafiar, más que nada, el
sentido común. Pero también es esto, como en tantos
otros casos, la contradicción entre teoría y sentido
común es solo aparente. Quien confunde estos dos ni-
veles de razonamiento termina a menudo por atribuir
erroneamente a la teoría consecuencias que aparente-
mente la convierten en absurda en el plano del senti-
do común. No es extraño encontrar, en los estudios
53
\ de las teorías que adoptan el paradigma de la reac-
ción social, este tipo de críticas. Estas se recogen en
\ volubles argumentaciones que pue<len ser así resu-
V1idas:
1.-- Quien sostiene que la cualidad criminal de
ciertas acciones y de ciertos individuos es el resultado
de procesos de definición, sostiene que la criminali-
dad no existe (y que no existen problemas sociales y
conflictos que sean el referente material de esta no-
ción).
2.~ Quien sostiene que, dado el carácter atributivo
y por lo tanto relativo de las definiciones de criminali-
dad, no es posible construir un razonamiento científi-
co sobre las causas de la criminalidad, como si ella
fuese una realidad natural, sostiene que la criminali-
dad (o sea los problemas sociales y los conflictos que
sean el referente material de esta noción) no tiene
causa'i.
3. - Quien sostiene las dos tesis procedentes, exclu-
ye que se puedan combatir Ja criminalidad y sus cau-
sas, y excluye, en particular, una política criminal
preventiva (y por lo tanto excluye la oportunidad de
las intervenciones institucionales y sociales sobre los
problemas y con!1ictos que "objetivamente" existen
en la sociedad). ·
Es fácil comprender que tales críticas, basadas en
el sentido común y en un discurso científico que no
se arrie;ga a traspasarlo, se pierden en el vacío. Si se
conviene permanecer en el plano del sentido común
y se usa el lenguaje correspondiente, "combatir la
criminalidad y sus causas" continúa siendo una for-
mu !ación válida. Ante una ar_gumentación que se de-
54
senvolviesc en este plano yo no tendría argumentos
para refutarla (40}. Pero un discurso científico sobre
la cuestión criminal nace cuando las definiciones de
criminalidad del sentido común, así como las defini-
ciones legales de criminalidad, no son tan solo el pun-
to de partida, sino que se convierten en el objeto de la
argumentación misma. Lo mismo resulta válido, más
en general para las definiciones de desviación. Y bien,
este salto cualitativo que lleva el discurso más allá de
las definiciones positivas y del sentido común de cri-
minalidad y desviación, y por lo tanto tambij\n del
campo de referencia conceptual al que está ligado el
sistema existente del control social, es lo que caracte-
riza la criminología crítica en comparación a la cri-
minología tradicional. Su capacidad de elaborar una
argumentación científica distinta y más amplia que
aquella de la criminología tradicional depende, aun-
que no solamente, del tránsito del paradigma etioló-
gico al paradigma de la reacción social.
55
gar la existencia "objetiva" de situaciones y acciones
socialmente negativas. Serías dificultades teóricas,
que también en una discusión en el seno del "realis-
mo" marxista no encuentran soluciones unívocas,
surgen no obstante cuando se quiere dar un significa-
do preciso al concepto de objetividad aquí traído
a colación. Afirmar la existencia "objetiva" de situa-
ciones o acciones socialmente negativas es una opera·
cíón que puede incardinarse en el más general proceso
a través del cual son definidos y construidos los pro-
blemas sociales con vistas a una posible respuesta, ins-
titucional o no, frente a ellos. Puesto que considero
excluido, a la luz de los desarrollos de la moderna
epistemología, un retorno a una noción naturalista o
iusnaturalista de objetividad, querría llamar la aten-
ción acerca de una hipótesis diversa (en la que conti-
núo trabajando en el presente), que se apoye en el uso
combinado de construcciones teóricas obtenidas en
tres diferentes campos de investigación: a) una teoría
de la construcción de los problemas sociales ( 41 ); b)
una teoría de las necesidades (42); e) una teoría de la
"comunicación libre del poder" ( 43).
(41) Para una primera orientación cft, R.K. Metton, Social Theory
and Social Strocture, G1encoe, 1957 (III). pp. 19 ss.; H. Becker (a car-
go de), Social Problenzs. A Modern Approach, Ne\\' York, 1966; R.K.
Merton, R.A. Nisbet (a cargo de), Conte111porary Social Problems,
3ª ed., New York, 1971; K.O. Hond.rich (a cargo de), Menschliche
Bedürfn/$se und Soziale Steueru.ng, Hamburg, 1975; M. Spe:ctor, J.
Kitsuse, Constructing Social Problems, Menlo Park (Cal), 1976; F.W.
Stallberg. "Konstitutionsbedíngungen sozialen Probleme: Hinweis:
zu Analy&en und Diskussionen", Kriminalsoziologische /Jibliographie,
VI, 1979~ pp. 1 ss.; J, Mattes (a cargo de), Lebenswelt und sozlale
Probleme. Verhandlungen des 20. Deutschen Soziologentages zu
Bremen, 1980, Frankfurt/M., New York, 1980.
(42) Para una orientación historicista en Ja teoría de las necesida-
des1 en el áinbito de un razonamiento de inspiración marxista alterna~
56
Si se usa el término "negatividad social" para aque-
llas situaciones y aquellos comportamientos que pue-
den considerarse como negaciones o represiones de
necesidades reales, y se entienden como "necesidades
reales" la posibilidad de existir y de expandir la pro-
pia existencia de los individuos en función del desa-
rrollo de la capacidad de producción material y cul-
tural en una determinada sociedad, entonces se po-
drá tomar en consideración, como "objetiva", una
construcción de los problemas sociales en cuanto re-
sultado de una "comunicación libre del poder" en-
tre los portadores de estas necesidades.
Semejante construcción de los problemas sociales
es una construcción alternativa o antagonista (con
arreglo al nivel de confüctividad que caracteriza una
sociedad) respecto a las definiciones oficiales y a
aquéllas del sentido com(m. Podríamos considerar
las definiciones oficiales y aquéllas del sentido común
como el resultado de una comunicación ideológica,
entendida como una comunicación funcional para la
reproducción de las relaciones de poder existentes.
La contraposición entre una "comunicación libre
del poder" y una "comunicación ideológica" es el
resultado de una polarización entre dos "tipos idea-
les" '(en el sentido weberiano), esto es entre dos no-
tivo con respecto al "antropologismo" de la citada interpretacíón de
- A. Heller, cfr. L. PicciQni, "Teoria del valore e •teoría del bisogno' in
lttanc filosofia morale o critica dell'economia politica?';t Giomale
critico della filosofia italiana, LV!I (L!X), n, 3/4, 1978, pp. 375 ss.
Para una crítica de la teoría de las necesidades de A. fleller cfr. G.
Baratta, "Forma giuridica e contenuto sociale: oonsiderazioni in tema
di 'labelling approach' '', Dei delítti e delle pene, 2, 1984, pp. 254 ss.
(43) Sobre este concepto cfr. J. Habermas, Strnkturwandel der
Úffentlichkeit, Frankfurt/M., 1975, Theor~e und Praxis: Social-phi-
losophische Studien, 4ª ed., Frankfurt/M,, 1978, pp. 228 ns,
57
cíones simplificadas de comunicación que, en estado
puro, no es posible encontrar en la realidad. Esta po-
larización corresponde a la existente entre las nocio-
nes, iguahnente simplificadas, de clases dependientes
y clases dominantes en la sociedad. La situación des-
ventajosa de los individuos pertenecientes a la primera
respecto a los pertenecientes a la segunda es manteni-
da a través del poder institucional y el derecho, y per-
manece qculta a través de la comunicación ideológica
en la que los individuos pertenecientes a las clases do-
minadas son implicados a causa de la hegemonía cul-
tural de las clases dominantes. En este sentido "co-
municación líbre del poder" índica no una realidad de
hecho, sino más bien un principio de emancipación
y de autonomía que gula, en el ámbito de las clases
subalternas, los procesos de comunicación entre los
portadores de necesidades a través de las cuales se
desarrolla la conciencia y Ja acción política de estas
clases con vista a una transformación de las relaciones
de hegemonía en la sociedad.
Partiendo de una construcción antagonista de los
problemas sociales, la cuestión de admitir o rechazar
una búsqueda de las causas de Ja criminalidad y de
combatir estas causas no es ya, como sucede a nivel
del sentido común, una cuestión terminológica, sino
que es una cuestión más compleja, en base a cuya
solución se mide la capacidad de una teoría de los
problemas sociales, y en particular de una nueva cri-
minología, de situarse en el examen del propio objeto
desde un puuto de vista emancipatorio, o sea desde el
punto de vista de los intereses de las clases domina-
das. En fin, construcciones antagonistas son aquellas
que adoptan en la definición de los problemas a resol-
58
ver y en la elaboración de respuestas alternativas es-
te punto de vista. Tales construcciones estarán enton-
ces enfrentadas con las ideológicas, en las que los pro-
blemas sociales son construidos, por el contrario, en
función de la reproducción de las relaciones sociales
de poder existentes. Entonces, "criminalidad" y "des-
viación" no señalan ámbitos naturales, sino ámbitos
culturales, en el sentido de que resultan de procesos
de definición que se desarrollan en el seno del meca-
nismo ideológico con el cual se realiza la reproduc-
ción de la realidad social. No es posible entonces,
desde la perspectiva epistemológica -como se ha
visto proponer una investigación de las causas (y
una política apta para combatirlas) de los compor-
tamientos definidos con las expresiones "criminali-
dad" y "desviación'', sin aceptar al mismo tiempo
estas definiciones y acreditar en consecuencia los
mecanismos de comunicación y de poder a que ellas
corresponden. Quien contesta, sobre la base de un
análisis historiográfico y sociológico del sistema
penal existente que su principal función real coin-
cide con la función declarada de combatir la crimi-
nalidad, e identifica en cambio la función real del
sistema como la reproducción de las relaciones so-
ciales de desigualdad y de subordinación, no puede
en la actualidad aceptar el participar en una cons-
trucción ideológica de los problemas sociales desde
la óptica del sistema penal, y del sentido común que
a él es complementario.
El sistema penal, en cambio, utilizando las nocio-
nes de criminalidad y de pena como puntos naturales
de referencia, tiende a reducir de modo fragmentario
y artificioso la identificación de las áreas de negativi-
59
dad social y de las necesidades individuales y comuni-
tarias que pueden justificar o postular una interven-
ción institucional ( 44 ).
El hecho de que estas nociones se sumerjan en las
raíces más primitivas e irracionales de la psique social
no justifica que su empleo sea aceptado como natural
por una construcción "racional" de los problemas so-
ciales y del sistema del control social. Al contrario,
el deterioro que estos dos tradicionales términos de la
cuestión criminal han experimentado al servicio secu-
lar del poder debería al menos sugerir una gran caute-
la respecto a la posibilidad de ponerlos al servicio de
una construcción antagonista de los problemas socia-
les o de una articulación autónoma de las necesidades
y de los intereses de las clases subalternas.
No es un mero vuelco de la fuerza y de la direc-
ción de impacto del proceso de criminalízación de
ciertas áreas de situaciones problemáticas y conflicti-
vas hacia otras lo que puede constituir el criterio
guía del movimiento de las clases subalternas en una
sociedad de transición. La historia del socialismo
"real" muestra que el uso inflacionario de las defi-
niciones de desviación y de criminalidad no es com-
patible con la realización del ideal de una sociedad
de individuos libres e iguales, bajo cuya bandera el
proletariado había ido a tomar el Palacio de Invierno.
El principio cardinal de una política criminal alterna-
tiva no es la criminalización alternativa, sino la des-
(44) Cfr, en este sentido H. Steínert, 11Gesel1schaftliehe Kontllkte
im Spiegel von Justiz und Medien", en R. \Vassennan {a cargo de),
Jusliz und Medien, Neuwied, Darmstadt, 1980, pp. 78 ss. (p, 82} Y
las conclusiones de un reciente trabajo, A. DaJ Lago, La produ:tione
della devinnza, Teotia socia/e e meccanismi di control/o, Milano) 1981,
Véanse tan1bién las consideraciones. realizadas supra, parágrafos l y 2.
60
criminalízación, la más drástica reducción posible del
sistema penal.
Esto no significa,· conviene reafirmarlo, prescindir
de los problemas sociales "objetivos", sino una fuerte
relativización del "momento penal" o "correccional"
en su construcción. Una construcción antagonista de
ellos en consideración de intervenciones instituciona-
les y comunitarias más adecuadas a las necesidades y
a los intereses relevantes en una sociedad de transi-
ción. Entre la idea de una drástica reducción del sis-
tema penal, y de todo el sistema de control social, y
el "catecismo de la no interferencia" (45), o el princi-
pio de la "radical no intervención" (46) existe, coma
se ha visto, una gran distancia. Conviene añadir que la
perspectiva aquí delineada de una construcción anta-
gonista de los problemas sociales, que evita un excesi-
vamente amplio uso de las definiciones de criminali-
dad y de las definiciones negativas de desviación, no
tiene nada que ver con una concepción de la desvia-
ción como enteramente positiva, como la que había
caracterizado la actitud romántica frente a la desvia-
ción en Jos inicios de la "nueva criminología" ingle-
sa ( 47). Ni tiene nada que ver con una actitud de zoo-
fila "simpatía" por los desviados, desmitificada de
una vez por todas por Gouldner (48 ), que a menudo
(45) Cfr, J, Young, "Working 0ass Criminology'\ en l. Taylor. P.
8
62
cación judicial. Allf concurren también el hombre de
la calle y los mass media. Desigualdad significa, en
este caso, respuesta desigual a situaciones negativas
y problemas sociales homogéneos. Este carácter
desigual (fragmentario) de la tutela penal es a me-
nudo justificado en base a la mayor o menor idonei-
dad de las situaciones de ofensa para ser objeto de
la intervención penal. Esta justificación es un círcu-
lo vicioso. En realidad, argumentando de este modo,
la intervención pena'! y sus características técnico-
jurídicas, consolidadas en la tradicción y en la prácti-
ca, son consideradas como datos naturales que corres-
ponden a ámbitos naturales de relevancia penal de
los problemas.
Debe reconocerse por otra parte que el modo de
operar fragmentario del derecho penal en la definí·
ción de ámbitos circunscritos de relevancia en el seno
de la más extensa área de problemas sociales homo-
géneos deriva a menudo de un límite estructural del
instrumento penal: pero este límite no depende de la
estructura natural de los problemas. Estos son suscep-
tibles, por el contrario, de construcciones diversas y
alternativas, de las que puede derivarse una estructura
interpretativa y una respuesta institucional o social
independientemente de la óptica penal. También una
política criminal alternativa encuentra estos límites
insalvables del instrumento penal en su capacidad
para proteger intereses relevantes.
Modificaciones también significativas, pero siempre
circunscritas, en el ámbito efectivo de tutela, son po-
sibles y también augura bles en el marco de tal políti-
ca. Especialmente en épocas de tensiones y de tran-
sición, que desestabilizan los reales equilibrios de
63
poder, como la que Italia está atravesando, existen
continuos ejemplos de tales ajustes, que frecuente-
mente prescinden de la intervención del legislador
y se realizan a otros niveles del sistema. En una polí-
tica criminal alternativa, no obstante, el momento
penal no puede desempeñar más que un papel rela-
tivo y en ciertos casos "provisional". Por ello, mien-
tras una tal política puede indudablemente realizar
la propuesta de orientar la concreción de eventuales
nuevos ámbitos de tutela penal para una amplia re-·
construcción de los valores y de los intereses consti-
tucionalmente relevantes (5 l ), no serla superfluo
alejarse de las tentaciones de una traducción panpe-
nalística de los valores constitucionales. Respecto a
ellos la tutela penal no puede desempeñar una fun-
ción generalmente propulsora (y en este sentido con-
viene rechazar, considero, la concepción denominada
metodológica del bien jurídico (52) ), síno solamente
asegurar una parcial defensa en ámbitos limitados y
circunscritos de situaciones ofensivas. El derecho pe-
nal, en suma, puede contribuir, pero solo muy relati·
vamente a la afirmación y a la realización de estos va-
lores (53).
(51) Cfr. F, Brícola, "Coruiderazioni introduttive, en 'U codice
Rocco cinquant'anni dopo' '\ La questione crimin.ale, VII, n. 1, 1981,
pp. 7 SS. (pp, 26 SS.).
(52) Cfr. G. Bettiol, Diritto pena/e, Padova. 1976. Acerca del
desarrollo histórico de tates concepciones y sus implicaciones -ideoló-
gicas cfr. P. Sina, Die Dogmengeschichte des strafrechtlichen Begriffs
"Rechtsgut", Basel, 1962, p. 15; A. Baratta, Positivismo giuridieo e
scienza del diritto pena/e, Aspetti teon·ci e ideologici dello sviluppo
della scienza penalistica tedesca dall'inizio del secolo al 1933, Milano,
1966, pp. 61 SS.
(53) La teoría estigmatizadora, también llamada "teoría expresiva"
o '"teoría declarativa" (declaratory theory) (cfr. P. Devlin, The Enforce-
ment of Morals, Londón, 1965; M.D. Walker, "Morality and the Crimi-
64
La relativización del momento penal como técnica
de construcción y de resolución de problemas sociales
significa sobre todo su integración en una más com-
pleja perspectiva extrapenal de reconstrucción de los
problemas con vista a una respuesta adecuada y orgá-
nica frente a ellos; ella implica, como bien ha visto
Marinucci (54), la consideración, además de las even-
tuales indicaciones, también de las contra-indicacio-
nes, de los efectos nocivos y de los costes sociales de
la pena, valorados a través de un serio control empíri-
co de efectividad. A la exigencia de una política de
nal Law", The Howard Jounu1l, XI, 1964, pp. 209 ss.) de la pena en-
tendida como instrumento de aflrmación de los valores ha sido ante-
riormente expuesta por F. Bricola en su informe introductorio sobre el
código Rocco, cfr, F, Btícola, .. Considerazloni introduttive", op. cit.
Aquélla presenta en mi opinión diversas dificultades que en parte se
derivan de los límites de la tutela penal de los valores. Para un amplio
examen crítico de esta teoría véase sobre todo H.L,A. llart, Punishment
and Responsability. Bssays in the Philosophy of Law, Oxford, 1968,
pp. 170 ss. Afia.diré, limitándome por ahora a este único aspecto de
una discusión que solo en otro ámbito podrá realizarse de manera ade-
cuada a la lmportancia de las tesis en cuestión, que entre la teoría de
ta función estigmatizadora de la pena entendida como instrumento
de expresión de valores y el principio de la resocialización entendida
como función principal de la pena, la conciliación es difícil (también
en el ámbito de una consideración genérica de la finalidad de la pena)
puesto que es_ imposible estigmatizar el comportamiento en abstracto
sin estigmatizar, en el ejercicio concreto de la función punitiva1 al
autor. Y debe ponerse de relieve que esta estigmatización produce
efectos contrarios, a todo intento de resocializar al delincuente. Exfu-
ten muchas analogías entre la teoría declarativa de la pena y la clásica
teoría de Durkheim de la función de la pena como afirmación devalo-
res socialmente reconocidos, hoy sustancialmente reemprendida, en
clave tecnocrática 1 por Jacobs y otros en el marco de una nueva funda·
1nentación de la pena en el sistema de Luhman (Cfr, A, Baratta 1 "Int(}o<
grazione-prevenzione. Una nuova fondazione della pena all1nterno
della teoria sistemica'', Dei dcfitti e de/le pene, 1, n. l. 1983, pp, 15 ss.
(54) Cfr. G. Marinucci 1 "L'abbandono del codice Rocoo", op, cit.,
pp. 308-309.
65
descriminalización en una más amplia y adecuada
perspectiva de los problemas sociales y sus obligacio-
nes institucionales ha dado una expresión bastante
afortunada Pulitanó:
·~nescodificación por campos de materias -escribe él~
y orientación a nuevos modelos integrados ( extrapenales)
de solución de los deberes sociales parecen pues pasos a
través de los cuales también el derecho penal puede caminar
a la búsqueda de un nuevo rostro" (55).
La función natural del sistema penal es de defensa
y de reproducción de la realidad social existente. Una
política de transformación de esta realidad, una estra-
tegia alternativa basada en la afirmación de los valo-
res constitucionales, un proyecto político antagonis-
ta y autónomo del movimiento obrero, no pueden
pues considerar al derecho penal como una de sus
fronteras más avanzadas, como un instrumento de
propulsión.
Por el contrario, el derecho penal mantiene, en un
triple sentido, una línea de defensa. Defensa, ante
todo, del derecho penal de los ataques en la actuali-
dad producid os a las garantías liberales a él otorgadas
también por la Constitución republicana. Defensa, en
segundo lugar, frente al derecho penal, lo que signifi-
ca contención y reducción de su ámbito de interven-
cíón tradicional, y sobre todo de efectos negativos y
de los costes sociales que pesan particularmente so-
bre las capas más débiles y marginadas del proleta-
riado y contribuyen, de este modo, a dividirlo, a de-
bilitarlo material y políticamente. Defensa, en fin, a
(55) Cfr. D. PulitanO, "La teoría del bene giuridico tra codice e
costítuzione-'', J..,a questione crilninale, VII, n. 1, 1981, pp. 139 ss.
(pp.119-120).
66
través del derecho penal, en la medida en que, por el
momento, éste puede ser considerado aún como una
respuesta legitima y sin alternativa a los problemas
sociales en el ámbito de un modelo integrado de res·
puesta frente a ellos. Con todo, el argumento conduc·
tor de una política criminal alternativa mantiene la
idea de la superación del sistema pena! existente.
Orientar la reforma a este argumento conductor no
significa, es oportuno subrayarlo todavía una vez más,
renunciar a las reformas posibles, sino seleccionar y
valorar las reformas posibles según su idoneidad y
contribuir a una estrategia de transformación radical
del sistema punitivo en interés de las clases subalter·
nas (56). ·
(56) En este sentido cfL T. Mathiesen, "The Politics of Abolition.
Emmys. in Political Action Theory", Scandinavlan Studies in Oimino-
lo¡ry, IV, 1974, Os.lo y London, El auto:r es uno de los principales re-
presentantes del movimiento abolicionista, el cual hoy,' en el ámbíío
de las teorías radicale.s de la política de transformación del sistema
penal existente, propone la perspectiva de la superación o abolición
del sistema penal misino. En tal previsión etios han elaborado una
importante distlnción tdctica basada en la diferenciación entre refor-
mas e.stratégicamente "posithas" para el sis.tema (o sea que sirven para
conservarlo, racionalizándolo, en sus funciones reales latentes) y refor-
mas estratégicamente "negativas" (es decir que pueden producir reales
transformaciones cualitativas ·de él y sirven p-ara superarlo parcialmen-
te, en sus diversas expresiones y en sus diversas implicaciones teóricas
e ideotógjcas). El movimiento abolicionista, a pesar del radicalismo de
su tesis, no carece de correspondencia con direcciones hoy amplia-
mente representadas en el pensamiento penal progresista, con un inte-
rés real por la búsqueda de alten1ativas nl sistenla penal en general. y
a la cárcel en particular, en la estrategia de una amplia descriminaliza-
ción o supresión de las consecuencias penales de comportanüentos
penahnente relevantes, direcciones éstas que han tenido ya acceso a
los centros oficiales de la políticá crhninal. Véase por ejemplo el traba-
jo que se está desenvolviendo por el Consejo de Europa (Comisión para
la descriminalización) en este sentido: cfr. CounciI of Europe (a cargo
de), Report on Decrirninalisation, Strasbourg, 1980. Entre los princi-
pales "representantes del movimiento abolicionista recordaremos (adek
67
más de a T. Mathiesen más arriba citado y a H.. Bianchi en Amsterdam)
a Louk Hulsman y a Nils Christie, en torno a los cuales se ha concen*
tni:do la discusión acerca del modelo abolicionista en los Últimos tiem~
pOO. Cfr. L. Hulsman, Peines perdues. Le syst.?me pénal en question,
Oxford, 1981; "Abolire il sistema penale?", Dei delitti e delle pene, 1,
n, 1, 1983, pp. 71 ss,; N. Christie, "Couflict as property", The British
Journal of Criminology, n. 1, 1977. pp. 1 ss.¡ Limits to Pain, Oxford,
1981. Respecto de Ia discusión en el seno de la cultura jurídica de
izquierda cfr:, entre otros, T. von Trotha, "Limits to Pain. Diskussions-
beitrag zu eine:r Abhandlung von Nils Otristie", Kn·rninologisches
Journal, XVl, n. 1, 1983, pp. 34 ss.; S.S. Scheerer, "L'abolizlonismo
nella criminologia oontemporanea''. Dei delilli e delle pene, I, n. 3,
1983, pp, 525 ss.; "Die abolitionistische Pefspektive", Kriminologisches
Journaf, XVI, n, 2, 1984, pp. 90 ss,; P. Marcnni, "La strategia aboli-
zionistica di Louk Hulsman", Dei delitti e delle pene, I, n, 1, 1983,
pp, 221 ss.; E. f'r.ircía-Méndez, "Dei problemí sociaH e della decrindna.-
lizzazione", Dei delitti e delle pene, 1, n. 1, 1983, pp, 211-ss.; H. Ha-
ferkamp, ''Herrschaftsverlust und Saktionsverzicht. Kristísche Be-
merkungen zur Thoorie des starken Staates, dex neuen sozialen Kon-
trolle und des ideellen Abolitionismus", Kriminologisches Journal,
XVJ, n. 2, 1984, pp. 112 ss. En otxa ocasión he tratado de definir
en sus rasgos generales el modelo de una polítíca criminal alternativa
que emplea como criteri.o 1netodológú:o y como ªutopía concreta"
Ja idea de la superación del sistema penal. Cfr. A. Baratta, "Crimi~
nologia critica e politica pena1e alternativa". Annall della fondazio-
ne Lelio e Lisli Basso, Jssoco, vol, III, 1981, pp. 400 ss.; cfr. también
mi monografía, Criminología critica e critica del diritto penale, op,
cit., cap. XV.
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