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Cruzando Los Limites - Maria Martinez PDF
Cruzando Los Limites - Maria Martinez PDF
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1.ª edición Junio 2015
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Portadilla
Créditos
Cita
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Agradecimientos
Prólogo
Mayo, 2011
Savannah:
Te echo de menos.
Caleb:
Yo también te echo de menos.
Savannah:
Dile a Tyler que le odio por tenerte
trabajando como un esclavo.
Caleb sintió una punzada de
remordimientos por haberle mentido. Le
había dicho que Tyler le necesitaba en el
taller. No se le ocurrió otra cosa que
ocultara sus verdaderas intenciones.
Caleb:
Te lo compensaré. Prometido.
Savannah:
¿Mañana? ¿Desayunamos juntos? Mis
padres no estarán.
Caleb:
¿Me estás invitando a tu casa?
Savannah:
A mi casa, a mi cocina, a mi
dormitorio...
Caleb:
¿Alguna vez te han llevado el desayuno
a la cama?
Savannah:
Nunca un chico guapo y sexy... y ¿sin
ropa?
Caleb:
Tú ordenas, yo obedezco.
Savannah:
Entonces sin ropa. Besos. Te quiero.
Caleb:
Yo también te quie...
Caleb:
Hasta mañana, princesa.
Caleb:
Te prometí que encontraría la fórmula
para que lo nuestro funcionara. Lo
siento, no hay fórmula alguna. Jamás
funcionará. Tú y yo no tenemos futuro,
nunca lo hemos tenido. Ahora lo sé.
Nunca quise hacerte daño, Sav.
Cuídate.
—Hola, Sav.
Savannah levantó la cabeza de golpe. El
corazón se le detuvo un instante antes de
comenzar a latir desbocado en un peligroso
ascenso hacia su garganta. Conocía aquella
voz grave y áspera. Se quedó paralizada,
segura de que su oído le estaba jugando una
mala pasada. Porque no podía ser. Se dio la
vuelta muy despacio. ¡Ay, madre! ¡Era él,
Caleb estaba allí de verdad! Vestía un tejano
oscuro y una camiseta de algodón gris bajo
una chaqueta de piel negra. El pelo
empezaba a cubrirle las orejas y unos
mechones rebeldes revoloteaban por su
frente. Decir que estaba guapo no le hacía
justicia.
Savannah trató de recuperar el ritmo de su
respiración y lo miró a los ojos, marrones y
brillantes como si una luz los iluminara
desde dentro. Nunca los había visto tan
vivos.
—Hola —respondió en apenas un susurro.
El suelo se sacudía bajo ella, o quizá fueran
sus piernas.
Caleb dio un paso hacia Savannah y la
miró de arriba abajo. No quedaba en ella
ningún rastro de la niña que recordaba. ¡Y
estaba más sexy que nunca! Lucía un vestido
negro ajustado con botas altas y un abrigo
entallado que marcaba con precisión su
silueta. Se le aceleró la respiración y un
calor endiablado le quemó las entrañas. Dos
pasos más y solo necesitaría inclinarse un
poco para besar aquellos labios que tanto
echaba de menos. El problema era que ya no
tenía ese privilegio.
—Te veo bien. ¿Qué tal te va?
—Bien —logró responder Savannah,
demasiado turbada por la impresión.
—Creí que estarías en Columbia, en la
universidad.
—Cambié de opinión, decidí que quería
probar otras cosas. A mis padres casi les da
un infarto, pero parece que se van
acostumbrando. ¿Y a ti qué tal te va? ¿Dónde
has estado todo este tiempo? —soltó,
recuperando el control sobre sí misma.
Caleb se encogió de hombros.
—Viajando sin rumbo.
—¿Es algo metafórico? —preguntó
desconcertada.
Caleb sonrió. Se moría por tocarla y tuvo
que hundir las manos en los bolsillos de su
chaqueta para no sucumbir a su deseo.
—No es metafórico. He estado viajando
durante todo un año. Boston, Chicago,
Seattle, Colorado, Alberta...
Savannah habría esperado cualquier
respuesta menos esa.
—¡Todo un año! ¿Y qué has estado
haciendo de un lado para otro todo ese
tiempo?
Caleb se encogió de hombros.
—He servido mesas, he lavado coches y
he aprendido mucho sobre quién soy.
—¿Y has hecho ese viaje tú solo? —La
pregunta apareció en su boca sin darle
tiempo a pensar, y Savannah se arrepintió
inmediatamente.
—Sí. Ese era el motivo del viaje, estar
solo.
—¿Y qué pasa? ¿San Francisco está en tu
itinerario? —inquirió ella. La necesidad
imperiosa de saber qué estaba haciendo él
allí le martilleaba el pecho.
«Ni siquiera pienses que está aquí por ti»,
se dijo a sí misma.
—Aunque no lo creas, esta fue la primera
parada. —Caleb sacudió la cabeza—. Hace
tiempo que dejé de dar vueltas. Llevo tres
meses viviendo en Vancouver. He
encontrado trabajo allí y me gusta aquello.
Es diferente.
Savannah se mordió el labio y se balanceó
sobre los tacones.
—Parece que ambos estamos cumpliendo
nuestros sueños.
Caleb asintió. Entonces se fijó en la
carpeta que abrazaba y en el membrete
dorado grabado en la esquina superior.
Sonrió.
—Parece que sí. ¿Debo felicitarte?
Alargó la mano y golpeó la carpeta con el
dedo. La brisa agitó la melena de la chica y
un mechón se le enganchó en la comisura de
los labios. No pudo controlar el impulso y se
lo apartó rozándole los labios a propósito
con las yemas de los dedos.
Savannah le devolvió la sonrisa y se puso
colorada.
—Acabo de firmar un contrato con una
agente literaria. Intentará vender mis
manuscritos —respondió.
—Me alegro por ti, señorita escritora —
musitó Caleb. Dio otro paso hacia ella—. Te
lo mereces.
Savannah dejó de respirar. Todo lo que
aún sentía por él la arrolló con la fuerza de
un camión. Su cuerpo cobró vida de repente:
demasiadas emociones, demasiados
sentimientos y preguntas, muchas preguntas.
Se estaba mareando y ya no soportaba más
aquel «Hola, qué tal, pasaba por aquí».
—¿Qué haces aquí, Caleb? —Su nombre
se deslizó por su boca con una suavidad y
una familiaridad indebida.
Caleb la contempló un largo segundo antes
de contestar. Había llegado el momento de
hacer la mayor apuesta de toda su vida,
porque para eso estaba allí.
—Estoy buscando a alguien, una chica.
Hay algo importante que necesito decirle —
confesó, incapaz de apartar sus ojos de ella.
Savannah apretó la carpeta contra su
pecho para disimular que estaba temblando
de arriba abajo, y no por el frío.
—¿Y qué es eso tan importante que
quieres decirle?
Caleb se pasó una mano por la nuca.
Jamás había estado tan nervioso.
—Tantas cosas que no creo que sepa por
dónde empezar. Pero me gustaría darle las
gracias.
—¿Las gracias? —inquirió Savannah,
confusa.
Él asintió muy serio. Irguió los brazos y
tomó aire.
—Quiero darle las gracias por
preocuparse por mí y por evitar que
arruinara mi vida. Por haberme impedido
hacer algo de lo que me habría arrepentido
para siempre y que me habría destrozado.
Quiero darle las gracias por enseñarme que
siempre hay otro camino aunque cueste
verlo, y que siempre se puede cambiar.
»También quiero pedirle perdón. Perdón
por haberle hecho daño, por no confiar en
ella cuando me había demostrado con creces
que no me fallaría jamás. Perdón por
haberme cargado lo que había entre
nosotros. La fastidié, metí la pata hasta el
fondo, fui cruel y la hice sufrir. Estaba
seguro de que si no la apartaba de mí,
acabaría destrozando su vida del mismo
modo que estaba destrozando la mía. Nunca
podré perdonarme por ello, y si pudiera
volver atrás y tragarme cada palabra, lo
haría.
—Caleb —musitó Savannah sin saber muy
bien qué decir, ni adónde pretendía llegar él.
—Y después necesito explicarle algo —
continuó Caleb. Dio otro paso y el olor de su
perfume lo envolvió como un abrazo. Ella
era su casa, el lugar al que quería regresar
cada día—. Dejarla es lo más difícil que he
hecho nunca, pero no tenía más remedio.
Estaba roto por dentro. No tenía nada que
ofrecerle. No podía arrastrarla a un infierno
lleno de traumas y miedos. Tenía que poner
mis cosas en orden y enfrentarme a mí
mismo y a mis decisiones. Y debía hacerlo
solo, porque no estaba seguro de si lo
lograría. Lo he conseguido. Sé que he
tardado, pero ahora estoy en paz conmigo
mismo —explicó.
Savannah no podía apartar los ojos de su
mirada, tan intensa y oscura como el abismo
que estaba a punto de tragársela. Caleb
suspiró antes de añadir:
—Sé que soy un desastre y un capullo con
un genio de mil demonios, y que no hay nada
en el mundo que pueda hacer para merecerla.
Pero quiero intentarlo. Estoy dispuesto a
cambiar, a intentar ser mejor. Quiero ser el
hombre que ella necesita y estoy dispuesto a
arriesgarlo todo por un futuro que merece la
pena. Porque ella es la única chica con la
que imagino ese futuro. Nací para quererla y,
si no es ella, no será ninguna otra. Así que,
estoy dispuesto a hacer cualquier cosa que
me pida para recuperarla. Solo espero que
no sea tarde.
Se quedó inmóvil un momento, y luego un
estremecimiento le recorrió el cuerpo. Ya
estaba, ya lo había soltado todo. Días
ensayando y al final había improvisado
porque nada le parecía suficiente. No había
palabras en el mundo que pudieran expresar
cómo se sentía.
Savannah no se había dado cuenta de que
estaba llorando hasta que Caleb le rozó la
mejilla con el pulgar y le limpió una lágrima.
Tenía las manos frías y temblorosas y ella
deseó cubrirlas con las suyas y no soltarlas
nunca, pero estaba bloqueada. Demasiado
impresionada por la declaración. Ni en sus
mejores sueños contaba con que algo así
pudiera pasar. Había tirado la toalla hacía
mucho, tanto que llevaba mucho más tiempo
convenciéndose de que lo había perdido, que
esperando a que regresara.
—¿Qué crees que dirá? —preguntó Caleb.
—No lo sé —respondió ella, encogiendo
los hombros. De repente estaba aterrada—.
Supongo que... que te dirá que no necesita
que le des las gracias. Hizo lo que
consideraba correcto y todo lo que pudo
para que no arruinaras tu vida. Te perdonará
por haberla hecho sufrir y por haber sido
cruel, y también por haberla dejado. En el
fondo entendía tus motivos y que necesitabas
encontrar tu propio camino; aunque fuera sin
ella. Pero... —resopló y cerró los ojos un
momento.
—Pero...
—Pero... —Se le formó un nudo en la
garganta cuando lo miró a los ojos. Los
nervios la estaban destrozando y el dique
que a duras penas contenía sus sentimientos
se vino abajo—. Todo esto. Tú... y aquí... No
lo esperaba. Estaba convencida de que no
volvería a verte, que se había acabado para
siempre. Y ahora me sueltas todo esto y yo ni
siquiera soy capaz de pensar. ¡Más de un
año! ¡Dios, te presentas ante mí quince
meses después de largarte sin un maldito
adiós y me dices que esperas que no sea
tarde! ¿Te das cuenta de lo que me estás
haciendo? He vivido obligándome a no
pensar en ti, a olvidarte.
—Lo siento —se disculpó él—. Si... si
pudiera volver atrás, lo cambiaría todo.
—Yo también —confesó ella.
Caleb le tomó el rostro entre las manos y
la obligó a que lo mirara a los ojos.
—Sav, haré lo que sea por ti, lo que me
pidas, solo tienes que decírmelo. Quiero
recuperarte. Tú eres todo mi mundo.
Ella lo apartó y dio un paso atrás.
—Pero yo no sé lo que quiero. No lo sé.
—Sollozó—. Apenas he conseguido vivir
sin esperarte, sin preguntarme si ese sería el
día que aparecerías. Me ha costado mucho
llegar hasta aquí y conseguir lo poco que
tengo. Ahora no puedes aparecer sin más y
volver a poner mi mundo del revés. —Se
llevó las manos a la frente y negó con la
cabeza—. Necesito pensar. No... no puedo
darte una respuesta ahora.
Caleb la miró fijamente mientras
asimilaba el mensaje. Asintió una sola vez.
—Está bien. No tenía ningún derecho a
esto. La culpa es mía. Toda la
responsabilidad es mía. Lo siento mucho.
Cuídate, ¿vale? —dijo mientras su corazón
se hacía pedazos.
Se inclinó y la besó en la frente,
demorándose en el contacto hasta que sus
labios se pusieron blancos. Apretó los
párpados. Se apartó y trató de sonreír
mientras la miraba por última vez. Dio
media vuelta y comenzó a alejarse. Joder,
¿qué pensaba que iba a ocurrir, que iba a
saltar a sus brazos con una enorme sonrisa
como si nunca hubiera pasado nada? Tenía lo
que se había ganado a pulso. ¡Estar solo!
Savannah se quedó mirándolo. Notó cómo
el pánico, el miedo y la desesperación
crecían en su interior. Y la respuesta
apareció sin más. ¡Ay, madre, se iba, se
estaba yendo! Pero ¿qué demonios estaba
haciendo allí plantada? ¿Que no sabía lo que
quería? ¡Por Dios, lo quería a él! ¡Día y
noche, de por vida!
—¡CALEB! —gritó, con tanta
desesperación que la gente se paró a mirarla.
Caleb se dio la vuelta y vio a Savannah
corriendo hacia él. Una punzada de
esperanza se abrió paso en su interior, donde
un intenso dolor lo estaba matando. Ella
redujo la velocidad y se detuvo a pocos
pasos, reprimiendo el impulso de lanzarse a
sus brazos y enterrar el rostro en su pecho.
Trató de mantener el equilibrio sobre sus
tacones, algo bastante difícil cuando sus
piernas se movían con vida propia. Las
mejillas le ardían y un calor asfixiante le
recorría el cuerpo. De repente le sobraba el
abrigo, el vestido... y le faltaban las
palabras.
—Has dicho que harías cualquier cosa
por mí. Lo que sea para recuperarme —
murmuró Savannah con la respiración
entrecortada.
—Sí, lo que sea —respondió Caleb.
El corazón se le subió a la garganta.
—Bien. ¡Pues quiero mi cuento! No
necesito un palacio, pero una casa pequeñita
con grandes ventanas por donde entre mucha
luz para que pueda escribir estaría bien.
Tampoco necesito un príncipe azul, prefiero
al lobo fiero, engreído y gruñón. Pero lo que
sí necesito, por encima de todo, es un final
feliz. ¡Quiero que me des mi final feliz! —
exclamó con tono vehemente.
Caleb le rodeó la cintura con el brazo y la
atrajo hacia su cuerpo como si tuviera miedo
de que pudiera desvanecerse si no la
sujetaba con fuerza. Con la otra mano le
acunó el rostro. Temblaba de arriba abajo y
un suspiro trémulo escapó de su garganta.
—Te juro que lo tendrás —aseguró con
una sonrisa que prometía el universo, y le
rozó la sien con los labios—. Un final para
siempre.
Savannah notó cómo se le aflojaban los
huesos y un escalofrío le recorría el vientre.
Un hambre voraz se apoderó de ella. Deslizó
las manos por su torso, bajo la chaqueta, sin
importarle que la carpeta hubiera caído al
suelo y que el viento arrastrara las hojas.
Echaba tanto de menos tocarlo, sentirlo.
—Y no quiero que cambies, me gusta
como eres. Un capullo con un genio de mil
demonios —dijo ella, mirándolo a los ojos.
Él soltó una risa ahogada.
—Vale, eso será fácil.
La besó en la comisura de los labios
mientras le clavaba los dedos en la espalda
con un gesto posesivo. Tenía miedo de
soltarla.
—Y me querrás con toda tu alma el resto
de tu vida. Solo serás mío, no habrá nadie
más.
Caleb asintió sin dudar. Su mirada era
pura convicción. Jamás podría mirar a nadie
más que no fuera ella.
—Hecho, es imposible que exista otra que
no seas tú. Soy tuyo.
—Y estarás en mi cama cada noche —
señaló Savannah con voz ahogada. Enterró el
rostro en su pecho.
—Te haré el amor cada noche —le
susurró Caleb al oído. La apretó con más
fuerza para sentirla en cada centímetro de su
piel.
A Savannah se le desbocó el corazón con
aquellas palabras.
—Y serás tú quien le diga a mis padres
que nos vamos a vivir juntos.
Caleb soltó una carcajada que hizo que
ella también se echara a reír. Se separó un
poco para mirarla.
—De acuerdo. Querrán cortarme las
pelotas, pero lo haré. ¿Algo más?
Ella asintió con una sonrisa coqueta.
—Quiero que me beses.
Los ojos de Caleb se oscurecieron de
deseo al posarse sobre su boca. Le tomó el
rostro entre las manos y la besó con
suavidad. Sus labios se curvaron en una
sonrisa sobre los de ella y un ronroneo vibró
en su garganta cuando Savannah abrió la
boca y su lengua acarició la de él. La alzó
del suelo y la estrechó fuerte contra sí.
Tenerla entre sus brazos una vez más era
algo que no merecía, pero pensaba ganarse
ese regalo cada día.
—Te quiero, princesa.
Agradecimientos
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