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General Dietl

General Dietl

Por

Coronel Kurt Herrmann


& Gerda Luisa Dietl

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Índice

Prefacio 5
Prólogo del General de Tropas de Montaña von Hengl 6
Preámbulo 7

I. Antecedentes Familiares y Militares del General


1. La juventud de Dietl 8
2. El padre de familia 15

II. El Viaje De Los Vikingos


1. A bordo de los destructores 26
2. Desembarco en Narvik 38
3. Comienza la lucha 51
4. El hundimeinto de los destructores 59

III. Rodeados Por Enemigos


1. Comienza a cerrarse el cerco 64
2. Cortados del mundo 73
3. En nuevos puestos de combate 84
4. Período lleno de preocupaciones 101

IV. Pérdida Y Reconquista De Narvik


1. El ataque a la ciudad 113
2. Resoluciones trascendentales 118
3. De nuevo en Narvik 127
4. La empresa Búfalo 131
5. Consideraciones retrospectivas 137

V. El Frente En El Artico
1. El Cuerpo de Montaña Noruega 145
2. Concentración en Laponia 153
3. Comandante en Jefe del 20. Ejército de Montaña 165
4. El hermano de armas Finlandia 171

VI. Alemania pierde a su Dietl 185

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Prefacio

Este libro está dedicado especialmente a vuestras unidades de montaña.


Le seguirá, en orden de publicación, la obra del Coronel General del ejército alemán Lothar
Rendulic titulada “LUCHAS, VICTORIAS Y DERROTAS”, en cuya III Parte el autor relata
los acontecimientos ocurridos en el mismo teatro de operaciones en el que actuó el general
Dielt pues, precisamente, el general Rendulic fue designado para reemplazarlo al fallecer el
general Dielt.

En ambas obras los cuadros de las tropas de la especialidad podrán apreciar lo que la guerra
de montaña exige al personal, tanto moral como profesionalmente. Les inducirá a reflexionar
sobre el método en la preparación y ejecución de las empresas y sobre el mantenimiento
absoluto del secreto.
Podrán formular consideraciones sobre las características geográficas de un teatro de
operaciones de montaña en el norte de Europa, sobre el clima y, especialmente, sobre su gran
alejamiento del territorio alemán, base del abastecimiento de las tropas empeñadas.
Podrán conocer cómo se limita y restringe la actividad de combate durante la época invernal
y sobre la forma en que son ocupados los frentes en la lucha en la montaña.
Pero, lo más importante de todo, consistirá, sin duda, comprobar que hoy como siempre, los
factores decisivos para obtener la victoria, aún contra manifiesta superioridad adversaria,
continúan siendo:
– el espíritu de sacrificio de oficiales, suboficiales y soldados;
– la cooperación y hermandad de las fuerzas armadas;
– la personalidad del Jefe, su autoridad y su prestigio.

Si se logran esos propósitos, se habrá justificado plenamente la publicación de ambos


volúmenes.

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Prólogo

“Tengo un solo anhelo, una única aspiración, mostrarme digno de mis soldados”.

Ese fue el lema de Dietl, de acuerdo con el cual vivió y procedió. Sencillo, claro, enjundioso,
paternal, justo y dotado de altas cualidades militares y humanas: así se halla ante nosotros.

Narvik y Dietl eran para todo el pueblo alemán un solo concepto. Los frentes en el mar
Ártico, en la tundra de Laponia y en los bosques vírgenes de Finlandia lucharon durante
años bajo su mando en una íntima cooperación de todas las partes de la Wehrmacht y en
estrecha unión con los hermanos de armas finlandeses.

Pero, para los que como deportistas, como alpinistas y como amigos estaban más cerca
suyo, él fue el búfalo, el que no conocía esquemas.
A pie o en esquí, con la infaltable bolsa en la espalda, siempre el Coronel General estaba
adelante con sus soldados.
Si en la montaña habían personas que necesitaban auxilio, era el primero en tomar la
cuerda y acudir en su ayuda.

Cuando Finlandia se hallaba en situación muy apremiante, cuando los frentes finlandeses
fueron rotos y las puntas de lanzas de la ofensiva soviética se hallaban delante de Viborg,
Dietl, con rápida resolución, se trasladó en vuelo al Cuartel General Supremo a fin de
recabar ayuda. Fue el último servicio prestado al ejército de su mando que se hallaba
aislado en el extremo septentrional así como a Finlandia. En este vuelo se destrozó el
Junker probado en innumerables tempestades en el Ártico, con la cabeza de búfalo pintada
en la proa.

El héroe de Narvik amaba, sobre todo, las montañas; ellas eran una fuente de su fuerza y
de su fe; murió en plena montaña, en su ley.

No escriban sobre mí y sí sobre mis cazadores, expresó repetidas veces Dietl. Eso quizá
habrá sido conveniente entonces. Hoy, empero, debe escribirse sobre él y sus soldados.
Quiera contribuir este libro a mantener vivo el recuerdo del Coronel General Dietl en el
pueblo alemán y sobre todo en su juventud.
“Era de los mejores”.

Sonthofen, setiembre de 1951.


Caballero von Hengl General de Tropas de Montaña

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Preámbulo

Cuando afuera en el mar Ártico comenzaba a bramar la furiosa tempestad y precisamente


al mismo tiempo el enemigo atacaba desde tres lados; cuando todavía, como en Narvik,
convergían todas las hostilidades imaginables: la tormenta de nieve, el frío, el hambre,
los grandes y los pequeños calibres de la superioridad adversaria; cuando así de nuevo se
jugaba el resto, entonces sólo había una palabra que levantaba a todos, tan pronto alguien,
en fiera desafío, gritaba en plena tormenta -muchachos dietlea.

Dietlea. Con esa palabra los cazadores de montaña se empeñaban en los momentos de-
cisivos ante el hombre que con agudo y seguro instinto, justamente en tales situaciones,
realizaba lo extraordinario, lo que si bien cada uno estaba dispuesto a hacer, le faltaba el úl-
timo impulso. Los cazadores se daban cuenta que Dietl era distinto a lo que comúnmente
se suponía de él: grosero, solo a fin de ocultar su propia corazón, tan profundamente sen-
timental y emotivo; brusco, para oponerse a todo lo que no fuera verdad, y de un humor
rudo porque la profunda e inexorable seriedad de su idiosincracia requería ese contrapeso.

Fue un verdadera bávaro, pero a la vez, un alemán derecho en todas sus manifestaciones.

7
I
Antecedentes familiares y militares del General
1. La juventud de Dietl

E l padre de Dietl era de Regensburg y la madre de Landshut. Los antepasados de Dietl


trabajaron como artesanos en Amberg y Regensburg, en Straubing y Nüremberg; algu-
nos fueron, a través de varias generaciones, concejales y jueces; pero muchos prefirieron ser
lo que respondía a su modo especial: soldados. Uno de ellos, Nicolás Dietl, un tatarabuelo
del General fue capitán bávaro y jefe del cuartel en Ingolstadt; otro tuvo el mismo cargo en
Straubing. El padre de Dietl buscó, empero, su pan en la Alta Baviera y fue, finalmente, re-
ceptor de rentas en Bad Aibling.
Allí, en el primer piso sobre la fiambrería de Engelbart Muggli, vino al mundo el 21 de julio de
1890, como primero de tres varones, Eduardo Dietl. -Precisamente allí donde el letrero dice fiam-
bres surtidos he nacido yo, acostumbraba Dietl decir más tarde, cuando mostraba su casa natal a
los amigos.
Pero lo de fiambres surtidos no pasó de rótulo. Es cierto que en la casa paterna todo
estaba preparado para permitir que el muchacho se orientara hacia una vida tranquila,
contemplativa y burguesa. Respondía así enteramente a la época satisfecha y estabilizada
de fines del siglo pasado, una época sin problemas ni inquietudes, en que para el hijo de
un empleado no había otra aspiración que ser también empleado, si bien un poco más
adelante que el padre, es decir en este caso “consejero financiero” o por lo menos “jefe de
la receptoría de rentas regional”.

La sangre dinámica de la ascendencia trabajaba, empero, en contra. Ya el hecho que


vinieran tres varones, uno por año, lo que permitía su estrecha unión, les dio el necesario
impulso, y los viejos habitantes de la ciudad balnearia de Bad Aibling cuentan todavía,
llenos de espanto, las travesuras de los chicos de Dietl en esa población tranquila, la que
sólo había sido fundada para que personas de edad, a fuerza de barro y de baños, curaran
su gota y los males nerviosos.
Ser soldado era para Dietl la aspiración que tuvo desde niño. En su quinto cumpleaños
había recibido de regalo un fusil de madera. Apenas la madre había salido de la pieza
cuando ya se trenzaron los chicos. Cuando, afligida, la madre volvió, Edi había roto el fusil
en el casco de Pablo y se dirigió a ella con los dos pedazos en la mano -Ya te lo había dicho,
le gritó, este fusil es una porquería.
Otra vez, cuando todo lo que servía como arma ya había sido destruido, los muchachos
destornillaron las varillas para cortinas y con ellas se tomaron a palos. -Hoy debe correr
sangre, dijo Edi, pues en la casa no había más que los chicos, salvo Babeta, la vieja cocinera.
Cuando los tres ya sangraban abundantemente de las heridas que se habían hecho, la vieja,
asustada, asomó a la puerta. Pero de inmediato los muchachos que acababan de golpearse
de ese modo, formaron un frente común contra la cocinera y la hicieron salir de la puerta,
pues hacer parar la sangre era cuestión de ellos mismos, que la entendían bien.
Escalar era para el joven Dietl lo más hermoso de la vida. Empezó entonces en Aibling,
subiendo el pararrayos de la casa. Cuando la Babeta, en una oportunidad, regresaba cruzando
la calle con el tarro de la leche, vio al pequeño Edi colgado con ambas manos de la cumbrera
del techo. Ella comenzó a gritar pidiendo auxilio. -Babeta, le dijo el muchacho desde la
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altura, -deja a un lado la leche, arrodíllate y reza para que pueda subir al techo. Entonces la
vieja puso obedientemente el tarro de la leche a un lado, se arrodilló y empezó a rezar en alta
voz. Entonces el muchacho se dio un fuerte envión, flexionando los brazos, y quedó sobre el
techo, desde donde le gritó -Puedes levantarte, Babeta; tu rezo ha servido.
Cuando ya no quedaba techo de casa ni iglesia que no fuera escalada, el padre llevó al hijo
mayor a las montañas.

En la región de Aibling se halla hacia el sur un cerro singular que emerge bruscamente con
rocas escarpadas desde una encantadora zona de colinas: el Wendelstein. El que está allá
arriba, ve hacia el sur montañas más elevadas y más agrestes: el Wilder Kaiser. Y si también
allí ha dominado un pico, sea el Totenkirchel, el Ellmauer Halt o el Fleichbank, entonces
hacia el sur ve de nuevo montañas de características propias: los gigantes nevados de los
Alpes del valle del Zilien Pero detrás de ellos se encuentran lo más hermoso y grandioso
que hay en todos los Alpes: los Dolomitas, que Dietl calificaba como “el más hermoso
jardín de montañas de Dios”. De este modo el joven Dietl había venido al mundo en la
mejor comarca para ir creciendo, de una cumbre a otra, en plena montaña. Y para esto
tenía, por cierto, la pasta necesaria, pues desde chico amaba el peligro. Sólo donde surgían
peligros se sentía cómodo.

Cuando cursaba el colegio secundario en Rosenheim, las batallas entre muchachos ya no le


atraían tanto y la única guerra en el mundo, la ruso-japonesa, se libraba muy lejos de él; las
montañas fueron para él esa escuela del coraje que le parecía más importante que cualquier
otra. Pablo lo acompañaba con entusiasmo. Benno, en cambio, prefería quedarse dedicado
al estudio de los libros y sólo les decía -si se rompen las piernas, que no se las vayan a arquear
más. Así salía con Pablo todos los días libres a escalar el Wendelstein y las montañas situadas
más atrás, llevando en el bolsillo poco más de un pedazo de pan seco y un par de manzanas.
Todo lo que en los muchachos era motivo de aflicción para la madre, era de alegría
para el padre. El pequeño Edi apenas tenía nueve años cuando su padre lo llevó como
acompañante al Schiern, cerca de Bozen.
-Pero tiene 2.500 metros de altura, muchacho, y en un día tenemos que estar allí arri-
ba. -También el regreso lo hago en el día, padre. Y efectivamente en un día el padre y
el hijo escalaron y descendieron el Schiern.

Del padre aprendió, empero, que lo interesante no era dominar una cumbre tras otra,
sino aprender a amar la vida y la hermosura de la naturaleza. “Todo lo que va con la
naturaleza es bueno”, acostumbraba decir el padre.
Desde su más temprana juventud, el muchacho aprendió a conocer todas las plantas y los
animales. No trinaba pájaro alguno en el bosque que él no le imitara su canto. Conocía y
amaba las flores. Más tarde, cuando ya era jefe responsable, podía ocurrir que Dietl en un
ejercicio de montaña suspendiese el desarrollo e hiciese esperar al grupo de oficiales que
lo rodeaba, a fin de sacar de una roca una planta rara, aparentemente sin importancia, que
quería llevar a sus hijos. Este amor precisamente a todo lo que carecía de apariencia y de
exterior en la naturaleza, fue para él una verdadera fuente de satisfacciones y de consuelo
durante toda su vida y le hermoseó los años que debió pasar en el Extremo Norte.
Ya temprano, empero, las montañas le mostraron también su dureza y crueldad. Hartl,
el joven hijo del jardinero del palacio de Maxlrain, que al igual que Pablo era su mejor

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compañero de montaña, cayó en la pared del Kampen. Lo encontraron muerto en el
Steinkar y lo llevaron cuesta abajo al valle. Esta desgracia lo impresionó profundamente.
Durante semanas enteras pasaba las horas libres en el bosque y en las praderas y nada
quería saber de las montañas.
Pero, después, la pasión por las montañas lo tomó con mayor vigor aún. Escaló la pared
del Kampen, siguiendo la misma ruta en que se había derrumbado su amigo; ascendió solo
el trecho del accidente, dominó la cumbre y tanto más subyugado quedó al sortilegio de las
montañas, -Sí, mis montañas!, decía una vez a sus amigos.
-Si el mundo no tuviera montañas, la vida jamás me causaría alegrías; le pediría al
Todopoderoso que hiciera un mundo nuevo, un mundo lleno de montañas. No podría tolerar
que la carretera se desarrollase siempre por la llanura. Pero si de repente se yergue una
montaña de ley, con una pared recta como flecha y dice: ‚si queréis seguir adelante, tendréis
que vencerme, entonces está bien. Una montaña lo es realmente cuando no quiere que la
escalen, cuando se defiende con paredes sin manijas, con rocas salientes, con derrumbaderos
de piedras, con aludes de nieve. Allí terminan las hermosas perspectivas, el encanto de las
chozas, el libro de firmas en la cumbre y otras historias; allí se va jugando la vida. Entonces,
recién entonces, empieza la verdadera ascensión de la montaña. Lo que soy, no lo ha hecho la
escuela; lo que soy, lo han hecho de mí las montañas.

El estudio no fue descuidado de manera alguna. Pero cuando el Rector del Colegio
Nacional entregó al joven Dietl el certificado de bachillerato, movió un poco la cabeza,
recordando las muchas travesuras. Después le preguntó -¿Qué quiere Ud. ser, Dietl?.
-Militar, Señor Rector.
El Rector levantó las cejas -Dietl, Dietl, entonces Ud. tendrá que tener un buen sargento 1°,
pues sino será un vago.
Cada vez que relataba este episodio, agregaba Dietl con amplia sonrisa -Razón tuvo el
viejo Rector. Me he hecho un vago. Pero no ha sido culpa del sargento 1º.

En esa época no era fácil ser soldado y especialmente oficial. Un camarada de Dietl del
año 1909 ha relatado el episodio: Dietl debía presentarse personalmente, en Bamberg al
jefe del regimiento. Con sus certificados de estudios, el Coronel estaba conforme —pero las
piernas cambiadas y las grandes orejas... Rechazó su solicitud en la que pedía ser aceptado
como aspirante a oficial. De ese modo poco faltó para que Dietl no fuese militar y resultara
al final un honrado empleado, como parecía estar predestinado.
Regresó deprimido a Bad Aibling y reflexionó si no debía esperar un año y presentarse
entonces a otro regimiento. Pocas semanas después recibió una invitación a presentarse
nuevamente. El jefe que lo había rechazado había pasado a retiro y el reemplazante, aceptó
a Dietl, de diez y nueve años de edad.
No quería esperar un solo día más para ser, por fin, militar. De este modo ingresó como
aspirante a oficial en el Regimiento 5 de Infantería de Baviera en Bamberg. De acuerdo con
su modo de ser, tomó el servicio en forma más seria y severa que los demás. Pero el escaso
tiempo libre pertenecía a las montañas. Como los Alpes estaban muy lejos, escalaba las
rocas de la Franconia, recorría los bosques profundos de los Fichtel-Gebirge o las cumbres
solitarias del Rhön. Le agradaba Bamberg, esta ciudad alegre y abierta; también tomaba
parte en la estrecha amistad existente entre los oficiales del “Quinto” y los del regimiento
de ubanos, aunque cuando estaba solo se encontraba más a gusto.

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En su primera licencia fue de nuevo a Wilder Kaiser, escaló, pasando por las montañas
de ventisqueros del valle del Ziller, el Olperer y el Hochfeiler y se internó después en los
Dolomitas. Así, en tres semanas, recorrió todo lo que había conocido en su época de
escolar y permaneció el resto en el Rosengarten. ¡El Tirol Meridional y sus montañas! Allí
se sentía feliz. Un cuadro de las tres almenas lo acompañó durante toda su vida y adornó
su hermosa casa en Graz.
Las montañas lo fueron modelando cada vez más. Como verdadero soldado detestaba
hasta el tuétano todo lo que fuera pequeñez y mezquindad y las montañas le parecían el
medio más seguro para ser un hombre y soldado, de una sola pieza.
Desde la Silvretta había llegado con un compañero de ascensión a la Bernina. Mucho
después de mediodía, cuando ya nadie va a las cumbres, entró al refugio de Diavolezza,
con la bolsa en la espalda y encima de ella la cuerda de montaña, de veinte metros de largo,
de la que estaba muy orgulloso. -Al Palü lo tenemos que agregar —¡arriba!” exclamó y a la
tarde llegó al pico oriental del Piz di Palü por la cresta, siguió todavía al atardecer hasta el
pico principal “a mirar un poco” y ya de noche inició el descenso al refugio. Se hallaba allí
sentado con su amigo, muy fatigado, pero bien contento, y escuchaba a otra hermandad de
cuerda —también alpinistas alemanes— que discutían el plan de llegar el día siguiente al
Piz Cambrena por aquella famosa nariz de hielo que hasta entonces había sido franqueada
sólo una vez.
Ya no pudo quedarse en su mesa. -Hermano, esto es algo para nosotros, le dijo al compañero,
dándole un puñetazo en las costillas; se dirigió a la mesa de los otros, se presentó y fue
incorporado con agrado, a pesar de que todavía había practicado poco el escalamiento de
nieve.
Al día siguiente, después de una difícil subida, que demandó varias horas, con estos
camaradas de montaña escaló el muro vertical de hielo que, como la esquina de una casa,
se levantaba escarpadamente hasta la cumbre. Se sentía tan feliz que, mientras los otros se
deleitaban con el descanso, se puso a bailar lleno de entusiasmo, un movido baile bávaro,
sobre el Piz Cambrena, de 3.610 metros de altura.

Pocos días después demostró lo familiarizado que estaba con las montañas, cuando,
con su compañero de cuerda, en el descenso del Piz Bernina se encontró en medio de
una intensa tormenta de nieve. El amigo ya quería meterse dentro del “Refugio Rosa”
próximo. Pero Dietl se mantuvo firme en bajar directamente por el llamado Laberinto,
una temida grieta de ventisquero que desde hacía muchos años ya no era utilizada. -¡Voy
adelante! gritó y desapareció a la cabeza de la cuerda en medio de la violenta tempestad.
Por estrechos puentes de nieve, rodeando las anchas fracturas, fue trabajando cada vez
más hacia abajo, sin brújula ni carta, a través del caos de las torres de hielo. “Uno se orienta
con la nariz”, dijo, cuando diez horas más tarde, saliendo del ventisquero, dio exactamente
con el “Refugio Boval”.
Cuando la nieve cubría las montañas, entonces Dietl empleaba sus esquíes. En esa
época el esquí era todavía un deporte de pocos. Dietl fue uno de los primeros que tuvo
la intuición de la importancia singular de este deporte para el soldado alemán. El que no
lo ha visto sobre sus tablones, no lo ha visto en forma completa, pues en las carreras con
esquíes se reunía todo lo que para él constituía la vida: la montaña, la nieve, el peligro, el
estado del tiempo, la camaradería. -Debo haber venido al mundo con un par de maderos,
acostumbraba decir, cuando quería explicar a sus amigos su pasión por el esquí.

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En una hermosa y tranquila noche de montaña en el verano de 1914, el viejo y canoso
cuidador del refugio de Stripsenjoch se hallaba delante de la puerta y miraba atentamente
hacia la lejanía. -¿Qué vendrá después? le preguntó el joven alpinista que acababa de
descender de las rocas del Totenkirchl. El viejo arrugó la frente y como si viera más allá
del estado de la atmósfera hacia el futuro, sólo dijo -Viene guerra. Entonces Dietl le puso la
mano en la espalda, diciéndole -¡Guerra! ¡Si yo soy soldado!.
Estalló la guerra. Los tres muchachos Dietl, Edi, Pablo y Benno, todos ellos militares de
poco más de 20 años de edad, salieron el mismo día a campaña.
Cuando los del “Quinto” estuvieron en la encarnizada batalla por Lorena, el joven teniente
Dietl se distinguió en tal forma que fue de los primeros en recibir ya en agosto de 1914
la cruz de hierro de segunda clase. Pocos días después, el 23 de agosto, fue herido en el
hombro. El mismo día, casi a la misma hora, su hermano Pablo, en otro sector del frente,
recibió un balazo fatal y el mismo día también su hermano Benno cayó muerto en el Este.
Ese día, en que una madre perdió dos de sus hijos y halló en el hospital al tercero y último
luchando por la vida, influyó en el destino del joven oficial. -Ahora sólo te tengo a ti, le dijo
la madre, -tú tienes que quedarte. -De este modo tuve el cariño de los tres relataba siempre
Dietl, cuando hablaba de su madre, a la que estuvo ligado hasta la muerte con cariño
infantil.
¡Con cuánto agrado la madre lo hubiera sustraído a él, el último, del peligro! Pero conocía
demasiado bien a su hijo. Apenas restablecido, ya estuvo de nuevo en el Oeste, combatiendo
como teniente 1º con su compañía en el Somme, en Arras y en Flandes. Todavía fue herido,
tres veces más, en la cabeza, en el antebrazo y en ambas manos, Pero siempre volvía al frente.
Después de una de esas heridas, recibió un contingente de personal de reemplazo que
debía llevar a su regimiento, transportado por ferrocarril. Todos pertenecían a clases
antiguas y no era precisamente con “corazón contento” que partían al frente.
En esas circunstancias Dietl logró cambiar de pronto el espíritu reinante.
Se puso a la cabeza de la banda de música del regimiento, la dirigió él mismo con sus
largos brazos y con fuertes y enérgicas músicas de marcha condujo al contingente a la
estación de Bamberg. Todos estaban entusiasmados con el joven oficial, quien bien pronto
conquistó a los viejos soldados.
Vino después el doloroso final: el ejército alemán batido retrocedía a Alemania. Dietl
nunca habló mucho de aquellas difíciles semanas de fines de otoño de 1918, que pasó
en el hospital de Würzburg a fin de curarse de su última herida. Veía la desgracia que se
extendía sobre Alemania y cómo el caos penetraba cada vez más profundamente en el
pueblo, que, por cierto, había ofrendado sus últimas energías a la Patria. Se decía que en
Múnich reinaba el comunismo de los espartaquistas. No aguantó más. Ingresó al Cuerpo
Voluntario de Epp y mandó una compañía, con la que conquistó la localidad de Giesing,
ocupada por los insurrectos. Por primera vez las palabras: “Dietl está aquí” obraron como
una liberación. Su nombre empezó a adquirir prestigio.

Dietl odiaba todo lo que fuese comodidad y pequeñez; su pasión por las montañas no
era en realidad más que una lucha contra la indolencia y los convencionalismos. Nada
despreciaba más que las cosas a medias, que el temor a sacar la última consecuencia,
la conclusión final. -Si uno cae muerto, nada hay que hacerle, acostumbraba decir. -Pero
abandonar antes, aflojar antes de estar bien muerto, nunca.

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Su modo de pensar sobre lo que significa ser soldado, lo expresó una vez:
-Al soldado hay que tomarlo por el corazón. Allí uno lo encuentra. Todo lo demás es inútil.
El que tiene el corazón, tiene efectivamente a todo el soldado y puede con él, ir a sacar al
diablo del infierno. Mando debe haber; eso pertenece al oficio. Pero mandar solo no sirve para
nada. Es peor que no tener mando alguno.
- Mandar es fácil; lo difícil es conducir.
-La conducción requiere dos cosas. La primera: vivir con el soldado; no querer nada distinto
de lo que él tiene. En todo ir con él, escucharlo, entenderlo y ayudarlo siempre de nuevo hasta
donde sea posible. La segunda: ser superior a él. No permitirse jamás nada. Saber siempre
lo que hay que hacer como jefe conductor. Ser duro, cuando sea necesario exigir lo máximo,
pero ya antes, uno mismo haber realizado lo máximo.

En una inspección, debía Dietl presentar su compañía. Se produjo el cuadro característico:


la compañía estaba distribuida en el terreno; poco era lo que se veía de ella; Dietl mismo
estaba con sus jefes de sección y de grupo algo delante de ella. Todas las autoridades de ins-
pección —entre ellas varios generales— esperaban el comienzo del ejercicio. El superior que
dirigía, acababa de dar la misión de combate al jefe de compañía, cuyo tema era un ataque
contra el enemigo figurado. Ahora debía venir, por consiguiente, al menos según la práctica
habitual, la larga y detallada orden de ataque del jefe de compañía. Todos estaban atentos y
esperaban una muy completa y minuciosa “orden de inspección”. Debería abarcar ocho a
diez distintos puntos, para poder ser calificada de “adecuada para inspección”.
¿Pero qué ocurrió? Dietl se dio vuelta, miró a sus suboficiales que estaban, como él,
cuerpo a tierra, señaló con su brazo extendido hacia el enemigo y dijo:
-¡Allá está el enemigo! ¡arriba, contra él!”.
Los jóvenes oficiales que se hallaban como espectadores, sonrieron con malignidad; las
autoridades de inspección parecían ser de distintas opiniones, pero nadie dijo nada.

En la época en que Dietl era jefe de compañía en Múnich, ya se realizaban, en una u otra
parte del país, campeonatos de esquí. Estaba prohibida a la Reichswehr tomar parte en ellos.
Nada es, empero, más importante para jóvenes deportistas que medir su capacidad con la
de otros. Dietl resolvió, por este motivo, inscribirse con sus mejores esquiadores en carácter
de civiles. Xylander, Zorn, Macher y algunos otros apoyaron entusiastamente este plan. Sólo
faltaba hallar un nombre para el grupo. Largo tiempo reflexionaron al respecto; pero a nadie
se le ocurrió algo adecuado.
En tales circunstancias, mientras escalaban, en una violenta tempestad de nieve, hacia
una solitaria choza de refugio, acordaron que durante la subida cada uno debía pensar
sobre el nombre a dar a su grupo de camaradería. Cuando llegaron al refugio en la cresta,
completamente agotados, sin que a alguien se le hubiera ocurrido algo, el encargado abrió
la puerta y al mirar a los hombres en la tormenta de nieve exclamó -Con esta tempestad,
Uds. no pueden ser personas; ¡Uds. son búfalos!
-Búfalos, eso es lo que somos —le contestó Dietl— y yo soy el búfalo 1. Con ello el grupo
de camaradas había hallado su nombre.

¡Los búfalos! El nombre perduró. Y cuando más tarde Dietl visitaba una compañía de
cazadores y exclamaba -¡Búfalos aquí! se le reunían en todas partes los mejores montañeses.

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Los recorridos más difíciles, empero, los realizaba Dietl solo. Así una vez se largó a las
montañas de Allgäu. Pero al día siguiente, vaya a saber porque, no estaba de regreso y
tampoco al subsiguiente. El tercer día salió un destacamento de búsqueda y el excesivamente
impulsivo sargento ayudante, a quien le llegó la versión de que Dietl había sido hallado
muerto, hizo confeccionar de inmediato una gran corona fúnebre con una cinta.
Ocurrió de este modo que cuando Dietl regresó al cuarto día, vio en su despacho la
corona con la inscripción: “A nuestro querido jefe de compañía”. Se rió de todo corazón y
exclamó -Ahora en realidad yo debería morir por amor a Uds., pues sino la hermosa corona
ya no tendría objeto ¡Qué desperdicio!

Una vez en que ya bien avanzada la noche regresaba al cuartel, vio cómo un soldado,
que seguramente se había quedado demasiado con su amiga, había escalado la pared de la
casa para llegar, sin ser notado, al cuartel próximo; pero la cornisa era demasiado angosta.
Desconcertado se hallaba allí arriba el soldado, quien no daba un paso hacia adelante ni
hacia atrás. Con rápida resolución Dietl escala la pared, toma al otro por los fundillos y le
dice -Si al menos supieras escalar, tú.., tú, enamorado...

Una vez escalaba con un teniente una pared frágil; delante de él, en la cuerda, se hallaban
un dragoneante y un soldado. En un lugar difícil, en que un bloque de roca sobresalía
mucho, el soldado no siguió adelante. Dietl se desató de la cuerda y escaló hasta ese lugar,
-¿Qué diablos pasa aquí? preguntó. El soldado que ya estaba a medias en la peña saliente,
no podía mirar hacia atrás y supuso que era el dragoneante el que gritaba. Por eso exclamó
-Si eres más vivo, ¿qué haces que no pasas a la cabeza, petulante, vanidoso? Así lo hizo Dietl,
quien se tomó del bloque y fue ascendiendo hasta escalarlo. El soldado casi se cayó de la
pared por el susto que le produjo ver a su capitán, y quiso disculparse; pero Dietl sólo le
dijo -¡cállate y sigue!.

Dietl, siendo jefe de compañía, estaba un día con el sargento ayudante en el patio del
cuartel y vio a un soldado que imitaba exactamente su modo característico de andar, los
enérgicos pasos largos, y toda su apostura, sin sospechar que el “cacique” mismo estaba
presenciando todo desde alguna distancia. Los compañeros del imitador se reían como
siempre cuando remedaba al “viejo”. -¿Qué pasa? le preguntó Dietl al sargento ayudante;
-Hágalo venir. Me está imitando. El suboficial llamó al soldado; éste con la cara de un
delincuente sorprendido in fraganti se presentó ante su capitán.
-¿Qué estabas haciendo allá?
-Lo estaba imitando, mi capitán.
-¿Ah, sí? No has mentido; ésa es tu suerte. Y ahora seguirás rectamente al frente hasta
que yo te diga ¡alto! Y me imitarás otra vez, exactamente como antes, ¿comprendido? Si la
imitación no es perfecta, te mando al calabozo.
El soldado hizo lo que se le ordenó. Los soldados rieron y Dietl le gritó: -Puedes imitarme
cuando quieras. Alto. A la cuadra.

Delante de una cabaña para esquiadores se hallaba tendido Dietl, con el busto desnudo
al sol. Vinieron entonces dos jóvenes reclutas y se tendieron a su lado. -Mira que calzado
de primera tiene éste, exclamó uno de ellos, señalando los hermosos borceguíes militares.
Entonces el otro le tocó con la mano a Dietl y le expresó -Estos te los dieron junto con las

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“pieles de mono”.
-Así es, le contestó riendo Dietl -pero también las piernas y todo lo demás.
Entonces los reclutas empezaron a sentirse incómodos. Y cuando al rato vino un teniente
y le dio un parte al capitán, se quedaron mudos de susto. Pero éste los llevó entonces
consigo -Vengan ahora, tomaremos un medio litro por las pieles de “mono”.

En una oportunidad se expresó en forma drástica sobre lo que pensaba con respecto a
la “piel de mono”: -La piel de mono es una prenda sarnosa. Raspa hacia adentro, pero lo
mantiene a uno bien caliente hacia afuera. A una camiseta así hay que acostumbrarse. No
hay remedio. El joven recluta cree que una prenda tan áspera le arrancará toda la piel y
también la carne hasta que nada quede de él. Le pica adelante y atrás. No se puede habituar
pronto a ella. Pero una vez que uno se ha acostumbrado, ya no se la quiere sacar; tan lindo es
el calor que da. Es cierto que hay personas que usan camisas finas de seda; pero se enfrían con
ellas. Y cuando alguna vez. se juega el resto, la vida misma, se sacarían con gusto sus camisas
de seda al igual que todas las demás prendas civiles; entonces cada uno de ellos piensa que es
mejor vivir con camiseta sarnosa que reventar con camisa de seda. Entonces todos se alegran
de tener la camisa que rasca, la piel de mono.

En una maniobra, en medio de un difícil combate, se halla el apuntador detrás de la


ametralladora mientras el enemigo a poca distancia al frente se va aproximando para pasar
al asalto; el apuntador no hace fuego. -¿Por qué no tira, dormido? le grita Dietl. -Obstrucción,
mi capitán, tartamudea el apuntador. -Arriba, pesado, le grita el capitán y avanza al asalto
con el apuntador. -Métele leña, porque sino nos destrozan.

En el descenso del Holmenjoch, se queda tendido en el suelo un aspirante a oficial. -¿Quién


se quedó allí? pregunta Dietl. -Creo, mi capitán, que me he roto una costilla, le contesta desde
atrás. -Venga, le dice Dietl. Al verlo acercarse con toda la prudencia y lentitud posibles, le
sacó la camisa por encima de la cabeza y le examinó el pecho. -Tiene razón. La costilla está
fracturada. Pero es una falsa costilla. Aprétela hacia adentro y seguimos. El aspirante vacila.
Entonces Dietl mismo le arregla la costilla y le dice: -Ya está bien; ahora nos acompañas y
mañana nos vamos al ventisquero de Formaletsch. Allí te podrás reponer”.

2. El padre de Familia

E xigente era Dietl. Esto lo sabían todos. Pero quería a sus soldados y ellos a él. En
esos años parecía haberse olvidado por entero que había otras cosas en la vida que
hombres y montañas.
Esto ocurre con los montañeses de ley mientras viven sus “grandes años”. Si uno, en vez
de mirar a los cerros, dirige aunque sólo sea su vista a las muchachas que, jóvenes y frescas,
están sentadas en la pradera, ya de inmediato es considerado por los otros como mujeriego,
les resulta sospechoso y si llegara a llevar a una muchacha en la cuerda en una ascensión
—lo que entre los montañeses es considerado como una traición a las montañas— es
eliminado solemnemente de su grupo.
Esto continuó así hasta que Dietl, por último, se halló solo y solitario en el terreno, hecho
un viejo y recocido solterón.

15
Pero como estaba habituado a que todo en la vida lo hacía en forma completa, también
esto lo realizaba en forma integral; llevaba así, hasta con extremo cuidado, su soltería.
Adonde iba le precedía la fama de un grosero e incorregible enemigo de las mujeres. No
le disgustaba, pues de ese modo no necesitaba mostrar cómo andaba su corazón o, mejor
dicho, cómo no andaba.
Las personas del sexo femenino que llegaban a sus inmediaciones se advertían
mutuamente contra él. Hasta que de pronto...
Sí, también esto lo hizo a fondo y por entero.
Fue trasladado de la Escuela de Infantería en Dresde a Ohrdruf en la Turingia. Muchas
veces los búfalos habían, hablado como tendría que ser la persona que pudiera llevar algún
día a su búfalo 1° al matrimonio. Le pronosticaron para ese objeto a una mujer recia, terca,
genuinamente bávara en todo, ruda y resuelta, un verdadero tirano femenino.
Y ahora llegó. Tenía veinte años de edad, esbelta y alta, delicada, de fina constitución.
Gerda Luisa, la hija del jefe. Y, a todo esto, procedente de Prusia.
Y cuando uno de sus viejos amigos bávaros, uno que había sido instructor de aspirantes a ofi-
cial, entre ellos también del joven Dietl, se enteró de esa novedad cuando se hallaba en cama con
un fuerte resfrío, se volvió lívido, se estiró a todo lo largo y balbuceó: -¿De Prusia? Esto no puede
terminar bien”
Pero también la joven novia fue advertida por personas bien intencionadas -Anule el
compromiso cuanto antes, Gerda Luisa, si es un bávaro tan ordinario.
El no pudo mostrar el amor que sentía por ella en otra forma que llevando a su joven
novia en la cuerda y como en la zona sólo había una única roca, el Falkenstein, trató de
hacerla escalar esa chimenea escarpada. Si bien Gerda Luisa había practicado muchos de-
portes, el escalamiento de chimeneas le parecía más bien un asunto para hombres. El se
colocó en la parte superior con las piernas abiertas, gritó “Ho-ruck” e izó a su novia, con
rápida resolución, a la cumbre.
Todos se escandalizaron. Un hombre que ata a su novia a la cuerda a fin de que no se
desprendiera de él, que en cierto modo la izaba al matrimonio con “Ho-ruck” estaba en
contra de todas las convenciones. Pero Gerda Luisa sólo sonreía. Sabía mejor que nadie lo
que debía creer de este rudo bávaro.

El enlace se festejó en la hermosa y amplia mansión de los padres de la novia, situada


en la costa de Samlandia, en la Prusia oriental, desde la cual se podía ver en una gran
extensión el mar Báltico. Dietl conoció a las excelentes personas que formaban esa antigua
familia prusiana de oficiales. De inmediato halló lo que tenían de común con él: eran, en su
manera, tan seguros y definidos como él en su idiosincracia bávara. La guerra le demostró
más tarde el acierto con que había juzgado. Pocas veces una mujer pudo decir, como Gerda
Luisa Dietl, que su marido, su padre y su cuñado recibieron la cruz de caballero.

En primer término interesaba mostrar las montañas a la flamante esposa. Resolvió viajar
a Suiza y por primera vez ella practicó esquí.
Con una dedicación conmovedora, que nadie hubiera supuesto en él, Dietl se esforzó en
acercar a su señora a las montañas que hasta entonces sólo conocía por referencias.
Fue descubriendo, por su parte, cómo ella empezaba a compartir con él la alegría
de la escalada y cómo iba comprendiendo cada vez más lo que le significaban las
montañas.

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En una oportunidad en que tuvo poco tiempo para seguirla instruyendo en esquí, se la
confió a sus búfalos, que con todo entusiasmo se dedicaron a esa tarea. Como es natural,
los esquíes fueron encerados y colocados en los pies de la dama; también se le alcanzaron
los bastones; pero en el entrenamiento se procedió, tal como estaban habituados, en forma
exigente, no perdonándosele nada. Un dicho empezó a circular entre las filas de los búfalos
y se extendió por todo el regimiento: “como el viejo nos saca el jugo, nosotros le sacamos
el jugo a la vieja”.
Ocurrió más tarde, en la ciudad a que fue destinado Dietl, como jefe de un batallón
de cazadores de montaña, que la señora quiso conocer la pequeña y pintoresca localidad
próxima a Füssen y cruzó el puente, cuando un joven cazador de montaña se le acercó y
preguntó a la linda señorita, según él la creía, si al atardecer de ese día no tendría tiempo
para una pequeña cita.
Ella se rió cordialmente y también hizo lo propio Dietl cuando su mujer le relató este
episodio. Es cierto que hubo que explicarles a los cazadores que nada tenía que oponer
a que cada uno buscara una amiga, pero querer quitarle la mujer al jefe era ir, por cierto,
demasiado lejos.

El empedernido solterón se transformó en un sensible padre de familia. Cuando estaba


ausente, escribía todos los días. Mantuvo esa práctica aún durante la solitaria lucha en
Narvik. Con frecuencia era sólo un par de renglones cuando urgía la lucha o el trabajo.
Pero nunca, ni en las situaciones más críticas, empezaba el día en otra forma que con esa
conversación íntima con su esposa que se había convertido en su mejor camarada.
¡Cuánto cariño tenía a sus hijos! Una vez, en un almuerzo en el casino de oficiales, expresó:
“Se me han enfermado mis tres cabritas, las tres a la vez”. “¿Cabritas?” preguntaron los
camaradas. El veterinario de la unidad, que hacía poco se había incorporado al regimiento,
se acercó servicialmente al jefe. Aun cuando no alcanzó a comprender con claridad, se
trataba sin duda de animales y, como veterinario, consideraba que era un asunto de su
incumbencia. “¿Puedo serle útil?”. Ahora se rió Dietl de buena gana. “No, mi querido”,
expresó, “a mis tres cabritas ya las cura el debido curandero”.
Pero la cuarta vez fue un varón. Cuatro bombas se lanzaron en Kempten, pues todos se
alegraron junto con el padre. El nuevo vástago Dietl había llegado.

Nos hemos adelantado mucho cronológicamente. Cuando Dietl fundó su familia,


prestaba servicios en la Escuela de Infantería en Ohrdruf, la que fue trasladada en 1926 a
Dresde. Allí se instruía a los futuros oficiales. Eran aspirantes procedentes de todas partes
de Alemania que debían ser iniciados en los misterios de la táctica. Como era habitual
en él, Dietl se dedicó a esta tarea con plena conciencia de su responsabilidad. Los que
pertenecieron a ese instituto recuerdan con especial agrado los períodos libres y las
hermosas excursiones en bicicleta por la región de Turingia y la Sajonia Suiza.
Aquí en Ohrdruf Dietl tomó parte en un concurso de marcha con equipo completo del
Ejército. Con frecuencia se lo podía ver en esa época entrenándose con la mochila cargada.
Se decía que la llevaba a todas horas del día; en todo caso, se lo vio con ella en la espalda en
su despacho mientras realizaba trabajos escritos. El resultado fue que en ese campeonato
precedió a todos los demás oficiales y aspirantes, siendo así el vencedor.

Los cursos en Ohrdruf terminaban siempre en invierno; los participantes volvían a sus

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guarniciones. En esos meses de invierno Lindau era la ciudad desde donde se podían
emprender hermosas e incomparables excursiones de montaña.
Dietl se incorporó a la “Asociación de Montaña”. Estaba formada por destacados
deportistas, conocidos en la Confederación Alpina Alemana-Austríaca. ¿Quién no conocía
en esa época los nombres de Schlemmer, Zettler, Oberreit, Rieger y los de tantos otros?
El Matterhorn, el Piz Palü y la cresta del Lys eran soberbias cumbres, mencionadas en
sus informes de viajes. Estos deportistas fueron formando con Dietl una agrupación de
camaradas montañeses y se hicieron amigos inseparables.

Pero el tiempo pasa rápido. De nuevo cambió de destino, esta vez a Kempten, a donde
se trasladó lleno de alegría, con su familia, el año 1928. La recepción fue cordial. Todo el
cuerpo de oficiales concurrió a saludarlo en la casa de la calle Frühling (primavera). Viejos
compañeros de montaña se estrecharon las manos. Sabían lo que cada uno de ellos valía.
Y con entusiasmo se empezó a trabajar en la formación de tropas de alta montaña, las que
más tarde en la guerra en distintos frentes fueron temidas y respetadas.
Debido a las grandes exigencias, Dietl se había conquistado el distintivo máximo de la
especialidad, eligió a los mejores del gran número de buenos soldados montañeses, hom-
bres que fueron examinados y probados a fondo en corazón, cabeza, y nervios; todos tipos
de hierro. Con ellos venció en los ejercicios de alta montaña a todos los competidores y
ganó los campeonatos de esquí en todas partes del país. Es cierto que no era fácil hallarlos,
pues, entonces, no había servicio militar obligatorio y muchos de los mejores no querían
saber nada de ser soldados. En Pfronten una vez Dietl vio a todo un señor de la montaña.
¡Dios mío! ¡Cómo bajaba la cuesta por la angosta senda en el bosque y en un audaz final
llegaba a la meta! ¡Qué tipo más admirable! Le grito entonces -Guapo, tienes que venir a
mi regimiento.
-¿A tu regimiento? ¿Quién eres?
-Soy el Dietl.
-¿El Dietl de los cazadores?
-Sí, el Dietl de los cazadores. ¿Vienes?
-No sé. Si yo soy sastre...
-¡Qué sastre! ¡Dios sacramentado! ¡Eres un cazador!
Y, efectivamente, poco después ese varón se presentó como voluntario al regimiento.

En otra oportunidad, Dietl participó de civil, con algunos camaradas, en una carrera
de esquí. A la cabeza del pelotón se hallaba tramo tras tramo, un leñador del Chiemgau,
pletórico de fuerza, ancho de pecho, fuerte como hierro, todo un cuadro de vigorosa
potencia varonil. La victoria, pensaría él, era con seguridad suya, pues sólo faltaban tres
kilómetros para la meta y todos los otros estaban bien atrás.
Entonces empezó a trabajar hacia adelante uno que antes no había llamado la atención;
se fue aproximando poco a poco y llegó a colocarse detrás de aquel coloso. Pero era bien
distinto a éste, tan delgado y tan enjuto. Comenzó entonces a acortar distancia. El fuerte
sonrió un poco al flaco y aceleró el ritmo. El flaco lo siguió, tenaz, apretando los labios.
Y, efectivamente, lo pasó. “¿Pero estará loco ése?”, se preguntaría el otro y empeñó hasta
sus últimas energías. ¡Pero fue inútil! El flaco permaneció adelante, iba dejando cada vez
más atrás al fuerte y cruzó la raya precediéndolo. El otro llegó sin aliento, completamente
agotado; mira al flaco y cuando de nuevo tiene aire en la cavidad torácica, le dice “¿Eres

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seguramente uno de los búfalos?”
Entonces el flaco, riendo, le contesta -Soy el búfalo Nº 1. Tienes todas las condiciones para
cazador de montaña”. Se cerró el trato. Se ganó nuevamente a uno. Aumentó la cantidad
de los buenos.

Dietl había tomado contacto con todos los deportistas de Allgäu. No era de asombrarse
que pronto se establecieran lazos de amistad entre los dirigentes de la federación de
esquiadores de Allgäu y Dietl. En esa época los impulsores de las carreras de esquí en las
montañas de Allgäu eran Adolf Kögl, de Kempten; Hans Riefler, de Nesselwang y Gerhard
Kirchmann, de Oberstaufen. En todas partes Dietl ofreció su ayuda. Con frecuencia se vio
desde entonces a los llamados “destacamentos de nieve” que antes de un campeonato o aun
durante éste traían nieve cuando el cielo con su niebla o lluvia amenazaba imposibilitar
nuevamente la realización del acto. Queda sobreentendido que la banda de música de los
cazadores se hallaba presente durante el desarrollo de los campeonatos.
La Federación de Esquiadores de Allgäu y sus distintas sociedades hallaron en su labor
una amplia ayuda en los cazadores de Kempten. Dietl estaba en todas partes. Colaboraba
en la organización y muchos de sus valiosos consejos encontraron un amplio eco. Desde
esa época se veía siempre a los cazadores de montaña y a los deportistas de esquí formar
conjuntamente en la línea de partida. Si los unos luchaban por la victoria en el campeonato
nacional, los cazadores de montaña echaban el resto para hacer un buen papel en las luchas
de eliminación por el campeonato de esquí en el Ejército.
En el Club de Esquiadores de Kempten, Dietl se interesó especialmente por la juventud.
El mismo salía con ellos a los alrededores de la ciudad, los dividía en grupos y les enseñaba
a andar correctamente en esquíes. Dio también conferencias sobre excursiones alpinas,
sobre peligros de aludes y trabajos de salvataje, en los que era un destacado especialista, y
siempre los sabía entusiasmar en la práctica de esquí.
Así no es una mera coincidencia que el Club de Esquiadores de Kempten fuese entonces la
mayor agrupación juvenil en la Confederación Alemana de Esquiadores y que los cazadores
de Kempten fuesen conocidos mundialmente por sus éxitos en los campeonatos militares
de esquí —en Oberstdorf y Garmisch— y en los campeonatos militares internacionales en
Suiza y Noruega.
Como prueba del afecto que se conquistó Dietl entre sus amigos en el Club de Esquiadores
de Kempten, citaremos un corto extracto de una publicación de ese club en ocasión de un
aniversario:

Dietl —el vicepresidente del Club de Esquiadores— en tarea accesoria, en lo que le dejaba el
tiempo libre, teniente coronel y jefe del batallón de cazadores de esta guarnición, es llamado en
el Club sólo por “nuestro Dietl”. No queda bien tratarlo públicamente de búfalo. Muy apreciado
por las damas, era llamado de ese lado “el hombre más hermoso” de Kempten. Sólo quien
conozca a nuestro Eduardo en sus facetas de deportista y de camarada, sabe lo que es y será
siempre para nosotros: un ejemplo y modelo en todos los aspectos.
“¡Arriba el esquí en miniatura! La mayor pasión de Dietl es el esquí de verano. Conocida ya
desde hace tiempo en el Club, se le ha compuesto el siguiente dístico:
“Cuando Dietl se larga con esquí de verano, llévate el paraguas y no el bastón”.

Kempten, la simpática y hospitalaria ciudad, se había convertido para Dietl desde su

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llegada, en su terruño. Sus habitantes, hoy todavía, saben relatar mucho de aquellos años.
Poco después de asumir el mando del batallón, en las primeras horas libres, se hallaba
vestido con su estropeada ropa de montañés, en una pequeña posada rural cerca de
Kempten. Quería pescar y estaba preparando las carnadas; escuchó que en la mesa vecina
dos cazadores se entretenían conversando sobre el nuevo jefe -Sí —opinaba uno—, dicen
que es bueno. El otro movió la cabeza, levantó las cejas y expresó -pero exigente.
Dietl se levantó, se aproximó a los dos, tocó a uno en el hombro y le dijo -tú tendrás el
exigente, y golpeó después al otro, también en el hombro -y tú el bueno.

En Kempten fue donde se originó el lema de Dietl que después se hizo tan popular. Un
general en alto cargo había llegado para inspeccionar el batallón. Todo se había desarrollado
perfectamente y un desfile debía coronar la visita. Toda la ciudad se había movilizado
y cercaba las calles. El batallón estaba listo. Dietl dio la señal a la banda de música. Esta
efectuó la conversión a los compases de una viva marcha e inició el avance. A la distancia
reglamentaria, Dietl siguió detrás de ella como jefe de batallón.
Pero ¡oh desgracia! el oficial que mandaba la primera compañía, en la excitación, se
olvidó de dar la orden de marcha y, de este modo, todo el batallón se quedó inmóvil, como
si fuera de hierro, mientras Dietl, sin sospechar nada, seguía solo detrás de la banda de
música con aire de fiesta por las calles de la ciudad.
Fue motivo de un gran alborozo para los habitantes de Kempten ver cómo su Dietl
marchaba solo por la calle. Su júbilo no terminaba. Dietl, empero, creía que el júbilo se
debía al batallón detrás de él y se alegraba por ello. Cuando poco antes de llegar a la altura
del general miró algo hacia atrás para ordenar la vista a la derecha, vio con todo espanto
que se hallaba solo. Pero de inmediato, sin perder su presencia de ánimo, hizo con el brazo
una enérgica señal de avance al batallón que se hallaba en el extremo de la calle principal,
y se presentó al general diciendo en voz alta -¡Nada de esquema, mi general!
Ese lema se difundió entonces por toda la Wehrmacht. Caracteriza la modalidad de Dietl
como ningún otro. ¡Nada de esquemas! Significa: no quedar atascado nunca, no dejar jamás
de obrar, conservar siempre el coraje, hacer también lo anormal y cuando fracasan todos
los medios, hallar siempre todavía un último recurso. Es que la vida no es una operación
matemática ni presenta esquemas; tiene sus leyes propias.
En una fiesta nocturna del casino en la guarnición, Dietl apareció una vez de uniforme
social con la cuerda de alpinista y el inevitable cordón rojo para alud. Escaló al palco para
la música, ubicado en la mitad superior de una pared del alto salón y se desanudó allí en
forma reglamentaria, con intenso aplauso de la concurrencia. ¡Nada de esquemas!

Los domingos nunca se lo podía encontrar en Kempten, tampoco en verano. Con su


esposa y su leal amigo Georg Bauer, el Hörauf, el Trettach y el Gimpel fueron objetivo de
innumerables ascensiones. Con frecuencia se veía regresar a los tres, a la ciudad en el tren
vespertino más que cansados, agotados, pero bien alegres.
Después de la reimplantación del servicio militar obligatorio hubo que efectuar todos
los preparativos para organizar una unidad de alta montaña y otra de media montaña. En
esos años nuestro Dietl tuvo que desempeñar distintas comisiones en Múnich, Regensburg
y de nuevo a Kempten. Las nuevas guarniciones para los cazadores debían ser Füssen,
Garmisch y Sonthofen. Se construyeron cuarteles en todas partes, así como casas para las
familias.

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Ahora hubo que despedirse de Kempten. Fue muy penoso para todos, para la población
como para los cazadores. Era grande el alboroto en las cervecerías y en las calles. El último
día pudo verse un singular desfile de antorchas, los cazadores de montaña, en los más
variados disfraces, recorrían la ciudad. El querido jefe fue objeto de grandes ovaciones
en el casino. Y como demostración de despedida, la ciudad obsequió a Dietl un cuadro al
óleo, obra del pintor Rett, del Allgäu. El Club de Esquiadores le otorgó el Alfiler de Honor
de oro de la Federación de Esquiadores Alemanes.
En el año 1936 el coronel Dietl entró a caballo a la cabeza de sus tropas, el Regimiento 99
de Cazadores de Montaña, a Füssen. Todas las calles estaban adornadas con flores y desde
las veredas y ventanas aplaudía entusiasta la población. El intendente, Dr. Samer, ofrendó
al jefe la copa de honor de la ciudad.
Eran ahora muchos los nuevos soldados que no conocían suficientemente a Dietl. Se
produjeron aquí también algunos gratos episodios.

En una fiesta en que el ambiente estaba ya considerablemente animado, el jefe del


regimiento debía pronunciar un discurso. Por ese motivo, subió a la larga mesa central y
justamente quería empezar a hablar cuando, debido a hallarse parado sobre los extremos
de dos mesas contiguas, éstas se volcaron hacia el centro. Dietl desapareció hacia abajo,
mientras los otros dos extremos se unían hacia arriba. Sin perder su presencia de espíritu,
gritó en el salón -¡Atención. Grieta en el ventisquero!.

En otra ocasión, Dietl descendió de una montaña y entró a una pequeña posada, en la
que se hallaban tres cazadores jugando a las cartas. Pero como necesitaban una cuarta
pierna para el Königsrufen, él los acompañó, sin que ellos lo hubieran reconocido en su
vestuario de cuero. Se pasaron un par de horas en forma tan grata que uno de ellos se
levantó y pegándole sobre el hombro le dijo -Sabes que me gustas. -Tú también, le contestó
riendo Dietl, pegándole aún más fuerte. Esto le agradó tanto al otro que le gritó -Te pago el
sandwich. Dietl le replicó -Yo también te lo pago. Cuando cada uno había comido su mutuo
sandwich, le dijo el cazador -Me llamo Schorsch; -y yo Edi. -¿A qué te dedicas?. -Mañana
temprano lo sabrás. Esto los tres no se lo podían explicar. -¿Nos veremos mañana temprano?
pero si estaremos en el cuartel. -No preguntes; sigue jugando, les repuso Dietl.
A la mañana siguiente quedaron con la boca abierta -Pero si es el nuevo jefe del Regimiento.
-Y yo que le pagué el sandwich. -Pero él te pagó el tuyo. -Es una buena señal.

Dos cazadores se habían retirado a una posada de montaña y tomaron del vino tirolés
más allá de la cuenta. Pero, al final, les oprimió la conciencia, pues ya había pasado la hora;
le preguntaron entonces al montañés que estaba sentado solo en una mesa en ropa de
escalador, golpeándole en el codo -Dime ¿qué hora es?, -Las nueve menos cuarto contestó el
otro, -Pero ahora se mandan a mudar al cuartel, borrachos
Entonces el cazador se echó hacia atrás y desapareció; detrás de él, el otro. -Hans, ahora
corremos, le dijo uno al otro después de salir de la casa. -Era él mismo, el Dietl.

En una ocasión un cazador había sido castigado severamente, pero con justicia, y como
era de la especie susceptible resolvió, sin más, quitarse la vida. Dietl lo hizo llamar. -He oído
que quieres matarte. -Sí, mi coronel, dijo el soldado con mirada sombría. Entonces Dietl
sacó su pistola y se la alcanzó al suicida. -Toma, mátate. Pero éste quedó tan desconcertado

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que no pudo decir palabra.
-¿Cómo, no te matas? le pregunta Dietl enfadado. -Mi coronel..., tartamudea el cazador,
-ya pasó. Muchas gracias, mi coronel.

Dietl siempre se quejaba que en la vida militar se escribía demasiado.


Más tarde, al ascender a general de brigada y asumir el mando de la 3a. División de Montaña,
decía a sus amigos que lo querían felicitar por esa causa: “Mi hermoso regimiento. Ahora tengo
tres y soy el tinterillo de ellos”.
No quería a los que escribían. A todos los que en una oportunidad querían escribir sobre
él, les anunció un mal fin: “Al que escriba sobre mí, le pego”.

Un curso efectivo de guías de montaña en las Sierras de Stuba ya era algo distinto, pues
significaba tres semanas allá arriba en medio de nieve y hielo. Allí Dietl se hallaba en su
elemento. No había nadie que supiera como Dietl formar de sus cazadores verdaderos
soldados de montaña.”Sólo los tontos tienen frío” eran sus palabras para instruir a sus
cazadores cómo podrían protegerse en el hielo y en la tormenta contra el frío. Pero allá
en el Zuckerhütl (Pan de azúcar) hacía por cierto un frío glacial y cuando los cazadores
salieron arrastrándose a la mañana de sus carpas se hallaron endurecidos. Pero ninguno
dio muestras de ello, nadie movía los brazos pegándose en el cuerpo o saltaba sobre los
pies; es que nadie quería figurar entre los tontos. Entonces salió Dietl de la carpa, de color
azul por la helada y empezó a revolotear sus largos brazos, como si fuera un salvaje. Detrás
de la carpa se oyó una voz que decía: “¡frío tienen sólo los tontos!” “Sí, hoy son Uds. los
vivos”, replicó riéndose.

Ocurrió una vez en un curso de guías de montaña que Dietl se lanzó a efectuar un
descenso que no se podía dominar por la vista y que él no conocía. Prohibió el descenso
a los participantes del curso; debían descender penosamente en zig-zag cuesta abajo. El se
alejó a una violenta velocidad, como en un spur final; al llegar abajo descubrió a último
momento que la pendiente terminaba en el techo de una casa. Entre el techo de la casa y la
superficie de nieve se había abierto a pala un pasaje, demasiado angosto para saltar dentro
de él, pero suficientemente ancho para causar un accidente.
Dietl en una fracción de segundo apreció la única posibilidad: saltó la zanja, aterrizó en el
techo de la casa, subió la superficie inclinada del mismo hasta la cumbrera y descendió por
el otro lado... y con un irreprochable salto oblicuo vino a plantarse precisamente delante
de la puerta de la casa frente a un poblador que en ese momento quería salir de ella y
desconcertado miraba al esquiador. Así como éste parecía caer del cielo, así el poblador
parecía caer de las nubes... Recién cuando supo que “había sido Dietl” se tranquilizó. Para
éste nada había imposible.

¡30 kilos en la mochila! — Dietl se preocupaba celosamente de cumplir esta prescripción.


El que quería ascender con él a la montaña, debía cargar consigo ese peso. En cierta
oportunidad sus oficiales le hicieron una jugarreta. Antes de una ascensión pusieron en la
parte inferior de la mochila del jefe cuatro ladrillos envueltos. “Caramba, que pesada está
hoy la mochila...”, exclamó al arrojársela sobre la espalda. Arrastró esa carga hasta arriba sin
investigar; pero, como es natural, la broma se descubrió al anochecer, cuando en el refugio
se sacaron los víveres. Dietl sacó el primer paquete, lo desenvolvió, miró desconcertado

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durante un momento al ladrillo que tenía en la mano, para lanzarlo después en dirección
a su ayudante; pero éste ya se había dado cuenta de lo que iba a pasar y se había desviado
oportunamente hacia la puerta de la choza, de modo que el ladrillo golpeó ruidosamente
contra la pared de madera. Al tercero y cuarto ladrillo Dietl renunció a arrojarlo. Ya sólo
se reía.

Todos estos pequeños episodios, que circulan de boca en boca, indican como Dietl había
conquistado el corazón de sus soldados, que en último término, su buen humor, siempre le
ayudaba a pasar por encima de lo más grave.
A ese respecto tuvo algunas expresiones enjundiosas:
“El humor, tal como yo lo entiendo, no lo tiene quien todos los días se halla frente a una
fuente llena y sólo tiene una preocupación, la de si sus intestinos también soportarán la
buena vida. Uno así quizá pueda hacer una broma; pero no tiene humor, pues el verdadero
humor se halla al lado de la más terrible situación.
El destino es duro; sin embargo no hace caer a nadie. Y si, no obstante lo hace caer a
alguien con la nariz bien profundamente en el barro, entonces le ofrece el humor como
más poderosa fuerza para levantarse de nuevo.
Sí, el humor es realmente una fuerza, justamente también para el soldado. Cuando ya
al final nada sirve para impulsar ninguna incitación, ninguna orden, entonces pura y
exclusivamente puede lograrlo el humor. El humor es aun capaz de batir a la muerte”.
Ocurrió a veces que alguien interpretara equivocadamente ese humor, no tanto alguno
de sus cazadores, sino uno u otro de la llamada “sociedad”. El que llegara a permitirle
un levantamiento de nariz, podía entonces presenciar algo, pues Dietl, por extraño que
pudiera parecer, tenía una extrema sensibilidad por limpios y buenos modales. Sí, era
sensible y delicado, como pocos. Odiaba profundamente todo lo que sólo fuera “pose”,
artificioso, exterior. El humor debe brotar del corazón. Los cazadores sabían interpretarlo
con acierto.

Marzo de 1938. ¡Días inolvidables! — Con equipo de guerra, Dietl estaba con su regimiento
en la frontera austríaca y cuando llegó la orden de invasión avanzó hacia Salzburgo. Era
admirable lo que entonces convivió con sus soldados. Austria era, por cierto, lo que quería
más, después de su Patria. Si eran las mismas montañas las que se hallaban a uno y otro
lado de la frontera. ¡Cuántas veces había llegado como montañés a Austria!

El regimiento marchó por Salzkammergut y el paso de Pötschen a la Estiria. Dietl fue


ascendido a general de brigada y nombrado comandante de la 3a División de Montaña.
Hacer cazadores alpinos de los soldados austríacos, esos verdaderos y genuinos montañeses,
era una tarea magnífica para él.
“¡Sí, mis soldados austríacos! expresó más tarde en una ocasión: “¡Se me abre el corazón
cuando pienso en ellos! Mis buenos soldados de la Estiria y Carintia, de Salzburgo y del
Tirol. El que no conoce a los cazadores alpinos, no conoce a Austria. Hay quienes dicen
que estos austríacos son muy sentimentales y que esto no es bueno para los soldados.
Los que así piensan son unos imbéciles. Yo digo: el soldado nunca puede tener suficiente
sentimiento. Cuanto más sentimiento tenga, tanto más firme defiende su causa y sabe
por qué lucha. Con el sentimiento hemos mantenido Narvik. No hubiera andado sin
sentimiento.

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“El austríaco posee sentimiento; el enemigo ya pudo darse cuenta cómo sabe pelear.
Frente al sentimiento de los austríacos, reconoció su capacidad.
“El soldado austríaco quiere ser conducido con dureza. Quiere ver delante suyo a un
hombre entero, en el cual pueda confiarse. Por él va entonces hasta el infierno. Precisamente
porque tiene tanto sentimiento, el de la Estiria, de la Carintia, del Tirol y del Salzburgo
posee más vigor que otros y puede oponer al enemigo más energía cuando se juega el todo”.
En una pintoresca elevación situada inmediatamente al Este de la ciudad de Graz, se hallaba
una casa blanca, atrayente, en medio de un jardín con altos árboles. Allí vivía el General
Dietl con su familia: su esposa, tres chicas y un varón. El que entraba en su hogar, sentía
algo del bienestar que emana de personas sinceras y del ambiente que los rodea. A Dietl le
desagradaba la pompa y el bombo; amaba lo sencillo y lo sólido. Un orden tranquilo y claro
reinaba en las distintas piezas de la casa llenas de luz.
De esa época feliz se recuerda un pequeño episodio que muestra de nuevo todo el humor
de Dietl.
Llega allí un día de visita un conocido, un maestro de escuela, de mucho prestigio como
botánico y a quien le agradaba mostrar su erudición. El General recorrió el jardín con el
huésped y después lo llevó a ver los malvones a ambos lados de la escalinata que conducía
de la casa al jardín. Con gran asombro del maestro, las varas tenían flores de distintos
colores. Mientras éste hojeaba una libreta para anotar su observación, el dueño de casa le
relataba que era una de sus aficiones, habiendo también criado estos malvones de flores
policromas. El otro empezó enseguida a contar las flores de color blanco, amarillo y rojizo
en una de las varas de malvón a fin de comprobar si respondía o no a la ley de Mendel.
Entonces Dietl cortó una vara de esa clase y se la colocó en el ojal del saco del maestro. Vio
ahora que las flores estaban fijadas en la vara con alfileres.
Pero llegó un día en que el General Dietl, sólo llegó por un breve momento a su casa.
Besó a los chicos, Gertrude, Gunta y Elsa, las que corrieron hacia él en el jardín y levantó
en brazos al pequeño Volker. Después se dirigió a la esposa. Estaba más serio que de
costumbre. Mantuvo firmemente su mano en la suya.
“Se vino la guerra”, le dijo.

Lo que pensaba sobre la guerra, lo expresó después en una ocasión a un grupo de amigos
en esta forma:
“Dice la gente que un general, que vive de la guerra, la pasa bien. Es una imbecilidad
digo yo. Para mí me resulta mucho más pesada que a un cazador. Este cumple su servicio
y duerme en paz, confiado en su general. Pero yo, mientras duermo, me atormento todavía
por mis cazadores. Y si uno dice que yo vivo bien haciendo guerra, quisiera estrangularlo
con mis propias manos a ese canalla. ¿Cree, acaso, que yo no quiero a mi mujer y a mis
hijos? ¿Cree que yo no preferiría andar cazando gamos en las montañas que ir a la guerra?”

Y, sin embargo, ponía en juego todo —su existencia, su profesión, su familia— cuando
se trataba de cuestiones de principios. Por más que era oficial de corazón —no podía
imaginarse una profesión más hermosa y varonil que ésta—, una vez durante la guerra
regresó y le dijo a su mujer: “He expuesto mi plan, con el que estoy ligado. Si lo aceptan,
tendré la mejor tarea que existe para mí. Si se lo rechaza, me voy”. Y con humor seco
agregó: “Me hago profesor de esquí y tú te encargarás de la cafetería”.
Después, en cierta ocasión durante la guerra, Dietl tuvo una corta licencia en los

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primeros días de diciembre. Su propia voluntad de pasar siempre Navidad en la guerra
con sus soldados en el frente, no le debía impedir pasar la más hermosa fiesta de familia
del año también con sus hijos. Un día de principios de diciembre, por lo tanto, se trasladó
ocultamente solo a la ciudad (Graz) y compró para cada uno de los miembros de la familia
lo que ellos deseaban. Unas cuantas ramas de pino debían servir de árbol de Navidad.
Se los adornó con velitas y a su derredor se colocaron todos los regalos. Con el grito de:
“¡Nada de esquemas! !Hoy es Navidad para nosotros!” abrió la puerta y él mismo se alegró
como un niño ante las caras felices de los suyos.

25
II
El viaje de los Vikingos
2. A bordo de los Destructores

L a señora Gerda Luisa Dietl ha relatado la despedida de su esposo en aquellos


trascendentales días de la primavera de 1940:
El 20 de marzo recibió una invitación del comandante de Berlín, General Seifert. Dada
la leal camaradería y amistad que nos unía desde hacía años, él y su esposa nos querían
ofrecer una oportunidad de encontrarnos —quizá la última.
Nadie sabía hacia dónde debían embarcarse nuestras tropas. En forma misteriosa y con
gran precaución se realizaban todos los preparativos. “Un comando de ascensión celestial”,
calificaba a mi esposo con la boca llena de risa, pero con ojos muy serios y con los pliegues
de la cara ahondados. Sin embargo, presagios inexplicables me dieron la impresión de que
esa empresa, cualquiera fuese su destino, iba a terminar bien. Y algo de mi seguridad, llena
de esperanza, se transmitió también a mi esposo.
“Cuando ya esté tan adelantado” —me dijo al despedirme—, “prestad atención al tercer
parte especial. Se referirá a nosotros. Seremos entonces nosotros”.
Así ocurrió efectivamente. Unos ocho días después de mi regreso, de pronto se repartieron
en Graz ediciones extraordinarias por las calles. “Tropas alemanas han desembarcado en
Noruega” y poco después “Droniheim en poder de los alemanes”. El tercer parte apareció
en la tarde del miércoles 10 de abril: “Tropas de montaña alemanas desembarcaron en
Narvik”.
Estos eran nuestros valientes cazadores de montaña. Nosotras, las mujeres en el interior,
experimentamos una sensación de alivio. Pero entonces no sospechábamos las difíciles
semanas que nuestros esposos en el Extremo Norte debían enfrentar todavía.

Al atardecer de un día húmedo de principios de abril del año 1940, se hallaba una larga
columna de camiones grises delante de la puerta de un local de excursión en Frohnau, un
suburbio de Berlín. Choferes con el uniforme de cazadores de montaña, iban cargando
mochilas y pequeñas prendas del equipo; examinaban una vez más el estado y los
materiales de sus vehículos o se despedían de los habitantes de la pequeña ciudad que
los había alojado durante cuatro semanas con la conocida hospitalidad de las Marcas. El
obscurecimiento cumplido en forma severa les vino muy bien a los soldados, que en las
puertas de casas o en el jardín recogían todavía rápidamente el último beso de despedida
de la amiga.
De pronto se aproximó a gran velocidad un automóvil amplio y de un conductor a otro
se fue pasando la voz: “Viene el General”.
El General de Brigada Dietl, comandante de una división de montaña de Austria, se detuvo
brevemente en su viaje desde su alojamiento a la estación situada a unos 40 kilómetros de
distancia, donde debía efectuarse el embarque, para recoger a dos oficiales de su comando.
Y después la columna de camiones del comando de la división, con luces apagadas, inició
el viaje en la noche, hacia una zona desconocida y, sin embargo, presentida como de lucha
encarnizada.
La mañana del 6 de abril fue de radiante hermosura. El sol de primavera iluminaba los
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largos trenes de transporte de tropas que rápidamente cruzaban la Lüneberger Heide hacia
el noroeste, en dirección al mar del Norte. En las ventanillas de los coches se veían aglome-
radas las caras de los soldados austríacos, de los cuales eran muy pocos los que habían visto
antes las regiones septentrionales del Reich. Todos estaban animados del mejor espíritu y
no tenían preocupaciones por el futuro. Es cierto que uno de los que siempre oyen crecer el
pasto, había expresado con tono misterioso que el viaje era con seguridad a Dinamarca; su
contrincante en vaticinios le retrucó con la afirmación: “Viajamos directamente a Inglaterra”.

En su compartimiento se hallaba sentado el comandante responsable de esta empresa, sin


arrojar una mirada por la ventana, examinando una vez más con su Ia, el Teniente Coronel de
estado mayor Bader, las cartas, los planes y las órdenes. El rostro enjuto y tostado del General
estaba tranquilo como siempre; a veces brotaba de su boca una de sus expresiones genuinamente
bávara; pero a los que lo conocían de cerca, no se les ocultó la profunda seriedad en sus ojos
de color gris acero. Sólo él y sus más inmediatos colaboradores eran los que hasta entonces
conocían el objetivo del viaje y la misión. Se habían realizado todos los preparativos en un
trabajo muy minucioso y agotador, analizándose todas las posibilidades, dentro de lo poco que
podía hablarse de cálculos y previsiones en esta empresa única en la historia de guerra.

Ya entonces sabía el General que él —y sólo él— debía asumir la responsabilidad por
todos los soldados especialmente seleccionados del Ejército y más tarde también de la
Marina de Guerra que debían ser empeñados a 2.000 kilómetros de Alemania y 3.000 de
Austria. Pero tampoco sospechaba todavía cuan extraordinariamente dura sería esta lucha
en la nieve y el hielo, así como cuan gloriosa iba a ser la victoria.
El 6 de abril a las 1500 llegó el tren con el comando de la división, como uno de los
primeros, a Wesermünde. A la luz de los últimos rayos del sol poniente, se podía ver en
todas las vías a pelotones de soldados de la marina, bien alineados, que debían ayudar a
sus camaradas en el embarco. Aun antes de que los cazadores de montaña se hubieran
repuesto de su asombro, ya estaban divididos en grupos y fueron conducidos así a los
amplios galpones del puerto que antes sirvieran para el tráfico pacífico de los viajeros.
A corta distancia de las vías férreas, se movían los cascos de los modernos destructores
alemanes en su elemento. Sobre las chimeneas flotaba el humo ligero de petróleo y las tablas
bien limpias de las cubiertas temblaban suavemente, como los nervios y los músculos de
nobles caballos de carrera antes de levantarse las cintas.

La idea de los constructores y de los tácticos de crear un tipo de buque que por su armamento
fuera más que un simple portador de torpedos y que, sin embargo, poseyera las ventajas de
los rápidos torpederos, demandó un cierto aumento del desplazamiento. De este modo, en
base a las experiencias de la Guerra Mundial y de las potencias enemigas en tiempo de paz, les
nuevos destructores alemanes tuvieron un desplazamiento de alrededor de 1.800 toneladas.
Su longitud alcanzaba a 117 metros, su manga a 11.7 metros y su eslora a 2.9 metros. Su
armamento era tan poderoso que pedía mantenerse en cualquier forma de lucha moderna en el
mar, puesto que se componía de dos juegos de cuádruples tubos lanza-torpedos, cinco cañones
de 12.7 centímetros y piezas antiaéreas de 3.7 y 2 centímetros. A esto se agregaban bombas de
profundidad, minas y material de niebla. Si analizamos la historia de la guerra moderna, vemos
que los destructores, mediante el empleo de todas sus distintas armas, tuvieron una actuación
muy eficaz, sea en el aniquilamiento de los submarinos, la lucha abierta con torpedo y artillería

27
o la colocación de minas hasta en la desembocadura del Támesis.
Los cazadores de montaña recibieron, entretanto, para reponerse de la fatiga del largo
viaje por ferrocarril, un suculento rancho de la cocina de la Marina, mientras los jefes de
regimiento, de batallón y de compañía se reunían para recibir órdenes, la última para un
largo período, pues durante las siguientes largas semanas de lucha ya ninguno de los jefes
pudo abandonar su puesto de combate.

En el destructor insignia, el Capitán hojeaba el grueso legajo de órdenes que había llegado
con el último correo de servicio. Debían ser muy importantes estas órdenes, pues desde
hacía más de una hora el Comandante estudiaba los pliegos multicolores, leía los muchos
anexos, hojeaba y comparaba y por último hizo traer cartas náuticas por el timonel de la
flotilla. Pronto grandes cartas de conjunto cubrían la tabla de hierro de la mesa, cartas
especiales se hallaban sobre el sofá de cuero y encima de la carta de conjunto del mar
Ártico, extendida en parte sobre la ventana, inmovilizada con algunos libros, había una
carta especial que aquí, en este destructor, no había sido desplegada, casi con seguridad,
por nadie. En ella, había un conjunto de islas y grupos de islas, de escollos, peñascos,
bancos y archipiélagos, altas montañas, fiordos que penetran profundamente; y hacia el
interior de la tierra firme, donde la quebrada serie de islas de las Lofoten se acercan al
continente, los fiordos se ramifican en varios brazos e impresionan como las ramas de
un árbol de ancha copa y sobre una estrecha lengua de tierra una ciudad: “Narvik”, lee
el Capitán, y mueve verticalmente la cabeza. Narvik: el objetivo de la empresa que debe
realizar con sus destructores.
Lentamente el jefe toma el compás de escala, saca las cartas de la mesa y de ellas separa la
mayor de conjunto y empieza a medir la distancia.
El Capitán comprueba que son más de 2.000 kilómetros y mueve lateralmente la cabeza.
2.000 kilómetros representa aproximadamente la distancia entre Hamburgo y Sicilia. Un
recorrido considerable. Significa una navegación de guerra a través de una zona en que
el enemigo, los ingleses, con sus fuerzas navales, desde los puntos de apoyo escoceses de
su Flota, pueden recorrer, interceptar y dominar fácilmente. En el solo trecho Shetland-
Bergen, el más angosto de todo el trayecto, los británicos con sus fuerzas combatientes
muy superiores podrían cerrar con facilidad toda tentativa de franqueo. Y por allí debían
pasar los destroyers. No había otro camino a Narvik.
El Capitán abrió reflexivamente el manual de navegación, puso una señal entre las hojas
que tratan de Narvik y empezó a leer lo que éste dice como información general para los
marinos.

De un pueblo de pescadores sin importancia, Narvik se desarrolló rápidamente como el


puerto más importante de embarque de mineral de hierro. Se halla en la punta de una lengua
de tierra que se extiende entre los fiordos Rombaken y Beis. Montes elevados de casi 2.000
metros de altura, forman marco alrededor de los otros brazos: los fiordos Herjangs, Skjomen
y Ballenger. Delante de la ciudad se abre el fiordo Ofoten, de un ancho grande, el que en
dirección oeste conduce al fiordo Occidental aun más amplio, la puerta de entrada para
todos los buques que desde el exterior navegan entre el archipiélago Ofoten y la tierra firme
con rumbo a Narvik.
En Narvik se halla el más hermoso terreno para esquí de la región septentrional de
Noruega; el deporte de invierno florece y atrae anualmente a muchos extranjeros. Lo más

28
importante de Narvik es que su puerto queda libre de hielo y es el principal puerto de
exportación para el mineral de hierro sueco. Es la estación terminal del ferrocarril eléctrico
para su transporte desde Kiruna, la región metalífera de Suecia. En este puerto se embarca
un tercio del total de mineral de hierro que necesita Inglaterra. Narvik es, además, centro
del comercio de madera para minas, tan necesario en Inglaterra para la explotación de sus
yacimientos.
El Capitán deduce de la lectura de los anexos a las órdenes de operaciones que:
1. El Gobierno Alemán sabe que ya desde hace mucho tiempo Inglaterra realiza prepara-
tivos para una ocupación de Noruega. A esa ocupación debía anticipársele oportunamen-
te, a toda costa, una acción opuesta alemana. La misión que le incumbía a los destructores
del Capitán Bonte, es embarcar un regimiento de cazadores de montaña, transportarlo y
desembarcarlo en Narvik. La Luftwaffe debía apoyar eficazmente la ruptura por mar, la
empresa más arriesgada de la historia de guerra naval moderna.
2. Si la empresa obtenía éxito, se conseguiría cortar todo tráfico entre Inglaterra y
Escandinavia, lo que no sería factible con los únicos medios de la guerra naval.

Si se lograba conquistar Narvik, se contribuía en forma importante a la decisión de la


guerra. La flota de guerra alemana era demasiado reducida para impedir por la guerra
naval, puramente, la exportación escandinava a Gran Bretaña. La intercepción del
comercio escandinavo sólo podía conseguirse mediante la estrechísima cooperación de
las tres ramas de la Wehrmacht en la región nórdica.

El Capitán conocía el plan, la misión y el objetivo. Todavía no podía darlos a conocer


a sus subordinados; pero sabía que todos ellos abrigaban la certeza de que se trataba de
una empresa importante, pues habían visto los preparativos, hablado con los cazadores
de montaña, escuchado cuando los oficiales en el puente, en la cámara o en la cubierta,
analizaban las diferentes posibilidades de esta empresa de evidente gran trascendencia. Y
ahora, querían escuchar de su jefe qué era lo que se proyectaba, qué pasaba y hacia dónde
se zarparía. Sabía que no necesitaba decir mucho a estos soldados, que lo miraban en
actitud expectante; ellos, los viejos guerreros con los cuales ya había realizado las empresas
más difíciles, lo entenderían también así.

“¡Camaradas! Ha llegado la hora que desde hace semanas estamos esperando. Esta noche a las
23:00 zarparemos para una empresa que será más audaz que todo lo efectuado hasta hora. Esta
vez nos acompañarán camaradas del Ejército, cazadores de montaña de Austria. Junto con ellos
debemos llevar a cabo una misión de importancia decisiva para el resultado de la guerra. El
objetivo de nuestra empresa lo puedo decir sólo después de nuestra salida; pero se que vuestos
ojos brillarán cuando lo sepais. Espero que cada uno de Uds., como hasta ahora, se empeñe de
lleno en su puesto y cumpla su obligación, ocurra lo que ocurriera. Hay que pasar a un segundo
plano la propia persona y tener siempre en vista el éxito del conjunto”.

Entretanto ya algunos de la Carintia, de mucho espíritu e iniciativa, habían trabado


amistad con marineros de las zonas marítimas. Todos contaban con una permanencia
de tres o cuatro días y en ese entonces no sospechaban que algunos primeros apretones
de manos iniciaron una comunidad de lucha, de éxito o de fracaso y amistades que
perdurarían toda la vida.

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Los soldados de tierra, por su parte, se sorprendieron y se alegraron mucho de que todo su
material y las armas pesadas de infantería ya estaban irreprochablemente acondicionados
a bordo de los destructores. No había sido así sólo un espíritu de ayuda a los camaradas el
motivo de esa labor sino la sobria y no discutida reflexión que un soldado terrestre poco
sabe de estibar y trincar, del mismo modo que un muchacho pescador poca idea tiene
de un recorrido en esquí. Si se les hubiera dejado a cargo de ellos la estiba del equipo,
es indudable que la mitad de los cazadores hubieran tenido que quedarse en tierra y,
además, el valioso material a más tardar hubiera pasado por la borda a la altura de la isla
de Heligoland.
De este modo los destructores producían en los legos la impresión de estar casi vacíos.
También el embarco del personal se realizó sin inconvenientes. Todo jefe y subjefe conocía
exactamente el nombre del destructor que debía alojarlo durante tres días. Los grupos
de distribución de la Marina de Guerra trabajaron en forma ejemplar y el 6 de abril a las
22:00, todo el largo muelle estuvo de nuevo vacío.

En el interior de los destructores se desarrolló una “vida de beduinos”, que hubiera llevado
a la desesperación a los marinos de la vieja escuela. El lema favorito del General: “Nada
de esquema”, que había aplicado por cierto durante toda su vida, caracteriza del mejor
modo los cuadros que aquí se ofrecían. Las tripulaciones de los buques, con previsora
camaradería habían puesto a disposición sus propias cámaras y sus coys. Pero cuando un
pequeño buque de guerra de pronto recibe casi doble número de personal que el previsto
en los alojamientos, entonces resulta un inevitable hacinamiento que llega a la congestión.
Los curiosos cazadores se deslizaban, hasta donde les era permitido, por los pasillos y
los espacios libres y se golpeaban sus duros cráneos montañeses, no sin provocar rudas
expresiones, contra las numerosas instalaciones técnicas, cuyo desorden aparente y, sin
embargo, un caos ingenioso, atraían sus miradas de chicos asombrados. Entretanto el jefe
de la flotilla de destructores había reunido una vez más a todos los comandantes a fin de
darles a conocer la misión y el objetivo del viaje.

Quienes tuvieron oportunidad de conocer personalmente al Capitán Bonte saben en


qué forma sobresaliente se complementaron el conductor responsable de las fuerzas
terrestres, nuestro general Dietl, y el jefe de nuestros destructores. El único responsable
por el transbordo era el Capitán y, sin embargo, durante los tres días sobre el puente
y en la cámara de oficiales mantuvo un enlace muy estrecho con el General y varias
resoluciones trascendentales las analizaron conjuntamente y transformadas en las órdenes
correspondientes, reflejando unidad de opiniones. Entre los oficiales, ahora enterados,
comenzó de inmediato una discusión de camaradería que giraba alrededor de la cuestión:
¿Reconocerán los noruegos que la acción ha sido concebida como de carácter pacífico?
¿Aceptarán la situación creada o habrá que contar con resistencia? ¿De qué medios
militares disponen ellos?

Las fuerzas armadas de Noruega estaban constituidas por una respetable marina de guerra
y un fuerte ejército de milicias. La marina de guerra poseía 4 guardacostas acorazados
Eidsvold, Norge, Tordenskjold y Harald Harfagre, todos de principios de siglo, con una
velocidad de 17 millas, armados con cañones de 21 cm. así como una buena cantidad de
cañones de 15 y 12 cm.; 2 minadores rápidos; 12 destructores; 9 submarinos; numerosos

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rastreadores y minadores más pequeños y 22 torpederos de poco desplazamiento y lanchas
torpederas a motor. Todos estos medios flotantes, empleados con energía y acierto, debían
constituir un adversario no despreciable en aguas costeras. A estos medios navales se
agregaban fortificaciones costeras en todos los fiordos de importancia militar, compuestas
de baterías de cañones de grueso y mediano calibre y también baterías de lanzatorpedos,
bien ubicadas y convenientemente enmascaradas, de modo que los fiordos, con los criterios
habituales, debían ser considerados casi como inconquistables desde el mar.
El ejército de milicias, compuesto de seis divisiones con un efectivo total de paz de unos
19.000 hombres, efectivos que en caso de guerra podían alcanzar a unos 200.000 hombres
y, para esta época, Noruega ya había realizado la movilización parcial de todas sus fuerzas
armadas. El efectivo de su fuerza aérea —según lo expresado por los noruegos— alcanzaba
a unos 200 aviones.
Por lo tanto, las fuerzas navales alemanas debían contar en alta mar con el empleo de las
flotas de las potencias occidentales y en las aguas costeras y en los lugares de desembarco
de Noruega, con una vigorosa resistencia de las fuerzas armadas de este país.
También en el comedor general se reunieron los suboficiales y soldados del ejército
con los de la marina de guerra, siempre que estos últimos no estuvieran de servicio y los
primeros no tuvieran más tarde conversaciones privadas con los dioses del mar. En esta
forma, toda la empresa ya desde un principio estuvo regida por la estrecha hermandad de
armas de ambas ramas de la Wehrmacht, a la que más tarde se incorporó la Luftwaffe. Esa
confraternidad de armas condujo a una gloriosa victoria y constituye el símbolo luminoso
de la lucha por Narvik.

Corresponde mencionar aquí uno de los numerosos pequeños episodios, de los que la
empresa de Narvik presenta muchos.
Entre los que fueron alumnos del Capitán Dietl cuando éste, como profesor de táctica,
debía iniciar a los aspirantes a oficial en los secretos del arte de la conducción de la guerra
terrestre, se hallaba también un aspirante Erdmenger. Un día, su vehemente deseo, propio
de casi todos los alemanes, de conocer el mar y recorrer el mundo, le indujo a solicitar su
pase a la marina de guerra. En la presentación de despedida, el aspirante Erdmenger le
prometió al Capitán Dietl que en una época posterior “lo llevaría a pasear en un buque
presentable”.
Y ahora se le presentó al General Dietl como comandante del destructor alemán Wilhelm
Heidkamp —el que en el audaz viaje de vikingos debía llevar a su bordo el comando de la
división con el mencionado General a la cabeza— el capitán de corbeta Erdmenger, quien
ya había sido distinguido con la Cruz de Hierro de I Clase por sus exitosas empresas contra
el enemigo. También estaba allí el “buque presentable”. Pero estaba muy en duda si sería
efectivamente un paseo. Es cierto que entonces nadie preveía los grandes acontecimientos
de las siguientes semanas.

Poco antes de medianoche del 6 de abril, los destructores habían partido del muelle en
Wesermünde y se dirigían a velocidad de marcha hacia el mar del Norte. Nuestros muchachos
de la Cariatia estaban entusiasmados por el “viaje marítimo”, el que hasta entonces todavía les
parecía como una excursión en canoa por el lago Worker. Más de un bocado de la ración propia
o de los últimos obsequios recíbelos no habrían sido ingeridos, si estos campesinos hubiesen
sabido el mal gusto que tendría en el retroceso del estómago al mar.

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En uno de los destructores que navegaban más atrás —era aquel cuyo nombre debía
ser más tarde famoso cuando, consumiendo su última munición de artillería y cubriendo
el desembarco de las dotaciones de los otros, rechazó en el fiordo Rombaken a fuertes
ataques enemigos—, se oían a los altoparlantes sobre la cubierta. El comandante daba a
conocer, por medio de los altavoces de a bordo, la misión:

El 9 de abril a las 05:00 tropas alemanas ocuparán Dinamarca y Noruega. Los destructores
deben desembarcar en Narvik el regimiento de cazadores de montaña, que ocupara la ciudad
y el ferrocarril minero y los defenderá contra el enemigo. Hay que contar con el encuentro de
fuerzas navales adversarias. En el fiordo Ofoten parecen hallarse buques de guerra ingleses.
Una eventual resistencia de los noruegos será quebrada de inmediato. Narvik es el punto más
septentrional que tocarán las fuerzas combatientes alemanas en esta empresa.
Tanto los marineros como los cazadores de montaña se palmearon riéndose:
¡Hermano! ¡Narvik! ¿Dónde quedará eso? Vamos a ver.

En los alojamientos y en el comedor, los timoneles en la mañana de ese día, con aire de
misterio, habían fijado cartas de conjunto con tiras de papel engomado sobre las mamparas
de hierro y los marineros mostraron gustosos a sus compañeros de tierra la situación de
ese lugar.
Frunciendo el entrecejo un marinero de la. les dijo a los montañeses al observar sus caras
pálidas por el efecto del mareo: “Será mejor que ustedes, los del Regimiento 85, se vayan
a los coys”.
Lentamente iban desapareciendo los cazadores en las cámaras y comedores, se tendían
a lo largo y trataban de luchar contra el mareo que se presentaba sin contemplaciones a
medida que la marcha de los destructores se hacía más veloz.

El 7 de abril a las 02:00 se efectuó al norte de Wangerooge la reunión con las unidades
pesadas, los acorazados Scharnhorst y Gneisenau y el crucero acorazado Admiral Hipper.
En la magnífica mañana, de la temprana primavera se continuó el viaje en conjunto. ¡Un
domingo en el mar del Norte, que hoy se mostraba casi azul y sin oleaje!
Debido a la exploración aérea enemiga, a esperar en cualquier momento, nuestros cazadores
sólo podían mostrarse en limitado número sobre cubierta. Una mirada desde el ojo de buey
o desde los pasillos inferiores de los buques les mostraba, empero, el mar del Norte en toda
su belleza.
Ninguno de los “pasajeros” sospechó que la agrupación ya en la mañana había sido
observada por exploradores aéreos del enemigo, los que, empero, comunicaron una
ubicación equivocada. A las 14:30 hubo un toque de corneta desconocido para los soldados
de tierra: “¡Alarma antiaérea en todos los buques!” 12 bombarderos ingleses con rumbo
de este a oeste sobrevolaron a gran altura la agrupación que se dirigía al norte. Durante el
vivo fuego de rechazo de los buques pesados, lanzaron al tuntún algunas bombas, las que
estallaron lejos en el mar. También en ellos sólo habían, al parecer, “reclutas atrasados”,
como decía el General, pues comunicaron, según se comprobó más tarde, la presencia de
sólo ocho destructores y de ningún buque grande y, además, también de nuevo dieron una
ubicación equivocada.
Ya hacia mediodía empezó a soplar un viento fresco, el oleaje fue aumentando y el Dios
Neptuno recibió las primeras víctimas. La segunda noche a bordo halló, empero, a la

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mayoría de los montañeses en un plácido sueño, dentro de lo que era posible en el reducido
espacio disponible. Las dotaciones de los buques se hallaban en el máximo apresto. El jefe
de la flotilla de destructores y los comandantes de todas las unidades no abandonaron el
puente, pues a medianoche se pasó el estrecho entre Inglaterra y la vieja ciudad noruega de
Bergen. Según toda apreciación, allí debía surgir por fin un buque de guerra enemigo
o una agrupación; pero, por más que se observara el horizonte con todos los instrumentos
ópticos, en ninguna parte se notó una luz sospechosa o una columna de humo. El mar del
Norte continuaba todavía abierto para el viaje audaz de la marina de guerra alemana.
El viento, entretanto, había aumentado hasta la fuerza 9 y el mar se tornó muy agitado,
El mar hasta entonces tan amable y pacífico, que se movía uniformemente con largas olas
en dirección a los buques, cambiaba su aspecto a cada minuto. Monstruos grises obscuros
emergen del mar, se enderezan como figuras sombrías y amenazadoras y se lanzan con
ruido de trueno sobre nuestros pequeños buques, verdaderas cascaras de nuez, que se les
oponen crujiendo y bailando. ¡Desgraciado el imprudente que no se tome firmemente de
los cables de tormenta tendidos y no aproveche el momento en que las montañas de agua
toman aliento para una nueva arremetida!
Casi todo lo que había sobre cubierta, motocicletas, lanza-granadas pesados, cajones
de munición, etc., por bien que estuviesen trincados, fue llevado sobre la borda por las
olas. Un cazador de montaña que, no obstante la advertencia, quería ver la furia de los
elementos, fue arrastrado desde la proa por el mar que lo cubrió, hacia la popa, donde
completamente K.O. fue detenido por un mamparo protector, teniendo que ser llevado
rápidamente bajo cubierta por manos serviciales de marineros.
También la mayor parte de los oficiales del ejército andaba de un lado a otro con rostros
verde-grisáceos o, haciendo un último esfuerzo, se dirigían a determinados lugares que, por
cierto, estaban continuamente “ocupados”.
En la cámara del Comandante se hallaba, empero, muy tranquilo el General Dietl con
su primer oficial de estado mayor y se reforzaban con un abundante almuerzo que les fue
servido por el entonces marinero Martens, de Hamburgo, —que después pasó al comando
de la División—, si bien con paso vacilante, pero siempre con una distinción y tranquilidad
que no le abandonó aún en los momentos más críticos.
El General se colocó después su birrete de montaña, se puso su chaqueta de cuero y el ca-
pote y se dirigió con el andar de piernas abiertas propio de un viejo lobo de mar, al puente
que el Comandante no había abandonado durante toda la noche.
Un viaje en la gran hamaca del parque de diversiones de Hamburgo, en el trencito de la fiesta
de octubre en Munich o en el Prater de Viena no es nada comparado con la permanencia
sobre el puente de un destructor cuando la fuerza de viento es 10 u 11. El alemán del Norte
aconsejaría: “¡Préndete fuerte; no largues!” y el berlinés: “¡No pierdas la línea vertical!” Pero
aun los mejores consejos tenían poco éxito. De pronto se caía uno hacia estribor y en seguida
hacia babor, junto con el rápido avance; de pronto las crestas de las olas barrían el puente en
tal forma que el lego creía que el “bailarín”, como nuestros montañeses llamaban a nuestro
guapo destructor para disgusto de sus tripulantes, nunca se volvería a enderezar.
En medio de la furia de los elementos tuvimos motivos para admirar el arte de ingeniería
naval, la labor de los obreros y el material de Alemania. Las máquinas desde hacía ya dos
noches y un día andaban a alta velocidad y a ninguno de nosotros se le ocurrió, que las
pulsaciones regulares de estos corazones de nuestros buques podían cesar o siquiera ser
más lentas.

33
El 8 de abril a las 09:10 se oyó claramente, entrecortado por la tempestad, el tronar de
cañones desde retaguardia a través del mar. El destructor Bernd von Armin que navegaba
detrás de nosotros, se había empeñado en un encarnizado combate con el destructor bri-
tánico Glowworm, el cual, al parecer, debía mantener el contacto. Después de unos pocos
disparos, el fuego del destructor alemán cubría al inglés; pero éste era un valiente peleador,
cuyo espíritu combativo merece el máximo reconocimiento. Los otros destructores ale-
manes continuaban a la misma velocidad, sin tomar nota del adversario; pero el crucero
Admiral Hipper intervino en la lucha del hermano menor. A pesar de ello, el inglés siguió
tirando con todos sus tubos todavía en condiciones y, estando en llamas, efectuó dos auda-
ces ataques de torpedos y, finalmente, se lanzó con su última fuerza contra la parte media
del crucero, sin hacerle, es cierto, más que una considerable abolladura. A una distancia
de apenas 70 metros se hundió después rápidamente el valiente barco inglés en las aguas
azotadas por la tempestad. Este fue el único encuentro con fuerzas combatientes inglesas
durante las 1.200 millas de viaje.

Sobre el fin del Glowworm dice Churchill:


“... cuando el Hipper abrió fuego, el Glowworm se retiró detrás de una cortina de humo.
El Hipper que avanzó a través de la cortina, se halló de pronto a corta distancia delante del
destructor el cual a toda marcha se dirigía sobre él. El crucero no tuvo tiempo para evitar un
choque y el Glowworm embistió a su adversario de 10.000 toneladas y le produjo una avería
de 40 metros en el flanco. Después se retiró el buque inglés, gravemente dañado y en llamas.
Unos minutos más tarde explotó. El Hipper recogió 40 sobrevivientes; el heroico comandante
británico también fue izado a bordo, pero cayó, agotado, de la cubierta del crucero y se perdió.
De este modo se apagó la luz del Glowworm.

El acontecimiento produjo una impresión de alarma en el Almirantazgo Británico. Se


enviaron entonces los buques de batalla Renown y Birmigham y una flotilla de destructores
en persecución de los alemanes para darles alcance y destruirlos. Se inició también, aun
cuando con retraso, el embarco de un cuerpo expedicionario británico. Habíamos creído
que la marejada y la tempestad ya no podían aumentar en intensidad; pero nos equivoca-
mos, pues hacia mediodía el viento soplaba con casi la violencia de un huracán desde el
noroeste sobre los buques que rolaban y cabeceaban fuertemente. El Comandante envió
compasivamente a uno de sus oficiales bajo la cubierta a fin de enterarse del estado de
nuestros cazadores de montaña. Después de corto tiempo comunicó lacónicamente, a la
vez que levantaba los hombros: “Carne humana en su jugo”.

Sobre esas horas un capitán de corbeta relata todavía el siguiente pequeño episodio:
“El Capitán Bonte se halla inmóvil sobre el puente; a su lado está el General Dietl, el
comandante de los cazadores de montaña. De los doscientos cazadores alojados en el
destructor, es uno de los pocos que no se ha mareado en lo más mínimo. El granizo,
la nevada y el glacial aire polar nada le hacen al montañés, como tampoco los locos
movimientos del destructor en esta furiosa tempestad. Observando con atención y
mostrando un vivo interés por todas las cosas, se hallaba allí, de donde sólo se retiraba
por breve tiempo a la cámara del Capitán puesta a su disposición, sin que se notaran las
noches en vela y la considerable fatiga física y espiritual que debían originarle la marejada
a este hombre no habituado al mar. La agrupación marcha ahora a 21 nudos. El Capitán le

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muestra al General el indicador de revoluciones y le dice “en la paz nunca marcharíamos a
esta velocidad con un tiempo así”. El aprueba con una amable sonrisa que anima su rostro
inteligente y le dice: “¡todo muy bien, lo importante es que nos lleve hasta allí! el resto yo
lo haré”. Y así como cada uno a bordo está convencido que el Capitán llevara en tiempo
oportuno a la agrupación a Narvik, también lo están los marinos y los del ejército de que
ese bávaro con sus valientes cazadores de montaña realizarán su tarea. ¡Si ya se estuviera
en tierra!”

Aun el más penoso viaje por mar termina alguna vez. El 8 de abril, al obscurecer, fue
despedida la agrupación de los destructores por las fuerzas navales pesadas y poco tiempo
después nos hallamos delante de la entrada del fiordo Oeste. Se hacía sentir la protección
que ofrecía el archipiélago de Lofoten, que penetra a gran distancia en el mar; los buques
navegaban más tranquilos, los cazadores, rudos moradores de la montaña, se repusieron
con insospechada rapidez y la noticia: “¡tierra a la vista!” hizo olvidar todas las penurias.
A nuestro frente todavía se hallaba, (empero), el fiordo Oeste, de casi 200 kilómetros de
longitud y el angosto fiordo Ofoten. Por radio se había comunicado que un crucero inglés
y varios destructores se hallarían en el fiordo Oeste. En las distintas cubiertas se oían las
campanas: “¡Zafarrancho de combate!”
En todos los rostros se reflejaba la máxima tensión expectante. Sorprendentemente, de los
faros de la costa sólo algunos estaban apagados; pero sus luces cruzaban como fantasmas la
obscuridad de la noche nórdica y las ráfagas de nieve, que continuamente interceptaban la
visión. Repetidas veces surgían ante la vista las paredes rocosas a distancias muy cortas, por
lo que los destructores que seguían marchando a alta velocidad, tuvieron que escalonarse
hacia el centro del fiordo. Recién el faro de Tranö permitió al Comandante del “Wilhelm
Heidkamp” una exacta determinación del lugar.

Los que conocen los famosos fiordos noruegos han de recordar los enormes macizos
rocosos que acompañan en ambos lados a los buques que recalan en ellos; pero, en
nuestro viaje, ningún sol de primavera iluminaba aguas intensamente verdes. Un gris
obscuro envolvía los esbeltos cascos de los destructores; las montañas tenían todavía
su ropaje de invierno y sólo donde su pie penetraba profundamente en el agua se veían
fajas de un color gris sucio. No se veía ser viviente alguno y después del bramido de la
tempestad, que nos había ensordecido durante tres días, este silencio resultaba inhós-
pito. ¡Y en ninguna parte se veía un barco inglés!
En una formación impecable, la agrupación de destructores alemana, con velocidad
apenas disminuida avanzaba hacia el objetivo ordenado. Dos compañías de cazadores de
montaña tenían la misión de apoderarse, mediante un golpe de mano, de las baterías de costa
establecidas en la entrada del fiordo Ofoten y mantenerlas ocupadas. Los dos destructores que
transportaban dichas compañías, efectuaron una conversión y desaparecieron rápidamente
detrás nuestro en el gris de la noche invernal.
Sobre esta aventura —más cómica que dramática— de las dos compañías de cazadores de
montaña informó más tarde un soldado:
“A las 04:40 de ese memorable día, los dos últimos destructores que seguían la estela del
Capitán Bonte, recibieron la orden de fondear debajo de un fuerte situado allá arriba en las
rocas cubiertas de nieve y desembarcar las tropas de montaña para la conquista de la batería.
“Aun cuando durante la entrada de la agrupación en el fiordo Ofoten no se había disparado

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un tiro y ni siquiera se podían distinguir las obras del fuerte en la alta nieve, las fortificaciones
debían hallarse en poder de los alemanes a fin de poderlas emplear para la defensa contra una
persecución de los ingleses.
“De inmediato los destructores se alejaron de la agrupación, tomaron un nuevo rumbo y poco
después anclaron al pie de una roca pelada, cubierta de nieve en sus quebradas.
“Durante ese breve recorrido, los cazadores de montaña tuvieron tiempo de prepararse para
su intervención. Después de los terribles días de tempestad en el hacinamiento extremo de los
buques, durante los cuales casi no habían comido ni dormido, están contentos de salir de las
inseguras tablas y poder pisar de nuevo tierra firme.
“Cargados con su equipo, con las armas en la mano y la escala de soga por el cuello van
cayendo en los pequeños botes de transporte, los que en pocos minutos de viaje de ida y vuelta
sin interrupción los llevan a la estrecha playa cubierta de rodados.
“De inmediato son adelantadas varias patrullas de exploración por diferentes caminos. Deben
reconocer el terreno y eliminar eventualmente nidos de resistencia o puestos de observación,
mientras que el grueso se aproximaría desde tres distintos lados a las fortificaciones costeras.
“De nuevo las tropas de montaña austríacas demostraron su energía y tenacidad, Es un camino
difícil y fatigoso el que deben seguir por las faldas rocosas cubiertas de nieve y de ventisqueros.
Todo paso y toda detención en las rudas paredes que sólo de cuando en cuando presentaban
matorrales bajos, eran resultados de la lucha exitosa contra la roca. A pesar del viento helado
que soplaba desde el mar abierto, pronto gruesas gotas de sudor cubrían sus rostros.
“Pero los hombres seguían escalando imperturbablemente y metro a metro van ganando
altura hasta que, por último, después de un largo trabajo fatigoso, alcanzan la meseta en la que
debe hallarse el fuerte.
“Para asombro suyo, allí, (empero), nada se mueve, Tampoco las patrullas de exploración y de
choque todavía no habían encontrado enemigo alguno. La naturaleza alrededor mantiene un
silencio absoluto. No se oye un disparo; tampoco se siente una resistencia. La roca parece muerta.
“Los cañones de los destructores están dirigidos, amenazadores, sobre el fuerte. La menor
tentativa de una resistencia sería suficiente para enviarle, allá arriba, una buena masa de acero.
“Artilleros de marina escalan ahora con los montañeses hacia el fuerte para dirigir el fuego de
su peligrosa arma.
“Parece que toda la gente de allí arriba está todavía durmiendo”, opina uno; “o se han escondido
de miedo” le replica otro, mientras observa a través del anteojo.
“Pero ninguno de ellos tiene razón. Cuando el primer pelotón de choque ha alcanzado la
entrada del fuerte y penetra con cautela, sólo encuentra construcciones de hormigón cubiertas
de nieve. En ninguna parte se ve un cañón o un soldado noruego. El fuerte recién se halla en
vías de construcción.
“Por grato que fuese este hecho, más tarde todavía debía ser motivo de gran desventaja para
las tropas alemanas en Narvik.
“La tarea de las fuerzas de desembarco estaba cumplida. Se dejó un puesto de avanzada con una
ametralladora liviana, el que desde entonces debía vigilar la entrada del fiordo de Ofoten; la masa
de los cazadores de montaña regresó al lugar de desembarco y fue llevada de nuevo a bordo”.

¿No se artillaron intencionalmente estas baterías tan importantes para la protección


del puerto minero? ¿Se habían sacado los cañones porque se esperaba a los ingleses? El
señor Hambro, ex-presidente del Storting (parlamento) noruego, en una interviú con el
New York Times hizo más tarde una serie de confesiones involuntarias. Dijo, entre otras,

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que el gobierno noruego de entonces, durante los críticos días de abril, había esperado
la ocupación del país por los ingleses. Los guardacostas noruegos, en la obscuridad de la
noche, simplemente no habían podido reconocer si los buques que aparecían ante la costa
eran británicos, franceses o alemanes.
El hecho de que los buques transportes alemanes que llevaban las baterías costeras
destinadas a la protección de Narvik habían sido, entretanto, hundidos por los ingleses,
con lo que de nuevo se empeoraba la situación, no era conocido en ese momento por el
Capitán ni por el General Dietl.
Según la orden, la agrupación debía hallarse el 9 de abril de 1940 a las 05:30 delante de
Narvik. A las 05:00, o sea media hora antes de lo ordenado, se había alcanzado el objetivo,
lo que significaba una proeza en todo sentido. En la historia de la guerra naval nunca se
había empleado a destructores en una empresa a tan gran distancia.
Y pocas veces aun viejos lobos de mar habían soportado en buques tan pequeños una
tempestad de esa violencia. Aviadores enemigos nos habían descubierto oportunamente;
la flota inglesa, según toda previsión, debía estar alistada con partes importantes para
cortarnos y aniquilarnos y, sin embargo, este viaje de vikingos se logró realizar en forma
más brillante que lo que la razón y el cálculo humano permitían esperar.
¡Honor al Capitán Bonte, a sus enérgicos comandantes de destructores y sus valientes
dotaciones!

Pero todavía no se había efectuado el desembarco. En alguna parte debían hallarse


buques de guerra noruegos, cuya actitud era enteramente desconocida para el comando.
Y ahora en la penumbra gris de la madrugada, por momentos semicubierto por ráfagas
de nieve, surgió desde un fiordo lateral a corta distancia de Narvik, un coloso gris que se
dirigía hacia nosotros. De un lado y del otro se hicieron señales; el buque del Capitán echó
un bote al agua y dos oficiales de la plana mayor del Capitán Bonte se dirigieron a alta
velocidad hacia el buque noruego.
Las negociaciones allí fueron rápidas y dramáticas. El comandante noruego pidió
10 minutos de espera a fin de poder preguntar a su comandante en jefe. Era imposible
concederla, pues para nosotros se trataba ahora de minutos. Declaró entonces que
tenía la misión de su gobierno de presentar resistencia por todos los medios. La sobria
comunicación del oficial de marina alemán sobre el efectivo de la agrupación que había
llegado y la acción en todo el resto de Noruega no logró hacerle cambiar su resolución.
¡Era un honrado lobo de mar que leal a su orden, aceptó la lucha!
El guardacostas Eidsvold -cuyo nombre recuerda la unidad de los pueblos escandinavos-,
si bien era uno de los mayores buques de la marina de guerra noruega, había sido
construido ya en el siglo anterior. A pesar de ello, unos pocos disparos de sus cañones de
21 centímetros hubieran podido enviar a los destructores alemanes al fondo del fiordo.
El bote alemán se alejó y lanzó como señal el cohete luminoso rojo, convenido para el
caso de resistencia. Con pesadez, el coloso gris reanudó la marcha y precisamente sobre
nosotros. Se hallaba a 500 metros, después a 400 metros y ya a 300 metros. Sin duda, nos
quería embestir.
Entretanto hubo un cambio de ideas de sólo segundos de duración en el puente entre el
Capitán Bonte, el General Dietl y el comandante del barco. Dietl con brevedad lacónica
sintetizó su apreciación de situación y la única resolución posible en la palabra: “¡Tirar!”
Se oyó entonces la voz tranquila del comandante de nuestro destructor por el tubo: “¡Las

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dos máquinas a toda marcha adelante!” Como un noble caballo se impulsa sobre las patas,
así el valiente Wilhelm Heikamp se lanzó con un potente salto de nuevo hacia adelante.
Un arco elegante lo sustrajo de los tubos de las torres blindadas noruegas dirigidos sobre
nosotros en forma amenazadora y lo colocó en posición de tiro de los tubos de torpedo. De
nuevo una señal y con un suave ruido cayeron al agua por la borda las anguilas plateadas
de los tubos de popa.
Siguieron entonces minutos de máxima tensión para nosotros, los terrestres, que nadie
podrá olvidar jamás. El buque noruego dirigió lentamente sus pesadas torres sobre
nosotros y nosotros mirábamos las bocas de los cañones. No vendría por fin el rayo y el
trueno desde allí, que despedazarían a nuestro pequeño buque. Pero nada ocurrió. ¿Será la
paz de más de un siglo que habría herrumbrado el alistamiento noruego o había del lado
del adversario todavía alguna inhibición? Esa pregunta no ha de contestarse jamás.
Pero, de pronto, allá se produjo una poderosa conmoción en todo el casco. Al mismo
tiempo se oyó una ronca detonación y, segundos más tarde, una segunda. Como tomado
por una mano gigantesca invisible, el acorazado “Eídsvold” se rompió en dos pedazos.
De la popa nada se vio después de la segunda detonación. La mitad anterior, se levantó
todavía una vez con la proa en alto y después se hundió también en la profundidad del
fiordo. Los pocos sobrevivientes fueron llevados a tierra por una lancha a motor alemana.
El Wilhelm Heidkamp, después de este dramático episodio, continuó aceleradamente su
marcha al puerto de Narvik.
En el diario de guerra, felizmente conservado del destructor Wilhelm Heidkamp, leemos
con qué actitud de soldado el Capitán Bonte procedió ante la actitud amenazadora del
guardacostas Eidsvold ¡allí! escribía el capitán de corbeta Erdmenger en su informe de
combate:

“Como debía temer que a esa reducida distancia ya una salva de los cañones de 21
centímetros del acorazado podía originar gravísimos daños, solicité del comandante de
los destructores el permiso para torpedear el Eidsvold. El Eidsvold había reanudado la
marcha y también el Heidkamp giró y se alejó a alta velocidad de la zona de peligro.
“El Capitán Bonte demoró todavía, por lo pronto, la autorización de abrir el fuego, pues
el aniquilamiento de un buque que posiblemente no estaba del todo listo para el combate
repugnaba a su condición de soldado caballeresco y también porque pensaba en las
consecuencias que originaría una ocupación de Narvik por la fuerza, contrariamente a la
deseada ocupación sin lucha. Después de un breve cambio de ideas con el General Dietl,
me autorizó a abrir el fuego”.

2. Desembarco en Narvik

E l destructor Bernd von Arnim” entretanto, sin preocuparse por los buques mercantes
allí reunidos, había entrado en el amplio puerto de Narvik, amarrado en el muelle
postal y comenzado de inmediato el desembarco de los cazadores de montaña.
Apenas los primeros soldados alemanes habían puesto sus pies en tierra, cuando desde
la zona de Ankenes se oían ruidos de disparos y las granadas de 21 centímetros del
guardacostas noruego Norge pasaron silbando sobre las puntas de los mástiles del buque
alemán y fueron a caer precisamente en el jardín del consulado inglés. Este deficiente

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resultado de tiro a la reducida distancia de 1.000 metros fue también la perdición del
segundo acorazado noruego. Todavía los pedazos de nieve y de tierra levantados por las
granadas caían pesadamente sobre los techos próximos, cuando ya los torpedos del Bernd
von Arnim iniciaron su recorrido destructor. Y de nuevo se presentó el mismo cuadro
dramático del Eidsvold. Antes de ser cargados sus tubos para la segunda salva, el Norge fue
roto en pedazos y siguió a su gemelo al fondo del mar.
En el diario de guerra del Wilhelm Heidkamp leemos todavía lo siguiente sobre las
medidas de auxilio, adoptadas de inmediato, para con los náufragos:
En el lugar del naufragio del Norge se veían numerosos restos y sobrevivientes en el agua.
Se izó por tal motivo la señal: ¡Participar en los trabajos de salvamento! La mayoría de los
vapores habían respondido a ese requerimiento enviando sus botes. Nuestro buque viró y
ancló en proximidades del muelle postal, pues el amarradero ya estaba ocupado por el Georg
Thiele.

Lord Strabolghi en su libro Narvik y después expresa que los dos acorazados se habían
hallado el 9 de abril en el puerto y que habían sido hundidos sin estar listos para el combate;
esa afirmación es refutada por los hechos. Con el título El ataque alemán contra Narvik el
9 de abril, el Times del 16 de julio de 1940 publicó una carta de un capitán de la Escuadra
Real de Noruega en el archipiélago de Lofoten, la que estuvo empeñada en los combates de
Narvik. Manifiesta en ella:
Acabo de leer “Narvik y después”... Todo es falso. Ambos buques estuvieron listos para el
combate el 8 de abril a las 07:00, es decir, 20 horas antes del ataque. No había hombre alguno
en tierra y los buques no estaban en el malecón. El Eidsvold fue adelantado el 8 de abril a las
20:00 a la entrada del puerto de Narvik y el Norge se hallaba en el puerto cuando entraron los
destructores alemanes. El Norge abrió el fuego y dañó a dos destructores, mientras el Eidsvoid
fue torpedeado y hundido antes de comenzar el tiro.
El parlamentario alemán que llegó a bordo del Eidsvold con el requerimiento de rendición, al
abandonar el buque disparó un cohete como señal para proceder al lanzamiento de torpedos.
A bordo de los buques mercantes alemanes surtos en el puerto de Narvik no habían soldados
alemanes. El ballenero Jan Wellen también tenía izada la bandera alemana y no la de
Estados Unidos. Los alemanes no dispararon sus ametralladoras contra los sobrevivientes
del Norge torpedeado, que estaban nadando. Si el autor afirma que los primeros disparos en
Narvik fueron efectuados por una banda de soldados alemanes muy bien armados que se
hallaban en los buques mercantes alemanes y que la única resistencia que encontraron fue la
de algunos aduaneros somnolientos y sin armas así como de una media docena de policías de
la localidad, no responde a la realidad de los hechos.

En los buques mercantes de un lado a otro de la cubierta, corrían excitados los marineros
semivestidos, tal como probablemente se habían lanzado desde sus coys a las primeras
explosiones de torpedos.
Un corresponsal de guerra alemán ha escrito sobre ese momento tragicómico:
Cuando se nos alcanzó a distinguir apenas entre la niebla, hubo un gran júbilo entre los
ingleses. Con alegría movían pañuelos y banderas; se salían de sus casillas. Los alemanes
que también nos tomaban por ingleses —pues no podían suponer que aquí, tan lejos, iban
a aparecer buques alemanes— realizaron todos los preparativos para hundir sus buques.
Sólo por un azar de la suerte se debe a que todavía a tiempo, gracias a la mejor visibilidad,

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pudieran distinguir la bandera de guerra alemana y que ahora, de su parte, estallaron en
manifestaciones de júbilo.

Sobre el desembarco en Herjangen, ha informado un participante:


Cuando desde el mástil del destructor del Capitán se izó la señal “Destacado según su
plan”, repetida por todos, varios destructores se dirigieron rápidamente hacia el fiordo
Herjangen y desembarcaron sus tropas, las que de inmediato toman el campamento noruego
de Elvegaardsmoen y lo ocupan. Las tropas noruegas que a una hora tan temprana todavía
no habían terminado su higiene corporal matutina, quedan estupefactas y sus efectivos son
fácilmente dominados por los cazadores de montaña.
La tarea más urgente de las fuerzas es la seguridad del puerto y de la zona portuaria, de
la que se encargaron de inmediato. Igualmente forma parte de la seguridad, figurando entre
las tareas del Capitán, las medidas de protección contra los buques ingleses y sus dotaciones.
Destacamentos de presa se trasladan a los distintos buques, retiran las dotaciones —una
parte eran negros— y las toman prisioneras. Los cañones encontrados en los vapores ingleses
de transporte de mineral son desmontados lo más pronto posible y colocados sobre vagones del
ferrocarril minero, con ajustes de circunstancias, constituyendo así por lo menos un precario
reemplazo de las baterías de costa faltantes.
Un destructor tras otro se dirige después a cargar petróleo, lo que se había hecho de urgente
necesidad, y llena sus tanques de combustible para el proyectado regreso a la patria.
Es intensa la alegría de las tripulaciones de los vapores alemanes; todas ellas habían contado
con una embestida de los ingleses y habían preparado, por consiguiente, sus buques para ser
hundidos. Cuando, se preguntó al capitán de un vapor alemán que todavía estaba ardiendo,
por qué había embicado su buque en la playa y lo había incendiado, contestó lo siguientes
Cuando vi entrar a los destructores, pensé que éstos eran ingleses y de inmediato impartí las
órdenes correspondientes; ya antes había explicado a mi gente lo que haría si aquí venían los
ingleses. Nosotros habíamos preparado todo muy bien. Cuando, para mi máxima sorpresa,
distinguí la bandera de guerra alemana, ya era demasiado tarde. Nunca me hubiera
imaginado que nuestros buques de guerra llegarían aquí. ¡Qué mala suerte!
Había muchos que no lo habían creído posible. Todos estaban preparados para la entrada
de los ingleses. Cuando acababa de desembarcar la primera compañía de los cazadores de
montaña y se ponía en marcha en dirección a la ciudad, se encontró con el comisario de
policía noruego. Este se acercó a la columna, recurrió a todo lo que sabía de inglés y preguntó:
¿Are you englishmen?
Preguntó así como de paso, pues para él esos soldados eran, sobreentendidamente, ingleses.
¿De qué otra nacionalidad podían ser? Inglaterra domina el mundo, los mares y todo lo
que forma parte de éstos. Quizá desea iniciar una pequeña conversación, escuchar algunas
novedades e informarse sobre los planes de esta fuerza que le impresiona por su apostura.
Tanto mayor es su asombro al no recibir contestación alguna. Entonces empieza a darse
cuenta que les cascos de acero son bastante distintos a los cascos chatos de los ingleses, que
se conocen de las fotografías de todas las revistas ilustradas, pero ¿no serán éstos alemanes?
Se decide a preguntar: -¿Son Uds. alemanes? -Sí, se le contesta desde las filas con risas. El
comisario de policía se retira moviendo la cabeza. Había oído bastante.

Desde el destructor Bernd von Arnim los pelotones desembarcados iniciaban de inmediato
la marcha para ocupar lo más pronto posible los lugares que ya antes les habían ordenado

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con toda precisión. En la ciudad se hallaban 10.000 civiles noruegos; en el cuartel estaba
un batallón completo movilizado, el cual, según datos, era una de las mejores unidades
de tropa de Noruega. Debía salvarse, por consiguiente con la mayor rapidez el período de
debilidad del desembarco.
En el muelle postal había atracado, entretanto, también el destructor Georg Thiele; el
Wilhelm Heidkamp cubría con sus piezas el desembarco de los cazadores de montaña. Se
efectuaba el traslado a tierra empleando todos los botes, los que en rápidos viajes llevaban
a los cazadores y marineros.
También delante de Bjerkvik habían llegado, mientras tanto, destructores alemanes.
En la orilla había un par de localidades con pocas casas, un muelle bastante precario de
madera y, encima de todo, el viento norte, que aun en este valle rodeado por altas laderas
de montañas soplaba con no disminuida violencia.
Los botes a motor viajaban incesantemente. Un bote después de otro salía de la banda,
llenos de soldados, con armas y víveres. Estaban tan cargados que la próxima ola grande
hubiera debido entrar dentro de ellos. Todo se desarrolló de acuerdo con el plan; no se oía
un solo disparo; no se veía un soldado noruego en toda la extensión.

Uno de los primeros en descender fue el General Dietl con su estado mayor, acompañado
por un grupo ametrallador, abandonando la cubierta del Wilhelm Heidkamp, que había sido
nuestro hogar durante los últimos días. Cuando al dejar los pequeños botes pusimos nuestros
pies en el muelle postal de Narvik sabíamos que recién entonces habíamos abandonado
definitivamente suelo alemán. ¿Cuándo y cómo lo volveríamos a pisar?
Pero ahora no había tiempo para largas reflexiones, pues los acontecimientos se precipitaban.
El General Dietl fue recibido en el muelle por el cónsul alemán Wussov y en rápida decisión,
como acostumbraba, inició con el Teniente Coronel Bader y el cónsul, en el auto de éste, el viaje
a la ciudad. En esta situación completamente incierta y sin duda bastante crítica, no se le ocu-
rrió enviar primero un parlamentario al comandante de la ciudad. Debía, en lo posible, estar
bien adelante a fin de ver personalmente y poder proceder en consecuencia. Poco después se
evidenció la considerable y quizá decisiva importancia que tuvo este empeño personal ya en la
primera hora. El coche con el General partió rápidamente; pero el servicio de la ametralladora
que debía protegerlo por lo menos un poco, se quedó en el muelle.
El ayudante vio entonces delante de la zona portuaria unos hermosos automóviles
taxímetros noruegos, cuyos conductores no se habían dado, al parecer, una completa idea
de toda la situación. Como no había otros vehículos automotores, él y el servicio de la
ametralladora ocuparon el primer coche grande, como viajeros distinguidos, y de este
modo comenzó la entrada en la ciudad de Narvik. Este primer viaje en taxi sobre territorio
noruego lamentablemente nunca fue abonado, aún cuando en la Wehrmacht alemana
siempre regía la prohibición de viajar sin pagar.

A pesar de la temprana hora de la mañana, a lo largo de las veredas había numerosos


civiles. La calle principal de Narvik conducía a corta distancia del puerto por debajo de
un puente, subía describiendo una pequeña curva hasta llegar a la plaza del mercado,
pasaba delante del después histórico Hotel Royal y descendía desde allí a la estación del
ferrocarril situada en la parte noreste de la ciudad. Desde la plaza del mercado partía una
ancha calle que cruzaba las amplias obras ferroviarias a la parte de la ciudad construida
en la península Framnes, en la que se hallaban los hermosos chalets de los comerciantes,

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comisionistas, navieros e ingenieros enriquecidos por el mineral sueco. Aquí también
se halla el nuevo gran hospital, modernamente instalado, que después prestó excelentes
servicios en la atención de nuestros heridos y los cuarteles.
El monumental puente sobre el ferrocarril que conduce a esta parte de la ciudad, fue el
escenario de la histórica conferencia entre el General Dietl y el Coronel noruego Sundlo.
Cuando el pequeño grupo de alemanes se aproximaba en automóviles comunes en
vez de vehículos blindados de exploración o detrás de un velo de tiradores, ya el puente
estaba ocupado por una densa masa de soldados noruegos.
El ayudante, que entretanto había descendido del taxi con su fuerza combatiente, hizo,
por tal motivo, entrar en posición a la única ametralladora presente, de tal modo que pu-
diera batir el puente.
De la masa de las fuerzas noruegas que miraban sombríamente, si bien permanecía
indecisa, se adelantó entonces un oficial antiguo que se presentó como el Coronel Sundlo,
comandante de la ciudad y jefe de batallón.

El General Dietl le explicó en forma breve y objetiva la situación, tal como ella aparecía
ante nosotros. Numerosos desembarcos de tropas alemanas se efectuaban en toda
Noruega; en el sur probablemente ya se habían ocupado en forma pacífica las ciudades
más importantes; frente a Narvik y al acantonamiento de tropas de Elvegaardsmoen se
hallaban numerosos buques de guerra alemanes, cuyos cañones estaban dirigidos sobre
la ciudad. Partes importantes de una división alemana también se hallaban en tierra,
de modo que una resistencia significaría un inútil derramamiento de sangre. Después
de esa explicación, el General exigió la entrega sin resistencia de la ciudad. La fuerza
militar noruega sería reunida en el cuartel y desarmada a fin de esperar nuevas órdenes,
asegurándose un tratamiento honroso.
Después de breve reflexión, Sundlo pidió un plazo de reflexión de una hora a fin de poder
recabar instrucciones de autoridades superiores.
Apenas hubo terminado de formular su pedido en alemán chapurreado, el General se
lo denegó glacialmente con la exigencia ahora más terminante de entrega inmediata de la
ciudad. Después de unos minutos de profundo silencio, en que parecían oírse los latidos de
los corazones, se fue agachando la cabeza encanecida del comandante militar de Narvik,
como bajo una pesada carga, murmurando -Entrego la ciudad.

El New York Times publicó el 12 de abril de 1940 desde Suecia un informe de un testigo
presencial que rebatió las noticias aparecidas en los últimos días en otros diarios aliados
sobre crueldades atribuidas a los alemanes. Admitió que los alemanes habían ocupado
Noruega en un tiempo increíblemente corto y la habían asegurado contra un desembarco
inglés. Este corresponsal destacó especialmente la cortesía de las tropas alemanas con los
extranjeros y las precisas consignas de los soldados, los que debían hacerse presentar los
pasaportes a fin de no confundir norteamericanos con ingleses. -Estados Unidos está en
orden, nosotros nada tenemos contra Estados Unidos había asegurado un oficial alemán.
En ese informe también se preguntaba cómo había sido posible que los alemanes hubieran
podido ocupar la ciudad de Narvik, dada la gran distancia de 1200 millas marinas desde
Alemania y la interceptación de esa ciudad por la flota inglesa. Los alemanes presentaban
un aspecto militar y de buena salud y producían la mejor impresión.
Si uno quiere informar sobre los acontecimientos en Narvik en abril de 1940 y en las

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siguientes semanas de lucha, debe decir algo sobre las características especiales de esta
ciudad.
Esta se halla situada en una lengua de tierra que se extiende entre el fiordo Rombaken, situado
al norte y el fiordo Beis, situado al sur, en el interior del gran fiordo Ofoten. Hacia el este el
terreno sube en forma escarpada hasta una meseta de unos 600 a 700 metros de altura, cuyo
paisaje de agreste montaña continúa hasta la frontera sueca, a 30 kilómetros de distancia.

Narvik, como punto terminal del Ferrocarril de Ofoten se ha convertido en puerto de


embarque del conocido mineral de hierro sueco procedente de Kiruna. La exportación de
mineral es considerable. Durante muchos meses llegan diariamente 24 trenes, cada uno
de 41 vagones con 35 toneladas de mineral, es decir, con unas 1.500 toneladas por tren.
Ya entonces las instalaciones del muelle de carga eran de primer orden y permitían cargar
simultáneamente 3 vapores, cada uno con 1.000 toneladas de mineral por hora. Entre los
considerables rendimientos de los últimos años figura en primer término el embarque de
41.000 toneladas de mineral de hierro por día. En el curso de un año pasaba por Narvik
casi 8 millones de toneladas de mineral de alta proporción, con frecuencia de un 70%,
procedentes de las montañas de hierro magnético de Suecia. Una gran parte de ellas iba a
Inglaterra.
En el marco de la campaña alemana de Noruega. Narvik fue la ciudad más septentrional
que fue tocada. Las cifras antes mencionadas justifican la magnitud de las fuerzas destinadas
a su ocupación. Narvik contaba en 1940 con unos 10.000 habitantes, cuya vida dependía
de la exportación del mineral.
Una persona que ya antes de la guerra había recorrido Noruega y que como militar
volvió a pisar suelo noruego, ha descripto en forma acertada el paisaje característicamente
nórdico de la región de Narvik.
Narvik está situado geográficamente entre los paralelos 68° y 69°, es decir, al norte del
Círculo Polar. Esto significa, en lo que respeta al clima, un largo invierno y un corto verano.
Desde fines de mayo hasta la segunda mitad de julio el sol no se pone; durante un período
de análoga duración hacia el cambio de año no sale sobre el horizonte y la noche continua
envuelve a Narvik; en esos días, los habitantes deben acostumbrarse a temperaturas hasta de
40°.
El hecho de que en una región tan difícil se pudo llegar a la construcción de una ciudad,
como ocurrió en el año 1902, se debe principalmente a la corriente del Golfo, que baña las
costas de estos países nórdicos. Su calor influye sobre las islas Lofoten, situadas delante de
Narvik, a tal punto que la temperatura aun en invierno raras veces desciende de 0°. Más aun,
su calor alcanza para que el puerto natural de Narvik, situado al final de los fiordos Oeste y
Ofoten, permanezca libre de hielo.
La vegetación noruega está condicionada por el clima oceánico; pero las rudas tormentas
del norte ejercen su influencia. Sólo en las zonas internas de los fiordos meridionales se hallan
bosques. El límite septentrional de la haya está algo más al norte del meridiano 60º, el del roble
a los 63º y el del abeto en el círculo polar. Más allá sólo se hallan pinos hasta el grado 70º y
después abedules y alisos blancos; hasta el 71º.
En los alrededores de Narvik casi no hay otra clase de árboles que el abedul, el que crece allí
hasta en alturas de 600 metros sobre el nivel del mar. A causa de las condiciones climáticas
y de la naturaleza del suelo, sólo una cuarta parte de la superficie es cultivable; en el sur
de Noruega lo es el interior del país y en el norte sólo la tierra aluvional o de formación

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morénica en el extremo del fiordo. Debido a la larga claridad del día, las hojas de las plantas
son mayores que en la Europa Central y la cebada no necesita para madurar más tiempo que
en Egipto.
Entre Narvik y Tromsö se halla, en cambio, tanto campo de pastoreo que todos los veranos
más de 50.000 renos pasan de Suecia. Se alimentan de lo poco que crece en los fiordos:
matorrales, abedules nudosos, pastos de clase inferior, baya, arandillas y zarzos que en
verano se secan y se quiebran bajo las patas de los renos y que en la época del derretimiento
de la nieve forman una cubierta profunda y húmeda.
El mundo animal es igualmente poco variado. En el sur de Noruega se hallan todavía
animales de toda clase del continente Europeo, pero más al norte sólo se encuentran los
propios de las tundras de Siberia y de los campos de nieve de Alaska: ciervos, renos, zorros
(plateados), liebres de nieve, glotones, lobos, linces y en forma aislada osos. Aves de presa,
como el águila real y aves más pacíficas como cuervos y urracas.
Patriotas noruegos y políticos aliados formularon más tarde graves reproches al Coronel
Sundlo por su actitud. Lo insultaron, tratándolo de cobarde, al haber entregado sin lucha la
ciudad de Narvik al General Dietl ante la falta de perspectivas de éxito de la defensa. Se le
ofreció la oportunidad de contestar por la radio y la prensa, dichos reproches y justificarse.
Por boca de Sundlo sigue a continuación un relato de los acontecimientos del 9 de abril de
1940:
Desde mayo de 1933 he sido el comandante de la localidad y, de este modo, el responsable
militar de esta ciudad. Como tal, siempre sostuve frente a mis superiores, sobre todo ante
mi comandante de división establecido en Harstad, la siguiente opinión: Narvik no puede
defenderse con infantería. En caso de guerra debe contarse con la entrada de buques de guerra
enemigos al fiordo Ofoten. Si se presenta resistencia contra las tropas de desembarco, los buques
de guerra, situados fuera del alcance de la infantería, harán fuego con sus cañones. Por eso,
como lo recalqué, se debe asegurar el fiordo a toda costa con artillería de fortaleza. Eso no se
hizo. Las fortificaciones de Ramsund afuera en el fiordo fueron empezadas hace varias décadas
y nunca se terminaron. Cuando en febrero y marzo de este año recorrí las obras de fortificación,
supe que algunos cañones pesados que se hallaban en un depósito, destinados inicialmente para
fortificar el fiordo Ofoten, serían ahora llevados a Bergen. En el transcurso del invierno se
habían construido dos abrigos (blockhäuser) como nidos para ametralladoras.
Como es natural, esto no podía calificarse de una fortificación de Narvik, por lo que esta
ciudad debía considerarse como una ciudad abierta.
Expresaré a continuación lo que ocurrió entre el 7 y el 9 de abril, haciendo notar que los
alemanes llegaron a Narvik en la mañana del martes 9 de abril.
El domingo 7 de abril fui a bordo del acorazado Norge, el que junto con el acorazado
Eidsvold había llegado algunos días antes a Narvik. Los buques no me estaban subordinados;
pero su comandante, el Capitán Askim, debía cooperar conmigo. Cuando me hallaba sentado
con el Capitán Askim, me señaló algunas tarjetas de visitas sobre la mesa y me dijo -Estas
personas con seguridad también lo irán a ver todavía a Ud.
Las tarjetas eran de algunos periodistas, entre ellos de un norteamericano y de un inglés. El
inglés era un sobrino de Winston Churchill. El Capitán Askim tenía razón. Al día siguiente vino
el sobrino de Churchill, el señor Gerald Romilly, y conversó durante un largo tiempo conmigo.
Le pregunté qué quería en Narvik. Me dijo que era una ciudad conocida sobre la cual a los
lectores ingleses les agradaría estar algo informados.
Las guardias en los fortines terminados no se habían desempeñado entretanto, en forma

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muy satisfactoria. Ordené, por esa causa, que desde el lunes 8 de abril, además de los soldados
necesarios para el servicio de armas, debía hallarse allí también un superior.
El lunes 8 de abril, el día anterior a la llegada de los alemanes, la situación militar en la
zona de Narvik era la siguiente: dos fortines de ametralladoras estaban ocupados y listos
para abrir el fuego. En el puerto estaban los acorazados Norge y Eidsvold; afuera, en el fiordo,
algunos buques de guardia y submarinos. La artillería de Narvik consistía en un viejo cañón
de fortaleza, emplazado en un vagón de ferrocarril. En Narvik se hallaba entonces, además,
una compañía de infantería, la que durante varias semanas había construido trincheras para
tiradores, mediante voladuras. También había una compañía de zapadores, la que había
levantado fortines, y una débil batería antiaérea. El jefe de ésta se hallaba en comisión,
realizando un curso en el campo de instrucción de tropas Terningmoen, siendo reemplazado
por un subteniente. En el campo de instrucción de tropas Elvergaardsmoen, situado a unos 15
kilómetros al norte de Narvik, se hallaba un batallón del Regimiento 13 de Infantería.
El lunes no ocurrió nada especial; sólo al anochecer empezó una cierta intranquilidad.
Después de la llegada de los alemanes redacté un informe escrito preciso, con indicación de
horas.
El lunes a la noche, a las 22.00, el comandante de la división me impartió por teléfono las
siguientes instrucciones:
El ministro plenipotenciario noruego en Londres ha comunicado que fuerzas navales alemanas
e inglesas se hallan en el Mar del Norte navegando con rumbo hacia el norte. Hacia medianoche
pueden esperarse en Ojoten. Sobre los alemanes se hará fuego, pero no sobre los ingleses.
Después preguntó el Comando de la División -¿Tiene Ud. la intención, señor Coronel, de
trasladar el Batallón de Elvergaardsmoen a Narvik?
A esto contesté -Siempre ha sido mi opinión que Narvik no puede ser defendida con fusiles
solamente contra una flota y hoy no he modificado mi opinión. El batallón sólo llenaría la
ciudad y sólo entorpecería allí. Por esa razón no lo hago bajar y sólo traigo la compañía de
ametralladoras.
Después de algún tiempo volvió a llamar el Comando de la División; había hablado con el
comandante de la división, General Fleischer, que se hallaba en Finmarca y ordenado que el
batallón del Regimiento 13 de Infantería que estaba en Elvergaardsmoen debía ser trasladado
a Narvik. El General pasó completamente por alto mi conocimiento de la zona. Yo sabía, mejor
que ningún otro, en qué ratonera me hallaba en Narvik. Mi plana mayor de regimiento procedió
ahora con gran apuro a determinar los alojamientos para el batallón, el que llegó poco después
de medianoche y acantonó allí.

Martes 9 de abril de 1940. Hacia la 01:00 el Comando de la División en Harstad comunicó


por teléfono que fuerzas alemanas combatían en Bolerne y en el fiordo Oslo y que buques
de guerra alemanes se hallaban navegando hacia el fiordo Ofoten. Comuniqué esta noticia
al Capitán Askim en el Norge, el que me contestó -Recibí ese parte y puedo comunicarle que
ahora nosotros salimos. En el alojamiento de la mayoría del regimiento se hallaban presentes
durante la noche: la plana mayor del regimiento, el jefe del Regimiento 13 de Infantería,
además el Mayor Spjeldner y casi todos los jefes de compañía.
La situación era así la siguiente: Fuerzas navales alemanas entraban en el fiordo Ofoten.
A corta distancia, las seguían buques de guerra ingleses. El Comando de la División había
impartido la siguiente orden -Narvik debe ser mantenida. Se disparará sobre los alemanes,
pero no sobre los ingleses. Esa orden la recibí el día antes de la llegada de los alemanes a

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Noruega. Le ordené al Mayor Spjeldner ocupar las trincheras de tiradores en el norte y sur de
la ciudad con una compañía de tiradores y la compañía de ametralladoras y mantener listo
el resto de las tropas en la escuela, donde él tenía un puesto de órdenes. El Mayor Spjeldner se
dirigió a dar cumplimiento a la orden, mientras yo me hice cargo, en la mayoría, del primer
turno de la guardia de noche. Hacia las 05:30 - 06:00 me fui al patio; caía una densa nevada.
De pronto se oyó un fuerte ruido, como si una gran masa de nieve cayera del techo. Todo el
edificio se sacudió. En ese momento fue hundido el acorazado Eidsvold por tres torpedos; en
el puerto comenzó un potente fuego de artillería, durante el cual los alemanes hundieron al
acorazado Norge. Algunos buques comenzaron a incendiarse.
Me enteré entonces que tropas alemanas desembarcaban en el puerto y personalmente
me trasladé allí abajo a fin de ver lo que emprendía el batallón Spjeldner. El Mayor estaba
justamente haciendo formar el batallón e impartía instrucciones de desplegar en dirección al
puerto y de rechazar a los alemanes. La 1. Compañía ya se encontraba avanzando. En ese
momento aparecieron los primeros alemanes. Junto con el Mayor Spjeldner, me dirigí hacia
abajo, en dirección a ellos y les hice señales de que se detuvieran. Los alemanes se quedaron
parados. Les comuniqué que las fuerzas noruegas abrirían el fuego si los alemanes no
evacuaban de inmediato la ciudad. Con el objeto de darles tiempo para que se embarcaran,
les concedí un plazo de 20 minutos. A pedido del Mayor Spjeldner se les amplió el plazo a
30 minutos, pues el Mayor era de opinión que necesitaría ese tiempo para alistar en orden el
batallón. Fui a la mayoría, hablé por teléfono con el Comando de la División, le expliqué la
situación y le comuniqué que el batallón iba a atacar dentro de pocos minutos y a rechazar
a los alemanes, Al mismo tiempo pregunté si la División tenía algo que expresar y recibí la
siguiente contestación -Ud. está en juego y asume toda la responsabilidad.
Nunca antes el Comando de la División me había dado tan gustosamente plena libertad de
acción. Pero después del estallido de la guerra, cuando debíamos cargar con las consecuencias
de todas nuestras omisiones, nadie se opuso a que yo asumiera la plena responsabilidad por
toda la desgracia que sobrevino.
Me dirigí de nuevo al batallón a fin de vigilar que fuera desplazado convenientemente y
hallé allí al comandante alemán, el General de División Dietl, quien, con estado mayor,
avanzaba en primera línea. Acompañando al General, se hallaba también el cónsul alemán
en Narvik. El General Dietl dijo -Ud. no debe dejar llegar el derramamiento de sangre. En este
momento hemos ocupado Dinamarca; también dominamos Oslo, Kristiansand, Stavanger,
Bergen y Drontheim. Aquí en Ofoten ha desembarcado una división. Elvergaardsmoen está
ocupado. Sus dos acorazados han sido hundidos. En el puerto hay diez destructores y delante
del mismo hay dos buques de batalla. Ud. ya no tiene posibilidades. Le ruego en la forma más
encarecida no deje tirar.
Me formé un cuadro de la situación. Los soldados noruegos que yo veía, andaban caminando
por allí y miraban con asombro a las tropas extranjeras. Una parte de ellos se había reunido
alrededor de las fuerzas alemanas para verlos de cerca. Las calles de las inmediaciones estaban
llenas de personas civiles y de niños. Nadie parecía tener una idea de que nos hallábamos en
guerra. Y en toda esa masa humana se filtraban las columnas alemanas, con granadas de
mano en los puños, los fusiles listos para abrir el fuego y con una intensa actividad objetiva
e impresionante en todo su aspecto. Con el primer disparo, una cantidad de civiles inocentes
sería un botín seguro de la muerte. Por eso le dije al General de División alemán -Entrego la
ciudad.
La desgracia podía ser considerada ya como suficientemente grande. Los dos acorazados,

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con varios centenares de vidas jóvenes a bordo, habían sido destruidos. ¿Se debía ahora dejar
destruir también toda la ciudad y numerosas vidas humanas sin la menor posibilidad de
desalojar a los alemanes? Frente a varios destructores con sus cañones de tiro rápido y a una
ocupación por varios miles de hombres, un batallón de infantería no podía hacer mucho.
Hablé por teléfono con el comandante de la división, el General Fleischer, en Finmarca, y le
comuniqué haber entregado la ciudad. El General recibió el parte en forma muy descomedida,
se manifestó de un modo completamente histérico y expresó, entre otras cosas, que ahora se
había decretado por último la movilización general.
Le manifesté que yo no alcanzaba a concebir cómo se podía proceder a la movilización
después de haber ocupado los alemanes el campo de instrucción de tropas y los depósitos
del regimiento. El General no había podido resistir, evidentemente, la tensión nerviosa; me
manifestó que debía llevar conmigo la necesaria documentación y seguir detrás del batallón del
Mayor Spjeldner, el que había recibido de él la orden de abrirse paso.
La conferencia telefónica terminó al entrar un oficial de estado mayor alemán en la mayoría,
el que expresó que no podía efectuar comunicaciones telefónicas y que yo y los otros oficiales
debíamos permanecer en el edificio. Éramos prisioneros; permanecimos al principio en Narvik
y después, durante dos meses y medio, en el Björnfjell. Los dados habían sido tirados.

El desembarco de las fuerzas había continuado, entretanto, en forma rápida y de acuerdo


con el plan. En un término muy breve se ocuparon todos los puntos importantes de la
ciudad; los militares noruegos se habían retirado lentamente a los cuarteles, fueron
desarmados y cortados de toda comunicación con la población civil por fuertes guardias.
A pesar de ello, no pudimos evitar que en la primera confusión en el puente, algunos
oficiales decididos, con unos 250 hombres, buscaran el camino de la libertad y también
lo hallaran provisoriamente. El Mayor Spjeldner, mencionado en el informe del Coronel
Sundlo, quien ya durante las negociaciones se mantuvo a un lado con rostro sombrío,
después de la penosa resolución de su Coronel, que él visiblemente no aprobó, se había
deslizado rápidamente en medio de la densa masa humana. Logró, antes de la total
ocupación de la ciudad, retirarse con aproximadamente 2 compañías por la vía del
ferrocarril minero. Más adelante se relatará el peligro que todavía significó para nosotros el
enemigo a nuestras espaldas durante muchos días y su aniquilamiento por una compañía
de cazadores de montaña, numéricamente mucho más débil, bajo la conducción del Mayor
von Schleebrügge.

Por lo pronto nos instalamos lo más rápidamente posible en la ciudad, donde reinaba
una completa tranquilidad. El Comando de la División se alojó en el único hotel de
relativa magnitud en la ciudad, en el Royal. Durante las semanas siguientes, ese hotel fue el
escenario de todas las reuniones que el General Dietl realizó con los comandantes y jefes
de las unidades del Ejército y de las dotaciones de los destructores.
En esa época creímos que íbamos a encontrar desocupado el hotel; pero pronto nos
desengañamos. En el pequeño hall de recepción, a la entrada del hotel, se hallaban el
portero, el mozo de las habitaciones y la administradora, los que nos recibieron como si
fuéramos pacíficos viajantes en minerales u otros artículos, que acabáramos de llegar. El
primer piso estaba ocupado por pasajeros civiles de ambos sexos que a nuestra llegada, sin
señal exterior alguna de nerviosidad, permanecían en el hall del hotel y en el llamado “salón
de estufa”. Como es de práctica en un, buen hotel, se nos quería asignar las habitaciones,

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hacernos llenar el formulario correspondiente y entregarnos la llave. Los alojados en el
hotel, en realidad, no podían ignorar totalmente los acontecimientos que, entretanto,
se habían desarrollado en la ciudad. ¿Debía atribuirse esto a la cortesía internacional
implantada desde que la ciudad se convirtió en un gran puerto minero (1910), hacia todos
los viajeros, a la tan afamada flema de los nórdicos o a la rutina comercial? No lo sabíamos.
En todo caso, reservamos los tres pisos superiores del edificio, despedimos cortésmente
a los civiles que también allí vivían en forma aislada y procedimos a la repartición de los
ambientes, de acuerdo con las necesidades militares.

El General Dietl, modesto como siempre, eligió una pequeña pieza, con una cama al lado
del despacho del primer oficial de estado mayor (Ia). Los demás oficiales ocuparon los pisos
superiores. Otros despachos fueron instalados en un gran ambiente del piso superior, el que en
verano servía al parecer de salón de reunión, y de inmediato se procedió al trabajo. Nuestras
mochilas y los pequeños cofres que el portero ya había observado con algún desprecio,
permanecieron por entonces sin ser atendidos. Se desembarcó todo lo necesario para la
inmediata iniciación del servicio; pero tampoco esto era mucho; así, por ejemplo, algunas
secciones que en las épocas de la habitual guerra de papeles contaban con numerosos cofres
llenos de elementos para oficinas, con cajas fuertes, etc., no habían podido traer más que una
cartera común de cuero para documentos. Los que felizmente, bien pronto estuvieron presentes
fueron los cables telefónicos de las tropas de comunicaciones, con frecuencia maldecidos y, sin
embargo, de tan extraordinaria importancia. En un plazo muy breve se instaló en el edificio del
correo, situado a corta distancia del hotel, una central de comunicaciones de la Wehrmacht,
desde la cual se tendieron líneas a los puestos de comando más importantes.
En la ciudad y en el extremo del fiordo se procedió a reconocer las posiciones para las
tropas de desembarco, de acuerdo con un plan ya establecido, y a su ocupación. Los jefes
de compañía y de batallón elevaron con rapidez y claridad los numerosos partes que en
una empresa de esa índole deben proporcionar las bases para las medidas ulteriores de los
comandos. Todo se desarrolló sin fricciones; sólo una presunción de gran trascendencia, que
ya a la madrugada habíamos tenido, se fue confirmando: los tres buques de abastecimiento
que debían traernos partes esenciales de nuestro equipo, alimentación y, antes que nada,
la artillería —cuya carencia se hizo sentir tan manifiestamente más tarde—, no habían
llegado.
El General Dietl escribió de su puño y letra sobre las causas de su no llegada en el diario
de guerra del Wilhelm Heidkamp, -Fueron capturados o torpedeados por el enemigo, pues
sino hubieran estado presentes oportunamente.
Y el Capitán de corbeta Erdmenger ha escrito allí al respecto:
-Se que el comandante de los destructores ya en Wilhelmshaven, cuando se le comunicó
la hora de partida del escalón de abastecimiento, tuvo serios reparos con respecto a si los
vapores podrían alcanzar su objetivo, todavía oportunamente, en vista del mal tiempo a
esperar normalmente en la estación.
La falta de dichos buques sería de suma importancia decisiva en el ulterior desarrollo de la
empresa de Narvik. El Capitán Bonte consideró la situación de las tropas de desembarco, por
tal motivo, como muy peligrosa y ordenó que por lo menos todas las armas portátiles de los
buques debían ser entregadas a dichas tropas.
Si bien los ingleses lograron apoderarse, hundir o capturar la mayor parte de los buques
de abastecimiento, les fracasó la acción contra la flotilla de destructores Churchill declaró

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en la Cámara de los Comunes -Pareció que las fuerzas combatientes enemigas habían
sido apresadas entre nuestras fuerzas en el norte y nuestra Flota Principal, cada una de las
cuales eran superiores a aquéllas. Pero se había equivocado y tuvo que admitir -Ud. puede
contemplar una carta con banderitas colocadas y ser de opinión que tal o cual resultado es
seguro. Pero si Ud. se va al mar con sus distancias, sus tempestades y millas, con la noche
que llega y todas las incertidumbres, entonces Ud. no puede esperar la clase de circunstancias
que condicionan los movimientos de los ejércitos en tierra. Con ello el Ministro de Marina
británico reconoció la audacia de la empresa alemana ya realizada con éxito.

El comunicado de la Wehrmacht alemana informaba con satisfacción sobre esa victoria:


-Las medidas militares para la protección de la neutralidad de Dinamarca y Noruega
fueron realizadas el 9 de abril por fuertes unidades del Ejército, de la Marina de Guerra
y de la Luftwaffe bajo el mando superior del General de infantería von Falkenhorst, de las
fuerzas navales bajo el mando del Almirante general Saalwächter y del Almirante Carls y de
numerosas agrupaciones de aviación bajo la conducción del General de División Geissler,
actuando en estrecha cooperación.
Se hallan firmemente en poder de los alemanes, entre otras, Narvik, Dronthein, Bergen,
Stavanger, Egersund, Kristiansand, Arendal y Oslo.
La Marina de Guerra ha cumplido la tarea asignada. Consistía en asegurar la operación
general contra fuerzas navales británicas y francesas, varias veces superiores, y permitir los
transportes y los desembarcos, con completo empeño de sus medios.
El desembarco de las tropas alemanas se ha logrado en todas partes desde Oslo hasta Narvik;
un rendimiento hasta ahora único en la historia de guerra naval.
La ocupación de los puntos de apoyo importantes de Noruega, prevista por Inglaterra, debía
llevarse a cabo inmediatamente después de la colocación de las barreras de minas en aguas
de soberanía noruega.
La acción alemana se adelantó a esa tentativa por escasamente 10 horas. Las fuerzas
navales y los buques de transporte británicos destinados a ese objeto, comprobados por
nuestra exploración, fueron atacados en las últimas horas de la tarde de ayer por la aviación
alemana y batidos en forma aniquiladora.

Fue una gran desilusión el hecho que el aeródromo Barduvoss, situado a una distancia
de 80 kilómetros, no pudo ser tomado por la pequeña fuerza a causa de la profunda nieve
reinante y de la resistencia a esperar de los noruegos. Como lo dice el Capitán de corbeta
Erdmenger en su diario de guerra, el capitán de la marina mercante Lindemann, que
acompañó a la flota de transporte, ya en Wesermünde había apreciado con acierto las
condiciones del tiempo y manifestado que el aeródromo sólo podía utilizarse en verano.
Otra desilusión fue la falta de un enlace radiotelegráfico del Ejército con la Patria, por
lo que todo el tráfico inalámbrico tuvo que realizarse por medio del destructor Wilhelm
Heidkamp.
El comandante del puerto, que vino con los destructores, se hizo cargo, con su personal,
de las tareas correspondientes. También el oficial de administración de la Wehrmacht,
igualmente procedente de la Marina de Guerra, se puso en contacto con las autoridades
de la ciudad para determinar todos los depósitos y abastecimientos existentes. Se pusieron
en funcionamiento los materiales de los órganos de comunicaciones de la Marina. Ya
en la Patria se había reflexionado cuidadosamente sobre las exigencias que establece la

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asunción de la autoridad militar y civil en una ciudad portuaria de alguna magnitud y, por
tal causa, se había traído para todos esos órganos de servicio un personal experimentado y
por lo menos el material más indispensable. De este modo, ya a las pocas horas empezó a
funcionar el ejemplar engranaje de la severa y eficiente organización del servicio germano.
Hacia mediodía se habían recibido también los partes procedentes del campo de
instrucción de tropas Elvergaardsmoen, cuya ocupación se había realizado igualmente sin
fricciones por dos batallones alemanes. Las primeras, investigaciones realizadas allí dieron
por resultado el descubrimiento de una gran cantidad de toda clase de armas de infantería
noruega, de munición, de vestuario y un muy abundante depósito de víveres. De esta
manera parecía asegurada la subsistencia de las tropas durante las próximas 2 a 3 semanas
con las provisiones halladas, aún cuando no llegase ni un solo buque de abastecimiento.
Otra desilusión más constituyó en este primer día el parte de las dos compañías de
cazadores que debían ocupar las baterías de costa noruegas a la entrada del fiordo Ofoten
al parecer existentes. A pesar de la profunda nieve, que en parte sobrepasaba la altura del
hombre, sin esquíes y calzado para la nieve, habían subido penosamente desde las orillas
del fiordo hasta las alturas en que debían hallarse las baterías. Hallaron dos chozas vacías
para esquiadores, un par de cornejas cansadas y algunas urracas, que en Noruega abundan
en forma sorprendente; por lo demás, no había sino nieve, nieve y más nieve. Las baterías
de costa sólo existían en las cartas de la autoridad militar noruega y nunca habían sido
construidas, no obstante haber sido proyectadas ya hacía muchos años. Cuando el General
Dietl recibió este parte, su rostro se puso muy serio, pues ya entonces previo que esta falta
de toda artillería se haría sentir en forma aguda en la defensa eventualmente necesaria de
Narvik.

El cuarto parte desagradable se refería a la ya mencionada retirada de las dos compañías


noruegas a lo largo del ferrocarril minero. Tan pronto se recibió el primer parte a este respecto,
se había confiado su persecución a una compañía de cazadores de montaña. Sólo logró, empero,
llegar hasta inmediaciones del Túnel 4 de dicho ferrocarril, por el cual más tarde se volvió a luchar
encarnizadamente. Allí recibió un fuego muy intenso y como no era posible un ataque con las
fuerzas disponibles, tuvo que replegarse a la ciudad.
Considerado en conjunto, el primer día de Narvik había sido un brillante éxito; alrededor
reinaba paz y tranquilidad. ¿Por qué, por fin, no se podían entregar con buena conciencia
los soldados libres de servicio a un sueño reparador? Después de fumar el último cigarrillo
del día, pronto reinó un absoluto silencio en los pisos altos del hotel.
Recién a medianoche se retiró también el General Dietl para descansar en su pequeña
pieza. No había aceptado la invitación del Comandante Bronte de pasar todavía esa noche
a bordo del “Wilhelm Heidkamp”, pues quería estar siempre allí donde estaban empeñados
sus cazadores de montaña y ahora ellos se hallaban en tierra.
Ya a la mañana siguiente habríamos de ver la trascendental importancia que para
Narvik tuvo esa resolución tomada exclusivamente en virtud de principios que rigen los
sentimientos de soldado; de ese modo se escribió un instructivo capítulo de la historia de
la guerra.
El Capitán de corbeta Erdmenger menciona en su diario de guerra la resolución del
General Dietl, de su puño y letra; expresa allí el motivo -pues contaba con ataques noruegos
por tierra y por esa razón correspondía estuviera con mis tropas.

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3. Comienza la lucha

08:00, desayuno. A continuación, reunión con el Comandante de la División; después


inspección de los alojamientos y posiciones del batallón empleado en Narvik.
Así prescribía el plan de servicio para la mañana del 10 de abril. Pero, como tan a menudo
en la guerra, de nuevo los acontecimientos fueron otros.

A las 05:00 oímos en la subconsciencia el tronar de cañones y antes de que estuviéramos


completamente en claro si era un eco, oído en sueño, del ruido de combate con el
Eidsvold o la dura realidad, el cirujano de división, Dr. Lottner, despertó a su compañero
de habitación, el ayudante, golpeándole fuertemente en el pecho y gritándole -Creo que
alguien nos está escupiendo el café con leche. Pocas veces aun viejos combatientes de la
Guerra Mundial se vistieron tan rápidamente como los habitantes del Hotel Royal en ese
día de abril, cubierto con cortinas de nieve. Ponerse el saco de cuero, ajustarse el cinturón y
lanzarse a una ventana del frente fue cuestión de un minuto. Afuera nubes grises surcaban
el cielo; de todas las casas salían los ocupantes y los soldados se dirigían apresuradamente
a los lugares de alarma. Entretanto se había intensificado mucho el tronar de cañones
desde el puerto; el vivo ruido de los disparos de los cañones antiaéreos se mezclaba con el
más apagado de las piezas navales.

Como el ayudante, lamentablemente, no tenía que conducir tropas, se lanzó con el


cirujano en el auto más próximo estacionado delante del hotel y se dirigió rápidamente
al puerto. En el viaducto sobre la línea férrea, ya mencionado, tuvieron que detenerse,
pues el ambiente del puerto estaba muy cargado de acero. Por tal motivo se fueron al talud
más próximo, desde donde observaron con el anteojo de campaña a objeto de orientarse
rápidamente sobre la situación.
Era imposible formarse pronto un cuadro claro de ella. Del otro lado en Ankenes así
como en Fagernes habían incendios. En el muelle de carbón, en el del correo y en las altas
barrancas de la orilla se levantaban negras nubes de humo y en el agua misma buques
mercantes en llamas se hundían lentamente, cada vez a mayor profundidad.
Desde el ambiente de humo y niebla, los destructores alemanes surtos en el puerto,
efectuaban disparos con la máxima velocidad de fuego hacia el mar. Delante de la entrada
al puerto se veían fogonazos luminosos entre la niebla, las ventiscas y el humo.
¿Qué había pasado? Una flotilla de destructores ingleses, favorecida por un tiempo
completamente cubierto, había pasado entre los submarinos alemanes situados en el fiordo
Oeste y avanzado hacia el puerto.
El Capitán de corbeta Erdmenger, que murió después en la guerra en alta mar, relató en
el diario de guerra de su destructor Wilhelm Heidkamp cómo había sido posible:
-En lo que respecta a la seguridad del puerto, el Capitán Bonte creía que fuerzas navales
de superficie enemigas no podrían pasar sin ser vistas por nuestros cuatro submarinos que
interceptaban el fiordo. Por un radio especial al comandante de los submarinos y al de la
Agrupación Oeste, se pidió aseguraran por todos los medios la transmisión de partes de
alarma. Ordenó, además, que un destructor delante de la entrada del puerto debía encargarse
de realizar una seguridad inmediata nocturna. Según mis recuerdos, estaba previsto que por
lo tanto el Anton Schmitt y desde las 04:00 hasta la iniciación de la carga de petróleo, el
Dieter von Roeder debían hacerse cargo de ese servicio de avanzadas.

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Debido a un error en el radiograma al comandante de los submarinos que llegó al Dieter von
Roeder con el texto -Desde las 04:00 hasta aclarar, ocurrió que ese destructor de avanzadas entró
al puerto, de regreso de su posición, muy poco antes de la sorpresa de fuego inglesa. Esto tuvo
consecuencias fatales.
Delante de la entrada, la flotilla inició un fuego intenso con todos los tubos, que hizo
impacto, sin distinción, en edificios, buques neutrales y obras del puerto. Lamentablemente
los destructores enemigos lograron lanzar sus torpedos, los que causaron el hundimiento
del destructor alemán Anton Schmitt y que golpearon cerca de la parte media al Wilheim
Heidkamp.
La popa del Anton Schmitt, que quedó desarticulado, se fue sobre el Hermann Kühne, el que a su
vez, resultó inmovilizado; lanzando grandes nubes de humo, permaneció así en el puerto. También
en el Dieter von Roeder se había producido un grave incendio por el fuego de artillería del enemigo.
En el agua glacial, que estaba cubierta por una gruesa capa de petróleo, nadaban centenares de
marinos. El Capitán Bonte, otros 13 oficiales, 2 cadetes del último año, 9 suboficiales, 5 cabos y 52
marineros murieron del lado alemán en este ataque planeado y realizado con energía.

Un capitán de corbeta ha relatado este episodio del siguiente modo:


El puente presentaba un aspecto caótico: pedazos de hierro, piezas metálicas torcidas,
impactos de cascos de granada. El Comandante ha caído y con él varios de sus oficiales
y marineros de su destructor de comando. El comandante y el oficial de artillería están
indemnes; el 2º oficial de artillería está herido por cascos.
El Comandante ha muerto; a todos ha conmovido esta noticia, a todos los que conocían
precisamente a este superior en forma especial y que confiaban en él porque sabían cómo,
en los meses anteriores de guerra, había encarado y resuelto todas las situaciones, aun las
más difíciles, por su inteligencia, experiencia, rápida resolución y empeño desconsiderado
de su persona y de su agrupación. Era la escuela del Comandante Bonte que en el momento
del máximo apremio, en una situación desesperada, en medio de la muerte y de los heridos,
todos, desde el comandante hasta el más joven marinero sólo pensaran salvar lo que pudiera
ser de importancia para la continuación de la lucha en tierra. El trágico acontecimiento de
la destrucción del buque, de la muerte del Capitán y de muchos oficiales y personal de la
dotación y el grave peso espiritual del combate cada vez más desparejo no pueden quitar el
coraje a estos hombres; sólo tienen un pensamiento, seguir la lucha en una u otra forma,
dañar al enemigo y batirlo. Quieren y deben ayudar a los camaradas que están allá afuera
en combate y aunque sólo sea desde tierra con las pocas armas que les han quedado, pero
con la energía y con el mismo espíritu de la gloriosa tradición del arma torpedera alemana,
el espíritu en que cayó su jefe.

Si el General Dietl se hubiese hallado todavía a bordo del destructor Wilhelm Heidkamp,
también él hubiera encontrado la muerte en ese 10 de abril de 1940 y nadie sabe cómo
hubiera terminado entonces toda la empresa de Narvik, la que fue conducida a la victoria
por el valor de todos los oficiales y tropa allí empeñados y por su férrea voluntad.
Entretanto aparecieron a máxima velocidad en el lugar de la lucha los restantes
destructores alemanes que el Capitán Bonte había enviado en la tarde anterior a
fiordos laterales para un descanso urgentemente requerido. De los cinco destructores
ingleses atacantes, sólo uno regresó indemne. Tres fueron hundidos y otro a duras
penas logró mantenerse con graves averías. El jefe de la flotilla inglesa se hundió con

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el destructor Hardy.
El comando alemán consideró este ataque como un toque de advertencia para los días
siguientes.

Mientras todavía de ambos lados truenan sin interrupción los cañones y llenan el fiordo
con un ruido infernal, ya empezaron algunos destructores alemanes, en medio de la
mortífera granizada de acero, a recoger los sobrevivientes del Hunter —desaparecido sin
dejar rastros— que sin ayuda flotaban en las aguas glaciales del fiordo y subirlos a bordo.
Ante ese valiente espíritu de ayuda de los alemanes, los ingleses salvados quedan tan
desconcertados que no pronuncian una sola palabra, ni siquiera la de un agradecimiento. Y
cuando a bordo de los destructores se les ofrece vestuario abrigado y seco, comida y bebida y
hasta cigarrillos, deben admitir avergonzados que desde hacía años habían sido engañados en
forma desvergonzada por su prensa. Las dotaciones de los buques de guerra alemanes no sólo
son buenos combatientes sino también marinos ejemplares, dispuestos a empeñarse a fondo,
salvando de la muerte a cualquier camarada, sin hacer distinción de si es amigo o enemigo,
jugando la propia vida.
La escasez de petróleo impide lamentablemente a los alemanes la persecución de los
ingleses fugitivos. Con seguridad no hubieran llegado a Inglaterra.
Según se supo más tarde, el Almirantazgo inglés había dejado a resolución del jefe de la
agrupación de destructores esperar o no la llegada de mayores fuerzas navales, que ya se
hallaban en marcha, antes de proceder al ataque de los destructores alemanes.
El Capitán Warbuton-Lee creyó poder aniquilar con sus solas fuerzas a los destructores
alemanes. Ese error en sus cálculos lo tuvo que pagar no sólo con la pérdida de cuatro
destructores ingleses modernos sino también con su propia vida.
Narvik, quedó en manos alemanas.

De nuevo comenzó la actividad sin descanso de nuestro General. De todas partes llegaban
informaciones sobre este primer combate en territorio noruego. Se determinaron las
pérdidas y los daños. Los destructores continuaron con ritmo acelerado el completamiento
de sus provisiones de combustibles, lo que demandaba mucho tiempo debido a la falta de un
segundo petrolero. Los cazadores de montaña trabajaban en la construcción de posiciones,
repartían las municiones disponibles y completaban las comunicaciones dentro de las
primeras líneas y a los puestos de comando. Las dotaciones de los destructores averiados
en el puerto llevaban a tierra cañones, munición, instrumentos y otros abastecimientos.
El infatigable comandante del Wilhelm Heidkamp, que desde el 6 al 9 de abril casi no
había bajado del puente de su barco y que también en la mañana del 10 de abril se había
encontrado allí, cuando comenzó el inesperado ataque, cooperaba personalmente con sus
oficiales y al anochecer pudo comunicar que se había logrado mantener la proa a flote y
que los trabajos de salvamento continuaban sin interrupción.
El General Dietl, acompañado sólo por su ayudante, recorría las posiciones en Narvik
y alrededores. Recién ahora vieron lo que el ataque inglés había causado en la temprana
mañana: cascos de buques mercantes envueltos en llamas y humo, que los ingleses sin
distinción habían batido con granadas y torpedos. Seis buques descansaban en el fondo
del puerto; uno estaba en la playa, inmóvil como una ballena herida de muerte, inclinado
a babor. El otrora animado gran puerto se había convertido en un cementerio de barcos:
aquí surgía un mástil en medio de una superficie aceitosa policroma; allá se levantaba

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hacia el cielo gris una proa negra con bordes rojos.
Eran casi todos buques neutrales o ingleses que cayeron víctimas de ese bombardeo sin
objetivo.
En la escuela hallaron a marineros. Pertenecían al destructor alemán que había sido
hundido poco después de la iniciación del ataque. El cabello todavía húmedo se les caía
en la cara. Se habían puesto vestuarios de ocasión y se parecían mucho más a piratas que a
marineros. No hacían juego el pantalón con la blusa y la gorra. Algunos llevaban prendas
civiles, otros uniformes noruegos, otros una combinación de ellas, produciendo así una
extraña impresión.
En la lengua de tierra de Fagernes se hallaba el ala izquierda de las posiciones. Desde
aquí se tenía un cuadro completo de las puntas de los mástiles que, como testimonio de
la guerra, emergían en todas partes del agua, de la entrada del puerto y más allá hasta la
margen norte del fiordo Ofoten situada a 8 kilómetros de distancia.
Frente a Fagernes se halla la pequeña localidad de Ankenes, cuyo nombre permanecerá
ligado para siempre con la historia de nuestro regimiento de la Carintia. En la cumbre
de los fjelder de Ankenes, cubiertos de nieve, algún tiempo después compañías alemanas
de reducido efectivo resistieron durante semanas en encarnizadas luchas la embestida de
batallones polacos y franceses; pero, en esa mañana, la tierra y el mar se mantenían todavía
en una profunda tranquilidad, casi impresionante.
Más hacia el sudeste, el fiordo Beis penetraba en una gran profundidad en la tierra. Un
camino utilizable por vehículos a motor conducía desde Fagernes hasta el pequeño pueblo
de Beis, situado en el extremo fondo del fiordo. Esta localidad de pescadores, durante los
combates que poco después se iniciarían, se convirtió en el refugio de numerosos fugitivos
de Narvik, Ankenes y de las pequeñas aldeas a ambos lados del fiordo Rombaken. Pero
tampoco aquí los desgraciados civiles, compuestos en su mayor parte de mujeres y niños,
encontraron descanso ante los cañones navales ingleses. Ellos batían también las pequeñas
aldeas con intenso fuego.
Hasta la lengua de tierra de Fagernes llegaban varias vías de ferrocarril que conducían
a los muelles situados uno al lado del otro en el puerto. Aquí se desarrollaba una intensa
actividad, pues algunas dotaciones de los destructores inutilizados estaban ocupadas en los
trabajos de salvataje y otras levantaban el inventario de los abastecimientos existentes en
los grandes galpones, los que muy pronto serían de vital importancia para la alimentación
de la población.

Los noruegos presentaban un buen aspecto, especialmente las mujeres y los niños con
sus elegantes pieles y sus prendas de lana de vivos colores, con dibujos noruegos, cuyos
ornamentos entrelazados con mucha fantasía han de haber sido utilizados ya en los
mástiles de roble de los viejos buques en la época de la primitiva navegación germana.
Iban saliendo poco a poco, en forma indecisa, de sus viviendas de madera, muy dispersas
en las barrancas rocosas, y de las casas en la ciudad, donde en cada, edificio había una larga
escalera para incendios, fijada desde la calle hasta el techo, en conveniente previsión. Esta
singular ciudad era también un lugar para curas de invierno y no sólo, como habíamos
supuesto, un puerto industrial y de embarque de mineral de hierro. Numerosos esquiadores
descendían las pendientes en audaces recorridos, se deslizaban por las calles y escalaban
de nuevo las alturas: eran siluetas ágiles y vivaces que traían vida y movimiento a este raro
mundo polar congelado.

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Con ojos de asombro los noruegos observaban a los centinelas delante de los destructores,
con carabina al hombro, botas de mar y cinturón con bayoneta, los que iban y venían por
el muelle. Los habitantes habían establecido pronto contacto con estos jóvenes marineros,
de buen aspecto y tostados por el sol y con los cazadores de montaña en su uniforme gris
de campaña, cuyo equipo era sometido a un examen minucioso por los deportistas de
invierno noruegos.
A los alemanes todo parecía crearles confusión, incertidumbre e inquietud: especialmente
la sorprendente limpieza de la ciudad, el mundo de nieve y de montañas no habitual, la
breve noche nórdica que interrumpía por poco tiempo el día extraordinariamente largo, el
pálido crepúsculo, la carrera a través del mar del Norte, por el Atlántico y el océano Polar
Ártico en plena tempestad, la sorpresiva aparición de los ingleses ante el puerto, su violento
fuego de artillería y sus torpedos lanzados sin dirección y sin objetivo, los vapores en llamas
y sumergidos, los destructores propios puestos fuera de combate, los compañeros que allí
abajo estaban alistando sus barcos para nuevos combates, los muertos, los heridos y el
Capitán, querido por todos, quien después de cumplir su misión se había ido para siempre,
—todo ese cuadro tétrico y terrible de la guerra— y ahora el de la ciudad, casi sin sufrir
los horrores de la lucha armada, con un aspecto hasta elegante y de bienestar, las personas
extranjeras, los grupos y las columnas de cazadores de montaña en sus movimientos, a
sus posiciones cubiertas por la nieve arrastrada por el viento, en las cuales ellos cubrían la
guardia con un frío desacostumbrado, y a todo esto el futuro incierto.
La ocupación militar de la zona portuaria era muy débil, ya que sólo se disponía de muy
reducidas fuerzas. El comandante del puerto había establecido su oficina en un edificio del
muelle del correo. Desde allí una calle, al lado de las vías del ferrocarril, conducía al famoso
muelle Malm, construido con enormes bloques de roca y hormigón, pareciendo así estar
destinado para la eternidad. Su voladura, ordenada en el curso de las luchas, causó casi
más dolores de cabeza a los mejores zapadores alemanes que su posterior reconstrucción.
Aquí todavía se hallaban en larguísimos trenes las pesadas vagonetas que antes habían
traído el mineral de hierro sueco. Ahora aquí también había enmudecido el canto del
trabajo. Algunos empleados y obreros de la compañía minera se hallaban todavía sentados
en los escritorios o rondaban, con las manos en los bolsillos, por los lugares de su anterior
actividad. En todos los puntos favorables del terreno, se hallaban cazadores de montaña
dedicados a construir posiciones de circunstancias y trincheras para ametralladoras y
morteros.
Los oficiales con sus suboficiales se orientaban con todo cuidado en el terreno y
presentaban sus partes al comandante de la división. Con pocas palabras el General Dietl
averiguaba las medidas adoptadas. A su vista penetrante no se le escapaba ni el menor
detalle y en todas partes donde era necesario, intervenía con su consejo o su orden. Las
posiciones debían ser elegidas de manera que fuese impedido todo desembarco de los
ingleses en el puerto por medio de fuego desde los flancos con las armas de infantería
existentes. Es cierto que el puerto muerto hablaba en forma elocuente de la capacidad
del enemigo; pero los soldados estaban contentos y de buen espíritu, pues en la tierra se
sentían de nuevo en su elemento. El objetivo señalado había sido alcanzado; el mareo
ya pasó y veían a su General con el vigor de antes y “sin esquema”, lo que en este caso
significaba con el saco de cuero y con polainas subiendo y bajando entre bloques de piedra
y nubes de nieve. ¡Que venga, no más, el enemigo!
En el muelle se hallaba el único buque todavía indemne, el Jan Wellem. En la historia de la

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operación de Narvik también se ha incorporado este nombre de un anterior ballenero que
en labor pacífica surcaba las aguas del Antártico. Nosotros habíamos traído una reducida
cantidad de víveres y las subsistencias halladas en la ciudad y en el puerto se requerían
urgentemente para los diez mil estómagos hambrientos de la población. Nuestro escalón
de abastecimiento, había sido en parte capturado y en parte hundido, de modo que muy
pronto nos hubiéramos hallado en una situación de alimentación sumamente difícil, si
la buena estrella que, no obstante varios reveses, brilló siempre sobre la agrupación, no
hubiera dirigido en tiempo oportuno precisamente a ese único ángulo protegido del puerto
de Narvik al valiente Jan Wellem. Estaba abarrotado con víveres de toda clase, destinados
en realidad para otros fines; ahora aseguró la alimentación de los defensores de Narvik
durante semanas. Los considerables abastecimientos estaban todavía en sus bodegas, por
lo que debían ser descargados y repartidos.
Más adelante se volverá sobre este trabajo, que también merece una mención especial.
Hoy el recorrido del General continuó a lo largo de la media pendiente hacia la lengua
de tierra de Framnes, que se levanta de las aguas del fiordo Ofoten hasta una altura de 102
m., en la que se hallan pequeñas quebradas que ofrecían buenas posibilidades de cubierta
contra bombardeos desde el mar. Aquí, por lo tanto, se hallaba el centro de gravedad de la
defensa y por esta razón el sector desde el muelle Malm por las pendientes de la península
pasando por Vassvik hasta el atracadero de la balsa a Taraldsvik estaba ocupado más
fuertemente.
Aquí se hallaba en plena actividad el comandante del sector, el Mayor Haussels, que
posteriormente también fue distinguido con la Cruz de Caballero, con sus jefes de compañía
y sus cazadores de montaña. La sorpresa a la madrugada les mostró con claridad meridiana
a todos que la tranquilidad momentánea podía ser interrumpida en cualquier momento por
nuevos y potentes ataques y que entonces, podía ser para siempre.
Todavía funcionaba la balsa civil de Vassvik a Oijord. También en ella se veía entre
numerosos civiles a soldados alemanes con su uniforme gris, los que sobre todo como
estafetas, en motocicletas debían establecer el enlace con la Agrupación del Coronel Windisch
en Elvergaardsmoen. Después de un reconocimiento minucioso de todo el terreno, que por
principio realizó el mismo General Dietl personalmente hasta en los menores detalles, y
después de numerosas instrucciones y consejos que el experimentado viejo combatiente
del frente impartiera a los suboficiales sobre el lugar, se dirigió al Hotel Royal, donde una
entrevista siguió a otra. Sólo después de las comidas el General se concedía una pequeña
pausa de descanso. De este modo y mediante un trabajo de colaboración con su primer
oficial de estado mayor, logró no sólo formarse muy rápidamente un cuadro preciso de la
situación de conjunto sino también preparar ya entonces numerosas medidas que más tarde
debían ser de la máxima importancia.
De los otros miembros del comando de la división, el que, por lo demás, sólo había llegado
a Narvik con el escalón de combate, eran pocos los que podían desarrollar sus actividades
de rutina. Los archivos, los cofres de mayoría, las máquinas de escribir y las agendas habían
quedado con las partes de retaguardia en el territorio patrio; nos podíamos dedicar, así, a las
tareas más urgentes. Así, por ejemplo, el ayudante con sus escribientes y algunos capitanes
de montaña fundaron la mayor empresa de transporte que habrá existido en la ciudad de
Narvik. Los motoristas del cuartel general de la división, que también habían quedado sin
trabajo debido a que no habían llegado sus vehículos, fueron enviados en forma radial por
la ciudad entera y trajeron hasta el anochecer nada menos que 48 camiones y 6 automóviles

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que se hallaban sin dueños en las calles y plazas o cuyos propietarios estaban dispuestos a
alquilarlos. Todos los modelos estaban representados, desde el más moderno automotor
hasta respetables veteranos de la época inicial del automovilismo.
En la parte anterior del edificio del Hotel Royal, situado en la calle principal, se instaló
la oficina de transporte, siendo atendida por un capitán y un escribiente, que recibía los
pedidos y distribuía los vehículos. Teníamos así vehículos; pero carecíamos de nafta. Las
reducidas existencias del Jan Wellem debían ser reservadas para el tráfico de lanchas a
motor proyectado. Los noruegos aseguraban que ellos no tenían, con movimientos de
cabeza y expresiones de lamento. El eterno ikke, ikke (no) en los surtidores no conducía
al objetivo, por lo que el oficial de administración de la Wehrmacht dispuso la inmediata
expropiación y comunicación de todas las existencias de nafta en Narvik y alrededores,
pasando por encima del intendente municipal. El perspicaz motorista del comandante
del puerto había descubierto, además, algunos surtidores abandonados, los que de
inmediato fueron incorporados a la oficina de transporte, de modo que pudo establecerse
el funcionamiento en forma completa.

Los excelentes motoristas, a los que el hielo y la nieve imponían las máximas exigencias de
precaución, merecen también aquí un reconocimiento especial. Sabían que interesaba funda-
mentalmente descargar con la mayor rapidez posible los considerables abastecimientos de las
bodegas del Jan Wellem y, además, llevar materiales y municiones a todos los puntos importan-
tes de la posición general. De este modo iban y volvían de día y de noche, casi sin pausas, con
sus vehículos por las calles a los galpones del puerto.
En esas circunstancias se produjo el siguiente episodio: desde el Royal venía un automóvil
descendiendo a mucha velocidad por la calle del puerto, describiendo zig-zags. El conductor,
evidentemente, no había terminado su curso de instrucción como tal, antes del embarque
a Noruega. Frente al Café Iris (que los viejos combatientes de Narvik con seguridad han de
recordar) hubo un choque con un vehículo que venía en dirección contraria. Descendió un
oficial. -Yo soy el culpable dijo quien conducía zigzagueando, -No, mi capitán, yo lo soy, dijo
el otro, -pues yo lo vi venir desde lejos y debí haber doblado en una calle lateral. Esto también
era camaradería de Narvik.

Transcurrió así el 10 y 11 de abril sin que se hubiese hecho sentir mucho la guerra. Pero
todo el organismo militar funcionaba a máxima velocidad y también la población civil, en
lo que tocaba nuestros intereses —y esto ocurría en casi todos los aspectos—, era obligada
a proceder a un ritmo más vivo. Nos enteramos por radio de los acontecimientos en la
Noruega Central y Meridional. También el Comandante de la Agrupación Norte, situada en
Saetermoen, el Coronel Windisch, presentó personalmente al Comandante de la División
informes favorables sobre la situación en su sector. El Batallón Stautner había iniciado
el avance ordenado hacia el norte y alcanzado el paso Oalge sin tomar contacto con el
enemigo. El Batallón Hagermann seguía organizándose en la zona de Elvergaardsmoen
para la defensa.
El comandante del destructor insignia hundido se había presentado ya en la tarde del
10 de agosto, con el resto de sus oficiales y marineros, al General Dietl, y se puso a su
disposición para la defensa del puerto y de la zona alrededor de Narvik. Se constituyó un
batallón de marina con los restos de las dotaciones de los dos destructores hundidos y del
gravemente averiado. Este último, que quedó inmovilizado, sólo podía ser ocupado con

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una parte de su dotación y servía como batería de interceptación para la entrada del puerto.
El jefe del batallón fue el comandante del buque insignia, Capitán de corbeta Erdmenger, el
que ahora, también empleado en la defensa terrestre, ocupó posiciones de montaña hasta
el fiordo Rombaken y más al sur hasta Fagernes en el fiordo Beis, donde había establecido
su puesto de comando. Hizo ocupar la extensa posición con armas portátiles y automáticas
y con un cañón antiaéreo de 3,7 cm. desmontado con muchos esfuerzos del destructor
insignia. La munición y los abastecimientos fueron depositados en abrigos a prueba de
proyectiles enemigos, mientras el resto de la dotación, si bien agotado por los apresurados
trabajos de la víspera, realizaba los trabajos de construcción de la posición sobre la zona
del puerto.
Todavía una capa de nieve de más de un metro de espesor cubría la ciudad y la montaña;
las posiciones, construidas con grandes esfuerzos debieron ser enmascaradas de color
blanco, al igual que los defensores mismos. Manteles, sábanas y géneros blancos proveyeron
el material para los abrigos y paños de nieve fueron confeccionados con toda rapidez a fin
de que los hombres y los nidos de ametralladoras se confundieran con el blanco uniforme
del paisaje montañoso nevado.
Según supimos más tarde, la estación de radio de Tromsö había incitado varias veces
a los habitantes a que evacuaran la ciudad; pero sólo pocas familias respondieron a esa
orden, aún cuando todos estaban preparados para un ataque inglés y para una posterior
ocupación por fuerzas combatientes inglesas.

El 12 de abril hacia mediodía el cielo se despejó casi completamente. A la tarde


aparecieron de pronto, como un anuncio de nuevas visitas enemigas, seis pequeños aviones
biplanos sobre la ciudad y el puerto. Por su tipo, debían proceder de un portaaviones y los
profesionales estaban bien seguros que un barco de esa clase no andaría navegando solo
por el Mar del Norte. La fuerte defensa antiaérea de nuestros destructores, que comenzó
a actuar de inmediato, rechazó a los ingleses después de corto tiempo. Lograron, sin
embargo, arrojar algunas bombas sobre la zona del puerto, que sólo causaron reducidos
perjuicios. Un avión inglés fue derribado y cayó en el fiordo.

La noche del 12 al 13 de abril se vio de nuevo a nuestro General en infatigable labor con
su fiel la en el Hotel Royal. Mucho después de medianoche se retiró a descansar; pero a
la madrugada tuvo que ser despertado nuevamente. Siempre nos asombrábamos con qué
rapidez aparecía en tales interrupciones de su descanso y en forma tal como si la reunión
sólo hubiese sido suspendida por un instante, ya que de inmediato tomaba las riendas que,
por breve tiempo, el sueño parecía haberle quitado de las manos. No requería una larga
información sobre lo ocurrido, pues cada momento demandaba nuevas resoluciones.
En las primeras horas de la mañana del 13 de abril se había recibido; un parte de
submarinos alemanes expresando que fuerzas navales enemigas importantes se hallaban
en avance. En un tiempo breve se impartieron las órdenes necesarias a todas las unidades
de tropa; el General Dietl sabía que después de sólo tres días de preparación, sus cazadores
de montaña rechazarían cualquier ataque desde el mar.
Motivo de mayor preocupación eran los destructores, que con su carga de petróleo
todavía incompleta y con su existencia de munición disminuida, afrontaban una lucha
cuyo resultado no podía ser dudoso.
Ya en la víspera, el Ia había hecho reconocer por el primer oficial de órdenes, el Capitán

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Bach, un puesto de combate en la pendiente de la montaña, arriba del Hotel Royal y había
hecho instalar un servicio telefónico. Ese puesto de combate se hallaba en una hondonada
cubierta de nieve, desde cuyo linde occidental se tenía un amplio dominio por la vista
sobre la ciudad y el fiordo Ofoten. A unos 200 metros de distancia se hallaban tres casas
de madera nuevas, de las que la más próxima había sido abandonada por sus habitantes, si
bien estaba provista de todo el mobiliario. Esta casa fue más tarde, hasta el desplazamiento
del comando de la división, el verdadero puesto de comando y estuvo permanentemente
ocupada por el escalón conducción.
En el Royal estaban alojados algunos civiles y el tráfico en las calles y en las casas de
comercio de la ciudad seguía ofreciendo un aspecto completamente normal. También
nosotros tomábamos nuestro almuerzo en el comedor del hotel, como si nos halláramos
en guarnición. Y, sin embargo, había una tensión general reflejada en los rostros de los
soldados alemanes como si previeran los acontecimientos futuros.

4. El hundimiento de los Destructores

A las 12:45 se oyó un fuerte cañoneo desde la dirección de la entrada occidental al fior-
do Ofoten. Entre los veteranos de la Primera Guerra Mundial que nos hallábamos
allí, surgía el recuerdo del fuego de redoble del Somme, de Verdún o de las encarnizadas
luchas del año 1918. A los ojos de los jóvenes soldados surgía, empero, aquello indefinido
que impresiona al que toma parte por primera vez en una batalla efectiva. La campaña en
Polonia y el corto empeño en el Westwall fueron en realidad sólo una pequeña “obertura”
de lo que iba a seguir después y una débil reminiscencia de lo que los padres de nuestros
jóvenes cazadores de montaña les habían relatado sobre las batallas de la Primera Guerra
Mundial.
El Comando de la División ocupó, como en maniobras, su puesto de combate. En las
márgenes del Rombaken, del fiordo Ofoten y en las obras del puerto, todo estaba listo para
el combate. Empezó entonces a desarrollarse ante nuestras vistas el drama que ya ha sido
relatado frecuentemente por miembros de nuestra Marina de Guerra.

Hacia las 13:00 había comenzado un combate móvil en el fiordo Ofoten. Todavía no se había
podido determinar en forma precisa el efectivo de las fuerzas navales enemigas. Que debían
ser considerables lo anunciaba, empero, la intensidad del fuego. Los destructores alemanes
que estaban encargados de la seguridad, se retiraron paulatinamente ante la superioridad
adversaria en dirección a Narvik. Otros, ante nuestras vistas, se dirigían a máxima velocidad:
desde Herjangen hacia el lugar de la lucha.
Delante de la entrada al puerto estaba el Erich Giese bajo un violento fuego británico. Pieza
tras pieza eran puestas fuera de servicio; pero el valiente destructor siguió haciendo fuego
mientras un solo cañón estaba todavía en condiciones. Después de recibir salvas enteras
de los ingleses, se retiró envuelto en llamas, a velocidad, reducida para desaparecer detrás
del muelle Malm. Lo persiguió uno de los destructores enemigos que antes igualmente ya
había tenido un incendio. A la entrada del puerto chocó al parecer con un casco y ahora
se hallaba inmóvil. Su comandante lanzó tres hurras a su Rey y después también él cesó el
fuego.
Ahora fueron surgiendo lentamente, entre el humo de la pólvora, la fumosidad del

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petróleo y la niebla, un buque de guerra inglés tras otro. Los destructores alemanes
realizaron ataques sucesivos, con verdadero desprecio a la muerte. Pero la superioridad
numérica era demasiado grande. Contamos nueve destructores y atrás aparecía una
sombra de grandes dimensiones, evidentemente un buque de batalla. Lo que, además,
pudiera encontrarse en el fiordo Ofoten o aún más al oeste, quedaba sustraído a nuestras
vistas. Pero ya esta superioridad nos permitió prever el resultado de la batalla. El fuego de
los destructores alemanes se fue debilitando, pues después de los muy precarios resultados
obtenidos al principio por los ingleses, ahora seguía un impacto tras otro sobre los buques
alemanes cuya velocidad era cada vez menor.

En esta última lucha de la Flotilla de Narvik se hicieron sentir en forma decisiva las
pérdidas del 10 de abril. Sólo seis destructores alemanes estaban en plena aptitud de
combate; pero aún ellos después del tempestuoso viaje, no dispusieron de oportunidad
para recorrer sus máquinas y completar sus torpedos y munición. Por tal motivo, dos de
ellos, después de haber arrojado su última granada y su último torpedo sobre el enemigo,
fueron embicados en la playa de Troldviken en el fiordo Herjangen y volados. Los últimos
cuatro se replegaron, luchando heroicamente, al fiordo Rombaken. La última misión de
sus comandantes, después de disparar toda su munición, era volar sus buques en forma
tal que en poder del enemigo no pudieran caer instrumental de valor y, a la vez, salvar la
mayor cantidad posible de hombres de su dotación.
Es poco probable que antes una batalla naval de tan dramática potencia haya sido
presenciada por espectadores como lo fue la del 13 de abril en Narvik. Y es muy difícil que
jamás antes soldados alemanes hayan debido presenciar un combate contra el enemigo en
forma tan pasiva e impotente con los puños y los dientes apretados y ver cómo combatían
y caían valientes camaradas en lucha contra una gran superioridad.
Nuestro ambiente, entretanto, se iba cargando de “acero”. El Warspite creería, al parecer,
que nosotros podríamos atravesar sus gruesas corazas con nuestros fusiles y ametralladoras
o desconfiaba de los malditos alemanes, considerándolos capaces de haber traído grandes
cañones en sus bolsas, transportadas por los pequeños destructores... En todo caso ahora
dirigía el fuego de sus torres pesadas sobre el puerto y las alturas situadas detrás nuestro. De
nuevo como en 1914, los jóvenes soldados hicieron ante los primeros gruesos proyectiles
las profundas reverencias que corresponden a tan solemnes momentos. Pero bien pronto
surgió el recuerdo de lo aprendido en la buena instrucción de tiempo de paz. Tan pronto
como silbaron por el aire los primeros fragmentos de las granadas de 38 cm., los que a
veces eran del largo de un brazo, todos se hallaron en las cubiertas adecuadas. Sólo los
observadores permanecían tranquilos en sus puestos. En el punto más alto del borde de
la hondonada, donde se había sacado la nieve, se hallaba inmóvil el General Dietl con su
anteojo, cuerpo a tierra.
Todavía no se observaban indicios de intenciones de desembarco; pero, según toda
apreciación militar, debía contarse con una tentativa de esa naturaleza.
Ahora el Warspite se hallaba a la entrada del Rombaken, en el cual ya habían penetrado
siete destructores ingleses detrás de los últimos destructores alemanes. La lucha final de
los valientes buques se sustrajo a nuestras vistas; pero en el tronar de los cañones cada vez
más débil reconocíamos el final. Una vez más se mostró aquí el espíritu y el heroísmo del
marino alemán en su acción aislada, llena de sacrificios.
El destructor gravemente dañado George Thiele, al mando del Capitán de corbeta Wolf,

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se opuso sólo en el estrecho de Strömmen a la acometida de la superioridad enemiga.
Sus últimas granadas y torpedos proporcionaron a los otros comandantes el tiempo
suficiente para embicar sus buques en la playa, en el extremo final del Rombaksbotn, y
poder destruirlos. Después el George Thiele se dirigió con su última fuerza aguas abajo de
la pequeña estación ferroviaria Sildvik sobre las rocas. Su dotación sin defensa fue batida
todavía en el agua y en tierra.

Arriba, sobre la altura, se encontraba la vía del ferrocarril minero. Allí se reunieron todos
los que pudieron salvarse de ese infierno, empapados, temblando de frío y agotados por
el cansancio. Y todavía no tenían descanso, pues debían seguir. Los ingleses los habían
descubierto también aquí arriba y concentraban su fuego ahora sobre esa altura. ¡De nuevo
la agotadora carrera con la muerte! Saltando de una roca a otra, los hombres completamente
fatigados y de los cuales, algunos, desangrándose, procuraban sustraerse al fuego inglés. Si
oían que una granada se aproximaba, se arrojaban en la nieve profunda cuando no había
en las inmediaciones una roca protectora. En las pausas de fuego se erguían jadeantes para
realizar un nuevo salto y un nuevo cuerpo a tierra, animados por el solo pensamiento:
“Dios mío, haced que pueda aguantar”. Era un calvario muy tétrico y truculento.
Muchos, al nadar, se habían arrancado el vestuario y el calzado. Ahora se hallaban
desnudos, sangrando y mojados, cruzando por la nieve profunda y a veces se preguntaban,
asombrados de sí mismos, cómo era posible que un hombre pudiera soportar todo esto.
Hacia las 17:00 reinó de nuevo un silencio fúnebre en las aguas de Narvik. A marcha
lenta iba saliendo un buque inglés tras otro del Rombaken y desaparecía en dirección
oeste. Sólo dos destructores permanecían como “cuidadores”, delante de la ciudad. Este
cuadro no se modificó, salvo en el efectivo cambiante hasta el día en que de nuevo fue
izada definitivamente la bandera alemana en Narvik. A pesar de la destrucción de nuestros
destructores, el enemigo no se resolvió, en parte alguna, a efectuar una tentativa de
desembarco.
El Comando de la División había abandonado, entretanto, la poco grata hondonada
y ocupado con el escalón de conducción la ya mencionada pequeña casa, mientras que
una parte de los otros oficiales y funcionarios del comando regresaban al Hotel Royal.
Desde entonces ya no se pudo hablar de un servicio regular en el hotel, pues a 1.500
metros de distancia navegaban los buques del sitiador. Los pijamas y otras prendas
distintivas de una vida burguesa pacífica permanecieron en los cofres; el casco de
acero y las armas estuvieron, en cambio, al alcance de la mano. Desde ese día hasta la
terminación victoriosa de las luchas por Narvik, nuestro General muy raras veces pudo
desvestirse. Una ablución fría de circunstancias, con agua de nieve escarchada, y un
ocasional cambio de ropa eran el único lujo que nos podíamos dar en lo que respecta a
higiene corporal.
En la tarde de aquel nefasto 13 de abril y en la noche subsiguiente, el General Dietl, su
Ia y los restantes oficiales y soldados en Narvik y alrededores no pudieron tomarse un
descanso. Es cierto que el Warspite se había alejado a las 18:00 en dirección oeste; pero
nadie sabía si todavía en esa noche se intentaría o no un desembarco. Un radiograma del
Comandante Supremo de la Wehrmacht, recibido a la tarde, daba la orden, de defender
Narvik. El pequeño grupo de soldados alemanes se dio clara cuenta de que ahora, después
de haberse interrumpido todas las comunicaciones con el mundo exterior y el territorio
patrio, sólo podía haber victoria o hundimiento.

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En el nuevo puesto de combate sonaba sin interrupción el teléfono y un estafeta tras otro
llegaba empapado a causa de la nieve y la niebla.
Había cerca de mil marineros náufragos en Hundalen, 300 en Sildvik y unos 500 en
Narvik y alrededores. Casi todos habían alcanzado la costa a nado y algunos de ellos
fueron heridos en las aguas por el fuego de ametralladoras y de fusil. Ni los oficiales ni
los marineros tenían vestuario y alimentación. Se solicitaban urgentemente cirujanos
para atender a los heridos y enfermos. Hubo que remitir víveres todavía durante la noche;
pero en la estación de Narvik solo había disponible una sola locomotora viejísima y el
personal necesario para realizar tales transportes sólo podía obtenerse de las compañías
empeñadas. En Narvik mismo, las tripulaciones de los buques hundidos en el puerto, de
todas las nacionalidades, afluían al Hogar Marinero y a las dependencias de la planta baja y
del subsuelo del Hotel Royal. También la mayor parte de ellos carecía de vestuario abrigado
y de alimentación. La situación en la ciudad era, así, en realidad todo menos de color de
rosa. Pero el batallón empeñado en Narvik sólo había tenido reducidas bajas a causa del
bombardeo y estaba listo para rechazar a todo ataque enemigo.

De la “Agrupación Windisch” se siguieron recibiendo buenas noticias. No había tenido


oportunidad de intervenir y comunicó, además, el aterrizaje de ocho aeroplanos alemanes
sobre la capa de nieve del lago Hartvig. En un vuelo difícil y extremadamente largo habían
transportado una batería de montaña.
La situación en el ferrocarril minero entre Hundalen y la frontera sueca todavía no había
sitio aclarada. Hacia allí se había dirigido la compañía noruega que se retiró el 9 de abril.
Era de suponer que se había establecido en la zona del gran puente sobre el Norddalen.
El General Dietl y su la llevaron, en una sola noche, orden a ese caos. Cuanto más
desfavorables eran los partes, tanto mayor tranquilidad y decisión mostraba la faz de
nuestro comandante. En la madrugada del 14 de abril ya estaban impartidas todas las
órdenes y adoptadas todas las medidas que podían llevarse a cabo con nuestros medios
limitados.
En las piezas de trabajo situadas en el primer piso del Hotel Royal casi no hubo teléfono
que estuviera desocupado durante 5 minutos; ningún oficial, empleado, suboficial o
soldado pudo dormir.
En la planta baja se desarrolló, entretanto, una actividad casi grotesca. Los náufragos
pertenecientes a la marina mercante fueron trasladados al Hogar Marinero y a un gran
edificio escolar donde fueron alojados. La cantidad de personal de la marina de guerra allí
reunida fue aumentando hasta llegar a cerca de mil. Felizmente todavía había corriente
eléctrica; cocineros voluntarios se hicieron cargo de la cocina instalada para un máximo
de 250 personas, y al poco tiempo en todas las hornallas hervían grandes recipientes con
café, te y sopa. Se atendía así al calentamiento interno de los valientes marineros.
Grave, era, empero, el problema del vestuario. La mayoría de los marineros sólo tenían
puesto pantalón y camisa y aún éstas prendas estaban todavía empapadas del agua fría,
cuya temperatura en esa estación era de unos 4°. Las blusas y la ropa interior estaban a
bordo o fueron arrojadas al agua; algunos carecían de calzado. Las existencias de gruesos
uniformes noruegos encontrados por la “Agrupación Windisch” podían llegar, en el mejor
de los casos al día siguiente. Pero un soldado alemán no pierde fácilmente el tino. Los
roperos de la población civil tuvieron que salvar el apuro y cuando ya no había vestuario
masculino se recurrió a los bonitos pullovers, chalecos de lana tejida de variados colores

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y sacos abrigados de mujeres y niñas, prendas con las cuales ellas probablemente habían
descendido velozmente las pendientes durante el último domingo. Si en la mañana de
ese 14 de abril se hubiera pasado una inspección de vestuario, con seguridad el sargento
ayudante correspondiente hubiera sido víctima de un ataque de apoplejía.
El estado de espíritu, a pesar de todo, era también aquí magnífico. En los rostros de
muchos camaradas se reflejaba, es cierto, el dolor por la pérdida de tantos compañeros
y amigos que ahora descansaban en el fondo del fiordo o cuya suerte todavía no era
conocida. El valor y la confianza de los sobrevivientes no habían sido, empero, quebrados.
Los oficiales intervinieron de un modo incansable, por lo que ya al atardecer todos los
soldados de la marina de guerra estaban organizados en nuevas unidades.

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III
Rodeados por Enemigos
1 Comienza a cerrarse el Cerco

L as dotaciones de los destructores que se hallaban en tierra, fueron puestas a órdenes


del General Dietl. De este modo, el comandante de la 3a División de Montaña, de
la que, por lo demás, sólo una parte reducida fue destinada a la empresa de Narvik, se
convirtió en el “Comandante de la Agrupación Mixta de Narvik”.
La situación que se le presentó el 14 de abril puede resumirse en las palabras: rodeados
de enemigos.
En la mañana del 14 de abril, al día siguiente del trágico final de la fuerza de destructores
alemanes y de la retirada de los ingleses del fiordo Ofoten, hubo impartición de órdenes
por el General Dietl en el Hotel Royal. Estuvieron reunidos casi todos los oficiales de
ambas partes de la Wehrmacht.
Se tendieron las cartas sobre las mesas; se analizó la situación; se impartieron instrucciones
y las nuevas unidades formadas con las dotaciones de los destructores fueron distribuidas
entre los distintos sectores del frente.
¡Se mantendrá Narvik, venga lo que venga!
Esa era la orden del General, expresada al final de la reunión. El cuerpo de oficiales tomó
la posición militar. Estaba en el espíritu de todos ellos cumplir esa orden hasta el último
aliento. Y detrás se hallaban los soldados de uniforme gris y azul, formando un frente
cerrado y forjado en un bloque único.

La primera etapa de las operaciones generales, la ocupación del puerto minero, se había
desarrollado de acuerdo con el plan. Ningún soldado enemigo había logrado pisar el suelo
noruego. Los hombres también pudieron, por fin, dar sepultura a sus compañeros caídos
entre el 10 y el 14 de abril de 1940 en la lucha contra las fuerzas navales inglesas. El suelo
congelado, duro como piedra, tuvo que ser horadado a fuerza de explosivos; esto había
retardado la inhumación.
Un sacerdote noruego, un oficial de marina y el General Dietl pronunciaron los discursos
fúnebres. Después resonó la salva de honor sobre el campo de las tumbas: “Yo tenía un
camarada”...

De acuerdo con el reglamento, todo soldado instruido comienza la descripción de una


situación por el ala derecha. En nuestro caso la relación empezará por las espaldas.
En la noche del 13 al 14 de abril se adelantó una patrulla de exploración a lo largo del
ferrocarril minero en dirección a Spionkop. Comunicó en la mañana del 14 que entre
Hundalen y Spionkop, a ambos lados de la vía férrea, había chocado con fuertes puestos
enemigos. Los noruegos habían establecido allí nidos de resistencia e interceptaban la vía
férrea a la frontera sueca, de extraordinaria importancia. Ya al poco tiempo no sólo la vía
férrea era nuestro medio de transporte dentro de la reducida zona que ocupábamos sino
también el terraplén de la vía, cuyo trazado reflejaba una gran audacia en la concepción,
era nuestro único camino de marcha. Debía quedar en nuestro poder a cualquier precio.
El General Dietl, por tal motivo, designó al Mayor von Schleebrügge para que con su
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compañía reforzada avanzara contra el enemigo con la misión de despejar de adversario el
ferrocarril minero hasta la frontera con Suecia.
A deducir por la carta, esa empresa no sería muy difícil de llevar a cabo. Pero quien
haya visto en invierno la zona de Hundalen y de Spionkop hasta la estación fronteriza
de Fjörnfjell, sabrá comprender lo que significa un ataque a través de la nieve, que en las
hondonadas y quebradas tenía una altura superior a la del hombre, o por las montañas
cubiertas de nieve a ambos lados de dicho ferrocarril minero. En esa empresa debía
salvarse el valle profundamente encajonado de Nowdalen y el gran puente de Nowdalen,
probablemente preparado para su voladura, debía caer en nuestro poder lo más indemne
posible. En esa difícil tarea sólo se podía emplear a soldados elegidos, buenos esquiadores
y muy conocedores de todas las tretas y sorpresas de la guerra de montaña.

Nuestro competente encargado de armas y materiales, el Teniente 1º Schreiner, había


empezado inmediatamente después del desembarco a construir un tren blindado que
debía ser puesto a disposición para esa empresa. La partida desde Narvik tropezó, empero,
con tantas dificultadles técnicas, que el Mayor von Schleebrügge tuvo que iniciar el avance
sin apoyo de artillería. Por lo demás, ese “tren blindado” sólo se componía de un vagón
plataforma sobre el que se había instalado, en forma circunstancial, un viejo cañón de
10 cm. protegido por planchas de acero. Hasta su primer empleo se había enganchado,
además, un coche que servía de alojamiento para el personal de servicio de la locomotora y de
la pieza y un vagón de munición y material. Pero como resultaba así demasiado pesado para la
asmática pequeña locomotora de maniobras, todo ese material de madera quedó bien pronto
paralizado en la estación. El maquinista de la locomotora de cambios y el foguista, además,
habían servido pocos días antes en las máquinas más modernas de destructores. También los
“artilleros” debían adaptarse previamente a su nueva “torre de cañón”.
Esta extraordinaria construcción, creada de la nada, intervino posteriormente varias
veces desde el ferrocarril minero hasta que tuvo que ser volada.

De este modo, la compañía Schleebrügge realizó sola su ataque, y, no obstante, pudo


comunicar el 16 de abril que todo el ferrocarril hasta la frontera se hallaba en poder de
los alemanes. Un mayor noruego, 5 oficiales y 45 soldados y suboficiales fueron tomados
prisioneros; una parte de los noruegos había caído muerta o herida y el resto se había
retirado al otro lado de la frontera sueca. Doce ametralladoras, mucha munición y
abundantes víveres fueron el botín de la campaña.
El 14 de abril no se pudo prever todavía ese éxito. Por el momento sólo le quedaba al
General y a sus auxiliares en la conducción, el hecho escueto de que también en las espaldas
estábamos cortados. Entre el trecho Hundalen-Björnfjell del ferrocarril y la “Agrupación
Windisch”, que se hallaba en Elvergaardsmoen, se encontraban muchas rocas, montañas,
campos de nieve, lagos y ríos congelados, pero ni un sólo soldado alemán.
El Coronel Windisch había enviado, es cierto, ya el primer día una patrulla de
exploración del efectivo de 1 oficial y 12 cazadores en esquíes en dirección a Spionkoop;
pero, hasta entonces, se carecía de toda noticia sobre ella. La situación en la zona al norte
de Elvergaardsmoen no estaba aclarada. El General Dietl había resuelto, por ese motivo,
también el primer día, adelantar un batallón de la “Agrupación Windisch” por el camino
de Bierkvik a Elvenes, igualmente cubierto por una profunda capa de nieve, y destacar
fracciones de seguridad hasta el Gratangen y el paso Oalge. Posteriormente, también aquí

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se desarrollaron luchas en que cazadores de Carintia, al mando del Mayor Stautner, se
batieron contra gran superioridad enemiga. El camino de Elvergaardsmoen a Oijord había
sido limpiado con arados de nieve por los noruegos antes de la ocupación y de este modo
era transitable por los vehículos a motor.
De Oijord a Vassvik la gran balsa civil seguía funcionando todavía “según fuera la
situación” —es decir, de acuerdo con la actividad de los destructores ingleses—. Como no
se logró descubrir la dotación noruega, un alférez de navío que, después del hundimiento de
su provisoriamente último buque, también más tarde se desempeñó en forma sobresaliente
en tierra, había puesto en servicio la máquina. Con unos pocos marineros del personal
de máquinas de su destructor, este alférez y nuestro oficial encargado de armas y material
trajeron a Narvik, en un tráfico realizado casi sin interrupción, todo el vestuario de abrigo
para los camaradas náufragos, las ametralladoras, los fusiles y la munición, casi bajo los
cañones de los destructores ingleses. Cuando en una ocasión un buque de guardia inglés
inició, a una alta velocidad no común, su recorrido de observación alrededor de Narvik
y en el fiordo Rombaken desde la curva entrante, la balsa fue sorprendida en un lugar sin
cubiertas en Vassvik y fue hundida a tiros. Dos soldados murieron; los otros lograron llegar
a la costa.
Ya anteriormente se relató el trazado de las posiciones en Narvik mismo. El ala izquierda
de las fuerzas combatientes alemanas se hallaba en esa época en Fagernes y estaba formada
por el batallón de marina del Capitán de corbeta Erdmenger, antes comandante del buque
insignia de la flotilla de destructores, el Wilhelm Heidkam. Más hacía el sudeste y de vuelta
hacia la frontera sueca había nuevamente mucha “zona” inhospitalaria; pero por falta de
fuerzas estaban sin soldados alemanes.
Las así llamadas posiciones de la “Agrupación Narvik” estaban de ese modo ocupadas
en una forma más que rala. En un frente de 50 kilómetros, se hallaban, incluyendo
todos los comandos, unos 1.750 escasos cazadores de montaña. ¡Sin armas pesadas y sin
comunicaciones de retaguardia! No se hubiera podido pensar en la formación de reservas
y en la ocupación del ferrocarril minero si el hundimiento de los destructores alemanes no
nos hubiese traído casi 3.000 marineros.
Las dotaciones de destructores que llegaron a tierra en Sildvik y Hundalen, fueron reunidas
y organizadas bajo las órdenes del Capitán de fragata Berger. Se le confió la seguridad del
ferrocarril minero entre Forsneser y Hundalen. Las fracciones de marina que lograron
llegar a Herjangen al mando del Capitán de corbeta Kothe, fueron subordinadas al Coronel
Windisch, siendo empleadas por él en la defensa de costa en la parte septentrional del
fiordo Herjangs.
Las dotaciones de destructores que desembarcaron en Narvik fueron incorporadas a
la defensa de la ciudad. La evacuación de los heridos y el abastecimiento de víveres y
munición a lo largo del ferrocarril minero, pudo efectuarse mediante el empleo de un tren
de circunstancias.

Volvamos ahora al puesto de combate de la división, donde se hallaba el corazón y el


cerebro de la defensa y donde se impartían las órdenes por medio de los cables telefónicos,
aparatos de radio o estafetas, a todos los órganos, en forma semejante a un ejercicio de
paz. Allí se recopilaban, entre tanto, los partes más importantes del día. Se expresarán a
continuación en forma resumida:
El destructor inglés que durante la batalla naval había encallado en el puerto, había sido

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puesto a flote durante la noche y hacia la mañana se hallaba con otros dos delante de la entrada.
Debido a su presencia se interrumpió casi completamente el tráfico a lo largo del puerta y a
través del Rombaken.
A las 10:00 apareció un avión de reconocimiento alemán sobre Narvik, saludado
jubilosamente por cazadores y marineros y después de describir varios círculos sobre la
ciudad, desapareció en dirección sudoeste. A las 10:30 tres Ju 52 habían arrojado víveres sobre
el lago Hartvig. Allí todavía se hallaban en la alta nieve los aviones que habían aterrizado el
día anterior trayendo desde las inmediaciones de Berlín nuestra primera y única batería de
montaña. Un avión que transportaba material había sido derribado en el larguísimo viaje
hacia el Norte. A la tarde, un destructor inglés situado en el puerto batió con sus cañones de 2
cm. al hidroavión alemán que se encontraba allí y después realizó una tentativa de abordaje,
la que fue rechazada por el fuego de ametralladoras efectuado desde tierra.
Ese hidroavión alemán había acuatizado el 13 de abril en el puerto durante la batalla naval a
fin de traer munición para nuestros destructores y por un milagro quedó indemne. Después
de haber llevado el aparato a un lugar relativamente seguro detrás de la lengua de tierra de
Framnes, la tripulación logró decolar mucho después y llegar sana y salva a Alemania.
La “Agrupación Windisch” había comunicado que aviadores noruegos habían
bombardeado por tercera vez el lugar de aterrizaje en el lago Hartvig sin causar daños
militares.

Del Jan Wellem, amarrado en un lugar relativamente cubierto, casi a la vista de los
ingleses, se descargaron considerables cantidades de víveres en un trabajo hábilmente
realizado sin interrupción, siendo depositados provisionalmente en el Hotel Royal y en
las escuelas ocupadas por las unidades. Nuestros camioneros pronto descubrieron la ruta
más segura a seguir. Recorrían aislados a gran velocidad la calle principal que descendía al
puerto, efectuaban un pequeño alto debajo del viaducto del ferrocarril a fin de adelantarse
a pie y estudiar la situación y si el destructor inglés se hallaba algo mar afuera desaparecían
con acelerador a fondo detrás de las gruesas paredes del malecón, en cuyo otro lado la
tripulación de los buques mercantes alemanes iban sacando la valiosa carga de las bodegas
del Jan Weilern. Detrás de algunos camiones silbó más de un proyectil. Muchos cascos de
granadas en los camiones daban fe del silencioso heroísmo de sus conductores.
La noche del 14 al 15 de abril transcurrió relativamente tranquila. Los destructores
enemigos se habían retirado al fiordo Ofoten y esa pausa de descanso fue aprovechada
intensamente tanto en tierra como en mar. Sobre todo la balsa del Rombaken viajó
febrilmente.
Cada cargamento que traían era motivo de alegría para el General Dietl, pues de nuevo se
podía equipar y armar a numerosos marineros, alegría mayor que si se tratara de hermosos
regalos personales. Sólo abandonaba el nuevo puesto de combate paca realizar frecuentes
recorridas por las posiciones y para realizar al anochecer reuniones con los jefes en el
Hotel Royal.
Esas reuniones constituían en realidad una insolencia. Hoy se puede relatar al mundo y de ese
modo también a los comandantes de los destructores ingleses que noche tras noche se reunían
todos los jefes del sector norte en el primer piso del hotel, detrás de los grandes ventanales, para
informar y recibir órdenes. Sólo de cuando en cuando se expresaba en forma fría y objetiva:
“destructor entra en el Rombaken” o “destructor toma rumbo de partida”. Después, cada vez,
cruzaba un esbelto casco naval, en el color gris atlántico de la flota inglesa, entre Vassvik y

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Orneser, en marcha muy lenta. Sus tubos estaban dirigidos sobre la ciudad y quizá el oficial de
artillería buscaba con su anteojo un blanco rendidor. ¡Si hubiese sospechado lo que se estaba
realizando a sólo unos 1500 metros de distancia detrás de las ventanas del gran edificio gris
que se hallaba ante su vista como blanco apropiado para instruir reclutas! Algunas pruden-
tes insinuaciones sobre la situación que, con todo, era algo incómoda, fueron contestadas por
nuestro General con una leve sonrisa o con una observación irónica. Pero no era una ligereza
ni tampoco un desafío al destino lo que le hizo elegir ese lugar como punto de reunión, sino
la sobria reflexión de que toda otra casa de nuestro barrio en la ciudad podía ser igualmente
abatida. Los días hasta el 20 de abril se sucedieron entonces con bastante uniformidad. Casi
diariamente sobre la ciudad aparecían aviones de transporte alemanes, saludados vivamente
como mensajeros de la Patria, los que abastecían sobre todo de munición, medicamentos y
otros elementos, en el límite de su capacidad de carga.
Toda clase imaginable de artículos descendió con paracaídas sobre Narvik. Pero lo más
extraordinario que descendiera alguna vez del cielo, fueron 200 tubos de Pelikanol.
-Pero, ¿qué voy a hacer con ese engrudo?” exclamó Dietl. -¿Levantar acaso tabiques de
cartón alrededor de Narvik?
Hasta que se aclaró el error. Dietl había pedido a Berlín por radio el envío de Klister
(marca de la cera para esquíes). Pero el Klister se transformó en Berlín en un Kleister
(Engrudo).

Un justificado estallido de molestia del General provocó, en cambio, durante las


luchas en Narvik, un desagradable descuido de las autoridades alemanas en la Noruega
Meridional. Por razones no aclaradas, un paquete postal para un destinatario en la región
de Drontheim fue lanzado sobre la zona de combate de Narvik. Cuando el servicio de
recepción del comando de la división abrió el paquete, aparecieron unos 20.000 pasaportes
para licenciados; no se podía afirmar que fuesen necesarios para la lucha defensiva en que
estaban empeñados los cazadores de montaña. Pero cuando desapareció el peligro y se
hubo conseguido la victoria, se olvidó la ironía del envío anticipado y pronto se los pudo
emplear convenientemente.

El 15 de abril un destructor inglés libró, para máxima di versión de las guarniciones


alemanas, un encarnizado combate con la punta de un mástil de un barco mercante
sumergido en el puerto, mástil que seguramente había considerado ser el periscopio de un
submarino alemán. Después de un considerable consumo de munición, se retiró, perplejo,
al fiordo Ofoten. La punta del mástil quedó indemne.
El 16 de abril, hacia las 10.00, se recibió el primer parte del exitoso ataque sobre Spionkoop y
Björnfjell, el que ya ha sido descripto. El puente de Norddalen sólo había sufrido ligeros daños.
Nuestros pocos zapadores lo repararon en un breve tiempo en la medida necesaria para que la
vieja locomotora a vapor pudiera pasarla con 2 y hasta 3 vagones a marcha lenta.
Los ingleses se habían dado cuenta paulatinamente de que no disponíamos de artillería.
Se movían inmediatos a la orilla a una marcha sumamente lenta y abrían el fuego sobre
el menor movimiento que observaban en tierra. Algunos cazadores de montaña fueron
heridos o muertos en esas circunstancias. Las pérdidas no correspondían nunca, empero,
al consumo de munición de parte de los ingleses. Los adversarios procuraban, además,
siempre de nuevo establecer contacto con los pescadores noruegos que todavía se hallaban
en el borde de los fiordos, en sus pequeñas casas. Estábamos seguros que de allí recibían

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noticias precisas sobre las posiciones alemanas; pero nuestro efectivo fue apreciado en
exceso, según se demostró más tarde.
Winston Churchill expresa al respecto en su relato sobre los acontecimientos de guerra
en Narvik:
“En la noche del 16 al 17 de abril llegaron noticias desilusionadoras procedentes de
Narvik. Se desprendía de ellas que el General Mackesy era contrario a toda tentativa
de apoderarse de la ciudad mediante un ataque directo y con el apoyo inmediato de los
cañones de la flota. Lord Corks no logró sacarlo de su punto de vista”.
“Era intención del General Mackesy ocupar dos posiciones no ocupadas en los accesos
a Narvik y mantenerse allí hasta que, hacia fines del mes, se derritiera la nieve”. “ El
General británico había pedido, con ese objeto, el apoyo de la primera media brigada de
los Chasseurs Alpins franceses, pero no le pudo ser enviada. En un telegrama el General
Mackesy recibió la orden de “atacar y apoderarse de Narvik con el apoyo de fuego del
Warspite y de los destructores, los que también podrían operar en el fiordo Romback”.

Esa prudencia la critica Churchill con la siguiente manifestación:


“Como es natural, no se puede decir con certeza si un ataque de esa índole hubiera tenido
éxito. No era necesario, en tal caso, efectuar marchas por la nieve; en cambio si lo era
realizar desembarcos desde botes abiertos bajo el fuego de las ametralladoras enemigas,
tanto en el puerto de Narvik como en el fiordo de Romback. Yo contaba con la eficacia del
fuego de las poderosas baterías de los buques, efectuado desde distancias reducidas y que
habrían azotado como un torbellino a los frentes marítimos y envuelto a todo el servicio
de las ametralladoras alemanas con humo y nubes de nieve y tierra. Con ese objeto, el
Almirantazgo había provisto al buque de batalla como a los destructores con granadas
de gran poder explosivo... “ Nosotros disponíamos de más de 4.000 hombres de nuestras
mejores tropas regulares, entre ellas la Brigada de la Guardia y soldados navales, las que
una vez puestas en tierra se empeñarían en lucha a corta distancia con los defensores
alemanes, cuyo efectivo de tropas verdaderas —prescindiendo de las dotaciones salvadas
de los destructores hundidos— nosotros lo calculábamos a lo más en la mitad de los
propios efectivos. Hoy sabemos que ese cálculo era exacto”.

A unos 15 kilómetros al oeste de Narvik, el fiordo Ofoten se amplía hacia el norte,


formando una ancha bahía en forma de arco. En sus orillas se hallaban varias pequeñas
aldeas de pescadores, las que, como tampoco en general toda la bahía, no podían ser vistos
desde Narvik. Hacia allí se realizaba un vivo tráfico marítimo. En la primera época se
había tratado sólo de buques petroleros y otros buques auxiliares para los destructores
ingleses. Más tarde esa bahía fue la base para el ataque general aliado sobre Narvik.
El 17 de abril los ingleses desembarcaron los primeros grandes contingentes de tropas en
Harstad, en la isla Himoy, 60 kilómetros al norte de Narvik. Los siguientes desembarcos se
efectuaron en el fiordo Ofoten, en el Skjomen y en el Herjangs.
Las tropas de Harstad avanzaron contra la agrupación, del Coronel Windisch; las de
Haakvik avanzaron tanto contra la compañía de cazadores en el Ankenesfjell como también
contra el grupo en el fiordo Beis, grupo que más tarde fue reforzado por la 7a Compañía.
Los contingentes de tropas del enemigo envolvían de este modo a Narvik desde tres
direcciones. Eran tan fuertes que en algunos sectores del frente superaban a las unidades
alemanas con una superioridad de diez o doce veces.

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Los refuerzos alemanes que llegaban por vía aérea fueron empeñados en la “Agrupación
Windisch”, en el ferrocarril minero y en Ankenes. Eran tropas aerotransportadas, cazadores
de montaña, paracaidistas, que después de haber realizado sólo dos lanzamientos de
instrucción, fueron lanzados aquí en Narvik a fin de llevar pronta ayuda a sus camaradas
y el batallón de cazadores paracaidistas del Capitán Walter, condecorado con la Cruz de
Caballero. Estos reducidos refuerzos debían compensar los del enemigo, los que afluían
constantemente, desembarcando bajo la protección de los buques de guerra; en la zona de
Narvik debían ser apreciados, por último, en alrededor de 20.000 hombres.

Nuestro General se halló varias veces en el ángulo de Framnes y, con los puños apretados
de rabia, observaba la actividad de los ingleses -Si sólo dispusiera de una buena batería,
todo este espectro desaparecería.
A fin de poder hacer algunos disparos, se trasladaron a Narvik dos piezas de la batería
de montaña aterrizada el 13 de abril en el lago Hartvig, las que fueron empleadas por la
pronto detrás de la altura 79, conocida por todos los combatientes de Narvik, entre la
estación y Taraldsvik.
Por buenas que fuesen esas piezas en montaña, aquí, en la lucha contra buques de guerra
ingleses, no pasaban de ser “revólveres alpinos”, como con ironía de buen humor eran
llamadas por nuestro General. Y, sin embargo, tiraron todas las veces en que los ingleses
llegaban en forma demasiado audaz a una distancia que los colocaba a su alcance eficaz
y a algunos destructores les produjeron averías. Cuando más tarde los cañones tuvieron
que ser destruidos, su servicio luchó codo a codo con los cazadores de montaña, en forma
heroica, como infantes. El valiente jefe de sección, Teniente Enzniger, de poca estatura, fue
herido gravemente por un tiro en el pulmón, siendo atendido primero en el hospital de
circunstancias en Hundalen y más tarde en Suecia hasta su completa curación.
En esos días, dos guardias territoriales de una sección antiaérea estaban detrás de una roca
y justamente se estaban poniendo sus trajes de nieve, pues debían relevar a dos centinelas;
sólo se habían recibido dos de esos vestuarios de enmascaramiento, pero los soldados eran
cuatro en total.
Vieron entonces venir “a campo traviesa” a un hombre, largo y delgado, con piernas
combadas y un saco de abrigo. A último momento se dieron cuenta que era su General.
Uno de ellos se dirigió hacia él, tomó la posición militar y le dio el parte -1a y 2a
ametralladora de la sección antiaérea listas para abrir el fuego.
Dietl respondió al saludo, levantando la mano a la altura de la gorra y se acercó a fin de
inspeccionar la posición. Los cuatro se quedaron en la posición militar, mirando de cerca
al General. El rostro de Dietl era moreno y curtido y estaba surcado por miles de pequeños
pliegues; pero no lo conocían en otra forma. Averiguó si tenían suficiente de comer y de
fumar. Su dialecto bávaro se destacaba manifiestamente del berlinés de aquéllos. Cuando
se disponía a irse, dirigiéndose directamente a la pared que descendía en una profundidad
de 20 metros a la carretera de Framnes a Narvik, uno de les cuatros le gritó -Mi General,
por allí no podrá bajar. El camino hacia abajo pasa por allá.
Dietl se detiene, mira hacia abajo y después se vuelve -Como para creer lo que dicen. ¿De
qué región son Uds.?
Como si fuera una sola boca, los cuatro respondieron al unísono -De Berlín, mi General.
-Bueno, miren bien ahora, Uds. berlineses, cómo un viejo General desciende esta altura.

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Llegó el 20 de abril.
Como un acontecimiento especial, en ese día, estaba prevista la venida de un correo que
Hitler quería enviar en avión al General Dietl. La llegada se retardó, empero, hasta el día
22 debido al mal tiempo.
El gran salón comedor en el Royal fue arreglado del mejor modo posible como para una
fiesta. Todavía se disponía de manteles blancos. A las 12:30 pudo iniciarse “el banquete”
con un breve y enjundioso brindis de nuestro General. Asistían todos los jefes que no
estaban impedidos por razones de servicio. El salón presentaba el aspecto de una fiesta
sencilla allá en alguna guarnición en tiempo de paz.
Después de una sopa de fantasía que había sido preparada con agregados misteriosos por
nuestros cocineros para toda la dotación del hotel, hubo un plato de carne procedente de las
todavía grandes existencias congeladas en el puerto. Además hubo compota, de los víveres
salvados de los destructores y las últimas botellas de cerveza, que habían sido reservadas
cuidadosamente para este día de fiesta. Casi inmediatamente después de haber expresado
uno su sorpresa de que los ingleses no se hubiesen encargado por lo menos de las salvas, se
recibió el parte de que un crucero de la clase del Penélope y dos destructores se hallaban en
avance.

Esa noticia por sí sola no nos podía impresionar; pero, cuando poco después, se oyeron
los primeros disparos y las explosiones en el muelle de la balsa en Vassvik, el que se
hallaba situado exactamente entre nosotros y los buques ingleses, tuvimos que abandonar
transitoriamente la mesa del “banquete” y dirigirnos a la parte posterior del hotel, a una
cubierta poco segura contra granadas de crucero. Como buen dueño de casa y verdadero
bávaro, nuestro General terminó con toda tranquilidad de espíritu su cerveza y después
se situó con su anteojo detrás del ángulo del edificio del hotel a fin de observar el cañoneo
desde su propio observatorio. Desgraciadamente estaba dirigido contra la ya mencionada
gran balsa, la que a los pocos minutos se hundió al lado del puente del desembarcadero,
donde su casco se pudo ver mucho tiempo después, en los días tranquilos.
Los tres buques a continuación se dirigieron lentamente al fiordo Rombaken, en el que
entraron y batieron el trecho del ferrocarril. En esas circunstancias se destruyó un pequeño
puente de hierro, por lo que por primera vez se interrumpió la línea en ese lugar. Felizmente
en los últimos días se había acelerado tanto la distribución de los víveres, armas y vestuario
que Sildvik y Hundalen estaban provistos como puntos de apoyo para algunas semanas.
Después de habernos hecho rabiar durante dos horas, los ingleses tomaron rumbo hacia el
oeste y desaparecieron de nuestra vista, apareciendo, después de un breve tiempo, de nuevo
en el fiordo Ofoten, en donde permanecieron inmóviles a la altura de la bahía del Arco.
Entretanto se habían iniciado las negociaciones con Suecia a fin de poder evacuar por lo
menos a los ciudadanos de países extranjeros y a las dotaciones de los buques mercantes
alemanes. Suecia declaró estar dispuesta a encargarse de tales transportes desde la frontera;
pero el trecho entre Björnfjell y Hundalen estaba cubierto por una masa tal de nieve que
nosotros mismos, con nuestras reducidas fuerzas, no podríamos limpiarla
El 21 de abril partió finalmente este tren tan discutido. Necesitó, casi un día entero para
recorrer los 34 kilómetros hasta la frontera. Los pasajeros tuvieron que descender al llegar
el tren, al pequeño puente entre los túneles 3 y 4 destruido la víspera y desde Hundalen
debieron recorrer a pie todo el camino hasta el límite.
Posteriormente esa zona pudo ser evacuada por lo menos hasta el puente de Norddal y los

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suecos hicieron correr hasta allí un tren de ida y vuelta de dos coches con la condición de
que sólo podía ser utilizado por mujeres, niños y enfermos. Los hombres, con sus bártulos
bien modestos por cierto, debían efectuar a pie el recorrido restante de 12 kilómetros. Se
logró, no obstante, hasta el 24 de abril evacuar al otro lado de la frontera a todos los de
nacionalidad sueca, algunas mujeres y niños noruegos, que por Suecia querían dirigirse a
la Noruega Meridional y personal marítimo de diferentes nacionalidades.

Y de nuevo comenzó el mismo juego al que paulatinamente ya nos habíamos habituado:


cruceros y destructores frente a Narvik, en el Rombaken, en el Herjangen, rumbo de salida
y de nuevo rumbo a Narvik. Pero también en el fondo del escenario que para nosotros
constituían los fiordos, empezó a mostrarse vida. Nuestro observatorio en Framnes
comunicó el 21 de abril que en el fiordo Bogen (arco) no sólo estaban los vapores pesqueros
ya comprobados, sino que también grandes vapores mercantes habían anclado. Entre ellos
y las pequeñas aldeas de pescadores en tierra se realizaba un vivo tráfico de botes. Esto
no podía significar otra cosa que el desembarco de tropas que serían aprestadas para un
ataque sobre Narvik. El crucero y los dos destructores se encargaban de la protección de
esos desembarcos, mientras otro destructor, como hasta entonces, efectuaba el bloqueo
alrededor de Narvik y Bjerkvik.
En la noche del 21/22 de abril, nuestro General pudo dormir por fin durante algún tiempo
más sobre el colchón en el puesto de combate, sin la blusa y sin calzado. A su lado roncaba
pacíficamente su Ia, y sólo el oficial de órdenes, anotaba lo más silenciosamente posible,
los partes que se recibían por el teléfono colocado en un ángulo de la pieza. En la pequeña
cocina, algunos escribientes sobrefatigados se habían quedado dormidos, sentados en sus
duras sillas. Casi sin interrupción se abría la puerta, pues los estafetas de las unidades de
tropa y de las estaciones de radio tampoco de noche tenían descanso. Se anotaban los partes
y se los estudiaba a fin de determinar si su texto justificaba interrumpir el sueño del General
o del Ia.
Un parte de la tarde del 21 de abril había sido algo alarmante, pues expresaba que de
nuevo se hallaban en avance fuerzas navales pesadas inglesas. El General opinó con toda
tranquilidad de espíritu: “Contra esto nada podemos hacer” e hizo transmitir la noticia
al comando superior en Oslo.

En la mañana del 22 de abril, la que para nosotros comenzó “recién” a las 06:00, después
de la revisión de los partes recibidos durante la noche y de la redacción de las órdenes
que resultaban necesarias, se encendió la radio, sintonizando la misma Tromsö. Si bien
nosotros no entendíamos palabra alguna de ese idioma que parecía ser una mezcla del
antiguo noruego, del inglés y también en parte casi del dialecto de la Baja Alemania
(Plattdeutsch), nuestro intérprete noruego efectuó rápidamente la traducción al idioma
alemán, trayéndola escrita. Aquí de nuevo se expresa el cordial agradecimiento al locutor de
la Radio Tromsö por la buena orientación y los muy útiles consejos que involuntariamente
nos proporcionó por las comunicaciones a sus compatriotas como también a la guarnición
alemana de Narvik que, en su opinión, ya estaba perdida. En aquella mañana dirigió una
proclama a la población de Narvik en la que exhortaba a evacuar lo más pronto posible la
ciudad, pues, el comandante en jefe de las fuerzas inglesas en la Noruega Septentrional,
la bombardearía y expulsaría después a los alemanes. También esta proclama fue dada a
conocer a las unidades de tropa y por radio al OKW. Durante largas semanas, empero, la

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intención de los ingleses no pasó de ser un vivo deseo.
-Ahora, señores, todo ha terminado, expresó un día el General Dietl a su estado mayor. Y
cuando los oficiales la miraron con asombro, repitió -Sí, todo ha concluido.
La situación era, es cierto, más que crítica; pero, ¿por qué de pronto ahora toda había
terminado?
-Digo que ha terminado. ¿No se dan cuenta Uds. de que yo ya no existo?.
Gran asombro. -Sí, yo ya me fui. La radio de Tromsö termina de comunicar -El General
Dietl acaba de suicidarse de desesperación. Por consiguiente, yo ya no existo.

Nosotros ya nos dimos cuenta que las comunicaciones de Tromsö a los habitantes eran
valiosos indicios. Por esa razón no podía Dietl renunciar a visitar a ese benévolo locutor
tan pronto terminaran las luchas por Narvik y agradecerle una vez más, ahora verbalmente,
por el excelente apoyo a nuestra lucha. Lamentablemente no se tomó una fotografía de la
cara del locutor inmediatamente después de ese inesperado reconocimiento.

2. Cortados del Mundo

C omo los ingleses habían desembarcado tropas en los días precedentes y ahora de
nuevo avanzaban con importantes fuerzas navales, se debía contar con un ataque en
las horas de la tarde. Por ese motivo se pidió urgentemente de nuevo el envío de aviones
de combate en reemplazo de nuestra artillería faltante. El tiempo de escasa visibilidad
y las ráfagas de nieve que soplaban intermitentemente, dificultaban, es cierto, el empleo
de nuestras fuerzas aéreas; pero también contrariaban los planes de los ingleses. Es muy
probable que todavía no hubiesen previsto un desembarco para ese día; querían al parecer
batir más a fondo nuestras posiciones de infantería y el ferrocarril minero.
A las 10:00 dos cruceros ingleses abrieron un fuego intenso, sobre todo contra nuestras
posiciones que bordeaban la península de Framnes y más tarde contra el ferrocarril minero.
Pero después los copos de nieve se interpusieron como un tan denso velo protector sobre
la tierra y el mar que tuvieron que suspender el fuego. No obstante, iban y volvían hasta
muy corta distancia de Narvik y sólo a eso de las 14:00 desaparecieron los cruceros con
rumbo al oeste, mientras que los destructores quedaron como mastines de guardia.

En medio del fuego matinal había aterrizado en el fiordo Beis el correo del Cuartel
General del Führer. Con él vinieron el 2° oficial de estado mayor de la División, nuestro
Capitán Mittlacher, y como especialista en voladuras el Capitán de zapadores Oberndorfer.
El acuatizaje del avión en el fiordo Beis y la llegada a tierra de sus ocupantes a proximidad
casi inmediata de los barcos ingleses, sólo había sido posible gracias a la cortina de las
ráfagas de nieve. Es cuestión de imaginarse las considerables exigencias a la capacidad
del aviador que impone ya en condiciones normales el descenso en un fiordo tan angosto,
rodeado en todas direcciones por montañas. A esto se agrega la intensa caída de nieve y
a una distancia de unos 1500 metros la presencia de varios buques de guerra armados con
cañones antiaéreos que en el vuelo de descenso debían ser sobrevolados a una reducida altura.
¡Un aplauso para nuestros aviadores!
Nosotros enviamos de inmediato un automóvil al puerto con nuestro Ic., el Capitán
Müller, el que no obstante el fuego de artillería trajo en breve tiempo el correo al Hotel

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Royal. Este correo era el Capitán de aviación Speck von Sternburg, quien más tarde cayó
en la lucha contra Inglaterra; inmediatamente después de su llegada, se presentó al General
Dietl, entrevistándose a solas con él.

La orden de Hitler decía textualmente:


Berlín, el 18 de abril de 1940.
El Supremo Comandante en Jefe de la Wehrmacht Al General de División Dietl.

1.— Todas las noticias concuerdan en que se prepara una fuerte acción enemiga contra
Narvik. Ud., a la larga, no podrá resistir, debido al armamento y a la dotación de sus tropas
frente a las del enemigo transportadas por mar.
2.— No es posible el transporte y el abastecimiento de nuevas fuerzas propias con artillería.
3.— Su misión más importante, no obstante, continúa siendo mantenerse allí durante
el mayor tiempo posible. De ese modo ganará el tiempo necesario para realizar todos los
preparativos a fin de imposibilitar el empleo del ferrocarril minero y el embarque del mineral
mediante la más completa destrucción de la vía y de sus obras de arte por un largo tiempo.
4.— Mediante una conducción de combate en el sentido del radiograma del 15 de abril (a las
18:23) y la reunión de sus fuerzas en la zona del ferrocarril minero, Ud. aferrará importantes
fuerzas de mar y de tierra durante largo tiempo y de este modo aliviará en alto grado la
conducción de la lucha en otras partes del teatro de operaciones septentrional.
5.— Se ha iniciado el envío de material explosivo y detonantes por medio de hidroaviones
de transporte. En los vuelos de regreso, esas máquinas deberán evacuar en primer término
especialistas de gran valor de la marina de guerra que poco le pueden ayudar a Ud.
6.— Transmita Ud., por correo o por radiograma si después del cumplimiento de la misión
especificada en el Nº 3, Ud. ve una posibilidad de abrirse paso hacia el Sur con fuerzas
seleccionadas a través de las montañas apoyado por lanzamientos periódicos de víveres desde
aviones y después de evacuar a Suecia los incapacitados de marchar. El correo hablará con Ud.
sobre la posibilidad de una evacuación mediante hidroaviones.
Si se descartan ambas posibilidades, Ud. procederá en tal forma que el honor de la Wehrmacht
alemana quede inmaculado.
Adolf Hitler.

El Capitán Mittlacher se dedicó de inmediato al cumplimiento de sus tareas: el


abastecimiento de la “Agrupación Narvik” con todos los elementos necesarios para la vida,
los que hasta entonces habían estado a cargo del oficial de administración del Comando,
Frei. Para muchos soldados, el Ib. de una división es un concepto ligado indisolublemente
con estaciones de desembarco, columnas de reabastecimientos, depósitos de munición
y de subsistencias en la zona de retaguardia, etc.; pero de todas estas instalaciones y
órganos que comúnmente son indispensables, nada existía en Narvik. Nuestro depósito
principal de subsistencias seguía siendo siempre el Jan Wellem, situado bajo los cañones
de los ingleses; nuestro ferrocarril estaba, es cierto, en sus 34 kilómetros de recorrido en
manos de los alemanes, pero en esos 34 kilómetros habían numerosos puentes y rieles
destruidos por el fuego de la artillería enemiga, casi 20 kilómetros se hallaban dentro del
alcance de los cañones ingleses, y para el resto carecíamos de trenes. La pequeñez de casi
2.000 kilómetros de línea de comunicaciones cruzaba territorio sueco y al principio de

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las luchas no estaba a nuestra disposición y más tarde sólo en una medida muy limitada
para el transporte de subsistencias, y materiales de sanidad. Las columnas del comandante
de abastecimientos de la división estaban representadas por los insuperables aviones del
tipo Cóndor y Ju 52, que aislados o de a dos llegaban con casi cualquier tiempo durante
semanas enteras, después de buscar su camino hacia el norte a través de tempestades de
nieve y de frío por regiones despobladas.

Además de los bombarderos, destructores y transportes que a intervalos aparecían sobre


la zona de lucha de Narvik, fueron especialmente los dos Cóndores con su puntualidad
casi de horario (llegada a las 24:00 o la luz del sol de medianoche) los que se levantaron
un monumento en el corazón de los combatientes de Narvik. A ellos se agregaron más
tarde los valientes Ju 52, los que a veces bajo fuerte acción enemiga lanzaron centenares de
paracaidistas cazadores que se incorporaron, a nuestras filas.
Después de la terminación de las luchas, Dietl reconocía en una oportunidad los actos y
los esfuerzos de esos aviadores, expresando:
-La Luftwaffe fue la única tropa que podía traer realmente ayuda en la situación en que
se hallaba la “Agrupación Narvik” cortada. Eran especialmente tres aspectos los que debía
cumplir la Luftwaffe:
El primer aspecto era el abastecimiento. Por la Luftwaffe debían llegarnos munición, equipo
y en parte también víveres, en fin todo lo que una tropa necesita para vivir;
Además, la Luftwaffe tenía la misión de mantener en jaque a los barcos enemigos que nos
molestaban tanto. En este sentido, la Luftwaffe en una actividad de muchas semanas realizó
proezas casi increíbles y llegó a un extremo tal que por último la flota enemiga se retiró de
nuevo de la zona de Narvik, principalmente por temor a los Stukas y a los aviones de combate
alemanes;
Y todavía debe mencionarse un tercer aspecto en cuanto a la Luftwaffe; carecíamos de
artillería y de este modo ella nos la debía reemplazar. Aviones de bombardeo en vuelo de
poca altura atacaron siempre de nuevo a las reuniones de fuerzas enemigas y a las baterías
que se hallaban a nuestro frente y el tráfico por las carreteras, sustituyendo de ese modo hasta
un cierto grado la artillería de que nosotros carecíamos.
Además, debo mencionar también a los cazadores de montaña de otra división de cazadores
de montaña que, después de una breve instrucción se lanzaron con desprecio a la muerte
para rendir pruebas de sobresaliente capacidad y realizar acciones decisivas al ser empleados
con nuestras unidades”.

También nuestro especialista en voladuras que acababa de dejar el avión-correo, recibió


de inmediato importantes tareas. Debía prepararse la voladura del considerable muelle
minero y en caso de apremio ser destruido en la medida necesaria para que si se perdiera
Narvik no se pudiera embarcar mineral de hierro durante un largo tiempo. También se
debía preparar la voladura de otras instalaciones en el puerto y del ferrocarril minero. Bajo
la dirección de especialistas competentes, tales preparativos habían sido practicados con
frecuencia en la paz y aplicados prácticamente en la guerra. En Narvik teníamos ahora
a nuestro especialista con un grupo pequeño de excelentes zapadores; pero, en cuanto a
material, la situación se presentaba desfavorable. Felizmente para nosotros, Noruega es un
país en el que en tiempo de paz se debían realizar extensas voladuras al efectuarse trabajos
de construcción. Por esa circunstancia encontramos en todas partes alguna munición

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explosiva; los aviones nos trajeron también reducidas cantidades y de este moda fue posible
preparar esos trabajos de acuerdo con las directivas del OKW y completarlas más tarde.
Al anochecer del 22 de abril debía partir el correo; el vuelo de regreso tuvo que postergarse,
empero, hasta el 24 de abril debido al mal tiempo.

El 23 transcurrió relativamente tranquilo. El Jan Wellem fue descargado casi completamente


y su hundimiento fue preparado. Las construcciones de madera levantadas sobre el muelle
minero fueron incendiadas y algunos pilares fueron volados a fines de experimentación.
Da los distintos partes recibidos, el General Dietl debía, empero, decirse que la presión del
enemigo tendría que ser cada vez más fuerte, también desde el Norte, y que nos debíamos
preparar en todo momento para rechazar una tentativa de desembarco. Resolvió, por tal
motivo, evacuar hacia retaguardia a lo largo del ferrocarril minero a todo el personal y
material que en caso de una evacuación voluntaria de la ciudad y, con mayor razón, en el
de su ocupación por los ingleses, sólo fuesen un lastre. Durante la realización del nuevo
ordenamiento se organizaron en Narvik también destacamentos-núcleos para cada una de
las unidades de marina, los que tenían que cumplir misiones análogas a las correspondientes
en la paz. El completamiento en personal y el abastecimiento de las unidades de marina
empleadas en el frente se podrían realizar sin duda mejor desde la zona de retaguardia que
precisamente desde la punta saliente del frente en que estaba la ciudad.
De ese modo, en el curso de esa noche, partes importantes de los destacamentos-núcleos
iniciaron la marcha hacia el este, a lo largo del ferrocarril minero. Los heridos leves y los
prisioneros de guerra ingleses fueron evacuados a Hundalen y Björnfjell. Más adelante,
al relatarse la marcha del Comando de la División al nuevo puesto de combate, se podrá
deducir lo que significaba en nuestra situación una marcha de Narvik por Straumsnes a
Sildvik y más allá a Hundalen. Esas medidas fueron también oportunas y previsoras. A las
18.00 escuchamos transmisiones radiales inglesas y francesas que se referían a un ataque
en gran escala contra Narvik a realizarse el día siguiente.

Se comprueba que las disposiciones de Dietl eran muy acertadas al leer la nota que en
esos días Winston Churchill dirigió a la “Comisión de Coordinación”. En ella expresa,
entre otras cosas, lo siguiente:
-En el curso de este mes deberíamos no sólo conquistar la ciudad (Narvik) y poner fuera
de combate a las tropas alemanas que se hallan allí, sino también avanzar a lo largo del
ferrocarril hasta la frontera sueca y organizar en alguno de los lagos un aeropuerto, bien
defendido, para hidroaviones. Si nosotros no llegamos a obtener el dominio sobre las minas
de hierro, debemos por lo menos impedir que sean explotadas bajo dirección alemana. Sería,
por consiguiente, necesario que por lo menos otros 3.000 hombres más de tropas de gran
capacidad ofensiva sean destinados a Narvik, a la que a más tardar deberán llegar a fines de
la primera semana de mayo... Si nosotros no conseguimos apoderarnos de Narvik, sería una
gran catástrofe, pues entonces Alemania tendría en su poder la zona minera.

En opinión de Churchill, un informe del General Ismay del 21 de abril de 1940 refleja del
mejor modo la situación entonces existente:
-El objetivo de la operación en Narvik es la conquista de la ciudad y la ocupación del
ferrocarril hasta la frontera sueca. Nos colocaríamos en la situación de enviar en caso
necesario una fuerza combatiente a la zona minera de Gällivare, cuya posesión es el objetivo

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principal de todas las luchas en Escandinavia”.
¡Gällivare! Esto está en Suecia. ¿Pero cuándo la agrupación de combate de Dietl, al mando
de su General por cierto no tímido, ha querido pisar territorio de soberanía sueca? O ¿cuándo
lo habría ordenado el Comando de la Wehrmacht alemana?

En esas circunstancias se debe haber producido nuevamente en el corazón de nuestro


General la no rara lucha entre sus sentimientos de soldado del frente y su deber, lleno de
responsabilidades, como comandante de tropas. Su estado mayor y los jefes de las unidades
de tropas que se hallaban en Narvik le habían aconsejado repetidas veces trasladar el
puesto de combate más hacia atrás, de acuerdo con las “reglas del arte de guerra”. El viejo
soldado del frente, empero, había rechazado siempre ese pensamiento. En los últimos días
se había ido comprobando que un nuevo centro de gravedad se iría formando en el norte
y que bien podría ser el centro de gravedad de toda nuestra defensa. Allí el enemigo se iba
reforzando día a día. Si es que lograba romper nuestras ralas líneas, entonces podía con los
muy buenos batallones noruegos de esquiadores marchar a Björnfjell casi sin resistencia y
cerrar allí con toda tranquilidad la bolsa en que nosotros nos hallábamos en Narvik.
Ni entonces ni más tarde contábamos con posiciones de retaguardia o aun con reservas
dignas de mención; las tropas de paracaidistas tuvieron que emplearse en los focos de
lucha, por gotas, a medida que llegaban; sus efectivos sólo alcanzaban; a cubrir nuestras
bajas, por lo que no significaban de modo alguno un refuerzo.

El hecho de que no obstante los partes cada vez más graves del sector norte, el General
no se resolviera a efectuar un cambio del emplazamiento del puesto de órdenes se debe
precisamente a que no quería hallarse en la zona de etapas —como él expresaba—, mientras
sus cazadores debían jugar sus vidas en las posiciones de primera línea. El posterior puesto
de combate en Sildvik se hallaba, empero, a apenas 1.000 metros de distancia de Rombaken,
en el cual navegaban muy tranquilamente los destructores ingleses. Su responsabilidad como
comandante de tropas le hizo reconocer, por otra parte, con toda claridad que él no prestaría
un servicio a la empresa de Narvik si fuera cortado de sus fuerzas principales, cayera
prisionero o fuera muerto. Como, entretanto, también las comunicaciones con la Agrupación
Septentrional fueron cada vez más deficientes debido a las constantes destrucciones de todos
los cables por los ingleses, dio por lo menos la autorización para reconocer otro puesto
de comando y para preparar el traslado. Rechazó, empero, con energía, la proposición de
trasladarse de inmediato a Hundalen o, aun mejor, detrás del ala derecha, en la zona de
Björnfjell. La estación Sildvik fue la posición más a retaguardia que pudimos sacarle a duras
penas. En ese día 23 de abril no se procedió todavía a efectuar el traslado del puesto de
comando.
En todas las posiciones alrededores de Narvik y a lo largo del ferrocarril reinaba de nuevo
el estado de máxima alarma. No se diferenciaba mucho del estado habitual, pues ya de
por sí nuestros cazadores y marineros no podían abandonar sus puestos. El estado mayor
estuvo, como siempre, casi durante toda la noche en movimiento. Ya de día nos tendimos
en el piso del puesto de comando por pocas horas con “el equipo completo”, como decían
nuestros soldados austríacos.
El 24 de abril, exactamente a las 07:00, fuimos despertados bruscamente. Delante de
Narvik se encontraban las fuerzas navales inglesas más poderosas que se habían mostrado
desde la batalla de destructores del 13 de abril. Un buque de batalla, dos cruceros de la

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clase del Penélope y unos 6 destructores empezaron su desagradable concierto matutino.
El general Dietl resolvió sacar de la ciudad todas las fuerzas que no fuesen absolutamente
indispensables y formar con ellas el batallón naval Erdmenger, una reserva móvil en la zona
del puesto de combate de la División. Hacia las 10.30 desaparecieron todos los buques de
guerra a alta velocidad en dirección al Oeste.
Ya no había motivo razonable para que el estado mayor de la División siguiera todavía
en Narvik. Como se iba afirmando cada vez más la impresión de que la “Agrupación
Windisch” debía esperar fuertes ataques, el General Dietl impartió por fin la orden de
trasladar el puesto de combate de la División a Sildvik. Pero aún entonces se mantuvo
fiel a sus principios: marchar en el avance entre los primeros y en la retirada entre los
últimos. De este modo hacia mediodía se pusieron en marcha pequeños pelotones del
estado mayor desde nuestro puesto de combate en Narvik, donde habíamos vivido muchas
horas de intensa preocupación, en dirección a Sildvik.

Todos íbamos equipados con esquíes, que habíamos comprado en las casas de
comercio que seguían siempre abiertas o los habíamos reunido de las existencias de
las casas abandonadas. Las bolsas fueron llenadas rápidamente y después, a la vista de
los destructores ingleses, bajamos por etapas la pendiente a la estación. El edificio de
la estación estaba todavía indemne; pero el gran edificio de cambios y los galpones de
depósito habían recibido impactos y, en parte, se habían incendiado. Los postes y los cables
de la corriente eléctrica estaban en el suelo, formando un conjunto informe e interceptaban
las vías. A pesar de ello, los primeros doscientos metros a lo largo del ferrocarril minero
fueron recorridos rápidamente. Comenzó entonces el “¡Salto! ¡Carrera! ¡Mar!” que a todo
participante de la guerra mundial le trae a la memoria los focos de lucha de la gran guerra
y la carrera en que se jugaba la vida.
En Ornesvik navegaban buques armados ingleses en servicio de avanzadas, que antes
habían servido para tareas pacíficas de pesca. Algo más a retaguardia surgía siempre de
nuevo entre la niebla y la nieve el perfil del “destructor de servicio”, que abría de inmediato
el fuego al notar cualquier movimiento en el ferrocarril minero.

En el invierno, cuando los pocos árboles de escaso desarrollo próximos a la vía han
perdido su follaje, el trecho hasta el fondo del fiordo Rombaken es completamente
descubierto; en el verano, las cubiertas contra la vista son escasas. La vía corre tan cerca
del fiordo que los destructores podían acercarse hasta el alcance de la voz. Aun la aguda y
perspicaz vista de los viejos soldados del frente sólo raras veces podía hallar una cubierta
en la que se pudiera tomar un corto resuello. Las rocas se levantaban tierra adentro
al lado mismo de la vía y alcanzaban una considerable altura; hacia el lado del mar, el
terreno caía en forma escarpada en todas partes. Se marchaba así en el terraplén de la vía
como si se estuviera en un escenario. El drama que aquí se representaba era, empero, casi
siempre una carrera contra la muerte efectiva. En el puente del ferrocarril minero sobre el
Taraldsvi kelven hallamos todavía una cubierta relativamente útil; la etapa siguiente debía
hacerse hasta el túnel 1. Es cierto que se utilizaron sábanas y fundas del Hotel Royal para
hacernos camisones de nieve y que nuestras gorras fueron envueltas en pañuelos más o
menos blancos; pero debido a la tan corta distancia a que se hallaban los buques de guerra,
aún el mejor enmascaramiento de poco servía. Sólo nos quedaba lo que a las liebres en
una cacería o sea efectuar largos rápidos saltos y después permanecer de nuevo algunos

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minutos detrás de los rieles del ferrocarril que ofrecían una cubierta incompleta, a fin de
tomar resuello y dejar pasar sobre uno las explosiones de los proyectiles que felizmente
casi siempre eran mal dirigidos.
Es fácil imaginarse la rabia de cada uno de los soldados cuando sólo con un fusil en la
mano debía, impotentemente, efectuar saltos y servir de blanco a los cañones ingleses. ¡Y
esto en un trecho de 24 kilómetros! En los cortos túneles podíamos intercalar pequeños
intervalos de descanso y estrechar de nuevo las distancias. Después se observaba desde la
otra boca del túnel la distancia a que se hallaba el destructor. En cuanto esa distancia era
algo grande, comenzaba de nuevo la representación hasta el túnel siguiente.
Distintamente a lo que ocurre en todo fuego de artillería normal, en que se oye el
zumbido de las granadas antes de la explosión, aquí, debido a la corta distancia, el
disparo y la explosión se oían simultáneamente, produciendo siempre un solo estallido.
Así únicamente se podía contar con la vista, la que debía observar atentamente la boca
de los cañones. Tan pronto salía el fogonazo de los tubos, ya nos hallábamos de nuevo
cuerpo a tierra y cuando terminaba de caer la lluvia de piedras ya nos hallábamos de nuevo
corriendo hasta el próximo disparo.
Ese camino también lo recorrió nuestro General con su Ia y unos pocos soldados esa
misma tarde. A pesar del desagradable acompañamiento de destructores, dos horas después
se alcanzó Straumsnes, donde se pernoctó. Si entonces los ingleses hubiesen sospechado
quienes formaban el pequeño grupo que en la tarde del 24 de abril entre las 19.00 y 21.00
se desplazaba hacia el este, bastante indiferente al fuego dirigido sobre el terraplén del
ferrocarril, con seguridad habrían efectuado fuego rápido con todos sus tubos. De este
modo sólo el oficial de administración y algunos soldados fueron heridos; el personal
restante del Comando se reunió sano y salvo en Straumsnes. Un corto sueño en el edificio
de la estación, un desayuno de campaña y a las 05:00 del día siguiente se continuó la
marcha a Sildvik, adonde llegamos hacia las 08:00.
La administración noruega del ferrocarril demostró un encomiable buen gusto en la
construcción de los edificios de sus estaciones. Casi todos han sido construidos en el
hermoso estilo noruego que se adapta al paisaje. Como material se emplea la madera,
tan común en la Escandinavia Septentrional, pues abunda mucho en el país. La pintura
exterior es de color rojo-marrón intenso que en todas las estaciones del año produce un
grato cambio en el gris o blanco del paisaje. Las esquinas, los cantos y los tirantes están
pintados casi siempre de blanco y dan una nota agradable.
En el edificio de la estación Sildvik, que nosotros ocupamos, una parte de la planta baja
servía para la atención del tráfico ferroviario. El General Dietl ocupó con el Ia, Ic. un oficial
de órdenes, el ayudante, tres escribientes y dos asistentes, la vivienda del jefe de la estación.
El mobiliario y los enseres domésticos estaban todavía casi completo y nosotros nos
admiramos al ver la alta calidad y la variedad de la instalación de un modesto empleado
ferroviario noruego más allá del Círculo Polar Ártico. Había también una biblioteca que
contenía no sólo lectura muy liviana sino también obras científicas en idioma noruego,
alemán e inglés. El estado de los libros permitía reconocer que los dueños los habían
leído efectivamente. Con frecuencia nos pudimos cerciorar que la cultura general y la
instrucción escolar aún de los más modestos noruegos son asombrosas; casi todos ellos,
además del propio idioma, dominan el inglés o el alemán. Las dos hijas de nuestro jefe de
estación, de 16 y 18 años de edad, habían cursado en la paz la escuela superior de niñas de
Narvik y tenían la intención de seguir estudios universitarios.

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Nuestro nuevo puesto de combate se hallaba en ese 25 de abril, en que por primera vez
lo ocupamos, todavía cubierto por espesa nieve. En los locales de trabajo, personal de
comunicaciones de la Marina se había hecho cargo del servicio telefónico; en la habitación
superior se hallaba el comandante herido del destructor Georg Thiele, el cual en el estrecho
de Strömmem había detenido la superioridad inglesa y que después fue encallado aguas
abajo de Sildvik y volado. Con él se hallaban alojados algunos oficiales de marina, de modo
que a nuestra llegada el alojamiento estaba densamente ocupado. Una pequeña mesa en
la ventana era el lugar de trabajo de nuestro Ia; el General disponía de una mesa redonda
de fumar y en el centro de la pieza se habían extendido cartas y documentos. Ese era el
“Cuartel General de la Agrupación Narvik”.
En el pequeño comedor vecino, el Ic. y el oficial de órdenes con tres escribientes se
instalaron sobre el piso, por lo que los lechos resultaron bastante duros; la correspondencia
de la Sección IIa —que felizmente era escasa— se tramitaba en los intervalos entre las
comidas sobre la mesa del comedor.
El resto de la Sección Conducción estaba sentado o acostado en la pequeña cocina. Se
disponía de suficiente combustible. No extrañábamos mayormente la falta de luz eléctrica,
de la que carecíamos desde el bombardeo de una usina eléctrica en el Rombaken y de la
voladura de los cables aéreos realizada por nosotros mismos, pues nos aproximábamos a
pasos agigantados al día continuo —la época en que en esta zona el sol brilla también a
medianoche—.
El servicio de agua seguía funcionando, abastecido por un manantial en la alta montaña
situada al frente. Al lado del edificio de la estación se hallaba un pequeño galpón y a unos
300 metros de distancia, en dirección a Narvik, un depósito de locomotoras, en el que
instalamos un depósito de subsistencias. Unos 200 metros más allá comenzaba el largo
túnel 8.
El ferrocarril minero era de una sola vía en todo el trecho de Narvik hasta la frontera y
también en el territorio sueco. A pesar de ello, en tiempo de paz corrían por hora, cuesta
abajo dos a tres trenes cargados con mineral, a Narvik y subía una cantidad igual de
trenes vacíos. Ese intenso tráfico sólo era posible por estar movido eléctricamente y existir
suficientes segundas vías en las numerosas pequeñas estaciones.
Desde el estrecho de Strömmen hacia el este, el fiordo lleva el nombre de Rombaksbotn.
Las barrancas desde el terraplén del ferrocarril hasta sus márgenes son en parte muy
escarpadas y a veces cubiertas de pinos o por grupos de abedules. En las barrancas se
hallan dispersas chozas de madera, de variados colores, pertenecientes a pescadores y
labriegos, una parte de las cuales eran ocupadas por nuestros marineros. Desde el 13
de abril los habitantes se habían dispersado en todas direcciones y regresaron poco a
poco a sus domicilios, una vez que terminaron los combates. Esa zona, en un período
pacífico de verano, con sus arboledas y sus amplias vistas sobre el estrecho de Strömmen
y el fiordo Rombaken es, sin duda alguna, un agradable lugar que sus pobladores han de
querer en igual forma que nuestros labradores montañeses a las regiones de donde son
oriundos.
En ese día de abril soplaba, empero, un viento glacial sobre las barrancas cubiertas de
nieve y densas nubes de nieve cruzaban las montañas y las aguas grises del fiordo. Ya antes
de nuestra llegada, se habían tendido las líneas telefónicas al nuevo puesto de combate y
de este modo en la comunicación con todas las unidades sólo ocurría una interrupción
cuando los cables de campaña eran cortados por las explosiones de los proyectiles

80
ingleses, lo que lamentablemente sucedía con frecuencia. Por este motivo se estableció
entre Björnfjell y Narvik una posta de velero con estafetas a pie, la que llevaba los partes
y las órdenes escritas de una estación a otra, con lo que se duplicaban nuestros medios
de comunicación en ese tramo. El único medio de transporte de los estafetas eran sus
propias piernas. Sólo en el trecho de Hundalen a Björnfjell todavía podía utilizarse nuestro
pequeño tren ferroviario.
Poco después de nuestra llegada a Sildvik, la Agrupación Septentrional comunicó que
las fracciones de seguridad del batallón que se hallaba en el paso de Oalge habían, sido
rodeadas el 24 de abril por fuerzas noruegas relativamente importantes que avanzaron
al norte de aquellas durante una tormenta de nieve. El adversario se había establecido
en proximidades del lago Gratangsbotn en una zona con alojamientos para turistas y en
el valle al este de Elvenes. La compañía rodeada se abrió, empero, paso hacia el oeste,
incorporándose así a su batallón; en las primeras horas de la mañana del 25 de abril el
Batallón Stautner, después de un violento combate, obligó al enemigo a retirarse hacia el
este; en esa lucha, un conocido batallón noruego de esquiadores fue casi completamente
aniquilado. Se deja constancia que también este ataque respondió a una resolución del
General Dietl, a quien ya entonces le interesaba fundamentalmente detener durante el
mayor tiempo posible al enemigo en el ala norte, que cada vez era más fuerte. El plan
y la ejecución del ataque incumbían al Coronel Windisch y a su jefe de batallón, Mayor
Stautner, a quien especialmente por este glorioso combate se le otorgó la Cruz de Caballero.
Según noticias posteriores noruegas, del lado enemigo no sólo el jefe del batallón sino
también los cuatro jefes de compañía murieron; durante el encarnizado combate.

Sobre la situación en este sector del frente, el parte radiotelegráfico de la 6a Brigada


noruega —que pudo ser escuchado por el grupo de exploración— suministra una amplia
información. Se ocupa muy detalladamente de las posiciones y del equipo de los defensores
alemanes:
“El efectivo de las fuerzas enemigas en esta zona es calculado en 2.000 a 3.000 hombres. En
dirección al fiordo Hergangs, en Herjangen - Bjerkvik y a Öijord el adversario ha construido
una serie de fortificaciones de campaña y trincheras de tiradores, con posiciones para
fusil ametralladora y ametralladoras pesadas y alguna artillería liviana. Así, por ejemplo,
en Bjerkvik se han construido algunas cortas trincheras para tiradores, las que cruzan la
carretera, nacional; entre Normannhof hasta Heimhof hay unas 4 trincheras. En Troldwik
los alemanes están utilizando las trincheras existentes (construidas anteriormente por
soldados noruegos), como también las que se hallan más allá de Bjerkvik pasando por
Meby.
“En las alcantarillas para la nieve del camino se han construido cuevas que sirven como
nidos de ametralladoras. En alturas importantes a inmediaciones del camino se han
colocado ametralladoras.
“El camino de Bjerkvik a Toldvik está minado y lo mismo ocurre en el camino de Bjerkvik
a Öijord. Se ha hecho entrar artillería en posesión en Hammerkligen (al este de Meby) y
adelante en Mebyskaret (en dirección a Byerkvik y Elvergaardsmoen). En Storhaugen se ha
hecho entrar en posición un cañón con dirección al mar. En Öijordtangen y en la punta al
este del fondeadero de la balsa con seguridad se ha colocado artillería. En Elvergaardsmoen
hay posiciones con frente hacia todas las direcciones, también hacia la montaña. Aquí se
han emplazado ametralladoras pesadas y antiaéreas. Al parecer artillería ha sido emplazada

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en la nieve y ametralladoras pesadas sobre el Bergmvren en Bjerkvik. En muchas casas en
Bjerkvik se han colocado ametralladoras pesadas y fusiles ametralladoras. Se han establecido
depósitos de munición en el polígono de tiro (Casa de la Juventud), así como en el galpón de
Gunersen, en el muelle de Hansen y en el café, así como en el garage de Eidsen. En un parte
posterior, que sin duda es de importancia trascendental, se expresa que los alemanes ahora
han construido un depósito de munición justamente agua arriba del muelle de Bjerkvik
—Dalneshaugen— Rapet. Dalneshaugen está completamente libre de población civil; está
severamente prohibido aparecer allí.
“En Elvergaardsmoen los alemanes se han alojado en las dos barracas del campamento
de infantería. Los noruegos han sido internados en el campamento de ingenieros. Se
tiene conocimiento que el jefe superior se ha instalado en la casa del armero Srörö (casa
amarilla),«cerca de la capilla. De acuerdo con partes posteriores que nos parecen importantes,
debe admitirse que los jefes alemanes han cambiado su alojamiento; así, por ejemplo, una
parte de ellos se han instalado en las casas de Bersv Knudsen, Capitán Pettersen, Granberg
y Villasen. Todas ellas se hallan probablemente al este de la carretera nacional y al oeste
de Bergmyren. Son, al parecer, alojamientos de planas mayores, pues a todas ellas se han
tendido nuevos cables telefónicos. En la casa de Ingolf Thune, situada en la misma zona, se
ha colocado un tablero con la inscripción “Jefe de Batería”.
“Se han tendido líneas telefónicas de Bjerkvik a Ösevann. Los alemanes no cuentan con
tanques o autos blindados. Emplean casi siempre caballos para el transporte de material
hacia el norte. En un parte de exploración del 18 de abril a las 15.00 y 15.05 horas se
expresa, sin embargo, que 4 a 5 vehículos automotores se hallan en Gratangen y 10 a 15
motocicletas y un grupo numeroso de personas están en Hestvann. Los caminos se hallan
probablemente en malas condiciones, debido a que no se saca la nieve.
“Una parte de los alemanes emplea uniformes noruegos. Los alemanes han requisado
esquíes y géneros blancos.
“En un parte alemán al que debe asignarse valor, se expresa que casi toda la población civil
de Bjerkvik ha sido evacuada. Puede suponerse que en su mayor parte se ha trasladado.
Se han visto estaciones de radio alemanas en Meby y en el muelle de Hausen en Troldvik”.
La tarde del 25 de abril transcurrió relativamente tranquila. El tronar de los cañones
desde la dirección de Narvik y los golpes de fuego sobre el ferrocarril minero formaban
parte del programa de todos los días, por lo que el General Dietl, no obstante la fatigosa
marcha del día anterior, de inmediato pasó a reconocer el terreno. El hecho de que la
única vía de comunicación de nosotros con Narvik era hasta ahora sólo a lo largo del
ferrocarril minero y la comprobación recogida personalmente por nosotros de que esa
comunicación podía ser interrumpida en cualquier momento por los buques de guerra
ingleses, preocupaba al comandante responsable ya desde hacía muchos días.

Parecía casi imposible, en caso de una seria tentativa de desembarco por los ingleses y
de pérdida de la ciudad, hacer retroceder a las unidades sin experimentar enormes bajas.
Por tal motivo, el General buscaba una vía de comunicación de Sildvik al extremo S. E. del
fiordo Beis. Es nuevamente un mérito suyo que ese camino —que más tarde se convirtió en
una arteria vital— fuera encontrado oportunamente y que los primeros reconocimientos
fueran realizados personalmente por él en esquíes.
Fue siempre motivo de asombro y de admiración para los colaboradores del General
Dietl, la enorme energía, elasticidad y resistencia que se hallaba en la magra silueta,

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ligeramente encorvada hacia adelante de nuestro General. Las marchas de muchas horas
de duración en la nieve y el hielo, las entrevistas con, los jefes de unidades y de nuevo
las marchas subiendo y bajando montañas no lo cansaban sino que le servían para su
bienestar. Lo vimos con frecuencia partir a la madrugada a fin de visitar la primera
línea y regresar al obscurecer, sin haber tocado la ración que llevaba en la bolsa. Pero
si creíamos que después de una comida copiosa se recostaría por lo menos durante
algunas horas, nos engañábamos nuevamente; fresco como una mañana de primavera,
que lamentablemente seguía faltando afuera, aparecía en la puerta; a lo más se dejaba
ofrecer una regular copa de cognac e informaba después, con la vista radiante, sobre lo
que había acontecido con los cazadores de montaña y marineros.
Cuando se lanzaron los primeros cazadores de montaña con paracaídas a retaguardia de
Narvik, ocurrió que uno aterrizó justamente en un lago. El general llegó en el momento en
que un cabo de mar lo sacó del agua.
-Pero, muchacho, ¿cómo has venido aquí?
-Con la ayuda de las tres ramas de las Fuerzas Armadas, le contestó el despierto cazador.
-El Ejército me instruyó y me destinó aquí, la Aviación me transportó y la Marina me sacó
del agua”.

Un día tres cazadores empujaban una zorra del ferrocarril minero cargada con víveres
hacia la posición, cuando en una curva vieron a un hombre con una pesada bolsa en la
espalda caminando entre los rieles.
-¡Eh! ¡Dormido! ¡Idiota! sal de la vía.
¡Qué sorpresa! El General.
-¡Tienen razón, muchachos. La vía es para los vagones y no para marchar. Pero la bolsa me
la llevan Uds. en la zorra!. Dicho y hecho: puso la bolsa sobre la zorra y junto con los tres
empujó hasta la posición.

En otra ocasión, durante un recorrido nocturno en esquí, en algún lugar del fiordo Beis,
le gritó de pronto un centinela desde lo alto de la roca -¿Santo?
Dietl trató de recordarlo; pero, como ocurre alguna vez, se lo había olvidado.
-¡Santo! le gritó de nuevo el centinela y ya levantaba el fusil, felizmente sólo en forma
lenta, pues era un tirolés.
-Es hora de recordarlo, se dijo Dietl, -a la tercera vez hace fuego.
Y empleó dos de las más gruesas interjecciones —tan gruesas que no son reproducibles—.
-¡Ah, es el señor General! dice el centinela. -¡Pase!

En una ocasión, Dietl levantó el grueso mandil colgado en la puerta de una cueva en la
roca y preguntó a la obscuridad -¿cómo les va?.
Un largo soldado de la Carintia estaba allí de rodillas, con la espalda hacia la puerta y
procuraba encender un fuego.
-No tengo tiempo, rezongó, sin darse vuelta.
-Pero con gusto te hubiera visto de frente, le dijo Dietl.
-Después vas a decir que eres capaz de encender un fuego, dijo con enojo el de Carintia,
levantándose. Vio entonces, con gran susto, al General, delante suyo.
-Eso lo sé hacer le dijo éste riendo y arrodillándose agregó -esto se hace así y sopló en la
brasa hasta que la leña húmeda empezó a tomar fuego -Ya ves cómo prende.

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El personal subalterno de nuestra sección había descubierto ya en el primer
reconocimiento, bajo la conducción del sargento ayudante Hermann, un alojamiento
propio que lo arregló y ocupó. A unos 300 metros al este del edificio de la estación se
levantaba, entre los ramales de un glaciar, una chimenea solitaria y un trozo de techo. Y
como, según la experiencia general, a un techo le corresponde una casa, nuestros soldados,
con rápida resolución, abrieron una senda profunda en la nieve y eran ahora propietarios
y ocupantes de un cómodo y amplio edificio.

El cabo Graup, que después llegó a sargento 1°, un fuerte bávaro de poca estatura, y nuestro
anterior caballerizo, en la hermosa época de paz, ahora el sargento 1° Adler, habían reconoci-
do posiciones de fuego para sus ametralladoras así como posiciones de cambio en dirección
al fiordo y en el trecho de la vía; creíamos estar así en muy buenas condiciones de rechazar
una tentativa de desembarco contra nuestro puesto de combate. Nosotros, con un general
de la talla de Dietl, sus colaboradores más inmediatos, algunos escribientes, motociclistas y
asistentes, dos ametralladoras pesadas, un capitán de corbeta herido, que todavía cojeaba
mucho, con algunos pocos oficiales de marina y un pequeño grupo de marineros armados
con fusiles noruegos, constituíamos una fuerza de combate de consideración, dadas las con-
diciones tácticas en que nos hallábamos.

Por ahora los ingleses se limitaban a batir la línea férrea y todavía dejaban en paz com-
pleta nuestra linda casa de madera. Sólo las entradas de los túneles causaban su irritación
y dada la frecuencia de sus golpes de fuego, allí se producían siempre de nuevo pérdidas
en las compañías de marineros. Además en forma sorpresiva fueron batidas algunas casas
en la barranca; se comprobó allí la excelente forma en que el servicio de informaciones
funcionaba entre la población y los buques de guerra británicos. Todas las casas que toda-
vía eran habitadas por noruegos, no recibieron fuego, mientras que las evacuadas por la
población civil fueron batidas por golpes de fuego casi simultáneamente, de modo que a
los soldados de la Marina no siempre les fue posible ocupar oportunamente las cubiertas.
La compañía del Teniente de fragata von Gaartzen perdió en este solo día, 5 muertos y 9
heridos. Como un acontecimiento grato, también se recibieron, empero, en ese mismo día,
les partes detallados sobre el ya mencionado combate victorioso de la Agrupación Norte
al este de Elvenes.
Prescindiendo del bombardeo de la ciudad de Narvik, que formaba parte del programa
diario, la tarde transcurrió bastante tranquila. Esta vez intervinieron, es cierto, en el
cañoneo dos unidades pesadas inglesas, aun cuando sin mucho éxito.

3. En nuevos puestos de Combate

D e este modo la primera tarde y noche en nuestro nuevo puesto de combate transcurrió
casi agradablemente. También tuvimos una sorpresa especial a la comida: nuestro
hábil y previsor marinero Martens no sólo había traído de Narvik en una zorra víveres
para 8 días, sino también conseguido en el lugar de entrega de subsistencias en Sildvik
—con tanta abundancia probablemente con su manifestación de que el comando de la
división estaba próximo a morir de inanición— que ese día pudimos saciarnos. El padre
del conjunto, nuestro General Dietl, estaba sentado en el sofá y efectuaba anotaciones,

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meticuloso como siempre, en su diario personal de guerra colocado sobre la mesita de
fumar.
Una de las anotaciones expresa:
“En el bombardeo de un túnel en el sector de la Compañía von Gaartzen fue muerto
un marinero y otro gravemente herido. Peco antes de ese bombardeo fueron batidas dos
casas en la parada Djupvik. Como el bombardeo se realizó tan repentinamente y al mismo
tiempo se batieron todos los blancos existentes, ya no fue posible evacuar oportunamente
los edificios, por lo que la compañía von Gaartzen tuvo que lamentar la muerte de 4
marineros y 8 heridos”.

Eso fue en la mañana del 25 de abril. A la tarde (17:00 horas) leemos:


“La tarde transcurrió tranquila. Al igual que en los días anteriores, Narvik fue batida. En
el bombardeo tomaron parte los dos buques capitales. Unos 50 disparos fueron dirigidos
sobre el pequeño puente ferroviario y carretero inmediatamente al este de la estación
Narvik. La galería de pescados en la plaza del mercado se incendió.
“Al atardecer del mismo día se recibió un parte sobre la llegada de un nuevo batallón,
considerado como el mejor batallón de esquiadores noruego, transportado en barco desde
Drontheim por Kirkenes. En “bajas” figuran: 16 muertos, entre ellos el Teniente Rehle, y
unos 40 heridos”.
A las 22:08 Dietl anota en el diario de guerra que el abastecimiento de subsistencias para
el Regimiento 139 de Cazadores de Montaña en Elvergaardsmoen iba siendo cada vez más
un difícil problema.
“Por la presencia permanente de buques ingleses en las aguas próximas a Narvik, está
cortada la comunicación por agua. Como única comunicación queda el camino por tierra
de Björnfjell a través de la montaña. Un abastecimiento en cantidades suficientes por el
camino de tierra mediante el empleo de columnas de trineos no parecía posible, dadas las
condiciones de la nieve. Para compensar las deficiencias que se produjesen, se requiere un
empleo en mayor cantidad de aviones de transporte”.

En esas anotaciones redactadas con brevedad militar aparece la creciente preocupación


del comandante. Es difícil que de la guerra hayan informes más emotivos y veraces que
esas 142 páginas del diario de guerra del General Dietl y de su 3 División de Montaña.
La vida de su comando seguía, empero, la rutina habitual. El Ia. Redactaba, con el
inevitable cigarro en el ángulo de la boca, el parte de la tarde; el atareado Ic. Escribía,
como de costumbre hasta desgastarse los dedos, mientras el hábil oficial de órdenes, bajo
la apariencia de una actividad del servicio, leía tranquilamente un libro de la biblioteca del
jefe de la estación que llama la atención por los numerosos grabados de hermosas niñas y
mujeres.
La marina había llevado, entretanto, a la práctica ese estudio de la femineidad noruega,
pues cuando llegamos al andén durante un recorrido por la estación se hallaba allí un
alférez de la plana mayor de nuestro capitán de corbeta en una viva conversación con
las simpáticas hijas del jefe de estación. Como muchas noruegas en el invierno llevaban
vestidos de esquiar y podían expresarse con mucha fluidez en alemán.
A la noche apareció de nuevo la gravedad de la guerra. De un modo general, es en la vida
del soldado en que se unen más estrechamente y se suceden con mayor rapidez la alegría
y el dolor.

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El viejo canto de los soldados:
“Hoy todavía sobre un soberbio caballo, Mañana con el pecho perforado”
tiene un sentido profundo, que sólo el verdadero soldado del frente puede interpretar en
todo su alcance.

Después de haber disfrutado del pacífico cuadro en el andén de la estación y en los


edificios próximos, hallamos en la pieza de trabajo del Comando los partes de pérdidas del
día. Además de las ya mencionadas bajas de la Marina, también el ataque en Elvenes había
costado víctimas. Las pérdidas en muertos, heridos y desaparecidos eran numéricamente,
es cierto, muy reducidas en relación con el éxito alcanzado y con las bajas de los noruegos.
Pero los soldados alemanes que en estas latitudes rubricaban su lealtad entregando la vida
o que heridos eran transportados por sus camaradas a los hospitales en circunstancias,
eran irreemplazables. En el frente, ya de por sí excesivamente ralo, se habían producido
nuevos claros, los que no podían ser cubiertos por el empeño de otro compañero, como
ocurría en otros teatros de operaciones. Entre los muertos de ese día figura también el
joven Teniente Rehle, quien dando ejemplo a sus soldados, avanzaba delante de ellos hasta
que lo alcanzó la bala enemiga cuando se hallaba a 3.000 kilómetros de distancia de su
terruño en Austria.

Nuestra situación de alimentación empezaba a ser crítica en varios renglones. En la “Agrupación


Narvik” sólo había pan para un día, se carecía de papas y en la zona ocupada por nosotros nada
se podía conseguir. Urgía el envío de harina, pan y papas deshidratadas. Todos estos pedidos
eran enviados a través del éter hacia la Noruega Meridional y al territorio patrio. En todas par-
tes se trabajaba intensamente para ayudar en la mejor forma posible a la cortada “Agrupación
Narvik”. En esa difícil época fue gracias a los aviones de transporte que, si bien pasamos hambre,
no nos vimos forzados a abandonar la lucha por inanición. Con frecuencia, empero, resultaba
una empresa imposible de realizar el querer recoger un paracaídas que había descendido en la
nieve y el hielo, entre las quebradas y las crestas de la alta montaña.

En un recorrido por la primera línea, Dietl olfateó en el aire Knödel.


Efectivamente poco después dio con un cazador de montaña que en su marmita preparaba
Knödel bávaro, pero que evidenciaba claramente que quería estar tranquilo. Por eso el
General Dietl le dijo riendo a su ayudante -Aquí no podemos quedarnos a comer.
El cazador reconoce entonces a su General, se levanta rápidamente y le ofrece de su
Knödel. Dietl al principio no acepta; pero al ver la cara ofendida del soldado y como el
suculento olor de los Knödel llega hasta la nariz tentándolo, le dice -Mira, vamos a cambiar,
yo comeré de tus Knödel y tú fumarás de mis cigarrillos.
“¡De acuerdo!”
El general come así con todo agrado un Knödel y saca de su bolsillo un paquete de
cigarrillos que ofrece al soldado. Al verlo, se le agrandan los ojos, pues en esa época los
cigarrillos eran algo muy costoso. No quiere aceptar todo el paquete. Ante la insistencia de
Dietl, le formula la propuesta -Mi general, fumemos uno a medias.
-Bien. El soldado acepta el paquete. Después de haber sido fumado el cigarrillo, se ríe el
General y le dice -Yo he hecho el negocio mejor. Los cigarrillos no me costaron nada y un
Knödel tan bueno hace tiempo que no he comido.
-No sé, mi General, dice el cazador, -si no he sido yo el que hizo el mejor negocio. La harina

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para los Knödel la obtuve en cambio de 10 cigarrillos y ahora por un solo Knödel he recibido
un paquete de veinte.
-Puedes tener razón, le replicó Dietl, -¿pero dónde puedes cambiar aquí cigarrillos por
harina?
El soldado sonríe con cara de picardía y le dice al oído -en lo del cocinero del Comando,
mi General.

Después de una noche relativamente tranquila, la “Agrupación Norte” comunicó que


un fuego continuo de artillería caía sobre nuestras posiciones en Elvenes. En Narvik
se hallaban, como siempre, dos destructores ingleses; pero, hasta entonces, no habían
mostrado actividad alguna. Después de un breve desayuno, ya de por sí precario, el General
Dietl se dirigió nuevamente a reconocer un camino por la montaña hacia el fiordo Beis.
Acompañado sólo por un capitán, pronto desapareció detrás de la altura situada frente a la
estación Sildvik. El resultado de este nuevo reconocimiento fue la resolución de establecer
un puesto de seguridad, del efectivo de un grupo, sobre la altura entre Sildvik y el fiordo
Beis, el que al propio tiempo debía continuar los reconocimientos de caminos y abrir una
huella en la nieve, que en muchas partes era muy alta.

El General acaba de regresar cuando el observador permanente que había colocado la


Marina sobre el techo de la casa, comunicó la entrada de un destructor enemigo por el
estrecho de Strömmen. Estábamos ansiosos por saber si se trataba de una acción especial
por el traslado del Comando de la División a Sildvik o sólo de un reconocimiento. Debía
admitirse con seguridad que el enemigo ya estaba informado sobre nuestro nuevo puesto
de combate. Creíamos, empero, que la presencia de toda la familia del jefe de estación haría
que los ingleses se abstuvieran de bombardear el edificio. Posteriormente, tanto nosotros
como los habitantes de Bjerkvik, fiordo Beis y numerosas otras pequeñas poblaciones
pesqueras fuimos enterados de que en la guerra no siempre la población civil es objeto de
consideración.

Ese día, sin embargo, todavía no nos molestaron. Eran, con todo, momentos de tensión
cuando el barco inglés se situó exactamente al pie de nuestro edificio de la estación,
completamente descubierto, a unos 1.200 metros de distancia y como un pato gordo
mostró primero todo un costado y después muy lentamente fue dirigiendo su afilada
proa hacia nosotros. Pero los cañones fueron dirigidos hacia el este y pronto salió la
primera granada del tubo y desapareció por encima de montañas y valles en dirección
a Hundalen. El siguiente disparo tenía la misma dirección. Observábamos todo esto con
rostros que no denotaban mucha inteligencia, pues no nos resultaba claro el propósito
de esa empresa. Tirar hacia Hundalen sin observación es para un buque de guerra una
empresa bastante infructuosa. ¿Sobre qué debía caer esa lluvia de acero? Nos sentíamos
casi como observadores de artillería cuya batería no dirige bien el fuego sobre el blanco;
respiramos aliviados cuando las siguientes granadas explotaban en la pendiente occidental
del Middagselvfjelder, más arriba del ferrocarril minero. Siguió luego un disparo tras otro
contra una construcción de madera destinada a proteger ese sector del ferrocarril minero
contra las tempestades de nieve. Ni allí ni en las inmediaciones habían soldados alemanes;
pero vimos volar en toda esa zona los pedazos de tablones y de masas de nieve, lo que nos
resultó una diversión.

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Después de una actividad de fuego de casi media hora, terminó victoriosamente esta
batalla naval en el Rombaksbotn y el destructor se retiró. La vía quedó completamente
indemne y los tablones y las vigas arrancados pudieron ser despejados con rapidez.
Los días del 27 al 30 de abril transcurrían en el sector meridional con relativa tranquilidad.
En la “Agrupación Norte” ya el 27 cayó fuego de artillería bastante intenso, de varios buques
ingleses sobre el campamento de Elvergaardsmoen; el 28 la plana mayor del regimiento tuvo
que salir del campamento a causa de ese fuego y ocupar un nuevo puesto de combate en la
zona del lago Hartvig. Las pérdidas humanas fueron felizmente reducidas; en cambio, fueron
considerables los materiales de distinta clase que resultaron quemados y que más tarde le
harían mucha falta al regimiento.
También en la extrema ala derecha se hizo más intensa la presión del enemigo. El batallón
que se hallaba allí pudo, empero, rechazar los ataques y sólo en virtud de la orden recibida
retrocedió lentamente y en forma metódica a ambos lados y al este de la carretera Elvenes-
Bjerkvik a las alturas dominantes entre el lago Groes y el lago Stor. Los barcos ingleses
continuaban realizando fuego de perturbación en todas partes; también en el fiordo
Rombaken aumentaban sus visitas. Desde entonces y hasta la evacuación de los ingleses,
el Rombaken nunca estuvo libre de observación enemiga, ni aun por breve tiempo. El
“destructor de servicio” se relevaba aproximadamente cada dos horas y se situaba de
preferencia aguas abajo de Straumsnes, de modo que podía batir en todo momento al
ferrocarril minero.

Un crucero inglés se encargó de realizar una tarea ya ordenada a nuestros zapadores,


tarea que no les resultaba fácil. La usina eléctrica de Troeldal, situada en la margen
septentrional del Rombaken, debía ser volada por nosotros, pues desde hacía ya algún
tiempo se habían observado movimientos sospechosos en ella y a causa de lo reducido de
nuestras fuerzas no estábamos en condiciones de ocuparla. Así el enemigo vino como si
hubiera sido llamado y con un gran consumo de munición desde corta distancia incendió
el sólido edificio. Llamó la atención que poco antes el buque diera una señal con la sirena,
probablemente con el objeto de advertir a los noruegos que vivían en las inmediaciones.
También el estrecho de Strömmen fue ahora con frecuencia blanco de granadas
enemigas. Allí nuestros zapadores habían destruido los cables de alta tensión y éstos se
hallaban ahora en una parte sobre el agua y con otra parte dentro del fiordo. Es de suponer
que los ingleses consideraran esta barrera, que no tenía valor militar alguno, como una
maquinación diabólica de los malditos alemanes, pues durante muchos días ningún barco
enemigo se acercó ni siquiera a las inmediaciones de esa zona peligrosa. Pero si de ese
modo habíamos creído que nuestras habitaciones quedarían libres de los molestos saludos
de los cañones ingleses, bien pronto nos desengañamos.
El 30 de abril nos hallábamos almorzando pacíficamente y sobre la mesa había una
fuente con magníficos pescados. El marinero Martens nos había presentado, además, una
excelente sopa, condimentada con misteriosos agregados. Por ese motivo, aun el parte de
que, además del “destructor de servicio”, un crucero y otros dos destructores habían tomado
rumbo al estrecho de Strömmen no nos podía alarmar. Los destructores reanudaron su
inútil lucha contra los cables eléctricos sin corriente y un mástil de hierro que todavía se
hallaba en pie, y cubrieron el agua y las rocas con unos 60 proyectiles.
Acabábamos de dar cuenta de la sopa y queríamos hacer lo mismo con los pescados,
cuando repentinamente los ingleses se volvieron también descorteses contra nosotros. El

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ruido ronco de un disparo, el zumbido de un proyectil en el aire —ruido bien conocido
por todos los soldados— y una explosión estridente a unos 50 metros de distancia de la
estación nos indicaron que esta vez la cuestión iba a ser más seria. Tiro tras tiro silbaban
sobre nosotros y de muy mala gana tuvimos que abandonar nuestros hermosos pescados,
pues aun cuando los ingleses tiraban bastante mal, alguna vez tendrían que pegarle al gran
edificio completamente descubierto. El Ia. reunió rápidamente su documentación secreta,
el General Dietl con toda tranquilidad de espíritu, aunque empleando groseras interjec-
ciones, se puso su saco de cuero y después todos bajamos la escalera diciendo algunos malos
chistes. Desde la puerta hasta las rocas protectoras al lado del galpón de subsistencias había que
recorrer todavía unos 300 metros sobre el terraplén del ferrocarril como en un escenario. Los
pocos oficiales del Comando ya habían salvado en largos saltos este trecho algo penoso; pero
nuestro General no pensaba de manera alguna acelerar su ritmo.

Cuando nos habíamos alejado unos 100 metros de distancia del edificio, una granada
cayó en el baño del “ala de Marina” de la estación y estalló con un intenso ruido. También
cayó la pared de la pieza de estar de los oficiales de marina, los que felizmente también
habían abandonado el inhospitalario lugar. Es fácil de imaginar el aspecto que presentaban
ambos lugares cuando efectuamos posteriormente una inspección de los mismos. Desde
la pequeña cubierta detrás del galpón de subsistencias seguimos observando los ejercicios
de tiro de los ingleses, los que terminaron con la caída de proyectiles en la casita del
transformador que ya desde antes estaba fuera de servicio, en el pequeño jardín del jefe de
estación y en el terraplén del ferrocarril.
Después de esta nueva victoriosa batalla de Sildvik desaparecieron a toda marcha los ingleses
del Rombaken, no sin efectuar durante el camino todavía algunos disparos sobre el ferrocarril
minero y algunas chozas de pescadores.
Felizmente no hubieron bajas; pero no podíamos tener dudas de que también el nuevo
puesto de combate había sido revelado. Como, además, en el “ala de Marina” se había
producido un enorme agujero y en la parte posterior no había ya ningún vidrio de las
ventanas que estuviera sano, tuvimos que cargar de nuevo nuestras bolsas y petates. A
pesar de la situación algo desagradable, todos los preparativos para realizar el cambio de
posición se efectuaron como en maniobras, con tranquilidad y meticulosidad y a las 19.00
el Ia. con el primer escalón se trasladó a Hundalen. El General Dietl y su ayudante, con
el resto del estado mayor y un oficial de órdenes, permanecieron en Sildvik hasta que se
pudiera contar con la llegada del Ia. a Hundalen.
La última comida en Sildvik transcurrió en forma muy tranquila y poco después llegó el
ya varias veces mencionado comandante del destructor que nos había traído a Narvik. La
instrucción de infantería que el Capitán de corbeta Erdmenger había recibido, siendo joven
aspirante, impartida por el entonces Capitán Dietl, le vino tan bien en Narvik que pudo
ser empleado en todas partes como un jefe de marina de montaña casi completo. Había
formado una excelente sección con los esquiadores de la marina, la dotó de rompevientos,
que él también usaba, y surcaba sobre sus esquíes los campos de nieve a través de valles y
montañas.
El cuadro extraordinario que ofrecían los marineros en esquíes, ha sido descripto por un
informante del siguiente modo:
“Es algo excepcional para los marinos hallarse sobre las angostas y largas tablas de esquíes —y
no sobre los tablones de la cubierta de sus buques— para deslizarse por la capa de nieve. Es cierto

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que, por ahora, no es mucho el deslizamiento; en cambio, es difícil que en los primeros ejercicios
haya habido alguien que no se hubiera caído involuntariamente por lo menos una docena de
veces al día.
Pero lo decisivo es la voluntad de ser capaz de hacer todo lo que pueda presentarse y de no ser
inferior a los cazadores de montaña que se ríen, mofándose de ellos. Los náuticos aprenden con
sorprendente rapidez a moverse con esos “objetos largos” y pronto cada uno de ellos cree ser un
pequeño campeón en carreras de esquí.

En esa tarde se hallaba Erdmenger con el resto de su batallón formado por soldados de
marina, cuya fuerza especial estaba precisamente en la sección esquiadores, en marcha
de Fagernes a la “Agrupación Windisch”, donde bien pronto tuvo que ser empeñado. Fue
enterado todavía brevemente por el General Dietl sobre la situación a esa hora; aceptó un
cognac que le ofreció y continuó la marcha.
A las 22:30 el General Dietl con su ayudante y personal subalterno se puso en marcha
a Hundalen. Los primeros kilómetros hasta el fiordo Rombaksbotn tuvieron que hacerse
penosamente a lo largo del ferrocarril minero por un profundo pantano de nieve. En los
túneles caía agua del techo y la bolsa en que llevaban su modesta pertenencia, presionaba
cada vez más, de un kilómetro a otro, sobre las espaldas que ya empezaban a cansarse. La
perspectiva de un acontecimiento especial, de un milagro de la técnica, aceleraba, empero,
sus pasos en tal forma que ya después de tres horas se hallaron delante del largo túnel en el
extremo del Rombaksbotn. Y efectivamente allí resoplaba un medio de comunicación que
en esa situación parecía casi hermoso: una verdadera locomotora —año de construcción
1871— tripulada por dos foguistas de la marina; estaba allí temblando y dejando escapar
vapor por todas las cabezas de los bulones, con dos vagones de carga y un furgón para el
guarda, listo como un tren especial para salvar los últimos 7 kilómetros.

Este “Expreso Narvik” ha prestado excelentes servicios hasta el final de las luchas, según
fuera necesario, recorriendo el tramo entre la frontera sueca y el puente de Norddalen y
casi no hay combatiente de Narvik que no haya sido desplazado desde un ala a otra o que
tuviera que transportar material y subsistencias que no haya subido a él por lo menos una
vez con expresiones de alivio. Como es natural, no había mesas giratorias y como también
los cambios estaban casi todos fuera de servicio en este trecho de vía simple, el tren iba
valle abajo con la máquina adelante, como lo prescribe el reglamento, mientras que cuesta
arriba, hacia la frontera, lo hacía con la locomotora atrás, empujando a los pocos vagones,
lo que a causa del escaso dominio por la vista era muy peligroso, pues los vagones de
carga eran mucho más anchos que la locomotora, de angosta caldera, de tal modo que
aun estirando el cuello lo más posible hacia afuera, el maquinista sólo podía ver un corto
sector de la vía; la mejor advertencia era el ruido infernal que este expreso producía sobre
los rieles muy desgastados, de modo que todos los peatones y los conductores de zorras
pudieran ponerse oportunamente a salvo.
El hombre civilizado, para quien el ferrocarril es algo tan natural, que casi no gira la cabeza
aun ante el más moderno tren, no puede imaginarse con qué alegría saludamos a este tren
nuestro. Es indudable que el temblor se debía a la respetable edad de la locomotora, la que en
la estación Narvik sólo se empleaba todavía para maniobras; pero nosotros lo atribuíamos a
su potencia a duras penas dominada. Cuando después nos sentamos en el furgón, en el que
se había instalado provisoriamente una estufa a carbón que, si bien humeaba, calentaba el

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ambiente, nos sentimos más distinguidos que los orgullosos viajeros del Expreso Rheingold
(Oro del Rhin).

Las armas, las bolsas y un par de cajones con munición y subsistencias, es decir, nuestra
dotación completa, fueron cargados rápidamente en los vagones de carga; los cazadores se
sentaron en el piso. Nuestro tren “especial” se puso entonces en movimiento, a los golpes
y ruidosamente. A nuestra izquierda se deslizaban lentamente la profunda quebrada del
Rombakselven y a la derecha el formidable macizo del Middagselvfjeldes; teníamos la
sensación de que por fin nos hallábamos de nuevo unidos al mundo entero. Pero nuestra
alegría fue breve, pues 7 kilómetros son recorridos también por un tren de esa clase en
menos de una hora.
En Hundalen fuimos saludados en forma ceremoniosa por la plana mayor del “Regimiento
de Marina Berger”. En el edificio de la estación hasta había todavía un sofá para el General
Dietl y nosotros estiramos nuestros cansados cuerpos en el piso, sirviéndonos las bolsas de
almohadas.
Después de un modesto desayuno, hubo una reunión con los jefes de marina y después
se reanudó el viaje al nuevo puesto de combate de la División en Spionkoop, el que sería
nuestro alojamiento hasta el final de las luchas. A las 09:00 volvimos a tomar una vez
más nuestro tren, el que nos llevó hasta el puente de Norddalen, el que transitoriamente
no podía ser utilizado. Este puente que, de unos 80 metros de altura y de 300 metros
de longitud, cruza el romántico y escarpado Norddalen (Valle Norte), es una pequeña
obra maestra de la técnica y, a la vez, el puente ferroviario de hierro más septentrional del
mundo.
El tramo era en total de unos 15 kilómetros de longitud y se amoldaba así a las circunstancias
modestas de Narvik. Para nuestro servicio de abastecimiento y otras actividades detrás del
frente era, empero, de una importancia mayor que la de muchos ferrocarriles en el teatro
de guerra occidental.
En ese 1° de mayo del año 1940 reanudamos la marcha, cargando de nuevo el equipaje
completo, desde el puente de Norddalen. Era el día de fiesta del trabajo y cuando nos
hallamos parados en el puente, con un sol radiante, nuestros pensamientos volaron por
encima de montañas, valles y mares al territorio patrio. Sabíamos que todo el pueblo
alemán tenía presente, con profundo cariño, a la pequeña agrupación que se hallaba aquí
arriba en el Norte, en un destino al parecer perdido, y que también se hacía todo lo factible
para posibilitar nuestra resistencia. Esa convicción jamás nos abandonó y dio nuevas
energías en muchas horas críticas a nuestro General y a sus soldados. Con ese levantado
espíritu continuamos la marcha, después de una detenida inspección del puente y de una
corta visita a la pieza antiaérea de 2 cm. allí instalada, en dirección al nuevo alojamiento, a
donde llegamos hacia las 10:30.
Esa pequeña casa de madera, de muy sólida construcción, se hallaba completamente
solitaria a muy corta distancia del terraplén ferroviario en la curva más septentrional
del ferrocarril minero en el Spionkoop. En tiempo de paz era un lugar de descanso para
el personal ferroviario noruego y en el ambiente principal todavía colgaba un letrero
transparente que en letras rojas decía Welkomm tili Solheim (Bienvenido a la casa del sol).
Todavía rugían las tormentas de nieve, las que paulatinamente eran relevadas por el sol de
medianoche hasta que el 8 de junio el sol radiante de la victoria se levantó sobre este puesto
de combate de la División y toda la agrupación de combate.

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La pieza principal de la casa estaba amueblada en forma muy sencilla, pero al propio
tiempo agradable. Por dos grandes ventanas entraba suficiente luz y más tarde también
mucho sol. En esa pieza no sólo se desarrollaba la “vida de familia” del Comando de la
“Agrupación Narvik”, sino también aquí trabajaban la sección Ic, IIa. y los oficiales de
órdenes. Delante de la chimenea había una mesa larga que permitía sentarse a ella no sólo
a los 5 o 6 oficiales sino transitoriamente también a invitados o camaradas que venían
a vernos por asuntos de servicio. Las comidas que casi siempre se servían en común,
constituyeron casi las únicas pausas de descanso durante las largas semanas de lucha. Allí
se contaron algunos episodios divertidos y alegres del terruño; pero el espíritu general
de las conversaciones era muy serio. Si alguna vez nos olvidábamos que nos hallábamos
a 2.000 kilómetros de distancia del suelo patrio, con enemigo a nuestro derredor, en una
situación con pocas perspectivas favorables, el teléfono se encargaba habitualmente de
hacérnoslo recordar. Durante las 6 semanas no debe haber ni una sola comida en que el
General Dietl o su Ia. hayan sido llamados por lo menos tres veces al teléfono. Cuando los
partes requerían resoluciones inmediatas, entonces el General Dietl y el Teniente Coronel
Bader desaparecían en el pequeño dormitorio que era a la vez la pieza de trabajo de este
último, y con frecuencia se quedaban sin comer el resto de la comida.

Nuestra hora más grata era el intervalo para el café de la tarde o, como decían los
austríacos, la “vespertina”. A esa hora el enemigo se mantenía casi siempre tranquilo, lo
que debe atribuirse a que la nieve y el hielo se derretían durante las horas del día, por
lo que se dificultaban todos los movimientos en el terreno. Recién después de las 21.00
descendía el termómetro debajo de 0º y los pantanos de la nieve y las superficies de agua
formaban de nuevo una capa firme, de modo que regularmente después de las 24.00 —
sobre todo en el sector septentrional— se reanudaba la actividad de combate. De acuerdo
con esas condiciones locales, se fue adaptando paulatinamente toda nuestra vida.
Entre los miembros de la marina de guerra y también entre nuestros comandos especiales
—los jefes de zapadores y de comunicaciones, el cirujano de División y el jefe de la artillería
antiaérea— se fue corriendo rápidamente la voz que la mejor hora de visita era la del
café de la tarde. Y si después todavía corría la noticia de que el General Dietl con un
avión correo había recibido Un cognac legítimo o algún otro alimento espiritual, se podía
apostar cualquier cosa a que en el debido momento se abriría la puerta de la casa. Entraba
entonces sea el largo Capitán Oberndorfer, jefe de los zapadores, el cirujano de división Dr.
Lottner o nuestro oficial del servicio administrativo Capitán de corbeta Reichmann, todos
juntos o escalonados con corto intervalo. Es un hecho asombroso que un buen soldado
aun a las mayores distancias y en las situaciones más críticas olfatea donde hay algo bueno
para comer, fumar o beber ...
En las otras tres paredes de esa gran pieza se hallaban anchos bancos de madera,
ligeramente curvos, que tapaban amplios cajones. De ellos habíamos sacado sencillos
colchones, como corresponden a un refugio de esquiadores, y hasta mantas de lana, con
lo que nuestras camas eran relativamente buenas. Delante de los bancos se hallaban,
largas mesas de madera cepillada, las que fueron asignadas a las distintas secciones. Las
secciones Ia. y IIa. eran poseedoras de sendas mesas enteras, mientras que los oficiales de
órdenes debían conformarse con la mitad o un tercio, según fuera el campo de acción y la
documentación a despachar. Dos teléfonos completaban la instalación; pocas veces fueron de
tanta importancia como en este caso; pero también pocas veces un comandante de división

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se habrá tenido que molestar más que el General Dietl por el ruido en el Spionkoop. Con
frecuencia por los dos aparatos telefónicos de la pieza principal se hablaba al mismo tiempo,
o mejor dicho se gritaba, a causa de la deficiente comprensión, debido a que los cables habían
sido cortados muchas veces por el fuego enemigo y reparados. Y si todavía en la pieza vecina
el teléfono del Ia, llamaba y el Teniente Coronel Bader acudía para atenderlo, entonces a
menudo se le volaban los pájaros a nuestro querido comandante; todo el ruido era dominado
por exclamaciones bávaras expresadas con tal fuerza que con seguridad algunas habrán sido
oídas por los que se hallaban próximos a los puestos de combate de la primera línea.
Pero eran siempre sólo tormentas de verano, que, según es sabido, pronto pasan. Cuando
nos reuníamos de nuevo alrededor de la mesa hasta la próxima interrupción, era el mismo
General quien dirigía con un chiste el paso a la conversación cordial. Se puede afirmar
con toda justicia que en el puesto de combate de la “Agrupación Narvik” dominó desde el
principio hasta el fin una intensa actividad y un espíritu levantado. Y si hasta el último día
nadie perdió los nervios, es un testimonio de la firme voluntad, la seguridad y la enorme
fuerza interna de nuestro General y quizá también de la buena composición y firme
cohesión del pequeño estado mayor.

Durante el período de lucha no hubo casi noche alguna en que el General Dietl pudo
dormir más de dos o tres horas seguidas. De noche sólo nos sacábamos la blusa, el calzado
y las medias; pero a la mañana procedíamos a una intensa higiene corporal. En todo caso,
nunca hubo piojos ni enfermedad alguna de la piel.
Grave era la situación de calzado, sobre todo de nuestros cazadores en las posiciones
más adelantadas. En el período de derretimiento de la nieve no habrá habido, en toda la
Agrupación, ni un solo soldado que tuviera seco su borceguí o su bota de media caña. En
un día nevoso de mayo apareció, rengueando ligeramente, el Capitán Oberndorfer a la
“vespertina” en el puesto de combate de la división. Supusimos que había sido herido en
uno de los habituales ataques aéreos del puente sobre el Norddalen; pero era algo mucho
más serio: había perdido el último taco de su único par de botines y en un pie se veían
casi todos los dedos. Felizmente poco después cayeron del cielo algunas bolsas de calzado.
Un informante de guerra, de quien provienen muchos cuadros de este libro, ha escrito
sobre nuestra camaradería en esa época lo siguiente:
“Allí, no muy lejos del Cabo Norte, no había superior alguno en el sentido del régimen del
cuartel; allí, en la lucha común, sólo había camaradas. Allí el uniforme no desempeñaba
papel alguno; allí el soldado de marina estaba al lado del cazador de montaña, el aviador
al lado de un tripulante de un barco mercante, el zapador al lado del paracaidista. Allí se
hallaban juntos el alemán del norte con el montañés de la Carintia, Estiria y Baviera, el de
la Prusia Oriental con el de la Renania.
“En el suelo patrio se nos aplicó después el calificativo del “Alcázar Alemán”. Nosotros, los
camaradas de Narvik, no nos sentíamos “héroes”; cumplimos nuestro deber ante nuestro
pueblo exactamente en la misma forma que el soldado en Polonia y Francia. Realizamos
nuestro deber y nuestras obligaciones hasta el extremo, teniendo siempre presente el objetivo
de poder comunicar un día: “Empresa Narvik concluida; cumplida la orden”.
“En esta lucha era tan importante el cocinero como el ametrallador, tan necesario el
escribiente como el cirujano. Cada uno de ellos ha estado allí arriba en su puesto, así como
se le puede pedir a un soldado alemán”.
Los alrededores inmediatos y lejanos de Spionkoop se parecían bastante a lo que nosotros

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nos imaginábamos como paisaje lunar. Detrás de nuestra casa había una pequeña laguna,
formada probablemente por la abundante agua del deshielo que en el verano cae en todas
partes hacia la quebrada. Hacia el oeste, nuestra colina próxima nos protegía algo contra
las borrascosas tempestades. Desde esa colina uno tenía una amplia vista panorámica al
Rundfjelder, al Haufjelder y más allá a las montañas cuyos nombres figuran ahora en la
historia de nuestro regimiento de cazadores de montaña de Carintia.

Se luchó tenaz y encarnizadamente durante semanas enteras por la posesión del Navertind,
del Kuberget, del Kobberfjell y del Lillebalak. Nuestras fuerzas combatientes en los distintos
sectores no sobrepasaron casi nunca de una sección, a menudo de un grupo reforzado, mientras
que del lado adversario se empeñaron batallones enteros de buenas unidades noruegas.
El Nevertind es un formidable ventisquero que alcanza una altura de 1.424 metros. Si
se quiere comparar con las montañas de nuestra patria, hay que descontar del límite de
vegetación unos 1.500 metros de altura. Por esa causa estas montañas, aun en el verano,
nunca están libres de nieve. En mayo, cuando allá arriba se libraban las luchas principales,
soplaban glaciales tormentas de nieve que a veces impedían, toda visión. Se requerían
hombres bien, varoniles para no sólo rechazar a un enemigo muy superior en número
sino también para arrojarlo hacia atrás mediante contrachoques y esto sabiendo que en
todo momento era posible un rodeo, puesto que dada la considerable extensión de nuestro
frente no teníamos una posición ocupada en forma continua sino que entre los distintos
puestos habían intervalos hasta de 2 kilómetros.
En dirección sudoeste se veían brillar el Sildviktind, el ventisquero del Blaaisen de 1.485
metros de altura y las montañas que en parte caen casi verticalmente, que limitan el Rombaken
por el sur y por cuyos ramalesi corre el ferrocarril minero. Uno de los numerosos túneles del
ferrocarril que fueron abiertos en la roca por medio de voladuras, atravesaba también nuestra
“Colina del Conductor”. Allí instalamos un depósito de municiones y de armas, desde el cual
era abastecido el sector septentrional de nuestro frente.
Al pie de esa pequeña montaña se extiende en dirección noroeste un lago de gran riqueza
ictiológica; las pequeñas casas de madera en su orilla fueron asignadas como alojamiento para
una parte de una compañía de marina.
Pero nuestra verdadera montaña doméstica era, empero, el Björnfjell, desde cuya cumbre
de 761 metros de altura se tiene un amplio campo de vista hacia Suecia. Allá arriba
estuvo muchas veces el General Dietl, solo o con los jefes de las unidades que debían
ser empleadas por primera vez en el sector septentrional o que debían encargarse de la
seguridad inmediata de la importante estación de descarga Björnfjell. Allá se hallaba en
una estrecha habitación de madera una guardia solitaria de 4 soldados de marina con
la misión de comunicar de inmediato todas las novedades especiales en ese sector y
rechazar las fracciones de exploración enemiga, que pudieran romper en tiempo de escasa
visibilidad. Su único medio de comunicación con la guardia en la estación Björnfjell eran
las banderas de señales reglamentarias de un destructor.
En una oportunidad en que el General subió un trecho desde la orilla del lago, cayeron
en la nieve a corta distancia delante de él, los proyectiles de un golpe de fuego de un fusil
ametrallador. ¿Qué ocurría? Allí arriba sólo podían encontrarse alemanes.
Dietl sacó su anteojo de campaña y reconoció a un centinela alemán que tenía el uniforme
azul de la marina.
-Muchacho, le grito, -¿qué estás haciendo?, a la vez que se aproximó hacia él.

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Pero aquél era de rápida concepción y presentó un informe que, con seguridad, es único.
-Señor Almirante, no podía reconocer si el señor Almirante era un señor Almirante o no era
un señor Almirante. Por eso hice un par de disparos de detención para que se parara y así
pudiera reconocer mejor al señor Almirante.
-a lo cual yo anclé, le dijo riendo Dietl, -y has visto que no soy un crucero enemigo. Has procedido
admirablemente; pero ahora sabes quien soy.

La situación podía ser también extremadamente crítica. No siempre era el cielo y la nieve
lo que llevaba casi a la desesperación a los cazadores. También el deshielo los dañaba
y los ponía muy nerviosos. Ocurrió aquí lo que más tarde sucedió en forma semejante
en Finlandia y Rusia. Uno de los que tomaron parte en esas luchas relata al respecto lo
siguiente:
“En plena noche cambia de pronto el viento. El tiempo se modificó sorpresivamente.
Nubes densas y oscuras cubrieron el cielo estrellado; nos hallamos en tinieblas.
“¡Empieza a llover! Era lo que nos faltaba.
“Poco después los hombres ya no se movían en la alta nieve seca, sino por un espeso
matete que a los pocos minutos empapaba completamente aún al mejor de los calzados
existentes.
“Era para desesperarse. A cada paso se oía el agua en el calzado, que a veces surgía arriba
por la caña. Eso ya no era una marcha; eso era ir vadeando por un barrial en que a cada
rato uno perdía el sostén y caía en el engrudo de nieve. Entonces ya no son sólo las piernas
sino todo el cuerpo lo que está mojado. Aparece entonces el deseo de quedarse tendido y
dejar que los camaradas sigan solos. Pero siempre vienen manos auxiliadoras y levantan
al caído, a veces le llevan una parte de su carga para seguir después encorvado y silencioso
el camino”.
Algunos puestos relativamente fuertes de la marina de guerra se hallaban en el Haugfjelder
y estas fracciones de seguridad completamente aisladas constituían el único sostén del
frente, débil como un velo, pues las reservas tácticas que el regimiento Windisch y en
realidad cada batallón debía tener, de acuerdo con normas consagradas, nunca existieron.
Si el Coronel Windisch realmente pudo comunicar alguna vez que le había sido posible
sacar del frente una compañía, ya de por sí de un efectivo reducido, para tenerla como
reserva, con toda seguridad a la noche siguiente se presentaba una situación tan crítica que
la reserva debía ser empeñada con toda rapidez. Esta falta absoluta de reservas continuó
siendo durante todo el período de lucha el problema más agudo y le originó muchas horas
penosas al General.
Los acontecimientos continuaban desarrollándose en forma despiadada. El Mayor
Haussels comunicó desde Narvik que se habían comprobado nuevos desembarcos de tro-
pas en la rada de Haakviken. El adversario quería evidentemente rodear a la ciudad tam-
bién desde el sur y cortar así la guarnición de Narvik. Un avance enérgico por el extremo
sudeste del fiordo Beis, continuado después hacia Sildvik, habría significado probable-
mente la terminación de la lucha y la retirada del ala norte a la frontera sueca. Para nosotros
sigue siendo un enigma, que sólo puede resolverlo el comando enemigo, el motivo por el cual
no procuró realizar en forma más enérgica ese golpe aniquilador, no obstante su manifiesta
superioridad numérica.
Reconociendo claramente el peligro que lo amenazaba, el Mayor Haussels desplazó una
compañía desde Fagernes a Ankenes, al otro lado del fiordo, la que hasta la pérdida de la

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ciudad el 28 de mayo fue relevada sólo una vez. Las dos compañías que sucesivamente
fueron empeñadas allí, eran denominadas entre nosotros únicamente como compañías de
la muerte. Su heroísmo debe ser recordado en todos los tiempos.
Al comienzo de las luchas que se originaron por la posesión de Ankenes, la compañía se
hallaba todavía en el dominante Ankenesfjell. Más tarde, los continuos ataques apoyados
por el fuego de artillería pesada de los buques de guerra británicos y el rodeo de su flanco
izquierdo realizado bien profundamente, obligaron a la compañía a descender de la altura.
Pero los cazadores de montaña se prendían a las pendientes escarpadas que caían al fiordo
Beis y se mantuvieron allí hasta el 28 de mayo, en el que se recibió la orden expresa de
retirada, junto con la evacuación metódica de Narvik. Más adelante se volverá sobre esos
valientes cazadores de montaña y esa compañía que más tarde libró una lucha heroica
análoga como segundo cerrojo en el extremo sudoeste del fiordo Beis sobre Skavtuva y
Hesterfjeld.
Sobre las difíciles luchas de la 6 Compañía del Regimiento 139 de Cazadores de Montaña
escribe un soldado en base a sus recuerdos:
Durante el avance de la Agrupación Mungai por Sjursheimen y Hauklin en dirección
a Haakvik la 6 Compañía de los cazadores de montaña fue transbordada de Fagernes
a Nyborg, al pie del Ankenesfjell. La compañía desalojó al enemigo de Ankenes, por
Baatberget hasta Emmenes. El enemigo huyó abandonando sus armas pesadas. Pero, en
ese avance, dos secciones de tiradores y un grupo de ametralladoras pesadas llegaron a una
pendiente descubierta en el campo de tiro de un crucero y de un destructor. Estos buques,
a los que poco después se incorporó otro destructor, batieron con fuego apuntado a 500
metros, a la compañía que no disponía de cubiertas. De la sección derecha sólo volvieron
cinco hombres después de haber estado casi cuarenta y ocho horas en la nieve. De la
sección izquierda, todos, con excepción de dos, lograron recorrer con grandes dificultades
la distancía de regreso, aproximadamente de un kilómetro y medio, en el término de unas
treinta horas.
“Pero se había cumplido la misión de la compañía de conquistar y mantener Ankenes y el
Ankenesfjell. El avance a Haakvik y con ello la proyectada reunión 173 con la Agrupación
Mungai no lo impidieron las fuerzas terrestres del enemigo sino sólo el poderoso fuego de
artillería de los buques de guerra ...
“Durante esos días ocurrió en uno de los cerros que permitían observar el fiordo Herjangs
y la entrada del Rombaken un hecho que mostraba en forma elocuente las relaciones entre
las distintas fuerzas en Narvik, y más que todo, el espíritu y la actitud de las tropas.
“En uno de esos días, en que los destructores ingleses durante muchas horas cruzaban a muy
corta distancia de la costa, habiendo obligado a la guarnición de los cerros a ocultarse en las
cubiertas, el sargento ayudante Herzog, de la 8. Compañía de cazadores, salió de pronto de la
cubierta, mostrándose en toda su talla al destructor. Y con las palabras: “Ya le mostraré” hizo
fuego con su carabina sobre el puente del destructor, hacia donde brillaban las gorras blancas
de los oficiales. De este modo combatió con el calibre 7,9 mm. contra un buque que pedía
vomitar fuego de sus cañones que excedían de una docena. Se afirma que ya su primer disparo
dio en el blanco —lo que es bien posible a una distancia algo inferior a 500 m.; el hecho es que
los destructores abandonaron el fiordo a los tiros del cazador”.

El tiempo se caracterizaba por el intenso frío y por las continuas tormentas de nieve. La
situación era seria; pero todavía Narvik y la costa del Herjangen se hallaban firmemente

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en nuestras manos. En la extrema ala derecha, la presión del enemigo era cada día más
intensa y después de luchas heroicas la compañía Schleebrügge tuvo que abandonar el lago
Groes y replegarse lentamente al Storebalak.
El servicio de comunicaciones funcionaba en forma excelente y de este modo nuestro
General y el Ia. podían analizar y ordenar siempre oportunamente las contramedidas
necesarias. En esos primeros días de mayo, la preocupación por el ala derecha fue cada
vez mayor. Una mirada a la carta muestra que después del repliegue de nuestro frente al
Storebalak, el valle profundamente encajonado del Bukkedalen le ofrecía al enemigo la
posibilidad de desbordarnos pronto en el este con sus fuerzas superiores y hasta podría
cortarnos, ya aquí arriba, de la frontera sueca.
Eran noches llenas de preocupación, en las que el general Dietl se hallaba en la pequeña
pieza de su puesto de combate, pasaba los últimos partes a la carta y después apreciaba la
situación. Nunca ésta era favorable y la posibilidad de que mejorara substancialmente no
existía, simplemente por el hecho de que se carecía de toda fuerza de reserva.
Los historiadores y los críticos, en el marco de la historia de guerra general, tendrán que
aplicar también su bisturí al capítulo Narvik. Deberán tener presente que la reserva de la
División alcanzó una vez a contar como máximo con un efectivo de 30 a 40 hombres. Se
trataba entonces de pequeñas unidades de marina, que habían tenido que sacarse preci-
pitadamente del servicio de guardia en el ferrocarril minero y que para la lucha en la alta
montaña invernal estaban dotadas, armadas e instruidas en forma completamente insu-
ficiente, o de nuestra única sección de zapadores, de un efectivo de un teniente y unos 30
soldados. Esta subunidad debía atender, como es natural, otras tareas; sin embargo, tuvo
que efectuar marchas forzadas a través de la nieve, que todavía tenía una altura de varios
metros en muchas partes, de pronto en el Sector Norte y poco después en el Sector Sur. Se
requerían los nervios y la férrea voluntad de un General Dietl para poder dominar siempre
de nuevo aun las situaciones más desesperadas, contando con unos 1.600 cazadores de
montaña y unas débiles unidades de marineros náufragos.
En esa época, o sea a principios de mayo, nuestro regimiento de cazadores de montaña
ya estaba debilitado en sus efectivos, debido a las luchas sin interrupción, el tiempo casi
insoportable y los otros esfuerzos físicos así como por las bajas causadas por muertos y
heridos.
Los “alojamientos” de la “Agrupación Windisch” ya sólo se componían de carpas y de
hoyos en la nieve. Todo soldado debía conformarse con cuatro a cinco rodajas de pan
seco por día. En la primera línea desde mediados de abril hasta fines de mayo, o sea
durante unas cinco semanas, sólo tres veces se distribuyó comida caliente. En ningún
plan de instrucción de tiempo de paz estaba prevista una conducción de combate en tales
circunstancias...
En esa época sólo muy raras veces pudieron los aviadores alemanes, constituyendo una
unidad de algún efectivo, prestar ayuda a las fuerzas terrestres. Transcurrieron todavía
muchos días hasta que se abrieron los primeros paracaídas con cazadores sobre el llamado
aeródromo de Björnfjell. Un combatiente de Narvik dice al respecto, en su diario de guerra:
“Una noticia pasa de una boca a otra. “Los primeros paracaidistas han descendido cerca
de Narvik”. En las posiciones de primera línea nadie los ha visto todavía; pero el hecho de
que el Comando Supremo del Ejército alemán procura por todos los medios hacer llegar
refuerzos a las unidades encerradas en Narvik, levanta el espíritu de los hombres.
“Poco después también empezó a hacerse sentir, aunque sólo en una medida reducida, el

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reabastecimiento llevado a cabo valientemente por la Luftwaffe. Se recibe nueva munición;
se distribuyen paquetes de curación; después de largos días se puede de nuevo fumar
cigarrillos. Por fin se tiene nuevamente pan fresco, tres rebanadas por día, después de
haberse alimentado los hombres exclusivamente de galleta capturada a los noruegos.
La panadería de campaña en el campamento Elvergaardsmoen ha sido destruida por
los ingleses por fuego de artillería. Han de transcurrir días hasta que esté instalada y
funcionando de nuevo.
“Vienen también las primeras tropas transportadas por aire. Son empeñadas de
inmediato. El frente que se extiende alrededor de Narvik, es, empero, demasiado extenso
como para que esos hombres pudieran traer de golpe un alivio sensible. Por eso el lema
para los combatientes continúa siendo: ¡Aguantar!”.

También sobre el descenso de los cazadores de montaña en paracaídas relata un cazador:


“Esperamos el descenso de otros cazadores en paracaídas. Se dice que vendrán otros más.
Y nuestra paciencia es recompensada. El mismo espectáculo de ayer. Material, munición,
víveres en grandes recipientes y diarios caen del cielo. ¡Los primeros diarios de la Patria!
Nuevamente llueven soldados. Nos levantamos para ayudar a los camaradas a fin de que
no fueran arrastrados por sus paracaídas sobre estas rocas agrietadas. Les ayudamos a
sacarse la combinación. Pero no son paracaidistas. Son hermanos nuestros de Austria, son
de la Carintia y del Tirol.”

Entretanto las noches se iban acortando lentamente y ya la luz del día casi no se
interrumpía. El sol de medianoche todavía no alumbraba sobre las montañas de Narvik;
pero ya no se producía la obscuridad completa. Cuando se mostraba el sol, entonces
irradiaba de día en día mayor calor y transformaba gradualmente la nieve del ferrocarril
minero y de los valles en profundos pantanos. En esta forma, tanto nuestros movimientos
como los del enemigos se tornaban cada vez más difíciles.
¿Quién de los combatientes de Narvik no recuerda las terribles marchas desde los puestos
de órdenes, los puntos de apoyo de subsistencias y, sobre todo, desde el ferrocarril minero
a las posiciones de primera línea? Cargados con material, munición y víveres, los cazadores
de montaña, los soldados de marina y los prisioneros de guerra que fueron organizados
en columnas de portadores, se hundían hasta la rodilla en el barro o caían en arroyos o
depresiones invisibles. No se contaba con camión alguno en la zona de retaguardia, que
carecía en absoluto de caminos ni tampoco con cargueros para abastecer a las posiciones
más adelantadas. Todo lo que necesitaban los 2.000 soldados, que ya hacía varias semanas se
hallaban en posiciones, debía ser llevado en bolsas, cargas o en pequeños trineos de mano,
frecuentemente en marchas de diez horas. Abajo lodo y agua; arriba todavía un frío glacial,
tempestad, hielo y nieve de varios metros de altura. Sólo el que haya recorrido las infinitas
extensiones de un paisaje rocoso ártico puede apreciar los esfuerzos físicos y espirituales
realizados.
Un soldado ha escrito sobre esos transportes en trineo en las monotonías de hielo y roca
de la Noruega Septentrional:
“¡Transporte de Narvik a Björnfjell 45 Km.! ¡Transporte de la frontera sueca a Narvik 45
kilómetros!
“45 kilómetros en esas condiciones meteorológicas. Transporte sobre esos toscos trineos
construidos por nosotros. Un par de esquíes, sobre ellos una tabla y listo. Como los barqueros

98
del Volga. Rocío en las espaldas. Adelante la plena tempestad de nieve y granizo. Bajo la pesada
carga, el trineo se rompe. Se lo repara con medios de circunstancias. Se sigue adelante. Un alud
arrastra el trineo al fondo del valle. A duras penas uno ha vuelto a salvar su pellejo. Penosamente
se vuelve a reunir toda la carga dispersa. En los muchos túneles hay que descargar todo. Las
cargas pesadas deben ser llevadas al hombro. Las linternas de bolsillo iluminan el camino; la
luz se refleja en las paredes acorazadas por la nieve. Bajo las pesadas carga, la respiración es
jadeante. Las pausas para tomar resuello son cada vez más largas.
“Abajo en el fiordo se halla nuevamente un destructor británico. ¿O es otra vez el último
polaco que pudo escapar todavía a tiempo antes de la guerra? ¿Es de nuevo ese cazador de
hombres? Con seguridad tirará sobre cada hombre aislado que se deje ver aquí arriba en la
línea del ferrocarril minero. Y tira con cañones de 12 cm. Hay que ponerse otra vez la gran
sábana para enmascararse.
“Lo que a toda costa no debe hacerse es quedarse tendido en algún lugar y dormirse por
agotamiento. Hasta ahora uno ha salvado la vida; no hay que congelarse.”

Otro combatiente, un teniente 1° que mandaba una compañía de marineros, relata sobre
esos días:
“No sabemos bien cómo proceder. Movemos de un lado a otro la cabeza y sólo pensamos
en nuestra misión, de asegurar aquí la posición e impedir un desembarco. El próximo tren
nos trae armas, entre ellas ametralladoras. Con eso la situación ya cambia de aspecto. Se
eligen posiciones; se construyen zanjas en la nieve profunda. El viejo Vauban no pudo
haber estado más orgulloso de sus poderosas obras de fortificación que nosotros con
nuestro conjunto de zanjas con sus esquineros, los nidos de ametralladoras. Entretanto
ejerzo la autoridad policial en Stovinsnes, sello y firmo pasaportes para la población civil,
converso con los empleados del ferrocarril y podría estar satisfecho con el curso de los
acontecimientos si... no hubiera ingleses.”
“Pero ellos están siempre allí. Sus destructores patrullan continuamente allá abajo en el
fiordo y tiran con cañón antiaéreo sobre cualquier persona que se muestre.
“Hemos arreglado algunas casas desocupadas como alojamientos. Los noruegos nos
descubrieron y nuestros alojamientos son bombardeados poco después. Nos mudamos,
somos nuevamente descubiertos y otra vez silban las granadas y de nuevo hay muertos y
heridos. Abandonamos entonces los alojamientos permanentes, vamos de casa en casa,
nunca saben los noruegos dónde estamos y durante cuánto tiempo; de este modo se
elimina finalmente el peligro”.
Los centros de gravedad de la lucha eran y continuaron siendo el ala derecha y la extrema
ala izquierda. En Narvik mismo los días transcurrían con el habitual bombardeo por
buques enemigos, el que impedía todo movimiento al descubierto en la ciudad.
A principios de mayo se produjeron modificaciones importantes y, dadas nuestras
circunstancias, hasta trascendentales, en el tráfico de ferrocarril minero. Los zapadores
habían trabajado con tanta intensidad que el 4 de mayo a las 09:00 corrió el primer tren de
Björnfjell hasta Hundalen sin detención. El puente sobre el valle Norddals todavía no podía
resistir el peso de la locomotora eléctrica, de fabricación Siemens, que habíamos retirado
del tramo que estaba bajo fuego; pero la pequeña locomotora a vapor pasaba alegremente
por el puente con los dos y hasta tres vagones de carga que estaban disponibles.
Por fin nos fue posible enviar por ferrocarril todo el abastecimiento destinado a Narvik
casi hasta el comienzo del Rombaksbotn, desde donde continuaba en trineo o en zorras.

99
En esas épocas, cuando el “tren blindado” había recorrido el trecho citado, ocurrió un
pequeño episodio que uno de los presentes lo ha fijado:
“Entretanto el anteojo de la ametralladora y el de la pieza de artillería del primer vagón
blindado se dirigen constantemente sobre el otro extremo del puente. Allí parece haberse
apagado toda vida. ¿Será que los últimos haces de la ametralladora también silenciaron a
los dos últimos noruegos que quedaron o éstos prefieren permanecer inmóviles detrás de
sus cubiertas y dejar que se produzca su destino?
“Los tiradores del tren blindado no podían ver que esos dos tiradores hacía ya algún
tiempo habían abandonado sus anteriores posiciones. Tendidos cuerpo a tierra se fueron
desplazando lentamente, un centímetro tras otro, siempre a cubierto, para desaparecer
después completamente en una pequeña depresión en las rocas.
“En vez de emprender desde aquí la fuga, que quizá les hubiera podido asegurar todavía
la libertad, apuntan cuidadosamente sus fusiles dotados de anteojo de puntería. Su blanco
es un objeto en el extremo del puente, en el que todavía unos pocos minutos antes se
hallaron parados; habían estado realizando los últimos trabajos en la segunda carga
explosiva cuando los sorprendió el tren blindado.
“Por el alza óptica pueden distinguir claramente las cápsulas detonantes. La circunstancia
de que ya no dispusieron de tiempo para cubrirlas con nieve, les resulta ahora muy favorable.
Sobre esas cápsulas dirigen el centro de la cruz de hilos de sus anteojos de puntería. Al hacerlo,
no se descubren a la vista del tren blindado, no obstante los anteojos de los tiradores de éste.
“Con todo cuidado apuntan los noruegos. Son tiradores de precisión, a quienes nunca
les tiembla el pulso, Salen sus disparos. Al propio tiempo se oye una detonación que hace
volar por el aire a nieve, piedras, rieles y durmientes. Una nube de humo se forma encima.
Son tiros de maestros.
“Cuando desaparece el humo, se observa un gran agujero en el pilar del puente. Es,
empero, más pequeño que lo esperado por ambos noruegos. Tampoco la explosión fue la
deseada. La carga no había sido colocada debidamente o sólo había explotado una parte
de ella.
“Ambos tiradores tuvieron que conformarse con ese resultado parcial. Consiguieron, empero,
que el tren no pudiera pasar de inmediato por el puente. Había que cambiar por lo menos un
tramo de riel. Esto requiere no sólo tiempo sino también material, que el tren blindado no ha de
llevar consigo.
“Los noruegos no pueden llegar a mayores reflexiones. La pequeña nube de pólvora y el
corto fogonazo de sus fusiles ha descubierto su posición a los tiradores del tren blindado.
“Un intenso fuego cae sobre ellos, no sólo de ametralladoras sino también de granadas
de 2 cm.; estallan a peligrosa proximidad con desagradable ruido en las rocas y lanzan sus
cascos mortíferos de acero sobre los noruegos.
“La dotación del tren ignora que ya son sólo dos hombres los que reciben la lluvia de
hierro. Creen que en el pequeño valle de roca hay todavía un entero pelotón.
“Uno de los dos noruegos que se halla con su abdomen pegado a una roca coloca su
pañuelo blanco en la boca de su fusil y agita esta bandera de capitulación de un lado a otro,
sin dejarse ver.
“De inmediato cesa el fuego. El soldado de la bandera se levanta. Su compañero queda
sangrando en el suelo. Deja entonces que su arma caiga en la nieve y levanta voluntariamente
los brazos. Ha cumplido su deber con la Patria. Ahora el destino seguirá su curso.
“Si bien los hombres del tren blindado están rabiando porque los noruegos les impidieron

100
la continuación del viaje durante las horas siguientes, no les reprochan a los prisioneros
su actitud. Saben que han procedido como soldados; ellos, en su situación, habrían hecho
lo mismo”.

4. Período lleno de Preocupaciones

E n el puesto de combate en el Spionkoop, las primeras semanas de mayo transcurrieron


sin mayores novedades. Llevábamos ahora una vida casi regular, sólo interrumpida
por ataques aéreos cada vez más frecuentes o por las visitas de nuestros propios aviones
de abastecimiento. El que está en comunicación segura con el mundo que lo rodea, no se
puede imaginar el gran acontecimiento y la intensa alegría que para nosotros significaba el
bronco bramar de los motores alemanes que anunciaba la llegada de Ju 52 o de los Cóndor.
Es cierto que jamás apretamos la mano de esos camaradas y ni siquiera sabíamos quienes
se hallaban en las máquinas; pero queremos confirmar aquí una vez más que esos valientes
forman parte de los combatientes de Narvik como aquéllos que en ambas márgenes del
fiordo Rombaken han luchado, sufrido y, por último, vencido. Quizá alguno de ellos
mientras describía círculos sobre el Björnfjell o los puntos de apoyo 2 y 3, habrá visto que
nosotros izábamos la banderola del Comando de la División y que con nuestros brazos los
saludábamos cordialmente.
“Nuestro general”, como ya sólo era llamado por todos, hasta por el más joven cazador y
marinero, seguía infatigable como siempre. Recorría las posiciones más adelantadas entre la
frontera sueca y Rombaken o realizaba reuniones con los jefes de la marina y de las unidades
de Narvik.
El enemigo había transferido sus ataques a las primeras horas de la mañana por los motivos
ya expresados. Con eso desaparecía el descanso nocturno. Formaba parte del programa
diario que poco después de medianoche llegaran los partes sobre nuevos ataques locales.
Casi siempre pudieron ser rechazados delante de las propias posiciones; pero, sobre todo
en el ala derecha, con alguna frecuencia tuvieron que restablecerse pequeñas irrupciones
mediante contrachoques. Las pérdidas, se mantenían todavía dentro de límites felizmente
bajos; sin embargo, los refuerzos que llegaban apenas alcanzaban para llenar los claros
producidos y no permitían la formación de alguna reserva. Uno ha de preguntarse de
dónele y cómo llegaban esos refuerzos. Sólo puede contestarse de este modo: en Narvik
casi todo lo malo llegaba del mar y casi todo lo bueno del aire.

El 8 de mayo a las 11:15 se recibió en la estación de radio de la “Agrupación Narvik” la


siguiente orden de la Agrupación XXI del Coronel General von Falkenhorst en Oslo:

Las fuerzas del General de División Dietl deberán mantenerse en la zona de Narvik todo el
tiempo posible; forzado a retirarse, deberá descartar mediante intensa destrucción el empleo
del ferrocarril minero por el enemigo durante largo tiempo.
Si la zona delante de la frontera sueca ya. no puede ser mantenida, se procurará que en
dirección a Bodö se retire el núcleo habituado a la montaña, a abastecer desde el aire, mientras
que para el resto en caso necesario puede ordenar el paso a Suecia.
Agrupación XXI.

101
En el diario de guerra del ayudante, el ahora Coronel Herrmann, encontramos anotados casi
todos los acontecimientos importantes del mes de mayo resumidos en pocas palabras:
3 de Mayo. — Situación crítica en la “Agrupación Windisch”; pues el ala derecha es rodeada
constantemente. Pero a los noruegos les falta el “empuje” para penetrar enérgicamente.
Intenso tráfico de botes en el Rombaken bajo la protección de un buque de batalla inglés. Los
tommies buscan establecer enlace con los noruegos y al parecer están reconociendo lugares
de desembarco, lo que nosotros, con nuestras reducidas fuerzas, no podemos impedir. La
compañía Obersteiner se sigue manteniendo en Ankenes.

4 de Mayo. — Bombarderos alemanes aparecen con mayor frecuencia. A las 8:25 el último
destructor polaco es hundido, por impacto de lleno de una bomba, delante de Narvik. Gran
júbilo entre los cazadores de montaña, en la ciudad y en el ferrocarril minero.
Al mismo tiempo son bombardeadas las posiciones enemigas y los campamentos en Werfen
y en la rada del Arco.
Buenas noticias de la Noruega Meridional. A la mañana y a la tarde pasa en vuelo el “Expreso
del Norte”, trayendo vestuario y patatas. Estaciones: Björnfjell, puesto de combate de la División,
Norddalsbtoen y Hundalen. La locomotora está algo abollada y su silbato no funciona; cuesta
arriba arrastra a lo más dos o tres vagones, mientras que cuesta abajo dispara por lo menos a
20 millas marinas.
El primer día de calor. Pero han de pasar semanas antes de que se derritan los 2 a 3 metros
de nieve.

5 de Mayo. — De nuevo sin viento y caluroso. El Regimiento Windisch comunica que el


enemigo amenaza cada vez más nuestra ala derecha. La compañía Schleebrügge debe ser
empeñada de nuevo a fin de evitar el envolvimiento.
Intensa actividad aérea propia. Los buques enemigos delante de Narvik son intranquilizados.
El bombardeo de la ciudad es débil. En el fiordo Beis fueron muertos 12 civiles, entre ellos
3 mujeres y 3 niños, por fuego de artillería inglesa y muchos heridos. Allí no hay soldados
alemanes.
El tren baja y sube constantemente.

6 de Mayo. — Fuerte viento del este; pocas nubes. Un Cóndor arroja munición, anteojos
para el sol y camisones para la nieve. Delante de Narvik un buque de guerra, 2 cruceros y
4 destructores. En el Regimiento Windisch se repiten pequeños ataques enemigos, algunos
realizados con mucha energía. Los cazadores alpinos franceses son buenos en el ataque; en el
enmascaramiento y en el aprovechamiento del terreno son inferiores a los noruegos.
Aun no hemos recibido correo de campaña.

7 de Mayo. — La compañía Ploder debe venir en hidroaviones. Su transporte se posterga a


causa del mal tiempo en Drontheim.
Lucha heroica y grandes perdidas en la compañía Obersteiner en Ankenes. Esta débil
compañía todavía se sigue manteniendo contra dos enteros batallones enemigos.
A las 21.30 el General se dirige en esquí al Regimiento Windisch.

8 de Mayo. — Frío e inhospitalario. A la mañana tres He 111, que con una ráfaga derriban a
un avión noruego. Nuevos ataques en el Regimiento Windisch; una parte de las avanzadas de

102
combate debe ser replegada. En Narvik un débil bombardeo. En Rombaken descienden dos
hidroaviones con el Teniente 1° Ploder y 35 soldados.
El General regresa a las 20:30 o sea después de 23 horas de marcha por el desierto de nieve y
hielo e informa sobre las inauditas proezas de los cazadores.

9 de Mayo. — El General y yo nos trasladamos en la zorra del General a Björnfjell, a visitar los
heridos. En el primer cambio, la zorra salta de la vía; el General vuela a la nieve. ¡Alarma aérea!
Cuatro aviones noruegos, protegidos por tres cazas ingleses, lanzan bombas sobre el puente
de Nordalen y sobre Hundalen. El puente no sufrió daños. La comunicación a Hundalen
está cortada. El Teniente 1º Ploder llega con 35 hombres al puesto de combate de la División.
Informa sobre el lejano gran mundo y trae, por fin, correspondencia. ¡Gran alegría!
A las 17:30 una ovación al General con motivo de habérsele otorgado la Cruz de Caballero.
Debo agregar aquí algunas palabras a las sintéticas de mi diario de guerra. Con los primeros
envíos por avión ya habíamos recibido una gran cantidad de cruces de hierro, con las que
pudimos distinguir a los más valientes de nuestros cazadores y a los camaradas de la marina
de guerra. En ese 9 de mayo se cumplían exactamente 4 semanas de nuestro desembarco en
Narvik y ese día cayó del cielo un pequeño paquete lacrado que contenía la Cruz de Caballero
de la Cruz de Hierro, destinada a nuestro General.
El Teniente Coronel Bader y yo, sin sospechar nada, abrimos en el puesto de combate el
pequeño paquete, del cual surgió, para alegría de todos los presentes del comando, esa alta
distinción. Pero ¿dónde se hallaba el nuevo condecorado? Unos pocos minutos antes todavía lo
habíamos visto. En ese momento culminante no lo podíamos encontrar. Entonces el marinero
Martens, poniéndose colorado, nos dice -El señor General se ha retirado por un corto tiempo.
Un momento de indecisión; pero después una breve resolución. Todo el personal superior y
subalterno, compuesto de 6 oficiales y 8 escribientes y ordenanzas, forma inmediatamente al
lado del puesto de combate con frente a la pequeña casilla de madera en la hondonada. Apenas
habíamos terminado de formar, apareció el General Dietl. Pocas veces vi su rostro tan lleno de
asombro y algo indeciso como ante esa formación repentina de sus leales. A su pregunta: -¿Qué
broma es la que ahora están Uds. preparando?, se adelantó el Teniente Coronel Bader y le entregó
el telegrama del Cuartel General del Führer en que comunicaba la distinción, expresando a la
vez las felicitaciones que casi con seguridad no fueron nunca dichas en tales inmediaciones,
como tampoco con más sincera cordialidad.

10 de Mayo. — Tropas alemanas invadieron Holanda y Bélgica. Era la iniciación de la gran


ofensiva en el Oeste. Si pudiéramos nosotros pasar también al avance victorioso. Teníamos
tiempo variable. Nueve bombarderos propios sobre el fiordo Ofoten. Un destructor enemigo
habría sido hundido y otro dañado. Tres aviones Ju 52 y dos Cóndor efectúan lanzamientos
sobre nosotros y en Björnfjell. El Coronel Windisch recibió todavía en la tarde del 9 la Cruz de
Hierro de I Clase y “los Mayores Haussels y von Schleebrügge la presilla a la Cruz de Hierro de
I Clase. En Ankenes la situación de la compañía Obersteiner se hace cada vez más difícil, pues
el enemigo allí ha sido reforzado nuevamente.
A la tarde acuatizan un hidroavión en Rombaken y otro en el fiordo Beiss con el Teniente
Adler y 30 hombres. Entregamos correspondencia para la patria.

11 de Mayo. — Recibo correo de mi casa, de fecha 21, 28 y 29 de abril. Un día de fiesta para
todos los que han recibido saludos de la patria. Al anochecer tres hidroaviones noruegos lanzan

103
bombas aisladas sobre el Regimiento Windisch y sobre Narvik, las que no producen daños.

12 de Mayo. — Pentecostés, la grata fiesta, empieza entre nosotros con una densa nevada e
intenso frío. Todo vuelo así como el descenso en paracaídas de cazadores y de cazadores de
montaña que se había anunciado, resulta imposible.
Noticias alarmantes de Narvik; desde el fiordo Oeste y desde la rada del Arco se hallan en
avance numerosos buques de guerra, entre ellos, por lo menos, un buque de batalla y 2 a 3
cruceros. De nuestro lado todo está en máximo alistamiento. Pero no sabemos si se trata de un
desembarco en Narvik o en otro lugar de la costa o sólo de una demostración.

13 de Mayo. — Los buques de guerra anunciados el día anterior con varios transportes, en
total 16 unidades, entraron en la noche en el fiordo Herjangs y exactamente a las 0000 abrieron
un intenso fuego sobre Bjerkvik y la costa vecina. A las 02:00 empezó el desembarco de,
probablemente, 3 batallones (franceses que llevaban consigo vehículos blindados). Actualmente
un batallón ataca a Elvergaardsmoen y otro en dirección norte. Todavía se desconoce la
situación del tercer batallón. El Regimiento Windisch, que precisamente estaba procediendo al
relevo de dos compañías, se halla empeñado en combates muy encarnizados. La marina, que
mantiene ocupada la costa oriental del Herjangen, desde Gjeisvik hacia el sur, después de sufrir
fuertes pérdidas tuvo que replegar sus débiles fuerzas a las montañas. El Batallón Stautner se
hallaba al comienzo del ataque con frente al norte y al nordoeste. El Batallón Hagemann estaba
con frente al noreste, de modo que el choque del enemigo tomó de flanco y de espaldas a esos
batallones.
22:00 horas: ha terminado una difícil jornada. El campamento de Elvergaardsmoen tuvo que
ser evacuado hacia mediodía. El hospital con una cantidad de heridos graves y tres cirujanos
alemanes, que se habían quedado para su atención, se halla en poder del enemigo. Los cazadores
de montaña, combatiendo encarnizadamente, se han replegado a las alturas a ambos lados del
lago Hartvig. De este modo la carretera de Elvanes a Bjerkvik y más allá hasta Gjeisvik está
en poder del enemigo. El trecho Gjeisvik-Oijord está igualmente libre. A la mañana aviadores
ingleses atacaron también nuestro puesto de combate y lanzaron bombas contra nuestro túnel,
bombas que en su mayor parte no explotaron. Durante toda la noche se reciben partes, según los
cuales la situación en Windisch se ha estabilizado algo. Los cazadores están, empero, tan cansados
que una parte se ha quedado dormida al lado de las ametralladoras que hacen fuego”.

Aquí interrumpimos la transcripción del diario del ayudante, el acompañante permanente


del General Dietl y reproducimos la orden del día del que había sido distinguido con la
Cruz de Caballero:
Narvik, 9 de Mayo de 1940.
El Führer y Comandante Supremo de la Wehrmacht me ha otorgado la Cruz de Caballero de
la Cruz de Hierro.
Camaradas de la 3 División de Montaña, de la Marina de Guerra y de la Luftwaffe:
Veo en esa distinción sólo un máximo reconocimiento y una prueba de agradecimiento por
vuestros esfuerzos. Si actualmente, un mes después de haber tomado pie en suelo noruego,
ocupamos todavía Narvik y las posiciones de montaña en el norte, se debe sólo al pleno
alistamiento a empeñarse de cada uno de vosotros y a la camaradería del frente, llena de
abnegación, lo que alguna vez ha de servir de ejemplo luminoso a la juventud alemana.
Sólo les pido una cosa:

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A pesar de todas las inclemencias del tiempo y de la superioridad numérica de los enemigos,
continuad siendo los magníficos soldados alemanes como hasta ahora. Entonces también en el
futuro nos ayudará la Providencia.
Dietl. General de División.

El 13 de abril, después de una lucha heroica, nuestros destructores se hundieron con la


bandera al tope o tras la última granada, encallados y volados. Con ello perdimos toda
libertad de movimiento en el agua y nos hallábamos bajo la acción permanente de la
artillería enemiga. Pero la tierra no había sido pisada por soldado enemigo alguno, hasta
donde alcanzaban los fusiles y las ametralladoras de nuestros cazadores.
Exactamente un mes más tarde, y de nuevo en un día 13, tuvo lugar la primera irrupción
enemiga en nuestras posiciones costeras. Con eso nuestra situación que, ya antes, no
podía calificarse de promisoria, se tornó extremadamente seria. En el frente, que en total
alcanzaba a casi 50 kilómetros de longitud, se hallaban todavía del lado alemán apenas
unos 1.500 soldados en primera línea. Las fuerzas del enemigo alcanzaban en esa época ya
a unos 12.000 hombres, en los que no se incluían las dotaciones de los buques ingleses con
la extraordinaria potencia de su artillería naval.

Ha de ser interesante citar nuevamente a Winston Churchill, quien describe la situación


a principios de mayo en la siguiente forma:
Después del 16 de abril, Lord Corks se vio obligado a renunciar al pensamiento de un
asalto directo a Narvik. Un bombardeo de la ciudad durante tres horas, efectuado por el
buque de batalla Warspite y tres cruceros, no fue suficiente para desalojar a la guarnición
alemana ... El nuevo plan preveía desembarcar en el fondo del fiordo del otro lado de
Narvik y después atacar esta ciudad desde la margen opuesta del fiordo Rombaken... A
principios de mayo se hallaban a disposición tres batallones de “Cazadores Alpinos”, dos
batallones de la Legión Extranjera francesa, cuatro batallones polacos y una agrupación
noruega de 3.500 hombres. El enemigo, por su parte, había sido reforzado por partes de la
3 División de Montaña.

Churchill informa después sobre el desembarco en Bjerkvik en la noche del 12 al 13 de


mayo. El comando en jefe había sido confiado, entretanto, al General Auchinlek.
Los terribles acontecimientos en el continente, empero, siguieron su curso y eclipsaron todo. El 24
de mayo, ante la derrota aniquiladora, se resolvió casi por unanimidad concentrar todas nuestras
fuerzas en Francia y en las islas patrias.

El 10 de mayo, la Wehrmacht, apoyada por la Luftwaffe, había pasado a la ofensiva en la


frontera occidental y logrado rechazar al adversario en una blitzkrieg sin precedente. No
obstante, en Londres no se quería renunciar al objetivo de tomar Narvik a fin de destruir
el puerto.
Como si los defensores del pequeño puerto noruego debieran experimentar hasta lo
último todos los sufrimientos y contrariedades de una lucha, el cielo de Narvik se cubrió
de nubes que se volcaban continuamente, en forma alternada, en lluvias y nevadas. Un
viento glacial que silbaba por todas las grietas, se encargaba de llevar hasta el último resto
de calor y de que sólo un frío polar envolviera a los hombres que chorreaban humedad. A
este estado nocivo para la salud, se agregaba la escasez cada vez mayor de víveres. Desde

105
hacía semanas ya no se podía distribuir comida caliente a los combatientes. Tenían suerte
si de vez en cuando podían encender fuego bajo la protección de una cueva derrumbada
de nieve o en un blocao destruido por los proyectiles enemigos y en una lata de conserva
preparar una bebida caliente. Por lo común, no disponían de esa sola posibilidad de
llevar un poco de calor al cuerpo. Entonces los hombres que no se habían sacado la ropa
desde que entraron en Narvik, tenían que proteger los miembros endurecidos por el frío
mediante golpes con las manos, evitando así la congelación total.
En esas condiciones precarias debían luchar de día y de noche contra el enemigo muy
superior en número, provisto de todos los elementos y completamente descansado, y
rechazarlo.
Hasta el 13 de mayo se habían podido mantener todas las posiciones que de Bjerkvik se
orientaban hacia el nordeste, las que siempre hallaban un sostén en las alturas dominantes,
y se podían replegar metódicamente de una fuerte posición a otra.
Para el enemigo, en cambio, el avance, el ataque y el abastecimiento resultaban muy difíciles
debido al terreno carente de caminos y todavía cubierto por una espesa capa de nieve, que allí
tenía el carácter de alta montaña. Después del desembarco en Bjerkvik y de la ocupación de
Elvergaardsmoen, el Regimiento Windisch se vio privado hasta de sus últimos alojamientos,
de su hospital, sus depósitos, de sus caballos y de una gran parte de su vestuario y equipo.
El enemigo, por su parte, había logrado crearse una cabeza de playa en la que podía seguir
desembarcando nuevas fuerzas y desde la cual podía avanzar hacia el sur y el este.
Ahora el comandante responsable de la “Agrupación Narvik”, nuestro General Dietl, debía
reflexionar sobre todas las posibilidades que todavía nos quedaban y sobre las resoluciones
que debían tomarse de inmediato y con vistas al futuro. En esas noches el lecho sobre el
duro banco en la pequeña cámara del General, en el puesto de combate, quedó sin ser
usado. De día, el General Dietl recorría en sus esquíes las posiciones de primera línea
o reconocía nuevas posibilidades de defensa en la zona de retaguardia, cada vez más
estrecha. Pero de noche estaba sentado, encorvado sobre partes o cartas y analizaba con el
Teniente Coronel Bader todas las posibilidades que aun quedaban.
El gran interrogante, ahora de trascendental importancia, era si la ciudad de Narvik
debía ser evacuada en vista de la amenaza a esperar también de la dirección de Oijord,
o ser mantenida sin consideración al desarrollo de las luchas en el ala norte y en la zona
de Ankenes. Un enemigo decidido, que además poseía el absoluto dominio del mar y al
parecer había concentrado en esos días numerosas fuerzas combatientes navales, habría
de intentar, por fin, atacar la ciudad o cortarla mediante un avance de rodeo a través del
Rombaken y por el fiordo Beis, Entonces toda la guarnición de la ciudad, compuesta
del batallón Haussel, relativamente completo, y de varias unidades de marina de buena
potencia de combate, y que disponía de numerosas armas pesadas de infantería (morteros
y ametralladoras pesadas), de casi toda la artillería antiaérea liviana y de dos cañones de
montaña se habría perdido y también se hubiera sellado el destino de la valiente compañía
que en Ankenes luchaba contra una superioridad diez veces mayor.

En el diario de guerra del Batallón de Marina Erdmenger se lee con respecto a esos días:
13 de Mayo. — A causa de la inesperada irrupción inglesa, el regimiento se halla en una muy
difícil situación táctica. Existe el peligro de que todas las fuerzas se vean cortadas y cercadas si
los ingleses logran ocupar o destruir el puente existente en el lago Hartvig, el único que permite
una retirada... El repliegue se efectúa, por lo demás, en un orden ejemplar. Todo el regimiento

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es retirado en el curso de la noche por el único puente sin sufrir pérdidas. Los depósitos de
subsistencias y de munición en el lago Hartvig son destruidos. Entretanto se reciben partes
que permiten deducir que los noruegos tratan de avanzar desde el este en las espaldas de la
nueva línea principal de combate que se acaba de fijar: Storebalak-Lillebalak... En toda la línea
principal de combate no había ni un solo soldado alemán. Se comprobó más tarde que las
unidades estaban físicamente tan agotadas que ya no podían realizar esta otra subida a la nueva
línea principal de combate señalada. Si en ese momento el enemigo hubiera seguido con alguna
energía, entonces habría caído en sus manos la nueva línea principal de combate así como
nuestra Retaguardia.

14 de Mayo. — Sopla un viento glacial del este. Las existencias de víveres, incluso las raciones
de reserva, ya han sido consumidas. Los paños de carpa y las mantas han quedado casi sin
excepción en las posiciones. La tropa sufre considerablemente por el frío (nunca tuvimos
capotes). El terreno, en el sector asignado, no ofrece protección alguna.

15 de Mayo. — El Teniente von Georg comunica que una gran parte de los soldados sufre de
enfermedades graves de estómago así como de lesiones en los pies. Numerosos soldados tienen
hemorragias nasales y vómitos por exceso de fatigas. Me dirijo entonces al jefe de batallón y
después al jefe del regimiento para informar sobre la situación.

16 de Mayo. — La inspección médica da un 50 % del efectivo de la compañía como no apto


para el combate y debe ser evacuado al hospital Björnfjell (congestión pulmonar, enfermedades
de estómago, lesiones por el frío y de los pies).

17 de Mayo. — ¡Brilla el sol! Forma la dotación y se pasa revista. Se les explica el objetivo
estratégico, se hace referencia al honor del soldado y a la influencia lejana de la ofensiva en el
Oeste. El lema: “Debemos seguir creyendo en un buen final”. Los marineros son ejemplares. Se
han dado clara cuenta de lo que está en juego y tienen el amor propio de no ser menos que los
cazadores en ningún aspecto.

El resto de la “Agrupación Narvik”, es decir, los batallones I y III del Regimiento Windisch
y las unidades deficientemente equipadas de la marina de guerra en el ferrocarril
minero, quizá habrían podido ocupar todavía una posición de cerrojo desde Rundfjeider
por el Haukfjeider al Rauberger y en la margen meridional del Rombaksborn por el
Middagselvfjelder y el Sildviktind. Era fácil de calcular el tiempo que esos restos todavía
hubieran podido resistir contra una superioridad entonces de, probablemente, veinte
veces.
Ahora de nuevo se mostró el soldado férreo Dietl en toda su grandeza. Las posibilidades
mencionadas fueron examinadas en forma objetiva y fría como el plan de romper hacia el
sur con las últimas fracciones que todavía tuvieran aptitud de combate. Este pensamiento
tuvo, empero, que descartarse bien pronto, pues la extensa región de ventisqueros al sur de
Narvik jamás podría ser franqueada con una tropa casi totalmente agotada, sin el equipo
y los abastecimientos requeridos.
De este modo, bajo la intensa presión del enemigo, en una situación casi desesperada,
tuvo que tomarse la primera resolución trascendental que contribuyó en forma decisiva
en el resultado victorioso: ¡la ciudad de Narvik no será evacuada! Ahora y en las semanas

107
siguientes expresó el General Dietl siempre de nuevo: -No retrocederé un solo paso si no me
veo forzado a ello por ataques enemigos superiores.

En base a esa resolución, los cazadores de montaña alemanes permanecieron todavía


durante dos semanas enteras más, en defensa tenaz contra la amenaza cada vez más potente
del ala norte desde las alturas de Ankenes hasta el ferrocarril minero e hicieron fracasar el
plan que, con seguridad, había sido estudiado en el Comando Supremo Inglés, de atacar a
continuación inmediata de la irrupción en Bjerkvik también la misma ciudad de Narvik,
cuyo nombre se había hecho conocer por todo el mundo. Y esas dos semanas fueron de
importancia decisiva. La tensión que existía entre, todos los combatientes de Narvik desde
el día del desembarco aliado, había aumentado al máximo.
El 16 de mayo el cabo Grossmann con su cañón de 2 cm., en posición en el puerto de
Fagernes, logró rechazar una tentativa de desembarco de los ingleses. Su informe de
combate, elevado el mismo día a mediodía, dice lo siguiente:
El 16 de mayo a las 01:15, el vigía comunicó que cinco barcas de pescadores se aproximaban
al puerto desde la dirección de Framnes. La observación ulterior permitió distinguir en total
siete barcas que seguían curso exactamente sobre el puerto de Narvik. Al no doblar tampoco
al llegar a la altura de Ankenes, alarmé al servicio de mi pieza. Las embarcaciones avanzaban
directamente con rumbo a la chimenea del primer buque hundido y se detuvieron allí un rato.
Las dos barcas de la izquierda se acercaban, además, cada vez más a la orilla de Ankenes y se
hallaban ya al sudeste de la iglesia. En base a esas dos observaciones, abrí el fuego a la 01:30. Se
efectuaron golpes de fuego. Al principio, los disparos eran algo cortos y después de alargarse
fueron muy buenos. Se dispararon 240 cartuchos; quedan 1.029 cartuchos. La ametralladora
pesada en Ankenes abrió también el fuego. Las barcas viraron y se alejaron apresuradamente;
se observaron impactos.
Mientras efectuábamos nuestro fuego, apareció un destructor (de jefe de flotilla) detrás de
Framnes, avanzó, a corta distancia de las barcas en retirada, en dirección a Ankenes, después
viró y retrocedió; hizo que algunas de las barcas se colocaran a su lado. Entretanto aumentaba
la cantidad de barcas. Se dirigieron finalmente, hacia las 02.40 horas, todas en dirección a
Haakvik. Se contaron en esa oportunidad 27 cuters de pescadores con motor. Una embarcación
desapareció detrás de Framnes.

El parte diario del “Comando del Sector Narvik” del 17 de mayo relata el ataque de la 7
Compañía, reforzada sólo por una sección de esquiadores, en la siguiente forma:
El enemigo ocupaba Harhausen y la altura 643 con, por lo menos, una compañía y una
sección de ametralladoras pesadas. Intervinieron, además, varios lanza-granadas y cañones
de infantería en la lucha defensiva. El enemigo contaba con excelentes posiciones y el ataque
tuvo que ser realizado, lamentablemente, por un terreno que ofrecía pocas cubiertas y que en
muchas partes era visto por aquél.
La agrupación, en avance desde Olderneser, atacó en forma enérgica el flanco del enemigo en
Harhausen y, bajo la conducción del Sargento 1° Jelcic, llegó hasta una distancia de 60 metros
de él.
Frontalmente el ataque fue llevado con gran empuje bajo el apoyo de fuego del propio grupo
de ametralladoras pesadas hasta la altura 643. La agrupación que flanqueaba a la izquierda
había llegado a proximidad de Traadvd; allí recibió un fuego de rechazo tres veces superior.
A causa de la gran superioridad enemiga, el ataque se paralizó. Se tomó todavía la altura 643.

108
Como en opinión del jefe de compañía con la posesión de la altura 668 sin la altura 734 nada
se había ganado y un ataque sobre la altura 734 con las fuerzas disponibles no permitía un
éxito frente a la fuerte defensa, ordené desprenderse del enemigo y ocupar de nuevo la antigua
posición Skavtuva-Kestefjell-606. El desprendimiento se efectuó en forma ejemplar bajo la
protección de fuego del grupo de ametralladoras pesadas de la sección antiaérea. Transcurrió
unas cuatro horas hasta que las últimas partes llegaran de nuevo a la posición de partida.
Pérdidas durante el desprendimiento: 2 heridos graves. Pérdidas totales en el ataque: 6 muertos,
3 heridos graves.
Con el completo conocimiento sobre el enemigo que ahora se tiene, no se puede emprender
con perspectivas de éxito un nuevo ataque con las fuerzas disponibles,
A ese efecto se requieren por lo menos tres compañías con armas pesadas. Tanto más hay que
reconocer así el espíritu con que se realizó el ataque y se logró el éxito parcial.

Otra vez más hablarán las anotaciones del diario de guerra del ayudante:
14 de Mayo. — A la mañana un tiempo hermoso, despejado y ventoso. A la tarde, tempestad.
Los Capitanes Gadow y Berger han venido al Comando para informar. Una parte de las fuerzas
de marina es reunida en Björnfjell y reorganizada. A las 11:30 se oye un intenso ruido de
motores en dirección sur: siete aviones alemanes, de ellos 4 Junkers.
Por primera vez se abren los blancos paracaídas de los cazadores paracaidistas alemanes
sobre el “aeródromo” de circunstancias Björnfjell, del cual una parte se halla, lamentablemente,
cubierto por rodados. Un teniente y 60 soldados se lanzan sobre un terreno que en realidad
debía descartarse para tal objeto. Un soldado quedó colgado de un viejo mástil de cables
eléctricos y pudo ser bajado ileso; otro sufrió una ligera fractura del cráneo. Por lo demás, todo
anduvo bien.
Casi al mismo tiempo se reciben nuevas noticias serias de la “Agrupación Windisch”. El enemigo
ataca de nuevo con energía en Buggedalen y logra ocupar pasajeramente el Storebalak y la altura
717, situada al oeste de ese cerro. La opinión anterior de que aquí también se habían empeñado
cazadores alpinos franceses, no se confirma. Son batallones noruegos, que se han aproximado
aprovechando hábilmente el terreno. Al mismo tiempo se ha perdido la altura 401 al sudoeste
del lago Hartvig. Ahora en todas partes sólo se hallan grupos o débiles secciones de nuestros
cazadores de montaña contra batallones enteros del enemigo. Ya no existían reservas. No es el
fuego de la artillería o los distintos ataques del enemigo lo que da a la lucha de los cazadores
de montaña el brillo glorioso de viejas leyendas heroicas, sino antes que nada los inauditos
esfuerzos físicos en la gruesa nieve, sin alojamiento, sin suficiente alimentación y sin relevo
alguno y la conciencia que la pequeña agrupación, cuyos efectivos son cada vez más reducidos,
está completamente encerrada y que no puede esperarse una suficiente ayuda desde el exterior.
Tromsö irradia el parte del Ejército Británico, según el cual Sedan, Namur y Rotterdam están
en poder de los alemanes. Esto nos hace olvidar nuestras preocupaciones.
Los cazadores paracaidistas no trajeron mochilas ni bolsas y debido a la escasez de espacio
tampoco trajeron esquíes ni equipo de invierno. Se les entregaron las últimas existencias de
Björnfjell y ya a las 23:00 tuvieron que ser puestos en marcha a la “Agrupación Windisch”. Una
marcha de 8 a 10 horas de duración, por el profundo barrial de la nieve, con todas las armas
y mucha munición, significa un esfuerzo inaudito después de un largo vuelo y de un difícil
lanzamiento en paracaídas.

15 de Mayo. — Frío y ventoso. Nuevas reuniones para estudiar detenidamente la situación.

109
A las 09:30 cazas ingleses vuelan sobre la posición y 6 biplanos ingleses atacan con bombas el
puente de Norddal y la estación Björnfjell. Vuelan con mucha audacia. La defensa en el puente
de Norddal se desempeña bien. En Björnfjell 2 muertos y 8 heridos. A la tarde el General sube
el Björnfjell, acompañado por mí, a fin de inspeccionar el puesto de marina establecido allí y
reconocer también las condiciones de esa altura para la defensa. Siempre de nuevo entusiasma
la amplia vista sobre el Sneetind, Riftind, Bukkefjeld y Storebalak. Desde la lejanía brilla
también el Leigastid, de 1.335 metros de altura, por cuya posesión se lucha encarnizadamente.
En todas partes el paisaje es todavía completamente ártico.
Al descender vemos tres aviones destructores alemanes que a una gran velocidad protegen
la zona. Detrás de ellos 3 Ju 52, de los cuales se arrojan 22 cazadores paracaidistas; todos ellos
aterrizan con felicidad. A la noche una reunión con el Capitán Kothe. Con los soldados de marina
reunidos en Björnfjell se forman tres nuevas secciones, las que son empleadas en el sector del
Capitán Brugger detrás del ala derecha. Durante la noche recibimos una comunicación de que
aviones en picada (Stukas), los que por fin, podrán volar hasta donde nos hallamos, después de
terminarse un nuevo aeródromo de circunstancias.
En la “Agrupación Windisch” la situación se estabiliza. Se rechazan ataques parciales.

16 de Mayo. — Se rechazan ataques noruegos sobre Kobberfjell. En Schleebrügge ha caído el


valiente Teniente Trautner con una parte de su sección de esquiadores. Al anochecer, 12 bom-
barderos alemanes atacan los lugares de desembarco enemigos en,el fiordo Herjangs. En dis-
tintas partes se produjeron grandes humaredas y detonaciones. Los cazadores se alegran, pues
toda bomba en las reservas y comunicaciones de retaguardia del enemigo significa un alivio
para nosotros.

17 de Mayo. — Tiempo claro y frío. Al mediodía se lanzan otra vez 60 cazadores paracaidistas
desde 7 Ju 52. Incluyendo los lesionados del descenso anterior, el total de ellos alcanza a 6. Los
soldados producen una excelente impresión.
A la tarde llegan 2 Ju más con material y 16 hombres. Al mismo tiempo 4 aviones destructores
protegen el descenso y también algunos bombarderos alemanes colaboran en distintas partes.
¡Intensa actividad aérea! Estamos todavía sin correo.

18 de Mayo. — Los cazadores paracaidistas, a causa de la situación, deben de inmediato ser


enviados hacia adelante, en vez de constituir por fin la reserva de división necesitada con
urgencia.
En Schleebrügge se rechazan fuertes ataques.
El Capitán Bach comunica desde Narvik que en la noche del 17 al 18, diferentes cúters trataron
de entrar en el puerto. Al recibir fuego, viraban de inmediato. ¿Serán reconocimientos para un
próximo desembarco? A la tarde nueva subida al Björnfjell con el sargento ayudante Hermann
y soldados Rupieta, Graup, Adler y Oberforcher, a fin de reconocer posiciones para nuestra
extrema última reserva, es decir, la constituida por la guardia del comando y los escribientes.
Por falta de esquíes, descendemos sentados por una depresión de la nieve.
La “Agrupación Windisch” recibe 5 Cruces de Hierro de primera clase y 136 de segunda.

19 de Mayo. — ¡Día de la madre! Densa niebla. Calma en el frente. El señor General va a


visitar los heridos en nuestros hospitales de circunstancias en el ferrocarril minero y distingue
a seis de ellos con la cruz de hierro.

110
20 de Mayo. — De nuevo tenemos niebla. En Narvik sol y calor. Repetidos bombardeos
propios sobre buques y blancos enemigos en la playa del Arco y en el Herjangen.
Después de haberse observado, ya desde hace algunos días, vehículos y tiradores en Oifjord,
hoy se efectúan desembarcos en Tröedal bajo la protección de un crucero y dos destructores.
Esto es muy desagradable para el flanco izquierdo de la “Agrupación Windisch”.
A la tarde llegan 3 Ju 52 con munición y equipo, 3 aviones destructores alemanes, 1 He
110 y 2 hidroaviones. Los hidroaviones acuatizan en el Rombaken, no obstante el intenso
fuego enemigo y traen 2 tenientes y 12 hombres del R. 138 de Cazadores de Montaña, 1
cañón antitanque con su servicio, el Capitán Kless del Estado Mayor de la Luftwaffe y un
sacerdote católico.

21 de Mayo. — Frío y desagradable. A la mañana reunión en Hundalen. De inmediato 12


cazadores de montaña y 30 soldados de marina deben ser transbordados al este del estrecho de
Strömen a Tyttebervik a fin de proteger Hergotten contra las fuerzas enemigas desembarcadas
en Tröedal. El alistamiento de esta fuerza combatiente tropieza con grandes dificultades. El
Capitán Berger debe sacar hasta los últimos soldados de marina de Hundalen y debilitar,
además, sus importantes fuerzas de seguridad en la altura 817 y 930 al sur de Hundalen.
El Capitán Kless y el presbítero Andreas (de Maguncia) se presentan en el puesto de combate.
El Capitán Kless permanece como oficial de enlace de la Luftwaffe entre nosotros; el sacerdote
va al frente.
El Regimiento Windisch debe ser replegado a la 3a. posición reconocida en los últimos
días. También esta posición, como es natural, sólo se compone de rocas cubiertas de nieve sin
posibilidad alguna de alojamiento.

22 de Mayo. — El movimiento de repliegue de Windisch no es perturbado por el enemigo. La


nueva posición es excelente y 6 kilómetros más corta. Al atardecer llegan el Teniente 1º Renner,
3. R. 138 Cazadores de Montaña, con una parte de su compañía, en hidroaviones que acuatizan
en el Rombaken.
Intensa actividad aérea propia y ataques sobre buques de guerra enemigos, que muy
intranquilos navegan a gran velocidad en zig-zag.

23 de Mayo. — A la mañana 3 cazas británicos vuelan a alturas muy bajas, como artistas
aviadores, siguiendo las curvas del Rombaken, y baten con las armas de a bordo a todo lo que
se mueve abajo.
A la noche, de 22.30 a 23.30 se arrojan los primeros cazadores de montaña (Compañía del
Teniente 1° Schwaiger, del Regimiento 137 de Cazadores de Montaña, en Salzburgo) en nuestro
sector. Sólo 7 días de instrucción de paracaidistas en la patria. Muchachos guapos. Una fractura
de nariz y una torsión son las únicas novedades. Un brillante espíritu. Todos voluntarios.

24 de Mayo. — Viento frío. ¡A la mañana apareció Mariña Lie! Su verdadero nombre


permanece ignorado y, por otra parte, no tiene importancia. Con esto se nos ha ofrecido todo
lo que una guerra moderna puede presentarnos: viaje por mar en buques de guerra con viento
de velocidad 9 hasta 10, pasando cerca de Inglaterra, desembarco en un país extranjero, batalla
naval ante nuestras vistas, aislamiento completo, abastecimiento por el aire, paracaidistas y
ahora también una agente de informaciones. Trajo excelentes noticias, descargó su bolsa con
jamón y otros fiambres, chocolate y tabaco y desapareció con encargos nuestros y se fue sin

111
dejar rastros, tal como había venido.
A mediodía se arrojaron nuevamente soldados del Regimiento 137. También se lanzaron
víveres, como también canastas con botellas de cognac, lamentablemente algunas rotas.
Alrededor del aeródromo se veía a algunos soldados que se agachaban sobre algunas manchas
de color marrón en la nieve para, por lo menos, oler el grato aroma.

25 de Mayo. — Viento glacial del Este. El señor General está de nuevo adelante
con Windisch. Nuestro habitual Cóndor no llega hoy. Se habría perdido en el
vuelo a Drontheim. Dos biplanos pequeños ingleses aparecen repetidas veces.
Narvik comunica vivos movimientos en la playa del Arco y la entrada de numerosos buques.
El resto de la Compañía Rieger se lanza en paracaídas. Sobre toda la “Agrupación Narvik reina
una intranquilidad inexplicable.

26 de Mayo. — Tiempo muy hermoso, a mediodía hasta caluroso. A la mañana un He 111,


en el ala izquierda del Batallón Stauter, es derribado por 2 cazas ingleses y cae en llamas en el
Rombaken.
Hacia las 17:00 se lanza el jefe de un batallón de cazadores paracaidistas, el que en las luchas
en Holanda y Bélgica fue condecorado con la Cruz de Caballero, Capitán Walter, con 40
cazadores de montaña y anuncia la venida de todo un batallón. Por fin un alivio manifiesto;
con todo, es insuficiente. Debemos alguna vez relevar por fin a nuestros cazadores de montaña
de la “Agrupación Windisch” en forma transitoria y constituir con ellos la reserva de División,
tan urgentemente necesaria. Pero, para eso, el señor General requerirá 1.500 a 2.000 hombres
y ésos nunca llegarán.
De Narvik siempre se reciben partes sobre intensos movimientos de buques. Por tal motivo,
la Compañía Rieger es puesta en marcha a Narvik. La pregunta que siempre formulamos es:
¿Cuándo será atacado Narvik? La radio de Tromsö ha anunciado repetidas veces la caída de
Narvik.
El Capitán Kless que hace algunos días partió hacia el sur en una máquina de abastecimiento
que regresaba, vuelve hoy completamente solo en un Fieseier Storch. Un esfuerzo extraordinario.
Lamentablemente el aterrizaje en el tan precario aeródromo causa averías al aparato. Felizmente
él mismo, una media botella de cerveza por persona y una botella de cognac quedan salvos.

27 de Mayo. — Tiempo de sol y calor. Mi padre celebra hoy en Macklemburgo su 90º natalicio.
El General y yo viajamos en nuestra pequeña zorra a Hundalen y después de una corta entrevista
con el Capitán Berger, seguimos en el autovía reparado por la marina a Straumsnes, donde se
analiza la situación general con el Mayor Haussels, el comandante de Narvik. En el Rombaken
todo reverdece. Después de la nieve y hielo continuos, la vista descansa en la desconocida
lozanía primaveral y los pulmones aspiran por fin una atmósfera que se asemeja a la de la patria.
Almuerzo con el Capitán de corbeta Holtorf en una pequeña casilla de madera. Dos veces
visita el destructor británico de servicio, que navega a muy corta distancia de la orilla.
No obstante el magnífico tiempo primaveral, en todos los jefes responsables hay la intuición
de desgracias inminentes y una ligera intranquilidad.

112
IV
Perdida y reconquista de Narvik

1. El ataque a la Ciudad

D urante siete semanas la “Agrupación Narvik” había resistido a un enemigo supe-


rior y se hallaba sin comunicación directa alguna con la patria. Los informes que
sobre Narvik traía el parte del OKW eran aún más breves y graves que antes. Casi dia-
riamente se repetía la frase: “La “Agrupación Narvik” se halla todavía en difíciles luchas
defensivas contra un enemigo muy superior”.
La población alemana se había formado una clara idea de los enormes esfuerzos, los
sacrificios y la disposición a jugarse por entero que involucraban esas pocas palabras. El
nombre del General Dietl ya había sido difundido más allá de la frontera alemana, por
todo el mundo. Después supimos que en todas partes, en las ciudades y en el campo, se
discutía acaloradamente sobre lo que a juicio de los estrategas del interior, debía hacer
o evitar el comandante de la “Agrupación Narvik”. Se analizaron todas las posibilidades,
desde la conquista de los buques ingleses, pasando por la ruptura en dirección al sur y la
evacuación con aviones hasta el pasaje de la frontera sueca. Si hubiéramos tenido mejores
comunicaciones con el territorio patrio, todos esos consejos con seguridad hubieran llegado
hasta nosotros. En el resultado final que algún tiempo después se alcanzó realmente en la
lucha por Narvik, es decir, la victoria completa, nadie ha de haber creído entonces. Y, sin
embargo, fue recién a fines de mayo que la encarnizada lucha en la soledad ártica llegó a
esa intensa crisis que hizo contener la respiración del mundo.
Por noticias de agentes, supimos todavía el 27 de mayo que los ingleses habían postergado su
ataque sobre Narvik hasta contar con buques de un calado más reducido. Winston Churchill en
sus “Memorias sobre la II Guerra Mundial” ha relatado la situación desde el punto de vista inglés
en la siguiente forma:

El 20 de abril conseguí la aprobación del nombramiento de Lord Corks como comandante de


todas las fuerzas navales, terrestres y aéreas en la zona de Narvik, con lo que el General Mackesy
le quedaba subordinado. Nunca hubo la menor duda sobre el fuerte espíritu ofensivo de Lord
Corks; se daba perfecta cuenta del peligro de toda demora; pero las dificultades climáticas,
topográficas y administrativas eran muchísimas mayores en el lugar que lo que podíamos
calcular en nuestro país... Habíamos abrigado la esperanza de que el General Mackesy adoptase
más fácilmente medidas tácticas audaces si se le libraba de la responsabilidad principal. Pero
ocurrió precisamente lo contrario; recurrió a toda clase de argumentos —y no había escasez
de ellos—, a fin de evitar un enérgico avance. En el curso de la semana que siguió a nuestra
resolución de desistir de un asalto improvisado a la ciudad, las circunstancias se habían
modificado allí en nuestro perjuicio-. Los 2.000 soldados alemanes trabajaban indudablemente
de día y de noche en el perfeccionamiento de sus posiciones fortificadas, que al igual que la
ciudad estaban ocultas por una densa capa de nieve. A ellos, el enemigo con toda seguridad
había incorporado en sus unidades a los 2.000 o 3.000 marinos que se habían salvado de los
destructores hundidos. También la fuerza aérea adversaria aumentaba de día en día y nuestros
buques y tropas de desembarco debían sufrir bombardeos cada vez más violentos... Lord Corks
resolvió efectuar una operación de reconocimiento contra Narvik bajo la protección de fuego
de la flota; pero el General Mackesy se opuso al plan. Declaró que consideraba de su deber
113
señalar antes de la ejecución de esa empresa que todo oficial y soldado bajo sus órdenes se
avergonzaría por sí y por su país si miles de hombres, mujeres y niños noruegos en Narvik
tuvieran que soportar el bombardeo proyectado.

A pesar de los partes de los agentes que inicialmente tranquilizaron, tampoco en


esas circunstancias le falló a nuestro General el instinto certero demostrado en todas
las situaciones militares difíciles. Ya entonces estuvo en claro de que en caso extremo
debía aceptarse la pérdida de la ciudad, y que en ningún caso debía sacrificarse toda la
guarnición de Narvik. Para un repliegue metódico ante un ataque enemigo superior sólo
pedía recurrirse al ferrocarril minero o al camino a lo largo del fiordo Beis. La retirada por
el ferrocarril minero probablemente habría costado pérdidas en extremo elevadas a causa
del constante flanqueo desde el Rombaken. Por tal motivo, se analizó con el comandante
de Narvik, antes que nada, en forma detenida la segunda posibilidad.
Ahora comenzó el período de nuestra lucha que en todo el mundo enemigo originó
manifestaciones prematuras de júbilo y en la patria alemana una profunda depresión. La
“Agrupación Narvik” comunicó que el adversario efectuaba preparativos de ataque. Delante
de Narvik reinaba, empero, una sorprendente tranquilidad. Un día de primavera caluroso y
lleno de sol iba pasando lentamente a la clara noche nórdica. La compañía de cazadores de
montaña que el 25 de mayo había llegado con paracaídas a Björnfjell, marchaba cantando
a Narvik y ya el 27 fue empeñada, bajo las órdenes del Teniente 1º Rieger, en Ankenes, en
apoyo de la 8. Compañía del Regimiento 139 de Cazadores de Montaña. La 2. Compañía
de Cazadores paracaidistas, al mando del Teniente 1° Schwaiger, fue puesta a órdenes del
Comando del Sector Narvik, como reserva contra tentativas de desembarco del enemigo.
Se había instalado en el último túnel antes de Narvik y en el sector del batallón de marina
allí instalado. De este modo se reforzaron las tropas disponibles para la defensa de la
ciudad y de las alturas de Ankenes; pero el General Dietl seguía careciendo todavía de una
reserva de División, necesitada con toda urgencia. Para ese objeto estaba previsto el resto
del batallón de paracaidistas.
En el puesto de combate de la División también la tarde transcurrió tranquilamente. El
Teniente Coronel Bader preparaba las órdenes para el día siguiente. Los otros oficiales
recibían partes telefónicos, efectuaban anotaciones en el diario de guerra o respiraban aire
fresco delante de la puerta del blocao durante breves intervalos.
El General Dietl iba, como con frecuencia en esos días y noches, a recorrer los pedregales
que rodeaban nuestro puesto de combate. De vez en cuando se detenía, levantaba una
piedra brillante o pasaba la mano por la parte pulida de una roca de ventisquero, lisa como
espejo, que allí en todas partes hace recordar el período glacial con sus potentes fuerzas.
El ayudante se hallaba sentado en el pequeño banco en el frente de la choza y meditaba
cuáles serían las meditaciones de su General. El soldado solitario, cuya silueta aun más
delgada aparecía de pronto allí y de pronto más allá, destacándose sobre el cielo claro, era
como un reflejo de la situación: preocupaciones, privaciones en todos los aspectos y, sin
embargo, una calma glacial y una férrea decisión. Y de nuevo el ayudante comprendió que
el destino de cada uno de los combatientes de Narvik dependía de ese hombre.
Faltaba una hora para medianoche y el ayudante reflexionó si no debía pedirle al
General que se recostase por lo menos durante algunas horas, cuando un oficial salió
precipitadamente de la choza diciendo: “El Teniente Coronel Bader ruega al señor General
quiera ir de inmediato al despacho”.

114
Y ahora empezaron a llegar atropelladamente los partes:
23:10: Cinco buques de guerra enemigos entran en el fiordo Ofoten.
23:29: Siete buques de guerra navegan rumbo a Narvik. Un crucero antiaéreo delante de
Narvik. Al mismo tiempo aviones ingleses vuelan sobre la ciudad.
Desde las 23:30: Intenso fuego de artillería sobre el puerto y especialmente sobre las posiciones
de Framnes por Orneset hasta Djupvik.

Entretanto llegó el día 28 de mayo. Poco después de medianoche descendió una parte
de una compañía de cazadores paracaidistas, sin inconvenientes, en Björnfjell. En el
Rombaken había acuatizado además un hidroavión con una entera pieza de montaña, bajo
un intenso fuego antiaéreo. A la 01:00 se alarmó una compañía de cazadores paracaidistas,
cuyo efectivo todavía no era completo; debía ser transportada por el ferrocarril minero
tan adelante como lo permitiera la situación. Se comprobó entonces que en el momento
decisivo ni la locomotora a vapor ni la otra funcionaban. La compañía de paracaidistas
tuvo que marchar, lo que significó una pérdida de muchas horas.
El mayor Haussels, en radiogramas cada vez más urgentes, pidió la cooperación de
bombarderos propios.
A las 02:00 la intensidad del fuego de todos los tubos aumentó hasta ser la del fuego
de redoble, siendo dirigido ahora particularmente sobre las posiciones en el ferrocarril
minero, desde la estación hasta el túnel 4. Al mismo tiempo se recibieron partes sobre
fuertes ataques enemigos contra nuestras débiles posiciones en el Kestefjell al sur del
fiordo Beis, es decir, en la profundidad de las espaldas de nuestras compañías prendidas
en las pendientes de Ankenes. El enemigo tenía, al parecer, la intención de romper hacia
la entrante oriental del fiordo Beis y cortar allí una eventual retirada de la guarnición de
Narvik.

El número de buques de guerra situados delante de Narvik había aumentado, entretanto,


a diez. Sólo el que se ha hallado bajo ese huracán de fuego y acero puede saber lo que
significa ser batido desde muy corta distancia por artillería naval pesada sin otra protección
que rocas que se fragmentan y sin otras armas de defensa que carabinas, ametralladoras y
morteros. La situación de las compañías en el ferrocarril minero era casi desesperada. En
las pendientes que caen al mar, aun el más insignificante movimiento era observado por el
enemigo que se hallaba a corta distancia. Delante de las entradas a los túneles explotaban
sin interrupción las granadas pesadas y muy pesadas y silbaban los cascos de ellas y los
fragmentos de piedras dentro de los boquetes, demasiado estrechos para ofrecer una
efectiva protección. Los cazadores de Salzburgo ya sufrían graves pérdidas.
Bajo la protección del fuego de artillería intensificado a su máxima velocidad, a las 02.17
empezaron a desembarcar las primeras tropas enemigas en Orneset, desde destructores
ingleses. Al mismo tiempo desde Oijord se aproximaban numerosos pequeños cúters de
pescadores, que desembarcaron otras tropas en Djupvik. Todavía era imposible presentar
oposición, pues la artillería naval continuaba su fuego sin consideración a las tropas
desembarcadas.

El primer ataque lo efectuaron legionarios extranjeros franceses, una parte de los cuales,
según se comprobó más tarde, se hallaba bajo la influencia del alcohol. El siguiente informe
de un testigo presencial —en el que se habla de “cambio de lugar de la muerte”— da una

115
impresión del encarnizamiento de la lucha:
No transcurrió mucho tiempo cuando se observó una gran actividad en todos los buques de
guerra y en los transportes situados detrás de ellos. En grandes cantidades salían los pequeños
botes, dirigiéndose a tierra. Sin sospecharlo cruzaban las líneas de mira de las ametralladoras y
de los cañones antiaéreos alemanes.
¡Mantener la sangre fría y dejarlos aproximar! Cuánto más densos estén delante de nuestras
armas, tanto mayor será la eficacia.
Y la eficacia fue grande. Como si de pronto la pendiente de roca a la terminación del fiordo
Herlanger hubiera adquirido vida, empieza a vomitar haces de fuego, cual si fuera una voz de
mando, desde distintas direcciones sobre los sorprendidos ocupantes de los botes.
Pocas veces las ametralladoras y las pequeñas granadas de los cañones de 2 cm. habrán tenido
blancos tan compactos como aquí y han podido arrojar un proyectil tras otro con una seguridad
tan grande de hacer impacto.
En un abrir y cerrar de ojos, más de una media docena de botes perforados por los proyectiles
se deshacen literalmente y dejan ahogar a sus ocupantes en las aguas glaciales.
De inmediato comienza una desordenada fuga de los botes restantes, cuya cantidad supera
a veinte; dan media vuelta y procuran alejarse. Pero las trayectorias de las ametralladoras los
persiguen, hasta donde pueden alcanzarlos.
Se produjo, empero, entonces lo que los alemanes habían previsto, es decir, la contestación
de la artillería inglesa. Era evidente que los británicos no iban a aceptar tranquilamente la
inesperada resistencia. Por los fogonazos de las ametralladoras descubrían la posición alemana.
Ahora dirigían sus granadas pesadas y muy pesadas sobre las posiciones. Al siguiente minuto
comenzó para los alemanes una danza macabra. Un verdadero diluvio de acero cayó sobre sus
cabezas.
Los tiradores son lo suficientemente despiertos para comprender que deben abandonar
aceleradamente sus posiciones. Tratan de escalar la cumbre del cerro con sus armas y ocupar
allí una nueva posición.
Es un cambio de lugar de la muerte lo que realizan esos hombres. En medio del fuego de
redoble del enemigo efectuado con piezas pesadas es casi imposible escalar las pendientes
escarpadas con las armas pesadas. Muchos de ellos yacen por esa causa, en la pendiente rocosa,
batidos por las granadas británicas.
Sólo pocos fueron los que tras esfuerzos sobrehumanos lograron, jadeantes, alcanzar la
cumbre y, no obstante el agotamiento físico, poner el arma nuevamente en posición de fuego.

Los radiogramas de Narvik eran aún más apremiantes. Informaban sobre encarnizadas
luchas entre Taraldvisk y la estación y progresos del enemigo al sudeste del Túnel 1, donde
los cazadores alpinos ya habían franqueado el arroyo Taraldvisk. En la península Framnes y
en el puerto no se habían efectuado tentativas de desembarco. En Ankenes la 8. Compañía
había podido rechazar hasta entonces todos los ataques del enemigo, causándole serias
bajas; también la 7. Compañía había logrado paralizar el peligroso ataque en Hertelfjell y
al sur de la altura 606, realizado por lo menos por un batallón (polaco).
De este modo continuaba abierto el mejor camino de retirada a lo largo del fiordo Beis;
pero, por el momento, los cazadores de montaña y las compañías de marineros no pensaban
todavía en entregar la ciudad. Se llegó a encarnizados contrachoques que duraron varias
horas y a una lucha salvaje de hombre contra hombre en toda la zona de irrupción entre
Djupvik y la estación.

116
Sólo después de haber caído muerto o herido el jefe de compañía Teniente 1º Schwaiger, el
Teniente Adler, varios oficiales de marina y numerosos soldados, logró el enemigo cruzar
el ferrocarril minero y romper en dirección al reducto Sprung, arriba de Narvik. Partes de
la Compañía Schwaiger y de las unidades de marina tuvieron que replegarse hacia Narvik;
las otras partes restantes se mantuvieron todavía en las pendientes entre el Túnel 1 y 2.
Entretanto también se habían desembarcado tanques en Taraldsvik, de los cuales, empero,
sólo uno llegó hasta las inmediaciones de la estación. El Mayor Haussels ya no disponía
de reservas dignas de mención que él pudiera empeñar contra el envolvimiento que le
amenazaba en sus espaldas. La encarnizada resistencia que se había opuesto al enemigo
debilitó también al atacante en tal forma que no se animó a continuar la ruptura desde el
reducto Sprung hasta el puerto y cerrar en esa forma el cerco alrededor de Narvik.

El peligro letal no fue ignorado por el Mayor Haussels y de este modo tuvo que impartir
en las primeras horas de la mañana la orden de retirada. Gracias a las instrucciones dadas
oportunamente y al conocimiento del terreno por los cazadores de montaña y los marineros
se logró efectivamente replegar la guarnición de Narvik en forma metódica a lo largo del
fiordo Beis. En la lucha encarnizada y que no podía ser dominada por la vista, soldados
aislados y pequeños grupos, librados a sí mismos, han realizado proezas heroicas.
Nos resultó incomprensible que la estación de comunicaciones de la Marina de Guerra,
instalada arriba de la ciudad entre el puerto y el reducto Sprung, siguiera enviando partes
hasta mediodía, como en una maniobra. Recién a las 12.15 estos hombres recibieron orden
de incorporarse al Batallón Haussels. El Teniente de navío Barón von Freytag Loringhoven
igualmente mantuvo todavía casi durante todo el día con unos 70 hombres la pendiente
arriba de Narvik al oeste del cerro Fagernes-Fjell. Todos estos valientes soldados que ya
no podían recibir orden alguna y que por eso debían proceder por propia iniciativa, han
contribuido a que se realizara metódicamente la retirada de la guarnición de Narvik.
El fuego de artillería de los buques continuaba entretanto, sobre las pendientes encima
de Narvik, sobre el puerto y sobre las alturas en Ankenes. Los cazadores alpinos franceses
presionaban a lo largo del ferrocarril minero en dirección este. Una nueva batería enemiga
dirigía su fuego desde la zona de Oijord sobre el trecho ferroviario comprendido entre el
Túnel 4 y la angostura de Strömmen.
En el puesto de combate de la División reinaba, empero, una calma glacial, durante
todo ese período de mensajes de Job, interrumpida sólo por el sonar de los teléfonos y
la entrada y salida de los estafetas. El primer pensamiento del General Dietl fue, como
siempre, dirigirse de inmediato hacia adelante, para estar con sus cazadores; pero, en vista
de la situación incierta y de que pudiera surgir la necesidad de tomar nuevas resoluciones,
tuvo que permanecer en el puesto de combate, contrariamente a sus deseos. Exteriormente
su tranquilidad era absoluta; sólo estaba más encorvado sobre las cartas o caminaba en
el estrecho espacio o salía a dar una vuelta alrededor de la choza. Su aspecto era aún más
serio que de costumbre; pero todo lo que debía decirse salió con calma y claridad de su
boca.
Relató más tarde que ya entonces él había reflexionado a fondo sobre todas las posibles
consecuencias de ese día fatal. Con seguridad los ingleses ya habían comunicado por radio
y cable a todo el mundo la noticia de que Narvik había sido conquistado. Desde el punto
de vista táctico, la pérdida de la posición alemana amenazada desde varias semanas antes,
aun cuando muy desagradable, no era, de manera alguna, lo que decidiría la lucha.

117
Sobre esta victoria a lo Pirro, que ya a los pocos días se cambió en una completa retirada
del enemigo y con ello en una derrota, escribe Churchill en su libro sobre la II Guerra
Mundial:
El ataque principal a través del fiordo Rombaken fue iniciado el 27 de mayo por dos batallones
de la Legión Extranjera y un batallón noruego. El desembarco se realizó casi sin pérdidas y
los contraataques alemanes fueron rechazados. El 28 de mayo se tomó Narvik. Los alemanes
que durante tanto tiempo habían presentado resistencia a fuerzas cuatro veces superiores, se
replegaron a las montañas y dejaron 400 prisioneros en nuestro poder.

En el diario de guerra de la 3. División de Montaña, el General Dietl hizo anotar con


fecha 28 de mayo, entre otras cuestiones, lo siguiente:
28 de mayo, a las 04:20: Partes precisos sobre desembarco de unos 400 hombres en Orneset. El
enemigo, situado ya a 300 metros al sudeste del Túnel 1, ha franqueado el arroyo Taraldsvik... El
efectivo del adversario que quiere rodear la altura meridional 606, es apreciado en 600 hombres.
06:46 horas: Las fuerzas del sector de Narvik se repliegan ante fuerte presión del enemigo.
Tanques enemigos son desembarcados en Taraldsvik. El enemigo ataca en dirección a las
alturas al sudeste y alcanza la zona del reducto Sprung.
07:00: La situación en el ferrocarril minero y en Narvik es completamente incierta. No se
cuenta con comunicaciones.
12:00: Las primeras noticias más precisas provienen del cirujano de división, Dr. Lottner,
el que viene del fiordo Beis e informa sobre detalles. De acuerdo con ellos, hubo que evacuar
Narvik pues el ataque de los franceses desembarcados no pudo ser detenido a pesar de
empeñarse las últimas reservas. El ataque de los franceses se dirigía contra la altura al este de
Narvik. El peligro de que la guarnición quedara totalmente cortada así como la aparición de
tanques no permitían otra resolución que el repliegue de la entera guarnición antes de que
quedara completamente encerrada en Narvik.

Con el hombre de Narvik está ligado, empero, todo lo que desde el 9 de abril se ha
comunicado, profetizado y glorificado prematuramente hacia el mundo. Los soldados en
los otros frentes y los civiles en el territorio patrio y en países enemigos debían creer que
con la caída de Narvik se había cerrado con una victoria aliada este capítulo de la historia
de guerra que durante varias semanas había sido seguido con tanto interés en todos los
países. Desde el punto de vista del prestigio es así indudable que ese 28 de mayo de 1940
significaba un gran éxito para el enemigo.

2. Resoluciones Trascendentales

E n vista de esa situación, nadie se habría asombrado si el jefe responsable en esta lucha
desigual, nuestro General Dietl, hubiera tomado la resolución de hacer pasar, en
condiciones honrosas, a territorio sueco a los agotados cazadores de montaña y marineros,
donde, desde hacía algún tiempo, se había preparado su internación, o la de realizar una
tentativa desesperada, por lo menos con los cazadores de montaña, instruidos y equipados
para ello, de romper hacia el sur, hacia donde la punta de nuestra división hermana, la 2.
División de Montaña, se iba acercando cada día más.
El jefe responsable debía analizar una vez más todas esas posibilidades en esta situación

118
tan seria y amarga. En su fuero interno no hubo, empero, vacilación alguna. Hizo lo que un
soldado de hierro también debe hacer en una situación desesperada. Examinó sobriamente
la evolución de los acontecimientos y después de estar en claro sobre la situación, llegó a
las siguientes conclusiones:
En la “Agrupación Windisch” los ataques simultáneos esperados no se habían realizado,
a pesar de que se había contado con que se producirían. Ataques locales, especialmente a
lo largo de la frontera sueca, pudieron ser rechazados. Para esa Agrupación Norte quedaba
siempre todavía la fuerte última posición reconocida desde hacía mucho tiempo, en. las
alturas al norte del Rundfjeld por el Haugfjeld al estrecho de Strömmes. La guarnición
de Narvik, si bien se hallaba todavía bajo la impresión del potente fuego de artillería y
de la evacuación ordenada de la ciudad, estaba disponible entre el extremo oriental del
fiordo Beis y el Middagsfjell. Las compañías establecidas en Ankenes habían evacuado sus
posiciones al mismo tiempo que el Batallón Haussels. Al ser transbordadas a través del
fiordo Beis a Fagernes fueron batidas intensamente por fuego desde todas direcciones y
una parte de ellas tuvo que lanzarse al agua desde los botes y tratar de alcanzar a nado la
orilla bajo el fuego de ametralladoras polacas. Las compañías lograron, empero, retirarse
con su masa e incorporarse de nuevo al Batallón Haussels. De este modo el frente desde la
frontera sueca hasta el valle de Norddalen estaba ocupado, si bien peligrosamente ralo con
soldados fatigados, pero tenaces y decididos como hasta entonces.

El centro de gravedad de los futuros combates era de prever en el ferrocarril minero,


pues allí el enemigo podía contar con el apoyo de la vecindad inmediata de la ciudad y,
antes que nada, todavía con el de su artillería naval desde el Rombaken. Por tal motivo, se
envió apresuradamente a Sildvik la compañía de cazadores paracaidistas que había llegado
recién el 28 de mayo con un efectivo de apenas 100 hombres a las órdenes del jefe de
batallón, Capitán Walter, con la misión de ocupar al oeste del estrecho de Strömmes una
nueva posición de defensa y establecer en la zona de Middagsfjell el enlace con el Batallón
Haussels.

En esas circunstancias ya nada podía detener al General Dietl en el puesto de combate.


El 29 nos instalamos de nuevo en nuestra zorra a motor y nos trasladamos en rápido
viaje cuesta abajo a Sildvik. Desde allí ascendimos a lo largo de un arroyo espumoso, bajo
un riente sol de primavera, entre abedules enanos ya reverdecidos, a un pequeño lago
al sur del Middagsfjell donde el Mayor Haussels tenía instalado su puesto de combate.
Desgraciadamente el Batallón Narvik había tenido que abandonar muchas armas pesadas
en la ciudad, pues los cañones antiaéreos y antitanques no podían ser transportados a
mano por encima de las montañas. Esas armas habían sido destruidas u ocultadas tan
cuidadosamente que fueron encontradas indemnes al ser ocupada nuevamente la ciudad.
Un testigo presencial, uno de los artilleros antiaéreos de Berlín, describió al General Dietl
durante su viaje en el ferrocarril minero. El relato no carece de buen humor, el que siempre
surgía al aparecer el General Dietl, aun en estas horas difíciles:
Entonces vino el General Dietl viajando cuesta abajo en el ferrocarril minero. Pasó muy cerca
de nosotros. Iba en una zorra sentado en la parte anterior con las piernas cruzadas. Detrás de él
iban dos oficiales con garrotes para frenar. La zorra mostraba al ir cuesta abajo una tendencia a
aumentar diabólicamente la velocidad. Estaba con rostro impasible, la mirada fija en los rieles,
como ausente. Nosotros saludamos. Nos contestó brevemente, continuando silenciosamente

119
hacia abajo. ¿Hacia dónde?
-¿Le viste la cara?, me preguntó un compañero. -Te digo, manifestó con grandilocuencia,
-aquí hay algo raro. Sobre nuestra estufa preparamos una gran olla de café, un brebaje amar-
go, pero por lo menos era algo caliente.
Tres horas más tarde regresaba el General Dietl. Esta vez estaba sentado en un triciclo que
subía penosamente con lentitud esa cuesta, movido por fuerza humana. Su rostro, lleno de
arrugas y pliegues, rebosaba de alegría. Sus ojos brillaban.
-¡Ah, los antiaéreos, nos gritó. -¿Cómo les va? Nos saludó con la mano, la cara llena de júbilo.
-Ese es un General, dijo uno. -Me había supuesto siempre algo muy distinto de un General,
abrochado hasta bien arriba. Pero con gusto me dejo cambiar de opinión.
El sargento 1º Fellermann regresó de hablar con el General y dijo que todo lo que se rumoreaba
con seguridad no era cierto.
-¿Y qué se rumorea? le pregunté.
-Abajo el General se encontró con uno que pretendía saber qué buques alemanes habían batido
con su fuego la ciudad de Narvik. El General expresó que se trataba de simples habladurías. Pero
lo que sería una realidad era que los cazadores de la Empresa Búfalo estarían a lo más dentro de
tres días aquí. Y los Stukas se estarían reuniendo en Bodo; ayer los primeros habían atacado la
línea férrea allá abajo. Y cuando los “búfalos” estén aquí, entonces avanzaremos nuevamente, mi
querido, y los haremos papillas a los de allá abajo..

Las pérdidas en personal fueron, en proporción a la intensidad del fuego, felizmente


bajas, de modo que el Batallón Haussels quedó en condiciones de ser empeñado. En esas
circunstancias faltaban, es cierto, capotes, mantas, víveres y en parte también munición;
en cuanto a los cazadores, ellos estaban todavía muy agotados por la lucha y la marcha. A
pesar de ello, el General Dietl insistió en la ocupación inmediata de una línea continua del
Túnel 4 por el Rombakstötta, el Beisfjordtötta al Resmaalaksla y el envío de patrullas de
exploración a lo largo del ferrocarril minero y en dirección al sud hasta la aldea Beisfjord.
El Rombakstötta y, antes que nada, el Beisfjordtötta, de 1.448 metros de altura que figura
en la carta como glaciar, estaban todavía cubiertos por una capa tan grande de nieve y se
destacaban tan netamente de la inhóspita región montañosa circundante que ni las propias
tropas ni las del adversario podían permanecer allí arriba durante un largo tiempo. Por tal
motivo, la línea principal de combate fue replegada ya en la noche del 29/30 de mayo a la
línea Sletten (en el Rombaken, unos 2 Km. al oeste del estrecho de Strömmen), —saliente
occidental de Middagsfjelder-Resmaalaksla. En consideración al ala meridional de la
“Agrupación Windisch”, el estrecho de Strömmen debía ser mantenido el mayor tiempo
posible.
De este modo se estabilizó por el momento la situación; pero el estado de la tropa y de
su equipo, la escasez de armas pesadas y las dificultades de abastecimiento eran cada vez
más graves.
La única luz en esos días lúgubres era la casi ininterrumpida llegada de cazadores
paracaidistas. Siempre de día como de noche —en la que, es cierto, ahora casi ya no se ponía
el sol—, el aire estaba lleno del ronco rugido de los motores alemanes y continuamente se
abrían los blancos paracaídas sobre el lugar de lanzamiento en Björnfjell, sin consideración
al tiempo, en los cuales pendían, hamacándose o “pedaleando”, cazadores paracaidistas,
armas, munición, vestuario y víveres. A comienzos de junio ya se nos había incorporado
casi todo el I Batallón del Regimiento 1 de Cazadores Paracaidistas. Si bien había llegado

120
demasiado tarde para la defensa de la ciudad, era ahora, a causa de su gran potencia de
fuego, una ayuda decisiva para la defensa contra los ataques sobre el ferrocarril minero. Y,
sin embargo, siempre debe recalcarse que desde el principio hasta el fin de nuestras luchas
nos faltó, de acuerdo con todas las normas que regían hasta entonces, por lo menos un
regimiento reforzado. Todo aquel que pudo pasar aquellas duras semanas en el Björnfjell
en proximidad inmediata de nuestro General, ha de testimoniar que él solo fue quien,
aun en situaciones desesperadas, jamás perdió el coraje, la voluntad de aguantar, su clara
fuerza de resolución y tampoco su calma y buen humor.
Siempre nos repetía -Jamás retrocederé un paso sin ser atacado. Y si nos expulsan
efectivamente de una posición, siempre se hallará detrás otra que quizá sea aún mejor que
la vieja.
Pronto se había dado cuenta también del estado de espíritu y de la capacidad combativa
del enemigo. Los noruegos se caracterizaban, sin duda, por un aprovechamiento cada vez
mejor del terreno, por la buena utilización de sus esquíes y como excelentes tiradores
aislados; pero no eran grandes tácticos y el capítulo “ataque a las distancias cortas” no
figuraba al parecer en sus reglamentos de ejercicios ni en sus planes de instrucción,
pues allí casi siempre se quedaban detenidos por el fuego o el contrachoque de nuestros
cazadores de montaña.
Los cazadores alpinos franceses delante del ala izquierda de la “Agrupación Windisch”
eran buenos; pero no supieron adaptarse bien a ese terreno desconocido y limitaron su
actividad a la margen norte del Rombaken, donde en la zona de Tröedal instalaron una
batería que actuaba en forma muy molesta. Los legionarios extranjeros en el ferrocarril
minero, una vez que se durmieron la borrachera del desembarco y que nuestros zapadores
les enviaron saludos poco amistosos en forma de vagones de carga que iban rodando
cuesta abajo y que después explotaban, ya no mostraron un gran espíritu ofensivo.
Los polacos que disponían de una superioridad frente a la pequeña agrupación alemana
en Ankenes y más tarde también en el Hestcfjell, lucharon al principio en forma cruel y
tenaz en sus ataques en masa. Pero cuanto más tenían que penetrar en las montañas y, con
ello, más se alejaban de la protección del fuego de los buques ingleses, tanto más indecisos
y lentos se volvieron. Su jefe hubiera debido cursar por lo menos una escuela preparatoria
para aspirantes a suboficial y aprendido las nociones elementales de táctica.

Todavía hoy nos preguntamos por qué ninguno de los jefes enemigos tuvo la idea,
después de la caída de Narvik, de atacarnos por el Stublidal y rodeando por el sud el
Blaaisen atacarnos envolventemente contra Hundalen. Dadas sus fuerzas inagotables,
debía necesariamente llegar a esa resolución. Para la defensa de ese flanco abierto sólo
disponíamos de una sección de la Marina de Guerra y algunos zapadores, los que cubrían
la guardia hacia el sud instalados al este del lago Sildvik en puntos de cota 817 y 930.
Bajo la conducción de sus jóvenes oficiales de marina, ese puesto hasta realizó una amplia
exploración en esquíes, cuyos resultados nosotros esperábamos siempre con alguna
angustia. Pero los partes siempre decían: “El terreno al sud, en una profundidad de 20
kilómetros, está libre de enemigos”. El mismo resultado nos dio el empleo de aviones de
observación que vigilaban los valles al sud y al oeste de Blaaisen.
Durante todo el período de lucha, no hemos comprobado la presencia de unidades
británicas de tierra. Pero, en honor a la verdad, debe expresarse que un soldado inglés
cayó en Ankenes. Se trataba de un sargento que, como transmisor de órdenes, había

121
abandonado durante un corto tiempo las protectoras chapas de un destructor a fin de
hacer llegar al batallón polaco una orden de ataque del comandante de división inglés.
Este portador de órdenes, de indiscutible importancia, fue alcanzado por el proyectil de un
cazador de montaña alemán. Su muerte heroica constituyó durante un día entero el tema
de conversación en la “Agrupación Narvik”, ya que podía ser también un primer indicio
de los esperados highlander o de otra unidad especialmente preparada para la guerra de
montaña.
Si después de los desembarcos enemigos en Bjerkvik o después de la caída de Narvik,
hubiésemos sido atacados simultáneamente y con decisión en todo el frente, entonces
de nada hubiera servido el heroísmo. Aun un soldado alemán que desde hace un par
de meses se halla sin alojamiento y sin suficiente alimentación, combatiendo sin relevo
alguno en la nieve y el hielo, podía a la larga resistir a 20 adversarios bien equipados y
excelentemente alimentados como, tampoco podía luchar con granadas de mano, carabinas
y ametralladoras contra buques de batalla modernos.
Nadie estaba más en claro al respecto que el mismo General Dietl, que de nuevo había
iniciado sus excursiones al frente. Se contaba con comunicaciones por radio y hasta en
parte por teléfono con las autoridades superiores. Las órdenes para la conducción de
la lucha no podían ser impartidas, empero, desde arriba, sino que eran exclusivamente
incumbencia del General.

En el diario de guerra de la 3. División de Montaña figura la siguiente breve anotación


con fecha 29 de mayo a las 22.30 horas:
Con el Capitán de corbeta que regresa mañana temprano en avión con el transporte de náufragos,
se envía un memorándum de deseos al Comando en Jefe de las Fuerzas Armadas (O.K.W.).

Ese “memorándum de deseos” constituye un documento excepcional de la guerra; pero


nadie ha de comprender mejor su razón de ser que el informado sobre las privaciones
sufridas por los hombres de la “Agrupación de Combate Narvik”. Toda la carga de
preocupaciones de nuestro jefe responsable, nuestro General Dietl, aparece en esa sobria
enumeración. En forma breve y concisa expresa:

29 de Mayo de 1940.
“Agrupación Narvik”
Ia.
Memorándum de deseos.
1. — Siempre se requiere refuerzo de personal.
2.— Envío de personal de la Marina de Guerra en forma amplia sólo puede efectuarse cuando,
llegue el reemplazo correspondiente.
3. — Especialmente molesto es que las unidades no dispongan de artillería. Por eso envío de
piezas y de munición, para lo cual se requiere la apertura de la ruta por ferrocarril.
4 .— Pronto empeño de Stukas (aviones de bombardea en picada).
5.— Debido a la imposibilidad de enviar munición por Suecia, es necesario organizar todo el
abastecimiento de munición por lanzamiento desde el aire. La División ya sólo dispone de muy
reducidas reservas de munición, por lo que su envío por vía aérea es de extrema urgencia. Ya se
ha solicitado las cantidades necesarias de munición a la Agrupación XXI; pero desde hace tres
días no hay lanzamientos.

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6.— Debido a la acción enemiga hay grandes pérdidas de armas. Se requiere su urgente remisión.
Ya se solicitaron armas a la Agrupación XXI.
7.— La tropa sufre mucho por la falta de alojamiento así como por el vestuario muy desgastado
y demasiado liviano y la imposibilidad de preparar comida caliente para una gran parte de ella.
Se requiere urgentemente el envío de borceguíes de montaña y de vestuario; así como dotación
de carpas.
8.— Las unidades que van llegando, están equipadas en su mayoría en forma incompleta. En
las unidades de paracaidistas faltan bolsas, mantas, útiles de mesa, etc. La División no cuenta
con reservas. Por tal motivo se encarece que las unidades a llegar, traigan consigo todas las
prendas necesarias del equipo.
9.— La evacuación de paracaídas por medio de hidroaviones es insuficiente. Se ha encarado
la posibilidad de su envío vía Suecia. Sería deseable continuar las gestiones.
10.— Para completar el destacamento de portadores a los fines del reabastecimiento, es
urgente el envío de unidades de portadores, pero recién después del transporte de las unidades
combatientes.
11.— Correo de campaña:
a) Envío por Suecia se efectúa al parecer dos veces por semana; todavía no hay confirmación
de que ese correo llegue al territorio patrio;
b) Enviar sólo correspondencia postal; lanzamiento en Björnfjell. No enviar paquetes postales,
pues no se pueden hacer llegar;
c) Las unidades de marina no han recibido todavía correo de campaña.
12. —Envío de material para trabajos de oficina. Hacen mucha falta tarjetas de correo de
campaña.
13. — Los víveres alcanzan todavía para 3 a 4 semanas; ya se nos ha anunciado el envío de
subsistencias.

Pero a los regalos que de vez en cuando caían del cielo, el enemigo también contribuyó
con uno. Eran los volantes con que trataba de socavar el espíritu de los cazadores y de los
marineros. Un participante de las luchas informa al respecto:
No podíamos contar con una acción de socorro en gran escala. Es cierto que nosotros éramos
apoyados por cazadores paracaidistas y por la Luftwaffe; pero lo decisivo era la presión ejercida
desde tierra sobre las posiciones. Los prisioneros que tomábamos nos decían: Es que Uds.
tienen mejores nervios. Ellos mismos reconocían que su fantástico equipo, sus cañones navales
pesados y su constante reabastecimiento nada valían contra una tropa que veía el derecho de su
lado y que con inquebrantable energía y fe fanática luchaba por la victoria.
Por tal motivo, el adversario trató de relajar la moral por medio de volantes. Con mucha
frecuencia llovían los impresos sobre nuestras posiciones, después de haberse comprobado
la ineficacia de las bombas. Esas hojas eran leídas por nosotros hasta con verdadera ansia.
Eran las más graciosas páginas humorísticas. Y entre líneas leíamos siempre de nuevo el temor
a nosotros, los “bárbaros”. Las argumentaciones eran tan groseras que nosotros creíamos
precisamente lo contrario y casi siempre esto coincidió exactamente con la realidad. Nunca
se habrían imaginado los tommies que nuestro estado de espíritu después de una tal lluvia de
propaganda llegaba a su culminación”.

El 30 de mayo fue otro día nefasto. Ya en la mañana se recibió el parte de que fuerte
enemigo avanzaba por la falda nordoeste del Blaaisen en dirección al Aksla. Esto

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significaba una amenaza inmediata a Sildvik y, con ella, un máximo peligro para todas
las unidades situadas al oeste del lago, es decir, para el batallón de paracaidistas Walter,
numerosas unidades de marina y todo el batallón Haussels, de ser rodeadas y cortadas. Ese
ataque podría ser aniquilador para toda la Agrupación Sud. Como reserva de la División
se contaba con la sección de zapadores de un efectivo total de 36 hombres al mando del
Teniente 1° von Brandt, sección que estaba prevista para otras tareas y una compañía de
cazadores de reducido efectivo llegada el día anterior.

Esas fuerzas fueron alarmadas de inmediato y el General Dietl se dirigió de nuevo hacia
el frente a fin de empeñarlas en la línea Túnel 9 - lago Sildvik. Ahora, por lo tanto, parecía
inminente el ataque envolvente contra Hundalen. El General Dietl permaneció, por
consiguiente, adelante y también dirigió hacia allí al destacamento de marina Kothe, el que
acababa de ser reorganizado en el Spionkoop a fin de establecer una posición de cerrojo en
ambas márgenes del Sördalselven, el que lleva sus aguas espumantes, de nieve derretida,
por el Este del Blaaisen y delante de Hundalen a la cabecera del Rombaken.
Al mismo tiempo se recibieron partes sobre potentes ataques enemigos en el ferrocarril
minero. El General resolvió, por tal motivo, replegar la primera línea hasta el estrecho
de Strömmen. En esas circunstancias los restos de la compañía Schwaiger, formada
por cazadores habituados a la montaña, fueron subordinados al Batallón Haussels y
una compañía de cazadores paracaidistas fue empleada en la protección inmediata del
ferrocarril minero contra la dirección de Aksla.
Al anochecer se comprobó que el Aksla seguía hallándose en nuestro poder y también
el terreno al este y sud del Blaaisen fue encontrado libre de enemigo. En la “Agrupación
Windisch” fue rechazado en la tarde en forma total un ataque enemigo desde Kuberget
hacia el sud; al mismo tiempo se comprobaron desplazamientos de fuerzas importantes
adversarias en dirección a la frontera sueca. La tenaza en que estábamos metidos, parecía
reforzarse así tanto en el norte como en el sud. El viento frío, la niebla y también copos
de nieve cubrían en forma molesta la choza solitaria en el Spionkoop. Con ese tiempo
la Luftwaffe, a pesar de todo su espíritu de cooperación, no podía partir de nuevo y los
refuerzos anunciados, que debían ser transportados en remolques a vela, no llegaron.
El General Dietl y su Ia se hallaban llenos de preocupaciones en la pequeña pieza. Parecía
inminente el fin de la lucha despareja. El pensamiento de una ruptura hacia el sud había
sido dejado completamente de lado a causa del equipo insuficiente y del estado físico
de las tropas. A sólo pocos kilómetros detrás se hallaba la frontera sueca, en la que con
seguridad ya estaban listos trenes de transporte con buena calefacción e iluminación, a fin
de evacuar los restos de la “Agrupación Narvik”, después de la honrosa lucha, a los campos
de internación.

Fácil es imaginarse el estado espiritual del General Dietl en tales circunstancias, cuando
los acontecimientos que se precipitaban requerían con urgencia cada vez mayor una
resolución. Todavía resistía el frente y todos los cazadores y marineros estaban dispuestos
a sacrificar la vida por el honor de la “Agrupación Narvik”. ¿No sería la continuación de
la resistencia una actitud cuya responsabilidad ya no podía asumirse o quizá era una
verdadera locura?
En esos días el General Dietl era sólo piel, tendones y huesos. Su rostro había olvidado la
risa alegre; los ojos de color gris acero y la pequeña boca, eran, empero, aun más duros y

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resueltos que nunca. Todos los cazadores de la Carintia tenían suficiente munición, todavía
resistía la defensa en el ferrocarril minero y todavía eran de esperar refuerzos.
En las cartas, las que en absoluto no requerían ser comprobadas, pues el General en base
a sus reconocimientos personales conocía el terreno como la palma de la mano, se marcó
una nueva posición, aún más fuerte, la que debía ser la última en la lucha.
Los cazadores de montaña de la “Agrupación Windisch” estarían en un macizo rocoso
que casi en todas partes caía hacia el norte y el oeste en forma escarpada y delante del cual
había arroyos y lagos que constituían un fuerte obstáculo para el atacante.
Desde el paso Oalge y desde Gratangen, el Regimiento de Cazadores de la Carintia había
defendido tenazmente todo metro de terreno y toda altura cubierta de nieve, retrocediendo
paso a paso.
Aun después de ser reforzado el adversario por cazadores alpinos franceses, que eran
de las mejores unidades combatientes de que disponían las potencias enemigas, el entero
Ejército del Norte, de Noruega, no logró romper o desbordar las ralas líneas alemanas. En
el frente actual, manifiestamente más corto, los cazadores habrían podido todavía rechazar
durante semanas a todos los ataques.
En la Agrupación Meridional alternaban las buenas noticias y las malas. Pero aquí se
hallaba una pequeña reserva de División, formada como por arte de magia de la nada,
reserva que fue empeñada en los focos de lucha.
Los primeros días de junio fueron muy lluviosos y se presentaron las tempestades de
primavera características de la Noruega Septentrional. Pero tan pronto como durante
un tiempo algo largo se abría paso el sol, aparecían siempre fuertes agrupaciones de
bombarderos alemanes y llegaban paulatinamente las partes restantes de los batallones
de cazadores paracaidistas. Ya no era difícil para nuestros bombarderos encontrar blancos
favorables, pues el pedazo de tierra que todavía era defendido por los alemanes se había
reducido endiabladamente. De este modo caían saludos de acero sobre el ferrocarril
minero, la ciudad y el puerto y más de un destructor fue forzado a seguir apresuradamente
un curso en zig-zag.
El General Dietl recorría las posiciones, distribuía los últimos cigarrillos, otorgaba cruces
de hierro, expresaba reconocimientos a los valientes y levantaba el espíritu a los pocos que
amenazaban desfallecer, hablándoles en su drástica manera alpina.
“Dietl y el buen Dios son omnipotentes” decían los cazadores. Cuando parecía que todo
iba a terminar de pronto Dietl se hallaba entre ellos. Así en una oportunidad se arrastró
hasta un centinela en el Fagernesfjell. “¿Cómo te va?”
Pero el cazador, que desde hacía horas estaba en la nieve casi no podía hablar de frío. Le
preguntó entonces el General -¿Aguantaremos o no?
El cazador sólo levantó los hombros.
-¿Sabes que les he prometido a los que están en la patria, mantener Narvik?
Entonces el cazador levantó la vista -No nos queda entonces más que aguantar, mi General,
dijo ceñudo.

Ahora que todos conocen cuál fue el final, una cuestión de esta naturaleza y su desenlace
parecen ser algo muy natural y sobreentendido. Pero en Narvik nada era sobreentendido.
Por el contrario, era pasar penosamente de un día a otro. Dietl a menudo no sabía
siquiera cómo sería la hora siguiente. La responsabilidad que debía cargar era pesada,
extraordinariamente pesada.

125
Los muchos alemanes que lo conocían, sabían cuan blando era su corazón y cuan dispuesto
estaba a prestar ayuda; y precisamente a él se le exigía una dureza que paulatinamente
podía parecer casi una crueldad. Obsequió más tarde a su ayudante una copia de su diario
personal, en el que con fecha 4 de junio hay una anotación que es más elocuente que
relatos por extensos que fuesen:
Un pésimo tiempo frío. Hoy la Luftwaffe nuevamente no nos puede ayudar. El tiempo
continúa siendo malo, frío y ventoso; por la mañana, niebla y lluvia. La tropa que en su mayor
parte está vestida y equipada en forma completamente deficiente, sufre de un modo inhumano.
El arco está excesivamente tendido.
A la mañana me voy con Herrmann y Kless a la plana mayor del Regimiento 139 de cazadores
de montaña (puesto de órdenes) y al puesto de combate del I/R. 139 (en la pendiente occidental
del Haugfjelder, al sud de la “g” de Haugfjelder). Un tétrico desierto de piedras. No hay
alojamientos. En el camino de ida nos empapamos complejamente. El I/R. 139 y especialmente
el Mayor Stautner están muy agotados por el continuo vivac. Esa unidad debe ser relevada; pero
no tengo con qué.

Después de una noche lluviosa, pero con claridad de día, asoma una nueva mañana sobre
el paisaje polar. Otra vez se renovaron los ataques en la extrema ala derecha a lo largo de la
frontera sueca. De nuevo se hundían cazadores de montaña muertos o heridos en la nieve
ya blanda; pero todos los ataques fueron rechazados con coraje.
En la tarde de ese día tuvo lugar en el pequeño cementerio militar entre la estación Björnfjell
y la frontera sueca, en el que modestas cruces de madera testimoniaban actuaciones heroicas
anteriores, el entierro de ocho soldados paracaidistas, en presencia del General Dietl, los
que después de un largo vuelo peligroso y ya listos para lanzarse, fueron derribados por
fuego antiaéreo sueco. Pequeñas violaciones de frontera eran a veces inevitables debido a
la ubicación del aeródromo y en esas difíciles condiciones de tiempo. Un impacto había
incendiado de inmediato al Junker y ocho jóvenes soldados, dispuestos a empeñarse, llegaron
como cadáveres a suelo sueco, de donde ellos nos fueron entregados con honores militares.
Aquí queremos recordar uno de los numerosos casos de heroísmo silenciosos, de que
tantos ejemplos hay en la lucha por Narvik, ya que no todos pueden pasar a la posteridad:
Antes de que el avión Junker, envuelto en una nube oscura cayera vertiginosamente
a tierra, el sargento ayudante Hasse había hecho lanzar desde el avión a los cazadores
paracaidistas que se hallaban al lado de él y que alcanzaron con vida el suelo. Pero al
último joven camarada que desde el mar de llamas en el interior del aparato pudo sacar,
ya se le había quemado el paracaídas. Con la rapidez del rayo, el sargento ayudante Hasse
se quitó el propio paracaídas, se lo puso al camarada más joven, que habría de combatir
todavía en Narvik, y lo empujó por la puerta abierta al vacío. El sargento ayudante mismo
que no habría querido morir entre las llamas, se lanzó sin paracaídas y quedó destrozado
en las rocas. Esa era la camaradería de Narvik que animaba a todos.
Pero hubieron también episodios tragicómicos. En la estación de Sildvik, la plana
mayor del batallón del Capitán Walter había instalado su mayoría en un vagón de carga
del ferrocarril. Cuando el bombardeo del ferrocarril también en ese trecho se hizo más
intenso, un escribiente vivo tuvo la idea de aflojar los frenos y dejar así que el vagón fuera
por sí solo hasta el próximo túnel situado del lado del enemigo. Sabía, sin duda, manejar
muy bien su máquina de escribir; pero ignoraría, por cierto, cómo se detiene un vagón
de carga que se halla en marcha. De este modo, la mayoría móvil del batallón pasó por lo

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pronto todavía pacíficamente por la estación; pero, debido a la pendiente descendiente, su
velocidad fue aumentando en forma tan alarmante que los ocupantes se lanzaron a tierra
con los pelos de punta y tuvieron que dejar que toda la mayoría se fuera al diablo, en este
caso a los cazadores alpinos franceses.
Después de las malas experiencias recogidas por el adversario con esos vagones sin
dueños, ese vehículo ciertamente ha de haber sido recibido allá con el mismo horror
con que nuestros escribientes vieron desaparecer sus cofres de documentación secreta y
reservada. Era muy lamentable que todas las órdenes de División cayeran ahora en poder
del enemigo, entre ellas una impartida el día anterior, muy completa, de la que se deducía
no sólo la composición de la “Agrupación Narvik” sino también las intenciones para la
continuación de la lucha.
Y, sin embargo, esa tan mala suerte nos resultó al final favorable para nosotros. En esa
orden se mencionaban tantos regimientos, agrupaciones de combate, batallones de marina,
destacamentos de seguridad, etc., y hasta había un número especial para “artillería”, que el
enemigo debe haber recogido una extraordinaria impresión del efectivo de nuestras fuerzas.
Felizmente en la orden no se había mencionado que todas esas fuerzas estaban compuestas
de pequeñas unidades de efectivos muy reducidos y agotados y que la “artillería” estaba
representada por dos piezas de montaña que todavía no habían sido empleadas. Lo que los
ingleses y norteamericanos supieron hacer tan brillantemente en la guerra —la de efectuar
grandes “bluffs”— nosotros lo logramos involuntariamente.

Entretanto se precipitaban los acontecimientos. La interrupción de los medios de


comunicación alternaba con noticias contradictorias, sobre todo del sector meridional,
referentes a la llegada de destructores enemigos en el Rombaksbotn, al arribo de los
rezagados del batallón de cazadores paracaidistas y a ataques en la frontera sueca.
Desertores informaban sobre la inminencia de una gran ofensiva enemiga, en dirección a
Björnfjell y desde el sud hacia Hundalen.
El Coronel Meindl, jefe del Regimiento 112 de Artillería de Montaña, que formaba parte
de nuestra antigua 3. División de Montaña, se lanzó, sin ejercicio previo anterior, con
paracaídas en Björnfjell y asumió el mando de la Agrupación Meridional. Su asistente,
que nunca había volado antes y que por tal motivo tuvo que ser dejado en Dronthein,
se lanzó al día siguiente con distintas partes del equipaje del Coronel desde un avión en
que había conseguido meterse, aduciendo datos falsos, y aterrizó con toda felicidad en el
suelo rocoso del lugar de lanzamiento. Son pequeños episodios que muestran el valor, la
tenacidad, el sentimiento del deber y la lealtad que se convirtieron en los símbolos de la
lucha por Narvik.
Pero, por encima de todo, está la anotación en el diario del General Dietl: “Después de
madura reflexión, he llegado a la resolución de permanecer no más en la actual posición,
aun cuando no dispongo de reserva alguna”. Leyenda digna de grabarse en forma indeleble.

3. De nuevo en Narvik

E l 7 y 8 de junio corren rumores por los puestos de combate y posiciones. Dos bata-
llones de cazadores paracaidistas con 1.800 hombres y 1.000 cazadores de montaña
habrán de llegar por aire, en los próximos días, como refuerzo. También circula la noticia

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de que una fuerza naval alemana se halla en avance. Entrelazadas con esas gratas nue-
vas, llegan continuamente informaciones sobre nuevos ataques enemigos, sobre todo en la
“Agrupación Windisch”. El tiempo parecía amoldarse al estado de espíritu que provocaban
esos partes y rumores: de pronto nieve y lluvia, seguido poco después por un sol radiante.
Todavía nada sabíamos que el 8 de junio iba a ser el día del gran cambio en nuestro destino.

A medianoche se oyó el tronar de cañones desde la zona de Narvik. En el Rombaken y en el


fiordo Rombaken y en el fiordo Ofoten se comprobó la presencia de transportes y de cúters en
llamas y desde la ciudad de Narvik se oía de cuando en cuando el ronco eco de explosiones.
Con la rapidez del viento corrió el rumor: buques de guerra alemanes se hallan delante de la
ciudad. Del Batallón Walter se recibió el parte de que, al parecer, el enemigo retrocedía a lo
largo del ferrocarril minero y la Agrupación Haussels comunicó que las alturas delante de su
frente estaban libres de enemigos.
Nada pudo detener ya al General Dietl en el puesto de combate. En rápido viaje se fue
a Sildvik. Allí tuvo lugar una breve entrevista y orientación; de inmediato se impartió la
orden de perseguir. Se olvidaron todos los esfuerzos físicos y espirituales de los difíciles
meses pasados. En el Rombaken, en el ferrocarril minero y en las rocas entre Sildvik y el
Aksla se levantaron los cazadores de montaña que momentos antes estaban tan cansados y
avanzaron de nuevo hacia la ciudad cuyo nombre se había difundido por todo el mundo,
gracias al heroísmo de una pequeña agrupación alemana.

A las 21:30 el Batallón Walter había alcanzado la ciudad y el Batallón Haussels el fiordo Beis.
Gritos de júbilo y cantos de soldados se elevaban a las alturas cubiertas de nieve. Todavía
en la noche 8/9 de junio fueron ocupadas de nuevo todas las posiciones importantes que
sólo diez días antes habíamos evacuado. Se procedió a levantar inventarios. Se comprobó
que la retirada del enemigo se había realizado precipitadamente. Se capturaron armas,
muchos víveres y 70 magníficas mulas francesas, que durante un largo tiempo iban a ser el
orgullo de la 3. División de Montaña. Casi toda la artillería antiaérea pesada en la zona de
Narvik hasta Tromsö había sido abandonada por el enemigo con toda la munición.
La ciudad misma presentaba un triste aspecto. Casi toda la calle del mercado al puerto
estaba destruida e incendiada. En los chalets de la península de Frannes casi no había
quedado un vidrio de ventana sano. Sólo unos 100 habitantes completamente atemorizados
salieron de los sótanos y otros refugios. Los diez días de ocupación por los legionarios
extranjeros y los polacos y la fuerte Luftwaffe alemana habían sido suficientes para que
toda la población civil se alejara a las montañas y a los fiordos exteriores. Nos dirigimos al
hotel que nos había servido de alojamiento. Ya no estaba.

En medio de esas ruinas, hubo un espectáculo divertido. Nuestros marinos se entretenían


en capturar las mulas y los machos dejados por los franceses. Con bicicletas que habían
“encontrado” en algún lugar, andaban como “cowboys”, procurando enlazar a los animales
alborotados. Y cuando alguna vez algún marinero lograba enlazar a uno de esos animales
y trataba de montarlo, la bestia corcoveaba con las cuatro patas al mismo tiempo y el
marinero, arrojado al aire, tenía que emprender de nuevo la cacería. ¡Marina de montaña
en mula!
Todavía, empero, se hallaban las unidades noruegas delante del frente de la “Agrupación
Windisch”. En las primeras horas de la mañana del 9 de junio recibimos la comunicación de

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la Agrupación XXI de que el Rey de Noruega y su Gobierno habían abandonado Tromsö e
impartido al comandante en jefe, General Ruge, la orden de deponer las armas y establecer
enlace con el General Dietl. Este dispuso el envío de radiogramas con distintas longitudes
de ondas al General Ruge, no recibiendo, empero, contestación.

Al mismo tiempo se impartieron órdenes a las unidades de establecer enlace con las
unidades noruegas e invitarlas a deponer las armas, mencionando la orden de su Rey. En
honor de los noruegos debe decirse que hasta el último momento presentaron una valiente
resistencia, aun cuando la situación no les presentaba perspectiva favorable alguna. Al
parecer, las órdenes necesarias no habían llegado al desierto de nieve y hielo en que se hallaba
la Agrupación Septentrional noruega. Por tal motivo, los noruegos hacían fuego sobre todo
soldado alemán que se mostrara.
Hacia mediodía se recibió la comunicación del Comando de la Agrupación XXI, que
también desde Oslo se estaba tratando de establecer enlace con el General Ruge a objeto
de invitarlo a la inmediata capitulación y al envío de parlamentarios. Si éstos no llegaban
hasta las 16.00 horas, debía quebrarse toda resistencia mediante el más intenso empleo de
la Luftwaffe. Felizmente se evitó nuevos derramamientos de sangre debido a que el General
Ruge, que no recibió nuestros radiogramas oportunamente, comunicó a las 15:00 horas
que había impartido la orden de cesar las hostilidades a las 24:00. Los parlamentarios se
hallaban en camino a Narvik y Drontheim.
El 10 de junio a la 01:00 hora se levantaron los soldados pertenecientes a la “Agrupación
Windisch” de los agujeros en la nieve y en la roca, en donde habían resistido durante
semanas contra un enemigo muy superior, e iniciaron cansados, pero como vencedores,
el avance hacia el oeste; pudieron ocupar metódicamente los anteriores alojamientos en
el campamento Elvergaardsmoen y en el fiordo Herjangs, manteniendo una seguridad
permanente hacia el norte.
En el puesto de combate de la División llegaron a las 04:00 como negociadores un teniente
coronel y un capitán que formaban parte del Estado Mayor Noruego por el único camino
posible, el de Björkvik —Öijord - Narvik. En la modesta pequeña choza, en la que ya se
notaban los primeros brotes de la primavera, reinaba un espíritu difícil de describir. Los
pocos oficiales y soldados del comando, que habían convivido todas las preocupaciones, las
esperanzas, las desilusiones y las trascendentales resoluciones a proximidad inmediata de
su General, compartían ahora con él, lo que pasaba seguramente en su alma. Nunca antes
se había librado una lucha semejante. Pero tampoco nunca antes fueron recompensados
más brillantemente el sentimiento de responsabilidad, la firme tenacidad, la decisión
del sacrificio personal y la verdadera capacidad de conductor como en la lucha ahora
terminada en Narvik.
Las negociaciones con los delegados noruegos fueron exteriormente sobrias y objetivas,
como corresponde a la idiosincracia militar; pero internamente eran, por cierto, llenas
de tensiones dramáticas. El General Dietl presentó a los parlamentarios las condiciones
de capitulación, redactadas de acuerdo con las directivas de la Agrupación XXI, las que
después de un estudio de varias horas de duración fueron firmadas a las 09:15 por ambas
partes. Los noruegos sólo expresaron un deseo, el de poder mantener en la Finmarca, bajo
comando noruego, a otras tropas como defensa contra Rusia. Esta solicitud fue transmitida
a la Agrupación XXI, para su resolución; pero tuvo que denegarse, pues la Wehrmacht
alemana era suficientemente fuerte para hacerse cargo de la guardia en el norte.

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Las condiciones de capitulación eran muy honrosas, como se desprende de los últimos
puntos del tratado. En virtud de ellos, no sólo se aseguraba a Noruega la liberación de
todos los prisioneros de guerra sino que a todos los oficiales noruegos que se hubieran
hallado frente a la Wehrmacht alemana en lucha abierta, se les dejó el arma de mano.
Debían sólo prestar una declaración de honor de que “durante la ocupación de Noruega
no realizarían actos bélicos u hostiles contra el Reich”.

En la tarde de ese día, el General Dietl, acompañado por su ayudante, se trasladó una vez
más en el autovía refaccionado a Narvik. Los últimos 7 kilómetros tuvieron que salvarse,
como con tanta frecuencia en las últimas semanas, con la bolsa y el bastón de esquí al habitual
“paso de durmientes”. A las 17:00 el vencedor de Narvik entró en la ciudad reconquistada.
El Capitán de corbeta Erdmenger ha relatado en las últimas páginas del diario de guerra
de su batallón de marina, sobre el final de la lucha por Narvik, lo siguiente:
Contrariamente a la creencia general, el enemigo, no obstante los fuertes golpes recibidos
en el teatro de guerra del oeste, había realizado, una vez más, considerables esfuerzos para
terminar en forma exitosa su empresa contra Narvik. Logró entrar transitoriamente en la
ciudad. También los noruegos habían atacado otra vez a lo largo de la frontera sueca. En el
frente marítimo no se emprendió otro ataque.
Después de haber tenido que reconocer que un transporte de mineral de hierro no podría efectuarse
en un período previsible a causa de las destrucciones en las obras de carga y evidentemente bajo la
impresión de los Stukas (aviones de bombardeo en picada) que aparecieron allí por primera vez y de
las enérgicas medidas de socorro alemanas que se hacían sentir cada vez más, el adversario evacuó el
sector de Narvik y se retiró, dejando una considerable cantidad de material, protegido por la niebla
y la lluvia.

Las luchas por Narvik terminaron en forma exitosa y definitiva, por consiguiente, el 10
de junio. En la victoria alemana influyeron en forma decisiva:
La audacia en el plan, la cooperación de todas las ramas de la Wehrmacht en una acción
común y solidaria, la enérgica voluntad de la conducción, la acertada apreciación del
enemigo, la carencia de una conducción enérgica y de claro objetivo en el lado contrario,
el empleo exitoso de la flota alemana y el intenso empeño novedoso de la Luftwaffe.
El Comando Supremo alemán, dio a conocer el 10 de junio el siguiente comunicado:
La heroica resistencia que la Agrupación de Combate del General de División Dietl
ha presentado en Narvik desde hace muchas semanas, en su situación de aislamiento y en
condiciones difíciles, fue coronada hoy por la victoria completa. Tropas de montaña de Austria,
unidades de la Luftwaffe así como dotaciones de nuestros destructores han dado una ejemplar
prueba, para todos los tiempos, de gloriosa capacidad militar en las luchas de dos meses de
duración. Por su heroísmo obligaron a las fuerzas terrestres, navales y aéreas aliadas a evacuar
las regiones de Narvik y Harstad. Sobre la ciudad de Narvik flamea definitivamente la bandera
alemana.

El Comandante en Jefe de las Fuerzas alemanas en Noruega, el Coronel General von


Falkenhorst, dirigió a los soldados de la Agrupación de Combate Dietl una proclama en la
que reconoce su tenacidad en las condiciones más difíciles de lucha como un ejemplo de
máxima capacidad militar alemana. Recuerda a los militares caídos y termina:
Soldados: el adversario ha renunciado a la lucha, ha depuesto las armas y capitulado. Uds.

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son los vencedores. Habéis conquistado laureles inmarcesibles. Os agradezco de todo corazón
vuestros sacrificios que fueron sobrehumanos y requerían el empeño de las últimas energías.
Me siento orgulloso de vosotros y conmigo lo está toda la Wehrmacht en Noruega. Os felicito
por la admirable victoria que habéis logrado y expreso a todos vosotros mi reconocimiento.

Un viejo general austríaco envió a sus compatriotas en el Extremo Norte, por intermedio
del diario “Ostmärkischen Volkszeitung”, el siguiente saludo:
Ese puñado de alpinos quedó librado a sí mismo. A 2.000 kilómetros de la Patria, al principio
a 1.000 kilómetros de las tropas alemanas más próximas, en el desierto de rocas y hielo de
las montañas de más de 1.000 metros de altura al norte del Círculo Polar, se hallaban frente
a una múltiple superioridad enemiga. Luchar tenazmente en posiciones muy adelantadas
o en puestos aislados es la misión de los soldados de Austria desde su fundación y nada los
amedrenta, aunque deba realizarse en la nieve y en el hielo eterno, como también lo demostró
la Guerra Mundial. En Narvik han sido empeñados los descendientes de las más famosas
unidades del antiguo Ejército Austríaco, los que han agregado a su corona de gloria una hoja
de máxima brillantez.

Y el Comando Supremo de la Wehrmacht envió el 13 de junio un radiograma a los


combatientes de Narvik que terminaba con estas palabras:
Todos Uds. que allá en el Extremo Norte lucharon conjuntamente, soldados de las montañas
austríacas, dotaciones de nuestros buques de guerra, unidades de paracaidistas, aviadores de
combate y pilotos de transportes, pasarán a la historia como los mejores representantes de la
máxima capacidad militar alemana.
Al General de División Dietl le expreso el agradecimiento del pueblo alemán, por la honrosa página
que ha agregado al libro de la historia alemana.

4. La Empresa Búfalo

M ientras la pequeña Agrupación de Combate Dietl se hallaba en difícil lucha defensiva


en la zona de Narvik en completo aislamiento, se había llevado a cabo la ocupación de
la Noruega Meridional y Central.
En el avance hacia el norte, partes de la 2. División de Montaña al mando del General
de División austríaco Feurstein habían alcanzado Mosjöen. Aquí terminaba la única línea
ferroviaria que conducía hacia el norte, línea que, empero, había quedado inutilizada
por las luchas. El valiente Regimiento 14 de Infantería de Noruega, que sin suficientes
abastecimientos y probablemente sólo con sus efectivos de paz siempre se había opuesto
al avance alemán, se hallaba en disolución. Una agrupación de combate anglo-francesa, de
un efectivo de 200 a 300 hombres, se retiró hacia Mo y fue embarcada allí. En Mosjöen se
encontró una orden del Comandante de la 6. División de Noruega, General Fleischer, la
que contenía el párrafo:
Exprese Ud. al Batallón Sundlo (I/R. 14) que una vigorosa defensa retardante de la parte meridio-
nal de la región Halogaland, lo más al sud posible, apoyada en líneas de comunicaciones destruidas,
es de la máxima importancia para la liberación de la región de Narvik y la protección de la Noruega
Septentrional y de este modo constituye la base para la política noruega. Nunca se ha asignado una
misión más importante a un batallón noruego.

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Las débiles fuerzas noruegas han tratado así de defender las partes no ocupadas de su
suelo patrio hasta el doloroso final. Sus esfuerzos, empero, tenían que resultar inútiles ante
la superioridad de las fuerzas alemanas.
El 17 y 18 de mayo tuvo lugar el combate en Stien y Mo contra Scots - Guards (Guardias de
Escocia) que, con gran apresuramiento fueron transportados desde la zona de Narvik para
oponerse al avance alemán; tampoco ese breve encuentro pudo detener el avance alemán.
Cuando se les preguntó a los prisioneros -¿Por qué dejaron de resistir a pesar de tener
la orden de mantener la posición? Vino, después de algunas vacilaciones, la contestación:
-Contra los cazadores de montaña alemanes nada podíamos hacer.

Entre tanto la “Agrupación Feurstein” había recibido el 15 de mayo, precisamente al tener


conocimiento de la ocupación de Stien y Mo, el siguiente radiograma del General Dietl:
-Me hallo ante la irremediable necesidad de hacer retroceder en breve a Windisch. A la vez
será inevitable evacuar a Narvik si no dispongo pronto de nuevas fuerzas.

Efectivamente entonces el ala septentrional de la “Agrupación Dietl”, ala al mando del


Coronel Windisch, en esa época jefe del Regimiento 139 de Cazadores de Montaña, tuvo
que hacerse replegar desde la costa del fiordo Herjangen a las montañas y de este modo
evacuarse la ciudad y el puerto de Narvik. Era así necesario proceder con la máxima
rapidez a ejecutar la proyectada Empresa Búfalo. Pero como entre Mo y Saltdal el enemigo
había evacuado o destruido todas las subsistencias y como el servicio de abastecimiento
de la “Agrupación Feurstein” tenía que salvar todavía las mayores dificultades, hubo que
recurrir otra vez a la ayuda de la Luftwaffe. Los excelentes Ju 52 vinieron pronto y lanzaron
sus oportunas cargas ya al norte del Círculo Polar, en su mayor parte en Lönsdalen. Pero
también tuvieron cruentos sacrificios cuando un caza inglés que partió de Bodö derribó el
26 de mayo tres aviones de transporte Junker.

Las puntas de la “Agrupación Feurstein” chocaron nuevamente al sur de Rognan contra un


batallón inglés que había sido enviado desde Narvik para detener su avance. Esta vez fueron
Irish - Guards (Guardias de Irlanda), reforzados por Welsh - Fusiliers (Fusileros de Gales),
pero que también tuvieron que retirarse después de un combate breve, librado con gran
encarnizamiento. Hasta el 1º de junio se había alcanzado y limpiado la región Fauske-Bodö-
Sörfold. La “Agrupación Feurstein” había salvado hasta entonces 700 kilómetros en marchas
y combates; veinte puentes grandes volados y diez voladuras de rocas que interceptaron los
angostos caminos, no habían logrado detener mayormente a los cazadores de montaña.
Ahora se había alcanzado, por último, la base septentrional desde la cual se debía llevar
ayuda también por tierra a la apremiada “Agrupación Dietl”. Dadas las considerables
dificultades del terreno y la distancia de 200 kilómetros que todavía había hasta Narvik,
no había seguridad de que pudiera cumplirse la orden.
Ya el 22 de mayo el General Feurstein había ordenado a las partes de su división diseminadas
en el trecho Mo-Mosjöen-Drontheim-Oslo de más de 1.000 kilómetros de longitud, lo
siguiente: “Para la empresa proyectada a Narvik se efectuarán los siguientes preparativos:
Tengo la intención de organizar tres batallones reforzados Narvik, con personal elegido.
A tal efecto, cada compañía formará una o dos secciones compuestas del mejor personal,
las que constituirán uno o dos compañías “Narvik” por batallón, compañías que estarán al
mando de oficiales de especial energía y con instrucción alpina. Cada regimiento formará

132
de este modo un “Batallón Narvik” de dos hasta tres compañías, que será reforzado
por ametralladoras pesadas, piezas de infantería, una sección de cañones de montaña y
zapadores. El Teniente Coronel Caballero von Hengl queda encargado de la ejecución de
la Empresa Búfalo.

Después de haber sido fijada a grandes rasgos, por el General Feurstein y el Mayor de
estado mayor Zorn, la ruta Búfalo por Hellemobotn, el ventisquero Gicce-Cokka y Fjellbu
y se hubo pedido el necesario equipo de montaña en Drontheim, el Teniente Coronel von
Hengl pudo iniciar el 23 de mayo los preparativos en detalle.
La ruta debía elegirse en tal forma que se evitaran, por una parte, los fiordos Hellernobotn
y Skjomen, amenazados por buques de guerra enemigos, y, por otra, toda violación de la
neutralidad sueca. Para el reconocimiento teórico sólo se disponía de la carta 1:100.000, una
descripción general del país y un interesante estudio sobre los lapones en esa región, pero
sin valor militar. No existían “Memorias Geográfico-Militares” sobre esta región carente de
vialidad y que para unidades de tropas, según toda apreciación militar, no era transitable.
No era posible efectuar un reconocimiento de la ruta por medio de patrullas debido a la
situación del enemigo y por falta de tiempo. Por esos motivos, el Teniente Coronel von
Hengl tuvo que conformarse con un vuelo sobre la zona prevista, que le permitió, empero,
recoger, como viejo aviador de la Guerra Mundial, impresiones fundamentales y precisas.
Durante 9 a 10 jornadas debían recorrerse 15 a 20 kilómetros diarios. Desde un principio
hubo que descartar el reabastecimiento por cargueros o portadores, pues aún las mejores
mulas se hubieran perdido en este terreno y el empleo de formaciones especiales de
portadores no se habría justificado a causa del gran consumo propio de víveres que
hubieran requerido. También hubo que descartar el empleo de cualquier vehículo, aun de
las pequeñas carretas o trineos de montaña, que en otras partes dan tan buenos resultados.
Además, la estación era ya muy desfavorable. Ya no existían las plenas condiciones
invernales; por otra parte, no se había alcanzado el grado máximo del deshielo. Los esquíes
y los trineos de mano no podían ser empleados. En todas partes había nieve blanda, se
formaban grandes témpanos o se reunía agua de la nieve derretida, agua que caía en
rápidos arroyos al valle.
Todo el trecho desde Söorfold hasta la región de lucha en Narvik, la que debía alcanzarse
en la zona de Hundalen, fue dividido en ocho tramos con cuatro campamentos y cuatro
lugares de descanso diurno. Si el movimiento de avance —que bien podía calificarse de
“expedición ártica”— se realizaba en la forma proyectada, la punta de la “Empresa Búfalo”
habría alcanzado la Agrupación de Combate Dietl entre la entrante del fiordo Rombaken
y la frontera sueca; ya al aproximarse al este del fiordo Beis hubiera podido intervenir en
las encarnizadas luchas que allí se libraban. No tenía objeto preparar planes tácticos, pues
nadie podía saber si las fuerzas de la Empresa Búfalo, cuyo avance sin duda habría sido
conocido por el enemigo, no habría chocado ya entre Skjomen y la frontera sueca con los
batallones polacos o con los legionarios extranjeros comprobados allí.

En la penumbra de la sombra de las montañas se deslizaba en la noche del 2 al 3 de


junio una rara columna, como una larga víbora de mar, por una bahía protegida al sur de
Sörfold. La cabeza resultó ser una pequeña balsa, mientras el cuerpo estaba constituido
por unos 25 botes de remo a mano, acoplados. Estas embarcaciones estaban metidas
profundamente en el agua, pues dentro de ellas se hallaba con su equipo completo la

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“punta del Búfalo”, constituida por la compañía de cazadores de montaña al mando del
Teniente 1° Osterman. La vanguardia técnica se hallaba en camino, con una delantera de
24 horas, al Campamento I. en Kobbvatn.
Lentamente salía esa víbora del brazo meridional del Sörfold a fin de cruzarlo en todo su
ancho y llegar al fiordo Leit, de 20 kilómetros de profundidad, en su extremo interior. Pero
apenas los botes habían abandonado la bahía protectora, cuando empezó a intensificarse
manifiestamente la marejada. Los zapadores se cubrieron con los paños de carpas, pues no
sólo entraba agua por las bajas bordas sino que el fresco viento del mar también llevaba
nubes de lluvia glacial a través del fiordo. Era inútil el trabajo de sacar el agua de los
botes con marmitas, latas de conservas, gorras y manos, que se efectuaba en todas partes.
Dos pequeños botes y más tarde tres más, se llenaron completamente de agua; el jefe de
compañía debía admitir, contra toda su voluntad, que así no podía continuarse.

Completamente empapada y helada, la compañía alcanzó de nuevo la bahía protectora.


Pero 6 horas después ya se habían preparado tantos botes marinos que de nuevo pudo
intentarse la travesía. El 4 de junio toda la compañía estuvo en el objetivo del día y la balsa
regresaba con sus remolques. La niebla, los golpes de lluvia y la marejada impedían la
visión. De pronto surgió un buque que parecía gigantesco delante del indefenso convoy y
abrió de inmediato el fuego con sus tres cañones de 4 cm. Los zapadores lograron todavía
cortar los cables a los remolques y desaparecer rápidamente detrás de los escollos más
próximos. Lamentablemente la balsa a motor, tan valiosa para nosotros, había recibido
algunos impactos de modo que pronto se fue hundiendo y la dotación sólo pudo salvarse
nadando a la orilla.
El duelo que a continuación se realizó entre la batería de montaña Goriany y el buque
auxiliar de guerra enemigo terminó sin decisión a la altura de Sörfold. Más tarde fueron
transbordadas una compañía tras otra sin ser molestadas.

Los búfalos que marchaban hacia el norte, debían recibir desde el aire, de acuerdo con
el plan, no sólo alimentación en los campamentos y lugares de descanso sino también la
dotación inicial para ocho puntos de apoyo sanitarios. La Compañía 67 de Sanidad de
Montaña debía lanzar en cada punto de apoyo un grupo con un cirujano. El abastecimiento
desde el aire debía comprender, además, carpas, mantas, vestuario especial, munición
y materiales a los lugares de descanso diurnos con el objeto de evitar que las unidades
tuvieran que transportar esas cargas por las montañas. Poco antes de alcanzar la zona
de lucha Narvik, debían lanzarse también las partes pesadas de los cañones de infantería
divisibles, los trineos para ametralladoras pesadas y otro material de combate y, antes que
nada, la munición pesada requerida.
En los aeródromos y puertos para hidroaviones en Drontheim, los aparatos se hallaban
listos para volar. Se acababa de instalar el aeródromo de Hattfjelldalen; pero todavía
no podía utilizarse como lugar inicial para los vuelos de abastecimiento. Las primeras
cargas eran víveres, carpas y bolsas-camas. Los pilotos conocían la importancia de sus
misiones, como también las enormes dificultades de su cumplimiento a causa de que no
era conocida exactamente la ubicación de los objetivos situados en la alta montaña, donde
la orientación no era fácil, y del mal tiempo. Sabían la urgencia con que debía realizarse
la empresa, pues la cabeza de puente en que había sido acorralada la “Agrupación Dietl”
desde el 28 de Mayo, podía en cualquier momento ser reducida aun más por el enemigo.

134
La alimentación de marcha llevada desde Sörfold por las mismas unidades sólo alcanzaba
para cuatro días y en caso de que fallara el abastecimiento desde el aire, el avance tendría
que suspenderse. Desde hacía ya 5 días caía una lluvia torrencial sobre los aeródromos
en el sur; sólo en forma transitoria se abrían claros en la capa de nubes. Por esa causa el
Batallón Heinzle (formado por partes del Regimiento 136 de Cazadores de Montaña) tuvo
que ir desde el Campamento II de nuevo al valle a fin de llevar, como batallón de portadores,
12.000 raciones de víveres a la altura, antes de poder continuar la marcha como batallón de
combate.
Para el Ib. de la “Agrupación Feurstein”, es decir, el cuartelmaestre responsable del
abastecimiento, inclusive de la “Empresa Búfalo”, fue un gran alivio saber que precisamente
en ese momento crítico una columna con los excelentes camiones “Kfz. 70” del IV Batallón
de Ametralladoras había establecido el enlace desde el sur, a Fauske.
Tampoco la Luftwaffe se dejó retener durante un lapso mayor por el pésimo estado
atmosférico. La zona del mal tiempo fue atravesada por los aviones volando a lo largo de la
costa occidental, llena de escollos, en dirección Bodo. Una parte de la dotación de esquíes
y de alimentación fue lanzada sobre Fauske, pero cuatro Ju 52 continuaron el vuelo a las
montañas. El Kobbvatn fue fácil de localizar. A lo largo del Gjerdalen también fue posible
una cierta orientación; pero en su extremo superior se habían acumulado gruesas nubes.
Como lugar de lanzamiento se había ordenado el Campamento II en. el lago Livsejav.
Las máquinas describían círculos en el estrecho valle. Una arriesgó la ruptura, desapareció
entre las nubes, las que llegaban casi hasta el suelo, y no volvió a aparecer. Se destrozó en
una montaña al este del lago; pero la tripulación se salvó y se incorporó a los cazadores de
montaña. Dos de los otros aparatos lanzaron sus cargas sobre el lago todavía cubierto de
nieve y el cuarto en el Gjerdalen posterior.
Los cazadores de montaña, entretanto, se hallaban sentados, empapados y temblando de
frío, sin carpa, bolsa-cama y comidas en sus lugares de descanso, después de una marcha
de 14 horas por pantanos, nieve blanda, por rocas y barreras que eran demasiado altas para
salvarlas sencillamente, por lo que cada vez era necesario sacarse la bolsa de 30 kilos de
peso, levantarla y después subir uno mismo. Se reunían estrechamente procurando dormir
un poco. Se oyó intenso ruido de motor. ¿Aviadores? ¿Con este tiempo? Rápidamente se
colocaron los paños de señales; los cazadores gesticulaban y gritaban, pero los aparatos
siempre eran sólo visibles durante unos pocos segundos entre los girones de nubes. Los
cazadores ya estaban por renunciar a toda esperanza cuando de pronto, vieron descender
paracaídas con cargas. Después de una activa búsqueda de 6 horas de duración se recogió
—entre los montones de nieve, riscos de rocas y pantanos— pan abizcochado, conservas,
fruta seca, chocolate, cigarrillos, carpas, bolsas-camas y esquíes.

Desde hacía 6 días los cazadores de montaña se hallaban en pie durante 12 a 15 horas
diarias. Ahora contaban con un alojamiento precario en carpas para cinco a diez hombres
y podían meterse dentro, de las prácticas envueltas de las bolsas-camas inglesas. Las
bolsas-camas mismas quedaban descartadas a causa de su peso y por no ser impermeables
a la humedad.
En esta marcha a través de la alta montaña ártica resultó especialmente difícil
la orientación. El suelo ferruginoso y la influencia de la aurora boreal originaban
desviaciones tan pronunciadas en nuestras brújulas de marcha que no se podía confiar en
ellas. En cuanto a material cartográfico, sólo disponíamos de mapas a escalas gráficas muy

135
grandes y, además, eran inexactos. Si no se contaba con amplia visibilidad era, sin duda,
una verdadera proeza de los jefes subalternos hallar la ruta ordenada. Pero, aquí como
en Narvik, estaba empeñada la flor de las fuerzas de montaña alemanas y casi todos los
días el material inalámbrico llevado por la unidad comunicaba lacónicamente, después de
alcanzado el objetivo ordenado, “N-E-A”, que significaba “nosotros estamos aquí”.

El esfuerzo de las compañías que hasta el 8 de junio alcanzaron Hellemobotn, en el fiordo ho-
mónimo, debe ser calificado de extraordinario. Durante muchos días estuvieron avanzando en la
nieve, bajo la lluvia, soportando tempestades y nieblas, sin contar con refugios para el descanso,
en condiciones muy difíciles de orientación y efectuaron muy largos recorridos por campos de
nieve blanda o nueva con cargas muy pesadas. El tramo más difícil se había salvado en las cir-
cunstancias más desfavorables.
Cuando el conductor de la Empresa Búfalo, el Teniente Coronel von Hengl, se expresa
en los términos del párrafo precedente en su informe a la “Agrupación Feurstein” sobre
la ejecución de esa marcha única, se mantiene dentro de la objetividad propia del
experimentado alpinista y soldado de montaña. El esfuerzo realizado por los oficiales
y soldados sólo lo puede apreciar el que haya estado en las desnudas rocas de la costa
septentrional noruega durante las tempestades de nieve. Se ha comprobado, además, que
el regimiento habría recorrido también el trecho faltante, ya señalado, en condiciones de
poder ser empleado en la zona táctica de Narvik; pero, entretanto, el 9 de junio el enemigo
había retirado todas sus fuerzas de la región de Narvik.

El comunicado del OKW dio a conocer brevemente -Una agrupación de unidades


elegidas de montaña que el día 2 de junio había iniciado la marcha desde la zona Fauske
hacia el norte por una región sin caminos, realizó el 13 de junio de 1940 su reunión con
la Agrupación de Combate Narvik.
El 14 de junio se presentó en forma irreprochable al General Dietl un joven oficial con
20 cazadores de montaña tostados por el aire, de barba completa, como “punta de la
Empresa Búfalo”. De este modo se había establecido también por tierra una comunicación
entre Narvik y Oslo o sea de una longitud de más de 1.000 kilómetros; una vez abiertos
todos los archivos secretos, los historiógrafos y los científicos castrenses podrán juzgar en
forma categórica si la Empresa Búfalo contribuyó también a que los aliados abandonaran
definitivamente la Noruega Septentrional.

La forma en que esta Empresa Búfalo es juzgada hoy por el adversario de entonces, se
refleja en las Memorias de Guerra, de Winston Churchill. Ha reconocido el esfuerzo de
nuestros cazadores de montaña e informa que algunas compañías con instrucción especial
debían abrirse a pie un camino desde Grong a Mosjöen.
Se me aseguró, empero, repetidas veces que no se podía utilizar esa vía. A preguntas
urgentes... se contestó que ni aun un pequeño pelotón de cazadores alpinos con esquíes podría
moverse por esa ruta.
El General inglés Massy consideraba descartado que “los alemanes pudieran avanzar
por ese camino si los cazadores alpinos ni siquiera lograban replegarse por el mismo...
Pero esa opinión resultó errónea, pues los alemanes utilizaron intensamente ese camino
y avanzaron por él con tanta rapidez que nuestras tropas en Mosjöen ni siquiera tuvieron
tiempo de ocupar posiciones adecuadas”. Por tal motivo se envió un destructor con 100

136
cazadores alpinos franceses y algunas piezas livianas por mar a Mosjöen, “pero volvieron
a embarcarse y zarparon antes de la llegada de los alemanes”.

En la población alemana la noticia de la evacuación de Narvik por los ingleses produjo


un gran júbilo. Sólo en un lugar no se compartió la alegría: era entre los cazadores de
montaña que en la ruta Búfalo habían iniciado la marcha desde Fauske hacia el norte por
ventisqueros y montañas rocosas.
El Teniente Coronel von Hengl buscó una expresión mediante la cual pudiera describir
objetivamente, en un radiograma al General Dietl, el estado de espíritu de sus cazadores
de montaña. Y halló una que respondía exactamente a la amplia idiosincracia de Dietl. Ha
de ser muy probablemente el más extraordinario radiograma que en la II. Guerra Mundial
jamás haya sido despachado al éter -Con tapa inodoro en mano, ensuciamos pantalón.

5. Consideraciones Retrospectivas

H an transcurrido 12 años desde la ocupación de Noruega y con ella también del puerto
minero de Narvik. Entretanto, las severas acusaciones y los relatos unilaterales que
ante la catástrofe mundial se dirigieron exclusivamente contra los vencidos, han dado paso
a una apreciación más justiciera.
Gracias a las amplias publicaciones en los países aliados, hoy estamos en situación de
compulsar no sólo los documentos alemanes, sino también de escuchar las opiniones de
nuestros anteriores adversarios. Pero no queremos formular consideraciones críticas de
ellas, ya que aquí se trata exclusivamente de un libro sobre el soldado Dietl. El lector ha de
poder formarse por sí mismo un juicio propio sobre el grado de culpabilidad que todavía
retiene a soldados alemanes en cárceles o campamentos. Quizá el cotejo que sigue a
continuación, puede contribuir en una medida modesta a que se aprecie más serenamente
los hechos y se evite, en este mundo fraccionado, una repetición de los errores de ambas
partes.

El plan Stratford

Nadie mejor que el Primer Ministro de Inglaterra de la II. Guerra Mundial, Winston
Churchill, relata en el I. Tomo de su obra sobre ella, los pensamientos que lo preocupaban
en el otoño de 1939 después del ataque sorpresivo de la Unión Soviética sobre la pequeña
Finlandia.
Aun cuando la Guerra Mundial estaba en desarrollo, surgió en seguida el deseo urgente de
acudir en ayuda de los finlandeses, enviándoles aviones y otros valiosos materiales de guerra
así como voluntarios de Gran Bretaña, Estados Unidos y sobre todo, de Francia. Pero para el
envío de materiales de guerra y munición y la concurrencia de voluntarios sólo había una ruta
a Finlandia. El puerto minero de Narvik, con su enlace ferroviario a través de la montaña con
la frontera sueca, adquirió, aunque no una nueva importancia estratégica, una trascendencia
de orden sentimental... Si Narvik debía convertirse en una especie de punto de apoyo aliado
para el abastecimiento de Finlandia, sería una cuestión fácil impedir a los buques alemanes que
cargasen mineral de hierro y luego navegasen a lo largo de la costa hasta Alemania. Tan pronto

137
como lográramos pasar por alto, con cualquier pretexto, las protestas noruegas y suecas contra
los aliados, las medidas mayores acarrearían, por sí solas, las menores.

Ya el 29 de setiembre de 1939 el Ministro de Marina británico requería “medidas drásticas


en el caso de que se reanudaran los transportes de Narvik a Alemania”.

El 16 de diciembre de 1939 Winston Churchill resume sus intenciones, después de largas


reflexiones y estudios, en un memorándum que presentó a su gobierno. Expresa allí entre
otras cuestiones:
Los transportes de mineral de hierro desde Narvik deben ser impedidos mediante la
colocación de una serie de pequeños campos minados situados uno detrás de otro en 2 o 3
puntos favorables en aguas jurisdiccionales noruegas.
Nosotros podríamos, por ejemplo, ocupar Narvik y Bergen y seguir utilizando estos puertos
para nuestro comercio, mientras que para Alemania quedarían completamente interceptados.
No puede recalcarse suficientemente que el dominio británico de la costa noruega represente
un objetivo estratégico de primer orden.
El 9 de diciembre de 1939 el cónsul británico en Narvik recibió la orden de informar
telegráficamente sobre el puerto, con datos precisos sobre la longitud de los muelles,
profundidad de las aguas, altura de los muelles sobre pleamar, cantidad de grúas y otros
elementos de descarga, galpones existentes, enlaces ferroviarios, aeródromos y carreteras.
“Sírvase investigar con máxima discreción”, prescribía al final. Una misión análoga al cónsul en
Tromsö era calificado de “secreto máximo.

El 14 de febrero de 1940 el auxiliar del agregado naval británico en Estocolmo envió la


siguiente nota al Cónsul en Narvik:
Estimado Cónsul Capitán: La presente tiene, por lo pronto, el objeto de presentarle a Maxton,
mi auxiliar para asuntos reservados, a quien se lo recomiendo. Le lleva un cuestionario que ha
de proporcionarle entretenimiento y diversión en las largas noches de invierno.
Las órdenes del Almirantazgo tienden a que este asunto sea tramitado rápidamente, sin
consideración a gastos. Le propongo, por consiguiente, que Ud. envíe a uno de sus jóvenes
inteligentes con su -paquetito a Tromsö, quien esperará allí la contestación y se la traiga a Ud.
Entonces me envía Ud. a, digamos, Smith con su contestación y con la de Tromsö; pero tiene que
llevar la nota bajo la camisa, pues no debe trascender el hecho de que es portador de una nota.
En el intervalo, Ud. gestionará una visa sueca para Smith a fin de que pueda salir y regresar; si
esto origina alguna dificultad, le pido me lo haga saber telegráficamente. Como motivo para
el pedido de visa debe manifestarse, como es natural, razones de salud (convalecencia). Ud.
mismo sabrá cuál es la forma de procurarse las respuestas a las otras preguntas. Pero no se deje
fusilar por esa causa, si es que lo puede evitar. Su John Poland.
El excelente servicio de informaciones británico funcionaba, por consiguiente, en Escandinavia
ya a fines de 1939 a una gran velocidad.
A principios de 1940 se impartieron en Inglaterra órdenes de empleo de fuerzas, con el
nombre de encubrimiento “Plan Stratford”, las que eran secretas y tenían el siguiente tenor:
La misión de las fuerzas adelantadas consistirá inicialmente en asegurar el puerto de Narvik
y el ferrocarril hasta la frontera sueca. Mientras las fuerzas permanezcan en Noruega, su
misión es velar por la seguridad del puerto y proteger el ferrocarril contra ataques de fuerzas
combatientes alemanas desde Suecia, sabotaje u otros actos de elementos enemigos locales.

138
Si se presentara la oportunidad, es intención del Comandante en Jefe avanzar a Suecia y ocupar
los yacimientos de minerales de hierro en Gällivare y otros puntos importantes de esa región.
Pero, en ningún caso, las tropas cruzarán la frontera sin orden expresa del Comando General
de las Fuerzas. Aún cuando puede admitirse que no se encontrará resistencia de parte de las
fuerzas noruegas, no debe dejarse de tener presente la posibilidad de acciones enemigas por
motivos normales de seguridad militar. Se elaborarán, por consiguiente, planes sobre esa base.

En las luchas posteriores libradas en Lillehammer en Noruega, se hallaron documentos en


poder de oficiales británicos prisioneros, de los que se desprende claramente que el desembarco
inglés en Noruega había sido preparado metódicamente y se tenía la intención de realizarlo casi
en la misma fecha que la operación alemana. Esas órdenes son de fecha 2, 6 y 7 de abril de 1940.

En la mañana del 8 de abril entre las 04:30 y las 05:00 horas, cuatro destructores británicos
tendieron un campo de minas en la entrada del fiordo West (Oeste), en el que se halla el
puerto de Narvik. Cuando el gobierno de Noruega quería protestar formalmente contra
esa actitud, ya se estaban realizando los primeros desembarcos alemanes. Los ingleses
habían proyectado su operación Wilfred desde el 29 de setiembre de 1939 con el objeto
de interceptar las aguas de jurisdicción noruega a los buques alemanes mediante la
colocación de campos de minas. Churchill califica esa acción de pequeña e inocente, así
como la ocupación de Narvik por las fuerzas del General Dietl de un juego de niños.

La participación francesa

El 17 de enero de 1940 el Presidente del Consejo de Ministros y a la vez Ministro de


Relaciones Exteriores de Francia, Daladier, telegrafió al embajador francés en Londres,
Corbin; el despacho lleva la leyenda: “Objeto: Acción en Noruega. Secreto”. En él se
fundamenta la necesidad de una acción en Noruega, con los siguientes términos:
“Debe aprovecharse de inmediato toda posibilidad de hacer pie en una región que todavía
no nos ha sido cerrada así como todo pretexto que nos permita adquirir influencia en una
situación que reconocidamente obra directamente en el estrechamiento de la guerra. El
bloqueo de las aguas noruegas y la “Empresa Petsamo”1(acción de socorro para Finlandia),
nos abren dos de esas posibilidades”.
Al final pedía al Embajador “hacer presente a Lord Halifax el alcance de la responsabi-
lidad que nosotros asumimos si por una actitud de permanente indecisión y de prescin-
dencia se descuidan las posibilidades que todavía hoy se nos presentan en un teatro de
operaciones cuya importancia es decisiva para el resultado de la guerra.
Un documento muy ilustrativo para el estudio histórico-militar de la acción en Noruega
son las anotaciones del Comandante en Jefe francés, General Gamelin, sobre una
intervención armada en Finlandia:
“Ese plan contemplaba especialmente el desembarco de contingentes de fuerzas aliadas
en Petsamo. Al mismo tiempo, en caso dado, por razones de prudencia, debían caer en
manos de los aliados los puertos y los aeródromos de la costa occidental de Noruega.
El plan preveía, además, que en base a los resultados una vez obtenidos, la operación
debía posiblemente extenderse a Suecia y ocuparse las minas de hierro de Gällivare, una
fuente importante para la exportación de mineral de hierro a Alemania. Por medio de esa

139
operación debía cerrarse al mismo tiempo una nueva comunicación por Narvik-Lulea.
La apertura de un teatro de guerra septentrional presenta, desde el punto de vista de la
conducción de guerra, un interés prominente”.
El 21 de febrero de 1940 telegrafió Daladier al Embajador francés en Londres -La
ocupación de los puertos noruegos más importantes y el desembarco del primer escalón de las
fuerzas combatientes aliadas en Noruega darán a Suecia la primera sensación de seguridad...
Esta ocupación de los puertos noruegos deberá ser realizada como operación sorpresiva y
llevada a cabo por la sola Flota inglesa o con la cooperación de la Flota francesa, pero sin la
participación de las tropas aliadas destinadas a Finlandia.
De este modo se separaba en forma bien clara la acción contra Noruega del proyectado
auxilio militar para Finlandia, la que unos 14 meses más tarde se convirtió en el hermano
de armas de Alemania.
El 2 de abril de 1940, a las 19:12 horas, el agregado militar francés en Londres, General
Lelong, telegrafió al Comandante en Jefe francés: “... El primer transporte zarpará el día J 1,
esto es definitivamente el 5 de abril”.
En la tarde del 5 de abril se puso, empero, en conocimiento de la Marina de Guerra
francesa “que el primer convoy inglés no podría zarpar antes del 8 de abril, lo que dentro
del horario fijado significa que el primer destacamento francés saldrá de los puertos de
embarque el 16 de abril”.
Sólo a causa de esa demora, había ganado Alemania la delantera en tiempo que hizo
posible el éxito de la acción propia.

¿Cuál fue la actitud de Noruega?

El 2 de febrero de 1940 la señora Philipmore había ofrecido en Londres un almuerzo a


Mr. Churchill y a los representantes de los países nórdicos. En esa oportunidad el ministro
de Marina Winston Churchill pronunció un discurso, en el que se quejó amargamente de
la tibia actitud de los neutrales. Exigió que ya no se enviara más mineral sueco a Alemania
y expresó —según se desprende de un informe del ministro noruego en Londres— que
“la mejor manera para nosotros (es decir, los noruegos) de entrar en la guerra —lo que
constituirá el gran objetivo— sería que nos batiéramos del lado de Finlandia”.

El 17 de febrero de 1940 se esperaba, según se desprende de una nota del ministro de


Relaciones Exteriores de Noruega, la firma de un convenio de auxilio entre Inglaterra y
Finlandia. “Se admite que simultáneamente desembarcarían tropas en Bergen, Drontheim
y Narvik. Se cree que Winston Churchill, debido a las condiciones del hielo en el Oresund
y de las dificultades que una gran parte de la flota alemana tendría para realizar la travesía,
trataría de llevar a cabo esa acción con la mayor rapidez posible”.

En el diario de guerra de la Dirección de la Guerra Naval alemana se hallan interesantes


anotaciones relacionadas con noticias de Noruega. De acuerdo con una información
especial, en el Almirantazgo noruego se contaba “con la intención de Inglaterra de
hacerse cargo ella misma oficialmente, dentro de breve plazo, de la protección de las aguas
jurisdiccionales noruegas... En apoyo de esa actitud agresiva inglesa, probablemente se
realizarían o mejor dicho se provocarían antes algunos incidentes para que repercutan en

140
el exterior”. El mismo informante había averiguado que el gobierno noruego en esa época
“no había resuelto todavía en forma definitiva la actitud que observaría en caso de una
agresión inglesa”. Algunos ministros eran partidarios de una clara orden de abrir el fuego,
“la que, por cierto, sólo autorizaría a tirar al aire a fin de salvar la cara de la neutralidad
hacia el exterior”. Otros ministros eran partidarios de la dimisión del gobierno “a objeto de
ser relevado de la responsabilidad”.

Noruega sabía, por consiguiente, desde hacía mucho tiempo que Escandinavia y, antes que
nada, su costa occidental había entrado en el campo de vista de las potencias en guerra. Ya
en diciembre de 1939 se había producido en Noruega el conocido episodio del “Altmark”, un
buque mercante alemán que, perseguido por buques ingleses, se había refugiado en un fiordo
noruego en donde fue apresado por un destructor británico, el que liberó a 299 marineros
británicos prisioneros de guerra. Churchill mismo rebatió el rumor de que esos prisioneros,
que habían sido entregados en alta mar por submarinos alemanes a ese barco mercante, se
habían hallado en estado lamentable y relata que “habían sido bien atendidos y que bajaron
a tierra con espíritu alegre, pues gozaban de buena salud”. Ya entonces Noruega no había
impedido esa acción bélica, aun cuando dos de sus propios cañoneros se hallaban delante de
la entrada del fiordo.

Ese hecho debía ser considerado por Alemania, pues demostraba que Noruega no estaba
en condiciones o no estaba dispuesta a mantener su neutralidad. Pero con eso se había
hecho discutible la declaración de neutralidad dada por Alemania a Noruega el 2 de
setiembre de 1939, declaración que presumía “una neutralidad inobjetable”. En Berlín se
estaba, además, muy bien informado sobre la intensa actividad de los agentes aliados en
Noruega.
La apreciación de la neutralidad noruega se completa por una directiva de la División
noruega impartida al comandante de la guarnición Narvik, Coronel Sundlo, en la noche
antes del desembarco alemán, la que expresa:
“El ministro plenipotenciario noruego en Londres ha informado que fuerzas navales
alemanas e inglesas se hallan en el Mar del Norte en viaje con rumbo septentrional. Hacia
medianoche pueden ser esperados en Ofoten. Sobre los alemanes se hará fuego, sobre los
ingleses no”.
Nunca se pudo aclarar en forma indiscutible si en esta orden se trataba de una actitud
independiente de órganos militares o si respondía a una directiva precisa de Oslo. Pero, en
todo caso, muestra claramente la orientación de entonces de los militares noruegos y de la
población de Noruega.

Ordenes Alemanas

El 2 de octubre de 1939, o sea tres días después de haber pedido el Ministro de Marina
británico “medidas drásticas” contra los transportes de mineral de Narvik a Alemania,
ordenó Hitler al Comandante en Jefe de la Marina de Guerra, Almirante General Raeder,
que se presentara al Cuartel General a fin de analizar con él “las posibilidades de asegurar
puntos de apoyo en Noruega”. Raeder recibió la misión de elaborar planes militares para
una empresa de esa naturaleza. Nada tenía que ver el Almirante con el aspecto político.

141
El Almirante presentó el 10 de octubre varios memoriales, en los que también estudiaba
las medidas británicas a esperar en Escandinavia. Como soldado recalcaba las ventajas de
una acción destinada a abrir bien ampliamente la puerta del Atlántico y a la vez impedir la
organización de puntos de apoyo aliados en Escandinavia.
El 20 de febrero de 1940, no antes, ordenó Hitler, a propuesta del Coronel General Keitel,
al Comandante del XXI Cuerpo de Ejército, General von Falkenhorst, que se le presentara.
Falkenhorst había tomado parte el año 1918 en la Campaña de Finlandia y era considerado
como especialista en operaciones en circunstancias geográficas difíciles. Cuando el General
le quiso informar sobre aquella época, le interrumpió Hitler manifestándole que tenía en
vista una acción muy semejante, la ocupación de Noruega.

Sobre una gran mesa para cartas ya se hallaban los mapas de Escandinavia. Hitler le co-
municó que estaba en poder de noticias muy fidedignas de Noruega, según las cuales los
ingleses tenían la intención de desembarcar allí en breve. Interesaba ahora adelantárseles.
Inglaterra proyectaba la ocupación de Noruega a fin de ampliar el teatro de guerra, dise-
minar las fuerzas alemanas y al mismo tiempo aproximarse más al Mar Báltico, donde se
halla descubierto el flanco de Alemania. En esa forma perdían importancia los grandes
éxitos de la campaña contra Polonia y se amenazaba un próximo ataque contra Francia.
Todavía el mismo día tuvo lugar en la Cancillería del Reich en Berlín una nueva reunión
de Hitler con el Coronel General Keitel y el General Jodl, en la que se analizó en detalle la
operación contra Noruega.
En el oeste era inminente la “Empresa Amarillo”, o sea el ataque contra Francia, y surgía la
pregunta en qué sucesión cronológica debían realizarse ambas operaciones. Exactamente
diez días después se tomó la resolución correspondiente. En el diario de guerra de Jodl
figura la anotación: “El Führer ha ordenado llevar a cabo el “Ejercicio Weser” algunos
días antes de la “Empresa Amarillo”. La acción recibió como nombre de encubrimiento
“Ejercicio Weser-Norte”.

El 5 de marzo de 1940 el General von Falkenhorst impartió una orden que, como “Asunto
de jefe de estado mayor”, fue dirigida a las unidades del Ejército y de la Marina alistadas,
entretanto, para la ocupación de Noruega y que tenía como remitente ahora la “Agrupación
XXI” (antes XXI Cuerpo de Ejército).
Esa orden, entre otras cosas, prescribía:

1. — El Führer y Comandante en Jefe Supremo ha ordenado adoptar todas las medidas


para ocupar Noruega con partes de la Wehrmacht, cuando así lo requiera la situación en
Escandinavia (Caso “Ejercicio Weser-Norte).
Los efectivos a emplear para ese caso serán lo más reducidos posibles en vista de nuestra fuerza
político-militar superior frente a este Estado. La debilidad numérica se deberá compensar por
medio de procedimientos audaces y ejecución sorpresiva.
Se tratará, por principio, de dar a la empresa el carácter de una ocupación pacífica que tiene
como objeto la protección armada de la neutralidad Noruega. Las exigencias correspondientes
serán comunicadas al gobierno noruego simultáneamente con la iniciación de la ocupación. El
propósito de las exigencias será que el gobierno noruego se abstenga de toda resistencia armada,
inducirlo a tolerar la ocupación alemana y predisponerlo a una colaboración leal con los órganos
militares y civiles alemanes. Al formular esa exigencia se asegurará al gobierno noruego la más

142
amplia consideración a su soberanía estatal interna y el máximo apoyo en la conservación de la
vida económica. Si, no obstante, surge una resistencia, habrá que dominarla con el empleo de
todos los medios militares.
El general comandante del XXI Cuerpo de Ejército, General de infantería von Falkenhorst,
queda encargado de la preparación y conducción de la empresa, como comandante de la
XXI Agrupación; queda subordinado directamente al Führer y Comandante Supremo de la
Wehrmacht.
2. — La ocupación de Noruega deberá realizarse por una operación conjunta de las tres partes
de la Wehrmacht. La extensión y las características geográficas de Noruega, requieren el empleo
de agrupaciones de combate muy separadas en el espacio y que sólo en el ulterior desarrollo de
las operaciones establecerán contacto entre ellas y serán reforzadas. Por tal motivo, es condición
previa para el éxito de la empresa que todos los jefes procedan con energía y con independencia
de acción y se logre una cooperación sin fricciones entre las distintas partes de la Wehrmacht
que colaboren localmente.
En la orden se enumeran después las localidades que deberán ser tomadas en primer término:
Oslo, Arendal, Kristiansand, Stavanger, Egersund, Bergen, Drontheim y Narvik.
A objeto de determinar exactamente las condiciones previas para un carácter pacífico de la
empresa, se expresa más adelante:
Probablemente no antes del comienzo del desembarco se podrá saber por radiogramas y por
la actitud de los noruegos:
a) si es posible una ocupación pacífica; o,
b) si el desembarco y la ocupación tendrán que efectuarse a viva fuerza recurriendo a la lucha.
Dada la orientación antialemana de la población noruega en la actualidad, también en el
caso a) habrá que contar con la posibilidad de resistencias locales y la presencia de numerosos
agentes ingleses.

Finalmente se ordena todavía:


Si bien se actuará con firmeza y energía, también al imponer las exigencias necesarias, se cuidará
la forma de ocupación pacífica. El justificado sentimiento del honor de las fuerzas armadas no-
ruegas se respetará con tanta mayor razón cuanto que es de esperar que si procedemos con tacto,
el cuerpo de oficiales podría ser ganado para nosotros. Sólo se confiscarán las armas de fuego y la
munición cuando no esté asegurado un proceder leal de la tropa. En todos los casos debe descar-
tarse el empleo abusivo de las armas, cualquiera sea su clase.

Otra directiva: “Asunto secreto de Comando”, impartida por la XXI Agrupación prescribe:
Se mantiene el principio de la realización lo más pacífica posible de la operación o del
pronto restablecimiento de las circunstancias de paz. Se evitará cualquier intervención que no
fuese absolutamente necesaria en la vida económica y de relación así como en las libertades
personales del pueblo, pues sólo mediante una colaboración a las buenas de la población
noruega se podrán alcanzar máximos rendimientos económicos para Alemania.

Voces extranjeras 10 años después

Un inglés, Lord Hankey, escribe en su libro Politics, Trials and Errors (Políticos,
experiencias y errores) sobre la invasión a Noruega:

143
Si nuestra operación no era agresiva, entonces la de ellos (la alemana), por ser la única posibilidad
de salvarse de la estrangulación, tampoco era agresiva. Yo era en esa época miembro del Gabinete y
nosotros no teníamos al respecto ilusión alguna. Todos sabíamos que los alemanes la debían realizar.
Aun en Noruega se oyeron voces análogas. Un luchador de la resistencia, el doctor Scharffenberg,
ha publicado un libro en idioma noruego: “Documentos noruegos para la prehistoria de la ocupación
de Noruega”. Menciona allí actas de reuniones secretas de la Cámara de Diputados (Storling) de
Noruega y de la Comisión de Relaciones Exteriores en el período de 1938 hasta la primavera de 1940
y plantea las siguientes preguntas:
1. ¿Trataban las potencias occidentales de llevar a Noruega a la guerra contra Alemania?
¿Preparaban ellas una ocupación de la costa de Noruega?
2. ¿Mantenía Noruega una política de neutralidad severamente imparcial? ¿Quería o podía
Noruega oponerse a los planes de las potencias occidentales?
3. ¿Consideraba Alemania una neutralidad noruega como la más ventajosa en su propio
interés?
4. ¿Tenía motivos Alemania para temer una ocupación franco-británica de Noruega?
El que contesta “sí” a la primera pregunta, “no” a la segunda y “sí” a las tercera y cuarta, está
obligado, por lógica, a reconocer que la ocupación alemana del 9 de Abril no era contraria al
derecho de gentes.

Y para terminar estas voces de los entonces enemigos, se publica una carta personal que
todavía está en poder de la señora Dietl. El último Comandante en Jefe de las Fuerzas noruegas,
que evitó toda colaboración con los alemanes y prefirió ser prisionero de guerra, la dirigió
después de la terminación de las luchas al General Dietl. Su texto es:
Señor General Dietl:
Desearía expresarle con agrado que le estoy agradecido por la visita personal que me efectuó.
En esta época difícil para nosotros, la delicadeza de soldado que ha mostrado Ud. con esa
visita, me ha tocado el corazón.
Su atento.
Otto Ruge.
13/6/40.

144
V
El frente en el Ártico

1. El cuerpo de Montaña “Noruega”

D esde el 9 de junio de 1940 descansaban las armas en Noruega. Las costas y los fior-
dos estaban libres de enemigo; la población noruega regresaba con rapidez también
en las zonas de lucha a sus alojamientos evacuados y la navegación costera se reanudó con
sorprendente celeridad.
Los cazadores de montaña se restablecían en la costa soleada, conjuntamente con sus
compañeros paracaidistas y de la marina de guerra, de las privaciones y esfuerzos de las
duras luchas.
El General Dietl desde el primer día de la terminación de las luchas se hallaba, empero,
continuamente en viaje a fin de preparar la ocupación y la seguridad de la zona alrededor
de Narvik y de la región costera hasta Tromsö y Hammerfest. Rechazó todos los homenajes
que se le ofrecían en cantidad cada vez mayor, con las palabras: “Déjenme mi tranquilidad
y agradézcanles a mis cazadores.”
En esos primeros días de la nueva ocupación de Narvik ni él ni sus soldados pudieron
imaginarse la impresión que en Alemania y en sus aliados había producido el desempeño
de la “Agrupación Narvik”. El General Moscardón el defensor del Alcázar en España, envió
un sable cuya hoja toledana estaba artísticamente adornada con alegorías de la Guerra
Civil Española y de la Defensa del Alcázar.
En Alemania se había convocado el Reichstag y el General Dietl recibió orden de concurrir a
esa sesión. Fue distinguido, como primer general del Ejército, con las hojas de roble en la Cruz
de Hierro. Sus relatos del “bochinche” que entonces se armó, divirtieron todavía con frecuencia
a sus amigos.

La señora Dietl ha relatado ese día en que su esposo entró en Berlín como soldado
victorioso. En la calle donde estaba el hotel en que debía alojarse, se había aglomerado una
enorme multitud.
Cuando Dietl se aproximó en automóvil y vio la muchedumbre, hizo que se detuviera
en la “Entrada para el Servicio”. En la entrada principal sólo descendió, a continuación, la
señora Dietl y a los berlineses en espera se les alargó las caras. De pronto arriba en el hotel
se abrió una ventana por la que salió un largo brazo que saludaba a la concurrencia y se
oyó gritar: “Nada de esquemas”. Ese era Dietl después de la victoria de Narvik.
En una ocasión posterior, la señora relató: “Tuve, por cierto, un poco de preocupación
por él. No de que le pudiera pasar algo —esa preocupación existe siempre en las esposas
de militares—, sino de que ese exceso de homenajes le pudiera subir algo a la cabeza y
marearlo un poco. Pero me tranquilicé bien pronto, pues mi marido después de la victoria
de Narvik fue exactamente el mismo de antes.”
Pero después vino la mayor recompensa para él: una corta licencia de restablecimiento
en Graz con su mujer y sus hijos que adoraba. Allí de nuevo se puso por breves días el traje
estiriano y se restableció, dedicado a la caza y a la pesca, de sus esfuerzos en Berlín, que, en
su opinión, fueron aún mayores que los de toda la lucha en Narvik.

145
Dietl tuvo, empero, que saldar una antigua cuenta. En Polonia había apostado con un viejo ca-
marada de regimiento quien de ellos sería el primero que recibiría la Cruz de Caballero. ¡El, Dietl,
como es natural; eso era seguro!
Pero, como ocurre en la guerra, el otro había sido favorecido por el azar, en la campaña
de Polonia. Poco después Dietl recibió una carta en la que en una hoja estaba dibujaba una
cruz de caballero con la breve anotación: “Te abraza tu amigo.”
Dietl dibujó más tarde en otra hoja una cruz de hierro con hojas de roble y escribió
debajo: “Me aventajaste, tú. Dietl.”

En un viaje que hizo de civil, a fin de no recibir en todas partes el homenaje como “el héroe
de Narvik” —nada le era más molesto—, llegó Dietl a Múnich y bajó en la Estación Central.
Quería tomar un taxímetro que debía llevarlo a un hotel. Pero el chófer le expresó que sólo
podía levantar “personas con equipaje pesado”, pues ya entonces regían reglamentaciones
muy precisas, impuestas por la guerra. El chófer opinaba, además, que las personas con
maletas en el hombro eran, ya de por sí, sospechosas. Se rió entonces Dietl, diciéndole: -Si
supieras quien soy; pero en Narvik también anduve a pie y ahora puedo viajar en tranvía.
El mismo relató este episodio en el hotel.

Las Agrupaciones orgánicas que en el desarrollo de las operaciones en Noruega se habían


diseminado en extensas zonas, fueron reunidas de nuevo y la XXI Agrupación impartió las
órdenes para la ocupación y seguridad de toda Noruega.
Al adoptarse el nuevo dispositivo, se ordenó también que todas las fuerzas que se hallaban en
la parte septentrional de Noruega fuesen subordinadas a un comando general, tanto más cuan-
to que la conducción de las divisiones que se hallaban al norte de Drontheim resultaba muy
difícil desde Oslo, a causa de las distancias. Las Divisiones 2 y 3 de Montaña fueron reunidas en
un Cuerpo de Montaña; la región de Drontheim y todas las unidades allí situadas, compuestas
principalmente de la 181. División de Infantería, fueron incorporadas a la jurisdicción Cuerpo
de Montaña. El asiento del Cuerpo de Montaña Noruega creado el 15 de Junio; fue Drontheim;
la 2. División de Montaña trasladó su comanda a Mo i Rana y la 3. el suyo a Saetermoen. Se
desechó la idea de crear otra división de montaña. Un batallón de la Waffen SS fue trasladado
a Kirkenes, donde hasta su llegada permanecieron dos batallones noruegos como protección
de frontera hacia el Este. De este modo, el perímetro de la jurisdicción del cuerpo alcanzaba a
1.600 kilómetros, es decir, dos tercios de la longitud de Noruega. Dadas las condiciones geo-
gráficas y viales, esto representaba por sí sólo un país de regular extensión. El General Dietl fue
nombrado Comandante del Cuerpo de Montaña Noruega.
Al regreso de su licencia, el General Dietl se despidió en Narvik una vez más,
personalmente, de sus compañeros de lucha y después hizo su entrada en el Hotel
Britannia en Drontheim. En las unidades de tropa en esos meses todos se preguntaban:
“¿Hasta cuándo permaneceremos aquí?” Y también los noruegos se formulaban la misma
pregunta, ya que, muy compresiblemente, querían que nos fuéramos lo más pronto posible.
Nadie se imaginaba entonces que especialmente para las divisiones de montaña al primer
largo invierno iba a seguir una marcha alrededor del extremo norte de Escandinavia para
luchar contra la Rusia Soviética.
Después de la terminación de las luchas, Suecia también se había mostrado dispuesta
a permitir por lo menos un tránsito limitado, por lo que el tráfico de los licenciados de
Narvik y Oslo pudo dirigirse por Trälleborg a Sassnitz y de esta manera evitarse la peligrosa

146
vía marítima por el Skagerrak. Un viaje de licencia desde Tromsö o Hammerfest o aun de
Kinkenes por Narvik, Oslo, Trälleborg y por toda Alemania hasta las montañas de Estiria
o de la Carintia requería, aún así, por lo menos 14 días. Con una licencia de 3 semanas en
su pueblo, el soldado, por lo tanto, estaba durante casi dos meses ausente de su unidad.
La nueva distribución del Cuerpo de Montaña quedó terminada, en lo fundamental el 1
de agosto; pero nunca reinó completa tranquilidad en los alojamientos. La seguridad de
toda la costa y de las islas próximas, constantemente amenazadas por buques de guerra
enemigos, presentaba sin interrupción nuevas tareas que requerían el envío de fuerzas más
o menos numerosas.

Una mención especial requiere el empleo de los zapadores y del Servicio de Trabajo del Reich
en la zona de la 2. División de Montaña. Allí la mayoría de los puentes estaban muy destruidos,
las pocas carreteras habían sufrido grandes daños y no bastaban para atender el intenso tráfico
de abastecimientos. El jefe de los ferrocarrileros trabajaba con todo el personal y los medios
disponibles en la construcción del tramo ferroviario de Mosjoen a Elsfjorden y en el perfeccio-
namiento del trecho hasta Mosjoen mismo, donde después de la terminación de la lucha hubo
que construir todavía un trecho de 25 kilómetros de vía y tender un largo puente. Ya el día 11
de Julio fue entregado al servicio ese trecho por el Coronel General von Falkenhorst en forma
solemne. La construcción de la “Ruta 50 del Reich”, de una longitud de casi 1.000 kilómetros,
a través de rocas, a lo largo de precipicios y cruzando valles por puentes y viaductos, para unir
Narvik con Kirkenes, representa una obra de zapadores que aun en la Europa Central sería
gigantesca y que Noruega ha conservado como uno de los gratos recuerdos de Alemania.
El 15 de Agosto el Coronel General von Falkenhorst apareció en el Comando General del
Cuerpo de Montaña Noruega en Drontheim, después de haber recibido nuevas directivas
del Comando en Jefe de la Wehrmacht. El Cuerpo de Montaña debía ocupar toda la parte
septentrional de Noruega, desde la zona de Hellemofjord en Nordland hasta la frontera
oriental en Kirkenes. Los motivos para la ocupación completa de esta región eran de orden
político y de administración militar:
1. — La Escandinavia Septentrional constituía una fuente de materias primas casi
indispensables para Alemania en la guerra;
2.— Finmarca, a usa de la débil ocupación alemana, podría ser considerada como una región
sin dueño, adecuada para nuevos desembarcos de las potencias adversarias;
3.— Una nueva intervención de los aliados en la Noruega Septentrional, dada la inferioridad
alemana en el mar, las grandes distancias y las extremadamente difíciles condiciones de tránsito
y de reabastecimiento habría constituido un ataque contra el extremo flanco derecho de nuestro
frente difícil de rechazar.

El General Dietl, en cumplimiento de esa orden, inició de inmediato el reconocimiento de


toda la Noruega Septentrional, que recorrió a pie, en esquíes, en casos excepcionales en auto-
móvil y algunas veces también en avión.
En uno de esos viajes de reconocimiento, ocurrió un episodio cuyo conocimiento se
difundió por todas las unidades, con el título “tenaza de brazos largos”.
Los lapones que viven en la Noruega Septentrional, eran en esa época, algo completamente
desconocido para nuestros soldados. Cuando en un viaje de Alta a Kautokaino, Dietl
intercaló un descanso, los cazadores de montaña que lo acompañaban le pidieron que se
colocara en medio de una familia de lapones compuesta de abuelos, padres o hijos, a fin de

147
sacar fotografías. Aun cuando la vestimenta de los lapones es policroma, adecuada y original,
los que la levaban mostraban una gran suciedad, pues un verdadero tapón, se dice, sólo dos
veces en la vida cambia de ropa.
El General respondió al deseo de sus soldados, pero requirió una tenaza de brazos largos para
ir colocando a los miembros de la familia lapona en forma adecuada para la fotografía, pues no
se animaba a tocarlos en otra forma.

Para la realización de las nuevas tareas, el Comando General no podía permanecer en


Drontheim; debía trasladarse a la zona de operaciones. Como siempre, el General Dietl
se adelantó para reconocer personalmente el lugar. Se había fijado el día 24 para iniciar el
viaje; pero, como ocurre con frecuencia en Noruega, el tiempo anuló los planes. Lluvias
que eran verdaderos diluvios, causaron una gran inundación al transformar todos los
arroyos en ríos caudalosos. Los ferrocarriles y los caminos estaban cortados en muchas
partes; las casas, los establos y el ganado estaban rodeados por el agua y la cosecha se
había perdido en zonas extensas. Los zapadores, infantes y soldados de aviación y de las
columnas de abastecimiento trabajaron febrilmente y ya una semana después lograron
restablecer las comunicaciones más importantes.

Como era urgente el reconocimiento en la zona norte, el General Dietl partió el 25 de


agosto en un He 59 con tiempo desfavorable en dirección a Narvik. Pero, antes de llegar a
Bodö, la máquina se halló envuelta en una niebla tan densa que el piloto tuvo que tomar
nuevamente en dirección a Drontheim. Una nueva tentativa realizada el 26 de agosto tuvo,
por último, éxito y hacia mediodía acuatizó sin inconvenientes en el fiordo de Narvik.
Grande era la diferencia para nuestro General entre las montañas cubiertas de nieve en
las que nos habíamos hallado durante las duras luchas y las fajas costeras de los mismos
fiordos que ahora lo recibían amablemente cubiertos de flores. ¡Qué diferencias también
en otros aspectos! La balsa a través del Rombaken a Narvik funcionaba puntualmente,
como en tiempo de paz, y en todas las bahías, hasta allá arriba en el fiordo Oeste, los
pescadores noruegos realizaban pacíficamente las tareas de su oficio.
La población noruega pudo realizar en esa época la precaria labor de agricultura factible
en las angostas fajas costeras así como sus actividades corrientes en las pequeñas ciudades
y en el mar. El abastecimiento de víveres de la población civil fue asegurado por todos los
medios imaginables y hasta completados parcialmente con provisiones de las unidades de
tropa.

El reconocimiento se extendió a toda la zona de empleo de las fuerzas, por Tromsö


hasta Kirkenes. Como futuro asiento del Comando del Cuerpo de Montaña se eligió el
fiordo Alta. Pero, ¿cómo se podían alojar en forma adecuada, en las pequeñas aldeas de
pescadores, un comando tan grande con todas sus dependencias? Personas ingeniosas
encontraron la solución: “Un buque alojamiento debe venir aquí”. Las averiguaciones
en las autoridades de la marina de guerra no dieron, empero, resultado alguno. En tales
circunstancias, un viaje de reconocimiento más bien casual por el fiordo de Drontheim
condujo al descubrimiento de dos buques a motor noruegos, de muy reciente construcción,
que habían sido puestos en seguridad en una bahía tranquila. El Blackwatch y el Blackprinz
tenían cada uno un desplazamiento de 5.000 toneladas y peco antes de la guerra habían
sido puestos en servicio y destinados al tráfico entre Noruega y la costa oriental inglesa.

148
Ambos buques fueren remolcados a Drontheim, donde el Blackwatch fue equipado como
buque habitación del comando del Cuerpo de Montaña. Recibió pintura exterior de guerra,
la flor alpina edelweiss y el nombre Búfalo y el 19 de septiembre fue anclado en el fiordo
Kaa, después de una maniobra extraordinariamente difícil realizada magistralmente por
el capitán noruego. Allí el buque estaba algo protegido contra ataque desde el mar y desde
el aire y ofreció un confortable alojamiento y comodidades de trabajo durante el invierno
1940-1941 que allá arriba ya había comenzado en septiembre con tormentas de nieve. El
General Dietl hasta disponía de un pequeño baño que utilizaba intensamente, si bien casi
siempre, sólo con agua fría.
Desde ese buque partían todas las comunicaciones a los puestos de comandos, desde
Kirkenes hasta el ala meridional de la jurisdicción del Cuerpo. El General disponía,
además, de un vehículo a tracción mecánica, de escasa utilidad, de un buque a motor de
unas 100 toneladas, muy marino, y de distintas embarcaciones menores. Con el buque a
motor visitaba, aun en tempestades y nevadas, las unidades más alejadas situadas en la
costa y en las islas.

Los fiordos estaban en esa época libres de buques de guerra enemigos; las vías marítimas
delante de la costa, las que, es cierto, estaban protegidas por innumerables islas,
fueron molestadas sólo raras veces. A causa de esto, se desarrolló un intenso tráfico de
reabastecimiento por mar hasta allá arriba en Kirkenes, que el Cuartel maestre del Cuerpo
dirigía como si fuera por tierra. La magnitud de los transportes aparece claramente si se
considera que desde el 17 de agosto hasta el 25 de septiembre, es decir, en un lapso de unas
cinco semanas, fueron empleados 53 buques con 60.220 toneladas de registro bruto. En
ese período fueron transportados 12.600 hombres, 424 automóviles, 632 camiones, 233
motocicletas, 15 tanques, 165 vehículos de otra clase, 1184 caballos, todo el material y
equipo correspondiente y 30 días de víveres para las unidades.

De los transportes, cuya dotación ha realizado esfuerzos que pueden calificarse de


sobrehumanos, merecen mencionarse: los buques a motor Alstertor, Skramstad, Stamsund,
Britania y Vardö y los vapores Neptun, Rigel, Britta, Trianon, Rüdesheimer y Júpiter, con
un total de 31.220 toneladas de registro bruto. Estos buques estuvieron durante un largo
tiempo al servicio del Cuerpo de Montaña, mientras que 42 barcos menores, con un total
de 29.000 toneladas de registro bruto, pronto fueron devueltos para sus tareas anteriores.

El alojamiento del personal y del ganado se efectuó al principio en una importante proporción
en carpas, las que poco tiempo después fueron reemplazadas por galpones o blocaos. En la
región septentrional había, empero, en esa época poca madera que pudiera utilizarse, por lo
que casi todo el material tuvo que traerse desde el sur. La preparación del empleo del Cuerpo
y sobre todo su abastecimiento representan una obra maestra de trabajo de Estado Mayor
alemán, cuyo relato requeriría un voluminoso libro.
Durante todos esos meses, el General Dietl sólo se hallaba por breves períodos en el
cómodo buque habitación. No ha de haber habido un fiordo, una aldea de pescadores o
una isla de alguna magnitud entre Kirkenes y las Lofoten que él en esa época no las haya
visitado personalmente y examinado sus aspectos tácticos. Cuando recorría los sectores
de las Divisiones, utilizando automóviles equipados para el invierno, buques a motor o
esquíes, era acompañado por lo común sólo por uno o dos oficiales que en las marchas

149
tenían dificultades en no quedar retrasados con respecto a la silueta encorvada hacia
adelante, vestida con el pantalón de tropa de montaña y la blusa rompe viento. Y si se oía
el grito: El Búfalo viene, entonces los soldados sabían que de la gran bolsa que el General
siempre llevaba personalmente en sus espaldas, saldría una cantidad de cigarrillos para
ellos y de chocolate para los niños noruegos. En todo caso el nombre de Dietl no puede
estar ligado con las llamadas “crueldades de guerra”, ni siquiera con actitudes contra la
población civil que no estuvieran perfectamente justificadas por leyes de guerra precisas y
que no admiten dos interpretaciones.

El final de la guerra era todavía desconocido. Ya entonces parecía posible una intervención de
los Estados Unidos, después de los preparativos en Islandia. Frente a la flota aliada, Alemania
era casi impotente en el mar del Norte. Por esa causa había que preparar, lo más rápidamente
posible, por lo menos la defensa de la costa, incluyendo las islas más importantes.
Todavía algunas palabras sobre las condiciones climáticas:
Favorecida por el Gulf-Streain, había una rica flora. En el fiordo Alta hasta es posible el cultivo
de avena, de una especie de cebada, de corto tallo y dura espiga, como de patata. En la costa
se cría una clase pequeña de vacunos, muy resistente, cuya producción de leche no alcanza,
por cierto, a la de las razas de gran selección en las latitudes más meridionales. Con todo, es
asombroso que aun en la Noruega Septentrional en cualquier estación del año y casi en todas
las aldeas se pueda obtener leche “recién ordeñada”.
El pequeño caballo noruego de fiordo, bayo con una lista negra en el lomo, las cabras, las
ovejas y las aves completan la fauna doméstica en las regiones pobladas, mientras que en las
regiones salvajes tierra adentro habitan el lince, el lobo, el oso, el gato montes, la liebre de
nieve, el zorro polar y, por supuesto, numerosos renos. Estos últimos, como también ocurre
en Suecia y Finlandia, se hallan casi exclusivamente en poder de los lapones; éstos viven sólo
en una cantidad muy pequeña como nómades libres. Si bien durante los meses de verano se
trasladan, recorriendo enormes distancias, a los campos de pastoreo que les son asignados
por comisionados especiales de gobierno, en el invierno casi todos ocupan alojamientos
permanentes en pequeñas aldeas limpias. El que en alguna oportunidad ha viajado en trineos
de reno desde Alta u otra aldea de la costa a Kautokaino o Karasjok, sabe de la belleza propia de
este país. Lo que sí es condición previa, que un viaje de esa índole no se efectúe en la culminación
de la frígida noche invernal, con temperaturas entre 40º y 50º, envuelto en dobles pieles y con el
rostro embadurnado con grasa, sino poco antes de la fusión de la nieve, cuando el sol ya asoma
durante algunas horas sobre el horizonte y en que la atmósfera, si bien fría, es clara.

Durante la guerra, la expresión noche polar fue considerada en Alemania como la con-
densación de los máximos horrores y también dio origen, al principio, a psicosis en mu-
chos soldados. De día jamás observamos una noche completa. En la época del solsticio de
invierno y durante las tormentas de nieve es cierto que aun a mediodía no era mucha la
claridad que se podía observar; normalmente, aun en los días cortos, todavía había de 1 a
2 horas de crepúsculo. En estas latitudes, en vez de noche eterna se puede hablar más bien
de período de largo crepúsculo.
En Noruega casi no se produjeron casos de congelación, gracias al buen equipo agregado
a todos los otros medios auxiliares requeridos. Un marcado contraste fue lo que ocurrió en
el empleo ulterior de casi las mismas unidades en la Finlandia Septentrional.

150
Volviendo todavía una vez al abrigado buque-alojamiento en el fiordo Alta, vemos al General
Dietl con alguna frecuencia, en compañía del famoso capitán noruego, del 1º oficial noruego,
del cirujano y del veterinario del Cuerpo, embarcado en un viejo cúter a fin de dedicarse
afuera del fiordo a su pasión, la pesca. La sesión de pesca casi siempre comenzaba a las 2
de la tarde y duraba hasta la hora de la comida, en los pocos días en que el General estaba
“en casa” y pescaban tantos peces que no sólo la mesa de oficiales sino también la de tropa
pudieron recibir platos adicionales de pescado. El cúter de pescadores se hallaba en lugares que
cambiaban continuamente, los que eran elegidos de acuerdo a reglas misteriosas conocidas por
los entendidos.
Sobre la cubierta se hallaban, envueltos en pieles, los discípulos de San Pedro, largando y reco-
giendo con movimientos monótonos realizados en una determinada sucesión, aprendida cui-
dadosamente, los piolines de anzuelos. En un plazo de 3 a 4 horas alcanzaban a sacar en los días
buenos hasta 200 libras. El cúter volvía entre las 17 y las 18 al lado del buque-alojamiento y una
hora más tarde el regio plato de pescado se hallaba delante de los comensales.

En esa época, en marzo de 1941, ocurrió un pequeño episodio, en el que se refleja el


imperturbable buen humor del General Dietl. Una agrupación naval inglesa había
avanzado sorpresivamente contra las Lofoten y destruyó las instalaciones de pesquerías,
los depósitos de combustibles y una cantidad de pequeños buques. Entre ellos fue hundido
el buque de explotación de pesca Hamburg, cuya pérdida era muy lamentable a causa de
sus instalaciones especiales.
En el trámite de las averiguaciones reglamentarias habituales, uno de los comandos superio-
res de Dietl dispuso que éste informara por qué precisamente ese buque tan valioso se hallaba
en las Lofoten y no en un fiordo protegido; contestó el General con mucha presencia de ánimo:
-porque lamentablemente los peces no suelen regirse por puntos de vista tácticos.

De este modo transcurrió el invierno de 1940/41, lejos de la Patria, hasta que la temprana
primavera de 1941 trajo un preaviso de grandes acontecimientos futuros.
El General Dietl fue llamado a Berlín a mediados de abril. De allí trajo una directiva
del OKW: “El centro de gravedad de la defensa de Noruega se halla en la Noruega
Septentrional”.
A fin de reforzar esa defensa se comunicó sorpresivamente al Cuerpo de Montaña
Noruega el envío de los siguientes refuerzos: 2 planas mayores de regimiento, 10 planas
mayores de grupo con 55 baterías de artillería de costas del ejército, con cañones de 10 a
15 cm. (de botín), como también 8 baterías de morteros de 21 cm. alemanas, batallones de
ametralladoras, la 199 División de Infantería, un batallón de policía, 12 destacamentos del
Servicio de Trabajo del Reich y aviación de combate y de observación. Se anunció también
una plana mayor de zapadores de fortaleza, 9 compañías de construcción y formaciones
especiales. El General Dietl fue nombrado comandante en jefe de la región polar.
El traslado de todas estas nuevas fuerzas colocó al Cuartelmaestre del Cuerpo de Montaña
frente a dificultades al parecer insuperables, después que Suecia se había negado a permitir
el transporte de tropas por territorio sueco hasta Narvik. Pero aun esa tarea fue cumplida
para la fecha prevista.
El hecho de que, no obstante todas las dificultades, también la masa de la artillería de costas
hubiera no sólo llegado hasta mediados de junio sino estuviera lista con casi todas las piezas
para abrir el fuego, ha sido uno de esos extraordinarios rendimientos silenciosos del soldado

151
alemán, cuyo espíritu de sacrificio no conoce obstáculo. El material de las baterías procedía
principalmente de existencias francesas, polacas e inglesas, tomadas como botín, en parte
también de Austria y Checoeslovaquia. El personal procedía de toda Alemania. Muchos de los
soldados todavía no eran artilleros y debían recibir previamente instrucción como tales. En los
lugares en que fueron instalados, promontorios, inaccesibles de tierra e islas, no había, como es
natural, muelles, galpones, abastecimiento de agua ni posiciones de combate. Al principio no
había balsas de desembarco ni garruchas; por otra parte, el material, bastante anticuado, en su
mayor parte no era divisible.
Cuando había mal tiempo, nada podía hacerse con los botes livianos a remo; los cúters
marineros habían sido escondidos por la población noruega en las islas alejadas de la
costa. Cuando, a pesar de todo, en un tiempo más breve que el previsto, una batería tras
otra comunicaba su alistamiento de fuego, aun el General Dietl movía con asombro la
cabeza. Los artilleros de costa que en las orillas del Kvaenangenind, en las islas delante
de Hammerfest y en el fiordo If, en la costa septentrional de la península Varanger y en
los otros lugares solitarios pasaron las primeras tempestades de nieve sin disponer de
alojamientos firmes, no han de olvidar en toda su vida ese invierno.
Así como el escalador de montañas al hallarse entre las rocas va concentrando su
atención en cada uno de los necesarios movimientos de las manos y de los pies, en lo que
debe hacer en forma inmediata, sin dejar por eso de dirigir su vista a la lejanía a fin de
contemplar reflexivamente el estado del tiempo, el conjunto y el objetivo, así también Dietl
se preparaba espiritualmente en esos días para tareas aun mayores. Todavía eran pocos a
quienes descubría sus pensamientos.
Mientras las unidades de tropa, mediante continuos desplazamientos, se habían preparado
en la mejor forma posible para la defensa de la Noruega Septentrional, a un pequeño grupo
de oficiales de estado mayor dio a conocer las intenciones del Comando Supremo con
respecto a operaciones mucho más amplias. El estudio de cartas, de memorias geográfico-
militares y de economía castrense, de fotografías aéreas y de descripciones climatológicas
ya abarcaba la región de la Finlandia Septentrional y se basaba en datos de la Guerra Ruso-
Finlandesa. Los iniciados debían habituarse a la idea de una lucha con la Rusia Soviética.
Para los viejos oficiales que habían tomado parte en la I Guerra Mundial y ya entonces
habían recogido sus experiencias en las infinitas extensiones de Rusia, la evolución que
se estaba diseñando significaba un peligro cuya magnitud la presentían en forma poco
favorable.
Pero también la generación más joven, en la medida de su capacidad de reflexión
independiente, sentía un cierto temor frente al desconocido coloso del Este, tanto más
cuanto que siempre se le había expresado que el objetivo de toda política alemana debía ser
evitar una guerra en dos frentes.
Con fría reflexión, como corresponde a militares, fueron estudiadas las tareas del Cuerpo
de Montaña Noruega en una guerra contra Rusia. Las cartas rusas disponibles, a la escala
1:300.000, presentaban, empero, tan extensas superficies vacías y coincidían tan poco con la
carta finlandesa de igual escala, que su utilidad era nula. Un mejor material cartográfico en
la escala 1:100.000 se recibió sólo poco antes de la iniciación de las operaciones. Como tam-
bién las noticias se contradecían manifiestamente y aun el Comando del Ejército confundió
la anterior línea fronteriza en la península de los Pescadores con una carretera, a causa de
la deficiencia del dibujo, se originaron conclusiones erróneas. El Cuartelmaestre del Cuerpo
demostró con sarcástico humor que aun “asuntos de jefes de estado mayor” contenían datos

152
erróneos que podían corregirse con las guías de viaje Baedeker de 1912. Por todo esto, sólo
quedaba el reconocimiento personal del terreno que pudo ser iniciado por el General Dietl
poco antes del ataque.
A causa de la situación poco clara y de las dificultades que se oponían a un reconoci-
miento oportuno en Finlandia, surgieron serias dudas sobre si realmente se llegaría a una
guerra con Rusia. La prensa mundial y las radioemisoras nada decían al respecto y aun los
informes secretos accesibles sólo a un pequeño círculo, junto con las noticias intencional-
mente erróneas, confundían en una tal medida los espíritus que hasta se creían rumores
sobre una reunión de Hitler, Mussolini y Stalin en Varsovia.
En realidad, la pérdida de tiempo que perjudicaba los preparativos en nuestro frente,
se debía a la actitud del gobierno de Finlandia. La valiente pequeña Finlandia sentía
temor, por lo pronto, ante una nueva guerra contra Rusia y no podía por sí iniciarla. Por
eso se explica que Finlandia atacara después de transcurrida una semana del día X de la
guerra general contra Rusia. Pero también en el Extremo Norte el día fatal se acercaba
inexorablemente; el 29 de junio de 1941 se oyeron los primeros disparos en los desiertos
de rocas y nieve en las costas del mar Ártico.

2. Concentración en Laponia

U n conductor de ejército que debe analizar problemas operativos y tomar resolu-


ciones en gran escala, hará bien en colocarse en la situación del comandante del
ejército enemigo contrapuesto. Convenía así estudiar la situación de un comandante de
ejército soviético en Murmansk a quien se hubiera confiado la misión de elaborar un plan
de defensa contra la Finlandia Septentrional y la Noruega Septentrional. Sus consideracio-
nes podrían resumirse en esa época del modo siguiente:
Las fuerzas rusas a lo largo de la frontera oriental de Finlandia estaban habituadas desde
hace tiempo al clima y al terreno. Están constituidas por las mejores unidades de tropa de
Siberia, del norte de Rusia y algunas de Mongolia.
Murmansk y el ferrocarril que conduce a ese puerto, representan una comunicación, de
importancia vital, de Rusia con el mar del Norte y el Atlántico, ruta que en caso de guerra deberá
ser mantenida libre a toda costa. La frontera rusa corre paralela a la línea férrea a una distancia
de 80 kilómetros al oeste de Murmansk, sigue después en dirección S.O. a una distancia hasta
de 120 kilómetros a través de la tundra despoblada y carente de caminos, para aproximarse de
nuevo a la altura de Kandalaschka a una distancia de apenas 60 kilómetros de la línea férrea.
En una ofensiva desde Finlandia, en el estado de cosas del verano de 1941, deberá contarse con las
mejores tropas de alta montaña alemanas y con fuerzas finlandesas conocedoras del terreno y con
experiencia de guerra.
La cooperación de la marina de guerra del enemigo sólo podría ser de poca importancia, pues
no dispone de fuerzas navales dignas de mención.
Fuerzas aéreas se hallan en el bien construido aeródromo de Murmansk y en bases situadas
más al sur o podrán ser trasladadas hacia allí rápidamente en cualquier momento.
Ataques con grandes unidades de tropas quedan descartados en invierno, en el período de la
fusión de la nieve serían obstaculizados por los pantanos y lagos y en los pocos meses de verano
sólo pueden esperarse a lo largo de la línea terrestre directa Petsamo-Murmansk, en un ancho
de unos 150 kilómetros.

153
El atacante necesita una cantidad muy grande de unidades de construcción y de abasteci-
mientos, cuyo empleo depende, a su vez, enteramente de suficientes medios de transporte,
material y herramientas.
La apreciación resumida por el comandante del ejército ruso sería: “Con las fuerzas conocidas
con bastante exactitud a disposición de Alemania y Finlandia en la región Septentrional y dadas
las circunstancias enormemente difíciles para el abastecimiento, un ataque sobre Murmansk y
contra el ferrocarril sólo puede realizar el enemigo con éxito si logra romper el dispositivo
de defensa ruso con una muy potente cuña, perfectamente equipada para una campaña
en la región ártica, en forma sorpresiva y rápida a proximidad de la costa. Pero como una
guerra-relámpago ha de fracasar desde un principio a causa de las características del terreno,
un defensor decidido ha de estar en situación de mantener de modo absoluto la posesión de
Murmansk y del ferrocarril.

En forma análoga eran apreciadas las posibilidades del lado alemán; pero en el OKW,
que desconocía bastante las circunstancias reales de este teatro de operaciones, a pesar de
los numerosos informes elevados, creyó que podría alcanzarse ese importante objetivo
de ataque después de los anteriores éxitos logrados en todos los teatros de operaciones,
y apreció que esos ridículos 100 kilómetros habrían de ser salvados por la conducción
del General Dietl. Dos condiciones previas de éxito se cumplieron en forma absoluta: la mejor
conducción y una actuación valiente de las divisiones de montaña. Pero el ritmo del ataque estaba
impuesto por el terreno infranqueable y el factor sorpresa desapareció completamente ya a la
semana de comenzar el gran ataque.
El Cuerpo de Montaña Noruega fue concentrado oportunamente con todas sus fuerzas
disponibles en la zona que rodea el fiordo Varanger. El General recorría infatigablemente
con el jefe del estado mayor, Teniente Coronel von Le Suire, y el cuartelmaestre, los
comandos y las unidades para analizar las últimas cuestiones. El primer objetivo a alcanzar
en la ofensiva hacia el este era evidente: la ocupación de la región de Petsamo en Finlandia.
Detrás de él se levantaba, empero, sombrío y amenazador, como un gran interrogante, la
operación “Zorro plateado”. Este era el nombre de encubrimiento de la ofensiva contra
Murmansk.

El 22 de junio de 1941, a las 02.30 horas, se cruzó la frontera noruego-finlandesa en


Boris-Gleb y se ocupó la zona ordenada, lo que se efectuó sin inconvenientes. Unidades
de frontera finlandesas y el batallón finlandés Ivalo fueron subordinados al Cuerpo de
Montaña Noruega. A la misma hora, las divisiones y las flotas aéreas de Alemania cruzaron
el frente de unos 2.000 kilómetros entre el mar Báltico y el mar Negro. Con el corazón
oprimido y los sentidos excitados por la espera, veíamos en esa noche fatal la marcha de
las interminables columnas en el sector del Cuerpo más septentrional del frente alemán.
Sería muy largo el relato en detalle de la repartición de las fuerzas en las distintas
agrupaciones de marcha y el desarrollo del avance. Pero los viejos camaradas han de
recordar las memorables horas en que soldados alemanes pisaron por primera vez suelo
finlandés después de 1917/18.
La fusión ya adelantada de la nieve y el rápido secado por el sol que, aunque no muy alto,
permanecía largo tiempo en el cielo, hicieron que los caminos se hallaran en buen estado,
por lo que también los vehículos alcanzaron sus objetivos diarios de marcha sin mayores
dificultades.

154
Las misiones tácticas fueron fijadas ya en la orden del 7 de mayo de 1941:
El Cuerpo de Montaña Noruega ocupará la Laponia Finesa a lo largo y al este de la carretera del
mar Ártico en el sector Nautsi-Petsamo, ante todo Petsamo, el puerto de Lünahamari y las minas
de Kolosjoki. Después de efectuada la ocupación se dispondrán las fuerzas de tal modo que:
a) En la zona ocupada, especialmente las minas de Kolosjoki y la zona portuaria de Petsamo,
puedan ser defendidas contra todo ataque desde tierra, mar y aire;
b) Cuando se ordene (palabra clave “zorro plateado”), se pueda avanzar a través de la frontera
ruso-finlandesa al ataque contra Murmansk, manteniendo asegurada la zona portuaria de
Petsamo y las minas de Kolosjoki.

Para el caso de medidas preventivas rusas se habían impartido órdenes especiales.


La seguridad del fiordo de Petsamo se efectuó rápidamente por medio de un destacamento
adelantado, mientras que la ocupación de la fundición de níquel y de la usina Jäniskoski,
que todavía se hallaba en construcción, muy pronto resultó innecesaria, pues aquí fueron
empleados suficientes fuerzas finlandesas para la vigilancia.
El General Dietl, con las partes adelantadas del Comando del Cuerpo, había ocupado
alojamiento en una pequeña casa de madera en Parkkina. Mientras todavía se desarrollaban
los últimos movimientos en territorio finés, su preocupación se concentraba a la conducción
del ataque contra las posiciones de blocaos rusas que se habían comprobado en la frontera
al este de la región de Petsamo.
La Orden de Ejército fijaba el ataque para el 29 de junio, mientras el XXXVI Cuerpo de
Ejército, situado unos 400 kilómetros más al sur, y el III Cuerpo de Ejército de Finlandia
debían hacer lo propio el lº de julio. El retardo era debido a la debilidad de la aviación
en la región septentrional. Ella debía apoyar en primer término, el Cuerpo de Montaña
Noruega en la ruptura de la línea de blocaos y después actuar delante del XXXVI Cuerpo
de Ejército.
Los últimos reconocimientos de los comandantes de tropas proporcionaron algunos re-
sultados importantes para el plan de ataque; pero lo que había detrás del velo impene-
trable, que ya entonces era una cortina de hierro, en cuanto a dificultades del terreno o a
tropas enemigas, permaneció ignorado por el comando alemán.
A la hora fijada pasaron al ataque la 2 División de Montaña, con los Regimientos 136
y 137 de Cazadores de Montaña, la 3 División de Montaña con el Regimiento reforza-
do 138 de Cazadores de Montaña y el Batallón independiente Ivalo de Finlandia. La 2
División de Montaña debía avanzar con el Regimiento 136 de Cazadores de Montaña a
lo largo de la costa sobre el cuello de la península de los Pescadores, interceptar ésta en
dirección al norte y atacar después con las fuerzas principales en dirección a Titowka.
El Regimiento 137 de Cazadores de Montaña, en el que se hallaba el centro de grave-
dad, debía romper las posiciones enemigas de blocaos situadas sobre la línea de alturas
204-189-255 con la intención de arrollar esa posición defensiva de los rusos desde el
sur y capturar el importante puente de Titowka (7 kilómetros al sudoeste de Titowka).
La 3 División de Montaña debía iniciar el ataque con el Regimiento 138 de Cazadores de
Montaña desde el aeródromo de Luostavi hacia el sudeste, pasar el Titowka y alcanzar el
camino Motowki-Zapatnik-Nica. El Batallón finés Ivalo debía cruzar la pequeña localidad
de Raja-Joseppi y seguir a lo largo del Lutto hacia el este hasta donde lo permitiera su
abastecimiento a fin de explorar desde allí contra la frontera rusa y más allá de ésta, así
como asegurar esa zona.

155
Lo que significaba realizar ese ataque que, de acuerdo con las escalas de la Europa
Central y con el desarrollo hasta entonces de la guerra significaba sólo alcanzar objetivos
muy limitados y salvar distancias reducidas que parecían casi ridículas, sólo lo puede
apreciar el que ha tomado parte en él. Debemos mencionar algunos detalles relativos a
las circunstancias extraordinarias en esa región, hasta entonces casi completamente
desconocida.

Los alrededores de Petsamo presentan en verano una flora tan policroma que el paisaje
con frecuencia hacía recordar aspectos de la Prusia Oriental o de las montañas rocosas, pero
cálidas, de Baviera o de Austria.
Si cruzamos el puente colgante de Koltaköngäs en junio o en julio a corta distancia
del antiguo convento de Boris Glab, nos parece encontrarnos en los alrededores de una
localidad veraniega de la Alta Baviera pero, en la larga noche invernal y bajo las terribles
tempestades del Mar Ártico, cesa toda vida, se hace casi imposible todo movimiento y sólo
es posible subsistir en una lucha continua con la muerte.
Hacia el este, es decir, en dirección a la frontera rusa, a medida que aumenta la distancia
se hace sentir el alejamiento del bendito calor del Gulf-Stream. Sólo en el valle de
Petsamojokki se hallan todavía árboles achaparrados, de los cuales pequeños abedules
enanos suben por las pendientes como últimos exponentes de vegetación, hacia las alturas.
Pero después las montañas aumentan de altura y son cada vez más peladas, aun cuando
allí todavía crece el modesto musgo de reno y las bajas ramas de arbustos, resistentes al
invierno. En la costa, a ambos lados del puerto libre de hielos Lünahamari y más allá hacia
el este hasta la Península de los Pescadores sólo hay, empero, rocas desnudas, cubiertas
de cantos rodados y que tierra adentro en dirección al sur son interrumpidas por grandes
fajas de musgo.
La carretera del mar Ártico, que se conoció durante la guerra, une el puerto de
Lünahamari —de tanta importancia para Finlandia—, por Parkkina y Salmijärvi, situado
en el extraordinario lago Inavi, con Rovaniemi, la capital de Laponia, situada a una
distancia de 532 kilómetros de aquel puerto. Esa carretera —que casi todo soldado alemán
del Ejército de Laponia la ha recorrido alguna vez a pie o en camión— fue terminada
rápidamente después de la guerra ruso-finlandesa en el año 1940. Es una de las numerosas
extraordinarias proezas que ha realizado la vencida, empobrecida y aquí en el norte poco
poblada Finlandia. La carretera del mar Ártico no puede, por cierto, ser comparada
con una alemana, pues no tiene hormigón, basalto o alquitrán, siendo en realidad una
carretera de pedregullo bien aplanada y cuidada; pero constituye una comunicación casi
nunca interrumpida, ni aun en invierno, del mar Báltico al Ártico.
Sobre esa carretera se hallan numerosas pequeñas localidades en las que obreros
camineros y forestales, pescadores y cazadores llevan una existencia modesta. La fauna
es semejante a la de Noruega Septentrional, con la diferencia de que son mayores los
rebaños de renos en los amplios valles. La faja a ambos lados de la carretera del mar Ártico
es una zona bien cultivada; pero aproximadamente a la altura del Círculo Polar hacia el
norte comienza ya a una distancia de apenas 20 kilómetros al este de la carretera la tundra
inhóspita, sin caminos y casi despoblada. Se extiende hasta proximidades de la vía férrea
de Murmansk, línea que ha abierto la región situada entre el mar Blanco, congelado en
invierno, y el puerto de Murmansk, libre de hielo. Esa región anteriormente había sido
muy descuidada por Rusia.

156
Es cierto que en el año 1898 se había construido una vía férrea de San Petersburgo a
la ciudad de Petrosawodsk, a orillas del lago Megajero, que durante mucho tiempo no
fue prolongada. Fue a comienzos de la I Guerra Mundial, que se continuó hacia el norte,
empleando en la forma más desconsiderada a presos y prisioneros de guerra, y ya a fines
de 1916 se alcanzó el mar Ártico en Murmansk. De ese modo se terminó el ferrocarril de
Murmansk, de casi 1.800 kilómetros de longitud, que une a San Petersburgo con el océano
abierto.
Su construcción no respondía tanto a fomentar el desarrollo de la región del mar Ártico,
escasamente poblado y de muy precaria economía como a establecer una comunicación
directa por mar entre el extenso imperio ruso y el resto del mundo. Fue esa vía férrea la que
proporcionó las condiciones previas para comunicaciones comerciales independientes y la
creación de una fuerte flota mercante y de guerra. De este modo Murmansk y su ferrocarril
se convirtieron también en un punto de apoyo para las aspiraciones rusas de expansión
hacia el oeste. Ya durante la I Guerra Mundial se transportaron por esta línea grandes
cantidades de armas y materiales de los entonces aliados y Murmansk fue transformado
en un puerto de guerra.
Con claro objetivo, la Unión Soviética antes de la Guerra de Invierno contra Finlandia
amplió la red de carreteras y caminos en esa región y continuó estos trabajos después de
la paz de Moscú.
En el llamado corredor de la Carelia Oriental, de una superficie de 150.000 kilómetros
cuadrados, hoy hay 2.300 kilómetros de ferrocarril, lo que representa una cantidad muy
respetable para esa región. En todo caso, el perfeccionamiento de esta ala septentrional del
frente ruso contra Occidente constituye una amenaza de Europa y, en primer término de
Escandinavia. De allí se explica la importancia quizá decisiva que para la conducción de
la lucha en el Extremo Norte la conducción alemana asignaba en esa época al ataque del
Cuerpo de Montaña Noruega y al XXXVI Cuerpo de Ejército en Salla contra el ferrocarril
de Murmansk.
En los días 29 y 30 de junio la 2 División de Montaña, en el ala izquierda del Cuerpo de
Montaña Noruega, rompió la línea de blocaos enemiga, mientras la 3 División de Montaña,
en su faja de combate, no halló ni enemigo ni camino alguno. Al parecer, el comandante
en jefe del ejército ruso había apreciado aún más considerables las dificultades del terreno
que lo que habíamos supuesto nosotros. El ataque alemán chocó, es cierto, con una
resistencia extremadamente valiente presentada por las guarniciones de los blocaos; pero,
en los primeros días indiscutiblemente no existió dispositivo en profundidad de alguna
importancia decisiva en la lucha. Por esa causa, los restos de las unidades rusas tuvieron
que ponerse rápidamente en seguridad, embarcándose en buques en el pequeño puerto
de Titowka para dirigirse a retaguardia, mientras partes dispersas que querían replegarse
en dirección al sudeste por el terreno carente de caminos, fueron batidas por aviones
de combate en picada y cortadas por el I Batallón del Regimiento 138 de Cazadores de
Montaña.
Este batallón era la única unidad de la 3 División de Montaña que había permanecido en la
faja inicial de combate y efectuado una conversión en la profundidad de las supuestas posiciones
rusas entre Titowka y Liza. Las fuerzas principales de la 3 División de Montaña, ya en el segundo
día de ataque, fueron desplazadas detrás del ala izquierda a fin de evitar un golpe en el vacío y para
apoyar a la 2 División de Montaña. Los críticos podrían ser de opinión que así se descuidaba la
extensa región al sudeste de Lucstari. Una amenaza enemiga inmediata quedaba aquí, empero,

157
descartada por lo pronto, de acuerdo con los resultados de las acciones de reconocimiento, y, por
lo demás, habría sido reconocida oportunamente por la vigilancia aérea permanente.
Casi todas las unidades de la 2 y 3 Divisiones de Montaña habían llegado hasta el Liza,
algunas después de luchas encarnizadas. El ataque a través de este río, encajonado por
altas rocas, y que en el curso inferior tenía un ancho respetable, debía ser continuado el 13
de julio. Ahora habría que contestar la pregunta formulada repetidas veces, ¿por qué ha
fracasado ese cruento ataque en el período del 13 al 17 de julio y, según lo sabemos, debía
fracasar? Los motivos fueron los siguientes:
1. El enemigo, que contaba ahora con cuatro regimientos en el frente y uno en el flanco,
era numéricamente superior. Combatió en forma sobresaliente y había fortificado
admirablemente en el breve intervalo el terreno que por naturaleza se prestaba en forma
excelente para la defensa.
2. Gracias a su flota y a sus posibilidades de desembarco pudo combinar en todo momento
su defensa frontal con ataques eficaces desde el mar. A causa de la permanente amenaza del
profundo y extremadamente sensible flanco izquierdo quedaban aferradas las pocas reservas
de nuestro Cuerpo.
3. La gran falla de las divisiones de montaña era su organización binaria que respondía
a las circunstancias propias de la alta montaña (sólo contaban con dos regimientos en
vez de tres, como era la organización de las divisiones de infantería). Esto impedía toda
explotación de éxitos parciales, debido a la falta de una fuerte reserva de División.
4. Las posibilidades de abastecimiento eran completamente insuficientes, tanto más por
el mayor consumo en las unidades atacantes. La única carretera que desde la región de
Petsamo conducía hacia el este, se perdía ya en la frontera finlandesa-rusa en pantanos y
en cantos rodados, convirtiéndose en una senda de lapones que no permitía el empleo de
vehículos. Los rusos disponían, en cambio, de una vía naval, completamente libre, de una
carretera bien construida procedente de Murmansk y más al sur todavía de un camino
condicionalmente útil.
5. La dotación técnica del Cuerpo de Montaña Noruega, cuya zona de empleo era
considerada como un teatro secundario de operaciones, era muy precaria si se tenían
en cuenta las exigencias que imponían esta zona de combate casi desconocida. Faltaban
tractores para la zona de retaguardia, cargueros, artillería móvil, carros, carretas y, antes
que nada, fuerzas de servicio de retaguardia.
Debe dejarse constancia, además, que el enérgico ataque de los cazadores de montaña
chocó contra un arte defensivo magistral del enemigo. Los soldados rusos dominaban el
arte del enmascaramiento en una forma tan increíblemente buena que con frecuencia aun
a pocos metros de distancia todavía no podían ser reconocidos. Luchaban también con
una tenacidad y encarnizamiento que sorprendía. El enemigo se daba clara cuenta de la
importancia de Murmansk.
Del lado alemán la situación había evolucionado hasta principios de julio en la forma
que lo indica la carta anexa. En el ala izquierda no habíamos logrado apoderarnos de la
Península de los Pescadores, que todavía estaba casi completamente cubierta de nieve.
Allí unidades de cazadores de montaña, que más tarde fueron relevadas por el Batallón
14 de Ametralladoras traído desde el frente de Salla, interceptaban el llamado “Cuello del
Pescador”. Pero, aun así, el enemigo continuaba desde tierra firme amenazando el flanco
izquierdo del Cuerpo y siguió allí hasta el final de la guerra.

158
Pero, entretanto, las partes con potencia de combate de las 2 y 3 Divisiones de Montaña
fueron aproximadas al Liza.
El ataque iniciado el 13 de julio a través de este río debía alcanzar con la masa de la 2
División de Montaña las alturas dominantes 322 y 321,9 (más allá del linde oriental de un
lago alargado situado 4 kilómetros al nordeste del puente sobre el Liza) y de este modo abrir
el camino al puente. La posesión de esa línea de alturas era decisiva para toda operación
ulterior, porque desde ella se ofrecía un amplio campo de vista en el terreno del lado enemigo
y del propio. Durante el ataque, el Regimiento Reforzado 137 de Cazadores de Montaña, al
mando del Teniente Coronel Caballero von Hengl, que ya había conquistado las pendientes
norte de la altura 322, chocó contra una resistencia tan encarnizada en innumerables nidos
de ametralladoras y recibió un fuego tan intenso de flanco y de espaldas que fue imposible su
continuación. Hubiera sido una locura dejar que el regimiento permaneciera en esa situación
y de este modo tuvieron que replegarse los valientes cazadores a las alturas 314 y 263,5.
Las pérdidas fueron, empero, tan elevadas que esa cabeza de puente muy adelantada tuvo
que retroceder a fines de julio a la línea Cascada-altura 258,3-pendiente oriental 274-altura
124,7 al oeste del anterior campamento ruso Sapad-Liza. Con esto también la 2 División de
Montaña pasó en esa línea a la defensa.

En la 3 División de Montaña, el ataque que había sido planeado como brazo meridional
de la tenaza, también tuvo que emprenderse con fuerzas demasiado débiles. El Regimiento
138 de Cazadores de Montaña avanzó, es cierto, a las alturas dominantes 3 kilómetros
al sur del puente de Liza, alturas que fueron bautizadas con los nombres de los dos jefes
de batallón que tomaron parte en el ataque, “Altura Prankh” y “Altura Brandl”; pero
igualmente tuvo que replegarse con pérdidas considerables.
También el viejo regimiento de Narvik (el 139 de Cazadores de Montaña) ya no pudo ganar
mas terreno contra una muy fuerte defensa enemiga y a objeto de evitar mayores pérdidas
no justificadas, abandonó el terreno pantanoso y ocupó posición detrás del río, entre Liza y
la altura 314,9.
En los días siguientes hubo que organizar las unidades debilitadas y cerrar claros
producidos. En cualquier otro teatro de operaciones, en esa época de la guerra, se
hubieran adelantado rápidamente regimientos o divisiones. ¡Sí, si no hubieran existido
3.000 kilómetros de distancia entre nosotros y el territorio patrio y casi 400 kilómetros
entre nuestra ala derecha y el vecino XXXVI Cuerpo de Ejército en Salla, el que empeñado
en muy encarnizadas luchas ofensivas también sufría de escasez de fuerzas! De este modo,
por el momento, sólo se podía enviar como refuerzo el débil Batallón 233 de Ciclistas
de la 199 División de Infantería procedente de Tromsk y subordinarlo a la 3 División de
Montaña.

Más al sur, empero, no había más que pantanos y pedregales en la tundra carente de
caminos en una extensión de casi 200 kilómetros. Allí, en la línea del Lutto, se hallaba un
solo batallón finés, completamente dedicado a tareas de exploración y de seguridad.
En el mar aparecían cada vez más frecuentemente destructores rusos que tras un corto
recorrido desde el puerto de guerra de Murmansk y en las noches de pleno verano con
claridad de día realizaban, en forma sorpresiva golpes de fuego, sumamente molestos
sobre todos los movimientos en el terreno a retaguardia cerca de la costa y contra el ala
izquierda de la 2 División de Montaña.

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Lleno de preocupaciones iba el General Dietl de un sector a otro. Como resultado de sus
reconocimientos personales aparecieron hacia fines de julio tres necesidades imperiosas
a ejecutar:
1. La margen norte de la bahía Liza debía ser limpiada de enemigo, pues era insoportable
esa constante amenaza del cordón umbilical del Cuerpo.
2. A objeto de reforzar la defensa, cubrir los flancos y crear por fin reservas para el Cuerpo,
debían traerse nuevas fuerzas. Ya eran necesarias por el hecho de que el comando superior
exigía como hasta entonces la continuación del ataque a Murmansk. El Batallón 14 de
Ametralladoras, estaba empeñado en el Cuello del Pescador, el Batallón 233 de Ciclistas y el
Batallón 4 de Ametralladoras apenas había alcanzado para cubrir los claros en las primeras
líneas, en lo que todavía había que considerar que los batallones de ametralladoras no
estaban equipados e instruidos para el ataque sino principalmente para la defensa.
3. También las fuerzas de los distintos servicios debían ser aumentadas en forma
importante. Aun en el caso de que lográramos alcanzar Murmansk, no con eso ten-
dríamos en nuestras manos a todo el ferrocarril y menos aun la vía marítima, de modo
que el abastecimiento de la Agrupación de Combate tendría que efectuarse por una
única carretera Petsamo-Murmansk, que todavía no estaba totalmente construida y
tenía casi 120 kilómetros de longitud. Pero el OKW no se podía imaginar, por falta
de conocimientos propios de la región, cómo podrían efectuarse los servicios de reta-
guardia en el rigor del invierno, en las tempestades procedentes del mar Ártico, que
en una noche cubrían los caminos con nieve hasta de un espesor de 7 metros. Y aun
para nosotros, que ya habíamos recogido considerables experiencias, ese problema
nos parecía insoluble.

El cuartelmaestre del Cuerpo ha calculado en una ocasión posterior que la máxima


cantidad de soldados y personal auxiliar que se pudiera emplear en esa zona con un
servicio de abastecimiento que funcionara irreprochablemente, habría estado limitado
en 100.000 hombres y 10.000 cargueros. Pero, de esa cantidad, dicho servicio en todas
sus especialidades, las construcciones de la zona de retaguardia, la atención sanitaria, el
cuidado del ganado y la seguridad de las comunicaciones de retaguardia habría consumido
mucho más de la mitad. Por esa causa, para una potencia terrestre que deba operar allá
arriba y no posea el absoluto dominio del mar, existen límites que no pueden franquearse.
En vista de esta situación, ya entonces el Comando en Jefe alemán tuvo que preguntarse:
¿Es realmente posible atacar a Murmansk por tierra? El General Dietl que si bien nunca
fue oficial de estado mayor, tenía una sensibilidad extraordinariamente acertada para
todas las cuestiones tácticas, especialmente cuando se trataba de situaciones muy difíciles,
contestó esa pregunta con un honrado “no”, siendo quizá el primer militar alemán que
dio esa respuesta. Esa convicción no la disimuló aún ante Hitler, lo que pudo permitirse
gracias a su prestigio como “el héroe de Narvik”. Repetidas veces, en forma oral y escrita,
señaló esa circunstancia; pero no pudo convencer a Hitler ni al Mariscal Keitel. Y así, por
el momento, la actividad se limitó al planteo de nuevos ataques.
Si bien Dietl con sus excelentes oficiales de estado mayor descartaban a Murmansk como
objetivo de ataque, no pensaban en forma negativa sobre el objetivo final de la lucha en
el Extremo Norte. Consistía no sólo en colaborar en la defensa del suelo patrio de los
hermanos de armas finlandeses y proteger en el mar Ártico el flanco descubierto del frente
oriental alemán, sino y antes que nada en cortar la arteria vital de Rusia al océano Atlántico.

160
¿Pero era indispensable que ese corte se efectuase en el extremo final del ferrocarril? Un
ataque en una región más favorable, como era quizá la zona general de Kandalakscha,
donde se tenían a disposición carreteras bien construidas, un terreno más adecuado así
como el ferrocarril de Rovaniemi por Salla y donde también el frente alemán se había
aproximado al ferrocarril de Murmansk ya al alcance de la vista, probablemente hubiera
resuelto la misión general.

Entretanto, en los primeros días de agosto se realizaron ataques locales para la limpieza
de la margen septentrional de la bahía de Liza, los que tuvieron pleno éxito. Al mismo
tiempo, en agosto, comenzó el transporte a esa zona de la 6 División de Montaña, al mando
del General Schörner; dio la coincidencia que saliera de Grecia en una época plena de sol
para llegar con las primeras tempestades de nieve en el Mar Ártico.
En esa ocasión se evidenció que los reparos del General Dietl contra “la vía marítima sin
obstáculo” estaban por cierto muy justificados. Ya la primera agrupación de marcha de la
6. División de Montaña, que fue transportada por mar a Oslo, desde allí por ferrocarril
a Dronthein y desde allí nuevamente por mar a Kinkenes, fue atacada a la altura de
Hammerfost por fuerzas navales inglesas. Los buques de escolta alemanes se sacrificaron
y los transportes alcanzaron a duras penas los fiordos.
Desde Alta y Porsanger, esta agrupación de marcha tuvo que recorrer entonces 500
kilómetros a pie. Poco antes ya habían sido hundidos por el enemigo dos transportes
con personal de reemplazo de Salzburgo (Austria), sufriendo sensibles pérdidas, por lo
que Hitler prohibió todo ulterior transporte de soldados dando vuelta por el Cabo Norte.
Sólo transportes de material continuaron navegando por esa ruta, la que en su parte más
septentrional, desde el fiordo Lakse, rodeando la península Varanger y delante de Vardo,
carecía completamente de protección y estaba siempre amenazada por el enemigo. A los
capitanes de la marina mercante y a sus tripulaciones que, no obstante, navegaron hasta
el final de la guerra por esa ruta y aseguraron así el abastecimiento de las tropas alemanas
en Laponia, corresponde en forma imperecedera el agradecimiento y el reconocimiento.
La siguiente agrupación de marcha de la 6. División de Montaña ya había alcanzado
Tromsö, regresó con sus buques a Dronthein, se dirigió desde allí por tren a Oslo y
desde allí por barco a través del mar Báltico a Finlandia Central, para seguir después por
ferrocarril a Rovaniemi y marchó a continuación también los 500 kilómetros hasta la costa
del Mar Ártico. El que sigue ese itinerario sobre la carta y tiene presente que entonces el
dominio del mar no estaba, de manera alguna en poder de los alemanes y el dominio del
aire ya en esa época empezaba a ser incierto, recoge quizá una impresión de las dificultades
y de los sufrimientos del frente en el mar Ártico y del ataque a Murmansk.
No obstante todos los obstáculos, el Cuerpo de Montaña Noruega pasó de nuevo al
ataque el 7 de setiembre. Después de buenos éxitos iniciales, tuvieron que sepultarse
definitivamente las esperanzas de ocupar las alturas dominantes del otro lado del Liza antes
de la llegada del invierno. De nuevo, como en julio, faltaron las reservas para asegurar con
una segunda ola los primeros éxitos.
En contraposición, los rusos en pocos días trajeron por el ferrocarril de Murmansk una
división fresca, que ahora, después del fracaso de la segunda ofensiva del Liza, trató de en
volver nuestra ala meridional; pero como el centro ruso, fuertemente batido, no se plegó al
contraataque, el Cuerpo pudo sustraerse al cerco.
Las tempestades de otoño soplaban sobre las desnudas rocas y anunciaban con lluvias y

161
tormentas de nieve la llegada del invierno. Las posiciones en que se hallaban las divisiones
alemanas a la terminación de las luchas, eran insostenibles durante la larga noche invernal
y de este modo hubo que proceder a un cambio de dispositivo y a un acortamiento del
frente de combate.
En aquellos días el General Dietl, ante la situación desesperada de su Cuerpo de Montaña,
escribió al Jefe de la Plana Mayor de Conducción de la Wehrmacht en el OKW, General
Jodl, una extensa carta, cuya copia, junto con su contestación, fue encontrada en el archivo
de Dietl.

23 de septiembre de 1941.
Estimado Jodl:
Después de haberse llegado ahora a un cierto término la lucha iniciada el 8 de septiembre para
la ampliación de la cabeza de puente en el Liza, me apresuro a enviarle, una vez más, un breve
relato de la actual situación de mi Cuerpo.
Las luchas fueron nuevamente muy difíciles y ocasionaron muchas pérdidas. No obstante
nuestro enérgico empeño, no alcanzamos la zona deseada, aunque conseguimos debilitar al
enemigo situado entre ambos brazos de la tenaza. Antes que nada, los rusos se vieron obligados
a sacar su artillería del foco de la lucha, desplazándola hacia el este. De esta manera se produjo
una disminución importante en la actividad de fuego enemigo en toda la zona del Cuerpo.
También la infantería rusa ha sufrido mucho; en todas partes aparecían unidades muy
mezcladas, las que, empero, a causa de lo favorable del terreno para la defensa, seguían luchando
tenazmente. De nuevo no nos fue posible alcanzar un rápido éxito trascendental.
A causa de estas duras luchas, mi Cuerpo, en lo que respecta a efectivos, ha llegado al límite
de su fuerza. Las pérdidas desde el 8 de septiembre alcanzan a: 959 muertos (33 oficiales), 3.447
heridos (83 oficiales) y 220 desaparecidos (5 oficiales), de modo que las pérdidas totales desde
el comienzo de la campaña contra Rusia se han aumentado a: 2.211 muertos (68 oficiales),
7.854 heridos (206 oficiales) y 425 desaparecidos (10 oficiales).
Especialmente difícil fue, en forma transitoria, la situación en la 3. División de Montaña en el ala
meridional, la que en el denso terreno de matorral era envuelta y atacada de continuo por nuevas
fuerzas enemigas.
En la actualidad, estamos ocupados en reunir a todo el Cuerpo para el período invernal en
una cabeza de puente más reducida, la que podrá ser mantenida durante el invierno por una
División (la 6.). Debido a esto habrá que ceder terreno conquistado a costa de mucha sangre;
pero no nos queda otra cosa en la actual situación.
El tiempo se ha tornado muy desfavorable; las copiosas lluvias y, en el último período, también
las nevadas, han transformado los caminos en pantanos sin fondo y las unidades sufren mucho
por la inclemencia de este estado meteorológico. Debido a la escasez y deficiencia de los
alojamientos, se ha hecho sentir en la última época un desmejoramiento del estado sanitario,
especialmente en las unidades que no son de montaña.
Los refuerzos que nos fueron subordinados, el Regimiento 388 de Infantería y el Regimiento 9 de
Infantería SS, han atacado, por cierto, en su primer empleo, con un gran espíritu; pero se desgastaron
muy rápidamente a causa de su inexperiencia de guerra contra el experimentado enemigo ruso. Sus
consecuencias fueron de muy graves pérdidas, especialmente en oficiales, y algunos reveses. He
recogido la impresión precisa que aun el refuerzo de la 6. División de Montaña no habría estado en
condiciones de llevar a cabo una gran ruptura hasta Murmansk. Es que el enemigo, a causa de lo
favorable del terreno, estaba en situación de organizar una zona fortificada profunda y, a pesar de

162
las grandes bajas, dirige contra nosotros nuevas unidades rápidamente reunidas, recurriendo a su
personal inagotable.
Lo trágico de mi situación aquí es que siempre he dispuesto de fuerzas demasiado reducidas
para las luchas en la tundra que consume tantas unidades. El Comando del Ejército omitió
formar en una parte un verdadero centro de gravedad y entonces atacar con “superioridad”.
Por esa causa no logramos el éxito final, no obstante nuestro sacrificio sin ejemplo y nuestro
empeño con plena devoción.
Se tiene la intención de confiar la posición de la cabeza de puente en el Liza a la 6. División de
Montaña, la que sólo dentro de 4 a 6 semanas estará reunida, mientras una de mis divisiones
será trasladada a la zona Petsamo - Salmjärvi y la otra a la región de Rovaniemi. Lo que el
Comando del Ejército parece preferir es un nuevo empeño de la 6. División de Montaña en
Salla, no obstante lo adelantado de la estación, y dejarme sencillamente colgado.
Pero el estado de mi Cuerpo es tal que requiere urgentemente un verdadero reposo. Me doy
perfecta cuenta que en las zonas proyectadas para el período invernal, jamás podrá lograrse el
restablecimiento que sería deseable, puesto que con las actuales dificultades de traslado no se podrá
otorgar, antes que nada, las tan necesarias licencias; también para una instrucción a fondo, muy
requerida, se presentarán las mayores dificultades.

(Agregado a mano):
(En las zonas de alojamiento previstas, que nosotros con la masa de nuestras fuerzas no
podremos alcanzar antes de Navidad, el Cuerpo, a causa de la falta de viviendas, tendrá que
ser empleado principalmente en la construcción de galpones, etc. Por esa causa y por las
condiciones meteorológicas en el Ártico, será, por consiguiente, casi imposible también en este
invierno desarrollar la instrucción; igualmente queda descartado en esta situación formar e
instruir un nuevo curso de jefes (jefes de compañía, suboficiales y aspirantes a oficial).
Con respecto a licencias, mis divisiones se hallan en muy malas condiciones; la masa de
los soldados hace más de 1 a 11/2 años que no ha tenido licencia; desde abril de 1941 hay
prohibición de licencia. Una instrucción en forma adecuada no se pudo impartir tampoco en
el invierno 1940-41 a causa del desplazamiento del Cuerpo hacia el Norte. Por tales motivos, si
se quiere que el Cuerpo adquiera realmente de nuevo su plena potencia de combate y no quede
“diluido” para toda la guerra por las malas condiciones en el Extremo Norte, lo mejor sería que
el Cuerpo sea relevado aquí completamente y en lo posible trasladado al territorio patrio. Pues
sólo allí se podría realizar un licenciamiento de la masa y a continuación, mediante un período
de instrucción de varias semanas, se volvería a hacer del Cuerpo nuevamente un instrumento
de completa aptitud, capaz de cumplir cualquier tarea. También por razones psíquicas mis
valientes austríacos merecerían un regreso a la patria y un cambio del teatro de operaciones. A
este respecto debe tenerse presente que también la 6. División de Montaña se compone en su
mayor parte de austríacos y que en la patria no se alcanza a comprender por qué, precisamente,
todas las divisiones de montaña austríacas deben ser empleadas permanentemente en el
Extremo Norte.
Le pido, por tal motivo, mi estimado Jodl, quiera contemplar con benevolencia la posibilidad
de sacar totalmente mi Cuerpo del norte en el curso del invierno. Estoy perfectamente enterado
de las actuales dificultades de tráfico y de transporte. Quizá después de la caída de Petersburgo
pudiera abrirse una nueva vía férrea por Wyborg-Petersburgo, etc. que facilitaría, por cierto, en
alto grado un transporte de mi Cuerpo hacia la patria.
Le agradezco cordialmente su siempre demostrada preocupación e interés por mi Cuerpo y

163
con los mejores votos lo saludo, en vieja camaradería de montaña, como su affmo.
Dietl.

El Coronel General Jodl le envió la siguiente contestación:


El Jefe de la Plana Mayor de Conducción de la Wehrmacht en el Comando en Jefe de la
Wehrmacht.

Cuartel General del Führer, el 10 de Octubre de 1941. “Estimado Dietl:


Le agradezco cordialmente su carta del 23 de septiembre Esta noche se le presentará al Führer
una directiva que, creo, ha de tener en cuenta todos sus deseos.
La 6. División de Montaña reforzada deberá encargarse del sector del Liza, una de sus
divisiones permanecer detrás de ella y la otra pasar al descanso en Rovaniemi. Esta última será
relevada en enero por la 5. División de Montaña, la que a continuación, en Petsamo, lo será
por una división de montaña de reciente creación. Hemos contemplado también el relevo de su
Comando por el del XVIII Cuerpo de Ejército. Con el objeto de economizar tiempo y medios
de transporte, todos los relevos se efectuarán, en lo posible, sólo en cuanto al personal de las
unidades, sin armas pesadas, material y cargueros.
Siempre estuvimos bien enterados de la difícil tarea de todas las unidades empleadas en
Finlandia. La tarea era ingrata y exigía gran sacrificio. Las fuerzas no alcanzaban para lograr
grandes éxitos. Pero todos los combatientes en el Extremo Norte pueden estar orgullosos en
la conciencia de que su lucha ha contribuido mucho a conquistar el triunfo decisivo sobre el
bolcheviquismo.
Lo que Ud. ha iniciado en duras luchas, será completado el próximo año con los más poderosos
medios de lucha.
El aparato prometido se lo llevará Engel.
Con agrado recuerdo mi visita a Ud. y le ruego salude a Le Suire.
En leal camaradería soy su siempre afmo.
Jodl.

Las Divisiones 2. y 3. de Montaña, que desde el comienzo de la guerra contra Rusia habían
estado en primera línea, sin pausa y casi sin personal de reemplazo, sin alojamientos y sin
licencia, fueron relevadas entonces por la fresca 6. División de Montaña. Estos movimientos
comenzaron ya en la nieve y el hielo a fines de septiembre y terminaron a mediados de
octubre. Felizmente, los rusos se mantuvieron completamente inactivos, por lo que el relevo
pudo realizarse sin pérdidas dignas de mención. Sólo las mulas y los pequeños cargueros
de Bosnia que después del caluroso verano en Grecia ni siquiera tenían pelo de invierno, se
hallaban tendidos y de pie, entumecidos por el frío y casi muertos, víctimas impresionantes
del inexorable clima, a la vera del único camino de avance de Parkina hasta el Liza.
Los soldados, en cambio, se habían habituado rápidamente a las distintas circunstancias
climáticas, sometidos como estaban al régimen férreo del General Schörner, quien había
impartido para su División el lema: “¡El Ártico no es nada!” A la llegada del extremo
invierno ya se habían habituado, al igual que sus camaradas de las divisiones hermanas, y
habían perfeccionado las nuevas posiciones en la medida necesaria para que también para
ellos la primera noche invernal en el mar Ártico fuera en general soportable, no obstante
varios y serios congelamientos. Pero debe recalcarse que, contrariamente a lo que ocurrió
en el frente principal en Rusia, el Cuerpo de Montaña noruega, gracias a su cuartelmaestre

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de largas vistas, estuvo provisto oportunamente con pieles, mantas, abrigos, cubrecabezas,
calzado de fieltro y con una excelente alimentación normal y suplementaria. Para el invierno
1941-42 cayó un denso velo de noche y nieve sobre este sector del frente, tan distinto de toda
concepción humana.
Nos trasladamos ahora, junto con el General Dietl, a Rovaniemi, situado 500 kilómetros
más al sur.

3. Comandante en Jefe del 20 Ejército de Montaña

E l Comando del Ejército alemán de Laponia tenía su asiento en Rovaniemi desde la


iniciación de la guerra contra el Este. Se hallaba bajo el comando en jefe del Coronel
General von Falkenhorst, que había continuado siendo al mismo tiempo, comandante en
jefe en Noruega. El cuartel adelantado desde Oslo que dirigía las operaciones en Laponia,
después de las anteriores “campañas-relámpagos”, tampoco se había preparado desde un
principio para una larga estada en Finlandia.
Más tarde, cuando los frentes desde el mar Ártico hasta el istmo de Carelia quedaron
estabilizados en la guerra de posiciones, se efectuaron distintas modificaciones orgánicas. El
Coronel General von Falkenhorst regresó a Oslo y el General Dietl asumió el Comando en Jefe
del Ejército alemán en Finlandia Septentrional. Como Jefe del Estado Mayor fue nombrado
el General de brigada Jodl, hermano menor del Jefe de la Plana Mayor de Conducción de
la Wehrmacht. El importante puesto de cuartelmaestre del ejército fue confiado al Teniente
Coronel de Estado Mayor Hess, quien ya se había distinguido en Noruega como Ib. de la 2.
División de Montaña y más tarde como cuartelmaestre del Cuerpo de Montaña noruega.
También el 1º. ayudante del General Dietl, quien contrariamente a las prácticas corrientes
en la Wehrmacht alemana, ya desde la creación de la 3. División de Montaña en el año 1938,
prestaba servicios a su lado, se trasladó al igual que varios otros oficiales del viejo comando,
a Rovaniemi.
El General Dietl fue siempre extremadamente conservador en su política personal y
se apoyaba de preferencia en colaboradores probados que conocían su manera especial,
comprendían sus intenciones sin necesidad de largas explicaciones y las podían transformar
en hechos.

Rovaniemi, la capital de Laponia, tenía al principio de la guerra, unos 11.000 habitantes.


Está situada unos 100 kilómetros al norte de Tornio y Kemi, los puertos más septentrionales
en el golfo de Botnia, en las márgenes del indomado Kemijoki. La ciudad, antes de su
destrucción en el año 1944, más se asemejaba a una localidad construida rápidamente por
buscadores de oro en los Estados Unidos de Norteamérica que a una población levantada
metódicamente en un país europeo. Bajos galpones de madera alternaban con pintorescos
edificios de madera suecos, que el país vecino había donado después de la Guerra de
Liberación de 1917 a 1918 y también después de la Guerra de Invierno de 1940. Entre ellos se
levantaban palacios muy modernos de mampostería y de hormigón, en los que se hallaban
alojados el Gobierno, el Correo y otras reparticiones públicas.
También el hotel Pohjanhovi (“Mansión del Norte”), donde vivían el General Dietl y los oficiales
más antiguos del Comando en Jefe del Ejército, habría podido estar igualmente bien en cualquier
parte del Norte o Sud América como en las márgenes del río de rauda corriente en el corazón de

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Laponia, con su amplio hall de columnas, los enormes ventanales de vidrio y los cuartos de baño
anexos a casi cada una de las habitaciones. Sobre el Kemijoki no había navegación, debido a los
rápidos del río, pero sí un intenso tráfico de jangadas; en esa época era cruzado por un moderno
puente de hierro que servía, al mismo tiempo, para el ferrocarril a Salla y para una gran carretera.
En Rovaniemi también el año 1941 reinaba una vida activa, por ser el asiento del gober-
nador del territorio finés de Laponia, el punto inicial de la carretera del mar Ártico hacia
el norte y del ferrocarril a Finlandia Central y Meridional y el del por Haparanda a Suecia.
El Círculo Polar Ártico cruza la carretera del mar Ártico en un lugar que está señalado
especialmente y que muchos soldados lo han fotografiado, unos 5 kilómetros al norte de
la ciudad.

Aquí, por consiguiente, el general Dietl asumió a mediados de enero de 1942, el Comando
en Jefe sobre todas las fuerzas alemanas del Ejército y de las organizaciones subordinadas
de la O. T., Servicio de Trabajo del Reich y otros órganos. Con ello, al propio tiempo, salió
del anterior marco de la exclusiva conducción de tropas para entrar en el ámbito de la alta
política. A pesar de toda su oposición que, como simple soldado del frente, presentó a esa
actividad peligrosa, fue su destino que la hermandad de armas fino-germana estuviese
indisolublemente ligada hasta su lamentable fin en el año 1944 y, después de los penosos
años del derrumbe, ahora de nuevo está unida al nombre de Dietl.
El “AOK Laponia”, como además de la designación oficial “AOK 20. Ejército Montaña”
era comúnmente conocido, no estaba subordinado, como tampoco lo estaba el Mariscal
Rommel en África, al Comando en Jefe del Ejército alemán (OKH) sino directamente al
Comando Supremo de la Wehrmacht (OKW). El teatro de operaciones más septentrional
como también el más meridional fueron desde el principio subordinados directamente al
Comando Supremo, porque todas las operaciones, abastecimientos, licencias, reemplazo
de personal y vías de comunicaciones estaban sujetas a condiciones tan completamente
distintas que la intercalación del OKH, que ya tenía bastante preocupaciones con la con-
ducción en los otros teatros de guerra, sólo habría originado pérdidas de tiempo y quizá
también otros inconvenientes.

A este respecto, debe recalcarse igualmente que si bien Finlandia fue nuestro “hermano
de armas” altruista, todas las autoridades y el ejército finlandés jamás se han considerado
“aliados del Reich alemán”. Una unión de derecho internacional con el Reich, por lo
tanto, jamás existió y por eso también la actitud de Finlandia en el año 1944 aparece,
para quien juzgue con justicia, en una luz distinta a la de después de la iniciación de las
negociaciones de paz de Finlandia con Rusia y, antes que nada, después de las lamentables
luchas libradas entre los soldados alemanes y finlandeses en el otoño e invierno de 1944.
Mirando retrospectivamente, todo soldado alemán que tuvo oportunidad de conocer de
cerca a ese pueblo honrado y a sus soldados tan modestos, debe reconocer aún hoy, que
de todos los pueblos, además de los austríacos ligados a nosotros por consanguinidad, los
finlandeses son los más afines a nosotros y que hemos tenido la máxima confianza en esos
hermanos de armas durante la lucha de varios años por nuestros destinos.
La joven República de Finlandia había luchado por su independencia, una vez producido
el derrumbe de Rusia, en los años 1917 y 1918. El Mariscal Mannerheim, que se había for-
mado en las filas de Rusia, había llegado a su patria después de un viaje lleno de aventuras,
iniciado en la zona de Odessa, y a pesar del uniforme que desde su más temprana juventud

166
había llevado con distinción el anterior cadete imperial ruso y posterior oficial de caballe-
ría de la guardia, que entonces tenía aproximadamente 50 años, asumió el Comando en
Jefe en la lucha por la libertad de Finlandia. Ya entonces combatieron contra el bolchevi-
quismo, codo con codo, soldados alemanes y finlandeses, cuyo núcleo estaba formado por
el Batallón 27 de Cazadores instruido en Alemania y que también fue empeñado contra
Rusia. Muchos oficiales y soldados del Ejército de Finlandia llevaban con orgullo la Cruz
de Hierro de la I. Guerra Mundial y recuerdan con agrado aquella época.

La obra realizada por el pueblo finlandés en el corto período de paz de 1919 hasta 1939
para desarrollar la nación independiente, crear industrias modernas y abrir a la civilización
la región septentrional, sólo la puede apreciar quien haya tenido la oportunidad de
recorrer, bajo guía competente, este país de lagos y bosques, desde la moderna gran ciudad
de Helsinki hasta las orillas rudas del mar Ártico. Este pueblo tenía todas las razones para
defender su independencia; su indomable amor a la Patria le permitió también, en 1939,
resistir nuevamente al ataque ruso de fuerzas muy superiores en la medida necesaria para
que quedara asegurada la independencia del país.
Es cierto que se perdieron de nuevo partes valiosas de la Carelia oriental, en las que
Finlandia ya había desarrollado una floreciente agricultura y una ancha faja de tierras
sumamente fértiles en las márgenes del lago Ladoga con la ciudad de Viborg; Finlandia
debía, además, aceptar la ocupación de Hangö (o Hanko). También se perdió la región
alrededor de Salla que en el año 1941 tuvo que ser reconquistada con grandiosos sacrificios
de tropas alemanas y finlandesas. Pero la libertad fue salvada por el fanático empeño de
todo el pueblo.

Este desarrollo histórico del país y de su voluntad de libertad, sobre la que velaban, casi
con extrema susceptibilidad, desde el presidente y el mariscal hasta el simple leñador
en la región despoblada, era bien conocido por el General Dietl. Pero hasta entonces no
había visto al presidente del Estado, Ryti, al presidente del gabinete, Rangell, ni al Mariscal
Mannerheim. Si entre esas personas dirigentes y el apolítico oficial de cazadores de
montaña de la Alta Baviera y más tarde conductor de tropas en el mar Ártico se creó una
honrada relación de confianza, es indudable que ello no se debe a sólo una de las partes.
Desde el principio de las operaciones, el OKW estaba representado en forma directa en
el Gran Cuartel General Finlandés por el experimentado General de infantería Erfurth.
Ya el 2 de febrero de 1942 convino el primer encuentro entre el Comandante en Jefe de
Finlandia, su jefe de Estado Mayor, General Heinrich, y el nuevo comandante en jefe de las
fuerzas alemanas en Laponia. La reunión tuvo lugar en el Gran Cuartel General Finlandés,
en Mikkeli, hacia donde se dirigió el General Dietl, a Helsinki en su Ju 52, como siempre
con acompañamiento muy reducido, y desde allí en el tren especial del Mariscal.

Ya en ese primer invierno, la amistad alemana-finlandesa tuvo que soportar varias duras
pruebas. Bajo la impresión de las campañas relámpagos de 1939 v 1940, Finlandia, al igual
que el pueblo alemán, había confiado en una terminación rápida v victoriosa de la guerra
contra Rusia. El costoso y, sin embargo, fracasado ataque alemán contra Moscú, había de-
mostrado, al igual que la situación ante Petrogrado, que fue tornándose crítica, que Adolf
Hitler, en contraposición con el OKH y sus comandantes de ejército, había apreciado en
menos la capacidad de resistencia de Rusia. Como es natural, toda Finlandia seguía con

167
la mayor esperanza el avance de los alemanes en el golfo de Finlandia. En esa época, la
unión de las tropas alemanas con el Ejército finlandés en el istmo de Carelia y al este del
lago Ladoga en el Swir, ya parecía inminente. Por medio de ella se hubiera producido un
alivio decisivo en Finlandia, que tenía casi un 16% de la población incorporada al servicio
de la defensa nacional, pues habría permitido el licenciamiento de las clases más antiguas
para las actividades civiles. El desarrollo de la situación en el Grupo de Ejércitos Norte,
frente a Petrogrado, obligó más que nunca a Finlandia a dejar en el frente todas las fuerzas
disponibles y renunciar a la realización de tareas de máxima urgencia en la retaguardia.
Las condiciones del hielo en el Golfo de Botnia y en el de Finlandia, además, habían
interrumpido transitoriamente el abastecimiento del frente y el transporte de víveres para la
población finlandesa. Al propio tiempo, el OKW siempre mantenía la intención de continuar
el ataque contra el ferrocarril de Murmansk, mientras el hielo seguía retardando la llegada
de la 7. División de Montaña alemana prevista para el frente finlandés. Por tal motivo, no se
podía responder al pedido del Comando Supremo de Finlandia que seguía empleado en el
sector central, ya desde las luchas sangrientas en Kiestinki, y ponerle a disposición del frente
de Finlandia.

El General Dietl, que tenía una experiencia de casi dos años en la conducción de guerra
en el Extremo Norte, había previsto todas estas dificultades. Vino así con las manos muy
vacías a Mikkeli y hasta tuvo que informar al Mariscal que en su opinión, no había que
contar antes del verano con la concurrencia de fuerzas importantes alemanas, las que,
empero, serían requeridas para la continuación del ataque.
Si, no obstante esa situación desfavorable, ya en la primera visita se originó un franco
intercambio de ideas, sin circunloquio político alguno, ello se debió exclusivamente a que
se hallaron frente a frente dos soldados, cada uno de los cuales debía defender los intereses
de sus pueblos, pero que precisamente por esa circunstancia analizaron la situación y las
posibilidades e imposibilidades resultantes en forma tan honrada que cada uno supo con
toda precisión dónde se hallaba. Desde ese día y hasta la muerte del General Dietl, todas
las negociaciones eran animadas por la confianza y la franqueza. Ese fue también el motivo
por el cual la muerte de Dietl, en junio de 1944, fue mantenida en secreto durante ocho
días.
Es que en aquellas semanas fatales, Hitler seguía luchando todavía desesperadamente
a fin de que el hermano de armas finlandés se mantuviera empeñado por lo menos
defensivamente como factor decisivo en el ala izquierda del frente alemán que se
desmoronaba. El ministro de Relaciones Exteriores del Reich, von Ribbentrop, había
volado personalmente a Helsinki. Pero la persona más importante en la lucha política por
el alma del pueblo finlandés era el General Dietl. Al hallar la muerte en el apresurado vuelo
de regreso hacia el norte en las horas de la mañana del 23 de junio, nadie puede decir si su
participación en las últimas negociaciones no habría producido otra solución. Desde hacía
tiempo sabía que Finlandia había llegado al borde de su potencia y que ya bastante antes
había reconocido la aproximación de la catástrofe. La resolución de Finlandia de salvar
por medio de negociaciones independientes lo que todavía podría salvarse, seguramente
ya no se habría modificado por la intervención personal del General Dietl. Pero quizá se
habría podido evitar, mediante una última entrevista entre los soldados Mannerheim y
Dietl, la lucha cruenta de los anteriores hermanos de armas en la conjuntamente defendida
Laponia, que creó tanta amargura en ambos lados.

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Con ese relato del desarrollo general, nos hemos adelantado a los acontecimientos, por lo
que volvemos al hotel Pohjanhovi.

El parte del oficial de órdenes de que también el General Dietl, como antes el Coronel
General von Falkenhorst, se alojaría en el hotel Pohjanhovi, no le agradó mucho al primero.
Todos los hoteles de Finlandia, aun los instalados en las casas de madera, solitarias, en las
márgenes del lago Enve, se caracterizan por su limpieza ejemplar. La dirección se halla
casi siempre en manos de mujeres que pertenecen a clases sociales superiores y que han
aprendido a fondo su profesión, muchas de ellas en el extranjero. También el personal de
escritorio y de las distintas actividades son mujeres, con excepción de uno o dos peones y
del foguista.
A pesar de todas estas ventajas, que aseguran una atención casi maternal, nuestro General
anhelaba ir a ocupar lo más pronto posible un alojamiento que se acomodara mejor a la
guerra y a la forma de vivir de sus soldados. Nos dirigimos, por consiguiente, a nuestro
estimado amigo el Coronel Willamo, que antes había prestado servicios en el Batallón
XXVII de Cazadores finlandés y que después había asumido el mando de las unidades
finlandesas en Laponia. Este pundonoroso oficial, que dominaba el idioma alemán y
pronto fue un inseparable compañero del general, supo, como siempre, hallar una solución
también a nuestras preocupaciones por el alojamiento.
De este modo, en el terreno de los cuarteles finlandeses, bajo coníferos seculares y a
proximidad inmediata de la confortable casa de madera que desde hacía décadas ocupaba
Willamo, surgió una casa de madera, sencilla, aunque cómoda, y resistente al invierno.
Tales casas son construidas de potentes vigas, las que son preparadas en el bosque y cuyas
distintas piezas son numeradas allí y trasladadas por vapor o ferrocarril. Su construcción
por personal competente, demanda normalmente pocas semanas o, tratándose de
pequeñas casas, sólo algunos días.
Este blocao fue dotado de sólidos cimientos de mampostería y hasta de un pequeño
sótano, así como de luz eléctrica, agua corriente y, como máximo confort, de calefacción
eléctrica. Pero nunca vimos que ésta fuera utilizada, pues aún en el más glacial invierno,
Dietl dormía sin calefacción bajo mantas y pieles. Sólo en el living se encendía la gran
estufa, la que más tarde fue complementada con una especie de horno en la pequeña pieza
de trabajo.
Ya a los pocos meses, el general se instaló en ese blocao, donde, vivía casi como en el
bosque virgen, sin guardia ni centinela; desde allí dirigía los destinos del Ejército de
Laponia y desde ese pequeño pedazo de tierra, al que se encariñó, también inició en junio
de 1944 el largo vuelo por Sonthofen y el Obersalzberg a Graz, del cual ya no regresaría.
Como de la casa en la que él pasó los últimos años de su vida sólo existen descripciones
incompletas y como ella, al igual que casi toda la ciudad de Rovaniemi, desapareció con la
destrucción en la retirada de las tropas alemanas, pasaré a dar una idea de ella:
Por el portón del cuartel, que más que un conjunto de edificios militares, parecía un
amplio establecimiento rural, pasaba una carretera, hacia un monte de pinos. A sólo 50
metros de la amplia casa del Coronel Williamo, que también estaba construida totalmente
de madera y con sus dos pisos producía la impresión de un chalet, y unida por una senda
de pedregullo bordeada por trozos de granito, se hallaba la entrada principal al del blocao.
Como timbre servía un cencerro de vaca de una casa de las montañas bávaras; pero raras
veces era necesario anunciar, pues el ojo avizor del capitán Martens, de la marina, nuestro

169
“expósito” del destructor Wilhelm Heidkamp oteaba toda aproximación de babor. Con una
tranquilidad y grandeza inimitables ayudaba al visitante a sacarse el abrigo en el pequeño
guardarropa y señalaba después en silencio una pequeña chapa en la puerta en que estaba
grabada la invitación: “Sírvase limpiar las suelas”.

La visita era conducida después al gran living, que con sus 28 m2., aproximadamente, era
el ambiente más amplio de la casa. En el lado exterior, grandes ventanales daban vista a un
patio cubierto, al cual, en el verano, sencillas sillas de madera invitaban a un descanso en la
sombra. Las paredes exteriores se componían sólo de vigas sin trabajar, pero cuyas rendijas
se habían cerrado herméticamente con cintas especiales de lana y estopa. Un ángulo de
ese ambiente estaba ocupado por una gran mesa de madera, bancos a lo largo de las
paredes y sillas sencillas con apoyo para los brazos. Delante de la chimenea se hallaba una
mesa redonda, baja y, como único lujo, un cómodo sillón. Del techo pendía una sencilla
araña de madera y las paredes estaban adornadas con algunos cuadros que representaban
aspectos de Narvik o motivos de Laponia. En el lado meridional de la pieza se extendía
también una terraza en la que durante el verano hacía a veces sus cortas siestas, vestido
sólo con un pantalón de baño. Al living seguía una pequeña pieza de trabajo, de unos 14
m2., y que también sólo tenía sencillos muebles de madera. Desde esta pieza una estrecha
puerta conducía al dormitorio espartano del general, cuyo mobiliario se componía de una
sencilla cama de madera, un armario de viejo modelo prusiano y un lavatorio. Desde el
guardarropa, de un lado se iba por una pequeña cocina a la pequeña habitación del capitán
Martens y hacia el otro a una casi aún más pequeña que servía de alojamiento al oficial
de órdenes, el despierto y siempre dispuesto a bromas, joven teniente príncipe Windisch
Grätz. Aquí el espacio era tan reducido que todo el equipaje debía guardarse en el desván
y la radio tuvo que ser colgada del techo. El cuarto ocupante del blocao, un verdadero
gigante de la casa de los señores von Rottweil, que había realizado el viaje de Hamburgo a
Rovaniemi en la cámara de bombas de un He. 111, ya no encontró lugar y por tal causa se
hallaba, sea en el largo banco del living, en caso de ausencia del General en su cama y sólo
en caso de congestión de la casa en la buhardilla.
Pero el lugar más importante de la casa fue, tanto en verano como antes que nada, en
invierno, la Sauna. Estas magníficas casas de baño se han instalado después de la gue-
rra también en Alemania y en todas partes adonde regresaron miembros del Ejército de
Laponia, en una verdadera variedad de gustos. Una sauna en una ciudad de la Europa
Central, nunca puede compararse con las casi primitivas chozas de madera que se en-
cuentran como baños de vapor en la más pequeña vivienda en Finlandia hasta arriba en
la costa del mar Ártico. También al General Dietl le extrañó al principio ese vocablo. Ya
en la Noruega septentrional y más tarde en Parlona miraba con desconfianza a las siluetas
desnudas que, transpirado copiosamente, salían de las saunas llenas de vapor de agua, se
lanzaban a ríos glaciales o aun en temperaturas de 30° a 40°, corrían en las masas de nieve
o rodaban en ellas, llenas de gozo. Sólo paulatinamente fuimos comprendiendo que la sau-
na es la inagotable fuente de salud de la población norteña, desde la niñez hasta la senec-
tud, y que con un empleo apropiado no lleva ni al síncope cardíaco ni, en general, a nada
nocivo para la salud, sino sólo a un admirable robustecimiento. Nosotros respondíamos
con poco agrado al deseo del General de que al regreso del baño de nieve en el sauna, le
golpeáramos enérgicamente con ramas de abedul, ya que después de un día de intensa la-
bor no queríamos todavía castigar a nuestro comandante en jefe. Por esa razón el Coronel

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Willamo le satisfacía ese pedido y de este modo ambos hermanos de armas se golpeaban
mutuamente hasta que, después, increíblemente rejuvenecidos, se entretenían hablando
de las preocupaciones del día o de los problemas del futuro, tomando un brebaje nocturno.
Al relatar la vida que el General Dietl llevaba fuera del servicio en Rovaniemi, no debemos
olvidar a sus queridos caballos. Parece algo extraño que un hijo de las montañas, un expe-
rimentado esquiador, fuese al mismo tiempo un jinete apasionado. Y, sin embargo, Dietl ha
aprovechado toda oportunidad en la paz y aún en la guerra, para hallar descanso en el lomo
de los caballos y fortalecer el corazón y el cuerpo. Por eso el gran alazán “Izonzo”, con el que,
el entonces Coronel Dietl hizo su entrada en Graz, nos acompañó hasta Laponia. Aun en los
más fríos días de invierno, los caballos de nuestro General eran montados por él mismo o
por su ayudante.

4. El hermano de armas Finlandia

D espués de la llegada a Rovaniemi, el General Dietl tuvo que prepararse en un plazo


muy breve para responder a las tareas más amplias de un comandante de ejército en
un teatro aislado de operaciones. Al asumir el comando en jefe, su jurisdicción se extendía
desde, aproximadamente, el Círculo Polar, por Alakurtti, hasta la desembocadura del Liza,
en el mar Ártico. Le estaban subordinados el Comando General del XXXVI Cuerpo de
Ejército y el del Cuerpo de Montaña Noruega. Pero como el III Cuerpo de Ejército de
Finlandia, que todavía estaba empleado en la zona de Kiestinki, era requerido urgentemente
por el Mariscal Mannerhein para reforzar el frente meridional finlandés, ya en esa época
se hallaba en transporte el Comando General del XVIII Cuerpo de Ejército. Como tercer
cuerpo, debía prolongar el sector alemán desde el Círculo Polar hacia el sur. A causa de esa
modificación del dispositivo, debían nuevamente dejarse para una época posterior, todos
los planes para un ataque contra el ferrocarril de Murmansk. En el frente finlandés, fuertes
ataques rusos fueron rechazados con éxito; a continuación, nuestros hermanos de armas
lograron, por fin, conquistar las islas Suursaari y Tytärsaari, ambas situadas en el Golfo de
Finlandia.

En la misma época, la aviación de Finlandia logró también grandes éxitos. Pero, por
otra parte, la industria y la economía de Finlandia reclamaban cada vez con más urgen-
cia el licenciamiento de fuerzas de trabajo. La cantidad total de personal de las clases
antiguas en el frente previstas a ese efecto, excedía a mucho más de 100.000 hombres.
Después de la pausa de descanso, demasiado corta, entre la Guerra de Invierno y la nue-
va campaña contra Rusia, Finlandia ya se hallaba de nuevo desde hacía casi nueve meses
bajo las armas y debía procurar a toda costa que no sólo la economía castrense, sí que
también toda la demás vida en la retaguardia fuera mantenida en actividad por medio
de suficientes fuerzas de trabajo.

La conducción civil, como también la militar, estaban, por consiguiente, orientadas a sacar
del sector septentrional todas las fuerzas que no fuesen absolutamente indispensables, con
el objeto de acortar el frente finlandés y hacer que las partes vitales en el istmo de Carelia
y en el Swir fuesen tan fuertes que aun reveses en el Grupo de Ejércitos Norte alemán, no
pudieran originar una catástrofe en la Finlandia meridional.

171
Para el General Dietl y su nuevo jefe de Estado Mayor, el General Jodl (joven), esta situación des-
favorable les trajo un cúmulo de trabajo. Contrariamente a lo que ocurría en el frente, Alemania
proporcionó a su hermano de armas finés una ayuda económica cada vez mayor. Si además de
víveres, armas, munición y materias primas para la industria, no siempre se podía proveer sufi-
cientemente vehículos automotores y combustible para las fuerzas armadas de Finlandia, no era
de manera alguna por falta de buena voluntad, sino de que también en Alemania ya se diseñaban
considerables “desfiladeros”.

Además de Finlandia, había que abastecer también, por cierto, a todo el frente alemán de
Laponia y al Ejército de ocupación en Noruega, no sólo para atender el consumo corriente,
sino también a fin de crear stocks para un nuevo invierno polar. Este abastecimiento para
fuerzas de un efectivo de casi 500.000 hombres en Escandinavia, fue realizado en forma
tan sobresaliente que casi no fue posible evacuar todos los enormes abastecimientos en el
otoño e invierno de 1944, o sea después del alto consumo de un período de campaña de
tres meses.
En constante enlace con los finlandeses y después de minuciosos reconocimientos del
terreno, se fijaron los nuevos sectores del frente del 20. Ejército de Montaña, los que, desde
el 20 de julio de 1942 fueron ocupados del siguiente modo:
El sector del Louhia, de Toposero, por Kiestinki hasta inmediatamente al sur del Círculo
Polar, por el XVIII. Cuerpo de Montaña, que tenía su cuartel general en Kananain. A este
cuerpo le estaban subordinadas la 7. División de Montaña y la División S. S. Norte. Hacia
el norte seguía en el sector Kandalakscha el XXXVI Cuerpo de Ejército, con las 163. y
169. Divisiones de Montaña, cuerpo que ya había mostrado su alta capacidad en las duras
luchas por Salla. El Cuartel General del cuerpo se hallaba en Alakurtti, en la carretera que
desde Rovaniemi, por Kemijärvi y Salla, conduce a la entrada N. O. del mar Blanco. Aquí
el frente alemán se había aproximado a 36 kilómetros del ferrocarril de Murmansk. En el
sector Murmansk se hallaba sin modificación el XIX. Cuerpo de Montaña, cuyas luchas,
bajo el comando del General Dietl ya hemos relatado.
La longitud total del frente alemán hacia el este alcanzaba a unos 640 kilómetros; pero, de
manera alguna, estaba ocupado en forma continua, pues entre el ala izquierda del XXXVI.
Cuerpo y el ala derecha del XIX., existía un claro de unos 250 kilómetros, en el cual sólo
en el sector del Lutto había sido empeñado un batallón finlandés para la seguridad y la
exploración. Durante todo el curso de la guerra, únicamente en 1944 algunas patrullas de
exploración lejana rusas, lograron penetrar por ese claro hasta la carretera del mar Ártico
e intranquilizar allí pasajeramente el tráfico de abastecimiento. Ese hecho demuestra
que movimientos sorpresivos de tropas de unidades mayores no eran posibles ni en el
bosque virgen de Laponia ni en la región desértica cubierta por cantos rodados y en partes
interceptada por pantanos.
El enlace del Comando en Jefe del 20. Ejército con los comandos generales y de allí con
las divisiones y regimientos, estaba establecido por cable y radio. Pero el General Dietl
nunca tomaba sus resoluciones en el escritorio y si ya antes, en Polonia, en el Pfälzer Wald
(Bosque del Palatinado), en Narvik y frente a Murmansk había visitado personalmente a
todas las avanzadas de combate, ahora aquí viajaba días y noches, incansablemente, en su
Ju 52, en el Fieseier Storch, en su automóvil de todo terreno, en trineo o en esquíes a lo
largo del extenso frente. Siempre su visita llevaba nueva actividad a los comandos y nuevo
valor hasta el último de los soldados.

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En todos esos viajes al frente, se producían numerosos episodios que circulaban después
como “anécdotas de Dietl” por toda la Wehrmacht.

En Laponia, en la famosa carretera del mar Ártico, el automóvil del General Dietl tuvo
una falla que no le permitía seguir. Detuvo, por tal motivo, a un estafeta en motocicleta, a
fin de que lo llevara al término de su viaje. El General Schörner, comandante de cuerpo, era
especialmente temido por los motociclistas. Cuando, en esa oportunidad, el motociclista,
tuvo que detenerse y no se paró bien al lado del borde derecho de la carretera, le dijo Dietl:
-Muchacho, deténgase bien justo en el costado derecho. Si me pesca Schörner, me mete preso.
Como se sabe, empero, Schörner era subalterno de Dietl.

Cuando Dietl regresaba de la posición a su puesto de combate, llevó en su automóvil a un


herido, a quien le habían vendado la espalda. El cazador estaba, por cierto, contento por
ello; pero Dietl notaba que tenía todavía algo en el corazón.
-¿Te falta algo?, le preguntó.
-Sí, mi general.
-¿Y, qué te falta?
-Quisiera fotografiar.
Dietl hizo detener el coche, se bajó y le dijo:
-Aprieta el botón.
Pero el cazador, con la máquina en la mano, miraba turbado hacia distintos lados.
-¿Te falta todavía algo?.
-Mi general, yo quisiera estar también en la fotografía.
-Conforme, le dijo Dietl, tomó del brazo al cazador, pasó la máquina al chófer y le dijo a
éste, -A nosotros dos. Aprieta.

Un día, durante las duras luchas en el verano de 1941 en el frente de Liza, el general
visitó un puesto principal de socorro. Un capitán con un balazo en las sentaderas se
hallaba acostado boca abajo y mordía de dolor una almohada. No prestaba casi aten-
ción a los que allí se hallaban.
Entonces se le acercó desde atrás el General, le puso la mano sobre el hombro y le
preguntó:
-¿Qué te pasa?
El hombre que reconoció la tonada del terruño, le contestó, sin levantar la cabeza:
-No preguntes idioteces. En el c... me han baleado.
Dietl estuvo satisfecho con la respuesta, puso en la mano del herido una caja de cigarrillos
y le deseo un pronto restablecimiento de la importante parte del cuerpo humano.
Relató con frecuencia este episodio.

A Dietl le agradaba mucho oír a sus austríacos y bávaros hablar en sus dialectos. Sentía un
placer en hablar en forma espontánea con sus soldados y prohibió también severamente
que un superior reprendiera a un soldado si hablaba en su forma habitual.
Una vez visitó una compañía de convalecientes. A la entrada se le presenta el imaginaria.
Es un muchacho fornido, ante el que uno involuntariamente se preguntaba por qué no
se hallaba en el frente. El General Dietl se había dislocado el hombro en un accidente y
llevaba el brazo en cabestrillo. Le preguntó al soldado -Ud. parece vender salud, ¿por qué

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no está en el frente?. El imaginaria le contesta que tenía una luxación en el hombro y que
todavía no estaba apto para el servicio.
Entonces le dice Dietl -¿Así que Ud. es mi colega?
-En cuanto al brazo, sí, le dice el capitán.
-Sí, le dice riendo Dietl, -la única diferencia es que yo debo prestar servicio y tú no.
-Así es, mi General, aprobó el capitán, -sin mí también anda, pero sin Ud. no andaría.

Mogilny era el nombre del puesto más adelantado en el “cuello del Pescador”. Allí se
hallaba un cazador en la niebla y en la tempestad de nieve, esperando su relevo. Por fin ve
surgiendo una sombra oscura entre la niebla.
-¿Eres tú, Javier?
-No. ¿No conoces las largas piernas de tu General?
-Virgen Santísima, el Dietl, exclama el centinela, y tartamudeando comunica -por lo
demás, sin novedad.

Darse tiempo dicen los hombres en las montañas austríacas.


Por eso Dietl no podía tolerar que alguien no se diera el tiempo para pronunciar las
palabras. Así ocurrió la siguiente conversación telefónica:
-Aquí S. de S
-¿Qué S. de S.?
-Sí, S. de S. ¿Quién allí?
-Aquí G. C.
-¿Qué significa G. C.?
-¿Qué significa S. de S.?
-Caído, suboficial de servicio. ¿Pero qué significa G. C.?
-¿G. C.? General Comandante.

Fue en una choza, adelante en el Liza. Afuera soplaba la tempestad; adentro estaba
sentado Dietl con sus cazadores. Cantaban canciones montañesas de los campos, de las
campanas del valle, de los cencerros de las vacas, alternadas con episodios, descargaban
preocupaciones y hablaban de lo que movía sus corazones. La noche se aproximaba; nadie
pensaba más en la guerra, tan hermoso era el ambiente.
Cuando ya adelantada la noche, Dietl se despidió de los cazadores, les dijo -Cuando uno
se halla así con Uds., quisiera de pura felicidad romper toda la choza.

En una ocasión se hallaban en el extremo fin del mundo, es decir, en una gruta rocosa
próxima al mar Ártico, varios cazadores que desde hacía varios meses cubrían un puesto;
detrás de ellos, montañas; delante, el mar tempestuoso. -Hasta la paz nadie nos encontrará,
opinaban ellos, ni el enemigo allá adelante ni los nuestros allí atrás.
El enemigo no llegó —pero...
Un día se balanceaba una embarcación lapona en el fiordo, levantada por las olas; un
cuadro impresionante. Corrieron a la playa y se quedaron con la boca abierta. Un bote tan
pequeño y un mar tan grande y salvaje. Pero se asombraron aún más. Del bote surgió uno,
sí, efectivamente, el General -Salud, cazadores les gritó, saltó a la roca y allí estuvo.
El único que los había encontrado, era Dietl.

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En el Liza encontró a un cazador que tenía un piolín en el agua.
-¿Qué haces allí?
-Pescar, mi General
-¿Tienes buena carnada?
-Corteza de queso
-¿Ah, sí? ¿Pican acaso la corteza de queso?
-No, eso no, mi General; pero alguna distracción necesitamos.

En el estado mayor de Dietl había prácticas que no eran corrientes. En la mesa de oficiales,
los huéspedes, aun los de alto grado o empleo, que iban a almorzar, podían presenciar
algunas cosas raras.
Si a la terminación del almuerzo, el General daba la orden Fuego libre, esto no era nada
extraordinario, pues con ella el jefe en las mesas de oficiales solía dar permiso para fumar.
Al huésped no dejaba de llamarle la atención la impaciencia con que los oficiales del
estado mayor esperaban esa autorización. Pero tan pronto como fue dada, todos sacaron
de inmediato las pistolas y tiraron, como un solo hombre, al suelo.
A lo cual el huésped palidecía, pues nadie estaba preparado para una tan audible
desviación del esquema.

Durante los primeros meses en que el General Dietl ejercía el Comando en Jefe en el
Norte, el enemigo se mantuvo sorprendentemente tranquilo. De ese modo no sólo se pudo
instalar a retaguardia del nuevo dispositivo del frente todo el conjunto de los órganos de
servicio —inclusive los hospitales de campo, lugares de reunión de caballos y talleres de
reparación— sino, y antes que nada, trabajar también por un mejor alojamiento de las
tropas combatientes. En todas partes surgían blocaos, posiciones sólidas con alambradas,
posiciones de artillería bien protegidas y finalmente “hogares de soldados” hasta muy
cerca del frente, los que eran muy apreciados por los soldados en esa soledad.

Esta organización de especial importancia precisamente aquí en Laponia la debemos


en primer término al cuartelmaestre del ejército, a sus colaboradores y a la hermana
Ruth Klose, todavía hoy conocida en toda Finlandia. Dirigió la actividad voluntaria
de la Cruz Roja Alemana y en el transcurso de los años llevó una cantidad grande de
auxiliares voluntarios, cuyo comportamiento fue ejemplar. En íntima colaboración con
la organización finlandesa Lotta Svaerd, estas hermanas trabajaron afanosamente con
grandes privaciones en la oscura noche de invierno para transformar establos y galpones
en viviendas para los soldados alemanes y finlandeses, donde en ambientes arreglados con
gusto, confort y música hogareña, se sentían como en sus casas.
También detrás del frente se había establecido una tan cordial amistad y una colaboración
sin fricciones entre las autoridades civiles finlandesas y los órganos de servicio alemán hasta
en el personal auxiliar masculino y femenino, que aun hoy esos sentimientos no se han
extinguido. En cualquier lugar de Alemania en que aparecen finlandeses, o de Finlandia
en que se ven alemanes, hay alegría general y en las conversaciones se oye: ¿Recuerda Ud.
todavía cuan hermosas eran nuestras tardes musicales combinadas en el Hogar de Soldados
Alagurtti?” o “Se acuerda Ud. todavía de los hospitales en Tornio, Kemi o Ivalo en que las
hermanas alemanas y las lottas finlandesas desde el primer momento se entendieron humana
y profesionalmente, aun cuando no en el lenguaje?

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La hermana Ruth Klose dirigió el empleo de las hermanas alemanas y la colaboración
con las organizaciones finlandesas desde Rovaniemi hacia adelante, con una plana mayor,
sorprendentemente pequeña de auxiliares, en toda la jurisdicción del ejército. Enérgica,
de vivacidad desbordante, con aptitud de organizadora muy superior al término medio,
inteligente y de facilidad de palabra, dio un ejemplo del noble arte de la conducción de
personal y con sus instalaciones y con la clara y elevada orientación que había inculcado
en sus hermanas, contribuyó en alto grado a que el estado espiritual de los oficiales y de los
soldados se mantuviese en Laponia hasta el último día en forma excelente.
Era natural que en el ambiente de las hermanas, el General Dietl era no sólo el festejado
héroe de Narvik sino también el amigo a quien en todas las visitas se le pedía autógrafos
y fotografías. En contraste con su actitud retenida habitual ante el sexo femenino, que
respondía a una timidez más propia de un chico, repetidas veces invitó a las auxiliares de
la Cruz Roja francas de servicio, con café y tortas en su blocao.

También sobre estos hogares de soldados instalados a lo largo de la carretera del mar
Ártico se ha conservado un alegre episodio. Una vez, en pleno invierno, Dietl concurrió
a uno de ellos. Acababa de estar con oficiales alemanes y finlandeses en un aparte de
renos, llevaba vestuario de lapón con la gorra correspondiente y tenía bastante hambre,
consecuencia de la actividad en el hermoso día frío. Por tal motivo se dirigió de inmediato,
con sus acompañantes, al mostrador de la hermana de la Cruz Roja Alemana que dirigía
el hogar, la que no reconoció al visitante inesperado. Habituada a que a veces concurrían
al hogar lapones mendigando alcohol, lo despachó: -¡Nix Schnaps, lapones allá afuera!,
señalando al General la puerta del local, hasta que la risa estruendosa de todos los presentes
le hizo reconocer su error.

Dietl, afectuoso, le replicó: -¡Nada de esquema, querida hermana; ahora tomará, por esta
vez, con un general de los lapones, un cognacito! Y entonces la hermana, ruborizada, tuvo
que brindar con Dietl.

A principios de 1942, llegó a Rovaniemi el oficial de enlace del OKW en el Cuartel General
de Finlandia, General Erfurth, para estudiar con el General Dietl y su jefe de estado mayor
la situación en el frente y el plan para los meses siguientes.
Entre Dietl y Mannerheim siempre hubo el mejor entendimiento; pero, independiente de
ello, el general alemán en el Cuartel General Finlandés era de extrema importancia para
ambas partes. La distancia de Rovaniemi a Mikkeli y la permanente atención requerida
a ambos comandantes en jefe por sus respectivos frentes hacía necesario un elemento de
unión, el que con inteligente previsión había sido intercalado ya al principio de la guerra.
El General Erfurth ha relatado en su libro Der finnische Krieg 1941-1944 (La Guerra de
Finlandia 1941 a 1944) —aparecido el año 1950 en la Limes Verlag, Wiesbaden— los
acontecimientos tal como lo ha convivido en el cuartel general del hermano de armas;
tenía contacto permanente con el Mariscal Mannerheim y su jefe de estado mayor de
largas vistas, el General Heinrichs. No sólo en las reuniones de servicio sino también en
las relaciones amistosas, el General alemán veía y oía mucho más que lo que permitían las
comunicaciones escritas entre las autoridades de mando, las que en primer término eran
responsables ante sus propios gobiernos. Algunas “directivas del Führer” y disposiciones
especiales del OKW que en su objetividad y concisión quizá no hubieran sido bien

176
interpretadas por el Comando en Jefe de Finlandia, pudieron ser explicadas por el General,
expresando a la vez los fundamentos; es indudable que así frecuentemente se evitaron
errores y malentendidos que hubieran tenido repercusiones desagradables, dado el celo
con que el Mariscal cuidaba su independencia.
En la apreciación, de la situación de entonces había en ambos generales alemanes una
absoluta coincidencia. La formulación del plan para el futuro ya entonces era, empero,
extraordinariamente difícil. En el OKW existía, como antes, la intención de despejar la
situación en la Península de los Pescadores mediante un nuevo ataque; pero el General Dietl,
en base a sus experiencias, estaba bien en claro que el Cuerpo de Montaña “Noruega” con sus
propias débiles fuerzas nunca podría realizar con éxito ese ataque contra la península, la que
entretanto había sido muy fortificada.

También la continuación del ataque contra Murmansk la consideraba no ejecutable por


los motivos expresados. El plan antiguo, de cortar el ferrocarril de Murmansk desde el
sector del frente situado más próximo, es decir, desde la zona de Salla, parecía, en cambio,
tener todavía perspectivas de éxito. Dietl y Jodl eran de opinión que fuerzas finlandesas
debían efectuar simultáneamente un ataque de alivio contra Bjelomorsk (Soroka) con el
objeto de aferrar las reservas enemigas, y según fuese el desarrollo de las luchas, alcanzar
el ferrocarril de Murmansk en un lugar favorable para el ataque.
Sobre esa ofensiva con objetivo limitado, pero de extrema importancia, desde un sector
del frente hasta entonces tranquilo, el Mariscal Mannerheim se manifestó estar dispuesto
a realizarla, sólo si antes la situación en su frente meridional se despejaba mediante la
conquista de Leningrado. La continuación del ataque por el Grupo de Ejércitos “Norte”1
estaba, por cierto, completamente dentro del marco de los planes de operaciones del
OKW; pero, para su ejecución, también en este sector del frente se requerían nuevas
fuerzas que no podían ser puestas a disposición. De este modo, ya entonces se producía,
por necesidades operativas y por el gran desgaste de personal y material en los extensos
frentes, un peligroso círculo vicioso. Los experimentados oficiales de estado mayor alemán
señalaban cada vez con mayor urgencia que se terminara alguna vez con la dispersión de
las fuerzas y se procediera a la formación de un efectivo centro de gravedad. En el frente
oriental desde el mar Ártico hasta Crimea se hallaban empeñadas en una lucha en gran
escala, las mejores divisiones alemanas después de grandes bajas, durante un año entero y
sin relevo, contra un enemigo duro, inexorable y ya entonces excelentemente conducido.
No había casi licencia ni relevo y aun detrás de los focos de lucha faltaban fuertes reservas.

En esa situación comenzó a fines de agosto una ofensiva rusa emprendida con numerosas
fuerzas al sur del lago Ladoga, la que desbarató los planes alemanes para la conquista de
Leningrado y, con ello, para el establecimiento de una comunicación terrestre de Finlandia
por el istmo de Carelia. Fue una de las numerosas fatalidades de esta guerra que tropas
alemanas y finlandesas oyeran el cañoneo del frente del Grupo de Ejércitos “Norte” y, sin
embargo, no les fuese posible arrojar al adversario que luchaba fanáticamente, de la an-
gosta faja entre el Golfo de Finlandia y el lago Ladoga. Es cierto que hoy ya nadie puede
apreciar si con un avance más profundo de las fuerzas alemanas hasta el lago Onega la ul-
terior catástrofe del Grupo de Ejércitos “Norte” no hubiera sido aún mayor. Para Finlandia,
empero, una tal evolución hubiera representado por lo menos en los años 1942 y 1943 un
período de tranquilidad y alivio.

177
El Cuartel General de Finlandia y el pueblo finlandés se enteraron, es cierto, de las buenas
noticias sobre el avance de las fuerzas alemanas hasta el Cáucaso; pero el ala meridional
del frente alemán, cuya extensión total era de unos 1.200 kilómetros, sólo les interesaba en
el marco general de la guerra común. Lo decisivo para Finlandia era y seguía siendo la si-
tuación en el Grupo de Ejércitos “Norte”. El Golfo de Finlandia y la costa situada en la otra
banda, desde Riga por Reval hasta Narva, estaba en poder de los alemanes, de modo que
el tráfico por mar a la costa meridional de Finlandia se realizaba entonces sin dificultades;
pero todavía se hallaban buques de guerra rusos en la bahía de Kronstadt. Es cierto que
un acorazado y algunos cruceros rusos habrían sido puestos fuera de combate por ataques
aéreos y por el fuego de baterías alemanas de largo alcance; pero se ignoraba la cantidad de
submarinos rusos listos para ser empleados. Por ese motivo se había interceptado el golfo por
fuerzas navales alemanas mediante la colocación de anchas fajas minadas y redes. A pesar de
ello, subsistía la continua amenaza y, sobre todo, nunca se pudo establecer la comunicación
terrestre con Finlandia, urgentemente requerida.

En octubre de 1942, por lo tanto, también el 20 Ejército de Montaña recibió la orden de


suspender los preparativos de ataque y organizarse, hasta nueva resolución, para la defensa.
Con esto, los grandes planes para el verano de 1942, de los que Finlandia se había prometido
tanto, fueron enterrados con bastante amargura. Ya entonces deben haber asomado las
primeras dudas sobre la victoria final en los políticos finlandeses de largas vistas. A pesar
de ellas, este pueblo honrado, que ya había intervenido en la lucha decisiva contra el
bolcheviquismo del lado de Alemania, soportó durante dos duros años todos los sacrificios
y, contrariamente a otros aliados, mantuvo la lealtad sin traición y sin “partisanos”, hasta que
sólo se trataba de salvar la independencia y por lo menos una cierta libertad, para sí.
Entretanto había caído de nuevo el invierno sobre el frente en la región septentrional y
en todo el sector hubo una completa tranquilidad. Al General Dietl nada lo detenía en
su cuartel general. Como siempre, recorría infatigablemente los cuerpos subordinados,
se preocupaba por el cuidado de los soldados y preparaba proyectos con antelación para
el año próximo. Con ansiedad seguía el desarrollo de la situación en el frente principal y
la de su viejo camarada Rommel en el África del Norte, que como antípoda meridional
del frente en Laponia, después de un enérgico avance y ya casi a la vista de Alejandría
también se halló en graves apuros por escasez de fuerzas y de material. Ya entonces Dietl
expresaba su opinión a personas de su confianza que a más tardar en la primavera de 1943
habría llegado la época de suspender los infructuosos ataques en los teatros de operaciones
secundarios y de lanzar en los centros de gravedad de la guerra las excelentes divisiones
que en Finlandia y Noruega, con el pasaje definitivo a la defensa, ya no eran indispensables.
En medio de esas reflexiones llegó en diciembre de 1942 la comunicación alarmante del
OKW de que debía contarse con una ofensiva rusa en Laponia y simultáneamente con un
nuevo desembarco de fuerzas enemigas en Noruega. El pensamiento de una operación
semejante era, sin duda, atrayente para los aliados; pero no sabemos si el plan pasó más
allá del período de estudio.
Los aliados estaban, por cierto, bien en claro que era factible un desembarco en la costa
de casi 3.000 kilómetros de longitud, desde la península de los Pescadores hasta Oslo, con
el apoyo de importantes fuerzas navales y la ayuda de la población noruega. Pero también
sabían con seguridad que con la conquista de algunos fiordos y fajas costeras se habría
ganado muy poco. Una lucha fuera del alcance de los cañones navales contra divisiones

178
alemanas de la mejor calidad y conocedoras del terreno habría requerido fuerzas tan
numerosas que también el enemigo hubiera tenido que debilitar en forma decisiva sus
frentes restantes y postergar para una época lejana los planes para un desembarco en
Francia; ese desembarco en Noruega se convertiría así en un fracaso, como ocurrió en
Andalsues, Mosjöen y Narvik.

Se dispuso, sin embargo, un refuerzo de las fuerzas defensivas en la región septentrional


y la organización de una división aérea; también se anunció la llegada de nuevas fuerzas.
La jurisdicción del Comando en Jefe del Ejército en Noruega y la del Comando en Jefe
del Ejército de Laponia fue delimitada en tal forma que la línea divisoria no se superpuso
con la de la frontera de los países. El fiordo Varanger, perteneciente a Noruega, con su
excelente puerto de Kinkenes y los puntos fortificados Vadsö y Vardö, era la zona de más
importancia para el abastecimiento de la región septentrional por vía marítima. Aquí
descargaban su valioso cargamento los buques que todavía seguían navegando alrededor
del Cabo Norte; aquí se hallaba el gran buque hospital Stuttgart y bajo la protección del
grupo de caza del mar Ártico, cuyos aviadores tenían el dominio absoluto del aire, los
convoyes alemanes podían sentirse bastante seguros. El puerto de Lünahamari, libre de
hielos, quedaba descartado para el tráfico marítimo debido a la existencia de baterías rusas
en la Península de los Pescadores y las repetidas incursiones de botes rápidos rusos, sobre
todo en verano, cuando había noches claras como el día.
Después de la comunicación del OKW sobre los supuestos lugares de desembarco, el
centro de gravedad del frente septentrional se volvía a desplazar hacia el mar Ártico. Por
esta causa el General Dietl fue un frecuente visitante de su antiguo Cuerpo, que todavía
se hallaba bajo el mando del General Schörner. Aun cuando ambos consideraban poco
probable una ofensiva enemiga en ese sector, hubo que adoptar un modesto dispositivo
en profundidad y preparar la defensa. Los planes que se elaboraron y las posibilidades
de defensa que entonces se reconocieron, resultaron todavía de utilidad en las luchas de
retirada iniciadas en el otoño de 1944.

La fiesta de Navidad de 1942 y la primavera de 1943 transcurrieron en Rovaniemi con


preparativos de defensa y con los trabajos de cuartelmaestre del ejército para aumentar las
existencias, no obstante las muchas dificultades. El esperado ataque en gran escala en la
región septentrional, que en el invierno hubiera llevado a una catástrofe al atacante, no se
realizó. Pero en Leningrado se habían desarrollado luchas muy intensas. La ciudad cercada
por tres lados logró establecer una comunicación terrestre hacia el este por medio de la
ruptura alcanzada por los rusos en la zona de Schlüsselburg. Esa catástrofe que casi quedó
ignorada por el pueblo alemán, fue de la máxima importancia para la ulterior evolución,
después de haber resultado infructuoso un contraataque del Grupo de Ejércitos “Norte”,
nuevamente por falta de reservas.
Según una información del general alemán en el Cuartel General de Finlandia, el estado
de espíritu se tornó allí muy nervioso. La prensa finesa que sólo recibía noticias lacónicas
de fuente alemana, pasó a publicar el texto íntegro de los comunicados enemigos. De esa
manera también la población tuvo conocimiento de la situación real y esa brusca des-
aparición de todas las esperanzas robusteció la hasta entonces insignificante oposición,
que urgía, un entendimiento con las potencias enemigas. Finlandia recalcaba siempre de
nuevo que si bien para la conservación de su independencia y libertad se hallaba en guerra

179
contra Rusia, no lo estaba con los restantes enemigos de Alemania. En tales condiciones,
el ministro plenipotenciario alemán en Helsinki, von Blücher, y el General Erfurth en
Mikkeli no tenían una situación envidiable. A pesar de ello, ambos lograron conservar la
confianza para una colaboración honrada con las autoridades finlandesas.

En la primavera de 1943 aparecieron todavía repetidas veces noticias alarmantes sobre


planes ofensivos rusos y aliados en la región septentrional, las que no fueron creídas por
el General Dietl en su imperturbable calma. Los partes de las unidades combatientes y las
noticias sobre el enemigo proporcionadas por el Ic. informaban que importantes fuerzas
rusas del frente norte habían sido trasladadas. Todas las noticias sobre planes ofensivos
procedían de la propaganda enemiga que trabajaba hábilmente y tenían el propósito de
crear confusión y aferrar fuerzas en el Extremo Norte. La perspicacia del comandante
en jefe descubrió el engaño. Las noticias procedentes de los otros teatros de operaciones
le convencieron, cada vez más, que durante un tiempo relativamente largo no había que
contar con un ataque en gran escala en Escandinavia. El mineral de hierro sueco de Kiruna
y Gällivari y el níquel finlandés de Kolosjoki eran ciertamente de máxima importancia
para Alemania; pero para las potencias aliadas a quienes le estaban abiertas las fuentes de
todo el mundo, no desempeñaban un papel tan grande que se justificara emprender por
ellas una operación arriesgada.
La posesión de Noruega y de Finlandia Septentrional quizá hubiera sido un factor
importante contra el bolcheviquismo para políticos aliados de largas vistas; pero, en forma
alguna, sería una base adecuada para emprender una ofensiva contra Alemania desde el
norte.
Después de tranquilizada la situación en agosto de 1943, el General Dietl fue licenciado
y una vez más aprovechó intensamente las semanas libres en la Estiria junto con su mujer
e hijos.
Aun cuando le oprimían las preocupaciones por la evolución de la situación en su
conjunto, el General era uno de aquellos hombres felices que pueden olvidar todo lo que
no se halla inmediatamente delante de ellos y dedicarse de lleno al momento presente. En
todas partes era reconocida su silueta y objeto de cordiales homenajes, sea que vistiera
uniforme o el traje de Estiria, recorriera las calles de Graz o cruzara un pueblo de la zona.
Para los de Graz, su persona estaba ligada, además, con el destino de la 3 División de
Montaña y sobre todo con la epopeya de Narvik.
En todas las licencias, el General era visitado no sólo por viejos amigos sino también
por quienes de pronto lo eran y querían alumbrarse con el brillo del nombre prestigioso u
obtener ventajas de orden personal. Pero doña Gerda-Luisa sabía magistralmente separar
el trigo de la paja y más de un intruso fue sacado por ella de la casa, en forma cortés,
pero enérgica. Su “búfalo”, en los pocos días de licencia, sólo haría lo que como escalador
y cazador le agradara; aun ella misma pasaba modestamente a un segundo plano. Ha
ocurrido que al rato de haber aterrizado el Ju. 52 después del largo viaje de Rovaniemi
al aeródromo de Thalerhof y cambiado el General el uniforme por la ropa de montañés,
ya desaparecía en dirección al silencioso Sonnenschiealm o al “Höll” en Marienzell, dos
hermosos cotos de gamos en la región de la Alta Suabia.
Sólo los periodistas y algunos tenaces pintores no siempre se conformaban con las dispo-
siciones de la señora de Dietl. Pero no envidiábamos a esos señores cuando las audiencias
empezaban a ser largas, pues el General sabía terminarlas bastante bruscamente.

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Aun Waldi, el perro dackel, desaparecía en las horas críticas en el jardín, donde podía entre-
tenerse con la movediza Elsi, amiga de los animales. Gertrudis, Gunta, Elsa y Volker, los hijos
de Dietl, disfrutaban de una feliz infancia y niñez bajo la vigilancia de la madre, en la casa
Heinrichstrasse 111, situada lejos de la calle en un hermoso jardín. Gertrudis, la mayor, era
una valiosa ayuda doméstica para la atareada madre, mientras no estuviera absorbida por la
escuela y los deportes. En Gunta, la segunda, ya se despertaba el ama de casa, la que ayudaba
en todos los trabajos de cocina, despensa y jardín, mientras que Elsi, el pequeño diablillo que
pudo haber sido un muchacho, prefería escalar los más altos árboles y realizar otras travesuras
alegres. El único hijo, Volker, que entretanto se había desarrollado en un fuerte muchachito, era
el constante compañero del padre durante los días de licencia.

En una licencia el General Dietl fue invitado por el príncipe von Liechtenstein a una
cacería. El príncipe mismo no podía tomar parte, pero envió al huésped una calesa y lo
hizo recibir “principescamente” por un lacayo en librea.
Cuando Dietl descendió del vehículo, le preguntó el sirviente: -¿Hacia dónde desea S. E.
que le sea llevado el equipaje? Dietl le contestó: -No soy excelencia. Tome Ud. esta bolsa y
llévela adentro. El sirviente tomó la bolsa con la punta de los dedos y la llevó dentro de la
casa. Adentro le preguntó: -¿Desea S. E. tomar un baño? Ahora Dietl fue terminante: -Ya le
he dicho que no soy excelencia. Y también ya me he lavado.
Después se lo quiso llevar a la sala de caza, donde ya estaba servida la mesa para él. Pero
descubrió, en una pieza para el personal, una alegre reunión de cazadores. -¿Quienes son
Uds.? preguntó y se sentó con ellos mientras en la sala de caza se enfriaba su comida.

El viaje entre Rovaniemi y Graz lo efectuaba Dietl casi siempre en avión, pues esa
considerable distancia recorrida en tren y vapor requería, en el mejor de los casos, 4 a 5
días y para el licenciado común difícilmente menos de 12 a 14 días.
Al principio disponía de un rápido He 111, con el cual el trecho Rovaniemi-Berlín se
efectuaba en 51/2 horas en viaje directo y sobre el mar. Al continuar el vuelo a Graz, uno
de los dos motores dejó de funcionar estando sobre Moravia y el experimentado piloto
—que más tarde piloteó también en el vuelo fatal del General— tuvo que resolverse a
efectuar un aterrizaje de abdomen en un campo de remolachas, pues además el dispositivo
retráctil de las ruedas se había atascado. El capitán de bomberos de la ciudad próxima
había observado esto y llegó con su vehículo a gran velocidad, cruzó el campo cultivado y
se presentó: -Soy el capitán de bomberos de Brünn. Dietl sacó la cabeza por una ventana de
la máquina y le contestó: -Y yo el emperador de Laponia. Entonces ambos se reconocieron
como viejos compañeros de escuela.

El año 1943 esa máquina fue entregada para otros fines, debido a la creciente escasez
de material, y reemplazada por esa Ju 52 que nos llevó de noche, en las tormentas y
tempestades de nieve por los campos helados de Finlandia y también repetidas veces a
reuniones o entrevistas en el Cuartel General del Führer.
También en el otoño de 1943 el frente germano-finlandés permaneció sorprendentemente
tranquilo. El estado de espíritu continuaba siendo de invariable confianza en el futuro;
pero en el Cuartel General de Finlandia, según un informe del General Erfurth, un
finlandés que ocupaba un alto cargo gubernativo, se había expresado del siguiente modo:
Ya no creía en un derrumbe ruso; eso era un sueño originado en deseos, sin una base real.

181
En su opinión, Alemania debía tratar de llegar a un acuerdo con los rusos. Quizá ya era
demasiado tarde para ello; pero había que intentarlo.
El ejército ruso en esa época era ya tan superior que Alemania no podría llegar a un
acuerdo. Según la documentación del General Erfurth, el Cuartel General de Finlandia
apreciaba entonces, empero, el efectivo total de los rusos desde Murmansk por el frente
de Swir hasta el istmo de Carelia ya sólo en 270.000 hombres, de los cuales unos 180.000
se hallarían delante del sector finlandés. De este modo delante de todo el frente alemán
en Laponia y al sur del Círculo Polar Ártico ya sólo se hallarían unos 90.000 hombres. Ese
cálculo puede ser puesto en duda, pues nuestros propios reconocimientos presentan un
cuadro distinto; en todo caso, las tropas alemanas y finlandesas alcanzaban en total a unos
550.000 hombres, casi el doble del efectivo apreciado a los rusos.

El General Erfurth dejaba, además, constancia que del lado alemán durante toda la
guerra con Rusia jamás hubo una relación tan favorable de efectivos. La pregunta de por
qué el OKW y el comando finlandés no aprovecharon esa gran superioridad para una
ofensiva exitosa, fue planteada no sólo por los soldados alemanes sino también por los
finlandeses, hasta por los generales del frente. Es indudable que los soldados del frente
se sentían deprimidos por el pensamiento de que las divisiones alemanas en el frente
principal debían desangrarse mientras que aquí se desperdiciaba la oportunidad favorable
para una ofensiva de alivio.
En el Cuartel General Alemán no podía ser contestada esa pregunta. Una ofensiva
realizada exclusivamente en nuestro sector sin la participación finlandesa en el sector
meridional habría sido extremadamente costosa y probablemente no habría tenido éxito.
Las consideraciones finlandesas son relatadas de nuevo por el General Erfurth; ya en esa
época los finlandeses temían que una renovación de su ofensiva originaría la declaración de
guerra de los Estados Unidos a Finlandia. Querían, empero, evitar a toda costa una guerra
con los Estados Unidos. Por eso el Cuartel General Alemán tampoco quería emprender
nada que pudiera hacer cargar sobre el Mariscal Mannerheim la responsabilidad de la
entrada de los Estados Unidos en la guerra.
Tales reflexiones eran extrañas al General Dietl. Veía las cosas con los ojos del soldado
del frente y andaba, insatisfecho, recorriendo las unidades; pero era demasiado soldado
para criticar órdenes impartidas por motivos políticos. Siempre sostuvo el punto de vista
de que el soldado del frente que no está en situación de formarse un cuadro de las grandes
conexiones, sólo debía proceder como la conducción lo estimaba adecuado. Eso nada tiene
que ver con la obediencia ciega, sino que responde muy sencillamente a nuestra educación
y postura militar. Lo que él pensó en situaciones críticas, son pocas las personas que lo
han sabido. En todo caso, siempre ha procedido de acuerdo con su conciencia de soldado.
Un vistazo en su intimidad le proporcionó a sus colaboradores más inmediatos, sin embargo,
el hecho de que con el creciente empeoramiento de la situación en el frente principal solicitara
reiteradamente ser destinado allí.

En octubre de 1943 recibió Finlandia por segunda vez la visita del Jefe de la Plana Mayor
de Conducción de la Wehrmacht, General Jodl. Vino para analizar personalmente con el
Mariscal Mannerheim la situación militar. Al propio tiempo le entregó una carta de Adolfo
Hitler, en la que éste se refería a la tolerancia en política interna que mostraba el gobierno
de Finlandia y a las expresiones poco amistosas de la prensa finlandesa sobre Alemania.

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Entretanto se había separado Italia; Mussolini fue tomado preso y liberado después por
el Capitán Skorzeny. El gobierno de Finlandia no había considerado necesario, empero,
reconocer nuevamente a Mussolini como jefe del gobierno italiano.
Del lado alemán estaba sin duda justificada una queja por esa causa. Pero la actitud de Finlandia
sólo podía ser comprendida por quien conociera a fondo las circunstancias particulares del país,
el régimen parlamentario y los objetivos del gobierno. Si en esa época Finlandia recalcaba su inde-
pendencia política y su libertad de acción y efectuaba negociaciones con Moscú por intermedio
de Suecia y también en forma directa —negociaciones que no podían mantenerse en secreto— lo
hacía sin traicionar al hermano de armas alemán.
La esperanza de Finlandia de ser objeto de un tratamiento especial por los rusos fue
destruida, por cierto, en forma total. Rusia exigió no sólo el restablecimiento de la situación
de 1940, es decir, el cumplimiento del tratado de paz con el que se terminó la guerra
de Invierno, sino que impuso nuevas condiciones que parecieron inaceptables al pueblo
finlandés, amante de su honor. Además de las cesiones territoriales en Carelia y la entrega
de Viborg, debía ceder también todavía la región de Petsamo e internar a todas las fuerzas
alemanas que se hallaban en Laponia.
En esta forma el pueblo finlandés comprendió claramente que debía mantenerse en la
lucha, cualesquiera fuesen las perspectivas. Pronto la nerviosidad política dio paso a una
apreciación más tranquila de la situación. Notas de agradecimiento a Hitler y al OKW por la
considerable ayuda material fueron la expresión de este nuevo cambio del estado de espíritu.

El General Dietl era informado continuamente sobre los altibajos en la actitud finlandesa;
pero sólo mediante la continuación del refuerzo de los sectores de combate alemanes y la
honrada colaboración con las autoridades finlandesas podía contribuir por lo menos a
mantener la unidad y el viejo espíritu del frente.
En las relaciones privadas y oficiales se exteriorizó durante los años de lucha común no
sólo la hospitalidad sino también la postura íntima del pueblo finlandés.
El espíritu, que nuevamente fue más resuelto y enérgico, sufrió, empero, a principios
de 1944 un rudo golpe que se fue intensificando hasta llegar en el otoño de 1944 a la
capitulación y a la ruptura definitiva con el hermano de armas alemán. Es que en el Grupo
de Ejércitos Norte poderosas fuerzas rusas rompieron las posiciones alemanas al sur y al
sudoeste de Petersburgo y con ello habían asestado también un fuerte golpe en un punto
neurálgico de Finlandia.
El Grupo de Ejércitos Norte no logró restablecer la situación delante de Leningrado, y
Helsinki fue el blanco de repetidos fuertes ataques aéreos en el mes de febrero de 1944;
en tales circunstancias, Estados Unidos ejerció una enérgica presión diplomática. Las
negociaciones secretas correspondientes son relatadas por el General Erfurth en su libro.
Dada la situación cada vez más crítica, el General Dietl y su jefe de estado mayor debían
prever lo que haría el frente alemán en Laponia y sus enormes abastecimientos acumulados, en
el caso de que Finlandia capitulara. En todos los frentes alemanes se hacía sentir la escasez de
materiales de guerra. Más que nunca había que asegurar a la industria alemana la provisión de
níquel de Kolosjoki y de mineral de hierro sueco. En aquel caso, las posiciones en el ala derecha
del Ejército de Laponia y en el sector central no podrían ser mantenidas. Pero el Ejército de
Laponia, basado en los envíos por la Noruega Septentrional, podría mantenerse durante un
largo tiempo en una posición de cerrojo desde la desembocadura del Liza por Ivalo hasta la
frontera noruega, aproximadamente en la zona de Pelto.

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El General Dietl, decidido como siempre, procedió de inmediato al reconocimiento del
terreno favorable y preparó las órdenes para la construcción de esa posición de cerrojo
y para un dispositivo en profundidad que se extendería hasta la Noruega Septentrional.
Los planes debían ser mantenidos en secreto frente al Cuartel General de Finlandia, lo
que ocurrió por primera vez en la lucha común. Las condiciones establecidas por Moscú
—la devolución de Petsamo y alrededores y la internación de las fuerzas alemanas— re-
querían, empero, imperiosamente esas medidas de precaución.

Exteriormente la vida en el frente de Laponia continuó siendo la misma. Las posiciones


eran completadas en la medida que lo permitían el bosque virgen y los escoriales
desnudos de la región desértica. Se contaba con munición y víveres para muchos meses;
pero el problema del reemplazo de las bajas empezó a hacerse sentir en forma cada
vez más apremiante. A causa del largo recorrido a efectuar por los licenciados, en esa
época se hallaban en el territorio patrio unos 15.000 hombres de todos los grados. Los
campamentos de reunión en distintas ciudades de la costa báltica alemana comunicaron
que estaba excedida su capacidad; pero, por una directiva de Hitler, ya no podían efectuarse
transportes de regreso. Esos licenciados, de excelente instrucción y descansados estaban
previstos, a causa de las elevadas pérdidas en el frente principal, como reemplazo para las
divisiones diezmadas de los Grupos de Ejércitos Norte y Centro. Un pedido urgente del
General Dietl, fundado en la evolución de Finlandia, no tuvo éxito.
De este modo, el comando alemán en Finlandia estuvo bien en claro que el Ejército de
Laponia en la lucha final que se aproximaba, se vería cortado del territorio patrio y estaría
librado a sí mismo. Los acontecimientos en el otoño de 1944 y en la primavera de 1945
demostraron que la experiencia recogida durante varios años en la región ártica fue de
gran utilidad.
Después de luchas no deseadas con unidades finlandesas y de muy encarnizados combates
con fuerzas rusas superiores en la región de Petsamo, el Ejército de Laponia alemán se retiró
en pleno invierno por las tres carreteras a su disposición con una disciplina insuperable
y sin pérdidas demasiado elevadas a la Noruega Septentrional. El empleo de estas fuerzas
de alto valor combativo en el frente principal sólo pudo efectuarse por gotas y, como
ocurrió tantas veces en esta guerra, demasiado tarde, a causa de las difíciles condiciones
para el transporte y de las enormes distancias que debían salvarse mediante marchas a
pie. La Providencia, con frecuencia invocada por Hitler, evitó que el comandante en jefe
del Ejército de Laponia tuviera que convivir esa retirada y ese deficiente empeño de sus
divisiones.

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VI
Alemania pierde a su Dietl

I mpulsado por una intranquilidad espiritual, el General Dietl en la primavera de 1944


había estudiado siempre de nuevo el plan de informar personalmente al Führer sobre
la evolución en Finlandia. Después de repetidas conversaciones telefónicas de su ayudante
con el General Schmundt, jefe de la ayudantía de Hitler, el General Dietl recibió orden
de tomar parte en un curso de instrucción en Sonthofen y a continuación informar en
Obersalzberg. El 18 de junio partió nuestro leal y viejo Ju 52, el que poco antes había
recibido motores nuevos y sido objeto de una revisión general, por Königsberg hacia el sur.

Después de una permanencia de tres días en Sonthofen, Dietl llegó en la mañana del 22
de junio al aeródromo de Ainring, próximo a Salzburgo. La entrevista en Obersalzberg con
Hitler fue a solas; pero Dietl todavía en la tarde transmitió en Graz a su ayudante algunas
referencias sobre lo tratado. Hitler recalcaba continuamente que después de la separación
de Italia el flanco meridional del frente alemán había quedado sin protección, y que era de
importancia decisiva que el hermano de armas Finlandia, hasta ahora tan fiel, continuara
luchando con Alemania. Por razones políticas, un debilitamiento del frente septentrional
debía desecharse, por consiguiente, precisamente en esta época.
En contra de esa opinión, Dietl defendió con energía la propia, a la que había llegado
desde hacía algún tiempo después de largas reflexiones. Propuso de nuevo que la masa de
las divisiones con aptitud de combate fueran sacadas de Finlandia, Noruega y Dinamarca
y empeñadas en el este. El frente septentrional, si bien no debía ser abandonado, sólo
quedaría ocupado con las fuerzas necesarias para la defensa. Con su fina sensibilidad para las
situaciones complejas y graves que, con tanta frecuencia, lo había guiado en horas difíciles,
le dijo aproximadamente lo siguiente:
En Dinamarca, Noruega y Finlandia se hallan unos 600.000 hombres. Dejamos que jóvenes
soldados tomen sol en Creta y pesquen en el Egeo, mientras los rusos marchan hacia Berlín.
Ante esta situación que con impresionante claridad predecía los acontecimientos, saltó
Hitler de su asiento, golpeó con el puño sobre la mesa y gritó:
Dietl, Ud. es un soldado valiente; pero de política Ud. no entiende absolutamente nada.
Hemos de formar todavía suficientes divisiones para asegurar la obtención de la victoria final;
pero el frente en el Norte no debe ser debilitado, pues sólo así Finlandia permanecerá a nuestro
lado. Todavía hoy enviaré al ministro de Relaciones Exteriores a Helsinki y Ud. también volará
hacia allí a fin de tomar parte en las conferencias decisivas.

Después de algunas otras preguntas sobre la situación en nuestro frente y de una nueva
manifestación de Hitler sobre la próxima victoria final y de las fuerzas y nuevas armas
disponibles a ese efecto, el General fue despedido.
Entretanto la señora Dietl había llegado a Salzburgo para hablar una vez más con su esposo.
Para su alegría, Ribbentrop le permitió al General —probablemente sin conocimiento de
Hitler— que pernoctara en Graz a fin de que también pudiera ver una vez más a los hijos.
Con magnífico tiempo de verano, el Ju 52 inició el vuelo desde Ainring, con el matrimonio
Dietl y el oficial de órdenes, por encima de las montañas. Con la seguridad de siempre,
siguió su curso por el Dachstein y Grimming al aeródromo Thalerhof en Graz. Llenos de
júbilo los niños recibieron a sus padres y después una festiva merienda reunió a la familia
185
Dietl con el ayudante y su esposa y la tripulación del avión. Esa tarde del 22 de junio, en su
feliz armonía, aun hoy ilumina a la señora de Dietl y a sus hijos como recuerdo de dicha a
través de los años hasta el sombrío presente.
Los dos pilotos —el Teniente 1º Kowollik y el Teniente 1° de reserva Jakob— fueron
invitados por el ayudante a la comida en su casa en la Kröblergasse. Además estuvo
presente el oficial de órdenes del ayudante, el Teniente 1º de reserva Altfeld, que desde
hacía tiempo formaba parte del comando y que personificaba el tipo del oficial de reserva
de confianza, inteligente y modesto. Debía reemplazar en este viaje del General al ayudante,
el que debido a cuestiones de reemplazo había sido enviado en comisión al Comando en
Jefe del Ejército en Berlín y por tal motivo no podía tomar parte en el vuelo de regreso.
Después de la comida, el Teniente 1° Kowollik le preguntó al ayudante si no sería posible
conseguir un “Cóndor” para el general Dietl. El Ju 52, dada la constante amenaza en el
aire, era por cierto demasiado lento y además le había costado trabajo en el último viaje
hacerlo subir a la altura necesaria. Ya no pudo comprobarse si esa pesadez se debía al
dispositivo para la eliminación del hielo que se le había instalado antes de la última partida
en Finlandia. El hecho es que ambos pilotos conocían esa deficiencia.

En la mañana del 23 de junio, a las 06:30 horas, la máquina realizó el vuelo de prueba
reglamentario en el aeródromo de Thalerhof, en el que tomaron parte los hijos del General
y el ayudante. Al aterrizar en el lugar, los frenos de las ruedas funcionaron deficientemente,
de modo que la máquina recorrió casi toda la longitud del aeródromo. El jefe del avión
comprobó que la presión del aire en el freno no había sido aumentada, no obstante la
orden impartida la tarde anterior, y se quejó por esa causa en forma muy expresiva en la
comandancia de la base. La falla fue reparada en forma irreprochable; pero es posible que
ya ese episodio motivara las afirmaciones ulteriores sobre supuestos sabotajes. Lo insensato
de ellas lo sabe todo aviador con experiencia, pues aun cuando esa pequeña deficiencia no
hubiese sido subsanada en forma reglamentaria —lo que se comprobó había ocurrido—
ella no habría tenido influencia alguna sobre la seguridad de la máquina durante el vuelo.

Poco después de las 07:00 aparecieron los Generales Eglseer y Rossi que tenían destino
en el Ejército de Laponia y que después de haber participado en el curso de instrucción en
Sonthofen, habían sido invitados por el General Dietl a regresar con él en el avión. En forma
inesperada también vino el General de infantería von Wickede, que mandaba un cuerpo
de ejército en el Grupo de Ejércitos Norte. Era amigo, desde hacía tiempo, del General
Dietl, había dejado de utilizar su asiento en el tren de pasajeros de Salzburgo a Königsberg
y había llegado a Graz todavía de noche en automóvil a fin de poder acompañar a nuestro
General por lo menos hasta Königsberg.
A las 07:10 llegó también el General Dietl con su señora y después de cordiales saludos
y de una última toma de fotografías, se levantó el avión con ronco rugido de sus motores.
En vuelos anteriores, la máquina siempre había efectuado el pequeño rodeo por la frontera
húngara, en el que sólo había que sobrevolar alturas de unos 600 metros. Debido al apuro
que esta vez se tuvo, se tomó el 23 de junio el curso directo al aeropuerto de Aspern,
próximo a Viena, al cual, en virtud de una orden, toda máquina que efectuaba ese tramo,
debía tomar como dirección en el vuelo. Ese curso llevaba por el sudeste de Semmering
sobre el Hochwechsel, una altura de unos 1.800 metros. Una orden impartida poco antes,
de que todas las máquinas en montaña debían sobrevolar en 500 metros la cadena de

186
montañas más elevada, quizá ya no haya llegado a conocimiento del Teniente 1° Kollowik.
Acababa, empero, de volar el día antes por encima de los Alpes de Salzburgo a Graz sin
inconveniente y era un piloto bien probado en muchos vuelos en tempestades y de noche,
también sobre el mar y sobre los desiertos del Ártico.
La máquina había desaparecido en dirección norte, con viento débil en un radiante
día de verano. Sólo había ligeras nubes en el cielo, las que eran más densas hacia la
montaña pero, en todo caso, había suficiente visibilidad.
El aeródromo de Thalerhof, después de la feliz partida, pronto quedó vacío. La señora de
Dietl, sin el menor presentimiento, se dedicó a sus tareas domésticas. Hacia las 15:00, el
ayudante fue llamado por el General Schmundt con urgencia por la línea secreta, estando
todavía en su domicilio, poco antes de partir para Berlín. Su rostro palideció bruscamente
y el tubo casi se le cae de la mano al escuchar la voz, temblando de emoción, procedente
del Cuartel General del Führer:
Hermann, ha pasado algo terrible. El avión del General Dietl ha caído esta mañana temprano,
hacia las 07:45, en inmediaciones del Semmering y todos los pasajeros están carbonizados.
En consideración a las negociaciones con Finlandia, Ud. me garante personalmente que,
por ahora, nadie se entere de esta catástrofe. Para la remoción de los cadáveres se empleará
personal de la guarnición de Leoben; el Comando de la Región Aérea Viena enviará una
comisión de investigación. Ud. con su señora informarán de inmediato, en forma adecuada,
a la señora de Dietl y a los hijos. Ud. permanecerá en Graz a disposición del Cuartel General
del Führer, esperará nuevas órdenes y me comunicará directamente toda novedad sobre este
asunto, utilizando la línea secreta.

Desde hacía 6 años el ayudante y su esposa mantenían relaciones afectuosas y cordiales


con la familia Dietl y jamás les resultó tan penoso el camino a la casa de ésta como en
esa ocasión. La señora de Dietl escuchaba precisamente música alegre de la radio, tenía
reunidos alrededor suyo a los hijos y al ver al matrimonio les expresó: -¡Qué agradable
que Uds. hayan venido! ¡Antes que nada, tomaremos café! Vio después las caras pálidas de
los amigos, se quedó como congelada y preguntó con voz muy débil: -¿Qué pasa? Quiero
saberlo todo.

Pocas de los millones de mujeres que en tiempo de guerra recibieron la terrible palabra “Muerto”
como un rayo en pleno día de sol, han escuchado la noticia de la muerte del esposo adorado con
tanto dominio de sí misma como la señora Dietl. Los hijos la apretujaban, interrogándola con
ojos temerosos; pero ella sólo les pasaba suavemente la mano sobre sus cabecitas y les dijo: -Ahora
el papi ya no volverá; pero quizá ha debido ser así. Esa expresión ha sido repetida con frecuencia y
casi con gratitud en los años siguientes a 1945.

De las numerosas personas que han conocido al General Dietl, nadie puede imaginarse
como este hijo predilecto del mundo libre de la montaña hubiera soportado el derrumbe
de Alemania y quizá una larga detención en oscuros presidios. Su voluntad inflexible y
la suerte de soldado lo habían llevado a las máximas alturas de la gloria. La llama que en
medio de los montes de la Estiria terminó súbitamente esta vida agitada, era para Eduardo
Dietl el final que correspondía a su carrera extraordinaria.
En la casa de la Henrichstrasse en Graz enmudeció la música y la risa alegre. Una mujer
que quedó sola, recorría silenciosamente la casa y el jardín hasta que llegó la mañana. Se

187
trasladó después con el ayudante en un automóvil a fin de estar presente en la remoción de
los cadáveres. La carretera conducía por el valle que el día anterior había tenido el pesado Ju.
como preso dentro de una trampa. El lugar del accidente, bien arriba en la montaña, había sido
aislado hasta tanto la Comisión de la Aeronáutica Militar terminara la investigación. Pero ya
inmediatamente después de la caída, campesinos y soldados licenciados de las granjas en las
faldas vecinas de la montaña habían concurrido al lugar y los dos miembros salvados de la
tripulación fueron transportados con graves quemaduras a un hospital cercano.
Las declaraciones de los testigos y, sobre todo, de los sobrevivientes confirman, sin lugar
a dudas, el resultado de la investigación oficial. El mecánico de a bordo, sargento ayudante
Meyer, relata lo ocurrido:
La máquina volaba con tiempo tranquilo y buena visibilidad a unos 1.500 metros de
altura en el rumbo ordenado dentro de un valle encuadrado a ambos lados por líneas de
alturas. Los motores e instrumentos se hallaban en perfecto funcionamiento. Hacia las
07:30 surgió delante nuestro un cerrojo montañoso de una respetable altura. El Teniente
1º Kowollik empleó, por consiguiente, el timón de altura y yo fui en ese momento a la
cabina para sacar mi saco de piel del armario situado a popa, pues el frío aumentaba. Los
Generales, sentados en sus asientos, estaban conversando. Cuando me dirigí de nuevo a
proa, la máquina experimentó de pronto una fuerte sacudida y descendió bruscamente
150 metros. Es que nos habíamos aproximado entretanto a Hochwechsel y nos hallábamos
en medio de fuertes vientos descendentes.
El piloto se debe haber dado cuenta inmediatamente del peligro, pues dio plena marcha
y rápido encendido a los tres motores, los que respondieron perfectamente, y trató de
levantar de nuevo la máquina empleando todos los recursos del arte de la navegación
aérea. A causa de la precaria capacidad de ascensión de nuestro viejo Ju, que en ese
día estaba totalmente ocupado, sólo fuimos ganando lentamente altura. El Teniente 1°
Kowollik y el Teniente 1° Jakobs miraban hacia ambos lados y, al parecer, comprobaron
que las líneas de alturas eran no sólo más elevadas que el avión, sino que también se
habían acercado tanto que era imposible un giro hacia un lado y menos aun un regreso.
Nos hallábamos literalmente en una trampa de ratones.
El piloto logró, sin embargo, levantar la máquina en los pocos kilómetros que todavía
nos separaban del Hochwechsel, por lo que abrigué la esperanza de que, pese a todo,
alcanzaríamos a salvar el cerrojo que nos interceptaba el camino. Al borde de la alta
meseta nos tomó, empero, una nueva potente ráfaga frontal y entonces el Teniente 1º
Kowollik intentó, como último recurso, tratar de virar y regresar por el valle. La velocidad
de la máquina, muy exigida, había disminuido en tal forma que en el giro se volcó sobre
el ala y chocó contra la pendiente. Los dos motores laterales se desprendieron; pero, el
del centro quedó adherido al cuerpo del avión. Los tanques situados en las alas y que
habían sido llenados completamente en Graz, se rompieron y 2.000 litros de nafta se
extendieron sobre los cilindros y tubos de escape, incandescentes, del motor central. A los
pocos segundos se levantó una gran llamarada y los restos del avión quedaron envueltos
en nubes de humo negro.
Después del primer breve aturdimiento, corrí a la puerta; pero había quedado trabada
por el tronco de un árbol y no la pude abrir. Rompí rápidamente todos los vidrios de las
ventanas y grité: “¡salir por las ventanas!” Después me largué sobre el General Dietl para
salvarlo en primer término; pero el General tenía ajustado el cinturón, —al parecer había
alcanzado a apreciar rápidamente el peligro— y estaba sin conocimiento colgado de él.

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Tampoco los otros generales se movían. En los pocos segundos antes de que toda la cabina se
llenara de fuego y humo era completamente imposible empujar violentamente a uno de los
cuerpos casi sin vida a través de las estrechas ventanas. No puedo recordar cómo logré salir.

Todos los testigos presenciales relatan en modo preciso y coincidente la forma en que se
produjo la catástrofe; pero, con ello, no se ha aclarado todavía la causa real. En cuanto se
pronuncia el nombre de Dietl, aun hoy se formulan —en voz alta o baja, según la posición
personal— las más insensatas causas: -¿El General fue eliminado, no es cierto, por orden de
Adolfo Hitler? -¿Los hombres del 20 de julio fueron los que efectuaron sabotaje en el avión
de Dietl, no es así? o -¿No fue comprado el piloto? Hay una sola respuesta clara a todas
estas sospechas y otras semejantes, que han de haber surgido de los disturbios de los años
de postguerra, de la incomprensión o de la maldad: -El General Dietl es la víctima de un
accidente, en el que no estuvo en juego la mano de persona alguna. Fuerzas de la naturaleza,
que él mismo supo dominar frecuentemente, fueron las que derribaron la máquina. En la
gran cuenca al sur de Viena, rodeada por montañas, se forman, precisamente en los meses de
verano, las llamadas acumulaciones de aire. Cuando la atmósfera se calienta por la radiación
solar, se desborda como el agua caliente de una olla y se escapa una potente corriente aérea
por los tubos que se presentan.
Un canal de viento de esa índole era la zona del Hochwechsel, la que el avión quería
cruzar precisamente en el período crítico de la atmósfera, entre las 07:00 y las 08:00.
También al día siguiente de la catástrofe, aproximadamente a la misma hora y con tiempo
semejante, cuando había una calma casi completa, sopló de pronto una ráfaga potente
que arrancó las gorras al personal del destacamento de remoción y dobló los árboles. Eso
ocurre a intervalos muy irregulares y poco después aun las cimas de las montañas estaban
nuevamente tranquilas bajo el sol caluroso.
Ese fenómeno de la naturaleza era desconocido por la tripulación del avión y por
sus ocupantes al igual que la ruta de vuelo, seguida por primera vez. Si la partida se
hubiese efectuado una o dos horas más tarde, entonces la máquina habría llegado muy
probablemente indemne a su objetivo. Ya al iniciar el vuelo había alcanzado una altura de
1.500 metros, lo que en circunstancias normales habría sido suficiente.
Las personas de la zona que habían acudido rápidamente al lugar del accidente hallaron
cerca de los restos incandescentes del avión a dos militares, al parecer sin vida, con graves
quemaduras en todo el cuerpo. Eran el sargento ayudante Meyer, cuyo relato acabamos
de oír, y el pequeño radiotelegrafista Huber que, como sargento 1º, había acompañado al
General en casi todos los vuelos. Este valiente joven soldado alcanzó a escribir, no obstante
estar tan cerca de la muerte, en cumplimiento de órdenes permanentes recibidas, en un
papel la característica, el número y el objetivo de la máquina, papel que casi carbonizado
mantenía en su mano quemada. En la lista de pasajeros se alcanzaba a leer: Coronel General
Dietl, General Egl... De este modo los campesinos probablemente supieron pronto quién
había caído con el avión. El reloj de a bordo, completamente quemado, se había detenido
a las 07:38.
La señora de Dietl esperó en el linde de una localidad hasta que se aproximó la columna
con los restos de los muertos, descendiendo de la montaña. El ayudante había podido
identificar los cadáveres por algunas señas especiales. Al General Dietl se le habían
quemado en el cuello las hojas de roble de la cruz de caballero y los restos de sus pesados
borceguíes de montaña eran fáciles de reconocer. Los otros generales fueron identificados

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también en forma segura por los relojes, anillos y restos de uniforme, al igual que los
acompañantes y miembros de la tripulación. Después los cadáveres fueron llevados en
paños de carpas al valle y en un pueblo situado a mitad de la pendiente fueron colocados,
en forma solemne, en sus ataúdes.
Ya al día siguiente los habitantes de Graz se transmitían la noticia de la desgracia; pero
la prensa y la radio mantenían un silencio completo por orden suprema. Se comunicó a
Helsinki, donde Ribbentrop esperaba con urgencia a Dietl, que el avión en el vuelo de
regreso había recibido orden de dirigirse al Cuartel General del Führer. Sólo el jefe del
estado mayor del Ejército de Laponia y unos pocos oficiales del comando de ese ejército
tuvieron que ser enterados.
El Teniente 1° Altfeld, el excelente oficial de órdenes, los dos pilotos y el tirador de a bordo
fueron sepultados pocos días después en un hermoso día de sol y con la total participación de
la población en el cementerio de Waldbach en Hartberg en la Estiria. La señora de Dietl tomó
parte en el sepelio.
También los cadáveres de los generales fueron llevados, entretanto, en todo silencio a sus
ciudades de residencia. Sólo el ataúd del General Dietl quedó, con guardia de cazadores
de montaña, durante una semana en el salón, adornado con hojas de pinos, de la pequeña
posada del pueblo.
El 1º de julio se efectuó el solemne traslado de los restos a Graz., al que siguió la ceremonia
del velatorio en el castillo Klessheim, cerca de Salzburgo, y el 2 de julio el sepelio en el
cementerio del Norte en Múnich. Eduardo Dietl había regresado a la capital de su amada
Baviera.
Si hemos relatado una vez más, con todos sus horrores, el doloroso final de nuestro
General, lo hicimos para producir una plena claridad. Ni la vida ni el proceder ni la muerte
del General Dietl pertenecen al sombrío capítulo de los “casos no aclarados”. Desde la
juventud hasta la muerte este varón recto, honrado y valiente siguió imperturbablemente
el camino que le estaba señalado por su predisposición y educación y por la pureza de las
montañas de su terruño. Un destino bondadoso nos lo quitó sin derrota y sin mácula; pero
el recuerdo de “nuestro Dietl” sigue viviendo no sólo entre el lago de Constanza y Graz,
sino también en todas partes donde la verdadera humanidad mantiene su alto valor.

FIN

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