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UNIVERSIDAD ARTURO MICHELENA

Fundamentos teóricos de los procesos penales


Dirección de posgrado

El derecho penal español

Autor(a): Orlando Alvarado Lucena


C.I: V-24.595.656

Prof. Fredy Martínez

San Diego de Alcalá, 13 de septiembre de 2020


INTRODUCCIÓN

El enfoque del presente trabajo trata de reflejar en su mayor capacidad


como es definido el derecho penal en la jurisdicción española y como se manera
su proceso, dar a entender de forma más clara la semejanza que tiene con
nuestro derecho interno ya que Venezuela es un reflejo del derecho penal
español.

Se plasma una realidad en un proceso similar, el avance del tiempo y la


sociedad es lo que determina un cambio jurídico, el derecho penal español
corresponde de una forma diferente su fase investigativa. España se centra
mucho en que su ministerio publico sea lo más investigativo
EL DERECHO PENAL ESPAÑOL
Con origen en el vocablo latino “directum”, el derecho se refiere a
los postulados de justicia que conforman el orden normativo de una sociedad.
Basándose en las relaciones sociales, el derecho es el conjunto de normas que
ayudan a resolver los conflictos derivados de la conducta humana.

El derecho penal es la rama del derecho que establece y regula el castigo de los
crímenes o delitos, a través de la imposición de ciertas penas como la reclusión en
prisión, por ejemplo.

Es posible distinguir entre derecho penal objetivo (ius poenale), que se refiere a


las normas jurídicas penales en sí, y derecho penal subjetivo (ius puniendi), que
contempla la aplicación de una sanción a aquellos que actualizan las hipótesis
previstas por el derecho penal objetivo.

Sabemos que el derecho se encarga de regular las actividades de


los hombres que viven en sociedad y que mantienen relaciones con el resto de los
hombres. De esta forma, el derecho busca proteger la paz social con normas que
son impuestas por la autoridad, quien, a su vez, tiene el monopolio del uso de la
fuerza.

El principal objetivo del derecho penal es promover el respeto a los bienes


jurídicos (todo bien vital de la comunidad o del individuo). Para esto, prohíbe las
conductas que están dirigidas a lesionar o poner en peligro un bien jurídico. Lo
que no puede hacer el derecho penal es evitar que sucedan ciertos efectos.

El Estado dispone de dos herramientas para reaccionar frente al delito:


las medidas de seguridad que busca la prevención y las penas que suponen el
castigo. La pena, por lo tanto, implica una restricción a los derechos del
responsable.

ORGANIZACIÓN DEL DERECHO PENAL

Como ha ocurrido en la mayoría de los aspectos de la organización social,


para que el derecho penal llegara a convertirse en lo que hoy en día conocemos
fue necesario que existiera un proceso bastante lento, a través del cual se
pusieron a prueba diferentes metodologías e ideas y se fue buscando la forma en
la que quedaría finalmente constituido. En este proceso pueden señalarse varias
etapas, las cuales son:

Etapa primitiva: En este período no existían leyes claras, sino una serie de
prohibiciones derivadas de unas firmes creencias religiosas que imponían duros
castigos a aquél que osara violarlas, dichos mandatos recibían el nombre de tabú.
Existía otro término que era el de venganza, que permitía que aquéllos que sufrían
cualquier daño por parte de otro grupo, tomarán la justicia por su mano castigando
a sus agresores con un mal mayor al recibido. No existían límites, eran las
víctimas quienes los ponían. El sucesivo ejecutar de las venganzas entre
individuos de diversos bandos fue lo que llevó en repetidas ocasiones a la guerra
entre los mismos.

Etapa de la Ley De Talión: En este período se creó un límite a las citadas


venganzas el cual estaba fijado por las Tablas de la Ley de Moisés; donde se
expresa que la pena ha de ser igual en magnitud al daño sufrido.

Surgimiento de la justicia política: Con el nacimiento del Derecho Penal


Romano, la justicia comenzó a cobrar sentido. A partir de este modo surge la
diferenciación entre crímenes públicos y privados; los primeros eran aquellos que
afectaban el orden público y los segundos eran de tipo personal entre dos
individuos o familias. En cada caso se optaba por un tipo de castigo diferente,
todavía basado en la ley del talión, es decir que el castigo era impuesto en base al
daño causado por el individuo.

Desde este momento, lentamente fue consolidándose la justicia como hoy la


conocemos; primero se instauraron los pasos a seguir ante un proceso penal
(acusación, aporte de pruebas del delito y sentencia) y más tarde se estableció la
diferencia entre delito doloso y culposo, desarrollando diferentes teorías
y doctrinas que permitían la correcta ejecución de las condenas.

Hoy en día, de acuerdo a los aportes que han hecho las diversas culturas que se
han preocupado por establecer un código para condenar justamente a
los imputados, contamos con un sólido derecho penal que teóricamente protege a
los que son inocentes y colabora con el establecimiento de la justicia en todos sus
órdenes; aunque, lamentablemente, no en todos los casos se cumple dicho
requisito.

En la actualidad, el sistema procesal penal español se articula sobre dos


procedimientos esenciales, cuales son el sumario ordinario por delitos graves y el
denominado procedimiento abreviado, a los que deben agregarse el procedimiento
para el enjuiciamiento rápido de determinados delitos, el procedimiento ante el
Jurado y el juicio por delitos leves. Las profundas diferencias existentes entre unos
y otros hacen sumamente difícil hablar de un “proceso penal tipo”, si bien es
posible hallar semejanzas sustanciales cuanto menos entre los seguidos ante
jueces técnicos. y el juicio por delitos leves, que, por su especial naturaleza,
derivada del tipo de infracciones a cuyo enjuiciamiento atiende, no responde a un
posible esquema al carecer de fases tan significativas como la instrucción o
investigación oficial.

Presupuesto lo anterior, las fases del proceso penal son las siguientes:
a. La instrucción preliminar, la cual responde a aquel conjunto de actuaciones
de carácter jurisdiccional desencadenadas a raíz de la toma de
conocimiento de la comisión de un delito (o notitia criminis), que tienen por
objeto tanto el aseguramiento de posibles elementos de prueba y adopción
de medidas cautelares como la preparación del ulterior juicio oral. Recibe el
nombre de “sumario” en el proceso ordinario, y el de “diligencias previas” en
el procedimiento abreviado. Su objeto lo constituye un conjunto
heterogéneo de actuaciones, que van desde la pura investigación (entrada
y registro en lugar cerrado, detención y apertura de correspondencia) hasta
el aseguramiento de eventuales responsabilidades civiles (fianzas,
embargos), pasando por el aseguramiento de la persona del delincuente
(detención, prisión provisional). En su tramitación predomina la forma
escrita y el secreto: así, expresamente dispone la L.E.Cr. que “Las
diligencias del sumario serán secretas hasta que se abra el juicio oral, con
las excepciones determinadas en la presente Ley” (artículo 301). Las
diligencias practicadas durante la fase instructora carecen del valor de
pruebas en sentido estricto, y no poseen por tanto aptitud para desvirtuar la
presunción de inocencia; se exceptúan aquellos contados casos en que,
por no poder ser reproducidos en el acto de la vista oral, adquieren, previo
el cumplimiento de los requisitos correspondientes, el carácter de pruebas
anticipadas.

b. La fase intermedia se sitúa entre la conclusión de la instrucción y la


celebración del juicio oral, y tiene un doble objeto: de una parte, la
verificación de la corrección y completud de la fase instructora; de otra, la
determinación de la procedencia de la apertura del juicio oral (o, caso
contrario, del sobreseimiento de la causa). En el sumario ordinario
comienza a raíz de la firmeza del auto de conclusión del sumario dictado
por el Juez instructor, en tanto que en el procedimiento abreviado se sitúa
en el dictado del auto previsto en el artículo 780.1º. Cabe señalar que en el
procedimiento ordinario la tramitación de la fase intermedia compete al
mismo Tribunal ante el que se celebrará el juicio oral, en tanto que en el
procedimiento abreviado incumbe al órgano instructor.

c. El juicio oral, constituye la verdadera esencia del proceso penal, pues en él


se ventilarán las pretensiones de las partes (acusación y defensa) a través
de la práctica de las correspondientes pruebas, y concluirá con el dictado
de la sentencia en la que el órgano decisor resolverá sobre la culpabilidad o
inocencia del acusado y sobre otras pretensiones asociadas. Frente al
sumario, se caracteriza por las notas de oralidad y publicidad, junto a
principios como los de contradicción, audiencia, inmediación e igualdad de
partes.

d. La impugnación de la sentencia difiere según el órgano que la dicte, pues si


contra las sentencias de los jueces de lo penal cabe el recurso de apelación
ante la Audiencia Provincial, no cabe decir otro tanto de las dictadas por
ésta en primera instancia, susceptibles sólo de recurso de casación ante el
Tribunal Supremo.

e. Por último, la fase de ejecución tiene por objeto el efectivo cumplimiento de


la sentencia firme dictada; fase que en nuestro sistema, y por lo que atañe
a las penas privativas de libertad, posee un carácter mixto judicial-
administrativo, con intervención, a veces no siempre bien delimitada, de los
órganos sentenciadores, los Juzgados de Vigilancia Penitenciaria y los
organismos e instituciones de carácter penitenciario.

Finalmente, y para concluir este apartado, debemos hacer una mención al carácter
supletorio del procedimiento ordinario por delitos graves, plasmado expresamente
en el artículo 758 de la L.E.Cr. a cuyo tenor: “El enjuiciamiento de los delitos
enumerados en el artículo anterior –es decir, los correspondientes al
procedimiento abreviado– se acomodará a las normas comunes de esta Ley, con
las modificaciones consignadas en el presente Título”. Sin embargo, este principio,
que parece no ofrecer dudas en lo que respecta a la relación entre el
procedimiento ordinario y el abreviado, no aparece tan claro en lo que toca a la
regulación de otros procedimientos especiales recogidos en la L.E.Cr. (Así, por
ejemplo, el procedimiento por injurias y calumnias contra particulares o el seguido
contra Diputados y Senadores).

Estos últimos se caracterizan, en efecto, por constar de unas pocas peculiaridades


procesales, debiendo complementarse casi en bloque con algún otro de los
procedimientos contenidos en la propia Ley; las dudas surgen a la hora de
determinar cuál haya de ser ese procedimiento supletorio: si el ordinario, a lo que
parece apuntar el espíritu de la ley procesal o el abreviado, siempre, claro está,
que la pena correspondiente al delito de que se trate entre dentro del ámbito de
aplicación de este último conforme a las previsiones del artículo 757 (como, por lo
demás, sucederá en la mayor parte de los casos).

La cuestión, nada pacífica, fue resuelta por el Tribunal Supremo en el sentido de


determinar el procedimiento aplicable en atención a la entidad de la pena
correspondiente al delito, lo que en la práctica ha venido a convertir el llamado
procedimiento abreviado en supletorio de los restantes procedimientos especiales
recogidos en la L.E.Cr. sin perjuicio, claro es, de la integración del mismo, en
aquellos extremos carentes de una regulación específica, a partir de las normas
de carácter común propias del procedimiento ordinario (así, Sentencias de 24 de
enero y 16 de julio de 1994).

INICIO DE UN PROCESO PENAL

Denuncia y querella:

La iniciación de la fase instructora se produce mediante la puesta en conocimiento


ante el órgano jurisdiccional de una “notitia criminis” o sospecha de la comisión de
una acción, que revista los caracteres del delito. Mediante la transmisión, pues, de
la sospecha de la perpetración de un delito “perseguible de oficio” surge la
obligación del Juez, sea o no competente, de practicar las primeras diligencias,
dando cuenta de dicha incoación al Ministerio Fiscal y, en su caso, al Presidente
de la Audiencia (artículo 308 de la L.E.Cr.)

LA DENUNCIA 

Es el acto consistente en una declaración de ciencia de una persona determinada,


en virtud de la cual se proporciona al órgano oficial correspondiente el
conocimiento de un hecho que reviste caracteres de delito.

LA QUERELLA 

Es el acto procesal consistente en una declaración de voluntad dirigida al órgano


jurisdiccional competente, por la que el sujeto de la misma, además de poner en
conocimiento de aquél la “notitia criminis”, ejercita la acción penal.

ÓRGANO ANTE QUIEN SE FORMULA UNA Y OTRA.

La denuncia puede formularse ante cualquier autoridad judicial, funcionario del


Ministerio Fiscal o de la Policía (artículos 259, 262, 264 y 268); en cambio, la
querella ha de interponerse ante el órgano jurisdiccional competente (artículo 272).

SUJETOS DE LA DENUNCIA Y LA QUERELLA.

La denuncia, por lo general, es un deber, mientras que la querella es un derecho,


generalmente.

La denuncia es una obligación que, por regla general, impone el Estado para
obtener la cooperación ciudadana en la lucha contra el delito.

Distingue la Ley tres grupos de personas a quien impone la obligación de


denunciar los delitos públicos: 1) Las personas que hubieren presenciado su
perpetración (artículo 259); 2) Las personas que por razón de su cargo, profesión
u oficio tuvieren noticia de algún delito público (artículo 262.1); 3) Los que por
cualquier medio diferente de los mencionados conocieren la perpetración de un
delito público (artículo 264.1º).

La obligación general de denunciar los delitos públicos incumbe de manera


especial a los funcionarios de la llamada policía judicial, quienes formarán un
atestado de las diligencias que practiquen (artículo 284).

Pero, al mismo tiempo que la Ley impone la obligación de denunciar, establece


tres clases de excepciones: 1) Por incapacidad o insuficiencia mental: impúberes y
los que no gozaren del pleno uso de su razón (artículo 260); 2) Por razón de
parentesco: el cónyuge, los ascendientes y descendientes consanguíneos o afines
del delincuente, y hasta los extramatrimoniales y los parientes colaterales
consanguíneos o uterinos y afines hasta el segundo grado inclusive (artículo 261);
3) En virtud de secreto profesional: los abogados y procuradores y los
eclesiásticos y ministros de culto disidentes (artículo 263).

Pero es de tener en cuenta que la denuncia no constituye siempre un deber, ya


que por el contrario, puede ser una facultad en el caso de los delitos semipúblicos
y determinados delitos leves. Son los siguientes: Reproducción asistida en una
mujer, sin su consentimiento; Agresiones, acoso o abusos sexuales;
Descubrimiento y revelación de secretos; Calumnia o injuria contra funcionarios
públicos; Abandono de familia y omisión del deber de pagar prestaciones
económicas familiares; Daños superiores a 80.000 euros causados por
imprudencia grave; Delitos relativos al mercado y a los consumidores; Delitos
societarios.

Tratándose de los delitos de descubrimiento y revelación de secretos, relativos al


mercado y a los consumidores y societarios, no será precisa la denuncia cuando la
comisión del delito afecte a los intereses generales o a una pluralidad de
personas.
Asimismo, aunque no exista denuncia de la persona agraviada, el Ministerio
Fiscal, ponderando los legítimos intereses en presencia puede formular querella
por los delitos de agresiones, acoso o abusos sexuales.

La querella, en cambio, constituye, por regla general, un derecho: todos los


ciudadanos españoles, hayan sido o no ofendidos por el delito, pueden querellarse
cuando se trate de un delito público, utilizando la acción popular; y también
pueden querellarse los extranjeros por los delitos cometidos contra sus personas o
bienes, o las personas o bienes de sus representados (artículo 270).

Respecto de los ciudadanos españoles, la Ley Orgánica del Poder Judicial


dispone que “podrán ejercer la acción popular, en los casos y formas establecidos
en la Ley” (artículo 19.1).

Por el contrario, en los delitos privados, solo pueden querellarse las personas
legitimadas, según los casos, para actuar en el proceso en calidad de acusador
privado.

Pero no siempre la querella constituye un derecho, ya que para los funcionarios


del Ministerio Fiscal es una obligación el querellarse cuando se trate de las
acciones penales (artículos 105 y 271) por delitos públicos.

FORMA DE LA DENUNCIA Y DE LA QUERELLA.

La denuncia puede ser verbal o escrita, mientras que la querella ha de formularse


siempre por escrito.

En cuanto a la forma, distingue la Ley tres tipos de denuncia: 1) De palabra; 2) Por


escrito; y 3) Por mandatario con poder especial (artículo 265). Cuando la denuncia
se hace verbalmente, adopta la forma de declaración (artículo 267). Cuando la
denuncia se hiciere por escrito, deberá estar firmada por el denunciante, y si no
pudiere hacerlo, por otra persona a su ruego; y la autoridad o funcionario que la
recibiere rubricará y sellará todas las hojas a presencia del que la presentare,
quien podrá también rubricarla por sí o por medio de otra persona a su ruego
(artículo 266). En cuanto a la denuncia por mandatario, solo requiere el que éste,
al tiempo de hacerla, presente el oportuno poder especial. En todo caso, la
autoridad o funcionario que reciba la denuncia deberá asegurarse de la identidad
de la persona del denunciante, y si éste lo exigiere, le darán un resguardo de
haberla formulado (artículo 268).

En cambio, la querella reviste siempre forma escrita y, además, la Ley establece


otros requisitos formales que son: Se presentará siempre por medio de Procurador
con poder bastante y suscrita por Letrado, expresándose en ella: 1) El Juez o
Tribunal ante quien se presente; 2) El nombre, apellidos y vecindad del
querellante; 3) El nombre, apellidos y vecindad del querellado; 4) La relación
circunstanciada del hecho, con expresión del lugar, año, mes, día y hora en que se
ejecutó, si se supieren; 5) Las diligencias que deban practicarse para la
comprobación del hecho; 6) La petición de que se admita la querella, se
practiquen las diligencias referidas, se proceda a la detención y prisión del
presunto culpable o a exigirle la fianza de libertad provisional, y se acuerde el
embargo de sus bienes en la cantidad necesaria, en los casos en que así proceda;
7) La firma del querellante o la de otra persona a su ruego, si no supiere o no
pudiere firmar, cuando el Procurador no tuviere poder especial para formular
querella (artículo 277).

EN CUANTO A LOS REQUISITOS DE ADMISIBILIDAD.

La denuncia no exige la constitución de fianza en razón a que el denunciante


cumple un mandato imperativo de la Ley, mientras que la querella, por lo general,
requiere la prestación de fianza, como presupuesto de admisibilidad de aquélla.

El querellante prestará fianza de la clase y cuantía que fije el órgano jurisdiccional,


para responder de las resultas del proceso (artículo 280). Pero están exentos de la
obligación de prestar fianza: 1) El ofendido y sus herederos o representantes
legales; 2) En los delitos de homicidio el viudo o viuda, los ascendientes y
descendientes consanguíneos o afines, los colaterales consanguíneos o uterinos y
afines hasta el segundo grado, los herederos de la víctima y los padres, madres e
hijos no matrimoniales respecto de la madre en todo caso, y respecto del padre,
cuando estuvieren reconocidos (artículo 281, en relación con el artículo 261).

La exención de fianza no es aplicable a los extranjeros si no les correspondiese en


virtud de tratados internacionales o por el principio de reciprocidad (artículo 281,
apartado final).

EN CUANTO A LA CONSTITUCIÓN EN PARTE DEL SUJETO.

En este punto, la diferencia entre la denuncia y la querella es radical. En efecto, la


denuncia es una mera declaración de conocimiento; mediante ella, el denunciante
se limita a poner en conocimiento del Juez, Fiscal o funcionario de policía la
existencia de unos hechos que, en su opinión, pueden ser constitutivos de delito, y
lo hace a los puros efectos de que tales funcionarios procedan con arreglo a
Derecho; pero al obrar así el denunciante ni ejercita acción penal alguna ni
expresa una voluntad de intervenir como parte en el eventual proceso penal. En
cambio, la querella es una declaración de voluntad, mediante la cual quien la
formula no sólo pone en conocimiento del Juez unos hechos posiblemente
delictivos, sino que expresa una voluntad, a saber: la voluntad de ejercitar la
acción penal, constituyéndose en parte en el correspondiente proceso. Y debe
tenerse presente que esta diferencia entre denuncia y querella se da incluso en
aquellos procesos en los que la denuncia es requisito de iniciación del proceso
(por ejemplo, en los delitos semipúblicos, como las agresiones, acoso o abusos
sexuales, según el artículo 191 del C.P), puesto que tampoco en estos casos el
denunciante se convierte en parte, sino que se limita a remover un obstáculo que
impide la iniciación del proceso penal, y si su voluntad es no sólo remover tal
obstáculo sino además mostrarse parte, entonces debe formular la
correspondiente querella.

EN CUANTO A LOS EFECTOS DE LA DENUNCIA Y DE LA QUERELLA.


Formalizada la denuncia, se procederá o mandará proceder inmediatamente por el
Juez o funcionario ante quien se hiciese a la comprobación del hecho denunciado,
salvo que éste no revista los caracteres del delito o se tratare de denuncia
manifiestamente falsa, supuestos en los cuales se abstendrán de iniciar todo
procedimiento, sin perjuicio de la responsabilidad en que incurran si desestimasen
aquélla indebidamente (artículo 269).

En cuanto a la querella, el órgano jurisdiccional competente, después de admitirla


si fuera procedente, mandará practicar las diligencias que en ella se propusieren,
salvo las que considere contrarias a las leyes, innecesarias o perjudiciales para el
objeto de la querella, las cuales denegará en resolución motivada (artículo 312). Y
desestimará en la misma forma la querella cuando los hechos en que se funda no
constituyan delito o cuando no se considere competente para instruir el sumario
objeto del mismo (artículo 313.1).

Si la querella fuese por delito que no pueda ser perseguido sino a instancia de
parte, se entenderá abandonada por el que la hubiese interpuesto cuando dejase
de instar el procedimiento dentro de los diez días siguientes a la notificación del
auto en que el Juez o el Tribunal así lo hubiese acordado. Al efecto, a los diez días
de haberse practicado las últimas diligencias pedidas por el querellante, o de estar
paralizada la causa por falta de instancia del mismo, mandará de oficio el Juez o
Tribunal que conociere de los autos que aquél pida lo que convenga a su derecho
en el término fijado en el párrafo anterior (artículo 275 de la L.E.Cr.)

Se tendrá también por abandonada la querella cuando, por muerte o por haberse
incapacitado el querellante para continuar la acción, no compareciere ninguno de
sus herederos o representantes legales a sostenerla dentro de los treinta días
siguientes a la citación que al efecto se les hará, dándoles conocimiento de la
querella (artículo 276 de la L.E.Cr.).

Atestado:
Establece la L.E.Cr. que: “Los funcionarios de Policía judicial extenderán, bien en
papel sellado, bien en papel común, un atestado de las diligencias que practiquen
en el cual especificarán con la mayor exactitud los hechos por ellos averiguados,
insertando las declaraciones e informes recibidos y anotando todas las
circunstancias que hubiesen observado y pudiesen ser prueba o indicio del
delito” (artículo 292, párrafo 1º). Igualmente, la policía judicial remitirá con el
atestado un informe dando cuenta de las detenciones anteriores y de la existencia
de requisitorias para su llamamiento y busca cuando así conste en sus bases de
datos (artículo 292, párrafo 2º).

En la medida en que el atestado refleje los pormenores de la comisión de un


hecho posiblemente constitutivo de infracción penal, tendrá el valor de una
denuncia, en tanto notitia criminis que dará lugar, en su caso, a la incoación del
proceso penal (así, artículo 297.1º de la L.E.Cr.). No debe olvidarse, sin embargo,
que las restantes actuaciones de la Policía Judicial carecerán de tal valor,
teniendo en cambio el de “declaraciones testificales en cuanto se refieran a
hechos de conocimiento propio” (artículo 297.2º de la L.E.Cr.).

Iniciación de oficio:

Dispone la L.E.Cr. que “inmediatamente que los Jueces de Instrucción tuvieran


noticia de la perpetración de un delito, lo pondrán en conocimiento del Fiscal de la
respectiva Audiencia… y darán además parte al Presidente de ésta de la
formación del sumario” (artículo 308).

En la práctica forense esta forma de iniciación suele utilizarse ante la comisión de


hechos punibles de cierta notoriedad y en los delitos que puedan cometerse contra
la Administración de Justicia en la esfera de un proceso, para lo cual debe el
órgano jurisdiccional disponer previamente la formación del correspondiente
“testimonio de particulares” (por ejemplo, las facultades que en la “policía de
vistas” tienen el Presidente del Tribunal al amparo del artículo 684.4 o el artículo
638 de la L.E.Cr.).
Aunque de esta facultad se ha dicho que constituye una manifestación del
principio inquisitivo, lo que, sin duda ha constituido uno de los motivos de la
exclusión del Jurado cuando el procedimiento se incoe de oficio (ver la polémica
redacción del artículo 24.1 de la L.O.T.C. que “olvidó” la iniciación de oficio), tal
supuesta derogación del principio acusatorio no se aprecia, si se realiza una
interpretación adecuada de las correspondientes normas de la L.E.Cr.

En efecto, el referido precepto no puede facultar al ejercicio de la acción penal ex


oficio por el propio Juez de Instrucción, porque dicha posibilidad está
expresamente prohibida por el artículo 102.3º que niega capacidad para el
ejercicio de la acción penal a los Jueces y Magistrados. Luego, al amparo del
artículo 308, en modo alguno se le puede conferir al Juez facultad alguna para el
sostenimiento de pretensión penal, la cual, tal y como aclara el precepto,
corresponde al Ministerio Fiscal.

En segundo lugar, el sujeto pasivo del hecho punible no puede ser, en modo
alguno, el propio Juez de Instrucción que dispondría, ante sí mismo, la apertura
del sumario, puesto que, en tal caso, se vulneraría el principio del “juez legal” que
ha de ser el juez independiente e imparcial. Esta es la razón, por la cual, la L.E.Cr.
declara incurso en abstención y recusación a quien haya sido “denunciador o
acusador privado del que recusa” o quien haya “sido instructor de la causa”
(artículo 54.5 y 12).

Todas estas razones abogan por la conclusión de que, al Juez, supuestamente


“ofendido” por el delito, le está vedado incoar de oficio el sumario. Sólo cuando no
lo sea, lo que habrá de hacer es levantar el oportuno testimonio y remitirlo al
Juzgado de Guardia a fin de que sea otro Juzgado, quien disponga la apertura de
la fase instructora.

La Investigación por el Ministerio Fiscal:

Bajo este epígrafe deben incluirse un conjunto de funciones que la Ley atribuye al
Ministerio Público, con carácter previo o simultáneo a la iniciación de la fase
instructora del proceso penal, en el ámbito de las funciones de defensa de la
legalidad, los derechos de los ciudadanos y el interés público tutelado por la ley
que el artículo 124.1º de la Constitución le confiere. Entre éstas, cabe mencionar
las siguientes:

En general, al Ministerio Fiscal incumbe la inspección directa de los sumarios


instruidos por delitos públicos, debiendo facilitarles los instructores las noticias que
les solicitaren, y sin que la declaración de secreto sumarial pueda afectarles
(artículos 302, 306 y 324 de la L.E.Cr.). Además, los instructores deben remitir al
Ministerio Fiscal testimonio de todas las resoluciones dictadas en el sumario que
sean apelables, así como las relativas a diligencias periciales o de reconocimiento
que le interese conocer para el ejercicio de su derecho como parte acusadora,
cuando no puedan notificárselas directamente (artículo 646).

El Ministerio Fiscal podrá instar la práctica de diligencias y la adopción de las


medidas que estime necesarias para el buen fin de la investigación, interponiendo
la oportuna querella cuando estime que alguna persona es penalmente
responsable de los hechos objeto del procedimiento (artículo 271).

Pero es en el ámbito del llamado procedimiento abreviado donde las funciones


investigadoras del Ministerio Fiscal adquieren su máxima expresión. Su regulación
se halla contenida en el artículo 773 de la L.E.Cr., y puede resumirse como sigue:

a. Cuando el Ministerio Público tenga conocimiento de un hecho que revista


caracteres de delito iniciará por sí mismo un procedimiento en el que podrá:

Practicar diligencias tendentes a la comprobación de los hechos y la


determinación de sus posibles autores; de entre tales diligencias deben
exceptuarse las reservadas a la autoridad judicial por la propia Constitución.

Citar y, en su caso, detener a cualquier persona.


b. Si, practicadas las diligencias mencionadas, estima que los hechos no son
constitutivos de delito, archivará las actuaciones, no sin antes ponerlo en
conocimiento de quien hubiera alegado ser perjudicado u ofendido al objeto
de que pueda, si así le interesa, reiterar su denuncia ante el Juez de
Instrucción.

c. Si, por el contrario, los hechos investigados revisten apariencia de delito el


Ministerio Fiscal interesará de la autoridad judicial la incoación de las
correspondientes diligencias previas.

d. Pueden, en la práctica, coexistir el procedimiento judicial y el tramitado por


el Ministerio Fiscal, pero en cuanto éste cobre conocimiento de la existencia
del primero deberá cesar en sus diligencias.

Entre los diversos sujetos, autoridades y entidades que intervienen directa o


indirectamente en todo proceso penal, cobra un singular papel en el
ordenamiento jurídico español la figura del Ministerio Fiscal, órgano público
instituido por el Estado para el ejercicio del “ius puniendi”.

Un adecuado análisis del alcance y contenido de las funciones que en el proceso


penal ostenta el Ministerio Fiscal ha de conducir a establecer un doble orden
expositivo que, comenzando con el estudio de la naturaleza jurídica de esa
autoridad, prosiga después con una detallada reflexión de las diversas
manifestaciones de la actuación del Fiscal en todo proceso penal.

LA NATURALEZA JURÍDICA DEL MINISTERIO FISCAL ESPAÑOL

Frente al denominado como principio inquisitivo (en el que el Juez fallaba cada
delito
enjuiciado con base en los resultados de la investigación que él mismo había
practicado), el proceso penal español se caracteriza por la aplicación del principio
acusatorio, consistente en que para que se abra un proceso y se dicte sentencia
es preciso que exista una acusación formulada por el ministerio público (el Fiscal)
o por una acusación particular (con base en el derecho a la acción pública
otorgada a cualquier ciudadano por el artículo 125.1 de la Constitución Española y
por el artículo 101 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal), en que sean distintas las
funciones de acusar y juzgar. Ambas son funciones públicas, pero en virtud del
principio acusatorio el Estado no puede acusar y juzgar al mismo tiempo a través
de sus órganos y funcionarios. Fruto de la aplicación del referido principio
procesal, al Ministerio Fiscal se le atribuye un significativo protagonismo a través
del ejercicio de la acción penal en defensa de los intereses de la colectividad.

La controversia surge a la hora de definir la naturaleza jurídica en que el Fiscal


actúa, no sólo en el proceso penal, sino en cualquier otra situación prevista
por las leyes.

1. Este respecto, las diversas teorías que se han barajado para responder a esta
interrogante, suelen descansar en dos de carácter antagónico:

a) Por un lado, se sitúa la teoría que establece que el Ministerio Fiscal es un


órgano del poder ejecutivo.

b) Por otro lado, se sitúa la tesis que califica al Ministerio Fiscal como una
magistratura postulante, integrada en el Poder Judicial.

La teoría que mantiene el carácter del Ministerio Fiscal como órgano dependiente
del Poder Ejecutivo se apoya, sobre todo, en el nombramiento que el Gobierno
hace del Fiscal General del Estado, autoridad que no se considera incluida en el
Consejo General del Poder Judicial y que ostenta unas amplias facultades de
dirección sobre todos los funcionarios que conforman las plantillas de fiscales a
través del dictado de instrucciones mediante Circulares.

Esta situación es una lógica consecuencia de la aplicación de los principios de


unidad y dependencia, recogidos en los artículos 2º.1, 22 y 23 del Estatuto
Orgánico del Ministerio Fiscal, aprobado en virtud de la Ley de 30 de diciembre de
1981.

La tesis que defiende el carácter del Ministerio Fiscal como una magistratura
postulante, señala que la administración de justicia se escinde en dos funciones:
una de carácter decisoria (atribuida a los jueces y tribunales); y otra de carácter
postulante (atribuida al Ministerio Fiscal).

Para ratificar esta idea, los partidarios de esta teoría aluden a que el Ministerio
Fiscal se encuentra regulado en el Titulo VI de la Constitución Española de 1978
(Título dedicado al Poder Judicial), y no en el Título IV (relativo al Gobierno y a la
Administración), siéndoles de aplicación el mismo sistema de incompatibilidades,
prohibiciones, derechos y deberes que el de los miembros de la carrera judicial.

También se afirma la estricta sujeción a la legalidad que debe presidir la actuación


de los fiscales, con independencia de los intereses que en cada caso pudiesen
convenir al Gobierno de turno, de conformidad con los principios de legalidad e
imparcialidad expuestos en los artículos 6º y 7º del Estatuto Orgánico de 1981.

En realidad, ninguna de las dos tesis formuladas responde acertadamente a las


dudas que sobre la naturaleza jurídica del Ministerio Fiscal se mantienen en la
actualidad.

La lectura del artículo 124 de la Constitución Española, del artículo 435 de la Ley
Orgánica del Poder Judicial y del Estatuto Orgánico aprobado en 1981 parece
conferirle un estatuto jurídico intermedio, en el sentido de que no puede
considerarse como una magistratura postulante, ni como un órgano dependiente
del Gobierno, aunque las funciones que se le encomiendan legalmente le hacen
situarse en una órbita próxima al ámbito jurisdiccional.

No obstante, no puede olvidarse la clara dependencia jerárquica a que obedece la


estructura interna del Ministerio Fiscal español, que tiene su principal
manifestación en la ya apuntada potestad que tiene el Fiscal General del Estado
para impartir a sus subordinados órdenes e instrucciones referentes a su servicio y
al ejercicio de sus funciones, cuyo incumplimiento puede acarrear el apartamiento
del conocimiento de cada proceso, por parte del fiscal disconforme (una vez
seguido el procedimiento previsto en los artículos 24 y siguientes del Estatuto
Orgánico de 1981).

EL PAPEL DEL MINISTERIO FISCAL EN EL DERECHO PROCESO PENAL


ESPAÑOL

Concepto de parte en el proceso penal español

La Ley de Enjuiciamiento Criminal española denomina en varios de sus preceptos


a las personas que intervienen en el proceso penal como “partes”. Sin embargo,
esta noción no es pacífica, habida cuenta de que en dicho proceso las personas
que intervienen no ejercitan una acción que corresponda a un derecho subjetivo
cuya titularidad ostenten, ya que el “ius puniendi” tan sólo corresponde al Estado.

A este problema se suma que en el proceso penal español no existe la igualdad


entre los sujetos que intervienen en él, como sucede en la jurisdicción civil.
Ese desequilibrio se comprueba en que a lo largo de toda la instrucción del
sumario el Fiscal actúa en una posición predominante en el proceso, con objeto de
que pueda acarrear pruebas frente al reo que, aunque puede aportar las pruebas
de descargo que estime convenientes, puede desconocer la marcha de la
actividad instructora si el Juez ha declarado secreto el sumario.

Para salvar estas dificultades la doctrina habla de partes en sentido formal,


considerando como tales quienes tienen capacidad para intervenir en el proceso.
Esa intervención es absolutamente necesaria en el proceso penal español al
configurarse bajo el principio acusatorio.

Con esta idea, dentro del proceso penal se distinguen dos grandes categorías de
partes: por un lado, las partes acusadoras y, por otro lado, las partes acusadas.
Se consideran partes acusadoras el Ministerio Fiscal, el acusador particular, el
acusador privado y el actor civil.

Son partes acusadas el inculpado, el responsable civil y el responsable civil


subsidiario.

Dentro de las partes acusadoras ostenta un papel prioritario el Ministerio Fiscal.

El Ministerio Fiscal español ante el proceso penal

A.– Aspectos generales.

El importante papel que desempeña el Ministerio Fiscal en el proceso penal


español
es una consecuencia de las funciones genéricas que le atribuye el artículo
124.1 de la Constitución Española de 1978 en donde se afirma que “el Ministerio
Fiscal tiene por misión promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad,
de los derechos de los ciudadanos y del interés público tutelado por la Ley, de
oficio o a petición de los interesados, así como velar por la independencia de los
Tribunales y procurar ante éstos la satisfacción del interés social”.

Esta declaración constitucional se traduce, en el ámbito del proceso penal, en las


competencias que le otorga el artículo 3º.4 del Estatuto Orgánico del Ministerio
Fiscal de 1981, en donde se le atribuye poder ejercitar las acciones penales y
civiles dimanantes de delitos y faltas, pudiendo oponerse a las ejercitadas por
otros cuando proceda, sin perjuicio de otras funciones relativas a la protección,
defensa y representación de menores e incapacitados (artículo 3º.7); la prestación
del auxilio judicial internacional previsto en las normas, tratados y convenios
internacionales (artículo 3º.14).

Resulta evidente, por lo tanto, que la función primordial del Ministerio Fiscal en el
proceso penal es la de ejercitar la acción pública en todos los casos de delitos y
faltas (como también señala el artículo 105 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal),
exceptuándose aquellas cuya persecución requieran la presentación de una
querella por los particulares (supuestos de delitos de calumnia o injuria), o se
encuentren condicionados a una previa denuncia por el interesado (por ejemplo,
en los supuestos de delitos contra la libertad sexual).

En todos estos casos el Ministerio Fiscal actúa formalmente como parte, aunque
materialmente representa el interés general de realización de la justicia, por
lo que no está obligado a sostener la acusación si no entiende que hay base
para ello. Además, debe tener en cuenta todas las circunstancias concurrentes
en el hecho penal, tanto favorables como desfavorables para el presunto
responsable (principio recogido en el artículo 2º de la Ley de Enjuiciamiento
Criminal).

Para el cumplimiento de las funciones de ámbito penal y de otra naturaleza, el


artículo 4º del Estatuto Orgánico de 1981 atribuye al Ministerio Fiscal una serie de
atribuciones, entre las que destacan la posibilidad de pedir información y de poder
supervisar el estado de cualquier procedimiento judicial; visitar en cualquier
momento los centros o establecimientos de detención, penitenciarios o de
internamiento de cualquier clase de su territorio, examinando los expedientes de
los internos; requerir el auxilio de autoridades y agentes de toda clase; dar
órdenes e instrucciones a los funcionarios de la policía judicial.

Aspectos concretos.

Con carácter general ha de señalarse que la intervención del Ministerio Fiscal en


el proceso penal es muy variada, atendiendo a la etapa o fase del procedimiento,
aunque siempre siendo considerado como autoridad pública, con capacidad y
legitimación procesal propia.

Dentro del ordenamiento jurídico español, se reconocen en la actualidad una serie


de procesos penales generales y especiales que, a modo de resumen, pueden
sistematizarse en tres tipos de procesos penales ordinarios: el procedimiento
normal en caso de delitos castigados con penas superiores a nueve años de
privación de libertad; el procedimiento abreviado para determinados delitos y los
procesos por faltas penales.

Dentro de los procesos mencionados, haremos un breve resumen de los dos


primeros, teniendo en cuenta el destacado papel protagonista que en los mismos
ostenta el Ministerio Fiscal, frente al sistema instaurado en los juicios de faltas, en
donde el Fiscal debe ser citado siempre que la falta sea perseguible de oficio o
esté condicionada a la presentación de denuncia (artículos 962 y 963 de la Ley de
Enjuiciamiento Criminal).

Procedimiento penal ordinario

Siguiendo las distintas fases del proceso penal ordinario, las principales
manifestaciones de la actuación del Ministerio Fiscal se concretan en las
siguientes:

1- En las actuaciones e investigaciones preliminares el Fiscal puede recibir


denuncias, elevándolas a la autoridad judicial o decretando su archivo cuando
no encuentre fundamentos para ejercitar acción alguna (notificando en este
último caso la decisión al denunciante), así como ordenar la detención
preventiva del presunto responsable de un hecho punible, Igualmente y, para el
esclarecimiento de los hechos denunciados o que aparezcan en los atestados
policiales de los que conozca, puede llevar a cabo u ordenar aquellas diligencias
para las que esté legitimado según la Ley de Enjuiciamiento Criminal (por ejemplo,
artículos 283, 284 y 287 a 290), siempre que no supongan la adopción de medidas
cautelares o limitativas de derechos.

2- Durante la instrucción del sumario el Fiscal puede realizar los actos que le
permitan la interposición, en su día, de la pretensión punitiva, valiéndose para ello
de la querella (artículo 271 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal), lo que refuerza
su carácter de parte. No obstante, no necesita interponer una querella para
intervenir en el sumario ya que el artículo 306 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal
le concede esa potestad con independencia de aquella en virtud de la función
inspectora que se le atribuye en su formación.

Dentro de esta fase el Ministerio Fiscal goza de una serie de facultades entre las
que caben destacar que podrá proponer al Juez de Instrucción la práctica de
diligencias de comprobación del delito y averiguación del delincuente (cuya
denegación podrá ser recurrida); puede solicitar que si el delito fuese público, el
sumario se declare secreto para las partes personadas por un tiempo no superior
a un mes; podrá trasladarse al lugar en que se suponga cometido el delito para
contribuir con el Juez al esclarecimiento de los hechos; puede intervenir en todas
las diligencias de enajenación de los bienes entregados en concepto de fianzas;
entre otros.

Para llevar a cabo todas estas funciones podrá asistir personalmente al Juzgado
de
Instrucción competente en cada caso o bien actuar desde su propia sede.

3- Dentro de la denominada fase intermedia del proceso, el Fiscal examinará si, a


la vista de las actuaciones practicadas, existe base suficiente para la admisibilidad
del juicio oral sobre el delito enjuiciado.

Cuando no exista acusador particular y el Fiscal considere que en el sumario se


han
reunido los suficientes elementos para hacer la calificación de los hechos y
poder entrar en el juicio oral, lo hará presente al Juez de Instrucción para
que, sin más dilaciones, se remita lo actuado al Tribunal competente.

A su vez, el Fiscal también ha de ser oído por el Tribunal competente antes de que
se dicte la resolución que confirme o revoque el auto del Juez de Instrucción que
declare como falta el hecho que hasta entonces se había tramitado
considerándose como delito.
En cualquier caso, instruido de cada causa tramitada, el Fiscal solicitará lo que
estime conveniente respecto a la apertura del juicio oral o a su sobreseimiento (en
los supuestos previstos con carácter libre o provisional, por los artículos 637 y 641
de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, respectivamente).

4- En el juicio oral la regla general es que la acusación será ejercitada por el


Fiscal quien calificará los hechos y redactará sus conclusiones provisionales,
manifestando las pruebas de que intente valerse, presentando las listas de
peritos y testigos que hayan de declarar a su instancia.

Durante el juicio intervendrá en todos los actos de prueba que se practiquen ante
el Tribunal, proponiendo los medios de prueba que estime convenientes, así como
los careos de los testigos entre sí o con los imputados o entre éstos.

Por último, formulará las conclusiones definitivas, reproduciendo o modificando las


provisionales, informando de los hechos que considere probados; su calificación
legal; la participación que en ellos hayan tenido los imputados procesados; y
la responsabilidad civil que hubiesen contraído los mismos.

Contra la sentencia dictada por el Tribunal, el Ministerio Fiscal ostenta la


posibilidad de interponer los recursos ordinarios y extraordinarios previstos
en el ordenamiento jurídico.

PROCEDIMIENTO PENAL ABREVIADO

El procedimiento penal abreviado para determinados delitos tiene su origen en la


reforma operada en la Ley de Enjuiciamiento Criminal por la Ley de 28 de
diciembre de 1988 (dando cumplimiento a las exigencias derivadas por la
Sentencias del Tribunal Constitucional de 3 de julio de 1987 y de 12 de julio de
1988), en donde se
encomienda al Fiscal la labor de impulsar y simplificar la tramitación de este
procedimiento, por el que se procederá a enjuiciar los delitos que tengan
señalada en el Código Penal una sanción privativa de libertad inferior a los
nueve años.

Las principales funciones que se encomiendan al Fiscal aparecen reguladas en


este
procedimiento en el artículo 781 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, entre las
que destacan, con carácter general, la posibilidad de constituirse en las
actuaciones para el ejercicio de las acciones penal y civil, impulsando y
simplificando su
tramitación, sin merma del derecho de defensa de las partes y del carácter
contradictorio del mismo, velando tanto por el respeto de las garantías procesales
del imputado, como por la protección de los derechos de la víctima y de los
perjudicados por el delito.

Con independencia de otros aspectos, destaca en este procedimiento la aplicación


del denominado como principio del “consenso” caracterizado por que el Ministerio
Fiscal deberá promover soluciones que, sin apartarse de la legalidad, faciliten el
logro de una sentencia a través del acuerdo entre las partes implicadas,
especialmente en el ámbito de los delitos menos graves y de menor trascendencia
social (como pone de relieve la Circular 1/1989, dictada por la Fiscalía General del
Estado)

Las funciones señaladas encuentran su complemento en las previsiones descritas


en el artículo 785 bis de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, en donde se reconoce
al Fiscal unas amplias facultades traducidas en la posibilidad de iniciar un
procedimiento (sin conocimiento judicial) ante hechos aparentemente delictivos,
que pueden concluir en el archivo de las actuaciones o con la incoación de
diligencias preliminares ante el Juez de Instrucción competente.

En el caso de duplicidad de actuaciones, prevalecen las seguidas por la autoridad


judicial frente a las realizadas por el Ministerio Fiscal. Este sistema, sumamente
innovador, parece perfilarse como un mecanismo que dote al Ministerio Fiscal de
un mayor protagonismo en la dirección de la instrucción de todo proceso penal, en
donde se reserve al Juez las decisiones que afecten a los derechos y libertades
fundamentales de las personas.

Esta tendencia, calificada por la jurisprudencia del Tribunal Supremo español


como “un ensayo previo de cara a futuras reformas legislativas” (sentencia de 25
de junio de 1993), puede tener su consolidación en los importantes proyectos de
nuevas leyes que, a nivel de los procesos civiles y penales, doten a los
ciudadanos y a los poderes públicos de unos mecanismos que hagan mayor
efectivos en la realidad el derecho a la tutela judicial efectiva, consagrado en el
artículo 24.1 de la Constitución
Española de 1978.

PROCEDIMIENTO POR JUICIO DE FALTAS

Con independencia de las cuestiones relativas a que en


este tipo de procesos el Fiscal debe ser citado siempre que la falta cometida
sea perseguible de oficio o esté condicionada a la presentación de denuncia,
resulta controvertida la posibilidad que el artículo 969, II de la Ley de
Enjuiciamiento Criminal le ofrece de no intervenir en determinados supuestos.

Esta posibilidad, justificada en la Instrucción 6/1992 de la Fiscalía General


del Estado como un mecanismo que permita un mejor aprovechamiento de los
recursos de la institución, mediante su presencia en la persecución de las
infracciones penales más graves, ha sido criticada por destacados autores, al
considerar que se vulneraban una serie de principios procesales.

No obstante, la Sentencia del Tribunal Constitucional 56/1994, de 24 de febrero,


ha reconocido la constitucionalidad de esta medida.

Expuestas hasta aquí las características más destacadas que el Ministerio Fiscal
ostenta en el proceso penal español, sólo cabe señalar para concluir que, con
independencia de otra serie de aspectos también relacionados con el mismo
(silenciados con el objeto de centrar la cuestión alrededor de su intervención
en el procedimiento penal), parece evidente la necesidad de potenciar su figura
a través de un mecanismo de reforma legislativa que patrocine dotar al
Ministerio Fiscal de un mayor protagonismo en la dirección e impulso del proceso
penal, durante la instrucción del mismo.

En ese sentido sería conveniente atribuir al Fiscal las funciones hasta ahora
detentadas por el Juez de Instrucción, a quien se reservaría tan sólo la
resolución de cuestiones puntuales y trascendentales para la marcha del proceso,
como serían las relativas a los derechos y libertades de las partes implicadas en el
procedimiento, así como la decisión final respecto a la conclusión del sumario.

De esta manera el Fiscal no sólo vería incrementada su participación en el


proceso, (reforzando una de sus cualidades naturales de ejerciente de las
acciones penal y civil), sino que se descargaría la labor judicial que, hasta ahora,
se traduce en una proliferación de actuaciones que dificultan la marcha normal de
todos los sumarios, retardándolos involuntariamente por la casi monopolización de
funciones que la ley procesal atribuye a los Jueces de Instrucción.

La economía procesal, la agilización de los procedimientos y una mayor


racionalidad en la actuación de los recursos personales y materiales de ámbito
público parecen aconsejar penetrar en la senda apuntada, pese a las reticencias
y dificultades de todo tipo que pueden surgir en el camino, consecuencia no
obstante normal en toda innovación legislativa

Refiriéndonos al caso de España encontramos que el Tribunal Supremo Español


describe o trata de conceptualizar el principio acusatorio y lo hace con meridiana
claridad. En efecto, mediante Sentencia Nro. 1182/2006, de fecha 29 de
noviembre de 2006 la Sala 2° de lo Penal del Tribunal Supremo explicó de qué
trata el principio acusatorio y cómo debe el mismo tomarse en cuenta por el juez al
momento de decidir.

Al respecto, señaló la referida decisión que la esencia del principio acusatorio: 


“…consiste en que nadie puede ser condenado si no se ha
formulado contra él acusación por una parte acusadora ajena al
órgano enjuiciador, en tales términos que haya tenido oportunidad
de defenderse de manera contradictoria, estando obligado el Juez o
Tribunal a pronunciarse en el ámbito de los términos del debate, tal y
como han quedado formulados por la acusación y la defensa, lo que
significa que ha de existir correlación entre la acusación y el fallo de
la sentencia condenatoria.

(…)Constituye un presupuesto básico del enjuiciamiento penal, (…)


consistente en el derecho a ser informado de la acusación formulada
(…)

Por ello, el contenido esencial del principio acusatorio se concreta en


la necesidad de que se formule acusación por una parte ajena al
Órgano Jurisdiccional y que éste se mantenga en su enjuiciamiento
dentro de los términos fácticos y jurídicos delimitados por dicha
acusación o los introducidos por la defensa. Ello implica que no se
puede condenar por unos hechos sustancialmente distintos de los
que han sido objeto de acusación, ni por un delito más grave ni por
circunstancias agravantes, grados de perfeccionamiento y grados de
participación más severos

De lo anterior apreciamos que en el sistema español el principio acusatorio se


fundamenta en tres (3) premisas básicas. La primera, es que debe existir una
acusación que inicie la puesta en marcha de la investigación; segundo, debe
haber separación total de funciones entre quien acusa y quien juzga, pues se trata
de un principio estructural del proceso penal, de forma que la acusación ha de ser
sostenida por alguien distinto del juzgador para garantizar imparcialidad en la
decisión y; tercero, debe necesariamente haber una correlación entre acusación y
sentencia para evitar decisiones que vayan más allá de lo planteado en la
acusación.
En esa misma decisión a la que nos hemos referido se citan varias decisiones del
más alto Tribunal en España, el Tribunal Constitucional, señalando en relación al
principio acusatorio lo siguiente:

“Aunque no aparece formulado expresamente en la Constitución, el


Tribunal Constitucional, en Sentencias 17/1988, 168/1990, 47/1991,
14 febrero 1995 y 10 octubre 1994, ha consagrado una constante
doctrina que reflejada, entre otras, en Resoluciones de esta Sala de
14 febrero 1995, 14 marzo, 29 abril y 4 noviembre 1996, es del
siguiente tenor: «los derechos a la tutela judicial sin indefensión, a
ser informado de la acusación y a un proceso con todas las garantías
que reconoce el art. 24 CE conducen a señalar que este precepto
consagra el principio acusatorio en todos los procesos penales, de
tal manera que nadie puede ser condenado si no se ha formulado
contra él una acusación de la que haya tenido oportunidad de
defenderse de manera contradictoria, lo que obliga al Tribunal a
pronunciarse sobre los términos del debate tal y como hayan sido
formulados por la acusación y la defensa. Ello significa, además, que
ha de existir una correlación entre la acusación y el fallo». (STS nº
1590/1997, de 30 de diciembre, y 29 de enero de 2.002, entre
otras)” (Subrayado nuestro).

En síntesis, el Tribunal Constitucional Español, siempre en miras de salvaguardar los


derechos y garantías constitucionales de los justiciables, señaló que el principio
acusatorio propugna la protección individual del ser humano al establecer que debe
existir, de manera indefectible, identidad entre la persona a quien se dirige la
acusación y los hechos denunciados, por lo que nunca deberían variar las partes
intervinientes en el proceso; de lo contrario no existiría seriedad procesal y cualquier
persona correría el riesgo de ser acusada de la posible comisión de un hecho punible.

En similar sentido, señaló el Tribunal Constitucional Español que, así como el


imputado debe ser identificado en la acusación y no está sujeto a variación luego
de admitida la acusación, los hechos también deben permanecer incólumes
durante el proceso, al igual que la calificación jurídica, para proteger así el derecho
a la defensa del justiciable. 

Al respecto, señaló el juzgador en la decisión citada con anterioridad que “El


principio acusatorio, por lo tanto, contiene una prohibición dirigida al Tribunal de
introducir hechos perjudiciales para el acusado sustancialmente distintos de los
consignados por la acusación. Tal forma de proceder afectaría a dicho principio,
en cuanto el Tribunal invade las funciones del acusador construyendo un relato
fáctico que, esencialmente, no tiene su antecedente en la acusación”.

Esa declaración está íntimamente relacionada con el principio del juez imparcial y
con la regla de que quien acusa no puede ser quien juzga. Asimismo, ese principio
se ve estrechamente relacionado con el derecho a la defensa, porque en la
medida de que varíen alguna de las circunstancias bajo las cuales se sigue un
proceso penal, se estaría dejando al imputado en indefensión, pues no sabría de
que defenderse. 

Luego de haber revisado algunas decisiones del Tribunal Supremo Español y el


Tribunal Constitucional Español, no podemos más que destacar que el principio
acusatorio en España, al igual que en Venezuela, propugna la defensa y garantía
absoluta de la imparcialidad judicial, mas no se define claramente distinguido del
sistema acusatorio. En la jurisprudencia española, tal como sucede en muchos
otros sistemas penales, el principio acusatorio y el sistema acusatorio son
utilizados, en muchos casos, como sinónimos o acepciones que no ameritan
mayor distinción entre ellas, lo cual resulta equivocado a nuestro modo de
entender el principio acusatorio pues necesariamente debe distinguirse como
parte integrante del sistema acusatorio, pero nunca como sinónimo de él. 

En cambio, el derecho penal venezolano a pesar de ser muy similar al español ya


que deriva de este posee algunas diferencias en su proceso que corresponde a
cuatro etapas.
FASE PREPARATORIA:
Consiste en preparar el juicio oral y Público mediante el proceso de investigación,
recolección de todos los elementos de convicción que permitan fundamentar el
acto conclusivo del Ministerio Público y la defensa del imputado. La fase
preparatoria se encuentra a partir del Artículo 280 del Código Orgánico Procesal
Penal.

Inicio de la investigación (artículo 300)


Desestimación de la denuncia (artículo 301)
Desarrollo de la investigación (artículo 303)
Declaración del imputado (artículo 130 y siguientes)
Solicitud de diligencias por parte del investigado imputación (artículo 305)
Pruebas anticipadas (artículo 307)

Diligencias que debe realizar el Ministerio Público en la Fase Preparatoria son las
siguientes:

 Requerir de cualquier persona, órgano o institución, la información


necesaria y pertinente para el esclarecimiento de los hechos.
 Practicar por si o a través de los Órganos de la Policía Científica cualquier
Clase de Diligencias, Reconocimientos.
 La Identificación del Investigado.
 Mandato de Conducción.
 Prácticas Experticias.
 Prácticas Inspecciones.
 Reconocimientos Médicos.
 Prácticas avalúos.
 Exámenes médicos.
 Pruebas anticipadas.
 Devolver objetos. (Armas Vehículos Objetos Muebles Bienes Animales
Personas Imp. Y Vict). Sobre Bienes de carácter Económico Biológicos
Físicos psiquiátricos Post-mortem.

También el Proceso puede Iniciarse con la Detención del Imputado Y/o


Investigado En este caso debemos analizar dos aspectos: Artículo 248 del COPP.-
Para los efectos de este capítulo, se tendrá como delito flagrante el que se esté
cometiendo o el que acaba de cometerse.

También se tendrá como delito flagrante aquel por el cual el sospechoso se vea
perseguido por la autoridad policial, por la víctima o por el clamor público, o en el
que se le sorprenda a poco de haberse cometido el hecho, en el mismo lugar o
cerca del lugar donde se cometió, con armas, instrumentos u otros objetos que de
alguna manera hagan presumir con fundamento que él es el autor.

Flagrancia y Procedimiento para la presentación del aprehendido. El aprehensor


dentro de las doce horas siguientes a la detención, pondrá al aprehendido a la
disposición del Ministerio Público, quien, dentro de las treinta y seis horas
siguientes, lo presentará ante el juez de control a quien expondrá cómo se produjo
la aprehensión, y según sea el caso, solicitará la aplicación del procedimiento
ordinario o abreviado, y la imposición de una medida de coerción personal, o
solicitará la libertad del aprehendido.

En este último caso, sin perjuicio del ejercicio de las acciones a que hubiere lugar.
El juez de control decidirá sobre la solicitud fiscal, dentro de las cuarenta y ocho
horas siguientes desde que sea puesto el aprehendido a su disposición.

Si el juez de control verifica que están dados los requisitos a que se refiere el
artículo anterior, siempre que el fiscal del Ministerio Público lo haya solicitado,
decretará la aplicación del procedimiento abreviado, y remitirá las actuaciones al
tribunal unipersonal, el cual convocará directamente al juicio oral y público para
que se celebre dentro de los diez a quince días siguientes.
En este caso, el fiscal y la víctima presentarán la acusación directamente en la
audiencia del juicio oral y se seguirán, en lo demás, las reglas del procedimiento
ordinario art 373 copp.

FASE INTERMEDIA

Es el conjunto de actos procesales que median después que el Ministerio Público


a dado por terminada la fase preparatoria y ha presentado su acto conclusivo,
(archivo fiscal, sobreseimiento o acusación); en esta fase del Proceso penal se
entabla el estadio procesal encaminada a determinar si se abre o no el Juicio Oral
y Público en contra de él o los acusados “EL ARCHIVO FISCAL Y EL
SOBRESEIMIENTO” sea o no aceptado por el juez esta ACUSACIÓN FISCAL.
Según el 327 del COPP una vez presentada la acusación el juez o jueza
convocará a las partes a una audiencia oral, que deberá realizarse dentro de un
plazo no menor de quince días ni mayor de veinte.

La víctima podrá, dentro del plazo de cinco días, contados desde la notificación de
la convocatoria, adherir a la acusación del fiscal o presentar una acusación
particular propia cumpliendo con los requisitos del artículo 326.

La admisión de la acusación particular propia de la víctima al término de la


audiencia preliminar, le conferirá la cualidad de parte querellante en caso de no
ostentarla con anterioridad por no haberse querellado previamente durante la fase
preparatoria. De haberlo hecho, no podrá interponer acusación particular propia si
la querella hubiere sido declarada desistida.

Facultades y cargas de las partes. Hasta cinco días antes del vencimiento del
plazo fijado para la celebración de la audiencia preliminar, el fiscal, la víctima,
siempre que se haya querellado o haya presentado una acusación particular
propia, y el imputado, podrán realizar por escrito los actos siguientes; Oponer las
excepciones previstas en este Código, cuando no hayan sido planteadas con
anterioridad o se funden en hechos nuevos; Pedir la imposición o revocación de
una medida cautelar; Solicitar la aplicación del procedimiento por admisión de los
hechos; Proponer acuerdos preparatorios; Solicitar la suspensión condicional del
proceso; Proponer las pruebas que podrían ser objeto de estipulación entre las
partes; Promover las pruebas que producirán en el juicio oral, con indicación de su
pertinencia y necesidad;  Ofrecer nuevas pruebas de las cuales hayan tenido
conocimiento con posterioridad a la presentación de la acusación fiscal.

Desarrollo de la audiencia. El día señalado se realizará la audiencia en la cual las


partes expondrán brevemente los fundamentos de sus peticiones. Durante la
audiencia el imputado podrá solicitar que se le reciba su declaración, la cual será
rendida con las formalidades previstas en este Código. El juez informará a las
partes sobre las medidas alternativas a la prosecución del proceso. En ningún
caso se permitirá que en la audiencia preliminar se planteen cuestiones que son
propias del juicio oral y público.

FASE DEL JUICIO ORAL

Etapa de juicio oral. La etapa de juicio comprende desde que se recibe el auto de
apertura de juicio hasta la sentencia emitida por el Tribunal de Enjuiciamiento.
Es la etapa de decisión de las cuestiones esenciales del proceso. La etapa de
juicio comprende desde que se recibe el auto de apertura de juicio hasta la
sentencia emitida por el Tribunal de Enjuiciamiento. Es la etapa de decisión de las
cuestiones esenciales del proceso.

Se realizará sobre la base de la acusación en la que se deberá asegurar la


efectiva vigencia de los principios de inmediación, publicidad, concentración,
igualdad, contradicción y continuidad.

El Juez establece el protocolo de audiencia. Se realizan los alegatos de apertura,


desahogo de pruebas y alegatos de clausura. El Juez emite el fallo, y en caso de
ser condenatorio se fija audiencia para la individualización de la pena. El acusado
puede recurrir mediante un recurso de apelación.

FASE DE EJECUCIÓN

Definición Podemos decir que la Ejecución Penal es una fase más del proceso
penal considerada integralmente en la que se busca dar cumplimiento a las
disposiciones de la sentencia que condena a pena privativa de libertad, sin olvidar
el respeto a los derechos fundamentales de los sujetos sentenciados.

QUE ES UN JUEZ EJECUTOR

Los Juzgados de Ejecución tendrán a su cargo el control de la ejecución de las


sentencias, de la suspensión condicional del procedimiento, el trato del prevenido
y el cumplimiento de los fines de la prisión preventiva, y la sustanciación y
resolución de todos los incidentes que se produzcan durante la etapa.

CONCLUSIÓN
El derecho penal es la rama que establece y regula el castigo de los
crímenes o delitos. A través de las doctrinas podemos visualizar que el mismo es
ejecutado en todos los países del mundo y en este caso en particular con España,
captando diversos aspectos que tienen concordancia o semejanzas con nuestro
país, como el velar las garantías procesales del mismo, a la hora de un
enjuiciamiento o caso en específico, pero la jurisdicción de España está más
enfocada en que su Ministerio Publico realice investigaciones más exhaustivas de
acuerdo al caso haciendo de ello un trabajo más riguroso y especializado con lo
que tiene que ver con el tema penal.

BIBLIOGRAFIA
ABAD LICERAS, José; “El Papel del Ministerio Fiscal en el Proceso Penal
Español”. Artículo publicado por el portal Ámbito Jurídico de Brasil y disponible en
la siguiente direcciónelectrónica: http://www.ambitojuridico.com.br/site/index.php?
n_link=revista_artigos_leitura&artigo_id=5072
Autores: Julián Pérez Porto y Ana Gardey. Publicado: 2009. Actualizado: 2013.
Definicion.de: Definición de derecho penal (https://definicion.de/derecho-penal/)
https://www.internationallawyersassociates.com/blog/las-4-fases-del-
procedimiento-penal-en-venezuela/
https://ambitojuridico.com.br/cadernos/direito-processual-penal/el-papel-del-
ministerio-fiscal-en-el-proceso-penal-espanol/
https://www.badellgrau.com/?pag=43&ct=1884
https://almaabogados.com/el-proceso-penal-tipo-sus-fases-caracter-supletorio-de-
su-regulacion
Constitución Española. Publicado en: «BOE» núm. 311, de 29/12/1978. Entrada
en vigor: 29/12/1978; Departamento: Cortes Generales;

Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal Publicado


en BOE núm. 281 de 24 de Noviembre de 1995. Vigencia desde 24 de Mayo de
1996. Revisión vigente desde 13 de Marzo de 2019

http://biblioteca.clacso.edu.ar/Venezuela/vrcivs-
unes/20170105032340/pdf_143.pdf

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