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“PETRITA”

Era ya de noche, Arturo volvía de un negocio que había cerrado muy bien; consiguió esa tan
anhelada venta de la franquicia que representaba. Había sido una dura negociación en la que al fin
pudo concretar la venta y logró una muy esplendida comisión. Se sentía muy cansado y faltaba
mucho camino; por lo que optó por no seguir manejando y buscar un hotel donde pasar la noche y ya
una vez descansado, seguir con rumbo a su destino en la ciudad de México.
La carretera le parecía interminable y ningún hotel se encontraba en el camino, el sueño comenzó a
afectarle, ya era bastante noche; por lo que subió el volumen de la música y rogaba por encontrar un
lugar donde pasar la noche. Después de unos minutos de seguir manejando y luchar contra el
cansancio; llegó a un pequeño pueblito. Se podían ver las casitas modestas típicas de la provincia,
animales en los corrales a bordo de carretera y todo, todo en silencio. Por las características del
lugar, no tenía esperanzas de encontrar algo parecido a un hotel. Aun así siguió adelante y se
detuvo en el pequeño jardín principal. Bajo el volumen de la música y encendió un cigarro. Bajó del
auto a estirarse y observó el lugar que tenía la quietud y paz característica de los pequeños
pueblitos. El frío se podía sentir, Arturo se cruzó de brazos y abrió el auto para sacar su chamarra,
en ese momento oyó unos pasos cercanos y volteó para ver quién era; se trataba de una viejecita
que venía cargando un hato de leña. Arturo se extrañó de ver a esa señora tan mayor y cargando
ese bulto, pesado para su edad y a esas horas casi de madrugada. Compasivo se acercó a la
anciana
“Buenas noches; permítame ayudarla con eso” –Le dijo en tono amable-
La mujer le respondió el saludo y le agradeció su gesto. “Gracias joven, pero la voy a llevar hasta la
casa”
“No se preocupe, le ayudo” –Respondió Arturo- “Solo déjeme cerrar bien el auto”
Una vez que puso seguro a las puertas, Arturo cogió el hato de leña y le preguntó a la anciana donde
vivía; la mujer levanto su delgado brazo y le dijo: “Ahí adelante, al dar vuelta a la esquina en la última
casita.
Arturo vio que estaba relativa mente cerca, y siguió a la anciana. Pudo ver que era una mujer ya
mayor, de trenzas largas y blancas; morena y de baja de estatura pero con esa imagen “Correosa”,
Fuerte de la gente de campo. La señora daba paso lentos pero firmes, llevaba unos zapatitos de tela,
cerrados, ya bastante gastados. Arturo le preguntó sobre donde podría encontrar un lugar para pasar
esa noche pero la señora le respondió algo totalmente contrario: “Si, ahí en la casita esa del fondo,
quiero poner lumbre para un té, el frío está fuertecito” A Arturo le pareció que la señora le contestó
así por su edad y que quizá no oyó lo que le preguntó. Arturo siguió caminando y se empezó a
desesperar un poco pues, por obvia razón la señora iba más lento.
“Me voy a adelantar para dejarle su leña en la puerta señora, no se apure, pero me da pendiente el
carro, la calle está muy sola” Dijo a Arturo a la anciana; esta le respondió en voz baja algo que Arturo
no entendió muy bien pero quiso creer que la señora estuvo de acuerdo. Apretando el paso, pudo
notar bien el hogar de la anciana, era una “Casucha”, vieja, de madera, con techo de lámina y cartón.
En la puerta, ya bastante deteriorada; un mecate servía de cerradura. Arturo lo desató de un jalón y
entró al patio, unos cuantos metros adelante; la puerta de la casa hecha de un viejo marco de
madera y con tablas algunas ya podridas por el tiempo y descuido. Optando por no entrar al interior
de la casa, dejó la leña a un lado de la puerta; volteó para ver dónde venía la anciana y se extrañó
de ver la calle totalmente sola, únicamente la luz de un poste alumbraba esa solitaria cuadra en la
cual no había nadie, ningún ser se veía a lo largo de esa calle. Arturo salió de la casa y volteó para
todos lados pero no consiguió ver a nadie; un ligero escalofrío le recorrió el cuerpo y pensó que algo
pudo haber sucedido a la anciana. Regresó sobre sus pasos y pensó en que quizá la anciana había
entrado en alguna de las casas o se habría regresado. Todo era muy raro, siguió caminando y
comenzó de desesperarse “¿Qué pasó con esta señora, donde se metió?” Arturo siguió caminando
hacia su auto y no comprendía como aquella anciana que apenas caminaba pudo regresar tan
rápido o meterse en otro lado. Adelante pudo ver algo tirado que llamó su atención; era uno de los
zapatos de tela de la señora; estaba roto, ya maltratado y gastado. Había perdido el color por el uso
y el paso del tiempo; era igual a los que vio que usaba la anciana. Arturo se empezó a poner
nervioso y casi corriendo llegó hasta su auto. Encendió otro cigarro y comenzó a fumar
compulsivamente; aún no entendía que pasó y como pudo desaparecer esa viejecita así, casi frente
a sus ojos. Adelante pudo notar una luz afuera de una casa en la que no había reparado antes,
caminó hasta el lugar y dio las buenas noches. Pudo ver varia gente sentada y más adentro, lo que
parecía ser un velorio, cuatro veladoras en el piso y una muy modesta caja. “Perdonen, no sabía que
estaban en esto” -Dijo Arturo un tanto apenado. -
“No se preocupe joven, siéntese si gusta acompañarnos” –Respondió una mujer al tiempo que le
daba una taza de café- “Tomé, si quiere le puedo poner tantito “Piquete”
Arturo agradeció y se empezó a tomar el café “¿Viene con alguien del pueblo joven?” –Pregunto un
anciano que se encontraba a un lado de el-
“No”-Dijo Arturo- “Entré al pueblo buscando un hotel pero me detuve en el jardín y ahí… vi a
alguien”…
Arturo se detuvo, no sabía si contar lo sucedido con la anciana, pues estaba seguro que nadie le iba
a creer, dio otro sorbo a su café al tiempo que escuchaba los rezos y las voces de la gente. El
anciano le respondió: “Dele más adelante, ahí en San Joaquín está la gasolinera y un hotelito
pequeño; es para descanso de los camioneros” Arturo escuchaba callado al anciano y le agradeció
con una sonrisa. Después de unos momentos, la mujer que le había dado el café le preguntó si
gustaba otra taza y se sentó junto a el; Arturo agradeció y preguntó sobre quien era la persona a
quien estaban velando. “Es doña Petra, “Petrita” le decíamos, Vivía hasta el fondo de la calle, ahí
junto al arroyo; juntaba leña para vender; a pesar de que era ya mayor estaba “Maciza”, nunca dejó
de trabajar; hasta que…
“¿Qué le pasó?” –Pregunto Arturo con curiosidad y ya con cierto nerviosismo
“Bueno” –Continuó la mujer- “Ya ve que esta duro el frío, “Petrita” no tenía de donde mantenerse
solo de la leña que vendía, hace unas semanas estaba más frío que otras veces y salió por leña, a
veces le pedía ayuda a algún chamaco pero estos siempre le pedían dinero a cambio, como pudo
fue y trajo un buen bulto de leña, yo creo que por el esfuerzo o no sé pero “Petrita” se cayó con todo
y leña, se golpeó bastante fuerte y lo peor: ¡Nadie la vió! Quien sabe cuánto tiempo estuvo la señora
ahí tirada y con el frío. Un señor que pasó la alcanzó a ver y la ayudó; la metió cargando a su casa.
Entre varios del pueblo la estuvimos cuidando pero, ya estaba muy mal. Su cuerpo no aguantó y
ayer por la mañana, cuando fui a verla ya la encontré “Tiesa”, yo creo que falleció mientras dormía.
Para ese momento Arturo ya sentía que le temblaban las manos, pero pudo más su curiosidad
“Perdone, “Petrita” era bajita y de trenzas” –Preguntó Arturo casi balbuceando-
“Si joven, ¿La conoció?” –Respondió la señora extrañada-
Arturo no contestó, estaba temblando y un sudor frío empezaba a correrle
“Señora, perdóneme; ¿Me deja usar su baño?” –Dijo Arturo levantándose y todavía con temblor en
su cuerpo
“Si joven” -Respondió la señora de forma amable- “Camine hasta el fondo y entre por esa cortina”
Arturo vio que para llegar al baño tenía que pasar junto al cuerpo; una mezcla de curiosidad y de
miedo hizo que diera unos pasos lentos hasta que llegó junto al cuerpo, que se dejaba ver en el
sencillo ataúd.
Un frío más intenso, casi paralizante sintió cuando pudo ver la cara de “Petrita” , su tez de marcadas
arrugas y sus largas trenzas blancas estaban ahí, tal como las había visto hace unas horas cuando,
prestó ayuda a una mujer, que aún después de muerta; seguía llevando leña a su casa.
Arturo tuvo un encuentro con un espíritu, un espíritu demasiado apegado a esta vida y que ni la
misma muerte pudo doblegar.

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