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Andrés Góngora *

Cannabis medicinal y arreglos


farmacológicos en Colombia 1

A
unque en el siglo XIX se desarrollaron varias investiga-
ciones para determinar las propiedades psicofarmacoló-
gicas del cáñamo (Cannabis sativa L., Cannabis indica), los
estudios sobre los usos terapéuticos de esta especie vegetal prácticamente
desaparecieron con la prohibición de la marihuana en EE. UU., proceso que
se desarrolló entre 1911 y 1927 [Langlitz, 2013]. Tuvo que ser un médico
búlgaro radicado en Israel, el doctor Raphael Mechoulam, profesor de
química orgánica y farmacia en la Universidad Hebrea de Jerusalén, quien
comenzara los análisis sistemáticos sobre el cannabis y lograra aislar sus
principales componentes activos. Este científico y sus colegas identificaron
y probaron la estructura del cannabidiol (CBD) en 1963 y del tetrahidro-
cannabinol (THC) en 1964. El descubrimiento produjo una serie de desdo-
blamientos impredecibles, pues al CBD y al THC les siguieron los demás
componentes activos que conforman el denominado sistema fitocannabi-
noide [Mechoulam y Hanus, 2000]. Con el descubrimiento de este sistema,
que proveyó la manera de cuantificar la proporción de los diferentes tipos de
componentes activos en las distintas variedades de cannabis, se hizo posible
un arreglo biotecnológico basado en la “selección artificial”, el viejo arte de
la domesticación que marca el impacto de la agencia humana en la evolu-
ción de otros seres vivientes y en su propia deriva como especie [Prochiantz,
2012]. De esta manera, se identificó, por ejemplo, que las variedades

* Museu Nacional, Universidade Federal do Rio de Janeiro.


1. Este artículo desarrolla uno de los temas tratados en mi tesis de doctorado en antropología
social sobre el movimiento antiprohibicionista en Colombia [Góngora, 2018]. El trabajo etno-
gráfico se llevó a cabo durante los años 2013 y 2017 en las ciudades de Medellín y Bogotá y en
el Eje Cafetero.

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asiáticas (denominadas por Lamark “índicas”) tenían mayor proporción de
THC, mientras que las “sativas” europeas (luego americanas) clasificadas
por Lineo eran más fibrosas y poseían menos potencial psicoactivante. Al
producir cruces entre las diferentes variedades fue posible generar indivi-
duos biológicos con propiedades acentuadas, clasificarlos y reproducirlos
para obtener un stock de cannabinoides contenidos en plantas y funcionando
como un “todo”.
La morfología y la fisiología del cannabis cambiaron radicalmente cuando los
usuarios de marihuana de EE. UU. crearon hacia los años setenta las llamadas
seedless o “sinsemilla” [Cajas, 2004]. Estas plantas se produjeron primero en inver-
naderos y, luego, dentro de casas, a través de una técnica denominada indoor o
cultivo en interiores. Si a comienzos del siglo XX los cultivadores occidentales de
cáñamo se concentraron en las variedades más aptas para la producción de fibras
con usos industriales, en la transición al nuevo milenio la prohibición de la planta
produjo una proliferación paradójica de prácticas y tecnologías que mejoraron la
producción reduciendo, entre otras cosas, el espacio físico y el tiempo necesario
para cosecharla. Esto pudo hacerse a partir de la “clonación” o cultivo de plantas
exclusivamente femeninas por medio de esquejes vegetativos sometidos a luz
artificial [Clarke y Merlin, 2013, p. 444]. En una entrevista realizada en 2014,
Cuchk Blackton, dueño de varios coffee shops en Amsterdam y de uno de los
mayores bancos de semillas del mundo, explicó que en la década de 1970, cuando
Nixon declaró la “guerra contra las drogas” y comenzaron a fumigarse los cultivos
en México, grupos de norteamericanos empezaron a trabajar colaborativamente
para adaptar variedades de cannabis a las condiciones ambientales de EE. UU.
[Araujo, 2014]. Estos cultivadores, en su mayoría pertenecientes al movimiento
hippie y entre quienes se encontraban los padres de Blackton, cruzaron plantas
provenientes de Afganistán y la India con sativas colombianas y mexicanas,
creando las primeras variedades híbridas de alta potencia, siendo la pionera la
Skunk#1.
Durante los años ochenta, algunos de estos productores (junto con cientos
de semillas y conocimientos técnicos) migraron a Holanda buscando una legis-
lación más flexible que les permitiera producir plantas cada vez más potentes
que superaran los condicionamientos climáticos y espaciales. En Holanda se
perfeccionaron las técnicas de “estabilización de variedades” y cultivo indoor,
marcando una nueva etapa en la existencia biológica y social del cannabis. En
1992, el banco de semillas Dutch Passion desarrolló las llamadas “semillas femini-
zadas” [Clarke y Merlin, 2013]. Estos gérmenes, almacenables, transportables y
totalmente feminizados, obvian la necesidad de sembrar y cortar esquejes de la
“planta madre”. Además, como se trata de variedades reproductivamente estériles,
producen plantas sin semillas que le impiden al agricultor renovar autónoma-
mente sus cultivos. La generación de este nuevo tipo de semillas les permitió

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a los holandeses desarrollar un producto de fácil circulación con la facultad de


escabullirse del “prohibicionismo”2, pues en muchos países las simientes no son
consideradas drogas. Este tipo de material biológico llegó a Colombia (también
podríamos decir que “regresó”, pues su estirpe genética proviene de las famosas
variedades autóctonas Mango Biche, Punto Rojo y Colombian Gold) importado
de Europa en los años noventa. Con la expansión de la Internet en el siglo XXI,
el comercio de semillas se ha convertido en un negocio transnacional que genera
millones de dólares al año [Araujo, 2014]. A la par, el avance de la “ciencia del
cannabis”, gracias al cambio paulatino en las políticas de “drogas” en Estados
Unidos, Europa y en varios países suramericanos, trajo de nuevo todo el potencial
farmacéutico y económico de la planta3.
Todos estos desarrollos originados en diferentes partes del mundo, junto con
la posibilidad de saber con exactitud la proporción de componentes activos de las
plantas con propiedades psicoactivas, han facilitado el retorno de la polifarmacia4
en Colombia [García, 2008], después de haber sido repudiada y perseguida desde
finales del siglo XIX y después de casi un siglo de legislación prohibicionista. Si
bien en Colombia la preparación de linimentos, extractos y pomadas permaneció
durante todo el siglo XX en manos de yerbateros y sabedores tradicionales, la
proliferación de técnicas de autocultivo y un flujo de información nunca antes
visto, facilitado por la Internet, hicieron que cada vez más gente tuviera acceso
a “recetas” para producir derivados del cannabis con fines medicinales. Llamo
a estos fabricantes de remedios y drogas descendientes de los antiguos yerba-
teros “nuevos Paracelsos”. Pero la aparición de estos agentes, muchos de ellos
simpatizantes del movimiento antiprohibicionista, no fue suficiente para lograr
la legalización de los usos médicos de la planta, llevada a cabo a finales de 2015.
Se necesitó, como ocurrió en otras partes del mundo, de la agencia de pacientes
(y familiares) cuya vida pudo salvarse, restablecerse o hacerse más soportable,
gracias al uso de remedios hechos a base de cannabis.
Este artículo explora la relación entre los colectivos cannábicos y antiprohi-
bicionistas y la legalización de la marihuana medicinal en Colombia. Permite
reflexionar sobre las fronteras fluidas que separan a la marihuana-droga del
cannabis-remedio y sobre las transformaciones morales y ecológicas que posibili-
taron la apertura de un mercado “lícito” para una de las plantas prohibidas por las
convenciones internacionales sobre estupefacientes. Para hablar de este proceso

2. Entiéndase por prohibicionismo el arreglo ideológico que fundamenta la llamada “guerra contra
las drogas”.
3. Cf. el reportaje “The Change is Necessary”, presentado en la International Drug Policy Reform
Conference de 2013, en Denver, EE. UU.
4. Práctica relacionada con la antigua forma de preparación de medicamentos, usada hasta el siglo
XIX. Precedió a la regulación farmacéutica e incluía la fabricación de “remedios complicados,
extractos y tinturas de plantas” [García, 2008, p. 51].

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multisituado, protagonizado por diversos actores y que fue cambiando acelerada-
mente durante mi trabajo de campo [Góngora, 2018], presento fragmentos de mi
diario de campo, elaborado en distintos lugares de Colombia mientras les seguía
el rastro a varios portavoces del movimiento antiprohibicionista5. Luego, me
detengo en Medellín para presentar, a través de un caso, la lucha de los pacientes
de cannabis medicinal y su relación con los nuevos Paracelsos. Finalmente,
presento algunas consideraciones teóricas sobre la agencia de estos actores en la
transformación legal, moral y biológica de la marihuana en Colombia.

Diario sobre antiprohibicionismo y cannabis medicinal


Junio de 2014. Me encontré con Mario en el bar El Guanábano, ubicado en
el parque El Periodista, uno de los sitios de mayor concentración de marihua-
neros del centro de Medellín. Teníamos muchos amigos en común y todos me
habían sugerido que lo buscara, pues no podía dejar de entrevistarlo si quería
saber lo que estaba pasando con el negocio del cannabis medicinal en la ciudad.
Mario me contó su historia. Había aprendido a cultivar marihuana en el norte
de México a finales de la década de 1990. Tenía algún conocimiento sobre el
tema, pero, según me dijo, nunca había visto un verdadero cultivo “industrial” de
marihuana. Le pagaban muy bien, pues el trabajo consistía en cuidar la planta-
ción, quedándose allí noche y día para vigilar la luz, el exceso o falta de agua, los
problemas de polinización que pudieran surgir y para emitir alertas en caso de
ser detectado por la Policía. El trabajo era duro, pues tenía que permanecer en
los invernaderos durante varios meses. Cuando hizo un capital, Mario regresó al
país con la idea de establecer su propio cultivo, pero no con fines “ilícitos”, sino
medicinales. Vio que esto ya era una realidad en Estados Unidos6 y estaba seguro
de que la legalización del cannabis medicinal llegaría prontamente a Colombia,
de manera que se puso a investigar por su cuenta usando la Internet, pues quería
saber todo sobre los extractos, tónicos, aceites y demás productos relacionados
con la floreciente industria de la “medicina cannábica”. Con el tiempo consiguió
un socio experto en química con quien comenzó a realizar sus primeros experi-
mentos. Montaron una casa a las afueras de Medellín, en donde tenían el cultivo
y un laboratorio, pero un día fueron denunciados y la Policía les incautó todas las
plantas. Mario y su socio no fueron inculpados, pero entendieron que había que
hacer las cosas de otra manera. Había que trabajar en red, con pequeños cultivos
que no sobrepasaran el límite legal de veinte plantas y con una estrategia de
circulación de la materia prima que impidiera la acumulación de los insumos en

5. Sobre este recurso metodológico véase el trabajo de Michael Taussig [2003, p. 191] sobre la
“limpieza social” en Colombia.
6. Cf. la etnografía de Frederico Policarpo [2013] sobre los dispensarios de cannabis medicinal en
EE. UU.

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un solo lugar, de modo que al laboratorio nunca llegaron grandes cantidades de


hierba y los productos los iban haciendo por encargo, a medida que su marca iba
ganando fama. Mario me decía que no estaba interesado en que lo vincularan con
el movimiento cannábico; según él, no era beneficioso salir a la calle “exhibiendo
una máscara de marihuanero”. Para él, lo más importante era obtener una resolu-
ción o permiso del Ministerio de Salud para producir medicina. Ya tenía una
marca y estaba “abriendo un mercado”: había bastantes clientes y estaba comen-
zando una alianza con uno de los médicos que comenzó a recetarles medicina
cannábica a pacientes de todo el país, principalmente niños con problemas de
epilepsia y adultos con anorexia, artritis, cáncer, glaucoma, diabetes, osteoporosis
y anemia multiforme.
Mayo de 2015. Arribamos al centro de Pereira en las horas de la tarde. Tomé
mi cámara y esperé pacientemente la aparición de la nube de humo, pero me
sorprendí al ver que la marcha estaba encabezada por un grupo de mujeres y
familiares de niños discapacitados quienes portaban pancartas que decían:
“Fundación Cultivando Esperanza”, “gracias al cannabis no convulsiono”, “mi
medicina es 100% natural” y otras frases en defensa de los usos medicinales del
cáñamo. Las cosas habían cambiado bastante en el último año. Los activistas
habían logrado convencer a la gente de la Fundación para que participara en la
marcha, pues tenían una “causa común” por defender. Ciertamente, el hecho de
que estas madres abrieran la marcha dotaba de un poderoso argumento moral a
los colectivos cannábicos, pues la Alcaldía no podía oponerse a una manifestación
encabezada por madres y niños con enfermedades crónicas exigiendo la garantía
del “derecho a la salud”. No obstante, la forma que tomó la marcha demuestra la
complejidad sociológica de lo que significa construir esa “causa común”. Si bien
las madres y los niños encabezaban la manifestación, quienes venían inmediata-
mente atrás no eran activistas antiprohibicionistas, sino policías, cuya función,
según me informaron, era proteger a “los niños de los marihuaneros”. Los organi-
zadores de la marcha estaban de acuerdo en esta separación física y simbólica,
pues había sido conversada previamente con las madres de la Fundación, quienes
no querían ser identificadas directamente con los cannábicos.
Terminada la marcha fuimos a la casa de dos activistas. El lugar era bastante
espacioso y, al llegar, noté que había un pequeño laboratorio para la extracción de
resinas. Uno de los anfitriones era un excelente cultivador. Había ganado varios
premios en las Copas Cannábicas de Medellín y Bogotá y en esa época estaba
aprendiendo (vía Internet y a través de un grupo de amigos interesados) a fabricar
tinturas, linimentos, aceites, hachís y toda clase de extracciones de su nutrido
jardín, el cual era cuidado por su madre en una finca cercana. Estos activistas
estaban pensando en meterse de lleno al autocultivo y la fabricación de medicinas
a base de cannabis, por eso estaban haciendo contactos comerciales y diseñando
su propia marca. Esto, al parecer, creó un serio desacuerdo con otros miembros

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del movimiento, quienes opinaban que la “causa” se perdía, pues todo se estaba
convirtiendo en negocio.
Mayo de 2015. El colectivo de abogados bogotanos y un grupo de jóvenes
juristas de la Universidad del Rosario emitieron en su canal de YouTube una serie
de videos cortos relacionados con la preparación del Carnaval Cannábico del año
2015. En uno de ellos, titulado “Se hundió el proyecto de cannabis medicinal”,
se editó parte del encuentro que varios representantes del movimiento tuvieron
con uno de los asesores del senador Juan Manuel Galán en el Congreso de la
República. Fui invitado a esa reunión en calidad de investigador y como parte del
movimiento. La cita fue meramente protocolaria. El senador quería darle legiti-
midad al nuevo proyecto de ley sobre cannabis medicinal que pensaba presentar,
mostrando que su equipo legislativo había hecho un trabajo “participativo” al
hablar con diversos actores sociales involucrados con la defensa de la marihuana.
En el video se puede apreciar cómo el asistente de Galán insistió en que habíamos
sido llamados para ser escuchados, pero que el senador “no estaba interesado en
el consumo recreativo” ni en respaldar a los movimientos sociales que defen-
dían dicha causa. Lo que no sabíamos era que, mientras nos reuníamos, se estaba
desarrollando en la Plaza de Bolívar una manifestación a favor de la legalización
del cannabis medicinal convocada por un grupo de madres, algunas de las cuales
habían salido a marchar por primera vez en la ciudad de Pereira. Al parecer, un
grupo de políticos interesados en la legalización del cannabis medicinal facilitó
la circulación de pacientes con enfermedades y de sus acompañantes desde
diferentes regiones del país. Si bien no se trató de una gran movilización, la
presencia de estas personas fue bastante significativa. Los medios de comuni-
cación, que eventualmente cubren las marchas cannábicas, acudieron a registrar
la noticia, haciendo hincapié en el sufrimiento de los niños y en la necesidad de
cambiar las “leyes injustas” que les impiden conseguir sus medicinas. Los testi-
monios de las madres fueron citados en el nuevo proyecto de ley, constituyéndose
así, junto con innumerables citas de evidencia biomédica, en prueba y justifica-
ción de la legalización de la marihuana medicinal en Colombia.
Diciembre de 2015. El Ministerio de Salud y Protección Social de Colombia
emitió el Decreto 2467 que legalizó y sentó las bases para la producción de
medicamentos basados en la planta de cannabis. Con esto, el Ministerio se
anticipó al proyecto de ley preparado por el senador Galán que aún no había
sido discutido en el Congreso. El decreto busca: “reglamentar el cultivo de
plantas de cannabis, la autorización de la posesión de semillas para siembra de
cannabis, el control de las áreas de cultivo, así como los procesos producción y
fabricación, exportación, importación y uso de sus derivados destinados a fines
estrictamente médicos y científicos” [MSPS, 2015, p. 2]. En el documento queda
claramente trazado el límite entre la marihuana que puede y no puede ser legali-
zada, quedando codificada desde el punto de vista del Estado la diferencia entre

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la marihuana “psicoactiva” (aquella de la cual pueden extraerse “estupefacientes


o psicotrópicos” por contener más del 1% de THC) y aquella que “sí tiene” usos
medicinales (identificable por tener menos del 1% de dicho componente activo).
De igual manera, se determina que no es legal hacer medicinas por medio del
“autocultivo”. Finalmente, el decreto establece una serie de trámites y requi-
sitos que deberá cumplir quien pretenda obtener una licencia, siendo los más
relevantes: 1) una cartografía descriptiva del área de cultivo; 2) certificados catas-
trales de los inmuebles que conformen el área de cultivo; 3) un plan de cultivo;
4) acreditar por medio de aval institucional que la cosecha se destinará para fines
médicos y científicos; 5) inscribirse en el Fondo Nacional de Estupefacientes; 6)
no usar plantas provenientes de autocultivo ni de plantaciones preexistentes, y 7)
no haber estado vinculado a ningún proceso penal por tráfico de estupefacientes.
Mayo de 2016. La página oficial del Senado de la República publicó el
siguiente titular: “En decisión histórica Congreso aprobó ley del Senador Juan
Manuel Galán que regula el uso de cannabis medicinal”. Durante el debate, el
senador señaló que Colombia es, después de Chile, Uruguay y Puerto Rico, el
cuarto país de América Latina con legislación sobre cannabis para fines terapéu-
ticos y paliativos. También aseguró que la aprobación en último debate de la ley
que regula el cannabis con fines medicinales “marca un hito en el establecimiento
de una política de salud pública y afianza el camino para iniciar un cambio en la
política prohibicionista”7.
Julio de 2016. Luego de varias críticas al Gobierno nacional por el otorgamiento
de la primera licencia para la fabricación de productos a base de marihuana a una
multinacional canadiense [Botero Fernández, 2016], los medios de comunica-
ción registraron la noticia del lanzamiento de la primera cooperativa de pequeños
cultivadores y productores de cannabis8. La cooperativa fue iniciativa de un
grupo de cincuenta y dos pequeños cultivadores de cannabis de los municipios
de Corinto, Caloto, Miranda, Toribío y Jambaló. Estos territorios han sido histó-
ricamente productores de coca y marihuana y epicentro del conflicto armado en
Colombia. Aunque los líderes de la cooperativa defendían la idea de “legalizar sus
cultivos”, los funcionarios de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga
y el Delito que asistieron al evento les explicaron que era necesario “erradicarlos”
y sembrar nuevas plantas “con semillas certificadas”. Al lanzamiento asistieron
los ministros de salud, justicia, agricultura, el presidente del Senado y el rector de
la Universidad Nacional de Colombia. Según el alcalde de Corinto, el proyecto

7. Tomado de: http://www.senado.gov.co/historia/item/24607-en-decision-historica-congre-


so-aprobo-ley-del-senador-juan-manuel-galan-que-regula-el-uso-de-cannabis-medicinal
[consultado el 15 de septiembre de 2016].
8. “La marihuana que dejará de ser ilegal en el norte de Cauca”, Semana [en línea], 7 de junio
de 2016 [consultado el 7 de junio de 2016]. Disponible en: http://www.semana.com/nacion/
articulo/cultivos-de-marihuana-en-cauca-pasan-a-la-legalidad/480796.

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generará “un gran desarrollo económico y social para el norte de Cauca, región
que produce el 50% de la marihuana ilícita” que circula en Colombia. El manda-
tario también dijo que con este tipo de iniciativas se “impactan positivamente los
índices de violencia” y se propicia “el nuevo escenario de posconflicto, aportando
a la paz y a la investigación científica”9.

Una madre, una niña y un jardinero


Mayo de 2017. Durante mi última visita de campo en Medellín fui a ver
a Inés. Ella vivía en el barrio Antioquia, epicentro del mercado de drogas en
dicha ciudad. Todo el barrio respetaba a esta mujer, pues, además de tener una
fundación para pacientes de cannabis medicinal, ayudaba a quien lo necesi-
tara a realizar trámites ante el sistema de salud. La casa de Inés era también la
sede de Fundaluva y Cannavida, organizaciones sin ánimo de lucro dedicadas a
promover la medicina cannábica y a buscar el “restablecimiento de derechos” de
niños y jóvenes que, como su hija, habían mejorado radicalmente su estado de
salud gracias a medicamentos elaborados a base de marihuana. Charlamos en el
consultorio donde Inés y Juan (un talentoso cultivador y fabricante de remedios)
atendían a las personas que llegaban en busca de orientación. Inés me contó que
su hija, Luna, había pasado una buena parte de su primera infancia en unidades de
cuidados intensivos. Durante doce años y medio, la niña padeció hasta quinientas
convulsiones diarias. En ese tiempo, cada vez que Inés iba con su hija al médico
le decían que se la llevara de vuelta para la casa, que “no había nada más que
hacer”. Luego de probar muchos tratamientos, se dieron cuenta de que la niña
“no era candidata a un neuroestimulador”, pues padecía epilepsia refractaria y era
resistente a los medicamentos que le formulaban. Aunque los médicos buscaron
la causa de las convulsiones, nunca dieron con ella. Solo sabían que se trataba de
una epilepsia “multirresistente” y que la única alternativa para mitigar su sufri-
miento era ponerle un respirador cuando estuviera convulsionando. Un día, una
amiga llamó a Inés y le dijo que le tenía una opción. Esa amiga llevaba un tiempo
trabajando con activistas, médicos y cultivadores que estaban probando remedios
a base de cannabis. La amiga le contó a una médica el caso y notó que se acordaba
de Luna porque la había tratado de pequeña. Entonces, la amiga y la médica le
propusieron a Inés que le dieran marihuana a la niña. “Y el milagro sucedió: una
vez usó la planta se generó una conexión… Es como si hubiera despertado un día
diciendo: ‘¡hola, aquí estoy, hago parte del mundo!’”. En el momento en que visité
a Inés, hacía veintiséis meses que a Luna le formulaban marihuana.
Al principio, Inés estaba asustada porque pensaba que Luna tenía que fumar
hierba. Inés tenía mucha prevención con la planta y con los consumidores que

9. Ibid.

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veía pasar por su ventana cotidianamente. Pero tomó la decisión. Comenzó


administrándole a la niña un “aceitico”. La doctora le explicó el procedimiento,
diciéndole: “vamos a dosificar. Lo que va a pasar con la marihuana es que va a
llegar al sistema nervioso y va a hacer que se inhiba un poco el proceso neuronal,
que es como una especie de corto que la hace convulsionar”. También le dijo que
el remedio tenía “cannabinoides”, pero Inés no entendía “nada de eso”, aunque
le generaba mucha curiosidad porque ella quería saber qué le estaba dando a su
hija. Inés comenzó suministrándole “una gotica” por la noche. Al segundo día,
repitió la dosis. Al tercero, Luna “se puso fría” porque “se le bajó la tensión”. Inés
llamó a la doctora y ella le dijo que no se preocupara, que le diera algo caliente y
que la arropara muy bien porque “la reacción era normal”. Y así siguió por ocho
días más, durante los cuales Inés pensó seriamente en suspender el tratamiento.
Al noveno día, Luna dejó de convulsionar.
En mayo de 2015, Inés se enteró de que había una marcha a favor de la
marihuana. Ella no sabía nada al respecto ni mucho menos conocía a los activistas
que organizaban el evento. Sin embargo, se animó a participar. Compró una
cartulina y escribió la siguiente consigna: “Gracias al cannabis medicinal hoy
soy muy feliz y las convulsiones desaparecieron, Luna Valentina”. Quería que la
gente supiera lo que había pasado con Luna. En la marcha Inés fue entrevistada
y fotografiada por varios medios de comunicación, incluyendo prensa, televisión,
blogs y páginas de Facebook de colectivos antiprohibicionistas. La imagen de una
niña metida en la manifestación se hizo muy popular y llamó la atención de los
activistas del movimiento cannábico porque Inés y Luna permitían hacer visible
otra cara del cannabis. Así conoció a Juan, el joven cultivador que la instruyó en
la “ciencia del cannabis” y se convirtió en su aliado y en el mayor proveedor de
remedios para la Fundación.
Para Inés, está claro que la “lucha” por el cannabis medicinal es protagonizada
por madres que se conectan de un modo especial con la planta, que también es
“hembra”, y que coinciden en la necesidad de “cultivar para cuidar”. La clave es
“enseñar a sembrar” haciendo que las personas sientan “amor por las plantas”,
dejar que las semillas circulen y, ante todo, difundir el conocimiento para ir
“componiendo el jardín” y usando los saberes farmacéuticos que se van apren-
diendo en la vida.
Mayo de 2017. En la zona rural del área metropolitana de Medellín está el
jardín de Juan, uno de los nuevos Paracelsos. El cultivo tiene varios invernaderos
separados para no exceder el número de plantas autorizadas por la ley, localizados
en fincas contiguas, y un laboratorio con cuarto estéril y área de secado ubicado
en su casa, en el cual realiza la extracción de resinas y elabora tónicos, reduc-
ciones, aceites, linimentos, ungüentos y pomadas a base de cannabis. Juan afirma
que la jardinería le ayudó mucho a superar un momento muy triste de su vida.
Por eso dice amar tanto su trabajo. Él nunca antes se había fijado en las plantas,

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pero ahora analiza las hojas, el crecimiento, el cambio de etapa. Y es que, según
Juan, las plantas le “dicen lo que necesitan, cómo están, en qué momento van a
perder las hojas, por qué las pierden y si estos cambios son buenos o malos”. Juan
se especializó en el tema de la nutrición y del cultivo profesional. Con el tiempo,
consiguió uno de sus principales objetivos: lograr “cultivos estandarizados”. Cerca
de su casa tiene, por ejemplo, un cultivo con una lámpara prendida permanente-
mente y otras plantas en etapa de floración separadas por cortinas oscuras. Juan
me explicó que la exposición a la luz, el crecimiento y la floración son etapas
diferentes y que es necesario un “fotoperiodo de dieciocho horas de luz y de
sombra para que las plantas crezcan bien”. Esto es necesario sobre todo en el caso
de las semillas importadas, porque muchas de ellas vienen de países con estaciones
y sus genéticas están programadas para muchas más horas de sol y de oscuridad.
Esto es parte de la magia del cultivo en invernadero; trabajar con semillas de otros
climas y lugares significa también “adecuar el ambiente y construirlo”.
Juan pudo consolidar una pequeña empresa, pero reitera que su objetivo
siempre ha sido tener el “cultivo social” más sofisticado de Colombia, uno en
el cual “los cultivadores sean los pacientes”. Sin embargo, en ese proyecto Juan
ha encontrado oposición, pues, según él, hay “empresas” y “procesos grandes”
que no están de acuerdo con su trabajo y piensan que “están perdiendo parte de
su negocio”. Juan no lo cree así; él sabe que, por el contrario, todo lo que está
haciendo con Inés y con las otras madres es fundamental para “reducir el estigma”
y “abrirle camino al cannabis medicinal”.
El amor por la marihuana es resumido por Juan con la palabra “sensación”.
Dice tener una “sensación” cuando siembra, cuando cría, cuando huele y cuando
toca las plantas. Esto le permite saber, por ejemplo, si una de sus matas “tiene
más o menos limoneno” o si “se le siente el miceno” y, de acuerdo con eso, va
generando clasificaciones para ordenar su farmacopea. Juan dice poder detectar si
una planta de cannabis tiene más THC o más CBD debido a la predominancia de
ciertos compuestos orgánicos reconocibles a través del olfato y del tacto. Usando
este método, basado en la exploración sensorial y en la revisión sistemática de
una extensa literatura técnica, Juan comenzó a cruzar diferentes variedades de
cannabis (tanto sativa como índica), a clasificarlas y a probar sus efectos con las
redes de pacientes. La sistematización de este conocimiento le permitió construir
una serie de sistemas de clasificación que correlacionan tipos de cruces, valores
de cannabinoides (cuya lectura realiza con la colaboración de amigos químicos
y botánicos) y enfermedades específicas. Juan asegura que cuando se tiene el
conocimiento necesario sobre el porcentaje de terpenos y de cannabinoides es
factible determinar el tipo de enfermedad que puede ser tratada. Esto, porque
el terpeno “potencia el TCH y el CBD”. Según Juan, una de las premisas más
valiosas de la medicina cannábica es no aislar los componentes activos de la planta
para mantener la “sinergia”. “Es cuestión de calibrar, y no de separar”, pues es

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importante que la planta “tenga todos los cannabinoides”, incluido el TCH, “para
que atienda los diagnóstico de manera adecuada”. Además, “la medicina no está
necesariamente en una determinada planta”, para que ésta se haga presente hay
que saber identificarla y criarla.
Las semillas con las que Juan trabaja desde hace un par de años son genéticas
desarrolladas en “clínicas” del estado de Colorado, EE. UU. Juan tiene, por
ejemplo, semillas y planas que solamente se pueden vender a médicos o a personas
especialistas, porque hay que “cuidar las variedades” ya estudiadas y “sería una
irresponsabilidad dejarlas con alguien que termine cruzándolas”. De esto se trata
el mantenimiento de la genética: las plantas “exclusivas” no se pueden “clonar”
ni someter a procesos de selección artificial, son “variedades selectas”. Cuando a
Juan le entregan una planta de este tipo bajo su custodia no la puede “polinizar” o
reproducir sin autorización expresa del banco o del laboratorio al que “pertenece”.
Juan cuida las plantas y ellos su inversión. Cuando le dan la autorización, lo más
común es que le envíen semillas para que él las “polinice” y luego sean “estudiadas”
adecuadamente. Los bancos de semillas, que se han enriquecido al margen de la
prohibición, son dueños de este patrimonio biológico: desarrollan patentes para
cuidar su “propiedad intelectual” y se encargan de mantener en secreto las semillas
y plantas que estudian, en ocasiones durante más de cinco años. Luego, lanzan
sus creaciones al mercado con una estrategia ágil de mercadeo, pues saben que
en poco tiempo el material será replicado por competidores piratas. El vínculo
con los bancos de semillas le ha permitido a Juan mostrarles a los empresarios
del cannabis medicinal que es posible realizar un “trabajo social”, algo que ellos
nunca se imaginaron hasta que conocieron a Luna y a Inés.
Juan cree que el principal riesgo de la legalización será la dificultad de acceso a
la medicina por parte de las familias precarias. Para él, la única forma de combatir
ese “monstruo” es seguir produciendo “medicina para la gente”; una medicina
hecha por los pacientes para ellos mismos y para otras personas que la necesiten.
Por eso no le interesan las licencias ni “legalizar” su empresa, prefiere seguir
trabajando con gente que tenga un interés genuino en la planta y que quiera
ayudar a producir remedios “especiales” para personas “especiales”. Juan asegura
que los niños de la Fundación son felices en su jardín: “conocen las plantas de
donde salen sus remedios, las tocan, las manipulan, las cortan, las consienten” y,
de paso, aprenden “sobre el significado del cuidado y de la vida”.

Consideraciones finales
Uno de los principales aportes de la obra de Sidney Mintz [1986; 2003] fue
mostrar la manera en que la gente en Occidente aprendió a tolerar la Revolución
Industrial enganchándose a “drogas blandas” como el azúcar, el té, el café, el
chocolate y el tabaco, todas producidas en tierras tropicales. Mintz [2003, p. 41]

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nos invitó a observar la manera en que los cambios en las relaciones entre produc-
tores y consumidores, inscritos en el rastro dejado por las mercancías en su curso
por el tiempo y el espacio, dan cuenta de transformaciones relativas a la definición
del trabajo, el concepto de self y la naturaleza de las cosas. Mi punto, siguiendo a
Mintz [1986], es que la manera en que estas fronteras se van redefiniendo (lo que
termina por lo general en la apertura de un nuevo mercado) no debe reducirse a
un problema económico [Zelizer, 1992]; es también una cuestión moral, técnica y
ecológica. He mostrado cómo la marihuana cambió de forma y fisiología merced
a la implementación de técnicas de cultivo que aceleraron su ritmo reproductivo,
aumentaron su potencia farmacológica y redujeron el espacio necesario para su
reproducción. Tal como sucedió con el azúcar, los seres humanos que hoy usan
marihuana se han transformado de la mano de la planta que consumen. Unos han
adquirido mayor resistencia a los efectos psicoactivos del cannabis, mientras que
otros han conseguido “conectarse con el mundo”, todo gracias a un proceso global
de movilidad analógica y digital que incluye la circulación de semillas, jardineros,
conocimientos etnobotánicos y tecnologías de cultivo.
En este universo amalgamado y descentralizado de seres del derecho, con la
técnica, la ciencia y la reproducción [Latour, 2012] con que lidian los heterogé-
neos activistas cannábicos y antiprohibicionitas, cada cual ha hecho lo suyo. Las
leyes prohibicionistas, al impedir el cultivo, la circulación y el comercio de un ser
viviente domesticado (con la capacidad de adaptarse a las más variadas geogra-
fías, pero con la exigencia de tomar largos baños de sol), facilitaron el desarrollo
de tecnologías adaptadas a las circunstancias legales. Por su parte, los cultiva-
dores norteamericanos y holandeses consiguieron producir cosechas abundantes
durante todo el año en jardines ocultos, remplazando la luz y el calor del sol por
dispositivos eléctricos; los nutrientes del suelo, por soluciones; la tierra, por “lana
de roca” 10, y la reproducción sexual, por la asexual. Estos cultivadores produ-
jeron un medio, controlando, como en un laboratorio, los factores “externos”
que impiden el desarrollo de las plantas de invernadero [Escohotado, 1997].
Es posible plantear que estos invernaderos, pero sobre todo los cultivos indoor,
son tecnologías para mitigar el impacto de las fuerzas de la “naturaleza” y de la
“política”. Adicionalmente, la expansión del comercio a través de la red mundial
de computadores facilitó el intercambio de semillas, conocimientos botánicos,
farmacológicos e ideologías políticas entre nuevos Paracelsos, cultivadores y
activistas de todas partes del mundo, favoreciendo la producción y el comercio de
remedios y “drogas” cada vez más potentes.
Por otra parte, la investigación científica sobre los aspectos curativos del
cannabis y su paulatina difusión allanaron el camino para la emergencia de

10. En inglés, rockwool: fibra de basaltos volcánicos o roca fundida empleada en cultivos hidropóni-
cos [Escohotado, 1997].

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Cannabis medicinal y arreglos farmacológicos en Colombia

nuevos agentes, haciendo que familiares y pacientes con enfermedades crónicas


y degenerativas susceptibles de ser tratados con marihuana medicinal se sumaran
a la “causa”11. Estos familiares (generalmente “madres”) y pacientes (en parti-
cular niños y niñas) se han convertido en abanderados de la “legalización” de
la marihuana. Su militancia, llamada por algunos autores “biosociabilidad”
[Rabinow, 1999], es análoga a la causa de los movimientos sociales que han
reivindicado, desde finales del siglo XX, el derecho a la salud y el acceso a medica-
mentos [Biehl y Petryna, 2011]. Su lucha es una mezcla de emoción y política,
purificada por el acto “performático” de separarse del humo producido por la
marihuana-droga en las manifestaciones públicas. Los niños y niñas con dificul-
tades de locomoción y otro tipo de discapacidades abren las marchas, consti-
tuyendo aquello que Figueiredo, Policarpo y Veríssimo [2016, p. 6] denominan
(usando una feliz metáfora carnavalesca) la comissão de frente. Es un colectivo de
actores que moviliza el valor de la “compasión” (y también del amor) a favor de
la causa cannábica. Como señalan Vianna y Farias [2011, p. 83] para el caso de
las madres de desaparecidos y víctimas de violencia en Río de Janeiro, la condi-
ción de “madre” (aunque este argumento también es válido para el caso de los
pacientes, dada la inconmensurabilidad del valor de la vida de los infantes) es
accionada como “elemento de autoridad moral en actos políticos” para traducir el
sufrimiento en derechos. En el caso colombiano, la comissão de frente también fue
accionada por los políticos que defendieron la legalización del cannabis medicinal
y que necesitaban demostrar la moralidad de una ley destinada a transformar
la farmacopea para abrirle a la planta y sus derivados un espacio en el mercado
“lícito” de medicamentos.
Los cambios necesarios para “liberar” los aspectos curativos del pharmakon
forman parte de un horizonte de posibilidades antiprohibicionista, según el cual
el consumo de drogas debe entenderse como un problema de gobierno relacio-
nado con el campo de la “salud”, siendo la legalización de la marihuana medicinal
el primer paso para salir de la prohibición. Esta idea está basada primordialmente
en la experiencia de los dispensarios de cannabis en EE. UU., en donde el límite
difuso entre consumidores y pacientes estableció una legalización de facto que
antecedió a la legalización de la marihuana “recreativa”. Pero en Colombia las
condiciones históricas, políticas y ecológicas de los llamados “cultivos ilícitos”
plantean otro tipo de desafíos. En primer lugar, las zonas en que tradicionalmente
se ha cultivado la hierba han sido, y continúan siendo, epicentro del conflicto
armado. Tomemos el ejemplo del norte del Cauca, principal región productora
de cáñamo. Allí, buena parte de los cultivos están dentro de resguardos indígenas.

11. El término “causa” está estrechamente vinculado con la idea de «lucha», tal como fue analizada
por Comerford [1999]. Dependiendo del ámbito de interacción y del lugar de enunciación
puede significar “sufrimiento”, un relato “épico” o una serie de reivindicaciones que solo se
resuelven en la interlocución con el Estado y la “gran política”.

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Esto facilita las cosas en la medida en que las autoridades nativas que están de
acuerdo con sembrar marihuana pueden argumentar que cultivan una “planta
sagrada” con fines medicinales y legitimar alianzas con socios capitalistas. Sin
embargo, hay una fuerte oposición al consumo de “drogas” en el interior de las
comunidades, pues además de ir en contra de sus valores, los indígenas han sido
víctimas de incursiones guerrilleras y paramilitares, de conflictos entre narco-
traficantes y de violencia estatal relacionada con el control del pharmakon. En
2016, tras el acuerdo de paz entre las Farc-EP y el Gobierno, sobrevino un clima
de tranquilidad que no duró mucho tiempo, pues paramilitares y disidencias,
convertidas ahora en “bandas criminales”, intentan recuperar el control territorial
en los lugares en los cuales la guerrilla ejercía “soberanía” y mantenía su propia
regulación sobre los cultivos de coca y marihuana. El Estado, a pesar de la perfor-
mance realizada con la inauguración de la cooperativa de indígenas y campesinos
cultivadores de cannabis, sigue empeñado en “luchar contra las drogas” y prioriza
recursos para la “erradicación” y “sustitución” de cultivos “ilícitos”, tal como quedó
redactado en el acuerdo final con las Farc-EP. Además, los cultivadores indígenas
no representan la posición oficial del Consejo Regional Indígena del Cauca
(Cric), y buena parte de las comunidades se oponen —por lo menos pública-
mente— a la manutención de cultivos “ilícitos” dentro de sus territorios por ser
estos el “combustible” de la guerra y la violencia. A lo anterior hay que agregar
otro elemento importante. Los cultivos de marihuana existentes actualmente en
la zona son despreciados por los médicos que recetan cannabis medicinal. Por
ejemplo, una de esas doctoras se opone radicalmente a la fabricación de medica-
mentos con plantas provenientes de la región, pues alega que los suelos están
contaminados por la cantidad de venenos tóxicos con que han fumigado las
plantaciones de coca y marihuana desde la implementación del Plan Colombia
en 1999. Con un argumento diferente, pero con los mismos efectos, la resolución
del Ministerio de Salud que legalizó el cannabis medicinal prohíbe usar planta-
ciones preexistentes (condenadas a la pena de la “erradicación”) y obliga a sembrar
nuevas plantas con “semillas certificadas” (provenientes de bancos de semillas
extranjeros), separando así, en el plano simbólico y material, la marihuana-droga
del cannabis-remedio. Por último, hay que decir que los cultivos tradicionales del
Cauca (de reproducción sexual aleatoria y dependientes de los cambios climá-
ticos y la selección natural) y su variedad autóctona, la marihuana “corinto”, están
desapareciendo porque no tienen recepción en un mercado de consumidores cada
vez más ávidos y acostumbrados a “viajes” potentes proporcionados por las varie-
dades híbridas.
El estudio de las fronteras internas del activismo cannábico invita a reflexionar
sobre los límites borrosos que separan “remedios” de “venenos”, “libre conciencia”
de “libre mercado” e “ilegalidad” de “legalidad”. De hecho, algunos activistas
estuvieron cerca de ser expulsados del movimiento social por haber estado

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Cannabis medicinal y arreglos farmacológicos en Colombia

involucrados en el “narcotráfico”, lo que es toda una paradoja, pues estos grupos


defienden la lucha antiprohibicionista y la descriminalización de los usuarios y
pequeños comerciantes de drogas. De igual manera, otros activistas son cuestio-
nados por su intromisión en el mundo de la producción de extractos y derivados
de la marihuana con fines lucrativos. Constituir una marca, por ejemplo, puede
ser una acción censurada, pues representa un tipo de contaminación moral repro-
chada por los activistas. No obstante, muchos parecen estar de acuerdo en que la
liberación de la planta viene a través del libre mercado y que el activismo debe
explorar creativamente esta realidad sin tratar de obviarla. Cabe recordar que los
avances en medicina cannábica se deben en gran parte a los intercambios transna-
cionales que se realizaron a pesar de lo estipulado en los acuerdos internacionales
sobre el control del pharmakon. El Estado, a través de decretos y leyes, intenta
separar la marihuana que “cura” de aquella que induce “viajes” por medio de un
criterio bioquímico y cuantitativo. Por esa razón, varios activistas se muestran en
desacuerdo con la legalización del cannabis medicinal, pues según ellos la nueva
ley desembocará inevitablemente en la persecución de los pequeños fabricantes de
remedios por parte de las autoridades sanitarias, con el consecuente detrimento
de la salud de los pacientes de bajos ingresos. De hecho, los nuevos Paracelsos
están siendo llamados por las autoridades sanitarias “culebreros” y “charlatanes”,
y sus productos son calificados como parte de un “mercado informal” en donde
no circulan medicinas genuinas, al no estar estandarizadas ni científicamente
probadas. De esta forma, se actualiza la prohibición de la polifarmacia, en un
afán desesperado del Estado por entregarle el monopolio del pharmakon a la
medicina, la ciencia y la industria de medicamentos. No obstante, y debido a los
altos umbrales impuestos para la obtención de licencias, todo parece indicar que
buena parte de los nuevos Paracelsos seguirán produciendo sus remedios con
las mismas técnicas desarrolladas de forma “ilícita” durante la prohibición. Para
algunos de mis interlocutores, la producción de “remedios” y “drogas” a escala
reducida (generando circuitos de comercio y fundaciones de pacientes y jardi-
neros) es un fenómeno que no necesita estar legalizado. De esta manera, se podría
luchar contra la industria farmacéutica de la misma forma en que se combate el
narcotráfico, evitando que se conviertan en los únicos intermediarios entre “la
gente” y las “drogas”.
Los nuevos Paracelsos contribuyen con su trabajo etnobotánico a cultivar una
imagen de mundo basada en la sinergia y la totalidad. Estos agentes defienden
la denominada teoría del “efecto séquito”, muy popular en redes cannábicas y
apoyada por los médicos que recetan cannabis, para quienes proporcionar
extractos de la planta con bajo o nulo contenido de THC es restarle propiedades
medicinales, dado que el sistema cannabinoide trabaja en equipo y actúa como
un “todo”. Esta visión de mundo que se opone a la disección, síntesis y comer-
cialización de los componentes activos de la marihuana por separado o, en otras

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palabras, al “mecanicismo farmacológico”, puede ser asociada con la tradición
científica de orientación romántica que favorece la totalidad en detrimento de la
fragmentación [Canguilhem, 1968; Gusdorf, 1982; Duarte, 2012], que denomino
“romanticismo farmacológico”. A pesar de tener un alto grado de control sobre
el medio, las prácticas de laboratorio de los nuevos Paracelsos tienen mucho del
viejo arte herbolario, pues, aunque forman parte de un negocio en el cual el fruto
de su trabajo puede ser objetivado en porcentajes y categorías bioquímicas, ellos
siguen siendo criadores de plantas medicinales y sus preparaciones no pueden
“estandarizarse”, pero sí “calibrarse”. Para esto, los nuevos Paracelsos acuden
a la observación directa, la sistematización y la experimentación. Los médicos
formulan, las madres administran los remedios y observan los efectos procurando
que sus hijos no se “descompensen”, y los cultivadores, por su parte, manipulan sus
plantas y preparaciones para fabricar medicinas acordes a las necesidades de cada
paciente. Los nuevos Paracelsos son capaces de adecuar el ambiente y construir
un medio para criar seres vivientes cuyas simientes traen “otro código adaptativo”,
cultivan con “amor”, “amistad” y “agradecimiento”, aplican la selección artificial
para producir variedades de plantas cuyos extractos y derivados serán probados
repetidamente hasta cumplir con ciertos objetivos terapéuticos. Conseguido el
propósito, el ser viviente que produjo el remedio debe ser reproducido por tres
o cuatro generaciones hasta obtener una planta madre “estabilizada”. Luego, se
clona garantizando que las características bioquímicas puedan pasar, inalteradas,
a sus réplicas. En esto consiste la magia, en actualizar una medicina que no viene
en la planta. Los nuevos Paracelsos son bricoleurs que trabajan con lo que tienen
a la mano [Lévi-Strauss, 1997], construyen sistemas de clasificación, nombran a
las plantas como sus pacientes, saben reconocer el olor, el color, la textura y los
niveles de desarrollo de sus crías, en un trabajo empírico para modular la dosis
del pharmakon y diseñar remedios singulares para personas singulares. Como dijo
Paracelso: “solo la dosis hace de algo un veneno”.
No hay que olvidar que el ambiente hidropónico en que se crían estas plantas
híbridas es altamente racionalizado. Ciertamente, no fue en el cultivo al aire libre
donde se descubrió todo el potencial farmacológico del cannabis. Por el contrario,
fue a través de una intensa intervención antrópica para regular la entropía del
medio natural y político como dichas plantas pudieron llegar a ser libres. En
otras palabras, el retorno al terreno de la legalidad de estos individuos bioló-
gicos es resultado de estrictos dispositivos de control que, sin embargo, no consi-
guieron su propósito de alejarlos de los seres humanos: nadie se imaginó que
la prohibición pudiera generar tantos efectos inesperados como el incontrolable
“narcotráfico” o la modificación de la estructura biológica de aquellos seres que
pretendía erradicar. Esto, al parecer, fue el precio pagado por el cáñamo para su

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Cannabis medicinal y arreglos farmacológicos en Colombia

liberación. Como señala Luis Fernando Dias Duarte12, hay jardines racionalistas
como Versalles, y jardines románticos como la Quinta de Boa Vista: los primeros,
simétricos, milimétricamente organizados para mostrar el orden impuesto por
el intelecto humano sobre la naturaleza; los segundos, irregulares, llenos de
meandros y caminos que se cruzan, como si quisieran decirnos que la vida es
un continuo y que somos uno con la naturaleza. La marihuana parece ser hija
de estas dos formas de cultivo, de estos dos arreglos cosmológicos de la cultura
occidental.

12. Notas de clase. Curso: “As noções de Natureza e Vida no pensamento antropológico”, PPGAS,
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RESUMEN
Cannabis medicinal y arreglos farmacológicos en Colombia
Este artículo describe desde una perspectiva etnográfica el proceso de legalización
del cannabis medicinal en Colombia. La historia conecta diversos agentes y escalas.
Está relacionada con la emergencia de la “ciencia del cannabis” y con los efectos de la
agencia antrópica sobre las plantas prohibidas. Muestra cómo, gracias a la Internet y al
comercio internacional de semillas, jardineros colombianos lograron montar pequeños
laboratorios para fabricar aceites, tinturas, extractos, ungüentos y otras preparaciones
en las cuales, según ellos, la marihuana actúa de manera “holística”. Dichos
cultivadores se asociaron con grupos de cuidadores y pacientes con enfermedades
crónicas y congénitas tratadas exitosamente con cannabis. Esta alianza ha sido de
gran importancia para consolidar el proceso de purificación moral y simbólica que ha
transformado la farmacopea vigente, instaurando un cuantioso y prometedor mercado
que la industria farmacéutica busca monopolizar.

RÉSUMÉ

ABSTRACT

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DOSSIER
Cannabis medicinal y arreglos farmacológicos en Colombia

Texte reçu le 18 février 2019, accepté le 2 décembre 2019

PALABRAS CLAVES MOTS-CLÉS KEYWORDS


• cannabis medicinal
• antiprohibicionismo
• drogas
• etnografía
• Colombia

Cahiers des Amériques latines, no 92, 2019/3, p. 121-139 139

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