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Antecedente histórico de la compasión

La compasión es un acto denotativo de la pasión por la cual hace referencia a que es la


perturbación o afecto del ánimo, por lo cual esta nos predispone a tomar una actitud
determinada.

En la historia de la filosofía existen ideas contrarías cuando se considera la compasión.

Para Arthur Schopenhauer, filósofo alemán entendía la compasión como la esencia misma de
todo amor y solidaridad entre los hombres, puesto que estas actitudes se arraigan en el
carácter fundamentalmente doloroso de la vida.

Para Friedrich Nietzsche, por el contrario, recogiendo las tesis de los estoicos y contemplando
la historia del cristianismo, la compasión es un sentimiento depresivo y contagioso, propio de
los débiles, que actúa como efecto multiplicador y conservador de todas las miserias,
promoviendo de esta forma la decadencia del hombre.

El personalismo comunitario se desmarca de ambas posturas. No participa de la consideración


pesimista de la vida como realidad esencialmente dolorosa, puesto que la contempla como
fuente de posibilidades con las que hacerse persona, con los otros y en sociedad. Y de
Nietzsche recoge el reto de superar la comprensión de la compasión como sentimiento que
enmascara la realidad humana. Así, el personalismo comunitario entiende que:

1. La compasión no es un sentimiento tomado como un fin en sí mismo. Scheler muestra cómo


la participación que define a la compasión no viene dada por una especie de simpatía
psicológica, en virtud de la cual la compasión se queda en un simple contagio del sufrimiento

2. La compasión no es un elemento perpetuador de la miseria y la injusticia. Si bien parte de la


historia del cristianismo, a quien va dirigida la crítica nietzscheana, da la razón al filósofo
alemán, ese mismo error nos advierte que la compasión ha de ser comprendida como un
momento de reconocimiento de la realidad dolorosa de nuestro mundo, capaz de ponernos en
marcha hacia la superación de esa miseria. La compasión, así, mueve a la acción

3. La compasión no es signo de debilidad; al contrario, sólo personalidades dotadas de fuertes


y arraigadas convicciones humanistas pueden hacerse cargo de la compasión como actitud
moral, con todas las consecuencias políticas que ello conlleva.

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