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Antes de dejar Ginebra, García Márquez se sintió motivado para seguir con su
cometido de aprovechar su experiencia en Europa, al recibir una carta de Mercedes Barcha,
su prometida desde hacía unos años, en respuesta a una que él le había enviado. A finales
de julio, viajó a Roma con la finalidad de cubrir la XVI Muestra de Arte Cinematográfico
de Venecia. Luego de un breve paso por varios países europeos, García Márquez regresó a
Italia desde donde emprendió una enigmática peregrinación en tren hacia París, tal como lo
comenta uno de sus biógrafos, Gerald Martin (2009, p.229):
Martin expone que obtuvo una versión alternativa de la historia de esta relación,
menos reticente que la de García Márquez, por parte de Tachia Quintana. Más allá de las
vicisitudes que pudieron afrontar en su breve vida de pareja, Tachia revela ciertos datos
importantes e interesantes, por su carácter intimista, sobre el proceso de creación del autor
colombiano. Durante esta época de su vida, la escritura de García Márquez “era una
experiencia agónica, y los planteamientos nunca parecían avanzar por el rumbo previsto”
(Martin, 2009, p.242). La relación entre el escritor colombiano y la actriz española fracasó
debido a las insuficiencias económicas y constantes disputas afrontadas por ellos durante
esa etapa en París. García Márquez había quedado desempleado tres semanas después de
conocerse con Tachia, quien quedó embarazada de él dos meses más tarde. Sin embargo,
las peleas se hicieron cada vez más frecuentes, pues ella trabajaba durante su embarazo,
mientras él permanecía en casa escribiendo y no le ayudaba con los quehaceres domésticos:
“Tachia no debía quejarse de que no trabajara para mantenerla, porque [él] estaba dispuesto
a arrostrar cualquier padecimiento mientras escribía su libro” (Martin, 2009, p.243).
Diez años después, García Márquez, ya casado con Mercedes Barcha, viajó en
familia a Barcelona. En este entonces, el escritor colombiano había obtenido prestigio
gracias a la publicación de su novela Cien años de soledad y había adquirido una postura
política firme. Por esta razón, a muchas personas les pareció inoportuno el viaje a España,
pues él había manifestado su aversión frente a la dictadura de Franco. García Márquez
había vivido en México, país latinoamericano que reflejaba más hostilidad hacia el régimen
español. No obstante, la atmosfera dictatorial de España en 1967 le habría de servir para
ambientar algunos de sus relatos. Residió en Barcelona hasta 1973, cuando regresó a
México para permanecer hasta el fin de sus días allí, sin dejar de viajar y consagrarse como
escritor.
Marco teórico
Sexualidad
1
Michel Foucault (1926-1984). Filósofo, activista político y docente universitario francés. Estudió en Le
Ecole Normale Superiore. En el año 1976 publicó el primer volumen de Historia de la sexualidad. La
voluntad de saber.
2
Periodo monárquico ocurrido en el siglo XVIII donde el decoro y los modales exquisitos eran los más altos
valores morales. Desde las más altas esferas del poder se promulgaba una atmosfera de alta moralidad
basados en ideales y reformas sociales. Cabe señalar que en este periodo, el sometimiento a las mujeres
alcanzó su punto más álgido, puesto que estas permanecían sometidas o representadas socialmente por sus
maridos.
poblaciones, imponiendo vigilancia en su sexualidad: “[…] la sexualidad es
cuidadosamente encerrada. Se muda. La familia conyugal la confisca. Y la absorbe por
entero en la seriedad de la función reproductora. En torno al sexo, silencio” (p.6). De este
modo, la sexualidad es confinada a la función reproductora, a un factor utilitario y
reconocido por su trascendencia: la fertilidad.
Foucault plantea que debido a todo este control, cuando un locutor habla del sexo y
de su represión, comete una transgresión deliberada, pues es consciente de que desafía el
orden impuesto, que su actuación es subversiva, por lo que su tono de voz lo evidencia.
Foucault (p.7) denomina a esto el beneficio del locutor, que consiste en:
Hablar contra los poderes, decir la verdad y prometer el goce; ligar entre sí, la iluminación,
la liberación y multiplicadas voluptuosidades; erigir un discurso donde se unen el ardor del
saber, la voluntad de cambiar la ley y el esperado jardín de las delicias: he ahí
indudablemente lo que sostiene en nosotros ese encarnizamiento de hablar del sexo en
términos de represión. (p.8)
[…] el punto importante no será determinar si esas producciones discursivas y esos efectos
de poder conducen a formular la verdad del sexo o, por el contrario, mentiras destinadas a
ocultarla; sino aislar y aprehender “la voluntad de saber” que al mismo tiempo les sirve de
soporte y de instrumento. (p.10)
Es decir, no es la obligada reticencia al hablar del sexo lo que Foucault estudia sino
de la fascinación que existe en el oprimido al hablar de su opresión. Expone cómo los
distintos poderes incitan a hablar del sexo, pero desde la prohibición. El sexo se suprime
primero desde el campo del lenguaje, mediante interdicciones que temen nombrarlo,
pudiéndose así controlar su libre circulación en el discurso, su proscripción de lo que se
dice y la eliminación de las palabras que lo revelan con vehemencia.
Foucault explica que se idearon sistemas que pretendían mantener el orden de las
poblaciones mediante el control de su sexualidad y de allí surgió el discurso religioso, el
discurso de la justicia penal y el discurso de la medicina. Estos tres discursos están unidos
por una matriz compuesta de una extrema vigilancia y censura sobre las diferentes
manifestaciones de sexualidad: la unión legítima de esposos, la familia, los sodomitas y el
paciente médico. Estos discursos “fijaban, cada uno a su manera, la línea divisoria de lo
lícito y lo ilícito” (p.24), teniendo como objetivo común las relaciones matrimoniales. La
Iglesia, por su parte, imponía valores normativos al comportamiento sexual humano, los
cuales señalaban al sexo extra y prematrimonial como inmoral y vergonzoso.
Foucault (p.24) explica que la sexualidad ha sido vista a través de los tiempos como
el vehículo que conlleva al desenfreno y al desorden de los individuos de una sociedad. Por
ese motivo, una serie de reglas y de prohibiciones ha sido creada con el fin de regular el
comportamiento sexual. Se ha llegado al punto de convertir al placer en una sensación
ilícita, y que por tal razón debe ser controlada, encerrada, confiscada y delegada a la pareja
legítima, la familia conyugal y procreadora. Esta función debe cumplirse con un manual de
instrucciones que manifiesta el uso de la sexualidad, los lugares y las maneras en que se
deben hacer las caricias con el fin de no ser vistas como inútiles o indebidas.
Foucault considera que esta obstinación de los sistemas de poder por enfocarse en
las prohibiciones acerca de los placeres se esconde tras una falaz indiferencia.
Seguidamente, expone que la transgresión de las leyes respecto a la sexualidad tendría lugar
mediante la anulación de prohibiciones, el uso impetuoso del discurso, el retorno del placer
a la realidad y una nueva administración de los mecanismos de poder. Así, se eliminarían
los tabúes en cuanto al sexo y se presentaría un nuevo uso de la palabra más vehemente en
el que la sexualidad no permanecería oculta sino que podría ser tomada como soporte de la
verdad.
Género
El análisis de los tres cuentos de García Márquez, objeto de estudio del presente
trabajo investigativo, requiere un abordaje desde el punto de vista de los estudios de género.
Según la filósofa Judith Butler 1, en su artículo titulado en “Actos performativos y
constitución del género” (1990), el género es una de las clasificaciones sociales que se
construye con el fin de controlar el pensamiento y el comportamiento social, asignándole a
cada ser un cuerpo y junto con él un libreto conformado por una serie de actos, previamente
producidos para ser aprendidos y reproducidos por cada individuo, que asume una
identidad construida. Butler (p.297) explica desde un punto de vista semántico y
pragmático, que el género no puede ser una identidad permanente debido a que está
débilmente construido en el tiempo como una “repetición estilizada de actos”.
Si no hay actos que representen el género, no hay idea de género. Butler (p.301)
manifiesta que existe un consentimiento implícito en la sociedad en representar, producir y
sustentar la división de género diferente. Más adelante señala que “el género no es una
elección radical, ni un proyecto […] individual”, pero tampoco es una acción pública
impuesta sobre él, sino que el cuerpo sexuado –como en una obra teatral– lleva a cabo su
interpretación dentro de los confines de un espacio corporal culturalmente restringido
(p.308). A partir de las acciones performativas de un individuo, el género se manifiesta más
allá de un papel que disfraza a un alter ego sexuado o no. Más bien, es un acto que
construye una ficción social que instaura en cada individuo una interioridad psicológica
(p.310).
1
Monique Wittig (1935 - 2003) fue una escritora francesa y teórica feminista. Estudió en la Universidad de
París. Colaboró con Simone de Beauvoir y la economista socialista Christine Delphy en la revista Questions
feministes. En 1976 fijó su residencia en Arizona, Estados Unidos, donde trabajó como profesora
universitaria. Fue una de las escritoras clave en el contexto de las teorías y las prácticas ligadas a la liberación
de las mujeres.
Wittig expone que la ideología de la diferencia sexual está tan inmersa o hace parte de la
realidad social que difícilmente las mujeres logran identificar situaciones de discriminación
u opresión, que “ante la realidad desnuda y cruda rechazan creer que los hombres las
dominan conscientemente” (p. 23); dado a que este discurso, el de la categoría de sexo, es
reinventado y reforzado constantemente, mediante la difusión de un conjunto de datos y de
hechos históricos que han cubierto todo el pensamiento de los hombres, y sobre todo, el de
las mujeres; haciendo de ello una construcción social y política. ¿Cuál es este pensamiento,
cuestionado por Wittig, que no abarca ni un ápice de cuestionamiento acerca de su
fundamento constitutivo?; “este pensamiento es el pensamiento dominante. Este
pensamiento afirma que existe un ‘ya ahí’ de los sexos, algo que precede a cualquier
pensamiento, a cualquier sociedad. Este pensamiento es el pensamiento de los que
gobiernan a las mujeres” (p. 24).
Según lo anterior, cabe preguntarse: ¿cómo opera la categoría de sexo en la realidad de las
mujeres?; o ¿de qué manera se evidencia la ideología de la diferencia sexual en mujeres y
hombres? Según lo planteado por Wittig, el pensamiento dominante a causa de la biología,
como se abordó anteriormente, establece para la mujer un destino el cual debe obedecer
adhiriéndose al hombre, por medio del matrimonio, y la reproducción “puesta a nombre del
marido” (p. 27); dicho en otras palabras, las mujeres han sido enmarcadas en la
heterosexualidad, siendo ellas las únicas responsables de la reproducción de la especie
heterosexual y sometidas al cumplimiento del contrato matrimonial; coito forzado, criar a
los hijos, hacer las tareas del hogar; demostrando así, que toda su persona física pertenece
al marido. De modo que la categoría de sexo ha sexualizado el espíritu, los gestos y los
actos de las mujeres; al hacer de ella un objeto disponible para el uso del hombre. Afirma
Wittig, que “las mujeres son muy visibles como seres sexuales, pero como seres sociales
son totalmente invisibles […]” (p. 28), determinando así su esclavitud; al controlar su
pensamiento negándoles la posibilidad de crear un pensamiento fuera de esta categoría.
Por otra parte, Wittig afirma, que a través de la lucha emprendida por las mujeres, la
categoría de sexo pierde su punto de equilibrio; debido a que, por medio de ella se
desmantela y pone de manifiesto la causa de la división social (no biológica) en la relación
entre mujeres y hombres; a lo que Wittig denomina como categorías de oposición, que es
manifestada justo en la revuelta o en la lucha, ya que sin pugna ésta categoría no tiene lugar
y sólo existiría la categoría de diferencia. Por tanto, las mujeres, una vez entendido que el
pensamiento dominante ha utilizado como argumento falaz los aspectos biológicos de
hombres y mujeres, haciéndoles creer que según su naturaleza, ellas deben ser sometidas;
deben cauterizar este pensamiento que las oprime y declararse en pie de lucha.
Volver a la idea del matriarcado, no asegura la libertad de las mujeres, debido a que en él
se siguen manteniendo las categorías de sexo (mujeres y hombres), es decir, la necesidad de
una sociedad heterosexual. Defender la idea de la mujer como grupo natural, como ente
biológicamente superior que los hombres; sería naturalizar la historia (p. 33), lo que traería
como consecuencia la permanencia de la opresión. Destacando de esta manera, afirma
Wittig, la falsa conciencia al seleccionar los rasgos más agradables que definen a la mujer,
de acuerdo con las características que el pensamiento dominante suministra.
Por otra parte, Wittig plantea que, al dejar atrás el concepto de la mujer como grupo
natural, se emprendió por la definición de individuo y de clase como una nueva
problemática la cual debía ser abordada, para la interpretación del papel de las mujeres
dentro de la sociedad; intentando agrupar a las mujeres dentro de una clase para así
emprender la lucha contra el pensamiento dominante. Para el marxismo, el concepto de
individuo y de sujeto era totalmente inválido. Debido a que, sólo existía una clase, obrera,
que luchaba en contra de la clase burguesa. No cabían los problemas individuales o
personales, sólo podían existir los problemas que representaban a la clase.
El marxismo para las mujeres tuvo otra significación; las anuló como clase social
agrupándolas, nuevamente, en el orden natural hombre-mujer; al hacer la división natural
del trabajo. Así, el marxismo consideraba que las mujeres pertenecían a una clase, ya sea la
burguesa o la clase obrera, es decir, a la clase que pertenecía su marido. No se podía
considerar a las mujeres como otro grupo u otra clase, la cual, también estaba siendo
oprimida, porque “el marxismo no tiene en cuenta que una clase también consiste en
individuos, uno por uno.” (p. 41). Los partidos políticos que obedecían a este sistema de
gobierno han reaccionado en contra de cualquier organización y manifestación que las
mujeres han emprendido, en su afán de reflexionar y formar una clase que se preocupe y
defienda sus propios problemas; acusándolas de “divisionismo” (p. 41) ya que, una vez las
mujeres unidas, según el marxismo, se divide la fuerza del pueblo.
Wittig afirma que, aunque parezca difícil definir a las mujeres según los conceptos de
individuo y clase, de acuerdo con el materialismo, se debe continuar con la tarea de
definición de las mujeres en la sociedad. Resolviendo la problemática de clase, el cual
consiste en determinar, que los problemas de sexualidad, por ejemplo, para las mujeres no
es un problema subjetivo, privado o individual; es una problemática, según Wittig, social,
de clase, que para las mujeres la sexualidad no es “una expresión individual y subjetiva,
sino una institución social violenta.” (p. 42). Dejando en el tintero la problemática del
sujeto individual, el cual correspondería a responder a la problemática que cada mujer. De
igual manera, Wittig propone desechar el mito de la mujer, como grupo natural, que no es
más que “un espejismo” (p. 42) que desenfoca los objetivos, el cual es, la destrucción de la
clase de los hombres, no como un exterminio, explica Wittig, sino por medio de la lucha
política e ideológica ya que una vez destruida la clase de los hombre, la clase de las mujeres
también desaparecerá.
Teniendo en cuenta lo anterior, se hace necesario leer los cuentos de Gabriel García
Márquez bajo la luz de Monique Wittig, para poder analizar en qué contextos los
personajes femeninos se encuentran en situaciones de desigualdad, debido a la ideología de
la diferencia de sexo y en qué otras circunstancias se pueden hallar en categoría de
diferencia o en categoría de oposición frente a los personajes masculinos. De igual manera,
cabe señalar los conceptos de la mujer como grupo natural, dado que unos de los personajes
femeninos, que nos disponemos a analizar, cumple con su papel de mujer reproductora y
matriarcal. Así mismo, develar la problemática de clase y si es posible, de sujeto individual
en los problemas que los personajes femeninos enfrentan mediante su sexualidad.
Roles de género
En los tres cuentos de Gabriel García Márquez, seleccionados para el presente trabajo
investigativo los personajes femeninos son representados a través de sus roles sociales.
Simone de Beauvoir (2013) hace mención de diferentes roles –condiciones o situaciones-
atribuidos a las mujeres a partir de su función sexual o reproductora. Entre estos, se
encuentran dos roles moralmente opuestos y definidos a mayor escala en la sociedad: la
mujer casada y la prostituta. Para el posterior análisis de los cuentos, se tendrán en cuenta
estos roles para estudiarlos a partir de los postulados de diferentes autoras feministas.
Desde un enfoque político, Monique Wittig (p.23) afirma que las mujeres reciben
un “destino” a cambio de pertenecer a una sociedad dominada por los hombres: cumplir
con su función de reproductora para satisfacer las tasas demográficas, sin dejar de lado el
sino más cruel: ser la mayor víctima de homicidios, torturas, maltrato físico y mental;
violaciones, y, por último, el rol social mayormente impuesto: ser esposa. Debido a la
enseñanza que se le imparte desde la niñez acerca de la institución del matrimonio, la mujer
ve esto como un beneficio, puesto que logra su reconocimiento y la inclusión dentro de una
colectividad.
1
Novelista e intelectual francesa cuya vida y obras representó un papel importante en el desarrollo del
feminismo. Fue profesora de Filosofía en Marsella, Ruán y La Sorbona. Después de la Segunda Guerra
Mundial, se convirtió en uno de los ejes del movimiento existencialista. En 1949, Simone de Beauvoir
escribió El segundo sexo, donde se describen las condiciones fisiológicas, históricas y psicológicas que han
afrontado las mujeres hasta la modernidad.
“objeto que se compra; para ella representa un capital que está autorizada a explotar”
(p.378), con miras a recibir una contribución masculina, la cual consiste en convertirla en
dueña de un hogar.
Por otra parte, Beauvoir expone que la fidelidad debe ser un sentimiento totalmente
espontáneo en los esposos, dado que “el deseo de dos amantes enamorados implica su
singularidad” (p.403), pues se hace necesario para el desarrollo de su amor sexual. Pero si
dicha fidelidad espontánea se disipa, se crea en torno a ella situaciones de hostilidad y ya
los amantes no desean alcanzarse porque entre ellos han nacido disgustos, indiferencias y
odio, Beauvoir dice que desaparece el atractivo erótico y la unión entre ellos pierde
significación. La sociedad tradicional considera que la desaparición del erotismo en la
pareja es un conmovedor producto del amor conyugal, el cual consiste en el surgimiento de
sentimientos hacia su esposo de ternura y respeto. Beauvoir, en cambio, afirma que esta
situación a la que llegan muchos matrimonios es lamentable, ya que los seres humanos
perfectamente libres no deberían atarse sino mediante la plenitud de la libertad y del amor.
(p.405).
Por otra lado, la autora anota que según el ideal de la sociedad tradicional, la mujer
encuentra en el matrimonio “la fuerza para vivir y el sentido de la vida” (p.406); por ello, se
propone analizar cómo este ideal se vierte en la realidad. Este ha sido materializado en el
deseo de tener una casa y ocuparse de ella, dado que la mujer, según el ideal, se esfuerza
por crear un ambiente armónico en el cual su esposo y sus hijos se sientan a gusto.
Beauvoir explica que este deseo no es más que la búsqueda de satisfacción que la mujer
siente ante la soledad frustrante y el deseo de conquistar un mundo doméstico que se le ha
permitido dominar: “la mujer está encerrada en la comunidad conyugal: para ella se trata de
transformar esa prisión en un reino” (p.407). Beauvoir dice que, para la mujer su hogar se
convierte en el epicentro del mundo y que incluso es la única verdad que ella puede llegar a
conocer.
Igualmente, Beauvoir manifiesta que para la mujer, el hogar es “la parte que le ha
correspondido en este mundo, la expresión de su valía social y de su verdad más íntima.
Como no hace nada, se busca ávidamente en lo que tiene” (pp.408-409). Se podría llegar a
considerar la posibilidad de comparar el carácter o la personalidad de la mujer con la
decoración de la casa, porque es ella quien elige los elementos para embellecer su hogar y,
a partir de ahí, pone de manifiesto los rasgos de su personalidad, la insatisfacción de su
vida erótica, y además el nivel de vida en la sociedad. Según el pensamiento tradicional, las
largas faenas domésticas (limpiar e ilustrar los muebles, lavar los pisos, arreglar la ropa)
producen en el ama de casa un placer de contemplación, al admirar su casa, su mundo,
reluciente y arreglado.
Beauvoir plantea que la mujer casada puede reconocer y resignarse ante la autoridad
de su esposo, pero ella no estará dispuesta a que éste trate de imponerle sus ideas, opiniones
políticas y creencias, cuanto más si van en contra de las que ella profesa. Ella le opondrá
“una tenacidad solapada” (p.438): podrá hacerle creer que ha tomado para sí las ideas de él,
recitarlas de memoria. Pero en su interior aún guardará su visión de mundo (p.439); a partir
de su situación de oprimida, buscará una autoridad que supere a las ideas de su esposo para
ridiculizarlo, contradecirlo, herirlo en su ego, inculcarle en su interior sentimientos de
inferioridad. Y a pesar de que en algunas situaciones le será imposible desafiar la
supremacía de su esposo, la mujer casada tratará de tomar su desquite, por ejemplo, en el
plano sexual, al darle celos, procurando humillar su virilidad. Según Beauvoir, hay una
ingenuidad masculina al creer que le será fácil sublevar la voluntad de su esposa.
La prostitución
Existe otro rol establecido en la sociedad con el cual también se condiciona el papel
de la mujer en la sociedad: la prostituta. De la misma manera que en el matrimonio, la
sexualidad de la mujer prostituta está destinada a presentarse como instrumento de servicio
para el hombre. No obstante, una de las diferencias, aclara Simone de Beauvoir, es que la
mujer casada se compromete para toda su vida con un solo hombre y la prostituta “tiene
varios clientes que le pagan por unidades” (p.313).
Desde un punto de vista antropológico, Dolores Juliano 1 afirma que uno de los
sectores especialmente estigmatizados que tienen que ver con el fenómeno de la migración
es la del trabajo sexual o la prostitución (2012). Además, Juliano cuestiona por qué se
restringe (legal o moralmente) el trabajo mercantil ofrecido por la prostituta en una
sociedad donde todo se encuentra mercantilizado. Esta estigmatización de la que habla
Juliano no solamente proviene del exterior sino que también afecta el fuero interno del
sujeto estigmatizado; es decir, al no nacer con la característica causante de la
discriminación a diferencia de otras colectividades discriminadas, la prostituta ha estado
fuera de ese contexto durante sus primeros periodos de vida, por ende, ya ha incorporado
para sí todo estereotipo discriminatorio relacionado con su función social antes de llevarla a
cabo. Dolores Juliano, al realizar un trabajo de primera mano con las trabajadoras sexuales
proporciona un discurso más certero donde convergen la experiencia de éstas y la
elaboración teórica de la antropología.
1
Antropóloga feminista. Profesora de la Universidad de Barcelona. Trabaja en temas de género y exclusión
social.
Así, la estigmatización surge como una conceptualización negativa de la migración
voluntaria; en cuanto a la prostitución, Juliano expone que desde la antigüedad este oficio
le sido atribuido a las mujeres extranjeras (2012, p. 118). No obstante, a las mujeres nativas
se les prohibía ejercer la prostitución; esta división entre mujeres deshonradas y mujeres
honestas implicaba un control de la sexualidad femenina que no interfería en la libertad
sexual de los hombres.
En este apartado trataremos la crítica literaria feminista desde el punto ideológico; es decir, a
partir del estudio critico acerca de las “lecturas feministas de textos donde se consideran […]
estereotipos de la mujer en la literatura, las omisiones y las falsas concepciones sobre las
mujeres en la crítica y la mujer-como-signo- en los sistemas semióticos” (Showalter, 1981, p.
245). La crítica literaria feminista surgió en Norteamérica a partir de las investigaciones
llevadas a cabo por mujeres que procedían de distintas áreas relacionadas con la literatura y
sus instituciones; además, habían aportado su participación en el movimiento feminista de
la década de los 60. Así, desde un primer momento la crítica literaria feminista se centró en
el estudio de las imágenes y estereotipos de la mujer en la literatura escrita por hombres.
En su ensayo “Introducción a la crítica literaria feminista” (2000), Laura Borrás
expone que la literatura es una disciplina que reproduce muestras de desigualdades de
género, las cuales contribuyen a la percepción social entre hombres y mujeres. Por ello, un
enfoque feminista sobre la literatura “tiene que transformarse en una mirada escrutadora
que le piensa, que la pondera, la refleja, la siente y la asimila en el preciso territorio de la
mente” (p. 17). Borrás señala que para hablar de feminismo y de crítica literaria feminista
es importante comprender cómo se ha considerado la interpretación literaria como un acto
político, puesto que la hermenéutica se ha politizado a partir de las relaciones de dominios
entre hombres y mujeres. Borrás plantea que la crítica literaria feminista responde a la
manera en que las ideologías de género se reflejan en los textos literarios. Así, “la crítica
literaria feminista centra su atención en temas literarios tales como: lenguaje/discurso,
textualidad, autores…” (p.19). Existen cuatros puntos clave de la crítica literaria feminista.
En primer lugar, la revisión de la historia literaria en relación con los asentimientos
patriarcales; n segundo lugar, la restauración de la visibilidad de las mujeres escritoras; en
tercer lugar, la creación de pautas de lectura para una lectora de productos creados por
hombres; y por último, el despertar de la participación de lectoras y lectores feministas.
Según Borrás, la primera crítica literaria feminista
surgió como una crítica del “contenido”, es decir, de la ideología patriarcal en la
presentación de la imagen de las mujeres en las obras literarias. La segunda etapa surgió “a
partir del descubrimiento de la coherencia temática e histórica de la literatura escrita por
mujeres” (p.21), la cual ha sido oscurecida por valores patriarcales dominantes.
Kate Millet (1969), con su libro Política
sexual, instauró nuevas formas de lectura y una nueva mirada crítica ante los textos
literarios; además, estableció un análisis relacional entre lucha de las mujeres por la
igualdad en el mundo real con la censura del sexismo en el mundo ficcional de la literatura
y las críticas patriarcales. Millet planteó de manera definitiva el término "patriarcal" como
categoría válida de análisis. Millet expone que el patriarcado existe como “una
‘colonización interior’ […] más uniforme, rigurosa y tenaz que la estratificación de clases”;
así, “el dominio sexual es tal vez la ideología más profundamente arraigada en nuestra
cultura” (p. 70), lo cual, afirma Millet, se debe al carácter patriarcal de la sociedad y de
todas las civilizaciones históricas. Cabe señalar, a partir de
lo expuesto por Kate Millet, que todas las vías del poder se encuentran por completo bajo el
dominio masculino. Por otra parte, la autoridad atribuida a la religión; los principios
axiológicos de la ética, la filosofía y el arte son también de fabricación masculina. Así,
Millet expone a la superioridad masculina como un prejuicio que al recibir el beneplácito
general, garantiza a los hombres una posición superior en la sociedad. Además, Millet
plantea que los caracteres de las categorías sexuales (masculina y femenina) se desarrollan
según:
[…] ciertos estereotipos basados en las necesidades y en los valores del grupo dominante y dictados
por sus miembros en función de lo que más aprecian en sí mismos y de lo que más les conviene
exigir de sus subordinados: la agresividad, la inteligencia, la fuerza y la eficacia, en el hombre la
pasividad, la ignorancia, la docilidad, la «virtud» y la inutilidad, en la mujer (Millet, 1969, p. 72).
De este modo, Kate Millet realiza una crítica literaria de las obras de autores masculinos
como D. H Lawrence, Henry Miller y Norman Mailer; quienes proponen de manera
consciente la opresión sexual. La lectura crítica de Millet considera todas las marcas
textuales donde se muestre el funcionamiento de la ideología patriarcal.
Las bases teóricas de esta investigación se tornan amplias, puesto que, la finalidad
de ésta es la construcción de una nueva consideración literaria, que integre una perspectiva
crítica y de estudios de género en los textos seleccionados de la narrativa de Gabriel García
Márquez, donde aparecen figuras femeninas de manera estereotipada o según una visión
patriarcal. Por ello se ha optado proponer una nueva lectura de los personajes femeninos de
los cuentos donde adquieren una repercusión primaria en el argumento y se puedan
observar desde las categorías de análisis anteriormente mencionadas. Así, las anteriores
categorías sirven como base para señalar a manera de estructura en el análisis de los
cuentos, el rol representado por los personajes femeninos y los estereotipos de género.
Se estudió el concepto de sexualidad a partir de los estudios
históricos de Michel Foucault (1998) quien realiza un recorrido un planteamiento
referencial acerca de cómo se ha erigido una normatividad en torno a “la mujer” desde un
discurso antropológico, médico y psicológico. A pesar de no ser feministas, las teorías de
Foucault sirven como base para reconocer los discursos que se han instaurado en torno a
la sexualidad. Desde la época victoriana, la sexualidad femenina se ve abocada a la función
reproductora y a partir de su sexualidad se le atribuye a la mujer un rol dentro de la familia
conyugal.
En cuanto a los discursos sobre el sexo, Foucault señala que estos implican
poder, lo cual a su vez conlleva orden y represión de ciertas conductas “anormales” en la
sociedad. Así, los individuos se ven obligados a cumplir ciertas normas sociales que surgen
de los discursos de las más altas esferas del poder como lo es: la Iglesia, la ciencia o la
medicina y los poderes socio-políticos. Según Foucault (p.47), la expresión de la sexualidad
requiere, pues, mayor elocuencia por parte de los individuos, debido a la apremiante
“voluntad de saber” la cual permitiría una emancipación. Así como se manifiesta en los
relatos de la presente investigación.
En “Buen viaje, señor presidente”, Lázara Davis hace referencias en cuanto a su
deseo sexual o dichas expresiones son puestas en el personaje por quien narra (cita, cuento).
La atmosfera del relato “Sólo vine a hablar por teléfono”, refiere la posible causa de una
acción punitiva asociada a la conducta –presuntamente inmoral- de la protagonista. La
sexualidad de la prostituta “María dos Prazeres”, es vista desde una perspectiva excéntrica
debido a la edad de dicho personaje. Por consiguiente, con el fin de analizar estos
elementos narrativos de los cuentos mencionados, se tendrán en cuenta los aspectos
teóricos de Michel Foucault.
Monique Wittig (2006), refiere como base del género “el pensamiento heterosexual”
(p.23), en el cual los hombres ejercen su dominio mediante el contrato matrimonial. El
convenio del matrimonio se observa en los cuentos “Buen viaje, señor presidente” y “Sólo
vine a hablar por teléfono”. Según la narración de los dos relatos, la unión se realiza de
manera consensuada entre hombre y mujer; sin embargo, en cada uno de estas relaciones de
género surgen algunas vicisitudes que permiten vislumbrar componentes del pensamiento
heterosexual.
Tal cómo se mencionó anteriormente, existe otro rol que se encuentra en oposición
moral al de la mujer casada y es el de la prostituta. El rol de la trabajadora sexual, es el peor
visto en la sociedad pero el que encausa más la hipocresía por parte de los discursos de
poder, como lo expuso Michel Foucault. La prostitución, según Simone de Beauvoir
(2013), debe su permanencia a la demanda masculina que promueve simultáneamente la
oferta de las mujeres dedicadas a este oficio.
En “María Dos Prazeres”, una prostituta de setenta y seis años mantiene su función
de trabajadora sexual de manera esporádica con un único cliente durante el relato a quien
lleva atendiendo durante muchos años bajo el crepúsculo de una amistad longeva,
diferencias políticas y el hábito de la clandestinidad. Algunos de estos aspectos son
comunes y corrientes y bien vistos desde el punto de vista del estereotipo; no obstante, la
edad, la aparente inminencia de la muerte, la atmosfera lúgubre de la política y el
redescubrimiento del placer carnal requieren ver el rol desempeñado por este personaje
femenino desde una nueva lectura fundamentada en los preceptos teóricos y antropológicos
de autoras feministas.