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Gabriel García Márquez: Mujeres, escritura y peregrinaje

Gabriel García Márquez, nacido en Aracataca en 1927 y fallecido en México, D.F.


en el 2014, además de ser periodista y guionista de cine, fue uno de los escritores
latinoamericanos más representativo de los últimos tiempos. Es considerado como el mayor
exponente del movimiento literario llamado “realismo mágico”. Publicó su obra maestra,
Cien años de soledad, en 1967 y en el año 1982 obtuvo el Premio nobel de Literatura.

En este apartado, se elaboran aspectos de la biografía de Gabriel García Márquez y


un breve repaso de su labor escritural durante su permanencia por Europa; además, nos
enfocaremos en su relación con las mujeres, especialmente con la española María
Concepción Quintana. Esta breve reseña biográfica del autor nos permitirá divisar algunas
particularidades del escritor colombiano en cuanto a la relación de su obra literaria y los
viajes por el viejo continente y las; debido a que los Doce cuentos peregrinos han sido
escritos e influenciados por este espacio geográfico, hemos optado por omitir otros rasgos
de la biografía de García Márquez, mientras residía y trabajaba en América, ya sea en su
país natal Colombia o el adoptivo: México.

De este modo, sabemos que en su labor como reportero para periódico El


espectador, Gabriel García Márquez viajó a Europa en 1955. Al pasar por Ginebra redactó
artículos de índole política, relacionados con la Posguerra de la Segunda Guerra Mundial.
Sus textos estaban dotados de un toque literario que le permitía demostrar que “las noticias
no eran obra de las celebridades, sino de los periodistas que las seguían y las convertían en
‘historias’” (Martin, 2009, p.220). La primera temporada de García Márquez en Europa le
dejó una profunda impresión y sería necesario para él regresar a América Latina para poder
apreciar en retrospectiva lo que había presenciado en Ginebra, Roma y París.

Antes de dejar Ginebra, García Márquez se sintió motivado para seguir con su
cometido de aprovechar su experiencia en Europa, al recibir una carta de Mercedes Barcha,
su prometida desde hacía unos años, en respuesta a una que él le había enviado. A finales
de julio, viajó a Roma con la finalidad de cubrir la XVI Muestra de Arte Cinematográfico
de Venecia. Luego de un breve paso por varios países europeos, García Márquez regresó a
Italia desde donde emprendió una enigmática peregrinación en tren hacia París, tal como lo
comenta uno de sus biógrafos, Gerald Martin (2009, p.229):

Cuando un latinoamericano se aburre en Europa y no sabe lo que hacer, toma un tren a


París. No era lo que García Márquez se había propuesto, pero es lo que hizo cuando se
acercaban los últimos días de 1955. […] Su tren llegó más allá de la medianoche de un día
lluvioso poco antes de Navidad. Tomó un taxi. La primera imagen de la ciudad fue una
prostituta en una esquina próxima a la estación, resguardada bajo un paraguas naranja. […]
Permanecería en París casi dos años exactos.

Durante su permanencia en esta ciudad, experimentó una serie intermitente de


penurias económicas debido al cierre de los periódicos para los cuales trabajaba en
Colombia. En primer lugar, El espectador había sido cerrado por orden directa del
expresidente Gustavo Rojas Pinilla; luego, “el 15 de febrero de 1956 se había presentado un
nuevo periódico, El Independiente, […] seis semanas después del cierre de [El espectador]”
(Martin, 2009, p.233), pero este también cerró, dejando al escritor colombiano sin actividad
laboral por un periodo aproximado de un año. Desde esa precariedad, García Márquez
logró escribir El Coronel no tiene quien le escriba.

La perspectiva “peregrina” del apunte bio-bibliográfico sobre García Marquez que


examinamos en esta investigación es de especial interés para nosotros, pues gran parte de la
obra del autor colombiano –no solamente Doce cuentos peregrinos- estuvo marcada por
su relación con Europa, sobre todo con la capital francesa, puesto que significó un punto
álgido para su vida y trabajo literario. Además, desde allí el escritor colombiano revela
vivencialmente su visión de mundo referente a las mujeres que formaron parte de su ficción
y realidad. A partir de las reflexiones que surgen de la relación entre el escritor y su vida
personal se infieren ciertas posturas reflejadas en su visión de las mujeres en su obra
literaria. Como ejemplo de esto, Gerald Martin relata que en una entrevista concertada con
el escritor colombiano, este se negó a proporcionar detalles sobre su relación con la actriz y
poeta española María Concepción Quintana, conocida como Tachia, con quien estableció
una relación temporal durante su estancia en París a inicios del año 1956. Respecto a ello,
García Márquez se pronunció: «“todo el mundo tiene tres vidas: la pública, la privada y la
secreta”» (Martin, 2009, p.241). Su vida íntima, en palabras de García Márquez a Gerald
Martin, se podría deducir mediante el análisis de sus obras.

Martin expone que obtuvo una versión alternativa de la historia de esta relación,
menos reticente que la de García Márquez, por parte de Tachia Quintana. Más allá de las
vicisitudes que pudieron afrontar en su breve vida de pareja, Tachia revela ciertos datos
importantes e interesantes, por su carácter intimista, sobre el proceso de creación del autor
colombiano. Durante esta época de su vida, la escritura de García Márquez “era una
experiencia agónica, y los planteamientos nunca parecían avanzar por el rumbo previsto”
(Martin, 2009, p.242). La relación entre el escritor colombiano y la actriz española fracasó
debido a las insuficiencias económicas y constantes disputas afrontadas por ellos durante
esa etapa en París. García Márquez había quedado desempleado tres semanas después de
conocerse con Tachia, quien quedó embarazada de él dos meses más tarde. Sin embargo,
las peleas se hicieron cada vez más frecuentes, pues ella trabajaba durante su embarazo,
mientras él permanecía en casa escribiendo y no le ayudaba con los quehaceres domésticos:
“Tachia no debía quejarse de que no trabajara para mantenerla, porque [él] estaba dispuesto
a arrostrar cualquier padecimiento mientras escribía su libro” (Martin, 2009, p.243).

La necesidad de independencia de Tachia se vio sometida por la vocación literaria


de García Márquez. A pesar de la buena voluntad de los dos por tener un hijo, lo perdieron
a los cuatro meses de embarazo. Así, dieron por terminada una relación condenada al
fracaso y a una temporal miseria pues, en medio de estas circunstancias, se germinaba una
novela inspirada en cierta medida por las dificultades afrontadas en la relación entre un
hombre y una mujer. Sin embargo, García Márquez nunca ha reconocido que El coronel no
tiene quien le escriba estuviese basada, de manera casi directa, “en el drama que Tachia y
él vivieron en ese periodo” (Martin, 2009, p.247).

Diez años después, García Márquez, ya casado con Mercedes Barcha, viajó en
familia a Barcelona. En este entonces, el escritor colombiano había obtenido prestigio
gracias a la publicación de su novela Cien años de soledad y había adquirido una postura
política firme. Por esta razón, a muchas personas les pareció inoportuno el viaje a España,
pues él había manifestado su aversión frente a la dictadura de Franco. García Márquez
había vivido en México, país latinoamericano que reflejaba más hostilidad hacia el régimen
español. No obstante, la atmosfera dictatorial de España en 1967 le habría de servir para
ambientar algunos de sus relatos. Residió en Barcelona hasta 1973, cuando regresó a
México para permanecer hasta el fin de sus días allí, sin dejar de viajar y consagrarse como
escritor.
Marco teórico

A manera de estructura y con el fin de señalar, en el análisis de los cuentos, el rol


representado por los personajes femeninos y los estereotipos de género figurados en estos el
contenido del presente trabajo investigativo se desarrolla a partir de fundamentos teóricos
abarcados en cuatro categorías de análisis. En primer lugar, se espera resaltar el concepto
de sexualidad, partir de los estudios de Michel Foucault; estudios de género, a partir de los
preceptos de Judith Butler, su teoría de actos performativos y los estudios sobre el
pensamiento heterosexual de Monique de Wittig; los roles de género, desde la postura de
Simone de Beauvoir acerca de la mujer casada y la prostituta, para este último rol se
tendrán en cuenta, además, las investigaciones de la antropóloga Dolores Juliano; y por
último, conceptos acerca de la crítica literaria feminista desde los puntos de vista de Laura
Borrás y las consideraciones literarias de Kate Miller.

Sexualidad

Con el fin de abarcar desde una perspectiva general el concepto de sexualidad


resulta útil para el análisis de esta investigación, el trabajo de Michael Foucault 1; aunque
cuyas teorías no son esencialmente feministas, permiten acceder a un planteamiento
referencial acerca de cómo se ha erigido una normatividad en torno a “la mujer” desde un
discurso antropológico, médico y psicológico. Foucault en Historia de la Sexualidad I: La
voluntad de saber (1998), señala la multiplicidad de discursos que han sido creados en
torno a la sexualidad. Foucault afirma que el condicionamiento de esta se inició durante la
época victoriana2 en la que las transgresiones y los discursos sin pudor eran censurados
mediante la invención de un sistema de control que lograra mantener el orden de las

1
Michel Foucault (1926-1984). Filósofo, activista político y docente universitario francés. Estudió en Le
Ecole Normale Superiore. En el año 1976 publicó el primer volumen de Historia de la sexualidad. La
voluntad de saber.
2
Periodo monárquico ocurrido en el siglo XVIII donde el decoro y los modales exquisitos eran los más altos
valores morales. Desde las más altas esferas del poder se promulgaba una atmosfera de alta moralidad
basados en ideales y reformas sociales. Cabe señalar que en este periodo, el sometimiento a las mujeres
alcanzó su punto más álgido, puesto que estas permanecían sometidas o representadas socialmente por sus
maridos.
poblaciones, imponiendo vigilancia en su sexualidad: “[…] la sexualidad es
cuidadosamente encerrada. Se muda. La familia conyugal la confisca. Y la absorbe por
entero en la seriedad de la función reproductora. En torno al sexo, silencio” (p.6). De este
modo, la sexualidad es confinada a la función reproductora, a un factor utilitario y
reconocido por su trascendencia: la fertilidad.

Seguidamente, Foucault (p.7) afirma que el incremento de la opresión “se lo lleva a


coincidir con el desarrollo del capitalismo […]. La pequeña crónica del sexo y sus
vejaciones se transpone de inmediato en la historia ceremoniosa de los modos de
producción”. Explica además que la libertad sexual era totalmente incompatible con la
producción laboral. Los placeres sexuales eran negados y reducidos a su única función
autorizada, la cual consistía en la reproducción y consecuentemente con el sostenimiento
del régimen. Por esta razón, Foucault explica que la invención de los discursos que se han
ido creando alrededor del sexo, no son más que discursos inocuos, llenos de precauciones,
con el fin de mantener el control de las masas y evitar su desbordamiento; sostiene que
“con toda legitimidad se encuentra enlazada con el honor de una causa política” (p.7).

Foucault plantea que debido a todo este control, cuando un locutor habla del sexo y
de su represión, comete una transgresión deliberada, pues es consciente de que desafía el
orden impuesto, que su actuación es subversiva, por lo que su tono de voz lo evidencia.
Foucault (p.7) denomina a esto el beneficio del locutor, que consiste en:

Hablar contra los poderes, decir la verdad y prometer el goce; ligar entre sí, la iluminación,
la liberación y multiplicadas voluptuosidades; erigir un discurso donde se unen el ardor del
saber, la voluntad de cambiar la ley y el esperado jardín de las delicias: he ahí
indudablemente lo que sostiene en nosotros ese encarnizamiento de hablar del sexo en
términos de represión. (p.8)

De acuerdo con lo anterior, el autor propone un análisis de la proliferación de los


discursos que existen en torno al sexo y sostiene que:

[…] el punto importante no será determinar si esas producciones discursivas y esos efectos
de poder conducen a formular la verdad del sexo o, por el contrario, mentiras destinadas a
ocultarla; sino aislar y aprehender “la voluntad de saber” que al mismo tiempo les sirve de
soporte y de instrumento. (p.10)
Es decir, no es la obligada reticencia al hablar del sexo lo que Foucault estudia sino
de la fascinación que existe en el oprimido al hablar de su opresión. Expone cómo los
distintos poderes incitan a hablar del sexo, pero desde la prohibición. El sexo se suprime
primero desde el campo del lenguaje, mediante interdicciones que temen nombrarlo,
pudiéndose así controlar su libre circulación en el discurso, su proscripción de lo que se
dice y la eliminación de las palabras que lo revelan con vehemencia.

Foucault explica que se idearon sistemas que pretendían mantener el orden de las
poblaciones mediante el control de su sexualidad y de allí surgió el discurso religioso, el
discurso de la justicia penal y el discurso de la medicina. Estos tres discursos están unidos
por una matriz compuesta de una extrema vigilancia y censura sobre las diferentes
manifestaciones de sexualidad: la unión legítima de esposos, la familia, los sodomitas y el
paciente médico. Estos discursos “fijaban, cada uno a su manera, la línea divisoria de lo
lícito y lo ilícito” (p.24), teniendo como objetivo común las relaciones matrimoniales. La
Iglesia, por su parte, imponía valores normativos al comportamiento sexual humano, los
cuales señalaban al sexo extra y prematrimonial como inmoral y vergonzoso.

Así se instaló un silencio opresivo en las conversaciones o discursos emitidos por


los individuos; se creó una serie de códigos en la que se califica y se cifra las diversas
formas de la sexualidad. Por ejemplo, en la Edad Media se crearon manuales de confesión
con la finalidad de pormenorizar la causa del pecado y con ello, alcanzar la expiación total;
en ellos se requería especificar “[…] posición respectiva de los amantes, actitudes, gestos,
caricias, momento exacto del placer […]” (p.14); de esta manera, se dio lugar a los
confesionarios que a su vez eran discursos incitados. La religión creó no sólo el discurso
canónico, es decir, palabras, gestos, silencios e insinuaciones alrededor de la sexualidad;
sino también mandamientos –de la abstinencia, el pecado de la carne–, el derecho de la
expiación, faltas, lugares y funciones que consistían en escuchar dichos discursos. Sin
embargo, Foucault plantea que no obstante, la obstinación de la Iglesia en intervenir en la
sexualidad conyugal y rechazar los “fraudes” a la procreación ha disminuido en los últimos
doscientos años.

A pesar del inminente fracaso de la Iglesia en lo que respecta al discurso de la


sexualidad, Foucault (p.28) expone que la medicina también tiene su discurso sobre la
sexualidad, y ha articulado una tecnología de lo patológico relacionada con el estudio de los
placeres conyugales. Así, los comportamientos se contemplan desde una perspectiva
sintomática que conllevan signos de disfuncionalidad. Foucault asegura que se ha creado
una clasificación de las prácticas sexuales, las cuales se integran, a su vez, con las causas de
las perturbaciones mentales, lo que implicaría la posterior intervención de la psiquiatría en
el tratamiento de las perversiones sexuales.

En cuanto a lo político, Foucault (p.16) expresa que es necesario un discurso sobre


el sexo para el funcionamiento de cualquier mecanismo de poder. Se manifiesta una
necesidad de incitar al discurso en el ámbito político y económico; acerca de ello, afirma:
“Y no tanto en forma de una teoría general de la sexualidad, sino en forma de análisis,
contabilidad, clasificación y especificación, en forma de investigaciones cuantitativas o
causales” (p.17). Es decir, el discurso sobre la sexualidad se revela como un “problema
económico” que requiere un proceso administrativo y un discurso analítico. Para una
óptima funcionalidad y el bienestar común, este discurso deber ser reglamentado e
implantado mediante un procedimiento utilitarista.

En este problema político centrado en el sexo, la población es el objeto principal de


análisis, en la que se estudian los fenómenos específicos y sus correspondientes variables:
“natalidad, morbilidad, duración de la vida, fecundidad […], la tasa de natalidad, la edad
del matrimonio, los nacimientos legítimos e ilegítimos, la precocidad y la frecuencia de la
relaciones sexuales […]” (pp.17-18). Foucault (p.18) expone que el uso que cada individuo
le da a su sexualidad es un determinante para la prosperidad de la sociedad a la cual
pertenece; así pues, “la conducta sexual de la población es tomada como objeto de análisis
y, a la vez, blanco de intervención”.

Foucault (p.24) explica que la sexualidad ha sido vista a través de los tiempos como
el vehículo que conlleva al desenfreno y al desorden de los individuos de una sociedad. Por
ese motivo, una serie de reglas y de prohibiciones ha sido creada con el fin de regular el
comportamiento sexual. Se ha llegado al punto de convertir al placer en una sensación
ilícita, y que por tal razón debe ser controlada, encerrada, confiscada y delegada a la pareja
legítima, la familia conyugal y procreadora. Esta función debe cumplirse con un manual de
instrucciones que manifiesta el uso de la sexualidad, los lugares y las maneras en que se
deben hacer las caricias con el fin de no ser vistas como inútiles o indebidas.

Foucault considera que esta obstinación de los sistemas de poder por enfocarse en
las prohibiciones acerca de los placeres se esconde tras una falaz indiferencia.
Seguidamente, expone que la transgresión de las leyes respecto a la sexualidad tendría lugar
mediante la anulación de prohibiciones, el uso impetuoso del discurso, el retorno del placer
a la realidad y una nueva administración de los mecanismos de poder. Así, se eliminarían
los tabúes en cuanto al sexo y se presentaría un nuevo uso de la palabra más vehemente en
el que la sexualidad no permanecería oculta sino que podría ser tomada como soporte de la
verdad.

Género

El análisis de los tres cuentos de García Márquez, objeto de estudio del presente
trabajo investigativo, requiere un abordaje desde el punto de vista de los estudios de género.
Según la filósofa Judith Butler 1, en su artículo titulado en “Actos performativos y
constitución del género” (1990), el género es una de las clasificaciones sociales que se
construye con el fin de controlar el pensamiento y el comportamiento social, asignándole a
cada ser un cuerpo y junto con él un libreto conformado por una serie de actos, previamente
producidos para ser aprendidos y reproducidos por cada individuo, que asume una
identidad construida. Butler (p.297) explica desde un punto de vista semántico y
pragmático, que el género no puede ser una identidad permanente debido a que está
débilmente construido en el tiempo como una “repetición estilizada de actos”.

De este modo, una identidad basada en el concepto de género se advierte como la


ilusión de “un yo generado permanente”, constituido por las normas que rigen sus gestos y
movimientos corporales. Lo que Butler indica es que la identidad construida a partir del
concepto de género se instituye sólo por una repetición “estilizada” de actos discontinuos,
la cual recibe la “apariencia de sustancia”, resultado de la actuación y creencia de esta, por
parte de una audiencia mundana, incluyendo a quienes llevan a cabo el papel.
1
Filósofa post-estructuralista dedicada a analizar el papel del feminismo, el género y el sexo en la sociedad
contemporánea. Actualmente, ocupa la cátedra Maxine Elliot de Retórica, Literatura comparada y Estudios
de la mujer, en la Universidad de California, Berkeley. Ha realizado importantes aportaciones en el campo del
feminismo, la Teoría Queer, la filosofía política y la ética.
Butler examina cómo los actos corporales performativos construyen el género y las
posibilidades de transformación cultural de éste. Conforme a lo que dice Simone de
Beauvoir respecto a que “la mujer es un una idea histórica y no un hecho natural”, Butler
advierte en esto una clara distinción entre sexo, hecho biológico, y género, interpretación
cultural o significación de este hecho. “Ser mujer es convertirse en una mujer, es decir,
obligar al cuerpo a volverse un signo cultural […], hacerlo como proyecto sostenido y
repetido” (p.300). Así, quienes no realizan bien la distinción de su representación de género
pueden asumir consecuencias punitivas.

Si no hay actos que representen el género, no hay idea de género. Butler (p.301)
manifiesta que existe un consentimiento implícito en la sociedad en representar, producir y
sustentar la división de género diferente. Más adelante señala que “el género no es una
elección radical, ni un proyecto […] individual”, pero tampoco es una acción pública
impuesta sobre él, sino que el cuerpo sexuado –como en una obra teatral– lleva a cabo su
interpretación dentro de los confines de un espacio corporal culturalmente restringido
(p.308). A partir de las acciones performativas de un individuo, el género se manifiesta más
allá de un papel que disfraza a un alter ego sexuado o no. Más bien, es un acto que
construye una ficción social que instaura en cada individuo una interioridad psicológica
(p.310).

A su vez, Monique Wittig 1, en su libro El pensamiento heterosexual y otros ensayos (año),


plantea, que la categoría de sexo o la ideología de la diferencia sexual es el resultado de la
imposición del pensamiento dominante hacia el comportamiento de hombres y mujeres en
la sociedad, “poniendo a la naturaleza como su causa” (p. 22). Esto quiere decir que
biológicamente mujeres y hombres son diferentes debido a que según la biología, la mujer
debe ser subyugada y el hombre debe ser biológicamente su opresor. De igual manera como
sucedió en la época de la esclavitud, explica Wittig, la clase dominante (amos blancos)
justificaba la división social a través de las diferencias naturales (color de piel).

1
Monique Wittig (1935 - 2003) fue una escritora francesa y teórica feminista. Estudió en la Universidad de
París. Colaboró con Simone de Beauvoir y la economista socialista Christine Delphy en la revista Questions
feministes. En 1976 fijó su residencia en Arizona, Estados Unidos, donde trabajó como profesora
universitaria. Fue una de las escritoras clave en el contexto de las teorías y las prácticas ligadas a la liberación
de las mujeres.
Wittig expone que la ideología de la diferencia sexual está tan inmersa o hace parte de la
realidad social que difícilmente las mujeres logran identificar situaciones de discriminación
u opresión, que “ante la realidad desnuda y cruda rechazan creer que los hombres las
dominan conscientemente” (p. 23); dado a que este discurso, el de la categoría de sexo, es
reinventado y reforzado constantemente, mediante la difusión de un conjunto de datos y de
hechos históricos que han cubierto todo el pensamiento de los hombres, y sobre todo, el de
las mujeres; haciendo de ello una construcción social y política. ¿Cuál es este pensamiento,
cuestionado por Wittig, que no abarca ni un ápice de cuestionamiento acerca de su
fundamento constitutivo?; “este pensamiento es el pensamiento dominante. Este
pensamiento afirma que existe un ‘ya ahí’ de los sexos, algo que precede a cualquier
pensamiento, a cualquier sociedad. Este pensamiento es el pensamiento de los que
gobiernan a las mujeres” (p. 24).

Según lo anterior, cabe preguntarse: ¿cómo opera la categoría de sexo en la realidad de las
mujeres?; o ¿de qué manera se evidencia la ideología de la diferencia sexual en mujeres y
hombres? Según lo planteado por Wittig, el pensamiento dominante a causa de la biología,
como se abordó anteriormente, establece para la mujer un destino el cual debe obedecer
adhiriéndose al hombre, por medio del matrimonio, y la reproducción “puesta a nombre del
marido” (p. 27); dicho en otras palabras, las mujeres han sido enmarcadas en la
heterosexualidad, siendo ellas las únicas responsables de la reproducción de la especie
heterosexual y sometidas al cumplimiento del contrato matrimonial; coito forzado, criar a
los hijos, hacer las tareas del hogar; demostrando así, que toda su persona física pertenece
al marido. De modo que la categoría de sexo ha sexualizado el espíritu, los gestos y los
actos de las mujeres; al hacer de ella un objeto disponible para el uso del hombre. Afirma
Wittig, que “las mujeres son muy visibles como seres sexuales, pero como seres sociales
son totalmente invisibles […]” (p. 28), determinando así su esclavitud; al controlar su
pensamiento negándoles la posibilidad de crear un pensamiento fuera de esta categoría.

Por otra parte, Wittig afirma, que a través de la lucha emprendida por las mujeres, la
categoría de sexo pierde su punto de equilibrio; debido a que, por medio de ella se
desmantela y pone de manifiesto la causa de la división social (no biológica) en la relación
entre mujeres y hombres; a lo que Wittig denomina como categorías de oposición, que es
manifestada justo en la revuelta o en la lucha, ya que sin pugna ésta categoría no tiene lugar
y sólo existiría la categoría de diferencia. Por tanto, las mujeres, una vez entendido que el
pensamiento dominante ha utilizado como argumento falaz los aspectos biológicos de
hombres y mujeres, haciéndoles creer que según su naturaleza, ellas deben ser sometidas;
deben cauterizar este pensamiento que las oprime y declararse en pie de lucha.

A su vez, Monique Wittig plantea la dicotomía de si las mujeres pertenecen a un “grupo


natural” (p. 31) o si son producto de una construcción social. La autora afirma que, la mujer
concebida como grupo natural (reproductora de la especie) es un mito que ha sido creado
para la opresión de las mujeres, y que sus mentes y sus cuerpos han sido manipulados para
el cumplimiento de esta norma; que sumerge cada vez más a las mujeres en la desigualdad.
De ahí que, para algunas feministas, la premisa a defender es “la creencia en un derecho
materno y en una prehistoria en la que las mujeres habrían creado la civilización (a causa de
su predisposición biológica) […]” (p. 32), refiriéndose al matriarcado, no siendo
conscientes según Wittig, que con ese discurso propagan el pensamiento dominante, el cual
asevera que “[…] la capacidad de dar a luz (o sea, la biología) es lo único que define a una
mujer” (p. 33).

Volver a la idea del matriarcado, no asegura la libertad de las mujeres, debido a que en él
se siguen manteniendo las categorías de sexo (mujeres y hombres), es decir, la necesidad de
una sociedad heterosexual. Defender la idea de la mujer como grupo natural, como ente
biológicamente superior que los hombres; sería naturalizar la historia (p. 33), lo que traería
como consecuencia la permanencia de la opresión. Destacando de esta manera, afirma
Wittig, la falsa conciencia al seleccionar los rasgos más agradables que definen a la mujer,
de acuerdo con las características que el pensamiento dominante suministra.

Por otra parte, Wittig plantea que, al dejar atrás el concepto de la mujer como grupo
natural, se emprendió por la definición de individuo y de clase como una nueva
problemática la cual debía ser abordada, para la interpretación del papel de las mujeres
dentro de la sociedad; intentando agrupar a las mujeres dentro de una clase para así
emprender la lucha contra el pensamiento dominante. Para el marxismo, el concepto de
individuo y de sujeto era totalmente inválido. Debido a que, sólo existía una clase, obrera,
que luchaba en contra de la clase burguesa. No cabían los problemas individuales o
personales, sólo podían existir los problemas que representaban a la clase.

El marxismo para las mujeres tuvo otra significación; las anuló como clase social
agrupándolas, nuevamente, en el orden natural hombre-mujer; al hacer la división natural
del trabajo. Así, el marxismo consideraba que las mujeres pertenecían a una clase, ya sea la
burguesa o la clase obrera, es decir, a la clase que pertenecía su marido. No se podía
considerar a las mujeres como otro grupo u otra clase, la cual, también estaba siendo
oprimida, porque “el marxismo no tiene en cuenta que una clase también consiste en
individuos, uno por uno.” (p. 41). Los partidos políticos que obedecían a este sistema de
gobierno han reaccionado en contra de cualquier organización y manifestación que las
mujeres han emprendido, en su afán de reflexionar y formar una clase que se preocupe y
defienda sus propios problemas; acusándolas de “divisionismo” (p. 41) ya que, una vez las
mujeres unidas, según el marxismo, se divide la fuerza del pueblo.

Wittig afirma que, aunque parezca difícil definir a las mujeres según los conceptos de
individuo y clase, de acuerdo con el materialismo, se debe continuar con la tarea de
definición de las mujeres en la sociedad. Resolviendo la problemática de clase, el cual
consiste en determinar, que los problemas de sexualidad, por ejemplo, para las mujeres no
es un problema subjetivo, privado o individual; es una problemática, según Wittig, social,
de clase, que para las mujeres la sexualidad no es “una expresión individual y subjetiva,
sino una institución social violenta.” (p. 42). Dejando en el tintero la problemática del
sujeto individual, el cual correspondería a responder a la problemática que cada mujer. De
igual manera, Wittig propone desechar el mito de la mujer, como grupo natural, que no es
más que “un espejismo” (p. 42) que desenfoca los objetivos, el cual es, la destrucción de la
clase de los hombres, no como un exterminio, explica Wittig, sino por medio de la lucha
política e ideológica ya que una vez destruida la clase de los hombre, la clase de las mujeres
también desaparecerá.

Teniendo en cuenta lo anterior, se hace necesario leer los cuentos de Gabriel García
Márquez bajo la luz de Monique Wittig, para poder analizar en qué contextos los
personajes femeninos se encuentran en situaciones de desigualdad, debido a la ideología de
la diferencia de sexo y en qué otras circunstancias se pueden hallar en categoría de
diferencia o en categoría de oposición frente a los personajes masculinos. De igual manera,
cabe señalar los conceptos de la mujer como grupo natural, dado que unos de los personajes
femeninos, que nos disponemos a analizar, cumple con su papel de mujer reproductora y
matriarcal. Así mismo, develar la problemática de clase y si es posible, de sujeto individual
en los problemas que los personajes femeninos enfrentan mediante su sexualidad.

Roles de género

En los tres cuentos de Gabriel García Márquez, seleccionados para el presente trabajo
investigativo los personajes femeninos son representados a través de sus roles sociales.
Simone de Beauvoir (2013) hace mención de diferentes roles –condiciones o situaciones-
atribuidos a las mujeres a partir de su función sexual o reproductora. Entre estos, se
encuentran dos roles moralmente opuestos y definidos a mayor escala en la sociedad: la
mujer casada y la prostituta. Para el posterior análisis de los cuentos, se tendrán en cuenta
estos roles para estudiarlos a partir de los postulados de diferentes autoras feministas.

Desde un enfoque político, Monique Wittig (p.23) afirma que las mujeres reciben
un “destino” a cambio de pertenecer a una sociedad dominada por los hombres: cumplir
con su función de reproductora para satisfacer las tasas demográficas, sin dejar de lado el
sino más cruel: ser la mayor víctima de homicidios, torturas, maltrato físico y mental;
violaciones, y, por último, el rol social mayormente impuesto: ser esposa. Debido a la
enseñanza que se le imparte desde la niñez acerca de la institución del matrimonio, la mujer
ve esto como un beneficio, puesto que logra su reconocimiento y la inclusión dentro de una
colectividad.

En lo que respecta a la imposición de roles sociales, Wittig (p.34) manifiesta que


estos no son más que obligaciones seculares y la clase femenina se puede disociar de la
definición idealista de cómo deben representarlos. Dejar de imponer definiciones a las
mujeres por más agradables y seductoras que parezcan es uno de los primeros pasos en esa
“lucha de clases” que proclama Wittig y la mayoría de los grupos feministas, puesto que, en
palabras de la autora: “Lo que está en juego (y no sólo para las mujeres) es una definición
del individuo, así como una definición de clase” (p.39).
1
Por su parte, Simone de Beauvoir en El segundo sexo (2013) afirma que la
autonomía y la evolución económica de la mujer modificarían los rudimentos tradicionales
de la institución del matrimonio, convirtiéndose así esta unión en una decisión “libremente
consentida entre dos individualidades autónomas” (p.373). Declara además, que la mujer no
lleva a cuesta su carácter reproductivo y que ante la idea del matrimonio, ella se entrega de
manera voluntaria. No obstante, para Beauvoir, desde el feminismo, esta unión se encuentra
en período de transición debido a que una parte de las mujeres aún no han alcanzado la
independencia económica están absorbidas por sociedades de antiguos valores. Por esta
razón afirma que es imposible comprender el matrimonio de la modernidad aislado de su
pasado que se perpetúa.

Beauvoir realiza un estudio sobre la situación de la mujer casada y enfatiza en el


destino tradicional que se le ha impuesto, lo cual implica contemplar al matrimonio como el
único medio de realización para lograr una visibilidad a través de su esposo ante la
sociedad. A pesar de la necesidad de coexistencia marital, no se crea alrededor de ésta un
sentimiento de reciprocidad. Para la mujer, el matrimonio se presenta de una manera más
imperativa, en comparación con el hombre: “Socialmente, el hombre es un individuo
autónomo y completo; ante todo, es considerado como productor y su existencia está
justificada por el trabajo que proporciona a la colectividad” (p.374). De esta manera, el
hombre logra su realización como individuo sin necesidad de llegar al matrimonio.

Beauvoir explica que el matrimonio es arreglado por la sociedad de hombres,


quienes permiten a cada uno de sus miembros que se realice como hermano y como padre.
En cambio, la mujer siempre ha sido dada en matrimonio a unos hombres por otros
hombres, “integrada en tanto que esclava o vasalla a los grupos familiares que dominan
padres y hermanos” (p.374). Se le asigna a la mujer la función de satisfacer el apetito
sexual de su esposo, cuidar de su hogar y contribuir a la reproducción de la especie, ya que
esta función es considerada como un servicio de intercambio que la mujer ofrece al
hombre. Éste toma su placer, debido a que el cuerpo femenino es presentado como un

1
Novelista e intelectual francesa cuya vida y obras representó un papel importante en el desarrollo del
feminismo. Fue profesora de Filosofía en Marsella, Ruán y La Sorbona. Después de la Segunda Guerra
Mundial, se convirtió en uno de los ejes del movimiento existencialista. En 1949, Simone de Beauvoir
escribió El segundo sexo, donde se describen las condiciones fisiológicas, históricas y psicológicas que han
afrontado las mujeres hasta la modernidad.
“objeto que se compra; para ella representa un capital que está autorizada a explotar”
(p.378), con miras a recibir una contribución masculina, la cual consiste en convertirla en
dueña de un hogar.

Así mismo, Beauvoir declara que la poligamia o los placeres contingentes de la


pareja conyugal son de exclusividad masculina; el hombre goza de ellos incluso antes de las
nupcias y aún al margen de su vida matrimonial. Mientras que para la mujer, esta
posibilidad le es totalmente negada, dado que el matrimonio se propone suprimir todo rasgo
de deseo existente antes y durante del matrimonio; es por ello que “esta frustración sexual
de la mujer ha sido deliberadamente aceptada por los hombres” (p.386). De ahí el dogma,
de no despertar en la mujer el deseo sexual; quien lo despierte, despierta para sí malestar.
Es por esto que Simone de Beauvoir afirma que “multitud de mujeres, en efecto, son
madres y abuelas sin haber conocido jamás el placer, ni siquiera la turbación […]” (p.399).
Así se ratifican las condiciones desfavorables en la que se encuentra la mujer, con relación
al desarrollo de su erotismo, a causa del egoísmo tradicional.

Por otra parte, Beauvoir expone que la fidelidad debe ser un sentimiento totalmente
espontáneo en los esposos, dado que “el deseo de dos amantes enamorados implica su
singularidad” (p.403), pues se hace necesario para el desarrollo de su amor sexual. Pero si
dicha fidelidad espontánea se disipa, se crea en torno a ella situaciones de hostilidad y ya
los amantes no desean alcanzarse porque entre ellos han nacido disgustos, indiferencias y
odio, Beauvoir dice que desaparece el atractivo erótico y la unión entre ellos pierde
significación. La sociedad tradicional considera que la desaparición del erotismo en la
pareja es un conmovedor producto del amor conyugal, el cual consiste en el surgimiento de
sentimientos hacia su esposo de ternura y respeto. Beauvoir, en cambio, afirma que esta
situación a la que llegan muchos matrimonios es lamentable, ya que los seres humanos
perfectamente libres no deberían atarse sino mediante la plenitud de la libertad y del amor.
(p.405).

Por otra lado, la autora anota que según el ideal de la sociedad tradicional, la mujer
encuentra en el matrimonio “la fuerza para vivir y el sentido de la vida” (p.406); por ello, se
propone analizar cómo este ideal se vierte en la realidad. Este ha sido materializado en el
deseo de tener una casa y ocuparse de ella, dado que la mujer, según el ideal, se esfuerza
por crear un ambiente armónico en el cual su esposo y sus hijos se sientan a gusto.
Beauvoir explica que este deseo no es más que la búsqueda de satisfacción que la mujer
siente ante la soledad frustrante y el deseo de conquistar un mundo doméstico que se le ha
permitido dominar: “la mujer está encerrada en la comunidad conyugal: para ella se trata de
transformar esa prisión en un reino” (p.407). Beauvoir dice que, para la mujer su hogar se
convierte en el epicentro del mundo y que incluso es la única verdad que ella puede llegar a
conocer.

Igualmente, Beauvoir manifiesta que para la mujer, el hogar es “la parte que le ha
correspondido en este mundo, la expresión de su valía social y de su verdad más íntima.
Como no hace nada, se busca ávidamente en lo que tiene” (pp.408-409). Se podría llegar a
considerar la posibilidad de comparar el carácter o la personalidad de la mujer con la
decoración de la casa, porque es ella quien elige los elementos para embellecer su hogar y,
a partir de ahí, pone de manifiesto los rasgos de su personalidad, la insatisfacción de su
vida erótica, y además el nivel de vida en la sociedad. Según el pensamiento tradicional, las
largas faenas domésticas (limpiar e ilustrar los muebles, lavar los pisos, arreglar la ropa)
producen en el ama de casa un placer de contemplación, al admirar su casa, su mundo,
reluciente y arreglado.

No obstante, Simone de Beauvoir plantea que esta limitación repetitiva que se le


asigna a la mujer termina por hostigarla: “con frecuencia el ama de casa sufre ese destino
llena de rabia” (p.413). La avidez que existía en ella en un principio al desempeñar estas
funciones desaparece, suscitando en ella hostilidad: “su mirada se hace dura, su rostro
aparece preocupado, serio, siempre alerta; se defiende mediante la prudencia y la avaricia”
(p.414). De igual manera sucede con la preparación de las comidas, que a simple vista
podría parecer un trabajo menos dispendioso y mucho más positivo, debido que no se
requiere esfuerzo físico, en comparación con la limpieza de la casa. Recorrer del paisaje de
camino al mercado, la lucha y la astucia entre vendedor y compradora al querer conseguir
los precios bajos y la calidad de la compra, parece ser el mejor desahogo para la mujer.
Luego, su triunfo como cocinera se hace patente cuando coloca la comida en la mesa y
esposo, hijos e invitados la alaban por su exquisita sazón y anhelan repetir el placer de
comer, nuevamente su comida. Sin embargo, Beauvoir expone que al igual que con los
cuidados de la casa, esa actividad se torna agotadora debido a su carácter repetitivo y/o
rutinario.

Beauvoir plantea que la mujer casada puede reconocer y resignarse ante la autoridad
de su esposo, pero ella no estará dispuesta a que éste trate de imponerle sus ideas, opiniones
políticas y creencias, cuanto más si van en contra de las que ella profesa. Ella le opondrá
“una tenacidad solapada” (p.438): podrá hacerle creer que ha tomado para sí las ideas de él,
recitarlas de memoria. Pero en su interior aún guardará su visión de mundo (p.439); a partir
de su situación de oprimida, buscará una autoridad que supere a las ideas de su esposo para
ridiculizarlo, contradecirlo, herirlo en su ego, inculcarle en su interior sentimientos de
inferioridad. Y a pesar de que en algunas situaciones le será imposible desafiar la
supremacía de su esposo, la mujer casada tratará de tomar su desquite, por ejemplo, en el
plano sexual, al darle celos, procurando humillar su virilidad. Según Beauvoir, hay una
ingenuidad masculina al creer que le será fácil sublevar la voluntad de su esposa.

A pesar de lo anterior, Beauvoir manifiesta que la idea de un matrimonio equitativo


no es una utopía, puesto que, por un lado, existen parejas que han sido unidas por un
vínculo de carácter sexual que conlleva a una libertad que les permite seguir frecuentando
amistades y otras ocupaciones. Por otro lado, están quienes han creado un lazo a través de
la amistad, lo cual no les impide ser amantes, pero no hay una búsqueda de exclusividad
entre ellos. Beauvoir concluye que los individuos no son los responsables del fracaso del
matrimonio, más bien es “la institución misma la que está originaria mente pervertida”
(p.460). Así, Beauvoir considera una aberración afirmar que un hombre y una mujer deben
ser suficientes el uno para el otro durante toda su vida, debido a que esto en sí mismo
comprende hipocresía, enemistad e infelicidad.

Finalmente, respecto al matrimonio, Beauvoir expresa que esta institución en su


forma tradicional está en camino hacia una transformación; no obstante, para ello sería
necesario también transformar la situación actual de la mujer, por ejemplo, evitar oprimir a
la mujer mediante una “carrera” que realmente no le otorga ninguna libertad. A pesar de
que existen mujeres que ya gozan de dicha libertad al poder escoger su propia vocación,
son conscientes de que en algún momento ésta se verá sacrificada por los intereses
profesionales del marido, lo cual revela que dicho compromiso no es más que una condena
a la servidumbre conyugal.

La prostitución

Existe otro rol establecido en la sociedad con el cual también se condiciona el papel
de la mujer en la sociedad: la prostituta. De la misma manera que en el matrimonio, la
sexualidad de la mujer prostituta está destinada a presentarse como instrumento de servicio
para el hombre. No obstante, una de las diferencias, aclara Simone de Beauvoir, es que la
mujer casada se compromete para toda su vida con un solo hombre y la prostituta “tiene
varios clientes que le pagan por unidades” (p.313).

La causa de esta situación no puede verse desde el punto de vista fatalista de la


genética sino que hay que enfocarse en la escasez de oportunidades laborales y la pobreza
extremada afrontada hoy día en la sociedad. Además, la demanda masculina promueve
simultáneamente la oferta por parte de mujeres dedicadas a este oficio. Visto desde otro
enfoque, las prostitutas pueden haber decidido ejercer esta profesión, debido a una
malquerencia por parte de un familiar o una aversión hacia su naciente sexualidad.

Por su parte, dentro de la prostitución se encuentran otro tipo de agentes dedicados a


explotar este oficio y extraer beneficios, mediante el trabajo sexual de la prostituta. A este
se le conoce como el proxeneta quien, por lo general, le ofrece a la trabajadora sexual una
condicionada y supuesta protección a cambio del dinero o parné obtenido durante la
jornada. Por otra parte, la mayoría de los clientes frecuentes de este negocio no provocan
necesariamente entusiasmo en las prostitutas; de vez en cuando, uno de aquellos son
elegidos por ellas, sólo con la finalidad de suplir un capricho; pero por lo general, la
mayoría de hombres que recurren al sexo pago son tratados con indiferencia o con asco,
debido a sus vicios masculinos, llamados eufemísticamente “fantasías”.

La prostituta, en contraposición a la mujer casada, goza de ciertos privilegios


semejantes a las capacidades admitidas a los hombres en cuanto a vida sexual. Sin
embargo, se encuentra conminada de ser excluida socialmente debido a su oficio. A pesar
de que la prostitución es un delito en algunos países, ésta sigue resultando, por fuerza de
costumbre, una conducta menos indeseable que el adulterio. Es notable señalar cómo se
mira indulgentemente el comportamiento promiscuo de los hombres –casados o no– y
cómo ellos mismos toleran la existencia de este oficio. Según Beauvoir, debido a que la
galantería masculina es fuertemente estimulada por la sociedad, los hombres ven en la
prostituta una oportunidad para saciar sus deseos, ofreciéndoles a ellas un poco de su
dinero, el cual ella acumula y le “asegura una autonomía económica” (p.559). Esto hace
que la prostitución sea una representación del sometimiento de la mujer al hombre, y a su
vez, una leve emancipación.

Desde un punto de vista antropológico, Dolores Juliano 1 afirma que uno de los
sectores especialmente estigmatizados que tienen que ver con el fenómeno de la migración
es la del trabajo sexual o la prostitución (2012). Además, Juliano cuestiona por qué se
restringe (legal o moralmente) el trabajo mercantil ofrecido por la prostituta en una
sociedad donde todo se encuentra mercantilizado. Esta estigmatización de la que habla
Juliano no solamente proviene del exterior sino que también afecta el fuero interno del
sujeto estigmatizado; es decir, al no nacer con la característica causante de la
discriminación a diferencia de otras colectividades discriminadas, la prostituta ha estado
fuera de ese contexto durante sus primeros periodos de vida, por ende, ya ha incorporado
para sí todo estereotipo discriminatorio relacionado con su función social antes de llevarla a
cabo. Dolores Juliano, al realizar un trabajo de primera mano con las trabajadoras sexuales
proporciona un discurso más certero donde convergen la experiencia de éstas y la
elaboración teórica de la antropología.

En consonancia con el tema de la migración y su relación con el ejercicio de la


prostitución, Juliano afirma que a las mujeres se les atribuye un sentido de permanencia en
cuanto a la movilidad espacial. Según la antropóloga, el hecho de que a los hombres se les
dote de la posibilidad de movimientos voluntarios conlleva que las mujeres solo puedan
realizar desplazamientos estructurales al momento de salir de su familia por medio del
matrimonio (2012, p. 117). De este modo, “toda salida de las mujeres de la esfera donde
son controladas, las liga conceptualmente a un manejo peligroso de su sexualidad, es decir,
con la prostitución” (Juliano, p. 118).

1
Antropóloga feminista. Profesora de la Universidad de Barcelona. Trabaja en temas de género y exclusión
social.
Así, la estigmatización surge como una conceptualización negativa de la migración
voluntaria; en cuanto a la prostitución, Juliano expone que desde la antigüedad este oficio
le sido atribuido a las mujeres extranjeras (2012, p. 118). No obstante, a las mujeres nativas
se les prohibía ejercer la prostitución; esta división entre mujeres deshonradas y mujeres
honestas implicaba un control de la sexualidad femenina que no interfería en la libertad
sexual de los hombres.

Crítica literaria feminista y estereotipos

En este apartado trataremos la crítica literaria feminista desde el punto ideológico; es decir, a
partir del estudio critico acerca de las “lecturas feministas de textos donde se consideran […]
estereotipos de la mujer en la literatura, las omisiones y las falsas concepciones sobre las
mujeres en la crítica y la mujer-como-signo- en los sistemas semióticos” (Showalter, 1981, p.
245). La crítica literaria feminista surgió en Norteamérica a partir de las investigaciones
llevadas a cabo por mujeres que procedían de distintas áreas relacionadas con la literatura y
sus instituciones; además, habían aportado su participación en el movimiento feminista de
la década de los 60. Así, desde un primer momento la crítica literaria feminista se centró en
el estudio de las imágenes y estereotipos de la mujer en la literatura escrita por hombres.
En su ensayo “Introducción a la crítica literaria feminista” (2000), Laura Borrás
expone que la literatura es una disciplina que reproduce muestras de desigualdades de
género, las cuales contribuyen a la percepción social entre hombres y mujeres. Por ello, un
enfoque feminista sobre la literatura “tiene que transformarse en una mirada escrutadora
que le piensa, que la pondera, la refleja, la siente y la asimila en el preciso territorio de la
mente” (p. 17). Borrás señala que para hablar de feminismo y de crítica literaria feminista
es importante comprender cómo se ha considerado la interpretación literaria como un acto
político, puesto que la hermenéutica se ha politizado a partir de las relaciones de dominios
entre hombres y mujeres. Borrás plantea que la crítica literaria feminista responde a la
manera en que las ideologías de género se reflejan en los textos literarios. Así, “la crítica
literaria feminista centra su atención en temas literarios tales como: lenguaje/discurso,
textualidad, autores…” (p.19). Existen cuatros puntos clave de la crítica literaria feminista.
En primer lugar, la revisión de la historia literaria en relación con los asentimientos
patriarcales; n segundo lugar, la restauración de la visibilidad de las mujeres escritoras; en
tercer lugar, la creación de pautas de lectura para una lectora de productos creados por
hombres; y por último, el despertar de la participación de lectoras y lectores feministas.
Según Borrás, la primera crítica literaria feminista
surgió como una crítica del “contenido”, es decir, de la ideología patriarcal en la
presentación de la imagen de las mujeres en las obras literarias. La segunda etapa surgió “a
partir del descubrimiento de la coherencia temática e histórica de la literatura escrita por
mujeres” (p.21), la cual ha sido oscurecida por valores patriarcales dominantes.
Kate Millet (1969), con su libro Política
sexual, instauró nuevas formas de lectura y una nueva mirada crítica ante los textos
literarios; además, estableció un análisis relacional entre lucha de las mujeres por la
igualdad en el mundo real con la censura del sexismo en el mundo ficcional de la literatura
y las críticas patriarcales. Millet planteó de manera definitiva el término "patriarcal" como
categoría válida de análisis. Millet expone que el patriarcado existe como “una
‘colonización interior’ […] más uniforme, rigurosa y tenaz que la estratificación de clases”;
así, “el dominio sexual es tal vez la ideología más profundamente arraigada en nuestra
cultura” (p. 70), lo cual, afirma Millet, se debe al carácter patriarcal de la sociedad y de
todas las civilizaciones históricas. Cabe señalar, a partir de
lo expuesto por Kate Millet, que todas las vías del poder se encuentran por completo bajo el
dominio masculino. Por otra parte, la autoridad atribuida a la religión; los principios
axiológicos de la ética, la filosofía y el arte son también de fabricación masculina. Así,
Millet expone a la superioridad masculina como un prejuicio que al recibir el beneplácito
general, garantiza a los hombres una posición superior en la sociedad. Además, Millet
plantea que los caracteres de las categorías sexuales (masculina y femenina) se desarrollan
según:

[…] ciertos estereotipos basados en las necesidades y en los valores del grupo dominante y dictados
por sus miembros en función de lo que más aprecian en sí mismos y de lo que más les conviene
exigir de sus subordinados: la agresividad, la inteligencia, la fuerza y la eficacia, en el hombre la
pasividad, la ignorancia, la docilidad, la «virtud» y la inutilidad, en la mujer (Millet, 1969, p. 72).
De este modo, Kate Millet realiza una crítica literaria de las obras de autores masculinos
como D. H Lawrence, Henry Miller y Norman Mailer; quienes proponen de manera
consciente la opresión sexual. La lectura crítica de Millet considera todas las marcas
textuales donde se muestre el funcionamiento de la ideología patriarcal.

Relación de los fundamentos teóricos con el análisis de los cuentos

Las bases teóricas de esta investigación se tornan amplias, puesto que, la finalidad
de ésta es la construcción de una nueva consideración literaria, que integre una perspectiva
crítica y de estudios de género en los textos seleccionados de la narrativa de Gabriel García
Márquez, donde aparecen figuras femeninas de manera estereotipada o según una visión
patriarcal. Por ello se ha optado proponer una nueva lectura de los personajes femeninos de
los cuentos donde adquieren una repercusión primaria en el argumento y se puedan
observar desde las categorías de análisis anteriormente mencionadas. Así, las anteriores
categorías sirven como base para señalar a manera de estructura en el análisis de los
cuentos, el rol representado por los personajes femeninos y los estereotipos de género.
Se estudió el concepto de sexualidad a partir de los estudios
históricos de Michel Foucault (1998) quien realiza un recorrido un planteamiento
referencial acerca de cómo se ha erigido una normatividad en torno a “la mujer” desde un
discurso antropológico, médico y psicológico. A pesar de no ser feministas, las teorías de
Foucault sirven como base para reconocer los discursos que se han instaurado en torno a
la sexualidad. Desde la época victoriana, la sexualidad femenina se ve abocada a la función
reproductora y a partir de su sexualidad se le atribuye a la mujer un rol dentro de la familia
conyugal.

En cuanto a los discursos sobre el sexo, Foucault señala que estos implican
poder, lo cual a su vez conlleva orden y represión de ciertas conductas “anormales” en la
sociedad. Así, los individuos se ven obligados a cumplir ciertas normas sociales que surgen
de los discursos de las más altas esferas del poder como lo es: la Iglesia, la ciencia o la
medicina y los poderes socio-políticos. Según Foucault (p.47), la expresión de la sexualidad
requiere, pues, mayor elocuencia por parte de los individuos, debido a la apremiante
“voluntad de saber” la cual permitiría una emancipación. Así como se manifiesta en los
relatos de la presente investigación.
En “Buen viaje, señor presidente”, Lázara Davis hace referencias en cuanto a su
deseo sexual o dichas expresiones son puestas en el personaje por quien narra (cita, cuento).
La atmosfera del relato “Sólo vine a hablar por teléfono”, refiere la posible causa de una
acción punitiva asociada a la conducta –presuntamente inmoral- de la protagonista. La
sexualidad de la prostituta “María dos Prazeres”, es vista desde una perspectiva excéntrica
debido a la edad de dicho personaje. Por consiguiente, con el fin de analizar estos
elementos narrativos de los cuentos mencionados, se tendrán en cuenta los aspectos
teóricos de Michel Foucault.

Debido a que la presente investigación aborda el estudio de personajes femeninos en


tres cuentos escritos por un autor masculino, se hace necesario revisar teorías donde se
refieran la constitución de género y así poder establecer un criterio objetivo acerca de los
comportamientos asociados a las mujeres en la sociedad. Estos comportamientos, según
Judith Buttler, se constituyen como un libreto normativo e ilusorio de gestos y acciones
corporales (p. 297). Así, no quienes no distinguen bien su representación de género pueden
asumir consecuencias punitivas.

Monique Wittig (2006), refiere como base del género “el pensamiento heterosexual”
(p.23), en el cual los hombres ejercen su dominio mediante el contrato matrimonial. El
convenio del matrimonio se observa en los cuentos “Buen viaje, señor presidente” y “Sólo
vine a hablar por teléfono”. Según la narración de los dos relatos, la unión se realiza de
manera consensuada entre hombre y mujer; sin embargo, en cada uno de estas relaciones de
género surgen algunas vicisitudes que permiten vislumbrar componentes del pensamiento
heterosexual.

A partir de los estudios de género, se contemplan además los roles asociados a


algunas de las funciones designadas a las mujeres en la sociedad. Uno de los roles impuesto
como destino a las mujeres es ser esposa. Este rol determina ciertos comportamientos que
se le atribuyen como esencia a las mujeres. En los cuentos de la presente investigación,
donde las figuras femeninas han sido caracterizadas como “esposas” o tienen un “marido”,
se presentan ciertas situaciones que dejan entrever algunos comportamientos “normales” o
incluso en contraposición a lo que se esperaría de una mujer en la realidad; la divergente
representación de los personajes femeninos en condición matrimonial en cada uno de los
cuentos exige un análisis a partir de fundamentos teóricos que estudien el rol de la mujer
casada.

Tal cómo se mencionó anteriormente, existe otro rol que se encuentra en oposición
moral al de la mujer casada y es el de la prostituta. El rol de la trabajadora sexual, es el peor
visto en la sociedad pero el que encausa más la hipocresía por parte de los discursos de
poder, como lo expuso Michel Foucault. La prostitución, según Simone de Beauvoir
(2013), debe su permanencia a la demanda masculina que promueve simultáneamente la
oferta de las mujeres dedicadas a este oficio.

En “María Dos Prazeres”, una prostituta de setenta y seis años mantiene su función
de trabajadora sexual de manera esporádica con un único cliente durante el relato a quien
lleva atendiendo durante muchos años bajo el crepúsculo de una amistad longeva,
diferencias políticas y el hábito de la clandestinidad. Algunos de estos aspectos son
comunes y corrientes y bien vistos desde el punto de vista del estereotipo; no obstante, la
edad, la aparente inminencia de la muerte, la atmosfera lúgubre de la política y el
redescubrimiento del placer carnal requieren ver el rol desempeñado por este personaje
femenino desde una nueva lectura fundamentada en los preceptos teóricos y antropológicos
de autoras feministas.

Por consiguiente, desde un punto de vista ideológico, la crítica literaria feminista


aporta una nueva lectura de los textos donde se consideran a las mujeres a partir de falsas
concepciones y estereotipos; y la mujer como signo semiótico en la literatura. Así, dichos
estudios permiten analizar desde una perspectiva feminista los tres cuentos de Gabriel
García Márquez donde aparecen marcas textuales –a través de los personajes femeninos-
no contempladas en anteriores críticas literarias patriarcales.

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