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La estrella de Dagda

Dedicado a todas aquellas personas,

que cada noche me hacen olvidar,

la monotonía de la realidad.

Con todo mi cariño.

Introducción

La única luz provenía del interior de la cabaña de madera, rodeada de altos árboles que parecían
rozar el cielo. Las ventanas y contraventanas, estaban abiertas de par en par con la intención de
refrescar el abarrotado interior. La música y los vítores de los asistentes a la fiesta, se derramaba
por todo el pequeño valle, e incluso los animales que lo habitaban, parecían compartir la dicha
siguiendo cierto compás.

Dagda golpeaba un pequeño trozo de madera con su lanza Lug. El viento juguetón, se enredó entre
sus ropajes de celebración haciéndolos bailar a un extraño son que sólo él entendió, susurrándole al
oído palabras en una lengua ininteligible para los mortales. Excitado ante la primera revelación, se
agachó para tomar un poco de tierra y olisquearla mientras alzaba sus ojos hacia el firmamento. La
piedra Fal brilló en la oscuridad.

Sí, no había lugar a dudas, aquella era la pareja elegida. De ella nacerían sus amadas guardianas.
Señoras de las tierras que él les ofrecería y que ellas se verían en la obligación de aceptar, llegado
el momento, para incluso si fuera necesario, sacrificarse por el bien del equilibrio cósmico.

Con voz serena y profunda, conjuró el hechizo necesario para llevar a cabo lo que habría de llegar.
Los cinco elementos reunidos. Los naturales; aire, fuego, agua, tierra. Y por último el que estaba
fuera de todo conocimiento mortal, el oscuro.

El condado de Stone, que una vez fuera verde y frondoso, ahora se veía yermo y árido. Las
entradas de las cuevas que hacían las veces de viviendas para sus tranquilos habitantes, y que por lo
general estaban decoradas con guirnaldas de flores y plantas, restaban teñidos de negro por el denso
humo de los incendios que habían arruinado el interior. Los oscuros troncos desprovistos de hojas
se alzaban como tridentes salidos de las entrañas de la tan querida tierra. Pequeñas piras se alzaban
danzantes por doquier, gritando a los cuatro vientos que el mal había hecho presa en la tierra,
dañándolo todo a su paso. Todo lo verde y tierno había sido arrasado sin piedad.

Quieta, como una figura de piedra, Rhiannon observaba la destrucción a su alrededor sintiendo
como la desolación, que primero había hecho hueco en su interior se transformaba en ira. Con los
puños apretados a los costados y una mueca de furia en el rostro, la energía se concentró a su
alrededor hasta que pequeños guijarros levitaron por encima de la planicie. Un temblor en la tierra
hizo que las llamas de las hogueras que aún quedaban esparcidas por el terreno, comenzaran a
disminuir en intensidad.

No podía creer lo que veía. Después de tantos años de paz y vida tranquila, de pronto se encontraba
con aquello. Su salida hacia las entrañas del planeta, hacía varios días, se había desarrollado como
siempre. Los niños y los ancianos le habían besado deseándole un buen viaje y una vuelta pronta.
Las madres le habían provisto de alimentos suficientes, y los hombres, habían prometido proteger
el poblado hasta su regreso.

Relajó los músculos y se concentró en buscar alguna señal de vida. De vez en cuando el
movimiento de algunas cenizas que danzaban por el aire al igual que algunos esquejes de su propia
cabellera, llamaba su atención haciéndole creer que encontraría a alguno de sus habitantes. No
encontró nada. Parecía como si los pobladores de aquella tierra hubieran desaparecido con ella.

Un cambio en la atmósfera encendió una pequeña luz de alarma en algún lugar de su cerebro.
Alerta, sintió en las yemas de sus dedos, como la agradable temperatura que reinaba en el lugar
comenzaba a perder algunos grados y el aire se tornaba más denso y húmedo. Una pequeña
llovizna inició su repiqueteo terminando el trabajo de apagar completamente cualquier resquicio
del fuego destructor.

-Lluvia –pensó en voz alta, tranquilizándose-. Ceridwen.

Entre la fina cortina de agua, la figura de la conocida y querida mujer se acercaba a ella mientras
las gotas comenzaban desaparecer. Era una bella joven, de estatura media y su largo y ondulado
cabello ahora se veía suavemente aplastado enmarcando su rostro. Ataviada con una larga túnica
negra de la que resaltaba un colgante con una piedra grande y azul, parecía que más que caminar,
flotaba a unos centímetros por encima de la superficie.

-Hermana –dijo alzando los brazos hacia ella- Hermana mía.

Rhiannon la abrazó dándole la bienvenida. Hacía décadas que no veía a nadie de su familia y aquel
día era el último que hubiera imaginado para que aquel encuentro sucediese. Como si también la
maltratada tierra diera la bienvenida a la inesperada visita, pequeños y tiernos brotes emergieron
lentamente de la tierra alrededor de ambas hermanas.

-No te preguntaré qué ha ocurrido pues en mi misma tierra hemos sufrido algo semejante.

-¿Quieres decir que el condado de Snow también ha sido asolado?

-Ciertamente así a sido. Snow ha sido centro de tremendos vendavales y ya te puedes imaginar los
destrozos que han producido. No puedo decir quién ha realizado tan horroroso ataque pero durante
mi viaje hasta aquí he oído rumores. Las nubes y las aguas hablan de miedo y terror.

-Tienes razón, la tierra también me avisó que algo extraño sucedía, por eso adelanté mi regreso de
sus entrañas. Es como si me hablaran de horrores futuros. No acabé de comprenderlo hasta que
llegué aquí –terminó de explicar Rhiannon. Miró a su hermana con la alegría del que vuelve a ver a
un ser querido después de muchos años, con amor y dulzura en la mirada, la tomó por los hombros
y prosiguió-. Pero acompáñame, vallamos a un lugar más abrigado, mi cueva no está lejos y aunque
no sé en qué condiciones la encontraremos al menos nos resguardará de la intemperie.

Caminaron en silencio una al lado de la otra, aún cogidas de la mano, como si ambas temieran
perder la compañía de la otra al romper el contacto. Aunque había pasado mucho tiempo sin recibir
noticias de sus familiares, hacia Ceridwen quizá sentía un acercamiento especial.

Eran las pequeñas de cinco hermanas y ellas dos habían sido las que trajeran de cabeza a las tres
mayores. Las maquinadoras de experiencias, a cual más peligrosa, aunque para ellas excitantes.
Le fue imposible no recordar aquellos tiempos en los que corrían alegres por los bosques, sin
pensar en los peligros que pudieran albergar, haciendo gala de sus poderes sin preocuparse en nada,
a excepción de la diversión que ofrecían. Rememoró las incontables veces en las que, Easter y
Melilot, habían corrido tras ellas intentando alcanzarlas sin recurrir a sus propias energías por
miedo ha hacerles un daño irreparable. Nemain, la que por nacimiento se encontraba delimitando
las edades de las adultas y las niñas, jamás había sido dada a semejantes correrías. Su mundo era
muy diferente al de las otras cuatro.

Cinco mujeres, cinco poderes, las cinco puntas de una estrella. La estrella de Dagda, la que guarda
el equilibrio de la energía cósmica.

Sorteando piedras y montones de cenizas húmedas llegaron a la cueva en pocos minutos. En la


entrada, de la que tan sólo unos días atrás colgabas verdes y exuberantes helechos, ahora tan sólo
encontraron negruzcos tallos quemados.

-Oh, hermana, mira esto. –comentó tristemente Ceridwen tomando cuidadosamente uno de ellos
sobre las yemas de sus dedos. -¿Crees que volverá a vivir?

Rhiannon posó su mano durante un instante sobre la oscura y maltratada tierra, justo al lado de
brote del helecho quemado, a su alrededor comenzó a emanar una tenue luz que enseguida fue
absorbida por el sustrato. Poco a poco, aquel maltratado esqueje, comenzó a reverdecer. Desde la
raíz hasta cada una de las puntas de la gran planta, pequeñas y tiernas hojas verdes comenzaron a
emerger como de la nada. Ceridwen animada con la magia de conseguir revivir de nuevo aquel
símbolo de vida, se llevó las palmas de sus manos al rostro, y formando un pequeño círculo con sus
labios, les sopló un beso que rápidamente se convirtió en una finísima llovizna que terminó el
trabajo.

-Tan sólo es necesario no perder la fe.

-¡Rápido! –rugió Melilot azorada- ¡Haced una presa allí! ¡Vamos! ¡Moveos!

Una golpe de agua la azotó en la cadera haciendo que perdiera el equilibrio por un instante.

-¡Maldita sea! –rugió furiosa.

Afianzó de nuevo los pies y volvió a tomar un gran tronco entre sus manos para colocarlo sobre los
otros que ya estaban apilados.

La tierra de Sizzle estaba siendo azotada por un extraño temporal. El condado, situado en el volcán
del mismo nombre, había gozado hasta la fecha de un cálido clima. Jamás antes había ocurrido
nada parecido al desastre al que se estaban enfrentando en aquel momento.

Habían conseguido salvar las cabañas de los aldeanos. Por el emplazamiento, era lógico que
aquella fuerte lluvia se acumulara en el centro mismo de la boca del volcán. Al principio Melilot no
le había dado la menor importancia pensando que cesaría, pero no había ocurrido así, sino que se
había vuelto más fuerte y persistente, hasta rebasar el límite de lo racionalmente recomendable.

Volvió a encorvarse para tomar otro tronco cuando su colgante, rojo como sangre, salió hacia
afuera y brilló. Aún con escasa luz en los cielos, la piedra emitió un intenso fulgor que iluminó
unos centímetros del espacio a su alrededor.

-Esto no es normal –se dijo pensativa-. Esta lluvia es extrañamente intensa y está durando
demasiado para estas tierras.

Sin duda algo que escapaba a la naturaleza y a su razón estaba produciendo aquello. En un instante
le acudió a la mente Nemain, ella debía tener la respuesta. Sin pensarlo dos veces, se irguió y corrió
tanto como sus doloridas piernas le permitían hacia el borde del volcán. La fuerte lluvia le nublaba
la vista y el corazón le martilleaba en el pecho amenazando con salírsele. Cuando por fin,
boqueando llegó a su meta, tomó un trozo de piedra volcánica, el carbón de sus dominios. Con él
en una mano y su propia piedra en la otra, las unió e invocó a su hermana, mientras luchaba por
evitar que el agua se colara en su boca al hablar.

-Yo Melilot, guardiana del fuego eterno y señora de Sizzle, por el poder de la llama y la oscuridad,
te invoco a ti Nemain, guardiana de las frías tinieblas y señora de Shadowearth. Acude presta a mi
súplica de ayuda, obligada por los lazos de la sangre que nos une.

De la unión de ambos materiales surgió una gran luz roja que en un parpadeo se tornó purpúrea
hasta convertirse en un denso humo negruzco que ni siquiera la insistente lluvia logró hacer
desaparecer. Esa columna deforme flotó a su alrededor, mientras la guardiana del fuego la seguía
atenta con la mirada, hasta colocarse justo frente a ella. Poco a poco comenzó a dibujarse una
figura humana, alta y extremadamente delgada, un cuerpo de mujer. Un tiznón de aquel vapor
negro se convirtió en una espesa cabellera flotante contradiciendo así las leyes de la madre natura.
De su cuello colgaba una piedra similar a la suya pero de un negro profundo y misterioso. Melilot
observó atenta como unos rasgos faciales, de aquello que había sido una masa informe, empezaban
a perfilarse hasta que reconoció en ellos a su hermana.

Con un educado gesto la saludo y esperó a que fuese ella quién hablara primero.

-Presiento que mi llamada no ha sido por cortesía.

-Así es Nemain, necesito de tu sabiduría.

-No es a mi a quién necesitas, no en este momento –contestó rotundamente-. Acude a Skyland,


encuentra a Easter. Otras dos de tus hermanas comenzarán su camino hacia Dagda en breve.

-Gracias Nemain, así haré.

Adivinó un cielo cubierto de nubes a través de los cristales. Empañados por el calor que reinaba en
la habitación, no estaban completamente transparentes como solía mantenerlos. Con algo de hastío
en la mirada, volvió a observar a su acompañante.

-Ah ¿aún estas ahí? –le dijo con desdén- Podrías tener un poco de orgullo y marcharte. Después de
esto...

-Lo siento Easter, no sé que me ha ocurrido –se disculpó el hombre-. Sabes que jamás antes me
había sucedido. Deben ser los nervios, sabes que el nuevo negocio no marcha precisamente bien y
estoy preocupado....

-¿Que lo sientes? –le cortó-. Con sentirlo no me basta Goneri, espero una compensación –continuó
con la mirada maliciosa.

-¿Una compensación? Y ¿se puede saber en qué estas pensado?


-En nada en concreto, la verdad –dijo apartando los ojos de él para quitarle importancia. –
Sorpréndeme.

-¿Ahora?

-Sí, ahora. Claro que ahora. ¿No conoces ese refrán de no dejes para mañana lo que puedes hacer
hoy? Además me lo merezco después del gatillazo –respondió con fiereza.

-Bien. De acuerdo, lo haré. –una sonrisa perversa apareció en los labios de la mujer-. Pero la
verdad, no sé que esperas de mi.

-Adelante.

Goneri respiró hondo, aquella mujer era tremendamente sexy, el problema es que ella lo sabía y eso
era lo peor. Se contaba de ella que era capaz de hacerte tocar las estrellas y él mismo podía
corroborarlo, pero también podía aplastarte como un simple gusano si no la satisfacías como ella
esperaba. Estar a la altura esa noche le costaría mucho, estaba demasiado nervioso. Se sentía como
a punto de pasar un examen.

Y no se equivocaba. Easter no soportaba que un hombre no respondiera como tal. Sabía que
muchos la deseaban, que podían hacerle pasar un buen rato entre las sábanas y no estaba dispuesta
a perder un tiempo precioso con aquel cretino. Dejó que él se acercara y comenzara a besarla. Ella
respondió a los besos sin mucho interés, esperando algo más de su parte.

El hombre trató por todos los medios de excitarla, ahondando más el beso y empezando con leves
caricias incitadoras. Easter las tomó como un torpe intento de recuperar algo que no había
conseguido terminar hacía tan sólo unos minutos. Posó una mano en el hombro de Goneri y lo
apartó con fuerza.

-Vístete y vete.

-Pero Easter...

-Hazlo.

Goneri tomó sus ropas y cubrió su cuerpo rápidamente mientras Easter, vestida tan solo con una
bata de un fino y rarísimo tejido que ni siquiera se tomó la molestia de cerrar para ocultar su
desnudez, se incorporaba de la cama y caminaba unos pasos hasta el mueble que hacía las veces de
aparador. Tomó una copa de la que bebió un pequeño sorbo y se giró para mirarlo con los brazos
cruzados.

-La próxima vez.. –prometió el hombre una vez debidamente vestido.

-No habrá una próxima vez –dijo Easter cortante.

Con la mirada clavada en ella, observó como se acercaba a la puerta y la abría para invitarle a salir.
Goneri no sabía que decir, estaba abrumado. Ninguna mujer se atrevería a hablarle a un hombre
como Easter lo estaba haciendo. Pero ella no era cualquier mujer, era la señora de Skyland, tenía
poder, fuerza y una fuerte personalidad. Era capaz de luchar contra cualquier hombre y ganarle sin
necesidad de usar su magia. No era el primero, ni sería el último, que Easter rechazara, así que
reunió el poco orgullo que le quedaba y salió de la casa sin decir nada más.
Easter cerró la puerta tras la salida del hombre y al momento olvidó lo sucedido. Su interés se
centró de inmediato en algo que llamó su atención desde el otro lado de la pequeña casa.

Tomó su boomerang de tres puntas del clavo donde solía colgarlo para tenerlo siempre a la mano, y
con un ademán hizo que una ráfaga de viento abriera las ventanas de par en par. Los goznes
chirriaron quejicosos. Los cristales temblaron y los marcos emitieron un sonido de madera crujiente
al chocar violentamente contra los sólidos muros de piedra.

Agachada, caminó unos pasos para acercarse a la abertura y con su arma en la mano, calculó la
fuerza necesaria para que saliera despedida a través de la ventana y acertara en aquello que había
causado el origen de su incomodidad. Su intuición jamás se equivocaba y estaba completamente
segura de dar en el blanco. Lazó el boomerang. Justo en aquel momento, otro sonido que cortaba el
viento se hizo evidente y su arma quedó clavada en la madera del marco de la ventana con tal
fuerza que volvieron a chocar ruidosamente.

-¿Pero qué ...? –dijo arrancando la flecha que había conseguido parar su poderosa arma arrojadiza.
En cuanto la suficiente luz incidió sobre ésta, reconoció la punta metálica incandescente. Nadie
más podía moldear algo así pensó sonriendo y corrió hacia la puerta para abrirla.

-¡Melilot! –exclamó riendo mientras abrazaba a su hermana utilizando sus brazos como cepos.

-Basta Easter vas a ahogarme. –se quejó riendo a su vez.

-Lo siento pero me alegra mucho verte después de tanto tiempo. Dime ¿qué te trae por aquí? –dijo
aflojando el abrazo pero sin soltarla del todo.

-Si me permites entrar te lo cuento, en estas tierras hace un frío del demonio.

-Claro adelante.

Melilot entró cerrando la puerta tras de sí y echó un largo vistazo a su alrededor.

-Dime una cosa Easter, ¿para qué diablos quieres una chimenea si no la utilizas? Esta casa está
helada –y sin más comentarios alzó su mano hacia el rincón donde una pila de madera, colocada
para tal fin, reposaba seca y lista. En un abrir y cerrar de ojos, un brillante y alegre fuego comenzó
a chisporrotear.

-¿Pero qué dices? Está caldeadísima, además lo hubiera estado incluso más si no te hubieras
presentado de esa forma tan poco elegante.

-¿Cómo? –preguntó Melilot con un rictus serio-. Tu recibimiento si fue poco elegante, ¿siempre
recibes a una hermana lanzándole tu arma? -no esperó a que Easter respondiera, pues se arriesgaba
a presenciar uno de sus estallidos de mal humor, y antes de que eso sucediera debía encauzar sus
pensamientos a otras cuestiones más importantes-. Nemain me dijo que viniera a reunirme contigo.

El semblante de Easter cambió por completo. Nemain, pensó. Desde que el mismo Dagda les
otorgara las tierras no había vuelto a saber de ella. Había tenido noticias de sus otras tres hermanas,
casi siempre saludos y buenos deseos durante las celebraciones del Imbolc, el Beltane, el Lugnasad
y el Samain. Pero Nemain siempre había permanecido en silencio.

-Por favor, toma asiento y cuéntame.


Acomodadas en torno a la redonda mesa, Melilot relató en pocos minutos el desastre que había
asolado sus tierras y como había luchado con todas sus fuerzas para impedir que las fuertes lluvias
arruinaran el poblado.

-Al menos hemos conseguido que no hubieran bajas humanas.

-Es extrañísimo pero las aves, que por lo general habitan entre las copas de los árboles donde mi
gente hace sus hogares, han desaparecido por completo. Y ahora que lo dices, yo he notado
pequeños temblores en la tierra. Al principio sin importancia pero últimamente aunque muy suaves
han ocurrido con asiduidad.

-Te recomiendo que informes a tus súbditos para que puedan huir a tierras más bajas y fuera de
peligro.

-¿Crees que todo esto lo está causando alguien?

-Espero que no, pero tengo ganas de hablar con Ceridwen y Rhiannon para poder salir de la duda.
Ellas mejor que nadie, podrán darnos una pista sobre lo que les ha sucedido al agua y a la tierra en
estos días.

-¿Qué sabes de ellas?

-Poca cosa, tan sólo que están de camino a Dagda. Nemain cree conveniente que nos reunamos allí.

-Bien, partamos de inmediato.

Después de que Easter modificara su atuendo adaptándolo para el viaje, salieron al exterior.

Mientras ésta revisaba cada uno de los conjuros que debían mantener su casa a salvo de ladrones y
curiosos, Melilot, abrazada a sí misma como para alejar el frío, dejó que sus ojos vagaran sobre el
valle iluminado por la luna que se extendía muchos metros más abajo.

-¿Bonito verdad? El río parece plata líquida.

-La verdad es que gozas de excelentes vistas desde aquí.

-Tranquila que aún podrás gozar de algunas mejores mientras nos desplazamos.

-¿Que quieres decir?

-¿No dijiste que Ceridwen y Rhiannon ya habían comenzado su camino hacia Dagda? Pues seguro
que deben estar llegando a la ciudad, así que nosotras como buenas hermanas que somos, no
dejaremos que nos esperen demasiado tiempo- explicó mientras con sus manos trazaba intrincados
dibujos en el aire.

De pronto un fuerte viento comenzó a soplar con movimientos circulares, Easter colocó su mano
justo en el centro de la suave pero insistente rotación, separando unas capas como si de una cortina
de agua se tratara, mientras tomaba a Melilot por un brazo.

-Vamos Melilot, de esta forma llegaremos en un periquete.

-Sí pero ¿en qué circunstancias? –comentó Melilot con gesto de disgusto mientras su hermana la
instaba a entrar con un reto en su mirada- Está bien Easter por esta vez será a tu manera –claudicó
aunque no muy convencida.

Para ir desde las tierras de Rhiannon hasta Dagda de la forma más rápida, era como en todo
trayecto, respetando la línea recta.

Habían caminado durante unas pocas horas y a lo lejos ya se distinguían las construcciones más
altas aun siendo de noche.

Dagda, centro mismo de lo que a los aldeanos les había dado por llamar el área cósmica, se hallaba
a medio camino entre Stone y Skyland, la tierra que regentaba Easter. El porqué habían dado ese
nombre a aquella zona, era algo que escapaba al entendimiento de los jóvenes. Los hombres y
mujeres de edad avanzada solían enmudecer cuando, alguien de más corta edad, preguntaba guiado
por la curiosidad que acompaña el desconocimiento. Aun así, ellos mismos también habían
aceptado ese extraño nombre y lo usaban para denominarlo.

-Hacía largo tiempo que no pisaba estas tierras –comentó Rhiannon- y sin embargo parece que fue
ayer, no ha cambiado nada.

-El tiempo tiende a afectar mucho más a las personas, parece que guarde su terrible influjo tan solo
para los vivos.

Después de que Ceridwen hiciera ese comentario al que Rhiannon no supo que responder,
caminaron en silencio. El sol ya comenzaba a despuntar cuando ante ellas se desplegó la belleza de
Dagda en todo su maravilloso esplendor. Tan sólo algún que otro trino, de una tardía ave nocturna,
acompañó con música el andar.

Descasaron sentadas y apoyando la espalda sobre el grueso tronco de un viejo árbol. Siempre lo
habían recordado allí mismo, alto y regio, dominando desde una suave loma, toda la extensión de la
ciudad.

Incluso cuando era el blanco astro el que aún dominaba el cielo, se veía llena de poder, de riquezas
y de una actividad incomparable. Todo aldeano que poseyera una virtud para trabajar con sus
manos cualquier material, obtenía su recompensa allí. Los jóvenes que se dejaban llevar por el
amor a las artes interpretativas, se veían aceptados y vitoreados por los espectadores de Dagda.
Otros, los que se dejaban atrapar por la belleza de los bailes de sociedad, y el vaivén de las gentes
ociosas cuyo único entretenimiento era el diálogo sobre la vida de otros, también tenían cabida.
Todo era posible en Dagda, buen sitio para los negocios de cualquier clase, incluso aquellos
catalogados como pocos ortodoxos, y también para el descanso y el turismo.

En cuestiones puramente estéticas también era la envidia de muchas ciudades. Con una arquitectura
escandalosamente llamativa, sus edificios principales y más importantes estaban bañados por finas
capas de oro que relucían cuando el sol reinaba en lo alto. Una joya dorada entre los bosques de la
planicie.

Una leve brisa se enredó entre los largos cabellos de Rhiannon haciéndolos levitar unos instantes.

-Que agradable –comentó cerrando los ojos y dejando que la sensación se apoderada de ella por
entero.

Poco a poco la brisa fue tomando velocidad hasta convertirse en viento.


-Tienes un gusto un tanto extraño, yo diría que más que agradable es incómodo.

Efectivamente el suave juguetear del viento con su pelo se había convertido en verdaderos azotes
contra el rostro.

-¡Ceridwen, esto ya no es normal! –gritó Rhiannon para hacerse oír por encima del fuerte silbido
del aire.

-¡Al fin estamos de acuerdo en algo! –respondió igualmente a gritos mientras luchaba por apartarse
los cabellos de los ojos. Algo llamó su atención en el cielo- ¡Mira! –llamó a su hermana
indicándole hacia lo alto en el horizonte.

Rhiannon se recogió el cabello en la nuca, manteniéndolo allí ayudada con una mano, y clavó sus
ojos donde Ceridwen le indicaba. Una especie de torbellino ventoso se acercaba a ellas con algo
borroso en su interior. Parecía increíble que un apacible amanecer como el que habían estado
disfrutando, se hubiera tornado en algo tan bestialmente incontrolable. Aquella turbia mancha se
acercó a ellas hasta que rozó el suelo soltando lo que contenía. Cuando la tierra y la pequeña
gravilla volvieron a su lugar, aposentándose de nuevo, ante ellas se irguió la figura de Easter, y a
sus pies, frotándose el dolorido trasero, Melilot.

-¡Niñas! –gritó la mayor de las hermanas mientras corría hacia ellas para abrazarlas.

Abarcó en sus brazos a ambas mujeres y las cubrió de besos.

-¡Cuando dejéis de besuquearos y haceros arrumacos venid a ayudarme! –exclamó Melilot desde
atrás mientras se ponía en pie.

-¡Oh Melilot! Te falta ejercicio hermana ¿quién hubiera pensado que tú no serías capaz de controlar
el aterrizaje?

-Perdona Easter pero creo que quién controla el viento eres tú no yo. La próxima vez que tengamos
oportunidad dejaré que controles tú un río de ardiente laba. –respondió mordaz.

La risa de las otras tres consiguió que el serio rictus se transformara por fin en una maravillosa
sonrisa que iluminó sus ojos.

-Venid aquí pequeñas, os he echado de menos –le dijo con una resplandeciente sonrisa.

El salón principal de recepciones estaba completamente desierto. Las luces que iluminaban la
estancia se reflejaban en el pulido suelo, de forma que parecía hecho de cristal, cuando en realidad,
era de piedra maravillosamente trabajada. Las paredes cubiertas de hermosos mosaicos que
representaban bellos paisajes boscosos habitados por extraños animales mitológicos, parecían
cobrar vida propia cuando se los miraba atentamente.

El repiqueteo de los pasos de las cuatro visitantes, sonaban reverberando en la sala, consiguiendo
que, para aquel que estuviera privado de la vista, pensara que acababa de entrar un buen número de
personas.

La gran puerta dorada que separaba el salón principal de la sala privada de Dagda, estaba cerrada a
cal y canto. Ceridwen alzó la cabeza para mirarla de arriba a abajo, siempre se impresionaba con
aquella entrada. Irracionalmente tomó entre sus dedos la piedra Fal y la ocultó entre sus ropajes.
Aquellas piedras se las habían proporcionado el mismísimo Dagda, y siempre que se encontraba
cerca del hombre, Ceridwen sentía como si a través de aquel amuleto él pudiera mirar dentro de sus
pensamientos, algo que no le gustaba en absoluto. Sus pensamientos eran suyos y de nadie más, a
menos que ella quisiera compartirlos.

-Es extraño –comentó Melilot.

-¿Qué te extraña? –preguntó Easter colocándose en guardia y con la mano en su arma.

-Que la puerta esté cerrada. Dagda no suele hacerlo. –dijo perspicaz.

-¿Quizá esté haciendo algo importante? O simplemente no esté. –apuntó Rhiannon observando
también el franqueado paso.

-Puede ser –concedió Melilot aunque no muy convencida.

Easter se adelantó resuelta y alzando el puño llamó un par de veces.

-Así saldremos de dudas. A veces te pasas de precavida Mel.

-Y tú de lanzada –contestó picada- ¿no piensas nunca que quizá molestes?

-Prefiero actuar.

-Pues esas actuaciones tuyas nos han traído problemas más de una vez... –replicó Melilot.

-¿Queréis dejarlo ya? –dijo Rhiannon conciliadora- Pensé que con el paso de los años estas tontas
disputas desaparecerían, pero veo que no habéis cambiado en absoluto -sonrió. Aunque Melilot y
Easter tomaron la reprimenda como totalmente en serio, Rhiannon se alegraba en secreto de que
sus hermanas siguieran siendo las mismas que recordaba.

Un crujido de goznes las alertó. Poco a poco una de las alas de la gran puerta se movió dejando el
espacio justo para pasar, pero nadie se asomó a recibirlas. Las mujeres se miraron extrañadas de
nuevo. ¿Y la servidumbre de la que Dagda siempre se rodeaba?

-Deberíamos llamar a Nemain, supongo que Dagda agradecerá que estemos todas presentes.

-Hazlo –dijo Easter.

-No es necesario –la voz de Nemain le llegó desde lo alto. Una neblina negruzca, flotaba a unos
palmos sobre sus cabezas, de la que comenzó a dibujarse el perfil del conocido rostro-. Melilot hizo
un buen trabajo cuando me conjuró la última vez. Tus dotes han mejorado con los años adquiriendo
fuerza y poder. Mis más sinceras felicitaciones hermana.

-Gracias Nemain.

-Bueno ya tendréis tiempo de hablar sobre ello ¿entramos? –preguntó Easter casi desapareciendo
ya tras la abertura de la puerta.

Una tras otra penetraron en el lugar mientras Nemain adquiría su condición corpórea por lo que fue
la última en entrar. La sala privada de Dagda, estaba tal y como la recordaban.
Una amplia estancia decorada en un tono rojo muy apagado salpicado de motivos dorados. En el
piso, realizado en la más noble madera, traída especialmente de Hokhno para embellecer el lugar,
se reflejaba la luz proveniente de las amplias ventanas acristaladas usando coloridos detalles.
Hermosas sillas de tres patas y sillones cubiertos por magníficos tapizados, suntuosas alfombras del
mejor tejido cubrían el suelo bajo exquisitas mesas con intrincados relieves. Al fondo, el gran
escritorio, cubierto por extraños utensilios de los que tan sólo el mismísimo Dagda conocía su uso
concreto. Y tras éste, el sillón desde donde el sabio regía toda la extensión de sus tierras.

Unas voces les llegaron desde la izquierda, al fondo de la habitación, llamando su atención.

-¡Ah queridas! Por fin habéis llegado. –el tono dulce y tranquilo del anciano las recibió. Junto a él,
una hermosa mujer de cabellos inusualmente cobrizos y unos profundos ojos oscuros–. Permitidme
que os presente a Bethame, heredera de las tierras de Hona’b.

Los bellos labios de la mujer se abrieron para ofrecer una preciosa sonrisa de bienvenida. Rhiannon
fue la primera en adelantarse para tomar su mano y así saludarla personalmente.

-Encantada Bethame, es un placer. Yo soy Rhiannon, regente del condado de Stone.

-Lo mismo digo.

-Easter, condado de Skyland.

-Encantada.

-Melilot, condado de Sizzle, bienvenida a Dagda.

-Gracias Melilot.

-Ceridwen, regente del condado de Snow.

-Un placer.

Nemain se había quedado en el otro extremo de la sala, absorta en sus propios pensamientos,
observaba la lanza Lug de Dagda, apoyada como olvidada, junto a uno de los sillones.

Aquella arma, inusitadamente singular, dorada en su totalidad con incrustaciones de piedras


preciosas en ambos lados, había sido creada con dos virtudes. Dos poderosos dones. Por un
extremo podía dar la vida en todos sus aspectos, y por el otro, la muerte. No era un bastón
cualquiera para dejarlo reposar sobre la pared.

-Perdona a nuestra hermana Nemain, no es muy dada a las celebraciones ni a las reuniones sociales
–comentó Rhiannon.

-¿Le ocurre algo a tu lanza, Dagda? –preguntó Nemain sin despegar los ojos del arma.

-No –respondió este extrañado-, ¿por qué lo preguntas?

-Simple curiosidad –comentó Nemain tomándola para observarla más de cerca. En cuando los
dedos de Nemain rozaron la larga barra metálica, esta brilló enérgicamente para después ir
perdiendo intensidad-. Creo que alguien que no debía a puesto sus manos sobre ella. Supongo que
sabes el riesgo que corres al dejarla al alcance de cualquiera.
-Vamos Nemain –rió Dagda-, sabes perfectamente que no todo el mundo puede tomarla.

-Sí lo sé. ¿Qué tema querías tratar con nosotras Dagda? –preguntó esta vez volviéndose hacia él.

-Por favor, sed tan amables de acompañarme hasta mi mesa y allí os pondré al corriente –respondió
dirigiéndose a todas las presentes-. Pero antes, creo que vosotras mismas tenéis algo que contarme
¿no es así?

-Efectivamente –contestó Melilot, mientras Dagda tomaba asiento tras la hermosa mesa-. Nuestros
condados han sido arrasados de una forma que, sinceramente Dagda, me hace pensar que lo han
hecho para que creyéramos que nuestras propias hermanas tenían algo que ver. Sin ir más lejos mis
propias tierras han sufrido un tremendo aluvión digno de los poderes de Ceridwen, aunque sé
perfectamente que ella no ha tenido nada que ver. Asimismo, las tierras de Rhiannon sufrieron
debido al fuego, las de la propia Ceridwen arrasadas por el viento y en el condado de Skyland han
registrados movimientos de tierra.

-Sí querida Melilot, he tenido conocimiento de todo esto que me cuentas y también sé quién ha sido
el causante.

-Pues dínoslo inmediatamente para que podamos ir a visitarle y ajustar cuentas –siseó Easter
tomando ya su boomerang entre los dedos.

-No es tan sencillo querida Easter –respondió Dagda con una sonrisa-, dejadme que os explique y
comprenderéis enseguida.

-¿Has contratado recientemente a algún sirviente nuevo, Dagda? –preguntó Nemain aún con la
lanza Lug entre sus manos, el hecho de que alguien hubiera intentado arrebatarla la trastornaba. Por
muchos era bien sabido que aquella lanza tan solo podía ser empuñada por Dagda o por ella misma.

-Pues no que yo sepa Nemain, pero como supondrás no es algo de lo que yo me encargue, aunque
no te quepa duda que me informaré sobre ello debidamente-. Dagda sonrió y procedió a explicar el
tema que les interesaba –Hace ya unos días, Fenrik, el señor de las tierras negras, me visitó para
solicitarme la mano de Bethame.

-¡No puedo creerlo! –intercedió Ceridwen, aunque al notarse observada por todos los presentes
volvió a enmudecer al instante, para seguir escuchando al hombre.

-Pues así es hija mía. Y si lo pensáis un momento enseguida entenderéis el porqué, Bethame es,
como ya os he dicho, la heredera de las tierras de Hona’b –explicó haciendo un breve asentimiento
de cabeza en dirección a la mujer- Según los textos de Oalab, guardados en la cámara secreta del
palacio de su padre, estas tierras guardan en su interior un gran poder que en manos de Fenrik
podría ser terrible.

-Pero es bien sabido que los textos de Oalab, están escritos en clave, no sería nada fácil utilizarlo
como guía para localizar ese poder ¿verdad? –preguntó Melilot perspicaz.

-Te equivocas Melilot, aunque los textos están escritos en clave, para alguien tan versado en el
tema como Fenrik, no sería nada complicado descubrir el emplazamiento exacto. Por ello es que
me negué en rotundo a entregársela.

-Por supuesto, no podría ser de otro modo –asintió Rhiannon.


-Pero como sabéis, Fenrik no es un hombre que se amedrente fácilmente, y por supuesto, todo lo
que han sufrido vuestras tierras tiene su origen en esto.

-¡Maldito sea! –exclamaron Easter Y Melilot a un tiempo.

-El caso es, que todo a llegado a oídos del padre de Bethame, quién ha proporcionado a ésta la
sabiduría de los antiguos textos. Riwall tiene la esperanza de que con ellos Bethame, pueda reducir
a Fenrik, y terminar así con la batalla que llevan manteniendo desde hace décadas.

-¿Y de qué se trata esa sabiduría tan poderosa? –preguntó Rhiannon interesada.

-Bethame, nació con la señal y ha sido desde muy temprana edad, educada en las artes de la Wicca.

Nemain, quién aunque escuchaba las palabras de Dagda, había mantenido hasta entonces más
interés en la lanza Lug, levantó el rostro para mirar a la mujer de cabellos cobrizos, con ojo crítico.
Bethame, notó al instante el escrutinio al que Nemain la estaba sometiendo y soportó su intensa
mirada hasta que no tuvo más remedio que clavar los ojos en el suelo. La sensación de que
estuvieran leyendo en su interior, y que éste le revelara a aquella extraña criatura todos sus
secretos, no le gustó y no pudo por menos que cortar el contacto visual.

-Bien, Dagda y ahora que todo está solucionado, ¿qué tenemos nosotras que ver con todo esto?

-Os he citado aquí porque necesito que escoltéis a Bethame, hasta Fenrik.

-¿Qué? –preguntó Ceridwen con los ojos abiertos, incrédula.

-¿Te has vuelto loco Dagda? –preguntó Easter- No sabes lo que nos estás pidiendo. Ir a las tierras
de aquél que ha producido tanto sufrimiento y trabajo en las nuestras para llevarle a su mujercita,
no es una petición natural. No puedes pedirnos eso Dagda, yo misma lo ensartaría con la espada de
Rhiannon si tuviera la más mínima oportunidad.

-Recuerda, querida Easter que Bethame, es llevada con la intención de terminar con él –hizo una
pausa y prosiguió-. Escuchad mis queridas niñas, yo mismo he pensado en todo esto y creo que la
seguridad de Bethame, en estas circunstancias es primordial, y no hay nadie mejor que vosotras
para ese trabajo. Por favor, pensar en el bien que haremos a todos los condados y por supuesto al
equilibrio cósmico. Fenrik no debe apoderarse, bajo ningún concepto, del poder que esconde las
tierras de Hona’b.

-Aun no sabemos con certeza cual es ese poder –apuntó Nemain.

-Knatock –respondió Bethame quién había permanecido en silencio hasta aquel momento -el
antipentáculo.

Aunque todas habían oído hablar de aquel objeto ninguna lo había visto jamás. Knatock, era una
leyenda en sí mismo, pues se decía que el antipentáculo había dado origen al mismísimo Dagda.

Al igual que el propio Fenrik. También se contaban muchas historias sobre él, aunque la mayoría
de ellas jamás se habían podido contrastar con la verdad. Muchos habían oído hablar y habían
sufrido en sus propias carnes sus actuaciones, pero pocos habían gozado de su presencia y habían
vivido para contarlo. Por las habladurías de las gentes, tampoco podía tenerse a ciencia cierta una
idea de la imagen de este. Unos lo pintaban como un hombre rayando la vejez, propietario de una
poblada barba blanca, mientras otros relataban las proezas de un poderoso regente, al que los dioses
habían dotado de una belleza extraordinaria.

Lo que Fenrik pretendiera apoderándose de aquel objeto era algo que tan sólo podían imaginar.

-Sabemos muy poco referente a ese objeto –comentó Melilot, exponiendo en voz alta lo que el
resto pensaba –ni siquiera tenemos la seguridad de que exista realmente.

-Existe Melilot –aseguró Dagda-, si no fuera así Riwall jamás enviaría a su única hija para
protegerlo. Bethame es la heredera de Hona’b, y como tal, su sucesora en el trono.

-Bien –dijo Easter-, ya está todo dicho. Si ese objeto es tan poderoso como las leyendas cuentan
está claro que en manos de ese pretencioso de Fenrik sería causante de muchas desdichas, así que
debemos hacer lo que se nos pide –terminó, más para convencerse a si misma que para resumir los
hechos.

-Estoy de acuerdo –convino Rhiannon- si está en nuestra mano la seguridad de Bethame, no


podemos negarnos. ¿Qué opinas Ceridwen?

-Que así sea y que la sabiduría de los antiguos nos acompañen –aceptó con seriedad y en seguida
volvió a hundirse en sus propios pensamientos.

-Y en el caso de que estos nos fallen, siempre podréis contar conmigo –comentó Nemain mirando
directamente a Dagda.

Atrás había quedado la bulliciosa ciudad. La abandonaron cuando la actividad empezaba a hacerse
patente, y las calles comenzaban a llenarse de turistas, comerciantes que montaban sus tenderetes y
mostraban los últimos souvenirs, vendedores que a voz en grito, pregonaban las maravillosas
propiedades curativas de su último descubrimiento y en general, el incesante ir y venir del
variopinto gentío que la poblaba.

Nemain, tras salir del palacio de Dagda, había vuelto a desaparecer sin advertirlas sobre ello. Era
habitual, en la hermana más extraña, ese tipo de proceder. Ya estaban acostumbradas a que se
marchara de aquella forma. Tan sólo Bethame tuvo la intención, en un momento dado, de
comunicarlo, pero advirtió que todas ya lo habían notado y decidió dejarlo estar con un
encogimiento de hombros.

De nuevo en el punto donde se habían reunido, junto al centenario árbol que vigilaba la ciudad
desde el alto plano, Ceridwen detuvo su caminar para mirar de nuevo la estupenda estampa de
Dagda iluminada por el sol. Los rayos del astro rey incidían en los dorados palacios principales,
reflejando la luz con intensidad. Sin poder evitarlo, pensó en sus tierras cuando el sol se reflejaba,
exactamente igual, sobre las casas de hielo construidas con esfuerzo por sus habitantes,
consiguiendo el efecto visual de la contemplación de diamantes sobre un manto blanco
aterciopelado.

-Vamos hermana –la animó Rhiannon rodeándola con sus brazos-, todas tenemos en mente nuestra
tierra pero hay que pensar en el trabajo que tenemos por delante para el bien de nuestros súbditos
y... de nosotras mismas.

-Tienes razón Rhiannon, pero no puedo por menos que sentir cierta culpa por todo lo ocurrido.
-Lo comprendo, todas albergamos un sentimiento similar, pero no debemos cerrarnos a él pues
hicimos por nuestras propiedades tanto como pudimos, ahora es tiempo de luchar por que el mal no
adquiera mayor poder.

-Eres muy joven Rhiannon, y posiblemente por más que yo te expusiera mis pensamientos jamás
lograrías llegar a comprenderme –comentó más para sí que para su hermana-. Aunque sí, tienes
razón, es hora de buscar soluciones –agregó más resuelta.

-Bien, me alegro de oír eso –sonrió Rhiannon y la acompañó en el caminar hasta alcanzar al resto.

Ya era bien avanzado el medio día cuando comenzaron a sentir la necesidad del descanso y los
alimentos. Decidieron detenerse bajo un grupo de árboles que ofrecían una estupenda sobra para
resguardarse de un sol de justicia, que en aquel momento, azotaba el camino. Mientras Rhiannon y
Ceridwen acompañadas de Bethame, reunían leña para la hoguera con la que cocinarían los
alimentos, Easter y Melilot desaparecieron con la intención de atrapar alguna buena pieza que les
saciara el apetito.

-¿Y tú que opinas de todo esto Bethame? –preguntó Rhiannon ante el silencio reinante, después de
unos largos minutos recogiendo ramas y pequeños troncos.

-Que Dagda tiene razón y no debemos permitir que Fenrik se apodere del Knatock. –respondió
mientras recogía una nueva rama.

-No me refería a eso exactamente. Te preguntaba sobre que piensas de que tu propio padre te envíe
a la guarida de Fenrik. Es como si te empujaran a la boca del lobo ¿no crees? –volvió a preguntar
mientras ayudaba a Ceridwen a recoger un grueso tronco que mantendría vivo el fuego durante un
buen rato.

-Bueno –comentó como quitándole peso al asunto, aunque mirando a Rhiannon indirectamente-,
podríamos decir que a vosotras os han hecho prácticamente lo mismo ¿no? Tengo entendido que
Dagda es algo así como un segundo padre para vosotras. De hecho es lo único que sé acerca de
vuestra relación, ya que él mismo me lo dijo la tarde en la que nos presentaron, y después de todo,
ha sido él quien os ha encomendado acompañarme.

-Sí –respondió Rhiannon mientras miraba fijamente a Ceridwen, quién había clavado sus ojos
directamente en los de su hermana al oír la respuesta de Bethame-. Aunque también es cierto que
no solamente lo hacemos por acompañarte. Fenrik ha infringido mucho daño a nuestras tierras.

-¿Quieres decir que tenéis pensado hacer algo más que protegerme Rhiannon? –preguntó Bethame,
irguiéndose y mirando a sus compañeras de viaje directamente.

-Aun no sé nada con certeza, pero ten la seguridad de que ni Easter ni Melilot dejarán pasar
cualquier oportunidad que tengan de arreglar cuentas con ese malnacido.

-Efectivamente, y por supuesto yo tampoco –añadió Ceridwen quién había permanecido en silencio
durante toda la conversación.

Bethame no dijo nada más sobre el tema, recogió alguna pequeña rama más y se giró para
encaminarse hacia el lugar donde habían montado el precario campamento. Ceridwen la siguió con
la mirada. No estaba completamente segura del porqué, pero no le gustó la forma en que Bethame
las había mirado cuando había planteado su última pregunta. Levantó la cabeza hacia el hermoso
cielo raso. Tenía que tranquilizarse, no estaba bien juzgar a una persona nada más conocerla y era
cierto que Bethame, había sido muy educada con ellas, mostrándose más que dispuesta a colaborar.
Bajó de nuevo la cabeza y vio a Rhiannon ante ella, mirándola mientras le tomaba de las manos.

-Tan sólo está nerviosa –dijo Rhiannon adivinando los pensamientos de su hermana-. Después de
todo, es normal. Su situación no es nada sencilla de sobrellevar. Sabe que soporta un enorme y
desagradable peso sobre sus hombros y eso crispa los nervios de cualquiera.

Un par de kilómetros al norte, Easter y Melilot se encontraban agachadas tras unos tupidos
arbustos, con la mirada fija en una pieza idónea para su objetivo, que pacía tranquilamente,
ignorante de lo que acontecía a tan sólo unos metros. El animal, ajeno a cualquier otra cosa que no
fuera comer, devoraba pequeñas flores y tiernos brotes con tranquilidad y parsimonia.

-Vamos Melilot, no lo pienses tanto –susurró Easter.

-Tranquila, sólo quiero asegurarme que está solo. ¿Ves desde aquí si es macho o hembra?

-¿Y qué más da?

-No quisiera matar a una hembra, eso es todo. Estamos en época de apareamiento y la mayor parte
de las hembras en este momento están preñadas.

-¡Oh! Melilot, de todo tienes que hacer una montaña. Venga hazlo, estoy casi segura de que es un
macho.

-¿Casi? No me sirve un casi.

-¡Sí lo es! –exclamó crispada.

La voz alzada de Easter, alertó del peligro al animal que escapó veloz para ocultarse en pocos
instantes.

-¡Mira lo que has hecho! –exclamó Melilot enfadada e irguiéndose para estirar las piernas que ya
sentía entumecidas –. ¡Has conseguido que la presa escapara con tus gritos!

-¡La presa ha escapado aburrida de esperar que la matases Melilot! –respondió poniéndose a la
altura de su hermana- ¡De hecho me extraña que no se hubiera muerto tan sólo por ese motivo! ¡Por
todos los Dioses!

-¡El animal hubiera huido igualmente por la escandalera que están formando tus tripas! ¡Es
imposible ir a cazar contigo en este estado!

Aquella aseveración hizo que Easter estallara en risas por la verdad de las palabras. Carcajadas a
las que Melilot no tuvo más remedio que unirse por la comicidad del momento.

En el campamento Ceridwen también reía observando como Rhiannon trataba de encender el fuego
sin conseguirlo. La pequeña de las hermanas llevaba un buen rato frotando una rama contra un
tronco infructuosamente.

-Si tanta gracia te hace ¿por qué no lo intentas tú?

-No es eso Rhiannon, ¿no crees que es más sencillo esperar a que venga Melilot?
Nada más terminar la frase escucharon las voces de ambas hermanas que bajaban la pequeña colina
por la que se habían marchado, con algunas aves colgadas al hombro que se zarandeaban con el
movimiento rítmico y apresurado de la pareja.

-Por fin llegasteis, vamos Melilot enciende el fuego, estoy hambrienta. –informó Rhiannon.

-Hubiéramos llegado antes si a nuestra naturista hermana no le diera por pensar en la sostenibilidad
zoológica del área cuando tiene que cazar para alimentarse –comentó Easter con una sonrisa irónica
en el rostro mientras Melilot levantaba su mano para ejercer el movimiento adecuado de prender
los troncos apilados.

Al escucharla ésta, giró el rostro para perforarla con una mirada encendida. Por lo visto a Easter le
costaba mantener quietecita aquella lengua mordaz.

-Easter querida ten mucho cuidado al comer estos maravillosos manjares que hemos cazado –
comenzó Melilot con voz engañosamente dulce para terminar en un toco seco-, podrías morderte la
lengua y envenenarte.

En pocos minutos los alimentos estuvieron preparados por Ceridwen y las cinco mujeres se
sentaron para comerlos con apetito voraz.

Después de saciada la necesidad, Bhetame acomodó su espalda contra la rama gruesa de un árbol
cercano que ofrecía una magnífica sombra, para descansar y reemprender un poco más tarde el
camino.

-¿Qué es esa señal que tienes en el tobillo Bhetame? –preguntó Easter curiosa al ver una especie de
tatuaje o lunar extraño y demasiado grande en su tobillo.

-¿Esto? –preguntó Bhetame sabiendo a qué se refería- Es la señal de las guardianas de los textos
antiguos conocedoras de la sagrada magia Vicca. Es una marca mágica realizada por la suma
sacerdotisa a su discípula.

-¿Quieres decir que ahora tú eres la sagrada sacerdotisa? –Preguntó Melilot.

-Aun no –rió Bheame- Sólo hay dos formas de asumir el cargo de sacerdotisa Vicca en mi tierra;
demostrar que se es digna para el o esperar a que la sacerdotisa saliente desee retirarse. Y por el
momento Amhatara creo que no tiene pensamientos de hacerlo.

-En cierto modo, supongo que es mejor ¿no? –comentó Easter, por lo que se ganó una mirada de
advertencia de su hermana mayor-. Quiero decir que debe ser una responsabilidad enorme y es
sabido que a nadie le gusta acarrear ese tipo de carga.

-Sí, supongo que tienes razón. –comentó Bhetame mientras volvía a reposar la espalda que había
erguido para poder mirar los rostros de sus contertulias- pero cuando desde el nacimiento se te ha
estado preparando para ello se ve de otra forma. Quiero decir, que no me da miedo ostentar el
cargo, nací para ello. –terminó la explicación con una sonrisa.

Era tremendamente placentero estar allí tumbadas, sobre el suave y tierno manto verde que cubría
la ladera de la colina, mientras el sol se dejaba entrever entre las hojas de los árboles que el suave
viento acariciaba. El canto de algún que otro pájaro le llegó dulce a los oídos, como queriendo
envolverlas con su trino y así ofrecerles una nueva sensación de bienestar.
-¿Descansando? Bien me uniré a vosotras, hay algo extraño sobre lo que debo reflexionar –
comentó Nemain quién había aparecido de la misma forma en que se había marchado,
silenciosamente y sin avisar. Sin añadir nada más, eligió un lugar algo más apartado del área que
ocupaba el resto y se sentó.

Bhetame la miró interrogante. Le resultaba cómico que alguien como ella pudiera calificar como
extraño algo.

-¿Siempre es así? –preguntó a Easter por lo bajo y refiriéndose a la recién llegada.

-La mayoría de las veces –respondió ésta sin darle importancia mientras sonreía satisfecha por el
descanso.

Nemaín, sentada con las piernas cruzadas y la espalda erguida, adelantó las manos con las palmas
hacia arriba como a la espera de recibir un presente, y pronunció en murmullos unas palabras
ininteligibles. En medio de estas, y a la altura de su pecho, comenzó a originarse un pequeño
disturbio en el viento. Una extraña luz de un tono indefinido brilló hasta alargarse sobre ambas
palmas y convertirse en aquella extraña lanza que había estado observando en el salón privado de
Dagda, mientras conversaban.

Las otras cuatro hermanas, alertadas por el conjuro, alzaron sus cabezas del reposo y miraron en
dirección a Nemaín que observaba absorta la lanza Lug.

-¿Cómo demonios has conseguido eso? –preguntó Melilot.

-Muy sencillo, volví a por ella.

-¿Y Dagda te la cedió? ¿Así sin más? –quiso saber Ceridwen.

-Eso es lo más extraordinario de todo –comentó Nemain-, Dagda no estaba y él jamás se separa de
ella.

Después del reparador descanso, volvieron a emprender el camino. Aunque el sol, rey en las
alturas, ya no era tan fuerte, se notaba como un peso más que acarrear en el duro trayecto.
Ceridwen caminaba observando sus propios pies y se le antojó que iban devorando la tierra a
medida que avanzaba. Easter jugueteaba con su boomerang, mientras que Rhiannon y Melilot
charlaban para amenizar la marcha. Nemain, después de compartir con ellas unos minutos en los
que estuvo completamente concentrada en sus misteriosos quehaceres había vuelto a desvanecerse,
esta vez informando que volvería.

Bhetame paseaba la mirada de una a otra hermana preguntándose qué tenían de especial aquellas
mujeres, a parte de los evidentes poderes, para que Dagda creyera tanto en ellas. Todo el mundo
tenía un punto débil, aunque ellas parecían estar por encima de todo despropósito. Aunque no las
había visto con otro atuendo que no fuera aquella especie de túnica de grueso tejido negro,
portaban cada una un saco, en el que supuso guardaban las pertenencias necesarias para el viaje, de
los cuales, excepto en el de Easter y Melilot, colgaban las vainas de lo que parecían ser armas
blancas. Sin razón aparente Bhetame no podía imaginarse a las dos más pequeñas luchando con
aquellas armas, sencillamente no le cuadraba con lo poco del carácter que había percibido en ellas.

Melilot, la mayor, se revelaba como la más racional, pensó, la comparó con el tipo de mujer que
siempre piensa en todas las opciones frente a un problema antes de actuar. Con el arco y el carcaj
colgados al hombro, examinó sus pasos. Los avances seguros hablaban de una persona de carácter
fuerte, y por lo que había visto de ella, sabía que se sentía muy responsable de sus hermanas. De
estatura media, con el pelo muy corto como rasurado a cuchillo, sus ojos marrones se encendía con
brillos verdosos cuando montaba en cólera.

Easter, por el contrario, destacaba por su pasión por la acción rápida, sin duda alguna, enfrentarse
con aquella mujer cara a cara debía ser aterrador, pues su sola presencia imponía por el arrojo
incluso de su postura. Un par de centímetros más baja que su hermana mayor, compartían
muchísimo el parecido físico, la forma de los ojos e incluso el color, así como el corte de pelo,
aunque ésta lucía unos brillos dorados más acentuados.

Ceridwen, era con mucho la más callada y reservada, apenas la había oído pronunciar unas pocas
frases durante todo el día. Con el cabello largo, rizado y muy oscuro; la piel extremadamente
blanca, era el marco perfecto para un rostro de líneas finas, muy femeninas, como si su misma cara
hubiera sido acariciada por el agua que dominaba.

La pequeña Rhiannon, era lo opuesto a la anterior con respecto a personalidad. Animada y


charlatana, siempre que la había mirado ostentaba una sincera sonrisa en su rostro redondo y
aniñado. Compartía con su hermana inmediatamente mayor, una larga y rizada cabellera oscura.
Sus ojos también del color que predominaba en la familia, mostraban un brillo especial, sin duda
debido a esa faceta optimista que reinaba en su carácter.

Y por supuesto Nemain. La extraña, la había bautizado. Un halo de misterio y ocultismo rodeaba a
aquella mujer. La tez de un color prácticamente blanco, como si jamás hubiera gozado de los rayos
de sol, le cabello largo, negro como ala de cuervo y completamente liso, hacían juego con unos
ojos oscuros y sobrecogedoramente profundos. Su cuerpo aun cuando estaba es estado sólido
presentaba unas formas que solo podía calificar como etéreas.

Cinco sorprendentes y completamente diferentes mujeres que conformaban una misma fuerza pero
a la vez tan dispares unas de las otras.

Caminaron durante horas hasta que el astro rey fue perdiendo terreno en beneficio de la blanca
Luna, y con él, la luminosidad que necesitaban para seguir avanzado.

-¿Qué os parece si pasamos la noche aquí? –dijo Melilot, señalando el amplio y despejado terreno
por el que caminaban-. Bajo mi punto de vista, creo que es el lugar perfecto, libre de posibilidades
para una emboscada a media noche, los veríamos aparecer.

-Me parece perfecto –coincidió Easter.

-¡Esto hay que celebrarlo! –exclamó Rhiannon sorprendiendo al resto con su alegría.

-¿Qué hay que celebrar? –preguntaron las otras.

-Que Melilot y Easter estén de acuerdo por una vez ¿No me diréis que eso ocurre todos los días?

En poco tiempo tenían montado de nuevo el pequeño campamento, esta vez, teniendo en cuenta
que deberían pasar la noche, acomodaron sus pocas pertenencias alrededor de unas piedras
colocadas en círculo, que albergaría la fogata que alejaría las alimañas y las calentaría.

-Bien ahora deberíamos pensar en lo que llevarnos al vientre –comentó Easter.


-Es tarde para cazar, dejad que nosotras nos encarguemos ¿estas de acuerdo Ceridwen? –preguntó
Rhiannon mirando a su hermana con una sonrisa.

-Desde luego.

Las dos hermanas caminaron unos pasos, alejándose de la fogata que ya crepitaba gracias al poder
de Melilot. Bhetame, miró a las más pequeñas sin comprender qué se proponían. Durante largos
años había convivido con la magia, creía conocer todos y cada uno de los aspectos de aquella
ciencia, pero su saber se reducía a conjuros y hechizos que para conseguir algo complejo debían ser
realizados incluso con días de antelación. El poder que parecían ostentar aquellas mujeres excedía
con mucho su comprensión. Era cierto que con buenos conjuros se podría realizar verdaderos
milagros pero de ahí a conseguir algo que saciara el apetito iba un mundo. Las vio sentarse sobre la
tierra cubierta de tierno césped. Rhiannon extrajo algo de entre sus ropajes que hundió en la tierra.
Ceridwen fue la primera que llevándose las yemas de sus dedos a los labios, dejó caer sobre la
tierra algo de su saber en forma de un ligero beso lanzado. En seguida Rhiannon posó las palmas y
entonando un suave cántico procedió a ejercer algún tipo de magia.

-¿Que se supone que intentan hacer? –preguntó Bhetame que no comprendía nada de aquel extraño
ritual.

-Proveernos de alimentos para la cena –contestó Melilot quitándole importancia a aquel increíble
hecho.

-No puedo imaginar cómo.

-Pues observa.

Volvió a clavar los ojos en las hermanas. Rhianon permanecía con las manos apoyadas en el suelo
mientras seguía murmurando aquella extraña letanía. Ceridwen había cambiado su postura y se
encontraba frente a su hermana cubriendo entre sus manos algo que Bhetame no alcanzaba a
vislumbrar. Volvió a mirar a Melilot tratando de buscar una respuesta a todo aquello, pero la
hermana mayor, sentada relajadamente y presa de un aburrimiento patente se entretenía lanzando
finos soplidos a las llamas que al recibirlos se alzaban hasta alcanzar una considerable altura.
Easter lanzaba su boomerang tratando de eludir las peligrosas lenguas de fuego tal y como hacían
cuando eran niñas.

Poco a poco, aquello cuidaban las hermanas, tomó la forma de brote que crecía y crecía hacia lo
alto, extendiendo sus ramas sobre ellas. Cuando había alcanzado ya un tamaño considerable,
Rhiannon y Ceridwen juntaron sus manos abrazando al árbol entre ellas. Con los ojos cerrados,
completamente concentradas, lanzaron algún tipo de potente hechizo que iluminó todo el grueso
tronco en toda su longitud y que tuvo como resultado unos enormes y jugosos frutos que colgaban
de las ramas de su creación. Era consciente de los poderes de sus acompañantes pero aquello que
había contemplado superaba cualquier cosa que hubiera podido imaginar. ¡Habían creado vida!

Rhiannon rió contenta por lo conseguido y se dedicó a recolectar la reciente cosecha. Ceridwen
visiblemente fatigada se acercó para sentarse cerca del fuego.

-¿Te encuentras bien hermana? –preguntó Melilot.

-Sí, solo un poco cansada.

-¿Y quién no lo está? –comentó Easter-. Estoy derrotada, siento los músculos atrofiados de
caminar. ¡Dioses! Como hecho de menos un buen baño que me relaje el cuerpo.

-¡Oh sí! –comentó Rhiannon ofreciendo la fruta a sus hermanas que inmediatamente comenzaron a
engullir- Eso sería magnífico, un buen baño reparador.

-Bien, mañana intentaremos buscar una solución a ese problema –comentó Melilot resuelta -¿estáis
de acuerdo?

Todas asintieron con una sonrisa pintada en los labios ante la esperanzadora posibilidad.

Después de cenar se organizaron los turnos de vigilancia. Aunque el lugar que habían elegido para
pernoctar era lo más seguro que habían encontrado hasta el momento, todas estuvieron de acuerdo
en que una permaneciera despierta por turnos para evitar sorpresas indeseadas. Bhetame también se
pronunció al respecto, informando de su intención de ayudarles en aquella empresa, aunque Melilot
expuso alguna que otra objeción, al final tuvo que claudicar ante las razones del resto. Era la mejor
forma de que todas durmieran las horas necesarias para un buen descanso. Así, se decidió que
Bhetame sería la última en velar el sueño de las otras cuatro, ya que las primeras horas de la
mañana era el momento más improbable para un asalto.

Pasaron las primeras horas de la noche, Melilot y Easter ya habían hecho sus turnos, Ceridwen
caminaba unos pasos para estirar las piernas en los últimos minutos de su turno antes de despertar a
Rhiannon para que la relevara. Se acercó hasta el bulto en el suelo que era su hermana pequeña
para proceder a sacarla de su sueño y sonrió al verle el rostro. La cara de Rhiannon era de una
placidez absoluta. Cubierta por una fina capa de sudor, su boca formaba un riptus de placer que
Ceridwen no pudo por menos que comparar con el éxtasis de un encuentro sexual. ¿Con quién
estaría soñando? Se preguntó en un murmullo entre risas.

Aunque le sabía fatal privar a su hermana de continuar durmiendo y soñando con aquello que le
proporcionaba tanto bienestar, Ceridwen tuvo que reconocer que necesitaba también el descanso
para poder continuar la marcha al día siguiente. El camino era duro y ella, extrañamente, estaba
notando el cansancio más que otras veces. Meditó un momento sobre ello, en cuclillas al lado de
Rhiannon, Ceridwen buscó a tientas entre sus ropajes la piedra Fal, la encerró entre sus dedos
deseando que aquel amuleto la ayudara a superar el viajeque se le antojaba demasiado agotador. Se
estaba volviendo un poco paranoica pensó, sin duda es resultado de un trayectodemasiado largo.
Después de todo, ella había tenido que caminardesde sus tierras hasta el condado de Stone, y luego
hasta Dagda, llevaba muchos más kilómetros en su haber que el resto de sus hermanas. Recordó de
nuevo su casa y los últimos momentos vividos allí junto a aquel hombre que la había cautivado y
seducido.

Ceridwen no era de las que se dejaban llevar por devaneos sexuales, eso lo dejaba para Easter que
sin duda sabía manejarlo a su antojo. Ella era más bien mujer de un solo hombre, pero mujer al fin
y al cabo, así que las atenciones de aquel musculoso y bello ejemplar consiguieron que el deseo se
encendiera en ella de una forma que creía que jamás conseguiría ningún hombre. Sonrió mirando a
Rhiannon y deseó que su sueño fuera como mínimo tan satisfactorio como la última noche pasada
en Snow entre los brazos de su amante.

-Vamos Rhiannon –la sacudió dulcemente- es tu turno.

-¿Ya? –preguntó Rhiannon adormilada.

-Sí, ya.
-Está bien –respondió estirando el cuerpo e irguiéndose perezosamente- Vamos ve a dormir.

-Me voy, pero recuerda que mañana tendrás que explicarme qué has soñado. Por el rostro que
tenías durmiendo deduzco que ha debido ser muy placentero –comentó Ceridwen con una sonrisa
pícara- Buenas noches cariño.

Cuando Rhiannon pudo procesar mentalmente lo que su hermana había dicho enrojeció a la vez
que sonrió recordando al instante el maravilloso sueño que había tenido, mas no pudo hacerle
comentario alguno a su hermana pues ésta ya había caído rendida en su manta cerca de la casi
extinguida fogata.

El sol ya brillaba cuando Bhetame despertó a las hermanas. Pensó que tardarían todavía en recoger
los bártulos y comenzar la marcha, pero se equivocaba de nuevo. Las cuatro mujeres se pusieron
rápidamente en pie y tomaron sus pertenencias para emprender de nuevo el camino.

Una pieza de la misma fruta de la cena sirvió para llenar un poco los estómagos hasta el almuerzo.
Cualquier mujer de su condición sabía que no era recomendable caminar bajo el fuerte sol con el
estómago demasiado lleno. Lo único indispensable era el agua potable, bien del que aún disponían
generosamente.

Caminaron de nuevo en silencio, concentradas únicamente en conservar un buen ritmo de avance.


Era primordial no tardar demasiado en llegar a las tierras de Fenrik, mientras más tardaran ellas
más tiempo tendría él de apoderarse de los documentos que necesitaba. La antigua lengua de los
textos de Oalab, como bien había dicho Dagda, no supondría ningún problema para él. Pero se
comenzaba a vislumbrar las primeras señales de cansancio en el grupo.

Melilot razonó que tampoco era producente forzar la maquinaria, a aquel paso llegarían a las
Tierras Oscuras demasiado agotadas como para luchar contra Fenrik. Su primera preocupación
recayó en su hermana más silenciosa.

-¿Cómo te encuentras Ceridwen? –preguntó Melilot, pregunta que llamó la atención del resto.

-Bien –contestó esta con una tímida sonrisa mirando alternativamente a los inquisitivos ojos que la
observaban.

-Anoche después de ayudar a Rhiannon te noté muy agotada y me tienes algo preocupada.

-No me ocurre nada Melilot –recalcó-, es más ¿no deseabais un buen baño? Pues me pondré manos
a la obra, yo me encargo de encontrar el lugar.

-¡Fantástico! –coincidieron Easter y Rhiannon.

Enseguida Ceridwen se concentró entrando en una especie de trance que duró unos minutos.
Después abrió los ojos e indicó el camino a seguir.

Justo cuando el resto de mujeres iniciaban de nuevo el caminar en dirección al lugar que había
señalado Ceridwen, unos desconocidos les salieron al paso, rodeándolas.

-¡Alto ahí! ¿Quién va?

Ante la sorprendente revelación de aquellos que habían permanecido hasta entonces ocultos, Easter
sobresaltada no tardó ni un parpadeo en colocarse en posición de ataque boomerang en mano.
-¿Y vosotros? ¿De donde diablos habéis salido? –preguntó airada y con el ceño fruncido.

Melilot, siempre con la cabeza fría, se interpuso entre su hermana y el inmediato a ella, tratando de
mediar para terminar con aquello de la mejor forma posible. Bajando con una mano el arma de
Easter, evaluó la situación.

-Buenos días caballeros. Soy Melilot, señora de Sizzle, tratamos de atravesar estas tierras sin crear
problemas siempre que nos lo permitan -. Las buenas palabras de Melilot parecieron ejercer de
alguna forma un visible relajamiento entre los hombres.

-Buenos días señoras, ¿y qué objetivo puede ser tan importante como para tratar de atravesar estas
tierras? Son tiempos extraños, tiempos en los que tan elogiables damas no deberían arriesgarse por
estos andurriales-respondió alguien que aún permanecía entre las sombras.

Poco a poco un hombre alto y fornido, al que las mujeres reconocieron como el jefe de aquellos
que los retenían, emergió de las profundidades del bosque. Era un bello ejemplar masculino, de
pelo rizado y oscuro, que contrataba con unos ojos plateados que brillaron como plata helada. Las
miró una a una como tratando de medirlas en fuerza.

Hoel, siempre había tenido claro que no había enemigo pequeño. Aquellas bellas hembras, aunque
inofensivas en apariencia, desprendían un extraño e inquietante poder. Casi podía palparlo. Siempre
había tenido un sexto sentido para ello. Pensó que debía, por el bien de su pueblo, averiguar el
porqué de aquella imprevista visita a su territorio, algo le decía que era de máxima importancia
conocer el motivo. Y si los Dioses estaban de su parte, quizá también podría aprovecharlo.

Debido a la insistencia de Hoel, el grupo de mujeres se unió al almuerzo durante el cual el diálogo
se basó casi exclusivamente en presentaciones y charla ligera. Con una mirada de entendimiento las
cuatro hermanas decidieron ocultar sus poderes para no crear problemas indeseados y pasar por
simples mortales con un objetivo común, llegar hasta Fenrik y combatirlo. Una vez pasado el
primer contacto, los hombres que componían el pequeño grupo se mostraron mucho más afables y
solícitos, colmando de atenciones a las cuatro hermanas y a Bhetame, que apenas había dicho nada
durante la comida.

Más tarde, muchos se retiraron a descansar durante unos minutos y otros a organizar el siguiente
relevo de guardia y ordenar el campamento, oculto ingeniosamente en un alto plano rodeado de
rocas, algo alejado del camino principal. Era obvio que Hoel y sus hombres llevaban en aquel lugar
varios días y tenían pensado pasar algunos más, por la cantidad de comodidades de las que
disponían. Ninguno de ellos dormía a la intemperie, todos gozaban de una especie de tiendas chatas
realizada de pieles y gruesos tejidos que los resguardaban del frío y la posible lluvia.

-¿Dónde os proveéis de agua? –preguntó Melilot a Hoel que reposaba distraído a la sombra del
gran y único árbol que había en el área- sé que debe haber algún río por aquí cerca.

-Efectivamente, a unos minutos caminando en aquella dirección, se encuentra el nacimiento del río
Shober. De ahí es de donde tomamos el agua potable y unos metros más abajo existe un remanso
donde poder asearse cómodamente –indicó.

-Creo que me acercaré a echar un vistazo.

-Te acompañaré, es fácil extraviarse si no se conoce el camino.


Melilot aceptó de buena gana, sin duda también sería el momento idóneo para tratar de averiguar
algo más sobre aquel grupo y su jefe. En un instante ambos ya estaban preparados para la pequeña
excursión y comenzaron a caminar pausadamente.

-He observado que debéis llevar ya bastante tiempo aquí.

-Ciertamente y a mi pesar así es, desde que hace ya prácticamente un año Fenrik comenzó el asedio
a mi pueblo. Siempre hemos sido personas tranquilas, dedicadas casi exclusivamente a cultivar los
campos y a la ganadería, es por eso que al principio no entendí el porqué del ataque del señor de las
Tierras Oscuras. ¿Qué podíamos tener que Fenrik deseara? Esta era la cuestión que los primeros
días ocupaba mi mente, tratando por todos los medios de encontrar la respuesta.

-Fenrik no necesita un motivo para destruir.

-Esa fue la conclusión a la que llegué después de soportar un nuevo ataque en el que perdimos
muchas vidas, vidas que quizá pude haber salvado si hubiera empleado el tiempo pensando cómo
rechazar el asedio si volvía a intentarlo –la tristeza que denotó su tono de voz y el hecho de que de
pronto clavara la vista en el camino, le dijo a las claras a Melilot que Hoel había sufrido la perdida
de alguien muy querido-. Es por ello, que ahora, hemos montado puestos de vigilancia que rodean
todo el área, además de tomar las precauciones necesarias dentro del poblado.

-Todos hemos sufrido perdidas debido a la maldad de ese gusano –dijo Melilot palmeándole la
espalda a modo de apoyo moral- No te atormentes, Fenrik es muy poderoso, quizá el resultado
hubiera sido el mismo.

-Eso nunca lo sabré –comentó apesadumbrado.

-Mi pueblo, así como el de mis hermanas, también ha sido asolado. Pero para nosotras sí existe una
razón, Fenrik tiene un objetivo marcado y aunque no puedo hablarte sobre él, es el motivo de este
viaje hasta su morada –dijo entristecida. Le hubiera gustado compartir con Hoel todo aquello que le
inquietaba. Jamás había viajado hasta aquellas tierras y para ella, que le gustaba tenerlo todo
controlado y adelantarse a los acontecimientos, era insoportable enfrentarse a la duda sobre qué se
iban a encontrar.

Sopesó de nuevo la idea de explicarle todo aquello que se proponían y los motivos que les movían
a todos, pero su mente, que siempre calculaba todas las posibilidades, buenas y malas, la instaba a
callar. Le gustaba Hoel y se resistía a pensar que pudiera fallarle.

-Lo comprendo.

Permanecieron en silencio durante unos minutos y antes de que Melilot se diera cuenta llegaron al
nacimiento del río.

Era un paraje espectacular en exuberancia. En el medio del bosque se alzaba un pequeño


promontorio del que de su cima manaba una pequeña cascada de cristalina agua, que caía en un
remanso, formando un pequeño lago perfecto para bañarse tal y como Hoel le había dicho.
Rodeado de abundante vegetación, existía también una zona libre de arbustos, cubierta por un leve
manto de tierno césped.

-Esto es realmente una visión –dijo Melilot sonriendo y con los ojos llenos de deseo de probar
aquellas aguas en tan bello lugar.
-Aún os quedan un par de días de viaje por caminos mucho más duros en los que no dudo
encontraréis resistencia, te propongo que paséis con nosotros lo que resta del día y la noche, así
podréis descansar –ofreció Hoel. Melilot pensó silenciosamente si aceptar o no-. No aceptaré un no
por respuesta. Sabes tan bien como yo que es necesario.

Melilot recompensó con una sonrisa que alguien por una vez en su vida eligiera por ella, con aquel
gesto ya estaba todo dicho.

Decidieron volver al campamento e informar al resto del cambio de planes. Sabía que Ceridwen
agradecería aquellos momentos de descanso, aunque su hermana se empeñaba en decir que no era
nada, se sentía algo preocupada. Era cierto que nunca había sido la más activa de las cinco pero
jamás había visto mermada su resistencia tanto como aquellos días. Y por supuesto, Easter y
Rhiannon estarían encantadas de sentirse rodeadas de hombres apuestos y atentos. El único punto
que le preocupaba era la aparición de Nemain ¿cómo lo explicaría? Aún no habían hablado sobre
ella y estaba segura que su llegada sería todo un acontecimiento entre el grupo de guerreros. Sonrió
con humor, pensando en aquella posibilidad.

Cuando por fin vislumbraron el campamento observaron que Easter y Rhiannon se entretenían
midiendo sus fuerzas con alguno de los hombres de Hoel mientras reían abiertamente. Aunque eran
consumados guerreros, Rhianon manejaba su espada de dos filos como si formara parte de su
mismo brazo, consiguiendo mantener a raya a dos de los hombres que intentaban desarmarla.
Riendo a carcajadas, la pequeña de las hermanas, realizaba giros y ejecutaba cintas, que eran
elogiadas con regocijo por parte de otro grupo de hombres que admiraban el amistoso combate.

Easter por su parte, practicaba la puntería de su boomerang con otros tres hombres armados con
arcos, dejando a estos siempre en un segundo plano.

-Vuestras hermanas se defienden maravillosamente –dijo Hoel asombrado.

-Han sido entrenadas para ello desde pequeñas.

-No obstante la espada de Rhiannon parece muy pesada, y Easter domina ese extraño artefacto con
destreza, es incluso mejor que mis mejores arqueros –Melilot rió divertida ante el comentario.

-Y espera, que aún no le ha dado por derribar las flechas lanzadas, es digno de ver.

Hoel se unió al resto del grupo que observaba atento las hazañas de ambas hembras, y Melilot,
aprovechó para acercarse a Ceridwen e informarle sobre el río y el ofrecimiento de su anfitrión.

A medida que se acercaba a ella, que también observaba el entrenamiento protegida por la sombra
que proyectaba una de las tiendas, Melilot notó que Bhetame no se encontraba acompañándola.
Giró la cabeza para tratar de verla pero fue en vano.

-¿Dónde está Bhetame? –le preguntó a Ceridwen cuando llegó a su altura mientras tomaba asiento
a su lado.

-Creo que fue a caminar un poco, comentó que necesitaba estar sola durante unos minutos. No creo
que tarde en volver.

-No me gusta que se hagan estas cosas. Estas tierras no son seguras, no debería haberlo hecho –dijo
Melilot algo enfadada-. Se supone que nosotras debemos velar por su seguridad y no podemos
hacerlo si ella ahora comienza a escabullirse.
-No te preocupes Mel, seguro que sabe cuidarse ella misma perfectamente, además, comprendo que
necesite unos minutos de soledad, yo también he sentido esa necesidad muchas veces, y esta área
está estrictamente vigilada por los hombres de Hoel. No correrá ningún peligro.

Aunque a regañadientes Melilot aceptó que Ceridwen tenía razón. No se podía tener unos
momentos de soledad si se sabía que había alguien justo detrás de ti siguiendo tus pasos. Aún así,
sus nervios se relajaron completamente cuando la vio aparecer entre las rocas. Su primera intención
fue ir hacia ella y compensarla con una buena reprimenda. Ceridwen conocía a su hermana mayor y
agarró su mano, apretándola dulcemente, solicitándole comprensión, así que el imperceptible
movimiento para levantarse tan sólo se quedó en un amago que nadie notó excepto ellas dos.

Melilot comunicó al resto de sus hermanas y a Bhetame la decisión de descansar el resto del día y
la noche en el campamento de Hoel, decisión que fue muy aplaudida por todas, pero muchísimo
menos que cuando supieron que podrían tomar el baño prometido el día anterior, noticia que
recibieron con escandaloso placer.

Nada más saber el emplazamiento exacto del río, y tras la decisión de Bhetame de hacerlo durante
las primeras horas de la mañana, Easter, Rhianon y Ceridwen tomaron sus bártulos y marcharon
hacia el agua, con divertida animación. Melilot decidió que tomaría su merecido esparcimiento
acuático después de la cena, eso le proporcionaría un relajado y placentero descanso nocturno.

Pasados varios minutos tras la marcha de las tres mujeres, se produjo el incidente que Melilot
esperaba. La llegada de Nemain. Se divirtió de lo lindo mientras observaba como un grupo de
hombres miraban extasiados la formación nebulosa que se formaba sobre sus cabezas con
demasiada rapidez como para que fuera simple niebla. Hoel también se unió al grupo y soltó una
exclamación junto a los demás cuando de ese extraño cúmulo comenzó a dibujarse la silueta de
Nemain. Asustados, al instante se pusieron en guardia siguiendo las órdenes de su jefe, que las
impartía rápida y efectivamente. Aquel extraño ser debía pertenecer sin duda a las filas del señor
oscuro. Con sus armas en las manos tomaron rápidamente posesión de sus puestos, listos para
entrar en combate. El silencio se hizo patente en todo el campamento y Melilot no pudo resistir
soltar una gran carcajada mientras se acercaba a su hermana con los brazos abiertos.

-Tranquilos muchachos no pasa nada –comunicó a voz en grito- ¿No podías evitarlo verdad? –
susurró pícaramente a su hermana una vez que esta ya había tomado su forma sólida
completamente.

-Jamás te defraudaría –le guiñó un ojo.

Ajenas a cuanto acontecía en el campamento Easter, Rhianon y Ceridwen gozaban del privilegio de
sumergir sus cuerpos en la ligera corriente del río. El rostro de las mujeres denotaba sin lugar a
dudas el placer de sentirse sumergidas y acariciadas por la frescura del agua, que tonificó sus
doloridos músculos.

-¡Ah! –suspiró Rhiannon- esto es el paraíso. –comentario al que se unieron las otras dos.

Nadaron lentamente, después de lavar sus cuerpos y los cabellos, alternando brazadas con paros en
los que se relajaron flotando y dejándose llevar a la deriva. Cuando las pieles de sus dedos ya
comenzaron a arrugarse, decidieron que era momento de terminar el baño.

Ceridwen fue la primera en salir del agua, se secó rápidamente y cubrió su cuerpo con una túnica
limpia. El sol aún brillaba lo suficiente como para calentarlas durante una hora más, así que
Rhiannon y Easter decidieron tumbarse desnudas sobre la hierba y dejar que los rayos de sol
secaran las pequeñas gotas que salpicaban sus cuerpos.

-Realmente necesitaba esto –comentó Rhiannon- Ha sido sencillamente perfecto.

-Quizá maravilloso, pero no perfecto. –sentenció Easter.

-¿No? –preguntó Rhiannon sorprendida, apoyando su cabeza sobre uno de sus brazos para mirar a
su hermana más directamente.

Al instante recordó la inclinación de su hermana por las relaciones con el otro sexo y comprendió a
la perfección mientras reía divertida.

-Bueno siempre puedes solicitar los favores de uno de esos apuestos guerreros cuando volvamos al
campamento.

-¿Por quién me tomas niña? Yo tengo una reputación, por lo demás merecida que mantener, como
para ir mendigando. –El fingido enfado de Easter divirtió aun más a Rhiannon que volvió a reír a
carcajadas.

-Me vuelvo al campamento chicas –informó Ceridwen- seguramente deben estar ya preparando la
cena y quiero aportar algo de ayuda a nuestros anfitriones.

-Bien hermana, nos vemos en un rato. Ten cuidado en el camino de vuelta.

-Tranquilas no me ocurrirá nada.

Ceridwen emprendió la marcha deshaciendo el camino que les había llevado hasta el río. A tan sólo
unos metros del lugar, observó a un par de vigilantes sin duda impuestos por Hoel, que intentaban
por todos los medios no ser detectados, pero que no escaparon a su adiestrado ojo. Riendo por lo
bajo, caminó los pocos pasos que los separaban y carraspeó para hacerles notar que les había visto.

-Chicos, ahí atrás he dejado a un par de damas, que aunque no están en apuros, sin duda tampoco
desmerecerían una atención... ¿cómo lo diría? Más personalizada.

Ambos hombres se miraron como sopesando la información y las posibilidades, y sonriendo


saludaron a Ceridwen desapareciendo en dos zancadas.

Siguió su caminar mientras imaginaba el buen rato que sus hermanas pasarían en compañía de
aquellos dos hombres. Conocía muy bien el sexo opuesto y sabía con certeza que además de
vigilar, aquel par, las habían estado admirando durante prácticamente todo el rato que ellas
estuvieron gozando en el agua.

Y no se equivocaba. Alar y Gael habían estado espiando a las tres bellezas desnudas que
chapoteaban en el agua con anhelantes miradas que trataban de ocultar tras un velo de
profesionalidad. Ahora, después de que aquella beldad morena les abriera el camino hasta ellas, no
dudaron ni un segundo en dar rienda suelta a sus instintos.

Encontraron a las otras dos tumbadas, en magnífica desnudez, sobre la verde hierba. Antes de
abordarlas salvajemente y dejar abierta la posibilidad de ser rechazados, ambos pensaron que lo
mejor sería aprovechar el desconocimiento de éstas sobre su posición hacía tan sólo unos minutos.
Y despojándose de sus ropajes se lanzaron al agua forzando así una casualidad que no existía.
Sorprendidas ambas por la intrusión de aquellos dos hombres, procedieron de muy distinta forma.
Rhiannon alargó un brazo para tomar su túnica y cubrirse rápidamente todo lo mejor que pudo.
Easter por el contrario, encantada con aquella inesperada visita, adopto una posición muchísimo
más sensual e invitadora.

Sin necesidad de mediar palabra, Alar y Gael se acercaron a las mujeres, ambos convencidos de su
belleza física, altos, con la piel húmeda por el baño y bronceada por el sol, de músculos torneados y
cabellos oscuros hasta los hombros que contrastaban con unos ojos claros y tremendamente
brillantes. Tumbándose el primero junto a Easter, y tomándola de la mano, el segundo a Rhiannon
que sonrojada aceptó la ayuda, se adentraron entre la maleza buscando y ofreciendo así la intimidad
necesaria y deseada.

Unas horas más tarde y después de llenar el estómago con la cena que habían preparado, Melilot
tomó su bolsa y se dirigió con paso cansado hacia el río para tomar el merecido baño. Había estado
toda la tarde deseando que llegara ese momento de tranquilidad y relajamiento. Imaginaba lo bello
que estaría el paraje a la luz de la luna y sonrió satisfecha de sí misma por haber conseguido
esperar hasta aquel momento.

Caminó despacio disfrutando del paseo a solas. Sabía por mediación de Ceridwen que el área
estaba asegurada, así que no tuvo que informar a nadie de hacia donde se dirigía.

Hacía horas que no había vuelto a ver a Easter ni a Rhiannon, aunque estando rodeadas de hombres
imaginaba perfectamente en qué deberían estar empleando su tiempo. Sonrió para sus adentros.
Aquellas dos no tenían remedio. Pensó en ella misma debido a los derroteros que estaban tomando
sus pensamientos. ¿Cuánto tiempo hacía que no gozaba de la compañía de un hombre? Desde luego
había estado demasiado preocupada por otros temas como para pensar en eso, aun así notaba que su
cuerpo comenzaba a necesitarlo.

Sin poder evitarlo a su mente acudió la imagen de Hoel. Sin duda un bellísimo ejemplar de
guerrero, al que cualquier mujer desearía. ¿Incluso ella? se preguntó. Desde luego que sí. Durante
la cena le había descubierto mirándola en varias ocasiones y tuvo que admitir que no le importó,
más bien le agradó el hecho de que en su mirada, leyó algo que identificó como deseo. ¿O había
sido su imaginación?

Casi había llegado, ya se oía claramente el sonido del agua al precipitarse por la pequeña cascada y
la necesidad de sumergir su cuerpo en aquella frescura aumentó.

Aceleró un poco más el caminar y en un periquete se abrió ante ella el paisaje que había imaginado
embellecido por los rayos de Luna. Solamente aquella estampa fue suficiente para borrar de su
mente cualquier cosa que no fuera lo que estaba a punto de realizar.

Se deshizo de la túnica rápidamente, y se encaminó a la orilla dejando que el agua lamiera sus pies,
reconfortándolos, tonificándolos después de tantos kilómetros recorridos. Suspiró agradeciendo
aquel ligero masaje. Sin más dilación, caminó hacia el centro del pequeño lago hasta que su cuerpo
quedó sumergido y nadó lentamente, regocijándose en el deleite de sentir todo su cuerpo acariciado
por la tenue corriente. Cesó su avance cuando llegó al punto donde la cascada rompía la quietud del
agua y dejó que esta la regara completamente, disfrutando plenamente del efecto que los chorros
ejercían en sus músculos cansados.

Así la encontró Hoel cuando fue al manantial para su aseo diario. Melilot era una mujer muy bella,
belleza que se veía resaltada por el poder que desprendía, pero verla allí, gloriosamente desnuda,
con todo su cuerpo acariciado por las aguas, fue algo que lo excitó sobremanera.

Después de su paseo, cuando le mostró aquel lugar y durante el resto del día, se había encontrado
varias veces observándola. Le gustaba su físico, su semblante dulce y su carácter serio, precavido y
maduro. Algo dentro de él, como una voz susurrante, le indicó que ya iba siendo hora de olvidar a
aquellos que ya no estaban. Por mucho que él se empeñara en tenerla siempre presente, Aourell no
iba a volver. Como siempre le habían dicho sus hombres de confianza Alar y Gael, debía pensar en
rehacer su vida, tener una luz entre tanta oscuridad, algo que le ayudara a mantener la cordura en
aquel mundo de dementes.

Apartando de él todo pensamiento pasado, tan sólo dejó que la imagen de aquella beldad bajo el
agua le llenara por completo. Limpio de todo aquello que no fuera su atracción por ella, se
desvistió y se introdujo en el agua silenciosamente tratando de que no advirtiera su presencia y se
asustara. Llenó de aire sus pulmones y se sumergió por completo, nadando a su encuentro.

Melilot se encontraba en el summun del relajamiento, de pie bajo la cascada y la cabeza


ligeramente hacia abajo, dejaba que el agua masajeara sus hombros y el comienzo de su espalda.
Una cortina líquida chorreaba en torno a su rostro que le impedía ver nada. De pronto unos dedos
se posaron sobre sus hombros y se sobresaltó.

-Tranquila, sólo soy yo. No era mi intención asustarte –se disculpó Hoel-. ¿Puedo? –le preguntó
indicándole con gestos si podía ayudar a relajar completamente su espalda.

-Naturalmente –sonrió Melilot- adelante.

Las manos del hombre comenzaron a masajear maravillosamente sus hombros y la parte de arriba
de su espalda. De forma magistral consiguió deshacer los nudos que la tensión había acumulado en
los músculos, acabando el trabajo que la cascada había comenzado. Soltando un suspiro de puro
bienestar, Melilot echó la cabeza hacia atrás, dándole gracias al cielo mentalmente.

Aquella postura, adoptada sin pensar, dejó expuestos sus pechos al incesante golpeteo del agua. Los
pezones se endurecieron rápidamente convirtiéndose en dos duras perlas que brillaban por la
humedad. Los ojos de Hoel bajaron desde aquellos dos perfectos montículos, recorriendo la
hermosa curva de su cuello y clavándose en la expresión de puro abandono del rostro de la mujer.
Sin pensar en lo que estaba haciendo dejó que sus dedos recorrieran ese mismo camino en sentido
inverso.

Melilot sintió como las manos de Hoel se apoderaban de sus pechos, martirizados por el agua, y
cómo los envolvía dulcemente. Dejó escapar un suspiro y se echó más hacia atrás, dándole la
bienvenida completamente.

-Te deseo –susurró Hoel en su oído.

Una de las acariciadoras manos masculina abandonó su lugar que fue reemplazado inmediatamente
por la frescura del agua consiguiendo arrancar un jadeo de la garganta de la mujer. Sintió como
Hoel, acariciaba lentamente el contorno de su cuerpo hasta llegar a su cadera y de ahí emprender un
lento y excitante camino hasta su sexo.

Con la cabeza apoyada en el fuerte hombro de su amante, Melilot giró el rostro y depositó ardientes
besos en su cuello mientras envió sus manos hacia atrás para encontrar el excitado miembro del
hombre y envolviéndolo entre sus dedos, lo acarició sabiamente. Ambos gozaron descubriéndose
mutuamente durante unos instantes que se les antojaron eternos, gozando y gimiendo de placer,
dejando que todo aquello que les rodeara se convirtiera simplemente en el marco perfecto de su
encuentro.

Ella ya no pudo soportar por más tiempo sentir tan sólo sus manos en su cuerpo, necesitaba tocarlo,
sentirlo más cerca, ansiaba que la poseyera, que se hiciera dueño de todo su ser y dejar cualquier
otro pensamiento relegado a la inconsciencia. Como si Hoel hubiera adivinado sus deseos, la giró
para encararla y se apoderó de su boca con voracidad. Su beso era exigente, dominante, lleno de
una instintiva potencia que rayaba lo animal. Melilot respondió de igual modo, hundiendo la lengua
en su interior para entrelazarla con la suya, mientras pegaba su suave cuerpo al del hombre,
acariciándolo así en toda su envergadura.

Aquello lo volvió loco. La tomó de las caderas y la alzó, buscando la entrada a su sexo. Melilot
rodeó el cuerpo del hombre con las piernas mientras realizaba el mismo gesto con los brazos
alrededor de su cabeza y dejó que él la penetrara con fuerza descontrolada. Arrancando un nuevo
gemido de placer de la mujer con su invasión, se apoderó de uno de sus pechos. Mientras que con
agresivos embates la poseía, acariciaba y mordisqueaba aquellos duros e enhiestos senos que
reclamaban continuamente su atención. Sus jadeos fueron un canto místico a la Luna cuando el
orgasmo les recorrió el cuerpo como un electrizante relámpago que los unió en un solo ser.

Ya era bien entrada la noche cuando Hoel y Melilot volvieron al campamento. Tan sólo cuatro
hombres, apostados en diferentes puntos como vigilantes, los saludaron. El resto debían estar
descansando dentro de las tiendas. Con toda naturalidad Melilot acompañó a su guerrero amante
hasta su tienda.

-Bienvenida a mi humilde morada –comentó Hoel mientras la invitaba a pasar.

Agachada, traspasó las dos gruesas telas que colgaban a la entrada a modo de puerta, para descubrir
un interior mucho más amplio y acogedor de lo que había imaginado en un principio. Toda la
superficie estaba cubierta por suaves pieles que brindaban la comodidad necesaria para descansar.
Un par de cojines de fina seda se hallaban olvidados en un rincón, y en el opuesto, un atado donde
supuso que Hoel guardaba sus pertenencias.

-No es mucho, pero es lo único que puedo ofrecerte.

-Es perfecto Hoel, no tienes porqué disculparte.

-¡Alertaaaaaa! ¡Nos atacan! –gritó una voz desde el exterior.

Como un resorte bien engrasado Hoel tomó su arma, un enorme hacha de dos filos, y salió
corriendo de la tienda seguido de Melilot. Giraron la cabeza a ambos lados buscando el origen del
peligro. Más guardias aparecieron prestos y armados para defender sus tierras del ataque nocturno.

-¡A mí la guardia! –gritaron de nuevo llamando su atención.

-¡Allí Melilot! –indicó Easter que ya estaba a su lado con su boomerang metálico en la mano listo
para segar la vida de cualquier invasor. Ceridwen y Rhiannon ya corrían también para unirse al
grupo y presentar batalla.

Los vieron llegar desde el cielo. Tan sólo iluminados por la Luna y las estrellas, cinco enormes y
negros seres alados semejantes a caballos, volaban hacia ellos de forma amenazadora, regando todo
a su paso con enormes bolas de fuego azulado que escupían de sus bocas.

-¡Vamos, vamos a vuestros puestos! –gritó Hoel alejándose para distribuir convenientemente a su
gente.

-¿Dónde está Bhetame? –preguntó Melilot mientras corría cerca de sus hermanas.

-La última vez que la vi entraba en una de las tiendas que han preparado los hombres de Hoel para
ella –informó Nemain justo a su lado y con la lanza Lug en sus manos.

-¿Y cuanto hace de eso?

-Tan sólo unos minutos.

-Bien esperemos que sea prudente y se mantenga ahí, no nos interesa que la vean, es probable que
todo esto sea por su causa.

Los grandes y temibles pegasos seguían escupiendo enormes cúmulos incandescentes, sembrando
la muerte a cuantos tocaban y emitiendo espeluznantes sonidos que aterrorizaban el alma.
Ágilmente esquivaban o simplemente quemaban las flechas que el grupo de Hoel lanzaba
ininterrumpidamente.

-¡No conseguimos alcanzarlos! –gritó uno de los hombres para hacerse oír entre los gritos de terror
y las órdenes que impartía su jefe.

Las cinco mujeres llegaron al centro del campamento, y sin decirse nada más concibieron
instintivamente que cada una se encargaría de un engendro.

Easter calculó rápidamente la trayectoria y la fuerza a aplicar como sólo ella podía hacer. Asentó
los pies fuertemente en la tierra y giró su cintura hacia atrás para volver a su postura normal en un
parpadeo, lanzando su boomerang que brilló por un instante reflejando la última de las bolas
incendiarias que lanzó el animal antes de caer degollado.

-¡Wow! –gritó victoriosa mientras recuperaba su arma al vuelo.

-¡Vamos Easter ayúdame! –gritó Rhiannon.

La señora del viento no necesitó nada más para entender lo que Rhiannon pretendía. Levantando su
mano hacia ella creó un pequeño vendaval que la levantó en el aire espada en mano.
Completamente concentrada en su objetivo y con el pelo azotándole el rostro, rechazó uno de los
proyectiles con el doble filo de su arma y con una rápida cinta la clavó en la cabeza del animal
hasta la empuñadura.

Mientras justo debajo de ella Ceridwen desplegaba parte de su poder lanzando un fuerte reguero de
furiosa agua a los ojos de otra bestia que había conseguido llegar al suelo. Ésta momentáneamente
cegada lanzó un espantoso alarido, momento que aprovechó la que dominaba el agua para
acercarse en una gloriosa carrera y acabar con la vida de otro de los horribles animales hundiendo
sus puñales gemelos en los ojos inyectados en sangre.

Melilot moldeó en su puño una de las puntas más mortíferas uniendo tres de ellas y la insertó en su
arco. Con un brillo esmeralda en sus ojos, lo tensó como sólo ella era capaz y la lazó al cielo.
Ninguna de aquellas bestias podría esquivar la fecha que atravesaba el viento imparable, animada
por el poder del brazo diestro de la dueña del fuego, hasta que desapareció en las entrañas del
animal.

Tan sólo quedaba uno. Easter ya se proponía lanzar de nuevo su arma voladora cuando Melilot tocó
su brazo llamando su atención.

-Esperad.

Como una serpiente de niebla oscura y densa, Nemain flotó hasta colocarse bajo el animal. Con un
conjuro murmurado en los labios, volteó la lanza Lug para mostrar su lado más mortífero y asestó
un tremendo golpe con ésta, arrebatando la vida de la última de las bestias en un instante.

El silencio, tan sólo roto por los lamentos de algunos guerreros por sus compañeros caídos, reinó en
el campamento.

Pasados unos minutos Hoel recuperó el aliento e impartió las órdenes necesarias para que retiraran
los cuerpos de sus hombres muertos y los enterraran debidamente. También organizó un grupo que
se encargaría de quemar los restos de aquellas abominaciones. Cuando todo quedó listo, se dirigió
al grupo de las hermanas que charlaban animadamente.

-¿Quiénes sois realmente? –preguntó con un rictus demasiado serio en su semblante y los ojos
brillantes como el metal-. Hacía meses que no recibíamos un ataque de esta índole y aunque tengo
que agradeceros vuestra intervención me siento engañado pues jamás mencionasteis que poseyerais
ese poder que habéis desplegado. Mis hombres murmuran.

-Hoel –le interrumpió Melilot conciliadora-, acepta que jamás tuvimos intención de traer desgracias
a vuestra gente. Si lo crees conveniente nos marcharemos de inmediato. Jamás lo mencionamos,
eso es cierto, pero tampoco os hemos mentido.

-¡Pero habéis callado, maldita sea! –jamás se había sentido tan humillado, pensar que hacía unos
minutos había compartido con aquella mujer momentos de placer intenso aún lo ponía más furioso.

-Hoel –intervino Ceridwen-, acepta nuestras disculpas, somos quienes te dijimos que éramos y
nuestro objetivo va más allá de toda explicación. Si callamos fue para protegeros.

Las palabras de Ceridwen por fin le hicieron entrar en razón. Aquellas mujeres no podían ser como
aquellos diablos que habían exterminado. Hundió la cabeza pesaroso.

-Lo siento, no tenéis que marcharos. Aceptad una vez más mi hospitalidad y pasad la noche entre
nosotros. Al alba yo mismo os proveeré de lo que necesitéis si es vuestro deseo reemprender
vuestro camino –sin esperar respuesta, Hoel se encaminó de nuevo hacia sus hombres.

Easter, después de la anterior tarde, había esperado pasar la noche acompañada. Pero lo ocurrido
impidió que disfrutara de la estupenda velada que había imaginado junto a Alar. Aquel hombre era
magnífico en las artes amatorias, su cuerpo se estremeció con sólo recordar los niveles de placer
que había alcanzado a su lado. Lástima que después de su actuación levantando por los aires a
Rhiannon, hubiera decidido desaparecer. En el fondo, le entendía perfectamente. Suponía que para
un hombre no debía ser agradable enterarse de que, la que él creía era una mujer normal, tenía el
poder que había contemplado. Y eso que tan sólo había sido una mínima parte, pensó Easter con
una sonrisa orgullosa, no quería imaginar qué hubiera pasado en el campamento si todas ellas
hubieran desplegado toda su fuerza.

Decidió que ya era hora de salir de la tienda que compartía con Rhiannon. Su hermana aún dormía
y trató de hacerlo lo más sigilosamente posible. Levantó el grueso tejido que hacía las veces de
puerta, lo suficiente para salir al exterior. El sol ya había comenzado a hacer su aparición en el
horizonte. Estiró su cuerpo, alzando los brazos para desentumecer los músculos aún dormidos y
abrió la boca en un tremendo bostezo. Una mano fría se posó sobre su hombro.

-¿Tu nunca duermes? –preguntó a Nemain sabiendo perfectamente a quién pertenecían aquellos
helados dedos.

-Por tu pregunta, deduzco que aunque en pie, aun estas dormida.

-¿Y Mel? –preguntó Easter de nuevo- ¿aún duerme?

-No ha dormido en toda la noche.

-¡Vaya! Parece que nuestro anfitrión le ha calado hondo –comentó con una sonrisa pícara, desde
luego sería muy divertido ver las reacciones de su hermana ante las pullas que en aquel momento
se le ocurrían.

-Nada ha tenido que ver Hoel en esto.

-¿Preocupada quizá por algún nuevo ataque? –volvió a preguntar con el ceño fruncido.

-Pregúntale tú misma –respondió Nemain señalando algún punto entre la maleza algo más abajo.

Easter miró hacia el lugar que su hermana le había señalado y al instante Melilot apareció. Había
sustituido su habitual túnica negra, por la ropa que usaba cuando debía enfrentarse a algún
enemigo. Ataviada con unos pantalones y un peto de color rojo oscuro ceñido a su cuerpo gracias
unas finas cuerdas, con el mismo tono de la piedra Fal que lucía colgada al cuello, aquellos ropajes
le permitían el movimiento libre de su cuerpo. Ascendía hacia ellas, arco en mano, con el
semblante serio y el carcaj colgado a la espalda que acompañaba el movimiento de su caminar.

-¿Ha regresado? –preguntó a Nemain, nada más llegar hasta ellas.

-No

-Un momento, un momento –pidió Easter completamente confundida- ¿qué ocurre aquí?

-Antes del alba vimos como Bhetame abandonaba el campamento, supusimos que para aliviar su
cuerpo, de eso hace ya bastante tiempo y aún no ha regresado.

-Bueno, tranquilas, no creo que sea de las que no saben cuidarse.

-No es eso lo que me preocupa. Ayer también desapareció por espacio de bastante tiempo.

-Quizá ha ido a bañarse, comentó que lo haría esta mañana.

-Cierto, por eso el río fue el primer lugar donde la busqué.

-¿A quién buscáis? –preguntó una conocida voz tras ellas.


Las tres hermanas se giraron para ver a Rhianon acompañada de Ceridwen que acababan de
abandonar sus respectivas tiendas.

-¿A ver si lo adivino? –comentó Ceridwen- ¿Bhetame quizá?

-Premio –contestó Easter.

En aquel preciso momento un ruido llamó la atención de las cinco mujeres que atendieron al
instante. La tienda que se había asignado para uso exclusivo de la heredera de las tierras de Hona’b,
se abrió para que su temporal propietaria emergiera de ella.

-Asunto resuelto –comentó Rhiannon.

-Aún no –sentenció Melilot abandonándolas para dirigirse al encuentro de su protegida.

Bhetame la vio acercarse y con una sonrisa le ofreció los buenos días.

-¿Dónde has estado? –preguntó Melilot con el semblante adusto y una voz que no admitía gentileza
alguna.

-He ido al río.

-Mientes.

-No miento, he ido al río tal y como os hice saber ayer mismo.

-Fui al río y tú no estabas allí.

-¡Oh! Eso tiene una explicación.

-Soy toda oídos.

-Verás no me quedé en el remanso. Nunca me ha gustado el agua quieta, para bañarme prefiero
disfrutar de una corriente considerable, así que preferí hacerlo un poco más abajo donde el agua ha
proporcionado un estupendo masaje a los músculos de mis piernas, muy doloridos por el
desacostumbrado ejercicio de estos últimos días.

Melilot escuchó la respuesta considerando su certeza.

-Prepárate, partimos en pocos minutos.

Sin añadir nada más volvió sobre sus pies y se encaminó hacia sus hermanas.

-Tomad vuestras pertenencias, reemprendemos el camino –informó Nemain mientras observaba


como Melilot volvía a penetrar en su tienda.

En unos instantes las cinco hermanas estuvieron listas. Easter y Rhiannon optaron por imitar a
Melilot y se reunieron con el resto ataviadas para cualquier contingencia que pudiera sorprenderlas
en el camino. Con similares ropajes de distintos tonos, gris en el caso de Easter y marrón el de
Rhiannon, se acercaron con paso decidido y con sus respectivas armas sujetas a su cintura y
perfectamente accesibles.
El campamento ya estaba en plena actividad normal, y los hombresdeambulaban por toda el área,
unos terminando de reorganizarlo todo después de la batalla de la noche anterior, y otros repartidos
entre las distintas obligaciones de vigilancia y reposición de alimentos y armas.

Hoel observó el pequeño grupo de mujeres. Luchando entre su orgullo herido y su necesidad de
hablar unos minutos con Melilot, se encaminó hacia ellas tratando de no evidenciar su batalla
interior. La mujer lo vio acercarse y optó por salir a su encuentro, jamás se perdonaría que un
hombre como Hoel, con la responsabilidad de encabezar un campamento que velaba por la
seguridad de su pueblo, tuviera que pasar la vergüenza de retractarse de sus actos en público. Al
verla caminar hacia él, Hoel le agradeció internamente que le facilitara las cosas, aquella mujer se
merecía su respeto eterno.

Uno frente al otro, ambos se miraron a los ojos, el silencio los envolvió por unos instantes, absortas
y prendidas las miradas, se lo dijeron todo sin decir nada.

-Yo... –comenzó Melilot.

-Shsss –dijo Hoel colocando su dedo índice sobre los labios de Melilot, aquellos hermosos labios
que había devorado con avidez- No digas nada. No quiero que lo ocurrido anoche empañe nuestro
recuerdo. Conocerte ha sido maravilloso, has traído luz a mi oscuro presente. Vuestro poder ha
animado el corazón de estos hombres y les ha dado un motivo más para seguir luchando. Habéis
traído esperanza para todos. –Hoel hizo una pausa para volver a perderse en el bello rostro de la
mujer que tanto le había cautivado- Jamás he conocido a una mujer como tú, con tu valentía
además de tu belleza, y me niego a que esto termine así.

Melilot le escuchaba, perdida en la profundidad de aquella mirada plateada que brillaba con
sinceridad. Dejó vagar sus ojos por el masculino rostro hasta terminar en su boca a la que se vio
arrastrada sin remedio por una fuerza imposiblede ignorar. Ambos, mujer y hombre, se
reencontraron por unos instantes. Se amaron el alma por mediación de sus labios, reconocieron a su
afín con el ritmo acelerado de sus corazones que ya comenzaban a llorar por la inminente
despedida. Abrazados el uno al otro, en silenciosa promesa.

Con las indicaciones de Hoel, las seis mujeres reemprendieron su viaje de nuevo. El pequeño fardo
al hombro, provistas de algunos alimentos y con las armas listas para combatir aquello que, estaban
seguras, se hallaba cada vez más cerca.

Aun con el beso de Hoel quemándole los labios, Melilot resolvió relegarlo a un lugar de su interior
que no había sido ocupado desde hacía demasiado tiempo y llenar su mente tan sólo con su
responsabilidad de ocuparse de que aquel viaje y su fin llegaran a buen término.

-Estoy segura de que volveréis a encontraros –le dijo Nemain colocándose un instante a su lado
para después volver a su lugar en la retaguardia del grupo.

***

Habían caminado durante toda la mañana a buen ritmo, adelantando así buena parte de la distancia
que las separaba de su destino. A medida que habían avanzado, las tierras habían ido perdiendo su
verdor gradualmente hasta tornarse secas y completamente áridas. Tan sólo rocas se alzaban en
sustitución de los árboles que sin duda habían poblado la zona tiempo atrás. Las piedras grises en
lugar de flores de brillantes colores, adornaban el duro camino que seguían. Parecía como si la
Tierra hubiera perdido toda capacidad de contener vida. Ante todo aquello, la acostumbrada sonrisa
de Rhiannon había sido sustituida por un serio y preocupado rictus debido al panorama del que
estaba siendo testigo. Ceridwen también sentía en su interior aquella misma preocupación y rodeó
con sus brazos a su hermana pequeña tratando de hacerle saber que compartían el mismo
sentimiento. Ésta la recompensó con una mirada de reconocimiento pero Ceridwen jamás había
visto a la más risueña de sus hermanas con el rostro demudado por algo que casi se asemejaba al
dolor.

En un intento de buscar algo de apoyo en la naturaleza, ambas alzaron sus ojos hacia el cielo en
busca de alguna nube que trajera algo de fertilidad al áspero suelo que pisaban. Pero tan sólo el sol,
grande y fiero en las alturas, las saludo con un quemazón en sus pupilas.

-¿Lo has intentado? –preguntó Ceridwen a su hermana, queriendo saber si Rhiannon había tratado
de animar la Tierra con su poder.

-Sí, pero tan sólo he conseguido unos resultados mínimos, nada que pueda arreglar este desastre.

-Probemos juntas.

Ceridwen se paró en medio del camino. Con las piernas separadas, alzó los brazos al cielo y
comenzó a entonar una antigua letanía para atraer la lluvia. Poco a poco pequeños cúmulos de
nubes se fueron formando en el cielo. El resto del grupo frenó también el avance. Con tan sólo una
mirada de Rhiannon ya supieron lo que se proponían y asintieron aprobatoriamente. Reforzando su
cántico, Ceridwen envió de nuevo todo su poder hacia los cielos, consiguiendo que aquellos
cúmulos se transformaran en pocos minutos, en verdaderas nubes que amenazaban lluvia. Un fiero
relámpago atravesó el reciente tejido manto gris y comenzó a caer pequeñas pero insistentes gotas
de agua que la Tierra absorbía sedienta. Realizado el trabajo, Ceridwen, con el rostro cansado por
el enorme esfuerzo, dejó caer ambos brazos.

Con una espléndida sonrisa en los labios Rhiannon miró a Easter, Melilot, Nemain y Bhetame,
quienes la correspondieron igualmente satisfechas. Con la intención de hacer participe de su alegría
a la bienhechora de todo aquello, las cinco mujeres clavaron sus ojos en Ceridwen, para ver
espantadas que ésta se desplomaba en el suelo, inconsciente. La alarma y la preocupación las
traspasó como el relámpago que instantes antes había cruzado el cielo y corrieron al encuentro de
su hermana.

-¡Ceridwen! –gritó Rhiannon, la primera en llegar. Arrodillada a su lado la tomó entre sus brazos y
volvió a gritar: -¡Ceridwen!

Con temblorosos movimientos y el corazón encogido, retiró los húmedos mechones que ocultaban
su cara.

-¡Ceridwen responde! ¡Ceridwen, por todos los Dioses, responde! –exclamó con el alma en vilo.

En un abrir y cerrar de ojos, Nemain apareció a su lado con la lanza Lug en la mano. La lluvia caía
con fuerza confiriendo a esta una apariencia aún más sobrecogedora, pues las gotas la atravesaban
como si la mujer no estuviera presente en realidad.

-Apartate –le indicó a Rhiannon.

Girando la lanza para mostrar el lado que otorgaba la vida, rozó con ella la frente de su hermana,
murmurando un conjuro a los cuatro vientos. Una luz blanca y cegadora se originó entonces
envolviendo el cuerpo de Ceridwen que se elevó unos centímetros sobre el suelo para después
volver a depositarla en la Tierra mientras perdía intensidad.
-¡Vive! –exclamó Nemain.

Ceridwen abrió los ojos poco a poco, con la boca abierta tomó aire en sus pulmones ansiosamente
para seguidamente respirar atropelladamente. Después de breves instantes en los que trató regular
la respiración, levantó la vista para encontrarse con los oscuros y reprobatorios ojos de su hermana
Nemain.

-No deberías exponer así el poder que albergas en tu interior.

Recorrió con la mirada triste el horizonte. La noche había caído engulléndolas con su negrura.
Cada vez que un relámpago cruzaba el cielo podía ver la figura de la imponente Fortaleza Khaly
recortándose en él, rodeado de unas nubes oscuras y amenazadoras. Si hace un par de días cuando
ya notó la disminución de sus fuerzas, prefirió inconscientemente relegarlas a un puro cansancio,
ahora estaba segura de que nada tenía que ver con ello. Una vez que Nemain había obrado su
milagro, Ceridwen no tuvo lugar a dudas. Lo que había ocurrido unido al hecho de que su piedra
Fal no le hubiera advertido del peligro, le decía a las claras que su situación podía resultar muy
peligrosa para el resto de sus hermanas, y precisamente esa certeza conseguía acabar con las pocas
esperanzas que le quedaban de que aquello se resolviera con buenos resultados.

Por un momento sus ojos recayeron en cada una de ellas. ¡Por todos los Dioses cuanto las amaba!
¿Por qué tenía que ser ella la responsable de que caminaran hacia su final? El nudo que sentía en la
garganta amenazaba con ahogarla, sentía como si les hubiera faltado en lo más profundo de su
corazón, como si hubiera traicionado a su propia sangre. Las lágrimas rodaron por sus mejillas sin
poder evitarlo. Buscando algo de consuelo se abrazó a sí misma, recorriendo el vientre que muy
probablemente jamás llegaría a crecer. Aquella pequeña personita no admitía que ella usara sus
poderes, la ponía en peligro y se ponía en peligro a sí misma. ¡Había muerto si no hubiera sido por
Nemaín y la lanza Lug...! “No deberías exponer así el poder que albergas en tu interior”, eso le
había dicho Nemaín, pero ¿acaso ella lo sabía? Y si lo sabía ¿porqué no había informado al resto de
sus hermanas? Una vez más, llevada esta vez por el desconsuelo, cayó de rodillas en el camino,
negándose a avanzar más, negándose a conducir a su propia familia a la muerte.

-No puedo continuar –les dijo a sus hermanas cuando preocupadas corrieron a su lado.

-Pero Ceridwen, ya hemos llegado... –dijo Easter tratando de animarla.

-No lo entiendes hermana, no puedo seguir con esto.

-Ceridwen –la llamó Rhiannon con voz temblorosa- sin ti no podremos conseguirlo, lo sabes,
Dagda nos envió a las cinco precisamente por ese motivo.

-No, no lo entendéis, hay algo que no sabéis.

Las cinco mujeres se miraron unas a otras, como si con aquel gesto pudieran encontrar el enigma
que Ceridwen guardaba. Nemaín enfrentó la mirada de las otras cuatro con otra de reconocimiento.

-Tú lo sabes Nemaín ¿qué ocurre? –quiso saber Melilot.

Nemaín no respondió se limitó a encarar a Ceridwen, clavando sus negros ojos en los de ella,
conminándola a hablar, retándole a contar la verdad. Ceridwen sonrojada ante la certeza de que
Nemaín en efecto conocía su secreto, hundió la cabeza entre sus hombros y comenzó a hablar en un
tono prácticamente inaudible pero que todas entendieron a la perfección.

-Estoy embarazada.

-Pero Ceridwen mi amor, eso es maravilloso –contestó Melilot con una sonrisa que evidenciaba lo
feliz que se sentía por ella.

-¡Oh Dios mío! ¿Es eso cierto? –exclamó Rhiannon esperanzada, sus ojos chispeaban de felicidad.

-¡Por todos los Dioses Ceridwen! Qué fantástica noticia –rió Easter.

-Enhorabuena Ceridwen –dijo Bhetame.

La maravillosa forma en que sus hermanas acogieron la noticia consiguió que Ceridwen se
hundiera todavía más en el terrible sentimiento de culpabilidad que la corroía por dentro. Regueros
de amargas lágrimas corrían por su rostro.

-Vamos Ceridwen no es momento de lágrimas sino de alegría y festejos –le dijo Melilot
levantándole el mentón con su mano en un cariñoso gesto que terminó en una caricia.

Los ojos de Ceridwen viajaron del hermoso rostro de su hermana mayor a los oscuros torreones de
la Fortaleza del señor oscuro, donde quedaron clavados con un odio feroz.

-No temas cariño –dijo Easter notando hacia dónde miraba su hermana-, no dejaremos que nada le
ocurra al bebé ni a tí. Cualquiera que se atreva probará mi acero –terminó llevando la diestra hacia
su arma que colgaba de su cintura.

-Escucha Ceridwen –la reclamó Nemaín-, ¿crees de verdad que si ese miedo que te oprime las
entrañas tuviera una sola posibilidad de hacerse realidad yo no hubiera impedido el avance de esta
aventura?

Aquella simple cuestión dicha tan claramente de boca de la más extraña de sus hermanas consiguió
sembrar la semilla de la duda en su atormentada mente. Una duda que se le antojaba esperanzadora.

-Vamos chicas, descansemos un poco. Todas lo necesitamos –dijo Melilot mirando hacia la
montaña donde se alzaba Khaly-. Yo haré la primera guardia.

Optaron por no beneficiarse de un buen fuego ya que sería como gritar a los cuatro vientos su
posición. Para tratar de guardar un poco el calor entre todas, colocaron sus mantas muy juntas
compartiendo así la temperatura de sus propios cuerpos.

Easter, Rhiannon y Ceridwen ya se encontraban acostadas en sus correspondientes lugares cuando


Bhetame informó sobre su necesidad de retirarse a un lugar algo más privado para aliviarse. Melilot
dirigió una significativa mirada a Easter quién asintió casi imperceptiblemente. Con un
asentimiento de cabeza la hermana mayor accedió a la petición de su protegida.

Unos segundos después de que Bhetame desapareciera tras unas rocas altas, Rhiannon, a instancias
de sus hermanas mayores la siguió.

-Conociéndote supongo que debes tener claro quién es el padre –comentó Melilot dirigiéndose a
Ceridwen.
-Sé quién es el padre pero apenas le conozco –comentó avergonzada.

-¿Cómo? ¿Una de las más sensatas de la familia sucumbiendo a los deseos carnales de esa forma?
No me lo puedo creer –dijo Easter interesándose al instante por la conversación-. Empiezo a pensar
que de un tiempo a esta parte el mundo se está volviendo loco; tú embarazada de un desconocido y
Mel entregándose igualmente a alguien con el que apenas ha convivido. ¡Ja!

-Easter por favor –la llamó al orden Melilot quién había reparado en la mirada de dolor que se
había instalado en los ojos de Ceridwen-, no es momento para ese tipo de comentarios ¿no crees?

-Es cierto, lo siento Ceridwen –se excusó Easter contrita.

-Lo conocí unos días antes de que comenzara todo esto. Llegó a Snow, como tantos otros viajeros
lo hacen y le dí la bienvenida. Se presentó como el hijo de un Rey y como tal le abrí las puertas de
mi casa –Ceridwen hizo una pausa rememorando todo lo que ocurrió aquel día-. Al principio me
extrañó queun príncipe viajara solo y así se lo hice saber. Me explicó que ciertamente así era, pero
que su pueblo había sufrido un ataque inesperado y había tenido que huir por orden de su padre
para mantener a salvo su linaje –Melilot y Easter asintieron-. Charlamos durante horas, me explicó
todo lo que le había ocurrido durante su viaje, y yo cada vez me sentía más atraída por aquel
hombre de ojos negros como el carbón y atractiva sonrisa. Así que al anochecer ocurrió lo
inevitable. No me enorgullezco de mis actos pero tampoco me arrepiento, simplemente fue algo
que deseamos ambos y ocurrió. Tan sólo compartimos aquella noche pues al día siguiente, cuando
desperté, él ya se había marchado –concluyó con la cabeza gacha y los ojos cerrados tratando de
reprimir las lágrimas una vez más.

En algún lugar de su cerebro se recriminaba por haber pensado en un primer momento que sus
propias hermanas habían tenido desde hacía años relaciones esporádicas ¿porqué había tenido que
ser ella la que por una sola vez que lo hiciera quedara encinta? No era justo. Pero tampoco era de
ley pensar aquello, sus hermanas no tenían culpa alguna.

-Rhiannon vuelve –comentó Nemaín quién había permanecido totalmente al margen de la


conversación.

Efectivamente la pequeña de las cinco hermanas apareció con el rostro preocupado y la respiración
agitada.

-Venid, tenéis que ver esto.

Sin comprender exactamente qué era lo que había alterado tanto a Rhiannon, no dudaron en acudir
y sin perder un minuto, abandonaron sus cómodas posiciones y se dirigieron al lugar donde las
guiaba.

A unos pocos metros de donde habían decidido pasar la noche una finísima columna de humo,
prácticamente imperceptible a menos que se estuviera precisamente buscando una señal de ese tipo,
se alzaba hasta deshacerse en las alturas. Melilot frunció el ceño furiosa.

Caminaron resueltas hacia el lugar, para sorprender a Bhetame atareada sobre un pequeñísimo
caldero, mientras removía con una rama lo que fuera que se hallaba en su interior.

-¿Qué demonios estás haciendo y quién te crees que eres para ponernos en peligro a todas con ese
fuego? –atacó Easter iracunda.
Inmediatamente después de que terminara de hablar, Ceridwen se encargó de apagar los pequeños
rescoldos con un ligero movimiento de su mano. Mel la miró agradecida para automáticamente
después volver a clavar los ojos en Bhetame quien trataba de poner a salvo el líquido del caldero en
una redoma. Sin pensarlo dos veces y con la rapidez que daban los años de experiencia tomó su
arco y una flecha y disparó consiguiendo hacer saltar el cristal por debajo de la mano de su
protegida.

-¡No! –gritó mientras veía como la poción que tanto le había costado realizar se desperdiciaba
derramándose en el suelo. Con los puños apretados se giró para enfrentarlas- ¡No tenéis ningún
derecho! ¡Habéis arruinado lo que podría habernos salvado a todos!

Las cinco hermanas se miraron por un momento con total incredulidad ante lo que acababan de oír
por boca de Bhetame. No podía ser que fuera tan incrédula o que tuviera en tan alta consideración
su sabiduría.

-¿Qué era ese brebaje que preparabas Bhetame? –le preguntó Melilot severamente.

-¡No tenéis ni idea! ¿verdad? –contestó furiosa- ¡No era un brebaje, era un potentísimo filtro de
amor!

En aquel momento ninguna de las cinco creía lo que estaba oyendo ¿un filtro de amor? Le hubieran
dado más credibilidad si hubiera dicho que era un veneno o algún otro tipo de líquido mortal. Todas
sin excepción, volvieron a mirar a la joven buscando en sus ojos la verdad de su afirmación.

-¿Y para quién iba dirigido? –preguntó Rhiannon.

-Para Fenrik por supuesto –aseveró completamente segura de lo que afirmaba.

-¿Para Fenrik? –preguntó Easter con los ojos como platos. Ante el asentimiento de cabeza de ésta,
rompió en carcajadas acompañada de evidentes sonrisas de las demás.

-¿A qué le encontráis tanta gracia? –preguntó Bhetame muy seria.

-¿Creías que con ese filtro conseguirías enamorar a Fenrik? –la hilaridad de Easter apenas la dejaba
hablar- Únicamente... creía... que eras más lista, sencillamente eso.

-¿Era eso lo que tenías pensado Bhetame? –preguntó Ceridwen sonriendo.

-¿Y qué queríais que hiciera? Mi padre me envía con ese.. ese... engendro del demonio y ¿pretendía
que me quedara de brazos cruzados? Además con Fenrik enamorado y evidentemente de mi lado,
yo hubiera podido demostrar que ya estoy preparada para tomar el cargo para el que he sido
preparada durante toda mi vida.

Aquella respuesta consiguió por fin que Melilot la comprendiera. Rhiannon y Ceridwen se
acercaran a ella y posaran una mano de consideración sobre su hombro. El rostro de Nemaín no
reflejaba sentimiento alguno. Pero Easter era otro cantar. Por algún motivo que Bhetame aún no
llegaba a comprender, ésta seguía riendo a mandíbula batiente.

-¿Qué le hace tanta gracia?

-Fenrik es hijo de Loky, es decir el hijo de un dios, ¿en serio creíste que ese filtro hubiera
conseguido algo más que refrescarle la garganta? –preguntó Nemaín justo antes de girarse y
emprender el camino de vuelta al precario campamento.

-Yo sólo pretendía que todo esto terminara de una vez por todas –dijo Bhetame apesadumbrada.

-Lo sabemos -le respondió Rhiannon cerrando un poco más su abrazo sobre los hombros de la
muchacha mientras avanzaban-. Pensaste que era una buena idea y sin considerarlo dos veces la
llevaste a cabo, sin tener en cuenta que apenas conocías a tu contrincante.

-Deberíamos apresurarnos, es más que probable que esa pequeña pira haya alertado a los vigilantes,
llamándoles la atención sobre nuestra posición –les recordó Nemaín devolviéndolas a la realidad.

Apenas había terminado de pronunciar esas pocas palabras cuando un grito espeluznante, y que
lamentablemente ya conocían, les indicó que en efecto así había sido. Levantaron las miradas al
saturado cielo casi al mismo tiempo. Al instante descubrieron el origen de aquel desagradable
sonido nacido de las entrañas de las infernales bestias que ya había conocido en el campamento de
Hoel. Diez de ellos sobrevolaban el oscuro manto nocturno, batiendo las enormes y negras alas, y
dejando escapar, de entre las aterradoras mandíbulas, regueros de fuego que iluminaban por breves
espacios de tiempo las cargadas nubes.

-El comité de bienvenida –comentó Easter con su arma ya entre los dedos.

-Pues no los decepcionemos –contestó Melilot cargando su arco.

Sin apenas darles tiempo a tomar posiciones convenientemente, los enormes monstruos cargaron
contra ellas escupiendo su ardiente aliento en un vuelo rasante.

-¡Separaos! –gritó Easter.

Cada una de las mujeres, se desplazó cubriendo un terreno, esperando un nuevo ataque de las
bestias.

Tomando la posición necesaria para lanzar su boomerang con fuerza, ancló las piernas y giró su
cuerpo, pasando la mano izquierda por su retaguardia hasta tocar con la punta de la afilada arma
arrojadiza su cadera derecha. Clavó los ojos en su primer objetivo, el cual volaba hacia ella a gran
velocidad. Una orden de su cerebro activó el resorte para invertir la posición de su cuerpo en
cuestión de un parpadeo, y arrojó el acero cuando el negro caballo alado comenzaba a escupir el
fuego. El primer reguero surgido de entre sus mandíbulas, se vio interrumpido por el boomerang,
que obrando su milagro con calculada precisión, seccionó la cabeza del animal para continuar
después derramando llamas por el tajo infringido. Sólo entonces, la que dominaba el viento, alzó su
mano para guiar el mortal vuelo del destructivo acero, arrancando la vida de dos monstruos más a
su paso, antes de que retornara a su dueña.

Melilot saltó sobre la cabeza del último degollado, nada más ésta tocó el yermo suelo, mientras
lanzaba su flecha atravesando a otro de ojo a ojo, para terminar el trayecto clavada en el pecho del
compañero que lo seguía de cerca.

Rhiannon ejecutaba una extraña danza rodeada por dos que habían conseguido aterrizar.
Empuñando su espada de doble filo, alternaba la vigilancia esperando el primer ataque para realizar
una cinta que conseguiría arrancarles la cabeza de dos calculados movimientos.

Mientras en el cielo, como si de una densa neblina se tratara, Nemaín avanzaba hacia otros dos,
armada con la lanza Lugh.

-¡Atención al norte!- gritó Easter con todas sus fuerzas mientras señalaba hacia, lo que en un
primer momento le pareció un pequeño ejercito, que avanzaba hacia el lugar.

Un grito aterrorizado de Bhetame, alertó a Ceridwen que corrió en su auxilio. Arrinconada contra
un cúmulo de altas rocas, Bhetame miraba alternativamente a la bestia y a Ceridwen, sin dejar de
pensar en lo poco que aquella mujer podría hacer por ella, después de haber caído abatida tratando
de conjurar la lluvia. Sin darse tiempo a pensar en lo que estaba haciendo, Ceridwen avanzó una de
sus manos de la que lanzó un fuerte chorro de agua que frenó en seco el fuego del animal. Éste,
pillado por sorpresa, no notó que Easter había saltado a su lomo. Corriendo a gran velocidad sobre
su crin, levantó con rapidez el boomerang, y sin soltarlo, descargó ferozmente una de sus puntas
sobre la cabeza hundiéndola hasta la empuñadura.

-¿Estas bien? –le preguntó a su hermana cuando tocó con los pies en tierra de nuevo.

-Sí.

-Bien, vamos.

Las hordas de Fenrik habían ganado terreno y ya los tenían prácticamente encima. Eran demasiados
y tenían que reorganizarse, pero el tiempo no estaba de su lado.

-Tenemos que idear algo rápido. ¿Ceridwen te sientes con fuerzas suficientes? ¿Podemos contar
contigo?

-Desde luego, estoy perfectamente.

-Mel, tú con Rhiannon por un lado, yo con Ceridwen por el otro y Nemaín desde arriba. ¿Estáis de
acuerdo?

-¿Y yo? –preguntó Bhetame- ¿qué hago yo?

-Mantenerte a salvo –fue la respuesta unánime que recibió.

El primer grupo de asaltantes llegó a ellas cuando acababan de tomar posiciones. Eran enormes.
Provistos de armadura que les cubría la cabeza y el pecho, avanzaban en línea recta cubriendo la
distancia que los separaba rápidamente. Easter pudo distinguir espadas, dagas, hachas,
prácticamente todo tipo de armas blancas. Bien, eso quería decir que sería combate cuerpo a
cuerpo, no tenían con qué defenderse si lanzaban un ataque que no requiriera un acercamiento.

Justo cuando la señora del aire comenzaba a esbozar un plan en su mente, otro rugido le llamó la
atención por el flanco izquierdo. Las seis mujeres giraron en aquella dirección para encontrarse con
cinco nuevos monstruos alados como los que ya habían abatido.

-¿Pero de donde salen tantos bichejos? –preguntó Rhiannon sin esperar respuesta.

Otras cinco bestias se dieron a conocer por el lado derecho, mientras un segundo grupo de
infantería armada, alcanzaban el terreno de batalla.

-¡Vamos! –gritó Melilot.


El ataque fue brutal. Cada vez que alguna de las mujeres acababa con la vida de dos o tres
enemigos, el doble de los caídos reemplazaban las posiciones. Parecía que los propios muertos se
levantaban de la tierra para volver a presentar batalla. No podían permanecer demasiado tiempo en
el mismo lugar, pues debían estar al quite de los fogonazos que los engendros alados les enviaban.

-¡Vamos Ceridwen! –gritó Easter acercándose a ella mientras degollaba a uno de los atacantes a la
espalda de su hermana-, es hora de que prueben algo nuevo.

Ceridwen levantó a un tiempo sus dos manos y rápidamente creó una pared de agua que Easter
congeló en un instante con un largo soplido.

-Bien por aquí no podrán pasar, al menos durante un rato. Tratemos de levantar otro al otro lado
para bloquear el paso de aquel camino.

Melilot lanzaba sus flechas a diestro y siniestro, su brazo volaba de atrás adelante con una rapidez
magistral, tomando una del carcaj para ensamblarla y lanzarla automáticamente.

Nemain desde el cielo, cuidaba que aquellos monstruos negros no alzaran el vuelo, mientras que
cada vez que tenía la posibilidad utilizaba la lanza Lugh para tumbar a alguno de ellos.

Pero las fuerzas de Fenrik eran demasiado cuantiosas, varios batallones de a pie, llegaban al lugar
sin que las mujeres tuvieran tiempo de acabar con los que ya luchaban. Bhetame, recluida tras unos
de los muros que Easter y Ceridwen habían creado, realizaba conjuros de protección, uno tras otro,
aunque veía con angustia como eran insuficientes.

De pronto y sin saber de donde habían salido, un ejército de hombres se lanzó contra los insidiosos.
Armados doblemente con espadas, los primeros avanzaron abriendo paso a dos catapultas que
empujaban los últimos del numeroso grupo.

-¡Adelante! –gritó una voz conocida.

-Hoel –susurró Melilot para sí.

Sin poder evitarlo lo buscó con la mirada entre los cuerpos que luchaban sin cesar. Por fin
consiguió verle, erguido y a la cabeza de sus hombres, los guiaba con firmeza ganando terreno.

Las enormes catapultas se pusieron en funcionamiento lanzando inmensas bolas incendiarias para
frenar el avance enemigo, consiguiendo crear una barrera de fuego por la que no pudieron penetrar.

-¡Buena idea! –exclamó Melilot- ¡Easter te necesito!

Comprendiendo al punto a su hermana, Easter levantó a Melilot en el aire y ésta lanzó su propio
fuego alrededor del campo de batalla, encerrándolos en él entre altas llamaradas.

De aquella forma, pudieron acabar rápidamente con los que habían quedado dentro.

-¿Qué hacemos ahora? Ellos no pueden entrar pero nosotras tampoco podemos salir –apuntó una
aterrorizada Bhetame.

-¡Hoel! –llamó Melilot.

El hombre la localizó al instante y caminó hacia ella. El corazón de Melilot bombeaba alocado más
por la emoción que por el ejercicio de la batalla. Él había acudido a ayudarlas, había ido a
buscarlas.

-Melilot... –pronunció su nombre mientras la abrazaba asegurándose que no presentaba herida


alguna-. Ví el resplandor del fuego, y no pude quedarme sin hacer nada. Imaginé que esto ocurriría
y...

La mujer no le dejó terminar, tomando su rostro entre las manos lo acercó a sus labios y le besó
profundamente. Un río de sensaciones se desató en el interior de la pareja, mientras se saboreaban.
No había muerte ni destrucción a su alrededor, todo había quedado relegado a un segundo plano.
En aquel momento tan sólo Hoel y Melilot existían.

-Siento interrumpir pero el fuego no dudará eternamente y debemos salir de aquí –les recordó
Easter para después desaparecer saltando los cuerpos caídos.

-Odio admitirlo pero tiene razón –dijo Melilot a Hoel.

-Debéis partir de inmediato.

-¿Y vosotros?

-No os preocupéis ya nos hemos encontrado en la misma situación en otras ocasiones, sabemos
como hacerle frente.

-Bien.

No hubo ni un adiós, ni siquiera un hasta luego. Melilot se retiró camino del grupo que habían
formado sus hermanas con Bhetame, simplemente con una mirada de promesa en sus ojos.

10

-¿Cómo saldremos de aquí? –volvió a preguntar Bhetame por enésima vez.

-¿Qué talla usas? –preguntó Easter mirándola de arriba abajo a un par de metros de distancia
mientras a un tiempo lanzaba una de las armaduras de los enemigos caídos a Rhiannon que la tomó
al vuelo

-¡Ah no! ¿si pensáis que voy a ponerme ese....? No se como llamar a esa mezcla de hierro
recubierta de mugre. –respondió Bhetame con un rictus de asco dibujado en el hermoso rostro.

-Muy bien, como quieras –se encogió de hombros-. Supongo que los hombres de Hoel estarán
contentos de que quieras quedarte a ayudarles en la batalla, una mano más nunca viene mal. ¿O
quizá piensas vencer a todos ellos con una de tus filtros de amor? –rió.

-No seas tan desagradable Easter –la riñó Ceridwen-. Bhetame, debes hacerlo es la mejor forma de
salir de aquí sin ser advertidas.

La joven hechicera volvió a mirar la armadura con evidente recelo.

-¡Dioses! –gruñó enfadada a la vez que tomaba por fin el peto para buscar la forma de colocárselo
sin tener que restregarlo contra sí más de lo necesario.
-¡Bhetame! –la llamó Melilot cuando por fin ésta había terminado de colocarse la armadura.

-¿Sí? –atendió con una sonrisa, satisfecha por haber podido llevar a cabo la hazaña sin estropear
demasiado su imagen.

-No olvides el casco –le advirtió acompañando las palabras con un guiño.

Con una mirada de complicidad las hermanas observaron como Nemain comenzaba a perder su
forma corpórea para ascender hacia lo alto y confundirse con las oscuras nubes que aún cubrían el
cielo.

La salida se produjo sin demasiadas complicaciones. Rhiannon consiguió realizar un pasillo a


través de uno de los muros de fuego, lanzando tierra sobre él y atravesaron las llamas rápidamente.

Emprendieron de nuevo el camino hacia la fortaleza de Khaly, caminando pesadamente y tratando


de no levantar la vista más de lo necesario.

Dejaron atrás las hordas de Fenrik, escabulléndose mientras emulaban estar heridas. Después de
varias horas por fin perdieron de vista a sus enemigos y pudieron concentrar la mirada en las altas
torres de la fortaleza. Se deshicieron de las armaduras que habían servido para escapar y siguieron
caminando.

Ascendían por una empinada colina cuando por fin pudieron distinguir los intrincados detalles de
sus muros.

-Un par de ascensos más y estaremos a sus puertas –comentó Rhiannon tratando de animar al
grupo.

-Siento ser portadora de malas noticias –comentó Nemain que se materializó detrás de las mujeres.

-¿Qué ocurre? –preguntó Melilot.

-Enseguida lo sabréis.

Unos pasos más y comprendieron las palabras de Nemain. La cima donde se erguía Khaly se
encontraba rodeada por un ancho precipicio que las separaba de su destino. Como si el mismísimo
Loky se hubiera encargado de ello, parecía como si la tierra hubiera sido arrancada a dentelladas
para abrir aquella herida.

-¿Alguna idea? –preguntó Melilot al resto de las mujeres pero clavando sus ojos directamente en
Easter mientras recordaba como ésta la había trasportado por el aire sin problemas.

-Sé lo que estas pensando y siento decirte que somos demasiadas –respondió Easter sintiéndose
aludida.

-Yo me encargaré de esto –dijo Rhiannon resuelta-, he visto buen material por el camino y creo que
será suficiente.

Sin pararse a explicar a sus hermanas lo que había pensado, las instó a que se apartaran a una
distancia considerable, y procedió. Hincó sus rodillas en la tierra y utilizando las antiguas palabras
de los primeros pobladores, realizó el conjuro adecuado. Una oleada de energía emergió de su
cuerpo para expandirse rápidamente por la tierra hasta perderse de vista. La superficie comenzó a
temblar y pequeños guijarros comenzaron a levitar, mientras un rugiente sonido se hizo evidente y
cada vez más cercano, hasta convertirse en atronador.

-¡Mirad eso! –exclamó Melilot.

-¡Vaya! Nuestra pequeña se ha hecho mayor –rió Easter.

Inmensas rocas rodaban en dirección a Rhiannon a una velocidad vertiginosa para rodearla y
perderse tras el borde del precipicio. Así una tras otra, miles de enormes piedras construyeron una
especie de paso. Un extraño puente compuesto por grandes menhires que les permitiría atravesarlo
caminando.

Gracias a aquella idea, las seis mujeres, se encontraron frente a las puertas de la fortaleza de Khaly
en pocos minutos. Las dos enormes hojas de metal estaban cerradas a cal y canto. Las mujeres se
miraron preguntándose la forma de poder saltar aquel nuevo obstáculo.

Con un encogimiento de hombros, gesto habitual en Easter, se acercó a la entrada sin más y tocó
con los nudillos en el rectángulo practicado en una de las hojas. Del tamaño de una pequeña
ventana, servía a los vigías para poder observar a aquel que pretendía atravesarlas. Tras unos
segundos de espera, un crujido le advirtió que alguien comenzaba a abrir el ventanuco.

-¿Quién va? –preguntó una voz cansina desde el interior antes incluso que la abertura estuviera
completa.

La cabeza de algo que pretendía ser humano sin conseguirlo del todo se asomó por el hueco y
Easter preparada lo agarró por el cuello con fuerza.

-Las animadoras de la fiesta –contestó entre dientes mientras de un impulso estampaba el rostro de
aquel horrible engendro contra el hierro de la puerta, propinándole un golpe que le abrió una buena
herida en lo que debía ser la frente-. Abre hermosura, si no quieres que te arranque ese repugnante
saco de mierda que tienes por cabeza –expresó su deseo mientras le mostraba las afiladas puntas de
su boomerang.

-Me abrumas cuando decides recurrir a la diplomacia –le dijo Melilot cuando, una vez la puerta
abierta, pasó a su lado para entrar.

-Persuasiva que es una –respondió a la pulla con una sonrisa.

Se encargaron de dejar al vigilante convenientemente atado e inconsciente, escondido tras unos


barriles, y caminaron hacia el castillo alertas ante cualquier movimiento.

El mismo silencio y ausencia de personal que reinaba en el patio de armas, las acompañó en la
inmensa sala nada más entrar. Bhetame miró a su alrededor, observando atenta todo lo que la
rodeaba. Ella podía haber sido dueña de aquel lugar si no hubieran arruinado su filtro, pensó con un
mohín imaginario.

Para ser el hogar de alguien tan detestado no pudo menos que elogiar la limpieza y el evidente
esmero en la decoración. Los suelos de tierra, estaban cubiertos por cañas todavía algo verdes, que
desprendían un agradable aroma. Los muros de piedra, estaban engalanados con hermosos tapices
ricamente bordados. Las argollas donde ardían las antorchas que proporcionaban luz a la estancia,
eran... oh, eran de oro puro. Sin duda las maldades del señor del lugar habían dado sus frutos,
pensó. La curiosidad pudo con ella y mientras las hermanas se reunían para decidir el mejor plan a
seguir, Bhetame consideró que ella bien podía echar un buen vistazo al lugar aprovechando la
ausencia de vigilancia en el castillo.

Sin pararse a pensarlo dos veces, encaminó alegre sus pasos hacia la escalinata que ascendía al
nivel superior, llegando a la segunda planta en un santiamén.

-Esto no me gusta –comentó Melilot-, no es normal.

-¿Qué no es normal? –preguntó Rhiannon.

-¿No te das cuenta? Estamos solas, o al menos eso es lo que quieren hacernos creer. Pienso que nos
ha sido demasiado fácil entrar.

-Estoy de acuerdo –acordaron Easter y Nemaín al tiempo.

-Bueno –respondió Rhiannon con su eterna sonrisa- a veces los grandes problemas tienen fácil
solución.

-Creo que esa aseveración esconde una gran verdad -dijo una voz conocida tras ellas.

Las cinco hermanas giraron al tiempo para encontrarse al mismísimo Dagda que les sonreía desde
el vano de la puerta.

-¡Dagda! –exclamaron.

Las risa del anciano dibujó arrugas en su apergaminada piel para terminar con una sonrisa de
bienvenida.

***

En el nivel superior, Bhetame seguía ensimismada con la belleza y la riqueza que advertía en cada
detalle del lugar. El tesoro de Riwall era muy famoso por su magnitud, pero ni siquiera en las
tierras de su padre podía contemplarse semejante despliegue de materiales preciosos y tapices tan
hermosamente elaborados. A cada paso encontraba una nueva maravilla a la que dedicar su
atención. Su mente, completamente concentrada en todo lo que la rodeaba, dejó de prestar atención
a las voces de las mujeres y no distinguió cuando dejó de oírlas.

Continuó su vagar por salas y pasillos, hasta que sus pies dieron con otra escalinata que procedió a
subir con los ojos sedientos de aquella evidente prosperidad.

Los escalones, tallados en roca de la mejor calidad, ascendían interminablemente y de nuevo la


necesidad de saber hasta donde la llevarían inundó su cerebro.

Perdió la cuenta de cuantos de aquellos peldaños habían tocado sus pies cuando un murmullo llegó
a sus oídos. Alerta ante un posible peligro, pegó su cuerpo al muro de piedra y trató de concentrarse
por todos los medios en aquel sonido. Poco a poco y envalentonada por la idea de conocer el origen
y así poder advertir a las hermanas, continuó su ascenso con precaución. Las palabras eran cada vez
más audibles y pudo distinguir que se trataba de un hombre. Un par de metros más arriba divisó el
final del ascenso. Tragando el nudo que se le había formado en la garganta y tratando de
permanecer calmada, optó por tumbarse todo lo que pudo sobre los escalones para poder asomarse
sin ser vista.
La sorpresa la atravesó cuando pudo observar claramente la figura del viejo Dagda sentado en el
suelo y con la espalda reclinada sobre el muro.

***

-Habéis tardado mucho en llegar, pero por fin estáis aquí. Acercaos queridas mías ayudad a este
pobre viejo a descansar sobre algo cómodo, mis piernas ya no son lo que eran –solicitó con un
ademán de sus manos.

Rhiannon y Melilot fueron las primeras en ofrecer sus hombros como apoyo al sabio, y Easter y
Ceridwen se encargaron de prepararle un asiento rápidamente. Una vez Dagda estuvo
convenientemente acomodado, dirigió su mirada hacia Nemain. La dueña del poder oscuro clavaba
sus ojos en el viejo mientras sopesaba la lanza Lugh.

-Me alegro de verte Nemaín.

-¿Cómo has llegado hasta aquí Dagda? –preguntó ésta sin apartar sus ojos del longevo hombre.

-Ha sido un trayecto duro sin duda pero gracias a que imaginé que vosotras atraeríais las fuerzas de
Fenrik, no me fue demasiado difícil llegar y reducirlo. ¿Acaso no te extraña tanta quietud? Fenrik
se encuentra inmovilizado en una de las almenas.

-Magnifico –aplaudió Nemain con una sonrisa complaciente-. Bien, me alegra saber que no tuviste
necesidad de usar tu lanza Lugh y poder encontrarte para devolvértela.

El grupo de las mujeres que se habían mantenido al margen de la conversación, no podían creer lo
que estaban presenciando cuando Nemain le arrojó la lanza Lugh a Dagda, y éste se apartó del
trayecto en cuestión de un parpadeo. Imaginándose que aquello ocurriría Nemain desapareció al
momento para volver a materializarse y tomar la lanza antes de que esta tocara el suelo a la vez que
gritaba:

-¡Fenrik!

Las hermanas tomadas por sorpresa no pudieron responder adecuadamente al evidente y enorme
peligro al que estaban expuestas. Momento que Fenrik aprovechó para pronunciar un poderoso
hechizo. Sin poder hacer nada por evitarlo, las cinco mujeres se vieron impulsadas por una enorme
energía que las aplastó contra el muro más cercano inmovilizándolas.

***

-¿Dagda? –preguntó Bhetame completamente desconcertada.

El anciano giró pesadamente su cabeza para encarar aquella pregunta tan evidente.

-¡Dagda! –exclamó la mujer reconociéndolo al instante -¿Cómo has llegado hasta aquí? –volvió a
preguntar olvidando por completo toda cautela y encaminándose hacia él.

-¡No! –exclamó al instante imaginando lo que la joven pretendía-. No te muevas. No te acerques.


¿Ves esas piedras? –Bhetame miró atentamente las pequeñas rocas colocadas alrededor del viejo.

-Son rocas Mobbok –dijo reconociéndolas.


-En efecto. Si tratas de penetrarlas acabarán con tu vida. No sé quién eres pequeña pero no puedo
dejar que corras esa suerte.

-¿Pero Dagda? Sí me conoces, soy Bhetame, hija de Riwall, heredera de las tierras de Hona’b.

El hombre la miró haciendo evidentes esfuerzos por tratar de buscar en su memoria.

-Sí –dijo por fin-, te recuerdo, pero eras prácticamente un bebé la última vez que te vi. Desde luego
te has convertido en una bella dama, tu padre debe estar muy orgulloso. Pero dime, ¿qué haces tú
aquí? ¿Acaso Fenrik te raptó del lado de tu padre?

Bhetame no comprendía nada, se suponía que aquel hombre era el que le había presentado a las
cinco mujeres que debían escoltarla hasta aquel castillo.

-¿Qué ocurre pequeña? Leo el desconcierto en tu mirada.

-Si dices que la última vez que me viste yo era una niña, ¿quién fue el Dagda que sugirió que yo
fuera acompañada por las señoras de los elementos hasta este lugar?

Aquella última pregunta consiguió que Dagda se irguiera rápidamente y comenzara a pasearse
nervioso de un lado a otro, en la medida que aquellas rocas que lo rodeaban le permitían.

-Dime ¿están aquí ellas?

-Así es.

Bhetame observó de nuevo como el anciano seguía con su ir y venir con inusitada energía.

-¡Por todos los Dioses! -exclamó alarmado- Contéstame a otra pregunta. Además de ser hija de
Riwall y su heredera ¿qué función te encomendó tu padre?

-Soy discípula de la Sagrada Sacerdotisa.

-Bhetame necesito de tu poder y tu sabiduría Wicca para liberarme.

-Pero... Dagda... yo –tartamudeó Bhetame insegura-. Tan sólo soy la discípula aún no he
demostrado dominar del todo mi...

-Ahora es el momento de hacerlo Bhetame, confía en tí misma. Puedes hacerlo.

Aquellas palabras dichas con tanta necesidad consiguieron infundir a Bhetame la seguridad que
necesitaba. Cerrando los ojos, elevó los brazos y se dispuso a conjurar a los ancestros para tomar su
fuerza y conocimientos.

-Bien pequeña, lo estas haciendo muy bien.

***

-¡Vaya, vaya! ¿Fijaos quiénes han conseguido llegar a mis tierras? –dijo sin dirigirse a nadie en
particular.

Fenrik se dispuso a desembarazarse de su disfraz y pronunció el hechizo necesario para ello. Con
una luz vibrante y roja que paseó por su cuerpo de la cabeza a los pies, Fenrik apareció frente a las
hermanas con su habitual aspecto que nada tenía que ver con lo que habían visto hasta aquel
momento.

Se mostró como un hombre joven de belleza dura. El pelo oscuro y ondulado acariciaba el
principio de una espalda fuerte y bien cincelada que terminaba en una cintura estrecha. El rostro de
líneas angulosas y mentón pronunciado era el marco perfecto para unos ojos grandes y
profundamente negros que las taladró una a una.

-Bien, bien, bien –comentó con un tono de voz muy diferente. Ahora la sonoridad grave de aquellas
palabras consiguió que a Rhiannon se le erizara la piel-. ¿A quién tenemos por aquí?

Sus ojos recayeron sobre Nemaín que le miraba sin expresión. Aquella era la única de las cinco
hermanas que le merecía un verdadero respeto, quizá por cierta relación entre sus oscuros poderes.
No sabía exactamente cómo, pero la endemoniada mujer había desconfiado de su papel de Dagda,
maravillosamente representado. Optó por no decirle nada y continuar con su escrutinio.

-Melilot –la señora del fuego realizó un intento vano por soltarse cuando Fenrik se acercó a ella -.
¿Dónde has metido a esa pequeña princesita que os acompañaba? La eterna preocupada por el
resto. De nada te servirá esta vez protegerla, caerá en mis manos igual que habéis caído vosotras.

Con una carcajada la miró de arriba abajo y continuó con la siguiente.

-Tú eres Easter si no recuerdo mal.

-Premio. Y tu, debes ser el malnacido si no me equivoco.

-Una lengua afilada y ágil –respondió divertido-. Será interesante ver que tipo de virtud demuestras
cuando acabe contigo.

Con una mirada llena de odio, Easter ante la imposibilidad de moverse, hizo lo único que podía
hacer en aquel momento, escupirle, gesto que arrancó carcajadas al hombre.

-Creo que mi encuentro contigo será de lo más entretenido. –le dijo antes de clavar los ojos en
Rhiannon-. La señora de Stone, ¿Rhiannon verdad?

-Déjate de tonterías Fenrik, nos conoces perfectamente- respondió la aludida.

-Desde luego, pero no imaginas cuanto estoy disfrutando con esto –pasándose la lengua por los
labios en un gesto evidentemente lascivo.

Ceridwen trataba por todos los medios de no mirar aquel hombre, con la cabeza girada hacia el lado
contrario al que estaban sus hermanas, gemía desconsolada y silenciosamente.

-Ceridwen –la llamó éste.

La mujer se resistía a atender y sus sollozos comenzaron a ser más audibles, momento en el que sus
hermanas notaron el llanto.

-¿Ceridwen? –volvió a llamarla Fenrik. Esperó unos segundos más y la mujer seguía sin atenderle.
La ira se apoderó de él y agarrándola por el cabello la obligó a mirarle-. ¡Ceridwen! ¿No vas a
saludar a un viejo amigo? –siseó.

Easter y Rhiannon miraron alternativamente a Ceridwen y a Melilot, quién comprendió


rápidamente lo que ocurría. Fenrik había sido el misterioso príncipe con quién Ceridwen había
compartido la cama noches antes de comenzar aquella aventura.

-¿Le habías visto antes? –preguntó Rhiannon en un susurro.

-¿Acaso no les has explicado la estupenda noche de placer que compartimos? –le preguntó con los
dientes apretados-. ¿O quizá...? –cambió de tono y su rostro volvió a suavizarse mientras liberaba
el pelo de la mujer de su puño acariciándolo en el proceso-, ¿... no lo disfrutaste tanto como yo? –
terminó la pregunta mientras se separaba de ella-. Hubiera jurado que sí. Gemías como una zorra.

Con paso tranquilo retrocedió un par de metros del muro donde mantenía ancladas a las mujeres
para poder mirarlas en conjunto y sonrió satisfecho una vez más.

-Mis queridas amigas, tengo reservado para vosotros algo que será muy entretenido. –dijo
sonriendo y añadió: - O al menos sí para mí. Al fin y al cabo es lo importante ¿no es así?

-¡Jamás dejaremos que te apoderes del Knatock! –exclamó Rhiannon.

Aquella frase consiguió que la hilaridad hiciera presa en Fenrik y comenzó a reír con sonoras
carcajadas que retumbaron en los oídos de las mujeres como truenos anunciando tormenta.

-¿No habéis entendido nada, verdad? Esperaba un poco más de inteligencia en tan ilustres damas –
continuó riendo-. Jamás tuve intención de apoderarme del Knatock. Creo que ese chisme ni
siquiera existe –dijo quitándole importancia-. Ese nunca fue mi objetivo, pero sí un estupendo
reclamo para conseguir reuniros y traeros hasta mí. Vosotras erais las que ansiaba tener a mi
merced por eso inicié mi plan seduciendo a esa beldad llorana. Necesitaba hacerlo para apoderarme
de su piedra Fal, de esa forma no podríais utilizar el poder de la estrella. La única fuerza que podía
conseguir tirarlo todo por tierra. Debía conseguir que la energía de los cinco elementos no pudiera
ser reclamada para poder teneros a mi entera disposición. Después apresar a Dagda y tomar su
puesto temporalmente para representar aquella escenita en su salón fue más fácil de lo que creí en
un primer momento –hizo una pausa para observarlas-. No imagináis que hermoso cuadro formáis
inmovilizadas en mi salón –rió.

-¿Es cierto eso Ceridwen? ¿No tienes tu amuleto? –preguntó Melilot.

-Sí lo tiene –respondió Rhiannon antes que Ceridwen pudiera contestar-. En el río vi que lo llevaba.
Colgado al cuello, como es costumbre.

-Es falsa –aclaró Fenrik-. Dime Ceridwen que no notaste nada extraño cuando tu piedra no
respondía como debía. Por tus ojos veo que efectivamente así fue pero no entiendo por qué lo
mantuviste en secreto. En cualquier caso gracias por contribuir con ello a la causa.

Ceridwen no contestó, se limitó a mirar a sus hermanas con los ojos llenos de arrepentimiento y
dolor. Todas, sin excepción, trataron de hacerle entender mediante gestos, que la comprendían.

-No llores Ceridwen, no hay motivo para ello. Sabes que te amamos como siempre hemos hecho.
Esto no cambia nada. Recuerda que en realidad somos una sola –le ofreció Melilot.

-¡Oh! Cuanta ternura –se mofó Fenrik para después poner los ojos en blanco-. Creo, que os mataré
lentamente para que así tengáis más tiempo para amaros ¿qué os parece?

Aquellas palabras consiguieron por fin hacer que la que dominaba el agua, emergiera de su
profundo sentir. Notó como una furia ciega le poseía el cuerpo y le nublaba la mente.

-Pagarás por todo esto Fenrik –le dijo con la voz destilando veneno.

-¿Y quién reclamará esa deuda? ¿Tú? No digas sandeces, mi plan a funcionado a la perfección,
todo a salido a pedir de boca y ahora tan sólo me queda recoger sus frutos.

-Pues me alegra comunicarte Fenrik que tu plan ha dado más frutos de los que esperabas –dijo
Melilot con una sonrisa mientras miraba orgullosa a Ceridwen.

La ira de su hermana crecía hasta alcanzar niveles que jamás hubiera creído reconocer en ella.

-¿Que quieres decir? –preguntó Fenrik desconcertado por primera vez.

Siguió la mirada de Melilot hasta Ceridwen. Con únicamente dos pasos se colocó frente a ella y
tomándola por el mentón con brusquedad le clavó una dura mirada.

-¡¿Qué ha querido decir?!

-¿Matarías a tu hijo, Fenrik? –la pregunta, dicha con un tono engañosamente calmo obtuvo la
reacción esperada.

-¿Acaso crees que estas embarazada?

-No lo creo. Lo sé –lo miró triunfal.

-¡Mientes! –gritó encolerizado, sus ojos ahora eran dos carbones encendidos- ¡Yo soy la muerte
misma! ¡La nada! ¡El olvido! ¡Soy el mal! ¡Y el mal está seco, estéril, no puede tener
descendencia!

-El mal no tiene nada que hacer frente al poder de los elementos.

-¡Pero no tienes tu piedra Fal! –le recordó.

-Dentro de cada una de nosotras se hayan cada uno de esos elementos Fenrik, somos hermanas. Es
cierto que tan sólo uno de los cinco podemos dominar, pero la esencia del resto también está
contenida en mi. El ser que llevo en mi seno, vive gracias a ellos. Somos cinco sí, pero cinco partes
de un mismo todo. Rhiannon, le da el don de la tierra, su fertilidad. Melilot la fuerza arrolladora del
fuego. Easter el aliento de vida, como el aire que domina a su antojo, y yo, yo lo riego con mi
propia sangre.

-¡Mientes de nuevo! –espetó- ¡sólo has nombrado a cuatro de los cinco poderes!

El silencio se instaló en la sala, un silencio que no presagiaba nada bueno. Fenrik miraba fijamente
a Nemain, aquella a la no había tenido agallas a dirigirle ninguna de sus hirientes palabras, ésta le
devolvía la mirada sin temor alguno. Ceridwen tan solo le miraba a él, clavando sus ojos color miel
como si quiera taladrarlo con la mirada. Retrocedió varios pasos, sin dejar de mirar a la que
ostentaba el poder oscuro.
-¿Qué le has ofrecido tú?

Una sonrisa se instaló poco a poco en el rostro de Nemaín, un gesto que sus hermanas no habían
podido admirar desde había muchísimos años y que le confería una belleza misteriosa y
atemorizadora.

-¡Habla!

-La inmortalidad –contestó sin dejar de sonreír.

Un rugido animal emergió de la garganta de Fenrik al tiempo que una brillante y cegadora luz
rodeaba el cuerpo de Ceridwen concentrándose en su vientre.

-Que el poder de los cinco elementos vuelva a reunirse una vez más para salvaguardar el orden
cósmico, así lo requieren aquellas a las que les fue conferido –recitaron todas concentrando su
energía.

La fuerza que las mantenía inmóviles perdió intensidad y las mujeres cayeron al suelo rodeando a
su mortal enemigo, como depredadores rodeando a su presa, cuando Dagda y Bhetame conseguían
llegar a la sala.

El anciano supo que aquel momento era el propicio para terminar con el reinado de terror de
Fenrik. Rebuscó entre sus ropas y extrajo un hermoso cristal tallado del tamaño de un puño. Lo
sopesó por un instante y lo lanzó presuroso a los pies del señor del mal.

-Es Knatock ¡Encerradlo en él! –gritó a sus ahijadas.

Una explosión de energía nacida de cada una de las cinco hermanas confluyó en el pecho de Fenrik
que se retorció con un dolor que le abrasaba las entrañas. Gritando, hincó las rodillas en el suelo
mientras un nuevo golpe de energía chocaba contra él y conseguía reducirlo y encerrarlo en el bello
prisma que brilló con intensidad para después implosionar y volverse completamente opaco.

EPÍLOGO

Texto extraído de los escritos de Oalab.

“Y de las entrañas de la mujer de agua, nacerá el inmortal, poseedor del poder de los cinco
elementos y único ser que empuñará el Katnock para convertirse en el guardián del mal y así
preservar la paz”

Dagda dejó reposar su pluma sobre la mesa, después de anotar algo más en el libro que recogía los
ascensos de los humanos. Bhetame había hecho un buen trabajo y por fin ostentaba el lugar para el
que había sido destinada. Con gesto cansado reposó la espalda en el cómodo sillón. Dejó escapar
un suspiro de satisfacción y tomando su lanza Lugh, la usó a modo de bastón para llegar caminando
a la ventana, y así, poder observar las estrellas.

La profecía se había cumplido.

FIN

By Jezz
Abril 2005

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