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Poética: apuntes para leer poemas de la noche.

Este texto hace parte de la compilación de nocturno elaborada por mí (está en el laboratorio para
su publicación) y corresponde a una parte de la introducción.

Por MANUEL CHAMORRO.

La noche, ese periodo de ausencia solar, ha sido motivo de inspiración poética. Con términos tales
como nocturno, noche, tiniebla, oscuridad o sombra, se han compuesto poemas que han pervivido
desde que la palabra se inventó y se la plasmó en una superficie. El ser humano con su capacidad
de percepción de apropió del fenómeno natural y lo convirtió en poesía, en poema y, finalmente,
en poética. Con el fin de tener acercamiento a la noche como motivo poético, presento una breve
comprensión de este espacio de tiempo como pretexto para poetizar. Empiezo por lo que sería lo
más antiguo.

Los libros sagrados

Isaías, el profeta de la biblia judeo-cristiana, refiere la oscuridad, ausencia de sol, como castigo de
Dios. En el capítulo 5 versículo 30 se lee: “Y bramará sobre él en aquel día como bramido de la
mar: entonces mirará hacia la tierra, y he aquí tinieblas de tribulación, y en sus cielos se
oscurecerá la luz.” Más adelante, en el capítulo 21 leemos los siguientes versículos: “4. Pasmóse
mi corazón, el horror me ha intimidado; la noche de mi deseo se me tornó en espanto. 11. Carga
de Duma. Danme voces de Seir: Guarda, ¿qué de la noche? Guarda, ¿qué de la noche? 12. El
guarda respondió: La mañana viene, y después la noche: si preguntareis, preguntad; volved, venid.
13. Carga sobre Arabia. En el monte tendréis la noche en Arabia, oh caminantes de Dedanim.”

La noche es la oscuridad del pecador. Es de la gente que abandonó a Dios. No obstante, la


poetización es admirable porque se parte de la ausencia de Dios en el ser humano. Y ¿Quién es
Dios? Es la palabra que nombra lo innombrable lo incomprensible, y al mismo tiempo es la
transparencia. Por esa razón compleja de comprensión de Dios, aparece la noche como satánica,
algo que es necesario exorcizar y para eso es necesario crear el rezo, la palabra mágica, la que
trascienda al hombre más allá del mismo Dios. El rito de la palabra hecha oración es un acto de
exorcismo, por ello, el mundo cristiano tenía la costumbre de realizar un rosario antes de dormir.

Del mismo modo, el Dios de la Biblia, el Creador, cuando la tierra era desorden y vacío, y las
tinieblas estaban sobre la faz del abismo, separó la luz de las tinieblas y la llamó, dio un nombre,
una palabra inventada, a las tinieblas llamó Noche (Génesis). Este cambio de nombre es un acto
poético que violenta el origen natural de las cosas. La palabra emerge poética como acto sensible
de nombrar cada cosa, cada parte de esa cosa y cada parte de la parte de esa cosa. Así,
infinitamente, Dios es el gran creador de la poética, del “lenguaje cargado de significación con
función heurística”

En El Bardo Thodol, o Libro Tibetano de los Muertos, se lee: “Así, por ejemplo, igual que los rayos
del sol disipan las tinieblas, la clara luz de la vida espiritual disipa la potencia del karma y se
alcanza la liberación.” (46). Si bien, se menciona la palabra noche una sola vez a lo largo del
contenido, se interpreta que el sol, como metáfora de iluminación, de sabiduría opaca la
oscuridad. Empero, ni siquiera la muerte es oscuridad porque es el paso de la ignorancia a la
iluminación. Aún en la muerte el “día y noche brillará una luz gris otoñal.” (75).

Pero, la noche está ahí. Con otros nombres, con la palabra inventada para crear nuevos sentidos.
Está presta a ser transformada en “No seas atraído por la empañada claridad gris ahumada del
Infierno” (cita). La oscuridad, la noche siente el sentido dado a la carencia del camino hacia la luz,
a la iluminación que eterniza al ser humano.

En el Bardo Thodol la noche física, simplemente, es. Empero, existe la otra, la del más allá: donde
la muerte, como sinónimo de oscuridad para occidente, es la luz sublime e innombrable. Es el
“gran Símbolo” donde todo es conocimiento y luminosidad.

De manera que las palabras, en el Bardo, alcanzan la más subli-me capacidad creadora del poeta.
La palabra nombra lo innom-brable y el poeta es el médium para llegar al éxtasis. Impregnarse del
significado de las palabras es el punto clave de la enseñanza que, finalmente, es la poesía, el
poema y la poética.

En el Gilgamesh, libro sagrado babilónico, se lee: “La consternación por los actos de Adad llega a
los cielos, pues volvió en negrura lo que había sido luz.” La noche, negrura, es el resultado del
castigo de los cielos, morada de los dioses. Sin embargo, la noche es momento de la productividad,
de la semilla porque “la tierra se colmará de riqueza de cosechas. Por la mañana hará que lluevan
panes y por la noche trigo”.

También la noche produce alegría, porque, a través de las estrellas, los dioses descienden para
poseer al poeta. Le ofrecen las colinas, las estepas para, con la palabra, moverlas, darles un
sentido que va más allá de la cosa. En la noche se ve al otro, al del sueño que sueña, y le enseña
las formas desconocidas de los objetos. La noche regocija y hace del hombre un dios de ilimitadas
visiones:

“Durante seis días y siete noches Enkidu sale, Cohabitando con la m[oza]. Después la ramera abrió
la boca, (10) Diciendo a Enkidu: «Según te veo, Enkidu, te has hecho como un dios; ¿Por cuál
motivo con las criaturas salvajes Tú recorres la llanura? Levántate, te guiaré A Uruk, de amplios
mercados, Al templo Al templo santo, morada de Anu.”

Los poetas son dioses de la palabra. Su creación surge del lecho nocturno donde el lenguaje y
creador se juntan para realizar un viaje al día, porque “su brillo no muere ni de día ni de noche”
(31). Creador y lenguaje están pergeñados con las alas para viajar por donde ni luz, ni oscuridad le
evita contemplar.

El Gilgamesh, el héroe del día y la noche, es la palabra donde el espacio nocturno organiza el
mundo. Nada existe que no haya pasado por un sueño, que es la ilusión de la noche. No obstante,
la noche es intranquilizada con el tizón celestial que permite contemplar la apariencia del tiempo.
He aquí la poética de la noche como creación. Como herramienta para explicar el movimiento del
mundo y todo lo que en él existe. Dejo este bello aparte del libro sagrado.

“Samas me había fijado un tiempo: Cuando aquel que ordena la intranquilidad nocturna, Envíe una
lluvia de tizón, ¡Sube a bordo y clava la entrada! Aquel tiempo señalado llegó: "Aquel que ordena
la intranquilidad nocturna, envía una lluvia de tizón". Contemplé la apariencia del tiempo. El
tiempo era espantoso de contemplar.” (55-56)

El Popol Vuh, libro sagrado de los Mayas, relata de cómo “todo estaba en suspenso, todo en
calma, en silencio; todo inmóvil, callado y vacía la extensión del cielo” (23). Todo es uno en el
principio, todo es “oscuridad, es noche”. Solo los dioses creadores están rodeados de claridad y
sólo ellos son capaces de unir las palabras con el pensamiento. Y con un “¡hágase así!” … “¡Que
aclare, que amanezca en el cielo y en la tierra!” (24), surge la noche nacida de la palabra.
Finalmente, la creación: el hombre.

El hombre también es palabra. Es la metáfora que nombra lo innombrable porque es creación de


un innombrable; además, tiene lenguaje y pensamiento, por tanto, puede nombrar y crear. Sin
embargo, esa capacidad que los dioses le dieron al hombre los incomodó, y le recortaron la visión
y el pensamiento, y sólo se les dejó la noche para su reproducción, la multiplicación. Entonces la
noche multiplica y es la Casa Oscura donde el hombre trasciende desde su inmanencia y hace
transparente todo lo invisible. Así la noche, la nocturna, posee al creador (poeta) y lo eleva a la
altura de la palabra nueva.

Sentido: la noche y sus partes.

El término noche proviene del latín: Nox, noctis. En tanto categoría gramatical puede ser nombre,
adjetivo o acción. Es el periodo de tiempo cuando, por el fenómeno de rotación del planeta, cierta
parte del mismo, por no tener luz solar, permanece en penumbra. El nacimiento y deceso de la
noche tiene un proceso que está relacionado con el sol y su forma de ocultamiento y aparición.
Los diferentes matices que adquiere estos periodos (anochecer-amanecer) producto de
fenómenos naturales, han sido comprendidos, por las diferentes civilizaciones de la historia
humana, de acuerdo con las creencias, costumbres y prácticas sociales. De otra parte, los
observadores han concluido que la duración del día y la noche cambia en el transcurso del año. Se
ha comprobado que la duración media de la noche es de 12 horas (en todas las latitudes), con
algunas variaciones. En los equinoccios y solsticios de verano y primavera la noche es más corta.
Sin embargo, en los solsticios de invierno y otoño es más larga.

Asimismo, se han dado nombres a las partes en que se la dividido. Veamos algunas a lo largo de la
historia.

En el mundo -hebreo y griego- antiguo, la noche se dividía de acuerdo con las actividades sociales:
1) velas o guardias vigiliae, custodiae porque estaban de guardia militar y los pastores guardaban
los rebaños (de 6 a 9 p.m.), la llamaban vespere; 2) media noche (de 9 a 12); 3) canto del gallo (de
12 a 3 a.m.) 4) custodia matutina (de 3 a la salida del sol)

Por su parte, los romanos daban el nombre de nox intempesta a la parte de noche que mediaba
desde el concubium u hora en que se iban al a cama hasta media noche. Los francos y galos
contaban por noches y no por días. Los primitivos anglosajones practicaban la misma costumbre.

Ya en la era cristiana, los días se dividían en horas y las noches en vigilias. Emulando la
nominalización griego-hebraica, los romanos dieron nombres de acuerdo con la guardia en los
campamentos que, finalmente, la dividieron en cuatro partes o vigilias. Se entiende, en
consecuencia, que es herencia romana la división de los centinelas, que partían la noche en
cuartos: prima, modorra, modorrilla y alba, que aún perdura en los cuarteles de los ejércitos
nacionales.

En la decadencia del imperio romano, Isidoro de Sevilla (siglo VI), quien dominaba las tres lenguas
básicas de la época, el griego, el latín y el hebreo, fue una enciclopedia viva en su tiempo. Abordó
todos los temas de la naturaleza y del hombre. La noche fue un tema que desarrolló en su trabajo
“De natura rerum.”; en él la clasifica en siete partes, con una nominalización que, seguramente,
obedece a sus estudios etimológicos de dichos nombres: crepúsculo, véspero, conticinio,
obscuridad, galicinio o alba, crepúsculo matutino. De modo que la noche se convierte, para
Isidoro, en una fuente de creación mediante la palabra. La palabra nombra, da sentido,
particulariza y precisa un estado emocional del ser humano a medida que la noche avanza. Mas
tarde, Alfonso de Palencia, descendiente de obispados y contemporáneo de la invención de la
imprenta fue cronista y gran pensador. En su trabajo titulado "Vocabulario universal en latín y en
romance" (Sevilla, 1490) nombra la noche dividida en ocho: tarde ("poniéndose el sol"),
crepúsculo ("cuando comienzan las tinieblas"), concubio ("cuando los hombres duermen"), noche
intempesta ("cuando todos los animales reposan profundamente"), conticinio ("cuando todas las
cosas parecen estar en silencio"), gallicinio ("cuando los gallos comienzan a cantar"), dilúculo
("cuando estos cantan anunciando la cercanía del alba") y antelucano ("cuando ya el alba
comienza a disipar las tinieblas").

No salgas porque sale el coco.

La población corriente ha creado la imagen de la noche como portadora de seres peligrosos o


generadora de miedo. La noche encierra al ser humano, lo hace uno, y a través del sueño esa
unidad humana se aguarda a sí misma de ese monstruo devorador. La simbología de la noche es
amplia. Los artistas han plasmado en sus creaciones las percepciones del fenómeno natural.

Los libros sagrados se constituyen en documentos testimoniales donde los seres humanos
manifiestas sus sentimientos, sus creencias, sus miedos y sus actividades durante ese periodo de
tiempo ausente de luz. Por ello, las familias se han visto precisadas a crear seres que se llevan, se
comen y asustan a los niños.

En la oscuridad todos somos iguales. La existencia es una, esto es, inexistencia. Nadie ve al otro, a
los otros, en el nocturno que se desplaza por el espacio invisible. En la noche sólo tiene cuerpo lo
que está en la imaginación, en la creatividad, en la palabra que crea la poesía, el poema y la
poética.

El coco, el cuco, el rirre, el cucurucho, son, entre otras, las palabras con las que se ha metaforizado
un ser inexistente. No hay una referencia. Es la palabra misma que anuncia el miedo, lo nombra y
lo hace vivir en la noche. De ahí la nictofobia.

La nictofobia es el miedo a la oscuridad generalizada en los niños. Este miedo a la noche, inculcado
por los adultos para ejercer dominio sobre los infantes, implica la creación de disimiles imaginarios
fantasmales. Estos seres encierran a todo ser humano: niños, niñas, jóvenes, adultos, ancianos.
Quizá en lo más profundo del sentir humano, todos acudamos a ese miedo para protegernos en la
noche. Entonces surge, de nuevo, la palabra que nos refugia y hace decir (producir) lo que ocurre,
nos ocurre en la noche con una compañía que no vemos, pero, sentimos. Entonces, deviene lo
nocturno hecho poesía. El nocturno es el miedo a la soledad, esto es, la oscuridad donde la vista
pierde su existencia.

Poetas de la noche

Esta compilación de nocturnos, escritos por poetas de diferentes partes del mundo y en diferente
tiempo, recoge el concepto de la noche como motivo de creación. La noche es la fuente donde el
poeta se mira, como en un espejo, y con la palabra hace transparente lo que se oculta en la
oscuridad.

Homero, el ciego, el caminante, el aedo de la Grecia antigua, hace de la noche el instante inmortal
del Sueño divino (Iliada) que grita no dormir toda la noche, porque hay un enjambre, como en los
poetas, de hombres que esperan amanecer con otros sueños paridos de las palabras producidas
por los dioses. La noche no duerme a los poetas, los despierta a la vida porque se han confiado a sí
mismo el acto divino de crear.

Para José A. Silva la noche es cómplice de amor clandestino. Está cargada de sombras que se
deslizan al ritmo del recuerdo. La noche es amor y dolor. En ella, los cuerpos son uno y últimos,
por eso, la palabra y el sonido copulan para crear y morir al instante. La poética de la noche es
recuerdo, dolor y proyección de “sombras enlazadas”. Tal como en Rubén Darío, su
contemporáneo, la noche envuelve entre el manto oscuro toda posibilidad de vida. La noche es la
metáfora del silencio profundo, donde el corazón del poeta es eco de su propio latido.

Para Pablo Neruda y Octavio Paz, dos extremos del mundo hispanoamericano, la noche emerge
cuestionadora. Es la oportunidad que brinda el silencio para brillar en el pensamiento. En la noche
habita una colección de seres depositarios de sueños que es necesario exorcizar. Como Penélope,
en la noche se tejen y destejen los mantos, para que los hilos lleguen a la mañana limpios. La
poética de NeruPaz trasfigura en rebeldía las quejumbres nocturnas. La noche, para ellos, pare
raciones de preguntas sin fácil respuesta. Como en J. M. Roca, “la noche libera a las cosas de la
esclavitud de sus formas.” , por eso el preguntario infinito. En la noche la visión ha perdido su
poder y da la oportunidad, como en el Bardo Thodol, a la iluminación, al conocimiento que el
poeta tiene para hacer transparente lo que la oscuridad oculta. ¿Cómo se transparenta? Con la
pregunta bien elaborada cuya respuesta está en sí misma. En la noche

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