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Todos los seres vivos del planeta tenemos un principio y un fin. El origen es
similar, pero el destino desigual.
"Un cuerpo en la tumba es como los árboles en invierno. Esconden su savia debajo
de un resequedad engañosa. ¿Por qué estás impaciente de que reviva
y regrese, mientras el invierno aún es crudo? Nosotros debemos esperar también la
primavera del cuerpo. Y no soy ignorante del hecho que muchos, conscientes de lo
que merecen, preferirían esperar que no hubiese nada para ellos después de la
muerte sin realmente creerlo. Ellos escogerían ser aniquilados en vez de ser
restaurados para el castigo".
Meditar en nuestro final en este mundo resulta incómodo, pero trae beneficios para
uno mismo y para toda la comunidad, porque la muerte nos hace reaccionar ante la
tibieza.
Tomar conciencia de que la propia vida es corta y vulnerable nos debe mover a
aprovechar el tiempo al máximo, pero sobre todo la convicción de que de nosotros
depende y a nosotros nos toca elegir el tipo de eternidad que queremos nos debe
incendiar el corazón de manera que no podamos dejar de amar. Al final de la vida
compraremos nuestro boleto a la buena eternidad con nuestras buenas obras de
amor.
Esta semana habrán muerto miles de personas en accidentes de todo tipo, tal vez
un familiar nuestro, en circunstancias y condiciones muy diversas. Nunca
imaginaron que ya no tendrían más años para hacer todo lo que deseaban, para
conocer, para construir, para perdonar, para amar, para amistarse con el Creador.
La muerte de un águila termina con su existencia, nunca vuelve a surcar los cielos,
sólo quedan sus restos, a los que la naturaleza encontrará un uso.
Aprovecho este último espacio para dedicarlo a todas las madres, suegras, abuelas,
bisabuelas y tatarabuelas. A todas las mujeres que han experimentado la dicha
inefable de traer al mundo una nueva vida. Envío mi felicitación en especial, a ti,
mamá. Gracias por el ejemplo que me das, de cómo vivir. Gracias por todo lo que
desinteresadamente hiciste por mí desde el día en que nací. Gracias porque me
enseñaste a juntar las manos para orar. Nunca nadie me ha enseñado algo mejor.