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La muerte desigual

Por Roberto Martínez (10-May-1997).-

Todos los seres vivos del planeta tenemos un principio y un fin. El origen es
similar, pero el destino desigual.

Todos empezamos chicos y en el transcurso de nuestra existencia crecemos según


un programa genético preestablecido por el Diseñador. Cuando las creaturas del
reino animal y vegetal terminan sus vidas, la naturaleza se encarga de borrar su
rastro; los absorbe y los convierte en abono para nueva vida, y con los siglos, en
fuente de combustible.

Los seres humanos sufrimos una división NO permanente en el momento de la


muerte. Nuestra corporeidad se queda atrás, como quien deja sus maletas en el
aeropuerto por no tener suficiente dinero para pagar el cargo adicional de
sobrepeso, y sólo nos acompaña nuestra espiritualidad. El equipaje no se pierde
para siempre, puede llegar después en otro vuelo.

Así, cuando una persona agota su temporalidad, comienza a vivir su eternidad en


estado amorfo hasta que llegue el tiempo en el que recupere su cuerpo anterior,
revestido de inmortalidad para gozar plenamente o sensibilidad para sufrir
tormentos interminables, según merezca. Estamos destinados a la eternidad y no a
la misma muerte de las demás creaturas.

Minucio Félix, uno de los primeros escritores cristianos, escribió un diálogo


llamado "Octavio", en el año 226 d.c., en donde explica la vida después de la
muerte de la siguiente manera: "Ve como para nuestro consuelo toda la naturaleza
sugiere la futura resurrección. El sol se hunde, pero renace. Las estrellas se apagan,
pero regresan. Las flores mueren, pero reviven. Después de que decaen los arbustos
brotan de nuevo sus hojas; no sin antes decaer puede regresar la fuerza de las
semillas.

"Un cuerpo en la tumba es como los árboles en invierno. Esconden su savia debajo
de un resequedad engañosa. ¿Por qué estás impaciente de que reviva
y regrese, mientras el invierno aún es crudo? Nosotros debemos esperar también la
primavera del cuerpo. Y no soy ignorante del hecho que muchos, conscientes de lo
que merecen, preferirían esperar que no hubiese nada para ellos después de la
muerte sin realmente creerlo. Ellos escogerían ser aniquilados en vez de ser
restaurados para el castigo".

Meditar en nuestro final en este mundo resulta incómodo, pero trae beneficios para
uno mismo y para toda la comunidad, porque la muerte nos hace reaccionar ante la
tibieza.

Tomar conciencia de que la propia vida es corta y vulnerable nos debe mover a
aprovechar el tiempo al máximo, pero sobre todo la convicción de que de nosotros
depende y a nosotros nos toca elegir el tipo de eternidad que queremos nos debe
incendiar el corazón de manera que no podamos dejar de amar. Al final de la vida
compraremos nuestro boleto a la buena eternidad con nuestras buenas obras de
amor.

Esta semana habrán muerto miles de personas en accidentes de todo tipo, tal vez
un familiar nuestro, en circunstancias y condiciones muy diversas. Nunca
imaginaron que ya no tendrían más años para hacer todo lo que deseaban, para
conocer, para construir, para perdonar, para amar, para amistarse con el Creador.

Tú y yo sí tenemos por lo menos durante este momento la oportunidad de cambiar


las cosas, de enderezar los caminos, de restablecer los lazos. Si tenemos vida, no
hay excusa, sólo a los que descansan en el camposanto se les justifica la falta.

Piensa en los que ya se fueron. Volteamos hacia atrás en un viaje imaginario a


través del tiempo y los vemos en nuestros recuerdos como si estuvieran vivos.
Regresamos al presente y nos damos cuenta de que efectivamente ya no están con
nosotros, pero que todo lo demás sí permanece.
El mundo sigue igual aunque te sientas distinto por nostalgia de un ser querido. La
razón de esto es que somos tan poca cosa; la vida no se detendrá cuando faltemos y
alguien ocupará nuestras funciones. No somos el ombligo del universo.

El rango de tiempo que abarca nuestra vida terrenal es un punto en la historia y


nada comparado con la eternidad. De cara a nuestra vida futura se vacían de
sentido las preocupaciones temporales que nos angustian, cobra enorme valor
nuestra vida presente y sólo nos quita la paz el no estar listos en este momento para
dejar el mundo.

La prioridad de hoy no es competir, aventajar, oprimir, ni manipular, sino asegurar


mi eternidad en todo lo que a mí corresponde, porque no sé si mañana tendré
tiempo para hacerlo.

La muerte de un águila termina con su existencia, nunca vuelve a surcar los cielos,
sólo quedan sus restos, a los que la naturaleza encontrará un uso.

La muerte de un hombre es desigual.

Aprovecho este último espacio para dedicarlo a todas las madres, suegras, abuelas,
bisabuelas y tatarabuelas. A todas las mujeres que han experimentado la dicha
inefable de traer al mundo una nueva vida. Envío mi felicitación en especial, a ti,
mamá. Gracias por el ejemplo que me das, de cómo vivir. Gracias por todo lo que
desinteresadamente hiciste por mí desde el día en que nací. Gracias porque me
enseñaste a juntar las manos para orar. Nunca nadie me ha enseñado algo mejor.

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