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Sé líder.
¿Quieres que todo el mundo te siga? ¡Pues no te apartes demasiado del resto!
Si te alejas mucho, no podrán verte y dejarán de acompañarte. Para dirigir
bien un equipo debes formar parte de él. Baja a la arena y sé el primero en
hacer grupo. Y cuando surjan las dificultades, sé también el primero en tirar
del equipo. Es tu labor.
Fijar objetivos comunes está muy bien, pero no es suficiente. Además, debes
intentar integrar a cada persona en el grupo de una forma más emocional. Pon
de manifiesto cuando sea necesario la identidad propia del grupo y todo el
mundo lo tendrá más presente.
“Ese no es mi trabajo” o “ese no es asunto mío” son dos de las peores frases
que se pueden escuchar en un entorno de trabajo en equipo. Cuando se trabaja
en grupo, todo es responsabilidad de todos. Eso no significa que se deba
trabajar en tareas para las que no se está cualificado, ni que se esté obligado a
suplir el trabajo de los demás porque a alguno no le apetezca trabajar, pero sí
que todos deben tener el compromiso común de alcanzar los objetivos fijados.
Cada uno somos de nuestro padre y de nuestra madre. Por eso, resulta
inevitable que los choques surjan de vez en cuando. No pasa nada, es natural.
Ahora lo que te toca es conseguir que las cosas no se saquen de quicio y que
las grapadoras y portátiles no acaben volando por la oficina.
Construye un grupo heterogéneo.
Puedes obtener grandes beneficios, y no tiene por qué generar conflictos extra.
Un grupo constituido por gente con formación, carácter y procedencia diversa
puede resultar en una incubadora de ideas de primer nivel. Por eso, ten la
mente abierta a la hora de formar el equipo. Algunas personas pueden
sorprenderte.
Fomenta la comunicación.