Está en la página 1de 12

UNIDAD 5

Derecho Ambiental Internacional


 Introducción a la problemática ambiental internacional.
 Las Conferencias Mundiales sobre Medio Ambiente: Estocolmo ’72, Río ’92, Johannesburgo 2002 y Río+20.
 Los Principios del Derecho Ambiental Internacional
 El daño ambiental transfronterizo.

Introducción a la problemática ambiental internacional. Principales características del Derecho Internacional Ambiental

(VIDEO)
 
Las Conferencias Mundiales sobre Medio Ambiente
El estudio del Derecho Internacional Ambiental muestra una evolución sumamente interesante. Desde una primera etapa –en la cual la tutela del ambiente fue
netamente sectorial (pues se preservaban determinadas especies o recursos en forma aislada e, incluso, no por el valor que tuvieran en sí mismos si no por la
utilidad que le brindaban al hombre para otras actividades)– hasta la actualidad, en que la protección es claramente ecosistémica y existe un nutrido número de
normas, principios e instrumentos elaborados a partir de los Tratados, Acuerdos, Convenios, etc. que han tenido lugar, ha transcurrido solamente algo más de un
siglo. Y este desarrollo ha estado condicionados por factores políticos, económicos y hasta ideológicos. Estas cuestiones ya las hemos analizado con
detenimiento en la Unidad anterior.

Indagaremos ahora cómo ha sido la evolución del Derecho Internacional Ambiental desde su nacimiento formal, que se produce con la Primera Conferencia
Mundial sobre Medio Ambiente que tuvo lugar en Estocolmo, Suecia, en 1972. A partir de ese momento la expansión del Derecho Internacional Ambiental resultó
notable, sobre todo en materia institucional y normativa.

El nacimiento formal del Derecho Internacional Ambiental. La Conferencia Mundial sobre Medio Ambiente de Estocolmo de 1972.
La Primera Conferencia Mundial sobre Medio Ambiente1 tuvo lugar en Estocolmo, Suecia, entre el 5 y el 16 de Junio de 1972, y puede afirmarse que constituye
el Acta de Nacimiento del moderno Derecho Internacional Ambiental. Había sido convocada hacia fines de 1968 por Naciones Unidas y en ella participaron 113
países y una importante cantidad de entidades gubernamentales y de organizaciones no gubernamentales a nivel mundial.

Los instrumentos que emanaron de la Conferencia no tienen carácter vinculante (aquí radica la principal crítica de la que ha sido objeto) sino meramente
declarativo. Afirma Juste Ruiz que ello obedeció a que se trataba de un momento más apropiado para el diagnóstico y la adopción de directrices políticas, que
para la regulación específica de cuestiones que todavía requerían de una cierta maduración2. Con todo, lo cierto es que indudablemente constituyeron el punto
de partida de todo el desarrollo jurídico posterior en materia de tutela del ambiente.

La Conferencia tuvo el mérito de generar un compromiso ético universal a los fines de la protección del ambiente que, aun cuando con altibajos, ya no será
abandonado en lo sucesivo. También es deuda que tenemos con la Conferencia el haber introducido de modo definitivo la necesidad de conjugar las
variables desarrollo y ambiente como método insustituible para afrontar los desafíos que impone la problemática ambiental.

En materia institucional se adoptó la decisión de crear el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), plasmada mediante una Resolución
de la Asamblea General de la Naciones Unidas de fines de 1972. Su sede se encuentra en Nairobi (Kenia) y su Consejo de Administración está integrado por 58
estados nacionales. Todos los años presenta ante la Asamblea General de Naciones Unidas un informe sobre el estado del ambiente en el mundo. La agenda del
PNUMA es amplia e incluye temas como el cambio climático, los conflictos ambientales, la pérdida de la biodiversidad y el desarrollo del Derecho Ambiental,
ámbito en el cual ha tenido un papel elogiable.

La Conferencia de Estocolmo adoptó también un Plan de Acción para el Medio Humano que consta de 109 Declaraciones relativas a los más variados temas
ambientales, sobre los que efectuó un certero diagnóstico y propuso una serie de directrices de acción.
Pero sin dudas el instrumento más importante emanado de la Conferencia fue la Declaración de Principios, conocida también como Declaración de Estocolmo de
1972. Contiene un Preámbulo y 26 Principios que forman el basamento sobre el que se estructuró todo el Derecho Ambiental posterior a esos años. Y el tiempo
demostró que dichos principios, a pesar de haber nacido como simples declaraciones y carecer de efecto vinculante, pronto alcanzaron el status de derecho
positivo. Ellos aluden a normas, instituciones e instrumentos que luego alcanzarían gran desarrollo.

En breve analizaremos algunos de ellos.


Todos los años, el 05 de Junio, se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente. Es una conmemoración a la fecha en que, en 1972, se dio inicio a las sesiones de
la Conferencia.

Con posterioridad a la misma la expansión del Derecho Internacional Ambiental resultó notable, sobre todo en materia institucional y normativa. Se fortalecieron
las Organizaciones Gubernamentales y No gubernamentales destinadas al estudio y análisis de la conflictividad ambiental, al tiempo que comenzaron a
producirse avances cada vez más significativos en relación a la incorporación en los derechos internos y a las agendas de los Estados nacionales, de las
orientaciones políticas y jurídicas que se venían gestando. En simultáneo se suscribieron una importante cantidad de Convenios y Tratados destinados a dar
respuesta a algunos de los problemas ambientales que ya se vislumbraban, como la pérdida de biodiversidad, la contaminación o la proliferación de residuos y
deshechos peligros, como así también a la protección de distintos elementos y recursos naturales, en particular, los mares y océanos y las aguas dulces.

Entre ellos ocupa un lugar de privilegio la Carta Mundial de la Naturaleza3, aprobada en 1982 mediante una Resolución de la Organización de Naciones Unidas,
que contó con el único voto en contra de los Estados Unidos. A pesar del contexto poco propicio que la rodeó, tuvo el valor de ratificar las reglas axiológicas de
Estocolmo y establecer nuevos principios e instrumentos realmente innovadores, como la necesidad de implementar un procedimiento de evaluación de impacto
ambiental previo a las actividades que tengan la aptitud de provocar impactos negativos relevantes en la naturaleza o en sus elementos.

Pocos años más tarde, en 1987, se publicó un Informe que fue el resultado de un trabajo de investigación llevado a delante por  la Comisión de las Naciones
Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo. El Informe se denominó Our Common Future  (Nuestro Futuro Común) aunque fue más conocido
como Informe Brundtland, en reconocimiento a quien era por entonces la Presidenta de la Comisión, la Primera Ministro noruega Gro Harlem Brundtland.

El Informe Brundtland tuvo el mérito de ser el documento en el que se definió por primera vez al modelo de desarrollo sustentable, expresando que se trata
del “modelo de desarrollo que satisface las necesidades de las generaciones presentes, sin comprometer la capacidad para que las futuras generaciones puedan
satisfacer sus propias necesidades”.

Como se aprecia, el concepto –de neto corte antropocentrista– pone el acento en la satisfacción de las necesidades básicas de los seres humanos como meta
fundamental y fin último del modelo, al tiempo que deja entrever las limitaciones que posee el ambiente en tal sentido y la necesidad de preservarlo para las
generaciones venideras. Aquí está la semilla de los principios de sustentabilidad y equidad intergeneracional.

La Conferencia Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo de Río ’92.


En la Cumbre para la Tierra, como también se conoce a la Conferencia de Río, el número de estados y organizaciones estatales y no estatales participantes
creció notablemente en relación a la Conferencia de Estocolmo. A tal punto que se trató de la reunión de mayor convocatoria mundial celebrada hasta ese
entonces.

No es exagerado afirmar que la Cumbre de Río ha marcado un antes y un después no sólo en cuanto a la evolución e implementación de los mecanismos de
protección del ambiente –y, por ende, en el desarrollo del Derecho Ambiental–, sino también porque su espíritu ha despertado la conciencia e inculcado de modo
definitivo la convicción sobre la importancia de ello a toda la humanidad.

El legado de Río es monumental. Para comenzar, la Declaración de Río sobre el Medioambiente y el Desarrollo, con sus 27 Principios, resulta ser un verdadero
glosario de los temas de mayor importancia, imprescindibles para un abordaje integral de la materia.
Algunos de los Principios ya existentes cobraron carta de ciudadanía definitiva y otros, como el Precautorio, hicieron su aparición revolucionando todo el campo
de las ciencias, incluida la jurídica.

En el fondo, la Declaración de Principios comporta un compendio de los derechos y obligaciones que tienen los Estados en relación al ambiente. Entre ellos se
destacan los siguientes: el derecho soberano de los Estados de aprovechar sus recursos naturales pero velando que sus actividades no causen daño al ambiente
de otros Estados (Principio 2); el desarrollo sustentable que, sobre la base conceptual establecida en el Informe  Brundtland y a partir de la idea de generaciones
futuras, instituyó la impostergable necesidad de armonizar las ideas de desarrollo y tutela del ambiente  (Principios 3, 4, y 12, entre otros); la erradicación de la
pobreza como condición del desarrollo sustentable (Principio 5); los principios de cooperación y de responsabilidades comunes pero diferenciadas (Principios 6 y
7); la necesidad de promover el consumo sustentable (Principio 8) y la transferencia de tecnología entre los estados (Principio 9); el libre acceso a la
participación, información y a la justicia en temas ambientales (Principios 10); la responsabilidad de los Estados por los daños causados a las víctimas de la
contaminación (Principio 13); el Principio Precautorio, como modo de evitar la causación de daños graves e irreversibles aún ante la falta de certeza sobre la
ocurrencia de los mismos (Principio 15); el principio del contaminador-pagador (Principio 16); la obligatoriedad de la Evaluación de Impacto Ambiental (Principio
17); el deber de información de los estados ante los riesgos ambientales (Principios 18 y 19); el importante rol que cumplen las mujeres, los jóvenes y los pueblos
originarios en la ordenación del ambiente y la promoción del desarrollo sustentable (Principios 20, 21 y 22); y el papel fundamental que juega la paz en la
protección del ambiente, como elemento de convivencia y de resolución de conflictos (Principios 24, 25 y 26)4.

Además de la Declaración de Principios se Aprobó la Agenda XXI, un amplio Programa de acción con visión de futuro en el cual se abordan un sinnúmero de
temas de interés directamente relacionados con la protección del ambiente.

En ella se destaca el importante papel que debe asignarse en el logro del desarrollo sustentable a ciertos sectores de la sociedad (las ONG, las mujeres, los
jóvenes, los sindicatos, los pueblos originarios, etc.) que históricamente estuvieron postergados en la participación y toma de decisión de muchos aspectos de la
realidad, incluido el ambiental.

También surgió de la Conferencia de Río una Declaración de Principios para el ordenamiento sostenible de los bosques que, si bien no consiguió tener fuerza
vinculante e incluso fue señalada por su endeblez y carencia de un compromiso serio, implicó el primer avance importante sobre la materia hasta ese momento.
Puso énfasis en la mayor responsabilidad de los Estados desarrollados en la conservación forestal y en la tarea de reforestación (con la consecuente ayuda
financiera que ello supone a los países en desarrollo) al tiempo que reafirmó el derecho de estos últimos de explotar sus bosques nativos de acuerdo a sus
realidades económicas.
En el terreno institucional, se creó en el ámbito de Naciones Unidas la Comisión sobre el Desarrollo Sostenible, un organismo encargado de coordinar y
supervisar las acciones necesarias tendientes al cumplimiento de los acuerdos alcanzados en Río, en particular las directrices que surgen del Programa XXI. La
Comisión se reúne todos los años en la ciudad de Nueva York y está conformada por un número determinado de Estados que van rotando manteniendo una
representación geográfica equitativa.

En paralelo a la realización de la Conferencia de Río’92, se abrieron a la firma dos instrumentos con carácter vinculante relativos a dos grandes conflictos
ambientales.

El primero de ellos es el Convenio sobre la Diversidad Biológica. Sus propósitos son la conservación de la diversidad biológica, la utilización sostenible de sus
componentes y la participación justa y equitativa en los beneficios que se deriven de la utilización de los recursos genéticos. La meta principal es promover
medidas que conduzcan a un futuro sostenible. El Convenio sobre Diversidad Biológica fue incorporado en nuestro derecho interno mediante la Ley 24.375 5, del
año 1993, el mismo año en el que entró en vigencia.

El segundo es la Convención Marco sobre Cambio Climático, cuyo principal objetivo es lograr la estabilización de las concentraciones de gases de efecto
invernadero que se liberan a la atmósfera a un nivel que razonablemente detenga el calentamiento global de la tierra. Esta Convención también fue aprobada por
nuestro país por Ley N° 24.2956, sancionada y promulgada en Diciembre de 1993. Al año siguiente, conseguidas las ratificaciones necesarias, entró en vigor.
La Conferencia de Río representó, por la cantidad de consensos alcanzados y por la fuerza obligatoria de sus instrumentos, el avance más extraordinario logrado
hasta el momento en materia de tutela ambiental, y en materia jurídica rápidamente en convirtió en la fuente inspiradora del derecho interno de la mayor parte de
los países del mundo, incluido el nuestro.

El Protocolo de Kioto.
Debido a la importancia que tuvo en su momento y a que sentó las bases de compromisos que se fueron gestando con posterioridad en la materia, el Protocolo
de Kioto7 ocupa un lugar de preponderancia en la evolución del Derecho Internacional Ambiental.

En el año 1997, en el marco de la Convención sobre Cambio Climático adoptada cinco años antes, se llevó a cabo la Tercera Conferencia de las Partes de dicha
Convención. En ella se elaboró y suscribió el Protocolo de Kioto, que buscaba comprometer a los países que lo ratificaran a reducir la emisión de los principales
gases conocidos como GEI (gases de efecto invernadero), que son el Dióxido de carbono (CO2), el Óxido nitroso (N2O), el Metano (CH4), los Hidrofluorcarbonos
(HFCs), los Perfluorcarbonos (PFC) y el Hexafluoruro de azufre (SF6). Dicha reducción debía tomar como referencia los niveles de emisión generados en el año
1990.

El Protocolo preveía que su entrada en vigencia se produjera con posterioridad a su ratificación por 55 países que concentraran, a su vez, el 55 % de las
emisiones de gases de efecto invernadero a nivel mundial. Durante varios años el número de países ratificantes se mantuvo en 54 hasta que finalmente, y de
modo sorpresivo, Rusia lo ratificó a fines de 2004 y el Protocolo entró en vigencia al año siguiente.

El aporte principal del Protocolo radicó en la regulación de una serie de mecanismos flexibles para lograr la reducción de gases que favorecen el calentamiento
global: el desarrollo limpio (MDL), la Comercialización de Emisiones y la Aplicación conjunta.

El Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL) permite a los gobiernos de los países industrializados (mencionados en el Anexo del Protocolo) y a las empresas,
suscribir acuerdos para cumplir con las metas de reducción impuestas, invirtiendo en proyectos de reducción de emisiones en países en desarrollo (no incluidos
en el Anexo) como alternativa para adquirir reducciones certificadas de emisiones (RCE).
El Comercio de Derechos de Emisión implica que los países industrializados (contenidos en el Anexo) pueden comprar o vender una parte de sus derechos de
emisión a otros países también industrializados. Los países que reduzcan sus emisiones más de lo estipulado, superando así el compromiso asumido, podrán
vender ese “crédito” excedente a aquéllos países cuyas metas sean más difíciles de alcanzar. Es lo que se ha conocido como el comercio de “bonos de carbono”.

El último instrumento es la Aplicación Conjunta (AC), que sirve para regular proyectos de cooperación entre países obligados a contener o reducir sus emisiones,
de manera que la cantidad de ahorro gracias a nuevas tecnologías, se comparte entre los participantes de los proyectos.

La Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible de Johannesburgo de 2002.


El mismo año en que tuvo lugar el Protocolo de Kioto, la Asamblea General de las Naciones Unidas convocó a una nueva Cumbre Mundial, que se desarrolló
finalmente entre el 26 de Agosto y el 04 de Septiembre de 2002 en la ciudad de Johannesburgo, Sudáfrica.

En contraste con lo ocurrido diez años antes, los resultados fueron bastante magros y apenas si se pudieron mantener los compromisos ya asumidos, siendo
escasos los avances que pudieron obtenerse a través de los dos instrumentos que resultaron aprobados: la  Declaración Política y el Plan de Aplicación de las
Decisiones de la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible.

En cuanto a la Declaración Política8, la misma hizo hincapié en la necesidad del fortalecimiento del desarrollo sustentable, poniendo especial atención en la
dimensión social del mismo. Los temas abordados giran en torno a la necesidad de eliminación de la pobreza,  de la promoción de estándares de consumo
sustentable y del aprovechamiento racional de los recursos para alcanzar un desarrollo social y económico equitativo.

La Declaración admite que el deterioro del ambiente no ha logrado detenerse, pues  continúa la pérdida de biodiversidad, se siguen agotando las poblaciones de
peces; la desertificación avanza y los efectos adversos del cambio climático son cada vez más evidentes. Para peor, agrega, la globalización confiere a estos
problemas una dimensión compleja, pues los mayores costos de esta conflictividad socio ambiental los soportan mayormente los países en desarrollo.
Frente a ello propone el multilateralismo como alternativa para superar la situación descripta, a través de la acción de instituciones internacionales y multilaterales
más eficaces, democráticas y responsables de sus actos y no sólo mediante la adopción de decisiones sobre objetivos y calendarios sino también mediante
asociaciones de colaboración.

También la Declaración pone el acento en el rol que corresponde al sector empresario, destacando que  las empresas privadas deben asumir la plena
responsabilidad de sus actos en un entorno regulatorio transparente y estable.

A su turno, el Plan de Aplicación de las Decisiones de la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible 9 menciona y desarrolla estrategias concretas para el
abordaje de los problemas mencionados con anterioridad, entre los que se sobresalen la erradicación de la pobreza, la modificación de las modalidades
insostenibles de consumo y producción, la protección y gestión de la base de recursos naturales del desarrollo económico y social, el desarrollo sostenible en un
mundo en vías de globalización, la salud y el desarrollo sostenible, el desarrollo sostenible de los pequeños Estados insulares en desarrollo, el desarrollo
sostenible para África, y otras iniciativas regionales referentes al desarrollo sostenible para las regiones de América Latina y el Caribe, Asia y el Pacífico, Asia
occidental y la Comisión Económica para Europa; incluyéndose un capítulo sobre los Medios de Ejecución y otro sobre el Marco Institucional.

La Conferencia Río + 20.


La Conferencia de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas de 2012, también llamada Conferencia Río+20, se desarrolló nuevamente en la ciudad de Río de
Janeiro entre el 20 y el 22 de Junio de 2012 y contó con la participación de delegaciones de 193 países, en muchos casos representados por sus propios Jefes
de Estado.

Frente al fracaso que para muchos supuso la Cumbre de Johannesburgo, la convocatoria en Río representó una nostálgica y, a la vez, esperanzada estrategia
para renovar los logros alcanzados veinte años atrás.

Pero nuevamente la decepción fue el sentimiento predominante luego de concluido el encuentro. Una vez más un contexto mundial negativo en materia
económica (la mayor parte de las regiones del mundo se encontraban intentando salir de la profunda crisis desatada entre los años 2008 y 2009) sirvió de marco
para el logro de escasos consensos y la elaboración de un muy extenso documento, El futuro que queremos10, que demuestra la dificultad que hubo en arribar a
un texto claro, conciso y, sobre todo, fructífero.

El documento síntesis de Río+20 no alcanzó a satisfacer las expectativas previas y los numerosos movimientos sociales y organizaciones no gubernamentales
asistentes –que llegaron a organizar un encuentro paralelo denominado Cumbre de los Pueblos para la justicia social y ambiental– expresaron rápidamente su
disconformidad y alzaron la voz protestando contra algunos de los ejes de discusión que pretendían imponerse, sobre todo la economía verde, a la que
adjudicaban el papel de un mero maquillaje ecológico de una situación de desigualdad cuya esencia, en verdad, no pretendía modificarse.

La economía verde –definida por el PNUMA como aquella que da lugar al mejoramiento del bienestar humano e igualdad social, mientras que se reducen
significativamente los riesgos ambientales y la escasez ecológica– fue una propuesta encabezada principalmente por los países desarrollados como respuesta a
los desafíos ambientales y a la necesidad de promover el desarrollo sustentable y la erradicación de la pobreza. Sin embargo dicha estrategia, como hemos visto,
lejos estuvo de concitar adhesiones unánimes y, por lo demás, ha sido considerada por algunos prácticamente como letra muerta, al no haberse generado ni
compromisos nuevos ni herramientas novedosas para su concreción.

El fortalecimiento del marco institucional para el desarrollo sostenible –y en esa dirección, la consolidación del PNUMA como la máxima autoridad mundial en
materia ambiental- fue otro de los ejes sobre el que giró la discusión, pero sobre el cual tampoco se obtuvieron innovaciones significativas. Aquí, la falta de
acuerdo sobre el modo de financiamiento del proyecto, constituyó el principal escollo.

También intentó poner el acento en la igualdad de género y en el rol de la mujer como actor fundamental en la búsqueda del desarrollo sostenible, aunque se
reconoce que aún falta mucho para que esa igualdad se materialice. Y sobre esta cuestión también llovieron críticas, pues los textos emplean un lenguaje
absolutamente voluntarista y declarativo, muy lejos de algunos de los borradores previos a la Conferencia, que establecían medidas y directrices concretas para
eliminar esas inequidades.

En síntesis: las expectativas fueron muy altas al comienzo pero los resultados fueron escasos al final.

El Acuerdo de Paris de 2016.


El último eslabón en este desarrollo, en este caso en materia de cambio climático, es el Acuerdo de Paris 11, suscripto en 2015 y cuya entrada en vigencia se
produjo al año siguiente.

El Acuerdo de Paris resulta un complemento y una continuidad del Protocolo de Kioto de 1997. Logrado en el marco de la XXI Conferencia de Naciones Unidas
sobre Cambio Climático (COP21) implica un importantísimo avance, en contraste con lo ocurrido en los años anteriores, en la lucha contra esta problemática,
habiendo sido ratificado ya por alrededor de 190 países, lo que lo convierte en un instrumento prácticamente unánime a nivel mundial.
Entre sus logros más importantes hay que destacar su decisión de fortalecer la respuesta mundial al cambio climático, reafirmando un objetivo final de limitar el
aumento de la temperatura mundial muy por debajo de los 2 grados centígrados –manteniendo los esfuerzos para limitarlo a 1,5 grados– tomando como
referencia los niveles pre-industriales.

Para ello establece que los Estados parte deben alcanzar cuanto antes el punto máximo de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a nivel mundial,
al tiempo que acepta que ese punto máximo llevará más tiempo a los países en desarrollo.

Incluye, asimismo, compromisos vinculantes de todas las Partes para preparar, comunicar y mantener una contribución determinada a nivel nacional y aplicar
medidas nacionales para lograrlos. Obliga a los Estados parte a comunicar sus contribuciones determinadas a nivel nacional cada cinco años (que deberá
suponer siempre una progresión con respecto a la anterior) y a proporcionar información transparente. En este sentido diferencia los compromisos y las
contribuciones según se trate de países desarrollados o en desarrollo.

Otro de los aspectos importantes es el propósito que se fija en relación a aumentar la capacidad de adaptación de los países, el fortalecimiento de la resiliencia y
la reducción de la vulnerabilidad al cambio climático, en el contexto del objetivo de mantener temperatura del Acuerdo. Su propósito es fortalecer
significativamente los esfuerzos nacionales de adaptación, incluso mediante el apoyo y la cooperación internacional.

En referencia a la responsabilidad, el Acuerdo de París reconoce la importancia de evitar, reducir al mínimo y hacer frente a las pérdidas y a los daños
relacionados con los efectos adversos del cambio climático, incluidos los fenómenos meteorológicos extremos y los fenómenos de evolución lenta, y la
contribución del desarrollo sostenible a la reducción del riesgo de pérdidas y daños.

En línea con tal propósito, se reafirman las obligaciones de los países desarrollados de apoyar los esfuerzos de los países en desarrollo para construir un futuro
limpio y resistente al clima, al tiempo que se alienta por primera vez a otras Partes a que presten o sigan prestando ese apoyo de manera voluntaria. En tal
sentido se establecen mecanismos concretos, como la creación del Mecanismo Financiero de la Convención, incluido el Fondo Verde del Clima (GCF) y la
implementación de un marco tecnológico –en el contexto del Acuerdo– para fortalecer las actividades de fomento de la capacidad mediante, entre otras cosas, un
mayor apoyo a las medidas de fomento de la capacidad en los países en desarrollo y los acuerdos institucionales necesarios.

El Acuerdo también impulsa la educación, la formación, la sensibilización, la participación ciudadana y el acceso público a la información sobre el cambio
climático, como mecanismos de lucha contra el mismo.

Finalmente, impone la obligación de efectuar un “balance mundial” hacia 2023 y cada cinco años a partir de entonces, evaluando el progreso colectivo hacia el
logro de los objetivos del Acuerdo de una manera global y facilitadora. Dicho balance se basará en la mejor ciencia disponible y en su objetivo mundial a largo
plazo. Su resultado servirá de base para que las Partes actualicen y mejoren sus medidas y apoyen y aumenten la cooperación internacional en la lucha contra el
cambio climático.
Para profundizar y completar el análisis del resto de los Principios enumerados, sugerimos la lectura de los siguientes textos  que encontrarás en la sección Libros
y Publicaciones de http://bibliotecaderechoambiental.blogspot.com/, a saber:

JUSTE RUIZ, José, La evolución del Derecho Internacional del Medio Ambiente,

JUSTE RUIZ, José y CASTILLO DAUDÍ, Mireya, La protección del medio ambiente en el ámbito internacional y en la Unión Europea, Ed. Tirant lo Blanch,
Valencia, 2014, pág. 19 y siguientes.
FAJARDO del CASTILLO, Teresa, El Acuerdo de París sobre el Cambio Climático: sus aportaciones al desarrollo progresivo del Derecho Internacional y las
consecuencias de la retirada de los Estados Unidos, en Revista Española de Derecho Internacional Sección ESTUDIOS, Vol. 70/1, enero-junio 2018, Madrid,
págs. 23-51.

Los principios del Derecho Ambiental Internacional


Afirma la Dra. Zlata Drnas de Clément que “Los principios generales del Derecho Internacional Ambiental constituyen normas consuetudinarias del Derecho
internacional, que pueden estar expresadas en normas convencionales y estar conectadas en su raíz a principios generales del derecho”12.

En efecto, los Principios Generales son modelos, estándares de actuación, reglas de tipo axiológico que determinan los derechos y obligaciones que tiene el
conjunto de los Estados y los demás sujetos que intervienen en el Derecho Internacional, relativos al modo de tutelar el ambientes y los elementos y recursos que
lo componen.

Esos principios algunas veces han nacido de la costumbre, otras veces han sido instituidos por la jurisprudencia, generalmente están expresados en los
instrumentos internacionales cuyo objeto es la regulación ambiental y conforman uno de los puntos de partida para interpretar y aplicar todo el ordenamiento
jurídico tendiente a la protección del ambiente en el plano global.

La doctrina no es del todo unánime en la enumeración y caracterización de los principios, no obstante lo cual nosotros enunciaremos y caracterizaremos
brevemente a los siguientes, difiriendo su estudio más detallado a la bibliografía que indicamos al final:

Principio de cooperación
Resulta indudable que desde hace ya bastante tiempo –quizá dicho punto de partida señale, al menos en forma figurada, el nacimiento mismo del Derecho
Internacional Ambiental– los Estados han comprendido que los grandes problemas y conflictos ambientales que afectan al planeta (de los que ya hemos dado
cuenta) precisan de una colaboración mutua y común entre los mismos para poder encarar con algún tipo de proyección auspiciosa respuestas eficaces a dichos
desafíos.

No es exagerado afirmar que buena parte de los cimientos propios de la normatividad internacional en materia ambiental se edifican, directa o indirectamente,
sobre la base de la cooperación a escala mundial que requiere la búsqueda de aquéllas soluciones. Tanto es así que los principales instrumentos jurídicos de
carácter internacional, vinculantes o no, invariablemente refieren o remiten a este principio.

En tal sentido, es oportuno destacar la Declaración de Río sobre Medio Ambiente y Desarrollo, elaborada en el marco de la Conferencia Mundial sobre Medio
Ambiente desarrollada en Río de Janeiro en 1992, cuyo Principio N° 7 afirma, en términos generales, que “Los Estados deberán cooperar con espíritu de
solidaridad mundial para conservar, proteger y restablecer la salud y la integridad del ecosistema de la Tierra…”.  Complementariamente, el Principio 5 enuncia
que “Todos los estados y todas las personas deberán cooperar en la tarea esencial de erradicar la pobreza como requisito indispensable para el desarrollo
sustentable…”, al tiempo que están obligados a “aumentar el saber científico mediante el intercambio de conocimientos científicos y tecnológicos, e intensificando
el desarrollo, la adaptación difusión y la transferencia de nuevas tecnologías…” (Principio N° 9), entre otros deberes de cooperación que impone dicha
Declaración.

Ya la Declaración de Principios de Estocolmo de 1972 había afirmado la existencia del deber de cooperación en los Principios N° 13, 22 y 24.
Este principio de cooperación ha tenido un particular desarrollo en materia de prevención de la contaminación ambiental transfronteriza, es decir, aquella que
tiene origen en uno (o más) Estados, pero proyecta sus efectos más allá del mismo.

Principio de soberanía estatal


No resulta la contracara del principio de cooperación, pero sí en ocasiones representa un límite importante a la expansión del mismo.

También mencionado en la mayoría de los convenios y tratados existentes sobre la materia, reconoce su origen en la preexistencia (y, por qué no, también
preponderancia) de los estados nacionales por sobre la formación de bloques o acuerdos regionales y de instituciones de carácter internacional.

Conforme al principio de soberanía “los estados tienen el derecho soberano de aprovechar sus recursos según sus propias políticas ambientales y de
desarrollo…” (Principio N° 2 de la Declaración de Río), que de inmediato agrega “… y la responsabilidad de velar por que las actividades realizadas dentro de su
jurisdicción y bajo su control no causen daños al medio ambiente de otros Estados o de zonas que estén fuera de los límites de la jurisdicción nacional”.

La segunda parte del enunciado importa una especie de contrapeso o, si se prefiere, un valladar al ejercicio de esta prerrogativa por parte de los Estados
nacionales que, inclusive, podría verse como un principio autónomo o una suerte de sub principio, ubicado dentro del de soberanía. Al respecto señala la Dra.
Drnas de Clement que “este principio es complementario del principio de soberanía en tanto implica el deber de respetar idéntico derecho de soberanía de otros
Estados…”13 siendo evidente la interrelación existente entre ambos.

Un aspecto importante por destacar es que el principio de soberanía (o, más bien, el pleno ejercicio y defensa que efectúan los Estados de sus soberanías), está
bastante atado a los vaivenes que experimenta la economía mundial, de suerte que suele ceder espacio en tiempos de “bonanza” económica –permitiendo de tal
modo el avance de la idea de cooperación y el logro de metas en tal sentido– y agigantando su figura en épocas de crisis, en resguardo de la situación política y
económica propia de cada Estado.

Principio de las responsabilidades comunes pero diferenciadas


Una de las principales dificultades que se presenta a la hora de aunar esfuerzos en pos de la búsqueda de soluciones a la problemáticas ambiental, está dada
por la disparidad existente entre la situación general de aquellos estados que han alcanzado un nivel aceptable (o incluso superlativo) de desarrollo y aquéllos
que aún no lo han podido hacer.

La tesis central sobre la que parece haberse arribado a un consenso más o menos general ha sido recogida, una vez más, en la Declaración de Principios de Río
‘92: “… En vista de que han contribuido en distinta medida a la degradación del medio ambiente mundial, los Estados tienen responsabilidades comunes pero
diferenciadas. Los países desarrollados reconocen la responsabilidad que les cabe en la búsqueda internacional del desarrollo sostenible, en vista de las
presiones que sus sociedades ejercen en el medio ambiente mundial y de las tecnologías y recursos financieros de que disponen”  (Principio N° 7). El principio de
las responsabilidades comunes pero diferenciadas de los Estados resulta, así, un complemento y, por qué no, un elemento de interpretación del principio de
cooperación.

El nivel de desarrollo alcanzado por ciertos países se ha sustentado, en buena medida, en la explotación y sobre explotación que han efectuado de los recursos
naturales y en la contaminación y el calentamiento global que han generado en el planeta, razón por la cual les corresponde ahora un mayor grado de
compromiso en la búsqueda de la mitigación de los impactos ocasionados y, al mismo tiempo, les genera la obligación de contribuir con aquellas regiones que
aún no han podido alcanzar estándares de calidad de vida siquiera mínimos.

La aplicación práctica (o el logro de eficacia) del principio no resulta tarea sencilla, sobre todo en virtud de las diferentes interpretaciones que tiene el alcance del
mismo –según el país de que se trate– que dista mucho de ser uniforme. Una notable excepción a ello tuvo ocasión de producirse, en materia de cambio
climático, en el Protocolo de Kioto. Allí los países desarrollados asumieron obligaciones claramente más gravosas que los demás en materia de reducción de
emisiones de gases de efecto invernadero, conforme ha sido su contribución en materia de emisiones.

El principio de precaución
La formulación de este principio fue efectuada de modo amplio en la Declaración de Río ’92. Allí, el principio 15 enuncia que  “Con el fin de proteger el medio
ambiente, los Estados deberán aplicar ampliamente el criterio de precaución conforme a sus capacidades. Cuando haya peligro de daño grave o irreversible la
falta de certeza científica absoluta no deberá utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces en función de los costos para impedir la
degradación del medio ambiente”.

Cierto es que dicho enunciado no ha estado exento de críticas. En tal sentido se ha percibido negativamente el descenso a la categoría de “criterio” en detrimento
de la de “principio”, que en términos jurídicos resulta mucho más amplio y general. De igual modo la alusión a los “costos” y a cómo ello puede impregnar de
cierta “relatividad” al principio, ha sido juzgada como un dato disvalioso.

No obstante ello, es un aserto indiscutible que el principio de precaución ocupa un lugar de preponderancia en el moderno Derecho Internacional, extendiendo
incluso sus alcances e influencia más allá de lo ambiental.

La clave del mismo está en el rol que juega en él la incertidumbre, que es lo que lo diferencia del principio de prevención, porque en el Principio de Precaución
opera una suerte de prescindencia del ámbito científico a la hora de adoptar las medidas conducentes para una adecuada tutela del ambiente.

En la conceptualización brindada por el art. 4 de nuestra Ley General del Ambiente se menciona, además de la falta de certeza científica, a la ausencia de
información como pretexto que no puede ser utilizado para evitar adoptar las medidas necesarias para que el daño ambiental no se produzca, siendo esta la
diferencia con la redacción de Río.

El principio del contaminador-pagador


Ya desde la década del ’70 del siglo pasado comenzó a ser mencionado como una regla de aristas fundamentalmente económicas, pero su consagración
definitiva llegó en 1992, en el Principio 16 de la Declaración de Río de Janeiro:  “Las autoridades nacionales deberían procurar fomentar la internalización de los
costos ambientales y el uso de instrumentos económicos, teniendo en cuenta el criterio de que el que contamina debe, en principio, cargar con los costos de la
contaminación, teniendo debidamente en cuenta el interés público y sin distorsionar el comercio ni las inversiones internacionales.”

La idea del “contaminador-pagador” también fue objeto, a su turno, de marcada desconfianza, pues se advertía en ella un salvoconducto para que las empresas
pudieran continuar contaminando en el curso de sus procesos productivos, a condición de que luego repararan económicamente el daño ocasionado.

Sin embargo no es ese el enfoque correcto de la cuestión. Así, se ha dicho que  “…  en rigor el principio ‘quien contamina paga’ persigue sobre todo que el
causante de la contaminación asuma el coste de las medidas de prevención y lucha contra la misma, sin recibir en principio ningún tipo de ayuda financiera
compensatoria. Se trata de un principio de ‘internalización’ de los costes que conlleva el saneamiento de los efectos negativos de la contaminación sobre el
medio ambiente, que deben ser soportados por quien está en el origen de aquella. El principio busca de este modo invertir la tendencia a la ‘externalización’ de
los costes en cuestión, evitando su transferencia hacia terceros que, sin ser causantes de la contaminación, tendrían sin embargo que pagar por ella”14.

En razón de lo expuesto y contrariamente a lo que podría desprenderse de una lectura lineal del principio, la prevención juega en él un rol fundamental pues
siempre los costos de la misma son sensiblemente menores que los ocasionados por la recomposición o por la reparación económica. Incluso si se acepta la
posibilidad de adjudicar a este principio también una función punitiva –es decir, de aplicar por su virtud sanciones, administrativas o penales, a quienes hayan
realizado un daño ambiental–15, los costos de la misma también serán seguramente superiores a los preventivos.

Igualmente es importante entender que el término “contaminación” debe entenderse en sentido amplio, es decir, comprensivo de toda alteración relevante que
modifique negativamente el ambiente, sus elementos y recursos, el equilibrio de los ecosistemas o los bienes o valores colectivos.

El principio de responsabilidad (o de reparación de los daños ambientales)


Tanto en la Declaración de Principios de Estocolmo de 1972 como en la de Río ’92, la formulación carece prácticamente de todo tono vinculante, limitándose a
ser una mera directriz de acción o, más bien, una recomendación. Dice el Principio 13 de Río: “Los Estados deberán desarrollar la legislación nacional relativa a
la responsabilidad y la indemnización respecto de las víctimas de la contaminación y otros daños ambientales. Los Estados deberán cooperar asimismo de
manera expedita y más decidida en la elaboración de nuevas leyes internacionales sobre responsabilidad e indemnización por los efectos adversos de los daños
ambientales causados por las actividades realizadas dentro de su jurisdicción, o bajo su control, en zonas situadas fuera de su jurisdicción.”

Como se visualiza, el planteo apunta a instruir a los Estados para que generen normatividad respecto de la indemnización debida a quienes resultan
damnificados por los procesos de degradación ambiental, pero sin establecer pautas orientadoras claras en torno a cómo debe ser esa indemnización, quién
debe hacer frente a la misma, bajo qué modalidades, etc.

Ello ha tenido como efecto el logro de mecanismos flexibles y endebles que, en la praxis, están  marcados por el progresivo abandono del terreno de la responsa-
bilidad de los Estados en beneficio de los mecanismos de responsabilidad civil de los particulares16.

Evaluación de Impacto Ambiental


Ya desde la Carta de la Naturaleza de 1982 ha adquirido condición de Principio autónomo, existiendo incluso instrumentos jurídicos de carácter internacional
dedicados exclusivamente a su tratamiento, como ocurre con el Convenio de la Comisión Económica para Europa de las Naciones Unidas sobre la evaluación del
impacto ambiental en un contexto transfronterizo, suscripta en Espoo, Finlandia, en 1991.

A su tiempo, la Declaración de Río también consagró esta valiosa herramienta con tono imperativo, estableciendo en el Principio N° 17 que “ Deberá emprenderse
una evaluación del impacto ambiental, en calidad de instrumento nacional, respecto de cualquier actividad propuesta que probablemente haya de producir un
impacto negativo considerable en el medio ambiente y que esté sujeta a la decisión de una autoridad nacional competente”.

Participación ciudadana
Adquirió definitivamente carácter de Principio a partir de su consagración en la Declaración de Río de 1992, cuyo conocido Principio N° 10 reza:  “El mejor modo
de tratar las cuestiones ambientales es con la participación de todos los ciudadanos interesados, en el nivel que corresponda. En el plano nacional, toda persona
deberá tener acceso adecuado a la información sobre el medio ambiente de que dispongan las autoridades públicas, incluida la información sobre los materiales
y las actividades que encierran peligro en sus comunidades, así como la oportunidad de participar en los procesos de adopción de decisiones. Los Estados
deberán facilitar y fomentar la sensibilización y la participación de la población poniendo la información a disposición de todos. Deberá proporcionarse acceso
efectivo a los procedimientos judiciales y administrativos, entre ‚éstos el resarcimiento de daños y los recursos pertinentes”.

Desarrollo Sustentable
Es un modelo de desarrollo pero, a la vez, también configura un principio del Derecho Internacional Ambiental, seguramente uno de los más importantes.

El estudio en detalle de este Principio y de los de Evaluación de Impacto Ambiental y de Participación ciudadana será efectuada minuciosamente en la Unidad IX.

Para profundizar y completar el análisis del resto de los Principios enumerados, sugerimos la lectura de los siguientes textos  que encontrarás en la sección Libros
y Publicaciones de http://bibliotecaderechoambiental.blogspot.com/, a saber:
DRNAS de CLÉMENT, Zlata, “Principios Generales del Derecho Internacional Ambiental como fuente normativa. El Principio de Precaución”, Academia Nacional
de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, Centro de Investigaciones Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba, Anuario IX, 2006
JUSTE RUIZ, José y CASTILLO DAUDÍ, Mireya, La protección del medio ambiente en el ámbito internacional y en la Unión Europea, Ed. Tirant lo Blanch,
Valencia, 2014, págs. 46-60.

El Daño Ambiental Transfronterizo


Un apartado especial en el estudio del Derecho Internacional del Medio Ambiente está reservado al análisis de lo que hace algunos años se conocía como
contaminación ambiental transfronteriza y que ahora se denomina lisa y llanamente daño ambiental transfronterizo.

El daño ambiental transfronterizo es el impacto ambiental negativo producido o generado en un Estado pero cuyas consecuencias se proyectan y extienden a
otros Estados o regiones (aledañas o no). Este fenómeno seguramente fue uno de los disparadores del comienzo de la preocupación de la humanidad por dar
respuestas a la conflictividad ambiental.
En otros términos: el desarrollo de un Derecho Internacional del Medio Ambiente, es decir, de un conjunto de normas, principios, valores e instituciones
destinados a la tutela del ambiente y de sus recursos en el ámbito global y a regular las relaciones jurídicas existentes entre los sujetos que interactúan en este
sentido, en buena medida reconoce como antecedente inmediato la comprobación por parte de la comunidad mundial de este fenómeno, que seguramente se ha
producido a lo largo de la historia de la humanidad, pero cuya intensidad ha crecido en términos exponenciales a partir de mediados del Siglo XX.

El daño ambiental transfronterizo reconoce varias manifestaciones: a veces los conflictos se producen en un acotado espectro de vecindad entre los estados,
aunque luego dichos efectos comiencen a extenderse más allá de dichas fronteras (es lo que ocurre, por ejemplo, con la contaminación atmosférica).

Otras veces se produce lo que en la actualidad algunos autores denominan “la exportación de los riesgos (o de las fuentes) de la contaminación”17.

Se alude con ello a ciertas prácticas muy usuales en el mundo contemporáneo. Algunas devienen inevitables como producto del desarrollo de la ciencia, la
tecnología, los medios de transporte, etc. y que, en cierto modo, no distinguen el “destinatario” de las consecuencias negativas (que puede ser bien un estado,
una región o incluso un espacio internacional sin dueño como por ejemplo un océano): nos referimos a ciertas actividades, por ejemplo el transporte de
sustancias peligrosas (petróleo, residuos peligrosos o radioactivos, etc.) que no pocas veces ocasiona accidentes que traen aparejado un impacto ambiental
inmenso.

Otras veces, en cambio, la exportación de los riesgos es un ejercicio premeditado, por ejemplo la práctica de muchos países “desarrollados” que ubican las
instalaciones contaminantes o peligrosas de sus empresas e industrias en países que se presentan como “paraísos de la contaminación” (generalmente
necesitados de inversión), exportando así los riesgos inherentes a dichas actividades.
El cambio climático –sin dudas el desafío más grave que enfrenta la humanidad en términos ambientales– es también una elocuente muestra de cómo la
globalización, que en infinidad de dimensiones resulta signo inequívoco de nuestros tiempos, también ha cobrado singular magnitud en materia ambiental,
demostrando que los efectos negativos de las actividades económicas, industriales, comerciales, etc. que se desarrollan en algunos sectores del planeta,
rápidamente tienen incidencia en otros tan distantes espacialmente, como en materia de desarrollo.

El estudio de este tema se complementa con el examen de algunos precedentes que registra la jurisprudencia internacional a lo largo del último siglo y que
resultan útiles para ver la orientación que han tenido los distintos estados u organismos internacionales a la hora de dirimir dichos conflictos.

Sobresalen entre esos antecedentes los casos de la Fundición de Trail (1941), del Estrecho de Corfú (1949) y del Lago Lanoux (1956). Para el análisis de los
mismos los invitamos a leer las páginas 19 a 42 del siguiente texto:
GÓMEZ-ROBLEDO VERDUZCO, Alonso, “Responsabilidad internacional por daños transfronterizos”, 2da. Ed., Universidad Nacional Autónoma de México,
México, 2014, pág. 19-42. Obra también disponible en http://bibliotecaderechoambiental.blogspot.com/

NOTAS
1 Para un abordaje integral de los textos de la Conferencia puede consultarse el informe efectuado sobre la misma por N.U. en el
sitio https://www.dipublico.org/conferencias/mediohumano/A-CONF.48-14-REV.1.pdf
2 JUSTE RUIZ, José y CASTILLO DAUDÍ, Mireya, La protección del medio ambiente en el ámbito internacional y en la UNión Europea, Ed. Tirant lo Blanch,
Valencia, 2014, pág. 21.
3 El texto íntegro de la Carta puede consultarse en http://www.iri.edu.ar/publicaciones_iri/manual/Ultima-Tanda/Medio
%20Ambiente/7.%20CartaMundialdelaNaturaleza.pdf
4 El contenido de la Declaración de Principios de Río de Janeiro de 1992 se puede consultar en el
sitio http://portal.uned.es/pls/portal/docs/PAGE/UNED_MAIN/LAUNIVERSIDAD/DEPARTAMENTOS/0614/ASIGNAT/MEDIOAMBIENTE/TEMA
%201/%20%20%20%20%20DECLARACI%C3%93N%20DE%20R%C3%8DO%201992.PDF
5 http://servicios.infoleg.gob.ar/infolegInternet/anexos/25000-29999/29276/norma.htm
6 http://servicios.infoleg.gob.ar/infolegInternet/anexos/0-4999/699/norma.htm
7 https://unfccc.int/resource/docs/convkp/kpspan.pdf
8 http://www.upv.es/contenidos/CAMUNISO/info/U0667148.pdf
9 https://www.un.org/spanish/esa/sustdev/POIsptoc.htm
10 https://rio20.un.org/sites/rio20.un.org/files/a-conf.216-l-1_spanish.pdf.pdf
11 https://unfccc.int/es/process-and-meetings/the-paris-agreement/que-es-el-acuerdo-de-paris
12 DRNAS de CLÉMENT, Zlata, Principios Generales del Derecho Internacional Ambiental como fuente normativa. El Principio de Precaución,  Academia
Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, Centro de Investigaciones Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba, Anuario IX, 2006.
13 DRNAS de CLEMENT, Zlata, Fuentes del Derecho Internacional del Medio Ambiente, en SINDICO, F (coord.), Environmental Law, University of Surrey, CMP
Publishers, London, 2010, pág. 23.
14 JUSTE RUIZ, José y CASTILLO DAUDÍ, Mireya, Ob. cit., pág 57.
15 SALASSA BOIX, Rodolfo, Los tributos ecológicos y el principio quien contamina paga, en Rev. SJRJ, v. 21, n. 39, Río de Janeiro, 2014, pág. 151.
16 JUSTE RUIZ, José y CASTILLO DAUDÍ, Mireya, ob. cit., pág. 52.
17 JUSTE RUIZ, José y CASTILLO DAUDÍ, Mireya, Ob. cit.,  págs. 14-15
 
Guía de Estudio
Unidad 5
A los efectos de que puedas determinar si comprendiste los contenidos propuestos en esta Unidad te formulamos una serie de preguntas que entendemos te
pueden ayudar:
 ¿Cuáles son las principales características del Derecho Internacional Ambiental moderno?
 ¿Cuáles son las consecuencias de la vinculación de la Teoría de los Derechos Humanos con el Derecho Internacional Ambiental?
 ¿Cuáles son los principales hitos en la evolución histórica del Derecho Internacional Ambiental?
 ¿Cuáles son los Principios más importantes surgidos de la Declaración de Río’92 sobre Ambiente y Desarrollo?
 ¿Cuáles son los Principios del Derecho Internacional Ambiental y cómo se describen?
 ¿En qué consiste el daño ambiental transfronterizo y cuáles son sus expresiones contemporáneas?

También podría gustarte