Está en la página 1de 2

La Conciencia

Actualizado: 14 de jul de 2018

Durante siglos, los filósofos se reservaron el estudio e interpretación de la naturaleza de la


mente. Un privilegio que la ciencia ha tomado hoy en día al entrar de lleno en el ámbito del
estudio del cerebro. ¿Significa esto que la conciencia se ha visto despojada de su aureola de
misterio? Todo lo contrario. Con cada nuevo descubrimiento en el ámbito de la
neurociencia y la biología, con cada nueva herramienta tecnológica puesta a disposición de
los investigadores para escudriñar la actividad cerebral, la complejidad y sutileza de la
conciencia se nos revela cada vez más y más asombrosa.

No es solo que se hayan encontrado trazas de actividad consciente donde se creía


extinguida por completo, como en el estado vegetativo, sino que, al posar la mirada en el
reino animal, descubrimos numerosos y sugestivos rastros de su presencia. Siempre se ha
creído que la principal ventaja evolutiva de la conciencia era la capacidad de analizar el
entorno y planificar cómo adaptarse a él, pero cada vez cobra más cuerpo la hipótesis de
que su contribución fundamental a la condición humana es la de potenciar nuestra empatía
y, por tanto, nuestra capacidad de cooperar. Incluso el lenguaje, el más humano de los
comportamientos sociales, puede deberse a la conciencia.

Investigaciones recientes ofrecen indicios de que algunos primates podrían tener también
una capacidad parecida de proyectar a sus semejantes creencias y deseos.

En la raíz de ese halo de misterio que sigue rodeando la conciencia se encuentra la


experiencia subjetiva, la cualidad especial de la vivencia consciente que solo se puede
describir en PRIMERA PERSONA. Es decir, lo que siento al percibir un color, reconocer
una nota, sentir un dolor o un placer intenso. Este tipo de experiencias específicas de la
conciencia, se conocen como qualia. Los qualia constituyen un reto formidable a toda teoría
científica de la conciencia. Por ejemplo, cuando se afirma que el dolor tiene una u otra
causa física, queda parte de ello sin explicar. Supongamos que logramos identificar el
mecanismo neural que da cuenta del dolor; por ejemplo, la excitación de la fibra “C”, pero
habrá que explicar porque nuestra experiencia del dolor se siente de la forma en que lo
percibimos ¿Por qué la excitación de la fibra "C" produce esto y no lo otro o no produce
nada en absoluto? No está claro que se llegue a saber, por métodos científicos, por qué la
experiencia consciente posee las cualidades que tiene. El carácter subjetivo de la
experiencia consciente casa mal con la objetividad que la ciencia exige.
No por ello debe abandonarse el esfuerzo. La conciencia no se reduce a las experiencias.
De hecho, existe una multitud de estados conscientes caracterizados no por sus qualia, sino
por la función que desempeñan. Verbigracia, cuando sopesamos opciones y tomamos una
decisión no estamos especialmente pendientes de como nos sentimos al hacerlo y de hecho
sería extraño preguntárnoslo. A este tipo de conciencia se le llama “Intencional” y en la
medida que está orientada a un fin, puede ser descrita de forma objetiva. Es sobre este tipo
de conciencia que la ciencia ha fijado su mirada con especial interés. A la hora de buscar un
origen físico, se ha escogido, como no podría ser de otra manera, el cerebro. Es por ello que
la explosión reciente de trabajos sobre la conciencia coincide en el tiempo con el desarrollo
de nuevas herramientas empleadas en el estudio del cerebro. El refinamiento de las técnicas
de formación de imágenes, la aplicación del registro de una sola célula y las diversas
formas de intervención neural (Ej.: la estimulación transcraneal) han generado nuevas
formas de obtención de datos para una bisoña ciencia de la conciencia.

De entre todas estas técnicas, probablemente las más decisivas para el estado actual de
nuestro conocimiento hayan sido las de formación de imagen, que permiten la observación
directa del interior cerebral y el estudio de sus reacciones ante diferentes conductas.
Cuando las células de un área cerebral determinada se manifiestan particularmente activas,
su demanda metabólica se incrementa y, por consiguiente, se canaliza más sangre hacia esa
zona. Este incremento en el flujo sanguíneo altera el magnetismo local, alteraciones que
pueden registrarse mediante resonancia y traducirse a imágenes. Esta y otras técnicas tienen
la gran virtud de ser muy poco invasivas con el sujeto observado. Antes del desarrollo de
dichas técnicas, la mayor parte de nuestro conocimiento acerca de la estrecha vinculación
entre conciencia y cerebro provenía del examen de pacientes neurológicos cuyas lesiones le
habían alterado. Gracias a ello, se pudo constatar que el daño producido en estructuras
evolutivamente antiguas del tronco cerebral parecía privar completamente y conciencia a
las personas, dejándolas en un persistente estado de coma o similar.

Incluso aceptando que la experiencia consciente no es observable directamente, la medición


de la actividad cerebral permite al menos relacionarla con aquellos estados conscientes que
se dan de manera simultánea. A estos patrones sutiles y transitorios de actividad cerebral
que subyacen bajo cada experiencia consciente se les denomina “correlatos neurológicos de
la conciencia”. Si se acepta como premisa que el cerebro es el lugar físico de la conciencia,
cualquier percepción deberá corresponderse con la actividad de un conjunto de neuronas.
Parte del foco del estudio neurológico de la conciencia se centra en hallar este conjunto
mínimo de episodios neuronales que den origen a un aspecto específico de un estado
consciente. No se trata de una labor sencilla ya que en primer lugar hay que evitar
confundir la correlación con la causación. No todo lo que sucede de forma coincidente está
relacionado. De que forma una pauta neuronal determinada causa un estado consciente es
una incógnita que está muy lejos de haberse despejado. Se supone que a medida que
vayamos conociendo mejor el funcionamiento del cerebro se aclarará cual puede ser el
mecanismo que lleva de uno a otro. Y ahí reside la segunda gran dificultad para una ciencia
empírica de la conciencia: la necesidad de disponer de un conocimiento profundo del
cerebro del que, hoy por hoy, se carece.

También podría gustarte