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04/09/2017 Guam

Guam
Hay misiles norcoreanos y misiles que apuntan al corazón del mal

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JON JUARISTI
14/08/2017 05:53h - Actualizado: 14/08/2017 09:41h.

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E
n la isla de Guam se habla, además del inglés, una especie de
vascuence local, o sea, una lengua mixta, con un vocabulario que en
más de su mitad viene del español de los antiguos colonizadores.
Este fondo léxico, con algunas características fonológicas y morfológicas
asimismo hispanas, aparece encastrado en un fondo austronesio, de la
familia lingüística malaya. Se trata del chamorro, una de las lenguas criollas
de la Oceanía colonizada por los españoles en el siglo XVI.

En las Marianas y en Guam quedan unos cincuenta mil hablantes de


chamorro, cuya práctica totalidad habla también inglés. Una población, por
tanto, considerablemente menor que la de los hablantes de chabacano, la
otra lengua criolla de la antigua Oceanía española, unos seiscientos mil en
Luzón y Mindanao, demografía lingüística que se acerca bastante más a la
del vasco. Mi amigo Rafael Rodríguez Ponga –la mayor autoridad
académica española en el chamorro– sostiene que este constituye una
lengua mixta, como el papiamento, y como lo que debió de ser el eusquera
en sus orígenes, una mezcla de lo que los lingüistas conocen como el
antiguo aquitano y el latín de las legiones de Sertorio, Pompeyo y César.

Pues bien, los hablantes de chamorro de Guam, y los de inglés, todos ellos
estadounidenses, pueden ser borrados de la existencia por un par de
misiles norcoreanos, obviamente nucleares. Con esto amenaza Kim Jong-
un, pepona criminal que disfruta achicharrando a sus esclavos con
lanzallamas. Como es sabido, Donald Trump le ha prometido que, si lo
intenta, arrasará Corea del Norte. No sólo Pyongyang. Y también le ha
sobrado a Trump decir que lo hará con armamento nuclear. No parece que
piense en cañoneras ni en marines.

De momento, hasta los más feroces detractores del presidente


norteamericano tendrán que convenir que existe una asimetría moral entre
él y el bocazas comunista. Hasta la fecha, Trump no ha matado a nadie, ni
ha secuestrado japoneses ni surcoreanos. Que haya ido elevando el tono
en sus réplicas a Kim Jong-un y que no se calle es una cosa, pero no
es Trump quien ha empezado anunciado su intención de masacrar a nadie.
Da igual: los medios de comunicación europeos y buena parte de los de
Estados Unidos ya lo han condenado y lo responsabilizan de una escalada
de la tensión que sólo se traducirá en una catástrofe real si –y sólo si– los
norcoreanos lanzan sus misiles contra Guam.

Lo que entra dentro de lo posible. La ilusión de omnipotencia, la disonancia


cognitiva y la confianza estúpida en el propio arsenal, que según los propios
historiadores militares norteamericanos se hallaron entre las principales
causas del fracaso estadounidense en Vietnam, caracterizan hoy,
unilateralmente, al dictador norcoreano. Y a estos factores se añade otro
fundamental: la concurrencia del comunismo, una ideología asesina, tanto
o más letal que el nazismo y el islam integrista. Es decir, una ideología que
exige destrucción y muerte como condición de su éxito.

Este agosto de 2017 no es el agosto de 1914, aquel del súbito


desmoronamiento de la diplomacia europea. Pero si se llegara a producir el
ataque a Guam, si Kim Jong-un cumpliera su amenaza de volatilizar a los
hablantes de chamorro y de inglés de la isla, entonces comprobaríamos que
las decisiones de responder a un ataque de esas características y de iniciar

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una guerra global contra una potencia nuclear no se someterían a control
democrático alguno. No lo permitiría la perentoriedad de la respuesta. Tal
situación sería, por supuesto, terrible, pero es ya perfectamente imaginable.
Un verdadero reto moral para aquellos que todavía no quieren enterarse de
que hay misiles y misiles.

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