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SIN TITULO

Andrés Castillo Capetillo


Por mucho tiempo vivimos atiborrados de pasado. Tanto en una versión épico-heroica de
una manera un tanto traumático-culposa, circulábamos saturados de un ayer que anclaba
nuestros sueños y nuestros desvelos. Existieron ocasiones en que experimentamos
sobresaltos, fruto de esas jornadas notables en las que nos vimos envueltos en un torbellino
febril; pero el repliegue y la derrota terminaba siendo más fuerte y volvíamos a aquella
realidad que nos recordaban amargamente el punto de partida. Nos quedaba el recuerdo de
los síntomas, amontonábamos las crónicas de pequeños avances, las postales de esos
pequeños triunfos que si bien corrían el límite de lo posible, no alcanzaban para romper
nuestras propias limitaciones. Existía la claridad de que nuestros esfuerzos valían la pena,
que algún sentido tenían, pero la fuerza de la desazón nos recordaba una y otra vez los
límites de nuestras fuerzas. Y así estuvimos por décadas, prisioneros de un pasado que nos
ataba y que tampoco estábamos dispuestos a soltar. Hasta ahora.

Sebastián Piñera no se equivocó cuando hablaba de Chile como un oasis. Éramos


precisamente eso, un oasis en un mundo revuelto y sumido en los dolores de un parto
televisado desde múltiples parte del globo. Éramos un país funcionando a espaldas de la
historia, trabajosamente desprendido de la convulsión del globo, transitando en un tiempo
que en otros contextos mostraba claros signos de obsolescencia. Pero llegó octubre y de
manera abrupta fuimos arrojados a las turbulentas aguas del siglo XXI. A punta de fuego y
violencia caímos en la cuenta de que nuestro mundo estaba ya muerto y que nuestros
cuerpos eran la mamparas donde se reproducía la vil ilusión. Empezamos a entender de
verdad eso que se dijo en tantas lenguas, eso de que la modernidad neoliberal era
precisamente, en lo que Sarmiento llamaría, la barbarie, la forma actual, cual medioevo,
del atraso rentable, y por fin pudimos distinguir desde otro punto de vista aquello que
rutinariamente comprendíamos como fracaso individual. Dejamos de escuchar nuestra
propia individualidad y vimos las siluetas de nuestra gente amplificarse en el efecto de la
luz de ese fuego que se multiplicaban de manera caótica. Con muerte y dolor sentimos el
crujir de las primeras cadenas y pudimos sentir de nuevo esa brisa instantánea que nos llega
cuando lo que sopla no es el hedor del pasado, sino la promesa del futuro.
Tomará tiempo entender que los días agitados en que vivimos logramos enterrar la
nostalgia, el egoísmo, la mezquindad personal y el hermetismo indiferente de la academia,
para siempre. Comprender que transitamos por una por un período de emancipación y que
la realizad avanzará con o sin nosotros. Quizás en este trance convenga suspender nuestra
veneración gramsciana y asumir que lo que tiene que nacer ya nació, y que esa disposición
nueva se alza desafiante para interrogarnos si estaremos a la altura de lo que se pide en este
tiempo abierto que jamás dejamos de invocar, incluso cuando masticábamos las más
dolorosas derrotas.

Hoy, cuando todo indica que el miedo a equivocarnos desapareció, debemos asumir que
este es el momento histórico que tantas veces imaginamos. Convivimos con ruidos que nos
advierten que esto no luce supuestamente como soñábamos que luciera, sobre todo cuando
en el paisaje campean las zapatillas caras, los cantantes de trap y los teléfonos de última
generación que repiten los ritmos del reguetón. Y no como lo soñaba la izquierda
intelectual, al estilo de una revolución cubana, con fusiles y barbas setenteras. Nuestros
atavismos se cubren de la autoridad de las viejas certezas para contagiar con el germen de
la desconfianza y el desdén. Pero que más esperar de una clase intelectual que no hace más
que escribir para ellos mismos. Pero todo lo que nos rodea anuncia que en esos agentes que
hoy no logramos catalogar con precisión se está expresando una nueva era, una era que nos
convoca a poblar el futuro por aquellos que llevan un mundo nuevo en sus corazones

La historia no espera a nadie, pues son los sujetos las propias personas quienes determinan
el dinamismo de los tiempos. No es la hora de pensar en luces y sombras de la
autocomplacencia, que es una forma sofisticada de narcisismo. Estamos aquí, arrojados por
nuestra histórica porfía, al torbellino de un nuevo siglo, y es la memoria de los muertos que
nos empujaron a este momento la que mira expectante si nos atreveremos o no a ser
protagonistas de todo aquello que alguna vez soñamos. Bienvenidas y bienvenidos a
nuestro propio siglo.

Ahora, la premisa de esta insurrección popular nos aclara un escenario que ojo de hombre
parece nunca antes advertida bajo la sumisión de la modernidad capitalista. Un sistema
mórbido que cada día parece más inviable. Y es, en palabras de un marxista andino, el
pueblo abigarrado quienes cultivan un histórico ejercicio de democracia
extraordinaria.

Lo extraordinario

Las multitudinarias expresiones de poder popular que hemos presenciado los últimos meses
en nuestro país han adquirido la fisonomía de un evento político extraordinario, con gran
potencial democrático y que opera como un inestable, por tanto no exento de riesgos. Estas
nacen en un contexto donde el sistema político ha ralentizado por acción u omisión los
esfuerzos requeridos para reducir la desigualdad estructural y la sensación de abuso
percibido por la ciudadanía, problemas alimentados en el seno de la modernización
capitalista desde hace más de 30 años.

Es extraordinario, en varios sentidos. Primeramente porque expresa formas de acción


colectiva, de “masas” o propiamente “articuladas”, típicas de movimientos sociales y
territoriales, pero que convergen en una simultaneidad temporal, enlazando demandas
sumamente heterogéneas y generando un alto impacto tanto social como político.

Segundo, las protestas que han interrumpido la “normalidad” del estado de derecho, son
además respuestas que rechazan la búsqueda de la normalidad arrogada por el propio estado
de derecho y su mandato de restablecer el orden, sea a través del estado de emergencia,
toque de queda u otros modos de represión.

Tercero, es un evento extraordinario de una manera político-filosófico: ¿Existía la


posibilidad de un surgimiento de un movimiento de esta envergadura si los indicadores nos
hablaban de una ciudadanía desempoderada y desarticulada, altamente individualizada,
enajenada entre las labores del cuidado en el hogar y las sobre demandantes exigencias del
mundolaboral? Desde aquí Hannah Arendt, filosofa alemana puede servir para enfocar este
punto.

Arendt planteaba que la vida política es una condición de “emergencia”, es decir, aquella
que no está garantizada por institucionalidad o ley alguna. Esta condición solo tiene lugar
con la existencia de una pluralidad de hombres y mujeres, quienes logran reconocerse entre
sí como iguales, reclamar un espacio propiamente público, y así producir algo totalmente
novedoso e inesperado, un fenómeno o evento cuyos resultados pueden escapar a las
intenciones de quienes lo han producido colectivamente. De este modo, ocurrido desde el
18 de Octubre en adelante son genuinamente políticos, en un sentido Arendtiano, dado su
carácter inesperado. Esta idea es aún extraordinaria porque surge a partir de la acción de
jóvenes, mujeres, adultos mayores, trabajadores y trabajadoras, excluidos o incluidos,
quienes fueron más allá de las demandantes exigencias que el Estado y la sociedad
neoliberal han puesto sobre los individuos, que rige su destino personal, el de sus familias,
de sus empleadores y del país, donde no existen ni medallas ni recompensa material. Esta
forma singular de acción concertada es ante todo una manifestación de una capacidad
autotrasformadora de la sociedad, todavía cuando esta constaba de espacios minúsculos
para realizarlo. Es un potencial que debe ser evaluado con cautela, para no caer en
discursos que enarbolan desde ya este momento como punto de partida de la derrota de la
desigualdad y el autoritarismo.

Lo democrático

Se debe entender que ningún hecho extraordinario es totalmente necesario pero no por eso
es imposible. Desde las ciencias sociales se debe poner en debate, al menos por un
momento, lo que corresponde a la moralidad y la legitimidad de lo que constituye el
fenómeno e intentar buscarle en cierta medida un esclarecimiento, apuntar sobre sus
condiciones de posibilidad, o al menos mostrar su significado en relación con otras
explicaciones posibles. Sobre este último punto, es interesante decir que esta insurrección
se explica en parte por la crisis del sistema de partidos, la representatividad y por los
enclaves autoritarios de nuestra constitución vigente, que en conjunto han propiciado la
permisibilidad para la alta concentración de la riqueza, una baja distribución de poder en la
sociedad, y la sordera de los gobiernos para escuchar demandas sectoriales y territoriales,
que hoy explotan de cara al sistema político.

Esto puede explicar en cierta medida la motivación moral de los actores ciudadanos y de las
masas, especialmente la rabia y frustración, experiencias comunes, acumuladas por
décadas. Pero son sentimientos que, paradójicamente, podrían también acentuar conductas
autoritarias en la microescala social, y no necesariamente llevarnos hacia formas
democráticas de expresión, como se ha apreciado durante estos últimos meses.
Que la sociedad subvierta circunstancias como la baja capacidad articulación, la poca
voluntad para cambiar el status quo, o cambie el flujo de las energías pulsionales hacia
propósitos de transformación, con el fin de llevarnos a reconocer los límites de algunos
supuestos democrático-liberales. Exige reconocer que pautas como los expresados por estas
manifestaciones, ponen cota a la capacidad de la democracia representativa burguesa. T

Este “momento político” lo podemos apreciar en las formas que han ido adquiriendo las
protestas, ejemplificada en frases negativas (“fuera corruptos”, “estamos cansados”, “no
más abuso”, “no más estado policial”) y positivas (“la asamblea constituyente”, “queremos
dignidad”), pero también destacar la inmensa capacidad creativa del pueblo, que muchos
suponían, en una sociedad tan desigual como esta, no podrían poseer y que dentro de las
expresiones artísticas son marginadas. Me pregunto ¿Qué es más bello, un cuadro de
Roberto Matta o un mural de perro “Matapacos. Un verso de Neruda o una pancarta de
Doña Juanita”?.

La manifestación y representación de una heterogeneidad de demandas, recientes (como la


de reforma a las pensiones) e históricas (como el reconocimiento de los pueblos
originarios) se une también a un proceso donde voces de líderes territoriales y del mundo
social pueden nutrir de contenidos fundamentales, no solo de principios, sino de aspectos
técnicos al proceso constituyente que puede dar sustento al momento en que vivimos.

El desafío

Lo sucedido desde el 18 de Octubre es algo que aún no se logra contemplar de manera


total, puesto que aún se encuentra sucediendo. Es un fenómeno abierto a múltiples
posibilidades. Puede promover un proceso democratizante, o bien atraer reacciones
peligrosamente autoritarias, como el surgimiento de movimientos de extrema derecha.
Algunos creen que este es expresión de un momento constituyente, uno donde las
capacidades de las masas exceden las posibilidades de la democracia representativa y sus
instituciones, como ya lo ha planteado Gabriel Salazar, inyectándole a estas un nuevo
rumbo y modos de organización. Pero esto es solo parcialmente correcto, en tanto dicha
conceptualización exige un sujeto social que interpela y direcciona todas sus energías hacia
un propósito como la nueva constitución. No obstante, como se ha visto, estas
movilizaciones expresan anhelos, razones y sentimientos que aún se expresan a través de
manifestaciones que son fundamentales mas no exclusivamente pulsionales: este
movimiento combina energías “de esperanza”, orientadas a la reconstrucción civilizacional,
a la refundación de una cultura y un orden político, uno al que aspiran sea menos represivo
de las pretensiones individuales y colectivas de la sociedad (por ejemplo, algo tan simple
como tener más tiempo para estar con la familia), con energías pulsionales “destructivas”
que, precisamente, crearon el buffer que catalizó esta movilización y es importante rescatar
aquí cómo la acción juvenil y de ciertos sectores está cargada de una creativa y
problemática “tanatopolítica”.

Finalizando, las elites deberán poner todos sus esfuerzos en entender esta expresión
pulsional y antagónica de la vida política y social, y no tiene otra oportunidad más que
colaborar a lo que puede ser una “oposición partisana” en lo que Maquiavelo denomina un
“agonismo saludable”. Para el Florentino, la existencia de una verdadera República exige
que las elites dejen de subestimar a las masas, y que empoderen política y económicamente
a sus ciudadanos, habilitando un sistema de contrapesos entre el pueblo y elites. El
momento político que hoy presenciamos está abierto, y el desafío no es cómo cerrarlo o
estabilizarlo hasta ahogarlo, sino reorganizar nuestra vida constitucional y socialmente al
punto que cuando se presenten nuevamente coyunturas como esta, seamos capaces de
procesarlos adecuadamente.

Bibliografía

La condición humana. Arendt

Maquiavelo. Discurso de la primera década de Tito Libio.

Salazar.

Nose xD

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