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MODERADORA
Val_17

TRADUCTORAS
Sahara Dakya Jadasa amaria.viana
-queen-ari- Tolola Lauu LR Joselin
Anna Karol IsCris Umiangel Ivana
Gesi Madhatter Val_17 Miry

CORRECTORAS
Pame .R. Val_17
Julie Jadasa
Lizzy Avett' Ivana
Joselin Anna Karol
Sahara Gesi

LECTURA FINAL
Anna Karol Miry
Auris Val_17
Jadasa Vane Black
Julie

DISEÑO
Moreline
Sinopsis Capítulo 20 Capítulo 38
PARTE I PARTE II Capítulo 39
Capítulo 1 Capítulo 21 Capítulo 40
Capítulo 2 Capítulo 22 Capítulo 41
Capítulo 3 Capítulo 23 Capítulo 42
Capítulo 4 Capítulo 24 Capítulo 43
Capítulo 5 Capítulo 25 Capítulo 44
Capítulo 6 Capítulo 26 Capítulo 45
Capítulo 7 Capítulo 27 Capítulo 46
Capítulo 8 Capítulo 28 Capítulo 47
Capítulo 9 Capítulo 29 Capítulo 48
Capítulo 10 PARTE III Capítulo 49
Capítulo 11 Capítulo 30 Capítulo 50
Capítulo 12 Capítulo 31 Capítulo 51
Capítulo 13 Capítulo 32 Capítulo 52
Capítulo 14 Capítulo 33 Capítulo 53
Capítulo 15 Capítulo 34 Capítulo 54
Capítulo 16 Capítulo 35 Destiny Mine
Capítulo 17 Capítulo 36 Sobre el autor
Capítulo 18 PARTE IV
Capítulo 19 Capítulo 37
La robé en la noche. La encerré porque no puedo vivir sin ella. Es
mi amor, mi adicción, mi obsesión.
Haré cualquier cosa para que Sara sea mía.

Tormentor Mine #2
Traducido por Sahara
Corregido por Pame .R.

—Nos están alcanzando —dice Ilya mientras el sonido de las


sirenas y el rugido de las aspas de los helicópteros se hacen más fuertes.
La luz de los autos al otro lado de la carretera rebota en su cabeza
afeitada, creando la ilusión de que sus tatuajes de cráneo están bailando
mientras mira el espejo retrovisor con el ceño fruncido.
—Correcto. —Ignorando la adrenalina que bombea en mis venas,
aprieto mi brazo alrededor de Sara, evitando que su cabeza se deslice de
mi hombro mientras Ilya se acerca a un automóvil que se mueve más
despacio. Esperaba la persecución, por supuesto, uno no roba a una
mujer custodiada por el FBI sin consecuencias, pero ahora que está
sucediendo, me encuentro preocupado.
Mis tres compañeros de equipo y yo podemos manejar muy bien
una persecución a alta velocidad, pero no puedo poner en peligro a Sara
de esa manera.
Al tomar una decisión, le digo a Ilya—: Reduce la velocidad. Deja
que nos alcancen.
Anton gira en el asiento del pasajero delantero, su barbudo rostro
incrédulo mientras agarra su arma M16. —¿Estás loco?
—No podemos llevarlos al aeropuerto —señala Yan, el gemelo de
Ilya. Está sentado al otro lado de Sara, y debe haber comprendido mi
plan, porque ya está hurgando en la gran bolsa de lona que almacenamos
debajo del asiento trasero de nuestra camioneta.
—¿Crees que los federales saben que la tenemos? —Anton mira a
la mujer inconsciente presionada a mi lado, y siento un destello irracional
de celos cuando su negra mirada recorre el rostro de Sara, deteniéndose
por un momento más de lo necesario en sus suaves labios rosados.
—Deben hacerlo. Esos tipos que la seguían eran estúpidos, pero no
completamente ineptos —comenta Yan, enderezándose con un
lanzagranadas en sus manos. A diferencia de su gemelo, prefiere un
peinado conservador y ropa de negocios bien planchada, su disfraz de
banquero, como lo llama Ilya. En general, Yan se parece a alguien que no
sabría cómo manejar una llave inglesa, mucho menos un arma, pero es
una de las personas más letales que conozco, al igual que el resto de mi
equipo.
Nuestros clientes nos pagan millones por una razón, y no tiene
nada que ver con nuestras elecciones de moda.
—Espero que tengas razón —dice Ilya, apretando el volante
mientras mira de nuevo por el espejo retrovisor. Dos camionetas negras
del gobierno y tres patrullas de la policía están ahora a cuatro autos
detrás de nosotros, las luces azules y rojas parpadean a medida que
pasan a los vehículos que se mueven más lentamente—. La policía
estadounidense es blanda. No se arriesgarán a disparar si saben que la
tenemos.
—Tampoco abrirán fuego en medio de una carretera —asegura Yan,
presionando un botón para bajar la ventana—. Demasiados civiles
alrededor.
—Espera un momento —le digo mientras se acerca a la ventana,
con el lanzagranadas en la mano—. Queremos que el helicóptero esté lo
más bajo posible por encima de nosotros. Ilya, baja la velocidad un poco
más y entra en el carril derecho. Vamos a tomar la próxima salida.
Ilya hace lo que le indico, y cambiamos al carril más lento, nuestra
velocidad cae por debajo del límite establecido. Un Toyota Camry gris
pasa a nuestro lado a la izquierda y presiono a Sara más cerca de mí,
diciéndole a Yan que se prepare. El ruido del helicóptero es ensordecedor,
se cierne casi directamente por encima ahora, pero espero.
Unos momentos después, lo veo.
El letrero de salida, que aparece a unos cuarenta kilómetros.
—Ahora —grito, y Yan entra en acción, empujando su cabeza y su
torso por la ventana, con el lanzagranadas en sus manos.
¡Boom! Parece que la madre de todos los fuegos artificiales se
disparó por encima de nosotros. Los frenos chirrían a nuestro alrededor,
pero ya estamos en la salida, e Ilya se desvía de la carretera justo cuando
se desata el infierno, los autos chocan en ambos carriles con un ruido de
metal arrugándose mientras el helicóptero explota en una bola de metal
ardiente.
—Joooder —suspira Anton, mirando el desastre que dejamos atrás.
Con las piezas del helicóptero en llamas lloviendo, un camión gigante de
Walmart está volteándose, y no menos de una docena de autos ya se han
estrellado, con más embistiéndose en la pila con cada segundo. Los
coches del gobierno se encuentran entre las víctimas, y las patrullas de
la policía están atrapadas detrás de ellos. No hay forma de que nuestros
perseguidores puedan seguirnos ahora, y aunque no estoy contento con
los civiles heridos, sé que así es como escaparemos.
Para cuando se reagrupen y envíen más policías detrás de nosotros,
ya nos habremos ido.
Nadie me va a quitar a Sara.
Me eligió y seguirá siendo mía.
Llegamos al paso subterráneo donde dejamos nuestro otro vehículo
sin ser perseguidos, y una vez que cambiamos de automóvil, todos
respiramos un poco más fácilmente. No tengo dudas de que los federales
nos localizarán, pero para cuando lo hagan, deberíamos estar a salvo en
el aire.
Ya casi estamos en el aeropuerto cuando Sara suelta un pequeño
gemido, sus párpados se abren mientras se agita a mi lado.
La droga que le di ha pasado.
—Shhh —la tranquilizo, besando su frente en tanto trata de salir
de la manta que la cubre del cuello para abajo—. Estás bien, ptichka.
Estoy aquí, y todo está bien. Toma, bebe esto. —Con mi mano libre, abro
una botella de deporte llena de agua y la presiono contra sus labios,
dejándola succionar un poco de líquido.
—¿Qué… dónde estoy? —gruñe roncamente cuando le quito la
botella, y aprieto mi brazo alrededor de sus hombros, evitando que
desenrolle la manta y exponga su desnudez—. ¿Qué pasó?
—Nada malo —le aseguro, bajando la botella para quitarle un
mechón de cabello del rostro—. Simplemente nos vamos de viaje.
Al otro lado de Sara, Yan resopla y murmura en ruso algo sobre
grandes subestimaciones.
La mirada de Sara se dirige hacia Yan, luego rebota por todo el auto
y veo el momento exacto en que se da cuenta de lo que está sucediendo.
—Por favor, dime que no... —Su voz se eleva en tono—. Peter, dime
que no acabas...
—Shhh. —La giro completamente hacia mí y presiono dos dedos
contra sus suaves labios—. No podía quedarme, y no podía dejarte atrás,
ptichka. Lo sabes. Va a estar bien. No te va a pasar nada malo. Voy a
mantenerte a salvo.
Me mira fijamente, sus ojos color avellana se llenan de sorpresa y
horror, y a pesar de mi certeza de que hice lo correcto, mi pecho se aprieta
desagradablemente.
Sara me advirtió sobre el FBI, sabiendo que probablemente la
llevaría conmigo, pero seguramente no esperaba que lo hiciera así. Y tal
vez había otra forma, algo que podría haber hecho que no hubiera
consistido en drogarla y robarla en medio de la noche.
No. Sacudo la inusual duda de mí mismo, me concentro en lo que
importa: tranquilizar a Sara y hacer que acepte la situación.
—Escúchame, ptichka. —Doblo mi palma alrededor de su delicada
mandíbula—. Sé que estás preocupada por tus padres, pero tan pronto
como estemos en el aire, puedes llamarlos y…
—¿En el aire? ¿Entonces todavía estamos en...? Oh, gracias a Dios.
—Cierra los ojos y siento un temblor que la recorre antes de abrir los ojos
para encontrar mi mirada—. Peter... —Su voz se vuelve suave,
engatusadora—. Peter, por favor. No tienes que hacer esto. Puedes
dejarme aquí. Será mucho más seguro para ti... mucho más fácil escapar
si no me están buscando. Podrías desaparecer y nunca te atraparán, y
luego...
—Nunca me atraparán de todos modos. —Mi tono es cortante, pero
no puedo evitar el estallido de ira a medida que bajo la mano. Sara tuvo
su oportunidad de deshacerse de mí, y no la aprovechó. Al advertirme,
selló su destino, y ya es demasiado tarde para retroceder. Sí, la drogué y
me la llevé sin preguntar, pero tenía que saber que no la dejaría atrás. Le
dije cuánto la amaba, y aunque no me dijo las palabras de regreso, sé
que no es indiferente. Tal vez esto no sea precisamente lo que quería,
pero me eligió, y que me suplique que la deje atrás ahora, que trate de
manipularme con sus grandes ojos y dulce voz... Duele, ese rechazo de
ella, aunque no debería.
Maté a su esposo y forcé mi camino hacia su vida.
—Estamos aquí —dice Anton en ruso mientras el coche baja la
velocidad y giro la cabeza para ver nuestro avión unos veinte metros más
adelante.
—Peter, por favor. —Sara comienza a luchar dentro de la manta,
su voz sube de volumen a medida que el auto se detiene por completo y
mis hombres salen—. Por favor, no hagas esto. Esto está mal. Sabes que
esto está mal. Toda mi vida está aquí. Tengo a mi familia, a mis pacientes
y a mis amigos... —Está llorando ahora, su lucha se intensifica cuando
me agacho para agarrar sus piernas envueltas en la cobija y sacarla del
auto—. Por favor, dijiste que no harías esto si cooperaba, y lo hice. Hice
todo lo que quisiste. ¡Por favor, Peter, para! ¡Déjame aquí! ¡Por favor!
Ahora está histérica, retorciéndose y sacudiéndose en los confines
de la manta en tanto salgo del auto, sosteniéndola contra mi pecho, y
Anton me lanza una mirada incómoda mientras ayuda a los gemelos a
sacar las armas de debajo del asiento trasero. Aunque mi amigo sugirió
en más de una ocasión que debería llevarme a Sara si la quería, la
realidad debe ser más cruel de lo que él imaginaba.
Otras personas pueden considerarnos monstruos, pero podemos
sentir, y se necesitaría un corazón de acero para no sentir algo mientras
Sara continúa rogando y suplicando, luchando dentro del capullo de la
cobija mientras la llevo al avión.
—Lo siento —le digo cuando la llevo a la cabina de pasajeros y la
deposito cuidadosamente en uno de los amplios asientos de cuero en la
parte delantera. Su angustia es como una espada con punta envenenada
en mi costado, pero la idea de dejarla atrás es aún más agonizante. No
puedo imaginar mi vida sin Sara, y soy lo suficientemente despiadado y
egoísta como para asegurarme de que no necesito hacerlo.
Puede que ella esté teniendo dudas acerca de su decisión, pero
llegará a estar de acuerdo y aceptará la situación, tal como comenzaba a
aceptar nuestra relación. Y luego volverá a ser feliz, incluso más feliz.
Vamos a construir una vida juntos, y será una que ella también
disfrutará.
Tengo que creer eso, porque esta es la única forma en que puedo
tenerla.
Esta es la única forma en que puedo volver a conocer el amor.
Traducido por -queen-ari-, Anna Karol & Val_17
Corregido por Julie

Lágrimas de pánico y amarga frustración descienden por mi rostro


cuando las ruedas del avión se levantan de la pista y las luces del
pequeño aeropuerto se desvanecen en la oscuridad. A lo lejos, veo los
grupos de luz de Chicago y sus suburbios, pero en poco tiempo también
desaparecen, dejándome con el conocimiento aplastante de que mi vida
antigua se ha ido.
Perdí a mi familia, mis amigos, mi carrera y mi libertad.
Mi estómago se revuelve de náuseas cuando fragmentos de vidrio
perforan mis sienes, mi dolor de cabeza se agrava por lo que sea que Peter
me haya inyectado para noquearme. Sin embargo, lo peor de todo es la
sensación sofocante en mi pecho, la horrible sensación de que no puedo
obtener suficiente aire. Respiro profundamente para combatirlo, pero
solo empeora. La manta es como una camisa de fuerza, manteniendo mis
brazos clavados a los costados y no puedo recibir suficiente oxígeno en
mis pulmones.
Mi torturador llevó a cabo su amenaza.
Me secuestró y es posible que nunca vuelva a ver mi hogar.
Ahora no está a mi lado, en cuanto despegamos, se levantó y
desapareció en la parte trasera de la cabina de pasajeros, donde están
sentados dos de sus hombres, y me alegro. No puedo soportar mirarlo,
saber que fui lo suficientemente estúpida como para advertirle cuando ya
lo sabía todo.
Cuando tenía esa aguja lista y jugaba conmigo.
¿Cómo lo supo? ¿Había cámaras y dispositivos de escucha dentro
del vestuario del hospital donde Karen me enfrentó? ¿O los hombres que
Peter asignó para seguirme detectaron mi seguimiento con el FBI y se lo
dijeron? ¿O tal vez tiene algunas conexiones en el FBI, como ese contacto
que tuvo en la CIA? ¿Es eso posible o estoy exagerando? De cualquier
manera, ya no importa; el punto es que él lo sabía.
Lo sabía, pero fingió no saberlo, jugando con mis emociones
mientras esperaba que me quebrara.
Dios, ¿cómo pude ser tan idiota? ¿Cómo pude haberle advertido,
sabiendo que algo así podría suceder? ¿Cómo pude volver a casa cuando
sospechaba, no, cuando sabía, lo que mi acosador podría hacer si se
enteraba del peligro inminente? Debería haberle contado todo a Karen
cuando tuve la oportunidad, dejar que enviara a los agentes a mi casa
mientras el FBI me puso bajo custodia de protección. Sí, Peter todavía
podría haber escapado, pero no me habría llevado con él, al menos en ese
momento. Habría tenido más tiempo para planear, para averiguar la
mejor manera de que mis padres y yo estuviéramos a salvo. Lo más
probable es que hubiera vuelto por mí, pero había al menos una
posibilidad de que el FBI nos protegiera.
En cambio, caminé directamente hacia la trampa de Peter. Me fui
a casa y dejé que me mintiera. Que me engañara haciéndome creer que
había algo humano, algo bueno, dentro de él. “Te amo”, dijo, y caí en la
trampa, creyendo que teníamos algo genuino, que su ternura significaba
que realmente se preocupaba por mí.
Dejé que mi irracional apego al asesino de mi marido me cegara a
la realidad de lo que es, y lo perdí todo.
La opresión en mi pecho crece, mis pulmones se contraen hasta
que cada aliento es una lucha. La rabia y la desesperación se mezclan,
haciéndome querer gritar, pero todo lo que puedo lograr es un doloroso
resoplido, la manta alrededor de mi cuerpo tan asfixiante como una soga
alrededor de mi cuello. Tengo mucho calor, estoy demasiado contenida;
mi cabeza palpita, y mi corazón late demasiado rápido. Siento que me
estoy asfixiando, muriendo, y quiero rascarme la garganta, abrirla para
poder aspirar aire.
—Aquí, está bien. —Peter está agachado frente a mí, aunque no lo
vi regresar. Sus manos fuertes aflojan la manta, quitando mi cabello de
mi cara humedecida por el sudor. Estoy temblando y jadeando, en medio
de un ataque de pánico, y su toque es extrañamente calmante, quitando
lo peor de la sensación sofocante.
—Respira, ptichka —insta, y lo hago, mis pulmones obedeciéndolo
de la misma manera que se niegan a obedecerme. Mi pecho se expande
con una respiración completa, luego con otra, y luego respiro de forma
semi normal, mi garganta se abre para dejar entrar precioso oxígeno. Sigo
sudando, sigo temblando, pero mi pulso se ralentiza, el miedo a
asfixiarme desaparece cuando Peter me libera los brazos de la manta y
me entrega una camiseta negra de hombre.
—Lo siento. No tuve la oportunidad de agarrar nada de tu ropa —
dice, ayudando a ponerme la enorme camiseta sobre mi cabeza—. Por
suerte, Anton escondió una muda de ropa en la parte de atrás. Toma,
puedes ponerte estos pantalones también. —Guía mis pies temblorosos
en un par de vaqueros negros para hombre, me ayuda a ponerme un par
de medias negras y quita la manta por completo, arrojándola sobre la
mesa junto a nosotros.
Como la camiseta, los vaqueros son enormes para mí, pero hay un
cinturón dentro de las presillas, y Peter lo ajusta alrededor de mis
caderas, anudándolo delante como una corbata antes de enrollar las
piernas del pantalón.
—Listo —dice, mirando su trabajo con satisfacción—. Eso debería
ser suficiente para el vuelo, y luego te conseguiré un nuevo guardarropa.
Cierro los ojos, bloqueándolo. No soporto mirar sus exóticos rasgos,
no tolero el calor de esos ojos grises como el acero. Todo es una mentira,
una ilusión. No le importo, no realmente. La obsesión no es amor, y eso
es lo que siente por mí: una obsesión oscura y terrible que arruina y
destruye.
Que ya ha destruido mi vida de muchas maneras.
Lo oigo suspirar antes de que sus grandes manos envuelvan mis
frías palmas.
—Sara... —Su voz profunda y suavemente acentuada se siente
como una caricia sobre mi piel—. Haremos que funcione, ptichka, lo
prometo. No será tan malo como te imaginas. Ahora dime... ¿quieres
llamar a tus padres y explicarles todo?
¿Mis padres? Sorprendida, abro los ojos para mirarlo boquiabierta.
Entonces me doy cuenta de que mencionó esto antes, solo que no lo
registré. —¿Me dejarás llamar a mis padres?
Mi captor asiente, una pequeña sonrisa curva sus labios esculpidos
mientras permanece agachado frente a mí, sus manos suavemente
agarrando las mías. —Por supuesto. Sé que no quieres que se preocupen,
con el corazón de tu padre y todo eso.
Oh Dios. El corazón de mi papá. Mi dolor de cabeza se intensifica
con el recordatorio. A los ochenta y siete años, mi padre es notablemente
saludable para su edad, pero tuvo una cirugía de bypass triple hace unos
años y tiene que evitar el estrés. Y no me imagino nada más estresante
que... —¿Crees que el FBI ya habló con ellos? —jadeo con repentino
horror—. ¿Les dijeron a mis padres que fui secuestrada?
—Dudo que hubieran tenido tiempo. —Peter me aprieta las manos
de manera tranquilizadora, luego las suelta y se pone de pie. Metiendo la
mano en su bolsillo, saca un teléfono inteligente y me lo da—. Llámalos,
para que puedas darles tu versión de la historia primero.
—¿Mi versión de la historia? ¿Y qué versión es esa? —El teléfono
se siente como un ladrillo en mi mano, su peso aumenta al saber que si
digo algo incorrecto, literalmente podría matar a mi papá—. ¿Qué puedo
decirles que haga que esto de alguna manera esté bien?
Mi tono es cáustico, pero mi pregunta es genuina. No imagino qué
puedo decir para disminuir el pánico de mis padres por mi desaparición,
cómo puedo explicar lo que el FBI está a punto de decirles, especialmente
porque no sé cuánto revelarán los agentes.
El avión elige ese momento para golpear una zona de turbulencia,
y Peter se sienta a mi lado. —Diles que conociste a un hombre... un
hombre del que te enamoraste. —Cubre mi rodilla con su cálida palma,
su mirada metálica fascinante por su intensidad—. Diles que por primera
vez en tu vida, decidiste hacer algo loco e irresponsable. Que estás bien,
pero que durante las próximas semanas viajarás por el mundo con tu
amante.
—¿Las próximas semanas? —Una esperanza salvaje florece dentro
de mí—. Estás diciendo que...
—No. No volverás en unas semanas. Pero no necesitan saber eso
todavía.
La esperanza se marchita y muere, la desesperación aplastante
regresa. —Nunca los volveré a ver, ¿verdad?
—Los verás. —Su mano aprieta mi rodilla—. En algún momento,
cuando sea seguro.
—¿Y cuándo será eso?
—No lo sé, pero lo resolveremos.
—¿Resolveremos? —Una risa amarga se escapa de mi garganta—.
¿Tienes la impresión de que se trata de algún tipo de asociación? ¿Que
nosotros hicimos un plan juntos para secuestrarme?
La mirada de Peter se endurece. —Puede ser una asociación, Sara.
Si quieres que sea así.
—Oh, ¿en serio? —Empujo su mano de mi rodilla—. Entonces gira
este maldito avión, compañero. Quiero ir a casa.
—Eso es imposible, y lo sabes. —Su mandíbula oscura se flexiona.
—¿Lo es? ¿Por qué? ¿Porque te encanta follarme? ¿O porque
jodidamente me amas? —Mi voz se eleva cuando me pongo de pie, mis
manos en puños a los costados. Veo a sus hombres en los asientos detrás
de nosotros, sus rostros fríos mientras miran por la ventana, fingiendo
no escuchar, pero no me importa. Ya pasé la vergüenza, la timidez; todo
lo que siento es ira.
Nunca he querido lastimar a una persona viva tanto como quiero
lastimar a Peter en este momento.
La mirada de mi torturador es oscura, su expresión es dura a la
vez que se pone de pie. —Siéntate, Sara —dice con dureza, alcanzándome
mientras el avión golpea otra turbulencia y me agarro a la pared de la
ventana para estabilizarme—. No es seguro. —Me toma del brazo para
obligarme a volver al asiento, y mi otra mano actúa por sí misma.
Con el teléfono todavía apretado en mi puño, intento golpearlo, y
logro atinarle, porque en ese momento, el avión se hunde nuevamente,
desequilibrándonos a ambos. Con un ruido sordo, el teléfono choca con
la cara de Peter, el impacto del golpe sacude mis huesos y hace que su
cabeza se incline a un lado.
No sé quién está más sorprendido de que lograra asestar un golpe,
los hombres de Peter o yo.
Puedo ver sus miradas incrédulas cuando Peter lenta, y muy
deliberadamente, suelta mi brazo y limpia la sangre que gotea por su
pómulo. La carcasa metálica del teléfono debe haberle cortado la piel;
eso, o la inesperada turbulencia dio impulso a mi golpe, intensificando la
fuerza detrás de este.
Sus ojos se encuentran con los míos, y mi corazón salta a mi
garganta por la rabia helada que brilla en las profundidades plateadas.
Con cautela, retrocedo, el teléfono se desliza de mis dedos entumecidos
para golpear el suelo con un golpe metálico.
No he olvidado de lo que Peter es capaz, lo que me hizo cuando nos
conocimos.
Solo puedo dar dos pasos antes de que mi espalda se presione
contra la pared de la cabina del piloto, terminando mi retirada. No tengo
ningún lugar para correr en este avión, ningún lugar para esconderme, y
el miedo aprieta mi estómago cuando se acerca, su mirada furiosa
sostiene la mía cautiva mientras apoya sus palmas en la pared a ambos
lados de mí, encerrándome entre sus brazos musculosos.
—Yo… —Debería decir que lo siento, que no quise hacerlo, pero no
puedo decir la mentira, así que cierro los labios antes de que pueda
empeorarlo diciéndole cuánto lo odio.
—¿Tú qué? —Su voz es baja y dura. Inclinándose, ladea la cabeza
hasta que sus labios rozan la cima de mi oreja—. ¿Tú qué, Sara?
Me estremezco ante el calor húmedo de su aliento, mis rodillas se
debilitan y mi pulso se acelera incluso más. Solo que esta vez, no es
completamente por miedo. A pesar de todo, su cercanía causa estragos
en mis sentidos, mi cuerpo tiembla en anticipación de su caricia. Hace
unas horas, él estaba dentro de mí, y todavía siento las consecuencias de
su posesión, el dolor interno por el ritmo duro de sus embestidas. Al
mismo tiempo, soy dolorosamente consciente de mis pezones rígidos que
se asoman a través de la camiseta prestada y de la cálida humedad que
se acumula entre mis piernas.
Incluso vestida, me siento desnuda en sus brazos.
Levanta la cabeza y me mira, y sé que también lo siente, el calor
magnético, la conexión oscura que vibra en el aire a nuestro alrededor,
intensificándose cada momento hasta que milisegundos parecen horas.
Los hombres de Peter están a pocos metros, observándonos, pero parece
que estamos solos, envueltos en una burbuja de necesidad sensual y
tensión volátil. Mi boca está seca, mi cuerpo late con consciencia, y me
esfuerzo para no inclinarme hacia él, permanecer quieta en lugar de
presionarme contra su cuerpo y ceder al deseo que me quema por dentro.
—Ptichka… —La voz de Peter se suaviza, adoptando un tono íntimo
cuando el hielo en su mirada se derrite. Su mano deja la pared para
ahuecar mi mejilla, la almohadilla áspera de su pulgar acaricia mis labios
y hace que mi respiración se atasque en mi garganta. Al mismo tiempo,
su otra mano agarra mi codo, su agarre suave pero ineludible—. Vamos
a sentarnos —me insta, alejándome de la pared—. No es seguro estar así
de pie.
Aturdida, dejo que me guie de vuelta al asiento. Sé que debería
seguir luchando, o al menos resistir un poco, pero la ira que me llenó se
fue, dejando el entumecimiento y la desesperación a su paso.
Incluso después de lo que hizo, lo anhelo. Lo quiero tanto como lo
odio.
Mis pies cubiertos de calcetines están fríos por caminar en el suelo
frío, y estoy agradecida cuando Peter toma la manta de la mesa y me la
pone alrededor de las piernas antes de sentarse a mi lado. Me coloca el
cinturón de seguridad, abrochándome y cierro los ojos, sin querer ver el
calor que ahora llena su mirada. Por más aterrador que sea el lado oscuro
de Peter, el hombre que está haciendo esto, el amante tierno y cariñoso
es el que más me aterroriza.
Puedo resistirme al monstruo, pero el hombre es una historia
diferente.
Dedos cálidos rozan mi mano, y metal frío presiona mi palma.
Sorprendida, abro los ojos y miro el teléfono que Peter me acaba de
entregar.
Debe haberlo recogido de donde lo dejé caer.
—Si quieres llamar a tus padres, quizás quieras hacerlo ahora —
dice suavemente—. Antes de que escuchen algo por su cuenta.
Trago saliva, mirando el teléfono en mi mano. Peter tiene razón; no
hay tiempo que perder. No sé lo que les voy a decir a mis padres, pero
cualquier cosa es mejor de lo que los agentes del FBI puedan decir.
—¿Cómo llamo? —Miro a Peter—. ¿Hay algún código especial o algo
que deba usar?
—No. Todas mis llamadas se codifican automáticamente. Solo pon
su número como de costumbre.
Respiro hondo y presiono el número de contacto de mi madre. Es
más probable que le entre el pánico al recibir una llamada en medio de
la noche, pero es nueve años más joven que mi padre y no tiene
problemas cardíacos conocidos. Sosteniendo el teléfono cerca de mi oído,
me alejo de Peter y observo el cielo nocturno a través de la ventana
mientras espero que se conecte la llamada.
Suena una docena de veces antes de ir al correo de voz.
Mamá debe estar durmiendo demasiado profundo para escucharlo,
o tiene el teléfono apagado por la noche.
Frustrada, lo intento de nuevo.
—¿Hola? —La voz de mamá es somnolienta y disgustada—. ¿Quién
es?
Exhalo de alivio. No parece que el FBI los haya contactado todavía;
si lo hubieran hecho, mamá no estaría durmiendo tan profundamente.
—Hola, mamá. Soy yo, Sara.
—¿Sara? —Al instante suena más alerta—. ¿Qué pasa? ¿Desde
dónde estás llamando? ¿Pasó algo?
—No, no. Todo está bien. Me encuentro perfectamente bien. —
Respiro profundo, mi mente se acelera mientras trato de encontrar la
historia menos preocupante. En algún momento, el FBI se comunicará
con mis padres, y mi historia será expuesta por una mentira. Sin
embargo, el simple hecho de que llamé y conté cierta historia debería
tranquilizar a mis padres de que, al menos en el momento de la llamada,
me encontraba sana y salva, disminuyendo el impacto de lo que les dirán
los agentes.
Manteniendo mi voz firme, le digo: —Lamento llamar tan tarde,
mamá, pero voy a hacer un viaje de último minuto y quería avisarte para
que no te preocupes.
—¿Un viaje? —Mamá suena confundida—. ¿Dónde? ¿Por qué?
—Bueno… —Dudo, luego decido seguir adelante con la sugerencia
de Peter. De esa manera, cuando mis padres se enteren del secuestro,
podrían pensar que fui con Peter por mi propia voluntad. Lo que pensará
el FBI es otro asunto, pero guardaré esa preocupación para un día
diferente—. Conocí a alguien. Un hombre.
—¿Un hombre?
—Sí, lo he estado viendo por algunas semanas. No quería contar
nada porque no sabía mucho sobre él, y no estaba segura de lo serio que
era. —Puedo sentir que mamá está por lanzarse a un interrogatorio, así
que rápidamente digo—: En fin, él tuvo que salir inesperadamente del
país y me invitó a que lo acompañara. Sé que es una completa locura,
pero necesitaba escapar, sabes, de todo, y esta parecía una oportunidad
tan buena como cualquier otra. Vamos a viajar por el mundo durante
unas semanas, así que…
—¿Qué? —La voz de mamá se eleva—. Sara, eso es una…
—¿Locura? Lo sé. —Hago una mueca, agradecida de que no pueda
ver mi expresión de dolor. Entre mentirle y el dolor de cabeza continuo,
me siento como una absoluta mierda—. Lo siento, mamá. No quería que
te preocuparas, pero es algo que tenía que hacer. Espero que tú y papá
entiendan.
—Espera un minuto. ¿Quién es este hombre? ¿Cuál es su nombre?
¿Qué hace? ¿Dónde lo conociste? —Dispara cada pregunta como una
bala.
Me giro para mirar a Peter, y me da un pequeño asentimiento, con
su rostro impasible. No sé si puede escuchar mi conversación, pero
interpreto que ese asentimiento significa que puedo contarles a mis
padres algunos detalles más.
—Su nombre es Peter —digo, decidiendo permanecer lo más cerca
posible de la verdad—. Es una especie de contratista, principalmente
trabaja en el extranjero. Nos conocimos cuando se encontraba en el área
de Chicago, y nos hemos estado viendo desde entonces. Quería contarte
sobre él en nuestro almuerzo de sushi, pero no parecía el momento
adecuado.
—Está bien, pero… ¿qué hay de tu trabajo? ¿Y la clínica?
Me pellizco el puente de la nariz. —Lo arreglaré todo, no te
preocupes. —No lo haré, por supuesto, este tipo de mierda no funcionará
con mi práctica en el hospital, incluso si Peter me deja llamarlos, pero no
puedo decirle eso a mamá sin preocuparla prematuramente. Bastante
pronto tendrá un ataque de pánico, cuando los agentes aparezcan en su
puerta. Hasta entonces, ella y papá bien podrían pensar que me he vuelto
loca.
Una hija que se rebela tardíamente es infinitamente mejor que una
hija secuestrada por el asesino de su esposo.
—Sara, cariño… —Mamá suena preocupada de todos modos—.
¿Estás segura acerca de esto? Quiero decir, ¿dijiste que no sabes mucho
sobre este hombre y ahora te vas del país con él? No es propio de ti. Ni
siquiera me dijiste a dónde vas. ¿Estás volando o conduciendo? ¿Y desde
qué número estás llamando? Aparece como bloqueado, y la recepción es
muy extraña, como si estuvieras…
—Mamá. —Me froto la frente, mi dolor de cabeza empeorando. No
puedo responder más de sus preguntas, así que le digo—: Escucha, me
tengo que ir. Nuestro avión está a punto de despegar. Solo quería darte
una actualización rápida para que no te preocupes, ¿de acuerdo? Te
llamaré de nuevo tan pronto como pueda.
—Pero, Sara…
—Adiós, mamá. ¡Hablamos pronto!
Cuelgo antes de que pueda decir algo más, y Peter me quita el
teléfono, su boca curvada en una sonrisa de aprobación.
—Buen trabajo. Tienes un verdadero talento para esto.
—¿Para mentirles a mis padres sobre el secuestro? Sí, seguro, un
verdadero talento. —La amargura gotea de mis palabras, y no me molesto
en atenuarla. He terminado de ser amable y agradable.
Ya no estamos con ese juego.
Peter no parece desconcertado. —Les dijiste algo que aliviará lo
peor de su preocupación. No sé cuánto divulgarán los federales, pero esto
debería tranquilizar a tus padres de que hoy estás sana y salva. Con
suerte, será suficiente hasta que vuelvas a contactarlos.
Esa también fue mi línea de pensamiento, y me molesta que
estemos en la misma sintonía. Es algo pequeño, razonar del mismo modo
en este caso, pero se siente como una pendiente resbaladiza, como un
paso más cerca de esa asociación que Peter mencionó. Hacia la ilusión
de que hay un “nosotros”, que nuestra relación es de alguna manera
genuina.
No puedo, no lo haré, caer en esa mentira de nuevo. No soy la
pareja, novia o amante de Peter.
Soy su cautiva, la viuda de un hombre que mató para vengar a su
familia, y nunca puedo olvidar ese hecho.
Luchando por mantener mi voz estable, pregunto: —¿Entonces
tendré la oportunidad de contactarlos nuevamente? —Al asentimiento
afirmativo de Peter, presiono—: ¿Cuándo?
Sus ojos grises brillan. —Una vez que escuchen del FBI y tengan la
oportunidad de digerirlo todo. En otras palabras, pronto.
—¿Cómo sabrás si tienen noticias de…? Oh, no importa. También
estás vigilando a mis padres, ¿verdad?
—Estoy vigilando su casa, sí. —No parece avergonzado en lo más
mínimo—. Así sabremos qué les dicen los agentes y cuando. Entonces,
resolveremos qué deberías decir y cómo contactarlos nuevamente.
Presiono mis labios. Ahí está ese insidioso “nosotros” otra vez.
Como si se tratara de un proyecto conjunto, como la decoración de
interiores o la elección de una botella de vino para una reunión familiar.
¿Espera que le agradezca por esto? ¿Que le agradezca por ser tan amable
y considerado con la logística de mi secuestro?
¿Piensa que, si me deja aliviar la preocupación de mis padres,
olvidaré que robó mi vida?
Apretando los dientes, me doy la vuelta para mirar por la ventana,
entonces me doy cuenta de que todavía no sé la respuesta a una de las
preguntas de mi madre.
Girándome para enfrentar a mi secuestrador, me encuentro con su
mirada fría y divertida. —¿A dónde vamos? —pregunto, obligándome a
hablar con calma—. ¿Desde dónde exactamente vamos a resolver todo
esto?
Peter sonríe, revelando dientes blancos que están ligeramente
torcidos en la parte inferior. Entre eso y la pequeña cicatriz en su labio
inferior, su sonrisa debería ser poco atractiva, pero las imperfecciones
solo resaltan su atractivo peligrosamente sensual.
—Vamos a resolverlo desde Japón, ptichka —dice y se estira a
través de la mesa para tomar mi mano en su palma grande—. La Tierra
del Sol Naciente es nuestro nuevo hogar.
Traducido por Sahara
Corregido por Lizzy Avett’

No hablo con Peter por el resto del vuelo. En cambio, me desmayo,


mi cerebro se apaga como para escapar de la realidad. Estoy agradecida
por eso. El dolor de cabeza es implacable, los tambores golpean dentro
de mi cráneo cada vez que trato de abrir los ojos, y es solo cuando
comenzamos nuestro descenso que me despierto lo suficiente como para
arrastrarme al baño.
Cuando regreso, encuentro a Peter en el asiento junto al mío,
trabajando en una computadora portátil. Creo que podría haber estado
allí durante todo el vuelo, pero no estoy segura. Recuerdo que me quedé
dormida mientras él sostenía mi mano, sus fuertes dedos masajeaban mi
palma, y recuerdo que envolvió la manta a mí alrededor en algún
momento cuando la cabina se enfrió más.
—¿Cómo te sientes? —pregunta, levantando la vista de la
computadora portátil mientras paso a su alrededor y me siento en mi
lujoso asiento de cuero. Ahora que la conmoción inicial del secuestro ha
pasado, me doy cuenta de que el avión es bastante lujoso, aunque no
muy grande. Hacia la parte trasera del avión, hay dos filas más de
asientos además del nuestro, cada asiento grande y totalmente
reclinable, y en el medio hay un sofá de cuero beige con dos mesas
laterales adjuntas.
—Sara —pregunta Peter cuando no contesto, y me encojo de
hombros en respuesta, no inclinada a calmar su conciencia al admitir
que me siento mejor después de mi larga siesta. Los efectos de la droga
deben haber desaparecido por completo, porque las náuseas y el dolor de
cabeza que me atormentaron se han ido.
Sin embargo, tengo hambre y sed, así que alcanzo la botella de agua
y el cuenco de maní que están en la pequeña mesa entre nuestros
asientos.
—Tendremos una comida de verdad pronto —dice Peter,
empujando el tazón hacia mí—. No esperábamos abandonar el país tan
repentinamente, y esto es todo lo que teníamos a bordo.
—Ajá. —Sin mirarlo a los ojos, trago la mitad de la botella de agua,
como un puñado de nueces y las paso con el resto del agua. No me
sorprende escuchar la falta de comida en el avión; la maravilla es que
tenía un avión esperando, punto. Sé que él y su equipo reciben sumas
ridículas de dinero para asesinar a los señores del crimen y demás, pero
el costo de este avión de tamaño mediano debe ser de unas buenas ocho
cifras.
Incapaz de contener mi curiosidad, miro a mi captor. —¿Esto es
tuyo? —Agito una mano para indicar nuestro entorno—. ¿Lo compraste?
—No. —Cierra la computadora portátil y sonríe—. Lo obtuve como
pago de uno de nuestros clientes.
—Ya veo. —Miro hacia otro lado, enfocándome en el cielo oscuro
fuera de la ventana en lugar de esa sonrisa magnética. Ahora que me
siento mejor, soy aún más amargamente consciente de lo que Peter ha
hecho y de lo desesperada que es mi situación.
Si estaba a merced de mi torturador en casa, donde tenía miedo de
lo que sucedería si fuera a las autoridades, ahora lo estoy doblemente.
Peter Sokolov puede hacerme cualquier cosa, mantenerme cautiva hasta
que muera si está tan dispuesto. Sus hombres no me ayudarán, y estoy
a punto de entrar en un país donde no hablo el idioma y no conozco nada
ni a nadie.
Me encanta el sushi, pero es hasta dónde se extiende mi
familiaridad con Japón.
—¿Sara? —La voz profunda de Peter interrumpe mis pensamientos,
e instintivamente me giro para mirarlo.
—Abróchate el cinturón. —Asiente hacia el cinturón de seguridad
que yace desabrochado a mi lado—. Aterrizaremos en breve.
Pongo el cinturón de seguridad sobre mi regazo antes de volver mi
atención a la ventana. No puedo ver mucho en la oscuridad, debemos
haber volado lo suficiente para que sea de noche en Japón a pesar de la
diferencia horaria, pero mantengo mis ojos en el cielo afuera, con la
esperanza de ver algo y quitarme el deseo de evitar conversar con Peter.
No voy a actuar como si realmente fuéramos amantes yendo de
viaje, fingir que estoy de acuerdo con esto en cualquier forma. La
influencia que tenía sobre mí, su amenaza de robarme si no seguía el
juego con su fantasía de felicidad doméstica, ha desaparecido, y no tengo
intención de volver a ser su víctima complaciente de nuevo. Empezaba a
rendirme, a caer bajo su retorcido hechizo, pero eso ya se acabó. Peter
Sokolov me torturó y mató a mi marido, y ahora me ha secuestrado. No
hay nada entre nosotros excepto un pasado jodido y un futuro aún más
jodido.
Puede que me tenga, pero no lo disfrutará. Me aseguraré de eso.
Traducido por Gesi
Corregido por Lizzy Avett’

Aún me duele el pómulo por el golpe de Sara cuando aterrizamos


en un aeropuerto privado cerca de Matsumoto y nos trasladamos al
helicóptero que nos espera en el lugar. Mañana tendré un ojo morado,
una idea que encuentro divertida ahora que el choque inicial de ira ha
pasado. El dolor que Sara me ha infligido es mínimo, he sufrido peor en
el entrenamiento de rutina, pero lo que me ha afectado es la inesperada
reacción física de mi pequeña y encantadora doctora.
Fue como ser arañado por un gatito, uno que simplemente deseas
abrazar y proteger.
Aún está enojada conmigo. Es obvio por su postura rígida y por la
forma en que no me habla ni me mira mientras el helicóptero despega.
Aunque todavía está oscuro, la veo observando la vista de abajo y sé que
está tratando de memorizar hacia dónde vamos.
Puedo decir que intentará escapar en la primera oportunidad que
se le presente.
Anton pilotea el helicóptero e Ilya está sentado con nosotros en la
parte trasera mientras Yan está al frente. No esperamos tener ningún
problema, pero estamos armados, por lo que vigilo atentamente a Sara
para asegurarme de que no haga nada tonto, como tratar de tomar mi
arma o la de Ilya.
Teniendo en cuenta el estado en el que está, no me sorprendería
para nada que lo hiciera.
Nuestro refugio japonés se encuentra en la escasamente poblada y
montañosa prefectura de Nagano, en la cima de una montaña empinada
y densamente boscosa con vistas a un pequeño lago. La vista es
impresionante en un día despejado, pero la razón principal por la que la
adquirí es porque está en la cima de una montaña a la que solo se accede
por aire. Solía haber un camino de tierra en la ladera oeste, así es como
un rico hombre de negocios de Tokio construyó su casa de verano por los
años noventa, pero un desplazamiento de tierra provocado por un
terremoto convirtió la pendiente en acantilado y cortó todo acceso
terrestre a la propiedad, destruyendo su valor.
Los hijos del empresario estuvieron más que agradecidos cuando
una de mis compañías fantasma compró la casa el año pasado,
evitándoles la carga de pagar impuestos por un lugar que no querían ni
tenían los medios para visitar regularmente.
—Entonces, ¿por qué Japón?
El tono de Sara es plano y desinteresado mientras mira por la
ventana del helicóptero, pero sé que se debe estar muriendo de curiosidad
para romper el silencio que lleva desde hace una hora y finalmente
hablarme.
Es eso o está buscando información que pueda ayudarla a escapar.
—Porque este es el último lugar en el que cualquiera pensaría en
buscarnos —respondo, pensando que no hay daño en decirle la verdad—
. Nada me conecta al país. Rusia, Europa, Medio Oriente, África, América,
Tailandia, Hong Kong, Filipinas; en un punto u otro he estado en el radar
de las autoridades en todos esos lugares, pero nunca aquí.
—También es un escondite agradable —dice Ilya en inglés,
hablándole a Sara por primera vez—. Mucho mejor que esconderse en
una cueva en Daguestán o sudar nuestras bolas en India.
Sara le da una mirada indescifrable y luego regresa su atención
hacia la vista exterior. No la culpo. El cielo se ilumina con los primeros
indicios del amanecer y es posible distinguir las laderas de las montañas
y los bosques debajo. Cuando lleguemos a nuestro refugio en la cima de
la montaña tendrá el impacto total de la vista y se dará cuenta de que
puede renunciar a todo deseo de escapar. Porque esa es otra razón para
mi elección de Japón: la ubicación remota de esta casa específica.
La nueva jaula de mi pajarito será bonita e imposible de escapar.
Aterrizamos cuarenta minutos más tarde en un pequeño helipuerto
junto a la casa y observo el rostro de Sara mientras contempla nuestro
nuevo hogar, una construcción de madera y vidrio completamente
moderna que combina a la perfección con la naturaleza intacta que la
rodea.
—¿Te gusta? —pregunto, atrapando su mirada cuando la ayudo a
salir del helicóptero y aparta la mirada, sacando su mano de mi agarre
tan pronto sus pies cubiertos por calcetines se plantan en el suelo.
—¿Importa? Si dijera que no, ¿me llevarías de regreso? —Se gira y
comienza a caminar hacia el borde del helipuerto donde la ladera de la
montaña forma un acantilado que cae hacia el lago que hay debajo.
—No, pero si lo odias podemos considerar alguno de los otros
refugios. —Siguiéndola, le tomo la muñeca antes de que llegue al borde
de la plataforma. No creo que esté lo suficientemente molesta como para
saltar por el precipicio, pero tampoco estoy dispuesto a arriesgarme.
—¿Dónde? ¿En Daguestán o India? —Finalmente me mira con los
ojos entrecerrados. Aunque estamos a finales de primavera, a esta altitud
hace frío de invierno, el viento helado de la mañana azota sus ondas
castañas alrededor de su rostro y moldea la holgada camiseta negra
contra su delgado torso. Puedo sentirla temblar, su muñeca es delgada y
frágil en mi agarre, pero su delicada mandíbula es una obstinada línea
mientras me sostiene la mirada.
Mi Sara es muy vulnerable, pero también muy fuerte. Una
sobreviviente, como yo, aunque probablemente ella no apreciaría la
comparación.
—Daguestán e India son dos de las posibilidades, sí —digo,
dejándola oír la diversión en mi voz. Está tratando de antagonizarme, de
hacer que me arrepienta por haberla traído conmigo, pero ninguna
cantidad de sarcasmo o tratamiento silencioso lo logrará.
La necesito como necesito el aire y el agua, y nunca me arrepentiré
de tenerla.
Su suave boca se comprime y gira el brazo, intentando soltarse de
mi agarre. —Suéltame —sisea cuando no la libero inmediatamente—.
Quita tu maldita mano de mí.
A pesar de mi determinación permanecer inafectado, una punzada
de ira me muerde. Sara me eligió, aunque no precisamente esto, y no voy
a tolerar que me trate como un leproso.
En vez de soltarle la muñeca, aprieto mi agarre y la atraigo hacia
mí, lejos del borde del helipuerto. Cuando está lo suficientemente lejos
de la caída, me agacho y la levanto, ignorando su chillido de protesta.
—No —digo con gravedad, presionándola contra mi pecho—. No te
dejaré ir.
E ignorando sus intentos de retorcerse fuera de mi agarre, llevo a
la mujer que amo hacia nuestro nuevo hogar.
Traducido por Gesi
Corregido por Lizzy Avett´

No me baja hasta que estamos dentro de la casa, e incluso


entonces, cuando me pone sobre mis pies, mantiene sus dedos de acero
envueltos alrededor de mi muñeca, encadenándome a su lado mientras
observo mi hermosa prisión nueva.
Y es hermosa. Incluso con la ira y la frustración que me asfixian
por dentro, puedo apreciar las líneas limpias y modernas del piso abierto
y las bonitas vistas de las montañas y el lago que se pueden ver a través
de las enormes ventanas que van del piso hasta el techo. En el medio del
espacio, junto a una cocina ultramoderna, hay un conjunto de escaleras
de madera en forma de caracol que conducen al segundo piso, y ahí es a
donde me lleva con su mano aun sosteniendo posesivamente mi muñeca.
—Un hombre de negocios japonés la construyó hace veinte años,
pero la renové cuando la compré el año pasado —dice mientras
subimos—. No sabía que vendríamos tan pronto, pero pensé que lo mejor
era estar listo.
No le respondo, porque podría romperme y llorar si intento hablar.
El FBI podría estarles contando a mis padres sobre mi desaparición en
este mismo momento, y sin duda tengo docenas de llamadas perdidas y
mensajes de mi trabajo, así como también de la clínica en la que soy
voluntaria. Se supone que una de mis pacientes se ponga de parto esta
semana y tengo una cesárea programada para mañana. ¿O es hoy? Es
temprano por la mañana en Japón, ¿eso significa que es de tarde en
casa? No sé cuál es la diferencia horaria, pero no creo que sean menos
de diez horas. Si es así, ya debo haberme perdido un día completo y deben
estar buscándome. Tal vez incluso consultando con mis padres para
saber dónde estoy y por qué no respondo a ninguna de sus llamadas o
mensajes.
Mis pobres padres deben estar preocupadísimos.
—¿Puedo llamarlos? —pregunto con voz ronca mientras me
conduce a una espaciosa habitación. Una de las paredes está hecha
completamente de vidrio, revelando una impresionante vista de las
montañas cubiertas de nieve en la distancia y el lago extendido debajo.
O al menos sería impresionante si pudiera concentrarme en ella en vez
del sofocante bulto que tengo en la garganta.
Por favor, deja que papá esté bien.
—Aún no —dice, su expresión se suaviza cuando me suelta la
muñeca. Si no lo supiera mejor, pensaría que comparte mi preocupación
por mis padres—. Tenemos que revisar las imágenes de la cámara para
ver qué ha estado sucediendo y luego encontrar una forma de
comunicarnos con tu familia sin alertar a nadie de nuestro paradero.
Trago y me giro antes de que pueda ver las lágrimas formándose en
mis ojos. Todo esto es mi culpa. Todo sería diferente si no hubiera vuelto
a casa, si hubiera confiado en Karen en ese vestuario. Sí, mis padres y
yo hubiéramos tenido que pasar a custodia protectora y muy
probablemente mudarnos, pero eso habría sido preferible antes que esta
pesadilla. No sé en qué pensaba anoche cuando regresé a casa del
hospital. ¿Pensé que si aparecía como siempre en casa, Peter no sabría
que el FBI me habló? ¿Qué los federales no se darían cuenta de que el
hombre al que estaban cazando estuvo viviendo conmigo y seguiríamos
como antes?
¿Qué si le advertía a mi torturador sobre el peligro inminente, me
lo agradecería y seguiría tranquilamente su vida?
—No, Sara. —Se para delante de mí, obligándome a levantar la vista
para mirarlo a los ojos. Está apretando la mandíbula y sus ojos brillan
oscuramente mientras dice en voz baja y dura—: No finjas que no querías
esto. Sé que estás asustada y tienes dudas, pero me elegiste, nos elegiste.
Es por eso que me dijiste que venían por mí, es por eso que regresaste a
casa en lugar de que te llevaran. Te esperé. Sabía que estaban cerca, y
aun así esperé, porque necesitaba ver si realmente me odiabas… si me
querías fuera de tu vida. Pero no lo querías, ¿verdad? —Me acuna la
mejilla, su pulgar me acaricia—. ¿Verdad, ptichka?
—Sí. —Me tiembla la voz y, para mi vergüenza, se me escapan las
lágrimas. No quiero mostrar debilidad, pero no puedo evitar el caldero
tóxico que me burbujea en el pecho—. Estaba cansada y me dolía la
cabeza. No pensaba con claridad. Cualquier otro día…
—Oh, ¿de verdad? —Su boca se retuerce con cruel diversión
mientras deja caer su mano—. ¿Esa es la mentira que te estás diciendo
a ti misma? Que te tomé en contra de tu voluntad… ¿qué no querías nada
de esto?
—¡No lo quería! —Doy un paso hacia atrás, mirándolo
incrédulamente. Realmente no puede creerse lo que está diciendo—.
Nunca estaría de acuerdo con esto. Mis padres, mis pacientes, mis
amigos, toda mi vida está allí. Me secuestraste, Peter. No hay ambigüedad
aquí. Me clavaste una aguja en el cuello y me llevaste mientras estaba
drogada e inconsciente. ¿Cómo puedes pensar que vine voluntariamente?
¿Te perdiste la parte donde grité y te rogué que me dejaras atrás cuando
me desperté? ¿Estabas sordo cuando lloré y te rogué que no lo hicieras?
—Estoy completamente furiosa, pero las lágrimas no dejan de caer, y me
limpio las mejillas con el dorso de la mano mientras tiemblo de rabia de
pies a cabeza.
Sus labios se aplanan en una línea dura y peligrosa, y nuevamente
vislumbro al extraño aterrador que irrumpió en mi casa y me torturó.
Solo que esta vez estoy demasiado enojada para sentir miedo. Si quiere
castigarme por esto, que lo haga.
Solo lo odiaré más.
No hace ningún movimiento en mi dirección, pero su voz es áspera
cuando dice: —Entonces, ¿por qué lo hiciste? ¿Por qué me avisaste, Sara?
Sabías que no te dejaría atrás. Y no me des esa tontería de no haber
estado pensando con claridad. Sabías muy bien qué tipo de riesgo
tomabas. ¿Por qué lo hiciste si no querías estar conmigo?
Decidida a controlar las lágrimas que siguen bajando por mi rostro,
respiro hondo y me doy la vuelta. La ira que me llenó se está disipando,
dejándome exhausta y con un vacío de desesperación. Quiero
mantenerme firme y negar lo que está diciendo, pero no puedo hacerlo.
Tal vez mi pensamiento no fue tan claro como debería haber sido, pero
sabía lo que hacía.
No me sorprendí cuando la aguja me pinchó el cuello.
Lo siento detrás de mí, aunque no lo oí moverse. —Dime, ptichka.
—Su voz es suave de nuevo, su toque es gentil cuando me agarra los
hombros y me atrae hacia su duro cuerpo—. Dime por qué. —Su rastrojo
me raspa la mejilla cuando inclina la cabeza para besarme la sien, y me
tenso, luchando contra el impulso de recostarme en su contra y dejar que
me abrace y acaricie hasta que me olvide que perdí todo.
Hasta que ya no me importe que me haya quitado mi vida.
Levantando la cabeza, me da la vuelta para que lo mire, sus ojos
grises me miran atentamente y sé que no dejará pasar el asunto. No
descansará hasta que admita mi debilidad, ese loco e irracional impulso
que me hizo sabotear mi oportunidad de ser libre.
Lamo mis labios, probando la sal de mis lágrimas. —Yo… —Trago
con dificultad—. No quería verte muerto. —Incluso ahora, no me
abandonan las horribles imágenes, mi cerebro visualiza con detalles
espeluznantes cómo todo pudo haber salido. Casi puedo oler el sabor
cobrizo de la sangre cuando las balas del equipo SWAT atraviesan el
musculoso cuerpo de Peter, casi puedo ver a los agentes con armadura
irrumpiendo por la puerta del dormitorio y arrastrándolo fuera de mi
cama.
Casi puedo sentir la cruda y aplastante soledad que tendría mi vida
sin mí torturador.
No. No, no, no. Alejo el pensamiento como la locura que es. No
quería nada de esto. El hecho de extrañarlo cuando estaba en una de sus
misiones de asesinato no significa que no hubiera seguido adelante con
el tiempo. Y ni siquiera sería a él a quien extrañaría. Sino a la engañosa
sensación de consuelo que proporciona, la ilusión de amor y cariño. Lo
que sentía por Peter no era real, y tampoco lo es lo que piensa que siente
por mí. Todo lo que ha habido entre nosotros es una enferma mentira,
una obsesión patológica de su parte y una necesidad igualmente de
perversa de la mía.
Sus ojos se estrechan y sus manos se aprietan sobre mis hombros
mientras procesa lo que dije. —¿Entonces me advertiste por la bondad de
tu corazón? ¿Estabas siendo una buena samaritana?
Asiento, parpadeando rápidamente para contener la nueva ola de
lágrimas. Esa no fue la única razón de mi falta de juicio, pero es la única
que estoy dispuesta a admitir.
El rostro de mi captor se endurece y deja caer las manos, dando un
paso atrás. —Ya veo.
Si no lo supiera mejor, pensaría que lo lastimé.
Sin embargo, en el instante siguiente continúa como si nada
hubiera sucedido. —Esta es nuestra habitación. —Su voz es fría y plana,
totalmente carente de emociones—. El baño está por allí. —Señala a una
puerta en la parte trasera de la habitación—. Puedes bañarte y relajarte
mientras desempacamos algunos suministros y preparamos el desayuno.
Mañana haré que te traigan ropa, pero mientras tanto, debería haber una
bata en el baño y algo de mi ropa en el armario. —Asiente hacia un
conjunto de puertas al otro lado de la habitación—. Estaré abajo si
necesitas algo. El desayuno debería estar listo en media hora.
Me muerdo el labio. —De acuerdo, gracias.
Sale de la habitación y camino hacia la ventana, me duele el pecho
por todo lo que perdí y por lo que vislumbré en sus ojos.
Dolor.
Sí lo herí, y por alguna razón, eso me duele.
Traducido por Sahara
Corregido por Lizzy Avett’

—No está contenta, ¿eh? —dice Anton en voz baja en ruso mientras
saco un cartón de huevos de gran tamaño que él acabó de cargar en la
nevera, lo coloco en el mostrador al lado de la estufa y empiezo a buscar
una sartén.
—No. —Apenas me contengo de cerrar de golpe la puerta del
armario cuando no encuentro la sartén allí—. Pero se acostumbrará.
—¿Y si no lo hace?
Finalmente ubico la sartén en uno de los cajones extraíbles junto
a la estufa. —Entonces se quedará jodidamente miserable. —Agarrando
la sartén, empujo el cajón y luego me maldigo cuando veo una grieta en
la madera blanca brillante. Renovar la casa de a una carga de helicóptero
a la vez fue una putada, y no puedo permitirme desahogar mi ira en los
mostradores de la cocina. La cara de Anton en el entrenamiento más
tarde hoy será un objetivo mucho mejor.
—Sabes que esto tenía que suceder, ¿verdad? —continúa mi amigo,
como si no se diera cuenta de la rabia que hierve a fuego lento en mis
entrañas—. Esa mierda suburbana no podría continuar para siempre. Es
un milagro que no nos hayan arrestado antes. Si quieres a esta chica a
largo plazo, y lo haces, ¿verdad? esta es la única manera.
Aprieto la mandíbula con tanta fuerza que me duelen los molares.
—Déjalo, Anton. Esto no es jodidamente asunto tuyo.
—Todo bien. Solo recordándote los hechos. Sé que apesta que esté
molesta y todo eso, pero... —Se detiene, aparentemente dándose cuenta
de que estoy a medio segundo de patearle los dientes. Sacando su navaja
suiza, corta una bolsa de naranjas y pone la fruta en un tazón grande de
madera en el mostrador. Luego, mirando el cartón de huevos con interés,
pregunta—: ¿Qué hay de desayuno?
—¿Para ti? Nada de nada. —Rompo cinco huevos en un tazón,
vierto un poco de leche y agrego condimento antes de revolver—. Tú y los
gemelos pueden valerse por sí mismos.
—Eso es duro, hombre —dice Yan, entrando en la cocina. Lleva una
enorme caja llena de más frutas y verduras, así como pan y carne
congelada, suministros de alimentos que nuestro contacto local cargó en
el helicóptero antes de enviarlo para acá.
—Ilya y yo estamos muriendo de hambre, y a ti te gusta cocinar —
continúa Yan cuando no respondo—. ¿Qué tan difícil es hacer algo extra?
Lo prometo, yo mantendré la boca cerrada sobre tu bonita doctora.
Luchando contra el impulso de golpearlo, rompo una docena más
de huevos en el tazón. No suelo alimentar a los chicos, pero Yan tiene
razón: sería insignificante privar a mi equipo de un buen desayuno
después de un viaje tan largo.
Solo necesito que se callen sobre Sara, porque si escucho una
palabra más sobre el tema, les arrancaré la cabeza.
Sabiamente, tanto Yan como Anton permanecen en silencio,
desempacando el resto de la comida mientras cocino la tortilla, y para
cuando Ilya entra, estoy casi tranquilo, si no se tiene en cuenta el impulso
esporádico de meter el puño en la encimera de cuarzo blanco.
Ilya se sienta en uno de los taburetes de acero inoxidable y abre su
computadora portátil, recordándome que tenemos problemas además de
Sara de los que preocuparnos.
—¿Qué dijeron los hackers? —le pregunto cuando lo veo frunciendo
el ceño ante la pantalla—. ¿Alguna pista sobre ese ublyudok?
—No. —La cara de Ilya es sombría mientras levanta la mirada—.
Sin transacciones con tarjeta de crédito, sin intentos de contactar a
amigos o familiares, nada. El cabrón es bueno.
Mi mano se aprieta en el mango de la sartén, mi furia regresa. El
último apellido en mi lista, Walton Henderson III, también conocido como
Wally, de Asheville, Carolina del Norte, es el general que estuvo a cargo
de la operación de la OTAN que se desvió y resultó en la muerte de mi
esposa e hijo. Fue él quien dio la orden de actuar sin verificar la validez
del supuesto líder del grupo terrorista, y fue quien autorizó a los soldados
a usar la fuerza necesaria para contener a “los terroristas”.
Ya maté a todos los soldados y agentes de inteligencia involucrados
en la masacre de Daryevo, pero Henderson, el que más tiene que
responder, todavía está en libertad, ya que desapareció con su esposa e
hijos tan pronto como los rumores de mi lista de objetivos llegaron a la
comunidad de inteligencia.
—Dile a los hackers que investiguen a fondo a todos sus amigos y
familiares, sin importar cuán distante sea la conexión —le digo mientras
Yan se acerca para sentarse en el taburete junto a su hermano—. Deben
buscar cualquier cosa fuera de lo normal, como grandes retiros de
efectivo, compras de teléfonos adicionales, viajes fuera de la ciudad,
adquisiciones de propiedades o alquileres para vacaciones, cualquier
cosa y todo lo que pueda indicar que están aliados con ese bastardo. —
Alguien tiene que saber a dónde fue Henderson, y mi apuesta es algún
primo al azar. Si en unos pocos meses aún no hay nada, podríamos tener
que comenzar a hacer visitas en persona a las conexiones de Henderson,
eliminarlo de esa manera si es necesario.
—Lo tienes —dice Ilya, sus dedos gruesos volando sobre el teclado
con sorprendente agilidad y gracia—. Nos costará, pero creo que tienes
razón. La gente tiene problemas para romper los lazos por completo.
—Yan, ¿tenemos esas grabaciones de las cámaras? —le pregunto
cuando el otro gemelo abre su propia computadora portátil—. ¿Los de la
casa de los padres de Sara? Tenemos que ver si los federales ya les
hablaron.
—Los estoy descargando ahora —responde sin levantar la vista de
la pantalla—. Esta conexión satelital es lenta como la mierda. Dice que
tomará cuarenta minutos sacar los archivos de la nube.
—Muy bien, entonces comamos primero —digo, apagando la
estufa—. Anton, ¿puedes poner la mesa para los cinco? Voy a buscar a
Sara.
Mis hombres guardan silencio mientras me dirijo hacia las
escaleras, pero cuando estoy a mitad de camino, veo a Yan inclinarse
hacia Ilya, susurrándole algo al oído.
Sara acaba de salir del baño cuando entro en la habitación, su
delgado torso envuelto en una gran toalla blanca y su cabello mojado
confinado en un moño torcido en la cima de su cabeza. Su piel pálida
está enrojecida, probablemente por el calor del agua, y sus ojos color
avellana de pestañas gruesas están rojos e hinchados por el llanto.
Debería haberse visto patética, pero en cambio se ve
deslumbrantemente hermosa, como una princesa de Disney que no tiene
suerte. Tal vez la de La Bella y la Bestia, aunque no estoy seguro de
calificar como la Bestia en esa historia.
Bella no odiaba a su captor tanto como Sara parece odiarme.
—El desayuno está listo —le digo fríamente, tratando de no pensar
en su revelación anterior. Saber que Sara me advirtió que salvara mi vida
no debería molestarme, después de todo, eso es la confirmación de que
no me desea muerto, pero sus palabras se sintieron como un atizador al
rojo vivo que me atravesaba el pecho. Supongo que es porque me
convencí de que quería venir, que cuando me rogó que la dejara ir, fue
porque tenía miedo.
Me dolió porque me engañé a mí mismo al creer que un día, ella
también me amaría.
—Gracias. Enseguida bajo. —No me mira mientras dice esto, solo
entra al armario y emerge un minuto después sosteniendo una de mis
camisas de franela de manga larga y un par de pantalones de chándal.
—¿Te importa? —dice, colocando la ropa en la cama, y cruzo los
brazos sobre mi pecho, dándome cuenta de que quiere que me dé vuelta
mientras se cambia.
—No, en absoluto. Adelante.
Me mira. —Quise decir que...
—Sé lo que querías decir. —Mantengo mi rostro impasible, incluso
mientras la ira sigue agitando mis entrañas. Si cree que voy a dejar que
me trate como a un extraño, está muy equivocada. Puede que no me
quiera, pero es mía, y no voy a fingir que nunca he sentido su orgasmo
en mi polla. Si hay una cosa que siempre hemos tenido, es esta conexión
carnal, un deseo mutuo tan intenso que reemplaza la simple lujuria.
Quiero a Sara como nunca he querido a otra mujer, y sé que no es
indiferente a mí.
Me quiere y no dejaré que lo niegue.
El rubor en la cara de Sara se profundiza, sus nudillos se
blanquean mientras levanta los pantalones. —Bien. —Mirándome, se
deja caer en la cama y se pone los pantalones con movimientos bruscos,
manteniendo la toalla anudada alrededor de su pecho hasta que se sube
los pantalones hasta la cintura y enrolla las piernas del pantalón. Luego
se levanta y deja caer la toalla. Echo un vistazo a los hermosos senos con
punta rosa mientras tira de la camisa con movimientos enojados, y mi
polla se pone rígida en respuesta, mi cuerpo reacciona a la vista de su
desnudez con una rapidez predecible.
—¿Feliz ahora? —Tira del cordón en la cintura del pantalón,
atándolo con fuerza para evitar que se caiga hasta los tobillos, y a pesar
de mi mal humor, no puedo evitar pensar cuán adorable se ve en mi ropa.
Si los vaqueros y la camiseta de Anton fueron grandes para ella,
mis pantalones de chándal y mi camisa de franela son enormes. Soy unos
centímetros más alto y ancho que mi amigo, y estas prendas están
destinadas a ser holgadas en mí. Mi joven doctora parece una niña
probándose ropa de adulto, una impresión que se ve reforzada por sus
pequeños pies descalzos y su cabello desordenado.
Incapaz de ayudarme, doy un paso rápido hacia adelante, agarro
su muñeca y la atraigo hacia mí, ignorando la rigidez enojada en su
cuerpo mientras moldeo sus caderas contra las mías. Con mi mano libre,
agarro su moño mojado en mi puño, inclinando su cabeza hacia atrás, y
luego bajo la cabeza y la beso.
Su boca es dulce y ligeramente mentolada, como si se hubiera
cepillado los dientes. Sus labios se separan en un jadeo sobresaltado, e
inhalo su cálido aliento, poseyendo su aire como quiero poseer todo sobre
ella. Quiero su cuerpo y su mente, su furia y su alegría. Y, sobre todo,
quiero su amor, lo único que tal vez nunca me dé.
Mi lengua invade su boca, acariciando las profundidades húmedas
y sedosas, y sus dedos se clavan en mis costados debajo de la chaqueta,
sus uñas afiladas a través de la capa de algodón de mi camisa. El
pequeño bocado de dolor sacude mis terminaciones nerviosas, enviando
más sangre a mi polla, y mis bolas se tensan, la necesidad de follarla tan
intensa que casi la arrojo a la cama y jalo esos pantalones de chándal
ridículamente holgados. Solo el saber que mis hombres están esperando
abajo me impide hacerlo.
La quiero demasiado para un rapidito de dos minutos.
Con un esfuerzo sobrehumano, la libero y retrocedo, respirando
con dificultad. Sara se ve de la misma manera que yo, con los ojos
pesados y la cara sonrojada mientras toma aire, aturdida.
—Baja antes de que los huevos se enfríen —le digo con voz tensa,
desabrochando mis vaqueros para ajustar la presión dolorosa en mis
pantalones—. Estaré allí en un minuto.
Se da vuelta y huye antes de que termine de hablar, y cierro los
ojos, respiro hondo y pienso en los inviernos siberianos para hacer que
mi erección disminuya.
Traducido por -queen-ari-
Corregido por Lizzy Avett’

Cuando bajo, los compañeros de equipo de Peter ya están sentados


en la mesa rectangular de madera, con los ojos fijos en la sartén grande
que se encuentra en el medio. Uno de ellos, el que está vestido de negro,
con el cabello hasta los hombros y una espesa barba oscura, levanta la
vista cuando me acerco.
—¿Dónde está Peter? —pregunta, frunciendo el ceño. Su acento
ruso es solo un poco más pronunciado que el de Peter—. La comida se
está enfriando.
—Ya viene —le digo, el calor en mis mejillas se intensifica a medida
que las cejas del hombre barbudo se arquean. Probablemente pueda decir
lo que pasó arriba por mis labios hinchados, si no mi tembloroso estado
interior. Mis rodillas literalmente temblaban mientras bajaba los
escalones, y estoy agradecida de que la camisa de Peter esté suelta y
gruesa, ocultando las puntas duras de mis pezones.
Si mi secuestrador hubiera elegido follarme, no habría podido decir
que no, y el conocimiento me llena de vergüenza.
—Anton, estás siendo grosero —dice un hombre alto de cabello
castaño con una sonrisa suave. A diferencia de su colega barbudo, que
podría haber salido directamente de una película de acción sobre
asesinos, este tipo no se vería fuera de lugar en un bufete de abogados.
Su corto cabello castaño está cortado a la moda, su cara está bien
afeitada, y apostaría cien dólares a que su camisa sutilmente a rayas con
botones y sus pantalones grises están hechos a medida. Solo sus fríos
ojos verdes ocultan la pulcra imagen corporativa; son duros y sin
emociones, no tocados por la sonrisa que curva sus labios.
—Olvidaste presentarte —continúa el hombre bien vestido,
hablando con Anton con un acento similar. Girándose hacia mí, señala a
su amigo barbudo y dice—: Sara, conoce a Anton Rezov. Solía volar
cualquier cosa con un motor en nuestro antiguo trabajo, y todavía es útil
ocasionalmente. Y yo soy Yan Ivanov. Ah, y este es mi hermano, Ilya.
Dirijo mi atención al tercer tipo, el hermano de Yan, y me doy
cuenta de que él fue quien me habló antes, explicando por qué este lugar
es un buen escondite. Se ve como el más aterrador de todos, con un torso
grueso como un fisiculturista, un cráneo afeitado cubierto por tatuajes y
una mandíbula de gran tamaño que me hace pensar en un gorila. Pero
cuando me sonríe, las esquinas de sus ojos verdes se arrugan,
suavizando la dureza de sus rasgos.
—Encantado de conocerla, doctora Cobakis —dice con un acento
un poco más grueso y se levanta para sacar una silla para mí.
—Gracias. También es un placer conocerte —le digo, sentándome
en la silla. Debería odiar a cada uno de estos hombres, después de todo,
son accesorios para mi secuestro y el asesinato de mi esposo, pero algo
sobre la sonrisa genuina del ruso y la forma respetuosa en que se dirigió
a mí hace que sea imposible volver mi ira hacia él.
Lo reservaré todo para el hombre que baja las escaleras en este
mismo momento, con su hermoso rostro oscuro y cerrado.
—Finalmente —dice Anton con entusiasmo cuando Peter llega a la
mesa y se sienta a mi lado. Alcanzando la sartén en el centro de la mesa,
Anton corta un trozo de la tortilla y la pone en su plato—. Estoy tan listo
para comer.
—Sírvete tú mismo. —La voz de Peter está llena de sarcasmo que
parece pasar por encima de la cabeza de Anton. Los hermanos Ivanov
muestran mejores modales en la mesa, esperando hasta que Peter ponga
una porción en mi plato y luego la suya antes de dividir el resto.
Comemos en silencio, devoramos la tortilla en cuestión de minutos,
y luego Peter se levanta y corta unas naranjas. —¿Postre? —pregunta
brevemente, y los muchachos brincan ansiosamente ante la oferta. No
digo nada, pero Peter me trae un tazón con una naranja en rodajas de
todos modos.
—Gracias —digo en voz baja. Incluso en esta situación jodida, las
reglas de cortesía que me inculcaron desde la infancia son difíciles de
romper. Alcanzando el tazón, saco una rodaja de naranja y la muerdo,
saboreando la dulce y refrescante jugosidad. Debo haber tenido un nivel
bajo de azúcar en la sangre además de todo lo demás, porque ahora que
he comido, me siento un poco mejor, la sensación de desesperación se
disipó lo suficiente como para dejarme pensar.
Sí, a primera vista, mi situación no es la mejor. Mientras
volábamos, no vi nada parecido a una civilización en las inmediaciones
de esta montaña, solo acantilados y espesos bosques, con nieve todavía
cubriendo algunas de las cimas de las montañas cercanas. Incluso si
logro escapar de los cuatro asesinos, salir de aquí no será fácil. He ido a
acampar exactamente una vez en mi vida, y estoy lejos de ser una experta
en la naturaleza. Sin mencionar que, si llego a alguna granja o pueblo
cercano, aún enfrentaré el desafío de comunicar mi situación a personas
que tal vez no hablen una palabra de inglés.
Sin embargo, no es tan desesperado como podría ser. Parece que
Peter tiene la intención de dejarme contactar a mis padres pronto, y existe
la posibilidad de que pueda comunicarles mi ubicación a ellos, y por lo
tanto al FBI. Además, no estoy atada ni restringida. Por lo que puedo
decir, tengo la libertad de deambular por la casa, lo que aumenta mis
probabilidades de escapar. Si soy inteligente y cuidadosa, incluso podría
robar algo de agua y suministros, en caso de que mi caminata en la
montaña tome un par de días.
No todo está perdido. De una forma u otra, arreglaré mi error y
regresaré a casa.
Mientras tanto, tengo que asegurarme de no empeorar las cosas
haciendo algo estúpido... como enamorarme de mi captor.
Después del desayuno, subo a la habitación y me quedo dormida
de inmediato, el cambio de hora combinado con un coma alimentario me
produce somnolencia a pesar de mi larga siesta en el avión. Me despierto
cuando escucho que se enciende el helicóptero, y a través de la ventana
gigante, veo que despega del helipuerto al lado de la casa.
¿Tuvieron que ir a ver suministros? ¿Una misión de trabajo? No
tengo idea, pero si Peter se fue con el helicóptero, eso solo puede ser algo
bueno.
Desafortunadamente, lo veo abajo cuando bajo unos minutos más
tarde, después de haber salpicado un poco de agua en mi cara para
despertarme por completo. Está sentado en un taburete detrás del
mostrador de la cocina, frunciendo el ceño ante algo en la pantalla de
una computadora portátil. Cuando me acerco, veo auriculares en sus
oídos.
Está escuchando algo en la computadora.
Al darse cuenta de mí, se quita los auriculares y presiona un botón
en el teclado, probablemente para detener lo que esté escuchando.
—¿Son las imágenes de la cámara de la casa de mis padres? —
pregunto, y mi corazón se acelera cuando Peter asiente.
—Sí. El FBI los visitó. —Su expresión es cuidadosamente neutral.
—¿Y? —Me siento en un taburete junto a él, con mis hombros
tensos—. ¿Qué les dijeron?
—Es... interesante. —Los ojos de Peter brillan cuando se da vuelta
para mirarme—. Parece que la historia que les contamos a tus padres es
coherente con las sospechas de los federales.
Lo miro fijamente, mi pulso se acelera aún más. —¿Creen que me
fui voluntariamente contigo?
Cierra la laptop. —Esa parece ser la suposición bajo la cual operan,
especialmente ahora que tus padres les contaron sobre tu llamada
telefónica. Pero creo que Ryson sospechaba tu participación conmigo
antes de eso, probablemente porque no le dijiste a Karen sobre mí en el
vestuario.
Mis manos se anudan en mi regazo. Esto es bueno y malo. No
quiero que el FBI piense que estoy confabulada con uno de sus más
buscados, pero al mismo tiempo, me siento aliviada. Esto es
infinitamente mejor que mi familia crea que he sido secuestrada. —
Entonces ¿cómo reaccionaron mis padres? ¿Estaban preocupados?
¿Trastornados? ¿Mi papá...?
—Se lo tomaron bien. —La dura línea de la mandíbula de Peter se
suaviza un poco—. Obviamente están conmocionados y perturbados de
que estés involucrada con alguien desagradable, pero Ryson estuvo muy
callado sobre quién soy y por qué me persiguen. Creo que le preocupa
que la historia se filtre a los medios.
Eso tiene sentido. El FBI, o la CIA, o quien haya inventado la
mentira acerca de que la mafia perseguía a mi esposo, no querrían
exponer lo que realmente sucedió en Daryevo. Si Peter tiene razón sobre
el error que condujo a la masacre de su familia, las partes involucradas
lucharían con uñas y dientes para evitar que se sepa la verdad.
El público tiende a fruncir el ceño ante la matanza de civiles
inocentes.
—¿Entonces mi papá está bien? —presiono, dejando a un lado el
recuerdo de las horribles imágenes en el teléfono de Peter—. ¿No parecía
enfermo ni nada?
—Tus padres se veían bien, perfectamente sanos. —La expresión
de Peter se calienta aún más cuando sus palmas cubren mis manos
fuertemente apretadas―. Estarán bien, ptichka. Son fuertes, como tú. Y
podrás contactarlos pronto. Anton y Yan se fueron en una vuelta rápida
por suministros, y cuando regresen, tendremos lo que necesitamos para
establecer una conexión segura. Hablarás con tus padres, los
tranquilizarás y estarán bien. —Aprieta mis manos suavemente—. Todo
estará bien.
Aparto mis manos, mis ojos pican con un repentino ataque de
emoción. Esto, aquí mismo, es lo que hace que las cosas sean tan
confusas. Se supone que un hombre que te secuestra no debe
preocuparse por tu familia, mucho menos que le importen tus
sentimientos. Lo que Peter me hizo, todo lo que me hizo, son las acciones
de un monstruo cruel y egoísta, pero cuando está conmigo, mirándome
así, es fácil creer que me ama, que, en su propia extraña y abrumadora
manera, quiere hacerme feliz.
Alejando el peligroso pensamiento, controlo mis emociones
rebeldes y me concentro en el tema en cuestión. —Pero ¿qué dijo
exactamente el FBI? ¿Y cómo respondieron mis padres a lo que les
dijeron? Deben haber tenido un montón de preguntas…
—Las tenían, pero todo lo que Ryson les dijo es que están buscando
al hombre que está contigo, y no pueden revelar por qué. En su mayor
parte, él y los otros agentes interrogaron a tus padres, analizándolos
sobre los detalles de tu llamada telefónica, si hiciste o dijiste algo inusual
en los últimos meses, por qué detuviste la venta de la casa, y así
sucesivamente.
—Correcto. —Porque ahora sospechan de mí. Piensan que estoy
teniendo una aventura con el asesino de mi esposo, que, en cierto modo,
lo estoy. Un asunto involuntario, claro, pero eso no cambia los hechos.
Podría haber ido al FBI en cualquier momento, explicar la situación y
pedir su protección, pero en cambio, me convencí de que sería más
seguro para mis padres si manejaba a mi letal acosador por mi cuenta.
¿Y quién sabe? Quizás tenía razón. Dada la incapacidad de las
autoridades para proteger a los demás en la lista de Peter, él podría
habernos encontrado a mí y a mis padres si hubiéramos tratado de
desaparecer. Y luego más personas podrían haberse lastimado, si no mi
familia, entonces los agentes asignados para protegernos.
Los tres guardias que vigilaban a George terminaron con balas en
la cabeza.
—¿Puedo ver el video yo misma? —pregunto, apartando el horrible
recuerdo, y Peter asiente.
—Si quieres. Te lo prepararé en el televisor más tarde hoy. —Agita
la mano hacia la gran pantalla plana que cuelga en la sala de estar—.
Mientras tanto, tengo que ponerme al día con algo de trabajo, así que
siéntete libre de caminar y explorar.
Parpadeo, incapaz de creer que pueda ser tan fácil. —Está bien, lo
haré —le digo, tratando de ocultar mi emoción.
Si se me permite explorar por mi cuenta, puedo escapar tan pronto
como hoy mismo.
Recordando mis pies descalzos, bajo la mirada y muevo los dedos
de los pies. —¿Crees que me puedas prestar unos zapatos? —le pregunto
tan casualmente como puedo.
—Yan te comprará todo hoy, pero puedes intentar usar mis
zapatillas por ahora. Si las atas lo suficientemente fuerte, no deberían
caerse.
—Está bien, lo intentaré, gracias. —Me deslizo fuera del taburete y
me apresuro hacia las escaleras, ansiosa por continuar con mi
exploración.
—Ah, y ¿Sara? —Peter grita cuando estoy casi por la escalera.
Cuando me giro para mirarlo, dice—: Si sales, lleva a Ilya contigo. No
conoces el área y hay acantilados por todas partes. No quieres caer.
Y ajeno a mi desinflada emoción, abre la computadora portátil, su
atención una vez más en la pantalla.
Traducido por Dakya
Corregido por Lizzy Avett’

Envuelta en la gruesa sudadera de Peter que me llega hasta las


rodillas, y usando las gigantes zapatillas deportivas de Peter, camino con
cuidado por el bosque, Ilya a mi lado. Me está hablando, diciéndome algo
sobre la vegetación local, pero solo escucho a medias, concentrándome
en memorizar el camino hacia el sendero que vi hacia el oeste. Es lo
suficientemente ancho como para dejar pasar un vehículo y parece
conducir por la montaña.
—… pero fue bloqueado por el deslizamiento de tierra —retumba
Ilya, y pongo atención, dándome cuenta de que me está diciendo algo útil.
—¿Un deslizamiento de tierra?
Su cabeza rapada se menea. —Sí, del terremoto. Tuvo un gran
impacto aquí, cambió completamente esta montaña.
—¿De qué manera? —pregunto, abrazándome para acercar la
sudadera a mi cuerpo. Aquí hay menos viento entre los árboles que en la
casa, pero aún hace frío por la gran elevación. Hemos estado caminando
en círculos alrededor de la casa durante casi una hora, y estoy lista para
volver adentro, donde es cálido.
De todos modos, con el asesino ruso pisándome los talones, no voy
a escapar hoy; y cuando lo haga, tendré que asegurarme de que estoy
vestida adecuadamente.
—¿Además de bloquear el camino, quieres decir? —pregunta Ilya,
y yo asiento, frunciendo el ceño. Espero que no se refiera al camino que
acabo de ver. Hasta ahora, es lo único que noté que se parece a una
carretera. Si está bloqueado, tendré que caminar por el bosque, una
propuesta mucho más dudosa.
Ilya se detiene y señala un acantilado en el lado opuesto del lago
debajo de nosotros. —¿Ves eso? Era una pendiente gradual antes. Y hay
muchos así en esta montaña también. Muy peligroso. El bosque llega
hasta el borde de algunos de estos acantilados, de manera que si no miras
a dónde vas…
—Correcto. Peligroso. Entiendo. —Eso solo refuerza mi convicción
de que necesito estar bien preparada antes de intentar escapar. Lo último
que quiero es caerme de un acantilado. Tendré que tomarme un par de
días para conocer el área, explorarla un poco más para poder saber a
dónde voy. Quizás descubra más sobre esta región y sepa cuál es el
asentamiento más cercano o el lugar que me permita llamar a la
Embajada de los EE. UU.
De cualquier manera, tengo que ser inteligente sobre mi fuga, para
no perder la poca libertad que poseo.
Cuando volvemos a la casa, estoy temblando y las puntas de mis
orejas se sienten como carámbanos. Peter no se ve por ninguna parte, así
que subo las escaleras y corro por un baño caliente, pensando que eso
debería calentarme.
La alta bañera blanca tiene una forma inusual: cuadrada y
estrecha pero profunda, con un escalón incorporado en el interior. No
puedo acostarme como en mi bañera ovalada en casa, pero puedo
sentarme en el escalón y hacer que el agua me cubra hasta el cuello. De
hecho, es más cómodo de esta manera, decido, cerrando los ojos a medida
que el calor del agua se filtra en mi interior, ahuyentando el frío y la
tensión en mis músculos. No iría tan lejos como para describir mi estado
actual como relajado, pero definitivamente me siento mejor.
Si no estuviera aquí en contra de mi voluntad, casi lo consideraría
unas vacaciones.
—¿Te gusta la bañera japonesa? —murmura una voz profunda y
familiar detrás de mí, y mis ojos se abren cuando manos fuertes
descienden sobre mis hombros, masajeando mi piel resbaladiza. Al
instante, mi pulso salta, la sensación de relajación da paso a la confusa
mezcla de ira, anhelo y miedo que siempre experimento ante la presencia
de Peter.
Girándome, envuelvo mis brazos alrededor de mi torso en tanto me
alejo de su alcance. Me ha visto desnuda cientos de veces, pero todavía
siento conflicto acerca de esta intimidad entre nosotros, aún muy
consciente del puro error de todo. Porque si nuestra relación
anteriormente ya era retorcida, es doblemente ahora que mi acosador, el
hombre que me ahogó en nuestro primer encuentro, es mi captor.
Estoy completamente en su poder, y ambos lo sabemos.
Se para junto a la bañera, con sus grandes manos bronceadas
apoyadas en el borde de porcelana. Las mangas de su camisa térmica
están enrolladas, exponiendo los tatuajes que decoran su brazo
izquierdo. La tinta va desde la muñeca hasta el hombro, y los intrincados
diseños se flexionan con cada ondulación de sus músculos bien
definidos. Su espeso cabello oscuro está despeinado, como si acabara de
pasar sus dedos por él, y su dura mandíbula está ensombrecida por un
toque de rastrojo.
Se ve peligroso, y tan inflexiblemente masculino que mis entrañas
se tensan. Sexy es una palabra demasiado débil para describir a Peter
Sokolov; lo que posee es puro magnetismo animal, un atractivo crudo y
áspero masculino que habla de algo inquietantemente primitivo dentro
de mí.
Con esfuerzo, cierro la puerta mental a ese pensamiento y me alejo
todo lo que la bañera me permite. —Por favor vete. Me estoy bañando.
—Puedo ver eso. —Su mirada viaja por mi cuerpo antes de volver a
mi cara, sus ojos metálicos oscuros por el hambre—. ¿Y qué?
—Entonces déjame en paz. —Hago lo mejor que puedo para
mantener su mirada sin pestañear—. ¿A menos que la privacidad no sea
algo que se les permita a tus prisioneros?
Sus ojos se entrecierran, sus dedos se tensan en el borde de la
bañera. Con un tono de voz suave dice—: A mis prisioneros no se les
permiten muchas cosas, entre ellas el bañarse. Sin embargo, mi mujer
puede hacer lo que quiera, siempre y cuando comprenda un hecho
simple.
—¿Y qué es eso?
—Que ella es mía. —Retrocede, y antes de que pueda responder, se
saca la camiseta sobre la cabeza y la deja caer al suelo antes de quitarse
los calcetines. Luego se desabrocha el cinturón y se desabrocha los
vaqueros.
Respiro hondo, mis brazos se tensan alrededor de mis senos. —
¿Qué estás haciendo?
—¿Cómo se ve? —Se quita los vaqueros, luego hace lo mismo con
sus calzoncillos, revelando una polla gruesa y dura que se curva hasta
su abdomen. La vista me inunda de adrenalina incluso cuando el calor
desagradable se acumula entre mis piernas.
No puedo hacer esto con él. No otra vez.
—No voy a tener sexo contigo. —El agua salpica el borde de la
bañera cuando me pongo de pie, sin importarme que me esté viendo
desnuda.
Tengo que salir, alejarme.
Peter me agarra del brazo antes de que pueda balancear mi pierna
sobre el borde, y luego entra en la bañera, su gran cuerpo me apiña en el
pequeño espacio cuadrado a medida que me empuja hacia el agua. Más
agua salpica sobre el borde, desplazada por su peso, y jadeo cuando me
encuentro en el regazo de Peter, mi espalda presionada contra su pecho
y su erección acurrucada entre mis nalgas. En pánico, empiezo a luchar,
y él me pasa un brazo alrededor de la caja torácica, sosteniéndome en su
lugar.
—Oh, ptichka... —Su voz se burla suavemente en mi oído—. ¿Quién
dijo algo sobre el sexo?
Sus dientes rozan el lóbulo de mi oreja, y su mano libre cubre mi
pecho, su pulgar acaricia posesivamente mi pezón duro y dolorido. Me
congelo, aferrándome a la banda musculosa de su brazo mientras mi
corazón late contra mis costillas. No le tengo tanto miedo como me
aterroriza mi propia reacción, la forma en que mi cuerpo se derrite y se
suaviza con su toque. Y esto es mucho más que tocar. La polla de Peter
es como un poste de acero entre mis nalgas, sus bolas presionan contra
mi sexo, y su pulgar está torturando mi pezón en tanto su lengua invade
mi oreja, haciéndome temblar de indefenso placer.
Es posible que no tengamos relaciones sexuales en la estricta
definición de la palabra, pero el efecto neto es igual de devastador.
—Peter, por favor… —Continúo luchando, desesperada por escapar
antes de perder de vista lo que importa. El agua hace que nuestros
cuerpos estén resbaladizos, mejorando la sensación erótica de la piel
rozándose contra la piel a medida que estiro inútilmente de su brazo. —
Por favor, detente…
—¿Detener qué? —Su aliento calienta mi cuello cuando su mano
deja mi pecho y viaja más abajo, hacia donde mis músculos están tensos,
mi carne palpita y sufre por su toque—. Esto. —Me lame la oreja, y se me
pone la piel de gallina—. ¿O esto? —Sus dedos callosos se abren en mis
pliegues y presionan contra mi clítoris en tanto me penetra con su dedo
medio, empujando hasta el primer nudillo. Mis uñas se clavan en su
antebrazo, mis músculos internos se tensan con avidez ante la intrusión
superficial, y él se ríe cuando un leve gemido escapa de mis labios. Quiero
decirle que pare todo, pero mi mente se queda en blanco cuando sus
dedos se mueven más atrás, más allá de mi sexo. Oh, Dios, seguramente
no está...
Su dedo encuentra el apretado anillo muscular entre mis nalgas y
presiona contra la pequeña abertura. —Ah, sí —murmura, su voz oscura
y pecaminosamente suave cuando me tenso por la presión punzante—.
Quizás es esto lo que quieres que pare. ¿Estoy en lo cierto, ptichka? —La
presión sobre mi ano se alivia cuando su dedo frota la piel fuertemente
apretada, como para calmar el intento de violación—. ¿Eres virgen aquí,
mi amor?
El cariño me confunde casi tanto como las sensaciones extrañas
que se disparan por mi cuerpo. Algo parecido a la simpatía calienta su
voz profunda y aguda, pero también puedo escuchar la lujuria en ella, un
hambre teñida de tenebrosa posesividad. Le gusta, la posibilidad de que
él sea el primero en esto, y el conocimiento intensifica la tensión en
espiral dentro de mí, el calor traicionero que late en mi núcleo. No debería
encontrar esto intrigante, no debería desearlo de ninguna manera, pero
no puedo negar una cierta curiosidad perversa. En un momento, cuando
George y yo aún salíamos, mencioné la idea del sexo anal, pero él parecía
desinteresado y nunca lo volvimos a discutir.
Soy virgen en eso, pero si lo admito ante mi captor, probablemente
no lo sea por mucho tiempo.
Recogiendo las piezas desmoronadas de mi fuerza de voluntad,
estiro de su mano atormentadora con todas mis fuerzas. —Solo detente.
Para mi sorpresa, Peter me hace caso, retirando su mano y
levantando su otro brazo. —Entonces, ve. —Su voz suena tensa—. Vete.
Salgo de la bañera, me tiemblan las piernas. Mis pies mojados se
deslizan sobre el azulejo frío cuando salgo corriendo del baño, apenas
deteniéndome para tomar una toalla en el camino, y no es hasta que estoy
parada en la habitación, completamente vestida y con la toalla envuelta
alrededor de mi cabello mojado que mi corazón frena sus latidos
frenéticos.
Me dejó ir. Debería alegrarme por el indulto, pero me siento
extrañamente inquieta y frustrada en más de un sentido. Una vez más,
mi torturador finge que tengo otra opción, como si fuera una relación
normal en la que puedo decir que no. Y quizás pueda, al menos por un
tiempo. Hasta ahora, no me ha forzado físicamente. Pero no me engaño
a mí misma. Puede hacer lo que quiera conmigo y, eventualmente,
terminaré en su cama, ya sea a través de formas más sutiles de coerción
o mi propia falta de fuerza de voluntad.
Casi preferiría que me obligara, porque entonces yo también podría
fingir.
Me imagino que soy normal y cuerda, una mujer que odia al
hombre que arruinó su vida en lugar de desearlo.
Traducido por Tolola
Corregido por Lizzy Avett’

Sara me evita hasta la hora del almuerzo, que es lo mejor. Mi


autocontrol se está desgastando, la oscuridad arañando hasta la
superficie. Quiero follármela y, al mismo tiempo, quiero someterla y
castigarla, hacerle entender que es mía.
Quiero llevarla al límite y presionarla, sin importar lo que le haga.
—No lo hagas, hombre —dice Ilya en voz baja en tanto termino de
preparar el sándwich de Sara. Se está haciendo su propio sándwich a mi
lado—. Lo que sea que estés pensando, te arrepentirás.
Le enseño los dientes con una sonrisa sin humor. —¿En serio?
¿Ahora eres un maldito psíquico?
—No, pero no creo que estés pensando con claridad. Ella no se
merece esto. —Sumerge un cuchillo de mantequilla en un frasco de
mayonesa—. Lo menos que puedes hacer es darle un poco de tiempo.
Me imagino agarrando el cuchillo y aplastando la tráquea de Ilya
con él. Es demasiado aburrido cortarle la garganta, pero haría un gran
trabajo asfixiándolo hasta la muerte. Por suerte para mi compañero de
equipo, no dice nada más, y me voy de la cocina con el plato de Sara.
La encuentro arriba, en el vestidor de una de las habitaciones de
huéspedes vacías. Silenciosamente, me detengo en la entrada y la
observo, fascinado por la visión de su ágil y grácil cuerpo doblándose y
retorciéndose a medida que abre y cierra los cajones uno por uno. No hay
nada en ese tocador, pero Sara no se detiene hasta que revisa cada cajón.
Sólo entonces se da la vuelta y se sobresalta, gritando de asombro.
—Peter. —Presiona la mano contra el pecho, como si su corazón
corriera el riesgo de estallar—. No te vi allí de pie. —Su voz suena sin
aliento, incluso cuando hace un intento visible de recomponerse—. ¿Qué
estás...?
—Te traje el almuerzo. —Entro en la habitación, sosteniendo el
plato—. Imaginé que debías tener hambre. —Mi tono es frío, a diferencia
del fuego que arde en mi sangre. El solo hecho de verla así, todavía
vestida con mi ropa demasiado grande, me hace querer clavarla contra la
pared y follarla tan fuerte que ambos terminaríamos en carne viva y
sangrando.
Con cuidado, toma el plato y retrocede, como si sintiera la violencia
que hierve a fuego lento dentro de mí. Mientras lo hace, se muerde
nerviosamente el labio inferior, y me imagino haciendo lo mismo,
rompiendo la tierna piel rosada con mis dientes en tanto reclamo esa
boca suave, probándola, consumiéndola hasta que satisfaga la lujuria
que me quema vivo.
—¿No vas a comer? —pregunta con recelo, poniendo el plato sobre
el tocador, y yo sacudo la cabeza, mis ojos siguen cada movimiento suyo.
Probablemente la esté asustando con la intensidad de mi mirada, pero
no puedo evitarlo. Me siento como un depredador al borde, el hambre
dentro de mí tan salvaje y oscuro que apenas se asemeja a algo tan básico
como un impulso sexual. Es más bien una necesidad compulsiva de
poseerla, de doblegarla a mi voluntad y hacerla mía tan completamente
que nunca pensaría en buscar cosas que la ayudaran a escapar.
—Ya comí —respondo y, aunque mi voz suena ligeramente ruda,
no refleja ni una fracción de lo que siento. Racionalmente sé que Ilya tiene
razón, que tengo que darle tiempo a Sara para que se adapte y acepte su
nueva vida conmigo, pero todo dentro de mí exige que la agarre y la haga
admitir que me necesita... que, a pesar de todo, también me ama.
Aparto el pensamiento, pero no antes de que me llene de anhelos
agonizantes. Porque eso es lo que importa, lo que más deseo de ella. Más
allá de la frustración de la lujuria insatisfecha, más allá del escozor de
su rechazo, es el ansia aguda e irracional que me desgarra por dentro y
pincha al monstruo que llevo dentro.
Quiero que Sara me ame, y no sé cómo hacer que eso suceda.
—De acuerdo. Um, gracias. —Su mirada se desplaza de mí al plato
y luego de vuelta a mi cara—. Lo bajaré cuando termine, ¿de acuerdo?
Esa es mi señal para que me vaya, pero a la mierda con eso. Se
siente incómoda conmigo después de lo que pasó en la bañera y, de
repente, me alegro por ello. Alguna parte sádica de mí quiere que se
retuerza, que se pregunte si finalmente voy a cruzar esa línea y
reclamarla por encima de sus objeciones fingidas.
—Está bien. —Mi tono es exageradamente agradable cuando
camino hacia la cama en medio de la habitación y me siento en el borde,
cruzando las piernas por los tobillos—. Puedo esperar.
Sara parpadea y luego parece que se pone dura. —¿En serio? ¿Te
vas a quedar ahí sentado? ¿No tienes algo mejor que hacer, como torturar
a unos inocentes?
—Eso está programado para la tarde. —Le doy una sonrisa dura—
. Por ahora, sólo tú.
Se le tensa la cara, pero agarra el plato y recoge el sándwich. Al
morderlo, mastica y traga demasiado rápido, y luego arranca otro trozo
grande con sus dientes rectos y blancos.
—No te ahogues —le aconsejo ligeramente cuando acelera aún más
su ritmo al tercer mordisco—. No tenemos un médico a mano, sabes.
Bueno, excepto por ti, pero eso no ayudaría mucho si eres quien se pone
morada.
Sara tiene los ojos entrecerrados, pero no se detiene. Demuele el
resto del sándwich con el mismo ritmo furioso, luego toma el plato vacío
y lo empuja hacia mí. —Aquí. He terminado.
—Bien. Ahora tráelo aquí. —Acaricio la cama a mi lado.
Su mandíbula se tensa; luego una sonrisa inesperadamente dulce
curva sus labios. —Oh, ¿quieres este plato ahí?
Sus ojos revelan su intención medio segundo antes de que balancee
el brazo hacia atrás, y me agacho cuando el plato golpea la pared
directamente detrás de mí, rompiéndose en mil pedazos. Fragmentos de
lluvia de cerámica caen sobre la cama que me rodea, mezclados con
migajas de pan.
Como si se diera cuenta de lo que ha hecho, Sara se inclina hacia
la izquierda, hacia la puerta, sus ojos fijos en mí con la misma expresión
cautelosa que tenía después de abofetearme. Entonces la perdoné,
porque sabía que se hallaba conmocionada y abrumada, pero no voy a
seguir aguantando esto.
Si Sara quiere convertirme en un villano, estaré encantado de
complacerla.
—Vas a limpiar esto. —Mi voz es dura como el hielo cuando me
pongo en pie, sacudiendo fragmentos de platos rotos de mis mangas—.
Esta habitación va a estar perfectamente limpia de nuevo, ¿me
entiendes?
Me mira fija y desafiantemente, luchando con el sentido de
autoconservación en su mirada. El sentido común le dice que retroceda
y haga lo que le diga, pero no quiere rendirse tan fácilmente. Claro que,
su barbilla sube. —¿O qué? ¿Vas a estrangularme? ¿Amenazarme con un
cuchillo? ¿Secuestrarme? Oh, espera, ya has hecho todo eso.
A pesar de la bravuconería de sus palabras, sus manos tiemblan
visiblemente cuando las mete en el bolsillo delantero de su sudadera. Si
fuera un hombre mejor, me retiraría en este punto, la dejaría tener esta
pequeña victoria. Pero no es la única enojada hoy; siento la rabia dentro
de mí como una bestia viviente, oscura y potente, alimentada por su
rechazo y el conocimiento de que tal vez nunca obtenga lo que realmente
quiero de ella.
Si no puedo tener su amor, me conformaré con su odio.
—Oh, ptichka... —Me acerco, disfrutando del brillo del miedo en
sus ojos mientras se mueve instintivamente hacia la puerta. Antes de que
pueda dar más de un paso, me detengo delante de ella y le corto la
retirada. Levantando la mano, aparto el cabello de su rostro y me inclino,
inhalando su dulce aroma a medida que bajo la cabeza y murmuro contra
su oído—: ¿No has aprendido a no jugar a estos juegos conmigo?
Oigo cuando traga y, cuando levanto la cabeza para mirarla, veo
que su pecho está subiendo y bajando a un ritmo rápido. Está asustada,
mi Sara, y por una buena razón.
Ni siquiera estoy seguro de lo lejos que llegaré hoy.
Sus labios se separan, como para ofrecer una negación, y vuelvo a
inclinar la cabeza, poseyendo esa boca suave y temblorosa con toda el
hambre violenta que despierta en mí. Mis manos se deslizan por su
cabello, sosteniendo su cabeza en su sitio, y me trago su grito de protesta
cuando sus brazos suben, sus delgados dedos curvándose alrededor de
mis muñecas en un esfuerzo inútil para alejarlas.
Como siempre, es deliciosa, el interior de su boca es como seda
caliente y húmeda. Su esbelto cuerpo se arquea contra mí cuando la
apoyo contra el tocador, aplastando mi erección contra su estómago
plano, y sus pechos hinchados se presionan contra mí, sus pezones
tensos en pequeños picos duros. Puedo oírla respirar rápidamente y sé
que, si meto la mano en sus pantalones, encontraría que está húmeda
por mí, deseándome.
Su cuerpo, al menos, se siente atraído por mí.
Necesito de toda mi fuerza de voluntad para levantar la cabeza y
dar un paso atrás, liberarla en lugar de devorarla en el acto. Pero lo hago,
porque tenemos que arreglar esto de una vez por todas.
—¿Quieres saber qué más puedo hacerte, ptichka? —Mis palabras
salen bajas y roncas, cubiertas con la lujuria y la ira que incineran mis
entrañas—. ¿Quieres saber qué pasará si me presionas demasiado?
Los ojos de Sara están muy abiertos, su pecho se agita en tanto
intenta recuperar el aliento, y me acerco de nuevo, capturando su
delicada cara entre las palmas de mis manos mientras la miro. —
¿Quieres que te explique la realidad de tu situación? —continúo.
Traga de nuevo, y siento el temblor en sus manos cuando agarra
mis antebrazos. —Sí. —Su voz es apenas un susurro, pero todavía hay
una pizca de rebeldía en su mirada avellana—. Sí, lo quiero.
Mis labios se curvan, y hasta yo puedo sentir la oscuridad en esa
sonrisa. —Oh, ptichka, ¿por dónde empiezo?
Traducido por Anna Karol & IsCris
Corregido por Joselin

Descubierta. Atrapada.
Incluso mientras sostengo la mirada de Peter, resistiendo el
impulso de apartarla de las hipnóticas profundidades plateadas, puedo
sentir que mi fuerza se deshilacha, mi resolución de luchar se agota.
Nunca me he sentido más prisionera que en este momento, jamás he sido
tan consciente de mi vulnerabilidad. No me está haciendo daño, sus
grandes palmas acunan mi cara con exquisita gentileza, pero esos ojos
metálicos cuentan una historia diferente.
Estoy a merced de mi torturador, y eso no le molesta.
—Comencemos con lo básico —murmura, y cierro los ojos cuando
baja la cabeza, pasando los labios por mi frente antes de levantarla para
mirarme de nuevo. En circunstancias normales, el tierno beso sería
desarmador, pero mis nervios vibran como un tenedor finamente
sintonizado mientras baja sus manos hacia mis hombros y dice
suavemente—: Tu vida anterior terminó, Sara. Te dejé vivirla todo el
tiempo que pude, pero ya se acabó. Tendrás que aceptar eso. Y la
transición puede ser fácil para ti... o difícil. Tú decides.
Mi pulso salta violentamente. —¿Qué quieres decir?
—La llamada telefónica de esta noche con tus padres, por ejemplo.
—Sus manos son suaves sobre mis hombros, incluso cuando sus ojos
brillan oscuramente—. No tengo que permitirlo, ya sabes. Tampoco
ningún otro contacto con alguien de tu antigua vida. Podrías
simplemente desaparecer, cortarlo de raíz. Eso podría ser aún mejor en
algunos aspectos. Te adaptarías más rápido si no tuvieras recordatorios
constantes de lo que perdiste y…
—No. —Se me escapa la palabra cuando mi estómago se retuerce
de pánico, el sándwich que acabo de comer amenaza con volver a
aparecer mientras agarro implorante su camisa—. Por favor, Peter, no
hagas esto. Tengo que hablar con mis padres. Tengo que tranquilizarlos.
Son demasiado viejos para preocuparse así. El corazón de mi papá no
puede soportarlo, ya lo sabes.
Inclina la cabeza. —¿Yo? Te dejé hablar con ellos en el avión, y tal
vez eso fue un error. Insistes en que te secuestré, te tomé en contra de tu
voluntad. Si ese es el caso, si eres mi cautiva y nada más, ¿por qué
debería correr el riesgo de dejar que te comuniques con alguien? Si sólo
eres mi prisionera, ¿por qué me tomaría la molestia y el riesgo de
tranquilizar a tu familia?
Lo miro, mi respiración es superficial en tanto mis manos caen sin
fuerzas a mis costados. Entiendo lo que quiere ahora, lo que siempre
quiso de mí, y sé que una vez más, no tengo más remedio que cumplir.
—Dijiste… —Mi voz se rompe cuando las lágrimas ácidas queman
el fondo de mis ojos—. Dijiste que soy tu mujer, que me amas. Así que no
soy sólo tu prisionera, ¿verdad?
La expresión de Peter no cambia. —No lo sé, Sara. Eso depende de
ti. —Me suelta los hombros y retrocede—. Dejaré que lo pienses mientras
limpias. La aspiradora y los artículos de limpieza están en la despensa de
abajo.
Y dándose la vuelta, sale de la habitación.
La habitación de invitados se encuentra impecable cuando termino
con ella, la cama perfectamente hecha y sin los pedazos más pequeños
de migajas y cerámica rota. El quehacer doméstico no es algo que
disfrute, en parte porque me lleva una eternidad debido a mis tendencias
perfeccionistas, pero el resultado final suele ser bueno.
En otra vida, habría sido una ama de casa decente.
Cuando estoy satisfecha con la limpieza de la habitación, llevo la
aspiradora abajo y busco a Peter. Es extraño, pero me siento un poco
más tranquila después de su ultimátum. Volvimos a donde estábamos
cuando su amenaza de secuestrarme colgaba sobre mi cabeza, excepto
que ahora es aún más simple.
No importa lo que diga Peter, soy su prisionera y sólo tengo una
opción.
Jugar y darle lo que quiere hasta poder escapar.
Encuentro a mi captor afuera, entrenando con Ilya en un pequeño
claro cerca de la casa. A pesar del clima frío, ambos hombres están sin
camiseta, sus torsos anchos y musculosos brillan de sudor en tanto dan
vueltas alrededor del claro, y de vez en cuando se golpean entre sí con un
golpe ultrarrápido. Sus movimientos me recuerdan a las artes marciales,
aunque no puedo identificar ningún estilo específico. Sea lo que sea, sin
embargo, es salvajemente hermoso, y me detengo, hipnotizada a pesar de
mí misma, cuando Peter se agacha bajo el puño de Ilya y lanza un furioso
contraataque, moviéndose tan rápido que apenas puedo seguirlo con la
mirada.
Deben haber estado calentando antes, porque lo que sigue es un
borrón de acción sin parar. Estoy bastante segura de que Peter lanza una
patada fuerte a la caja torácica de Ilya, y atrapo a Peter usando su
antebrazo para bloquear un golpe de Ilya que podría haber derribado un
oso. Aparte de eso, la lucha avanza a un ritmo tan furioso que no puedo
discernir cada movimiento individual, y mucho menos averiguar quién
está ganando o perdiendo. Todo lo que veo son dos poderosos animales
machos, sus músculos se curvan y ondulan a medida que la violencia
calienta el aire a su alrededor.
Después de aproximadamente un minuto, se detienen y se
separan, jadeando en tanto se rodean, y veo sangre goteando por el
pómulo de Ilya. No puedo ver sangre en Peter, así que supongo que eso
lo convierte en el ganador de esta ronda de locos. No me sorprende. A
pesar de que Ilya está construido como un tanque, carece de la gracia
letal de Peter, algo que hace que mi captor sea tan mortal. No tengo
ninguna duda de que el ruso calvo puede matar tan bien como
cualquiera, solo un golpe bien colocado de ese puño enorme
probablemente lo haría, pero Peter parece más peligroso, más
despiadado.
En una pelea a muerte, apostaría mi dinero por Peter cualquier día
de la semana.
Debo hacer algo para alertar a los hombres de mi presencia, pero
antes de que pueda, Peter mira en mi dirección y se detiene en seco. —
¿Sara?
—Um, sí. —Tomo un respiro para calmar mis latidos acelerados—.
Perdón por interrumpir, pero me preguntaba si podrías poner los videos
de mis padres en el televisor. Cuando termines aquí, quiero decir, no hay
prisa.
Estoy siendo más cortés para compensar mi arrebato anterior. La
verdad es que me muero por ver esos videos y asegurarme de que mis
padres estén bien, pero no ganaré nada haciendo demandas. Si hay algo
que aprendí en esa habitación de invitados, es que Peter Sokolov todavía
tiene todo el poder en nuestra jodida relación. Incluso cuando creo que
no tengo nada que perder, mi torturador encuentra una debilidad, una
forma de manipularme sin lastimarme, al menos físicamente.
Emocionalmente, me ha destruido diez veces.
—Está bien —dice Ilya y expone una amplia sonrisa que deja ver
sangre en sus dientes—. Creo que hemos terminado por hoy, de todos
modos.
Peter ni siquiera lo mira; todo su enfoque está en mí. —¿Limpiaste
la habitación? —pregunta, peinando su cabello humedecido en sudor.
Sus músculos se flexionan cuando baja el brazo, y me sorprendo mirando
la gota de sudor que corre por su abdomen plano y surcado.
Basta, Sara. No te comas con los ojos a tu secuestrador.
Con esfuerzo, llevo mi mirada a la cara de Peter. —Todo listo. —
Mantengo la voz tranquila a pesar de la clara provocación en sus
palabras—. Puedes comprobarlo si quieres.
Me mira por un segundo y luego asiente. —De acuerdo entonces.
Vámonos.
Se acerca, y me sonrojo cuando Ilya sonríe por la forma posesiva
en que Peter me agarra del brazo. Es irracional, pero lo que Peter y yo
compartimos se siente privado, como algún tipo de secreto entre
nosotros. Obviamente, los hombres de Peter son plenamente conscientes
de la naturaleza retorcida de mi relación con su jefe, después de todo, lo
ayudaron a acosarme y secuestrarme, pero una parte de mí aún se
encoge ante el conocimiento de que me están viendo así. Tal vez sea mi
aversión a ventilar la ropa sucia en público, pero preferiría que pensaran
que soy la novia de Peter y que estoy aquí por mi propia voluntad.
Ignorando a su compañero de entrenamiento, Peter me lleva hacia
la casa, manteniendo su control en mi brazo. Todavía está enojado
conmigo, puedo sentirlo, y estoy aliviada de que esté cumpliendo su
promesa sobre los videos.
Con un poco de suerte, cuando el resto de sus hombres regresen,
se calmará lo suficiente como para dejarme hablar con mis padres.
Cuando llegamos a la sala de estar, me suelta el brazo y se dirige
directamente a su computadora portátil. Dos minutos después, los videos
están en la gran televisión frente a mí.
—Disfruta —dice secamente y desaparece por las escaleras.
Para cuando regresa, estoy a la mitad de la grabación. Es justo
como Peter me dijo: en su mayor parte, los agentes del FBI interrogaron
a mis padres y evitaron responder sus preguntas a cambio. Puedo decir
que tanto mi mamá como mi papá estaban estresados y molestos, pero
ninguno parecía físicamente enfermo, al menos en el video.
—Dígame nuevamente cómo Sara explicó sobre que ya no vendía
la casa —le dice el Agente Ryson a mi madre cuando Peter se sienta en el
sofá junto a mí, vistiendo un par de vaqueros y una camisa manga larga.
Debe haberse duchado después de su brutal entrenamiento, porque
huelo un ligero toque de jabón cuando me alcanza en el sofá y levanta mi
mano, entrelazando sus dedos con los míos.
Se necesita todo lo que tengo para no reaccionar ante esa pequeña
intimidad y mantener mi concentración en el video. En parte, es porque
ni siquiera sé cómo reaccionar. ¿Debería alegrarme que parece haber
perdonado mi infracción en la habitación de invitados? ¿O debería estar
molesta porque el gesto, tan simple como es, hace que me duela el pecho
con la misma sensación peligrosamente cálida que me llevó a esta
situación?
—Entonces, ¿nunca le dijo que la venta realmente se realizó? —
presiona Ryson después de que mi madre relata nuestra conversación de
almuerzo de sushi casi palabra por palabra—. ¿Nunca le explicó cómo
fue que pudo quedarse en su casa después de que una corporación
fantasma de Sudáfrica le compró la casa nuevamente a los compradores
originales por el doble del precio de mercado?
Mis padres se lanzan con frenéticas negaciones mezcladas con
preguntas y posibles explicaciones, y observo con una mala sensación en
el estómago cuando el rostro de mi padre se vuelve púrpura antes de que
mi madre lo obligue a sentarse y calmarse.
—Va a estar bien —dice Peter, su voz profunda tranquilizadora, y
me doy cuenta de que estoy apretando su mano con tanta fuerza que mis
dedos se entumecen. Debo estar lastimándolo, pero no aleja su mano. La
expresión áspera que ha estado usando toda la tarde ha desaparecido,
sus ojos grises me miran con una luz cálida en tanto agrega en voz baja—:
Vi el resto de este video, y te prometo que está bien.
Asiento, patéticamente agradecida por la tranquilidad, y vuelvo mi
atención a la transmisión del video, donde los agentes han vuelto al tema
de mi llamada telefónica, preguntándole a mi madre sobre las palabras
exactas que usé para hablar sobre mi viaje. Está claro que sospechan que
he estado mintiéndole al FBI todo el tiempo, aunque no tengo idea si me
consideran simplemente manipulada o cómplice de Peter desde el
principio.
—¿Qué tan malo es? —pregunto, volviéndome hacia mi captor
cuando el video termina con mi papá consolando a mi madre llorando en
la cocina después de que los agentes del FBI se van. Siento que clavaron
agujas ardientes en mi corazón, a pesar de que, como dijo Peter, mis
padres están bien, relativamente hablando.
No pretende malinterpretar mi pregunta. —No… es bueno. Ahora
que saben dónde buscar, han descubierto más evidencia de nuestra
relación, comenzando con nuestra reunión en el club nocturno. Y, por
supuesto, está el hecho de que has estado viviendo en la casa que tengo
y no les dijiste ni pio al FBI cuando te dijeron que me vieron. Entre eso y
la llamada telefónica a tus padres, tienen un caso bastante sólido de que
somos cómplices. También hay... —Se detiene.
—¿También hay qué? —Alejo mi mano para apretarla con fuerza
sobre mi regazo—. Dime.
Peter suspira. —Revisaron tu archivador y encontraron tus papeles
de divorcio, firmados por ti, pero no por tu esposo, que datan del día
anterior al accidente de su esposo.
—¿Qué? —Parpadeo hacia él, un hilo de temor serpenteando por
mi columna vertebral—. ¿Qué tiene eso que ver con esto?
Peter pone una mano reconfortante en mi rodilla. —No es la teoría
principal con la que están trabajando —dice suavemente—, pero están
considerando la posibilidad de que hayas tenido alguna participación en
la muerte de tu esposo, que nuestra relación haya comenzado antes de
nuestro encuentro inicial en tu cocina.
—¿Qué? ¡Eso es ridículo! —Me pongo de pie de un salto, mi
garganta se tensa por la sorpresa—. No pueden creer eso. Saben que me
torturaste y drogaste, y me amenazaste con un cuchillo. Lo saben; han
visto las secuelas. ¿O creen que inventé las drogas en mi sistema y el
cuchillo que me cortó el cuello? ¿Y los moretones que cubrieron mi
espalda durante semanas? ¿Cómo pueden ellos...?
—Es solo un ángulo que están considerando, ptichka. —Peter se
levanta y captura mis manos heladas en sus palmas grandes y cálidas.
Hay algo casi como remordimiento en su rostro áspero y guapo. ¿Quizás
por lo que me hizo en nuestro primer encuentro? En el momento
siguiente, sin embargo, sus rasgos se suavizan y dice—: No te preocupes
por esto. Una vez que investiguen más, se darán cuenta de la verdad. Su
trabajo es considerar todas las posibilidades, sin importar cuán
improbables sean, y el hecho de que estuvieras a punto de divorciarte de
tu esposo muerto es algo a lo que tienen que aferrarse. ¿No has visto
ningún programa de policías? El cónyuge siempre es el principal
sospechoso, especialmente si hay razones para creer que hubo discordia
matrimonial.
—¿Discordia marital? —Una risa histérica escapa de mi
garganta—. Estás bromeando, ¿verdad? Este no es un jodido misterio de
asesinato. —Aparto mis manos de las de Peter y retrocedo, sintiendo el
pecho agitado—. Tú mataste a George. Irrumpiste en mi casa, me
torturaste con agua y me drogaste para obtener su ubicación, y luego le
volaste los sesos, lo que le quedaba después del accidente, de todos
modos. ¿O creen que causé ese accidente y luego te contraté para que
terminaras el trabajo? —Mi voz subió una octava—. Quiero decir, ese
accidente fue culpa mía, en cierto modo, y tú sí matas a gente por
contrato, así que tal vez están haciendo algo, quizás estuvimos
secretamente confabulados todo el tiempo y...
—Basta, Sara. —Peter se me acerca y me agarra de la muñeca,
tirando de mí hacia él. No es hasta que me encierra en sus poderosos
brazos, atrayéndome contra su pecho, que me doy cuenta de que tengo
tanto frío que tiemblo de la cabeza a los pies. La rabia y la conmoción me
golpean como olas en un huracán, y cierro los ojos contra el aguijón de
las lágrimas cuando Peter murmura contra mi cabello—: Va a estar bien,
ptichka. Todo esto terminará. Los agentes no son tontos; pronto
descubrirán la verdad. Solo dales tiempo.
—¿Qué verdad? —Meto las manos entre nuestros cuerpos y
presiono su pecho, abriendo los ojos para encontrar su mirada. Siento
que me estoy desmoronando por dentro, la rabia y la conmoción se
transforman en amarga desesperación—. ¿Qué me acosté con el asesino
de mi esposo durante semanas y luego me secuestró cuando le advertí
que vendría el FBI? ¿O que les mentí a mis padres para que pensaran
que estoy enamorada de dicho asesino?
La cara de Peter se oscurece. —Sí, esa verdad, Sara. Dónde eres mi
víctima. Eso es lo que quieres ser, ¿no es así? —Soltándome, retrocede,
y mi cuerpo llora la pérdida de su calor y la comodidad que proporciona
su abrazo mortal.
Con esfuerzo, me recompongo. No podemos volver a caer en ese
argumento, no cuando todavía tengo que convencerlo de que me deje
llamar a mis padres. —No —le digo, sacudiendo la cabeza—. Eso no es lo
que quise decir. De hecho... —Me detengo, luego me obligo a decirlo—:
Tenías razón. Antes, cuando dijiste que me mentía, tenías razón. Sabía
lo que hacía cuando te advertí, y no fue solo porque no quería verte
muerto.
Su mandíbula se flexiona y sus dedos se contraen, como si
estuviera a punto de alcanzarme. —¿Qué estás diciendo, Sara?
—Estoy diciendo... —Respiro y me abrazo, sintiendo que estoy a
punto de desmoronarme. Aunque estoy haciendo esto para manipularlo,
todo lo que digo es verdad, y desenterrarlo me está desgarrando—. Estoy
diciendo que los agentes no están completamente equivocados sobre a
quién le están echando la culpa.
Los ojos de Peter se estrechan. —¿De qué estás hablando? No
tienes nada que ver con la muerte de ese bastardo.
—No, pero he estado durmiendo contigo, con su asesino. —Mi voz
tiembla cuando las lágrimas llenan nuevamente mis ojos—. Y no le dije
al FBI sobre ti. No pedí su protección, incluso cuando tuve la
oportunidad. De manera que aquí estamos, en esta jodida situación, y
todo es mi culpa. Así que supongo que, de cierto modo, debo haber
querido esto, ¿verdad? ¿Perder mi libertad y estar contigo sin importar el
costo? Tuve una elección y tomé la equivocada. Tomé todas las decisiones
equivocadas, y es por eso que estoy aquí en lugar de estar bajo la custodia
protectora del FBI, por qué estoy contigo en lugar de llevar una vida
normal.
Mientras hablo, la mirada plateada oscura de Peter se oscurece, y
luego me alcanza, un brazo se curva alrededor de mi espalda mientras
su otra mano se desliza en mi cabello, arqueándome contra él. —Oh,
ptichka —murmura con fuerza, y mi interior se aprieta por el hambre
salvaje en su rostro—. No podrías estar más equivocada. ¿Crees que
tenías una opción? ¿Crees que había una posibilidad en el infierno de
que te dejara ir?
Mi garganta se hincha con algo indefinible, las lágrimas en mis ojos
amenazan con derramarse cuando mis manos se levantan para agarrar
sus costados. —¿No lo hubieras hecho?
—No. —Sus ojos brillan oscuramente cuando sus dedos se cierran
en puños en mi cabello—. Hubiera ido tras de ti. No hay lugar en la Tierra
donde pudieran ocultarte. Eres mía, Sara, y seguirás siendo mía sin
importar lo que cueste. No importa lo que tenga que hacer para retenerte.
—Inclina su cabeza y siento el calor de su aliento en mis labios mientras
susurra—: No importa a quién tenga que matar para recuperarte.
Me estremezco en su agarre, mis párpados se cierran cuando sus
labios tocan los míos. Lo que dice es horrible, psicótico, pero mi cuerpo
sufre por su cercanía, mi sexo se llena de calor líquido cuando su dura
polla presiona contra mi estómago. Es como si una parte perversa de mí
quisiera esto de él, como si se deleitara en las profundidades de su
obsesión.
Al igual que, en cierto nivel, me sentí aliviada cuando la aguja me
pinchó el cuello.
Peter profundiza el beso, su lengua invade mi boca, y lo dejo.
Porque el fuego que arde dentro de mí es demasiado fuerte para luchar.
Me digo que cederé porque tengo que hacerlo, porque la llamada
telefónica con mis padres está en juego, pero en el fondo, sé la verdad.
Estoy cediendo porque quiero hacerlo.
Porque de alguna manera, mi enfermedad está tan lejos como la
suya.
Traducido por Anna Karol
Corregido por Joselin

Peter me lleva arriba, y escondo mi rostro contra su hombro cuando


Ilya entra a la cocina de abajo. No quiero saber qué piensa el compañero
de Peter sobre esta locura, no quiero pensar en nada en absoluto. Abrí
mi alma a mi captor porque quería que me perdonara, pero ahora que lo
he hecho, me siento en carne viva y rota, un desastre de vergüenza y
necesidad, rabia y deseo. Me odio por lo que siento y, al mismo tiempo,
no puedo evitar aferrarme a él, de desearlo tanto como él a mí.
Cuando llegamos a la habitación, me deja en la cama y comienza a
desvestirse, y lo miro a través de los párpados medio cerrados. Me siento
extrañamente ajena, como si todavía estuviera drogada, pero sé que es
sólo la necesidad que él despierta en mí, el deseo oscuro y potente que
evoca en mi cuerpo. Mi anhelo por él lo consume todo, robando toda
razón y sentido común. Quiero que me abrace y me toque, que me tome
y me posea. Quiero su oscuridad y su amor retorcido, y, sobre todo, lo
deseo a él.
Quiero todo de él, no importa cuánto me aterrorice.
Te está obligando a esto. Es una pequeña voz de cordura
susurrando en mi mente, recordándome que estoy haciendo esto para
que Peter no corte el contacto con mis padres, que me abrí a él por esa
misma razón. Mi torturador es demasiado perceptivo; hubiera sabido si
le hubiera mentido o fingido tener sentimientos que no tengo. La verdad,
en toda su complejidad patológica, fue mi mejor apuesta, sólo que ahora
no puedo cerrar la llave, no puedo tapar su fealdad con el velo opaco de
la negación.
Es cierto que no tengo otra opción, pero estaría mintiendo si dijera
que no me gusta.
Peter se saca primero la camiseta, y observo con la respiración
contenida cómo los músculos de su abdomen se flexionan cuando
alcanza la cremallera de sus vaqueros. Tiene el cuerpo de un guerrero,
delgado y duro, con músculos y tatuajes poderosos y claramente
definidos que cubren su brazo izquierdo desde el hombro hasta la
muñeca. Al igual que la pequeña cicatriz que corta su ceja izquierda, la
mayoría de las cicatrices en su torso son viejas, pero la que está sobre su
estómago es nueva; es donde fue acuchillado hace unas semanas en el
trabajo que realizó en México. Esas cicatrices son un recordatorio de lo
que hace, de lo que es, y mi corazón se contrae cuando reflexiono
nuevamente sobre el hecho de que estoy durmiendo con un asesino.
El asesino de mi esposo.
Te está chantajeando con esto.
Es la verdad, y de alguna manera mejora cuando se quita los
pantalones y viene hacia mí, desnudo, su larga y gruesa polla se curva
hacia su ombligo. Es jodido, pero no quiero tener otra opción en esto, no
cuando el deseo de incinerarme es una traición de todo lo que aprecio.
De esta manera, puedo decirme a mí misma que estoy haciendo esto por
una razón… que no estoy completamente perdida.
—Eres jodidamente hermosa —susurra bruscamente, inclinándose
sobre mí, y cierro los ojos, incapaz de soportar la intensidad de su mirada
metálica a medida que me desnuda. La sensación de sus manos, tan
fuertes pero tan suaves, hace que mi cuerpo palpite de necesidad, incluso
cuando mi corazón sangra por todo lo que perdí, por todo lo que esas
manos crueles me han quitado. Las lágrimas que he estado conteniendo
se escapan, cayendo por mis sienes, y me estremezco cuando las besa,
sus labios suaves y cálidos sobre mi piel húmeda.
Luego besa mis labios, se pasa al tierno punto detrás de mi oreja y
mi sensible garganta. No es hasta que su boca viaja hasta mis senos que
me doy cuenta de que ya estoy desnuda, me quitó la ropa en tanto
luchaba contra pensamientos confusos. Sus labios se cierran sobre mi
pezón, la succión caliente y húmeda hace que arquee mi espalda, y
encuentro mis manos enterradas en su suave y grueso cabello mientras
mis caderas se balancean contra él, buscando alivio de la tensión que
crece dentro.
Detente. Por favor, para.
El grito desesperado reverbera en mi mente, pero no lo expreso. No
puedo. No porque no quisiera escucharlo, sino porque no podría
soportarlo si lo hiciera. Tal vez si no me hubiera rendido antes, sería más
fácil. Si no supiera cómo se siente tenerlo en mí, podría haber encontrado
la fuerza de voluntad para resistir. Pero sí lo sé, y mi cuerpo lucha con
mi mente, socavando mis esfuerzos por controlar mi respuesta, por
contenerme incluso cuando le doy todo.
—Sí, eso es todo —suspira contra mi pezón a medida que sus dedos
separan mis pliegues y me encuentran resbaladiza e hinchada, tan
excitada que apenas puedo soportarlo—. Déjame tenerte, ptichka.
Déjame darte lo que necesitas. —Su pulgar calloso rodea mi clítoris
cuando su dedo medio me penetra, y gimo cuando mis músculos internos
se tensan alrededor del dedo, mi cuerpo ansia más la invasión.
Peter va más profundo, empujando con un segundo dedo, y el
gemido se convierte en un grito jadeante mientras continúa chupando mi
pezón, la doble estimulación hace que mi columna se curve y mi corazón
galope en mi pecho. Estoy cerca de un orgasmo, puedo sentirlo, y cuando
la tensión finalmente llega a su punto álgido, me vengo tan fuerte que
dejo de respirar por unos segundos y atenúa mi visión. Todo mi cuerpo
se estremece por el alivio, la explosión de placer me recorre los dedos de
los pies cuando los dedos de Peter entran y salen de mi cuerpo,
estirándome, preparándome para lo que vendrá.
Todavía estoy en medio de las réplicas orgásmicas cuando se
mueve hacia arriba, sus rodillas separan mis muslos mientras entrelaza
sus dedos con los míos, apretando mis manos junto a mis hombros.
—Mírame —ordena con voz ronca, y yo aturdida obedezco,
abriendo los ojos para encontrar su ardiente mirada. Su peso me
presiona hacia abajo, su aroma masculino llena mis fosas nasales en
tanto su polla roza mi muslo interno, dura y enormemente gruesa. Con
las manos clavadas en la cama, estoy indefensa, completamente a su
merced, y hay algo perversamente emocionante en eso, algo tan oscuro
como la necesidad que hierve en mi núcleo.
—Dime que no quieres esto. —Su tono es áspero, su expresión casi
violenta—. Mírame a los ojos y dímelo, y me detendré.
Mi pecho se agita convulsivamente en tanto sostengo su mirada,
mis pulmones trabajan horas extras. No sé por qué dice esto, pero sé lo
que quiero y no tiene nada que ver con poder llamar a mis padres.
—No te detengas. Por favor, no pares.
No sé si digo las palabras en voz alta, o si simplemente las
pronuncio, pero las fosas nasales de Peter se ensanchan, su rostro
completamente bello se retuerce con hambre feroz. Sus dedos se tensan
entre los míos, casi aplastando su fuerza, y mis ojos se cierran cuando él
inclina la cabeza, reclamando mis labios en un beso posesivo. Al mismo
tiempo, la cabeza ancha de su polla empuja el rincón entre mis piernas,
deslizándose entre mis pliegues hasta que encuentra la entrada húmeda
y dolorida de mi núcleo.
Me penetra con un empuje profundo, su gruesa longitud me estira
hasta el borde del dolor, y mis labios tragan mi jadeo mientras su lengua
empuja hacia mi boca, llenándome, devorándome, rodeándome con su
aroma, sabor y sensación. Su posesión es dura, su hambre apenas
controlada, y a medida que marca un ritmo fuerte, la tensión en mi
interior aumenta de nuevo, subiendo hacia un nuevo pico. Es demasiado,
demasiado abrumador, y envuelvo mis piernas alrededor de sus caderas,
necesitando recuperar un poco de control, pero no se puede.
Sólo queda Peter y la necesidad violenta de consumirnos.
No sé quién se viene primero, o si llegamos juntos. Todo lo que sé
es que cuando el oleaje se apodera de mí, está gimiendo mi nombre, su
pelvis chocando con la mía en tanto su polla se sacude dentro de mí. El
placer parece durar para siempre, chisporroteando a través de mis
terminaciones nerviosas, y cuando termina, se aleja de mí, tomándome
en sus brazos mientras me derrumbo y lloro, temblando por la intensidad
de todo… y la culpa que me desgarra.
Una vez más, me rendí ante el hombre que destruyó mi vida.
Sólo más tarde, cuando mis lágrimas se han detenido y Peter me
acaricia la espalda, noto algo que me congela la sangre en las venas.
Por segunda vez, no usamos condón.
Traducido por Val_17
Corregido por Sahara

Sé el momento exacto en que Sara se da cuenta de la falta de


condón. Todo su cuerpo se pone rígido, y levanta la cabeza de su lugar
de descanso en mi hombro, con los ojos abiertos de horror a medida que
encuentra mi mirada.
—No usamos…
—Lo sé.
Es la segunda vez, la primera fue la noche que la secuestré, y
aunque no omití la protección a propósito en ninguna ocasión, no puedo
decir que lo lamente. La idea de Sara llevando a mi hijo no me asusta ni
me repele; de hecho, llena mi pecho con un suave y cálido resplandor,
uno que sólo he conocido una vez antes.
Con Pasha, mi hijo.
Un dolor familiar atraviesa mi pecho, el de la pérdida, tan agudo
como siempre. La imagen del cuerpo de Pasha, su pequeño puño
aferrándose al auto de juguete, está grabada en mi mente con la precisión
brutal de la espada de un asesino. Durante años, era lo primero en lo que
pensaba cada mañana y lo último cada noche. Era la pesadilla que me
despertaba por la noche y el fantasma que me atormentaba durante el
día. Vengarlo a él y a Tamila, mi esposa que fue asesinada en la misma
masacre, era mi razón de vivir, y no fue hasta que conocí a Sara que
encontré un nuevo propósito en la vida.
Ella.
Mi pequeño pajarito, que ahora es mi todo.
Ante mi admisión sobre el condón, Sara se ve aún más horrorizada.
Agarrando un pañuelo, se desliza sobre la cama y se limpia
frenéticamente entre las piernas antes de agarrar la manta contra su
pecho. Sus ojos color avellana son enormes en su rostro pálido cuando
dice con voz ahogada—: ¿Estás tratando de dejarme embarazada?
—No. —Me levanto antes de tener la tentación de follarla de nuevo.
Incluso con mi cuerpo zumbando con la relajación post-orgasmo, la idea
de Sara embarazada me está endureciendo nuevamente, y tengo algunos
correos electrónicos urgentes que responder antes de la cena—.
Simplemente sucedió. No hubo mucho pensamiento involucrado. Pero
como te dije antes, no me importaría… no es como si fuera probable para
ti en esta época del mes. ¿Cierto?
Sara asiente, pero su agarre mortal en la manta no cede. —No es
probable, pero tampoco es imposible —dice en un tono un poco más
tranquilo—. Muchas cosas pueden alterar el ciclo de una mujer, por lo
que no puedes asumir que es seguro basándote únicamente en el
calendario. Además, mi ciclo es más corto y mi período terminó hace un
par de días. —Respira hondo, luego dice sin rodeos—: Necesito la píldora
del día después. ¿Puedes conseguírmela?
La miro, sorprendido por la idea. —Tal vez —digo lentamente—.
¿Qué tipo de píldora es esa, y dónde la conseguiría?
Sé de lo que está hablando, por supuesto, pero finjo ignorancia
para darme un momento para pensar. Aunque no tenía la intención
consciente de que esto sucediera, ahora que lo ha hecho, todo dentro de
mí se rebela ante la idea de reducir las probabilidades de embarazo de
Sara.
Es un nuevo nivel en estar jodido, pero en este momento, me doy
cuenta de que quiero un hijo con ella. Quiero atarla a mí de todas las
maneras posibles, hacerla tan completamente mía que nunca pueda irse.
—Venden varias marcas en los Estados Unidos —dice Sara—. Plan
B, Next Choice, My Way, ella… No sé qué hay disponible en Japón, pero
estoy segura de que debe haber algo. Estas píldoras funcionan al detener
la liberación del óvulo, evitar la fertilización o detener la implantación en
el útero. Así que no es una píldora abortiva; es sólo anticoncepción de
emergencia. Estoy segura de que si vas a alguna farmacia en Japón y
explicas lo que necesitas, te lo darán.
Me está mirando con tanta desesperación que no puedo decir que
no.
—Está bien —digo, haciendo todo lo posible por ocultar mi
renuencia—. Déjame ver si puedo alcanzar a Anton antes de que vengan
de regreso. Quizás puedan recogerla en el camino.
Todo el semblante de Sara se ilumina. —Sí, por favor. Cuanto antes
se tome, más efectiva será. Dentro de las primeras veinticuatro horas es
lo mejor, y si la tomo esta noche, todavía estaremos dentro de la ventana
de setenta y dos horas por última vez.
—Entiendo —digo y me dirijo al baño para lavarme—. Los llamaré
tan pronto como baje.
Mantengo mi promesa de llamar a Anton, postergándolo solo por la
cantidad de tiempo que me lleva responder un correo electrónico urgente
de nuestros hackers. Localizaron a un amigo de la familia Henderson que
recientemente reservó boletos para Croacia y piden un pago para seguir
adelante con la ventaja. Transfiero otros quinientos mil dólares a una
cuenta acordada en las Islas Caimán, y luego me comunico con Anton a
través de nuestro seguro teléfono satelital.
Para mi alivio, se encuentran a sólo unos minutos de nuestro
refugio en la montaña. —¿Qué necesitas? —pregunta Anton, sus
palabras apenas discernibles sobre el rugido del helicóptero en el fondo—
. El desfase horario me está pateando el trasero, pero si es algo urgente,
podemos dar la vuelta e ir a buscarlo.
—No, está bien —digo, reprimiendo un brote inoportuno de culpa—
. Para cuando vuelvas allí, todas las farmacias estarán cerradas de todos
modos. —O al menos eso es lo que le diré a Sara y espero que no se le
ocurra que algo tan simple como una puerta cerrada no es un obstáculo
para mi equipo.
Podemos obtener cualquier cosa en cualquier momento, cerrojos y
legalidades se pueden ir al infierno.
—Muy bien. —Anton debe estar cansado, porque no reacciona ante
mi extraña afirmación—. Te veremos en diez minutos.
Cuelga y subo las escaleras para contarle a Sara las malas noticias.
Le conseguiré esa píldora, pero no hoy.
Mañana será lo bastante pronto.
Traducido por Val_17
Corregido por Sahara

Sara toma bien las noticias, probablemente porque le informo al


mismo tiempo que tenemos lo que necesitamos para hacer una llamada
segura a sus padres. Mientras Ilya y Yan lo preparan, le doy instrucciones
sobre qué decir.
—Ni una palabra sobre nuestra ubicación o cuántos de nosotros
hay —le digo a medida que la dirijo hacia abajo—. Nada sobre cuánto
tiempo nos llevó llegar hasta aquí o cómo llegamos aquí. Y si intentas
insinuar algo sobre el sushi o montañas o helicópteros o plantar
cualquier otra pista, lo sabré, y será la última vez que te comuniques con
tu familia. ¿Entiendes?
La cara de Sara se encuentra pálida, pero asiente. —¿Qué puedo
decir, entonces?
—Puedes decirles a tus padres que estás conmigo; los federales ya
lo saben. Puedes decir que estás feliz y enamorada, y que no deberían
preocuparse por ti. Mantenlo breve; la idea no es responder a sus
preguntas sino asegurarles que estás sana y salva. Cuanto menos digas,
mejor será para todos los involucrados.
—Está bien. —Deteniéndose a los pies de las escaleras, toma aire
y cuadra los hombros—. Estoy lista.
La llamada pasa por dos docenas de retransmisiones, rebotando en
satélites y torres de celulares en todo el mundo antes de aparecer como
un número bloqueado en el celular de la madre de Sara. Sé con certeza
que todos los teléfonos conectados a los padres de Sara están siendo
interceptados por el FBI, pero no importa. No hay forma de que puedan
rastrear la llamada. El principal peligro es que Sara diga algo que no
debería, pero con suerte, es lo bastante inteligente como para evitar eso.
Hablo en serio cuando hago amenazas.
Lorna Weisman, la madre de Sara, se apresura a responder el
teléfono—: ¿Hola? —Su voz suena tensa cuando llega a través del altavoz.
—Hola, mamá —dice Sara. Está sentada en el sofá junto a mí, con
el teléfono en altavoz en su regazo para que pueda escuchar la
conversación—. Soy yo, Sara.
—¡Sara! ¡Oh, gracias a Dios! ¿Dónde estás? ¿Estás bien? ¿Qué está
pasando? Vino el FBI y…
—Estoy bien, mamá. —El tono de Sara es tranquilo y relajante, a
pesar del matiz excesivamente brillante en sus ojos—. Por favor, no te
preocupes. Estoy con Peter y todo está bien. Sé que las cosas
probablemente son confusas, pero estoy bien y todo va genial entre
nosotros. Te contaré más cuando llegué a casa, pero por ahora, quería
llamar porque me imaginé que debías estar preocupada.
—Sara, cariño, escúchame. —Lorna suena al borde del llanto—. El
FBI dijo que él es un criminal, uno de los más buscados. Tienes que
alejarte de él. ¿Dónde estás? Por favor, cariño, dime, y enviaremos a
alguien por ti. No es un buen hombre, Sara. Es peligroso; puede
lastimarte. Tienes que…
—Mamá, no seas ridícula. —La voz de Sara se agudiza—. Estoy
perfectamente bien, y Peter es maravilloso conmigo. Mira, no puedo
hablar mucho tiempo, pero sea lo que sea que te estén diciendo, no les
creas. Él es un buen hombre y estamos muy felices juntos. Me ama, y
yo… bueno, creo que también podría estar enamorada de él.
Me mira, y le doy un asentimiento de aprobación, ignorando la
punzada irracional de dolor en mi pecho. Sólo está actuando como le dije,
y no tiene sentido desear que esto fuera real, que verdaderamente
estuviera enamorada de mí.
—Pero, Sara…
—Mamá, tengo que irme. Volveré a llamar pronto. Mientras tanto,
no te preocupes por mí y dile a papá que tampoco se preocupe, por favor.
—Su voz se quiebra, como si también estuviera a punto de llorar—. Los
amo a ambos y hablaré contigo pronto, ¿de acuerdo?
—Espera, Sara…
Pero cuelga, sus hombros delgados temblando por los sollozos
cuando se pone de pie y corre escaleras arriba, dejándome atrás con el
teléfono.
Traducido por MadHatter
Corregido por Joselin

No sé cuánto tiempo lloro antes de que la cama junto a mí se hunde


y Peter me abraza, colocándome en su regazo como si fuera una niña
angustiada. Su gran mano acaricia mi espalda mientras envuelvo mis
brazos alrededor de su cuello, ocultando mi rostro mojado contra su
hombro, y se siente bien, su toque, su calor. Se siente necesario, aunque
lo odio en este momento... aunque el dolor en la voz de mi madre es
insoportablemente fresco en mi mente.
—Estarán bien, ptichka —dice suavemente cuando mis sollozos se
calman—. Los estamos vigilando y ellos manejan todo bien. Y ahora que
llamaste, saben que también te encuentras bien.
—¿Bien? Piensan que me he vuelto loca, al desaparecer con una
criminal, buscada de esa forma. —Mi voz tiembla, mi visión se pone
borrosa por las lágrimas a medida que empujo sus hombros, levantando
mi cabeza para encontrar su mirada—. Y con el FBI buscándonos...
—Lo sé. —Sus ojos grises son cálidos mientras limpia suavemente
la humedad de mis mejillas—. No es óptimo, pero es lo mejor que
podemos hacer por ahora.
—Claro. —Finalmente encuentro la fuerza para levantarme de su
regazo y ponerme de pie. Mis ojos se sienten arenosos después de todo el
llanto, y me duele mucho la cabeza, pero estoy decidida a recuperar el
control. No puedo seguir buscando consuelo en el hombre que me
arrebató todo, no puedo seguir llorando y aferrándome a mi secuestrador.
Soy más fuerte que eso.
Tengo que serlo.
—¿Tienes hambre? —pregunta Peter, levantándose también—.
Estoy a punto de preparar la cena para nosotros.
Me limpio los restos de lágrimas con el dorso de la mano y asiento.
—Podría comer.
—Bien. —Su sonrisa es tan brillante que es casi cegadora—. Te veré
abajo en una hora.
Esperaba que los hombres de Peter se nos unieran para la cena,
como lo hicieron para el desayuno, pero están notablemente ausentes.
Cuando le pregunto a Peter al respecto, él explica que entrenan afuera y
que comerán más tarde.
—¿Por qué no te les uniste? —pregunto, alcanzando un trozo de
salmón. Hoy tenemos comida de inspiración japonesa: pescado y arroz
blanco, con verduras en escabeche a un lado—. ¿Ustedes no entrenan
juntos?
Peter sonríe. —Normalmente lo hacemos, pero quería pasar tiempo
contigo esta noche.
—¿Porque he sido una gran compañía hoy?
Su sonrisa se ensancha. —Hemos tenido nuestros momentos.
Lucho por contener un rubor, sabiendo que se está refiriendo al
sexo de antes. He estado haciendo todo lo posible para no pensar en ello,
aunque mi cuerpo todavía se siente sensible por su ruda posesión. Es
estúpido sentir vergüenza cuando hemos estado durmiendo juntos
durante las últimas semanas, pero no puedo evitarlo. Esta cosa entre
nosotros es demasiado confusa, demasiado jodida. Y luego la cosa de no
utilizar condón…
No, no puedo pensar en eso. Peter me prometió que conseguirá una
píldora mañana, y tengo que creer que lo cumplirá. Incluso si, por alguna
extraña razón, no le importara que me quedara embarazada, tiene que
darse cuenta de que un bebé en estas circunstancias sería un desastre
para todos los involucrados. Es un hombre buscado, un asesino a la fuga.
¿Qué tipo de vida sería para un niño? Peter es demasiado listo para no
entender eso.
También está obsesionado contigo.
Reprimo ese susurro aterrador y remuevo mi comida. No tiene
sentido preocuparse por eso esta noche; mañana, si Peter no aparece con
la píldora, será lo suficientemente pronto. En cualquier caso, me
encuentro tan cansada que apenas puedo levantar mi tenedor, mucho
menos estresarme por un posible embarazo. En casa ya debe ser de
mañana, y a pesar de mi siesta matutina, siento los efectos del desfase
horario, combinado con las consecuencias del estrés extremo. Una vez
que termine de comer, me desmayaré y espero que mi mente esté más
clara por la mañana.
Necesito que sea así, para poder planear mi fuga.
—Olvidé decirte —dice Peter cuando estoy terminando mi
salmón—. Yan te consiguió un montón de ropa. Están por allá. —Hace
un gesto hacia la entrada, donde, por primera vez, noto varias bolsas de
compras.
—Oh, gracias. —Suprimiendo un bostezo, alejo mi plato vacío y me
levanto. No tengo intención de estar aquí el tiempo suficiente como para
necesitar tanta ropa, pero sí necesito zapatos y elementos básicos para
escapar—. Las revisaré ahora mismo.
Peter se levanta y comienza a limpiar la mesa mientras reviso las
compras de Yan. Todas las etiquetas muestran tamaños más grandes de
lo que suelo usar, pero la ropa parece que me quedará bien, así que debo
ser talle mediano o grande entre las pequeñas mujeres de Japón. Los
zapatos también son del tamaño correcto. Me los pruebo enseguida,
emocionada de encontrar un par de zapatillas cómodas y botas cálidas,
junto con sandalias menos prácticas y zapatos de tacón alto.
—¿Tu compañero cree que voy a salir a bailar? —le pregunto a Peter
cuando reviso el resto de las bolsas y encuentro algunos vestidos
igualmente poco prácticos, además de las prendas básicas como
pantalones de yoga, vaqueros, suéteres y camisetas. También hay ropa
interior, en su mayoría de encaje y bonita, y un par de camisones de seda,
la idea de un hombre de lo que una mujer llevaría a la cama.
—Yan es bueno con la ropa, así que le dije que comprara lo que
creyera mejor —dice Peter, sonriendo mientras sostengo una camiseta
sin mangas de corte bajo que no se vería fuera de lugar en una fiesta de
verano en la playa—. Supongo que se fue un poco por la borda con
algunos artículos.
—Ajá. —Vuelvo a meter todo en las bolsas y agarro un par de cosas,
a punto de llevarlas al armario de arriba, cuando Peter se me acerca y
me las arrebata de las manos.
—Yo me encargo —dice, recogiendo el resto, y miro, desconcertada,
cuando lleva todas las bolsas arriba.
Este es otro ejemplo de su extrema atención, me doy cuenta a
medida que lo sigo por las escaleras. En casa, Peter no solo me libraba
de todas las tareas cuando estaba cansada, sino que tampoco me dejaba
llevar nada más pesado que un plato de comida cuando se encontraba
cerca. No sé si piensa que soy incapaz de levantar una bolsa de compras,
o si alguien le enseñó a llevar siempre cosas por las mujeres, pero
definitivamente aumenta la sensación de que me está mimando.
Cuando no está drogándome, secuestrando o amenazándome, por
supuesto.
—¿Fue esto parte de tu educación en el orfanato? —le pregunto,
siguiéndolo al vestidor de la habitación, donde deja las bolsas y comienza
a colgar mi ropa junto a la suya—. Cuando eras niño, ¿alguien te instruyó
sobre cómo ser un caballero o algo por el estilo?
Peter se detiene y me mira con las cejas arqueadas. —Estás
bromeando, ¿verdad?
Frunzo el ceño y reviso una de las bolsas, sacando un suéter para
doblarlo. —No, ¿por qué?
Se ríe sombríamente. —Ptichka, ¿tienes idea de cómo son los
orfanatos en Rusia?
Me muerdo el labio mientras pongo el suéter en el estante a mi
lado. —No, en realidad no. ¿Supongo que no son tan buenos?
Continúa colgando la ropa. —Digamos que el comportamiento
caballeroso no se hallaba en mi lista de prioridades cuando era niño.
—Ya veo. —Debería estar ayudando a Peter, pero todo lo que puedo
hacer es mirarlo fijamente, sorprendida por lo poco que sé sobre el
hombre que se ha apoderado de mi vida tan completamente. Sé que fue
criado en un orfanato, me dijo que terminó en un campo de prisioneros
juveniles después de matar al director de ese orfanato, pero eso es lo más
lejos que he llegado, y de repente, no es suficiente.
Quiero saber más sobre Peter Sokolov.
Quiero entenderlo.
—¿Qué le pasó a tu familia? —pregunto, apoyada contra el marco
de la puerta del armario—. ¿Alguna vez conociste a tus padres?
—No. —No se detiene en su metódico desembalaje de las bolsas—.
Me dejaron en la puerta del orfanato cuando era recién nacido. Creen que
tenía tres o cuatro días en ese momento. Su mejor conjetura es que mi
madre venía de uno de los pueblos cercanos. Pudo haber sido una
colegiala que andaba tonteando por ahí y quedó embarazada o algo por
el estilo. No mostré ningún signo de síndrome de alcoholismo fetal y
obtuve resultados negativos de drogas, por lo que descarté a las
prostitutas y demás.
—¿Y nadie fue nunca a reclamarte? —le pregunto, tratando de
ignorar el doloroso apretón en mi pecho. No sé por qué, pero imaginarme
a este hombre peligroso como un recién nacido abandonado hace que
quiera llorar.
Peter baja la percha que sostiene y me lanza una mirada
ligeramente de sorpresa. —¿Reclamarme? No, claro que no. Nadie
reclama a los niños en esos lugares, por eso se les llama orfanatos.
Bueno, hoy en día, a los extranjeros ricos les gusta aparecer y adoptar
un bebé o dos si no pueden tener mocosos propios, pero ese no era el
caso cuando yo era pequeño.
Trago saliva, el dolor en mi pecho se intensifica. —¿Alguna vez
trataste de averiguar sobre tu madre? ¿Encontrarla a ella o a tu padre?
Quiero decir, ahora tienes los recursos...
La mandíbula de Peter se flexiona y se gira para mirarme
completamente. —¿Por qué iba a perder el tiempo buscando a alguien
que me abandonó? —Sus ojos brillan con una luz oscura y dura—. Solo
hay una cosa que quiero hacer si la encuentro, e incluso trazo la línea en
el matricidio.
Se da vuelta, continúa doblando y colgando mi ropa, y me obligo a
unírmele en la tarea a pesar de mis manos temblorosas y mi estómago
hecho nudos. Sus revelaciones me aterran y me llenan de lastima. Ahora
es obvio para mí que la ira que vislumbré en Peter es más profunda que
la tragedia que le sucedió a su esposa e hijo, que fue moldeada por
fuerzas que apenas puedo comprender.
Que su enfoque en la familia, y su obsesión por mí, bien podrían
tener raíces que van hasta la oscuridad de su infancia.
Traducido por Tolola
Corregido por Joselin

Me quedo dormida en el abrazo de Peter tan pronto como nos


acostamos, y me despierto un tiempo después al sentir que se desliza en
mí por detrás, su musculoso brazo envuelto alrededor de mi caja torácica
para mantenerme quieta. No estoy lo suficientemente mojada, y los
primeros empujones escuecen, pero luego su mano se mueve hacia mi
sexo, encontrando mi clítoris, y mi cuerpo se relaja, derritiéndose para él
mientras el fuego se enciende en mí de nuevo.
Sólo me lleva un par de minutos venirme, y va justo detrás de mí,
con su gruesa polla sacudiéndose dentro de mí mientras llega a su clímax
con un gemido amortiguado. Me abraza entonces, sin molestarse en
retirarse, y me vuelvo a dormir así, con él todavía enterrado en mi cuerpo.
En mis sueños, me besa la sien y me dice cuánto me ama, pero, cuando
me levanto por la mañana, estoy sola en la cama, con la luz brillante que
fluye a través de las ventanas de pared completa.
Al ducharme, encuentro rastros de semen seco en mis muslos, lo
que demuestra que no volvimos a usar protección. Me lavo rápidamente,
tratando de no ceder al pánico que burbujea dentro de mí, y me visto
para ir a buscar a Peter.
Tiene que conseguirme esa pastilla.
Tiene que cumplir su promesa.
Para mi sorpresa, no se encuentra en ninguna parte abajo.
Tampoco ninguno de sus hombres.
Mi pulso salta, y luego se asienta en un ritmo rápido. ¿Podría ser?
¿Podrían haberme dejado en paz y haberse ido a ocuparse de algunos
asuntos? Antes de emocionarme demasiado, tomo mis botas y salgo a ver
si están entrenando allí.
Nada.
Todos se han ido, y también el helicóptero.
—Volverán esta tarde —dice la voz de un hombre detrás de mí, y
me enderezo con un chillido de sorpresa.
Girando, me enfrento a Ilya, que sale de la casa detrás de mí. Debe
haber estado en uno de los dormitorios de huéspedes de arriba, los
únicos lugares que aún no revisé.
Respirando para calmar mi pulso, le pregunto—: ¿También fue
Peter?
El ruso asiente, su cráneo tatuado brillando a la luz del sol
mientras se inclina contra la puerta. —Dejó el desayuno en la estufa para
ti.
—Oh, está bien. Gracias.
Entra y lo sigo hasta la casa, temblando por el viento frío.
Definitivamente tendré que abrigarme cuando me escape, con varias
capas de ropa y todo. Y podría tener la oportunidad antes de lo que
esperaba.
Con un poco de suerte, Ilya no me vigilará muy de cerca hoy.
Claro que no se une a mí para desayunar. En vez de eso,
desaparece en su cuarto de arriba mientras yo devoro la avena que Peter
dejó para mí y luego limpio. Cuando Ilya todavía no regresa unos minutos
más tarde, subo tranquilamente, me pongo dos suéteres y una parka,
cojo un sombrero y bajo con la misma tranquilidad. Todavía no conozco
la zona, pero no puedo dejar pasar esta oportunidad. Pasando por la
cocina, tomo apresuradamente una botella de agua, un paquete de
cacahuetes y una manzana, y meto todo en una bolsa de plástico que
cierro con cremallera en mi parka.
Mis botas están junto a la puerta principal, así que me las pongo,
y luego salgo de la casa, con cuidado de no hacer ruido cuando cierro la
puerta detrás de mí.
No tomo un respiro completo hasta que la casa se encuentra fuera
de la vista y encuentro el sendero que vi en el lado oeste ayer. Me
mantengo a un lado, lista para sumergirme más profundamente en el
bosque a la primera señal de persecución, pero no parece que vaya a
haber ninguna.
Tal vez mi suerte siga aquí e Ilya no se dé cuenta de que me he ido
hasta dentro de un tiempo.
El aire es frío y despejado mientras medio camino, medio corro por
el sendero. No estoy en buena forma cardiovascular para mantener ese
ritmo durante mucho tiempo, pero mi objetivo es llegar lo más abajo
posible de la montaña antes de que alguien descubra que he
desaparecido. No me engaño sobre poder evadir a un equipo de ex-
soldados Spetsnaz sin una ventaja significativa, pero vale la pena
intentarlo.
Tal vez al menos pueda llegar a un teléfono antes de que me
atrapen.
Me esfuerzo toda la mañana, parando sólo para ir al baño/beber
durante cinco minutos alrededor del mediodía. Entonces retomo mi ritmo
apresurado, ignorando el ardor en los músculos de mis piernas y mis
pulmones. Para cuando el sol se halla en un ángulo en el cielo a primera
hora de la tarde, me veo obligada a disminuir la velocidad para caminar.
Es una suerte que vaya cuesta abajo en la montaña, o no habría durado
tanto. Aunque el sendero es lo suficientemente ancho para un coche,
parece que no ha sido utilizado en los últimos años, y se halla lleno de
obstáculos que tengo que sortear, desde troncos de árboles caídos hasta
enormes agujeros y zanjas llenas de agua. Debe ser por el
desprendimiento que mencionó Ilya. Tendré que dar la vuelta, atravesar
el bosque, cuando llegue a ese punto, pero, por ahora, el camino es más
fácil, incluso con todos los obstáculos.
Sólo un poco más, me digo a mí misma mientras trepo sobre otro
árbol caído y recorro una parte empinada del sendero, casi tropezando
con una roca mientras lucho por mantenerme erguida. Pronto me
detendré a beber de nuevo y comeré un bocado, pero aún no.
Tengo que llegar más lejos antes de que empiecen a buscarme.
Me obligo a seguir adelante durante otra hora, momento en el que
me hundo en el suelo, exhausta. Durante los últimos veinte minutos he
tenido la inquietante sensación de que me están siguiendo, pero estoy
bastante segura de que estoy siendo paranoica.
Mis captores no se molestarían en seguirme, sólo me agarrarían y
me llevarían de vuelta.
Sin embargo, inspecciono cuidadosamente mis alrededores, lista
para saltar y correr en cualquier momento. Sin embargo, como
sospechaba, todo se encuentra tranquilo, los cedros gigantes se
balancean ligeramente ante la brisa fría. Relajándome, me bajo la
cremallera y saco la bolsa de plástico que metí allí. Abriendo la botella de
agua, me trago el agua que me queda y luego me como los cacahuetes y
la manzana que traje conmigo.
No es mucho, pero será suficiente.
Me siento un poco mejor, me levanto y, por segunda vez hoy, salto
con un grito de sorpresa.
Un mono gris y rosado me mira desde los árboles.
O, más precisamente, me está mirando a mí y al corazón de
manzana que dejé en el suelo, su mirada va a mí y a la posible comida.
Me río a carcajadas, tanto de la expresión de la cara del mono como
de mi propia reacción. La piel me hormiguea por el aumento de
adrenalina y mi corazón late como si me hubiera atacado un oso, pero
estoy tan aliviada que podría besar esa carita rosada.
Me ha estado acechando un mono de montaña, no un mercenario
ruso.
—Puedes quedártelo —le digo al mono, señalando hacia los restos
de manzana cuando finalmente puedo dejar de reírme—. Es todo tuyo.
—Qué generoso de tu parte, ptichka —comenta una voz familiar
por detrás, y me congelo, mi pulso se acelera de nuevo.
Me equivoqué al no confiar en mis instintos.
Con una sensación de hundimiento, me doy la vuelta y me enfrento
al hombre del que hui.
Peter Sokolov está apoyado en un árbol, con sus labios sensuales
curvados en una sonrisa sarcástica.
Traducido por Val_17
Corregido por Joselin

Ilya me envió un mensaje tan pronto como Sara salió de la casa, y


le dije que la siguiera. No porque me preocupara que la perdiéramos, Yan
añadió rastreadores a todos los zapatos que le consiguió, sino porque no
quería que caminara sola. Mi pequeña doctora está acostumbrada a los
entornos suburbanos, no a los bosques de montaña, y no quería
arriesgarme a que se lastimara. Ya me encontraba de regreso, así que tan
pronto como Anton me dejó, seguí la señal del GPS de las botas de Sara.
Me tomó sólo una hora alcanzar a Ilya, y entonces me hice cargo de
rastrearla, mi pasatiempo favorito en los últimos meses.
—¿Cómo me encontraste? —pregunta, recuperándose de la
conmoción de verme. Su voz es tensa y un poco sin aliento, pero mantiene
la barbilla en alto, mirándome sin pestañear—. ¿Cuánto tiempo me has
estado siguiendo?
—Desde cerca del mediodía —digo, alejándome del árbol—. Tienes
más resistencia de lo que me imaginé. Esperaba que tomaras un
descanso mucho antes.
Sus ojos color avellana se estrechan. —¿Es por eso que me dejaste
llegar tan lejos? ¿Para mostrarme lo débil que soy y lo rápido que puedes
atraparme?
—No, ptichka. —Me acerco hacia ella—. Para mostrarte algo más.
Da un paso atrás, luego se mantiene firme, probablemente
imaginando que no tiene sentido correr. Y es cierto. La atraparía en un
instante. Y luego la castigaría, como exige el monstruo dentro de mí.
Me aseguraría de que nunca más volviera a huir de mí.
Se necesita toda mi fuerza de voluntad para reprimir ese impulso,
para evitar ceder a ese oscuro deseo. Tiene mucho sentido que Sara
intente escapar, que trate de regresar a la vida que siempre ha conocido.
No sería quien es si no lo intentara, y lo sé. Lo acepto… racionalmente,
al menos.
En un nivel más visceral, quiero subyugarla y hacer que me ame,
cortarle las alas para que nunca, jamás se vaya.
—Ven —digo, estirándome para tomar su mano fría y temblorosa
cuando me detengo frente a ella—. Es un poco más lejos por esta
dirección.
Y conteniendo la rabia a fuego lento dentro de mí, la dirijo por el
camino.
Traducido por Gesi
Corregido por Joselin

La expresión de Peter es indescifrable mientras caminamos por el


sendero, pero puedo sentir la ira en su interior, la letal volatilidad que es
tan parte de él como esos ojos de color gris acero. A pesar de eso, su
agarre en mi mano es gentil, su gran mano protege mi palma del aire frío,
incluso si me impide escapar.
—¿Cómo me encontraste tan rápido? —pregunto, ocultando mi
ansiedad. A este punto, estoy casi segura de que no me lastimaría
físicamente, pero eso todavía deja varias formas en las que podría
hacérmelo pagar.
—Ilya te siguió —dice, mirándome. La brisa helada le ha enrojecido
los pómulos y la punta de la nariz, y con la parka deportiva que lleva
puesta parece uno de esos atletas que escalan el Monte Everest por
diversión—. ¿Creías que no sabría que saliste de la casa?
Por supuesto. Debería haberme dado cuenta de que era demasiado
fácil.
—¿Por qué no me detuvo entonces? ¿Por qué simplemente me
siguió?
—Porque le dije que lo hiciera.
Clavo los talones, forzándolo a detenerse. —¿Por qué? ¿Tratas de
enseñarme una lección? ¿Es eso?
—No, Sara… aunque es un extra. —Un brillo de diversión le
aparece en los ojos.
—Entonces ¿qué? —demando—. ¿Por qué dejarme llegar tan lejos?
—Para poder mostrarte esto —dice, y apretando el agarre en mi
mano, me lleva a un pequeño parche de árboles un poco más abajo del
camino.
He estado caminando con precaución todo este tiempo, pero aun
así casi me pierdo la repentina desaparición del suelo bajo nuestros pies.
Si no hubiera sido por Peter deteniéndome, podría haberme caído.
Jadeando, retrocedo, aferrándome a su agarre con toda mi fuerza
mientras miro boquiabierta la caída que tenemos debajo. Por alguna
casualidad de la naturaleza, los árboles van hasta el borde del acantilado
y algunas raíces se extienden más allá. Da la ilusión de que hay un
terreno sólido donde no lo hay y recuerdo que ayer Ilya habló sobre este
fenómeno cuando mencionó el desplazamiento de tierra.
—¿Esto es por el terremoto? —pregunto cuando logro salir de la
conmoción.
—Sí. —Me tira hacia atrás, lejos del borde. Cuando estamos lo
suficientemente lejos, me suelta la mano y dice—: Esto es lo que quería
que vieras. Sé que ayer Ilya te contó que esta montaña se encuentra llena
de acantilados, pero no debes haberle creído, así que quería que lo vieras
con tus propios ojos. Esta era la única pendiente lo suficientemente
gradual como para poder caminar o conducir antes de terremoto, y ya no
se puede usar. La única forma de salir de esta montaña es en helicóptero,
ptichka. —Sonríe y sus ojos brillan como plata pulida.
Lo miro con el estómago lleno de hielo. Debo haberme desconectado
cuando Ilya hablaba de esto, porque no recuerdo que lo mencionara en
absoluto. No es de extrañar que mis captores hayan estado tan
despreocupados por mi fuga, sabían que no tenía a dónde ir.
—¿Toda esta montaña está rodeada de acantilado? ¿Por todos los
lados?
Debo verme tan abrumada como me siento, porque su expresión se
suaviza inexplicablemente. —Sí, mi amor. ¿No lo entendiste ayer?
Sacudo la cabeza con aturdimiento. —No debo haber estado
escuchando muy atentamente.
No dice nada, solo me toma la mano nuevamente y caminamos
juntos por el sendero, de regreso a la casa. Mis pasos son lentos, el
agotamiento por mi caminata matutina me golpea como una bola de
demolición. Y el cansancio no es solamente físico. Estoy estrujada
emocionalmente, tan cansada que me siento entumecida por dentro.
No sé por qué deposité tantas esperanzas en este escape. Incluso
cuando estaba en casa con mi familia y el FBI a solo una llamada de
distancia, sabía que no había ningún lugar al que pudiera ir para evitar
que Peter me atrapara. En ese entonces era su prisionera, al igual que lo
soy ahora, y no sé qué me hizo creer que escapar de esta montaña
mejoraría las cosas.
¿Por qué imaginé que sería libre si lo lograba?
Peter me habría perseguido. Incluso si, por algún milagro,
escapaba y llegaba a la supuesta seguridad de la protección del FBI,
nunca habría estado realmente a salvo. Tendría que mirar por encima del
hombro cada hora durante todos los días, y eventualmente él habría
estado allí, de pie con esa cruel sonrisa en su hermoso rostro.
No tengo forma de salir de esto, y en mi pánico, lo olvidé.
La desesperación es una fuerza aplastante en mi pecho que me
restringe la respiración y colorea de gris el mundo a mi alrededor. Sé que
necesito recomponerme y elaborar un nuevo plan, pero la desesperanza
de mi situación es demasiado amplia y absoluta. Mis piernas se sienten
de plomo cuando doy cada paso, y el hielo en mi interior se expande, el
frío se envuelve como cadenas alrededor de mi corazón.
Simplemente, no hay salida.
—No tiene que ser así, Sara —dice en voz baja y levanto la mirada
para encontrarlo mirándome, su mirada es extrañamente comprensiva.
Es como si entendiera, como si empatizara en algún nivel. Excepto que,
si lo hiciera, no estaría haciendo esto.
No destruiría mi vida para satisfacer su obsesión.
—¿Así? —pregunto huecamente, deteniéndome frente a un árbol
caído. Tenemos que escalarlo y me falta la energía para hacerlo—.
¿Entonces, cómo? ¿Cómo imaginas que funcione?
Sus labios se retuercen mientras me suelta la mano y se gira para
enfrentarme. —Puedes simplemente rendirte, ptichka. Aceptar lo que hay
entre nosotros.
—¿Y qué es eso?
—Esto. —Levanta la mano para acariciarme la mejilla y me
encuentro apoyándome en su toque, buscando el calor magnético de sus
dedos.
Sintiendo la perversa necesidad pulsando en mi núcleo.
Debería alejarme, apartarme de su alcance, pero estoy demasiado
cansada para moverme. Demasiado cansada para protestar mientras
inclina la cabeza y presiona sus labios contra los míos, su beso es suave
y gentil, tan tierno que me dan ganas de llorar.
Me besa como si fuera algo precioso, algo raro y hermoso. Como si
me quisiera más que a la vida misma. Mis ojos se cierran y mis manos se
elevan, agarrándole los hombros cuando profundiza el beso, inhalando
mi aire y alimentando mi necesidad.
¿Qué pasaría si te rindes?
No parece tan malo en este momento. No cuando estoy tan cansada
y perdida, tan completamente desprovista de esperanza. Él es la causa
de mi desesperación, sin embargo, todo es más cálido y brillante con su
toque, más soportable con su afecto.
¿Qué pasaría si lo aceptas?
La pregunta me da vueltas en la cabeza, burlándose de mí,
provocándome con posibilidades. ¿Cómo sería si dejara de pelear? ¿Sí
dejo ir mi vieja vida y abrazo la nueva? Porque en este momento, no
parece tan loco que Peter pueda amarme, que podamos compartir algo
significativo y real.
Que si me permito olvidar las cosas que ha hecho, tal vez podría
amarlo también.
—Sara —respira, levantando la cabeza, y en su mirada acalorada
veo el futuro que podríamos tener. Uno en el que no somos enemigos,
uno donde el pasado no pinta nuestro presente en tonos negros.
Lo veo y lo quiero, y eso es lo que más me aterroriza.
—Suéltame. —En algún lugar, encuentro la fuerza para alejarme,
para rechazar el oscuro atractivo de su afecto—. Por favor, Peter, detente.
Su mirada se enfría y se endurece, la plata fundida se convierte en
acero frío. Sin otra palabra, me toma la mano y vuelve a guiarme a través
de la montaña, de regreso a mi prisión.
De regreso a nuestro nuevo hogar.
Caminamos por el sendero durante otra hora y media antes de que
comience a tropezarme con cada raíz y piedra, tengo las piernas tan
cansadas que literalmente no puedo levantar los pies. Subir es diez veces
más difícil que bajar, y después de esforzarme hasta los límites más
temprano, no puedo seguir haciéndolo durante más tiempo.
Tragando aire helado, me siento en una gran roca. —Necesito… un
descanso —jadeo, inclinándome hacia adelante. Tengo un calambre
agudo a un costado y mis pulmones arden como si acabara de correr
dieciséis kilómetros—. Solo… unos minutos.
—Aquí, bebe. —Se sienta a mi lado, luciendo tan fresco como si
hubiéramos estado paseando todo este tiempo. Desabrochándose la
chaqueta, me entrega una nueva botella de agua y dice—: Sé que estás
cansada, pero no podemos frenar. Se espera una tormenta esta noche y
tenemos que llegar a casa antes de eso.
Trago la mayor parte del agua antes de devolvérsela. —¿Una
tormenta?
—Lluvia y aguanieve, mezcladas con nieve en las altitudes más
altas. —Se termina el agua y mete la botella vacía dentro de su
chaqueta—. No queremos quedar atrapados en eso.
—De acuerdo. —Aún no he recuperado el aliento, pero me obligo a
ponerme de pie—. Vamos.
Se pone de pie, estudiándome con el ceño fruncido. Luego se da
vuelta y dice—: Súbete a mi espalda.
Una risa incrédula burbujea en mi garganta. —¿Qué?
—Dije que te subas a mi espalda, te llevaré.
Sacudo la cabeza. —No seas ridículo. No puedes llevarme toda esa
distancia. Aún tenemos unas tres horas de caminata, tal vez cuatro o
cinco, ya que vamos cuesta arriba.
—Deja de discutir y súbete a mi espalda. —Me mira duramente por
encima del hombro—. Te encuentras demasiado cansada para caminar y
esta es la forma más fácil de llevarte.
Dudo, pero luego decido hacer lo que dice. Si quiere agotarse
dándome un paseo a cuestas, ¿quién soy yo para discutir? —De acuerdo.
—Con lo último de mi fuerza, me paro en la roca y desde allí me subo a
su amplia espalda, agarrándome de sus hombros mientras le rodeo la
cintura con las piernas.
—Sujétate fuerte —dice, enredando los brazos debajo de mis
rodillas, comienza a caminar, cubriendo el suelo con pasos largos y
constantes.
Traducido por Jadasa
Corregido por Joselin

Establecí un ritmo rápido, decidido a regresar rápidamente a la


casa. El cielo ya se va oscureciendo en el horizonte, el aire se enfría y
espesa. La tormenta viene más rápido de lo previsto; quizás tengamos un
par de horas antes de que llegue, y no puedo contactar a los muchachos
para que nos recojan. Después de dejarme, Anton se llevó el helicóptero
para recoger algunos suministros en Tokio, y no volvería a tiempo.
Debería haber elegido otro día para esta demostración.
Oh, bien. No tiene sentido preocuparse por eso ahora. A medida
que llegamos a una parte más plana del camino, acelero aún más, y Sara
mueve su agarre sobre mí, pasando sus brazos alrededor de mi cuello en
tanto se inclina hacia adelante.
—¿Está bien? —murmura contra mi oído, y asiento.
—Bien. Simplemente no me asfixies —le digo.
—¿Estás seguro de que no quieres bajarme? Porque he descansado
y ahora puedo caminar...
—Nos retrasarás.
Mi tono es brusco, pero no estoy dispuesto a perder el aliento
hablando. No porque mi pajarito sea pesada, con apenas cincuenta kilos,
pesa menos que los paquetes con los que troto cuando entreno, sino
porque no puedo permitirme ir más lento. El viento sopla con fuerza, un
frío helado, y aunque ambos estamos bien abrigados, quiero llevar a Sara
adentro antes de que el clima empeore.
Las primeras gotas aguanieve golpean cuando estamos a menos de
media hora de la casa. —Bájame —exige Sara, y esta vez, escucho. La he
estado cargando por más de tres horas, y ahora ya está lo
suficientemente descansada. Nos moveremos más rápido si camina.
Agarrando su mano, empiezo a trotar, arrastrándola detrás de mí
cuando el cielo se abre y el viento comienza a conducir agua helada
contra nuestras caras.
—Oh, gracias a Dios —jadea Sara cuando la casa aparece a la vista.
El aguanieve ahora se encuentra mezclada con nieve, y el viento se siente
como si estuviera cortando nuestros huesos. Mis pantalones vaqueros se
hallan empapados, mis piernas entumecidas por el frío y ya no puedo
sentir mi rostro. Solo puedo imaginar lo miserable que debe sentirse
Sara. A diferencia de mí, nunca ha sido entrenada para separarse del
dolor y la incomodidad, jamás ha sabido lo que es enfocarse únicamente
en la supervivencia. Si pudiera protegerla de esta tormenta con mi
cuerpo, lo haría, pero lo más importante en este momento es llevarla
adentro, donde estará cálida y seca.
Una hora más de esto, y correríamos el riesgo de tener hipotermia.
Cuando estamos a menos de treinta metros de la casa, Sara se
tropieza con una rama, y la levanto, llevándola apretada contra mi pecho
en tanto cubro la distancia restante. Al llegar a la puerta, llamo con mi
bota, y tan pronto como Yan abre la puerta, llevo mi carga medio
congelada directamente a nuestro baño de arriba.
Bajándola, enciendo la ducha, asegurándome de que el agua esté
tibia pero no demasiado caliente, y luego nos desnudó a ambos,
quitándonos la ropa húmeda y helada antes de meterla bajo el chorro.
Sara tiene los labios teñidos de azul y tiembla tanto que apenas puede
mantenerse erguida. No estoy en mejor forma, por lo que la rodeo con los
brazos en un abrazo de cuerpo entero y, durante unos minutos, nos
quedamos parados bajo el agua, temblando a medida que el calor penetra
nuestra piel congelada.
—Po… podríamos haber muerto. —Los dientes de Sara todavía
castañean cuando se aleja y me mira a los ojos. Sus ojos color avellana
se han vuelto casi negros en su rostro blanco, sus pestañas oscuras
llenas de humedad—. Pe… Peter, podríamos haber muerto allí afuera.
—Sí. —Nuevamente aprieto los brazos a su alrededor,
presionándola contra mí hasta que puedo sentir cada respiración
superficial que toma—. Sí, ptichka, podríamos haber muerto.
Otra hora o dos en esa tormenta, y ella no lo habría logrado. No me
permití pensarlo antes, no dejé que mi concentración se apartara del
objetivo de llevarla a casa, pero ahora que estamos aquí, ahora que se
encuentra a salvo, la comprensión de que podría haber muerto hace que
sienta un vacío en mi interior y congela mi corazón. Solo conocí un miedo
como este una vez, cuando vi a esos idiotas amenazándola con cuchillos.
Esa vez, pude eliminar la amenaza, y lo hice, pero no pude protegerla de
esta tormenta.
Si la tormenta hubiese llegado dos horas antes, podría haberla
perdido.
El pensamiento es aterrador e insoportable. Cuando perdí a Pasha
y Tamila, sentí que mi mundo había terminado, como si nunca fuese a
conocer nada más que ira y agonía. La furia que me condujo fue absoluta,
porque esa era la única forma en que podría pasar cada día, la única
forma en que podía comer, respirar y funcionar.
La única manera en que podría vivir lo suficiente como para
encontrar a los responsables y hacerlos pagar.
No fue hasta Sara que empecé a sentirme vivo otra vez, a desear
algo más que una venganza brutal. Ella se convirtió en mi nuevo enfoque,
mi nueva razón de existir.
No puedo perderla.
No la perderé.
—Nunca volverás a hacer esto. —Mi voz es baja y dura cuando
agarro sus hombros y retrocedo para encontrarme con su sorprendida
mirada, el miedo en mi interior se llena de una determinación feroz—. No
huirás de mí, Sara. Jamás. No hay nadie por ahí que pueda ayudarte,
ningún lugar donde puedas esconderte. Y si vuelves a intentar este truco
inútil, te arrepentirás; te doy mi palabra. Crees que sabes de lo que soy
capaz, pero ni siquiera has arañado la superficie. No tienes idea de hasta
dónde llegaré, ptichka, ni yo tengo idea de lo que estoy dispuesto a hacer
para tenerte. Eres mía y seguirás siendo mía, ahora y mientras ambos
estemos vivos.
Puedo sentir sus músculos tensarse a medida que hablo, y sé que
la estoy asustando. No es lo que quiero, pero tengo que mantenerla
alejada de estos intentos de fuga.
Tengo que mantenerla a salvo.
—Peter, por favor... —Sus suaves ojos color avellana se llenan de
lágrimas, sus palmas se acercan para presionar contra mi pecho—. No
hagas esto. Esto no es amor. Incluso tú debes darte cuenta de eso.
Lamento todo lo que has perdido, lo que George le hizo a tu familia. Y
sé... —Traga saliva, sosteniendo mi mirada—. Sé que hay algo entre
nosotros, algo que no debería estar allí... algo que no tiene ningún
sentido. Lo sientes y yo también. Pero eso no lo vuelve correcto. No
puedes perseguir a alguien para que te ame, no puedes intimidarla para
que le importes. En tanto me mantengas aquí, soy tu cautiva, sin
importar lo que me hagas decir... sin importar que me coacciones. Ya sea
que huya o no, no soy tuya, y nunca lo seré. No de esta manera.
Cada palabra que dice es como un cuchillo que perfora mi
hígado. —Entonces, ¿cómo? —Mis palabras salen duras y desesperadas,
violentas en su intensidad—. Dime, Sara. ¿Cómo puedo tenerte? ¿De qué
otra manera podemos estar juntos cuando soy un hombre buscado?
Su mirada refleja mi tormento. —No podemos. —Se ahoga, sus
delicadas uñas arañando mi piel mientras sus manos se acurrucan en
puños contra mi pecho—. Esto no está destinado a ser, Peter. No
estamos destinados a ser. No con el pasado que compartimos, no con
quién y qué somos.
—No. —Mi rechazo es visceral e instintivo—. No, te equivocas.
Al darme cuenta de que le estoy agarrando los hombros con mucha
fuerza, la libero y retrocedo, luego me doy la vuelta para cerrar el agua,
usando la pequeña tarea para recuperar el control. Ahora que ya no me
estoy congelando, mi cuerpo comienza a responder a su desnudez, mi
hambre por ella es intensa y oscura, agravada por la volátil mezcla de ira
y anhelo frustrado. Si no me calmo, la tomaré y la lastimaré.
La follaré hasta que se rompa y admita que me pertenece.
Se encuentra llorando cuando me doy la vuelta para mirarla, las
lágrimas se mezclan con la humedad en sus mejillas. —Peter, por
favor... —Se estira para agarrar mi mano, sus delgados dedos se
envuelven de forma implorante alrededor de mi palma—. Por favor, solo
déjame ir. Esto no es lo que quieres, en realidad no. No puedo ser tu
familia. No puedo ser su reemplazo. ¿No puedes ver eso? Simplemente no
está destinado a ser. Lo que quieres no es...
—Tú eres lo que quiero. —Sacando mi mano de su agarre, la coloco
en su cabello y envuelvo mi otro brazo alrededor de su cintura,
moldeándola contra mí. Respira hondo, sus pezones erectos rozan contra
mi pecho, y mi polla palpita, dura y lista contra su estómago en tanto
digo con voz ronca—: Tú, Sara, eres todo lo que deseo. Me importa un
carajo el pasado, o lo que es o no debe ser. Hacemos nuestro propio
destino, elegimos nuestro propio destino, y yo te elegí a ti. No me importa
si todo el mundo piensa que está mal, si tengo que pelear contra todo un
ejército para estar contigo. Te encontré, te tomé, y voy a mantenerte; y
jamás voy a liberarte.
Traducido por Lauu LR
Corregido por Joselin

Espero que Peter me folle entonces, justo ahí en la ducha, pero me


libera y sale del cubículo, arrancando una toalla del estante y
envolviéndola a mi alrededor mientras lo sigo afuera. Me seca con rápidos
movimientos, y entonces toma una toalla para él. Sus movimientos son
rudos, inestables, sus ojos brillan con oscuridad mientras termina de
secarse y vuelve a poner nuestras toallas en el estante.
Está enojado o herido, o una combinación de ambas, ninguna de
las cuales me hace sentir bien.
Sujetando mi codo, me lleva a la habitación, y cuando llegamos a
la cama, caigo en ella, mis piernas rehusándose a sujetarme un segundo
más. Una ola de mareo me llena, mi estómago ruge con vacío, y me doy
cuenta de que no he comido desde esos cacahuates en el camino.
Peter debe darse cuenta también, porque se detiene y me mira con
un oscuro ceño. —¿Quieres cenar?
Asiento y me esfuerzo por sentarme, secando las lágrimas de mi
rostro con el dorso de la mano. —Por favor.
—Está bien. —Camina al closet, toma una bata y me la lanza antes
de ponerse una él mismo—. Vamos a comer.
Mientras comemos un salteado que Peter hizo rápidamente, lucho
con la desconcertante sensación de que estoy esperando a que caiga la
guillotina. Mi captor no me ha dicho una palabra después de ofrecerme
la cena, y no tengo idea de lo que pasa por su mente. Lo que sea, sin
embargo, me observa con una mirada intensa y eso me asusta.
La cena retrasa lo que sea que fuera a hacerme, pero aun planea
hacerlo.
Es, posiblemente, el peor momento, pero no puedo retrasarlo más.
El reloj está sonando en mi cabeza, cada hora que pasa incrementa mi
ansiedad. —Peter —bajo mi tenedor, tratando de no lucir tan nerviosa
como me siento—, ¿conseguiste la píldora?
Su barbilla se tensa, y por un segundo, estoy convencida de que
dirá que no. Pero solo se levanta y camina hacia la encimera, donde una
bolsa de papel blanca está colocada junto a una computadora portátil.
Tomándola, me la trae, y ansiosamente la tomo. Dentro se
encuentra una píldora rosa en un empaque blanco brillante con letras
japonesas en él. Solo el nombre del fabricante se halla en inglés, pero
estoy segura de que es la píldora que necesito.
Rompiendo el empaque, saco la píldora y la trago con medio vaso
de agua. Con algo de suerte, aún estamos en la zona segura y la píldora
hará su trabajo. No es que importe, dado lo que Peter dice.
Niño o no, nunca me va a dejar volver a casa.
La decepción amenaza con llenarme de nuevo, y es todo lo que
puedo hacer para decirle en un tono semi normal—: Gracias, lo aprecio.
Sin importar lo tensas que estén las cosas entre nosotros, tengo
que tener en mente que no tenía que darme esta píldora, que pudo
obligarme a hacer su voluntad en este asunto, también.
Asiente de forma cortante y comienza a limpiar la mesa. Aún estoy
muerta de cansancio, pero me obligo a levantarme y ayudarle justo
mientras Ilya y Yan bajan las escaleras, discutiendo algo en ruso. Yan se
ríe, pero Ilya parece enojado, haciendo que me pregunte si los dos
hermanos discuten.
Peter les ladra algo, y Yan me mira con una sonrisa antes de
responder rápidamente en ruso.
Ilya parece a punto de explotar, pero solo toma una manzana del
tazón en la mesa y vuelve a subir las escaleras.
—¿Sobre qué hablaban? —pregunto, frunciendo el ceño mientras
el ruso de pelo castaño se sienta detrás de la encimera y abre la portátil
que se encuentra ahí. Estuve observando esa computadora toda la cena,
preguntándome como poner mis manos en ella, y estoy decepcionada de
ver una contraseña antes de que Yan incline la pantalla lejos de mí.
—Solo le decía a mi hermano que necesita encontrarse una linda
chica —explica Yan en inglés, su sonrisa ampliándose mientras Peter
cierra la puerta del lavavajillas con fuerza innecesaria—. Tú sabes, como
hizo Peter contigo.
—Oh, ya veo. —Dada la reacción de Peter, sospecho que el lenguaje
que Yan usó con su hermano fue un poco más variado, pero no voy a
fisgonear más.
Preferiría no saber lo que su pequeña banda de asesinos piensa
realmente de mí.
Yan se entretiene con la computadora, y limpio la mesa y los
mostradores vacíos, sintiendo la necesidad de hacer algo, incluso aunque
estoy al borde del colapso. No sé qué me espera subiendo las escaleras
esta noche, pero me siento particularmente alerta, mis instintos gritan
que estoy en peligro. Tal vez es la dura, cerrada expresión en el rostro de
Peter o la apenas controlada violencia en sus movimientos, pero me
recuerda a nuestro encuentro en Starbucks hace esas semanas, cuando
mi captor no era nada más que un letal extraño que me torturó y mató a
George.
Cuando no sabía lo peligroso que podía llegar a ser.
Afuera, la tormenta se intensifica, el viento lleva lluvia helada a
nuestras ventanas. Me estremezco, recordando cómo se sintió estar
afuera en eso, y amarro más fuerte la bata alrededor de mi cuerpo.
—¿Frío? —pregunta Yan, y me giro para encontrarlo mirándome
con una media sonrisa. Contrario a Peter y yo, está completamente
vestido, con pantalones de vestir y camisa a la moda, pero demasiado
formal para pasar el rato en la casa. Sin embargo, tengo la sensación de
que no le importa, ni lo apropiado de sus ropas ni cualquier cosa en
general. Incluso cuando sonríe o se ríe, hay una fría y distante naturaleza
acerca de Yan Ivanov, como si no sintiera las emociones que muestra.
No estaría sorprendida si el hermano de suaves modales de Ilya
fuera un psicópata, en el sentido clínico de la palabra.
—Estoy bien —digo y miro hacia Peter, que ha terminado de recoger
las sobras y ahora me mira con ojos estrechados, sus poderosos brazos
cruzados encima de su pecho.
—¿Terminaste? —pregunta en una voz dura, y mi corazón se hunde
cuando me doy cuenta de que no puedo posponer más lo que sea que va
a pasar.
Cometí un error, y estoy a punto de pagar el precio.
Traducido por IsCris
Corregido por Joselin

Cuando llegamos a nuestra habitación, Peter me lleva a la cama.


Deteniéndose frente a ella, se quita la bata, la deja caer al suelo, luego
desata la mía y me la quita de los hombros, dejándome desnuda. Parece
tener el control total, la ira volátil disminuyó por el momento y, a pesar
de mi nerviosismo, mis muslos se contraen con una oleada de calor
mientras pasa sus nudillos sobre la piel sensible de mis senos antes de
tomar cada montículo y frotar suavemente sus pulgares sobre mis
pezones.
—Te ves asustada —observa, su mirada plateada dura y opaca—.
¿Tienes miedo de que te lastime? —Sus dedos se cierran sobre mis
pezones, pellizcando con una fuerza sorprendente, jadeo y mis manos
vuelan para agarrar sus muñecas.
—Dime, Sara. —Pellizca mis pezones con más fuerza, la presión
bordea el dolor—. ¿Crees que te lastimaré?
—Yo… —Trago, mi corazón martilleando mientras tiro inútilmente
de sus muñecas—. No lo sé.
—Podría lastimarte. —Su boca esculpida se tuerce cuando suelta
mis pezones, dejándolos erectos y palpitantes mientras sus manos se
deslizan por mi cuerpo para agarrar mis caderas—. Y a veces quiero
hacerlo. Sabes eso, ¿no, ptichka? Lo has sentido. —Su polla presiona
contra mi estómago, dura e insistente, y mi aliento queda atrapado en mi
garganta, mi núcleo se tensa con un dolor intenso a pesar del escalofrío
que se extiende por mis venas.
—Sí. —No puedo mentir, aunque eso podría ser más inteligente,
podría tranquilizar al monstruo que me mira a través del metal oscuro de
los ojos de Peter—. Sí, lo he hecho.
—Oh, ptichka... —Simpatía simulada llena su voz mientras me da
un fuerte empujón—. Por supuesto que sí.
Sorprendida, caigo de espaldas sobre la cama, pero en lugar de
trepar sobre mí, Peter se inclina y se endereza un momento después con
el cinturón de mi bata en la mano. La ansiedad me atraviesa cuando
comprendo sus intenciones, y reacciono instintivamente, rodando
mientras se sube a la cama a mi lado.
Me atrapa antes de que pueda levantarme de la cama, y me
encuentro boca abajo sobre el colchón, la parte inferior de mi cuerpo
inmovilizada por su peso y mis brazos son puestos detrás de mi espalda
mientras ata el cinturón alrededor de las muñecas. Sus movimientos son
rápidos y seguros, eficientemente despiadados, y solo pasan unos
segundos antes de que mis manos estén completamente restringidas, la
tela de felpa se enrolla alrededor de mis muñecas en un agarre suave
pero irrompible.
Tiro de las restricciones, jadeando en el colchón, pero no hago
ceder el cinturón, no hay forma de que me libere. —¿Qué haces? —Mi
pánico se intensifica cuando siento que se baja de mí—. Peter, por favor...
¿qué haces?
—Shhh. —Agarrando mi codo, me tira de rodillas y me da la vuelta
para mirarlo. Su rostro se encuentra tenso por la lujuria, sus ojos brillan
oscuramente mientras dice—: Te estoy dando una idea de lo que significa
ser mi cautiva. Porque eso es lo que quieres, ¿no? ¿Correr y que te atrape?
¿Hacerme hacer esto, para que puedas estar libre de culpas?
Abro la boca para negarlo, pero antes de que pueda pronunciar una
palabra, se para en la cama. Metiendo la mano en mi cabello, arquea mi
cabeza hacia atrás, tirando de mi rostro hacia su ingle, y jadeo, tirando
de las restricciones de mi muñeca mientras su gruesa polla golpea mi
mejilla. Su masculino aroma almizclado llena mis fosas nasales, sus
testículos rozan mi mandíbula y mi respiración se acelera cuando me doy
cuenta de lo que está a punto de hacer.
—Peter, por favor —empiezo, luego cierro los labios con fuerza
mientras la cabeza de su polla presiona contra mi boca. Con su mano en
mi cabello y mis brazos atados detrás de mi espalda, no puedo voltear mi
rostro, no puedo moverme ni un centímetro. En las semanas
transcurridas desde que Peter invadió mi vida, me ha tomado más veces
de las que puedo contar, complaciéndome con su boca, manos y polla,
pero nunca antes me había hecho complacerlo. Y por primera vez, me doy
cuenta de que fue una misericordia... una pequeña elección que me había
dejado.
Una elección que ahora me quita.
—Abre la boca. —Su voz palpita con oscura lujuria mientras golpea
su polla contra mi mejilla de nuevo—. Abre tu puta boca, Sara.
Mantengo los labios bien cerrados incluso cuando mi ritmo
cardíaco salta a la zona anaeróbica. Es una estupidez luchar contra una
mamada cuando hemos follado docenas de veces, pero no puedo evitar
sentir que al hacer esto, estaría cediendo aún más... perdiendo lo último
que aún le pertenece a George. No el alcohólico o el espía que me mintió,
sino el hombre del que me enamoré en la universidad, el que fue mi
primer todo.
El rostro de Peter se tensa, sus ojos se entrecierran mientras
gruñe—: ¿Quieres hacerlo de la manera difícil? Bien. Con su mano libre,
me cierra las fosas nasales, cortándome el aire, y cuando abro la boca
para respirar, empuja su polla hasta el fondo de mi garganta.
Me ahogo, los ojos se me llenan de lágrimas cuando entra en acción
mi reflejo nauseoso, pero no tiene misericordia cuando comienza a
empujar, follando mi boca con un ritmo duro e implacable. Ni siquiera
tengo la oportunidad de morder; con sus dedos apretándome las fosas
nasales, todo en lo que estoy enfocada es en tomar suficiente aire y tratar
de no vomitar. En pánico, instintivamente tiro de mis ataduras, mis ojos
se cierran cuando la saliva gotea por mi barbilla, pero sus gruesos, largos,
y fulminantes golpes entran y salen, y no hay nada que pueda hacer,
ningún lugar al que pueda escapar.
No sé cuánto tiempo usa despiadadamente mi boca, pero puedo
sentirme mareada, la falta de aire combinada con mi agotamiento y un
letargo de ensueño me invade. Nunca me he sentido tan impotente, tan
completamente bajo el poder de mi torturador, y mientras Peter continúa
follando mi boca, hago lo único que puedo.
Dejo de pelear y me rindo ante él.
Los golpes de castigo no se detienen y no me suelta la nariz, pero
mi pánico disminuye a medida que mi cuerpo se vuelve suave y flexible
en su agarre. Soy una muñeca de trapo, un juguete para llevar y jugar, y
hay paz en eso, una especie de aceptación retorcida. Mi garganta se
relaja, dejándolo entrar, y el reflejo nauseoso desaparece cuando abrazo
su ritmo. Cada vez que se retira, tomo un respiro y el aire me sostiene
mientras empuja profundamente, llenando mi garganta, controlando tan
completamente que mi vida está en sus manos.
—Sí, eso es. Eso es tan bueno... así mismo, mi amor... —Su gemido
empapado de lujuria vibra a través de mí, y abro los párpados un poquito,
mirándolo con los ojos llorosos. El éxtasis salvaje contorsiona sus rasgos,
los tendones se destacan en su cuello musculoso, y cuando su mirada se
encuentra con la mía, siento que algo dentro de mí se mueve, cambia de
alguna manera fundamental.
Soy tuya, le dice mi cuerpo, aceptando todo lo que tiene para dar.
Es una completa entrega de mí misma, pero se siente bien, se siente
reconfortante y pacífico. En este momento, quiero pertenecerle,
permanecer encerrada en su enorme fuerza.
Rendirme y dejar que me tenga.
Todo el miedo se desvanece, todos los pensamientos sobre el futuro
desaparecen. Siento que estoy flotando, como si estuviera por encima y
más allá de mí misma. Si todavía hay molestias, no las siento, pero mis
sentidos se agudizan, mi sexo se humedece y vibra de excitación. Es la
falta de oxígeno, me dice mi entrenamiento médico, pero la razón no
importa.
Nada importa más que Peter y su placer.
Sostengo su mirada mientras llega al clímax, manteniendo la
conexión mientras su semilla brota en mi garganta. Con los ojos fluyendo,
me trago cada gota salada, y es solo cuando sus dedos sueltan mi cabello
que la extraña excitación se desvanece y vuelvo a la realidad.
Temblando, me desplomo de costado, sintiendo que me estoy
desmoronando en pedazos mientras me libera las manos. Tengo los ojos
húmedos, pero ya no lloro. No puedo. La caída en la desesperación es
demasiado repentina, demasiado aterradora y profunda. Y debajo de
todo, está la enferma excitación, un hambre que arde en mi núcleo.
—Está bien, mi amor —murmura, acercándome a su abrazo, y mi
temblor se intensifica cuando su mano se desliza entre mis muslos, dos
dedos ásperos empujándome mientras su pulgar presiona mi clítoris—.
Vas a estar bien. Esto es normal. Déjame cuidarte, ptichka, y estarás
bien.
Pero no lo estaré. Lo sé y él también lo sabe.
Me toma unos segundos correrme, convulsionar en sus brazos con
un placer rotundo. Y mientras me abraza, acariciando mi cabello, sé que
esto es todo.
La jaula que me prometió está aquí.
Traducido por Tolola
Corregido por Val_17

Las primeras dos semanas son las más difíciles. Lloro casi todos
los días, mi ira y desesperación son tan intensas que quiero gritar y tirar
cosas. Pero no lo hago. En vez de eso, camino de puntillas alrededor de
Peter, decidida a evitar más castigos y asegurarme de que mi captor me
deje mantenerme en contacto con mis padres.
Todavía no entiendo qué pasó esa noche, cómo esa mamada me
rompió tan completamente. El sexo con Peter siempre ha tenido un
elemento de oscuridad, pero pensé que podría manejarlo, que estaba
acostumbrada a la montaña rusa de miedo, vergüenza y necesidad. Pero
esa noche fue algo diferente, algo más perverso… algo que me abrió y me
retorció por dentro.
Esa noche, bailé con el monstruo interior de Peter, y en el proceso,
descubrí uno en mí.
No me ha tocado así desde entonces, aunque cada vez que tenemos
sexo siento en él el deseo, la necesidad de dominar y atormentar. Está
ahí, no importa lo que haga, no importa cuán tiernamente me trate. Es
parte de sí, esa oscuridad, esa necesidad de castigar y vengarse. Puede
que luche contra ella, pero está ahí porque, independientemente de lo
que diga, el pasado influye en nuestro presente.
Nunca olvidará el papel de mi marido en la masacre de su familia,
y nunca superaré lo que le hizo a George.
La buena noticia es que volvemos a usar condones. No sé si vio la
sabiduría de evitar complicaciones adicionales en esta etapa de nuestra
jodida relación, o si realmente respeta mis deseos, pero a pesar de la
copiosa cantidad de sexo que estamos teniendo diariamente, no ha
habido más errores. Aun así, cuento con ansiedad los días que faltan
para mi período y cuando llega, tras dos semanas y media de cautiverio,
sollozo con alivio, agradeciendo por una vez los calambres y la
incomodidad. Peter no parece tan contento, pero cuando volvemos a tener
relaciones sexuales después de que lo peor de mis síntomas ha pasado,
sigue usando protección.
Otro aspecto positivo es que mi intento fallido de fuga no me ha
hecho perder ningún privilegio de contacto con el exterior. Cada tarde,
Peter me deja ver las grabaciones de la casa de mis padres, y cada dos
días me deja llamarlos. Las llamadas son siempre breves, tanto como una
precaución extra para que el FBI no las rastree como porque no hay
mucho que pueda decir. Por lo que respecta a mis padres, estoy dando la
vuelta al mundo con mi amante, felizmente ajena al peligro que
representa y a mis responsabilidades en mi país. Casi todo lo que puedo
hacer en esas llamadas es asegurarles a mis padres que estoy bien e
indagar sobre su bienestar antes de colgar rápidamente para evitar sus
interminables preguntas y súplicas.
—Sabes, puedes explicar un poco más sobre nuestra historia de
amor —dice Peter después de escuchar las llamadas durante una
semana—. Dale un poco de color para que parezca más auténtico.
—¿En serio? ¿Debería decirles con qué frecuencia me follas, o
describir lo grande que es tu polla?
Sonríe ante mi sarcasmo, el único desafío que no le importa en
ocasiones. —Si quieres —dice, recostado en el sofá—. O puedes decir que
te preparo el desayuno todos los días. No soy experto en padres, pero eso
parece algo que apreciarían más.
Me trago otro comentario sarcástico y hago lo que me sugiere en
las próximas llamadas, contándoles a mis padres algunas de las
pequeñas cosas que Peter hace por mí. No puede ser nada que apunte a
nuestra ubicación, así que me quedo con cosas más personales, como el
hecho de que es un gran cocinero y sus masajes en la espalda son
increíbles. Tampoco es mentira; ahora que estamos instalados en la
nueva casa, ha vuelto a hacerme comidas gourmet, y estoy más que
mimada con masajes diarios. Creo que es porque no puede quitarme las
manos de encima y, como no podemos tener sexo veinticuatro horas al
día, se conforma con tocarme de otras maneras, aprovechando cada
oportunidad para acariciarme y frotarme de la cabeza a los pies.
Especialmente los dedos de los pies. Estoy empezando a sospechar que
mi captor puede tener un poco de fetiche con los pies, dada la frecuencia
con la que me da los mejores masajes de mi vida.
No les cuento a mis padres lo de los masajes en los pies, a pesar de
mi pregunta sarcástica, no me siento cómoda discutiendo nada
remotamente sexual con ellos; y también me mantengo callada sobre las
formas más íntimas en que me cuida, como cepillarme el cabello y
lavarme en la ducha. Es como si fuera su muñeca humana, algo entre
una niña y un juguete sexual. También lo hacía en casa, pero yo
trabajaba tanto que era más bien algo ocasional. Sin embargo, ahora es
algo que ocurre a diario y aunque probablemente encuentre ese tipo de
atención perturbadora, lo disfruto demasiado como para objetar.
He sido autosuficiente e independiente durante tanto tiempo que
se siente bien dejar que me mime.
Por supuesto, ninguna cantidad de mimos puede compensar la
pérdida de mi vida y del trabajo que me definían. Pasé de trabajar más
de ochenta horas a la semana al ocio total, y no tengo ni idea de cómo
llenar ese tiempo extra. Peter toma parte de ese tiempo, ahora que
siempre estoy a su alcance, me folla dos o tres veces al día; y con el aire
fresco de la montaña, duermo más, al menos nueve o diez horas por
noche. También comparto las comidas tranquilamente con Peter y sus
hombres, y si el tiempo lo permite, salgo a dar largos paseos con él o con
quienquiera que me asigne para que me proteja.
No es una mala rutina, y tenemos libros y películas, pero tres
semanas después, estoy lista para subirme por las paredes.
—¿Tú no te sientes encerrado? —le pregunto a Peter durante uno
de nuestros paseos matutinos. El aire es frío, pero afortunadamente no
llueve ni hay viento, como ha sucedido en los últimos días, otra razón de
mi irritación—. Quiero decir, sé que trabajas en tu portátil, pero aun así…
Se encoge de hombros. —Estoy disfrutando de este tiempo de
inactividad. Es raro, así que mis chicos y yo lo aprovechamos mientras
podemos. Tenemos un gran trabajo por delante, así que no
descansaremos mucho.
—¿Qué clase de trabajo? —pregunto, impulsada por una oscura
curiosidad—. ¿Otro asesinato?
Se detiene y me mira fijamente. —¿Realmente quieres saberlo?
Dudo, luego asiento. —Sí, así es. —No es como si ignorara lo que
es o lo que hace. Experimenté sus habilidades letales de primera mano
la noche en la que nos conocimos. Si algún señor de la droga les paga a
él y a su equipo una cantidad obscena para que maten a otro criminal
peligroso, lo menos que puedo hacer es enterarme.
Al menos podría ser entretenido, como en una película de terror o
suspenso de James Bond.
—Hay un banquero en Nigeria que ha molestado a ciertas personas
—dice, y se acerca para tomarme la mano mientras vuelve a caminar—.
Una de ellas nos contrató para ocuparnos del problema.
—¿Un banquero? Eso no suena como alguien que requiera tus
habilidades particulares. —O como el despiadado señor del crimen que
imaginé. No es que me engañe sobre que el trabajo de Peter sea algo
noble. Aun así, una parte ingenua de mí debe haber esperado que la
mayoría de sus objetivos merezcan, al menos, algo de lo que se les
presente.
—Este banquero en particular tiene un pequeño ejército y es dueño
de la pequeña ciudad en la que vive, así como de la mayoría de las fuerzas
de seguridad locales —explica mientras nos dirigimos hacia un estrecho
sendero que nunca antes había visto—. Es uno de los hombres más ricos
de Nigeria, y no llegó allí haciendo préstamos para autos.
—Oh. —Reajusto mi imagen mental del hombre—. ¿Así que no es
un buen tipo?
Una sonrisa sin humor aparece el rostro de Peter. —Se podría decir
que sí. En el último recuento, ha asesinado a más de una docena de sus
oponentes y torturado o mutilado al menos a cincuenta más, sin contar
a sus familias. El hombre que nos contrató es primo de una de las
víctimas; su hija fue violada en grupo para darle una lección a su familia.
El horror me constriñe la garganta y, de repente, estoy
salvajemente contenta de que Peter vaya tras este monstruo.
Contenta e irracionalmente preocupada, porque esto es mucho
más peligroso de lo que pensaba.
—¿Cómo vas a…? —Me detengo, sin saber cómo decirlo.
—¿Llegar a él?
Asiento, mirando su frío y divertido rostro. —Sí.
—De la forma habitual. Averiguaremos todo lo que podamos sobre
su seguridad, aprenderemos sus rutinas, y cuando llegue el momento,
atacaremos.
Aparto la irracional burbuja de miedo en mi pecho. Peter y sus
hombres se hallan altamente entrenados, y en cualquier caso, es
estúpido preocuparse por la seguridad del asesino que me secuestró. En
cambio, me concentro en lo que es más relevante para mi situación. —
¿Así que vas a estar fuera un tiempo?
—No, a menos que algo salga mal. Anton y Yan volarán allí la
próxima semana para el reconocimiento, pero Ilya y yo sólo nos
involucraremos en las etapas finales de la operación. Supongo que será
en una o dos semanas, y no debería estar fuera más de un par de días.
Muerdo por dentro de mi mejilla. —¿Qué hay de mí? ¿Vas a dejarme
aquí mientras te vas a Nigeria?
—Yan se quedará contigo —dice, desviándose del camino hacia un
claro mientras intento ocultar mi decepción. A pesar de lo que me dijo el
día de la tormenta, no he renunciado completamente a la idea de escapar.
Sí, me mostró ese acantilado, y he visto algunos más durante nuestras
caminatas, pero eso no significa que toda la montaña sea intransitable.
Podría haber un camino hacia abajo que Peter no quiere que conozca, y
con el tiempo y la libertad suficientes podría encontrarlo. Lo que haría
después, cómo me mantendría alejada de las garras de Peter, incluso si
es que pudiera volver a casa, es otra cosa, pero necesito concentrarme en
un problema a la vez.
Tengo que tener algo de esperanza, o la desesperación me devorará
por completo.
—¿No necesitas a todo tu equipo? —pregunto, haciendo todo lo que
puedo para sonar ligeramente interesada—. Pensé que operaban como
una unidad.
—Lo hacemos, pero nos adaptaremos. —Peter me lanza una mirada
sarcástica cuando entramos en el claro—. No te preocupes, ptichka. No
te dejaremos aquí sola.
No respondo, porque no tiene sentido, y porque hemos llegado a
nuestro destino: un acantilado con una magnífica vista del lago de abajo.
—Guau. —Exhalo, disfrutando del impresionante paisaje mientras
nos detenemos a unos metros del borde del acantilado—. Qué hermoso.
Después de la lluvia de los últimos días, el aire es cristalino, y el
cielo de un perfecto azul pálido, sin una nube a la vista. Ante la ausencia
de viento, el lago debajo de nosotros se encuentra tan quieto que parece
un espejo gigante, reflejando las majestuosas montañas que lo rodean.
Si no estuviera aquí contra mi voluntad, pensaría que es el lugar
más bonito de la Tierra.
—Sí, precioso —concuerda Peter, con la voz inusualmente ronca
mientras su mano aprieta la mía, y me vuelvo para ver su mirada metálica
ardiendo de hambre. Mi corazón se salta un latido mientras que un calor
en respuesta pasa a través de mi cuerpo, ahuyentando el frío de las
alturas.
Siempre es así ahora. Una mirada, un toque, y estoy acabada.
Incluso cuando nos tomamos de la mano, mi corazón late un poco más
rápido y cuando me mira así, mis huesos se vuelven blandos y líquidos,
mi cuerpo se acelera con la excitación.
Sonrojándome, saco la mano de la suya y me alejo para evitar ir
hacia él. Tuvimos sexo hace menos de dos horas, y todavía estoy
adolorida. Es perturbador lo mucho que lo deseo y el poco control que
tengo sobre mi respuesta. La química entre nosotros siempre ha sido
explosiva pero, desde esa mamada, hay algo diferente en mi deseo, algo
que parece estar arraigado en lo malo que es todo.
No. Me fuerzo a dejar de pensar en ello y me niego a ceder. Peter se
equivocó. No quiero ser su prisionera. Esto no es un juego sexual, es mi
vida, mi futuro. Todo por lo que he trabajado se ha ido, ha sido robado
por el hombre que me mira con esos ardientes ojos plateados.
Cualesquiera que sean los antojos retorcidos que haya despertado en mí,
nunca estaré de acuerdo con esta relación forzada.
No puedo estarlo.
Sin embargo, cuando me agarra y me atrae hacia él, no me resisto.
No peleo cuando inclina la cabeza y aplasta sus labios contra los míos.
El fuego que corre por mis venas quema toda la razón, toda la moral y el
sentido común. Mis dedos se enredan en su cabello, mi cuerpo se aprieta
contra el suyo, y mientras me apoya contra un árbol, me rindo y abrazo
la oscuridad, dejando que mi propio monstruo interior deambule
libremente.
Traducido por IsCris
Corregido por Jadasa

A medida que avanzan los preparativos para el trabajo en Nigeria,


me encuentro buscando a Sara con creciente desesperación, mi
necesidad por ella está descontrolada. Cuando no estoy entrenando con
mis hombres o trabajando en la logística de la misión, estoy con o
pensando en ella. Es como una adicción, este deseo que nunca
desaparece, y lo peor es que no importa lo que haga, no puedo conseguir
que Sara se suba a bordo.
No puedo lograr que acepte su vida conmigo.
No es que pelee físicamente. Por el contrario, responde cada vez
que la toco; y en sus ojos, veo la misma hambre, la necesidad que me
quema vivo. Puede negarlo, pero le gusta cuando soy rudo en la cama,
incluso más que cuando soy gentil. Cuando tomo el control, se siente
liberada, alivia el tormento de su culpa y apaga su cerebro hiperactivo.
Nuestros deseos se complementan, nuestra conexión chisporrotea con el
calor oscuro, pero aun cuando su cuerpo abraza el mío, siento el frío de
su distancia mental, los intentos de alejarse de mí.
En cierto nivel, lo entiendo. La alejé de su vida, de su familia y del
trabajo que amaba. Me molesta, esa última parte, porque sé cuánto de la
identidad de Sara estaba ligada a ser una médica exitosa. La música
podría haber sido su pasión y la medicina, la opción pragmática aprobada
por sus padres, pero aun así disfrutaba de su trabajo. Lo veía cada vez
que volvía a casa, cansada pero entusiasmada por el desafío de traer vida
a este mundo y curar las enfermedades de sus pacientes. Ahora parece
perdida, rota de una manera indefinible, y lo odio.
A mi ptichka le encanta ayudar a la gente, y le arrebaté eso.
Para animarla, decido comprar durante el próximo viaje un par de
instrumentos musicales y equipos de grabación, para que pueda
grabarse cantando algunas de sus canciones pop favoritas. También
alisto a Ilya para que me ayude a convertir una parte de la sala abierta
de la planta baja en un estudio de baile, en caso de que Sara quiera volver
a bailar salsa o ballet.
—¿Qué hacen? —pregunta Sara cuando nos ve levantando la
pared, y le explico mi idea. No parece demasiada emocionada, pero de
nuevo, raramente lo está estos últimos días.
Es como si algo de su chispa interna se hubiera apagado, y no sé
cómo recuperarla.
—Esto es una mierda, hombre —murmura Ilya cuando Sara sube
las escaleras después de otra llamada con sus padres, con los hombros
rígidos y los ojos color avellana llenos de lágrimas—. En serio, esa chica
no merece esto.
Le doy una mirada oscura y se calla, pero sé que tiene razón.
Estoy destruyendo a la mujer que amo, y no puedo detenerme.
Pase lo que pase, no puedo dejarla ir.
Cuando Anton y Yan regresan de su misión de reconocimiento, el
estudio de danza solo necesita espejos, y decido traerlos en el vuelo de
regreso de Nigeria, junto con los instrumentos musicales y el equipo de
grabación. También descargo miles de videos musicales populares en una
tablet, que tiene deshabilitado el Internet, y se lo doy a Sara, algo por lo
que me agradece, aunque de nuevo, con poco entusiasmo.
Está llegando al punto en el que preferiría que peleara activamente
conmigo, como en los primeros días después de que me la llevé.
No es la primera vez que pienso en la píldora del día después que
le di y los condones que seguimos usando. Tal vez fue un error escuchar
los restos de mi conciencia y ceder a sus súplicas en este aspecto.
Cuando llegó su período hace dos semanas, sentí que perdí algo, y no
importa cuánto trate de sacar de mi mente la idea de Sara con un niño,
no puedo dejar de pensar en ello.
No puedo dejar de anhelarlo.
Mi pajarito, embarazada. Puedo imaginarlo tan claramente cuando
la miro: el vientre hinchado y los senos llenos y maduros, el resplandor
de la vida que se desarrolla dentro de ella... sus bonitos pezones se
volverían más sensibles, su delgado cuerpo exuberante y suave, y cuando
el niño naciera, ella lo amaría.
Cuidaría a nuestro bebé, como mi madre biológica nunca me cuidó
a mí.
Es tentador, y el deseo me corroe cada día más. Aquí arriba, Sara
está completamente en mi poder. Si dejara los condones, no habría nada
que pudiera hacer, ninguna píldora del día después que pudiera obtener
por si sola. Tendría a mi hijo y lo amaría, y luego, algún día, también me
amaría a mí.
Seríamos una familia, y finalmente la tendría de verdad.
Sería mía y jamás querría irse.
La noche antes de que Ilya y yo partamos para Nigeria, preparo una
cena especial para Sara y el equipo, cocinando los platos favoritos de
cada uno, junto con un par de recetas japonesas que he estado ansioso
por probar.
—¿Por qué no comemos así todos los días? —se queja Anton,
sirviéndose una segunda porción de vinegret, una ensalada rusa
tradicional a base de remolacha—. En serio, hombre, tienes que ponerte
las pilas. Todo lo que comimos ayer fue arroz y pescado.
Le saco el dedo del medio, y los gemelos Ivanov se ríen antes de
comer su plato favorito: brochetas de cordero hechas al estilo georgiano,
acompañadas por una salsa picante. Incluso Sara sonríe a medida que
carga su plato con un poco de todo, incluido mi intento de salteado de
verduras.
En tanto comemos, los chicos y yo hablamos sobre la logística del
trabajo, y Sara escucha en silencio, como es su costumbre durante las
comidas. La distancia que mantiene de mí se extiende a mis hombres;
rara vez habla con ellos, al menos cuando estoy cerca. El único que
parece gustarle es Ilya, e incluso con él, es reservada, su actitud educada
pero lejos de ser cálida. Creo que se siente incómoda con mis compañeros
de equipo; es eso, o los odia por ser mis cómplices.
No me importa su actitud hacia ellos. De hecho, lo prefiero así.
Durante las últimas seis semanas, he sorprendido a los tres mirando a
Sara con diversos grados de interés, y apenas me he detenido de cortarles
la garganta. Sé que no significa nada que miren, cualquier hombre de
sangre roja apreciaría su belleza elegante y agraciada, pero todavía siento
la tentación de matarlos.
Es mía y no comparto. Jamás.
En cualquier caso, me alegro de que Yan se quede. De los cuatro,
es el más sereno, y aunque confío en mis tres compañeros de equipo,
tengo mayor confianza en el autocontrol de Yan. No tocaría a Sara, sin
importar la tentación, y eso es precisamente lo que necesito.
Tengo que saber que está bien protegida, para poder concentrarme
en el trabajo.
—¿Y qué hay de la gente del pueblo? —pregunta Yan mientras Ilya
describe nuestra ruta de escape después del golpe. Todos hablamos en
inglés por respeto a Sara, y para mi sorpresa, veo su rostro palidecer
cuando explico sobre las bombas que planeamos lanzar como una
distracción.
Si lo creyera posible, creería que se encuentra preocupada por
nosotros.
Revisamos más la logística de las bombas y estamos discutiendo
planes de contingencia cuando Sara se levanta abruptamente, su silla
raspando el suelo.
—Por favor, discúlpenme —dice con voz temblorosa, y antes de que
pueda detenerla, corre hacia la escalera y desaparece subiendo por ellas.
Traducido por Dakya
Corregido por Jadasa

Me siento enferma, literalmente enferma de ansiedad. Me duele el


estómago y parece que un camión pasó sobre mi pecho. Desde que Peter
me habló sobre el banquero nigeriano, he tratado de no pensar en el
peligro, pero esta noche, escuchando a los hombres hablar sobre la
demencial seguridad en el complejo del banquero y qué harán en caso de
que alguno de ellos termine herido o muerto, no podía ignorarlo por más
tiempo.
Mañana, Peter y sus compañeros de equipo se enfrentarán a un
monstruo en su guarida fuertemente vigilada, y no hay garantía de que
salgan vivos.
Encerrándome en el baño, me apresuro al lavabo y me echo agua
fría en la cara, tratando de respirar a través de la sofocante opresión en
mi garganta. Se siente como un ataque de pánico; solo que el miedo que
siento no tiene nada que ver con mi propia situación, una que, de hecho,
podría resolverse con la muerte de Peter.
Una bala en el cerebro o el corazón, eso es lo que una vez me dijo
que se necesitaría para que me dejara en paz. Y sé que es verdad.
Mientras mi torturador esté vivo, nunca seré libre. Incluso si de alguna
manera lograra escapar, me perseguiría. Así que tendría que esperar que
sea asesinado, disparado o destrozado por una de esas bombas. Entonces
sus compañeros de equipo podrían regresarme a casa y mi vida anterior
podría reanudarse.
Podría recuperarlo todo si estuviera muerto.
Es lo que debería desear, pero el miedo y la ansiedad me consumen.
El pensamiento de Peter lastimado de cualquier manera es insoportable,
aún más hoy que la noche en que me secuestró. Durante las últimas seis
semanas, he hecho todo lo posible para controlar mis emociones,
responderle solo de manera física, pero claramente he fallado.
Los sentimientos desordenados que desarrollé por el asesino de mi
esposo todavía están ahí; en todo caso, han crecido durante mi cautiverio.
Sintiéndome cada vez más enferma, tomo una toalla y me la froto
contra la cara mojada. Mi estómago es un nudo gigante, y puedo sentir
la sangre latiendo en mis sienes en tanto arrastro respiraciones
superficiales en mi caja torácica apretada. El rostro reflejado en el espejo
del baño es blanco como la tiza, con manchas rojas donde froté con
demasiada fuerza la toalla.
Mañana, Peter podría ser asesinado.
—¿Sara? —Un golpe en la puerta me sobresalta, y dejó caer la
toalla, girando para mirar hacia la puerta.
—Ptichka, ¿estás bien? —La voz profunda de Peter tiene una nota
de preocupación.
Mis pulmones todavía no funcionan correctamente, pero me las
arreglo para respirar y no ahogarme. —Estoy bien. Solo dame un
segundo.
Recogiendo la toalla del suelo con manos temblorosas, la tiro en el
cesto de la ropa en la esquina y me paso las manos por el cabello,
tratando de calmarme. Mis ataques de pánico casi han disminuido en las
últimas semanas, y no quiero que Peter sepa que me deshice solo de
escuchar sobre los peligros que enfrentará.
Respirando profundamente varias veces, camino hacia la puerta y
la abro. Peter inmediatamente entra, un ceño preocupado arruga su
frente mientras su mirada me recorre en busca de heridas.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien?
—Sí, lo siento. Acabo de tener un dolor en el vientre —digo con voz
casi firme—. Sin embargo, estoy bien.
El ceño de Peter se profundiza. —¿Es esa época del mes?
—No, solo… —Me detengo y hago algunos cálculos mentales. Para
mi sorpresa, tiene razón. Mi último período fue hace casi cuatro semanas,
lo que explica algo de lo que siento.
—En realidad, sí —digo, aliviada de tener una excusa—. No me di
cuenta de eso, pero sí, eso debe ser.
Parte de la tensión abandona la cara de Peter. —Mi pobre ptichka.
Ven aquí. —Acercándose, me atrae a su abrazo, y le rodeo la cintura con
los brazos, respirando su cálido aroma a medida que acaricia mi cabello.
Lo peor de mi pánico se alivia, la sensación sólida y musculosa de él
disminuye mi ansiedad, pero el temor sobre el mañana se niega a
desaparecer.
¿Qué pasa si lo matan?
—¿Quieres acostarte? —murmura Peter después de un momento,
apartándose para mirarme, y sacudo la cabeza. Mi pecho aún lo siento
demasiado apretado y mi estómago tiene calambres de verdad, pero estar
sola con mi preocupación solo agravaría la situación.
Saliendo de su agarre, logro una pequeña sonrisa. —Estoy bien. Lo
siento si arruiné la cena. Todo estuvo delicioso.
Todavía hay rastros de preocupación en su mirada, pero asiente,
aceptando mis palabras al pie de la letra. —¿Quieres postre? —
pregunta—. Es tarta de manzana. Puedo traértelo aquí, si no te sientes
con ganas de…
—No, bajaré. De todos modos, tengo que tomar un antiinflamatorio.
Y respirando profundamente, salgo del baño, decidida a hacer lo
que sea necesario para distraerme de los pensamientos sobre el mañana.
Traducido por Anna Karol
Corregido por Ivana

Cuando llegamos a la cocina, el comportamiento de Sara cambia


tan de repente que parece que alguien accionó un interruptor,
encendiendo una personalidad diferente. Una especie de energía frenética
parece apoderarse de ella, y después de tomar dos Ibuprofenos, comienza
a correr por la cocina, guardando las sobras y obteniendo un plato de
postre con la velocidad de alguien corriendo a tomar un tren.
—Yo me encargo, ptichka. Relájate —le digo, guiándola a su silla
cuando intenta sacar el pastel del horno sin guantes—. No te sientes bien,
así que tómalo con calma.
—Estoy bien —protesta, pero la ignoro, sacando cuidadosamente
la tarta del horno y la llevo a la mesa en tanto los muchachos miran todo
con desconcierto.
Sara se queda quieta por unos momentos, dejándome cortar el
pastel en cinco pedazos, y luego se levanta de nuevo. —Aquí, déjame
servirlo —dice, agarrando el plato de Ilya. Luego, aparentemente dándose
cuenta de que no tiene los utensilios adecuados, corre hacia el cajón de
la cocina y regresa con una espátula.
Esta vez, le dejo hacer lo suyo, aunque no tengo idea de lo que le
pasó. Sus ojos se hallan demasiado brillantes, febriles con algo de
emoción reprimida, y su rostro aún se encuentra demasiado pálido.
¿Puede que algo le haya afectado? Pero entonces debería estar cansada,
no correr en un frenesí.
—Aquí —dice, empujando el pastel frente a Ilya—. ¿Quieres algo
más? ¿Como crema batida?
—Eh, no, gracias. —Mi compañero mira perplejo a Sara—. Estoy
bien.
Ella le da una sonrisa inusualmente brillante y después agarra el
plato de Anton. Dejando caer una porción de tarta, le entrega el plato y
luego hace lo mismo por Yan y por mí antes de tomar una porción para
ella.
Sentada, clava un tenedor en su porción y levanta la mirada,
examinando nuestras caras perplejas.
—Entonces —dice con una voz tan alegre que apenas la
reconozco—. ¿También tienen pastel de manzana en Rusia, o es algo más
americano? Ya saben, ¿tan americano como el pastel de manzana y todo
eso?
Yan se recupera primero. —Tenemos pastel de manzana —dice con
una sonrisa divertida—. No se ve exactamente así, pero hacemos pasteles
y tartas pequeñas, pirozhki, rellenas de manzanas y bayas, así como
carne, papas, champiñones, col, cebollas verdes y huevos.
—¿Col, cebollas verdes y huevos? —Sara arruga la nariz—. ¿De
verdad?
—Bueno, no juntos —aclara Yan—. Son huevos y cebollas verdes,
o col. Ah, y los champiñones también pueden acompañarse con cebolla y
queso.
Sara ladea la cabeza y lo mira con interés. —Oh, ¿sí? ¿Qué otro
tipo de productos horneados les gusta a los rusos?
—Oh, hay muchos —dice Anton, saltando a la conversación. Sin
darse cuenta, Sara ha tocado la mayor debilidad de mi amigo (dulces y
productos horneados) e Ilya y yo intercambiamos miradas exasperadas a
medida que se lanza a una larga lista de sus tartas y pasteles favoritos,
describiendo cada uno con detalles que inducen a la baba.
—Vaya —dice Sara cuando él se detiene para recuperar el aliento—
. Peter, ¿sabes cómo hacer todo esto?
—Algunos —le digo, bajando el tenedor—. Si quieres, puedo
intentar hacer un napolitano cuando regresemos, esa es la versión rusa
de milhojas, el flan de varias capas que Anton te estaba diciendo.
—Sí, por favor —responde Anton, aunque no me dirigía a él—.
¿Cómo lo dicen los estadounidenses? ¿Porfa, porfa, porfa?
Ilya y Anton se ríen, no obstante, la cara de Sara se tensa por una
fracción de segundo. Sin embargo, en el momento siguiente, se les une
con una carcajada, y tengo que preguntarme si lo imaginé. No es que
importe, su comportamiento es lo suficientemente extraño.
Mientras comemos el postre y bebemos té, una tradición rusa que
los muchachos le cuentan a Sara, la observo, tratando de descubrir la
razón de su repentina vivacidad. Es como si una persona diferente se
hiciera cargo del cuerpo de Sara. Bromea y se ríe con mis hombres, como
si no le importara nada en el mundo. Pero debajo de la mesa, se mueve
en su silla y sostiene un brazo alrededor de su abdomen, una clara señal
de los calambres que la atormentan.
Me molesta, este desconcierto, y cuando se acaba todo el pastel de
manzana, les digo a los chicos que se encarguen de la limpieza. Sara se
levanta para ayudarlos, pero la tomo de la muñeca antes de que pueda
comenzar a correr de nuevo.
—Ven —le digo—. Es hora de ir a la cama.
No ofrece ninguna objeción, a pesar de que son apenas las nueve
en punto, y cuando llegamos a la habitación, comienza a desnudarse sin
preguntar, sus ojos aún brillan con esa luz febril.
Mi respuesta física es instantánea. Tan pronto como se quita la
blusa y se desabrocha el sostén, mi polla se pone dura como una roca y
unas punzadas de calor recorren mi piel. Y cuando deja que el sujetador
caiga al suelo antes de quitarse los vaqueros, mi corazón comienza a
golpear contra mi caja torácica. Sin embargo, lo que más me excita es
que sostiene mi mirada en todo momento, el brillo febril en las
profundidades avellana se transforma en el brillo seductor del deseo.
Su tanga es lo último, y luego viene hacia mí, sus caderas delgadas
se balancean con gracia inconsciente.
Increíblemente, me endurezco aún más, y se necesita todo lo que
tengo para no agarrarla en tanto se detiene frente a mí, sus delgadas
manos alcanzan el botón superior de mi camisa.
—Pensé que no te sentías bien. —Mi voz es ronca, llena de la lujuria
golpeando a través de mí en olas salvajes—. Ptichka, no tienes que…
—Shhh. —Levantando la mano, presiona un delicado dedo sobre
mis labios—. No quiero hablar.
Mi corazón late con fuerza en mis oídos mientras baja la mano y
comienza a trabajar en los botones de mi camisa. Es la primera vez que
Sara inicia el sexo conmigo así, y cuando sus dedos rozan mi piel, el calor
dentro de mí se vuelve volcánico, la necesidad de follarla tan fuerte que
mis manos se encrespan en puños. Maniobra con una concentración
exquisita, su sexy labio inferior metido entre los dientes a medida que su
cabello cae en ondas gruesas y brillantes alrededor de su rostro, y
literalmente tiemblo con la necesidad de alcanzarla, agarrarla y tomarla,
una y otra vez.
Sin embargo, no me muevo. No puedo. Su toque voluntario es un
regalo que no esperaba esta noche, ni siquiera me atreví a esperar. No sé
qué pasa por su cabeza o por qué hace esto, pero no voy a protestar.
Terminando con los botones, Sara me quita la camisa de los
hombros y, levantando la vista hacia mí a través de la franja oscura de
sus pestañas, alcanza la cremallera de mis pantalones.
Su toque ahora es más vacilante, casi cauteloso, pero no importa.
La sangre que corre por mis venas se siente como lava. Su cuerpo
desnudo se halla tan cerca que puedo olerla, sentirla… todo menos
saborear su dulzura en mi lengua. Sus pezones están tensos y duros, sus
senos pálidos se balancean suavemente en tanto lucha con la hebilla de
mi cinturón y un gemido escapa de mi garganta cuando libera mi
palpitante polla y se pone de rodillas ante mí.
—Sara… —Apenas puedo hablar mientras acuna mis bolas en su
suave palma y envuelve su otra mano alrededor de mi eje. Inclinándose,
lo lame delicadamente desde la raíz hasta la punta, enviando calor a
través de mi columna vertebral. Mis bolas se tensan y aprietan, y sé que
estoy a segundos de venirme. Tratando de respirar, intento pensar en
otra cosa, algo para retrasar el aumento explosivo de la tensión, pero ella
me rodea con sus labios, llevándome a su boca suave y húmeda, y pierdo
toda apariencia de control.
Gruñendo, agarro su cabeza, enredando mis dedos en su cabello a
medida que empujo hasta el fondo, dándole arcadas y ahogándola
cuando toco su garganta. No es lo que quería, no era lo que quería hacer
esta noche, sin embargo, la lujuria que me domina es demasiado violenta,
demasiado potente para resistir. De rodillas, con sus ondas castañas
sobre su esbelta espalda y sus ojos llorosos en tanto follo su cara, Sara
es la cosa más sexy que jamás he visto. Y sabiendo que se encuentra allí
por su propia voluntad…
—¡Joder! —El improperio explota de mí cuando su mano aprieta
mis bolas, y el orgasmo hierve, el placer se dispara fuera de control. Mis
músculos se aprietan, mi columna vertebral se curva mientras el éxtasis
golpea mis venas, y con un grito ronco, me vengo, mi semilla salta
directamente a su garganta.
Traga cada gota, chupando mi polla hasta que se ablanda, y todo
el tiempo, sus ojos marrones se fijan a los míos. Es como si bebiera de
mi placer, alimentándose de mi necesidad de ella. Me recuerda al
momento en que la castigué, solo que esta noche no veo la misma
aturdida sumisión en su mirada. Está haciendo esto porque quiere, no
porque la haya roto, y cuando el último placer ondulante se desvanece,
la levanto y la llevo a nuestra cama, decidido a hacerlo bien.
—Acuéstate —le digo, guiándola hacia la cama, y obedece,
acostándose de espaldas. Su mirada se encuentra ensombrecida, sus
párpados se hallan entrecerrados a medida que me observa subir encima
de ella, y sé que todavía está bajo el control de lo que sea que la impulsó
esta noche.
El enigma me corroe, no obstante, ahora no es el momento de
perseguirlo. Todavía respiro agitado por las réplicas del placer, pero
quiero más. Quiero probarla cuando se venga, sentir sus delgados brazos
envolverse a mi alrededor. Más que una necesidad sexual, es una
obsesión.
Con Sara, nunca puedo tener suficiente.
Entonces me entrego a mí mismo. Con mi hambre más urgente
saciada, me tomo mi tiempo jugando con su cuerpo, besando y
acariciando cada centímetro de su carne cálida y dulce. Ella es deliciosa,
mi Sara, su piel pálida suave y elegante, sus delicadas curvas suaves,
aunque firmes al tacto. Sus gemidos, sus pequeños jadeos entrecortados,
sus gimoteos mientras la lamo, daría mi vida por quedarnos así para
siempre, por seguir escuchando sus gritos en tanto se desarma en mi
lengua.
Dos orgasmos, tres, luego cuatro… pierdo la cuenta después de un
tiempo, consumido por ella, adicto a su placer. Le hago acabar con mis
dedos y mi boca, y luego la tomo suavemente, consciente de su malestar
anterior al período. No se opone, se aferra a mí a medida que me balanceo
con cuidado de un lado a otro, y después de que me vengo, me inclino
sobre ella una vez más, probando nuestra humedad combinada en tanto
succiono su clítoris. Sus dedos apretados en mi cabello, sus
respiraciones jadeantes y sus gemidos suplicantes, es como una droga
que tomo en exceso, atrapado en su aroma, sabor y sensación. Y cuando
yace allí agotada, ruborizada y exhausta, la tomo en mis brazos, sintiendo
su corazón latir contra el mío mientras nos quedamos dormidos.
Traducido por Madhatter & Gesi
Corregido por Ivana

Me despierto con una mezcla peculiar de bienestar y malestar, me


toma un sólido minuto recordar por qué.
Peter.
Se fue a Nigeria esta mañana después de hacerme el amor toda la
noche.
Ahora se siente surrealista, como un sueño del que estoy
despertando. No puedo creer que me haya acercado a él así, y luego lo
que siguió... Gimiendo, me pongo de costado y saco las piernas de la
cama. Mi estómago tiene calambres con todas sus fuerzas, y cuando llego
al baño, no me sorprende descubrir que mi período está comenzando. Lo
que me sorprende es que anoche olvidamos los condones de nuevo, y no
sonó ninguna alarma en mi mente.
Es como si de un modo inconsciente quisiera quedar embarazada.
No. Alejo el horrible pensamiento. Definitivamente no quiero un
niño de esta manera. Anoche no pensaba con claridad. Después de
escuchar a los hombres hablar sobre los peligros que enfrentarían, Me
sentía tan preocupada y desesperada por distraerme que casi ataqué a
Peter, seduciéndolo a pesar de lo horrible que me sentía. Estoy bastante
segura de que me habría dejado sola anoche, siempre es considerado
cuando me siento enferma, pero necesitaba una distracción, y eso es
precisamente lo que obtuve. En mi segundo orgasmo, olvidé todo sobre
Nigeria y lo de no sentirme bien, y en el cuarto, apenas podía recordar mi
propio nombre.
Necesito desesperadamente una ducha, así que ignoro el malestar
retorcido en mi estómago y entro en la cabina para lavarme de la cabeza
a los pies. Luego me quito la toalla, me cepillo los dientes y regreso a la
habitación a vestirme. Para mi sorpresa, descubro un vaso de agua e
Ibuprofeno en el tocador. Peter debe haberlos dejado allí para mí esta
mañana.
Sintiéndome patéticamente agradecida, trago el medicamento y me
acuesto, esperando que pase lo peor de la incomodidad. Es estúpido, pero
ya extraño a mi captor... extraño su atención y cuidado. Sé que es solo
porque me siento deprimida, pero quiero que me frote el vientre, me
abrace y me haga sentir como si fuera el centro de su mundo.
Lo quiero aquí y no al otro lado del mundo, donde las balas vuelan
y las bombas explotan.
No. No, no, no. Cierro los ojos con fuerza, sin embargo, es
demasiado tarde. La ansiedad que creí haber desterrado regresa con una
explosión tóxica, el pánico aprieta mi pecho y garganta. Es estúpido,
completamente irracional, pero no quiero ver a mi torturador muerto. Ni
siquiera puedo imaginarlo. Su impacto en mi vida es tan absoluto, tan
amplio que no puedo imaginarme sin él.
No quiero imaginármelo.
Mi pecho se aprieta aún más, y me concentro en mi respiración,
tratando de relajar mis músculos tensos y desacelerar mi pulso. Me digo
a mí misma que Peter estará bien, que puede manejar lo que se le
presente. El peligro es su zona de confort, los asesinatos su profesión
elegida. No hay razón para pensar que algo saldrá mal, no hay razón para
imaginar que no volverá.
Excepto que salió lastimado en ese trabajo en México.
No. Respirando profundamente, alejo el insidioso recordatorio. Es
estúpido preocuparse por un error de una sola vez. Con los años, Peter
ha realizado muchos trabajos peligrosos sin lastimarse.
De hecho, él mató a mi esposo y a sus tres guardias sin un rasguño.
Mi estómago se revuelve, empeorando mis calambres, y mi
garganta se llena de bilis al recordarlo. ¿Cómo pude haber olvidado,
incluso por un instante, qué tipo de hombre es Peter y qué ha hecho?
Aquí arriba en esta montaña, mi antigua vida puede parecer menos real,
aunque eso no significa que no sucedió.
No significa que el esposo que amaba no existió.
Cerrando los ojos, me concentro en George y en los felices
recuerdos que tuvimos juntos. Había tantos: nuestras primeras citas, el
viaje a Disney World, las barbacoas en la casa de mis padres... Mis padres
lo amaban, pensaban lo mejor de él, y durante años, yo también. Nos
reímos y lloramos juntos, salíamos y nos quedábamos en casa. Estuvo
allí para mi graduación universitaria, y estuve allí para la suya. Luego las
cosas se pusieron difíciles: mi escuela de medicina y mi residencia, sus
interminables viajes al extranjero. Y, aun así, seguíamos juntos, nuestro
amor reforzado por el conocimiento de que nuestras vidas apenas
comenzaban, que éramos jóvenes y podíamos resistirlo todo.
Por supuesto, eso fue antes de la bebida y malhumor... antes de
que sus secretos destruyeran nuestro matrimonio y trajeran a Peter a
nuestra puerta.
Abriendo los ojos, miro al techo, sintiendo el dolor ahora familiar
de la traición. Desearía poder olvidar esa parte, fingir que todo lo que
Peter me dijo es una mentira, pero no puedo negar los hechos.
El chico que conocí en la universidad no era el hombre con el que
me casé, y durante años, no tenía idea de por qué.
Espía, periodista no. Todavía parece tan imposible de creer.
¿George me lo habría dicho alguna vez? Si la tragedia en Daryevo y todas
las cosas que siguieron no hubieran sucedido, ¿habría sabido alguna vez
sobre su trabajo real? ¿O me habría mantenido en la oscuridad toda
nuestra vida, mintiéndome con una sonrisa?
Al darme cuenta de que mis pensamientos se desvían hacia la
amargura, trato de concentrarme en los momentos felices, pero es inútil.
Lo que George y yo tuvimos podría haber sido bueno una vez, sin
embargo, no lo fue al final, y no puedo olvidar eso. No puedo borrar el
dolor y la culpa, la vergüenza y la desesperación con la que luché en tanto
nuestro matrimonio se desmoronaba lentamente, aplastado por el peso
de su adicción. Perdí a mi esposo mucho antes del accidente que le
rompió el cráneo, antes de que Peter apareciera con sus planes mortales
de venganza.
Lo perdí cuando Peter perdió a su familia; simplemente no lo sabía
en ese momento.
Todavía me duele el estómago, a pesar que las pastillas comienzan
a hacer efecto, así que me levanto y empiezo a vestirme. No puedo
soportar pensar en George por más tiempo, porque incluso los recuerdos
felices ahora se encuentran manchados por el conocimiento de que todo
fue una mentira, que realmente nunca conocí al hombre con el que me
casé.
El hombre por cuyo asesino ahora me preocupo.
Desesperada por reprimir una nueva oleada de ansiedad, tomo el
iPad que Peter me dio y reproduzco un video musical, cantando junto con
Ariana Grande a medida que me pongo la ropa y me cepillo el cabello. La
música me levanta un poco el ánimo, y cuando bajo, puedo saludar a
Yan, que se halla sentado detrás del mostrador con una computadora
portátil, con un “Buenos días” que suena normal.
—Buenos días —responde, elevando la vista de la pantalla cuando
empiezo a prepararme un café. Como siempre, el hermano de Ilya está
vestido como si fuera a trabajar en una empresa de inversión, su cabello
castaño bien peinado y su cara bien afeitada. Me sonríe, pero su mirada
verde se mantiene fría cuando dice—: Peter te dejó avena en la estufa.
—Oh, gracias. —Mi pecho se tensa con un calor inquietante
mientras camino hacia la estufa y vierto la avena en un tazón. A estas
alturas ya debería estar acostumbrada, sin embargo, todavía me
sorprende el cómo Peter nunca parece cansarse de cuidarme. Esta
mañana, de todos los días, debe haber tenido muchas cosas más
importantes en mente, sin embargo, pensó en mí, dejándome el
Ibuprofeno y ahora este desayuno.
—¿Alguna noticia? —le pregunto a Yan en tanto me siento en la
mesa—. ¿Has oído algo de ellos?
El ruso sacude la cabeza. —Faltan ocho horas para que aterricen.
—Su tono es ligero, pero capto una nota de tensión.
En su manera posiblemente psicópata, le preocupa.
Mi ansiedad vuelve a aumentar, mi apetito desaparece, no
obstante, me obligo a comer a medida que regresa la atención a la
pantalla de la computadora. Peter podría haberse ido por un par de días
o más, y no puedo morirme de hambre solo porque estoy preocupada.
Tampoco tiene sentido preocuparme por un hombre al que debería odiar,
pero renuncio a esa batalla.
Ridículo o no, no quiero verlo herido o muerto.
Terminando mi comida, subo las escaleras y me distraigo leyendo
y viendo videos musicales que Peter me descargó al iPad. Entre eso y
algunas tareas domésticas ligeras, me mantengo ocupada hasta la hora
del almuerzo, momento en el que vuelvo al piso de abajo.
Yan no se encuentra por ningún lado, por lo que debe estar en su
habitación o entrenando en algún lugar de afuera. Por un segundo tengo
la tentación de repetir mi intento de fuga: ahora el clima es mucho más
cálido y, hasta donde yo sé, no se avecina una tormenta, por el contrario,
decido no hacerlo. Aún no estoy lo suficientemente familiarizada con la
topografía de la montaña y tropezar ciegamente alrededor de los
acantilados no parece una gran idea, especialmente cuando me siento
mal por mi período.
Al menos eso es lo que me digo para explicar por qué aparto de mi
mente todos los pensamientos de escapar y tomo otro Ibuprofeno antes
de prepararme un emparedado.
Cuando vuelvo a bajar para la cena, Yan se encuentra ahí,
terminando un plato de avena y preparando lo que parece un equipo de
grabación de audio, un par de auriculares voluminosos con un micrófono
adjunto que se conecta a la computadora.
—¿Algo? —pregunto, caminando hacia el refrigerador después de
tomar otro Ibuprofeno, y sacude la cabeza.
—Aunque debería ser pronto —dice antes de tragar el resto de su
té—. Te avisaré cuando aterricen.
—Gracias —digo y me pongo a trabajar en un salteado de verduras.
Puedo sentir la tensión acumularse entre mis omóplatos, la ansiedad con
la que luché durante todo el día regresa mientras corto y pico verduras
antes de sazonarla abundantemente con salsa de soja—. ¿Quieres un
poco? —le pregunto cuando eleva la vista para ver lo que preparo, y
cortésmente declina, colocándose los auriculares para lo que parecen ser
algunas pruebas de audio. Todavía se ve inusualmente tenso, su
expresión severamente enfocada mientras sus dedos vuelan sobre el
teclado de la computadora.
Cuando el revuelto está listo, me siento a comer y lo observo
disimuladamente, mi inquietud crece con cada bocado. Según mis
cálculos, ya han pasado ocho horas desde el desayuno, y la tensión que
irradia del ruso generalmente agradable no ayuda.
—¿Normalmente te mantienes en contacto con ellos durante la
misión? —pregunto cuando no puedo tolerar el silencio por más tiempo—
. ¿O esperas a que ellos te contacten?
Eleva la vista de la pantalla y se quita los auriculares. —
Generalmente estoy con ellos —dice, girándose en el taburete para
mirarme, y me doy cuenta de por qué se ve tan nervioso.
Está acostumbrado a estar allí, en el meollo de las cosas, no
mirando desde la barrera.
—Lamento que hayas tenido que cuidarme —digo, apartando mi
plato a medio comer. Bien podría intentar conocer a mi carcelero en vez
de obsesionarme con el destino de Peter—. Estoy segura de que debes
estar preocupado por tu hermano.
Se encoge de hombros, una expresión de diversión fría y oculta vela
la tensión de su rostro. —Ilya puede cuidarse solo.
—Sí, estoy segura. —Levantando mi taza de té, pregunto—: ¿Es tu
hermano menor o mayor?
Su diversión parece profundizarse. —Mayor por tres minutos.
—Oh. —Parpadeo—. ¿Es tu gemelo?
Asiente. —Idéntico, si es que puedes creerlo.
—Guau. No se parecen en nada. —Bebiendo el té, estudio sus
rasgos limpios y vagamente aristocráticos. Ahora que lo miro más de
cerca, veo las similitudes con la estructura ósea de Ilya, no obstante,
también hay algunas diferencias. Su nariz es más recta y su mandíbula
cuadrada es más proporcional, no tan cincelada como la de Peter, pero
aun así fuerte y bien definida. Sin embargo, la mayor diferencia es el
cabello.
Yan tiene la cabeza llena, sin ningún indicio de tatuajes en el
cráneo a la vista.
—Mi hermano ha tenido mala suerte en algunas peleas —explica,
notando mi escrutinio—. Le han roto la nariz y le han golpeado bastante
el rostro. Además, tomó algunos esteroides cuando éramos jóvenes y
estúpidos y quería aumentar músculo.
—Entiendo. —Los esteroides explicarían algunas de las diferencias,
incluido el tamaño. No es que el hombre sentado delante de mí sea
pequeño. Tiene aproximadamente la altura de Peter y es igual de
musculoso. Sin embargo, su hermano gemelo es enorme, tan grande
como cualquier fisicoculturista que haya visto.
—¿Es tu único hermano? —pregunto, y asiente.
—Sí, solo somos nosotros dos.
Dejo la taza. —¿Tienes algún otro familiar?
—No. —Su expresión no cambia, no hay nada que indique pena o
arrepentimiento. Bien podría estar respondiendo si tiene un par extra de
calcetines.
Quiero profundizar en eso, sin embargo, hay otro tema que me
interesa más. —¿Cuándo conociste a Peter? —pregunto, inclinándome
hacia adelante sobre los codos—. Trabajaron juntos antes, ¿verdad?
—Lo hicimos. —Cierra la computadora, girando el taburete para
quedar frente a mí por completo—. Ilya y yo fuimos parte de su equipo
durante tres años antes de Daryevo.
La mención de la aldea me recuerda las horribles imágenes en el
celular de Peter y el salteado se agría en mi estómago. —¿Los conocías?
—pregunto, tratando de mantener firme la voz—. Me refiero a su esposa
y su hijo.
—No. —Sus ojos verdes son tan brillantes como gemas, e igual de
fríos—. Anton es el único que los conoció. El resto de nosotros no sabía
que Peter tenía familia hasta que los mataron.
—Oh. —No sé qué responder a eso. Claramente Peter no confiaba
en el hombre sentado frente a mí, al menos no lo suficiente como para
arriesgarse a revelarle su secreto más preciado. Sin embargo, aquí están,
trabajando juntos nuevamente.
—Si fuera él, también los habría mantenido en secreto —dice, con
una sonrisa dura en el rostro, y me doy cuenta de que se dio cuenta de
mi incomodidad—. No tenemos familias y bebés en nuestro mundo.
—¿De verdad? —Entonces no era un problema de confianza, sino
más bien una desviación del estilo de vida aceptado—. Entonces,
¿supongo que ninguno de ustedes ha estado casado?
—Solo Peter —confirma—. Y ya sabes cómo terminó eso.
Me trago el nudo en la garganta y vuelvo a tomar mi té. —Sí. Lo sé.
Me observa beber el resto antes de decir en voz baja—: Esto
tampoco durará, sabes.
Bajo la taza. —¿A qué te refieres?
—Esto. —Agita la mano, indicándome a mí y a nuestro entorno—.
Sea lo que sea, no durará.
Lo miro con confusión. —¿Quieres decir que… me dejará ir?
—No. —Su mirada es fría otra vez, completamente ilegible—. No lo
hará. Es un hombre obsesivo y tú eres su obsesión. Nunca te dejará ir,
Sara. A menos que uno o ambos estén muertos.
Respiro hondo, pero antes de poder responder, algo suena y se da
la vuelta, mirando la computadora.
—Aterrizaron —dice, poniéndose los auriculares—. Ahora puede
comenzar la diversión.
Traducido por Val_17
Corregido por Jadasa

La primera parte de la operación transcurre sin problemas. Tan


tranquilamente, de hecho, que me pongo nervioso. Nunca es una buena
señal cuando todo va de acuerdo al plan. Siempre hay un inconveniente
con el cuál lidiar, algún tipo de problema que resolver. Se esperan
obstáculos imprevistos, porque nada es cien por ciento predecible, y
pensar que lo es —creyendo que el plan, sin importar cuán flexible sea,
tenga en cuenta todas las variables— es la forma más rápida de ser
asesinado.
Por lo que, cuando entramos en el complejo del banquero y
eliminamos silenciosamente al número exacto de guardias que
planeamos, empiezo a sentirme inquieto. Y cuando intervenimos todas
las cámaras, dándole acceso remoto a Yan y nos dirigimos a la habitación
del banquero sin encontrarnos con un solo miembro del personal que se
desvíe de su rutina, mi medidor de peligro se pone en alerta máxima… y
no soy el único.
—Puedes olerlo, ¿verdad? —murmura Anton cuando nos
detenemos frente a la puerta del dormitorio.
—¿Oler qué? —susurra Ilya, olisqueando el aire con el ceño
fruncido.
—La mierda a punto de golpear el ventilador —digo en voz baja—.
Es demasiado fácil. Demasiado parecido a lo que planeamos.
La comprensión ilumina la mirada de Ilya. —Joder.
Ninguno de nosotros es supersticioso, pero tenemos un respeto
saludable por la suerte, y todos sabemos que demasiada buena suerte
puede ser tan mortal como una racha desafortunada. Un flujo constante
de pequeños obstáculos mantiene la mente y los reflejos agudos, en tanto
que la navegación suave te atrae a la complacencia. No es que alguna vez
nos relajemos en el trabajo —la adrenalina asegura que nos
mantengamos alertas— pero hay una diferencia entre el estado de alerta
regular y la hiperactividad que viene al luchar por nuestras vidas.
Este trabajo ha sido sencillo hasta ahora, y cuando encontremos
una dificultad —la cual tendremos, porque la suerte es una perra
voluble— va a ser muy duro.
Sin embargo, no hay nada que podamos hacer al respecto, excepto
abortar la misión, de manera que le hago un gesto a Anton para que se
prepare, e Ilya se para frente a la puerta.
Una patada fuerte de su enorme pie, y la puerta sale volando del
marco, cayendo al suelo. En el interior, se escucha un chillido de pánico,
y cuando los tres nos apresuramos a entrar en la habitación, vemos a
nuestro objetivo en el suelo, su cuerpo gordo agitándose en tanto su
amante desnuda se esconde detrás de la cama.
Los pequeños ojos de cerdo del banquero están blancos por el
terror, su cuerpo redondo tiembla mientras se menea para cubrir su polla
desinflada con una almohada. —¡Detente! Por favor, puedo pagarte. Lo
juro, puedo pagarte. Superaré lo que sea que te estén pagando. ¿Cuánto
quieres? ¿Cien mil euros? ¿Medio millón de dólares? Lo tengo. ¡Tengo el
dinero, lo juro! —Al ver que no nos detenemos, cambia del inglés a una
mezcla acentuada de francés y alemán, y luego un dialecto hausa,
repitiendo frenéticamente la oferta hasta que Anton lo apuñala en la
garganta para callarlo.
—El primo de Omuya envía sus saludos —digo en inglés, mirando
al hombre agitarse a medida que se ahoga con la sangre que brota de su
cuello. Le toma unos pocos momentos morir… una muerte fácil,
considerando todo.
La amante del imbécil estalla en sollozos violentos detrás de la
cama. Ignorando el ruido, tomo una foto del cuerpo como prueba para el
cliente, y luego le digo a Ilya en ruso—: Átala y vámonos. —Normalmente,
también eliminaríamos a la mujer, pero quiero un testigo esta vez.
Quiero que las autoridades nos busquen en África, lejos de Sara y
Japón.
Lanzando la correa de su M16 por encima del hombro, Ilya rodea
la cama y alcanza a la mujer llorando. Pensando que puede encargarse,
me dirijo a la puerta, mi instinto de malditos problemas aún está en
alerta máxima.
De repente, se escucha un disparo.
Me doy la vuelta, mis oídos resonando por la explosión, pero es
demasiado tarde.
Ilya se encuentra en el suelo, una mancha roja oscura
extendiéndose desde su cabeza.
Traducido por Umiangel
Corregido por Ivana

Camino alrededor del segundo piso, yendo de habitación en


habitación en tanto lucho contra la ansiedad. En el momento en que
aterrizó el equipo, Yan me dijo que lo dejara solo para poder concentrarse
en hacer su parte: monitorear el complejo del banquero de forma remota
en caso de problemas inesperados. Y no solo trataba de deshacerse de
mí. Cuando salí de la cocina, pude ver varias imágenes de cámaras de
seguridad en la pantalla de su computadora, y lo que parecía ser una
vista desde un avión no tripulado.
Para distraerme, traté de leer nuevamente, luego vi algunos videos
musicales, canté junto con algunos de mis artistas favoritos. Incluso fui
al estudio de baile inacabado e intenté un par de rutinas de ballet que
aprendí cuando era niña, junto con algunos estiramientos en la barra
para aliviar la opresión en mi espalda baja inducido por el período. Nada
de eso mantuvo mi interés durante más de quince minutos, así que ahora
estoy yendo sin pensar de una ventana a otra, como si al mirar la
oscuridad afuera, pudiera hacer aparecer el helicóptero.
Después de aproximadamente dos horas, mis calambres
empeoraron y soy un verdadero manojo de nervios, así que voy a la cocina
para tomar más Ibuprofeno. Yan aún se encuentra sentado detrás del
mostrador con su computadora, los auriculares cubriendo sus oídos,
pero ahora no hay nada bueno en su expresión. Está completamente
pálido, y las líneas de tensión le cubren la boca con los labios apretados
mientras habla con urgencia al micrófono en ruso.
Mi corazón se detiene, luego entró en pánico.
Algo salió mal.
El miedo helado me recorre el cuerpo, mi estómago se retuerce con
una terrible premonición, y apenas logro evitar exigir saber qué pasó. Eso
no ayudaría, y no quiero distraer a Yan de lo que hace. En cambio, me
apresuro a cruzar la cocina y me pongo detrás de él, mirando
frenéticamente la pantalla sobre su hombro.
No me presta atención, todo su enfoque en la computadora a
medida que ladra lo que suena como instrucciones. Al principio, no
puedo notar qué sucede, pero luego, en una de las cámaras, lo veo.
Dos cuerpos tumbados junto a una cama.
Uno es un hombre obeso de piel oscura, su cuerpo desnudo
nadando en una piscina de color rojo, y al otro lado de la cama hay una
mujer desnuda. Mirando más de cerca, noto sangre salpicada a su
alrededor también.
Los dos se hallan muertos.
Náusea me sube por la garganta y me tapo la boca con la mano,
tratando de permanecer en silencio. Yan todavía habla en ese tono
urgente, y en otra cámara, dos hombres con equipo SWAT aparecen en
un pasillo. Caminan rápido y llevan a un hombre grande por los brazos
y las piernas.
Son Peter y Anton llevando a Ilya, lo reconozco con una mezcla de
horror y alivio. La cabeza de Ilya se encuentra vendada con lo que parece
ser una funda de almohada, pero puedo ver que la sangre se filtra.
El gemelo de Yan se encuentra gravemente herido, tal vez incluso
muerto.
Casi sin atreverme a respirar, me muerdo la palma cuando los veo
correr en una esquina. En otra cámara, una docena de hombres armados
corren por otro pasillo, y veo la furiosa alarma en sus rostros en tanto
tropiezan con más cuerpos. ¿Los otros guardias, tal vez? De cualquier
manera, se reagrupan rápidamente, continuando por el pasillo mientras
Yan habla con más urgencia por el micrófono.
Peter y Anton desaparecen de la vista de la cámara, luego aparecen
un momento después en otra, y veo que se acercan a un salón con una
puerta que conduce a un gran garaje. Casi corren en este punto, el cuerpo
de Ilya balanceándose como una hamaca entre ellos, y con una sensación
de hundimiento, me doy cuenta de la razón de su urgencia.
El pasillo con los guardias armados conduce al mismo salón.
Es una carrera con las apuestas más mortales, y los guardias
parecen estar ganando.
Debí hacer un sonido, porque Yan mira por encima de su hombro,
su mandíbula fuertemente apretada a medida que sus ojos se cruzan con
los míos. Sin embargo, no dice nada, solo se vuelve hacia la computadora
y sigo mirando, incapaz de apartar los ojos del horror que se desarrolla a
medio mundo de distancia.
En la cámara del dron, dos explosiones atraviesan una pequeña
estructura al lado de la casa principal, y los guardias se detienen antes
de separarse en dos grupos. Un grupo continúa hacia el salón mientras
unos pocos guardias se apresuran a regresar, hacia las bombas que el
equipo debe haber puesto como una distracción.
Aun así, la demora no es suficiente. Los guardias llegan al salón
un par de segundos antes que Peter y su equipo.
Los rusos parecen estar listos. Todavía corriendo, balancean a Ilya
más alto, y Peter se agacha a medio paso, dejando que el estómago de
Ilya aterrice sobre su hombro en tanto Anton suelta al hombre
inconsciente y agarra su rifle. Haciendo una mueca de esfuerzo, Peter se
endereza, sosteniendo el enorme bulto de Ilya sobre su hombro, y miro,
aturdida, mientras reanuda la carrera, estabilizando el cuerpo de Ilya con
una mano a medida que saca una granada de su bolsillo con la otra.
Con todo el sonido pasando por los auriculares de Yan, no puedo
escuchar el estallido de disparos automáticos, sin embargo, veo las balas
desgarrando las paredes cuando los rusos irrumpen en la sala con los
guardias. Dos guardias son derribados por el fuego de Anton, pero el resto
se refugia detrás de una columna, y reprimo un grito cuando Peter
tropieza, Ilya casi volando de su hombro. En el instante siguiente, sin
embargo, se recupera, aferrándose a su carga humana, y veo la
determinación salvaje en su rostro en tanto levanta la granada y le
arranca el broche con los dientes.
¡Bum! Un flash brillante y dos cámaras se oscurecen. No estoy
tocando a Yan, no obstante, lo siento sacudirse, como si le dispararan.
Una corriente de frenético ruso brota de su boca mientras golpea el
teclado, sacando más fotos de la cámara, y no es hasta que veo
movimiento en la cámara del dron a vista de pájaro que respiro y me doy
cuenta de que estoy llorando, las lágrimas dejando un rastro ardiente en
mi piel helada.
Yan debe haber visto el mismo indicio de movimiento, porque
acerca la cámara del dron justo cuando una enorme camioneta irrumpe
en una puerta del garaje que se abre lentamente, sacando un trozo del
panel de la puerta a medida que se dirige hacia la verja del recinto.
Un sollozo sale entre mis dientes, y me muerdo la palma de nuevo.
Al menos uno de ellos se encuentra vivo y lo suficientemente bien
como para conducir.
Temblando, observo cómo la camioneta atraviesa la verja de hierro
en medio de una lluvia de balas, y luego sale disparada por una carretera
estrecha con dos camionetas detrás en una persecución implacable. El
dron sigue el tiempo suficiente para mostrar a una camioneta
perseguidora que se aleja de la carretera, como si hubiesen disparado a
los neumáticos, pero después de unos segundos más, los coches
desaparecen en la distancia, dejando atrás al dron.
Yan murmura lo que suena como una maldición rusa y
nuevamente golpea furiosamente el teclado. Aparece una nueva ventana,
esta con un gráfico de audio, y me doy cuenta de que debe estar
sintonizando alguna señal de radio. Efectivamente, un minuto después,
continúa hablando en un frenético ruso, y exhalo un suspiro tembloroso.
Alguien en esa camioneta debe estar vivo.
¿Es Peter? ¿Están heridos? ¿A qué distancia se hallan del avión?
¿Ilya sigue vivo? ¿Peter se encuentra herido?
Las preguntas amenazan con salir, sin embargo, me clavo las uñas
en las palmas de las manos y permanezco en silencio, sin atreverme a
distraer a Yan en tanto saca un mapa y repite las instrucciones en ruso
rápido. Su postura es tan tensa como siempre, su atención enfocada con
láser en la pantalla, y sé que todavía están en peligro.
Es decir, si todos se hallan vivos.
Respirando, trato de calmarme, para evitar que las lágrimas caigan
por mi cara congelada, pero el miedo es demasiado fuerte. Estoy enferma,
envenenada por el exceso de adrenalina. Nunca he conocido este tipo de
preocupación debilitante por otra persona. Mi corazón late con violencia
en mi caja torácica, cada latido marca otro segundo de espera miserable.
Peter tiene que estar bien. Él tiene que estarlo.
Un minuto, dos, tres, diez... Miro el pequeño reloj en la esquina de
la pantalla mientras Yan se calla, uniéndose a mí en la espera.
Doce minutos.
Quince.
Dieciocho.
No me muevo. Apenas respiro.
Veinte.
Veintidós.
La postura de Yan cambia y adquiere un nuevo estado de alerta.
Agarrando el micrófono, dice algunas frases breves en ruso, luego se
quita los auriculares y gira para mirarme.
Los estragos del estrés todavía marcan sus rasgos, no obstante, la
tensión que vi antes se ha ido. —Se acabó —dice—. Están en el aire,
camino a Egipto. Una bala rozó el cráneo de Ilya, sin embargo, detuvieron
el sangrado, y ya despertó brevemente. Con suerte, estará bien.
Agarro el mostrador, preparándome. —¿Y Peter?
—Con una contusión y un poco ensangrentado, pero no herido. Lo
mismo con Anton.
Exhalo, mareada de alivio, y quito la humedad de mis mejillas con
el dorso de mi temblorosa mano.
Peter se encuentra vivo.
Con una contusión y ensangrentado, pero vivo.
Quiero hundirme en el suelo, el bajón de adrenalina me golpea
como una bala, no obstante, me estabilizo contra el mostrador, obligando
a mi cerebro sobrecargado a funcionar. —Entonces, ¿por qué…? —Me
aclaro la garganta, desvaneciendo la carraspera de mi voz—. ¿Por qué
van a Egipto?
—Ilya todavía necesita atención médica, y hay una clínica —explica
Yan, luego me mira fijamente.
—¿Qué? —pregunto, mi corazón se acelera.
—Eres médico —dice, ladeando la cabeza—. ¿No es así?
—Yo... sí. —¿No lo sabe?—. Soy ginecóloga obstetra con licencia.
—¿Sabes cómo coser una herida?
Empiezo a ver hacia dónde se dirige esto. —Sí, por supuesto.
También estuve en sala de emergencias durante mi residencia, pero...
—Espera. —Se gira para mirar la computadora portátil y se pone
los auriculares.
—Espera, Yan. Necesita un hospital —protesto, sin embargo, ya
está hablando por el micrófono en ruso.
Frustrada, espero a que termine, y cuando se da vuelta para
mirarme de nuevo, le digo con firmeza: —Esta es una muy mala idea. Tu
hermano podría tener una conmoción cerebral o una hemorragia interna.
Necesita una tomografía computarizada, antibióticos, equipo médico
adecuado... Él...
—Ha sobrevivido a cosas peores, créeme —interrumpe Yan, su
rostro decidido—. Lo que necesita es tiempo de descanso y recuperación,
y no podemos darle eso en la clínica, no con las autoridades a punto de
buscarnos en el continente africano. Aquí tenemos antibióticos y
suministros médicos básicos, lo almacenamos en todas nuestras casas
de seguridad, y ahora también tenemos un médico.
Arrugo la frente. —No, escucha. Todavía no es...
—Deberías dormir un poco, Sara. —Aconseja Yan, alcanzando sus
auriculares—. Te ves cansada, y te necesitaremos fuerte y descansada
cuando aterricen.
Traducido por Madhatter
Corregido por Ivana

Sara se encuentra de pie junto al helipuerto cuando aterrizamos,


su esbelta y frágil pequeña figura junto al sólido cuerpo de Yan. Mi pecho
se tensa al verla, mi deseo por ella es dolorosamente profundo, y me tengo
que contener muchísimo para no agarrarla tan pronto como las patas del
helicóptero tocan el suelo. En cambio, lo primero que hago al bajar del
helicóptero es ayudar a Ilya a salir. La herida donde la bala le rozó el
cráneo ya no sangra, pero todavía se encuentra débil por la pérdida de
sangre y está más que un poco conmocionado.
Si la amante del banquero hubiera usado algo más que un revólver
calibre veintidós con mango de perla y tuviera mejor puntería, lo
estaríamos trayendo a casa en una bolsa para cadáveres.
Me arden los hombros por el exceso de trabajo y me duelen las
costillas magulladas cuando Ilya se apoya en mí, mi chaleco antibalas
detuvo dos balas durante nuestro escape, sin embargo, no me quejo. Soy
afortunado. Mierda, los tres somos afortunados. Definitivamente todo se
fue a la mierda, y fue espectacularmente horrible. Entre la amante del
banquero que encontró el revólver debajo del colchón y algún guardia
vigilante que escuchó el disparo, nuestra salida del recinto fue tan difícil
como tranquilo el acceso.
En una escala del uno al diez, este trabajo terminó como un siete,
no tan malo como algunos, aunque definitivamente peor que otros.
—Aquí, lo tengo —dice Yan, interviniendo para apoyar a Ilya, y me
hago a un lado, dejándolo ayudar a su hermano. Anton sale del
helicóptero detrás de nosotros, pero no le presto atención. Atrapó algo de
metralla de la granada en su brazo y hombro, no obstante, sé que estará
bien. En cambio, me concentro en la única persona con la que no puedo
vivir.
Sara.
Mi hermoso pájaro cantor.
El viento lleva su cabello castaño alrededor de su rostro, el sol
resalta los tonos rojos dentro de las ricas olas marrones. Su mirada es
solemne en tanto me mira, su rostro desprovisto de toda expresión. Sin
embargo, siento su anhelo, lo siento profundamente en mis huesos.
Puede que no lo admita, pero me necesita.
Ella también siente nuestra conexión.
Cinco largos pasos, y la levanto, agarrándola en mis brazos
mientras aprieto mi boca contra la suya. Detrás de nosotros, Anton deja
escapar un aullido de lobo, sin embargo, me desconecto. Me importa una
mierda lo que piensen los chicos, no me importa que vean mi debilidad.
Nada importa más que la forma en la que sus delgados brazos se doblan
a mí alrededor, y la dulce y ardiente quemadura que siento a medida que
pruebo sus labios. El sabor mentolado de su aliento, el resbaladizo desliz
de su lengua, el cálido aroma de Sara: lo absorbo todo, llenando el vacío
dentro de mí, alejando la oscuridad de mi mundo.
No la merezco, pero la tengo.
Es mía para amarla y apreciarla, mía para poseerla.
No sé durante cuánto tiempo la beso, pero cuando elevo la cabeza,
los demás ya entran en la casa. De mala gana, bajo a Sara a sus pies, no
obstante, no puedo dejarla ir.
—¿Me extrañaste, ptichka? —pregunto suavemente, mis manos
descansando sobre su cintura flexible—. ¿Te preocupaste cuando me fui?
El sol resalta las manchas verdosas en sus suaves ojos color
avellana, destacando la agitación dentro de ellos. —Yo... —Se lame los
labios hinchados por los besos—. No quería verte muerto.
—Eso lo has dicho. ¿Pero me extrañaste?
Me lanza una mirada torturada, luego empuja mi pecho, saliendo
de mi abrazo. —Me tengo que ir —dice con firmeza—. La cabeza de Ilya
no se coserá sola.
Al darse la vuelta, corre hacia la casa y la sigo, decepcionado y
alentado.
Aún no se encuentra lista para admitirlo, pero tarde o temprano la
romperé.
Haré que me ame, sin importar lo que cueste.
Sara sigue a los gemelos Ivanov hasta la habitación de Ilya, y entro
a nuestra habitación para ducharme antes de irme a dormir. Me lavé en
el vuelo, pero aún siento la necesidad de eliminar toda la violencia y
muerte.
No quiero que la fealdad de mi mundo manche a Sara de ninguna
manera.
Me toma más de veinte minutos ducharme y cambiarme, con los
efectos entumecedores de la adrenalina, mis dolores musculares y las
costillas magulladas se oponen a cada movimiento, y cuando llego a la
habitación de Ilya, Sara está a medio terminar con sus puntos. Me
detengo en la puerta y la veo trabajar, disfrutando del pequeño ceño de
concentración en su rostro. Tenía cámaras instaladas en su oficina del
hospital, así que me encuentro íntimamente familiarizado con esa
expresión. La usaba a menudo cuando tomaba notas sobre sus pacientes
o leía algún estudio nuevo que hubiera salido en su campo.
—Pásame esa gasa —le dice a Yan cuando termina, y sonrío ante
su tono autoritario. Mi pajarito se halla en su elemento, y por primera
vez en semanas, veo un indicio de su chispa anterior. Yan tenía razón al
sugerir esto; no solo es infinitamente más seguro para nosotros hacer
que Sara se encargue de la herida de Ilya, sino que también es bueno
para su estado de ánimo.
Sus movimientos son rápidos y eficientes a medida que venda la
cabeza de Ilya, y mi compañero de equipo cierra los ojos, luciendo feliz en
tanto los analgésicos que le dimos antes lo golpean.
—¿Alguna otra herida? —pregunta Sara, mirando por encima del
hombro hacia Yan y yo.
—No lo creo, pero lo revisaré —dice Yan—. Sé que Anton atrapó
una pequeña metralla, así que quizás quieras echarle un vistazo. Creo
que se encuentra en su habitación.
Asiente y se levanta. —¿Qué hay de ti, Peter?
Quiero sus manos sobre mí, así que me encojo de hombros y
rápidamente me estremezco por el movimiento. —Solo algunos rasguños
y moretones —le digo, haciendo mi mejor esfuerzo para sonar estoico,
aunque con dolor.
Yan, que me ha visto caminar con los huesos rotos sin decir ni pío,
me lanza una mirada de “¿estás bromeando?”, sin embargo, es lo
suficientemente inteligente como para no decir nada cuando Sara frunce
el ceño y se me acerca.
—Muéstrame —ordena, alcanzando mi camisa, pero atrapo sus
delgadas muñecas antes de que pueda comenzar un examen en ese
mismo momento.
—¿Qué tal si vamos a nuestra habitación para que pueda
sentarme? —sugiero, ignorando los ojos en blanco que Yan realiza de
forma abierta—. Allí estaremos más cómodos.
Sara me frunce el ceño, aparentemente adivinando mis
intenciones. —Todavía tengo que examinar a Anton. Ven, siéntate. —
Girando sus muñecas para retirarlas de mi agarre, toma mi mano y me
lleva a una silla en la esquina mientras Yan, el bastardo que no me deja
follar, se ríe en voz baja.
—Déjame ver —dice Sara, sacando hábilmente mi camisa por
encima de la cabeza, y hago una mueca real cuando el movimiento tira
de mi hombro dolorido.
Sin embargo, todo vale la pena, porque en el momento siguiente,
las manos frías y suaves de Sara presionan mi torso, sintiendo
cuidadosamente cada costilla en busca de roturas. Su toque debería
doler, pero a medida que sus delicados dedos se deslizan sobre mis
contusiones, todo lo que siento es una oleada de calor, mezclado con un
dolor en la ingle.
—¿Esto te duele? —murmura en tanto sus manos se mueven hacia
mi hombro, y meneo la cabeza, hipnotizado por las estrías verdes en sus
suaves ojos color avellana.
—Es solo... —Me aclaro la garganta—. Solo dolor muscular, creo.
—Mmm. —Con cuidado, me eleva el brazo y lo mueve con un
movimiento circular—. ¿No sientes dolor cuando hago esto?
—No. —Respiro profundamente, inhalando su dulce aroma—. Solo
un poco de dolor.
—Está bien. —Baja suavemente mi brazo y, para mi desilusión, da
un paso atrás—. Parece que tienes razón, son solo algunos moretones.
—También me raspé la espalda —le digo, girándome para
mostrarle—. Podría necesitar ser vendado.
Sara se inclina, sus manos rozan mis hombros antes de bajar a la
mitad de la espalda, donde siento el leve escozor.
—¿Esto? —pregunta, tocando ligeramente el área herida, y yo
asiento, aunque el dolor apenas se nota.
—Parece que ya se está curando, así que no requerirá vendaje —
dice Sara mientras me doy vuelta para mirarla—. ¿Supongo que alguien
ya lo limpió?
—Anton lo hizo en el avión —admito de mala gana. Por una vez,
deseo que mi equipo y yo no tuviéramos un amplio conocimiento en
primeros auxilios—. ¿Estás segura de que no necesitas vendarlo?
—No. Así se curará mejor. ¿Algo más?
Levanto mis manos para mostrarle los rasguños en la parte de
abajo de mis palmas, y Yan se echa a reír.
—¿Qué quieres que haga con eso? ¿Qué te lo bese para que se
mejore? —dice en ruso, ignorando mi mirada furiosa—. En serio, hombre,
si quieres disfrutar del juego médico-paciente, hazlo más tarde. Deja que
primero termine de tratar las heridas reales.
Sara nos frunce el ceño antes de preguntarle a Yan—: ¿Qué acabas
de decir?
—Le dije que Anton necesita tu atención —responde Yan, todavía
sonriendo—. Y que no debería detenerte con sus pervertidos juegos
sexuales.
La cara de Sara se contrae, y se da la vuelta, agarrando el botiquín
de primeros auxilios para volver a meter la gasa y otros suministros. —
Examinaré a Anton ahora mismo —dice con rigidez, y sale corriendo de
la habitación sin mirarnos.
Me levanto y me pongo la camisa. —Voy a aplastar tu jodida cara
contra tu cráneo mañana en el entrenamiento —le digo a Yan
sombríamente—. Tan pronto como consiga dormir un poco, te comerás
tus propios dientes.
El imbécil solo se ríe cuando salgo de la habitación, siguiendo a
Sara, e incluso Ilya parece tener una sonrisa en su rostro a medida que
cierro la puerta ruidosamente detrás de mí.
Es mejor que Anton no disfrute de las atenciones de Sara como yo
acabo de hacerlo.
Mataré a ese hijo de puta si lo hace.
Traducido por Val_17
Corregido por Jadasa

Anton tiene algunos cortes y heridas punzantes superficiales donde


los fragmentos de la granada llegaron a sus brazos, pero por lo demás,
está bien. Le cambio las vendas en tanto Peter frunce el ceño desde el
otro lado de la habitación, luego le doy a Anton algunas instrucciones
sobre cómo cuidar las heridas. No es como si el compañero de equipo de
Peter los necesite; por lo que me doy cuenta, estos hombres son
profesionales en el tratamiento de lesiones básicas.
—Gracias, doctora Cobakis —dice cuando termino, y le sonrío.
Incluso los asesinos barbudos de aspecto aterrador parecen
respetar la profesión médica, al menos cuando están heridos.
Peter dice algo serio en ruso y cruza la habitación para pararse a
mi lado. —¿Todo listo? —pregunta con irritación, mirándome, e igualo su
ceño fruncido con el mío.
—Sí, por ahora. —No tengo idea de cuál es su problema, pero ha
estado actuando como un oso con una espina en la pata desde que entró
en la habitación.
Si no fuera tan ridículo, pensaría que está celoso de que atendiera
a su amigo herido.
—Entonces vámonos. —Agarra mi mano, me dirige hacia fuera y
mi pulso se acelera cuando me doy cuenta que me lleva a nuestra
habitación.
—Peter… —Siento que me quedo sin aliento a medida que intento
seguirle el paso—. ¿Qué haces? Necesitas descansar.
Me mira de reojo, pero no se detiene. Su mandíbula se encuentra
fuertemente tensa, su agarre sobre mí tan fuerte que es casi doloroso.
Tirándome, entra en nuestra habitación y cierra la puerta con propósito.
—Peter… —Retrocedo tan pronto como suelta mi mano—. Estás
herido. No sé en qué estás pensando, pero necesitas…
Mis palabras terminan en un jadeo, porque Peter me acecha,
cerrando la distancia entre nosotros en unos cuantos pasos decisivos
antes de aplastarme contra su pecho. Tres segundos después, me
encuentro sobre la cama, con noventa kilos de un hombre furioso y
excitado tendido sobre mí.
—Qué estás…
Su boca se estrella contra la mía, dura y hambrienta, y sus manos
rasgan mi ropa, literalmente desgarra mi camiseta por la mitad. Me pongo
tensa, sobresaltada por la violencia, pero no se detiene, me baja los
pantalones vaqueros por mis piernas con movimientos bruscos a medida
que me devora con su brutal beso. Mientras baja mi ropa interior, me
detengo un momento para pensar en las sábanas y la toalla higiénica
ensangrentada que llevo puesta, pero sus dedos se entrelazan con los
míos, sujeta las manos sobre mi cabeza, y me olvido de todo, arrastrada
por la salvaje tormenta de su lujuria.
Es abrumador, incluso aterrador, pero el deseo sigue ahí,
acechando debajo del miedo. Mis músculos se tensan instintivamente,
incluso mientras la humedad cálida lubrica mi sexo, la tensión intensifica
mi excitación. Me quemo por él, ansiando el peligro y la rudeza, y cuando
me penetra, grito por la conmoción, por el oscuro placer y el dolor
punzante.
Entonces hace una pausa, levanta la cabeza para encontrar mi
mirada, y recuerdo nuestra primera vez, la forma en que me tomó,
perdiendo todo el control. También me lastimó, pero a diferencia de esa
vez, hoy no hay odio en mi corazón, ni amargura ni vergüenza sofocante.
El dolor se siente bien, alejando los restos de mi preocupación,
recordándome que él sigue vivo.
Recordándonos a ambos que estamos vivos.
—Sara… —Mi nombre es una ronca exhalación en sus labios, su
mirada plateada fundida me mantiene cautiva incluso mientras palpita
dentro de mí, su gruesa polla estirando mis tejidos internos, llenándome
hasta el borde del dolor—. Ptichka, te necesito jodidamente tanto…
—Y yo a ti. —Las palabras se sienten como si vinieran del centro
de mi ser, arrancadas por el fuego imposible ardiendo en mis venas. No
puedo luchar más, no puedo fingir que odio a este hermoso y letal
hombre. No hay amor entre nosotros, ni nada parecido a la amistad, pero
nuestra conexión es innegable, la química primaria nos une en espirales
de oscura necesidad y violenta atracción. Quiero esto de él: la aspereza y
la ternura, el miedo y el calor que lo consume todo.
Él es todo lo que nunca supe que necesitaba, y cuando sus ojos se
oscurecen ante mi admisión, me doy cuenta de lo que esto significa.
Soy suya, tan aterrador como ese pensamiento puede ser.
Cerrando los ojos, envuelvo las piernas alrededor de sus caderas,
llevándolo aún más profundo, y cuando comienza a empujar, su culo
musculoso flexionándose contra mis pantorrillas, me rindo ante lo
inevitable.
Me rindo ante él.
Traducido por amaria.viana
Corregido por Anna Karol

Cuando el segundo mes de mi cautiverio pasa al tercero, encuentro


que mi resentimiento está disminuyendo lentamente, el ansia
desesperada por mi vieja vida transformándose en una especie de dolor
agridulce. Sigo buscando oportunidades para escapar, pero siempre hay
alguien en la casa, observándome, y a medida que los días se mezclan,
dejo de preocuparme por la imposibilidad de escapar y comenzar a
disfrutar algunas partes de mi rutina pausada. El clima cálido ayuda, —
estamos en el mes más caluroso del verano ahora y hay mucho más que
hacer afuera— y también el hecho de que, fuera de algunos suministros,
Peter ha pasado casi todo su tiempo conmigo.
—No has tenido un trabajo en mucho tiempo —comento mientras
nos dirigimos a un arroyo de montaña donde hemos estado nadando en
días particularmente cálidos—. ¿Es por lo que le pasó a Ilya la última vez,
o simplemente no tienes clientes así de seguido?
—Nos contactan todo el tiempo, pero somos selectivos en el trabajo
que asumimos —dice Peter, levantando una rama baja para dejarme
pasar por debajo—. La relación riesgo-recompensa tiene que ser la
correcta, especialmente ahora.
No dice por qué, pero no tiene que hacerlo. Por lo que me dijo y por
lo que deduje de mis breves conversaciones con mis padres, las
autoridades están intensificando su cacería, dedicando todos sus
recursos al problema que es Peter. Parcialmente, es por mi desaparición:
incluso con mis llamadas dos veces por semana, mis padres están
convencidos de que estoy en peligro y pasan sus días acosando al FBI
para obtener actualizaciones. Pero el problema principal es el último
objetivo en la lista de Peter, un ex general de Estados Unidos que está
demostrando ser tan evasivo a su manera como Peter y su equipo.
—Wally Henderson está muy conectado —me explicó Peter hace un
par de semanas—. Se enteró de lo que sucedía mucho antes que nadie
en mi lista, y organizó una desaparición digna de Houdini. Hasta ahora,
cada pista que nuestros hackers han seguido no ha llevado a ninguna
parte. Por lo que podemos decir, no está en contacto con nadie de su vida
anterior, ni amigos, compañeros de trabajo ni parientes lejanos, y no ha
dado un solo resbalón. Sin apariciones en las redes sociales de sus
adolescentes, sin uso de tarjeta de crédito, nada. Gran parte de sus
antecedentes están clasificados, pero se rumorea que era un agente de la
CIA en algún momento, posiblemente un agente de campo que trabajaba
en secreto. Y si bien no hemos podido descubrir los detalles de cómo lo
está haciendo, parece que ha estado presionando a las autoridades para
que aumenten el calor desde donde sea que se esté escondiendo.
—¿Crees que él sabe cuál es el apellido en tu lista? —le pregunté.
—Estoy seguro de que sí —respondió Peter—. Como dije, está
conectado, y no solo en Washington D.C. Conoce a todos en la comunidad
de inteligencia internacional, y se está aprovechando de eso para
hacerme tan prioritario como cualquier líder de ISIS.
He estado tratando de no pensar en las implicaciones de eso, pero
es imposible. No puedo dejar de preocuparme por Peter. Por todos los
derechos, debería animar al general y esperar que las autoridades
encuentren a mi captor, liberándome en el proceso, pero el pensamiento
racional parece estar más allá de mí en estos días.
—¿Por qué no detienen estos trabajos por completo? —pregunto
ahora mientras nos acercamos al arroyo—. Ya debes tener suficiente
dinero.
Peter me dispara una mirada oblicua. —No hay suficiente dinero
cuando estás huyendo —dice y se quita la camiseta, exponiendo un torso
musculoso y poderoso—. Los aviones y helicópteros privados no son
baratos.
Miro hacia otro lado para evitar sonrojarme cuando se quita los
pantalones cortos (está sin ropa interior) y se mete en la corriente
después de quitarse las botas. Lo veo desnudo todo el tiempo, pero eso
no disminuye el impacto de su cuerpo musculoso y tenso en mis sentidos.
La naturaleza ha bendecido a mi captor con un cuerpo masculino
perfectamente proporcionado: hombros anchos, caderas estrechas,
extremidades largas y de huesos fuertes, y un entrenamiento militar
intenso le ha dado un físico que los atletas olímpicos envidiarían. Pero no
es su aspecto lo que llena mis venas con calor líquido, es el conocimiento
de que, si solo lo miro de cierta manera, el fuego oscuro que siempre
hierve entre nosotros se descontrolará, y terminaré en sus brazos,
gritando su nombre mientras me toma contra las rocas resbaladizas
—Sabes, no necesitarías todos esos aviones y helicópteros si no te
aventuraras tanto —señalo cuando está cubierto seguramente por el
agua. Mi voz es más ronca de lo que me hubiera gustado, pero al menos
mi cara no es de color rojo brillante—. Estarías más seguro y no tendrías
que… ya sabes.
—¿Matar gente? —sugiere secamente.
—Correcto. —Me ocupo al desnudarme a mi vestido de baño
mientras Peter se voltea para flotar sobre su espalda, moviendo
lentamente sus brazos para compensar la corriente. No me gusta pensar
en la horrible realidad de la profesión de Peter, al menos en ningún tipo
de profundidad. Obviamente, soy consciente de que es un asesino, pero
mientras no me preocupe, es más un concepto abstracto que algo que
está constantemente en la vanguardia de mi mente.
Hoy, sin embargo, no puedo sacarlo de mis pensamientos, y
cuando me meto en la parte más profunda de la corriente al lado de Peter,
me encuentro preguntando—: ¿Te gusta? ¿Por eso haces lo que haces?
Espero que lo niegue, que reclame la necesidad o la educación
como la fuerza impulsora detrás de su elección de carrera, pero se pone
de pie para mirarme, una sonrisa oscura curva sus labios mientras
responde—: Por supuesto que sí, ptichka. ¿Alguna vez te imaginaste lo
contrario?
Lo miro fijamente, mi piel se eriza con la piel de gallina mientras la
corriente se apresura a mí alrededor, el agua me cubre hasta el pecho. El
arroyo que se sintió refrescante hace un momento ahora se siente como
hielo líquido, tan escalofriante como la tormenta en la que nos
atrapamos. —¿Te gusta matar?
Asiente, sus ojos plateados brillantes a la luz del sol. —La muerte,
como la vida, tiene su propio encanto —dice suavemente, juntándose
para acercarme a su cuerpo grande y cálido—. Es un encanto oscuro,
pero está ahí, y todos los soldados lo saben. Como médico, debes haberlo
visto a veces: la forma en que el dolor se transforma en la dicha de la
nada, la agonía en la paz de la inexistencia. La muerte termina todas las
luchas, cura todas las heridas. Y lidiar con la muerte… no hay nada como
eso. Lo sientes: la vulnerabilidad de ti mismo y todo lo que te rodea, pero
también el poder. El control. Es adictivo, una vez que lo has
experimentado… una vez que has tenido la vida de alguien en tus manos
y la has extinguido a propósito.
Sus palabras me bañan como una ola oscura, aterradora y
fascinante al mismo tiempo. He visto algo de lo que está hablando,
incluso he sentido el poder que está describiendo. Solo que para mí fue
cuando salvé una vida, no al arrebatarla. No puedo imaginar la falta de
empatía que se necesita para usar ese poder para destruir en lugar de
curar, para quitar la existencia de alguien.
Tenía razón al pensar que era un monstruo. Lo es, pero esa
realización no me repugna como debería. Su admisión, por horrible que
sea, no disminuye el calor que crece dentro de mí mientras moldea mi
parte inferior del cuerpo contra la suya, una mano agarrando mi cadera
y la otra estirando mi rostro. Ya está encendido, su erección dura contra
mi estómago, y mientras se inclina, sus labios presionando hambrientos
contra los míos, cierro los ojos y enrollo mis brazos alrededor de su cuello
musculoso, dejando que su toque queme el frío de saber lo que él es.
Me acuesto con el diablo, y en este momento, no hay otro lugar
donde prefiera estar.

Esa noche cenamos los cinco y, como ha sido el caso desde el


trabajo en Nigeria, los hombres de Peter conversan conmigo durante toda
la comida y me cuentan un montón de historias divertidas sobre Rusia y
algunas de las antiguas repúblicas soviéticas. Todavía no estoy
completamente cómoda con los mercenarios (estoy muy consciente de
que me matarían a mí o a cualquier otra persona sin dudar si Peter lo
ordenara) pero han sido excesivamente amigables desde que traté las
heridas de Ilya y Anton. Es durante las comidas como estas cuando me
entero de las costumbres del país de mis captores; consideran cortés
quitarse los zapatos al entrar en la casa de alguien, e incluso capto
algunas palabras en ruso.
—Vkusno. V-koos-nah. —Ilya repite la palabra para mí lentamente,
suavizando la “v” para que suene como una “f”—. Eso significa delicioso
o sabroso. Entonces, si quieres decirle a Peter que te gusta algo, puedes
señalar ese plato y decir “Vkusno”.
—Vkusno —intento, señalando el pollo asado que Peter preparó—.
Fi-koos-nah.
—No hay “i” allí —dice Yan, luciendo divertido—. Y no enfatices
demasiado la primera consonante. Solo dilo rápidamente, sin dividirlo en
tres sílabas. Vkusno. Inténtalo.
—Vkusno —repito como un loro lo mejor que puedo, y todos los
chicos, incluido Peter, se ríen.
—Eso está bastante bien, ptichka —dice, cortando más pollo para
mí—. Puede que ellos te hagan hablar ruso.
Le sonrío, absurdamente complacida, y cuando me insta a cantar
para ellos después de la cena, como a menudo lo hace sin éxito, acepto
por una vez y pongo una de mis canciones favoritas de Beyoncé, la que
he estado practicando en el estudio de grabación que creó para mí. Los
hombres de Peter escuchan con la boca abierta, y cuando termino
aplauden y vitorean tan fuerte que los platos traquetean sobre la mesa.
Es la mejor noche que he tenido en meses, y cuando Peter me lleva
escaleras arriba, lo abrazo de buena gana, incluso con entusiasmo.
Hacemos el amor, y después, no pienso en George y en el hecho de que
me acuesto con su asesino. Ni siquiera pienso en mis padres.
Por esa noche, pertenezco a Peter y a nadie más.
Traducido por Joselin & Gesi
Corregido por Anna Karol

A la mañana siguiente, vuelvo a luchar contra mis sentimientos por


mi captor, pero a medida que pasan los días, soy consciente de que estoy
perdiendo la batalla. Me está agotando, haciéndome olvidar por qué
incluso estoy tratando de resistirme. No ha dicho que me ama desde que
llegamos aquí, probablemente porque le lancé las palabras a la cara
cuando llegamos, pero no puedo negar que, a su manera retorcida, Peter
se preocupa por mí.
Está ahí en la forma en que me mira, en la forma en que me toca y
me abraza. Incluso cuando nuestro sexo es duro, con el borde más oscuro
que todavía me asusta a veces, siempre me calma después de eso,
acariciándome y abrazándome hasta que me siento segura, cálida,
apreciada y adorada. Su poder sobre mí es absoluto, y hay algo
perversamente reconfortante en eso, algo que se nutre de una parte de
mí que nunca supe que estaba allí.
No me sentía insatisfecha con mi vida sexual con George. A lo largo
de los años, aprendimos los cuerpos del otro y supimos exactamente qué
hacer para llegar al orgasmo. Antes de que comenzara a beber, teníamos
relaciones sexuales regularmente, al menos una o dos veces por semana,
y aunque no éramos particularmente aventureros después del primer
año, en ocasiones jugábamos algunos juegos sexys, incluso usábamos
algunos juguetes. Era suficiente, pensé; fue como debería ser. Nunca
imaginé el tipo de química sexual que tengo ahora con Peter, nunca pensé
que podría existir una conexión física tan fuerte.
Me folla tanto que me duele casi todos los días, su apetito por mí
nunca se desvanece. Y respondo, aunque a menudo me agota con sus
demandas sexuales. Nunca he conocido a alguien que tenga tanta
energía. Durante las últimas semanas, Peter y sus hombres han estado
entrenando duro todos los días, haciendo horas de ejercicios de peso
corporal, corriendo por el bosque con mochilas llenas de rocas y
practicando combate cuerpo a cuerpo que parece tan mortal como sus
armas, pero todavía encuentra la fuerza para ir de excursión conmigo,
nadar cuando el clima lo permite, cocinar para todos y, por supuesto,
tener sexo conmigo dos o tres veces al día.
—¿Nunca te cansas? —murmuro mientras me recuesto sobre su
pecho una noche, mi corazón todavía se acelera por la intensidad del
orgasmo que acabo de tener. Normalmente, me desmayo justo después
de nuestro sexo nocturno, pero esta noche dormí una siesta, así que por
una vez puedo permanecer despierta un poco más.
—¿Cansado? —Se mueve debajo de mí, colocando mi cabeza más
cómodamente sobre su hombro. Sus dedos se enredan perezosamente en
mi cabello, sus latidos fuertes y constantes contra mi oreja—. ¿De qué?
—Solo físicamente cansado —le explico—. Pareces inagotable a
veces, como un cyborg de algún tipo. ¿Nunca quieres simplemente
relajarte y no hacer nada? ¿O aflojar y no entrenar con los chicos algún
día?
—Estoy holgazaneando en este momento —señala divertido—. Y
tengo que entrenar; de lo contrario, corremos el riesgo de que nos maten.
Entierro mi nariz contra su cuello, respirando su aroma cálido y
limpio. Siesta o no, me estoy adormeciendo, el ligero tirón de sus dedos
en mi cabello induce un estado de relajación casi hipnótica. Suprimiendo
un bostezo, murmuro contra su cuello—: Eso no es lo que quise decir.
¿Nunca te cansas? ¿Cómo un ser humano normal? Ya sabes, miembros
pesados, músculos adoloridos, ¿sin querer moverte?
Su poderoso pecho se ondula con una risa. —Por supuesto que lo
hago. Solo tengo una tolerancia al dolor mayor que la mayoría. De lo
contrario no habría sobrevivido a la adultez.
Lo dice a la ligera, su tono sigue siendo divertido, pero mi radar de
revelaciones de Peter está en alerta máxima. Raramente habla de su
juventud, casi nunca, de hecho, así que cuando tengo la oportunidad de
aprender algo nuevo, salto sobre él, aunque lo que aprendo me horroriza
la mayor parte del tiempo.
—¿Cómo fue? —pregunto, mi somnolencia desaparecida.
Levantando mi cabeza de su hombro, encuentro su mirada en la tenue
luz que proviene de la lámpara de la mesilla de noche—. Ese campo de
prisión juvenil al que te enviaron, quiero decir.
La cara de Peter se tensa, todos los rastros de diversión
desaparecen cuando me levanta de su pecho, volviéndose para acostarse
de lado frente a mí. —Como el infierno —responde sin rodeos mientras
pongo una almohada debajo de mi cabeza—. Un infierno frío y sucio,
poblado por demonios en forma humana. Casi exactamente como te
imaginas que sería un campo de trabajos forzados en Siberia.
Me estremezco, recordando un libro que una vez leí sobre campos
de prisioneros durante la época soviética, y busco una manta para evitar
el frío que se extiende sobre mi piel. —¿Fue como un campo de
concentración?
—No como. —Una sombría sonrisa se dibuja en su rostro—. Fue
un campo de concentración en un punto, usado para castigar y matar
silenciosamente a disidentes y otros indeseables. Cuando la Unión
Soviética se vino abajo, el lugar no se utilizó durante un tiempo, pero
alguien tuvo la brillante idea de reutilizar las instalaciones en un campo
de corrección para delincuentes juveniles. Y así nació el Campamento
Larko.
Lucho contra el impulso de apartar la mirada de la oscuridad en
sus ojos. —¿Por cuánto tiempo estuviste ahí?
—Hasta los diecisiete años. Así que casi seis años.
Seis años a partir de cuando era solo un niño, casi toda su
adolescencia. Mi mano se aprieta en un puño debajo de la manta, mis
uñas me cortan la palma. —¿Por qué te enviaron allí? ¿No había otra
alternativa?
Su boca se tuerce amargamente. —No en Rusia. No para un
criminal huérfano como yo.
—Pero ni siquiera tenías doce años. —No puedo entender que
alguien sea tan cruel como para enviar a un niño al infierno helado que
leí en ese libro—. ¿Qué tal la escuela? ¿Qué pasa…?
—Oh, nos enseñaron. —Sus dientes brillan en otra sonrisa sin
alegría—. Teníamos exactamente dos horas de instrucción cada día. Las
otras catorce, sin embargo, se reservaban para el trabajo, para eso
estábamos, después de todo.
¿Catorce horas? ¿Para alguien que todavía era un niño? Tragando
el nudo que se forma en mi garganta, me obligo a preguntar—: ¿Qué tipo
de trabajo?
—Minería, principalmente. También reparación de carreteras y
tendido de tuberías. Algunos trabajos de construcción, pero eso fue solo
alrededor de nuestro campamento, para arreglar la mierda de la era
soviética que se derrumbaba a nuestro alrededor.
Lo miro sin saber qué decir. Sabía que no había tenido una vida
fácil, por supuesto, pero nunca me imaginé esto, nunca me di cuenta de
que la mayoría de sus años de formación, una época en la que otros niños
de su edad jugaban videojuegos y desafiaban a sus padres en el toque de
queda, fueron de trabajo duro en condiciones infernales.
Tratando de ignorar el dolor que rodea mi caja torácica, extiendo la
mano debajo de la manta y paso los dedos sobre los tatuajes que cubren
su brazo y hombro izquierdos. —¿Ahí es donde conseguiste esto?
Peter mira hacia abajo, como si acabara de recordar la tinta que
está allí. —La mayoría de ellos, sí —dice, doblando su otro brazo debajo
de la cabeza—. Un par los tuve más tarde, cuando me uní a mi unidad.
—¿Qué significan? —susurro, trazando los intrincados diseños con
mis dedos. El que tiene en el hombro se asemeja al ala de un pájaro y
algunos más parecen cráneos demoníacos, pero el resto son solo líneas y
formas abstractas.
La mirada de Peter se vuelve opaca. —Nada. Era algo que hacer,
eso es todo.
—Eso es mucha tinta por capricho.
Se queda callado unos segundos. Luego dice en voz baja—: Tenía
un amigo en ese campamento. Andrey. Él estaba metido en estas cosas,
un verdadero artista, ya sabes. Después de que estuvimos allí durante
un par de años, se quedó sin espacio en su propia piel, así que dejé que
practicara conmigo. Cada vez que algo nos pasaba, bueno o malo, quería
conmemorarlo con un tatuaje, y porque era tan bueno, le daba el reinado
libre con los diseños.
—Oh. —Intrigada, me levanto sobre mi codo—. ¿Qué le pasó a ese
amigo?
—Murió. —Peter lo dice casualmente, como si no importara, pero
escucho el oscuro eco del dolor debajo, la rabia que el paso del tiempo no
pudo enfriar. Lo que sea que le sucedió a su amigo, había sido lo
suficientemente malo como para dejar una cicatriz... lo suficientemente
malo como para que su recuerdo aun tuviera el poder de lastimarlo.
—Lo siento —murmuro, pero Peter no responde. En cambio, se
acerca para apagar la luz, luego me empuja contra él en nuestra posición
habitual para dormir.
Cierro los ojos y me concentro en mi respiración, tratando de
calmarme lo suficiente como para quedarme dormida, pero es imposible.
Incluso el calor del gran cuerpo de Peter no puede alejar el frío persistente
de sus revelaciones. Mi mente zumba como una colmena devastada, las
preguntas se niegan a dejarme en paz. Hay tantas cosas que todavía no
sé sobre el hombre que me abraza todas las noches, tantas cosas que no
entiendo sobre su pasado. Todo sobre su vida en Rusia es extraño para
mí, tan extraño y misterioso como si hubiera venido de otro planeta.
Finalmente, no puedo soportarlo más. Liberándome de su abrazo,
enciendo la lámpara y me coloco sobre mi lado para enfrentarlo. Como
sospechaba, tampoco está durmiendo, su mirada plateada se ha
ensombrecido con recuerdos cuando se encuentra con la mía.
—Dijiste que fuiste reclutado de ese lugar directamente a tu unidad
—digo, nuevamente apoyándome sobre mi codo—. ¿Por qué?
¿Normalmente hacen eso en Rusia?
Me mira en silencio, luego se acuesta boca arriba y entrelaza las
manos debajo de su cabeza mientras mira hacia el techo. —No —dice
después de un momento—. Usualmente reclutan a través del ejército.
Pero necesitaban a alguien con un perfil psicológico específico en este
caso.
Me siento, sosteniendo la manta contra mi pecho. —¿Qué tipo de
perfil?
Sus ojos se encuentran con los míos. —Sin lazos familiares o
apegos inconvenientes, sin escrúpulos y con solo la mínima conciencia.
Pero también lo suficientemente joven como para ser entrenado y
moldeado a lo que necesitaban.
—¿Lo cuál era? —pregunto, aunque sospecho que ya lo sé.
Se sienta, su expresión es cuidadosamente neutral mientras se
apoya en la cabecera. —Un arma —responde—. Alguien que no se
resistiera a nada. Verás, los insurgentes se volvían más despiadados, más
fanáticos, con cada año que pasaba. El bombardeo en el metro de Moscú
fue la gota que rebasó el vaso. El gobierno ruso se dio cuenta de que no
podían limitarse a métodos civilmente aprobados por la ONU para
combatir el terrorismo, tenían que ponerse a su nivel, luchar con cada
herramienta disponible. Por lo que formaron esta unidad Spetsnaz fuera
del registro, y cuando no pudieron encontrar suficientes soldados
entrenados para encajar en el perfil deseado, decidieron volverse
creativos y buscar en otro lado.
—En el Campamento Larko —digo, y asiente, sus ojos tienen el
color del acero pulido.
—Aquellos que durábamos allí por un período prolongado de
tiempo, tendíamos a ser fuertes, capaces de soportar largas horas de
esfuerzo físico en condiciones extremas. Hambre, sed, frío, podíamos
soportarlo todo. Y como puedes imaginar, muchos encajábamos en el
perfil que buscaban.
Un escalofrío me recorre la piel, haciéndome apretar más la manta
a mí alrededor. —Entonces, ¿por qué te eligieron a ti sobre los demás? —
pregunto, luchando por mantener un tono estable.
Sus labios se arquean en una sonrisa oscura. —Porque maté a un
guardia justo antes de que llegaran —dice suavemente—. Lo vigilé en la
nieve e hice que admitiera sus crímenes antes de destriparlo como un
conejo frente a todo el campamento. Mis métodos eran… bueno, digamos
que eran exactamente lo que estaban buscando. Así que, en vez de ser
castigado por la muerte del guardia, obtuve una nueva carrera, una que
encajaba con mis inclinaciones y mis habilidades.
Mis palmas se vuelven resbaladizas donde sostengo la manta. —
¿Cuáles eran los crímenes del guardia? —pregunto, aunque no estoy muy
segura de querer saberlo.
La oscuridad en su mirada se profundiza, y por un momento, me
temo haber ido demasiado lejos, de haber traído demasiado malos
recuerdos. Pero entonces se recuesta contra la cabecera y eventualmente
dice—: Le gustaba hervir a los niños vivos.
Se me corta la respiración mientras la bilis se eleva por mi
garganta. —¿Qué? —jadeo cuando soy capaz de hablar.
—En las duchas, teníamos agua helada o hirviendo, nada entre
medio —dice, su rostro se tensa y su mirada se vuelve lejana—. Las
tuberías no funcionaban bien, por lo que usábamos cubetas para mezclar
el agua antes de bañarnos. Sin embargo, algunos guardias nos
castigaban obligándonos a pararnos debajo del agua como estaba, agua
helada por infracciones menores e hirviendo cuando nos portábamos
realmente mal. A un guardia en particular, le gustaba el remedio del agua
caliente. Lo excitaba, creo. Los otros solo lo harían por unos segundos,
tal vez medio minuto como máximo, lo que les daría quemaduras
superficiales a los chicos. Pero este guardia lo llevaba más lejos. Un
minuto, dos, tres, cinco… para el momento en que Andrey terminó en su
lista negra, ya había matado a dos chicos de quince años por hervirles la
carne.
Pruebo el vómito en mi garganta. —Andrey… ¿tu amigo? —susurro
con los labios entumecidos.
—Sí. —Su rostro cincelado adquiere una mirada de furia casi
demoníaca—. Andrey, quien nunca debería haber estado en ese agujero
de mierda para empezar. Mi amigo, quien se negó a dejar que ese capullo
lo jodiera y en cambio murió en agonía.
—Oh, Dios, Peter… —Presiono mi puño tembloroso contra mi boca,
luego alcanzo su mano, sintiendo como sus dedos tiemblan de rabia
apenas reprimida mientras lucha por controlarse—. Lo lamento mucho.
Me agarra la mano como si fuera un salvavidas y cierra los ojos,
respirando profundamente. Cuando vuelve a abrirlos, su expresión es
tranquila, pero ahora conozco la profundidad del dolor y la furia que
acechan debajo de esa máscara controlada.
Me equivoqué al pensar que la muerte de su familia lo convirtió en
un monstruo. Ya lo era mucho antes de Daryevo, los horrores con los que
se había encontrado en su lucha por sobrevivir lo despojaron de cualquier
capacidad de bondad que alguna vez podría haber poseído. Sus primeras
víctimas no eran ángeles, pero se convirtió en ellos una vez que siguió el
oscuro camino de la venganza, hiriendo a inocentes y culpables por igual.
Sacando cuidadosamente mis dedos de su agarre, me muevo de
regreso hacia el centro de la cama. —¿Qué pasa con ese director? —
pregunto, sosteniéndole la mirada. Ya estoy descompuesta, pero tengo
que saber qué tan profundo es el daño—. ¿Qué hizo para que lo mataras?
Sonríe sombríamente. —¿No has tenido suficiente por esta noche?
¿No? De acuerdo, si debes saberlo, le gustaban los niños. Mientras más
jóvenes, mejor. Tuve suerte porque tenía once, ya era grande, casi como
un adolescente. Demasiado viejo para él cuando llegué al orfanato. Pero
los pequeños… por la noche, los oía gritar y llorar en sus habitaciones
cuando iba hacia ellos. Cada noche me moría un poco por dentro, porque
no había nada que pudiera hacer, nadie me escucharía. Los maestros, la
policía… o no les importaba o no se atrevían a alzar la voz. El hijo de puta
tenía conexiones, ya ves, pertenecía a una familia importante. Por lo que
nadie hacía nada, y entonces llegó un niño nuevo, de dos años. Cuando
escuché que se acercaba a él, no pude soportarlo más. Tomé un cuchillo
de la cocina, me arrastré a sus espaldas, y mientras se encontraba
ocupado abusándolo, le corté la garganta.
Por supuesto. Mi caballero oscuro otra vez vengándose. Cierro los
ojos contra el ardor de las lágrimas, se me rompe el corazón por Peter y
el pequeño niño. Sospechaba que era algo así, solo tenía miedo de que él
fuera la víctima. No es que eso signifique que no lo haya sido. Abriendo
los ojos, me encuentro con su mirada de acero. —¿Qué hay de ti? —
pregunto vacilantemente—. ¿Alguna vez has sido…?
—No. —Su boca se aplana—. Al menos no que recuerde. Siempre
fui muy bueno defendiéndome, incluso cuando era pequeño. Sin
embargo, no recuerdo mucho antes de los tres años, por lo que supongo
que es posible, era un lindo niño, según las fotos. En cualquier caso, para
el momento en que estaba en jardín de infantes, sabía cómo usar mis
puños, dientes, rocas… cualquier tipo de arma que pudiera tener en mis
manos. El imbécil que lo intentó cuando tenía cinco terminó con el dedo
arrancado por mis dientes, y después de eso, generalmente me dejaron
en paz.
Lo miro fijamente, el alivio lucha contra la pena agonizante. Y la
furia. Siento mucha furia por la crueldad del mundo que lo convirtió en
el hombre oscuro y atormentado que es hoy, en este asesino despiadado
y amoral que, a pesar de todo, anhela el amor y la familia. ¿Encontró
alivio a sus demonios cuando tuvo a Tamila y su niño? ¿Es por eso que
aceptó su embarazo tan fácilmente y se convirtió en un esposo y un padre
cuando podría simplemente haberse alejado? ¿Le devolvieron pedazos de
su alma, solo para destrozarlo con sus brutales muertes?
Si es así, no es de extrañar que su pérdida lo haya hecho
enloquecer y que su venganza fuera su respuesta predeterminada.
Ante mi largo silencio, su rostro se tensa aún más, entonces una
sonrisa burlona le curva los labios. —¿Demasiado para ti, ptichka?
Supongo que debería haber inventado una historia color rosa, una llena
de arcoíris, cachorritos y piñatas.
—No, es sólo… —Me detengo, tengo la garganta hinchada por las
emociones. Recobrando la compostura, intento de nuevo—. Solo desearía
que alguien hubiera estado allí para ti de la forma en que lo estuviste
para ese niño.
Parpadea lentamente y se aleja de la cabecera. —Acabo de decirte,
estaba bien. Siempre pude cuidar de mí mismo.
—Sé que podías —susurro cuando me alcanza, tirando de mí para
que me acueste a su lado mientras se estira en la cama y apaga la luz—.
Pero no deberías haber tenido que hacerlo, Peter. Ningún niño debería
tener que hacerlo.
No responde, pero sé que me ha oído porque el brazo que rodea mi
caja torácica se tensa, acercándome mientras yacemos juntos en la
oscuridad, sintiendo el calor del otro y recibiendo consuelo del latir
constante de nuestros corazones.
Traducido por Tolola
Corregido por Jadasa

Después de esa noche, se hace aún más difícil resistir los esfuerzos
de Peter para inmiscuirse en mi mente y en mi corazón. No sé si cree que
sus revelaciones me aterrorizaron y está tratando de compensarlo, o si
simplemente siente que vacila mi resolución, pero se vuelve
imposiblemente más atento, mimándome y complaciéndome más allá de
toda creencia.
Todos, excepto yo, tienen tareas. Peter hace la mayor parte de
nuestras comidas, y los otros están a cargo de la lavandería y de
mantener la casa impecablemente limpia. De todos modos, ayudo con la
colada, así no me siento como una vaga total, pero Peter no lo requiere
de mí, y aparte de esa vez que tiré el plato, no he tenido que tocar una
aspiradora ni hacer nada que no me apetezca hacer.
Además de eso, obtengo todo lo que quiero, dentro de los límites de
mi cautiverio, por supuesto. Si menciono una preferencia por fundas de
seda, Peter me las consigue en unos pocos días. Si expreso el deseo de
dar un paseo, deja todo lo que está haciendo y me acompaña, dejando de
confiar ese deber a ninguno de sus hombres. Pero lo más importante es
que hace todo lo que puede para asegurarse de que no me aburro.
Hasta ahora, su idea del estudio de danza es un fracaso; para lo
único que uso el cuarto es para ocasionalmente practicar yoga y hacer
algunos estiramientos, pero realmente aprecio el equipo de grabación que
me compró. Es tan sofisticado como los que un profesional utiliza. Puedo
grabar y editar lo que quiera y, en tanto empiezo con las canciones pop
que me gustan, pronto comienzo a experimentar con variaciones de esas
canciones e incluso a intentar componer un par, ajustando las letras a
las mezclas de música que creo a partir de diferentes melodías. Dominar
el software y el equipo requiere de mucho aprendizaje, pero acepto el reto.
No solo es divertido, sino que consume mucho de mi tiempo libre y,
cuando intento encontrar las palabras para expresar la canción que se
está formando en mi mente, no pienso en todo lo que he perdido y en el
hecho de que soy la cautiva de un asesino.
Solo me concentro en la música.
También he empezado a actuar para los chicos. Ahora es un ritual
después de la cena, donde Peter me pide que cante como una forma de
entretener a todos y yo, a regañadientes (pero en secreto con bastante
entusiasmo), acepto presentar una canción, precediendo cada
presentación con renuncias sobre la posibilidad de no recordar las
palabras, no estar preparada, etc. Naturalmente, siempre es una canción
que ensayo de antemano, generalmente una variación de cualquier éxito
popular que estuve practicando en el estudio de grabación ese día. Soy
demasiado tímida para compartir mis propias canciones, pero los chicos
están tan entusiasmados con mis interpretaciones de música pop que
pienso un día en el que podría intentar interpretar una de mis propias
piezas.
—Tienes una voz muy buena —me dice Yan después de la primera
semana, sus ojos verdes y fríos me evalúan con cierta sorpresa—. Peter
tenía razón en eso.
Le sonrío, el elogio de nuestro psicópata residente es un evento
extremadamente raro, y decido interpretar dos canciones la próxima vez.
Si a los chicos les gusta y a mí también, ¿por qué no?
Entre la música y mis actividades habituales con Peter, tengo
suficiente para mantenerme ocupada, pero sigo extrañando mi antiguo
trabajo. Cada vez que uno de los chicos se lastima, lo que sucede con
una frecuencia que da miedo, durante su entrenamiento diario, puedo
usar mis habilidades médicas, pero no es suficiente. Necesito la
estimulación intelectual de mi profesión, todo lo que aprendía
diariamente tratando a una gran variedad de pacientes y manteniéndome
al día con las últimas investigaciones. Ahora me siento desactualizada,
aislada de los nuevos desarrollos en mi campo y, cuando se lo menciono
a Peter durante una de nuestras caminatas, promete hacer algo al
respecto.
Por supuesto, ordena que sus hackers me envíen compilaciones
quincenales de toda la investigación médica de vanguardia que se lleva a
cabo en todo el mundo. Parte del material es obviamente público,
estudios revisados por parejas publicadas en las revistas académicas a
las que solía suscribirme, etcétera; pero gran parte parece provenir
directamente de archivos privados de las empresas.
—Peter, esto es una locura —digo, luego de leer sobre una terapia
génica que mantiene la esperanza de revertir el cáncer de mama en etapa
tardía—. ¿Dónde descubrieron esto? Es enorme.
—¿Lo es? —Sonríe al levantar la mirada de su portátil.
Asiento vigorosamente. —Si esta terapia es tan efectiva como lo
indican las notas de estos investigadores, se salvarán millones de vidas
de mujeres. ¿Cómo encontraron esto tus hackers? Al menos debería
haber oído rumores sobre esto. Es un cambio en el tratamiento del
cáncer. Te das cuenta de eso, ¿verdad?
Su sonrisa se amplía. —¿Qué puedo decir? Nuestros chicos son
buenos.
Sacudo la cabeza y me entierro de nuevo en el análisis detallado
del estudio. Debería sentirme culpable de estar, esencialmente, robando
la propiedad intelectual de alguna empresa nueva, pero estoy demasiado
fascinada como para dejar de leer. Además, no es como si fuera a usar
este conocimiento para obtener ganancias financieras o compartirlo con
alguien. Mi acceso al mundo exterior está estrictamente limitado a
llamadas telefónicas con mis padres.
Es la única cosa en la que Peter no cederá, no importa lo mucho
que suplique e implore.
—Vamos, ¿qué daño puede hacerme ver las noticias de vez en
cuando? —discuto después de que Peter me sorprenda tratando de
conectarme a su portátil, un intento infructuoso, dadas todas las
contraseñas y seguridad que tiene—. Puedes bloquear ciertos sitios web,
impedir que use el correo electrónico y las redes sociales si lo deseas. Hay
un montón de aplicaciones para eso, y…
—No, ptichka. —Su cara tiene una expresión resuelta cuando me
saca el portátil—. No podemos arriesgarnos a que realices una búsqueda
que exponga nuestra dirección IP al FBI, ni a que encuentres una forma
inteligente de ponerte en contacto con ellos. Hoy en día, cada sitio web
tiene un lugar para dejar un comentario, y eres demasiado lista para no
saberlo.
Frustrada, abandono el convencerlo a que me permita acceder a
Internet e intento pensar en otras formas de escapar, pero no se me
ocurre ninguna. Lo único que se me ocurre que podría intentar, es darle
algún tipo de mensaje codificado a mis padres durante nuestras breves
llamadas telefónicas; pero es demasiado arriesgado. Peter siempre está
conmigo, escuchando cada palabra que digo, y sé que, si sugiero siquiera
nuestra ubicación, cortará el contacto con mi familia. Lo ha dicho, y sé
que lo dice en serio.
No importa cuánto me mime, nunca olvido que su obsesión tiene
un lado oscuro, que está dispuesto a hacer lo que sea necesario para
mantenerme suya.
Traducido por Dakya
Corregido por Julie

A medida que los calurosos días de verano pasan al otoño, llenando


el bosque con tonos rojos y amarillos, me convenzo cada vez más de que
hice lo correcto al llevarme a Sara. A pesar de nuestro comienzo difícil,
está empezando a adaptarse, y estoy seguro de que un día se adaptará
completamente, aceptando y abrazando su nueva vida conmigo.
La amo tanto que es como un dolor constante en mi pecho, y
aunque sé que no siente lo mismo, a veces capto un destello de suavidad
en su mirada, un calor que atraviesa mi corazón y me da esperanza. A
medida que su ira por el secuestro disminuye, nuestras discusiones se
hacen menos frecuentes, y aunque ninguno de los dos puede olvidar
cómo comenzó esta relación, el pasado comienza a sentirse más distante,
su agarre en nuestro presente es menos doloroso y agudo.
Sigo pensando en Pasha y Tamila, y me despierto con un sudor frío
cuando sueño con sus espantosas muertes. Pero las pesadillas no vienen
tan a menudo, y cuando lo hacen, Sara siempre está ahí. La alcanzo y la
abrazo, oyendo su respiración constante hasta que el recuerdo del horror
se desvanece.
También puedo follarla. Es lo único que nunca deja de calmarme,
la mejor manera de aliviar la oscuridad que me atormenta desde dentro.
—¿Por qué te gusta lastimarme a veces? —murmura una noche
después de que la despertara y la tomara bruscamente, follándola tan
fuerte que ambos terminamos doloridos—. ¿Tienes algunas inclinaciones
sádicas?
Lo considero, luego sacudo la cabeza, aunque probablemente ella
no pueda ver el gesto con las luces apagadas. —No en el sentido sexual,
al menos hasta que te conocí. —He obtenido placer de matar y torturar a
mis enemigos, pero fue principalmente algo cerebral, una forma de sentir
esa violenta oleada de poder y satisfacer mi sentido de la justicia. Al
menos así fue con el guardia que hirvió a Andrey en las duchas y, en
menor medida, con los terroristas que capturé debido al trabajo. No sentí
lástima por ellos; su sufrimiento me dio una alegría cruel. Pero mi pene
nunca se endureció al infligir dolor, y durante el sexo, siempre tuve
cuidado y fui gentil con las mujeres, usando mi conocimiento del cuerpo
humano para complacer, no para lastimar.
No fue hasta Sara que esos impulsos conflictivos (castigo y placer,
violencia y ternura) se fusionaron de alguna manera. La atesoro, la amo
tanto que me duele, pero a veces cuando la toco, no puedo controlarme,
no puedo luchar contra el impulso de castigarla por ser lo que es.
Por pertenecer a mi enemigo antes de que robara mi corazón.
—Entonces con ella… ¿nunca?
La curiosidad mal disimulada en el susurro de Sara me hace
sonreír, incluso cuando un dolor familiar constriñe mi corazón. —¿Te
refieres a Tamila?
—Sí. —Su mano se extiende sobre mi pecho, como si sintiera el
dolor en mi interior—. ¿Nunca fuiste rudo con ella de esta manera?
—No. —Cubro esa mano delgada con mi palma, presionándola más
fuerte contra mi piel—. No fue así con ella.
Lo que sentí por Tamila no se parece en nada a la intensa, casi
violenta conexión que tengo con Sara. Con mi esposa, fue una agradable
mezcla de atracción física y agrado, incluso una especie de amistad. La
admiraba por ser valiente, en el contexto de su educación, y por ser una
buena madre para Pasha. Tampoco dañaba que fuera hermosa, y aunque
no teníamos mucho en común, empezó a importarme… tal vez incluso la
amaba, pensé. Ahora, sin embargo, veo que me engañaba a mí mismo.
Mi afecto por Tamila era solo eso, un mero eco de las emociones
crudas que Sara evoca en mí.
Su mano se retuerce bajo mi palma, y la escucho tragar. —Ya veo.
—Hay una nota extraña en la voz de Sara, algo casi como dolor—. Debes
haberla amado mucho —continúa en el mismo tono, y sonrío nuevamente
cuando me doy cuenta de cuál es el problema.
—¿Estás celosa? —pregunto suavemente, estirando la mano para
encender la lámpara de la mesilla de noche. Sara parpadea ante la luz
repentina, y por la línea tensa de su bonita boca, veo que tenía razón.
Malinterpretó mi confesión, pensando que el trato amable que le di
a Tamila significaba que me importaba más mi esposa que ella.
Sara no me responde, solo aparta su mano, y me río, sintiéndome
peculiarmente ligero a pesar de los oscuros recuerdos que bailan en los
márgenes de mi mente. Mi ptichka está celosa de una mujer muerta, no
menos, y no podría estar más contento.
Al oír mi diversión, la expresión de Sara se oscurece aún más, sus
delicadas cejas se juntan en un ceño fruncido. Con un resoplido apenas
audible, apaga la luz y se aleja, dándome la espalda.
Mi diversión se desvanece, reemplazada por la compleja maraña de
emociones que ella siempre me provoca. Lujuria y ternura, posesividad e
ira; todo forma parte de la locura que es mi amor por Sara, de esta
obsesión que sé que nunca me quitaré de encima.
—Ven aquí, mi amor. —Ignorando su postura rígida, la jalo contra
mí, curvando mi cuerpo alrededor del suyo desde atrás. Enterrando mi
cara en su pelo, respiro su dulce aroma, mi fragancia favorita, y aprieto
mi abrazo, sosteniéndola en su lugar mientras lucha por alejarse—. A
veces quiero lastimarte —susurro cuando se queda quieta, su respiración
entrecortada por el esfuerzo—. Quiero hacerte cosas que nunca soñé con
hacerle a mi esposa. Hay noches en las que quiero devorarte, ptichka,
consumirte hasta que no quede nada… hasta que esta adicción se esfume
y pueda respirar sin desearte, sin sentir que te necesito más que la vida
misma.
Se le corta la respiración. —¿Qué estás diciendo?
—Estoy diciendo que te amo, ptichka… y que te odio. Porque duele,
ya ves, saber que todavía lo amas, que todavía piensas en él cuando estás
conmigo. —Mi voz se endurece, mi agarre se aprieta cuando intenta
escapar—. El asesino de tu marido... así es como me ves, es todo lo que
ves a veces. Si pudiera borrarlo de tu mente, lo haría en un abrir y cerrar
de ojos. Borraría todos los registros de su existencia, lo convertiría en la
nada que es. En un mundo diferente, tú habrías nacido mía, pero en este,
tuve que luchar por ti... matar por ti.
Todo su cuerpo se pone rígido. —¿Por mí? ¿De qué estás hablando?
Esto se trataba de tu venganza, la lista que tú…
—Sí, lo fue… hasta que te conocí. Luego se convirtió en algo más.
—Es una verdad que no había admitido hasta este momento, no la había
conocido más que en los límites más salvajes de mi alma.
Cuando me paré al lado de la cama de George Cobakis, dudé al
pensar en Sara, pero no fue porque quisiera perdonarlo por ella. Era
porque el asesinato no tenía sentido, su estado vegetativo era tan bueno
como la muerte en vida.
Terminé apretando el gatillo no a pesar de mi atracción por Sara,
sino por ella.
Porque la quería libre de él para siempre.
Porque incluso entonces, sabía que tenía que hacerla mía.
—No. —La voz de Sara adquiere un temblor audible—. Lo dices por
decir. No podrías haber matado a George por un interés enfermizo en mí;
eso sobrepasa la locura.
—Quizás. —Estoy dispuesto a admitir eso—. Pero en algunas
culturas, lo que hice te hace mía: mi premio de la guerra, mi botín de
batalla.
—¿Batalla? ¡Estaba en coma! Mataste a un hombre indefenso. No
era rival para ti…
Me río de forma sombría. —¿Crees que soy una especie de héroe
noble? ¿Crees que me importa una pelea justa? —Se congela, su piel se
vuelve húmeda donde nuestros cuerpos desnudos se tocan al tiempo que
continúo—: No me importa, Sara —le digo—. No me importa una mierda
la justicia, porque a nadie más le importa. El mundo es inherentemente
injusto. Si quieres algo, luchas por ello… lo tomas. Y te deseaba, ptichka.
Te quise desde el primer momento en que te abracé, cuando lloraste tan
dulcemente en mis brazos. Y tú también me quisiste, todavía me quieres,
porque no importa lo que digas, esto es real... mucho más real que el
espejismo de un matrimonio. No era un cuento de hadas lo que vivías, y
Cobakis no era tu príncipe azul. Era un mentiroso, un debilucho que se
dedicó a la bebida porque no podía soportar la culpa de la masacre que
causó. Incluso si no hubiera estado en mi lista, lo habría matado igual si
te hubiera conocido, porque te habría querido. Si alguna vez nuestros
caminos se hubieran cruzado, te habría hecho mía.
Está temblando, y sé que he sido demasiado honesto, revelando
demasiado de la bestia interior. Pero si hay algo que no haré, es mentirle.
Conmigo, Sara siempre sabrá lo que está consiguiendo, no importa
lo feo que sea.
Tirando de la manta sobre nosotros, acaricio su brazo, cadera y
muslo hasta que su temblor se detiene, y cuando escucho su respiración
lenta y profunda, cierro los ojos, abrazándola fuerte.
Puede que esto esté mal a los ojos de los demás, pero tengo a Sara
y soy feliz, y haré lo que sea necesario para hacerla feliz también.
Traducido por Joselin
Corregido por Julie

A medida que avanza el otoño y el clima sigue enfriando, mi vida


con Peter comienza a recordarme una luna de miel extendida, aunque
compartimos el retiro en la montaña con otras personas. Su atención no
muestra signos de disminución, y aunque sigo recordándome que no me
encuentro aquí por mi propia voluntad, no puedo ignorar el hecho de que
Peter hace todo lo posible para garantizar mi placer y comodidad. Aparte
de su profesión y el asuntito de mantenerme cautiva, Peter Sokolov es
todo lo que una podría desear de un esposo: completamente domesticado
y tan cariñoso que la mayoría de los días me siento como una princesa.
Todas las mañanas comienzan con él trayendo el desayuno a la
cama. Al igual que el hábil interrogador que es, Peter ha aprendido todo
lo que me gusta y lo que no me gusta en lo que respecta a la comida, y
diariamente me da mis favoritas. Crepas al estilo ruso con pasas y queso
dulce, tortitas, quiches, bandejas de frutas exóticas: me da todo, además
de jugo de naranja recién exprimido y café. Para el almuerzo y la cena,
estoy igualmente mimada, tanto que los muchachos me han rogado que
pida sus favoritos como míos.
—Te gustó el shashlik esa vez, ¿no? ¿Esas brochetas de cordero
que Peter hizo antes de Nigeria? —Ilya hace un intento aterrador de ojos
de cachorro mientras me acorrala en la cocina. Ante mi asentimiento,
sonríe y dice—: Entonces, por favor dile que las haga pronto, ¿sí? Solo
insinúa que te gusta el cordero en salsa picante. ¿Por favor?
Me río y prometo hacerlo, como ya le prometí a Anton el pastel de
manzana. A pesar de sus papeles en mi secuestro, me están empezando
a gustar los hombres de Peter, y estoy bastante segura de que yo también.
Eso es algo bueno en lo que a mí respecta, pero Peter parece tener una
opinión diferente. Lo he notado mirando a los chicos cuando se vuelven
particularmente amigables, como si temiera que pudieran robarme.
Su posesividad es uno de nuestros principales problemas en estos
días, y una noche, se descontrolará.
—Mantén tus malditos ojos por encima de su cuello —le grita a
Anton cuando termino de cantar mi variación del último éxito de Lady
Gaga. Me vestí para esta actuación, usando uno de los vestidos de fiesta
escotados que Yan me compró, y mientras Anton y Peter se enfrentan,
mirándose el uno al otro, me doy cuenta de que podría haber sido un
error.
—Peter, no estaba haciendo nada —le digo, desesperada por disipar
la tensión—. Cantaba y él escuchaba, eso es todo.
—Estaba babeando, eso es lo que hacía. —Peter empuja la silla
entre ellos a un lado—. Y tampoco fue la primera vez.
—Vete a la mierda, hombre. —La barba oscura de Anton tiembla
de rabia cuando los dos hombres letales se enfrentan, puños cerrados y
dientes a la vista—. Nadie está haciendo nada que no deberían hacer;
estás demasiado obsesionado para ver con claridad.
Peter gruñe una respuesta en ruso, y Yan también dice algo, su
tono es entretenido mientras Ilya niega con la cabeza, sonriendo. Un
momento después, Anton sale corriendo, con Peter pisándole los talones.
Frustrada, giro hacia los gemelos. —¿A dónde van? —Odio cuando
los chicos se cambian al ruso para esconderme algo—. ¿Qué dijeron todos
ustedes?
—Peter quiere romper todos los huesos de la cara de Anton, y le
sugerí que lo hiciera afuera, para no tener que hacer reparaciones
costosas en la casa —explica Yan, sonriendo tan ampliamente como su
hermano—. Parece que escucharon.
—¿Qué? ¿Van a pelear?
Horrorizada, salgo apurada y me recibe de inmediato el sonido de
los golpes de puños. Peter y Anton ruedan por el suelo, balanceando los
brazos y los codos mientras se golpean entre sí. Salpicaduras de sangre
vuelan por el aire cuando Peter da un golpe particularmente brutal, y yo
jadeo al ver una furia salvaje en su cara.
No se están enfrentando; esta pelea es de verdad.
—Deténganlos, por favor —le suplico a Yan e Ilya, que salieron para
pararse a mi lado—. Se van a matar.
—Nah. —Yan desecha con desdén—. Se romperán algunos huesos.
No tenemos un trabajo importante hasta el próximo mes, así que está
bien.
—¡No está bien! —Apretando los dientes, me vuelvo hacia Ilya—. Si
alguna vez quieres volver a comer shash-lo que sea, detendrás esto ahora
mismo. Si no lo haces, voy a desarrollar una alergia al cordero. —Golpeo
su enorme pecho con el dedo—. ¿Me escuchas?
Yan estalla en carcajadas, pero Ilya parece convenientemente
preocupado. —Bien, bien —murmura y comienza a caminar hacia los
combatientes.
Exhalo con alivio mientras valientemente entra en la pelea, pero ni
Peter ni Anton responden bien a sus intentos de separarlos. Al poco
tiempo, los tres hombres están rodando por el suelo, intercambiando
golpes brutales, y cuando me vuelvo hacia Yan, él levanta las manos, con
las palmas hacia afuera.
—No me voy a acercar —dice, y sé que habla en serio.
Estoy sola.
Desesperada, considero mojarlos con agua fría, pero decido buscar
una solución más conveniente.
—Ayuda —grito a todo pulmón y me agacho, como si me doliera—.
¡Ohhh! ¡Peter, ayuda!
Funciona incluso mejor de lo que esperé. Los hombres se separan
al instante, y Peter se pone de pie, la furia de su cara se transforma en
una preocupación frenética mientras corre hacia mí. —¿Qué pasó? —
exige, agarrando mis manos mientras sus ojos me escanean de pies a
cabeza—. ¿Estás herida?
—Sí, por tu comportamiento salvaje —espeto, tratando de alejarme
mientras inicia una revisión completa—. Ahora déjame ir para que pueda
ver lo mucho que se han lastimado.
Sus cejas se juntan mientras hace una pausa. —¿No estás herida?
¿Solo querías detener la pelea?
—Por supuesto. ¿Cómo me lastimaría? —Ignoro a Yan, que se ríe
tanto que no puede pararse derecho, y me dirijo hacia Anton e Ilya, que
lucen mucho peor por el desgaste que Peter. Ilya tiene el labio partido y
la cara de Anton ya se hinchó, su nariz sangrante un poco descentrada.
—Oye. —Peter me agarra la muñeca antes de que pueda dar más
de dos pasos—. ¿Vas a atenderlos primero? —Suena tan indignado que
estoy tentada a negarlo, lo último que quiero es provocar otra pelea, pero
algún demonio me hace asentir.
—No se atacaron solos. —Tiro de mi muñeca en un intento inútil
por liberarme—. Y no me pareces herido.
Si Peter cree que voy a recompensarle el comportamiento de
cavernícola con un cuidado tierno, está muy equivocado.
Su ceño fruncido se profundiza, y tiene el descaro de parecer herido
mientras me suelta la muñeca. —Estoy lastimado. ¿Ves? —Se levanta la
camisa para mostrarme una mancha roja en la caja torácica—. Y esto. —
Muestra el dorso de su mano derecha, donde los nudillos comienzan a
parecer hinchados.
A pesar de mi ira, mis instintos sanadores entran en acción.
—Déjame ver. —Con cuidado, palpo su torso; habrá un moretón
feo, pero sus costillas parecen estar bien, y luego pongo mi atención en
sus nudillos—. ¿Te duele? —pregunto, presionando el nudillo del medio.
Peter sacude la cabeza, con los ojos plateados brillantes, así que
examino el resto de su mano. Para mi alivio, no siento ningún hueso roto.
—Estarás bien —le digo, luego noto un rasguño sangrante en su
oreja izquierda. Tendré que limpiarlo en la casa, donde tengo suministros
médicos, pero primero, tengo que ver la nariz de Anton y asegurarme de
que Ilya no sufra otra conmoción cerebral.
Los chicos ya han entrado, así que los sigo, ignorando la expresión
oscura de Peter. No entiendo lo que le pasó. Sé que es posesivo, pero
Anton es su amigo, y por lo que puedo decir, nunca ha actuado de forma
inapropiada conmigo. Ni tampoco ninguno de los otros, aunque son
hombres viriles y sanos que han estado sin compañía femenina desde
hace meses.
Mi bravuconería dura hasta que entro en la cocina y veo el daño
que se le ha hecho a la cara de Anton. Peter no bromeaba cuando dijo
que iba a romperle todos los huesos; no tuvo éxito, pero hizo un muy
buen intento. Con la violencia que estalló tan repentinamente, no tuve
oportunidad de procesar la impresionante brutalidad de la pelea, pero
mientras trabajo para poner la nariz de Anton en su lugar, mis manos
empiezan a temblar, las secuelas de adrenalina me golpean tan fuerte
como si yo hubiera sido la que estaba en la pelea.
Me he vuelto complaciente en las últimas semanas, dejé que toda
la vida doméstica me indujera a olvidar lo que son Peter y sus hombres.
Esto no fue una pelea de borrachos en un bar, donde alguien podría dar
un golpe de suerte o dos. Peter es un asesino entrenado, y fue tras su
amigo con la intención de infligirle un daño grave. Si yo no hubiera
interrumpido la pelea, alguien podría haber resultado gravemente herido
o incluso muerto.
—Lo siento —susurro cuando Anton hace una mueca ante el dolor
de mis cuidados—. Lo siento mucho por esto.
—Está bien. —Su voz se vuelve nasal mientras le meto algodón en
las fosas nasales para detener el sangrado—. Iba a pasar; ese bastardo
está demasiado loco por ti. —No hay rencor en su tono; en todo caso,
parece divertido por el intento de su amigo de mutilarlo por celos fuera
de lugar.
—Así es —gruñe Peter, acercándose a mí—. Así que no la mires
fijamente. Nunca. ¿Entendido?
Para mi sorpresa, la boca hinchada de Anton se curva en una
sonrisa sangrienta. —Entendido, maldito imbécil.
Dejo lo que estoy haciendo, mi mirada se balancea incrédula de un
hombre a otro. ¿Estoy alucinando, o se acaban de reconciliar?
Peter le da una palmada en el hombro a su amigo y se vuelve hacia
Ilya, que está encaramado en un taburete junto a nosotros, sosteniendo
una bolsa de hielo contra su labio. —Lo mismo va para ti y… —Le da a
Yan, que acaba de unirse a nosotros, una mirada oscura—, para ti.
Ambos hermanos asienten e Ilya dice—: Entendido. Es toda tuya.
Ignorando esa declaración atávica, termino de tapar la nariz rota
de Anton, le doy compresas de hielo para que se las aplique en toda la
cara y busco su camisa para examinar su caja torácica.
—Estoy bien allí —dice nasalmente, deteniéndome antes de que
levante la camisa más de un centímetro. Con una mirada cautelosa a
Peter, agrega—: Puedes echar un vistazo a Ilya, si quieres.
Frunzo el ceño, pero me giro hacia Ilya como sugiere. —Déjame ver
esto —le digo, alejando la bolsa de hielo de su labio—. ¿Te golpearon en
algún otro lado de la cabeza?
—No, solo esto —responde, haciendo una mueca al sentir su
mandíbula hinchada.
—Está bien —le digo cuando concluyo mi examen—. No tienes una
conmoción cerebral, pero aun así debes tomarlo con calma. Los golpes
en la cabeza no son buenos para tu cerebro, solo pregúntale a todos los
jugadores de la NFL.
—Sí, doctora Cobakis. —Ilya sonríe tanto como lo permite su labio
partido—. Tendré cuidado.
Le sonrío, ignorando un resoplido de su hermano, y luego me dirijo
a Peter, que todavía parece estar de mal humor.
—Déjame ver esto —le digo, tirando de él hacia otro taburete para
que pueda llegar a la parte superior de su oreja—. Parece que raspaste
un poco de piel.
Peter se queda quieto, dejándome limpiar y vendar el rasguño antes
de examinarlo en busca de más heridas leves. Para cuando termino, mis
manos están firmes de nuevo, el trabajo familiar disminuyó el persistente
shock de la explosión de violencia.
Por desgracia, mi nueva calma no dura mucho. En el momento en
que guardo todos los suministros médicos, Peter salta del taburete y se
inclina para recogerme. Ignorando mi chillido sobresaltado y los obscenos
gritos de lobos de los chicos, me levanta en sus brazos y reclama mi boca
con un beso profundo y hambriento.
Luego, sosteniéndome contra su pecho como el premio de la guerra
que él cree que soy, se dirige hacia las escaleras.
Traducido por Gesi
Corregido por Julie

Sara se retuerce en mis brazos mientras la llevo al piso de arriba,


su pálido rostro está ruborizado, presuntamente por ira y vergüenza.
—Suéltame —susurra furiosamente tan pronto como llegamos al
segundo piso—. Peter, bájame ya mismo.
No la bajo hasta que entramos en nuestra habitación. Aún tengo
sed de sangre, la adrenalina de la pelea hace que mi corazón bombee a
un ritmo furioso. Ira y celos primitivos se agitan en mis entrañas, y debajo
de todo, hay un hambre profundo y exigente, una necesidad de tomarla
y reclamarla, de hacerla mía tan completamente que nunca más le sonría
a otro hombre.
Sé que lo que estoy sintiendo es irracional, casi patológico, pero
verla esta noche con ese vestido —rojo, ajustado y muy escotado— me
hizo perder cualquier apariencia de racionalidad que poseía. Durante las
últimas semanas, he soportado las ocasionales miradas de los chicos,
con la competencia por su atención a la hora de comer y sus solicitudes
de comida no tan secretas. Pero lo que vi esta noche en los ojos de Anton
fue un espejo de mi lujuria por Sara, y no podía dejarlo pasar.
—No volverás a usar este vestido en público —digo con dureza,
estirándome alrededor de su cuerpo esbelto para encontrar la cremallera
en la espalda—. De ahora en adelante, solo es para nuestra habitación.
Me mira, las cremosas hinchazones de sus pechos (expuestos por
el maldito vestido) se agitan con su respiración rápida.
—Estás loco. —Sus palmas empujan contra mi caja torácica—. Tú
me has comprado este vestido.
—Yan lo compró. —Bajo la cremallera con fuerza innecesaria, la ira
aún bombea por mis venas—. Y si hay otros como este, será mejor que
solo los guardes para mis ojos. La próxima vez que atrape a otro hombre
babeándose por ti, lo desmembraré. Lentamente.
No estoy bromeando, y debe verlo, porque parte del color abandona
su rostro. —Estás loco —susurra, sus ojos color avellana son enormes en
tanto me mira, y sé que tiene razón. Estoy loco, totalmente loco por ella.
He estado haciendo todo lo posible por mantener controlada la intensidad
de mi necesidad, pero ya no puedo seguir haciéndolo. No puedo fingir que
cada minuto que estamos separados no se siente como una hora, que no
quiero devorarla en el acto cada vez que la toco. Mi deseo es oscuro y
violento, pero me he obligado a ser civilizado, a limitarme a actuar como
un amante cuando lo que quiero es desnudarla hasta los huesos para
poder poseerla completamente.
He estado luchando una batalla perdida, y me encuentro listo para
abandonar la pelea.
Algunos de mis pensamientos deben notarse, porque comienza a
forcejear mientras le quito el vestido, exponiendo sus senos desnudos y
atrapando sus brazos. El contraste del color rojo brillante con su piel
pálida resalta las manchas verdes de sus ojos color avellana y hace que
mi pene palpite con una necesidad salvaje. La quiero. Joder, cuánto la
deseo. Es como una enfermedad, esta lujuria que me atormenta día y
noche.
Arrodillándome, la rodeo con mis brazos, manteniendo los suyos
atrapados dentro del vestido mientras tomo un pezón rosado y erecto con
la boca. Grita, su lucha se intensifica cuando lo succiono, aplastándolo
con mi lengua contra mi paladar, pero no me detengo. Sabe a sexo y dulce
perfección, como cada fantasía hecha realidad. No sé cómo pude vivir la
mayor parte de mi vida sin ella, porque ahora que la he tenido, necesito
más cada vez.
Necesito todo de sí, y esta noche lo tendré.
—Peter, por favor… —Ahora está jadeando, su vientre plano se
estremece cuando dirijo la atención hacia el otro seno—. Yo solo… oh,
Dios, por favor…
Atormento sus pezones hasta que la quemadura en mi interior
alcanza un punto álgido, y entonces le quito completamente el vestido,
dejándolo caer alrededor de sus tobillos mientras me pongo de pie y la
guío hacia la cama. Se tropieza cuando la parte trasera de sus rodillas
golpean el colchón, pero la atrapo y la acuesto sobre su estómago antes
de subirme encima de ella, completamente vestido.
—¿Qué estás…? —Se corta con un jadeo cuando me quito el
cinturón y capturo su muñeca, llevándola detrás de su espalda y
amarrándola con el cinturón. Luego repito el proceso con la otra muñeca,
ignorando sus intentos de quitarme de encima mientras amarro sus
manos, asegurándolas con el cinturón detrás de su espalda—. ¿Qué vas
a hacer? Por favor, Peter… ¿qué vas a hacer?
Sus palabras son amortiguadas por la manta mientras tomo una
almohada y la coloco debajo de sus caderas. No es suficiente, así que
busco otra más, elevando su pequeño y curvilíneo trasero. Se retuerce,
obviamente asustada, así que para evitar su escape, mantengo la mayor
parte de mi peso sobre sus piernas mientras me estiro hacia la mesa de
noche para agarrar una botella de lubricante que guardo dentro.
Desabrochándome los vaqueros, libero mi adolorida polla y me
inclino sobre ella, sosteniendo mi peso con un brazo mientras rocío el
lubricante sobre su culo, dejando que gotee en la grieta y sobre sus
pliegues. Jadea, luchando más, y arrojo el lubricante a un lado antes de
penetrarle el coño con un dedo. Está caliente y se desliza hermosamente,
el lubricante se mezcla con su humedad cuando agrego un segundo dedo,
estirándola.
Mientras la follo con los dedos, paso el pulgar sobre su clítoris, y
pronto, soy recompensado con gemidos indefensos, sus intentos de
alejarse se transforman en movimientos retorcidos para aumentar su
placer. Sus caderas comienzan a elevarse hacia mí, su clítoris se aprieta
contra mi pulgar con cada golpe y sé que está al borde. Sin querer que
acabe ya, me detengo y agarro mi pene, guiándolo hacia la temblorosa y
rosada abertura de su coño.
Calor húmedo me envuelve, paredes resbaladizas me aferran con
fuerza mientras penetro su carne hinchada. Mi corazón late pesadamente
y mis bolas se tensan cuando sus músculos internos se flexionan a mi
alrededor, ordeñándome, acariciando mi polla. La sensación es sublime
y todos mis sentidos se agudizan, incluso cuando mi consciencia del
mundo se desvanece. Me enfoco solo en ella: los sonidos que hace, la
forma en que su cuerpo se estira para admitirme… huelo su excitación
en mis dedos, y los llevo a su boca, ordenando roncamente—: Lámelos.
Obedece, su lengüita ágil rodea mis dedos cuando los meto en su
boca y la follo con ellos mientras me presiono más profundamente en su
coño, sacando un jadeo ahogado de su garganta cuando la punta de mi
pene le roza el cuello uterino. Es pequeña y delicada debajo de mí, su
cuerpo delgado y sus manos amarradas se presionan en mi estómago, y
el conocimiento de que está completamente a mi merced intensifica mi
lujuria, mi necesidad de dominarla y tomarla.
—Dime a quién perteneces —gruño, sacando los dedos de su boca
para desparramar la humedad por su barbilla y su cuello. Envolviendo
mi mano alrededor de su delgada garganta, empujo profundo, haciéndola
gritar—. Dime, Sara. ¿Quién es tu dueño?
Respira tan rápido que siento sus rápidas exhalaciones donde la
tomo por el cuello. —T-tú. —Las palabras son apenas audibles cuando
salen de sus labios, y no es suficiente. Ni de cerca es suficiente.
Soltándole la garganta, toco entre sus piernas, sintiendo la carne
sedosa estirándose alrededor de mi pene, la sustancia resbaladiza del
lubricante mezclándose con su cremosidad. Sus jadeos se intensifican,
su trasero se arquea y sus gemidos se hacen más fuertes, por lo que subo
mis dedos, deslizándolos entre los pálidos y firmes montículos de sus
cachetes.
—Peter… espera. Oh, Dios, Peter… —Mi nombre sale en un grito
ahogado cuando encuentro la tensión en su otra abertura y hundo la
punta de mi dedo, ignorando la resistencia de sus músculos tensos. Se
necesita de todo mi autocontrol para ir despacio, para no follarla tan
violentamente como me exige mi cuerpo. No quiero desgarrarla, no quiero
herirla, a pesar de la oscuridad que corroe mi alma. El lubricante facilita
el pase de mi dedo cuando la penetro más profundo, pero sigue
demasiado apretada y casi acabo cuando imagino cómo será alrededor
de mi pene, cómo su culo me aceptará y apretará.
Gime ante la incomodidad de mi penetración, pero no me detengo
hasta que mi dedo está completamente adentro y puedo sentir mi pene a
través de la delgada pared interna que separa sus orificios. La sensación
es vertiginosa, su intensidad es surrealista. Agudiza mi hambre, lo vuelve
aún más oscuro y salvaje.
Mi hermoso y enjaulado pajarito.
Es hora de que la reclame por completo.
Después de esta noche, no tendrá dudas de que es mía.
Traducido por Umiangel
Corregido por Julie

Abrumada, aprieto los músculos de la zona pélvica, sintiendo el


imposible grosor de su polla y el ardor de ese dedo invasor. Incluso con
una gran cantidad de lubricante, no entró fácil. Me siento dolorosamente
llena, vulnerada y superada, y mi aliento viene en jadeos duros mientras
trato de adaptarme a la rara sensación de ser penetrada en dos lugares.
Para mi alivio, mi torturador retira su dedo, solo para que vuelva
unido a otro. Los dedos gruesos trabajan en mi trasero lentamente,
estirando el apretado anillo muscular con mucho cuidado, pero aún me
duele, mi cuerpo resiste la intrusión.
—Empuja, ptichka. —Su voz es un susurro del diablo, seductor y
controlado, incluso cuando su pene palpita profundamente dentro de
mí—. Relájate y déjame entrar. Te gustará.
Jadeando superficialmente, trato de hacer lo que dice, luchando
contra el impulso instintivo de apretarme más fuerte. Mis manos atadas
se flexionan detrás de mi espalda, mis dedos se contraen al presionar las
palmas de mis manos. A pesar del dolor punzante de la invasión, una
parte de mí siente curiosidad por esto, casi ansiosa de alguna manera
retorcida. Algo en la incomodidad misma de todo esto; la forma en que
mis entrañas se encogen y arden, la sensación de ser forzada y violada,
resuena con esa extraña y sumisa vena dentro de mí, con el ansia de
castigo que mi monstruo ha despertado en mí.
Si duele, no es una traición.
Si no tengo elección, no me estoy enamorando del enemigo.
—Sí, eso es, mi amor... Ahora relájate y respira. —Los dos dedos
están dentro de mí, gruesos y duros, los bordes de sus uñas raspan los
tejidos sensibles. Es demasiado, demasiado abrumador, las sensaciones
sobrepasan todo lo que he conocido. Mi corazón es como un pájaro que
revolotea en mi pecho, mi respiración es tan rápida que se siente como si
estuviera entrando en pánico. Solo su voz me mantiene presente en ese
momento, esa voz oscura y cariñosa con su sutil acento—. Eso es, mi
amor... Relájate... —Su mano libre acaricia mi cadera, las callosidades en
su palma raspan mi piel—. Mi hermosa ptichka, tan delicada, tan dulce...
Se sentirá mejor en un momento, te lo prometo, mi amor. —Derramando
más cariño, comienza a mover su polla con embestidas lentas y un poco
profundas, y mi corazón se acelera incluso más cuando el movimiento de
balanceo frota mi clítoris contra el montón de almohadas.
El placer se acumula lentamente, de manera enloquecedora, la
tensión aumenta a paso de caracol. La presión de la almohada sobre mi
clítoris es demasiado ligera, sus empujes superficiales demasiado suaves.
Soy demasiado consciente de la plenitud del escozor en mi culo, y gimoteo
en el colchón con frustración, elevando más mis caderas, necesitando
que vaya más fuerte, más rápido. Estuve al borde antes, y ya casi estoy
allí, pero necesito más.
Necesito que me lleve hasta el final y me arroje, que me dé más
placer y más dolor.
—Peter, por favor —le ruego, pero el bastardo perverso se detiene y
sale de mí por completo. Solo sus dedos permanecen en mi trasero, y en
el momento siguiente, también los retira, dejándome adolorida y vacía, al
borde y frustrada más allá de lo creíble—. Peter —gimo, pero luego siento
que se acerca a un lado detrás de mí, y me echa más lubricante fresco.
—Shhh —calma mientras yo me aprieto instintivamente al sentir
su enorme pene presionando contra esa abertura—. Todo estará bien, mi
amor, solo déjame entrar... —Empuja con más fuerza y la presión sobre
mi esfínter se vuelve más intensa, el dolor punzante empeora. Es mucho
más grande, mucho más grueso que sus dedos, y no puedo relajarme lo
suficiente como para dejarlo entrar.
—Peter. —Asustándome, empiezo a luchar, tirando del cinturón
que me ata las muñecas a la espalda—. Peter, no creo que sea...
El anillo muscular cede con un estallido doloroso, dejando que la
cabeza ancha dentro de mí, y una ola de mareos se estrelle sobre mí
cuando se desliza más profundamente, el lubricante facilita su camino.
Siento como si me hubieran golpeado, invadida de la manera más cruel,
y mientras toca fondo dentro de mí, con su gruesa polla estirándome
insoportablemente, quiero gritarle que se detenga, que acabe con esto. La
plenitud es más de lo que imaginaba, y mi estómago se revuelve y se
acalambra con náuseas mientras el sudor frío gotea por mi temblorosa
espalda.
¿Por qué tenía tanta curiosidad por esto?
¿Cómo podría haberlo querido de alguna manera?
Sin embargo, porque lo quise, permanezco en silencio, respirando
temblorosamente mientras espero que el dolor se aligere. Peter vuelve a
llamarme, me acaricia la espalda y la cadera, incluso me alaba por algo,
y pronto, el dolor disminuye, lo peor de la incomodidad se desvanece.
Aunque la extrema plenitud permanece, y cuando su mano se desliza
entre mis piernas para encontrar mi clítoris, empiezo a temblar con un
tipo diferente de tensión. Es demasiado, el orgasmo doblemente frustrado
y la invasión despiadada, sintiéndolo donde ningún hombre ha estado
antes.
—Eso es, ptichka —murmura mientras lloro ante su ligero pellizco
de mi clítoris—. Ahora puedes tenerlo. Ahora puedes dejarte llevar.
Empieza a moverse dentro de mí, cuidadosa y suavemente, pero
cada golpe se siente como una nueva invasión, mi cuerpo se abre cada
vez que se retira y se vuelve a meter. Duele y arde, pero el paso constante
provoca algo, intensificando la tensión pulsátil en mi sexo. Empieza a
sentirse hipnótico, el empuje y arrastre rítmico dentro de mí, el pellizco
de sus dedos en mi clítoris, y a medida que me hundo bajo el hechizo de
las sensaciones, la tensión crece, el placer se enrosca profundamente en
mi núcleo.
—Vente para mí, Sara —gruñe, empujando profundamente, y para
mi sorpresa, lo hago, cada músculo de mi cuerpo se contrae al soltarse.
El éxtasis es violento, explosivo, el estallido de tensión es tan fuerte que
grito. Con mis músculos internos apretando y soltando, la polla dentro
de mi culo se siente aún más invasiva, pero el dolor solo agudiza las
sensaciones, hace que el placer sea oscuro y ardiente. Él gime, y lo siento
sacudirse dentro de mí, bañando mis entrañas crudas con su semen.
En consecuencia, solo queda el aliento irregular, el suyo y el mío,
luego se retira lentamente, quitándome el cinturón de alrededor de mis
muñecas antes de desaparecer en el baño. Muevo mis manos temblorosas
hacia mis costados, pero permanezco sobre las almohadas, demasiado
agitada para levantarme. Después de un par de minutos, Peter regresa
con una toalla mojada. Lo dejo limpiar el exceso de lubricante alrededor
de mi abertura dolorida, luego le quito la toalla, sosteniéndola contra mí
mientras me levanto con las piernas inestables y me dirijo al baño.
Necesito lavarme. Urgentemente.
Peter me da un par de minutos de privacidad y luego se une a mí
en la ducha.
—¿Estás bien? —pregunta en voz baja, bloqueando el chorro de
agua con su espalda, y yo asiento, con la cara ardiendo mientras me
encuentro con su mirada. Lo que acaba de pasar entre nosotros fue tan
íntimo y crudo que siento que me han abierto. No entiendo qué tiene este
hombre que saca este lado de mí, por qué las cosas que deberían haberme
horrorizado, como las manchas de sangre en la toalla que acabo de usar,
me excitan en cambio—. Bien —murmura, y en el acero oscuro de sus
ojos, veo un reflejo de mi propia confusión, de los deseos en conflicto que
no tienen sentido. ¿Cómo podría querer librarme de este hombre y a la
vez sentirme ansiosa por acercarme? ¿Cómo podría amarme y a la vez
querer herirme y castigarme?
—¿Por qué? —le pregunto insegura mientras enmarca mi rostro
con sus grandes manos, acariciando suavemente mis mejillas húmedas
con sus pulgares. Estirándome, le rodeo con mis dedos sus muñecas
gruesas, sintiendo la fuerza del tendón y el hueso duro—. Peter... ¿por
qué somos así?
No finge entenderlo mal.
—Porque el amor no siempre es bonito y simple, ptichka —dice
suavemente—. Ni tampoco es con quien uno esperaría. No podemos elegir
los deseos de nuestro corazón; solo podemos tomarlos y pervertirlos,
moldearlos en lo que podamos sobrevivir.
—Yo no... —Mi voz se quiebra cuando mi garganta se tensa—. No
te amo, Peter. No puedo.
Para mi sorpresa, sus labios se curvan ligeramente y baja la cabeza,
dejando un beso en mi frente antes de acercarme a él en un abrazo.
—Sí puedes —murmura, acunando suavemente mi cuello con una
mano mientras la otra acaricia mi columna vertebral—. Puedes y lo
harás. Algún día pronto, dejarás de pelear y verás. Porque es demasiado
tarde para ti, ptichka, estás tan atrapada como yo.
Traducido por Anna Karol
Corregido por Julie

En las próximas tres semanas, hago todo lo posible para demostrar


que Peter se equivoca, distanciándome de él, pero es un esfuerzo inútil.
Cada vez que levanto cualquier barrera entre nosotros, la rompe, y la
conexión perversa crece, ayudada por una atracción física tan fuerte que
rasga los últimos fragmentos de mi resistencia.
Ahora que me ha tenido en todos los sentidos, mi captor no conoce
límites con mi cuerpo, nuestro sexo es más intenso que nunca, y nuestro
uso del condón es cada vez más esporádico. No entiendo cómo sucede
eso, cómo mi cerebro se apaga con su toque, haciéndome dejar pasar algo
tan importante. No quiero tener un hijo con Peter, me da miedo pensarlo,
pero cuando me abraza, el embarazo es lo último en lo que pienso.
Hasta ahora, he tenido suerte, ya que mi período llegó la semana
pasada como de costumbre, pero sé mejor que nadie que todo lo que se
necesita es un resbalón, un momento descuidado. Y no estoy segura de
que Peter sea descuidado, exactamente. Todavía usa condones cuando
me las arreglo para recordárselo, pero no ha habido más píldoras del día
después, no después de esa única vez.
—He leído toda la literatura médica sobre el tema, y no quiero que
te expongas a esas hormonas —dijo cuando le rogué que me volviera a
comprar las píldoras—. Eres muy sensible, tú misma lo dijiste, y no voy
a arriesgar tu salud por la posibilidad de que quedemos embarazados.
Y no importa cuánto trate de razonar con él, señalando que soy
una ginecóloga obstetra y que puedo evaluar los riesgos yo misma, no
cambia de parecer.
Empiezo a sospechar que Peter quiere que quede embarazada, y
eso, más que nada, es lo que me hace pensar en escapar.
Esta vez, espero mi momento, planeando cuidadosamente cada
paso. Estoy casi segura de que Peter dijo la verdad cuando me contó que
la montaña está rodeada de acantilados, pero en nuestras caminatas por
el bosque, he visto acantilados donde las laderas son menos afiladas y
las raíces proporcionan convenientes asideros. La montaña es inaccesible
en auto, y subirla sería casi imposible, pero un excursionista que sabe lo
que está haciendo podría bajar.
Al menos espero que ese sea el caso.
Comienzo decidiendo las provisiones y estudiando su ubicación. No
puedo esconderlas por adelantado sin que me descubran, pero presto
mucha atención a dónde se guarda todo. Cuerda, un cuchillo resistente,
una mochila, comida no perecible, botellas de agua… mantengo una lista
de control mental de lo esencial para que cuando llegue el momento, así
reuniré todo en unos pocos minutos. Ayuda que Peter y sus hombres
sean limpios hasta el punto de parecer obsesivos; todo en la casa tiene
su lugar, así que todo lo que tengo que hacer es recordar dónde se
encuentra.
También contemplo robar un arma. Los hombres son cuidadosos a
mí alrededor, esconden sus armas fuera de la vista, pero estoy bastante
segura de que podría conseguir algo si lo intentara. Pero no lo intenté,
porque para el momento en que descubrí dónde las guardaran, ya
conocía a cada uno de mis captores y no me imaginaba haciéndoles daño.
El instinto de curación está muy arraigado en mí. Probablemente podría
apretar el gatillo en algunas circunstancias, si mi vida estuviera en
peligro, por ejemplo, pero estos hombres no representan una amenaza
mortal para mí. Al contrario, son amables conmigo, cada uno a su
manera. Y usar el arma para engañarlos y que me dejen ir sería estúpido;
verían instantáneamente a través de mi patética amenaza y me quitarían
el arma.
Después de todo me enfrento a ex-soldados de élite, no a hombres
normales.
Aun así, agrego el arma a mi lista de deseos mentales, en caso de
que surja la oportunidad de adquirir una antes de mi escape. Es posible
que no pueda engañar a Peter y sus hombres para que cumplan con mis
demandas, pero no se puede decir lo mismo de algún agricultor japonés.
Al principio, intentaría el enfoque civilizado, por supuesto, pero si tengo
problemas para acceder a un teléfono, no me opongo a agitar un arma,
descargada, eso es.
A medida que trabajo en estos preparativos, también comienzo a
vigilar el clima, preguntando casualmente a los chicos un pronóstico cada
día. Aún no ha nevado, pero ya es octubre y el invierno llega temprano a
esta altura.
Lo último que quiero es quedar atrapada en otra tormenta de nieve.
—No me gusta el frío —me quejo con Peter cuando regresamos de
una caminata un día—. Y mucho menos cuando el día comienza a una
temperatura, y al anochecer, hace veinte grados menos.
—Pobrecita —murmura, quitándome la chaqueta para frotarme los
brazos—. Ven, vamos a ducharnos y te abrigaremos.
Dejé que me calentara con una ducha caliente y dos orgasmos, y
al día siguiente, continúo quejándome del clima, de esa manera, a nadie
le parecerá extraño si sigo pidiendo un pronóstico diario.
Mientras hago todo esto, los muchachos se dedican a su propia
planificación. Después de un descanso para despistar a las autoridades,
el equipo acordó tomar otro trabajo: un asesinato altamente remunerado
y peligroso de un político en Turquía.
He estado tratando de no pensar en eso, porque cada vez que lo
hago, me pongo tan ansiosa que no puedo comer ni dormir. Después de
lo que sucedió en Nigeria, solo escuchar la palabra “trabajo” aumenta mi
presión arterial.
—¿Por qué tienes que hacer esto? —le pregunto a Peter con
frustración cuando a mediados de octubre, la fecha límite del cliente para
completar el trabajo, se acerca—. Tú mismo lo dijiste, es especialmente
peligroso para ti en estos días. Te pagaron millones, millones, por ese
banquero nigeriano. No puedes haber gastado todo ese dinero tan rápido.
—Por supuesto que no, pero tenemos que pensar en el futuro —
dice Peter—. Aparte de algunos de nuestros juguetes más caros, nuestros
hackers cuestan una fortuna, y los necesitamos para seguir evadiendo a
las autoridades y buscando a Henderson.
Sacudiendo la cabeza, respiro hondo y me dirijo a mi estudio de
grabación, tanto para distraerme con la música como para evitar otra
discusión. Porque si Peter es inflexible acerca de la necesidad de estos
trabajos, es absolutamente inamovible en el tema de Henderson, el único
hombre que aún permanece en su lista. La única vez que mencioné con
cautela la posibilidad de olvidar al general y seguir adelante, Peter me
derribó con tanta dureza que no me he sentido inclinada a intentarlo de
nuevo.
—Él personalmente emitió la orden para esa operación en Daryevo
—gruñó mi captor, con su hermoso rostro tan retorcido por la ira que era
irreconocible—. Hizo esto… —empujó el teléfono con las fotos de la
masacre—, y no voy a descansar hasta que él y cualquiera que lo esté
ayudando se pudran con los gusanos, como los cadáveres de mi esposa
y mi hijo.
Entonces asentí, retrocediendo, porque por mucho que quisiera
fingir lo contrario, entiendo la necesidad de venganza de Peter. No puedo
imaginar perder a las personas que me importan de una manera tan
horrible, y sé que tuvo que haber sido aún peor para él. Por todo lo que
me dijo, esos cortos años con Pasha y Tamila fueron la única vez que
experimentó algo parecido a la familia y el amor.
La semana pasada, por primera vez, me habló un poco sobre su
hijo. Fue después de que despertó de una pesadilla sobre la muerte de
su familia, con su gran cuerpo temblando y cubierto de sudor frío. Luego
me buscó y me folló, y en las secuelas silenciosas, admitió lo mucho que
extraña a su pequeño, lo mucho que todavía siente su ausencia.
—Pasha era… la vida —me dijo vacilante—. Ni siquiera sé cómo
explicarlo. Nunca había conocido a un niño que se alegrara tanto por el
mero hecho de existir. Pájaros, insectos, árboles, el cielo y las rocas…
todo era nuevo para él, todo era divertido. Y tenía tanta energía. Tamila
apenas podía seguirle el ritmo. La volvía loca. Y los autos… —Su pecho
fuerte se levantó con una respiración profunda—. Los amaba. Quería ser
piloto de carreras cuando creciera.
—Oh, Peter… —Puse mi mano sobre la suya—. Suena maravilloso.
—Lo era —susurró Peter, girando su palma hacia arriba para
apretar mis dedos, y la intensidad del dolor en esas palabras me destripó
rápidamente.
A pesar de toda su obsesión conmigo, mi captor todavía lamenta la
pérdida de su familia, la gente que realmente amaba.
Traducido por Lauu LR
Corregido por Julie

Mientras se aproxima mediados de octubre, las preparaciones de


los hombres para el trabajo en Turquía se aceleran, y decido que esta va
a ser mi oportunidad.
Si hacen lo mismo que la última vez, dejando a un hombre que me
vigile, tal vez pueda escabullirme sin ser vista, sobre todo si mi carcelero
va a estar tan ocupado como lo estuvo Yan durante el golpe en Nigeria.
—Así que —le pregunto a Peter casualmente en una de nuestras
caminatas—, ¿cuál es el plan para la próxima semana? ¿Nuevamente se
va a quedar Yan?
Para mi sorpresa, niega con la cabeza. —No puede. Ninguno puede
esta vez. La seguridad del político es muy compleja; necesitaremos a los
cuatro para llegar a él.
El latido de mi corazón salta a un repentino territorio de esperanza.
Tratando de no sonar muy ansiosa, digo—: Eso tiene sentido. Estaré bien
aquí. Hay mucha comida y…
—No, ptichka. —Peter toma mi mano, acomodándola en el hueco
de su codo—. No te dejaré aquí sola, no te preocupes.
Me trago mi decepción e intento darle una mirada inocente en tanto
continuamos caminando. —¿Por qué? No es como si pudiera bajar, así
que…
—Exactamente. —Peter me da una mirada sardónica—. No puedes
bajar, pero eso no quiere decir que no estés tentada a intentarlo. Además,
no quiero dejarte atrapada aquí si algo nos pasa.
—Entonces ¿que harás conmigo? —pregunto, genuinamente
confundida—. ¿Vas a llevarme contigo al trabajo?
—No, por supuesto que no, aunque Yan lo propuso. El bastardo
quiere un médico a mano en caso de cualquier lesión —dice Peter con
una mueca—. No, estoy esperando que alguien me responda, y una vez
que lo haga, te haré saber cuál es el plan.
—¿Qué? —Le frunzo el ceño—. ¿Recibirás noticias de quién? ¿De
qué?
—No te preocupes por eso en este momento —dice y detiene una
rama para dejarme pasar por debajo—. Si eso no funciona, hay un plan
B, pero el plan A es mucho mejor, confía en mí.
Me entero de cuál es el Plan A dos días antes de que los hombres
tengan que irse.
—¿Vas a dejarme en Chipre con un traficante de armas? —Miro a
Peter con la boca abierta, tan sorprendida que olvido que estoy en medio
de quitarme mis vaqueros—. ¿Y eso es mejor que dejarme aquí porque…?
Peter se sienta en la cama. —Porque él y su esposa me deben un
favor —explica, quitándose la camiseta—. Así que, si algo me pasa, han
prometido regresarte a casa. Estarás a salvo con ellos hasta que pueda
recuperarte, y si por cualquier razón, no lo hago... Bueno, tendrás lo que
dices que quieres, mi amor. Tu antigua vida será tuya otra vez.
Perpleja, termino de desvestirme y me siento en la cama a su lado,
vestida solo con mi ropa interior. —¿Pero otro criminal? ¿Cómo sabes que
puedes confiar en él? ¿Qué pasa si te traiciona? Dijiste que hay un precio
por tu cabeza…
Peter se encoge de hombros, sus ojos se deslizan sobre mi cuerpo
casi desnudo. —Como dije, Lucas Kent me debe un favor, y no necesita
el dinero de la recompensa. Solía ser el segundo al mando de Julian
Esguerra, un poderoso traficante de armas, y ahora es socio de su jefe en
algunas empresas. El dinero de la recompensa no cambia nada para él,
y tampoco el favor que podría pedirle a las autoridades al entregarme.
—Oh. —Algo me fastidia en el fondo de mi mente, algo que no puedo
recordar. Luego se me ocurre—. Espera, ¿es Kent el traficante de armas
que mencionaste antes? ¿El que te consiguió tu lista?
—No, de hecho, ese fue su jefe, Esguerra —dice Peter, estirándose
a mi espalda—. O técnicamente, la esposa de Esguerra, ya que él había
jurado matarme en ese momento.
Le agarro las muñecas antes de que pueda desengancharme el
sujetador. —¿Matarte? ¿Por qué?
Suspira. —Es una larga historia, pero basta con decir que Kent no
comparte el odio de Esguerra hacia mí. Lo he ayudado a salir de algunos
apuros, tanto cuando trabajábamos juntos, Esguerra fue mi empleador
en un momento dado, como después, cuando Kent necesitó recuperar a
su esposa. En cualquier caso, todo lo que necesitas saber es que Kent me
debe.
—¿Pero este Esguerra, el socio de Kent, quiere matarte? —Ante el
asentimiento de Peter, pregunto con frustración—: ¿Por qué?
—Porque salvé la vida de Esguerra, pero tuve que ir en contra de
mis órdenes para hacerlo. Específicamente, tuve que poner en peligro a
su esposa, cuando él confió en mí para que la proteja. Fue a petición de
ella, de hecho me chantajeó con la lista, pero aun así, no estaba contento.
—Saliendo de mi agarre con una facilidad risible, Peter se dirige a mi
sujetador otra vez.
Me rindo y lo dejo desabrocharlo. —¿Pero él y su esposa están bien?
Peter se encoge de hombros, su mirada caliente baja a mis pechos
expuestos. —Bien es un término relativo, pero sí, ambos sobrevivieron, y
ella cumplió su parte del trato al darme la lista. —Su voz es ronca cuando
vuelve su atención a mi rostro y dice—: No tienes que preocuparte por los
Esguerra, ptichka. Están en Colombia, lejos del complejo de los Kent en
Chipre. Te quedarás con Kent y su esposa por el par de días que nos tome
hacer el trabajo, y luego te recogeremos en nuestro camino de regreso.
Chipre está justo al lado de Turquía, por si no lo sabías. —Mientras me
habla, acuna mis pechos, apretándolos y masajeándolos gentilmente.
—Es por eso que… —Trago mientras golpea mi pezón con su
pulgar, enviando un cosquilleo de calor directo a mi núcleo—. ¿Por eso
quieres dejarme allí? ¿Por qué es conveniente?
—Parcialmente —responde Peter, encontrando mi mirada—. Pero
principalmente porque Lucas Kent puede mantenerte a salvo por mí… a
salvo y segura, de modo que cuando regrese, te encontraré allí.
Y agarrando mi cara entre sus palmas, me besa profundamente y
me lleva a la cama.
Traducido por Val_17
Corregido por Jadasa

Sara parece tranquila, casi retraída en los dos días previos al viaje,
y sé que es porque está preocupada. Yan me dijo lo ansiosa que estuvo
durante nuestro trabajo en Nigeria, y aunque me complació en ese
momento, ahora lamento haberle causado tanto estrés.
Ya sea que quiera admitirlo o no, mi pequeño pajarito se preocupa
por mí.
Se preocupa un montón.
Hago mi mejor esfuerzo para distraerla del próximo viaje dejándola
hablar con sus padres todos los días, llevándola a caminar y haciéndole
el amor en cada minuto libre que tengo. Lamentablemente, no tengo
muchos. Hay mucho que hacer, demasiados escenarios que planificar. El
político —Deniz Arslan— está acostumbrado a que traten de dispararle,
y su seguridad es de primera, tan buena como cualquier cosa que haya
establecido para mis clientes en el pasado. Hasta ahora, sólo hay un par
de pequeñas debilidades que hemos podido descubrir, e incluso esas
podrían ser trampas potenciales.
Este no va a ser un trabajo fácil, por lo cual un oligarca ucraniano
nos está pagando veinticinco millones de euros para hacerlo.
La noche antes del viaje, preparo otra agradable cena para todos;
pero esta vez, les prohíbo a los chicos discutir sobre cualquier cosa
relacionada con el peligro que se avecina. Mantenemos la conversación
ligera, recordando historias divertidas de nuestro pasado, y Anton
finalmente logra sacar a Sara de su caparazón al contarle cómo nos
conocimos.
—Así que allí estoy, un punk del ejército de veintiún años reclutado
en este equipo de élite, todo listo para conocer a mi nuevo comandante
—dice, sonriendo—. Me imaginé que sería un perro viejo y
experimentado, lleno de historias macabras sobre Afganistán y la vida
bajo el comunismo. Y, en cambio, este tipo de mi edad… —ondea el
tenedor en mi dirección—, entra y comienza a ladrar órdenes. Pensé que
tenía que haber un malentendido y le dije que se fuera a la mierda, sólo
para terminar con su cuchillo contra la garganta.
Sara jadea conmocionada. —¿Peter te amenazó?
—Si casi cortarte la arteria carótida es una amenaza, entonces sí.
—Anton se ríe y sacude la cabeza en recuerdo—. Sin embargo, fue bueno.
Nos ayudó a tener una idea de con qué tipo de hombre estábamos
tratando.
Sara se voltea hacia mí, con sus ojos color avellana muy abiertos.
—¿Entonces te convertiste en un líder de equipo cuando sólo tenías
veintiún años?
Asiento, terminando mi salmón escalfado. —En ese momento, tenía
cuatro años de experiencia rastreando e interrogando a personas, y era
muy bueno en mi trabajo.
—Puedo imaginarlo —dice Sara secamente. Mirando a los gemelos,
pregunta—: ¿Comenzaron a trabajar juntos al mismo tiempo?
Yan niega con la cabeza. —Ilya y yo nos unimos más tarde, después
de que el equipo estuvo en el lugar por un par de años. Estos dos… —
asiente hacia Anton y hacia mí—, eran profesionales para entonces, pero
logramos seguirles el ritmo.
—Oh, por favor. —Anton resopla—. ¿Y qué hay de esa vez que te
quedaste atascado en ese pozo cerca de Grozny? ¿Cómo es “seguir el
ritmo” el haber tenido que sacar tu culo con un balde de agua?
Yan se encoge de hombros, sonriendo fríamente. —Obtuve mucha
información sobre esos rebeldes chechenos al estar en ese pozo, y
zambullirme era mejor que terminar despedazado por la bomba.
Sara palidece ante la mención de una bomba, y le disparo a Yan
una mirada oscura. Acordamos mantener las cosas ligeras esta noche,
evitando cualquier cosa que pudiera recordarle a Sara el próximo viaje…
y las bombas definitivamente entran en esa categoría.
Al darse cuenta de su error, Yan le da un codazo a su hermano y
le dice—: Ahora este sí que tuvo algunos problemas. ¿Recuerdas a esa
puta que te robó las botas?
Ilya se ruboriza cuando Yan se lanza a la historia en medio de las
carcajadas de Anton, y alcanzo la rodilla de Sara debajo de la mesa,
apretando su pierna vestida de mezclilla para tranquilizarla. Me sonríe, y
siento ese resplandor suave y cálido en mi pecho, el que me hace sentir
tan vivo cuando me encuentro con ella. Estamos rodeados de mis
compañeros de equipo, pero bien podríamos estar solos, porque ella es
todo de lo que soy consciente, todo lo que escucho y veo.
Mi Sara.
La amo tanto que duele.
Terminamos la cena con un magnífico postre, luego llevo a Sara
arriba, donde le hago el amor hasta que estamos cansados y adoloridos.
Traducido por MadHatter & Val_17
Corregido por Pame .R.

Se siente extraño caminar al helicóptero con Peter y saber que me


voy de la montaña por primera vez en cuatro meses y medio. Por alguna
razón, antes no hice los cálculos, no sumé todos los días y semanas que
han pasado, pero ahora que lo hice, me doy cuenta de que pasó un año
desde que Peter entró en mi vida... un año desde que irrumpió en mi casa
y me torturó para llegar a George.
No he visto a mi familia en cuatro meses y medio, y si no escapo,
nunca los volveré a ver.
A menos que Peter sea asesinado, me recuerda un susurro
insidioso, y mi corazón se tambalea por un latido. La preocupación por
mi captor es una banda constante y pesada alrededor de mis pulmones,
irrompible y sofocante, y no importa cuánto razone conmigo misma, no
puedo hacer que el miedo desaparezca.
No quiero mi libertad.
No a este precio, al menos.
No he renunciado a la idea de escapar, pero dados estos nuevos
desarrollos, mi nuevo plan es escapar en Chipre. No sé qué tipo de
seguridad tiene este tal Lucas Kent, pero existe la posibilidad de que sea
más descuidado que Peter y sus hombres, y que invierta menos en
mantenerme alejada de Internet y los teléfonos. Incluso podría tener
reparos en actuar como mi carcelero, aunque no cuento con eso.
Los hombres en el mundo de Peter no parecen preocuparse por la
libertad de una mujer.
Cuando el helicóptero despega, veo que nuestro refugio de montaña
se hace más pequeño en la ventana, pero en lugar de tener esperanza,
todo lo que siento es temor. Debería darle la bienvenida a este cambio,
aprovechar las oportunidades que me ofrece, pero aunque tengo la
intención de hacer precisamente eso, no puedo evitar desear no
marcharme.
No puedo evitar temer lo que sucederá después.
Esta vez no duermo en el avión, no puedo, y cuando aterrizamos
en una pista de aterrizaje privada en Chipre, me arden los ojos por la
sequedad y el agotamiento. Peter tampoco durmió, pasó la mayor parte
del vuelo de trece horas revisando la logística de último minuto con los
gemelos, pero se ve tan fresco como el momento en que subimos al avión,
y también sus hombres.
Si no lo supiera mejor, pensaría que todos los rusos son
sobrehumanos.
Hace un calor agradable cuando bajamos del avión, la brisa
tropical lleva un toque de sal y mar. Una limusina negra nos espera junto
a la pista de aterrizaje, y nos lleva en un paseo panorámico por un área
escasamente poblada. Un par de veces, incluso veo lo que parece un
burro salvaje. El viaje en sí, sin embargo, me pone nerviosa. No solo
conducimos por el lado izquierdo de la carretera, como en el Reino Unido,
sino que las carreteras son estrechas y sinuosas, las cuales en ocasiones
se extienden junto a algunos acantilados de aspecto peligroso.
Finalmente, llegamos a una puerta automática, y al final de un
largo camino de entrada, veo una casa de estilo mediterráneo en un
acantilado con vistas a la playa, la casa de Kent, según Peter. Es grande
y está muy bien mantenida, pero no es tan ostentosa como esperaba de
un traficante de armas rico.
—No dejes que el tamaño de la casa te engañe —dice Peter cuando
se lo menciono—. A Kent no le gusta tener personal residente, pero posee
toda la tierra hasta donde alcanza la vista, incluida la playa de abajo, y
tiene medidas de seguridad extraordinarias. En este momento, hay varias
docenas de guardias patrullando el área, y más de cincuenta drones de
grado militar vigilándonos. Si Kent pensara que somos de alguna manera
una amenaza, no estaríamos a menos de un kilómetro de su lugar sin ser
volados en pedazos.
—Oh. —Levanto la vista, mi estómago se aprieta. Aunque es pasada
la tarde en esta zona horaria, el cielo está cubierto de nubes, y eso lo hace
aún más amenazante, el hecho de que algo tan mortal se cierna sobre
nosotros sin ser visto.
—No te preocupes —dice Yan, aparentemente adivinando mis
pensamientos. Él camina detrás de mí y Peter, llevando una bolsa colgada
casualmente sobre su hombro—. Si Kent nos quisiera muertos, ya no
estaríamos caminando.
—Cállate, idiota —murmura su hermano, mirando preocupado a
Peter, pero su jefe no está escuchando. En cambio, mira al hombre alto
y de hombros anchos que acaba de abrir la puerta principal y baja las
escaleras hacia nosotros.
Yo también lo miro, fascinada por la dureza de granito de sus
rasgos y la gélida mirada de sus ojos pálidos. Su cabello de color claro lo
usa corto, casi en un corte militar, y su piel está bronceada. Al igual que
Peter, parece tener treinta y tantos años, y como mi captor, también debe
ser ex militar. Puedo verlo en la forma en que se para y en el penetrante
estado de alerta de su mirada.
Este es un hombre acostumbrado al peligro.
No, me doy cuenta a medida que se acerca, un hombre que
prospera en el peligro.
No es nada específico lo que me da esa impresión: usa vaqueros y
una camiseta, sin armas ni tatuajes a la vista, pero estoy segura de mi
conclusión. Hay algo acerca de los hombres que están íntimamente
familiarizados con la violencia, una especie de crueldad intrépida de la
que carecen las personas civilizadas. Peter y sus compañeros de equipo
lo tienen a montones, y este hombre también.
—Lucas —saluda Peter, deteniéndose frente a él—. Es bueno verte.
El hombre rubio asiente, su sonrisa tan dura como su rostro. —
Sokolov. —Su pálida mirada se dirige hacia mí—. Y tú debes ser Sara.
Asiento con cautela. —Hola. —Por alguna razón, no esperaba un
acento estadounidense, pero eso es precisamente lo que escucho en la
voz de Lucas Kent mientras saluda a los compañeros de equipo de Peter.
—Felicidades por tu reciente boda —dice Peter mientras nuestro
anfitrión nos lleva por las escaleras hasta la entrada—. Lo siento, no tuve
la oportunidad de enviarles un regalo.
Kent parece divertido por eso. —Probablemente fuera lo mejor.
Esguerra apenas se contuvo.
—Ah. —Peter sonríe—. Entonces, ¿todavía tiene algo contra tu
novia?
—Ya sabes cómo es —comenta Kent lacónicamente, y Peter se ríe.
—Mejor que la mayoría, estoy seguro. ¿Dónde está tu nueva
esposa, por cierto?
—En la cocina, cocinando como una loca —contesta el traficante
de armas, su tono se calienta ligeramente por primera vez—. La
conocerán en un minuto.
Escucho en silencio mientras continúan hablando, mencionando
personas y lugares que no conozco. Tengo curiosidad por saber a qué se
refería Kent cuando dijo que su jefe/compañero apenas se contuvo.
Parece que a este Esguerra no le gusta la nueva esposa de Kent, y si es
así, me pregunto por qué.
Cuando entramos en la casa, un aroma salado de carne y varias
especias hace que mi estómago gruña. Comimos bocadillos en el avión,
pero eso fue hace horas, y me estoy muriendo de hambre otra vez. Dudo
que la cocina de la señora Kent se acerque a las deliciosas preparaciones
de Peter, pero si la cena de esta noche sabe la mitad de bien de lo que
huele, dará en el clavo.
Peter y sus hombres salen volando inmediatamente después de la
cena, tienen algo de exploración que hacer esta noche, así que Lucas
dirige a Anton y a los gemelos a un baño junto a la entrada antes de
llevarnos a Peter y a mí a la habitación en donde me quedaré. Mientras
caminamos por la espaciosa sala de estar, noto que el interior de la
mansión de Kent es moderno pero sorprendentemente acogedor, con
sofás mullidos y acabados de madera cálida que suavizan las líneas
afiladas de los muebles de inspiración escandinava. Las ventanas que
van del piso al techo, dejan entrar una gran cantidad de luz y muestran
hermosas vistas del mar Mediterráneo, mientras que las paredes están
cubiertas con imágenes de una pareja sonriente: nuestro anfitrión y una
hermosa joven rubia que debe ser su esposa. Un adolescente también
aparece con frecuencia en esas fotos, su parecido con la señora Kent me
lleva a pensar que es su hermano.
La hermosa mujer en esas fotos no parece lo bastante mayor para
tener un hijo adolescente.
—Aquí estamos —anuncia Kent en cuanto entramos en una
habitación con un baño contiguo y otra gran ventana con vista al mar—.
Las toallas están en el baño y las sábanas ya están en la cama. Si
necesitan algo más esta noche, hablen con Yulia.
—¿Yulia? —pregunto.
—Mi esposa —aclara mientras Peter se acerca a la ventana—. Ella
sabe dónde está todo, yo no.
—Entiendo —digo, haciendo todo lo posible por ocultar mi
repentina diversión. En Japón, me he acostumbrado tanto a que Peter y
los chicos se encarguen de todas las tareas domésticas que había
olvidado que la mayoría de los hombres no son así. Mi papá todavía le
pregunta a mamá en dónde puede encontrar la cuchara para el helado,
y George ni siquiera sabía cómo preparar algo que no fuera barbacoa o
sándwiches de queso.
Ante el recuerdo inesperado, mi pecho se aprieta, mi humor se
oscurece cuando me doy cuenta que una vez más comparé a mi esposo
muerto con su asesino. Es algo que me he atrapado haciendo más a
menudo últimamente, y cada vez me siento avergonzada y molesta
conmigo misma. Las comparaciones rara vez son halagadoras para
George, y eso no es justo. Lo que George y yo tuvimos fue una relación
regular, con cariño, respeto y un tipo de atracción normal. Mi marido no
estaba de ninguna manera obsesionado conmigo, y no sentía por él ni
una fracción de las emociones contradictorias que Peter me provoca.
Y eso era algo bueno, me digo mientras voy al baño a refrescarme.
Lo que tengo con Peter es demasiado intenso, demasiado abrumador. Lo
que está dispuesto a hacer para tenerme es aterrador, al igual que mi
incapacidad para resistirlo a pesar de las terribles cosas que hace. La
simple idea de nosotros juntos está mal en todos los niveles posibles. Y
si necesitaba una prueba más de eso, esas fotos de hoy en las paredes
me la proporcionaron. Incluso nuestro anfitrión, el traficante de armas
ilegal, parece tener un matrimonio feliz… algo que nunca tendré con
Peter.
Dudo que Lucas Kent haya sido lo bastante cruel como para
mantener cautiva a su hermosa esposa, mucho menos matar a su esposo.
Cuando salgo del baño, Kent se ha ido y Peter se encuentra sentado
en la cama, esperándome. —La cena está casi lista —anuncia,
poniéndose de pie a medida que me acerco—. Lucas dijo que fueras tan
pronto como te cambiaras.
—Está bien. —Agarro el bolso que Peter empacó para mí y me quito
la ropa arrugada por el viaje mientras él desaparece en el baño. Para el
momento en que regresa, tengo puesto uno de mis vestidos de verano
más agradables e incluso me las arreglé para ponerme brillo labial, una
compra reciente de Yan que recordé meter en el bolso.
—Ya estoy lista —digo mientras Peter se me acerca, su mirada
metálica extrañamente intencionada—. Deberíamos ir, así no… ¡oh!
Antes de que pueda hacer más que jadear, me encuentro inclinada
sobre la cama, con la falda levantada, exponiendo mi tanga. Un fuerte
tirón del puño de Peter, y el débil pedazo de tela se rasga, dejándome
desnuda hasta la cintura. Se me acelera el corazón, mi interior se aprieta
con una mezcla de miedo y anticipación, luego Peter está sobre mí,
inclinándose mientras su polla se presiona contra mis pliegues.
Su entrada es dura, bordeando lo violento. Una mano grande me
agarra de la garganta, obligándome a arquear la espalda mientras me
penetra, a medida que la otra sigue bajando, encontrando mi clítoris. No
estoy lo suficientemente húmeda al principio, y los empujes salvajes
arden, su polla gruesa es como un ariete dentro de mí. En poco tiempo,
sin embargo, sus dedos encuentran el ritmo correcto, y una tensión
familiar comienza a enrollarse en mi núcleo. Su agarre en mi garganta
me restringe la respiración, y mis terminaciones nerviosas repiquetean
en un agonizante dolor placentero, la falta de oxígeno aumentando todas
las sensaciones. Es demasiado, demasiado intenso, e intento tomar
respiraciones jadeantes y superficiales, agarrando puñados de las
sábanas a medida que continúa penetrándome, follándome con tanta
fuerza que se siente como si pudiera romperme.
Y entonces lo hago, la tensión elevándose como una ola
chisporroteante. El placer ardiente explota a través de todos los músculos
de mi cuerpo, haciendo que mi corazón se sienta como si fuera a estallar
en mi pecho. Temblando, jadeando por aire, me desplomo sobre el
colchón tan pronto como Peter suelta mi garganta, y lo escucho gemir
mientras pulsa profundamente en mí interior con su liberación.
Durante un minuto, no puedo pensar, sólo puedo jadear
débilmente en las sábanas en tanto él se retira y retrocede, pero entonces
comprendo el significado de la humedad goteando por mis muslos.
Nuevamente no usó un condón.
Estrechando los ojos, me maldigo en silencio, luego a Peter, y luego
a mí misma otra vez. Cada vez que hemos metido la pata ha sido en una
época mínimamente fértil, es por eso que hemos evitado las
consecuencias hasta ahora. En este momento, sin embargo, estoy justo
en la mitad de mi ciclo… y muy probablemente esté ovulando.
—¿Puedes pasarme un pañuelo, por favor? —pido con rigidez,
abriendo los ojos pero sin moverme para no arruinar el vestido nuevo.
Sólo traje un par de atuendos conmigo para este viaje, y no puedo darme
el lujo de ensuciar la primera noche.
Camina hacia la mesita de noche junto a la cama y regresa con un
pañuelo. —Aquí tienes —murmura, palmeando la humedad entre mis
piernas, y le quito el pañuelo, terminando el trabajo por mí misma antes
de regresar al baño. Mi sexo está hinchado y adolorido, y mis piernas no
se sienten completamente estables, pero todo en lo que puedo enfocarme
es en que podría quedar embarazada.
Embarazada del hijo de Peter.
Me lavo tan a fondo como puedo, aunque sé que es inútil. Todo lo
que se necesita es un espermatozoide, no los millones que todavía siguen
dentro de mí. Luchando contra el impulso de llorar, me arreglo el cabello,
me aseguro de que mi vestido todavía se vea presentable y salgo del baño.
—Sara… —Peter se levanta de la cama donde se hallaba sentado
de nuevo. Su mandíbula se ve tensa, su ceño fruncido mientras se me
acerca, sus dedos rodean gentilmente mis brazos—. Ptichka, ¿estás bien?
—¿A qué te refieres? —Le frunzo el ceño.
—¿Te lastimé? —Aclara, su rostro oscurecido por la
preocupación—. No pretendía ser tan rudo. Te veías tan hermosa y sexy
que yo… —Hace una mueca—. Bueno, la verdad es que perdí el control.
Mi desesperación da paso a una ira repentina, y un calor furioso
sube por mis mejillas. ¿Hermosa y sexy? ¿Esa es su excusa para esto?
—¿Perdiste el control? —Me libero de su agarre bruscamente—.
¿En serio? ¿Qué hay de las otras veces que hiciste esto? ¿También
“perdiste el control”?
Su mirada plateada se llena de remordimiento. —Te lastimé. Lo
siento, mi amor. Fui duro, y no pretendía serlo… no esta noche, al menos.
—¡No me hiciste daño! —Empuño las manos a mis costados—. Es
decir, sí, pero no me importa eso… me corrí, en caso de que no lo
supieras. Estoy hablando del asunto de no usar condón.
Sus rasgos se suavizan, su expresión se vuelve cuidadosamente
opaca. —Ya veo.
—¿Ya ves qué? —Lo fulmino con la mirada, acercándome hasta que
casi estoy pisándole los dedos de los pies. Es una cabeza más alto que
yo, y mucho, mucho más grande, pero me siento demasiado furiosa como
para que me importe—. Simplemente admítelo —siseo—. Estás tratando
de dejarme embarazada. Esto no fue un accidente, y tampoco lo fue cada
otra vez que lo “olvidamos”.
Por un momento, estoy segura de que lo negará, pero captura mi
mano en la suya y la presiona contra su pecho, sus ojos destellando como
el cristal oscuro.
—Sí —dice suavemente—. Tienes razón, Sara. Estoy tratando de
dejarte embarazada.
Traducido por Ivana
Corregido por Val_17

No registro nada más de la casa de Kent mientras Peter me lleva al


comedor, ni presto atención a sus hombres a medida que se nos unen en
la sala de estar y nos siguen a la mesa. Todavía estoy procesando la
confesión de Peter, mi ira transformándose rápidamente en pánico
sofocante.
Esto no es una sorpresa total, por supuesto. Sospeché esto, lo
sabía en cierto punto. Mi secuestrador ya admitió que no le importaría
tener un hijo conmigo, y un hombre como Peter, alguien lo
suficientemente meticuloso como para planear asesinatos imposibles y
dar cuenta de docenas de variables imprevistas, no dejaría un condón en
el olvido. No repetidamente, al menos.
Tenía razón en querer escapar. Si no huyo pronto, es posible que
nunca encuentre una salida, y debo hacerlo. Si no lo hago por mí,
entonces por mi futuro hijo.
No puedo tener un bebé con un criminal en fuga, un hombre cuya
vida se encuentra llena de violencia y peligro.
—Ahí estás. Comenzaba a pensar que decidiste tomar una siesta
antes de la cena. —La hermosa rubia de las fotos, Yulia, nos saluda con
una sonrisa deslumbrante cuando entramos al comedor. En persona, es
aún más impresionante, con piernas imposiblemente largas, ojos azules
brillantes y rasgos perfectos de modelo. Al igual que su esposo, se
encuentra vestida de manera informal, con un par de pantalones cortos
y una camiseta de color claro, pero el atuendo simple solo resalta su
belleza natural. Parece ser unos años más joven que yo, en algún lugar
entre los 20 y 30 años. Su cuerpo alto y delgado se curva en todos los
lugares correctos, y su piel pálida brilla con un tono dorado que contrasta
bellamente con los reflejos rubio platino en su cabello largo y grueso.
Si la conociera en la calle, estaría segura de que era modelo o actriz.
Al darme cuenta de que la miro boquiabierta como si fuera una
celebridad, dejo de lado todos los pensamientos sobre Peter y el embarazo
y le doy una cálida sonrisa. —Hola. Soy Sara. ¿Debes ser Yulia?
No tengo idea si la esposa de Kent sabe de mi situación o no, pero
si no lo sabe, tal vez pueda explicarle mi situación y reclutarla para mi
causa. Primero, sin embargo, necesito conocerla un poco, entender cómo
es.
—Lo soy. —Sonriendo, Yulia se acerca y me da un beso muy
europeo en la mejilla—. Encantada de conocerte. —Volviéndose hacia
Peter y sus hombres, les sonríe—. Hola. Un placer conocerlos a todos.
Cuando los hombres se presentan, me doy cuenta de que la esposa
de Kent también habla inglés americano perfecto, sin un acento
detectable. Sin embargo, su nombre me hace pensar que es de algún
lugar de Europa del Este, una suposición que se confirma cuando Yan le
dice algo en ruso y ella responde en el mismo idioma, sonriendo
ampliamente.
—Yan acaba de preguntarle si la comida va a ser tan buena como
en sus restaurantes —traduce Peter para mí—. Yulia tiene tres de ellos
hasta ahora, y aparentemente él ha estado en el de Berlín.
—Oh. —Retiro mi pensamiento anterior; quizás la comida sepa tan
bien como huele—. Eso es maravilloso. Felicidades.
—Gracias —dice Yulia, su sonrisa brilla aún más—. Es mucho
trabajo, pero me encanta.
—¿Qué es lo que te encanta? —pregunta Kent, entrando.
Dirigiéndose directamente a Yulia, la atrae hacia él, pasando un posesivo
brazo alrededor de su cintura. Su rostro duro no tiene expresión, pero
sus ojos claros brillan peligrosamente mientras examina a Peter y sus
hombres, su postura es una advertencia silenciosa para mantener sus
manos y ojos lejos de su esposa.
—Dirigir mis restaurantes —explica, sonriendo a su enorme esposo
y de aspecto peligroso sin una señal de miedo. Extiende su mano, para
acomodar la parte posterior de su cabello corto—. Yan aparentemente ha
estado en mi sucursal de Berlín y lo disfrutó.
—¿Y por qué no debería hacerlo? —La expresión de Kent se suaviza
en tanto mira a Yulia—. Tus recetas son increíbles, cariño.
Su color se intensifica, y por un momento, parecen ignorar nuestra
presencia. La mirada que pasa entre ellos es tan cariñosa, tan íntima que
mi propio rostro se calienta incluso cuando un dolor agridulce atraviesa
mi corazón.
El matrimonio de Kent es verdaderamente feliz, y no puedo evitar
envidiar eso.
—¿Comida? —dice Anton lastimeramente, y todos nos reímos
cuando Yulia, sonrojada, se libera del abrazo de su esposo y se apresura
a la cocina. Nuestro anfitrión la persigue, y regresan un minuto después
con deliciosos platos que ponen sobre la mesa. Peter y yo vamos a la
cocina para ayudarlos a sacar el resto, y unos minutos después, nos
sentamos a una comida gourmet que supera los platos más elegantes que
Peter ha preparado para mí.
—¿Todos en tu parte del mundo cocinan así? —pregunto,
asombrada. No solo hay dos tipos diferentes de pollo asado y cordero
marinado, también hay pescado ahumado, cinco tipos diferentes de
ensaladas, hojaldres y crepes rellenos con una variedad de ingredientes
deliciosos, y tantas salsas y pequeños acompañamientos que solo puedo
esperar a tener espacio suficiente en el estómago para probarlos a todos.
Y todo se halla tan bien arreglado que cada plato se parece a una obra de
arte.
—No, tuviste suerte conmigo, y todos tuvimos suerte con Yulia —
dice Peter, sonriendo. Su expresión es relajada, su mirada fría
calentándose a medida que me mira. Si no me dijera hace cinco minutos
que tiene la intención de obligarme a tener un hijo, hubiera sido fácil
fingir que somos una pareja normal que cenamos con un grupo de
amigos.
Todos atacan la comida, felicitando a Yulia con cada bocado, y no
es hasta que estamos a medio camino de comer que la discusión se
convierte en negocios. Resulta que Peter sabe bastante sobre el tráfico
ilegal de armas, incluidas todas las figuras clave, y escucho fascinada
mientras él y nuestro anfitrión discuten acuerdos en los que sumas
demenciales de dinero intercambian manos, algunas por miles de
millones.
No tenía idea de que el tráfico de armas era tan lucrativo, o que mi
propio gobierno a veces se involucraba.
—¿Alguna vez descubriste esa limitación de fabricación con el
explosivo indetectable? —pregunta Peter, buscando una hojaldre rellena
con una mezcla de shiitake y camembert, uno de los platos más
populares entre sus hombres—. Tenía bastante demanda, según
recuerdo.
—Todavía lo es, y no —responde Kent en tanto Yulia vierte una
cucharada de ensalada de cangrejo en su plato—. El material base es tan
inestable que debe contar con químicos altamente capacitados que
supervisen el proceso de fabricación en cada paso del camino. E incluso
si pudiéramos ampliar la producción, el tío Sam no quiere eso. Como
puedes imaginar, los estadounidenses están bastante contentos
comprando cada lote que producimos, siempre que lo producimos.
—Por supuesto. —Peter atrapa otro pastelito antes de que los
gemelos Ivanov puedan diezmar toda la bandeja—. ¿Frank sigue ahí para
ustedes?
—Se retiró hace unos meses —dice Kent y se acerca para juguetear
con la mano de Yulia, entrelazando sus grandes y bronceados dedos con
los delgados—. Ahora tenemos un nuevo contacto en la CIA: Jeff Traum.
Sin embargo, es duro. Odia intensamente a Esguerra y sólo trabaja con
nosotros bajo coacción.
—¿Cómo es eso? —pregunta Yan, muy interesado—. ¿Le hicieron
algo?
Kent se encoge de hombros. —No realmente. Le dimos un poco de
inteligencia a los israelíes un par de veces, así que creo que eso jugó un
papel importante. Y esa cosa con Novak no ayudó.
Las cejas de Peter se levantan. —¿El traficante de armas serbio?
—Sí, el mismo. —Kent suelta la mano de Yulia, frunciendo su
boca—. Él ha estado interfiriendo con nuestro negocio, y tuvimos que
tomar represalias. Desafortunadamente, la CIA se encontraba en medio
de una operación encubierta cuando atacamos, y explotamos algunos
agentes. No deliberadamente, eso sí. Pero Traum todavía está enojado,
porque esa operación era su bebé.
—Sabes, escuché algo sobre eso —indica Peter pensativo.
Dirigiéndose a Anton, dice—: Recuérdame… el espectáculo de mierda del
que nuestros hackers hablaban en agosto, ¿eso fue en Belgrado?
—Así es —dice Anton, asintiendo—. Dos almacenes llenos de C-4,
quince camiones blindados y una fábrica cerca de ese pueblo. ¿Eso fue
cosa tuya, Kent?
La sonrisa de nuestro anfitrión es más afilada que una espada. —
En efecto. Tuvimos que demostrar nuestra seriedad a Novak.
Subestimarnos en los precios es una cosa, ¿pero irrumpir en nuestras
instalaciones de Indonesia y matar a todo el personal? Eso cruzó una
línea.
Escuchando con horrorizada fascinación, le echo un vistazo a Yulia
para ver cómo reacciona ante todo esto. ¿Podría acostumbrarse a la
conversación de sobremesa que gira en torno a los asesinatos del
personal y explosiones de fábricas?
Como era de esperar, la esposa de Kent come con tranquilidad,
aparentemente serena. No tiene ningún problema con los negocios
violentos de su esposo o es una excelente actriz. Por alguna razón,
sospecho que es un poco de ambos, lo que me hace preguntar sobre los
antecedentes de Yulia. ¿Siempre ha estado en la industria de los
restaurantes, y si no, qué hacía antes? ¿Cómo se conocieron ella y su
esposo?
En general, ¿cómo encuentras un hombre de este mundo si el
esposo no tiene la mala suerte de estar en la lista de venganza de un
asesino?
Impulsada por la curiosidad, me levanto para ayudar cuando Yulia
comienza a limpiar los platos. Ella trata de desestimar mi ayuda, pero
insisto en ayudarla a llevar todo a la cocina, dejando que los hombres
discutan lo que sucedió en Belgrado. Es importante que me acerque a la
esposa de Kent, y no solo porque quiera aprender más sobre ella.
Si tengo la oportunidad de escapar antes de que Peter regrese,
necesitaré su ayuda.
—¿De dónde eres originalmente? —le pregunto a medida que saca
varios postres de una nevera de tamaño industrial—. Hablas un inglés
perfecto, pero tu nombre…
—Es ucraniano —explica, sonriendo—. Aunque podría ser
fácilmente ruso. El nombre es común en ambos países. Si te resulta difícil
pronunciarlo, puedes llamarme Julia, eso sería el equivalente en inglés.
Le devuelvo la sonrisa y empiezo a enjuagar platos sucios. —Creo
que puedo pronunciar el auténtico. Yu-lee-yah, ¿verdad?
Se ve complacida. —Lo tienes. Algunos estadounidenses tienen
problemas, por eso les he estado dejando decirme Julia. Sin embargo, tu
pronunciación es realmente buena, mejor que la mayoría.
—Gracias. Debería serlo. He tenido mucha exposición al idioma
ruso últimamente —digo, apilando los platos enjuagados en el
lavavajillas. Espero que pregunte por eso, pero simplemente sonríe y lleva
el primer juego de postres al comedor antes de regresar a la cocina por
más.
No tengo la oportunidad de volver a hablar con ella, porque sigue
yendo y viniendo, haciendo que todos tomen té y café junto con el postre.
Frustrada, vuelvo a la mesa, donde los hombres ahora discuten la
situación en Siria y la continua agitación en Ucrania. Intento seguir su
conversación, pero bien podrían estar hablando en ruso. Cualquier otra
palabra es un lugar o nombre que no conozco, junto con extrañas
iniciales como UUR. Lo único que aprendo es que el negocio de Kent
prospera en todo tipo de conflictos, desde la rivalidad a pequeña escala
entre los carteles de la droga hasta las guerras entre naciones.
Cada hombre en esta mesa contribuye, de una forma u otra, a la
muerte y al sufrimiento en todo el mundo.
A estas alturas, ya debería estar acostumbrada a eso: he estado
viviendo con un equipo de asesinos durante meses, pero todavía me
sorprende darme cuenta de lo normal que es para ellos y de lo totalmente
despreocupados que se encuentran con tales banalidades como el bien y
el mal. De donde yo vengo, las personas se sienten avergonzadas si no
reciclan o donan su ropa usada, mucho menos dicen o hacen algo para
herir a otros. Los hombres malos de mi mundo engañan a sus esposas,
conducen borrachos o se niegan a renunciar a su asiento por una mujer
embarazada. No matan por dinero ni venden armas que puedan acabar
con pueblos enteros.
Ese es otro nivel de maldad.
Sin embargo, incluso mientras me digo eso, no puedo evitar ser
consciente del traicionero paso del tiempo, de cómo cada minuto nos
acerca al final de esta comida y la partida de Peter. Dado todo, debería
ser un alivio que se vaya, pero no puedo suprimir la ansiedad que hierve
debajo de mi miedo y enojo.
Pase lo que pase, no puedo dejar de preocuparme por el monstruo
que debería odiar.
Demasiado pronto, los postres se consumen, la mayoría de ellos
por Anton, y el té se acaba. Levantándose, Peter y sus hombres agradecen
a Yulia, alabando la comida en términos elogiosos, y luego Anton y los
gemelos se dirigen a la salida, acompañados por nuestro anfitrión. Yulia
desaparece en la cocina y me encuentro sola con Peter por primera vez
desde su revelación.
Al acercarse a mí, roza suavemente sus nudillos en mi mejilla. —
Me tengo que ir —dice en voz baja, y asiento, tratando de ignorar el nudo
doloroso que se expande en mi garganta.
—Está bien —me las arreglo para decir con calma—. Buena suerte.
Ten cuidado. Regresa a mí. Te necesito. La dolorosa confesión se
encuentra en la punta de mi lengua, pero contengo las palabras,
reprimiendo el impulso de darle un abrazo y besarlo. No es mi amante
yendo a la guerra; es mi secuestrador, mi captor. Para cuando regrese,
podría haberme ido, y si no, tendremos la batalla más grande en nuestras
manos. Lo que Peter quiere, embarazarme en contra de mi
consentimiento, es peor que el secuestro, más terrible que la tortura.
Me privaría de la opción más básica de todas y llevaría a un niño
inocente al retorcido desastre de nuestra relación.
Peter me sostiene y puedo decir que está esperando. Qué cosa, no
lo sé, pero cuando continúo de pie allí en silencio, su rostro se tensa y
deja caer su mano.
—Te veré pronto —dice sombríamente, apartándose, y observo, mi
corazón rompiéndose en pedazos, mientras sale de la habitación.
Traducido por Gesi
Corregido por Jadasa

Es justo antes de la medianoche cuando aterrizamos en una pista


privada cerca de Estambul, a menos de ocho kilómetros de la mansión
suburbana de nuestro objetivo. Nuestra tarea para esta noche es explorar
el área en persona, ya que hasta ahora hemos estado utilizando imágenes
satelitales y drones.
Si todo va bien, atacaremos en unos días.
Todos estamos cansados y con jet-lag, ya es de mañana en Japón,
por lo que hacemos un breve reconocimiento. Anton y Yan conducen
alrededor de la comunidad cerrada donde se encuentra la mansión,
anotando puntos de referencia clave y potenciales rutas de escape,
mientras que con Ilya entramos en la comunidad a pie, usando el cambio
de guardia para escalar la cerca de tres metros cerca de la entrada
principal.
Este nivel de seguridad está diseñado para mantener fuera a los
delincuentes comunes, no a los ex asesinos de Spetsnaz.
La parte difícil será la seguridad en el interior de la mansión de
Arslan. Aunque el lugar se disfraza como una residencia más en esta rica
comunidad, está protegida con todo, desde detectores de movimiento
hasta un pequeño ejército de guardaespaldas. Escáneres de retina,
sensores de peso, alarmas silenciosas, generadores de respaldo, existen
redundancias tras redundancias en la seguridad de este lugar, y es por
una buena razón.
Cuando traicionas al despiadado oligarca que te puso en el poder,
sabes que debes prepararte para lo peor.
Una vez que estamos dentro de la comunidad cerrada, nos
dirigimos hacia la mansión de Arslan, asegurándonos de mantenernos
fuera de la vista de las cámaras ubicadas estratégicamente en las
intersecciones y frente de la mayoría de las casas. Los vecinos de nuestro
objetivo, otros políticos corruptos y ricos empresarios turcos, también
tienen enemigos, aunque ninguno tan poderoso como el del oligarca
ucraniano, quien es nuestro cliente.
No subimos hasta su propiedad, las cámaras allí serían imposibles
de evitar, pero no necesitamos hacerlo. Solo nos lleva unos minutos
desactivar las alarmas de la casa de tres pisos en el extremo de la calle
de Arslan, la residencia de un magnate inmobiliario que actualmente se
encuentra de vacaciones en Tailandia. Una vez que las alarmas están
desactivadas, subimos al techo y configuramos una cámara de largo
alcance para que podamos observar todo lo que sucede en el interior de
la casa de nuestro objetivo. Luego repetimos el proceso en una mansión
en el lado opuesto de la calle, y luego en dos residencias a una cuadra,
por lo que tenemos una visión de trescientos sesenta grados de su
mansión.
La forma más simple y segura de matarlo sería con un rifle de
francotirador de largo alcance. Desafortunadamente, las ventanas de la
mansión son a prueba de balas y está rodeado de guardaespaldas cada
vez que está al aire libre. La siguiente mejor opción sería conectar una
bomba en su automóvil, pero cambia de vehículo regularmente y sin
ningún patrón detectable, además sus vehículos constantemente son
vigilados, incluso cuando solo están estacionados en la calle. Cada
entrega a su casa también es verificada minuciosamente, al igual que
cada persona que entra y sale de la mansión.
A primera vista, su seguridad es impenetrable, pero somos buenos.
El hogar siempre es donde todos se sienten más seguros, y eso es una
debilidad en sí misma.
Dejando las cámaras en su lugar, salimos de la comunidad y vamos
hacia la intersección donde Yan y Anton nos recogen. Durante el resto de
la noche, vamos a una casa privada que alquilamos con identidades
falsas y organizamos turnos para vigilar las imágenes de las cámaras que
instalamos.
Yan es el primero, seguido de Anton, por lo que consigo dormir
durante seis horas antes de tener que levantarme para hacer mis tres
horas de monitoreo. Ilya, el bastardo afortunado, sacó el palo largo esta
vez, con un total de nueve horas de sueño.
Es durante la mitad de mi turno que notamos movimiento dentro
de la casa. Incluso con las cortinas cerradas, vemos que las luces del
dormitorio principal en el segundo piso se encienden, seguidas de más
luces en la planta baja.
La casa de Arslan se está despertando.
Mantiene un escaso personal doméstico, con solo un ama de llaves,
dos mucamas y un mayordomo/guardaespaldas viviendo en las
instalaciones. Sus habitaciones están en la planta baja, lo que funciona
bien para nuestro plan. Los otros guardias, los veinticuatro, están
instalados en una caseta de vigilancia en la parte trasera. Para pasar
desapercibidos ante los vecinos, salen en pequeños grupos en intervalos
aleatorios para patrullar la calle y el hermoso jardín que rodea la
mansión.
Observando las cámaras, anoto la hora y marco el patrón de las
luces en la planta superior. Las personas son criaturas de hábitos,
incluso aquellos que fueron instruidos por sus guardaespaldas para ser
lo más impredecible posible.
—Presta atención a la hora de partida —le digo a Ilya cuando viene
a reemplazarme—. Sabemos que sale de la casa a una hora diferente
todos los días, pero quiero ver cuánto tiempo pasa entre que las luces se
encienden y su partida.
Asiente y se sienta frente a la computadora cuando entro en una
de las habitaciones para tomar una siesta. Me palpitan las sienes con un
dolor de cabeza y necesito descansar para tener todo mi ingenio a medida
que planeamos el ataque.
Sin embargo, en el momento en que cierro los ojos mi mente va
hacia Sara y nuestra tensa separación. He estado tratando de no pensar
en ello, de concentrarme únicamente en el trabajo, pero no puedo evitar
recordar la mirada herida en su rostro cuando admití mis intenciones…
cuando confirmé que el olvido de los condones no era un accidente.
Hasta ese momento no me había dado cuenta, no sabía que había
cedido a mis deseos más profundos, fue hasta que escuché las palabras
que salían de mi boca. Sin embargo, supe que eran verdad en el momento
en que las dije. Puede que no haya sido una decisión consciente
embarazarla, pero tampoco fue un error descuidado. En algún nivel
instintivo y primitivo, elegí llenarla con mi semilla, hacerla mía de la
manera más visceral posible.
La única vez, en mi vida, que fui descuidado, fue en Daryevo hace
tantos años, cuando Tamila me sedujo antes de que me despertara.
Abriendo los ojos, miro fijamente al techo de la desconocida
habitación. A pesar de su reacción, me siento más ligero, como si me
hubiesen quitado un peso de encima. Es liberador abrazar la peor parte
de mí mismo, dejar ir el último de mis reparos morales. No sé por qué me
resistí durante tanto tiempo, por qué me esforcé tanto por luchar por su
amor cuando está determinada a aferrarse al odio.
Para mí, ahora es obvio que sin importar lo que haga, no dejará ir
al pasado, y si ese es el caso, bien podría tener otra razón para odiarme.
Resuelto, cierro los ojos y fuerzo a mis músculos tensos a relajarse.
No habrá más condones cuando regrese. De una forma u otra, Sara
tendrá a mi hijo.
Si no puede amarme, amará a una parte de mí.
Traducido por Joselin
Corregido por Val_17

Me toma varios minutos recobrar la compostura después de que


Peter se va, y cuando me dirijo a la cocina para hablar con Yulia
nuevamente, Kent regresa, y cortés pero firmemente me lleva a mi
habitación.
—Deberías dormir un poco —dice, y por la mirada implacable en
su rostro, puedo decir que usará la fuerza física para hacerme obedecer
si es necesario.
No tiene intención de ayudarme, de eso estoy segura.
—Gracias por la hospitalidad —le digo de manera uniforme cuando
llegamos a mi habitación, y él asiente, su pálida mirada inescrutable.
—Buenas noches, Sara —dice, y cuando cierra la puerta detrás de
él, escucho el leve clic de una cerradura que gira.
Espero treinta segundos, luego pruebo la manija de la puerta para
confirmar mis sospechas.
Efectivamente, estoy encerrada.
Tomando un respiro para calmarme, camino hacia la gran ventana.
Parece que la parte inferior debería abrirse deslizándose hacia arriba,
pero no importa cuánto intente empujarla, el vidrio grueso no se mueve.
Está bien cerrado o simplemente demasiado pesado para que pueda
levantarlo. ¿Algún tipo de vidrio a prueba de balas, tal vez? Eso tendría
sentido dada la profesión de Kent.
De cualquier manera, abrir la ventana no es opción.
Luego, exploro la pequeña ventana en el baño. Tiene el mismo
vidrio grueso que la ventana de la habitación, y hay dos problemas
adicionales: es demasiado pequeño para que pueda arrastrarme y, por lo
que puedo ver, no hay un mecanismo de apertura.
Frustrada, dejo las ventanas en paz y reviso el armario y la cómoda,
buscando un teléfono olvidado o una tablet vieja. Las probabilidades de
encontrar un dispositivo de este tipo aquí son escasas, pero en casa, la
gente dejaría sus dispositivos electrónicos en todas partes, y es posible
que Kent y su esposa hagan lo mismo. Después de todo, esta es su casa,
no un lugar donde mantienen prisioneros regularmente.
Al menos espero que ese sea el caso.
Como era de esperar, no encuentro nada. El armario y la cómoda
contienen lo que uno esperaría encontrar en una habitación de invitados:
ropa de cama y toallas adicionales, junto con algunos artículos de tocador
sin abrir.
Sintiéndome cada vez más agotada y desanimada, decido
ducharme y descansar un poco, como sugirió Kent.
Con un poco de suerte, mañana hablaré con Yulia.
En este punto, ella es mi mejor esperanza, quizás la única.
Para mi decepción, no veo a Yulia al día siguiente, ni se me permite
salir de mi habitación. El mismo Kent me trae mis comidas, una mezcla
de sobras de la cena y nuevos brebajes gourmet indudablemente hechos
por su esposa, y luego se lleva los platos una hora después. No sé si está
tratando intencionalmente de mantenerme alejada de Yulia, o si es solo
una desafortunada coincidencia, pero al anochecer, me vuelvo loca, la
frustración por mi situación se mezcla con la creciente preocupación por
Peter. Todo lo que tengo son algunos libros que Kent me trajo a la hora
del almuerzo, y no es suficiente para evitar que me concentre en los
peligros que el equipo de Peter podría enfrentar en ese mismo momento.
—¿Has sabido de ellos? ¿Están bien? —Le pregunto a Kent cuando
me trae la cena. El traficante de armas de aspecto duro me intimida, pero
estoy decidida a no mostrarlo.
Después de todo, he estado viviendo con cuatro delincuentes
igualmente peligrosos durante meses.
Ante mi pregunta, Kent se ve muy divertido. —¿Quieres saber si
están bien?
Asiento, aunque un sonrojo me calienta la cara. Entiendo cómo
parece esto. Dado el trato que me ha dado Kent hasta ahora, obviamente
sabe que no estoy aquí por mi propia voluntad. Aun así, prefiero que él
crea que estoy sufriendo el Síndrome de Estocolmo antes que seguir en
la oscuridad preocupada por Peter toda la noche.
—Están bien —dice Kent, colocando la bandeja sobre el tocador.
Su rostro vuelve a ser inexpresivo, aunque un rastro de diversión brilla
en las heladas profundidades de sus ojos—. Peter me envió un mensaje
hace un par de horas, preguntando por ti. Por ahora, solo están
reuniendo información, así que dudo que algo suceda esta noche. Puedes
descansar tranquila.
Exhalo de alivio. —Gracias.
Asiente y se da vuelta para irse, pero decido presionar mi suerte.
—Espera, Lucas... ¿dónde está Yulia? No la he visto en todo el día y quería
agradecerle por estas deliciosas comidas.
Me da una mirada inescrutable. —Le transmitiré tu
agradecimiento.
Esta es mi señal para ser una buena cautiva y escabullirme, pero
no estoy dispuesta a rendirme tan fácilmente. —Prefiero hacerlo en
persona, si no te importa —le digo, pegando una sonrisa ligeramente
avergonzada en mis labios—. ¿Está realmente ocupada? En realidad, hay
algo que quería preguntarle... sobre algunos artículos femeninos, ya
sabes...
—Ah. —Kent parece divertido de nuevo—. Yulia dijo que te dijera
que hay tampones y otras necesidades para chicas en el gabinete debajo
del fregadero.
—Oh, no se trata de eso —digo rápidamente, aunque eso era lo que
estaba insinuando—. Es otra cosa.
Sus cejas se levantan. —¿Oh? ¿Qué es?
Mierda. Contaba con que fuera como la mayoría de los hombres y
que actuara avergonzado cuando se enfrentara a la realidad de las
funciones biológicas de las mujeres. Pensando rápidamente, digo—: Es
solo una crema para algo. Sin embargo, está bien; estoy segura de que
desaparecerá por sí solo.
Su expresión no cambia. —Solo dime qué crema es, y veré si
podemos conseguirla.
—Monistat —le digo, mirándolo directamente mientras nombro un
tratamiento popular para las infecciones por hongos—. El nombre
genérico es miconazol. Es para…
—Hongos. Lo sé. —No parece avergonzado en lo más mínimo—. Te
lo conseguiremos.
Aprieto los dientes. —Bien, gracias.
Está decidido a alejarme de Yulia, y eso me hace querer hablar con
ella aún más.
El día siguiente pasa de manera similar, conmigo encerrada en mi
habitación todo el día. La única diferencia es que, a la hora de la cena,
Kent me informa voluntariamente sobre Peter.
—Están planeando hacerlo pasado mañana, por la mañana —dice,
colocando mi bandeja de comida en la cómoda—. Te haré saber si algo
cambia.
Miro de mala gana al traficante de armas. —Bien, gracias.
Se siente como un hacha, un hacha de movimiento muy lento, está
colgando sobre mi cabeza. Temo tanto el fracaso de esta operación en
Turquía como su éxito. Si algo sale mal, perderé a Peter y recuperaré mi
antigua vida, y si él regresa ileso, estaré atada a él para siempre, atada
por un niño que intenta forzarme a mantener.
La única salida es escapar antes de que regrese, y no veo cómo eso
es posible cuando estoy aún más prisionera aquí que en Japón.
Kent se va, y ceno en piloto automático, apenas saboreando la rica
comida. En la bandeja, junto con los platos cubiertos, hay un tubo de la
crema que solicité, algo para lo que no tengo ningún uso más que para
explicar mi necesidad de hablar con Yulia. Ahora que han pasado dos
días, estoy aún más convencida de que la bella rubia podría simpatizar
con mi situación, si tan solo pudiera explicárselo completamente.
Terminando mi comida, estudio la crema, notando
desapasionadamente que está empaquetada de manera un poco diferente
de la forma en que estoy acostumbrada a ver en los Estados Unidos. No
es sorprendente, por supuesto. Esto es Europa. La píldora japonesa del
día después tampoco se parecía en nada a lo que estaba acostumbrada.
La píldora del día después…
Conteniendo el aliento, salto, incapaz de contener mi repentina
emoción. No sé por qué no se me ocurrió antes, pero si Kent estaba
dispuesto a comprarme esta crema, existe la posibilidad de que acepte
comprar otra cosa, como la píldora que tanto necesito.
Mi primer instinto es correr hacia la puerta y golpearla hasta que
llegue mi carcelero, para que pueda implementar mi plan de inmediato.
Sin embargo, eso no sería sabio. Actuar demasiado ansiosa podría hacer
que Kent sospeche, tal vez incluso lo haga consultar con Peter sobre el
tema.
Respirando calmadamente, me obligo a sentarme y esperar a que
Kent regrese por la bandeja. Para que esto tenga la mejor oportunidad de
éxito, tengo que ser inteligente.
Tengo que fingir que esta es otra táctica para hablar con Yulia.
La espera parece interminable, aunque el reloj me dice que solo ha
pasado una hora. Finalmente, Kent abre la puerta e implemento mi plan.
—Entonces —digo casualmente mientras entra—. ¿Yulia todavía
está ocupada? Realmente me gustaría hablar con ella.
El traficante de armas me da una mirada divertida. —¿Por qué?
¿Se trata de otro artículo femenino?
Intento parecer avergonzada. —Sí, en realidad. Lo siento, olvidé
mencionarlo ayer, pero es algo que realmente necesito.
—¿Y eso es?
—Plan B. —Le doy mi cara más inocente—. ¿Sabes qué es eso?
También hay otras marcas, como Next Choice, My Way…
—Entiendo. Lo traeré pronto.
Y recogiendo la bandeja rápidamente, se dirige hacia la puerta.
Traducido por Madhatter
Corregido por Val_17

Esa noche, doy muchas vueltas, torturada por la preocupación por


la próxima operación de Peter y la constatación de que, a pesar de mi
pequeña victoria de esta noche, la píldora retrasará lo inevitable. Cada
vez que me hundo en un sueño ligero, me despierto con el corazón
acelerado, como si fuera un ataque de pánico. Me recuerda a los primeros
meses después del asalto de Peter en mi cocina, cuando las pesadillas
sobre el submarino y los despiadados hombres de ojos grises eran mi
realidad nocturna.
Finalmente, renuncio a poder dormir y me levanto para ir al baño.
No tiene ningún sentido, pero lo que más quiero en este momento es a
Peter. Quiero su calor en la oscuridad y sus fuertes brazos a mí alrededor,
abrazándome con fuerza. Quiero que su voz profunda me llame “ptichka”
y me diga cuánto me ama.
Extraño a mi torturador, me duele con cada fibra de mi ser, incluso
cuando temo su regreso.
Caminando hacia el mostrador del baño, enciendo la luz y miro mi
rostro pálido en el espejo. Mis ojos están inyectados en sangre y rodeados
de círculos oscuros, y mi cabello es un desastre. Apuesto a que si Peter
me viera en este momento, no estaría tan ansioso por poseerme.
Por supuesto, eso supone que mi aspecto es la razón por la que
está tan obsesionado conmigo, una suposición enorme y probablemente
incorrecta. Sé que soy atractiva, pero no soy tan hermosa como alguien
como Yulia. No, lo que sea que atraiga a Peter hacia mí, y viceversa, va
más allá de la atracción superficial. Él lo sabe y yo también. Es algo
dentro de nosotros que nos hace unirnos como dos piezas de porcelana
rota… algo oscuro y perversamente necesitado que se identifica con los
defectos del otro.
Estoy a punto de abrir el grifo para lavarme la cara cuando un
sonido llega a mis oídos.
Me congelo, escucho atentamente, luego lo escucho nuevamente.
El gemido gutural de una mujer, seguido del gruñido amortiguado
de un hombre.
Mi cara se calienta cuando me doy cuenta de lo que estoy
escuchando.
Este baño debe estar justo debajo de la habitación de Lucas y Yulia,
con la salida de aire que conecta los dos pisos.
Ya sé que debería volver a la cama y darles privacidad, pero mis
piernas se niegan a moverse. Por lo menos, esto es más entretenido que
los thrillers que Kent dejó para que leyera. Sonrojándome y sintiéndome
como una pervertida, escucho mientras los sonidos de arriba aumentan
en volumen antes de culminar en un evidente clímax.
Cuando reina el silencio otra vez, abro el grifo con las manos
inestables y salpico agua fría en mi cara sobrecalentada. Fue una mala
idea, porque no solo violé la privacidad de mis anfitriones/carceleros,
sino que ahora estoy tan excitada que definitivamente tendré problemas
para volver a dormir. Mis pezones se encuentran duros y mi sexo se siente
resbaladizo con una necesidad dolorosa.
También extraño a Peter más que nunca.
Gimiendo en silencio, vuelvo a la cama. Como era de esperar, no
puedo conciliar el sueño, así que busco debajo de la manta y juego
conmigo misma hasta que me corro, pensando en Peter todo el tiempo.
A pesar de mi noche inquieta, me levanto temprano a la mañana
siguiente, y cuando me preparo para lavarme los dientes, escucho pasos
arriba, seguidos de voces tensas.
Parece que los Kent están discutiendo.
Insoportablemente curiosa, dejo el cepillo de dientes y escucho.
Al principio, sus voces se escuchan apagadas, como si estuvieran
al otro lado de la habitación, pero luego se acercan al ventilador, y mi
corazón se acelera cuando me doy cuenta del tema de su discusión.
Yo.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —dice Yulia acaloradamente—.
Ella es la viuda de su enemigo. Mató a su esposo y la secuestró. ¿Cómo
eso no es maltrato? Por lo mínimo, le quitó todas sus opciones y arruinó
su carrera. La mujer es médica… una doctora, Lucas. Ella no es como tú
y yo. Nunca ha sido parte de este mundo…
—Y ahora lo es —interrumpe Kent, con voz dura—. No es que sea
asunto nuestro. Le debo un favor, y ella es eso.
—Ella es un ser humano, no un favor. Por lo menos, déjame hablar
con ella, averiguar si la está maltratando…
—¿Por qué? ¿Entonces qué harás? ¿Dejarla ir y terminar en su lista
de homicidios? Sabes el tipo de objetivos que persigue su equipo en estos
días. No necesitamos lidiar con esa mierda además de la situación de
Novak.
—No, por supuesto que no. —Yulia suena frustrada—. Pero es una
civil inocente, Lucas, y es una invitada en nuestra casa. Tengo que
asegurarme de que tienes razón y ella lo quiere, porque de lo contrario no
puedo vivir conmigo misma. Lo entiendes, ¿verdad?
Su esposo permanece en silencio por unos momentos, y me muerdo
el pulgar, mi corazón palpita mientras escucho su respuesta. Tenía razón
al poner mis esperanzas en Yulia; ella simpatiza con mi situación.
—Lo entiendo —dice finalmente—. Pero todavía no hay nada que
podamos hacer. No pondré tu vida en peligro por esta mujer.
—Pero…
—Pero nada. Sokolov me pidió que la mantuviera a salvo por él, y
eso es precisamente lo que voy a hacer.
—Lucas... —Su voz se suaviza, volviéndose más engatusadora—.
Solo déjame hablar con ella. Eso es todo lo que pido. No voy a hacer nada
sin consultártelo. No soy estúpida, y tampoco quiero hacerme enemiga
de Peter. Quiero asegurarme de que se encuentra bien… tranquilizarla si
está asustada. Eso no haría ningún daño, ¿verdad? ¿Solo una pequeña
charla?
No hay respuesta de Kent, aunque escucho unos crujidos, seguidos
de algo metálico, ¿una hebilla de cinturón, tal vez? Lo cual golpea el
suelo.
—Yulia… —La voz de Kent se endurece—. Cariño, no tienes que...
oh mierda. Jodida mierda... —Sus palabras terminan en un gemido, y me
sonrojo al darme cuenta de lo que estoy escuchando de nuevo.
Sintiéndome doblemente como una pervertida, me quedo callada,
para ver si me mencionan nuevamente, me digo a mí misma, pero cuando
todo lo que escucho durante los próximos diez minutos son sonidos
sexuales, me obligo a terminar de cepillarme los dientes y volver a mi
habitación.
Tal vez, solo tal vez, la táctica de persuasión de Yulia tenga éxito, y
podría encontrar una salida de esta situación.
Al menos ahora tengo algo de esperanza real.
Traducido por Val_17
Corregido por Jadasa

Pasamos el día antes del ataque revisando las diferentes versiones


del plan, calculando las probabilidades de éxito y buscando soluciones a
potenciales problemas. Nuestro plan es arriesgado, pero tiene buenas
posibilidades de funcionar… suponiendo que actuemos en el momento
adecuado.
Por la noche, estamos tan listos como es posible, y eso es bueno,
ya que nuestro cliente, el oligarca ucraniano, se está impacientando. En
dos días, Arslan se supone que va a votar un proyecto de ley que
prácticamente diezmará el negocio de nuestro cliente en Turquía, así que
tenemos que actuar antes de que eso ocurra.
Cuando cierro mi computadora portátil para recuperar unas pocas
horas de sueño antes de mi turno, Anton me llama, su tono inusualmente
emocionado.
—Mira esto —dice, y la adrenalina inunda mis venas cuando veo
un nuevo correo electrónico de nuestros hackers.
Rápidamente, lo leo en la pantalla de Anton, y una sonrisa salvaje
se extiende por mi rostro.
Mi adversario finalmente ha cometido un error.
La esposa de Walter Henderson III, Bonnie, estuvo en una bodega
de vinos en Marlborough, Nueva Zelanda… algo que descubrimos gracias
a una imagen publicada en Instagram por el despistado propietario de la
bodega. El programa de reconocimiento facial de nuestros hackers la
detectó a las pocas horas de aparecer online.
—Prepárense —le digo a Anton y a los gemelos cuando termino de
leer el correo electrónico—. Mañana, después de que terminemos aquí,
nos vamos a Nueva Zelanda.
—¿Qué hay de Sara? —pregunta Ilya—. ¿Vas a dejarla con Kent?
Dudo, luego sacudo la cabeza. —No. —No puedo soportar estar
separado de ella ni siquiera un día más—. Viene con nosotros.
Y antes de acostarme, llamo a Lucas para saber de ella.
Traducido por Miry
Corregido por Val_17

Me paso el día paseando por mi habitación, mi ansiedad aumenta


con cada hora que pasa. A la hora de la cena, me encuentro lista para
arrancarme el cabello.
En menos de doce horas, comenzará la peligrosa misión de Peter,
y Yulia todavía no ha venido a hablar conmigo, ni su esposo me trajo la
píldora prometida.
—Debería tenerla para hoy en la tarde —me dijo cuando me entregó
mi almuerzo—. Aunque también podría ser para mañana.
Para mañana ya sería demasiado tarde, pero mantuve la boca
cerrada, sin querer que mi carcelero supiera que realmente necesito esa
píldora. Como mínimo, podía guardarla para usarla en el futuro y rezar
para que mi ventana fértil no fuera tan fértil este mes.
Un suave golpe en la puerta interrumpe mi andar.
—¿Sara? —pregunta una voz de mujer—. ¿Puedo pasar?
Mi pulso salta de alegría. —¡Sí! Por favor, entra.
La puerta se abre y Yulia ingresa a la habitación, sosteniendo una
bandeja de aspecto pesado con platos cubiertos.
—Espera, déjame ayudarte. —Me apresuro hacia ella, apenas
conteniendo mi emoción mientras la ayudo a colocar la bandeja en el
tocador.
Me sonríe. —Gracias. ¿Cómo va tu estadía hasta ahora?
—Bien —respondo, sonriéndole—. Y obviamente, la comida es
maravillosa. Muchas gracias por eso.
Los ojos azules de Yulia brillan de placer. —De nada. ¿Y cómo se
encuentra todo lo demás? ¿Tienes todo lo que necesitas? Lucas dijo que
pediste un par de medicamentos…
Asiento, luego decido ir por ello. Con el potencial regreso de Peter
mañana, no tengo tiempo que perder, y ya sé que Yulia se encuentra de
mi lado. —Necesito la píldora del día después —le digo sin rodeos—. Y
hoy es el último día que puedo tomarla.
Su hermosa boca se redondea por la sorpresa. —Oh. Guau. Lucas
no mencionó nada al respecto. Envió a uno de sus guardias a la ciudad
hoy para recoger algunas cosas, pero sé que surgió algo y el tipo estaba
distraído. Déjame comprobar si la consiguió, ¿de acuerdo?
—Espera. —Agarro el delgado brazo de Yulia mientras se da vuelta
para irse—. Por favor. Necesito tu ayuda.
Su expresión se pone en blanco cuidadosamente. —¿Qué quieres
decir?
Dejo caer mi mano. —Tengo que irme. Ahora. Esta noche. Antes de
que Peter regrese. Por favor, es muy importante. No soy su novia; soy su
cautiva. Me secuestró y ahora él…
—Espera, Sara. Por favor. —Levanta la mano, con la palma hacia
afuera. Aunque su actitud permanece tranquila, me doy cuenta que está
angustiada. No debió esperar que suplicara ayuda tan abiertamente—.
¿Abusa de ti? ¿Te ha lastimado? —pregunta con cuidado.
—Me cortó con un cuchillo y me torturó con agua —le digo, y de
inmediato siento una punzada de culpa ante el horror en la cara de Yulia.
Probablemente debería mencionar que la tortura tuvo lugar antes de que
comenzara nuestra relación, tal como es, pero si obtendré su ayuda, no
puedo permitirme pintar mi cautiverio con una luz rosada.
Por amable y comprensiva que parezca, no puedo olvidar que es la
esposa de un traficante de armas y puede tener una visión de la moral
diferente a la de la mayoría de las personas.
—También quiere forzarme a tener un bebé —sigo, insistiendo en
tanto continúa en estado de shock—. Por eso necesito la píldora del día
después. En un par de horas, habré sobrepasado las treinta y seis horas.
No es que la píldora ayude si sigo aquí cuando Peter regrese. Hará lo que
quiera conmigo, y nadie lo detendrá. Por favor, Yulia. —Le agarro el brazo
otra vez—. Ni siquiera tienes que dejarme ir. Solo permíteme hacer una
llamada telefónica o enviar un correo electrónico. Nadie sabría que fuiste
tú quien me ayudó. Por favor.
Palidece aún más con cada palabra que digo, y casi me siento mal.
Entiendo la posición imposible en la que la coloco. Aunque sí parece
dispuesta a apartar la vista cuando se trata del negocio mortal de su
esposo, Yulia no es como él, o al menos posee suficiente empatía para
ponerse en mi lugar. Al mismo tiempo, sabe lo peligroso que es Peter y lo
que estaría arriesgando al meterse en sus asuntos.
—¿Has estado…? —Se aclara la garganta—. ¿Alguna vez has estado
con él voluntariamente? Esa primera noche, en la cena, pude sentir la
tensión entre ustedes dos, pero la forma en que él te miraba… y luego la
forma en que se veían cuando decían adiós… entraba y salía de la cocina,
pero creí haber visto… ¿Me equivoqué? ¿Te lastima? ¿Siempre te fuerza?
Mi rostro se calienta de vergüenza ante la pregunta privada, y dejo
caer mi mano nuevamente. —Eso no es… quiero decir, él me secuestró.
¿Qué opinas?
Para mi sorpresa, luce incómoda. —Creo que a veces es complicado
—dice después de un momento—. No todas las relaciones siguen el
mismo camino, y hay momentos en que... —Se detiene, como si lo
pensara mejor.
—Yulia, por favor —le digo—. Esta es mi única oportunidad. Eres
mi única oportunidad. Si él regresa y me encuentro aquí, nunca volveré
a ver a mis padres, nunca tendré control sobre mi propia vida… por favor.
Sé que entiendes mi situación. Peter Sokolov mató a mi esposo y me
torturó. Me acechó y me secuestró, me ha mantenido cautiva durante
casi cinco meses. Tengo que irme antes de que regrese, y lo único que
tienes que hacer es dejarme tener acceso a un teléfono. Solo un segundo.
Podría contactar al FBI y luego…
—Y luego tendremos a todas las agencias policiacas dirigidas a
nuestra casa —dice Kent, abriendo la puerta sin llamar. Su mandíbula
cuadrada se tensa por la furia, sus ojos pálidos se entrecierran cuando
cruza la habitación y agarra la mano de Yulia con un puño de nudillos
blancos—. Vamos —le dice a su esposa con los dientes apretados, y
observo con creciente desesperación mientras la saca de la habitación.
—Lo siento —dice antes de que él cierre la puerta, encerrándome
de nuevo, y sé que se acabó.
Mi única oportunidad de escapar está perdida.
Lloro durante dos horas antes de por fin dormirme, y rápidamente
me hundo en una serie de pesadillas. No sé por qué me sucede esto otra
vez, pero cuando me despierto, temblando y sudando por otro sueño
vívido sobre ahogarme en el fregadero de la cocina, sé que no podré
dormir esta noche.
Tirando la manta, balanceo mis piernas sobre la cama para
pararme cuando la cerradura de la puerta hace clic y la puerta se abre
silenciosamente.
Sorprendida, agarro la manta para cubrirme, pero nadie entra a mi
habitación.
Envuelvo la manta a mi alrededor, corro hacia la puerta, y en el
otro extremo del pasillo, veo una figura alta y delgada que desaparece en
la esquina, su cabello rubio brillando como un faro en la oscuridad
iluminada por la luna.
Yulia.
Vino por mí.
No tengo idea de cómo logró escapar de su esposo, pero no pierdo
el tiempo cuestionando mi buena fortuna. Me pongo rápidamente un
vestido y un par de sandalias planas, me escabullo por el pasillo y me
dirijo hacia la cocina, teniendo cuidado de no hacer ruido.
Necesito encontrar un teléfono o una computadora, cualquier cosa
que me permita contactar con el mundo exterior.
—Toma. —De repente, un par de llaves se presionan en mi mano,
y reprimo un chillido cuando Yulia aparece frente a mí, aparentemente
fundiéndose con la pared a mi derecha. Con la luz de la luna que entra
por las grandes ventanas, su rostro pálido se asemeja a algo de otro
mundo—. El Mercedes se encuentra justo afuera —susurra con urgencia
antes de que me recupere de mi conmoción—. Inhabilité las alarmas
perimetrales, abrí las puertas automáticas y dirigí los drones a la playa.
Tienes diez minutos, ¿entiendes? Hay una estación de servicio a siete
kilómetros al suroeste. Conduce directamente hacia ahí y encontrarás un
teléfono.
Asiento, mi corazón se acelera mientras agarro las llaves que me
dio. —Gracias. Muchas gracias.
—Vete. —Lanzando una mirada preocupada detrás de ella, Yulia
me empuja hacia la puerta principal, y no me demoro ni un segundo más.
Llaves en mano, salgo corriendo de la casa y me subo al auto.
Traducido por Tolola
Corregido por Jadasa

—Cinco minutos —susurro en mi micrófono—. Prepárense.


Han pasado exactamente veinte minutos desde que aparecieron las
luces en el segundo piso de la mansión de Arslan. Eso significa que
nuestro objetivo saldrá por la puerta de su casa y se meterá en su coche
a prueba de balas dentro de cinco o diez minutos. Como esperábamos,
es una criatura de hábitos, su rutina matutina es casi la misma todos los
días de la semana. El momento en que sale de la casa varía, así como la
ruta que toma para ir a trabajar y el lugar donde sus guardaespaldas
dejan su automóvil, pero este tiempo, el tiempo que pasa en casa,
sintiéndose seguro y protegido en tanto come su desayuno, es totalmente
predecible.
En unos pocos minutos habrá un pequeño margen, cuando esté al
aire libre con sus guardaespaldas, y ahí es cuando vamos a atacar.
—El RPG está cargado, e Ilya tiene el vehículo listo —informa Yan
en mi auricular. Está en la azotea de la casa al otro lado de la calle, donde
estamos Anton y yo.
—Bien. —Miro de reojo a Anton, que está acostado boca abajo a mi
lado, mirando por la mirilla de su rifle de francotirador—. ¿Estás listo?
Asiente sin apartar la vista del objetivo. —Les dispararé en la
cabeza, en caso de que lleven chalecos.
—Bien. —Dirigiendo mi atención a mi propio M110, ajusto mi
osciloscopio. Los tiros a la cabeza son difíciles, especialmente una vez
que los objetivos empiezan a reaccionar, pero son la mejor manera de
asegurar que un profesional permanezca muerto.
La armadura corporal se esconde con demasiada frecuencia bajo la
ropa en estos días.
Los segundos pasan, cada uno más largo que el otro. Es fácil
impacientarse en un momento como este, así que me concentro en
estabilizar mi respiración y asegurarme de que nada obstruya mi línea
de visión.
Esto es demasiado importante para arruinarlo.
Sin invitación, pensamientos sobre Sara se meten en mi mente. Me
pregunto qué estará haciendo, si sigue durmiendo o si ya está despierta.
Por muy emocionante que esto sea para mí, y lo es, no puedo mentir,
preferiría estar en mi casa en Japón, abrazando su cuerpo caliente y
desnudo cuando se despierta. En solo unos pocos meses, mi pajarito
cantor se ha vuelto más importante para mí que cualquier otra cosa en
el mundo, mi pasión por ella desplazando a todo lo demás que alguna vez
me interesó.
El sonido de una puerta abriéndose me saca de mis pensamientos.
—Ya viene —susurra Yan en el auricular, y me obligo a
concentrarme.
Más tarde habrá tiempo para Sara.
Si sobrevivimos hoy.
Traducido por amaria.viana
Corregido por Val_17

Diez minutos. Las llantas del auto chirrían cuando me acerco por
el largo camino de entrada y avanzo por las puertas abiertas, agarrando
el volante con tanta fuerza que mis dedos se clavan en el cuero.
Solo tengo diez minutos.
Es decir, suponiendo que la estimación de Yulia fuera correcta. No
sé cómo escapó de su marido de aspecto letal e inhabilitó todas esas
medidas de seguridad, pero es muy posible que él ya esté detrás de mí.
No hay luces a lo largo de este camino de un solo carril, no hay
señales, nada que me diga a dónde voy. La luna y los faros de mi auto
son las únicas fuentes de iluminación. No tengo idea de qué dirección es
hacia el suroeste, así que cuando llego a una carretera de dos carriles,
doblo al azar a la izquierda, por instinto.
Si me fui por el camino equivocado, estoy jodida.
Mi corazón se siente como si me martillara el pecho, mi respiración
ruidosa en mis oídos. El sudor se forma en mis axilas y gotea por mis
costados, y mi rodilla tiembla al pisar el acelerador. Conducir por el lado
izquierdo de la carretera, con el volante en el lado izquierdo del automóvil,
es más que confuso para una estadounidense como yo, pero no me atrevo
a reducir la velocidad.
Ocho minutos.
Siete minutos.
Puedo hacerlo.
Puedo lograrlo.
Los faros de un automóvil aproximándose me ciegan y me elevan
los niveles de adrenalina. ¿Es Kent? ¿Sus guardias?
El auto pasa sin detenerse, y exhalo aliviada, levantando mi pie del
acelerador mientras la carretera se curva bruscamente frente a mí. Lo
último que necesito es perder el control del auto y atravesar la barandilla,
como George lo hizo esa terrible noche. Como está, incluso con velocidad
reducida, voy a ciento diez kilómetros por hora. Si la estación de servicio
está a siete kilómetros, debería llegar con tiempo de sobra.
Transcurre otro minuto antes de que la carretera vuelva a curvarse,
y lo veo.
Más faros, esta vez detrás de mí.
Apretando el volante con más fuerza, piso el acelerador de nuevo.
El auto detrás de mí también acelera.
Mi estómago se atora en mi garganta. Por el rabillo del ojo, percibo
una señal de límite de velocidad. Son cincuenta kilómetros por hora…
más de sesenta, no, setenta kilómetros menos que mi velocidad actual. Y
si ese auto me está alcanzando, va ir aún más rápido.
Es oficial.
Estoy siendo perseguida.
El camino gira de nuevo, y contengo un chillido cuando otro auto
que viene se acerca y sus faros me ciegan por un segundo crucial. El
costado de mi auto raspa contra la barandilla, chispas que vuelan como
chirridos de metal contra metal. Jadeando, quito el pie del acelerador y
me alejo del riel, acercando el auto al centro de la sinuosa carretera.
Los faros delanteros me alcanzan y, cuando la carretera se curva
de nuevo, veo dos autos detrás de mí, cada uno grande y oscuro. Dos
todoterrenos. Mi pulso ahora es un rugido atronador en mis oídos, mis
manos están tan sudorosas que se deslizan sobre el volante. Luchando
contra el pánico, presiono el acelerador nuevamente, pero los autos
detrás de mí aceleran, y cuando la carretera se curva a la derecha, uno
me flanquea mientras el otro se detiene frente a mí.
La desesperación me agarra con un puño helado.
Se acabó.
Me tienen.
Temblando, quito el pie del acelerador.
Mi única oportunidad de escapar, y la desperdicié.
La camioneta delante de mí también reduce la velocidad, y el que
está a mi lado se mueve detrás de mí. Saben que no tengo más remedio
que cumplir.
Se acabó oficialmente.
He perdido.
La camioneta frente a mí baja la velocidad aún más, obligándome
a frenar. Mi velocímetro muestra cuarenta kilómetros por hora, luego
treinta y cinco… luego treinta. Estoy prácticamente arrastrándome, y me
doy cuenta de que me están haciendo parar.
Me sacarán de este auto y me arrastrarán de regreso a la casa de
Kent, donde permaneceré encerrada hasta que Peter venga por mí.
El futuro se extiende frente a mí, tan oscuro y peligroso como este
camino sinuoso. Sin esperanza de escapar, sin opciones, seré propiedad
de Peter, y también lo será nuestro hijo. Nunca volveré a ver a mis amigos
y familiares, nunca ayudaré a las mujeres a dar a luz a sus bebés. A
medida que mis padres envejezcan, no estaré allí para ellos y nunca
conocerán a sus nietos.
Todo lo que tendré es Peter, y lo más aterrador de todo es que esto
no parece poco atractivo.
Puedo verlo muy claramente: la forma en que me cuidará, la
ternura en sus ojos cuando abrace a nuestro bebé. Me amará con una
intensidad que va a quemar mi alma, y eventualmente, mi propio amor
retorcido crecerá de sus cenizas. Y después de un tiempo, todo parecerá
normal, desde mi falta de libertad hasta la violencia de su profesión.
Seremos una familia, como él quiere, y mientras veo que el
velocímetro cae por debajo de quince, sé que no puedo permitir que
suceda.
No puedo ceder ante la parte más enferma de mí, la que quiere ese
futuro retorcido.
Otra curva en el camino, más faros acercándose. Mis latidos
frenéticos se estabilizan, una extraña calma se apodera de mí cuando me
acerco y abrocho el cinturón de seguridad. Tendré menos de un segundo
para actuar, así que tengo que hacer que cuente.
Al soltar el pie del freno, agarro el volante lo más fuerte que puedo,
y cuando el auto que viene se acerca, con los faros cegándome a mí y a
mis perseguidores por igual, tiro del volante hacia la derecha, avanzando
hacia el lado opuesto del carril mientras piso el acelerador.
El auto se precipita hacia adelante, pasando por el todoterreno que
me bloquea en la parte delantera. Prácticamente puedo escuchar a mis
perseguidores maldecir cuando los dejo en el polvo nuevamente, mi
elegante Mercedes gana velocidad con el rugido gutural de un motor V8.
El velocímetro salta a cien… ciento diez… ciento veinte… ciento treinta…
Las chispas vuelan, el metal se raspa contra el metal cuando vuelvo
a deslizarme contra la barandilla, pero esta vez, no bajo la velocidad.
Mantengo mi pie firme, corrigiendo lo suficiente para mantener el control.
Es un videojuego, me digo. Solo un videojuego de carreras en el que
conduzco por el lado equivocado de la carretera.
Después de recuperarme del impacto de mi repentina maniobra,
mis perseguidores están de nuevo en mi estela, pero no tengo intención
de facilitarles la tarea. Cada vez que se acercan, me desvío hacia la mitad
del camino, evitando que me rodeen. Y mantengo la velocidad vertiginosa,
dejando mi pie en el acelerador incluso en las curvas más pronunciadas.
Fingir que es un videojuego ayuda… siempre fui buena en eso
cuando era niña.
Un minuto más en el camino.
Dos.
Tres.
Puedo hacerlo.
Puedo lograrlo.
A lo lejos, veo luces y mi pulso salta de nuevo.
Es la gasolinera. Tiene que serlo.
Mi plan es simple: derrapar hasta detenerme frente a cualquier
tienda que esté allí, saltar y correr, gritando a todo pulmón que me den
un teléfono. Con suerte, la gente de Kent estará demasiado preocupada
por las autoridades como para atraparme en público, pero incluso si ese
no es el caso, alguien —un empleado de la estación de servicio, otros
conductores—, verán lo que está sucediendo y llamarán a la policía.
No es un gran plan, pero es todo lo que tengo.
La estación de servicio se acerca cada segundo. Para mi alivio, a
pesar de la hora temprana y la sensación salvaje de la zona, veo una
tienda bien iluminada con algunas personas adentro y algunos autos en
el estacionamiento.
Espero que Kent no quiera causar problemas tan cerca de su casa
y, por supuesto, las camionetas detrás de mí reducen su velocidad, lo
que me permite avanzar cuando nos acercamos a la estación de servicio.
El triunfo inunda mis venas mientras quito el pie del acelerador,
preparándome para ejecutar mi maniobra de parar y correr.
Estoy ahí.
Incluso si me atrapan antes de que llegue a un teléfono, mi captura
no pasará desapercibida.
Estoy a menos de sesenta metros de la estación de servicio cuando
ocurre.
Un perro se lanza a la carretera frente a mí.
Reacciono instintivamente, desviándome al pisar los frenos, y
cuando mi auto gira en la barandilla, tengo un último pensamiento
ilógico.
Espero que Peter y sus hombres regresen ilesos de su trabajo.
Traducido por Jadasa
Corregido por Val_17

—Ahora —digo bruscamente en el auricular, y Yan dispara el


lanzacohetes mientras los guardaespaldas de Arslan llevan a su jefe a su
auto.
¡Bum!
Por un momento no hay nada más que el destello cegador del misil
explotando y el zumbido en mis oídos, pero luego lo veo.
Los guardaespaldas que sobrevivieron se dispersan como si fueran
cucarachas, y más salen corriendo de la caseta de vigilancia para
enfrentar la amenaza.
—Hazlo —le digo a Anton, y comienza a dispararles uno por uno,
disparando su rifle de francotirador semiautomático con eficiencia
mortal. Me uno a él, y en poco tiempo, una docena de cuerpos se esparcen
por el suelo, con las cabezas abiertas por nuestras balas.
—Dos en punto —grita Yan en el auricular, y veo movimiento en el
suelo. Un guardia está agachado, usando el auto en llamas para cubrirse.
Su brazo rodea la espalda de un hombre, protegiéndolo.
La furia me atraviesa cuando reconozco al hombre.
Deniz Arslan.
Nuestro objetivo sigue vivo.
Está ensangrentado y cubierto de mugre, pero está caminando, lo
cual significa que sus guardaespaldas son incluso mejores de lo que
pensábamos.
—Es Arslan —gruño en el auricular, cambiando mi posición para
inclinar mi alcance alrededor de la obstrucción del auto en llamas.
Tengo que atrapar a este hijo de puta.
Tiene que morir hoy.
A lo lejos, las sirenas aúllan y más guardaespaldas corren al patio
de Arslan. Tenemos minutos, si no segundos, para completar nuestra
tarea.
Apagando el ruido y los latidos de mi corazón en mis sienes, me
concentro y presiono el gatillo.
El protector de Arslan cae, su cerebro explota por todo el político
cuando ejecuto un segundo disparo.
—¡Joder!
Gracias al entrenamiento o pura suerte, mi objetivo cae y rueda,
en el momento exacto.
Maldiciendo por lo bajo, disparo de nuevo, y escucho el rugido
intermitente del arma de Anton junto a la mía.
Con sombría satisfacción, observo cuando dos de nuestras balas
atraviesan el cráneo de Arslan, haciendo explotar su cerebro.
Se acabó.
El político corrupto está muerto.
—Ya vienen —grita Yan, y me pongo de pie, oyendo un helicóptero
en la distancia.
Como esperábamos, tendremos una persecución.
A Anton y a mí nos lleva unos segundos bajar del techo del vecino
y encontrarnos con Yan en la calle. Hay unas pocas cuadras de distancia
hasta la cerca de la comunidad, y corremos tan rápido como podemos a
medida que el aullido de las sirenas se hace más fuerte. El helicóptero
también se acerca rápidamente.
—¿Ilya? Dime que estás allí —ordeno, sin aliento mientras corro
por la calle.
—Listo y esperando —informa—. Chicos, será mejor que se apuren.
Está a punto de convertirse en un manicomio por aquí.
Apretando los dientes, me apresuro, Yan y Anton hacen lo mismo
cuando un vehículo sale a la calle una cuadra detrás de nosotros.
Los guardaespaldas que quedan nos están alcanzando.
La cerca de tres metros se alza, con los guardias de la comunidad
saliendo a la carretera, armados hasta los dientes.
—Ahora —le grito a Yan, y él saca una granada, arrancando el
alfiler con los dientes sin disminuir la velocidad.
Los guardias se dispersan cuando Yan arroja la granada, y con
Anton sacamos nuestras armas, disparando indiscriminadamente.
No necesitamos matarlos a todos, solo sacarlos de nuestro camino.
Ahora estamos en la cerca, así que salto, agarrándome de la rama
de un árbol para elevarme. Esta es la razón por la que entrenamos tan
duro, por qué tenemos que ser más fuertes que la mayoría de los atletas.
Mis músculos gritan cuando cuelgo de una mano, bajando el otro brazo
para ayudar a Anton, y cuando Anton escala sobre la cerca, me levanta
antes de alcanzar a Yan mientras yo los cubro.
Otra granada de Yan explota en un chispazo ensordecedor,
ahuyentando a los guardias cuando saltamos de la cerca, y luego nos
vamos otra vez, corriendo a toda velocidad.
Necesitamos llegar a nuestro punto de encuentro.
Esa es la única forma en que lo lograremos.
El rugido del helicóptero se intensifica sobre nosotros, las sirenas
de la policía se escuchan cada vez más fuerte.
—Ahora, Ilya —grito en los auriculares, y su auto chilla alrededor
de la curva, disminuyendo la velocidad lo suficiente para que podamos
subir de un salto.
Nos alejamos de la comunidad de Arslan, tomamos las carreteras
secundarias hacia un túnel, y cuando los sonidos de la persecución se
desvanecen, cambiamos de vehículo y conducimos directamente a
nuestro avión.
Lo logramos.
Nuestro objetivo está muerto y nadie resultó herido.
Eufórico, llamo a Lucas tan pronto como nuestro avión despega del
suelo.
—Se acabó —digo cuando contesta la llamada—. Ya estamos
volviendo, así que puedes decirle a Sara que se prepare. Vamos a
recogerla antes de hacer un pequeño desvío a Nueva Zelanda.
Por un momento, solo queda silencio. Entonces Lucas habla—:
Peter… —Su tono es serio—. Respecto a Sara… me temo que sufrió un
accidente.
Traducido por Miry
Corregido por Jadasa

Mi corazón se convierte en un bloque de hielo, mis pulmones se


calcifican con las palabras de Lucas. Sara, en un accidente, es imposible,
impensable.
Es mi peor pesadilla hecha realidad.
Lucas habla, diciéndome algo sobre un automóvil y un perro, pero
no lo proceso. Hay un rugido sordo en mis oídos, y todo lo que puedo
pensar es en otra ocasión en la que alguien me dio noticias por teléfono
en ese tono.
El hedor de la muerte, las largas pestañas de Tamila chamuscadas
y pegadas con sangre, la manito de Pasha curvada alrededor de un auto
de juguete... Mi visión se oscurece, toda la conciencia se desvanece en
tanto la angustia me desgarra, diezmando todo lo que hay dentro.
Sorteando una pila de cuerpos, escuchando el zumbido de las
moscas, sabiendo que no estuve ahí para salvarlos...
No puedo respirar, no puedo sentir nada más que un horror
desgarrador.
Un accidente de auto. Sara. Su cuerpo aplastado entre montones de
metal.
La agonía es demasiado intensa como para soportarla. No puedo
imaginarla muerta, no puedo imaginar su chispa vital extinguida.
Algo rojo y caliente gotea por mi antebrazo. Débilmente, comprendo
que mis dedos se aferran al teléfono con tanta fuerza que me he
arrancado una uña. Sin embargo, no siento el dolor. Nada, excepto el
hueco de la agonía que se extiende por mi pecho.
No puedo perder a Sara.
No sobreviviré.
—… por lo que podría tener una conmoción cerebral, pero los
médicos no piensan que…
—¿Una conmoción cerebral? —Me aferro a la única palabra que no
tiene sentido. Mis pensamientos son desarticulados y lentos, paralizados
por la conmoción y el dolor creciente—. ¿De qué hablas?
—Los médicos no creen que sea demasiado grave —dice Lucas, su
voz adquiere un tono exasperado—. ¿No has escuchado? Es una herida
desagradable en su frente, pero se asegurarán de que no deje cicatriz. Y
obviamente, cubriré todas las facturas, es lo menos que puedo hacer bajo
las circunstancias.
—¿Una cicatriz? —Durante un momento no logro comprenderlo, la
desesperación me encierra en una capa demasiado gruesa, demasiado
absoluta, pero luego mi sinapsis comienza a dispararse. Aspirando una
respiración largamente esperada, sollozo—: ¿Ella está... viva?
—¿Qué? —Lucas suena confundido—. Sí, por supuesto. Te lo dije,
tiene un hombro dislocado y una posible conmoción cerebral. ¿Tienes
mala recepción ahí o algo así? Sí, Sara obviamente está viva. Su auto se
estrelló contra la barandilla, se abrió la cabeza y se lastimó el hombro.
La llevamos a la clínica en Suiza, la que a Esguerra le gusta usar, ¿lo
recuerdas? Peter, ¿estás escuchando?
Lo estoy, pero no puedo decírselo. Los músculos de mi garganta se
han bloqueado espasmódicamente, y también todo mi cuerpo. El alivio es
tan intenso que me desgarra como la metralla de una mina, tan doloroso
a su manera como la angustia que me asfixió antes. No recuerdo haber
llorado cuando perdí a mi hijo, pero ahora siento esa agonizante
humedad en mi rostro, las lágrimas dejando rastros abrasadores en lo
que queda de mi corazón.
No perdí a Sara.
Está viva.
Herida en mi ausencia, pero viva.
—¿Peter? ¿Puedes oírme? —Aumenta el volumen de la voz de
Lucas—. Joder, hombre, ¿puedes oírme?
—Estoy en camino —digo con voz ronca, y colgando, le ordeno a
Anton que cambie de rumbo a Suiza.
Traducido por Umiangel
Corregido por Gesi

Entro y salgo de la oscuridad flotante, mis sentidos alternan entre


la conciencia atontada y el vacío total. Cuando estoy lo suficientemente
coherente como para pensar, soy consciente del dolor, pero también
puedo aferrarme a otros estímulos... como las voces.
—¿Cómo pudiste hacer esto? ¿No te das cuenta de lo que va a hacer
cuando regrese? Se suponía que debíamos mantenerla a salvo. —Es una
voz masculina, áspera y repugnante. Conozco al hombre dueño de la
misma, pero el dolor punzante en mis sienes se vuelve insoportable cada
vez que trato de pensar en el nombre.
—Fueron tus guardias los que la persiguieron. Podrías haberla
dejado ir —objeta una voz femenina. Suena molesta. Sé que su nombre
es algo extraño y exótico, pero estoy demasiado confusa para recordar de
quién se trata—. Abusaba de ella, Lucas…
Sí, Lucas, así se llama, recuerdo con alivio. Lucas Kent, el traficante
de armas que vive en Chipre.
—¿Abusaba de ella? Besa el puto suelo por el que camina. ¿No viste
la forma en que la mira? —Kent suena como si estuviera a punto de matar
a alguien—. Y te lo dije, llamaba todos los días para saber cómo estaba,
queriendo saber si comía, si dormía... si se encontraba contenta. ¿Ese te
parece un hombre que está torturando a una mujer? Y ella preguntó por
él. ¿Se preocuparía una mujer que odia a su secuestrador por su
seguridad?
—No, pero…
—¡Pero nada! Incluso si la somete todas las noches, no es asunto
nuestro. Le hacía un favor, y ahora tendremos suerte si no terminamos
en su lista.
—Lucas, por favor. —La mujer con nombre exótico, la esposa de
Kent, la bella rubia, ahora recuerdo, suena aún más molesta—. Fue un
jodido accidente, nada más. Lo entenderá. Déjame hablar con él para
explicarle lo que pasó...
—No. —Su voz es sombríamente tajante—. No quiero que sepa que
estuviste involucrada de alguna manera. Volarás de regreso a casa antes
de que llegue. Y le pediré prestado a Esguerra unas docenas de guardias
hasta que podamos contratar más.
—Pero, ¿qué hay de ti? —pregunta, su tono preocupado intensifica
el dolor nauseabundo en mi cabeza. Haciendo una mueca, trato de
cambiar a una posición más cómoda y tengo que contener un grito
cuando la agonía explota en mi hombro izquierdo.
—Me quedaré aquí hasta que aterrice —dice, mientras respiro
hondo para controlar el ardor del dolor. Quiero abrir los ojos, pero algo
me lo impide, y no me atrevo a volver a mover los brazos para descubrir
qué es.
—¿Qué pasa si trata de matarte? —argumenta la esposa—. Si
tienes razón y no escucha…
—Me quedaré con una docena de guardias, y además tendrá que
preocuparse por ella. —Puedo sentir su atención en mí, y luego dice—:
Creo que acabo de ver un movimiento. Los analgésicos ya habrán dejado
de hacer efecto. Trae a las enfermeras, rápido.
Escucho pasos rápidos y un minuto después estoy flotando en la
nada borrosa nuevamente.
La próxima vez que resurjo, tengo una mano suave y femenina
acariciándome el cabello. Se siente bien, especialmente porque mi cabeza
se siente como un globo lleno de concreto.
—Lo siento mucho, Sara —murmura, y esta vez su nombre viene a
mí. Yulia, ese es el nombre de la esposa de Kent—. Tengo que irme, pero
quiero que sepas cuánto lo siento. Pensé que tendrías más tiempo para
escaparte, pero Lucas sospechó que podría tratar de ayudarte y colocó
algunas alarmas perimetrales adicionales. Lo siento mucho. Nunca quise
que esto sucediera. Espero que me creas.
Abro la boca para agradecerle, pero acabo tosiendo dolorosamente.
Mi garganta está completamente seca y el pesado globo que es mi cabeza
palpita de agonía. También parece haber algo en mi rostro que me impide
abrir los ojos. ¿Un vendaje grueso en mi frente, tal vez?
—Aquí. Debes tener sed. —Una pajita me toca los labios y me aferro
a ella, chupando con avidez el líquido tibio.
—¿Qué sucedió? ¿Dónde estoy? —Dejo salir un graznido cuando
he vaciado el vaso. Mi voz es débil y ronca, pero al menos puedo volver a
hablar.
—Estás en una clínica privada en Suiza —explica suavemente—.
Tuviste un accidente automovilístico. ¿Recuerdas?
Asiento e inmediatamente me arrepiento. —Sí —jadeo cuando pasa
la agonizante ola de dolor—. Había un perro y…
—Sí, es cierto. —Suena aliviada. ¿Es porque tengo una lesión en la
cabeza? Me pregunto qué tan malo es, y luego me tenso, mis pulmones
se encogen cuando recuerdo algo mucho más importante.
Frenéticamente pregunto—: ¿Dónde está Peter? ¿Él está…?
—Me temo que sí —responde, y mi corazón se desmorona ante la
pena genuina en su voz—. Lo siento —continúa en el mismo tono—. Está
regresando. No hubo nada que pudiera hacer.
Mis pulmones se expanden con un tembloroso aliento. —Quieres
decir que... ¿está bien? —Mi voz es tensa, mis extremidades hormiguean
con un violento pico de adrenalina—. ¿No resultó herido?
Hay un momento de silencio. Entonces dice lentamente—: No, no
lo hizo. Sara... ¿acabas de preguntarme esto porque tienes miedo de que
no se haya lastimado, o de que sí lo haya hecho? —Ante mi confusa falta
de respuesta, aclara—: ¿Sientes algo por este hombre?
Humedezco mis labios agrietados, consciente de una incómoda
sensación de culpa. No quise mentirle o aprovecharme de su amabilidad,
pero eso es esencialmente lo que hice cuando enfaticé los aspectos
negativos de mi compleja relación con Peter.
No solamente no pude escapar, sino que la metí en un mundo de
problemas. Sin embargo, la peor parte es que estoy secretamente aliviada
de haber fallado, contenta de no haber podido escapar de Peter y del
futuro que tanto quiero y temo.
—Es... complicado —digo por fin, haciéndome eco de sus palabras
de ese día.
Inhala bruscamente y se pone de pie. —Ya veo.
—Yulia, espera —digo cuando escucho sus pasos, pero es
demasiado tarde.
Se ha ido, y en poco tiempo las drogas me reclaman nuevamente.
Traducido por Joselin
Corregido por Gesi

Un hombro dislocado y una herida en la frente.


Lógicamente sé que ninguna de esas lesiones causan un riesgo de
vida, pero cuando la miro en la cama del hospital, con su rostro pálido
magullado por todas partes y medio cubierto por una venda, el miedo y
la ira se agitan en mi pecho, desafiando todos los intentos de lógica.
El vuelo de cuatro horas a Suiza fue uno de los más largos de mi
vida. Cuando cambiamos de rumbo, volví a llamar a Lucas, exigiendo
más detalles y explicaciones, y aunque me aseguró repetidamente que la
condición de Sara era estable y que estaba siendo tratada por los mejores
médicos de Europa, no le creí completamente hasta que la vi.
El destino nunca ha sido amable conmigo antes.
Sentándome en el borde de su cama, cuidadosamente agarro su
mano entre las mías, sintiendo el frágil calor de su piel y la delicadeza de
sus delgados huesos. Me tiemblan las manos, mis emociones son
demasiado extremas para controlarlas.
Un perro.
Casi muere a causa de un puto perro.
Mi corazón se rompe a la mitad otra vez, el dolor es tan intenso
como cuando pensaba que estaba muerta. Si la barandilla no hubiera
sido tan fuerte, si el auto no tuviera bolsas de aire, si el fragmento de
vidrio que le cortó la frente se hubiera clavado en su ojo... me estremezco,
imaginándome todas las formas crueles en que podría haber muerto y las
lesiones debilitantes que podría haber sufrido.
Y todo es por mi culpa.
No puedo esconderme de esa brutal realidad, no puedo alejar la
culpa sofocante.
No me encontraba allí y Sara huyó.
Robó un automóvil y corrió hacia la libertad, tan desesperada por
alejarse de mí que no le importó si vivía o moría.
La furia que hierve en mi pecho es solo parcialmente dirigida a
Lucas. Pagará por su negligencia, por supuesto, pero no puedo fingir que
tiene la mayor parte de la culpa.
Eso me pertenece únicamente a mí.
Fue mi egoísta necesidad de tenerla, encerrarla y poseerla, lo que
la llevó a correr ese riesgo. Casi mato a la mujer que amo, y no sé cómo
expiar eso.
No sé si, incluso ahora, puedo dejarla ir.
Sus labios hinchados se separan en una exhalación suave y me
hundo de rodillas en el suelo, acunando el dorso de su mano contra mi
mejilla áspera mientras cierro los ojos. Su piel es tan suave, sus dedos
tan pequeños en comparación a los míos. Se me aprieta el pecho de forma
agonizante. Siento que me estoy sofocando, ahogándome en el anhelo y
la desesperación. ¿Por qué no puede simplemente amarme? ¿Por qué no
puede aceptar que estamos destinados a estar juntos? Hubo momentos
en que creí que podría aceptarlo, cuando estaba seguro de que se estaba
acercando.
Y tal vez era así. Tal vez todavía podría. El monstruo dentro de mí
gruñe, exigiendo que la retenga, que la mantenga sin importar lo que
haga falta... sin importar lo que finalmente le haga. Con el tiempo, se
dará cuenta, comprenderá que estamos destinados a ser.
Que si me da una oportunidad, la haré feliz... a ella y al niño que
tanto anhelo.
Un leve gemido me saca de mis pensamientos y abro los ojos para
encontrar sus labios moviéndose.
—¿P-Peter? —susurra, y una supernova explota en mi pecho. Solo
esa palabra y mi mundo es mil grados más cálido, un millón de vatios
más brillante. Todo el dolor y la pena se extinguen, la oscuridad se ha ido
en vez de succionarme el alma.
—Sí, ptichka —respondo con voz ronca, presionando su mano
contra mis labios—. Estoy aquí.
Sus delgados dedos se contraen cuando los beso uno por uno.
—¿Te encuentras...? ¿Todo salió bien? —Suena atontada por los
analgésicos—. ¿Alguien resultó herido?
Una punzada de agonía me apuñala el pecho. —No, mi amor. Solo
tú.
—Eso es bueno. —Sus labios se curvan en una pequeña sonrisa de
felicidad—. Me alegro.
Respiro hondo, la culpa y la angustia me abruman de nuevo. De
alguna manera, sería más fácil si me odiara, si todo lo que sentiría por
mí fuera odio y miedo. Entonces podría alejarme, tratar de reducir mi
obsesión para poder dejarla vivir su vida mientras vuelvo a la mía, frío y
vacío. Pero no me odia; es más complejo que eso.
Me necesita. Me lo ha admitido.
—¿Por qué huiste? —le pregunto irregularmente, mirando las
contusiones en su mandíbula—. ¿Es por lo que dije sobre los condones?
¿Temes tanto tener un hijo conmigo?
Tengo que entender lo que la llevó a hacer esto.
Tengo que saber si hay alguna esperanza para nosotros.
Sus dedos se enroscan en mi agarre. —Yo... sí. Quiero decir, no. No
lo sé. No es lo que quiero, pero tal vez... —Se calla, todavía drogada con
analgésicos.
—¿Pero tal vez? —indago, mi corazón latiendo dolorosamente en mi
pecho.
—Pero tal vez en una vida diferente, sí. —Su voz se desvanece,
convirtiéndose en un susurro—. En un mundo diferente, en el que habría
nacido tuya, sería diferente. Donde no serías un asesino fugitivo... no me
habrías secuestrado después de matar a George. Serías mi esposo y sería
tu amada esposa, y podríamos tener un perro detrás de una cerca...
llevaríamos a nuestros hijos al parque y celebraríamos los cumpleaños
de mis padres... habría amigos, barbacoas y música... y me amarías, de
verdad me amarías... me amarías tanto que no me robarías la vida.
Cierro los ojos con fuerza, sus palabras se retuercen en mi interior
como la espada de un asesino. Su admisión drogada no debería doler,
debería alegrarme que quiera todo eso conmigo. Pero en todo lo que puedo
pensar es en que nunca la tendré realmente, nunca le daré la vida que
quiere. Incluso si logro convertirnos en una familia, incluso si me toma
cariño a lo largo de los años, el pasado siempre estará entre nosotros
como un abismo, el estilo de vida de un fugitivo para siempre será una
fuente de conflictos y estrés. No habrá barbacoas ni cercas en nuestro
futuro, ni perros ni niños jugando en el patio.
Amará a nuestro hijo, pero no la hará feliz.
Podría darle todo lo que tengo, y no será suficiente.
Un monitor emite un pitido suave cuando su respiración se nivela,
y abro los ojos para encontrarla nuevamente dormida, los analgésicos la
ayudan a descansar y sanar.
Se me escapa un aliento superficial, un peso imposible comprime
mis pulmones doloridos.
Debería levantarme, darles una actualización a mis hombres y
enviarlos tras Henderson, pero no puedo moverme.
No puedo hacer nada más que arrodillarme al lado de la cama de
Sara, sosteniendo su mano mientras la oscuridad se apodera de mí.
Traducido por Gesi
Corregido por Val_17

Cuando me vuelvo a despertar, esta vez sin el grueso vendaje sobre


mis ojos, Peter está allí, sentado en una silla junto a mi cama con una
computadora en el regazo. Se ve exhausto, más cansado de lo que alguna
vez lo he visto. Sombras oscuras le rodean los ojos inyectados en sangre
y sus mejillas cubiertas de rastrojos son huecas, como si hubiera perdido
algo de peso. Trabaja en la computadora, pero su mirada se dirige a la
mía como un metal a un imán en el momento en que me muevo.
—Estás despierta. —Su voz es ronca mientras deja la computadora
a un lado y se pone de pie—. ¿Cómo te sientes, ptichka? ¿Necesitas algo?
Toma, bebe un poco de agua. —Recoge un vaso con un sorbete de la mesa
de al lado de mi cama y se inclina sobre mí, ayudándome a colocarme en
una posición medio sentada mientras presiona el sorbete contra mis
labios.
Aún estoy un poco mareada por las drogas, por lo que succiono con
gratitud la mayor parte del agua. —¿Cuánto tiempo dormí? —grazno
cuando me quita el vaso.
Incluso después de beber, mi garganta se siente como si hubiera
sido raspada con papel de lija, mi boca está tan seca que se me pega la
lengua en las mejillas.
—Tres días —responde, sentándose en el borde la cama—. Los
médicos pensaron que aceleraría tu curación.
Paso la lengua sobre mis labios agrietados, sintiendo la dolorosa
hinchazón a un lado. Ahora que estoy más despierta, me doy cuenta de
que todavía tengo un vendaje en la frente, puedo sentirlo presionando
mis cejas, y mi hombro izquierdo está rígido y adolorido. —¿Qué tan malo
es? —pregunto, haciendo una mueca cuando intento moverme.
Su mandíbula se flexiona. —Un fragmento de vidrio te hizo un corte
profundo en la frente y te dislocaste el hombro izquierdo. Por fortuna,
tenías el cinturón de seguridad puesto y la bolsa de aire absorbió la
mayor parte del impacto. Aun así, tienes moretones por todas partes,
incluso sobre la mayor parte de tu rostro. —Su voz se endurece mientras
habla y se le tensa la cara por el dolor.
Parpadeando contra el repentino aguijón de las lágrimas, levanto
mi mano derecha cuidadosamente y toco el vendaje sobre mi frente. Tal
vez debería preocuparme por cómo me veré con una fea cicatriz, pero en
todo lo que puedo concentrarme es en la angustia en la mirada plateada
de Peter.
Le hice daño, a este letal e indomable hombre.
Le hice daño cuando ya ha sido tan gravemente herido, cuando el
sufrimiento es todo lo que conoce.
—No te quedará una cicatriz —comenta roncamente, siguiendo el
movimiento de mi mano—. Aquí tienen a los mejores cirujanos plásticos
y ellos lo arreglarán. Te lo prometo, mi amor, voy a arreglarlo.
Lo miro fijo, me arden los ojos con una avalancha de emociones.
Tal vez son las secuelas de los analgésicos, pero no puedo soportar el
dolor en su mirada, no puedo tolerar el conocimiento de que lo he herido.
Porque sin importar lo que quiera decirme a mí misma, estoy ferozmente
agradecida de verlo, tan aliviada de que no haya muerto que quiero
ponerme de rodillas y llorar.
Si en este momento tuviera que elegir entre él y mi libertad,
renunciaría a todo para tenerlo en mi vida.
Hay un golpe en la puerta y dos enfermeras entran en la habitación;
inhalo con dificultad cuando Peter se pone de pie.
—¡Espera! —Ignorando una ola de dolor vertiginoso, me siento y le
agarro la muñeca tatuada—. Quédate conmigo… por favor, Peter,
quédate.
Inmediatamente se sienta y cubre mi mano con su palma grande.
—Por supuesto. —Su voz es profunda y suave, tan cálida como la oscura
llama en su mirada—. Cualquier cosa que desees, mi amor.
Se queda conmigo mientras me cambian el vendaje de la cabeza, y
cuando intentan espantarlo alegando que necesito descansar, le ruego
que se quede y me abrace. Sé que no tiene sentido, pero ya he dejado de
intentar dárselo. No puedo renunciar a intentar escapar, por lo menos se
lo debo a mi futuro hijo y a mis padres, pero ahora mismo lo necesito
junto a mí.
Quiero arrastrarme a sus brazos y no irme nunca.
Se queda conmigo el resto del día y toda la noche, haciéndome
cucharita suavemente mientras duermo, y cuando me despierto a la
mañana siguiente, ahuyento a las enfermeras y él me ayuda a bañarme
antes de acomodarme en su regazo y ver televisión.
Me aferro a él de esa forma durante los próximos dos días, incapaz
de soltarlo, y me lo permite, aunque debe pensar que es extraño. Quedan
muchas cosas sin decir entre nosotros, tantas cosas sin resolver, pero
todo lo que me importa en este momento es que lo tengo.
Es mío para amarlo y odiarlo, sin importar qué.
Para mi molestia, sano lentamente, la herida en mi frente requiere
otra cirugía para reducir la cicatriz y me duele el hombro con cada
movimiento. Sin embargo, después de otra semana en la clínica me niego
a permanecer todo el día en mi habitación y Peter casi asesina al médico
que me permite levantarme y caminar por el pasillo sin supervisión.
O al menos sin supervisión de él.
No soy la única que se comporta irracionalmente después del
accidente. Por lo que las enfermeras me han dicho, Peter no me quitado
la vista por más de unos minutos desde que llegué. Incluso intenta
acompañarme al baño con la excusa de que los analgésicos me marean.
Cuando me niego categóricamente, insiste en que al menos una de las
enfermeras esté presente para que pueda ser inmediatamente informado
si algo sale mal. Tiene que saber que este nivel de preocupación no es del
todo sano, pero al igual que yo no parece poder evitarlo.
—Tengo que saber que estás a salvo. Tengo que verte, tocarte todo
el tiempo —explica sombríamente cuando le aseguro que me siento mejor
y que está bien que me deje durante una hora para tener una reunión de
negocios con sus hombres.
—Estás enloqueciendo —le dijo Anton ayer cuando pospuso una
llamada importante con un potencial cliente para poder estar presente
en mi cambio de vendaje—. Sara tiene ocho enfermeras cuidándola, y al
menos cuatro médicos. ¿Realmente crees que te necesita aquí?
En realidad sí, pero me mantuve callada sin querer agregar más a
nuestra locura mutua. Estoy bastante segura de que no ha estado
descuidando sus responsabilidades con el equipo, ya que cada vez que
me despierto lo encuentro con su computadora o discutiendo sobre
negocios con sus hombres, pero las enfermeras me han dicho que todas
las reuniones de los rusos han sido en la habitación contigua a la mía
mientras duermo, con Peter comprobándome cada diez minutos.
—Tu esposo es tan devoto a ti —dice una joven enfermera alemana
cuando Peter la deja para que me cuide mientras se baña—. Ojalá mi
prometido estuviera tan loco por mí.
Estoy tentada a corregirla, a decirle que es mi secuestrador, no mi
esposo, pero no puedo reventar su burbuja. De todos modos, no haría
ningún bien. A los médicos y el personal de enfermería se les debe pagar
excepcionalmente bien por su discreción, porque nadie con quien haya
hablado hasta el momento ha estado dispuesto a llamar a las autoridades
en mi nombre. No es que haya tratado de convencerlos tanto. No solo soy
patológicamente incapaz de estar separada de mi captor, sino que
también me siento terrible de haber metido a Yulia en problemas.
Espero con desesperación que Peter no la agregue a ella ni a Lucas
en su lista.
Considero hablar con él al respecto, explicarle que no tienen la
culpa de mi accidente, pero cada vez que sus hombres mencionan Chipre
o a los Kent, su mirada se vuelve tan dura y peligrosa que no me atrevo
a presionar el asunto. Por el momento parece estar enfocado únicamente
en mi salud, y quiero mantenerlo de esa forma el mayor tiempo posible.
No puedo permitir que mi caballero oscuro se alborote nuevamente,
no cuando todo es mi culpa.
En general, no hemos hablado sobre mi intento de escape o los
eventos que le siguieron. Ninguno puede soportar mencionarlo. No sé si
aún tiene la intención de dejarme embarazada o si siquiera él mismo lo
sabe. De cualquier forma, no me ha tocado, al menos de ninguna manera
sexual.
Al principio lo agradecí, definitivamente no estaba en condiciones
de tener relaciones sexuales esos primeros días, pero ahora que me siento
mejor comienzo a preguntármelo. Mi captor aún me desea, puedo sentir
su erección cuando me recuesto en su abrazo. Pero no hace nada al
respecto, ni siquiera me besa en los labios. Se abstiene, incluso después
de aclararlo expresamente con los médicos, y sé que es porque se culpa
por el accidente. Puede que no hayamos hablado sobre lo que pasó, pero
está entre nosotros, mis heridas son un recordatorio constante de lo que
pasó esa noche. Veo el tormento en sus ojos cuando mira mis moretones
desvaneciéndose, la misma angustiosa culpa que me consumió después
del accidente de George.
Lo que sucedió podría habernos acercado, pero está destrozando a
Peter por dentro.
Traducido por Miry
Corregido por Gesi

Cuando cumplimos diez días en la clínica, Sara insiste en caminar


sola por los alrededores y se lo permito, aunque Yan piratea las cámaras
del pasillo para que pueda verla en mi computadora portátil cuando lo
hace.
Me encuentro tan consumido por ella que lo desplaza todo, incluso
mi necesidad de venganza. Conseguí enviar a mi equipo a Nueva Zelanda
unas horas después de llegar a la clínica, pero previsiblemente, para
cuando llegaron ahí, Henderson había descubierto el error de su esposa
y desapareció nuevamente. Normalmente eso me habría enfurecido, pero
no podía acumular suficiente energía para hacerlo. Todavía no puedo.
Incluso Lucas, que voló prudentemente a casa tan pronto como llegué a
la clínica, no se encuentra actualmente en mi radar por su negligencia.
Aún tengo la intención de hacerle pagar, pero por ahora lo único que
importa es que está viva y sanando bien.
Ahora la vigilo todo el tiempo, día y noche. Llegando al punto en
que apenas como o duermo. No sé qué hacer, cómo apagar este miedo
obsesivo por su seguridad. Cada vez que cierro los ojos sueño con Lucas
diciéndome que se encuentra herida, solo para llegar al hospital y
descubrir que mintió y se está muriendo.
Es mi nueva pesadilla, y no puedo hacer que se detenga, más de lo
que puedo obligarme a dejarla ir a casa.
Eso es lo que debería hacer, lo sé. Mantenerla conmigo la destruirá.
Ahora lo veo tan claramente como los puntos de sutura en su frente.
Aunque hubo momentos en que parecía contenta en Japón, se hallaba
desgarrada y sangrando por dentro. La separación de su familia y la
pérdida de su carrera son heridas que tal vez nunca sanen por completo.
Ahora, aquí en la clínica, trata de ayudar a los médicos con los otros
pacientes, cuando no les pide que llamen al FBI, claro.
Mi pajarito no se ha dado por vencida en volar, y temo que nunca
lo hará.
Las llamadas telefónicas con sus padres no ayudan en nada. Le
permití hablar con ellos todos los días esta semana, pero eso parece
empeorar las cosas. A estas alturas se ha ido por cinco meses, y a pesar
de sus garantías de lo contrario, su familia se encuentra convencida de
que permanece detenida en contra de su voluntad.
—¿Por qué no vienes a casa? —pregunta su madre con frustración
mientras escucho una de esas conversaciones—. Si sólo estás viajando
con ese hombre, no deberías tener problemas para volver a casa para una
visita. Sabes que ya te reemplazaron en el hospital, ¿no? Tu papá y yo
suplicamos y suplicamos que esperaran, pero estaban abrumados. Y tu
amiga Marsha ha llamado todas las semanas para preguntar por ti. ¿Por
qué no la has llamado ni a nadie más del hospital? Todos se encuentran
preocupados por ti, cariño, y también nosotros. Y el corazón de tu papá...
—Se detiene, pero no antes de que Sara se ponga enfermamente pálida
debajo de sus moretones.
—¿Qué pasa con el corazón de papá? —Su voz adquiere una nota
de pánico—. Por favor, mamá, ¿qué le pasa al corazón de papá?
—Bueno, no se hace más joven, y yo tampoco —responde Lorna
Weisman, y escucho a Sara exhalar aliviada cuando se da cuenta de que
su madre no se refiere a nada específico. Mis piratas informáticos han
estado vigilando sus registros médicos, y le habría comunicado si se
hubieran presentado nuevos desarrollos. Aun así me doy cuenta que esto
la asustó. Es uno de sus mayores temores: que algo le pueda pasar a sus
padres durante su ausencia... que no pueda ayudar a las personas que
más ama porque es mi prisionera por el mundo.
—Por favor, mamá, ni siquiera hables de esas cosas —dice,
forzando una falsa alegría en su tono—. Estoy bien e intentaré volver a
casa pronto.
—¿Cuándo? —exige—. Danos una fecha.
Mira en mi dirección. —No puedo. Aún no.
—¿Por qué no? ¿Es porque no te lo permite?
—No, mamá. Ya te expliqué. Todo el asunto con el FBI es un gran
malentendido, pero hasta que se arregle, Peter no puede ir...
—Tonterías. —Ese es su padre interviniendo, debió haber estado
escuchando en el altavoz todo el tiempo—. Él no puede, pero tú puedes
sin dudas, y deberías. Si no te tiene cautiva, entonces ven a casa. Aléjate
de ese criminal. ¿Sabes que creen que ha matado gente? No nos dicen
nada, por supuesto, pero los escuchamos hablar y...
—Papá, me tengo que ir. Lo siento. Hablaremos más tarde en la
semana, ¿de acuerdo? ¡Los amo!
Cuelga antes de que su padre pueda decir otra palabra, y aunque
su rostro permanece cuidadosamente en blanco, me doy cuenta que está
al borde de las lágrimas. En silencio, camino hacia su cama y, teniendo
cuidado de no tocar su hombro dolorido, la jalo a mi regazo.
Luego la sostengo mientras llora, mi desesperación crece a medida
que comprendo que algo tendrá que cambiar.
No puedo dejarla ir, pero tampoco puedo retenerla.
Lo que empeora mi dilema es que algo cambió desde el accidente.
Lo siento y aplasta mis impulsos más nobles cada vez que surgen. Lo que
siempre he querido, que comparta mis sentimientos, parece estar por fin
a mi alcance. La forma en que se aferra a mí, la forma en que me mira en
estos días, todo agrega combustible a mi necesidad compulsiva de tenerla
cerca, abrazarla y nunca liberarla.
Quiero mantenerla en una jaula dorada para siempre, para
asegurarme de que siempre esté a salvo.
Quiero protegerla de todo, incluidas mis propias necesidades
retorcidas.
—Los doctores dijeron que está bien, sabes —murmura esa noche,
estirándose por debajo de la manta para envolver su delgada mano
alrededor de mi dolorida polla—. Permíteme…
—No. —Haciendo una mueca de agonía, cuidadosamente alejo su
mano, a pesar de que cada célula de mi cuerpo llora por la pérdida de su
toque voluntario—. Esta noche no, ptichka. Aún no estás bien.
Los médicos pueden haber permitido algunas actividades sexuales
de bajo impacto, pero me conozco y la intensidad de mi deseo por Sara
me aterroriza. Mi necesidad por ella es demasiado violenta, demasiado
descontrolada. No puedo arriesgarme a tocarla hasta que esté curada por
completo, así que me obligo a esperar hasta que esté mejor.
Hasta que pueda superar mi insoportable indecisión y decidir qué
hacer.
Al final de la segunda semana le quitan los puntos de sutura y nos
dicen sin reparos que no hay razón para que nos quedemos en la clínica.
Incluso se atreven a señalar que en un hospital regular habría sido dada
de alta luego de la primera noche. Me importa una mierda sus opiniones,
por supuesto, pero Sara no piensa lo mismo.
Está harta de permanecer en la clínica y lista para ir a cualquier
parte, incluso a nuestra casa en Japón.
—Por favor, Peter, es suficiente. Estoy perfectamente bien —insiste,
y finalmente me rindo, diciéndole a Anton que prepare el avión para
mañana por la mañana.
—Ya era hora, joder —murmura sombríamente—. Estábamos
seguros de que habías decidido retirarte y residir en este lugar.
Lucho contra el impulso de gruñirle, porque tiene toda la razón.
Desde el accidente he puesto todo en espera, ignorando las ofertas de
trabajo que han llegado. Nuestra fama en el inframundo se extiende, y
deberíamos capitalizarla.
Algunos trabajos más como el de Turquía y podríamos retirarnos.
Tendríamos suficiente para evadir a las autoridades de por vida.
Es tarde esa noche cuando me levanto para revisar mi correo
electrónico. Como de costumbre, mi bandeja de entrada se encuentra
inundada de mensajes de clientes actuales y futuros. Algunas de las
ofertas que llegan son ridículas: quinientos mil dólares para eliminar a
un mafioso local, un millón de euros para librar a alguien de un tío rico;
pero vale la pena considerar muchas.
Casi he terminado de leer los mensajes cuando llega un nuevo
correo electrónico. Lo abro y miro en estado de shock la cantidad ofrecida.
Cien millones de euros.
Cuatro veces más que nuestro pago más lucrativo hasta la fecha.
Es de Danilo Novak, el traficante de armas serbio que se encuentra
incursionando en los negocios de Kent y Esguerra. Y si la cantidad no era
suficiente para intrigarme, el nombre del objetivo definitivamente lo hace.
Novak quiere que elimine a Julian Esguerra, mi antiguo empleador,
el hombre que prometió matarme por salvarle la vida y poner en peligro
a su esposa.
Aturdido, reviso el correo electrónico de nuevo, mi mente se acelera
con las implicaciones. Leyendo entre líneas, Novak parece tener algunos
activos en juego que reducirían la dificultad del golpe de imposible a
imposiblemente peligroso. De todos modos, si aceptáramos este trabajo,
Esguerra sería nuestro objetivo más desafiante hasta el momento.
También es el único trabajo que necesitaríamos para establecernos
financieramente de por vida.
Mientras me siento, mirando la pantalla de mi computadora, se me
ocurre otra idea, una igual de peligrosa e infinitamente más tentadora.
Si manejo las cosas correctamente, este trabajo podría ser la
respuesta a todo.
Podría quedarme con Sara… y darle la vida que quiere.


El destino nos hizo enemigos. Yo nos
convertí en amantes.
En un mundo diferente, estaríamos
destinados a estar juntos.
Este no es ese mundo.
Nota: Para disfrutar de manera óptima,
se recomienda que leas la trilogía Twist Me
antes de empezar este libro.
Anna Zaires se enamoró de los libros a los
cinco años, cuando su abuela le enseñó a leer.
Escribió su primera historia poco después.
Desde entonces, siempre ha vivido parcialmente
en un mundo de fantasía donde los únicos
límites eran los de su imaginación. Actualmente
reside en Florida. Anna está felizmente casada
con Dima Zales (un autor de ciencia ficción y
fantasía) y colabora estrechamente con él en
todas sus obras.

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