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Ana Lucía Ippolito

Communitas
Cap 5. La experiencia
Bataille entiende por “experiencia” a algo inasimilable a las posibilidades habituales de la
vida: tanto para que se la deba buscar – según Michel Foucault- en ese “punto de la vida lo más
cercano posible a lo invivible”. Precisamente en el punto en que la vida se retrae, o se interrumpe,
como por una síncopa que la atraviesa, y descentra en un “máximo de intensidad y a la vez de
imposibilidad”. Como si la experiencia, pese a su declarada “interioridad”, empujara la vida hacia
su “afuera”, hacia el borde del abismo en el que la vida misma se asoma a su propia negación,
vinculándose con lo que la quiebra y aniquila. Experiencia de la no experiencia, o de la
imposibilidad de la experiencia. ¿Por qué la experiencia es imposible? Porque la experiencia es lo
que lleva al sujeto fuera de sí. Por eso no puede hacer un sujeto de experiencia ¿En qué se
transforma el sujeto en la experiencia? ¿Qué busca Bataille en la disolución del sujeto? El epicentro
del no-saber. Lo que escapa al saber porque coincide con su exteriorización. Se trata de la
comunidad.

2. La distancia entre cualquier disciplina filosófica y el non savoir reside en que la primera tiende
inevitablemente a excluir a la comunidad, o por el contrario a reducirla a una parte suya, mientras
que el segundo coincide en todo y por todo con ella: así, “es difícil imaginar la vida de un filósofo
que está constantemente, o al menos muy seguido, fuera de sí”, mientras que la experiencia del no-
saber es “como tal para otros”. O quizás mejor: de otros, dado que, por definición inhabilitado para
conocer, el no saber solo puede saber del otro, a la vez en el sentido objetivo y subjetivo del
término: el saber tiende a remendar cualquier desgarro, mientras que el no-saber consiste en
mantener abierta la apertura que ya somos; en no-ocultar, sino exhibir, la herida en y de nuestra
existencia.
Vimos cómo la experiencia, para Bataille, coincide con la comunidad en cuanto
impresentabilidad del sujeto a sí mismo. El sujeto no puede presentarse. Por el momento
detengámonos en la falta que nos separa de nosotros mismos. Es la misma que nos pone en
comunicación con lo que no somos: con nuestro otro y con lo otro respecto de nosotros.
Nuestro otro está constituido ante todo por los objetos. Por el objeto del que la subjetividad se
desliga para asumir su propia identidad, pero en el que tiende a perderse. No hay sujeto sin otro,
dado que “si deja de comunicarse, un ser aislado languidece, se consume y siente (oscuramente) que
a solas no existe”. Este pasaje perfila con suficiente fidelidad la concepción batailleana de la
comunidad. Concepción que avanza a lo largo del límite que separa, pero además enlaza el plano de
lo real y del deseo. Si bien están realmente aislados unos de otros, los hombres sienten su verdad en
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el momento en que esa separación se disuelve en el continuo de la comunidad : “la verdad no está
donde los hombres se consideran aisladamente : ella tiene cabida sólo pasando de uno a otro”.
El hombre viene al mundo recortando su propia identidad en la continuidad del no ser del
que surge. En otras palabras, su vida coincide con los límites que lo separan de los otros, haciendo
de él ese ser específico que es. Por lo tanto él está obligado a defender esos límites para asegurarse
su supervivencia. Incluso, en razón de que identifica esos límites a la circunstancia de ser en vez de
no ser, lo aterroriza la posibilidad de perderlos. De aquí una situación de perenne contradicción
entre deseo y vida. La vida en último análisis no es sino deseo (de comunidad), pero el deseo (de
comunidad) se configura necesariamente como negación de la vida.
“Yo me comunico sólo fuera de mi, dejándome llevar o arrojándome fuera. Pero fuera de
mí no existo más. Tengo esta certeza: abandonando el ser en mí, buscándolo por fuera,
corro el riesgo de arruinar – o destruir- aquello que es condición de la aparición misma de
mi existencia externa, ese yo sin el cual nada de “aquello que es para mí” existiría. El ser
en la tentación se halla, por así decir, triturado por la doble tenaza de la nada. Si no se
comunica se destruye, en el vacío que es la vida cuando nos aislamos. Si quiere
comunicarse, corre igualmente el riesgo de perderse”.
La comunidad es su excesivo y doloroso asomarse sobre el abismo de la muerte. La muerte, no la
vida, nos estrecha en un horizonte común.
En Bataille la muerte representa la anulación de toda posibilidad en la dimensión expropiadora y
expropiada de lo imposible; la muerte es nuestra común imposibilidad de ser aquello que nos
esforzamos por seguir siendo: individuos aislados. De aquí la sobreabundancia de excitación, y
también de violencia, que sacude el texto de Bataille. Para Bataille el cum constituye la zona-limite
que no podemos experimentar sin perdernos. Por eso no podemos “estar” en él más que esos breves
instantes -la risa, el sexo, la sangre- en los que nuestra existencia toca a la vez su ápice y su
precipicio.
Esta apertura es el lugar -ausente- de la comunidad: nuestro no-ser-nosotros. Nuestro ser algo
distinto de nosotros. Para que haya comunidad hace falta, en cambio, que el desbordamiento del yo
se determine al mismo tiempo también en el otro mediante un contagio metonímico que se
comunica a todos los miembros de la comunidad y a la comunidad en su conjunto.
He aquí por qué, según Bataille, “la presencia del otro (…) se revela plenamente sólo si el otro, por
su parte, se asoma también él al borde de su nada, o si cae en ella (si muere). La comunicación sólo
se establece entre dos seres puestos en juego: desgarrados, suspendidos, inclinados hacia su nada”
Si la comunidad no es reconocible en la experiencia de mi vida, no lo será tampoco en la de mi
muerte, que, aunque inevitable, me es “inaccesible” como la más imposible de mis posibilidades.
Lo que me pone fuera de mí – en común- es más bien la muerte del otro. No porque se puede tener
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experiencia de esa más que de la propia, sino porque no es posible. Es esa imposibilidad lo que
compartimos con nuestra experiencia extrema.
“La muerte no enseña nada, porque muriendo perdemos el beneficio de la enseñanza que ofrece. Por
cierto podemos reflexionar sobre la muerte de otros.”
La muerte del otro nos remite a nuestra muerte, pero no en el sentido de una identificación. Y menos
aun el de una reapropiación. La muerte del otro nos remite más bien al carácter inapropiable de toda
muerte: de la mía como de la suya, dado que la muerte no es ni “mía” ni “suya” porque es la
expropiación misma. Esto es lo que el hombre ve en los ojos abiertos del otro que muere: la
soledad que no es posible atenuar, solo compartir.
3. En Bataille se pone al desnudo esa oposición fundadora entre communitas e inmunitas que ha
constituido el carril hermenéutico del presente trabajo, a partir de la definición del paradigma
hobbesiano. Bataille es el más radical anti-Hobbes. Si desde el principio se ha señalado a Hobbes
como el más consecuente sostenedor de una inmunización tendiente a garantizar la supervivencia
individual; si con este fin él no vaciló en teorizar la destrucción de toda comunidad existente que no
coincida con el Estado, e incluso de la idea misma de comunidad humana; pues bien, Bataille
constituye su más drástico opositor: contra la obsesión de una conservatio vitae llevada al extremo
de sacrificar a ella todo otro bien, Bataille identifica la culminación de vida en un exceso que
constantemente la acerca al borde de la línea de muerte. Contra la renuncia preventiva a cualquier
contrato con el otro, busca la comunidad en un contagio provocado por la ruptura los límites
individuales y la infección recíproca de las heridas. “Propongo considerar como ley que los seres
humanos solo están unidos por desgarros o heridas: esta noción posee de por sí cierta fuerza lógica.
Si se combinan elementos para formar un conjunto, ello se produce con facilidad cuando cada uno
de ellos pierde por un desgarro de su integridad una parte de su propio ser en provecho de ser
comunial”.
Hay dos “metafísicas” igualmente divergentes: por una parte, para Hobbes una concepción
del hombre como ser naturalmente carencial y tendiente, por lo tanto, a compensar esta debilidad
inicial con una prótesis o protección, artificial: por otra parte en Bataille una teoría de la
sobreabundancia energética, universal y específicamente humana, destinada al consumo
improductivo y a la dilapidación ilimitada. Y también, por una parte un orden gobernado por la ley
de la necesidad y por el principio del miedo; por otra un desorden confiado al impulso del deseo y al
vértigo del miedo. Por esta razón el don por excelencia -sin motivación ni retribución- de la
comunidad batailleana es el de la vida. El abandono de cada identidad no a una identidad común
sino a una común ausencia de identidad.
4. El tema del sacrificio y en general de lo sagrado está obsesivamente presente en la obra
de Bataille ¿Por qué lo vuelve a presentar el antihobbes como la “cuestión última” y “la clave de la
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existencia humana? No hay que negarlo sino volcándolo a su exterior. Asumiéndolo no ya como el
doloroso medio para la realización de una finalidad última -la de la supervivencia- sino como la
finalidad misma despojada de toda instrumentalidad, y reducida por ende a un final. Final del
sacrificio, en un sacrificio “a pérdida” que pierde y se pierde sin ganar. Bataille afirma que el acto
mismo en el sacrificio concentra en si el valor. Esta configuración explícitamente antidialéctica hace
que el sacrificio de Bataille se aparte de la intención reapropiativa que “en la renuncia a una finitud
inmediata” busca la supervivencia de una supervivencia infinita. Pero se aparta también del ritual
compensatorio que para salvar a la comunidad de la violencia originaria la traslada a un chivo
expiatorio. El sacrificio es lo contrario de ello para Bataille: es la “jubilosa” condición de estar en
contacto directo con la muerte. Solo la muerte constituye la verdad del hombre porque se funda no
sobre lo que divide a los hombres sino sobre lo que tienen en común: “lo que liga a la existencia
todo el resto es la muerte: quienquiera mira a la muerte deja de pertenecer a una habitaciones, a
seres queridos, se entrega a los libres juegos del cielo”. Distintas acepciones de sacrificar
encontramos en Bataille. Por un lado no es matar, sino abandonar y dar. Pero también escribió que
el sacrificio es el calor, donde se reencuentra la intimidad de quienes componen el sistema de las
obras comunes.
5. Bataille no siempre advirtió -aunque fue quien más lo advirtió- que la comunidad no
puede hacerse obra: ni de vida, ni de muerte, ni de cada cual, ni de todos. Es cierto que Bataille no
buscó en el sacrificio la inmortalidad de la existencia, sino por el contrario la prueba cruenta de su
finitud. Escribe Jean-Luc Nancy en el más riguroso comentario a Bataille “la finitud rigurosamente
pensada significa que la existencia no es sacrificable”. Y no lo es porque esta originariamente ya
ofrecida. Pero ofrecida a nada y a nadie, salvo a esa finitud que ella es. Esto significa que la
existencia ya está finalizada antes de que alguien puede “finalizarla”, es mortal, antes que alguien
pueda darle muerte Sólo este principio podrá quizás llevarnos fuera del “momento hobbesiano” en
el que aun estamos enraizados.-

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