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(Esther Miquel. El contexto histórico y socio cultural del Imperio Romano.

En: Así empezó el


Cristianismo. Rafael Aguirre (ed). Navarra: Verbo Divino, 2011)

1. Estratificación en el imperio romano

En el Imperio romano, la estratificación social no estaba únicamente determinada por los distintos tipos
posibles de actividad económica (gobierno y guerra, funcionariado, artesanía, agricultura), sino también
por la división, legalmente institucionalizada, entre población libre y población esclava. La esclavitud
grecorromana se diferenciaba de otros tipos de servidumbre todavía vigentes en algunas zonas del
Imperio por su carácter mercantil: el esclavo era concebido como una propiedad que se podía comprar,
vender, heredar o regalar. El amo tenía poder absoluto sobre su esclavo, podía disponer de su cuerpo, su
energía y sus capacidades, del modo y manera que en cada momento considerara oportuno. Sin embargo,
el nivel socioeconómico de los esclavos variaba enormemente en función del nivel socioeconómico de
sus amos y de la actividad a la que estos los destinaran. Había esclavos que trabajaban la tierra, otros
que realizaban diversas tareas domésticas, otros dedicados a la educación de los hijos de la casa, otros
que ejercían como intendentes, con autoridad incluso sobre trabajadores libres contratados por sus
señores. No era infrecuente que los amos se preocuparan porque sus esclavos recibieran cierto tipo de
educación o aprendieran algún oficio, con el fin de poderlos luego emplear o alquilar como trabajadores
cualificados. Aunque todo lo que tenía el esclavo pertenecía en última instancia a su señor, muchos
obtenían permiso para guardar regalos, propinas, y parte del dinero que ganaban con actividades
realizadas fuera de casa. Algunos esclavos eran personas ricas y poderosas que gozaban de la total
confianza de sus amos y poseían ellos mismos esclavos de su propiedad. Muchos conseguían ahorrar
dinero suficiente para comprar su propia libertad. El Imperio romano obtenía principalmente sus esclavos
de los prisioneros de guerra, los reos de diversos delitos, las víctimas de los secuestros y los niños
expuestos al nacer. Además, todos los hijos nacidos de una esclava eran, por ley, esclavos del amo de su
madre. Muchos amos liberaban a sus esclavos después de un cierto número de años de servicio, aunque
conservaban ciertas prerrogativas legales y económicas sobre sus libertos, como, por ejemplo, el derecho
a heredar sus bienes.

2. El Imperio romano: una sociedad agraria avanzada

Los centros urbanos del Mediterráneo antiguo, en los que arraiga y se desarrolla el cristianismo
primitivo, no deben ser considerados sistemas sociales autónomos, sino solamente uno de los polos
estructurales del tipo de sistema social que los estudiosos denominan «sociedad agraria avanzada». Las
sociedades agrarias avanzadas se caracterizan por utilizar arado con punta de hierro y haber hecho del
cultivo del cereal de largo ciclo el fundamento de su economía. El polo complementario del centro
urbano en este tipo de sociedad, sin el cual le sería imposible sobrevivir, es la zona rural. Las zonas
rurales del entorno mediterráneo están mayoritariamente configuradas por tierras cultivadas y pequeños
núcleos de casas o aldeas donde viven las familias campesinas que trabajan el campo. El sistema
funciona cuando la producción agraria de la zona rural sirve, no solo para mantener al campesinado, sino
para abastecer también la ciudad; es decir, cuando quienes trabajan la tierra producen más de lo que
consumen y quienes habitan en la ciudad tienen poder o capacidad legal para apropiarse de ese excedente.
Aunque en algunos períodos históricos y lugares geográficos, como la Atenas de Solón y la Roma de la
primera época republicana, existieron ciudades mayoritariamente formadas por familias de propietarios
agrícolas que trabajaban personalmente las tierras del entorno, lo más frecuente en las sociedades
agrarias avanzadas es que el campesinado se encuentre subordinado a la élite gobernante que vive en la
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ciudad. En estas sociedades agrarias típicas, el campesinado constituye aproximadamente el 75 o el 80%
de la población total, mientras que en las ciudades solo vive la minoría gobernante (entre el 2 y el 5%),
sus servidores y un sector de artesanos y comerciantes que varía de acuerdo con el desarrollo económico
de la región. La estratificación social es, según estos datos, enormemente acusada: unos pocos –la élite
urbana– controlan casi todo el poder y la riqueza, mientras que la gran mayoría –los campesinos– vive
justo por encima del nivel de subsistencia. Los niveles intermedios formados por los servidores de la
clase dirigente (funcionarios), mercaderes, comerciantes y ciertos tipos de artesanos, apenas constituyen
entre el 10 y el 15% de la población total. La dinámica que anima este tipo de estratificación se
caracteriza por una movilidad social muy reducida. Muy pocas personas consiguen ascender en la escala
social durante su vida. El descenso social es bastante más frecuente, produciéndose sobre todo en los
peldaños más bajos de la escala, entre aquellas personas que sobreviven habitualmente en un equilibrio
inestable alrededor del nivel de subsistencia (campesinos, artesanos rurales, jornaleros no especializados,
etc.) Una pequeña perturbación de dicho equilibrio ocasionada por cualquier contingencia puede destruir
fácilmente la economía de estas personas condenándolas a la mendicidad.

3. Los mecanismos políticos

Los mecanismos políticos o legales mediante los que las élites urbanas aseguran su manutención pueden
ser muy variados, pero los más frecuentes en la época que nos ocupa eran dos: el cobro de impuestos y
tasas a los campesinos, y la apropiación de importantes extensiones de tierras del entorno de la ciudad.
La élite urbana se apropiaba de estas tierras bien directamente, mediante la simple usurpación, bien
indirectamente, implementando políticas fiscales que favorecían la ruina del campesinado y la venta
forzosa de sus propiedades. Normalmente, los gobiernos municipales o centrales cobraban a los
campesinos de los territorios incluidos en su demarcación política diversas tasas e impuestos que en unos
casos debían pagarse en especie y en otros con dinero. Con frecuencia, la elevada cuantía de estos pagos
obligatorios apenas dejaba a los productores el mínimo necesario para su propia subsistencia. Gran parte
de la élite urbana debía su posición económica a las usurpaciones y redistribuciones de tierras que
habitualmente seguían a las guerras y los cambios de gobierno. También se enriquecía prestando dinero
a campesinos en dificultades económicas, y embargando o comprando a bajo precio las propiedades de
los insolventes. Estos propietarios ricos, que vivían la mayor parte del tiempo en las ciudades
(propietarios ausentes), solían arrendar sus tierras a campesinos arruinados o las ponían en manos de
intendentes para que las explotaran con mano de obra servil o asalariada. La diferencia entre las formas
de vida urbana y rural añade a la distancia económica entre la élite gobernante y el campesinado una
distancia cultural. En muchos casos la distancia es tan acusada que podemos reconocer la existencia de
una subcultura campesina claramente diferenciada de la cultura urbana dominante. Este fenómeno se
agudiza en los territorios orientales que no pertenecían originalmente al área cultural griega, pues, como
ya se mencionó anteriormente, las ciudades sufrieron el impacto de la helenización en mucha mayor
medida que las zonas rurales. No era, por tanto, infrecuente que las élites urbanas, educadas en la cultura
griega, tuvieran dificultades para comunicarse con el campesinado indígena que trabajaba en sus propias
tierras.

4. La familia patriarcal

La familia patriarcal es el grupo de solidaridad más básico y fundamental de todas las sociedades
preindustriales que integran el Imperio romano. Las aldeas, las tribus, las polis y las naciones están
constituidas por familias y sus administraciones o gobiernos actúan siembre bajo el presupuesto de que
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todas las personas normales viven siempre dentro de un grupo familiar. Quienes carecen de familia son,
casi por definición, gente marginal. La familia patriarcal antigua puede definirse como el grupo de
solidaridad que crea un varón (el padre o cabeza de familia) a partir de individuos que él mismo engendra
y cuya crianza y educación controla. Se basa en el poder que el contexto social otorga a algunos varones
para que disfruten de acceso sexual exclusivo a una o varias mujeres, que se convierten así en sus esposas
legítimas. Los hijos nacidos de estas uniones son hijos legítimos, a los que se reconoce el derecho a
utilizar el nombre y los bienes de su padre, y a heredar sus propiedades cuando él muera. Los poderes
públicos reconocen la autoridad del padre sobre todos sus dependientes y le otorgan una gran autonomía
en la gestión de sus recursos y en la organización de la vida familiar. En el antiguo Imperio romano, solo
los varones libres tenían derecho a crear una familia. Los esclavos estaban incluidos en la familia de sus
amos, bien como miembros de segunda categoría, sin otro derecho que la manutención, bien como una
parte más de la propiedad. Entre los esclavos, las uniones sexuales carecían de reconocimiento legal, lo
mismo que la relación biológica entre los progenitores y sus hijos. Los hijos nacidos de una esclava eran
esclavos del amo de su madre, independientemente del estatus del padre. Las relaciones sexuales entre
una mujer libre y un esclavo estaban absolutamente prohibidas, por lo que solo en muy raras ocasiones
existían hijos biológicos de este tipo de parejas. Como ya se ha señalado anteriormente, todas las
sociedades objeto de este estudio tienen una orientación cultural colectivista, es decir, los sujetos que las
componen tienden a identificarse y ser identificados, no por sus rasgos o trayectorias individuales, sino
por su pertenencia grupal. Evidentemente, la identificación más fuerte se produce con el grupo de
socialización primaria, que es, por definición, el grupo donde el sujeto ha sido criado, ha aprendido a
hablar y ha asimilado las nociones y prácticas básicas que le permiten relacionarse con el resto del mundo
social. En el Imperio romano, el grupo de socialización primaria coincide en la inmensa mayoría de los
casos con el grupo familiar. Esta circunstancia favorece la identificación de los sujetos con la
caracterización que de ellos hace su propia familia y con los roles que la institución familiar les asigna.
En las familias patriarcales antiguas, la distribución de los roles se rige fundamentalmente por criterios
relacionados con la diferenciación sexual. Esta forma de distribuir los roles familiares es una de las
prácticas socioeconómicas que más han contribuido a crear los estereotipos patriarcales del varón y de
la mujer, vigentes todavía en gran parte de nuestro planeta.

5. Cuatro etapas o generaciones en los orígenes del cristianismo

La primera etapa se extiende desde el ministerio de Jesús (año 30 d.C.) hasta la primera guerra judía
(año 70 d.C.). Sociológicamente el movimiento de Jesús en Palestina tiene las características de una
secta (es decir, un movimiento de regeneración dentro de un sistema, el judío, con el que se comparte
una visión simbólica del mundo) y el movimiento misionero de la diáspora, las de un culto (es decir, una
novedosa visión del mundo con una notable capacidad integradora).

La segunda etapa va desde la destrucción del Templo (70 d.C.) hasta el 110. Es el tiempo en que se
escriben la mayoría de los textos que integrarían después el NT. Es una fase caracterizada por la
dispersión de un movimiento muy plural. La tensión con el judaísmo fariseo es muy fuerte y va creciendo
la necesidad de autodefinición de los grupos cristianos también por el contacto con la sociedad
grecorromana.

La tercera etapa se extiende desde el año 110 hasta el 150. Como reacción a la etapa anterior se da una
confluencia entre diversas líneas cristianas. Se ve con claridad el proceso de institucionalización y se
puede ya hablar de una iglesia cristiana con personalidad autónoma. Surgen los últimos escritos del NT
y los escritos de la generación postapostólica.
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La cuarta etapa va desde el año 150 hasta el 190. Se va consolidando un conjunto de Escrituras sagradas
43 del cristianismo, lo que es decisivo para su consolidación institucional y su diferenciación del
judaísmo. Con los apologetas encontramos un esfuerzo positivo de dirigirse a la sociedad grecorromana.
El movimiento cristiano adquiere su mayoría de edad social e intelectual.

6. Economía doméstica y el papel de la mujer

La fuerte diferenciación entre los ámbitos público y doméstico que caracteriza a las sociedades
mediterráneas antiguas se manifiesta con especial claridad en el terreno de la economía. Existían, en
efecto, dos tipos de economía totalmente diferentes: la de la casa, basada en la propiedad y el trabajo de
la familia, y la pública, cuyo funcionamiento dependía esencialmente del cobro de impuestos,
complementado, siempre que fuera posible, con las ganancias de la guerra. Los ingresos de la economía
pública se empleaban fundamentalmente para mantener o incrementar el bienestar de la clase dirigente,
construir monumentos que engrandecieran la fama de sus patrocinadores e hicieran visibles los símbolos
de la ideología nacional, pagar a la clase de los funcionarios y, ocasionalmente, solucionar algunos
problemas acuciantes de la población, como repartir alimento en épocas de hambre o construir depósitos
y canalizaciones para la provisión de agua. La guerra podía ser un negocio arriesgado, pero, en caso de
éxito, era capaz de poner en marcha y alimentar un mecanismo generador de enormes riquezas: las élites
enemigas eran asesinadas y desposeídas, el campesinado de las tierras conquistadas eran sometidos a
servidumbre o a la obligación de pagar impuestos a sus nuevos señores, los prisioneros de guerra eran
vendidos como esclavos o utilizados en las industrias estatales que, significativamente, solían estar
también relacionadas con la guerra como ocurría con las minas, de las que se extraía el metal utilizado
para construir armas, y los astilleros. La preocupación primaria de las familias era la permanencia y su
ideal la autonomía. Para ello debían disponer en todo momento de una descendencia adecuada y de una
producción propia suficiente. Esto último exigía, a su vez, que poseyera alguna fuente de riqueza como
propia, generalmente tierras, y dispusiera de los brazos necesarios para explotarla. Puesto que la
continuidad familiar se trazaba exclusivamente por línea masculina, sólo los hijos varones eran
considerados descendencia adecuada y sólo ellos tenían derecho a heredar. Las hijas estaban destinadas
a casarse y dejar el grupo de origen, para quedar incorporadas al de sus maridos. La transmisión del
patrimonio familiar por vía exclusivamente masculina impedía el acceso directo de las mujeres a la
riqueza y es, también, la razón última de la reclusión de la mujer en el ámbito doméstico, rasgos
prácticamente universales en el contexto del Mediterráneo antiguo. En efecto, la virginidad de las
solteras y la fidelidad sexual de las casadas tenía como finalidad asegurar que los hijos varones nacidos
en el seno de una familia sean legítimos, o, lo que es lo mismo, que tengan derecho a heredar. De aquí
la preocupación del hombre antiguo por controlar la sexualidad de las mujeres y la construcción
masculina del ideal de la “mujer discreta”, dedicada exclusivamente al cuidado de los suyos y cuya vida
transcurre en la privacidad de lo doméstico. La obsesión por alejar a las mujeres de cualquier posible
contacto con varones extraños al grupo familiar es, a su vez, una de las causas fundamentales de la
exclusión de la mujer del ámbito público o político, al que nos referíamos con anterioridad. Hay que
tener en cuenta, sin embargo, que esta exclusión nunca fue plenamente practicable entre los sectores
humildes de la población, sobre todo entre las familias que vivían de un oficio artesanal o una tienda en
las ciudades. La precariedad de los medios solía requerir que las mujeres colaboraran en el trabajo
productivo y atendieran directamente a los clientes que venían a encargar o comprar algún objeto. La
vendedora que tiene su puesto en el mercado y la tabernera son tipos muy conocidos en la literatura
antigua grecorromana.

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7. Nivel tecnológico y estratos sociales

Los rasgos característicos del tipo de sociedad que los estudiosos denominan “agraria” derivan
fundamentalmente de su fuente primaria de riqueza, la tierra, y del nivel tecnológico alcanzado. Éste
incluye un conocimiento básico de metalurgia que permite sustituir los primitivos instrumentos de
madera y piedra, propios de las sociedades horticultoras, por azadas, picos y arados con extremos o
puntas de hierro.

Gracias a la eficacia de estas herramientas, la extensión de los campos cultivados puede ser mayor que
la estrictamente necesaria para la subsistencia de los propios agricultores, produciéndose de este modo
un excedente económico que puede ser empleado para alimentar a otras personas dedicadas a otras
actividades. Se crean así las condiciones materiales que posibilitan la diferenciación y especialización
laboral. Aunque siga siendo preciso que la mayoría de los individuos trabajen en la producción directa
de los alimentes, aparece ya una considerable variedad de actividades e industrias artesanales que ocupan
a una minoría significativa de la población (entre el 5 y el 10 por ciento). Destacan la fabricación de
enseres domésticos y herramientas, la minería, la construcción de barcos y vehículos de tracción animal,
el transporte de mercancías por tierra y la navegación.

Otro de los avances técnicos típicos de las sociedades agrarias, que tuvo un papel importantísimo en el
desarrollo cultural de todos los pueblos mediterráneos, es el perfeccionamiento de los aparejos de los
barcos y las técnicas de navegación a vela en alta mar. Posibilitó el transporte de mercancías en tiempos
mucho más cortos y a un coste mucho menor que el realizado por tierra, favoreció el comercio, la
colonización y, de forma general, la comunicación y mezcla entre culturas. La mayor parte de los avances
que elevan el nivel técnico de las sociedades agrarias sobre las horticultoras tienen una aplicación directa
en la guerra: armas, armaduras, carros, barcos. Debido, sin embargo, a la complejidad y coste de la
industria bélica sólo los individuos o grupos humanos muy ricos pueden mantenerla o hacerse con sus
productos.

Esto explica por qué, en este estadio de evolución social, la riqueza es condición necesaria del poder,
entendido éste como capacidad de ejercer la violencia. En todas estas sociedades encontramos sectores
minoritarios de la población (un 2% aproximadamente) que dominan sobre las mayorías campesinas en
razón de un pasado de conquistas o con el pretexto de protegerlas frente a posibles agresiones por parte
de otros pueblos conquistadores.

Tanto en un caso como en otro se justifica la imposición de cargas económicas a los campesinos, las
cuales pueden asumir una gran variedad de formas: impuestos directos, tasas, rentas, alquiler de las
tierras, contribuciones de trabajo etc. Su efecto es, en definitiva, asegurar que todo el excedente
económico producido por los campesinos pase a manos de la clase dirigente, la cual lo emplea para vivir
y hacer funcionar las industrias bélicas y artesanales que aseguran su bienestar y su poder.

El reducido número de miembros de la clase dirigente, en relación con la población total, impide que
sean ellos mismos quienes controlen todos los mecanismos implicados en la administración de la riqueza
y el poder. Suelen, por tanto, disponer de grupos relativamente amplios de personas que trabajan a su
servicio y a los cuales mantienen económicamente. Son los llamados “funcionarios” o “servidores”, entre
los que se incluye a los oficiales del ejército y la administración, guardias personales, soldados
mercenarios, jueces, secretarios y, en algunas sociedades, a los sacerdotes. Normalmente su número
oscila entre un 5 y un 10 por ciento de la población. El nivel de vida general alcanzado por las sociedades
agrarias suele producir una tasa de crecimiento demográfico mayor que la estrictamente necesaria para
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mantener la rueda productiva arriba descrita. Se genera así un sector de población importante de
población marginal que malvive realizando trabajos ocasionales no especializados, pidiendo limosna y
realizando pequeños hurtos. Estos “dispensables” llegan en muchos casos a representar hasta un 20% de
la población.

8. La ciudad y el campo

La ciudad es una creación típica de la sociedad agraria. Desde el punto de vista socioeconómico,
constituye solamente uno de los dos elementos básicos de una estructura unitaria más amplia, a saber, la
formada por la urbe propiamente dicha y su entorno rural. La función primaria del entorno rural es
abastecer de productos agrícolas a los habitantes de la ciudad. Entre éstos están, en primer lugar, los
miembros locales de la clase dirigente, los cuales controlan casi todas las tierras de alrededor, bien
porque las poseen personalmente, bien porque tienen poder para exigir a los campesinos una parte de su
producción, ya sea en dinero o en especie. En la ciudad vive también la mayoría de los servidores de esa
élite, así como un cierto número de artesanos y comerciantes independientes. Muchos “dispensables”
mendigan durante el día por las calles y mercados, pero suelen ser expulsados fuera antes del anochecer.
Los campesinos independientes viven en casas, normalmente agrupadas formando pequeñas aldeas. Los
siervos de los grandes propietarios disponen de alojamientos especiales en las mismas tierras que
trabajan. Es, sin embargo, muy frecuente que los primeros trabajen también para los grandes señores en
ciertos periodos del año, con el fin de hacer cuadrar sus economías, pagar deudas o compensar favores.
Existe un sistema local de intercambio, canalizado a través de los mercados rurales, donde las gentes del
campo pueden hacerse con alimentos, tejidos, herramientas etc, que ellos mismos no producen, a cambio
de dinero u otros objetos de trueque. Pero el grueso de su excedente deben entregarlo como tasa,
impuesto o renta, o se ven obligados a venderlo a los únicos que pueden pagarlo, los funcionarios que
controlan y monopolizan la transferencia de las cosechas, desde el campo hasta los almacenes de sus
señores.

9. Las provincias romanas

Estas se dividían en dos categorías:

1) Las conquistadas antiguamente, en tiempos de la república, eran llamadas "provincias senatoriales";


dependían oficialmente del senado; su gobernador, llamado "procónsul", era de rango senatorial; las
provincias senatoriales eran los territorios más tranquilos y por eso no se solían estacionar en ellas las
legiones romanas;

2) Las otras provincias eran "provincias imperiales"; se estacionaban en ellas las legiones romanas y
dependían directamente del emperador, que como tal estaba al frente del ejército; de más reciente
conquista, estaban situadas en los confines del imperio; estaban gobernadas por senadores, nombrados
por el emperador y destituidos a su antojo; los gobernadores estaban asistidos por generales y por
diversos procuradores; algunas provincias imperiales secundarias estaban gobernadas por prefectos y
por procuradores, que disponían de tropas auxiliares y tenían un poder limitado; se les privó del derecho
de juzgar a los ciudadanos romanos hasta la época de los Severos. El desarrollo inicial del cristianismo
tuvo lugar en la provincia imperial de Siria, a la que pertenecía también la prefectura de Judea.
En oriente, el rey era considerado como la encarnación de la divinidad y se le tributaban por consiguiente
honores divinos. El culto imperial, que se difundió cada vez más en el imperio romano, tenía también
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intenciones políticas; intentaba dar una mayor unidad ideológica-religiosa al imperio. Solamente los
judíos estaban dispensados del culto imperial, sustituido por el sacrificio en honor del emperador en el
templo de Jerusalén. Los cristianos, cuando empezaron a distinguirse de los judíos de la sinagoga,
perdieron los privilegios políticos, entre ellos el de la exención del culto imperial.

Los habitantes del imperio se dividían en tres categorías: los ciudadanos romanos, los hombres libres de
las provincias y los esclavos. Al principio, sólo los hombres libres residentes en Roma gozaban de los
privilegios de los ciudadanos romanos: participaban de la elección de los magistrados, estaban libres de
impuestos, no estaban sometidos a los tribunales romanos, no podían ser torturados ni condenados a
penas infamantes, como la de la cruz.

La ciudadanía romana se extendió a toda Italia y a algunas ciudades de las provincias. Pero hay que
distinguir entre el derecho de ciudadanía con que se pertenecía a una ciudad, del derecho de ciudadanía
romana, que suponía privilegios económicos y jurídicos.

Los ciudadanos romanos se dividían a su vez en tres categorías o estados:

1) En primer lugar estaba la clase senatorial, compuesta de las familias más ricas; de ella procedían
los miembros del senado, que tenía la función de garantizar la continuidad de las tradiciones
romanas. Bajo el imperio, fue poco a poco disminuyendo su papel, mientras que aumentaban los
privilegios y los títulos honoríficos de los senadores. Con la llegada del imperio, empezaron a
entrar en el senado también los caballeros y los provinciales; pero el título para pertenecer a él
siguió siendo la propiedad de fincas.

2) En segundo lugar estaba la clase ecuestre, que en su origen estaba constituida por aquellos que,
en caso de guerra, podían proporcionar un caballo, lo cual significaba gozar de una discreta
riqueza. En el siglo I, esta clase de "nuevos ricos" estaba en auge. Los grandes funcionarios
imperiales se reclutaban del orden ecuestre, y se aprovechaban a menudo de su cargo oficial para
enriquecerse todavía más; Poncio Pilato pertenecía a esta clase.

3) El resto de los ciudadanos romanos, la inmensa mayoría, pertenecía a la plebe: profesores,


médicos, artesanos, comerciantes, amanuenses, etc.

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