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EL COVID-19: UNA MIRADA DESDE LOS DDHH

Oscar Vega Gutiérrez


Dr. En Ciencias Políticas

En plena evolución del COVID -19, catalogada como la Pandemia del siglo XXI, no es
posible permanecer impávidos o como indiferentes espectadores mientras la realidad nos
muestra que la vida no es un show y que aún, con todo el poder económico, militar y de si
eras miembro del G8-, G9 o cualquier otra nomenclatura utilizada en la era global para
definir a los países de élite v/s los países vasallos que luchan día tras día por ser
“modernos”, el COVID-19 amenaza la vida del planeta en su conjunto y pone en evidencia
la fragilidad humana y la del tipo de sociedad que hemos construido. Hoy, somos
globalmente, una frágil y vulnerable humanidad.
En América Latina y en el mundo en su conjunto, la velocidad de expansión de la Pandemia
y el progresivo colapso de los sistemas de salud, sumado a las erráticas decisiones de
políticas públicas en que han incurrido la mayoría de los Gobiernos, nos lleva
inevitablemente a la más cruda constatación de que la salud no puede seguir siendo un
objeto de consumo o un bien privado sino por el contrario, debe ser un bien público
garantizado, porque a la base de ello está la vida, como el bien más preciado que toda
sociedad y todo Estado, tiene la obligación ética y moral de proteger.

En este sentido, tengamos en consideración que la Declaración Universal de los Derechos


Humanos, establece tales derechos como garantías jurídicas universales, que protegen a
individuos y grupos, contra acciones que interfieran en sus libertades fundamentales y en
la dignidad humana. Por tal motivo, están avalados por normas internacionales y gozan de
protección jurídica pues se centran en la dignidad que todo ser humano posee de forma
inalienable, razón por la cual, todo Estado y sus agentes, tienen la obligación de promover,
proteger dichos derechos y además, que por tratarse de derechos universales, el Estado,
no puede abolirlos por su acción o decisión sin que ello signifique, una flagrante violación
de los mismos.

Dado lo anterior, es que la salud no puede sino considerarse como un Derecho Humano
fundamental, hoy fuertemente amenazado y/o vulnerado por las decisiones políticas de
aquellos Gobiernos que, privilegiando intereses de mercado por sobre la vida de los
ciudadanos, no sólo están incurriendo en franco abandono de sus deberes como Estado
sino que además, transgreden aquellas normas internacionales suscritas y que establecen
las obligaciones que todo Estado tiene, en relación a asegurar y garantizar el pleno de
derecho a la salud, considerando en ello, el acceso igualitario a la atención médica y a una
salud al más alto estándar que sea posible como garantía de la plena vigencia de ésta como
un derecho fundamental .
Por este motivo, la Organización Mundial para la Salud (OMS) sostiene que: “El goce del
grado máximo de salud que se pueda lograr es uno de los derechos fundamentales de todo
ser humano.” Ello, implica o incluye el acceso oportuno, aceptable y asequible a servicios
de atención de salud de calidad suficiente.

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En el caso chileno, el derecho al “grado máximo de salud que se pueda lograr” exige de
políticas públicas que basadas en un conjunto de criterios sociales, propicien la salud de
todas las personas y además, garantizando entre ellos, la disponibilidad de servicios de
salud, condiciones de trabajo seguro, viviendas adecuadas y a la alimentación básica
necesaria. El goce del derecho a la salud está estrechamente relacionado también, con
otros derechos humanos tales como: A la alimentación, la vivienda, el trabajo, la educación,
la no discriminación, el acceso a la información y la participación.

 El derecho a la salud también, involucra libertades y derechos.

Al analizar las políticas públicas y/o programas de salud que el actual Gobierno está
impulsando para enfrentar la Pandemia, mirado desde los Derechos Humanos,
definitivamente están al límite. En estas últimas semanas hemos sido testigos que en
nombre del Estado, no está garantizando ni mínimamente el trabajo seguro del personal
que labora en los hospitales y/o Centros de Atención de Salud y éstos, con medios
absolutamente precarios cuando no insuficientes deben desarrollar sus labores a riesgo de
salud personal e integridad física, constituyéndose tal situación, en una clara y evidente
violación de derechos humanos, en particular del personal de salud como también, de los
ciudadanos que dadas las condiciones de inseguridad en que se otorga dicha atención no
pueden ver plenamente garantizado su derecho a la salud y esto no es sólo por saturación
o colapso a raíz del COVID-19 sino por el evidente abandono y precarización que la salud
pública viene sufriendo por décadas, a razón de las políticas neoliberales aplicadas no sólo
en Chile sino en toda Latinoamérica.

 Los pobres y el derecho a la salud

De modo ex profeso decimos pobres, porque esta palabra es el gran aguijón para las
políticas públicas cosméticas que desde la década de los ´90 se implementaron en Chile
para invisibilizar aquellos ciudadanos (as) que no logran incorporarse en los circuitos
económicos y/o de consumo propiciados por los promotores de “Las bondades del modelo
neoliberal”. Por tal motivo para suavizar la presencia de estos pobres, las políticas públicas
los identifican como “Vulnerables” como descriptor neutro que no da cuenta de las causas
de esa condición de vulnerabilidad sino más bien la suaviza y normaliza. En cambio, al
hablar de pobres, claramente expresamos que se trata de una condición no elegida y
provocada por razones de mala distribución de la riqueza y de las oportunidades que la
sociedad ofrece a sus ciudadanos (as). Aquí es explicito el fenómeno de la exclusión y
desigualdad, como elementos inherente a las políticas neoliberales.

Dicho esto, resulta más evidente aún que tanto en Chile como América Latina, los pobres
y marginados, tanto urbanos y con mayor intensidad en los sectores rurales, suelen ser los
con menos opciones y/o probabilidades de gozar del derecho a la salud.

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Entonces, no resulta imposible proyectar que una vez más quienes vivirán cruelmente y en
desprotección profunda por parte del Estado, son nuevamente los más pobres. Para ellos,
el confinamiento y/o la distancia social, se trasforma en hacinamiento permanente e
insostenible, agudizando las probabilidades o condiciones de contagio por COVID-19
sumado a importantes dificultades que enfrentan para acceder a una atención de salud de
calidad, considerando el colapso que ya comienzan a exhibir los centros de atención de
salud, tal y como lo hemos conocido en los últimos días con los sucedido en el colapso del
Hospital Sótero del Río.

En Chile, a razón del COVID-19, quienes viven en condiciones de pobreza extrema e


inaceptable en este siglo XXI en este “Paraíso” - como lo calificó forma delirante, el actual
Mandatario, hace un tiempo no muy lejano- poco a poco a razón de su condición de pobreza
y exclusión, formarán parte del mayor contingente de seres humanos que quedarán
desfavorecidos y discriminados social y económicamente. Estos pobres, además, son
vistos por las autoridades como “daños colaterales” o “Costos inevitables” por lo tanto, la
economía no se puede detener por ellos y por lo tanto, las decisiones políticas que se están
adoptando agudizan y precarizan aún más la vida de estos sectores, agravando con ello,
la segregación y marginación en la cual se desarrollan sus vidas, dificultando aún más el
acceso a servicios o Centros de Salud, traduciéndose potencialmente, en graves
consecuencias sanitarias.

Del mismo modo, la desigualdad y exclusión manifiesta que hoy opera hacia los sectores
más pobres, en lo referido a los servicios de atención de salud, es una clara violación
derechos humanos fundamentales. Muchas personas se han contagiado ya o lo hará con
prontitud contra su voluntad pues en las condiciones precarias en que se desenvuelven
resultará un fenómeno inevitable con desenlaces impredecibles y sin que esto impacte en
quienes tienen la capacidad para tomar decisiones sobre su futuro como lo son las
autoridades gubernamentales en ejercicio para quienes, este sector social sólo es parte de
la retórica y no de la acción de las políticas públicas reales y efectivas. Como ya
comenzado a ocurrir en diversos rincones del país y en particular en La Araucanía, ante la
falta de disponibilidad de camas para hospitalización, no se suele dar prioridad a personas
de esos grupos, lo que constituye también una violación de sus derechos a recibir
tratamiento.

El COVID-19 ha significado la caída de la careta por parte del modelo neoliberal y a su vez
dejando de manifiesto la indolencia por parte del Estado neoliberal y sus administradores
de turno sumado a la falta de compromiso del Parlamento con la realidad de los
ciudadanos(as) que están viviendo en la incertidumbre por estos días en que no sólo ven
bajo amenaza su continuidad laboral sino la vida, incubando nuevamente las sensación de
indefensión más absoluta respecto de sus derechos pues si el Estado en estas situaciones
o momentos críticos de la vida social no despliega sus capacidad protectora en
cumplimiento de su obligación como Estado difícilmente lo hará en tiempos de calma.

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Cuando la Pandemia haya pasado a integrarse al salón de los grandes sucesos del siglo
XXI y sólo sea un mal recuerdo en la vida muchos, será sin duda más vigente que en
Octubre 2019, la necesidad de cambiar el actual estado de las cosas en el país, partiendo
por la urgencia de contar con una Asamblea Nacional Constituyente que en sus bases
estructurales consigne que la vida de los ciudadanos(as) está por sobre sobre la economía
para que sea ésta la herramienta al servicio de la vida y no como pretende el actual
Gobierno. Del mismo modo, una Carta Fundamental donde la salud sea un derecho
fundamental consagrado y como tal de responsabilidad absoluta del Estado y no sea más
un bien de mercado y que ponga en desigual competencia la salud pública v/s salud privada.
En este sentido, requeriremos de una salud pública modernizada y extendida al más alto
nivel posible de calidad y cobertura donde contemple en igualdad de calidades y
condiciones la atención urbana y la rural.

Finalmente, es posible y es nuestro deber moral con las generaciones del presente y futuro,
alcanzar una sociedad donde la economía esté al servicio de la vida y su sostenibilidad y
no sólo al servicio de las utilidades y privilegios de las élites económicas y financieras,
también, inherente con lo anterior, un sistema de salud que exprese la salud como un
derecho humano inalienable y garantizado. De esta forma y sólo así será posible hablar de
una sociedad plenamente democrática, libre y en paz.

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