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[1]Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos

todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone,
[2]fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía,
soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios.
[3]Fijaos en aquel que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcáis
faltos de ánimo.
[4]No habéis resistido todavía hasta llegar a la sangre en vuestra lucha contra el pecado.
[1]Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer.
[2]«Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres.
[3]Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: "¡Hazme justicia contra mi
adversario!"
[4]Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: "Aunque no temo a Dios ni
respeto a los hombres,
[5]como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a
importunarme."»
[6]Dijo, pues, el Señor: «Oíd lo que dice el juez injusto;
[7]y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar?
[8]Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe
sobre la tierra?»

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