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PROCESOS SOCIALES
PREHISPÁNICOS EN EL SUR ANDINO
LA VIVIENDA, LA COMUNIDAD
Y EL TERRITORIO
Compilado por
Axel E. Nielsen
M. Clara Rivolta
Verónica Seldes
María Magdalena Vázquez
Pablo H. Mercolli
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| Axel Nielsen |
© Editorial Brujas
Miembros de la
CÁMARA ARGENTINA DEL LIBRO
www.editorialbrujas.com.ar editorialbrujas@arnet.com.ar
Tel/fax: (0351) 4606044 / 4609261- Pasaje España 1485 Córdoba - Argentina.
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| Procesos Sociales Precolombinos |
EVALUADORES
Félix Acuto
Roberto Barcena
Luis Borrero
Victoria Castro
Nora Flehenheimer
Francisco Gallardo
Jorgelina Garcia Azcarate
Gabriela Guraieb
Maria Gutiérrez
Marisa Lazzari
Agustín Llagostera
Bárbara Manasse
Guillermo Mengoni Gañalons
Mercedes Podestá
Javier Nastri
Daniel Olivera
María. del Carmen Reigadas
Claudia Rivera
Alvaro Romero
Rodrigo Sánchez
Constanza Taboada
Christian Vitry
Andrés Zarankin
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| Procesos Sociales Precolombinos |
INDICE
Presentación ................................................................................................................ 9
2. Adriana Callegari
Reproducción de la diferenciación y heterogeneidad social en
el espacio doméstico del sitio Aguada Rincón del Toro (La Rioja,
Argentina). ....................................................................................................... 37
3. Inés Gordillo
Detrás de las paredes… Arquitectura y espacios domésticos en el
área de La Rinconada (Ambato, Catamarca, Argentina). ....................... 65
4. Pablo J. Cruz
Hombres complejos y señores simples. Reflexiones en torno a los
modelos de organización social desde la arqueología del valle de
Ambato (Catamarca). ................................................................................... 99
6. M. Clara Rivolta
Las categorías de poblados en la región Omaguaca: una visión desde
la organización social. .................................................................................... 143
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| Axel Nielsen |
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| Procesos Sociales Precolombinos |
Axel E. Nielsen*
M. Clara Rivolta**
Verónica Seldes***
María Magdalena Vázquez****
Pablo H. Mercolli*****
Los estudios de cambio social han suscitado un interés creciente entre los
arqueólogos durante las últimas décadas. El ocaso del evolucionismo cultural que
hegemonizaba la reflexión sobre los procesos sociales en arqueología hasta los años
80, ha dado lugar a una notable diversidad de enfoques que toman elementos de los
principales programas de investigación vigentes en la disciplina, como el materialis-
mo procesual, la ecología evolutiva, el marxismo, la fenomenología y la teoría de la
práctica, entre otros. A las preguntas sobre la explicación de cambios sociales con-
cretos –¿Cómo gravitan factores ambientales, productivos, políticos y culturales en
estos procesos y cuáles son los mecanismos causales involucrados?– se suman actual-
mente interrogantes de orden ontológico y epistemológico, que comprometen la
concepción misma de los fenómenos sociales y las condiciones en que se considera
posible su conocimiento. ¿Buscamos explicaciones nomotéticas o históricas, causas
últimas o causas próximas? ¿Qué tipo de categorías es válido utilizar al comparar
trayectorias históricas? ¿Cómo gravita la acción individual en los procesos de cambio
social? ¿A qué escalas temporales y espaciales son válidas diferentes formas de expli-
cación? ¿Cómo intervienen los objetos, el espacio y el propio cuerpo en la produc-
ción de la sociedad?
Dentro de este panorama, existe consenso respecto a la gran variabilidad de
las formaciones sociales pasadas y sus trayectorias históricas, que no pueden ser
reducidas a esquemas tipológicos universales o secuencias progresivas, lineales. Con-
ceptos como los de heterogeneidad/desigualdad, heterarquía/jerarquía o corporati-
*
CONICET, Universidad Nacional de Córdoba, INAPL.
**
Universidad Nacional de Salta, Instituto Interdisciplinario Tilcara.
***
Universidad de Buenos Aires.
****
INAPL.
*****
Instituto Interdisciplinario Tilcara.
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| DE VUELTA A LA CASA. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL ESPACIO DOMÉSTICO |
DE VUELTA A LA CASA.
ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL ESPACIO DOMESTICO
DESDE LA ARQUEOLOGIA DE LA PRACTICA
*
CONICET - Instituto de Arqueología, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos
Aires.
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Desarrollo
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En una tónica similar, Wilk (1990) propone que la mejor manera de entender las
casas es a partir del estudio de las decisiones, desacuerdos, negociaciones y
compromisos humanos involucrados en la construcción, compra y uso de una casa.
Dichas decisiones se encuentran relacionadas con la distribución de recursos para
satisfacer las necesidades de los diferentes miembros de la unidad doméstica que
ocupan u ocuparán la casa. De esta manera, la casa es considerada, al igual que
Blanton (1994), un bien de consumo, el producto de decisiones constreñidas y con
un patrón.
Es posible realizar algunas críticas a estos modelos. La primera de ella se relaciona
con la noción de “unidad doméstica” como unidad social. El rol de la unidad
doméstica como articuladora de diferentes procesos sociales es algo que debe ser
interpretado a partir de los datos, no asumido a partir de un modelo. Los autores
comentados anteriormente enfatizan lo económico, y principalmente la distribución
de recursos como un rasgo característico e intrínseco de la misma. Esta visión conduce
a una mirada esencialista de la unidad doméstica, proyectando funciones actuales de
contextos etnográficos al pasado. Del mismo modo, una definición a priori de lo que
constituye lo doméstico, y la búsqueda de principios interculturales pueden resultar
en que la variabilidad propia de cada contexto doméstico no sea apreciada totalmente,
o dejada de lado como “ruido” que interfiere en la organización ideal de la misma.
También se ha criticado a esta concepción de la “unidad doméstica” debido a que se
basa en una categoría etnográfica o se sostiene a partir de definiciones etnográficas
de la misma. Por lo tanto, el uso de analogías etnográficas y etnohistóricas para
explicar fenómenos arqueológicos puede tener el efecto de normalizar la conducta
doméstica en el pasado y acentuar o imponer patrones de conducta domésticos de
situaciones culturales, temporales o espaciales diferentes (Allison 1999).
La segunda crítica se relaciona con entender a la unidad doméstica en términos
sistémicos. Es imposible determinar cuáles factores se relacionan con lo social, lo
material y lo conductual (Wilk y Rathje 1982) ya que estas categorías confluyen y
pierden sentido cuando uno focaliza en las prácticas concretas asociadas a lo
doméstico.
Una segunda línea de investigación sobre el espacio doméstico lo relaciona con
la complejidad social. Kent sostiene que la complejidad sociopolítica de una sociedad
determina la organización del espacio y el ambiente construido en relación a la
partición y segmentación; y que a medida que una sociedad se vuelve más compleja
a nivel sociopolítico, “su cultura, conducta o uso del espacio, y la cultura material o
arquitectura se vuelva más segmentada” (Kent 1990: 127). Para comprobar estos
supuestos, la autora propone comparar sociedades con “mucha complejidad social”,
como jefaturas o estados con sociedades con “poca complejidad social” como bandas
o tribus. Su propuesta es que la complejidad sociopolítica puede ser considerada
como segmentación cultural que puede ser descompuesta a su vez en estratificación
por estatus, jerarquía, especialización y división del trabajo y roles sexuales
pronunciados. De esta manera, la partición del espacio por la arquitectura es otro
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Varios autores (Criado Boado 1993, 1999; Shanks y Tilley 1987; Thomas 2001;
Tilley 1994) reconocen la necesidad de redefinir el concepto de espacio, ya que el
mismo se encuentra imbuido de significados propios de la modernidad y por lo
tanto no puede ser utilizado para analizar otros contextos culturales. Tilley (1994)
propone entender al espacio como un medio en vez de un contenedor de la acción.
Como tal, el espacio no puede existir aparte de los eventos y actividades en los cuales
se ve implicado. Por lo tanto, no existe el espacio, sino diferentes espacios. Como una
producción social, estos espacios son susceptibles de cambio o reproducción por-
que son constituidos en la práctica diaria de los individuos. Un espacio social, que es
tanto el resultado como el medio para la acción, se encuentra conformado por
“densidades diferentes de experiencias, apego y relaciones humanas” (Tilley 1994:
11). Por lo tanto, lo que el espacio es depende de quién lo está experimentando y de
qué manera. La experiencia espacial se encuentra imbuida de poder en relación a la
edad, el género, la posición social y la relación con los otros. La experiencia del
espacio se encuentra siempre relacionada con diferentes temporalidades, ya que los
espacios son siempre creados, reproducidos y transformados en relación con espa-
cios previamente construidos y establecidos en el pasado.
El tiempo es otro componente fundamental del espacio doméstico. A través
de diversos mecanismos se apela en el mismo a la relación con el pasado real o
mítico, pero ante todo el espacio doméstico posee una temporalidad propia. Es el
tiempo humano, el tiempo de la vida cotidiana y de las actividades diarias. Para
Barrett (1994) la arquitectura opera como una tecnología que ordena el espacio y el
tiempo, permitiendo que las actividades sean regionalizadas y unidas secuencialmente,
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Arnold (1998) propone estudiar las libaciones o ch´allas que tienen lugar durante el
proceso de construcción de una casa en un ayllu de aymara hablantes localizado en el
límite de los departamentos de Oruro y Potosí, en Bolivia.
Esta región, denominada Qaqachaka, se encuentra ubicada en el altiplano arriba
de los 5.000 msnm y se continúa hasta los 3.800 msnm. En la parte más alta, sus
habitantes son pastores de llamas y alpacas, mientras que en la parte baja crían ovejas,
cabras y ganado para tirar del arado. En las zonas intermedias se producen tubérculos,
legumbres y cereales para el consumo doméstico inmediato. Los excedentes son
vendidos para obtener dinero y comprar productos de otras zonas ecológicas, como
el maíz. La autora propone que en un pasado este pueblo conseguía los bienes a
partir del caravaneo de llamas.
Al tratarse de un grupo principalmente pastoril, la explotación de los pastizales y
la obtención de productos de otras zonas determinan una alta movilidad entre ranchos
y estancias y el pueblo principal llamado Qaqachak Marka, principalmente durante
fiestas religiosas. Las aldeas dispersas se encuentran conformadas por aglomerados
de grupos de casas, despensas y corrales reunidos alrededor de patios comunes.
Las agrupaciones de casas anteriormente descriptas son compartidas por un grupo
de parentesco patrilineal extendido conformado por padres e hijos, junto con sus
esposas de otras comunidades y sus hijos.
En su análisis, la autora considera dos temas principales. El primero de ellos
interpreta la casa como “un texto cultural en el cual tanto la tarea práctica de construir
una casa como las recitaciones del ritual, las canciones, juegos, y sobre todo la compleja
serie de ch´allas que la acompañan, ubican a la casa individual dentro de un contexto
cosmológico más amplio” (Arnold 1998: 34). Esto implica que durante la construcción
de la casa los aymara reconstruyen su cosmología, transformándose la casa de esta
manera en una representación del cosmos, un axis mundi y una estructura organizativa
en torno a la cual giran otras estructuras.
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Un segundo tema propuesto por la autora es el modo en que las prácticas culturales
que acompañan la tarea de construcción de la casa constituyen un “arte de la memoria”
(Arnold 1998: 36). En este sentido, la casa entendida como un símbolo es portadora
de un conjunto diverso pero ordenado del saber social y cultural. A medida que se
construye un espacio se reconstruye el tiempo, al recordar las genealogías ancestrales
y los orígenes míticos e históricos. A su vez, las tareas de recitación asociadas a la
construcción de la casa son percibidas de diferente manera por los miembros de la
sociedad: los hombres recuerdan ciertos elementos de la casa, mientras que las mujeres
otros. Esta división marcada por el ritual es una continuación de la división sexual del
trabajo en esferas sociales más amplias.
Según la autora:
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Discusión
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Conclusiones
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Notas
1. Para la concepción aymara del tiempo, ver Bouysse-Cassagne y Harris (1987).
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| REPRODUCCIÓN DE LA DIFERENCIACIÓN Y HETEROGENEIDAD SOCIAL EN EL ESPACIO DOMÉSTICO |
Adriana Callegari *
Aspectos Teóricos
*
Instituto de Ciencias Antropológicas, Sección Arqueología. Universidad de Buenos Aires.
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Aspectos Metodológicos
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Tabla 1. Clasificación del material cerámico de los rincones recolectado en superficie. Cont.
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| A DRIANA C ALLEGARI |
Sitios Residenciales
Este grupo esta integrado por los sitios Rincón del Toro (Aparicio 1940-42;
Callegari 2001, 2004) y la Fortaleza del Cerro el Toro (Callegari 2004; de La Fuente
1971). Ambos presentan una alta concentración de unidades domésticas simples y
compuestas, las últimas están integradas por dos o tres recintos con diferentes tipos
de accesos y circulación. La Fortaleza, por encontrarse emplazada en la cima del
cerro homónimo con un ingreso restringido controlado por dos puestos construidos
con ese fin, y la presencia de murallas y troneras, habría albergando en situaciones de
conflicto a la población que habitó en los rincones, especialmente a la del Rincón del
Toro. Tales componentes arquitectónicos hacen que, además de comportarse como
un sitio residencial en caso de ataque, habría desempeñado un rol defensivo-ofensivo.
Sitios Productores
Sitios de Control
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| REPRODUCCIÓN DE LA DIFERENCIACIÓN Y HETEROGENEIDAD SOCIAL EN EL ESPACIO DOMÉSTICO |
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El sitio Rincón del Toro (Aparicio 1940-42; Callegari 2001, 2004) se ubica sobre
las laderas del Cerro El Toro a 28º 59´54" de latitud sur y a 68º 10´15" de longitud
oeste. Las construcciones se escalonan sobre los conos sur y norte del cerro,
aprovechándose las posibilidades que brindó el terreno. Está compuesto por cinco
muros de contención y ocho plataformas en los puntos más elevados y con mejor
visibilidad del valle, y 52 unidades domésticas entre las que se distinguen: 37 simples,
once compuestas por dos recintos y cuatro compuestas por tres recintos, de plantas
subrectangulares y subcirculares (futuros trabajos de excavación podrían hacer variar
estas cifras).
La técnica de construcción empleada fue la de pared doble de piedra con relleno
de ripio y sin argamasa, de un ancho que oscila entre 0,70 y 1m. En muchos casos se
aprovecharon las grandes rocas que se encuentran en el terreno para apoyar las paredes
de pirca, técnica que también se registró en los asentamientos ubicados en los otros
rincones que integran el sistema.
La clasificación del material cerámico recolectado en superficie, 448 fragmentos,
se consigna en la Tabla 1.
Sobre 14 rocas planas localizadas entre los recintos y marcando los limites del
sitio se identificaron una serie de grabados. La mayoría de estas manifestaciones
plásticas se encuentran en la porción inferior del cono norte donde, a su vez, se
localiza la mayor concentración de viviendas (Figura 4). Algunos de ellos muestran
motivos característicos del repertorio iconográfico Aguada, como son hombres con
atributos de jaguar, manchas, mascariformes, figuras con doble lectura y de tipo
abstracto (Callegari 2001).
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| REPRODUCCIÓN DE LA DIFERENCIACIÓN Y HETEROGENEIDAD SOCIAL EN EL ESPACIO DOMÉSTICO |
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Cabe señalar que en todas las viviendas trabajadas se identificó un único piso de
habitación.
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Se tomó una muestra de carbón disperso del piso del recinto que fue fechada
con el método de 14C (Tabla 2). Dada la característica de la muestra (carbón disperso)
y que el resultado obtenido se dispara notoriamente del resto de la serie,
momentáneamente se lo considera poco confiable.
La comunicación entre los cuartos tiene lugar a través de un deflector a
continuación del cual y, apoyando sobre la pared norte del R3 (A) se registró una
estructura de combustión. Asimismo, sobre la pared sur hay un área con tierra
quemada, cenizas y carbones de pequeñas dimensiones. Estas evidencias estarían
indicando que en el R3 (A) se habría cocinado y, dado que es ahí donde se habría
mantenido más la temperatura, posiblemente también haya sido utilizado como
habitación. Por otro lado, fue de este cuarto donde se obtuvo mayor cantidad de
material cerámico y lítico.
Entre ambos recintos se recuperaron 59 fragmentos cerámicos. La clasificación
por recintos se expresa en la Tabla 6. Se extrajeron además 20 artefactos líticos: un
artefacto con retoque sumario, 12 lascas (dos corresponden al R3 (B)) y cinco
indeterminados.
Tabla 6. Clasificación del material cerámico recuperado de la excavación de los R 3 (A) y R 3 (B).
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| REPRODUCCIÓN DE LA DIFERENCIACIÓN Y HETEROGENEIDAD SOCIAL EN EL ESPACIO DOMÉSTICO |
El hallazgo de dos prills (gotas) de cobre haría suponer que alguna de las etapas
del proceso de producción metalúrgica habría tenido lugar dentro del espacio
doméstico (Craddock 1995; Cristian Jacob, comunicación personal).
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| REPRODUCCIÓN DE LA DIFERENCIACIÓN Y HETEROGENEIDAD SOCIAL EN EL ESPACIO DOMÉSTICO |
Está integrada por tres recintos que de acuerdo con el registro recuperado habrían
funcionado como distintos escenarios, en cada uno de los cuales se habrían actuado
diferentes actividades. De los trabajos de excavación realizados en esta unidad
doméstica se recuperó un total de 732 fragmentos cerámicos (Tabla 8) y 950 artefactos
líticos.
Tabla 8. Clasificación del material cerámico recuperado de la excavación de los R 19, R19 (A) y R 20.
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Consideraciones Finales
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| A DRIANA C ALLEGARI |
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Notas
1. Este rango temporal, aunque algo tardío para Aguada, se corresponde con los fechados
recientemente informados por investigadores que trabajan en otros ámbitos con la
problemática Aguada (Baldini et al. 2000; Boschín y Llamazares 1996; Callegari y Gonaldi
2006; Gordillo 2005).
2. El tamaño medio de la población se obtuvo entre un máximo de 592 y un mínimo de 365
personas. En tales cálculos no se tomó en consideración a la Fortaleza del Cerro el Toro, pues
se postula que habría sido ocupada por los habitantes del Rincón del Toro y de los otros
rincones en situaciones de conflicto (de ser incluida la población media ascendería a 730
habitantes).
3. Entre las que se pueden mencionar: sendas que comunican algunos de los rincones por las
altas cotas, grandes murallas que resguardan los espacios productivos (construcciones agrícolas
y corrales), plataformas y miradores.
4. La distribución resultante del análisis r/t (Figura 2) se ubica por arriba de la línea logarítmica
normal (tipo convexa) por la inclusión de la Fortaleza del Cerro el Toro, que prácticamente
tiene el mismo tamaño que el sitio Rincón del Toro. Si por lo comentado en la nota 2 se la
excluyera de la representación, la distribución resultante caería por debajo de la logarítmica
normal (tipo cóncava) (Callegari 2004).
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Inés Gordillo*
*
Instituto de Ciencias Antropológicas, Sección Arqueología. Facultad de Filosofía y Letras,
Universidad de Buenos Aires.
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Escenarios Cotidianos
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Por otra parte, hay varios espacios abiertos de grandes dimensiones que pueden
interpretarse como patios y que se diferencian de las habitaciones por su tamaño y
configuración. Se trata de los recintos tipo C (Gordillo 1995) que se disponen en
distintos sectores del sitio, nucleando a conjuntos de cinco o seis recintos menores.
Los datos del registro de superficie y, especialmente, de varias unidades excavadas,
luego confrontados con los conocidos para otros sitios del área, permitieron una
aproximación múltiple a estas unidades residenciales, cuyas principales características
puntualizo muy brevemente a continuación.
Características Generales
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La planta de los grandes patios, que superan los 500 m2, está determinada por la
disposición de los recintos y muros perimetrales que los rodean. Los paramentos
son predominantemente de piedras y presentan vanos de comunicación con las
habitaciones. La información obtenida en el patio E5 revela que se trata de una
unidad semicubierta, con galerías o aleros laterales adyacentes a los muros, apoyados
sobre los mismos y caída a un agua hacia el interior del recinto. Los restos hallados en
su interior corresponden básicamente a un contexto de actividades múltiples
(procesamiento de fauna, molienda, almacenamiento, consumo de alimentos, rituales,
etc.) sellado en parte por el colapso arquitectónico.
Si bien todas las habitaciones comparten atributos arquitectónicos, es posible
observar aspectos particulares en cada una de ellas, que son especialmente visibles en
el registro de excavación. Hay estructuras que presentan una clara homogeneidad
constructiva, sin variaciones murarias importantes en sus paredes ni signos de
remodelaciones, como ocurre en las habitaciones E7 y E4. Otras, en cambio, presentan
una construcción heterogénea, situación que obedece fundamentalmente a sucesivas
remodelaciones. Por ejemplo, E15 parece haber sido ocupada durante un lapso muy
prolongado a juzgar por el grosor del depósito de ocupación y por las
transformaciones arquitectónicas que sufrió: un vano tapiado, cortes transversales en
los muros y adosamientos (Figura 3), una base de poste anulada, variaciones
importantes en la técnica y estilo constructivos, diferencias de altura en la base de los
muros, etc. Esta habitación tuvo una larga y dinámica trayectoria cuyo origen parece
haber sido anterior al de otras viviendas excavadas, pero que al igual que ellas fue
usada hasta el término de la ocupación.
Figura 3. Pared norte del recinto E15, con técnicas constructivas combinadas y
remodelaciones.
El espacio interior de las viviendas no presenta divisiones, al menos a través de
paredes. Aunque no existió una definida segmentación arquitectónica interna, las
proporciones de cada habitación, así como la ubicación y características de sus
componentes constructivos incidieron en la diferenciación de espacios interiores. En
este sentido es ilustrativo el caso de la habitación E4, donde tales atributos inmuebles
pueden correlacionarse con la distribución de los elementos muebles y, en
consecuencia, en las actividades allí desplegadas. Así, por ejemplo, hay espacios que
se definen en virtud de la frecuencia diferencial de desechos, cuya frontera se vincula
al eje longitudinal de la vivienda, a lo largo de cual se ubican la puerta, los postes, la
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viga principal del techo y el remate de la cumbrera. Tal vez, una situación intermedia
entre la partición física, con rasgos reales, y la partición conceptual (Kent 1990).
Dentro de esas áreas y en relación con las distancias, la acción y la comunicación
involucraron un número limitado de personas, mientras que el control de acceso y
privacidad (Sanders 1990) se ejerció a escala de recinto completo –no de áreas internas–
y parecen haber estado garantizados por la presencia de una única entrada, la cual
además es relativamente estrecha y larga (Figura 4).
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los recintos. Una capa irregular con restos quemados de troncos, ramas y paja
correspondientes a los techos cubre a estos contextos finales como consecuencia de
aquel evento (Figura 5), después del cual no hay signos de actividad humana.
Figura 5. Troncos quemados de los techos sobre la superficie de ocupación de los recintos.
Conjuntos Artefactuales
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La otra clase de vasijas que es frecuente en las viviendas está constituida por las
ollas, que se asocian a varias categorías funcionales. Las ollas finas pudieron usarse
para conservar o guardar algún tipo de sustancia líquida o semilíquida. Hay ollas de
pasta tosca con restos de hollín en el sector externo inferior de la pieza que, sin duda,
fueron usadas para la cocción de alimentos. Otras habrían servido para
almacenamiento, como las grandes ollas o tinajas halladas con mayor frecuencia en
contextos de patio conteniendo frutos de chañar. Tal es el caso de la cerámica hallada
en el patio E5, donde aparecen parcial o totalmente fragmentadas in situ, y en mejor
estado de conservación que en las habitaciones. Son grandes recipientes restringidos
de base cónica, con o sin cuello y borde evertido, algunas de las cuales corresponden
al tipo Ambato Tricolor mientras que otras no presentan decoración (Figura 6).
Figura 6. Sector superior de una tinaja tricolor que fue reutilizada como soporte de otra,
en el área de galerías de E5.
También hay grandes escudillas de pasta ordinaria, las que reúnen las condiciones
de tamaño, forma y atributos técnicos propias de los recipientes usados en la
preparación de alimentos sin calor (Rice 1987), aunque no descarto la posibilidad de
que en ellos se sirviera comida, un uso para el que también pudieron destinarse los
cuencos. En cada vivienda hay además otras vasijas que son únicas o menos frecuentes,
como los vasos, tazas y jarras, los que formalmente se asocian al consumo de líquidos
(Tabla 1).
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Tabla 1. Porcentajes de las clases formales de vasijas dentro de cada estructura y en relación a su NMV.
Por otro lado, los recipientes cerámicos se constituyen como el principal soporte
o vehículo de las notables representaciones artísticas que caracterizan a la época.
Gran parte de estas vasijas fueron grabadas y pintadas. Su iconografía comprende
motivos realistas, donde predominan las figura felínicas y humanas (Figura 7),
frecuentemente combinadas entre sí (enmascarado, hombre-jaguar, etc.). A ello se
suman los motivos de carácter fantástico o imaginario, ampliamente representados
en La Rinconada, en especial a través de la figura draconiana multicéfala, la que se
encuentra altamente normalizada en términos técnicos y formales. Por lo demás, el
repertorio de esta categoría de imágenes abarca distintas combinaciones faunísticas,
siendo también el felino el animal más evocado en todas ellas.
El análisis de la iconografía (Gordillo 2004a) señala tres núcleos temáticos
dominantes: 1) la transformación, que se plasma principalmente en los diseños
antropo-felino-ornitomorfos, así como en los felinos sentados y supinos; 2) el sacrificio,
a través de las figuras del enmascarado, del sacrificador y tentativamente de las
representaciones de cabezas humanas –¿cabezas cercenadas?– y 3) seres
sobrenaturales o mitológicos que no remiten a una práctica o sujeto concreto
sino a imágenes de carácter fantástico.
Es oportuno destacar, entonces, el carácter religioso de las imágenes plasmadas en
los recipientes cerámicos, artefactos comunes en el espacio residencial de La Rinconada
y otros sitios del área. De esta forma, el arte mueble no alude al orden doméstico en el
que está inmerso, excluyendo en general de sus representaciones a las acciones, artefactos,
plantas y animales de uso corriente. Los motivos más frecuentes se vinculan al mundo
animal, pero la fauna representada no muestra correspondencia directa con la fauna
consumida, según se desprende de la confrontación entre los repertorios iconográficos
y los registros óseos (ver infra), una observación que luego retomaré.
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Además de la cerámica, hay otros restos artefactuales que, si bien no tienen tanta
relevancia cuantitativa, resultan significativos por constituirse como un patrimonio
común a las unidades domésticas –de este y otros sitios próximos– y en consecuencia
revelan actividades o hábitos generalizados. En las habitaciones son recurrentes los
cuchillos de pizarra, fragmentos de placas de mica, fuentes pequeñas de piedra, trozos
de arcilla cruda, cuentas y otros ítems vinculados al adorno personal e instrumentos
de molienda. Parte de estos últimos fueron usados para moler colorantes minerales
según se desprende de las manos con restos de hematita, goethita u otros pigmentos,
de los que también aparecieron algunos pequeños terrones. Es probable que muchos
de estos materiales formaran parte del equipo instrumental y de las materias primas
usadas en alguna de las instancias de la producción artesanal de cerámica y otras
manufacturas. Dentro de este panorama, cabe señalar que en E4 se agregan varias
herramientas de bronce arsenical y una mayor variedad de adornos.
En contextos de patio hay artefactos de molienda (morteros, conanas y manos),
planchas de mica, figurinas, cuentas de collar aisladas y algunos objetos de metal, así
como restos faunísticos y vegetales, todo ello distribuido bajo los aleros laterales y
entre las grandes tinajas.
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Conjuntos Oseos
Figura 8. Gráfico de partes esqueletarias de Lama sp. en las estructuras excavadas del
espacio residencial.
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Prácticas Rituales
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Figura 11. Esqueleto de vicuña enterrado debajo del piso de la habitación E7.
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En tanto, las características que presentan los patios pueden sintetizarse como
sigue:
- espacios muy amplios, abiertos pero circunscriptos, con sectores internos di-
ferenciados, sostuvieron una interacción social cotidiana, de alcance subcomunal,
entre unidades sociales coresidentes, ampliando a escala colectiva la socializa-
ción, sector de producción de alimentos y almacenaje a mayor escala (¿susten-
to del rito público?), junto a otras actividades de producción artesanal y con-
sumo;
- posibilitaron prácticas potencialmente autónomas para cada núcleo residen-
cial, en tanto estuvieron físicamente ocultas desde el exterior o desde otros
núcleos;
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Rinconada, la plataforma principal (E1) es una estructura maciza que contiene material
descartado: abundantes cerámica rota, huesos, carbones, marlos, etc. Tiene una larga
historia que involucra varios episodios constructivos, partiendo de un basurero inicial
luego delimitado por paramentos pétreos que, a su vez, fueron con el tiempo
remodelados, mejorando su vista pública –desde la plaza– constituyéndose en la
estructura ritual más significativa del complejo. Entiendo que su construcción en base
a basura doméstica tiene un alto contenido simbólico que es funcional al dominio de
un nuevo culto religioso de carácter público, asociado a una reformulación de las
relaciones de poder entre individuos y grupos.
En los sitios de La Rinconada, Bordo de los Indios y Huañomil, los montículos
de basura son cuidadosamente delimitados entre paredes. Cruz (2004) ve en ellos la
voluntad de preservar en un espacio confinado y jerarquizado la memoria del pasado,
el testimonio de las generaciones anteriores a su construcción. Por mi parte, considero
que esa voluntad de preservar y monumentalizar tales espacios obedece, además, a la
necesidad de legitimar el orden social, sustentándolo en el pasado: la basura, que
alude a la historia del lugar, es ahora el soporte físico y simbólico del rito público. El
pasado doméstico trasciende en el ámbito público, dentro del cual se re-construye la
memoria colectiva –en parte materializada en la basura– mediante un viejo discurso
material que plantea un nuevo régimen de interpretación espacial y social. En La
Rinconada (Iglesia de los Indios), al menos, este traspaso diacrónico de lo doméstico
y rutinario a lo público y eventual se ve reforzado también en su dimensión sincrónica
al considerar que parte de las actividades cotidianas parecen haberse orientado a
sostener el culto público.
Esta visión sincrónica del asentamiento Aguada permite delinear un perfil parti-
cular del espacio domestico, generalizado en el área, incluyendo en él no sólo los
atributos espaciales y arquitectónicos, sino también el tipo de actividades o prácticas
que involucra. Cabe preguntarse desde una perspectiva diacrónica cuál es el proceso
del que participa, cómo se genera y en qué medida permite indagar en los anteceden-
tes históricos de estas poblaciones, en la misma región o fuera de ella, así como en el
proceso de cambios, continuidades o rupturas que protagonizaron.
En términos generales se trata de un proceso que genera nuevas formas de
habitar, accionar, construir e interpretar el mundo social y natural. Su expresión más
ampliamente reconocida ha sido la potente iconografía centrada en las imágenes
felino-antropomorfas y fantásticas. Innovaciones tecnológicas en la cultura material,
en la gestión de recursos y la producción económica, junto con el incremento de la
población, son aspectos concomitantes que parecen definirse claramente en Ambato.
Considerando particularmente el paisaje y la espacialidad en su sentido más
amplio, y en comparación con sociedades formativas, el patrón residencial se vuelve
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antaño. En este marco, se ha discutido largamente las relaciones históricas con las
sociedades Alamito, postuladas incluso como antecedente directo de Aguada de
Ambato (Núñez Regueiro y Tartusi 1990, 2003).
Como antes señalé, en la edificación de La Rinconada, y de Ambato en general,
se distinguen básicamente dos patrones murarios, que frecuentemente se combinan
entre sí: paredes de piedras y paredes de tapia con columnas (Figura 13). Fuera de
Ambato, estos dos patrones se visualizan claramente en los sitios Alamito del Campo
del Pucará, un paralelismo que apunta a la existencia de lazos históricos estrechos
entre ambas áreas, en especial si se considera conjuntamente el carácter no
intercambiable de los bienes arquitectónicos y la escasa evidencia de otras
manifestaciones de naturaleza similar en todo el Noroeste Argentino11. A ello se
suma la arquitectura maciza ceremonial.
Figura 13. Paredes con columnas de piedras superpuestas de los sitios de Alamito (tomado
de Núñez Regueiro 1998).
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Figura 14. Esquema de un sitio Alamito (Núñez Regueiro 1998) con el montículo al
oeste y las dos plataformas, los cobertizos, los recintos A y B en torno al patio central.
Se indica la simetría y dualidad espacial. Compárese con el plano de La Rinconada.
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cluidos en el espacio cotidiano de los residentes de cada sitio. Al igual que las plata-
formas ceremoniales se integran –integrando también– al espacio común en torno al
patio central y en función de una estructuración dual del espacio, situación que dista
mucho de encontrase en el área de La Rinconada.
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de qué clase– entre Alamito y las sociedades formativas del valle de Ambato, lo que
arrojaría luz sobre los nuevos modos de vida y pensamiento que representa Aguada
en la región.
Consideraciones Finales
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Agradecimientos. Cada excavación en La Rinconada trae consigo un especial encuentro entre perso-
nas y tiempos. Lo saben quienes entre tierra, sol y cansancio, se han sentido profundamente
conmovidos ante tanta expresión de vida que muestra el registro arqueológico del lugar. A
todos ellos, muchos por cierto, GRACIAS. Asimismo, a la hora de analizar materiales y datos
muchas personas estuvieron presentes y quiero expresarles aquí mi agradecimiento, especial-
mente a Elvira Inés Baffi, Bernarda Marconetto, Alberto Pérez, Gabriel López y Patricia Solá,
cuyos análisis específicos fueron muy valiosos a esta investigación. Y, sin duda, también a Diego
Leiton, por ese diálogo tan estimulante en torno a varios de los problemas aquí tratados.
| 93
| INÉS GORDILLO |
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Notas
1. Como también ocurre en otros sitios del área, los ejes principales de La Rinconada repiten la
misma orientación nor noroeste-sur sur este del sistema orogénico de sierras subparalelas
que imprime en la región direcciones naturales recurrentes, enmarcando así las experiencias
espaciales y visuales y proveyendo de un marco de referencia espacial bien definida que se
repite en este y otros valles contiguos.
2. Bernarda Marconetto reconoció estas especies en las muestras de Iglesia de los Indios y Piedras
Blancas, junto con otros árboles que crecen en el valle (Prosopis sp., Acacia sp., etc.)
3. Para realizar este cálculo he tenido en cuenta los siguientes factores y procedimientos: 1)
identificación de unidades de habitación, distinguiéndolas de los espacios y construcciones
destinados a otros usos; 2) cuantificación de tales unidades y medición del área interior a las
mismas -área de piso cubierto- excluyendo del cálculo los espacios no habitacionales; 3)
clasificación de las viviendas en tres estratos según su grado de definición, dentro de los cuales
se define un rango tentativo de número de viviendas y de área residencial en m2; 4) corrección
de contemporaneidad a través de un índice de 0,75 en la máxima ocupación del sitio y 5)
aplicación de constantes demográficas propuestas por diferentes autores (Hassan 1978; Nelson
1995; Smith 1992; entre otros), especialmente aquellas que resultan de estudios transculturales
(Gordillo 2004a).
4. Resulta claro que este material es sólo una fracción de la variedad de desechos primarios y
perdurables; junto a estos, además, debieron existir sin duda elementos perecederos de los
cuales no ha quedado registro. Aún así, el material contenido en tales depósitos brinda una
información significativa sobre los grupos de artefactos y sobre ciertos consumos que transi-
taron a través del tiempo por el contexto de comportamiento inherente al espacio de cada
vivienda. Paralelamente, aunque no es posible determinar el ritmo de formación, los depósi-
tos de piso sugieren, en algunos casos, un lapso prologado de ocupación. Este aspecto se
correlaciona, además, con la presencia de remodelaciones arquitectónicas que apuntan en el
mismo sentido.
5. Presenta los atributos definidos para las vasijas que cumplen esa función: forma abierta,
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sistema de redistribución. Fried (1960, 1967) y Service (1962, 1975) propusieron por
su lado que una economía basada en la redistribución de bienes sería una condición
necesaria al surgimiento de una jefatura. Desde esta perspectiva, las jefaturas son
sociedades de redistribución con una entidad central de coordinación que actúa en
función de preservar y reproducir la integración de la sociedad (Service 1975: 144).
Dentro de este marco, Earle (1978) remarcó ciertos problemas sobre el concepto de
redistribución como elemento económico esencial de las jefaturas. Por un lado
demostró que los gestos considerados como indicadores de redistribución eran en
ocasiones reacciones cooperativas frente a las fluctuaciones ambientales. Por otro
lado, su trabajo con las jefaturas de Hawaii pusieron en evidencia que la redistribución
no era siempre el modo de cambio económico dominante, sobre todo en el caso de
las comunidades más alejadas del centro del poder. La crítica sobre la pertinencia de
la redistribución como condición sine qua none al surgimiento de jefaturas fue igualmente
señalada por Peebles y Kus (1977).
Desafiando la imagen universalizadora y tipológica de las jefaturas, desde hace
algunos años –impulsado en cierta manera por el auge de la teoría de las redes- se
viene desarrollando el concepto de heterarquía en la explicación alternativa sobre los
procesos de complejización social de distintas partes del mundo (Becker 2004; Brumfiel
1995; Crumley 1995; Levy 1995; O’Reilly 2000; Saitta y McGuire 1998; entre otros).
Es dentro de esta perspectiva que analizaremos el caso de Ambato. Nuestro concepto
de heterarquía no se resume en la ausencia de jerarquía ni al principio de organización
estructural donde la jerarquía podría variar puntualmente según la localización de las
decisiones, sino que más bien, surge de la aplicación de dos conceptos que pueden
parecer próximos, el modelo rizomático y el de gobernance. Tomamos la figura
enmarañada del concepto-metáfora del rizoma en tanto que un conjunto de redes
unidas por relaciones autorreguladas, cuyo principio sería la cooperación (como
estrategia de optimización), que estarían conformando la estructura, la base, del
funcionamiento de la sociedad. Por otro lado, el concepto de gobernance o “buen
gobierno” se refiere al conjunto de sistemas de regulación intencionales generados
por una organización social dada que mantiene su viabilidad interactuando con a)
numerosas otras organizaciones sociales, b) instituciones y c) con el medio (Jessop
1995, 1997, 1998). A su vez, siguiendo a Jessop, podemos ver que la heterarquía,
comprende tanto las redes interpersonales que se autoorganizan, la coordinación
negociada entre las instituciones y la dirección descentralizada entre sistemas en la que
media el contexto, todas estas conectadas estructuralmente, de manera rizomática, a
causa de su interdependencia recíproca (Jessop 1995). Finalmente, el modelo
heterárquico no niega en todos los casos la existencia de relaciones de orden jerárquico
más o menos institucionalizadas, sino más bien, la institucionalización de una jerarquía.
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estratificada del tipo jefatura (González 1998; Pérez Gollán 1992). En acuerdo con
los modelos más conocidos para una jefatura, el control social y el poder político
descansarían sobre una jerarquía de carácter hereditaria centralizada en la figura de un
señor (Pérez Gollán 1992). Ahora bien, teniendo este modelo como algo resuelto, la
cuestión del proceso de complejización social se situó al centro de la mayoría de los
proyectos de investigación sobre el fenómeno Aguada. En efecto, pareciera ser que
el objetivo perseguido no fue más tratar de poner en evidencia el “modo de
organización social”, sino más bien el “proceso” que marcaría el pasaje entre una
sociedad poco estratificada a una jefatura. En la región Valliserrana, el Valle de Ambato
y el Campo del Pucará se disputan el centro genésico de ese proceso (Bonin y Laguens
1996; Pérez Gollán 1992; Tartusi y Núñez Regueiro 1993). No obstante, los datos
recogidos en el campo, así como la exégesis bibliográfica y documental realizada en
nuestra investigación, nos condujeron a resultados sensiblemente diferentes de los
actuales modelos propuestos para Aguada. Estas diferencias no radican en el hecho
de si la región fue ocupada por una sociedad compleja –algo que nadie discutiría–,
sino en las particularidades de la organización social de sus antiguos habitantes.
Con el fin de estructurar mejor nuestras propuestas, en un primer paso expondremos
algunos comentarios sobre los actuales modelos propuestos para Aguada resaltando
únicamente los elementos relacionados con la problemática de la organización social.
Más allá de los puntos teóricos específicos que serán tratados, nuestra crítica gravita
principalmente en el recurso “parcial” de la deducción como herramienta metodológica
a detrimento de una mayor atención al dato de campo. El hecho de encuadrarse a toda
costa en la resolución de las hipótesis puede conducir a inevitables distorsiones en la
lectura del registro, condicionando la cultura material a responder sus propias preguntas.
En otras palabras, si nuestras investigaciones apuntan a encontrar los representantes
locales de jefaturas universales, y ponemos a disposición todos los medios metodológicos
y teóricos, es muy probable que las encontremos. Por otro lado, podemos ver que la
historia de la arqueología argentina, sobre todo aquella concerniente al Noroeste
Argentino, estuvo fuertemente condicionada por una multiplicidad de parámetros
políticos, económicos, sociales y teóricos, así como por una cierta voluntad inconsciente
de encontrar la monumentalidad –o la transcedentalidad simbólica como variante–
como soporte material en la construcción identitaria de la nación (Cruz 2004).
Nos interrogamos entonces acerca la base fáctica sobre la cual los investigadores
se fundamentaron para inferir los modelos de organización social propuestos para
Aguada y en particular para Ambato. Para ello, pondremos en examen ciertos criterios
que figuran entre los más claros indicadores de un sistema social estratificado del
tipo jefatura tal cual se presenta en la literatura. Estos criterios son: a) la centralización
del poder político; b) la centralización de la religión; c) la diferencia estratificada en el
tratamiento funerario; d) la diferencia jerárquica en el hábitat; e) el acceso diferenciado
y desigual a los bienes; y f) la centralización y maximización de la producción.
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Desde los comienzos de las investigaciones sobre Aguada la iconografía fue “la
plataforma” predilecta en la construcción de una cierta trascendentalidad religiosa.
Los análisis de la iconografía Aguada fueron llevados a cabo indistintamente sobre
todos sus soportes: la cerámica, los metales, la escultura y las pinturas y grabados
rupestres. Si en un comienzo la búsqueda de temáticas “trascendentales” formaba
parte de una visión romántica del pasado, con el tiempo se transformó en una
metodología7. Uno de los problemas presentes en el tratamiento de la iconografía
Aguada surge cuando el nombre o denominación dada a un tipo de representación
o personaje se confunde con el significado posible del mismo. Entre los casos
problemáticos se distinguen el tratamiento dado a las representaciones denominadas
desde un principio como “el sacrificador”. Y es en este punto del tratamiento
iconográfico donde la ecuación real, no real y mundo-otro se vuelve peligrosa ya que
pone en juego tanto la fragilidad en la lectura del dato arqueológico, como las
intenciones, concientes o inconscientes, que se ocultan detrás y que condicionan la
interpretación. Es más, el caso de las figuras antropomorfas deja expuesto la escalada
categórica de la interpretación donde se pasa linealmente de la figura del guerrero a
la del chamán, del chamán a la del sacrificador y de este a la “divinidad”, último
peldaño del panteón iconográfico. Significativamente, estas transformaciones están
secuencialmente ligadas con la evolución de los conocimientos sobre Aguada y las
oscilaciones de los centros de interés en la pluma de los investigadores. En efecto, no
resulta lo mismo estudiar una “cultura” que representan a sus guerreros o a sus
chamanes, es decir a hombres, que una que representa a sus dioses.
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La Centralización de la Producción
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general, de los territorios Aguada. Sin embargo, muchos son los elementos que denotan
que los antiguos habitantes del valle poseían una compleja organización social. Esta
se materializa en el importante aumento demográfico que condujo en un momento
de su historia a una multiplicación de los sitios de habitación, en el desarrollo de la
producción agrícola, en una cierta estandardización de la producción cerámica y en
el surgimiento de nuevas modalidades discursivas en la iconografía. No obstante,
este amplio proceso de complejización no es necesariamente un proceso que condujo
hacia una intensificación de las desigualdades sociales. Cierto, el estado embrionario
de las investigaciones deja una puerta abierta a cambios radicales en el futuro próximo.
Sin embargo, es posible que la respuesta a este dilema se encuentre en una
incomprensión del concepto de complejidad. En efecto, si nos alejamos un momento
de los marcos tipológicos clásicos y universales, donde un sistema social poco complejo,
tribal o de rango, se continua obligatoriamente de un crecimiento de la desigualdad
social (Flannery 1972; Fried 1960; Sahlins 1958; Service 1971), podemos proyectarnos
hacia otros posibles modelos explicativos.
La cultura material de Ambato parece dar cuenta de una alta heterogeneidad de
la sociedad. Los sitios de hábitat simples cohabitan con los sitios complejos sin
presentar por lo tanto diferencias jerárquicas en la cultura material. Ninguna
diferenciación fue puesta en evidencia en la distribución de los objetos incluso de
aquellos que iconográficamente pueden estar asociados con las esferas
superestructurales de la sociedad. Se suma a estos criterios una fuerte diversificación
de la producción con un fuerte potencial de autarquía. En resumen, todos los
elementos parecen indicar una gran heterogeneidad de la cultura material así como
una baja desigualdad en su acceso. En otros términos, el registro arqueológico de
Ambato no da cuenta de una repartición muy estratificada del poder.
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Figura 2. Cuenca del Río Los Puestos. Localización del área de estudio.
En cuanto al Período de Integración Regional, si las prospecciones nos
permitieron encontrar algunas lógicas sobre la ocupación de la cuenca, queda todavía
a elucidar la secuencia cronológica de esta ocupación, aunque si todo parece indicar
una relativa concomitancia de los sitios de habitación.
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Sin embargo, es posible afirmar que la ocupación Aguada del Valle de Ambato
se manifiesta de manera abrupta, se pone en evidencia como un fenómeno ya
formalizado, sin exponer una transición significativa con las ocupaciones precedentes.
No obstante, estamos lejos aún de poder afirmar si se trata de un proceso interno o
el resultado de un aporte externo.
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En cuanto a la interpretación social del modo de ocupación, entre los datos más
significativos, se destaca el registro de nueve nuevos sitios complejos que conducen a
reformular la categoría de centro ceremonial propuesta para sitios como la Iglesia de
los Indios y Bordo de los Indios. En efecto, el modo de establecimiento de la cuenca
de Los Puestos no refleja una centralidad política o religiosa. Es por otro lado interesante
señalar que las evidentes diferencias existentes entre las unidades residenciales simples y
los sitios complejos no se traducen al resto de la cultura material. Las excavaciones,
sondeos y recolecciones superficiales realizadas hasta la fecha, sugieren una sorprendente
homogeneidad de la cultura material, en particular la cerámica. Las diferencias entre las
unidades residenciales simples y sitios complejos no estarían forzadamente dando cuenta
de diferencias de orden jerárquico sino que probablemente nos estén indicando funciones
diferentes o, por qué no, momentos diferentes (Figura 4).
En otra escala del análisis, las excavaciones realizadas al interior de los sitios de
habitación muestran bien la ósmosis existente entre los diferentes contextos (doméstico,
de producción artesanal y ritual) presentes en la vida de sus antiguos habitantes. Las
estructuras y materiales exhumados en el Recinto Alto del sitio Piedras Blancas muestran
bien como un mismo espacio puede estar investido, de manera indiferenciada, por
numerosas actividades, todas ellas atravesadas por el discurso ideológico y asociadas
con la reproducción del grupo y del cosmos. Esta misma situación se presenta en el
tratamiento iconográfico presente en la cultura material, en particular la cerámica. En
nuestros trabajos, pudimos observar que el discurso iconográfico de Ambato puede
ser descompuesto en varios estratos, cada uno cargado de significación. Por un lado,
la iconografía expone una imagen del mundo real o imaginario, invadida por un
simbolismo que parece estar asociado siempre a las manifestaciones de poder, que
estarían cristalizadas en las representaciones del jaguar. Los diferentes tipos de
representaciones del jaguar, así como las representaciones antropomorfas felinizadas
sugieren una doble naturaleza del poder: el poder en “si” y el poder “sobre” (Cruz
2002, 2004). Por otro lado, la dialéctica existente entre las representaciones del jaguar
y aquellas llamadas “draconianas” parecen estar asociadas a un discurso identitario
donde Ambato podría estar señalando su filiación tanto con un universo andino
como con las tierras bajas del Chaco. En otra escala de la reflexión, resulta muy
significativo que el discurso iconográfico invade todos los contextos al interior de los
sitios, sugiriendo así su rol como soporte ideológico de importancia.
Actualmente no existen suficientes elementos que permitan interpretar la religión
de los antiguos habitantes de Ambato. Sin embargo, algunos de ellos dejan pensar
que la misma no estaba centralizada. Esta deducción se basa tanto en la ausencia de
construcciones religiosas jerarquizadas y evidentes, así como en una iconografía
invadida de una multiplicidad de personajes, reales o imaginarios –no lo sabemos
aún– que no se presentan jerarquizados. Otros elementos, como las estructuras y
objetos rituales hallados al interior de los sitios parecen privilegiar una práctica religiosa
descentralizada, probablemente próxima en su forma al chamanismo conocido para
las bajas tierras de Sudamérica.
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La articulación del conjunto de los datos recogidos nos permitió formular algunas
hipótesis relativas al modo de organización social de los antiguos habitantes de la
cuenca y ponerlas en perspectiva con los modelos actuales de cambio social para la
región Valliserana. Los vestigios arqueológicos de Ambato rinden cuenta de una
gran heterogeneidad de la sociedad, donde unidades residenciales simples coexisten
con sitios complejos sin poner en evidencia una centralización del poder político. La
producción cerámica se destaca igualmente por su diversidad en formas y por la
riqueza narrativa de su decoración, y pone en manifiesto una cierta especialización
artesanal. Se suma a estos criterios una fuerte diversificación de la producción agrícola
con un marcado potencial de autarquía. Todos los elementos parecen estar indicando
entonces una gran heterogeneidad de la cultura material y en la explotación de los
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recursos y una baja desigualdad en el acceso a los mismos. Desde nuestra perspectiva,
nos parece más adecuado caracterizar las sociedades que poblaron la región Valliserrana
como sociedades heterárquicas. Si bien a la hora actual de las investigaciones nos
resulta difícil poder sumergirnos en las particularidades de la organización social de
Ambato, tal como lo hemos tratado entendemos que el modelo heterárquico
propuesto se adapta bien al registro arqueológico de Ambato. Sin embargo no queda
muy clara la existencia concomitante de sitios de habitación complejos y simples.
Pero desde este enfoque, esta relativa concomitancia puede explicarse como un
proceso en las cuales las “redes” sociales, cuyos lazos (parentesco, alianzas), aún no
podemos definirlos, se van materializando paulatinamente concentrándose dentro
de un mismo espacio y conformando estos sitios complejos. Si bien podemos
encontrar en estas organizaciones casi corporativas el origen de tensiones sociales, no
significa por lo tanto que las mismas hayan desembocado en un momento, o en otro,
en el establecimiento de una jerarquía. En este sentido, el conflicto permanente –y la
negociación– puede ser vista como un mecanismo para evitar la emergencia de las
nuevas élites. Por otro lado, el hecho de que, como Ambato, los diferentes grupos
Aguada de la región ocuparan territorios más bien limitados y hayan manifestando
una cierta autarquía nos podría estar indicando, además de la inexistencia de programas
expansivos, la escala reducida necesaria para el mantenimiento de este modelo. De
acuerdo con el modelo planteado por Nielsen (2006), es posible que con el correr
del tiempo, este modelo social haya desembocado en sociedades corporativas que
ocuparon territorios considerablemente más extensos, pero que sin embargo, se
muestran alejadas igualmente de la figura del Señorío en su sentido clásico.
Esta lectura de la arqueología del Ambato busca contribuir al debate actual,
poniendo en evidencia un proceso de complejización social que desembocaría, entre
otros aspectos, en una relación original entre los hombres, el medio y el cosmos,
basado en una cierta interacción y no sobre la dominación. Una de las explicaciones
posibles de esta situación radicaría en la omnipresencia de un discurso iconográfico
cargado de simbolismo que invade todos los espacios del cotidiano. Sobrepasando
la voluntad de los hombres, la ideología se manifiesta de esta manera como un
regulador social y útil homeostático.
Esta comunicación no busca criticar el trabajo de los numerosos arqueólogos
que trabajaron sobre la problemática Aguada, ni tampoco ponderar nuestras
interpretaciones que están de hecho sujetas al error como toda interpretación.
Buscamos más bien señalar las fallas metodológicas al tratar de aplicar teorías, en este
caso al servicio de la puesta en evidencia de un sistema de organización social del
tipo jefatura, en vez de utilizar las particularidades del caso para, precisamente, pensar
en modelos que contribuyan al debate en la arqueología. Es posible que detrás de
Aguada se encuentren todavía otro y otros mundos diferentes al conocido.
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| P ABLO J. C RUZ |
Notas
1. Ante la ausencia de la mención de otros sitios semejantes, cabe recordar que, aunque represen-
te sólo un detalle, significativamente los tres sitios fueron excavados por este mismo autor.
2. Tomemos por ejemplo la definición vertida por Tartusi y Núñez Regueiro “Entendemos
como “estructura ceremonial” toda estructura, simple, como puede ser un montículo, o
compleja, como pueden ser los “complejos de plataformas en forma de U” (Moseley 1982)
cuyas características y elementos asociados permitan inferir que su finalidad ha sido de carácter
ceremonial. Por consiguiente consideramos como “estructuras ceremoniales” al montículo
de El Mollar, a las plataformas y montículo mayor de los sitios de Alamito, y a las pirámides
de “Bordo de los Indios” e “Iglesia de los Indios” del Valle de Ambato...” (Tartusi y Núñez
Regueiro 1993: 5). Este ejemplo representa claramente el grado de empantanamiento en el
que se encuentra el problema, ya que se recurre al propio término –ceremonial- que pretende
ser definido, empleándolo como herramienta para introducir un salto explicativo con valor
veritativo. Evidencia y argumento de la evidencia al mismo tiempo, para estos autores un
centro ceremonial, sea simple o complejo, es ceremonial por el simple hecho de que poseen
testimonios de prácticas ceremoniales. Pero ¿Cuáles fueron esas prácticas y cuáles son sus
testimonios materiales, los predicados de estas prácticas? Y más aún, en el caso de Alamito,
donde la estructura del asentamiento y la arquitectura de los sitios son tan homogéneas (aquí
el empleo del concepto de patrón en tanto regularización de las formas y diseños podría
resultar categórico), ¿permite pensar -como infieren los autores- que estos sitios, cuyo núme-
ro se eleva a varias decenas, eran todos centros ceremoniales?
3. Sitio 111 Huañomil, 258, 256, 230, 140, 130, 126, 135 y 099.
4. “No hay dudas, que la Iglesia de los Indios, estudiada por González (1983) y por Gordillo
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Gustavo M. Rivolta*
Julián Salazar*
El presente artículo trata sobre uno de los aspectos de las investigaciones que se
realizan en la Quebrada de Los Cardones (Figura 1). Ésta quebrada es tributaria, por
el sudeste, al Valle de Yocavil, en el departamento Tafí del Valle, hacia el noroeste de
la provincia de Tucumán. En el marco del “Proyecto Arqueológico Los Cardones”
(PALC), se han efectuado estudios en un sitio homónimo a la quebrada, efectuándose
un relevamiento plani-altimétrico de la totalidad de estructuras arquitectónicas presentes
en el sitio; definiéndose un patrón de asentamiento, con una complejidad semiurbana
y un trazado unilineal e irregular, perteneciente a la etapa de los Desarrollos Regionales
del Noroeste Argentino (989-1490 d.C.). Este relevamiento, nos permitió contar
con una base documental de valiosa información superficial, que fue utilizada para
los posteriores trabajos de excavación.
Este sitio está emplazado en la quebrada articulándose con producciones de
características agrícolas y pastoriles. En cuanto a su organización interna, se presenta
como un poblado que en su arquitectura posee espacios de uso doméstico y
comunitario. Se intenta discutir aquí la funcionalidad de diferentes tipos de recintos
que se emplazan en el sitio Los Cardones, planteándose una variabilidad en los espacios,
caracterizando los pertenecientes al ámbito público y los propios de la esfera doméstica.
En cuanto al método general planteado para las excavaciones se utilizaron
muestreos direccionales que fueron orientados a seleccionar una amplia muestra de
diferentes tipos de recintos –según su forma y tamaño- y a sus emplazamientos en
diferentes sectores del sitio con variabilidad topográfica. También, se tuvo en
consideración el muestreo probabilístico estratificado, generando una mayor área de
investigación en cuanto a los recintos que fueron sondeados.
Se combinaron aquellas técnicas de excavación que subrayan la dimensión vertical
y que revelan la estratificación; junto con las que dan importancia a la horizontalidad,
por ejemplo; en la apertura de un área amplia en un recinto para exteriorizar las
relaciones espaciales entre los artefactos y las estructuras de ese estrato.
*
Laboratorio y Cátedra de Prehistoria y Arqueología. SECyT. Facultad de Filosofía y Humanidades.
Universidad Nacional de Córdoba.
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En primer lugar, se tiene la idea de armonía entre los individuos que habitan este
tipo de espacios. Aunque los miembros de un grupo doméstico son interdependientes,
no necesariamente forman una unidad de cooperación en la cual cada uno subordina
automáticamente sus objetivos a aquellos más amplios de todo el grupo. Ni siquiera
las decisiones son tomadas por todo el grupo en conjunto. Los grupos domésticos
consisten en una agregación de actores sociales diferenciados por edad, género y
posición de poder, cuyos objetivos e intereses no siempre coinciden (Hendon 1996).
Por otra parte, generalmente se acepta una visión estática de lo doméstico, sobre
todo de su correlato material, la vivienda. Las nociones de proceso, ciclo y desarrollo
son comunes en el análisis de grupo y unidades domésticas pero, en contraste con la
gente contenida, las estructuras son generalmente retratadas como relativamente fijas
y permanentes. Contrariamente, hay una necesidad de analizar a la casa y a sus ocupantes
en la misma perspectiva analítica: así como el parentesco y la unidad doméstica
tienen una naturaleza dinámica, la vivienda también la tiene (Taboada y Angiorama
2003a).
Este último punto no sólo incluye el ciclo de vida material, el cual puede ser
analizado con el modelo de Schiffer (1972), sino que los procesos arquitectónicos de
construcción, mantenimiento, reconstrucción, decaimiento, muchas veces pueden
vincularse a eventos significativos de la vida (y la muerte) de sus ocupantes (Carsten
y Hugh-Jones 1995).
Finalmente, se define a lo doméstico en términos de una dicotomía entre lo
femenino/privado/pasivo/consumidor, en oposición a lo masculino/público/
político/ productor. Este supuesto, procedente de un imaginario colectivo de la
sociedad Occidental Moderna, confunde lo doméstico con lo no-público o privado,
y dificulta la comprensión de casos que involucran una gran diversidad en este sentido.
En los espacios domésticos recayeron muchas prácticas que tuvieron gran repercusión
en las tendencias histórico-sociales más amplias: reproducción social, producción
(especializada o no), rituales de diversos tipos, reuniones que involucraron a individuos
no pertenecientes a la vivienda, etc.
Teniendo en cuenta la definición propuesta más arriba, se considera que el espacio
doméstico se materializa en dos tipos de evidencia: por un lado, la arquitectura y
rasgos, y, por otro, los artefactos y desechos. Un concepto clave a la hora de interpretar
la información brindada por los últimos y vincularla a los primeros, será el de área
de actividad, para lo cual tomaremos la propuesta de Manzanilla (1986, 1990, 1997),
según la cual al área de actividad es “la unidad espacial mínima en la que las acciones
sociales quedan impresas” (Manzanilla 1990: 12) y se define como la concentración y
asociación de materias primas, instrumentos y desechos en volúmenes específicos,
que reflejan acciones particulares. Las áreas de actividad se clasifican según el modelo
conductual de Schiffer (1972) en áreas de abastecimiento, manufactura, uso-consumo,
almacenamiento y descarte y además se las ordena según el tipo de producción y
consumo que impliquen.
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Las tres unidades analizadas se ubican en distintos sectores del sitio. La unidad
10 (U10) (Figura 4), emplazada en el sector 4, cubre una superficie de 180 m2 y está
conformada por un recinto rectangular, el R17, con un circular y un cuadrangular
incluidos, R18 y R19 respectivamente. Esta unidad fue tratada en exclusividad en
otro trabajo (Rivolta 2004).
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En el R128, el material recuperado fue escaso, al igual que en los otros recintos
circulares (R124 y R126). Sin embargo, la construcción de los muros muestra una
mayor inversión de tiempo que en el rectangular (U59, R125), haciéndolos de mejor
factura tecnológica en cuanto a la selección de los bloques constitutivos de los
paramentos como a la compactación entre sí. Además sobre toda la base de la
ocupación aparece bastante uniformemente una especie de barro batido, que parece
haber estado rellenando el piso. Los materiales recuperados fueron varios tiestos de
cerámica que forman piezas pequeñas, y algunos huesos de camélidos.
Discusión
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manera de construir los muros, conformar las aberturas y diseñar las casas. La única
diferencia considerable parece ser el tamaño de las mismas, aunque esto pueden
referir a cuestiones de relieve, dado lo escarpada y complicada que resulta la topografía
de todo el asentamiento. En otras áreas del los Andes Centro-Sur, conformaciones
comparables de los espacios domésticos ha sido interpretada como medio de negación
enfática de diferencias respetando minuciosamente un esquema ideal (Nielsen 2001b).
Hacia el interior, la evidencia recuperada no muestra claramente accesos
diferenciados a los recursos y los contextos se diferencian más entre sí por cuestiones
post-depositacionales, en especial por las condiciones de abandono, como proponen
varios autores (Brooks 1993; Manzanilla 1990).
Sin embargo, la aparición de un gran bloque lítico, referido anteriormente, con
base en la capa II del R125, puede ser indicador de una singularización hacia adentro
de este espacio, en especial haciendo referencia cierto tipo de relaciones familiares.
Según Duviols (1979), el wanka es un monolito, esculpido o no, pero aparentemente
ubicado en su lugar por el hombre, que es considerado como el doble mineral del
cadáver sagrado de un ancestro ejemplar del ayllu. Si bien este planteo fue originalmente
propuesto para los Andes Centrales, es posible ver que en los valles y quebradas del
Noroeste Argentino este fenómeno tuvo expresiones comparables.
Este posible indicador ritual, íntimamente vinculado a un culto familiar, denota
en primer lugar que los residentes de esa unidad probablemente estuvieron vinculados
por, además de la co-residencia, relaciones de parentesco, reales o imaginarias. En
segundo lugar, que esos vínculos fueron fortalecidos a través de un indicador material,
el cual pudo tener la función de naturalizar y enfatizar ciertas relaciones de parentesco
(Bermann y Estévez Castillo 1993).
Conclusiones
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Agradecimientos. Esta investigación forma parte del proyecto denominado “Proyecto Arqueoló-
gico Los Cardones”, desarrollado mediante subsidios y becas otorgadas por la SECyT-Facultad
de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba, y por la Agencia Córdoba
Ciencia. Agradecemos especialmente a nuestro Director del (PALC), el Dr. Eduardo Berberián
por su incondicional generosidad, confianza y apoyo. A Valeria Franco Salvi por su compañía
constante y su invalorable colaboración en todas las etapas del trabajo. A Gabriela y Rocío por su
apoyo, el cariño de siempre y por todas las horas robadas. A Sebastián Cárdenas, por su colabo-
ración en la confección de los gráficos. A la familia Martínez de la Quebrada de los Cardones sin
cuya hospitalidad no se hubieran podido concretar los trabajos de campo. A la Comunidad
Indígena de Amaicha del Valle y a los integrantes del Laboratorio y Cátedra de Prehistoria y
Arqueología de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba.
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| M ARÍA CLARA R IVOLTA |
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antiguos correspondientes al 900 y 1100 d.C. obtenidos del basural de este sitio en
realidad estarían representando espacios domésticos que luego fueron
refuncionalizados como áreas de depósito de basura. Esto implicaría que dicho
espacio fue reformulado a través del tiempo, y con ello, probablemente la organización
del sitio y otros aspectos asociados. Por lo tanto, resulta necesario examinar la supuesta
homogeneidad a nivel superficial, tanto en cuanto a rasgos constructivos como en
torno a la organización interna general. Claramente, y a la luz de los últimos resultados,
es difícil presumir un grado de estabilidad tal, sobre todo atendiendo al dinamismo
de los procesos acontecidos no sólo en la región sino en el área. En este sentido,
hemos propuesto con anterioridad (Rivolta 2003, 2004, 2005a) una argumentación
explicativa sobre la base de diferentes evidencias, a fin de generar una mirada alternativa
acerca de la constitución de poblados para la región Omaguaca.
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Caracterización de Poblados
Primeros Poblados
Los sitios ocupados a partir del 900-1000 d.C. pueden ilustrarse en los siguientes
poblados: Puerta de Juella (Casanova 1937; Raffino 1991), Keta-Kara (Pelissero 1995),
La Isla de Tilcara (Casanova 1937; Debenedetti 1910), Muyuna (Nielsen 1997) y
otros. Estos se emplazan por lo común en zonas próximas a las márgenes del Río
Grande de Jujuy correspondiendo a sectores de terrazas bajas. La superficie de estos
sitios varían entre 2 y 4 ha (Figura 2a), estando en gran parte cubierta con construcciones,
sin arquitectura monumental, con vías de circulación entre los que se destacan algunos
espacios abiertos (plazas?), además de sectores con funcionalidades específicas, tal el
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Terrazas Domésticas
Una segunda variante registrada para la región estaría constituida por los sitios en
Terrazas Domésticas, los cuales marcan una distinción notable con los casos anteriores
(Rivolta 2005a). Los ocupantes de estos sitios eligieron faldeos para localizar sectores
residenciales en un patrón claramente aterrazado (Figura 2b), cuya similitud estructural
con espacios de cultivo probablemente determinó que durante mucho tiempo fueran
ignorados para el registro de poblados en la región. Las superficies destinadas a funcionar
como espacios habitacionales pueden tener longitudes que van desde los 10 m a más
de 20 m, mientras que el ancho supera escasamente los 4 m, reducido en parte por el
talud acumulado procedente de niveles superiores. Por lo común suelen ocupar faldeos
sucesivos lo cual define superficies relativamente amplias, cubriendo en algunos casos
hasta 6 ha, como por ejemplo Banda de Perchel (Rivolta 1997).
Comparativamente con los sitios de inicios del Tardío, presentan diferencias
sustanciales, las cuales refieren a una mayor superficie cubierta en un patrón constructivo
menos comprimido, sin arquitectura monumental, ni espacios comunitarios definidos,
con una exigua planificación. Cada terraza conforma un espacio multifuncional en el
que se llevaron a cabo actividades asociadas al consumo, manufactura y
almacenamiento. Las Terrazas evidencian escasa segmentación interna aunque presentan
dimensiones que superan ampliamente los recintos de los Primeros Poblados.
La localización de los sitios se concentra en las márgenes del Río Grande de
Jujuy o tramos medios y finales de quebradas subsidiarias a la de Humahuaca,
ubicándose en proximidad tanto de los primeros poblados como de los
conglomerados. Entre ellos se cuentan: Sarahuaico (Rivolta 1996), Aguirre (Rivolta
2005a), Banda de Perchel (Rivolta 1997, 2005a), Puerta de Maidana (Nielsen y Rivolta
1999; Rivolta 2005a), Alto de La Isla (Rivolta 2000, 2005a, 2005b), El Trópico (Rivolta
2005a), Campos Colorados (Nielsen y Rivolta 1999), Chucalezna (Nielsen y Rivolta
1997), Quebrada del Cementerio (Nielsen et al. 2003-2005), La Señorita (Nielsen y
Rivolta 1999).
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Conglomerados
Corresponden a sitios con superficies que varían entre 7 y 10 ha, entre los que se
identifican: Pucará de Tilcara, La Huerta, Los Amarillos, Yakoraite, Juella, Estancia
Grande, Hornillos, y otros. (Figura 2c). Estos sitios comparten con los restantes la
localización, al menos en términos de su proximidad al Río Grande de Jujuy, aunque
también se seleccionaron quebradas subsidiarias y sectores altos.
La organización interna muestra una alta concentración edilicia, en la que se desta-
can áreas funcionales específicas, tal el caso de espacios de especialización artesanal (p.
ej.: taller de lapidario en el Pucará de Tilcara); de rituales, presencia de corrales, posibles
plazas, sectores de descarte fuera del área doméstica, que representarían espacios co-
nectados mediante vías de circulación, las que a su vez, se articularían con las viviendas.
En cuanto a los fechados radiocarbónicos (Tabla 3) procedentes tanto de mues-
tras recuperadas en áreas de descarte, y sectores habitacionales, presentan valores que
cubren el intervalo completo del Período Tardío e Inka, es decir desde el 900 al 1500
d.C, debido precisamente a que iniciaron su ocupación tempranamente. En ellos, la
mayor parte de las estructuras visibles, corresponderían a la ocupación del Tardío
Final y momento inkaico. Esto último se basa en interpretaciones estratigráficas,
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Figura 4. Planimetría comparativa entre La Huerta (Palma 1988) y Keta- Kara (Pelissero 1995).
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Contextos Funerarios
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Conclusión
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Agradecimientos. Deseo expresar mi agradecimiento a los Dres. Hugo Yacobaccio y Félix Acuto
por la lectura de un manuscrito previo, proporcionando sugerencias y observaciones valiosas.
Esto, sin duda, no los hace responsables de las ideas vertidas en el presente artículo las que son
exclusiva responsabilidad de la autora.
Bibliografía
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| M ARÍA CLARA R IVOLTA |
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| LAS CATEGORÍAS DE POBLADOS EN LA REGIÓN OMAGUACA |
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Nota
1. Para todos lo fechados se utilizó el programa de calibración Calib 5.0.1 (Struiver et al. 2005).
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Marco Teórico
*
CONICET. Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales - Universidad Nacional de Jujuy.
**
Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales- Universidad Nacional de Jujuy - Becaria Proyecto
Nº 14591 PICT 2003 ANPCYT.
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La Loma Alta es el área más elevada, ubicada al norte del arroyo presenta una
fuerte pendiente de aproximadamente 45° donde las viviendas se distribuyen sobre
terrazas escalonadas. Hasta el momento han sido relevadas 209 unidades habitacionales
sobre el Faldeo Este. En la cúspide se encuentra un montículo artificial (3.818 msnm)
sostenido hacia el este por una pequeña pared de contención. En las inmediaciones
del montículo, en la parte más elevada de la lomada alta se ubican dos recintos de
planta rectangular, construidos con la misma técnica de bloques tallados utilizados en
los recintos circulares. Ambos recintos presentan menhires en su interior, en un caso
cilíndricos y en el otro prismáticos. El mayor de estos recintos rectangulares se emplaza
sobre un pequeño morro que se destaca en el paisaje. El Faldeo Oeste aún no ha sido
relevado, presenta una pendiente aún mayor que el oriental pero acusa una menor
densidad de estructuras.
Hacia el sur del arroyo se encuentra una elevación con menor pendiente que
ha sido denominada Loma Baja (3.691 msnm), donde se distribuyen 200 viviendas
circulares. Aquí se ubica una gran plaza próxima al arroyo y un espacio ritual en uno
de los puntos más altos del sitio (Albeck 2005a).
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Objetivos y Metodología
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verdes y rojos del paisaje, siendo notoriamente visibles desde muy lejos y
también en momentos de escasa luminosidad;
b- exposición auditiva: el registro de la exposición auditiva se realizó en base a la
experiencia de campo, mediante observaciones realizadas por los distintos
grupos de trabajo; se marcó en la planimetría los espacios donde la
comunicación auditiva es muy alta. Tanto la exposición visual como la auditiva
fueron ordenadas en tres gradientes – alto, medio y nulo – para las diferentes
áreas de ocupación definidas para el poblado;
c- Areas de tránsito y congregación: la identificación de las áreas de circulación
dentro del sitio, permite rastrear las unidades arquitectónicas que se encuentran
vinculadas, los accesos entre distintos espacios nos permiten identificar áreas
de integración espacial, reflejando la intensidad de interacción entre varios
grupos o unidades domésticas. Los accesos abiertos representan los correlatos
materiales de una interacción potencial en el espacio en un punto del tiempo
dado (Shimada 1978: 575). Las áreas de circulación definen el trazado básico
de la subdivisión del espacio, separando el dominio público (vías de conexión)
del dominio privado al que dan acceso. En relación con las áreas de circulación
en el sitio se evalúan también los espacios que por sus dimensiones tienen la
capacidad de albergar a una gran cantidad de personas.
Con los resultados del análisis de estas tres variables se ha planteado la definición
espacial de los gradientes entre espacios públicos y privados en el sitio. Se discriminaron
cuatro categorías de espacios: públicas, semipúblicas, semiprivadas y privadas. Según
la intensidad del tránsito y congregación, exposición visual y auditiva o reclusión y
reparo a la vida exterior.
Exposición Visual
Loma Alta: las construcciones ubicadas en el punto más alto de esta área de
ocupación poseen un elevado nivel de exposición. Las estructuras ubicadas en la
cúspide y en el área inmediatamente inferior son altamente visibles desde el acceso
oriental al sitio y desde varios puntos de la misma Loma Alta.
En la cúspide se destaca el montículo, ubicado en el punto más alto de este
espacio residencial. Se trata de una construcción artificial en la cual se suceden
acumulaciones de carbón, cenizas, fragmentos cerámicos y otros artefactos, alternados
con sedimentos de diferente granulometría. Próximo al montículo, sobre un pequeño
espolón natural, se identifica la planta de un recinto rectangular de 7 x 10 m que, por
su emplazamiento en la topografía debió ser sumamente conspicuo cuando las paredes
aún se encontraban en pie.
Sobre una de las terrazas más bajas en los flancos norte y sur de la Loma Alta se
registran áreas con muros destacados con rocas de cuarzo. El primero de estos
conjuntos, ubicado al norte tiene un juego visual con estructuras dentro y fuera del
sitio. Frente al sitio, fuera del área de ocupación doméstica, se ubica un espacio
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construidos con rocas que no son propias del espacio que ocupan. Hacia el norte,
sobre el cerro redondeado que limita al sitio, se identifica una roca alargada de
procedencia alóctona. Hacia el este, en cambio, sobre una loma rojiza carente de
vegetación, se observa un vano aislado de escasa altura que originalmente estuvo
coronado a ambos lados por sendos bloques de cuarzo blanco. Esta “puerta”, que a
todas luces no conduce, ni condujo, a ningún espacio físico concreto, es claramente
visible desde la Loma Alta por la presencia de las rocas de cuarzo. Hacia el sur se
identifica otro bloque de cuarzo, ubicado sobre uno de los afloramientos del Pucará.
Loma Baja: si bien toda la Loma Baja es visible desde el Faldeo del Pucará,
destacan en su conjunto dos sectores. En la parte más elevada aflora la roca de base
de color rojizo y en este sector, sumamente conspicuo, se ha levantado un reducido
conjunto de construcciones. Parte del afloramiento rojizo ha sido convertido en un
pequeño camino, sobreelevado y serpenteante, delineado por rocas volcánicas, de un
tono beige claro que conduce a una especie de atrio. Este también ha sido delimitado
por bloques rocosos que encierran una gran roca volcánica –de más de 1 m de
altura– con una oquedad en su parte superior y en cuyo interior se conservan un
molino y una mano de moler. Sobre el frente de la roca se observa un surco grabado
en diagonal. Dentro del atrio, aunque un poco más retirado, aparece una roca con
dos pequeñas oquedades producidas por piqueteado.
El segundo sector que destaca es la plaza, por la ausencia de construcciones, sus
dimensiones son de 20 x 50 m aproximadamente. Se ubica junto al arroyo en el
noreste del sitio, es altamente visible desde distintos puntos de la Loma Baja y desde
el faldeo del Pucará.
En la Loma Baja se observan vestigios de construcciones sobre grandes bloques
rocosos, emplazados en las áreas próximas a la plaza y al arroyo. Se trata de cuatro
bloques rocosos, al parecer antiguos desprendimientos de los farallones del Pucará,
sobre los cuales aparecen líneas de piedras seleccionadas o canteadas unidas con
argamasa. En un solo caso se ha conservado la planta, ésta es cuadrangular de 1,50 x
2 m de lado.
Debido a que la topografía enfrenta los faldeos de la Loma Baja y el Faldeo de
Pucará, todas las estructuras tienen una alta visibilidad, sin embargo en el Faldeo del
Pucará no se registran elementos que destaquen del conjunto.
Por la topografía del lugar, todo el sitio es visible si el observador toma algo de
altura, solamente transitando el área del arroyo pueden perderse de vista algunos
sectores. Dentro de esta categoría se puede ubicar el Faldeo oeste de la Loma Alta,
el cual solamente es visible desde el arroyo que ingresa por el noroeste al sitio. En la
Loma Alta en los espacios donde la pendiente es muy marcada, la exposición visual
entre terraza y terraza no es buena, hay que asomarse al borde para visualizar la
terraza siguiente. En cambio, en la Loma Baja la exposición visual entre una terraza y
otra es buena al contar con una pendiente menos pronunciada.
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Sólo la superficie del Pucará de Tucute corresponde a este gradiente. Este sector
no es visible desde abajo al estar rodeado de barrancos rocosos, de hecho ni siquiera
es visible desde el camino de acceso. Por el contrario, desde lo alto del Pucará no
sólo se visualiza todo el sitio, sino que la visibilidad alcanza hasta el bolsón de
Guayatayoc, pudiéndose distinguir inclusive otros sitios del área como Ojo de Agua
en las inmediaciones del poblado de Casabindo.
Exposición Auditiva
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Loma Alta: por la marcada pendiente que presenta, no es fácil acceder a este
sector. Se han reconocido dos accesos formales que se conservaron en los grandes
murallones de contención de las terrazas más bajas. El primero en el límite norte
junto a un arroyo estacional y el otro en el límite sur. Es posible que la población haya
seguido expandiéndose después de la construcción de los mismos porque también
se registran recintos fuera de estos grandes accesos.
Como las construcciones se realizaron sobre una pendiente abrupta, este sector
comprende terrazas sucesivas que se levantaron para nivelar el terreno y sobre las
cuales se emplazaron las viviendas. La circulación sobre una misma terraza permite
contornear la loma, en sentido norte a sur y viceversa. A su vez, algunas terrazas
muestran accesos claramente marcados en varios puntos, así que la circulación para
pasar de un nivel de terraza a otro no debe haber sido dificultosa.
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plantear que estas terrazas domésticas son en sí las áreas de circulación que comunican
todo el sitio.
Al no haberse concluido aún el relevamiento del antiguo poblado no se puede
avanzar en un análisis en detalle del acceso y la circulación en las otras áreas de
ocupación que lo conforman (Faldeo oeste de la Loma Alta, Faldeo del Pucará,
Pucará y Faldeo Sur de la Loma Baja).
Areas de Congregación
Espacios Públicos
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gran recinto rectangular en la Loma Alta y los puntos destacados en el paisaje visibles
desde la Loma Alta.
Espacios Semipúblicos
Espacios Semi-Privados
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Figura 5. Pueblo Viejo de Tucute. Distribución de las viviendas en distintos sectores del
sitio.
Espacios Privados
De acuerdo con lo expuesto arriba, queda claro que los únicos lugares donde
los pobladores quedaban librados de la observación o interferencia de sus vecinos
eran las viviendas. Estas constituían un espacio de gran intimidad. Las casas eran
amplias, con un fogón en el área central, parcialmente protegido por un deflector
oblicuo frente al acceso que a su vez cerraba aún más el área doméstica y privada del
exterior. Las paredes se encontraban construidas de manera sólida con piedras
canteadas unidas con argamasa y revocadas hacia el interior7, aislando al residente de
los ruidos externos. De esta manera, los ocupantes de las viviendas quedaban
protegidos visual y auditivamente del entorno.
Al interior de la vivienda se ha registrado el desarrollo de diversas tareas cotidianas
entre las cuales se destacan el procesamiento de la comida (elaboración y cocción), el
almacenamiento y el descanso (que incluiría también la procreación), a los cuales se
suman actividades ocasionales como el hilado, la fabricación de cerámica y la talla
lítica (Albeck 1997; Albeck y Zaburlín 1996; Albeck et al. 1995). El espacio interior
además fue escenario de actividades rituales, como la inhumación de párvulos en la
etapa perinatal, probablemente exclusivos de la esfera doméstica.
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Discusión
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| MARÍA ESTER ALBECK Y MARÍA AMALIA ZABURLÍN |
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Notas
1. Este trabajo ha sido realizado con el financiamiento de los proyectos Nº 2800 PIP 2000
CONICET; Nº 14591 PICT 2003 ANPCYT y Nº C08 098 SECTER, UNJu.
2. El significado de las particularidades del patrón arquitectónico y sus implicancias en la inter-
pretación de los procesos sociales y culturales de la Puna de Jujuy han sido planteadas con
mayor detalle en Albeck 2004 e.p., Albeck 2005 e.p. y Albeck 2005 ms.
3. El haber realizado largas campañas de relevamiento y excavación en el sitio nos ha llevado a
permanecer mucho tiempo en Tucute y levantar campamento en las proximidades del arroyo
en el centro mismo del antiguo poblado.
4. Desde la parte baja también se puede acceder por las quebradas paralelas a Tucute (Sarsuyo y
Muñalito) y luego empalmar con la senda que accede desde el Noreste.
5. Esta cantidad oscilaría según la cantidad de individuos por m2, hasta 4.000, si consideramos
una congregación compacta de 4 personas por m2. No creemos, sin embargo, que haya
alcanzado este nivel de concentración en Pueblo Viejo de Tucute.
6. En este contexto se ha tomado como base el trabajo de Moore (1996: 121-167) para el análisis
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| ARQUITECTURA PÚBLICA Y DOMÉSTICA EN LAS QUEBRADAS DE TARAPACÁ |
*
Universidad Austral de Chile, Valdivia.
**
Departamento de Antropología, Universidad de Chile.
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Universidad de Chile, Santiago.
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Arquitectura de Pica-Tarapacá
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Siguiendo el marco teórico reseñado, nuestra apuesta final es que el estudio de ellas
en su conjunto permite comprender los sistemas sociales segmentados que
organizaron y aprovecharon este territorio, creando redes de asentamientos en cada
quebrada, circuitos de movilidad y tránsito, así como estrategias de explotación de
los recursos silvestres aledaños.
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estructuras que constituyen un 15% de la muestra, al igual como ocurre con aquellos de
más de 40 m2 (Tabla 4). Respecto de los tamaños los diferentes conglomerados presentan
un comportamiento bastante similar, con algunas diferencias significativas. El conjunto
1-83 es el que presenta la mayor frecuencia de recintos pequeños con un tercio de la
muestra, las estructuras entre 10 y 20 m2 ascienden en el conjunto 84-179 por cerca de
10% con relación a los otros conjuntos, y finalmente el conjunto 180-593 presenta el
mayor porcentaje de grandes estructuras. Respecto de las formas, coincidentemente
con los tamaños y posibles silos, las formas circulares se encuentran mayormente
representadas en el conjunto 1-83; las irregulares tienden a disminuir hacia el oeste de la
aldea; mientras que el porcentaje de plantas rectangulares tiene el mismo comportamiento
en la totalidad del conjunto (Tablas 5 y 6). Lo anterior, entonces, indica un importante
nivel de uniformidad funcional en la configuración final del asentamiento, tal como
podemos registrarlo arqueológicamente. Los eventos de reconstrucción que debieron
ocurrir durante el importante lapso en que fue ocupada la aldea aparentemente
configuraron hacia el final de la ocupación un panorama regularmente homogéneo, lo
que nos hace pensar que las poblaciones de inicios del Intermedio Tardío probablemente
reocuparon discontinuamente la totalidad de la aldea.
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Tana es el más meridional de ellos, al sur del cual se extiende la Pampa del Tamarugal por
cerca de 300 km (Niemeyer 1989). Tales condiciones debieron constituir a Camiña-Tana-
Tiliviche en un espacio privilegiado para la ocupación humana con fechas desde el Arcaico
hasta períodos históricos como está documentado en Pisagua Viejo (Adán y Urbina
2004; Moragas 1997, 2004; Núñez 1965; Núñez y Moragas 1977). El Valle de Camiña,
específicamente, se ubica en la depresión intermedia y ocupa el sector medio de la quebrada
homónima, dentro de un ámbito desértico que ingresa a la sierra (Villagrán et al. 1999).
Referencias sobre la Aldea de Camiña-1 se encuentran sólo en la prospección de
Núñez en 1965. Allí se describe el sitio como un poblado con recintos habitacionales
de planta preferentemente rectangular emplazado en el sector de Juanca al noroeste
del actual pueblo de Camiña. Los recintos estarían asociados a tumbas aisladas y
bloques con pircas; se describe igualmente la existencia de murallas defensivas
periféricas (Núñez 1965: 20).
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descritas para la sierra ariqueña como Huaihuarani, Tangani, Molle Grande y Vila-
Vila (Schiappacasse et al. 1989). Junto a ello, presentan similitudes en el sistema de
asentamiento articulando poblados con otros asentamientos y cementerios de chullpas
y cistas (Múñoz 1996; Schiappacasse et al. 1989), como ocurre con los cementerios
de Laymisiña, Nama Usamaya-1 (Sanhueza y Olmos 1979) y Sitani (Ayala 2001), los
dos últimos ubicados en el altiplano de Isluga.
El sitio se compone de 588 estructuras organizadas básicamente en dos sectores
divididos por una vía de circulación edificada (Figura 3). Los recintos se encuentran
sumamente aglutinados con una densidad de 194 recintos por hectárea, constituyendo
el asentamiento más denso de los que hemos trabajado en la zona (Tabla 8). La
construcción en ladera requirió de aplicar técnicas de aterrazamiento en diferentes
secciones de la quebrada. Adicionalmente, la aldea se encuentra levantada en un sector
con abundantes bloques rocosos de grandes dimensiones los que fueron integrados
en el plan final de la aldea como elementos constructivos y como soporte para
petroglifos (Vilches y Cabello 2004).
Los muros fueron construidos con piedras del lugar y relleno del piso. Dominan los
muros de hilada simple (60% del total), y con cerca de un tercio aparecen los muros
dobles rellenos. El aparejo usado es rústico, mientras que aquellos que requieren mayor
inversión como los celulares y sedimentarios son prácticamente inexistentes (Tabla 9). Lo
anterior acusa procedimientos constructivos expeditivos, sin la aplicación de procedimientos
técnicos más complejos. Todo este conjunto edificado se distribuye entre vías de circulación
claramente definidas en algunos sectores y corredores que en algunos casos se encuentran
rellenados, probablemente hasta el nivel de las techumbres de los recintos circundantes
para acceder a ellos. Más aún, una de estas vías, casi al centro del asentamiento, exhibe
altos muros dividiendo al sitio en un sector norte y otro sur.
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Respecto a los rangos de tamaño y las plantas con miras a entender la dimensión
funcional de los recintos, observamos las siguientes distribuciones significativas (Tabla
12). Los recintos menores hasta los 5 m2 que corresponderían a silos o depósitos y
oquedades asociadas a bloques rocosos, algunos con restos humanos, privilegian
ostensiblemente las formas circulares y subcirculares. Una situación similar es la que
presenta el siguiente rango aunque en éste dominan las plantas irregulares. Los
probables espacios domésticos hasta los 20 m2, muestran mayoritariamente formas
circulares, ovales, elipsoidales o cercanas con más de un 40%; un segundo rango
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Discusión y Conclusiones
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formativa con el Período Intermedio Tardío. Parte de los rasgos que la caracterizan
perduran en asentamientos tardíos de la Quebrada de Tarapacá como Tr-13 y Tr-
13a (Núñez, P. 1983). Caserones-1 corresponde a una tradición arquitectónica de
edificación en plano y trazado de planta eminentemente rectangular. A juzgar por la
diversidad de tamaños podemos inferir variabilidad funcional que indistintamente
privilegian las plantas subrectangulares o rectangulares. Características del área de
emplazamiento, como las superficies planas, así como el tipo de materiales empleados
en los muros, piedras seleccionadas y trabajadas para vanos, postes en los muros y
revoque, son indicación de una importante inversión de energía en el sentido que no
se trata de asentamientos de edificación expeditiva a diferencia de lo que ocurre en
sitios de más al norte donde domina el uso de la quincha, como en el Valle de Azapa,
e inclusive en aquellos costeros revisados por nosotros como Pisagua Norte (Adán y
Urbina 2004; Schiappacasse et al. 1989).
La presencia de un muro perimetral evidencia una intención por delimitar un
espacio social, quizá defenderlo, con inversión de energía comunal y organización de
esa fuerza de trabajo, adoptando e implantando una opción de diseño única para
cumplir requerimientos funcionales. Las características generales de los muros de los
recintos en cuanto a número de hiladas y tipo de aparejo, por otra parte, reflejan en
general un procedimiento poco normado, reflejado en los diferentes procedimientos
empleados para los mismos tipos de estructuras. Así, es posible plantear que de
manera contemporánea operan prácticas constructivas implementadas por una
comunidad organizada, como el muro perimetral y las dos plazas del sector sur, y
otras a nivel de las unidades domésticas que parecen resolver sus requerimientos
habitacionales con cierto margen de variabilidad en las prácticas técnicas. Otro elemento
destacable es la presencia de dos grandes estructuras colindantes, al modo de plazas,
localizadas en el sector norte del asentamiento y de las cuales se conservan aún altos
muros. Éstas representan eventos de arquitectura pública, señalando la ocurrencia de
un espacio de uso comunal situado en una posición importante de la aldea, bastante
separado del espacio habitacional. Este espacio público constituye en efecto un
continente vacío, el que periódicamente puede ser repletado por prácticas y grupos
sociales que indistintamente requieran e intenten reflejar homogeneidad o diferenciación
social.
En un contexto más amplio, Caserones-1 indudablemente participa de un
desarrollo formativo bien representado en la región tarapaqueña, tanto en la quebrada
homónima como en el resto de la Pampa. Los sitios Guatacondo-1 (Mostny 1970)
y Ramaditas (Rivera et al. 1995-1996) junto a Pircas (Núñez, L. 1984), configuran una
importante ocupación de este ter ritorio durante el período For mativo.
Indudablemente, podemos encontrar rasgos comunes en ellos como la presencia de
plazas o espacios públicos y muros perimetrales; no obstante, lo interesante es que la
solución técnica y formal de tales requerimientos son singulares a cada sitio. Así
vemos comunidades que comparten nociones comunes de cómo organizar el espacio
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habitado, pero que por otro lado son lo suficientemente particulares e independientes
en su resolución. Aparecen como grupos sociales independientes, autárquicos,
fuertemente volcados hacia conocimientos y tradiciones heredadas.
Una segunda situación es la que define el complejo habitacional de Camiña-1,
localizado en la quebrada homónima. La arquitectura de este sitio presenta elementos
que lo vinculan a la región serrana de Arica, con asentamientos en laderas, uso
mayoritario de la piedra y definición de conglomerados principalmente de planta
circular. Están presentes además cistas en Camiña-1 y chullpas en el vecino cementerio
de Laymisiña, también descritas para las quebradas altas de Arica. Dichos rasgos se
distribuyen en Belén, Tignamar, Oxa, Codpa, Camarones y Nama (Schiappacasse et
al. 1989: 191-195). En este contexto el aserto establecido por Schiappacasse y
colaboradores (1989: 204), en el sentido que la Quebrada de Camiña representaría
un sector transicional entre la Cultura Arica y el Complejo Pica-Tarapacá, puede
enriquecerse señalando que las quebradas altas de Arica y Tarapacá aparecen como
una sección longitudinal, donde la arquitectura aparece como un elemento unificador,
lo cual seguramente tiene relación con un modo de vida de tierras altas igualmente
compartido. Por lo mismo, resulta indudable la distancia formal que exhibe la
arquitectura de Caserones-1, Tr-13 y Tr-13a (Núñez, P. 1983) frente a Camiña-1, por
lo cual no parecen estar emparentadas. La arquitectura de quebrada que representa
Camiña más bien evoca una innovación del patrón formativo de Tarapacá, vinculada
al ingreso de una tradición altiplánica.
En términos de los atributos, elementos y patrones arquitectónicos que hemos
sistematizado, observamos en Camiña-1 una construcción más expedita o simple y
una menor inversión de energía en su edificación, lo cual suponemos tiene relación
con el modelo clásico que se ha usado para interpretar la dinámica de las tierras altas,
ejemplificado por el modelo de control vertical (Murra 1980), mostrando una mayor
movilidad de estas poblaciones. Ello se refuerza además por la presencia variada de
ítems muebles, como la cerámica, que los ligan al Altiplano Meridional, particularmente
Pacajes y Carangas (Uribe et al. 2006). Así, Camiña-1 se caracteriza por estar edificado
en una ladera con numerosos bloques rocosos que han sido empleados en la
configuración arquitectónica del sitio, acusando un menor trabajo en la preparación
del área de edificación, excluyendo la construcción de necesarios sistemas de
aterrazamiento bien conocidos en las tierras altas. Tal situación se refleja adicionalmente
en la dominancia de los muros de hilada simple y aparejo rústico, pero sobre todo
de las plantas circulares o subcirculares (McGuire y Schiffer 1983). No obstante, el
sitio documenta una importante variabilidad en el tamaño de las plantas, lo que
señala una diversidad funcional propia de asentamientos habitacionales complejos.
Destaca la alta ocurrencia de pequeñas estructuras indicación de que las prácticas de
almacenaje son funcionales al sistema económico social; pero, es relevante la ausencia
de grandes espacios públicos, sólo representados en la parte alta del asentamiento,
lamentablemente muy intervenidos, por lo cual suponemos que eventos de
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que sube por la quebrada apoyado en una producción agrícola que seguramente está
compitiendo por aguas y tierras cultivables, aparejada a una desvalorización o al
menos un distanciamiento espacial de los recursos y el manejo de los bosques de la
Pampa. Arquitectónicamente la traza rectangular presente desde el Formativo se
mantiene vigente sólo en sitios de menor tamaño y aumenta la introducción de la
planta circular de tierras altas, reproduciendo nociones andinas básicas que
probablemente documentan, además de la segmentación de la población con fines
productivos, una variabilidad acorde a un sistema económico mucho más especializado
como heterogéneo. La sobreproducción agrícola, la mantención de las prácticas de
recolección, el funcionamiento de redes de tráfico y las manifestaciones de arte
rupestre, confirman para Pica-Tarapacá un sistema social complejo, culturalmente
diverso, segmentado, no igualitario y en claro un proceso de expansión elocuente en
su historia arquitectónica.
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| ARQUITECTURA PÚBLICA Y DOMÉSTICA EN LAS QUEBRADAS DE TARAPACÁ |
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Notas
1. La recolección de datos se realizó durante diversas temporadas de campo (2003-2005). Para
tales efectos se utilizó la ficha de registro arquitectónico propuesta para el Pucara de Turi por
castro y colaboradores (Castro et al. 1993: 86-87, 103-105), con ligeras modificaciones. Se
consignó información referida a: 1) croquis sin escala; 2) sobre la planta: según forma, dimen-
siones y superficie; 3) sobre los paramentos: según hiladas y aparejos, observados siempre en
los muros n; 4) sobre los vanos: ancho dintel y orientación; 5) registro de estructuras y
elementos complementarios; y 6) observaciones generales. Además, cada sitio se acompañó
de un dibujo de planta preliminar, o bien de correcciones sobre planos existentes, y del
registro fotográfico de rasgos arquitectónicos de interés. Los datos se sistematizaron en una
base de datos en microsoft excel.
2. Sin embargo, de acuerdo a nuestro análisis, que considera el 100% de la arquitectu-
ra, el 10% de los recintos recolectados en superficie y 13 pozos de sondeo, no
existen evidencias materiales que avalen una ocupación inkaica, tardía o histórica
en la aldea como notaba Núñez, L. en 1966. No obstante, la arquitectura pudo ser
reocupada por poblaciones de dichas épocas.
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| LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL PAISAJE DURANTE LA DOMINACIÓN INKA EN EL NOROESTE ARGENTINO |
Uno de los supuestos con mayor aceptación entre los arqueólogos andinos es que la
imposición de la dominación cuzqueña en el siglo XV introdujo cambios especialmente
en la distribución de la población, en la producción agrícola, ganadera y artesanal y,
fomentó modificaciones en la forma y disposición de la cultura material. Conceptos
que pertenecen al dominio de lo social e ideológico se vieron asociados en contextos
nuevos que pertenecen a la dominación o a su resistencia por parte de la población
indígena. La dominación inka seguramente modificó el panorama contextual de las
relaciones sociales de algunas regiones anexadas, tanto al nivel espacial como de la
praxis, pero desconocemos si esta situación afectó a todo el Imperio. Posiblemente
la creación de un nuevo paisaje social como resultado de la conquista inka fue decisivo
como una estrategia de dominación de las poblaciones locales.
En estas páginas presentaremos algunos ejemplos e ideas sobre la construcción
social del paisaje por parte del estado inka en áreas del Noroeste Argentino que
llamaremos periféricas, sin aludir por ello al modelo Centro-Periferia (Champion
1989; Wallerstein 1974). Aquí el término área periférica es considerado en dos sentidos:
a) como periférica en relación a los lugares donde tradicionalmente se realizaron las
investigaciones y b) como periférica a la propia logística de conquista imperial,
considerando que al estado le habría interesado la dominación de los ambientes de
tierras altas en donde las quebradas troncales jugaron un rol fundamental.
En líneas generales se han contemplado dos variables que incidieron en la confi-
guración de la ocupación inka en una región: 1) el grado de centralización política de
las sociedades dominadas y 2) la aceptación pacífica o la resistencia a la dominación
inka. Al menos estas dos variables debieron ser consideradas por el estado al implan-
tar una política del uso del espacio en estos nuevos territorios. Pero existe un hecho
concreto y es que los inkas construyeron importantes asentamientos tanto en lugares
donde estaba presente la población local como en zonas vacías. Esta característica
subraya la propensión a confeccionar su gobierno con relación a las situaciones loca-
*
CONICET-Instituto de Geología y Minería. Universidad Nacional de Jujuy.
**
CONICET -Instituto de Arqueología, Facultad Filosofía y Letras. Universidad de Buenos
Aires.
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de base para definir las estrategias que adoptó el estado en las distintas fases de control de
estos territorios.
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150 unidades) similares a las del Campo del Pucará, aunque allí a una escala colosal, con
1.700 qollcas agrupadas en tres sectores diferentes (Boman 1908, Mulvany 2003) c) la
existencia de viviendas circulares que pueden estar remitiéndonos a un mismo compo-
nente étnico y la presencia en Agua Hedionda de fragmentos cerámicos que por los
componentes de sus pastas procederían del Valle de Lerma (Cremonte 2005), d) el
emplazamiento estratégico de estas instalaciones en relación con la logística del estado
y en espacios fronterizos, probablemente en las márgenes de una frontera oriental, y e)
la ausencia de evidencias en los registros arqueológicos de los sitios del sistema Agua
Hedionda que permitan vincularlos con ocupaciones contemporáneas de la Quebrada
de Humahuaca, desde donde podría postularse la anexión de estos valles meridionales
jujeños, sin embargo, parecen obedecer a realidades diferentes.
Las construcciones del núcleo Agua Hedionda reflejan una ocupación breve (o
quizás ¿Estacional?), aunque de todos modos, efímera. Por otro lado, si bien son
muy escasos los datos que se poseen del Campo del Pucará y carecemos de registros
cronométricos, a juzgar por los hallazgos realizados por Fock (1961) planteamos
como hipótesis de trabajo que la ocupación inka en los Bosques Montanos de San
Antonio fue una avanzada tardía, sobre una zona “vacía”, y para la cual se habrían
trasladado contingentes desde el Valle de Lerma.
Sin embargo, y a pesar de que Agua Hedionda tal vez fuera destinado para
cumplir las funciones de un centro secundario, debió imponerse como un símbolo
del poder imperial en una zona donde la presencia inka era poco visible y desde
donde debería ejercerse un control político directo que quizás no llegó a concretarse.
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La abundancia y variedad de las cerámicas típicamente inkas (ollas con pie, aríbalos,
platos, etc) y de vajilla no local (Inka Paya, Inka Pacajes, Chicha, Pucos Bruñidos,
Borravino sobre Naranja y Casabindo pintado o Queta polícromo), así como de los
objetos de metal, artefactos líticos y material óseo (procedentes de contextos
domésticos y funerarios), plantean una serie de interrogantes sobre la funcionalidad
de Esquina de Huajra y permiten contar con un registro arqueológico que para estos
momentos es único en el sur de la quebrada de Humahuaca y también más al norte.
Los fechados obtenidos hasta ahora son los siguientes:
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En el sector medio del Valle Calchaquí el área de estudio se localiza entre las
poblaciones de Molinos al norte y Angastaco al sur y por el oeste desde las cabeceras
de sus ríos tributarios hasta el río Calchaquí hacia el este. Como rasgo arqueológico
más conspicuo es la existencia durante el periodo previo a la ocupación inka de una
serie de asentamientos en puntos elevados del paisaje (pukara) demostrando en ge-
neral un énfasis en la defensa del territorio (Figura 4). Como sinónimo del término
pukara se ha utilizado el de fortaleza para referirse a poblados fortificados, a los
asentamientos naturalmente inaccesibles o a los sitios estratégicos que controlan re-
cursos o vías de circulación (Ruiz y Albeck 1997: 233).
La construcción de fortalezas desde el Titicaca hasta el sur en el Noroeste
Argentino ocurrió en ambas vertientes andinas. Cieza de León menciona la presencia
de pukaras en la cuenca circumtitiaca donde se establece una situación de conflicto
endémica durante el período previo a la ocupación inka. Esta condición se extendió
hacia el sur por Lípez, Chicha, Humahuaca, Atacama, Copiapó, Chicoana y Quire-
Quire. Líneas de fortalezas se extendían a lo largo de la cordillera occidental y oriental
controlando las cabeceras de valles y cuencas como la del salar de Atacama con su
pukara de Quitor. En el modelo de movilidad regional post Tiawanaku, planteado
por Núñez y Dillehay, se llama la atención sobre la concentración de pukaras en la
franja Tarapacá-Loa así como en el Noroeste Argentino (Núñez y Dillehay 1979).
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Figura 5. Plano de los sitios Pucara y tambo de Angastaco (Autor Mariano G. Mariani);
b: Fuerte de Tacuil (basado en Cigliano y Raffino 1975 y modificado) y c: Fuerte de
Gualfín ,valle Calchaquí medio, Salta (Autor: Mariano G. Mariani).
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La Situación Inka
Para los Andes del sur los pukara inka se ubican en posiciones de
control de tráfico a través de puntos claves naturales, especialmente pasos
montañosos: Inkallacta (Bolivia), Pucará de Andalgalá (Argentina) y Cerro
Grande de la Compañía (Chile) son algunos ejemplos arqueológicos que presentan
esas localizaciones. En las actuales provincias de Salta y Jujuy, los Inkas mantuvieron
la seguridad sobre el piedemonte entre las montañas y las tierras agrícolas asociados
a cientos de qollcas como en el Valle de Lerma y en Agua Hedionda (Dpto San
Antonio) (Cremonte et al 2003a). También sitios ubicados en el interior del área
valliserrana estuvieron fortificados (pukaras) como es el caso del Pucará de las Pavas
en el macizo de Aconquija, Pucara de Palermo en el alto Valle Calchaquí o Cortaderas
en el valle del Río Potrero.
En el Valle Calchaquí la infraestructura imperial se encuentra ubicada en los dos
tramos principales del camino real que entran al valle desde el norte y en la parte
media del mismo. En contraste, con los sitios estatales de gran envergadura del
Calchaquí norte, la pareja de sitios La Paya y Guitián (en la parte media del Valle
Calchaquí) se destacan como los mayores asentamientos locales pre-existentes con
sectores Inka intrusivos como se da también en otros sitios del noroeste como por
ejemplo en la quebrada de Humahuaca (La Huerta y Tilcara) y en el Valle de Santa
María (Quilmes y Fuerte Quemado). Esta particular forma de materialización del
poder que usaron los inkas para dominar las poblaciones del valle y que correspon-
dería a la modalidad de control hegemónico.
Sólo ocho sitios en el área han sido definidos claramente por teledetección para
el período Inka: el Pukara de Angastaco y su tambo asociado (Figura 5), el Tambo
de Gualfín y las celdas de Las Cuevas y de Compuel (Villegas 2006).
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problema para considerarlas terrazas de cultivo –en todos los casos– es la ausencia
de sistemas de canalización permanente, aunque se encuentran muy próximos a cur-
sos de agua. Además, el 90% de las estructuras registradas en el campo están cubier-
tas de vegetación, especialmente en su interior. Podemos considerar que la mayoría
estaría en condiciones de haber sido usada como terrenos de cultivo; esta afirmación
se basa en que: a) se ubican en áreas aptas para la agricultura, ya que se encuentran en
medio o cerca de zonas agrícolas (todas las del Valle del Cajón, las de Urbina y la de
Cortadera; b) están muy próximos a cursos de agua como Compuel y Las Cuevas;
c) un gran porcentaje de las mismas es exitosamente empleada con esa finalidad en la
actualidad.
La primera cuestión tiene varias posibles respuestas. En principio, está marcan-
do indudablemente la presencia imperial pero no podemos precisar si esos terrenos
estaban destinados al culto o al estado; o si dentro de esas áreas de producción eran
los únicos con esos posibles destinos. También puede pensarse que todo el espacio
pertenecía al estado y que la especial morfología de estas estructuras –que incluía
paredes mucho más altas que las del resto– servía para algún cultivo que requería
cuidados especiales o para un producto con acceso restringido.
Estructuras Agrícolas
El potencial agrícola del sector medio del Valle Calchaquí se sostiene por la
localización de extensas áreas destinadas a la agricultura como superficies aterrazadas
(andenes, terrazas) y superficies con pircas perimetrales (cuadros o canchones) en
terrenos con poca pendiente; acequias; canales, etc. como los complejos andenes de
La Despensa (18 ha), Mayuco (12 ha); La Campana (12 ha); Roselpa (10 ha) y Corralito
(15 ha) entre otros, ubicadas en las quebradas tributarias del Río Calchaquí (como la
de Colomé o Gualfín). Se ha calculado que estas áreas de cultivo pueden alcanzar
hasta las 300 ha (Raffino y Baldini 1983).
En el área de estudio se han localizado superficies aterrazadas que según Albeck
(1992-93) son propias de las etapas posteriores del desarrollo local donde se busca-
ba la nivelación del terreno para un mejor manejo del riego y con el control de la
erosión en superficies con pendiente, especialmente para los andenes ubicados sobre
faldeos más elevados pero también para las terrazas ubicadas en fondo de valle o
sobre áreas pedemontanas. Muchos de los andenes arqueológicos del Noroeste Ar-
gentino corresponden a la etapa inka aunque no se descartaría la presencia de ande-
nes correspondientes al Período de Desarrollos Regionales. La agricultura intensiva
propia de este último periodo y del Inka ocupó además grandes extensiones en las
áreas pedemontanas elevadas e incorporó faldeos a cotas más elevadas y con mayor
pendiente.
Otras estructuras corresponden a cuadros de cultivo, silos, canales, represas y
montículos de despedres que se extienden a lo largo de varios kilómetros. Los ves-
tigios se encuentran ubicados entre los 2.500 msnm y los 3.000 msnm y presentan
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Mayuco, en las cabeceras del Río Amaicha, se relaciona con el Fuerte de Tacuil
en el área de acceso al Abra del Cerro Gordo que lo comunica con la Puna (Cigliano
y Raffino 1975). Aquí se han localizado vastas áreas de cultivo aterrazadas y depedres
asociados a grandes bloques rocosos con grabados (Figuras 6 a y b).
Otro sitio agrícola es Corralito (7 ha) ubicado a 12 km de Gualfín y a 2.678
msnm formado por canchones o cuadros delimitados por líneas de despedres dis-
tanciados 27 m entre sí con paredes de 1,80 m de ancho y 1,43 m de alto. Toda esta
superficie presenta un muro perimetral con vanos de entrada marcados por piedras
dispuestas en forma vertical. También en los faldeos circundantes o pendientes hay
gran cantidad de terrazas.
Cerca de la Finca Colomé, en la quebrada de La Campana se ubican vastas
estructuras agrícolas. Tanto la quebrada de Colomé (lateral y oblicua al Valle Calchaquí
con sentido sudoeste a noreste, como La Campana son dos vías de comunicación
enclavadas dentro de las serranías occidentales del Valle Calchaquí medio, a través de
las cuales es posible el inmediato paso entre éste valle con los salares de Ratones,
Diabillos y Hombre Muerto en el altiplano puneño. El paraje La Campana, al cual se
accede por un camino de 3,40 m de ancho a 2.647-3.000 msnm, presenta como
atributo morfológico una serie de relictos de terrazas fluviales, llegando a tener, la
primera de ellas, unos 200 m sobre el nivel del río, dispuestas entrecortadamente, a lo
largo del flanco sur del curso de agua.
Otro elemento arquitectónico evidenciable en La Campana es la esporádica
presencia de pequeñas construcciones de planta circular, de 1 a 1,50 m de diámetro,
que se encuentran diseminadas en la superficie ocupada por los andenes. No hemos
podido constatar su posible función, aunque por sus estrechas dimensiones, así como
el relleno de piedras, no han debido ser sitios o puestos de vivienda.
Pero lo interesante de todos estos sitios con accesos sumamente difíciles que
están rodeados de estructuras agrícolas, es la escasez de asentamientos habitacionales.
Los únicos y de mayores dimensiones que se han registrado hasta el momento son
los Fuertes de Tacuil, Pueblo Viejo y El Alto (ejemplos de poblado-pukara) y quizás
Gualfín aunque no en forma permanente debido a la celeridad con que fue construi-
do. La desproporción entre población y área cultivada llevó a algunos investigadores
que han trabajado por ejemplo en la Quebrada de Humahuaca donde se repite esta
situación a concluir que estas tierras recibieron el aporte estacional de trabajadores de
otros lados. Por esto consideramos que la infraestructura desplegada para la produc-
ción agrícola podemos adscribirla al momento inka. Planteamos que en esta zona los
inkas intensificaron en el área de investigación la producción agrícola a partir del
acondicionamiento de grandes extensiones para cultivo, construcción de canales, re-
presas, estructuras de almacenamiento y asentamientos estatales trabajados por mano
de obra local como una forma de tributación agrícola organizada, como prestación
rotativa de trabajo o por mano de obra especializada (mitmaq).
Vinculados con áreas de producción agrícola, los elementos líticos juegan un
papel muy importante en el proceso de significación del contorno natural andino.
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Piedras, rocas, cerros dominan de una manera poderosa tanto el paisaje natural de
los Andes como el paisaje mental de sus habitantes (Van de Guchte 1990). El culto a
los wamanis; el sistema de Uywiris (lugares sagrados); los monolitos huanca; piedras
portátiles como illa, conopa y enkaychu o la piedra cansada son algunos ejemplos de un
“discurso lítico” en el sentido de Van de Guchte. Por ejemplo, la piedra cansada
habría funcionado como un elemento dentro de una cadena de varias rocas que
forman una red de relaciones territoriales. La “visibilidad” de una piedra desde la
otra parece ser imprescindible así como la relación con el agua es esencial (Van de
Guchte 1990).
Muchas veces los Inkas usaron la intervención artística para revelar la naturaleza
de un importante pero no visualmente impuesto rasgo natural. Por ejemplo, en Urco
en el Valle de Vilcanota, una roca fue esculpida por un canal y dos ojos para sugerir
la forma de una serpiente enroscada alrededor de la roca. También los Inkas resalta-
ron elementos distantes del paisaje por imitación de esas formas con rocas esculpi-
das a mano. Por ejemplo en Machu Picchu, el Inti Huatana emula la forma de una de
las formaciones del Huayna Picchu. Quizás estas creaciones fueron ofrendas en mi-
niatura análogas a los pequeños ornamentos o estatuas dadas a los santuarios o qui-
zás un diálogo visual fue planeado para intensificar o amplificar el sentido del visitan-
te de los elementos sagrados contenidos en las formas del paisaje (Niles 1999).
En Mayuco y en todos los faldeos que circundan este asentamiento están cubier-
tos por estructuras agrícolas como despedres en forma transversal a la pendiente,
terrazas y grandes bloques ubicados en las pendientes que presentan grabados de
motivos abstractos de lineaturas serpenteantes unidas a horadaciones circulares u
ovoidales sobre la cima de las rocas. Los grabados de motivos abstractos corres-
ponden a las variantes simple y compuesto del patrón abstracto. Estos bloques pue-
den ser aislados o formar parte de las áreas de cultivo (andenes o terrazas) sobre la
pendiente del cerro. En la Campana también se localizaron estructuras agrícolas con
menhires o monolitos en su interior; canales y una represa.
En Tacuil, tanto en el sector del sitio como en la base del afloramiento localiza-
mos varios grabados en bloques pétreos (Figura 6 c). Los ubicados en el borde
norte y oeste de la meseta, sobre bloques naturales del cerro, son motivos serpenteantes
paralelos (tipo canales), morteros u horadaciones (llamados “cochas” por Briones et
al. 1999); motivos formado por líneas paralelas concéntricas tipo andenes (“chacras”
o miniaturas de campos de cultivo) y motivos en forma de T.
En Gualfín se han encontrado bloques formando parte del área habitacional
con líneas grabadas serpeantes con bifurcaciones sobre la cara superior, muy simila-
res a las del sitio Confluencia de Antofagasta de la Sierra de filiación inka que posi-
blemente representen canales de irrigación.
Conclusiones
226 |
| LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL PAISAJE DURANTE LA DOMINACIÓN INKA EN EL NOROESTE ARGENTINO |
ción de una infraestructura física para facilitar la administración del estado en los
espacios conquistados, ya sean vacíos o previamente ocupados. Situaciones en las
que el Inka debía conocer la dinámica política y social local para establecer el control
y dominio de los nuevos territorios.
Las formas que adoptó el Inka para gobernar el imperio incluyó acciones en la
esfera política, económica e ideológica lo que explica en parte la diversidad y dispa-
ridad de la presencia estatal que alcanzó. De esta manera el estado sacraliza el lugar
con miras a mostrar y defender su posición sin tener que instalar avanzadas burocrá-
ticas o militares de mayor costo de mantenimiento (Santoro et al. 2005; Williams et al.
2005) como parece haber sido común en las provincias.
Obras como caminos, tambos, pukaras, centros administrativos, sistemas de
almacenaje, infraestructura agrícola, etc. son comunes en todas las áreas anexadas,
pero es evidente que sus arquitecturas, sus dimensiones, su monumentalidad y su
densidad espacial muestran diferencias regionales contrastantes. Esto se relaciona
con las distintas formas que adoptó el gobierno para administrar estas provincias y
que forman parte del debate y discusión actual. Este panorama es una muestra de la
versatilidad del estado Inka para adecuar sus políticas generales a las condiciones
locales, sin perder de vista los intereses centrales del Estado (Bauer 2002; D’Altroy
1992, 2003; Hyslop 1993; Morris 1995).
En este trabajo planteamos que el control en las zonas presentadas como ejem-
plos o casos de estudio, habría incluido sistemas de control hegemónico y territorial,
sin embargo, hasta el momento no podemos afirmar si se trata de dos fases de un
mismo proceso, o bien si son procesos diferentes y no necesariamente secuenciales.
Para evaluar el proceso de control de acuerdo al modelo propuesto era impor-
tante tener registros estratigráficos bien cronometrados que permitieran contrastar
las predicciones del modelo. Por ejemplo si hubiera existido un proceso gradual de
control y administración se esperaba que la primera fase se ajustaría al sistema de
control hegemónico, vale decir sin inversiones importantes de infraestructura estatal
como posiblemente ocurrió en algunos de los sectores mencionados.
Para las zonas comentadas en este trabajo podemos plantear diferentes paisajes
sociales:
| 227
| CREMONTE BEATRIZ Y VERÓNICA I. WILLIAMS |
228 |
| LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL PAISAJE DURANTE LA DOMINACIÓN INKA EN EL NOROESTE ARGENTINO |
observan algunos sitios habitacionales aislados en el resto del área. Estas que-
bradas tienen dos características principales: cuentan con tierras fértiles y natu-
ralmente protegidas para el cultivo y forman pasos naturales al ambiente
puneño, pudiendo funcionar como una vía de circulación paralela a la del valle
principal (Baldini 2003). Sin embargo, aquí se considera que esta distribución
es producto no solamente de características ambientales, sino de una particu-
lar concepción del espacio y construcción del paisaje (Villegas 2006).
| 229
| CREMONTE BEATRIZ Y VERÓNICA I. WILLIAMS |
Por el contrario, esta concepción del espacio parece modificarse con el dominio
Inka. La localización de los asentamientos estatales no coincide con los focos más
importantes de población local ni se encuentran directamente asociados a las áreas
agrícolas, además de diferenciarse claramente por la calidad constructiva y forma de
sus estructuras. Esto no implica una falta de interés estatal por los enormes sitios
productivos de las quebradas occidentales sino que pudieron haber sido ampliados
durante el Período Inka estando íntimamente relacionada su localización con estrate-
gias de producción y administración de bienes y servicios.
El sector medio del Valle Calchaquí y sus quebradas tributarias se caracterizan
por la localización de sitios estatales que responderían a un control territorial repre-
sentado por el Pukara-Tambo de Angastaco y Tambo de Gualfin, a la vera de dos
tramos del camino inka, en una zona sin evidencias de grandes poblados preexistentes
a excepción de los pukaras. Las extensas áreas agrícolas emplazadas en estas quebra-
das tributarias del Calchaquí, si bien pudieron tener un origen preinka es difícil hasta
el momento establecer su asociación cronológica. Si los pukaras constituyeron espa-
cios residenciales durante el momento inka, estas poblaciones pudieron constituir
mano de obra agrícola y los Tambos haber funcionado como lugares administrati-
vos. En el caso que los pukara no hayan sido espacios habitados durante el Periodo
Inka es una incógnita a develar. Este paisaje particular no se repite más al norte ni más
al sur en el valle, ya que en ambas direcciones se emplazan los típicos poblados
conglomerados con presencia inka, correspondiendo a un control más de tipo hege-
mónico.
El sitio más conspicuo en el área de estudio, el Pukará de Angastaco, no se
encuentra sobre una geoforma tan imponente como los asentamientos locales, pero
son sus construcciones las que son observables desde el fondo de valle. A pesar del
avanzado estado de destrucción en que se encuentra este sitio en la actualidad, la base
de su muralla es aún visible desde la ruta actual. El sitio parece haber sido construido
con la intención que sea visible desde cualquier ángulo, planteando un cambio radical
en la estructura del paisaje local.
Este pukara al interior del territorio, puede haber constituido una defensa de
poblaciones locales hostiles, pero también pudo funcionar como un recordatorio
constante de la presencia y el poderío inka y sede de actividades administrativas. En
varias ocasiones se ha destacado que el estado inka fue muy versátil en la forma de
implementar su dominio (D’Altroy et. al. 2000; Villegas 2006; Williams 2000) y el
Pukara de Angastaco sería un ejemplo de manipulación del paisaje como estrategia o
forma de dominación (Acuto 1999). Así los sitios estatales registrados (Pukara y
Tambo de Angastaco, Tambo Gualfín y celdas de Las Cuevas y Compuel) separa-
dos de los focos de población local, pueden verse como una forma de “segrega-
ción” del espacio estatal del de las poblaciones locales (Villegas 2006).
La aparente ausencia de sitios locales con arquitectura intrusiva inka en este sec-
tor del valle, característica recurrente en la zona inmediatamente al norte del área de
estudio (La Paya y Guitián) y al sur (Animaná) nos lleva a plantear la posibilidad de
230 |
| LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL PAISAJE DURANTE LA DOMINACIÓN INKA EN EL NOROESTE ARGENTINO |
Agradecimientos. Para estas investigaciones se contó con los subsidios otorgados porel FONCyT
Proyectos BID 1201/OC-AR PICT 04- 8720 y BID 1278 04-14425, PIP (CONICET) 02670,
05235 y 5361 y SECTER (Universidad Nacional de Jujuy) 08/C122. A la Dirección de Patrimo-
nio de la provincia de Salta; al Museo de Antropología de Salta y Museo Arqueológico de Cachi
por las autorizaciones y el apoyo constante a nuestras investigaciones. A los Señores Dávalos
(Finca Tacuil y Mayuco) y Rodó (Finca Gualfín) por permitirnos el acceso a sus tierras. Nuestro
agradecimiento al Dr. Eduardo P. Tonni (CONICET- División Paleontología Vertebrados-
FCNyM - Universidad Nacional de La Plata) por la determinación taxonómica de los cráneos de
Cairina Moschata encontrados en Esquina de Huajra.
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| LA CERÁMICA COMO EXPRESIÓN DE LOS ASPECTOS SOCIO-POLÍTICOS, ECONÓMICOS Y RITUALES |
Martín Orgaz*
Anabel Feely**
Norma Ratto***
*
Escuela de Arqueología, Universidad Nacional de Catamarca.
**
Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos
Aires-CONICET.
***
Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos
Aires y Escuela de Arqueología, Universidad Nacional de Catamarca.
| 237
| M ARTÍN ORGAZ, ANABEL F EELY Y N ORMA R ATTO |
238 |
| LA CERÁMICA COMO EXPRESIÓN DE LOS ASPECTOS SOCIO-POLÍTICOS, ECONÓMICOS Y RITUALES |
Instalaciones Estatales
| 239
| M ARTÍN ORGAZ, ANABEL F EELY Y N ORMA R ATTO |
Figura 2. Planimetría del sitio inka San Francisco 4.000 msnm. Escala 1:600.
Demarcación de los recintos intervenidos.
240 |
| LA CERÁMICA COMO EXPRESIÓN DE LOS ASPECTOS SOCIO-POLÍTICOS, ECONÓMICOS Y RITUALES |
| 241
| M ARTÍN ORGAZ, ANABEL F EELY Y N ORMA R ATTO |
Metodología
242 |
| LA CERÁMICA COMO EXPRESIÓN DE LOS ASPECTOS SOCIO-POLÍTICOS, ECONÓMICOS Y RITUALES |
Los 648 fragmentos de la muestra provienen de los sitios San Francisco, Mishma
7 y Batungasta. A través de los procedimientos seguidos se remontaron 336 casos
que equivalieron a 124 piezas de alfarería (Tabla 1).
La tendencia general del conjunto cerámico analizado del sitio San Francisco
está caracterizada por su alto grado de fragmentación y erosión. Esta situación dificultó
la asignación cultural y de formas de las vasijas, aunque debido a la alta estandarización
del material inka, en general, fue posible asignar forma y representación estilística a
un buen número de los materiales de la muestra. Se registró un NMPC de 14
ejemplares. Los tipos de enseres están compuestos por un limitado repertorio formal
altamente especializado constituido exclusivamente por las formas plato pato, aríbalos
y aribaloides, siendo este último el más popular (Figura 5a, Tabla 2). Considerando
| 243
| M ARTÍN ORGAZ, ANABEL F EELY Y N ORMA R ATTO |
esta caracterización se infiere que las posibles actividades llevadas a cabo en esta
instalación se centraron en el almacenaje fijo y en el servido de alimentos. Además,
estas actividades fueron realizadas exclusivamente en cerámicas decoradas siguiendo
los cánones imperiales. El acopio se realizó en piezas de estilo Inka Mixto y Provincial,
mientras que la vajilla para el servido de alimentos está decorada con representaciones
que remiten al estilo Inka Provincial.
244 |
| LA CERÁMICA COMO EXPRESIÓN DE LOS ASPECTOS SOCIO-POLÍTICOS, ECONÓMICOS Y RITUALES |
| 245
| M ARTÍN ORGAZ, ANABEL F EELY Y N ORMA R ATTO |
246 |
| LA CERÁMICA COMO EXPRESIÓN DE LOS ASPECTOS SOCIO-POLÍTICOS, ECONÓMICOS Y RITUALES |
ESTA
FIGURA
NO ESTA
De esta manera, los grupos que guardan perfiles químicos similares presentan
las siguientes características (Tabla 4).
El grupo A (1:74) está compuesto por un único caso. Consiste en un aríbalo
inka provincial destinado al almacenaje fijo proveniente de la instalación de Batungasta.
| 247
| M ARTÍN ORGAZ, ANABEL F EELY Y N ORMA R ATTO |
Consideraciones Finales
248 |
| LA CONSTRUCCIÓN
| LA CERÁMICA COMO
SOCIALEXPRESIÓN
DEL PAISAJE
DEDURANTE
LOS ASPECTOS SOCIO-POLÍTICOS
LA DOMINACIÓN INKA, ECONÓMICOS
EN EL NOROESTE ARGENTINO
Y RITUALES | |
Tabla 4.101-112.
Detalle de los casos que integran cada grupo analítico (A-B-C-D-y E) Clasificación por
forma, práctica
Cremonte, M. B, culinaria
M. Garayy decaracterísticas
Fumagalli ytecno-decorativas
G.Sica. asignadas a las piezas cerámicas
analizadas por Activación Neutrónica (AAN) procedentes de los sitios Batungasta, Mishma 7
2005b. La frontera Oriental al Sur de la Quebrada de Humahuaca. Un Espacio Conectivo.
y San Francisco –ver Tabla 1 y 2.
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233
| M ARTÍN ORGAZ, ANABEL F EELY Y N ORMA R ATTO |
Sobre la base de los resultados alcanzados del análisis de forma, estilo y proce-
dencia del conjunto cerámico de los sitios inkaicos de los Valles de Chaschuil y Fiambalá
pueden exponerse algunas aproximaciones funcionales de los establecimientos com-
parados.
En primer lugar, la exclusividad de piezas destinadas al almacenaje y servido de
alimentos (aríbalos y platos pato) del sitio San Francisco constituye una base empírica
lo suficientemente convincente para afirmar que en esta instalación estatal se llevaron
a cabo actividades con fines ceremoniales, posiblemente fiestas3 donde se compar-
tieron y consumieron alimentos y bebidas. Presuponemos que estas prácticas festivas
fueron patrocinadas por el estado y tuvieron un carácter restringido, conformando
una fiesta de carácter excluyente, aseveración que se basa en la exclusiva presencia de
formas y estilos decorativos estatales. Consideramos que una de las funciones que
encierra la decoración es el intercambio de información simbólica debido a su alta
visibilidad (David et al. 1988).
Asimismo, la propuesta de un espacio festivo se soporta por conclusiones a las
que se arriban desde otras líneas de investigación como el estudio de la tasa de
descarte de cerámica utilitaria. En este sentido el estudio etnográfico realizado por
Deal (1998) nos fue de suma utilidad. Este investigador demostró que los contextos
domésticos poseen una tasa de descarte de vasijas para la preparación de alimentos
mucho más alta que los contextos festivos-ceremoniales, con lo cual el contexto
recuperado en el sitio inkaico de San Francisco, donde vasijas de uso doméstico
están ausentes, estaría en concordancia con la función ceremonial sugerida. Por otra
parte, resulta evidente la importancia de este sitio dentro de la maquinaria estatal
debido a que fue equipado casi exclusivamente con piezas provenientes del centro
manufacturero de Batungasta, tal como lo demuestra los resultados aquí presentados
y otros anteriores (Ratto et al. 2002). Otro hecho interesante es su registro faunístico,
ya que el análisis realizado por Victoria Horwitz determinó la presencia de camélidos
sudamericanos silvestres, especialmente vicuña, desconociéndose de la existencia de
un registro similar para otros sitios estatales (Ratto 1997). Finalmente, su ubicación
geográfica sobre la ruta de ascenso a la cumbre del volcán Incahuasi, donde se re-
portó un santuario de altura conteniendo importantes ofrendas (Bulacio 1992), ha-
cen de este sitio un lugar con características muy especiales.
Por otro lado, la situación en el sitio Mishma 7 es completamente diferente en lo
que respecta a las características del conjunto cerámico. El sitio debió comportarse
como un lugar logístico, de apoyatura, donde las actividades principales de almace-
naje y preparación de alimentos ocuparon un lugar preponderante. En este sentido,
acordamos con la propuesta original dada por Sempé (1984).
Por último, el sitio de Batungasta presenta la mayor diversidad, tanto por las
formas de las piezas cerámicas como por sus grupos de procedencia. No sólo con-
tiene formas típicamente inkaicas sino que también es amplio el repertorio de for-
mas de tradición local. La presencia de vasijas destinadas a la elaboración de comidas
junto a las vajillas para el servido de alimentos sugiere la existencia en este sitio de
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| M ARTÍN ORGAZ, ANABEL F EELY Y N ORMA R ATTO |
de integración a los cuales recurrió el estado inka en esta región y por otra parte, es la
oportunidad para promover la idea de que explorar los contextos de fiestas e inter-
cambio ritual de comida y bebidas a través del registro arqueológico, entendiendo la
gran variabilidad que encierran estas prácticas, constituye una ventana más para com-
prender el complejo y dinámico proceso de interacción entre el estado inka y las
sociedades locales.
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| LA CERÁMICA COMO EXPRESIÓN DE LOS ASPECTOS SOCIO-POLÍTICOS, ECONÓMICOS Y RITUALES |
Notas
1. Traducción de los autores: “… los Inkas forjaron una política que se basó en una
mezcla situacional de alianza, clientelismo, incorporación intensiva, y en la costa
norte del Perú, en el desmantelamiento del escalón más elevado de un competidor.
En la práctica, la política Inka combinó un ceremonial elaborado y una burocracia
estructurada que dependió fuertemente en la cooperación de las elites locales….”
2. De Calderari y Williams (1991) se extrae las siguientes definiciones de los estilos
cerámicos inkaicos:
a ) Inka Imperial: que corresponde a las piezas importadas del Cuzco.
b) Inka Provincial: piezas que imitan en mayor o menor grado a las cuzqueñas en
iconografía, morfología y estructura del diseño aunque difieren notablemente en
su producción.
c ) Inka Mixto: aquellas piezas que presentan una combinación de elementos
cuzqueños con otros no cuzqueños en los cuatro ejes del análisis estilístico, es
decir, morfología, producción, estructura del diseño e iconog rafía.
d) Fase Inka: denominada a la cerámica confeccionada por las poblaciones indíge-
nas en sus propios estilos bajo el dominio inka, que para los sitios el sur del valle
del Santa María y bolsón de Andalgalá serían Famabalasto negro sobre Rojo,
Yocavil Polícromo, Santa María, Belén III y Yavi, Chicha o Puneño.
3. La realización de rituales enmarcados en contextos festivos es una práctica social
que fue copiosamente descripta por los cronistas para los tiempos del Inka. Murra,
relata que Viracocha para pedir ayuda en la construcción de un pueblo para su
descanso procedió a través de un ruego “... invitó a los señores circumcuzqueños a
reunirse con él, les ofreció chicha y coca y les solicitó....” (Murra 1989: 136). Otra dice que
“...antes de asignar una tarea extraordinaria, se reunía en el Cuzco a los personajes responsa-
bles de ejecución, tanto los parientes del rey como los curaca étnicos más importantes. La
reunión era a la vez administrativa y ceremonial: el rey ofrecía chicha y coca, “después de
haberse holgado [...] cinco días en sus fiestas y regocijos [...]....” Luego se planeaba, discutía y
ratificaba la tarea del año, y los asistentes regresaban a sus satrapías cargados de dádivas....”
(Murra 1989: 169). Otras situaciones en donde las fiestas y el intercambio de comida y bebida
se hacían efectivas, queda expuesto en la cita que dice:”...[en] Ocasiones especiales como la
muerte del rey o la asunción de uno nuevo eran momentos en los que se distribuían grandes
cantidades de comestibles, chicha y tejidos a los pobres....” (Murra 1989: 177).
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Introducción
∗
CONICET - Instituto de Arqueología y Museo, Universidad Nacional de Tucumán, Argentina.
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Metodología de Campo
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Tabla 1. Variables registradas en las entrevistas con usuarios actuales de instrumental de molienda en el Valle de El Bolsón (Catamarca,
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Argentina).
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Tabla 1. Variables registradas en las entrevistas con usuarios actuales de instrumental de molienda en el Valle de El Bolsón (Catamarca,
Argentina). Continuación.
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Tabla 1. Variables registradas en las entrevistas con usuarios actuales de instrumental de molienda en el Valle de El Bolsón (Catamarca,
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Argentina). Continuación.
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Tabla 1. Variables registradas en las entrevistas con usuarios actuales de instrumental de molienda en el Valle de El Bolsón (Catamarca,
Argentina). Continuación.
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Tabla 1. Variables registradas en las entrevistas con usuarios actuales de instrumental de molienda en el Valle de El Bolsón (Catamarca,
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Argentina). Continuación.
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Tabla 1. Variables registradas en las entrevistas con usuarios actuales de instrumental de molienda en el Valle de El Bolsón (Catamarca,
Argentina). Continuación.
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Tabla 1. Variables registradas en las entrevistas con usuarios actuales de instrumental de molienda en el Valle de El Bolsón (Catamarca,
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Argentina). Continuación.
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Referencias: Ml: molino de mano o moledera; Mr: mortero; MMl: mano de molino o de moledera; MMr: mano de mortero; LNSA: Los Nacimientos de
San Antonio; A: eje mayor o longitudinal, correspondiente al largo máximo de la pieza; B: eje intermedio o transversal, correspondiente al ancho máximo
de la pieza; C: eje menor, correspondiente al espesor máximo de la pieza; amáx.bo: ancho máximo de la boca de oquedad; amín.bo: ancho mínimo de la
boca de oquedad; pmáx: profundidad máxima de oquedad (sensu Babot 2004).
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Sin embargo, los instrumentos de molienda ocupan sus posiciones con elevada
permanencia. Estas se caracterizan porque no entorpecen o, en todo caso, regulan la
circulación. Así, se sitúan contra las paredes interiores o exteriores de los recintos
cerrados y espacios intermedios, a un lado de la puerta de acceso a los mismos,
debajo de árboles, en el centro de los patios y sus zonas laterales.
La permanencia en el espacio está marcada, asimismo, por otros elementos. Es
frecuente el uso de una o varias rocas como apoyo de los artefactos de moler, las
cuales los inmovilizan, les dan la altura y/o la inclinación deseada.
Las asociaciones materiales registradas señalan otras actividades domésticas que
tienen lugar en los mismos ámbitos en dónde se desarrolla la molienda: lavado de
utensilios, guardado de enseres, alimentación de los animales domésticos y diferentes
etapas de la elaboración de comidas. En algunos casos, se vinculan con tecnologías
complementarias a la molienda, tales como lavado de bloques de sal, remojado de
granos de maíz –fuentes– y almacenamiento del producto molido –bolsas plásti-
cas–.
De acuerdo con esto, puede decirse que, en la generalidad de los casos, allí en
donde se encuentran los molinos y morteros es en donde ocurre la molienda. Enton-
ces, los artefactos pasivos o inferiores sitúan el lugar y contexto en el que se desarrolla
la práctica de molienda. En los sitios arqueológicos, esto se ajusta a los instrumentos
que se hallan como residuos de facto.
En la mayor parte de los casos analizados, las manos de molino y de mortero
integran las asociaciones antes descriptas para los artefactos pasivos, ya que se alma-
cenan colocadas por encima, dentro o a un lado de éstos. Dos situaciones difieren
del resto en que las manos se guardan en huecos de muros o en zonas de depósito de
enseres, más cerca de los recintos de cocina que sus artefactos pasivos compatibles.
Estos casos son significativos en tanto señalan un cuidado especial de los artefactos
activos, al guardarlos en espacios específicos y protegidos (Figura 4).
Independientemente de cual sea la situación, las manos son particularmente apre-
ciadas por quienes las manipulan. Los casos actuales señalan que se emplean durante
un tiempo prolongado, aún en situaciones de abundancia de materia prima apta, o
ante rupturas parciales que pueden causar daño o incomodidad. Esto ocurre aún
cuando se trata de piezas sin manufactura ni decoración. El aprecio por las manos se
relaciona, a nuestro juicio, con una forma particular de encaje entre el artefacto y las
manos del usuario, más específicamente, de los principales usuarios. En este sentido,
es notable que una misma pieza puede ser rotada y ubicada de manera específica
para ser empleada por diferentes operadores dentro del mismo grupo familiar.
De acuerdo con esto es que puede sostenerse que los artefactos activos o supe-
riores tienden a sugerir las características de pertenencia y acceso del instrumental de
molienda.
| 273
| M ARÍA DEL PILAR BABOT |
Ciertamente, los artefactos pasivos también pueden ser “protegidos” al ser guar-
dados en sectores perimetrales de las áreas de actividad, volcados, con sus oqueda-
des tapadas, enteramente cubiertos y/o limpios (Figura 4). Esta actitud tiene más que
ver con la intención de extender su vida útil, la que se describe como prolongada. En
este cuadro también se enmarca el caso de reparación de fracturas por uso en el
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| ORGANIZACIÓN SOCIAL DE LA PRÁCTICA DE MOLIENDA |
| 275
| M ARÍA DEL PILAR BABOT |
* Se aplican a la práctica grupal que requiere de la manufactura de dos o más oquedades sobre una
misma forma base o soporte, con excepción de Profundidad máxima de oquedad y Modo de
acción que se refieren a los casos en que se emplean dos o tres manos alternadamente en una
misma oquedad de mortero -únicamente en morteros con Disposición de la oquedad vertical
(sensu Babot 2004)-.
**
Se aplican a la práctica grupal que requiere de varios artefactos pasivos del mismo Grupo
tipológico empleados simultáneamente por sendos operadores.
Nota: En cursiva se destacan variables morfológicas tomadas de Babot (2004, Anexos).
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| ORGANIZACIÓN SOCIAL DE LA PRÁCTICA DE MOLIENDA |
Dos variables más pueden ser descriptas para señalar los casos de trabajo alter-
nado de dos o tres operadores con sendas manos de moler en un mismo mortero y
en una misma sesión de molienda, tales como los registrados, por ejemplo, en el
Valle de San Javier en Córdoba y entre los Chané del Río Itiyuro, en Salta (Nardi y
Chertudi 1969, 1970). Todas las observaciones corresponden al mismo tipo de
mortero de madera en el cual la disposición de la oquedad –”(…) la orientación de
la oquedad con relación al eje mayor o principal del objeto (…)” (sensu Babot 2004,
Anexos: 34)– es vertical. Esto es, que “(…) la mayor profundidad de la oquedad se
encuentra en una dirección paralela a la del eje mayor” (Babot 2004), lo cual permite
el trabajo alternado con una mano larga. En los mismos, el número de oquedades
presentes no funciona de manera aislada como indicador de molienda individual/
grupal.
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| M ARÍA DEL PILAR BABOT |
Por otro lado, se tienen situaciones en las que la molienda grupal ocurre con
varios operadores trabajando con sus respectivos artefactos pasivos y manos com-
patibles dentro de un mismo ámbito. Tales casos pueden evaluarse mediante:
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| M ARÍA DEL PILAR BABOT |
En este acápite se discuten las tendencias que marcan los indicadores materiales
presentes en diferentes sitios arqueológicos de Puna, Prepuna y el Área Valliserrana,
acerca de la organización del trabajo en torno a la molienda. Dado que el registro de
artefactos de molienda disponibles como residuos de facto en las zonas de estudio es
acotado, se trata de un enfoque preliminar sobre cómo se manifiesta este aspecto en
casos puntuales que se han analizado, lo que sería preciso evaluar, más adelante, en
una muestra mayor de sitios.
A diferencia de lo que ocurre en la actualidad en las situaciones expuestas prece-
dentemente, los casos arqueológicos de molienda en ámbitos domésticos que toma-
mos aquí, parecen indicar diversas instancias. Por un lado, se tiene una práctica indivi-
dual, desarrollada con molinos de mano y caracterizada por las restricciones a la
presencia de más de un operador, impuestas por la ocurrencia de una sola oquedad,
el tamaño acotado de la zona activa y el modo de acción de esta clase de instrumen-
tal, por movimiento de presión deslizante o con desplazamiento alternativo rectilí-
neo (sensu Babot 2004). La misma se sitúa en el ámbito reparado de pequeños lugares
de actividades múltiples en los que destaca la preparación de alimentos y que presen-
tan un único artefacto pasivo de cada grupo tipológico.
Este es el caso de la Estructura 5 en el sitio La Mesada (Valle de El Bolsón) –
1520±90 años A.P (Korstanje 2005)–, un recinto cerrado de tipo doméstico, en
donde se ha registrado un único molino de mano (42.LM) en posición de uso, en un
área perimetral (Figura 6, a y b). Allí, el acceso o pertenencia del instrumental por
parte del grupo familiar está marcado por la situación espacial, tanto del artefacto
pasivo como de dos manos compatibles –una mano de molino (28.LM) y un arte-
facto compuesto por mano de molino y mano de mortero (34.LM)– que integraban
un conjunto dispuesto contra el muro interno; todos conformando residuos de facto.
Entre estas últimas, la superficie activa correspondiente a mano de mortero es com-
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Conclusiones
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| M ARÍA DEL PILAR BABOT |
Los conjuntos artefactuales que se analizan en esta investigación fueron gentilmente cedidos
para su estudio por M.A. Korstanje, M.C. Scattolin, J. García Azcárate, C.A. Aschero, E. Pintar
y S. Hocsman. Ellos me facilitaron información edita e inédita para contextualizar las observa-
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Notas
1. La etnografía ha aportado variantes en lo que refiere a la organización para la molienda y la
pertenencia de los artefactos. Adams (1999) efectúa una revisión de la evidencia disponible
entre grupos indígenas norteamericanos Pueblo y de otras filiaciones, en dónde menciona
diferentes situaciones de las que las mujeres son siempre protagonistas: a) la colaboración de
dos individuos en la preparación de alimentos, con uno de ellos moliendo y el otro desem-
peñando otras tareas; b) varios individuos preparando alimentos juntos y tomando turnos
para moler con el mismo instrumental; c) grupos de dos o tres individuos moliendo de
manera grupal dentro de una misma habitación y haciendo uso de su equipamiento personal
emplazado de manera permanente. Para los Pueblo etnográficos, Schlanger (1991) establece
una tendencia hacia la organización al nivel de la unidad doméstica para la adquisición de
materias primas empleadas en la manufactura de artefactos de molienda. Peterson (1968)
documenta variaciones en los tipos de acceso al instrumental de molienda en función de la
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| ESTILOS COMO RECURSOS EN EL NOROESTE ARGENTINO |
Que algunas regiones del Noroeste Argentino hayan sido dotadas con un estilo
de cultura material –equiparado ipso facto con una cultura– sigue imponiendo panta-
llas o filtros a la investigación ulterior, y tiñe en particular la investigación sobre el
consumo de estilos en el pasado. Durante los siglos XIX y XX las culturas y estilos
cerámicos se constituyeron en la materialización indiscutible de identidades de la
historia cultural prehispánica y adquirieron una realidad autónoma de la indagación
arqueológica a partir la divulgación escolar y de la pedagogía museográfica. Casi
simultáneamente, también desde la arqueología se objetaba la existencia de un nexo
necesario y unívoco entre una cultura arqueológica y un grupo étnico.
En el siglo pasado fueron creadas las culturas arqueológicas llamadas “Candela-
ria”, “Ciénaga”, “Tafí”, “San Francisco”, “Aguada”, “Saujil”, “Alamito”, etc., las cua-
les –tomadas como equivalentes de poblaciones prehispánicas– llenaron de conteni-
do viviente el pasado indígena del primer milenio d.C., principalmente sobre la base
de sus estilos alfareros y patrones de asentamiento. Pero la región de mi estudio, el
Valle de Santa María o Yocavil (Figura 1), carece de clasificaciones cerámicas especí-
ficas para los conjuntos alfareros correspondientes a la época “presantamariana”, no
hay allí una historia cultural bien establecida y no se distinguió ninguna cultura local o
estilo propio para el primer milenio d.C. No obstante, no se libró de preconceptos.
De hecho, la imagen que se tiene de sus estilos cerámicos durante el período Forma-
tivo1 se ha moldeado sobre lo que se conocía de otros lugares.
Al carecer de tipologías propias, los nombres de tipos más usados en las clasifi-
caciones de materiales cerámicos “presantamarianos” se tomaron preferentemente
de la zona de Hualfín y Alamito, inmediatamente adyacente hacia el sur. Así por
ejemplo, los fragmentos de alfarería gris incisa con diseños de tramado zonal fueron
catalogados como Ciénaga, según “los tipos de cerámica que fueron descriptos para
el valle de Hualfín por González” (Cigliano 1960: 118). Los fragmentos policromos
de buena factura sobre pasta color ante y dibujos en negro y rojo podían suponerse
de estilo Aguada, definido más al sur, “...aunque en general, no se presenta lo sufi-
cientemente clara como para poder hablar de un desarrollo local de una facie de La
∗
Museo Etnográfico. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
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| M ARÍA CRISTINA SCATTOLIN |
Aguada” (Cigliano 1960: 123). Sólo ocasionalmente las cerámicas grises con decora-
ción ornitomorfa así como tiestos rojos y negros pulidos y grabados se adjudicaron
a “la cultura Candelaria” (Pelissero y Difrieri 1981: 61-67).
En cualquier caso, para la segunda parte del primer milenio d.C prevalece la idea
de que los valles del Noroeste Argentino fueron afectados por la expansión de un
estilo artístico singular, el estilo Aguada, el cual debió difundirse en múltiples direc-
ciones desde su foco en Catamarca, a la manera de un horizonte (González 1998).
La calidad técnica de su cerámica así como su saliente iconografía –comparable con
motivos de Tiwanaku, su contemporáneo e inductor de influencias– consagró a este
estilo como uno de los identificadores cronológico-culturales ineludibles del noroes-
te argentino: la “cultura Aguada”, un pueblo muy desarrollado, abarcado por el
“Período Medio”, con una lengua propia, cercana al “protokakan”, “lengua de la
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cultura (o culturas) madre que dio origen a las principales culturas del Noroeste
Argentino” (González 1998: 163-166). La publicación de obras de síntesis cultural y
la divulgación museográfica han colaborado a difundir esa idea. Al respecto se ha
dicho:
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| M ARÍA CRISTINA SCATTOLIN |
Tal imagen del pasado de un área afecta las investigaciones en las áreas vecinas,
y en particular los estudios de estilos cerámicos. Porque si los nombres de tipos
desarrollados para una región se importan a menudo a otra sin que se haya demos-
trado que sean aplicables, entonces las clasificaciones cerámicas pueden acarrear pro-
blemas. Tomar prestadas directamente las primeras tipologías elaboradas para Hualfín-
Alamito –sin previo análisis de su aplicabilidad– podría causar confusión cuando se
aplican más al norte, como en el Valle de Santa María o en el Valle Calchaquí. Este
empleo incontrolado de tipologías puede conducir a que se asuma que los habitantes
de Santa María o Calchaquí fueron influidos intensamente por grupos de más al sur,
quienes habrían suministrado la fuente principal de variación de las opciones estilísticas.
Sin embargo, “el origen del cambio cultural raramente se somete a comprobación y
la dirección putativa de la influencia cultural” en la historia prehispánica puede que-
dar (falsamente) “determinada por el lugar en que los nombres de tipos fueron
definidos por primera vez por los arqueólogos” (Chilton 1999: 45).
Por otra parte, los apartamientos de los patrones estilísticos corrientes con fre-
cuencia son tomados por desviaciones de ciertas normas convencionales, que se
consideran en un determinado momento la forma ortodoxa de hacer los objetos de
cultura material. Sin embargo, no se puede dar cuenta completa del uso de los estilos
si no se incluye en la explicación la misma “desviación” de un estilo definido en un
momento, aquellos “inclasificables” que desde cierta perspectiva podrían considerar-
se ejecuciones heterodoxas de los cánones estilísticos más típicos y frecuentes, de las
convenciones estilísticas que se consideran más distintivas. Esto queda revelado cada
vez que aparecen casos nuevos, especímenes novedosos desde el punto de vista de
lo que se conoce y de lo que ya se ha clasificado, que demuestran la existencia de una
variedad mayor de medios estilísticos, un “juego de herramientas” más completo
que pudo haber sido usado en distintas estrategias. De modo que los estudios de
estilos parecen destinados a abarcar el examen y clasificación objetiva –consciente a
la vez de que hubo un punto de vista de los mismos productores– y la revisión
constante de los esquemas clasificatorios de los propios investigadores, de una ma-
nera dual y conjunta.
Creo que los estilos –al no ser entidades– se pueden examinar como agregados
de recursos plásticos, iconográficos, formales y técnicos a los que se puede apelar
para conformar objetos de cultura material según las posiciones, habilidades, dispo-
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Figura 2. Localidad de Pajanguillo en el sur del Valle de Santa María y sitio Morro de las
Espinillas. Habitaciones 1, 2, 3 y 4 excavadas por Cigliano et al. 1960 y sondeos recientes.
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midió 1,50 x 1,50 m (2,25 m2) y el Sondeo 5 ocupó la esquina de una estructura y
afectó una forma triangular con un área de 1 x 2,50 m (1,25 m2). Todos los pozos se
profundizaron excavando niveles artificiales de 10 cm de una manera controlada, es
decir, que pasaban a constituirse en niveles examinados en planta toda vez en que se
detectaran signos de una mayor integridad de los contextos, ya sea presencia de
rasgos discretos, probables pisos de ocupación, agrupaciones de restos, etc. En tal
caso se tomaron medidas tridimensionales y se mapearon los hallazgos en el croquis
de planta correspondiente.
En líneas generales se trata de un sedimento arenoso, de granulometría fina y
sumamente suelto. Los perfiles se sostuvieron con dificultad a raíz de su escasa soli-
dez. La columna estratigráfica se muestra muy homogénea y no se percibió la exis-
tencia de depósitos sedimentarios distintos, tan sólo hay una transición gradual míni-
ma en cuanto a textura, color y compactación del sedimento, siendo algo más firme
cuanto más profundo. En general, la roca de base –un depósito conglomerado–
aparece aproximadamente a los 60 cm de profundidad.
Como se observa en la Tabla 1, el comportamiento en términos de densidad y
distribución de los restos hallados en la matriz sedimentaria varía en los diferentes
pozos. El Sondeo 1 presenta relativamente alta densidad de hallazgos en el nivel
superior y muy baja en los subsiguientes.
Si bien se recuperaron fragmentos cerámicos, líticos, espículas de carbón y astillas
óseas, no se pudo distinguir un nivel de ocupación con alta integridad de registro. El
Sondeo 2 no produjo casi materiales, indicando el límite entre dos sitios relativamente
discretos (Morro y Pajanguillo Medio, fuera del plano del sitio). Los Sondeos 3 y 5
tienen una distribución de hallazgos inversa a la del Sondeo 1, es decir que sus niveles
superiores son los que contienen menor cantidad de restos, registrándose la máxima
potencia de hallazgos entre los 40 y 50 cm. También allí se dan los casos de mayor
integridad del registro. Se encontraron varios fragmentos cerámicos correspondientes
a la misma pieza, apoyados horizontalmente y asociados a restos de carbón. Además
en el Sondeo 3 aparecieron asociados una mano de moler, varios fragmentos cerámicos
de la misma pieza, y trozos de carbón. Ello sugiere que se está en presencia de residuos
en posición primaria y lleva a considerar la presunción de la existencia de un nivel de
ocupación en ambas unidades. El Sondeo 4, es el que proporcionó la mayor cantidad
de materiales y tiene una distribución de hallazgos diferente. Casi todos sus niveles
ofrecen una cantidad similar de restos. Es probable que el sondeo abarque una zona de
descarte secundario en el lado externo de la habitación. Los materiales hallados tanto
líticos como cerámicos no muestran diferencias significativas a través de los niveles ni
en relación con los encontrados en los otros sondeos.
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(Nº448/18; de fuera del área vallada) de pasta fina y espesor delgado (4 mm) pre-
sentó una decoración de triángulos negros y bandas rojas sobre el fondo ante natural
de la pasta. Ejemplares completos de esta silueta se conocen para el mismo Valle de
Santa María en el estilo Guachipas policromo (Serrano 1966: 67 y Lámina XIV; ver
también formas similares en Boman 1927). La decoración pintada de triángulos en
el cuello se asemeja a la que exhiben piezas de estilo Aguada (Lafone Quevedo 1908:
Figura 39 y Planchas VIIb y VIII). Algunas vasijas del estilo Guachipas policromo
presentan pastas similares pero con decoración de triángulos de lados curvos, volutas
y punteados, normalmente en el cuerpo (Figura 4-u; y Serrano 1966: Lámina XIV).
El estilo San Rafael pintado del Valle Calchaquí parece tener varias características de
manufactura similares (Figura 4-p,s; Raffino et al. 1982: 14). Siluetas similares también
fueron usadas en el área de La Candelaria (Forma 48 de Heredia 1974: Figura 20), en
Santiago del Estero (Reichlen 1940: Figure 35 y Planche VI) y en Punta Colorada del
Valle de Abaucán (Sempé 1983: Figura 3.2).
Otra clase c) de tinajas presenta bordes salientes horizontales (de hasta 0,6 cm)
como una prolongación chata horizontal, casi en ángulo recto con el cuello. Se esti-
ma, sobre la base de un número limitado de fragmentos, que el cuerpo es esferoidal,
de considerable volumen (Nº448/15,16; de extramuros). Los ejemplares no llevan
decoración pero se presentan en pastas finas y homogéneas con un buen alisado
como terminación de superficie. Estos cuellos cilíndricos con bordes salientes son
morfológicamente similares a los que presentan algunas piezas completas de un tipo
conocido como “Aguada decadente” (Figura 4-r,t). Según González dichas piezas
“representan otro tipo [dentro del estilo Aguada], que a juzgar por los motivos que
ostentan, son francamente decadentes y constituyen un tipo independiente” (González
1964: 212; Figura 10b y 37-1, 3, 4). El borde saliente es un atributo presente en otras
formas de vasijas atribuibles a estilos considerados de la transición al período de
Desarrollos Regionales: los tipos Hualfín del valle de Hualfín, Shiquimil y San José
del Valle de Santa María, Peñas Azules del Valle del Cajón, y Molinos del Valle Calchaquí
(Arena 1975; Baldini 1992; Serrano 1966: Lámina XVIII; ver también Rydén 1936:
Figura 120). Bordes planos salientes también se encuentran en el tipo San Rafael
pintado del Valle Calchaquí (Figura 4-s; Raffino et al. 1982: 14). Tinajas con bordes
salientes aparecen en los estilos Sunchituyoc de Santiago del Estero (González 1977:
Figura 352) Alumbreras tricolor, Ambato tricolor y Cortaderas policromo del este
de Catamarca (Gordillo 2004; Serrano 1966).
En razón de sus características morfológico-funcionales es posible que las tina-
jas tuvieran funciones de almacenamiento, maceración de substancias, elaboración de
bebidas y transferencia de líquidos (entre otros, agua), particularmente en el caso de
las no-decoradas. En cambio, aquellas que han tenido inversión de trabajo en su
decoración y acabado, pueden haber cumplido funciones de servicio de bebidas en
contextos en los cuales la exhibición visual haya sido oportuna o ventajosa. No sería
extraño que una proliferación de esta forma en este momento indicara un incremen-
to del uso de bebidas en ciertos contextos de consumo social que podrían ser mejor
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Figura 4: Figura 4: a, b, c: cuencos altos San Rafael grabado del Valle Calchaquí (Raffino
et al. 1982); d, f: incisos de Morro de las Espinillas; e: fragmento Punta Colorada graba-
do de Valle de Abaucán (Sempé 1983); g, h, i, m: cuencos altos de Pampa Grande y La
Candelaria (Baldini et. al. 1998; Serrano 1967); j, k, l, n, o: cuencos con prolongaciones
apendiculares en el borde de La Candelaria, El Cadillal y El Bañado (Berberián et al.
1977, Pelissero y Difrieri 1981; Rydén 1936); p, s: San Rafael pintado del Valle Calchaquí
(Raffino et al. 1982); q: escudilla “con decoración pintada de filiación Aguada” del
cementerio Coyo 3 de San Pedro de Atacama, ca. 930 d.C. (Costa y Llagostera 1994); r, t:
tinajas pintadas de Hualfín y Andalgalá (Lafone Quevedo 1908); u: tinaja pintada de
Quilmes, Museo de Quilmes; v: puquito pulido y pintado en negro sobre ante –alt.: 6
cm– de Amaicha; Nº 100.589 Colección Zavaleta-Chicago; w: vasija pulida, pintada en
negro y rojo sobre ante –alt.: 10,5 cm– de Yacochuya, Cafayate; Nº 100.492 Colección
Zavaleta-Chicago; x: vasija ante pulida y pintada en negro, Museo Eric Boman de Santa
María. y: tinaja de La Ciénaga, Hualfín, Nº 9907 Colección Muñiz Barreto-La Plata; z:
fragmento ante pulido y pintado con diseño de punteados y líneas de Tebenquiche (to-
mado de Krapovickas 1955).
similar pasta y terminación que este conjunto inciso, incluyendo otros motivos como
los dameros rellenos o los haces de líneas cortas con la misma técnica de escobado
ya referida (Figura 4-d,f). Algunos son ejemplos idénticos a los encontrados en el
Valle Calchaquí bajo el tipo San Rafael Grabado (Figura 4-c; Raffino et al. 1982); a
fragmentos Punta Colorada grabado (Figura 4-e; Sempé 1983: Figura 4) y a otros
ejemplos de estilos innominados encontrados en el Valle de Hualfín (Figura 4-y).
Tiestos similares con técnica de escobado en pasta húmeda fueron hallados por
Alejandra Korstanje (2005) en el alero Los Viscos en el Valle del Bolsón, al sudoeste
del Valle de Yocavil, con fechados similares a los de Morro. Escobados plásticos
pueden aparecer en el estilo Las Mercedes de Santiago del Estero.
Por último, hay un único caso, también de extramuros, de una escudilla grande o
plato hondo (Figura 3, Nº447/7) de forma elipsoide horizontal y borde levemente
invertido. La pasta es de buena calidad con tratamiento bruñido y está pintado inter-
na y externamente en negro sobre rojo. Un tipo similar puede ser el Aguada Negro
sobre Rojo, el cual para González “parece ser más distante” de los otros tipos Agua-
da (1964: 212). Por la decoración también se asemeja al tipo Loma Rica Bicolor del
Valle de Santa María (Perrota y Podestá 1975).
En síntesis, la alfarería presente en Morro da cuenta de un conjunto funcionalmente
bastante completo, incluyendo vajilla de cocción, elaboración, almacenamiento, trans-
ferencia y servicio. La proporción entre tiestos de pastas ordinarias y finas es pareja
(50/50%) y resulta diferente de la que se da en algunos asentamientos dispersos de la
misma época o más antiguos4. La vajilla de servicio presenta decoración geométrica
ya sea pintada o incisa. Ciertos recursos estilísticos usados han sido compartidos con
otros conjuntos alfareros de regiones diversas, pero hasta el momento, no hay nin-
gún hallazgo excavado o superficial con decoración figurativa. Por ello, parece que la
manufactura alfarera tiende a despojar sus productos de su contenido figurativo y
directamente referencial y a dotarse de atributos sin alusiones directas a personajes,
efigies, animales, etc., en la decoración, algo que la diferencia de la cerámica de estilo
Aguada y de la cerámica santamariana. Ello apunta a una abstracción de las represen-
taciones simbólicas en la ornamentación pintada e incisa de la alfarería incluida en los
depósitos domésticos de la aldea. Pero se advierte que todavía no conocemos con-
textos funerarios directamente vinculados a este asentamiento. De todas maneras, el
uso de tinajas con buena terminación parece ser compartido con otros ejemplos de
la misma época, y sugiere contextos de elaboración y consumo de bebidas (aparte
de almacenamiento de agua), que pueden tener implicancias en la comprensión de
los marcos sociales de representación.
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| M ARÍA CRISTINA SCATTOLIN |
reúne rasgos estilísticos que se han adjudicado a diferentes áreas culturales (Valliserrana,
Selvas Occidentales, Chaco) o que estaban vigentes tanto en el período Formativo
como en la transición al Período de Desarrollos Regionales (rasgos estilísticos Agua-
da, Guachipas, Candelaria, Las Mercedes, Molinos, Hualfín y otros).
Además, aunque ciertas formas, técnicas aplicadas y atributos decorativos pue-
dan ser asignables al estilo Aguada, de hecho no portan ninguno de los rasgos
iconográficos más típicos y más fácilmente distintivos de dicho estilo como felinos,
cabezas trofeo, imágenes del sacrificador, etc. (despliegue figurativo). Lo que com-
parte con las piezas más típicas del Valle de Hualfín –las cuales se conocen sobre
todo de contextos funerarios– son principalmente las características de buena coc-
ción de las pastas, el uso generalizado de ciertas formas (aunque varíen los detalles
del recorte de la silueta, sistemas de sostén, configuración de asas, apoyos, etc.),
técnicas de incisión (desde grabado en pastas semisecas a escobados en arcilla fresca),
colores, etc. Ocurre aquí algo similar a lo reportado en el Valle Calchaquí por Raffino
et al. (1982). Asimismo, el uso de la incisión acanalada, de dameros incisos o las
prolongaciones apendiculares en los bordes registrados para conjuntos de La Can-
delaria, al noreste de Morro, no se acompaña aquí de la misma pasta y manufactura.
El uso de los bordes destacados o la decoración en negro sobre rojo se da tanto en
cerámica de estilo Aguada como en alfarerías que han sido atribuidas a la transición
al período de Desarrollos Regionales (estilos Hualfín, Shiquimil, Molinos, pero ver
también alfarerías del chaco santiagueño y del este de Catamarca, Alumbreras-Ambato
tricolor-Cortaderas, etc.). De la misma manera los tiestos grises pulidos tan comunes
durante el período Formativo aparecen aquí (en escasa cantidad) junto con rasgos
cerámicos que serán más populares en épocas posteriores. La cerámica definida por
Serrano como Guachipas policromo para el norte del Valle de Santa María (1966),
que –como vimos– tiene varios atributos en común con la alfarería de Morro, revela
también cierta amalgama entre patrones estilísticos usados en el estilo Aguada y en el
estilo Santa María (Figura 4-v,w,x).
Estas combinaciones hasta el momento poco conocidas, podrían haberse dado
también en otros puntos del valle. Varios de los atributos descriptos pueden haber
estado en uso simultáneamente por poblaciones del Valle de Santa María y otros
lugares aún cuando hasta hoy se conozcan como procedentes de regiones o perío-
dos distintos (ver Figura 4-q,z). Ejemplares completos de la colección Zavaleta cla-
sificados como “Aguada Decadente” por Alberto R. González para el Field Museum
of Natural History de Chicago (Figura 4-v,w; Archivo Acc-894 FMNH 1973; Scattolin
2003a) muestran una conjunción infrecuente (según los tipos hasta ahora conocidos)
de atributos de forma, decoración y pasta combinados de una manera singular que
fusiona atributos asignados generalmente al estilo Aguada o al estilo santamariano
(Figura 4-x).
En síntesis, la manufactura, las formas, el tratamiento de terminación y los re-
cursos plásticos e iconográficos usados en Morro han sido “cooptados”, selecciona-
dos y combinados resultando en un conjunto compuesto de manera diferente y a la
306 |
| ESTILOS COMO RECURSOS EN EL NOROESTE ARGENTINO |
vez consistente, lo que señala una manera singular de componer, de yuxtaponer ele-
mentos, de valerse de diferentes medios al generar variabilidad y –a la par– transmi-
tir tradiciones en la cultura material a lo largo de la trayectoria histórica. Una gama
que atraviesa las diferentes funciones que cumplió la alfarería, desde ollas para coci-
nar hasta vajilla de exhibición.
Hay que subrayar que mientras se seguían utilizando recursos iconográficos del
estilo Aguada y continuaba también el uso de sitios monticulares en el sur de Catamarca
y norte de La Rioja, ya se había iniciado en Yocavil el uso del estilo “santamariano” y la
construcción de poblados semiurbanos, todos atributos básicos de la distinción entre
el período Formativo y el período de Desarrollos Regionales. El estilo “santamariano”
estaría ya establecido mientras que doscientos kilómetros al sur se seguirían usando
cerámicas de estilo Aguada, Ambato Tricolor, Portezuelo, etc. (Baldini et al. 2002;
Gordillo 2004). Se pone en evidencia que el uso de ciertos atributos cerámicos que, en
términos relativos y de manera provisional denominamos “presantamarianos” y
“santamarianos”, se podrían dar –al menos dentro de los marcos de resolución limita-
dos que nos proporcionan los fechados radiocarbónicos– de manera simultánea.
La Tabla 3 y la Figura 5 muestran que estas varias opciones cerámicas se desa-
rrollan a la par de una variedad de modos de ocupación del espacio que existían
contemporáneamente a Morro y que abarcan poblados aglomerados como Moli-
nos I (Baldini 1992) y Morro del Fraile (Nastri 1999; Nastri et al. 2005), sitios con
montículos como La Rinconada y Choya 68 (Baldini et al. 2002; Gordillo 2004),
caseríos dispersos como La Bolsa en Tafí del Valle (Berberián 1989), puestos de caza
y pastoreo como Real Grande en Antofagasta de la Sierra (Olivera 1997), y las ocu-
paciones iniciales de sitios de desarrollo posterior como Rincón Chico y Pichao
(Cornell y Johansonn 1993; Tarragó et al. 1997).
Esta situación sugiere la existencia de una alta diversificación en las formas de
edificación, agrupamiento y concentración del espacio construido durante los siglos
IX y X y plantean la contemporaneidad de configuraciones arquitectónicas que
estructuran el paisaje edilicio de manera diferente. Su comparación a escala regional
sugiere que a fines del primer milenio d.C. se podían distinguir una amplia gama de
medios constructivos y soluciones de diseño edilicio así como de formas de apro-
piación del paisaje que se podían mantener como recurso acumulado activo.
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| M ARÍA CRISTINA SCATTOLIN |
Figura 5. Fechados 14C entre 1300 y 900 AP, de sitios en un radio de 200 km alrededor de
Morro de las Espinillas. Calibración según OxCal v3.9.
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Palabras Finales
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| M ARÍA CRISTINA SCATTOLIN |
Agradecimientos. Este trabajo fue financiado mediante fondos del CONICET, subsidio PEI Nº
499/97. Los trabajos de campo se beneficiaron con la colaboración de Juan Leoni, Graciela
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| ESTILOS COMO RECURSOS EN EL NOROESTE ARGENTINO |
Scarafía, Ivana Margueliche, Fabiana Bugliani, Cecilia Fraga, Leticia Martínez y Lucas Pereyra
Domingorena. Debo reconocimiento a varias personas que me brindaron trabajos inéditos:
Carlos Aschero y Eduardo Ribotta, Adriana Muñoz, Javier Nastri y colaboradores, Menchi
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| M ARÍA CRISTINA SCATTOLIN |
Notas
1. Según el conocimiento corriente el período Formativo es la época de las comunidades aldea-
nas de base agraria y pastoril y en su transcurso se habrían desarrollado las desigualdades
jerárquicas, prosperaron las manufacturas artesanales y aumentó la dependencia agrícola. Hay
cronologías detalladas para varias regiones, que subdividen el período. Pero, en esta etapa de
mi estudio en Yocavil ocasionalmente he preferido hablar de una manera laxa del “primer
milenio d.C.” debido a la escasez de dataciones y falta de secuencias precisas para este lapso
(Scattolin 2000). Así que consideraré al período Formativo en un sentido amplio, que abarca
las ocupaciones o componentes arqueológicos agroalfareros anteriores al período Tardío o de
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| ESTILOS COMO RECURSOS EN EL NOROESTE ARGENTINO |
los Desarrollos Regionales (de los poblados aglomerados y jefaturas establecidas y luego
confederadas contra los españoles) cuyo comienzo se postula hacia “fines del siglo IX” y que
presentan cerámica de estilo santamariano (Tarragó et al. 1997: 224). En el área Centro-Sur
Andina tal momento corresponde a Tiwanaku V, de 800 a 1150, fecha en que se inicia su
declinación. En el otro extremo, el fechado más antiguo para un contexto presumiblemente
formativo en el valle Yocavil podría ser de unos 500 años a. C. (Muñoz y Stenborg 1999: 200).
Más al sur del Valle de Santa María, en los valles de Hualfín y Ambato, se ha usado el término
período de Integración Regional para referirse al lapso entre 400 y 900 d.C. cuyos restos
materiales se identifican con la denominación de “Aguada” (Núñez Regueiro y Tartusi 1990;
Pérez Gollán 1991). Por otra parte, ambos términos –Formativo e Integración Regional– se
refieren aproximadamente a lo que González llama períodos Temprano y Medio (1998).
Raffino los denomina Formativo Inferior y Superior, y también propuso el término de
período Clásico para el estadio más avanzado del Formativo (Raffino et al. 1982: 33, Raffino
1994: 46). El uso de las comillas en el término “presantamariano” señala que se trata de una
asignación cronológico-cultural basada en atributos de la cerámica y/o rasgos arquitectónicos,
y a constatar por dataciones radiocarbónicas.
2. Ciertas particularidades históricas de la investigación de este estilo y su divulgación escolar y
museológica colaboraron a “poner en el mapa” la arqueología del noroeste y dar singularidad
a la prehistoria del territorio de Argentina dentro del área andina, a través del “fenómeno
Aguada”, lo que a su vez favoreció la reificación de la categoría (“lo Aguada”, “Aguada es...”).
En la práctica de investigación, el término se usa liberalmente como abreviatura de nociones
de cultura material, tiempo, espacio, etapa evolutiva, tipo cerámico, etc. Hoy día, el taxón
Aguada se ha emancipado del dominio de la investigación arqueológica y ha adquirido una
especie de vida relativamente independiente, fuera de control del campo científico. Su persis-
tencia como concepto vulgarizado depende de su reproducción a través de la educación
formal –es decir, estatal–, la red nacional e internacional de circulación de ideas, de su valora-
ción en la política de recursos culturales nacionales, en fin, del propio mantenimiento de las
modernas fronteras nacionales. Que este tipo de nociones sea tratado como categoría de
análisis válida no es un hecho nuevo (Trigger 1992), pero tampoco viejo, y ni siquiera adjudicable
sólo a campos disciplinares sudamericanos (ver por ejemplo Chilton 1999). En cualquier caso
habrá que esforzarse por distinguir entre su uso como noción reificada y su utilización como
taxón analítico valedero.
3. El MNV fue calculado por Fraga (1999) según los criterios de Millet (1979), y sólo sobre
bordes analizables de las distintas categorías morfológicas. Se recuerda que, al igual que el
MNI en el caso de los restos óseos, este MNV subestima considerablemente la población de
ejemplares en los contextos. La descripción morfológica de las vasijas sigue los criterios de
Shepard (1968) y Balfet et al. (1983).
4. En el Núcleo E de Loma Alta de la falda del Aconquija (Scattolin 1990), la relación ordinario/
fino es: 70/30%; en La Ciénega de Tafí del Valle: 75/25% (Cremonte 1996:255); en Bañado
Viejo: 66/34% (Scattolin et al. 2001).
5. Como las posturas de dominio/rivalidad/reconocimiento que pueden activarse entre “capi-
talinos” y “provincianos” al movilizar sus respectivos recursos culturales.
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| ESTILO REGIONAL: UNA DISCUSIÓN A PARTIR DE LAS URNAS BELÉN, COLECCIÓN SCHREITER |
Laura Quiroga*
Verónica Puente**
* PROHAL-CONICET.
** PROHAL-Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
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Análisis Iconográfico
Basamos el análisis iconográfico sobre dos ejes: aspectos formales del diseño y
temas representados, considerando ambos aspectos en forma interdependiente. Esto
significa plantearnos como pregunta central qué se está jerarquizando en la
representación, es decir, qué se representa y cuáles son los atributos que se seleccionan,
qué se consideran significativos de ser representados (Black 1983: 127; Gubern 2004:
57).
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| ESTILO REGIONAL: UNA DISCUSIÓN A PARTIR DE LAS URNAS BELÉN, COLECCIÓN SCHREITER |
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| LAURA QUIROGA Y VERÓNICA PUENTE |
distribución del diseño. Efectivamente, cada segmento definido por un punto angu-
lar o de inflexión, sumado a una línea horizontal que acompaña esta división
morfológica, define planos a los que hemos denominado campos de representación
(Figura 2). Dentro de cada uno de ellos se distribuyen las unidades de diseños –
discretas o continuas– combinadas entre sí formando configuraciones. En cuanto a
los recursos plásticos utilizados para elaborar las unidades de diseño, podemos plan-
tear como constante un dibujo lineal que define las formas representadas. Luego,
para completar el interior de las unidades de diseño, apelan a determinados recursos
plásticos que combinan entre sí formando una trama geométrica: el enrejado, el
damero, punto y tinta plana.
En última instancia y una vez definidos los aspectos formales del diseño
comenzamos a identificar los temas representados en el conjunto. Para definir temas
no figurativos nos hemos basado en dos criterios: jerarquía y recurrencia de las unidades
de diseño. La jerarquía se refiere a la centralidad y peso visual de la unidad de diseño
en el plano de representación de cada ejemplar. La recurrencia se refiere a la repetición
de las unidades de diseño en diversos ejemplares. Por su parte, los temas figurativos se
definen por su analogía con un referente identificable, es decir, que la selección de
atributos significativos o relevantes y su representación grafica, permiten esta
identificación del diseño con el objeto representado (Gubern 2004: 57).
Segmentación y Lecturas
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| ESTILO REGIONAL: UNA DISCUSIÓN A PARTIR DE LAS URNAS BELÉN, COLECCIÓN SCHREITER |
(PI)– puede a su vez coincidir con una línea horizontal que acompaña estos cortes
morfológicos (Figura 2). Algunos ejemplares presentan un pequeño modelado ubicado
en el segmento 2 de la pieza sobre el eje perpendicular delimitado por las asas, al cual
denominamos 4. La superficie interna por su parte, presenta un campo ubicado en el
sector superior al que denominamos 5.
La segmentación de la pieza establece entonces, sectores diferenciados. Las
superficies así delimitadas constituyen campos de representación dentro los cuales se
desarrolla el diseño. La composición en cada sector presenta dos alternativas: lectura
continua y lectura por planos (Figura 3). A su vez, ambos criterios pueden combinarse
en una misma pieza.
Figura 3. Lecturas.
a-La composición como plano: las asas determinan un eje perpendicular que
segmenta la pieza en dos planos. Por este motivo hemos denominado a esta
forma de composición, de Lectura Frontal, en tanto el diseño se estructura
por planos definidos por las asas. El campo de representación 2 puede repetir
el mismo diseño en ambas caras o bien representaciones diferentes por plano
(Figura 3);
b-La composición como espacio continuo: la presencia de las asas no determina
planos, por el contrario, la representación se desarrolla como un espacio
continuo sin principio ni fin.
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Repertorio Temático
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2. Temas Figurativos.
2.1. Representaciones Zoomorfas
Camélido. El tema del camélido está presente en un solo ejemplar, representado
con un carácter dinámico y altamente naturalista. Los atributos seleccionados para su
representación gráfica permiten una analogía inmediata con el camélido aún cuando
el cuerpo presenta un tratamiento plástico que nos remite a la representación del
felino identificado a partir de las manchas en el interior de su cuerpo. Constituye una
escena desarrollada a lo largo de todo el cuerpo de la vasija en forma continua
(Figura 11).
Víbora. Puede aparecer como figura central o bien como una sucesión de unidades
discretas. La víbora tiene un tratamiento que puede dividirse en dos modos de
representación. Una forma de mayor geometrización que se acerca a la postura reptante,
marcada por ángulos bien definidos y otra de mayor naturalismo sugerida por una
forma espiralada que se acerca a otra postura natural de la especie (Figura 12).
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ciado, con una pintura de color blancuzco ausente en el resto de la pieza que mantie-
ne el color negro sobre rojo característico de la cerámica Belén. En este sentido, es
importante señalar que hemos registrado un tratamiento similar del tema antropo-
morfo en un ejemplar modelado perteneciente a la colección Hirsch (Catálogo Co-
lección de la Cancillería Argentina 2000: 82). Efectivamente, su postura estática, la
pintura blancuzca sobre el rostro, el tratamiento diferenciado del resto del cuerpo se
asemeja claramente al tratamiento exhibido en las urnas (Figura 14).
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MA 0261
Figura 11. Tema figurativo: camélido.
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0242 (Figura 15) contiene una representación de la cabeza cuya disposición de ojos y
boca sugiere una perspectiva frontal propia de la figura humana, enmarcada por
miembros superiores que semejan la representación de las fauces del felino en Agua-
da. En tanto el cuerpo romboidal semeja la representación del batracio en Aguada y
Cienaga (Kusch 1998; Sempé 1998). En la misma pieza, se repite la figura pero
limitada al sector de la cabeza. Esta representación se reitera en el ejemplar MA 0223
asociado en ambos casos a temas geométricos, el escalonado y la franja de volutas.
Sin embargo, los rasgos que definen la cabeza antropomorfa remiten a la víbora en
este último caso.
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Referencias: A.A: apéndice antropomorfo, A.M: apéndice mamelonar, A.V: apéndice en V, A.Z: apéndice
zoomorfo, C.A: configuración en arco, C.AZ: configuración azarosa, C.B: configuración bipartita, C.C:
configuración continua, C.FHP: configuración franjas horizontales paralelas, C.FVP: configuración franjas
verticales paralelas, C.PC: configuración panel central, C.S: configuración sucesión, C. SR: configuración
sucesión con simetría rotacional, C.T: configuración tripartita, T.A: tema antropomorfo, T.AZ: tema
antropozoomorfo, T.C: tema circular, T.CA: tema camélido, T.E: tema escalonado, T.FH: tema franja, T.H: tema
huella, T.LS: tema línea sinuosa, T.V: tema víbora, T.X: tema en X, N/D: no determinado.
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| ESTILO REGIONAL: UNA DISCUSIÓN A PARTIR DE LAS URNAS BELÉN, COLECCIÓN SCHREITER |
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| LAURA QUIROGA Y VERÓNICA PUENTE |
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| ESTILO REGIONAL: UNA DISCUSIÓN A PARTIR DE LAS URNAS BELÉN, COLECCIÓN SCHREITER |
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| LAURA QUIROGA Y VERÓNICA PUENTE |
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Notas
1. Sobre este aspecto en la arqueología argentina contamos con los trabajos de Podgorny (1999),
Scattolin (2000), Quiroga (2003), Haber y Delfino (1995/1996), entre otros.
2. Cabe señalar que durante el año 2003 el Instituto de Arqueología y Museo de la Universidad
Nacional de Tucumán, han realizado una base de datos y archivo fotográfico digitalizado.
3. La información de este cuadro complementa los datos publicados por Schreiter (1936a y b)
sobre las colecciones obtenidas en los años 1934 y 1936.
4. Los ejemplares con lectura plana, que en el campo de representación 2 representen temas
diferentes en ambas caras de la pieza son señalados con “/2” al finalizar en número de
ejemplar.
5. Las diferencias en los subtotales se deben a la ausencia de decoración en algunos campos o
bien a condiciones de conservación defectuosas que impiden una apreciación correcta y com-
pleta del diseño.
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| ¿CAZADORES-RECOLECTORES NO IGUALITARIOS EN LAS SIERRAS CENTRALES? |
El Estudio de la Complejidad
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| D IEGO E. R IVERO |
348 |
| ¿CAZADORES-RECOLECTORES NO IGUALITARIOS EN LAS SIERRAS CENTRALES? |
Desde esta visión se considera que un sistema puede ser considerado más com-
plejo que otro si más partes o componentes pudieran ser identificados en él y/o si
existiera un mayor número de interconexiones entre sus partes (Heylighen 1999). Es
decir, que la complejidad de un sistema aumenta cuando la variedad (distinción) y/o
la dependencia (conexión) de sus partes se incrementa a través de diferentes dimen-
siones (Heylighen 1999; McShea 1996).
Si bien aún falta desarrollar metodologías claras que permitan medir adecuada-
mente los diferentes grados de complejidad y su tratamiento a nivel del registro
arqueológico (Barrientos 2004), esta concepción de la complejidad posee notables
ventajas para su aplicación en arqueología, especialmente desde enfoques evolutivos
ya que permite apreciar la diversidad sociocultural de una forma más dinámica.
En este trabajo, se aborda el estudio de un aspecto de la complejidad, como es
el surgimiento de desigualdades sociales entre los cazadores-recolectores de las Sie-
rras Centrales, y sus evidencias en el registro arqueológico.
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| ¿CAZADORES-RECOLECTORES NO IGUALITARIOS EN LAS SIERRAS CENTRALES? |
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| D IEGO E. R IVERO |
El estudio permitió obtener información relevante para los fines de este trabajo,
que fue organizada para explorar diferentes indicadores arqueológicos relacionados
con el surgimiento de desigualdades sociales: movilidad, densidad poblacional e
intensificación de los recursos.
Movilidad Residencial
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| ¿CAZADORES-RECOLECTORES NO IGUALITARIOS EN LAS SIERRAS CENTRALES? |
Densidad Poblacional
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| D IEGO E. R IVERO |
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| ¿CAZADORES-RECOLECTORES NO IGUALITARIOS EN LAS SIERRAS CENTRALES? |
los inicios del Holoceno. Por el contrario, a partir de mediados del Holoceno, la
importancia de los recursos pequeños aumenta en relación a los de mayor tamaño,
así como el número de taxones presentes (González 1960; Menghín y González
1954).
Recientemente, las investigaciones realizadas en el sitio multicomponente Arro-
yo El Gaucho 1 (Rivero 2007), localizado en el sector central de las Sierras de Cór-
doba, han posibilitado contar con información cuantitativa de los restos
arqueofaunísticos correspondientes a dos Componentes ubicados en el Holoceno
temprano (C1) y en los comienzos del Holoceno tardío (C2). Se calcularon los índi-
ces de eficiencia1 para los dos Componentes, los que arrojaron un resultado de 0,68
para el C1 y 0,49 para el C2 (Figura 3), que indica una mayor importancia relativa de
los especimenes de menor tamaño en los momentos más tardíos de la secuencia.
Si bien los estudios de eficiencia en nuestra región recién están comenzando,
principalmente debido a la carencia de muestras adecuadas, estos resultados son
interesantes y pueden ser complementados por otras líneas de evidencia. En este
sentido, los instrumentos líticos pulidos vinculados con el procesamiento de vegeta-
les (v.g. molinos planos, morteros y manos) experimentan un notable incremento en
el registro arqueológico correspondiente al Bloque 2 (6000-2000 AP) (González 1960;
Menghín y González 1954; Rivero 2007), lo que indicaría una mayor importancia de
esta actividad, lo que es esperable en un contexto de intensificación de los recursos
(Bettinger 2001; Kelly 1995).
Discusión
| 355
| D IEGO E. R IVERO |
Conclusiones
En este trabajo se intentó mostrar, a partir del estudio del registro arqueológico de
los cazadores-recolectores holocénicos de las Sierras Centrales, las ventajas de abordar
el problema de la complejidad desde un enfoque evolutivo y considerando a la com-
plejidad como una propiedad de los sistemas que varía a través de diferentes dimen-
siones y posee múltiples variantes (Barrientos 2004; Heylighen 1999; McShea 1996).
El estudio de las evidencias arqueológicas disponibles para la región de las Sie-
rras Centrales, permite hipotetizar la existencia de desequilibrios en la relación demo-
grafía-recursos a partir del Holoceno Medio (ca. 6.000 años AP) que habrían produ-
cido un aumento en la complejidad de las poblaciones, específicamente se propone
que se dio inicio al desarrollo de mecanismos que culminarían en un aumento de la
desigualdad social hacia mediados del Holoceno Tardío (ca. 2.000 años AP). La
profundización de las investigaciones en la región permitirán evaluar estas propues-
tas, cuya principal intención es la de abrir la discusión acerca de la existencia de
desigualdades sociales en las comunidades cazadoras-recolectoras tardías de las Sie-
rras Centrales.
356 |
| ¿CAZADORES-RECOLECTORES NO IGUALITARIOS EN LAS SIERRAS CENTRALES? |
Agradecimientos. Deseo agradecer al Dr. Eduardo Berberián por la lectura y observaciones realiza-
das al manuscrito. Agradezco asimismo a Sebastián Pastor y Matías Medina por sus comentarios
acerca de algunas de las ideas aquí expresadas.
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| D IEGO E. R IVERO |
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Notas
1. El índice de eficiencia calculado se basa en el índice de artiodáctilos definido por
Broughton (1994). Se calcula dividiendo la cantidad de especimenes óseos identifi-
cados (NISP) de artiodáctilos por la suma de los NISP de artiodáctilos y de los taxones
pequeños [Ó Artiodáctilos/Ó (Artiodáctilos + pequeños taxones)]. Varía entre 0 y 1, si la
muestra está constituida únicamente por artiodáctilos el índice será igual a 1 y si está formada
únicamente por taxa pequeños será igual a 0.
| 359
| JUNTAS Y CAZADEROS. ACTIVIDADES COMUNES Y REPRODUCCIÓN SOCIAL |
Sebastián Pastor *
Desde comienzos del Holoceno Medio (ca. 4000 a.C.) los grupos cazadores-
recolectores que ocuparon las Sierras Centrales de Argentina desarrollaron un largo
proceso de concentración poblacional y disminución de la movilidad residencial que
debe ser asociado a ciertos indicios de intensificación productiva –con progresivo
centramiento en recursos como la algarroba y pequeños vertebrados– y competen-
cia territorial (Pastor 2005; Rivero 2005).
Estas tendencias se fortalecieron con la incorporación de prácticas agrícolas (ca.
500-900 d.C.), las cuales favorecieron la formación de pequeños poblados de uso
semipermanente que se instalaron en los valles y piedemontes serranos hasta fines del
Período Prehispánico.
La información actualmente disponible indica que este proceso fue acompaña-
do por el desarrollo de diferentes esferas de actividad grupal, en general disociadas
de los espacios residenciales. Sin embargo, podría plantearse que tanto la producción
de evidencia relacionada a estos fenómenos como su integración en los diferentes
marcos representacionales sobre los procesos prehispánicos, han constituido aspec-
tos problemáticos de la investigación regional.
Durante la vigencia de los programas culturalistas (1950-1980) quedaron esta-
blecidas fuertes limitaciones para la obtención de datos específicos, ya que no se
efectuaron consideraciones sobre numerosos sitios que sólo contenían restos super-
ficiales –v.g. las conocidas “áreas de molienda”–, ni se lograron detectar otros ubica-
dos en el pastizal de altura. En aquella época ésta era una zona muy poco conocida
y, hasta cierto punto, apreciada como “marginal” para la comprensión de los proce-
sos socioculturales prehispánicos, en especial los del Período Tardío.
La renovación teórica y metodológica iniciada en la región a mediados de la
década de 1980 permitió superar esta noción y sumar nueva información, surgida
de trabajos especialmente destinados a captar la variabilidad cronológico-funcional
de la evidencia arqueológica superficial. Sin embargo, el interés por los aspectos
*
Cátedra de Prehistoria y Arqueología, Universidad Nacional de Córdoba. CONICET.
| 361
| SEBASTIÁN P ASTOR |
362 |
| JUNTAS Y CAZADEROS. ACTIVIDADES COMUNES Y REPRODUCCIÓN SOCIAL |
líticas (Rivero 2005)–. Este proceso se habría extendido estimativamente hasta el 500
d.C., cuando se comprueba en toda la región una incorporación parcial de la tecno-
logía cerámica, sin que existan indicios de mayores transformaciones económicas.
La adopción de las prácticas agrícolas se habría producido entre el 500 y 900
d.C. Hacia esta última fecha se puede considerar definido el modo de vida que, en
sus principales aspectos, caracterizó a todo el período tardío (900-1573 d.C.). De
esta manera se configuró una economía mixta en la que la agricultura de pequeña
escala –basada en reducidas parcelas y dependiente del régimen de precipitaciones–
se sumó a las diferentes actividades extractivas.
La reproducción de esta economía favoreció la distribución dispersa de la po-
blación en pequeños caseríos instalados a lo largo de valles y piedemontes, al tiempo
que contribuyó a mantener el panorama de alta fragmentación política que distingue
al período. La documentación histórica de fines del siglo XVI y principios del XVII
registra la continuidad de estos procesos –inscripta en un escenario de dramáticas
transformaciones, por supuesto–, dando cuenta de la fragmentación de algunas co-
munidades y de la relativa autonomía política y económica que ostentaban las comu-
nidades hijas (Bixio y Berberián 1984; Piana de Cuestas 1992).
De acuerdo a lo expuesto puede plantearse que durante el período tardío se
acentuaron algunas tendencias desarrolladas por la población cazadora-recolectora
serrana. En efecto, la incorporación de la agricultura de pequeña escala conllevó un
aumento de la productividad que claramente extendió los límites de la intensificación
de las prácticas extractivas. Esta parece ser además la base que permitió una expan-
sión demográfica sin antecedentes en los períodos previos, la cual debió sin dudas
elevar los niveles de competencia territorial. La documentación histórica de los siglos
XVI y XVII aporta ejemplos sobre los conflictos derivados de la violación de límites
territoriales y los mecanismos de integración dirigidos, entre otros fines, a enfrentarlos
o contenerlos. En las siguientes secciones se presenta información arqueológica y
datos históricos sobre las actividades grupales desarrolladas por las sociedades serra-
nas del último milenio del Período Prehispánico y de los primeros años del régimen
colonial español.
| 363
| SEBASTIÁN P ASTOR |
364 |
| JUNTAS Y CAZADEROS. ACTIVIDADES COMUNES Y REPRODUCCIÓN SOCIAL |
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| SEBASTIÁN P ASTOR |
de las áreas de molienda a orillas de ríos y arroyos, estos sitios contienen variadas
evidencias arqueológicas, tanto a nivel superficial como estratigráfico. Las principales
características de estos sitios son resumidas en la Tabla 1. A continuación se comentan
los resultados de los sondeos y excavaciones efectuados en algunos de ellos.
366 |
| JUNTAS Y CAZADEROS. ACTIVIDADES COMUNES Y REPRODUCCIÓN SOCIAL |
Río Yuspe 11
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| JUNTAS Y CAZADEROS. ACTIVIDADES COMUNES Y REPRODUCCIÓN SOCIAL |
Arroyo Talainín 2
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| SEBASTIÁN P ASTOR |
Las fechas fueron calibradas con el programa CALIB Rev. 4.3 (Stuiver y Reimer 2000), sin efectuar
ninguna sustracción sobre la edad convencional (Figini 1999).
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| JUNTAS Y CAZADEROS. ACTIVIDADES COMUNES Y REPRODUCCIÓN SOCIAL |
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| JUNTAS Y CAZADEROS. ACTIVIDADES COMUNES Y REPRODUCCIÓN SOCIAL |
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| JUNTAS Y CAZADEROS. ACTIVIDADES COMUNES Y REPRODUCCIÓN SOCIAL |
discusión sobre los problemas interpretativos: Candelaria Berberián, Beatriz Bixio, Mariana
Dantas, Germán Figueroa, Laura López, Matías Medina, Andrea Recalde y Diego Rivero. Por
último, al Dr. Eduardo Berberián, por su permanente estímulo y valiosas observaciones al
manuscrito. Todo lo expuesto en el texto es de mi exclusiva responsabilidad.
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376 |
| HACIA UNA INFERENCIA DE LAS RELACIONES SOCIALES DEL COMPLEJO LLOLLEO |
Lorena Sanhueza*
Fernanda Falabella*
El Complejo Llolleo (200-1000 d.C.) es una de las dos unidades mejor defini-
das para el Período Alfarero Temprano en Chile central y se encuentra distribuido
tanto en los valles del interior (valles de la cordillera de la costa, cuenca de Santiago y
Rancagua y sus respectivas precordilleras) como en la costa (especialmente cercano al
*
Departamento de Antropología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile.
| 377
| LORENA R. SANHUEZA Y FERNANDA G. FALABELLA |
Figura 1. Elementos característicos del Complejo Lloleo: a)jarro pulido, b) jarro pulido
con decoración incisa anular en la base del cuello, c) jarro pulido con decoración estre-
llada pintada (rojo), d) jarro asimétrico pulido, e) jarro asimétrico pulido con decora-
ción modelada antropomorfa en el asa, f) jarro asimétrico pulido con decoración mode-
lada antropomorfa en el cuello, g) olla alisada, h)olla alisada con borde reforzado, i) olla
del tipo Llolleo Inciso Reticulado Oblicuo, j) pipa tipo “T” invertida (doble tubo abier-
to). Dibujos sin escala
378 |
| HACIA UNA INFERENCIA DE LAS RELACIONES SOCIALES DEL COMPLEJO LLOLLEO |
decoración pueden presentar una a cuatro incisiones anulares en la base del cuello,
franjas rojas (horizontales o formando una estrella), o decoración modelada
(antropomorfa, zoomorfa o fitomorfa). También hay jarros asimétricos que pueden
presentar decoración modelada antropomorfa en el asa, que eventualmente se bifur-
ca al llegar al cuerpo. Otra categoría de vasijas son las decoradas con hierro oligisto
y pintura roja. Las más grandes y de paredes más gruesas presentan franjas conver-
gentes rojas sobre una base de hierro oligisto. Las más pequeñas y de paredes más
finas (similares a los jarros no decorados) presentan campos con finas líneas rojas
ondulantes o escaleradas sobre hierro oligisto, alternado con campos rojos. También
hay jarros completamente engobados de rojo y otros con incisiones que delimitan
campos rojos. Complementan estas categorías cerámicas, vasijas de mayores dimen-
siones, de paredes más gruesas, probablemente utilizadas para el almacenamiento y
que fueron recicladas como urnas funerarias (Falabella 2000; Falabella y Planella 1980;
Sanhueza 1997; Sanhueza et al. 2003) (Figura 1).
Otro aspecto característico es el patrón de funebria. Estos grupos generan áreas
de enterratorios asociadas a sus espacios de vivienda donde los adultos son enterra-
dos flectados directamente en la tierra y los infantes preferentemente en urnas. Los
individuos son enterrados con ofrendas cerámicas, collares de múltiples cuentas líticas
y, en algunos sitios, morteros, entre otros (Falabella 2000; Falabella y Planella 1980,
1991). Otro elemento característico, que se encuentra en la mayoría de los sitios, son
las pipas del tipo T invertida de cerámica con ambas boquillas abiertas.
En términos de subsistencia, se ha sugerido que las poblaciones del interior
tendrían un fuerte énfasis en el consumo de recursos vegetales cultivados, mientras
que los de la costa incorporan a su dieta recursos marinos (moluscos, peces y otáridos),
complementado con la caza de guanaco (Falabella y Planella 1991; Falabella et al.
1995-1996; Planella y Tagle 1998; Sanhueza et al. 2003).
La evidencia de los sitios habitacionales y de funebria sugiere que se trata de una
o unas pocas unidades familiares que cohabitan en un mismo espacio, que practican
una economía de autoabastecimiento y que no presentan mayores jerarquías sociales
(Falabella 2000; Falabella y Planella 1980; Sanhueza et al. 2003).
| 379
| LORENA R. SANHUEZA Y FERNANDA G. FALABELLA |
Grupos Coresidenciales
380 |
| HACIA UNA INFERENCIA DE LAS RELACIONES SOCIALES DEL COMPLEJO LLOLLEO |
Figura 2. Mapa de ubicación de los sitios del Complejo Llolleo mencionados en el texto.
| 381
| LORENA R. SANHUEZA Y FERNANDA G. FALABELLA |
palabras, sus elementos definitorios son los contactos cara a cara regulares y periódi-
cos que permiten la vivencia de esta realidad social y la generación de prácticas y
materialidades comunes.
Para buscar estas unidades sociales en el registro arqueológico hemos trabajado
con el enfoque de la antropología de las técnicas que nos permite acceder a su reco-
nocimiento. El concepto de estilo tecnológico fue desarrollado en el marco de la
antropología de la tecnología y se refiere a la sumatoria de las decisiones arbitrarias
que toman los artesanos en el proceso de manufactura de los objetos (Dietler y
Herbich 1998; Gosselain 1998; Lemonnier 1992; Stark 1999). Estas decisiones se
enmarcan dentro del habitus del grupo al que pertenece el alfarero(a), y están en
relación directa con el proceso de enseñanza-aprendizaje, sin perjuicio que puedan
surgir innovaciones. Desde la materialidad, la definición de estilos tecnológicos a
partir de las cadenas operativas de los artefactos, permitiría identificar grupos que
comparten un habitus y en definitiva, grupos de personas que tienen relaciones “cara
a cara”. De esta manera, mientras más detallado sea el estudio, mas acotada será la
definición del estilo tecnológico, y estaremos identificando con ello, a grupos de
personas más discretos. Así, distintos aspectos de la secuencia de producción aluden
a unidades sociales de diferente tamaño y magnitud, siendo los aspectos “ocultos”
relacionados con la preparación de la pasta y formatización (gestos que permiten
levantar la pieza) los que remiten a los de escala menor (por ejemplo, familia o grupo
coresidencial), mientras que aspectos más “visibles” como la forma y decoración
aludirían a unidades sociales mayores.
El análisis de los conjuntos cerámicos de los sitios Llolleo bajo esta perspectiva
nos ha mostrado que aunque hay ciertos elementos que son compartidos por todos,
en términos estrictos, cada uno de ellos representa una realidad en sí. De esta mane-
ra, si bien las tendencias generales de forma, decoraciones y tecnología de manufac-
tura son compartidas, ningún sitio es idéntico a otro. Las únicas decoraciones que
son compartidas por todos los sitios son la pintura roja exterior, el inciso reticulado
y los incisos lineales (de los cuales, a excepción de las incisiones perimetrales en la
base del cuello, desconocemos los motivos que conforman). Además, si bien las
ollas con inciso reticulado están presentes en todos los sitios, sus frecuencias son
notoriamente dispares (Tabla 1). Lo mismo ocurre con los elementos de forma,
como los bordes reforzados o las bases definidas, que o bien no siempre están
presentes, o lo están en distinta frecuencia (Tabla 2).
Por otra parte existen también tipos de adorno y particularidades de la funebria
que se encuentran sólo en uno o dos sitios. Creemos que esta característica apoya la
idea de que estaríamos frente a comunidades relativamente independientes, que ma-
nufacturan su propia cerámica, de acuerdo a sus propias “formas de hacer”.
El análisis de los conjuntos líticos, aunque no han sido abordados con esta mis-
ma perspectiva, apoya la idea de comunidades locales por el uso de materias primas
que proceden, en su gran mayoría, de las cajas de valle en las inmediaciones de los
sitios y por las diferencias que se han registrado entre ellos.
382 |
| HACIA UNA INFERENCIA DE LAS RELACIONES SOCIALES DEL COMPLEJO LLOLLEO |
Sitios: EM= El mercurio, HP6=Hospital 6, LPN= Los panales, EP= El Peuco, CA= Coaracoles
abierto, Sitio Rayonhil sólo información de presencia/ausencia.
En relación a las materias primas, por lo general dominan las de grano grueso
de las familias de las andesitas y basaltos disponibles en las proximidades de todos
los lugares de ocupación y que han sido utilizadas con un criterio expeditivo, lo que
resulta en una abundancia de desechos. Junto a estos materiales, se recuperan dese-
chos y artefactos de materias primas de grano fino, en particular sílice rojo, tobas y
obsidianas. Estos tipos de materias primas son escasas en los sitios del valle, en la
mayoría no superan el 5% de la muestra, están orientadas a la producción de artefac-
tos de filo cortante e implican su transporte desde localidades más alejadas. En los
sitios de la zona precordillerana, como Caracoles Abierto, las materias primas de
grano fino son más abundantes y pueden llegar al 40% de la muestra, lo que proba-
blemente se relaciona con su amplia y cercana disponibilidad en estas áreas.
| 383
| LORENA R. SANHUEZA Y FERNANDA G. FALABELLA |
Tabla 2. Presencia de formas en sitios Llolleo de la costa y el valle (sitio Rayonhil sin información).
384 |
| HACIA UNA INFERENCIA DE LAS RELACIONES SOCIALES DEL COMPLEJO LLOLLEO |
Tabla 3. Frecuencia de familias de pastas en sitios Llolleo de la costa y el valle (en porcentajes)
| 385
| LORENA R. SANHUEZA Y FERNANDA G. FALABELLA |
Otra línea de evidencia que apoya esta misma idea, son los estudios sobre dieta.
En la década del ´90 se tuvo una primera experiencia en relación al tema, mediante el
análisis de composición de elementos en restos óseos de poblaciones costeras y del
interior. En esa ocasión sólo se estudiaron individuos de dos sitios, uno de la costa y
el otro del interior (LEP-C y El Mercurio respectivamente) (Falabella et al. 1995-96).
Los resultados de los análisis mostraron una concentración diferencial de los elemen-
tos zinc (Zn) y estroncio (Sr) para las poblaciones costeras v/s interior, lo que fue
interpretado como una diferenciación sustancial en la dieta de estas dos poblaciones.
Los altos valores de zinc (Zn) en las poblaciones del interior podrían estar respon-
diendo al consumo de cultígenos (legumbres y maíz), mientras que los valores pre-
ponderantes de estroncio (Sr) en la costa estarían representando una dieta basada
fuertemente en el consumo de mariscos (Falabella et al. 1995-96: 37).
Estos resultados, aunque limitados por la muestra analizada, permitieron pro-
poner que los grupos que habitaban la costa o el interior pasaban la mayor parte del
tiempo en sus respectivas localidades, lo que es coincidente con la información a
partir del análisis de la cerámica.
Recientemente, análisis de isótopos estables de restos óseos humanos, que inclu-
ye una muestra bastante mayor, tanto de individuos enterrados en la costa como en
el interior han mostrado un patrón semejante. Si bien esta es una técnica especialmen-
te utilizada para pesquisar la incorporación y la importancia del maíz en la dieta,
también es muy sensible para distinguir dietas basadas en productos marinos de
aquellas en la cuales estos recursos no tienen mayor importancia, a partir de los
isótopos de Nitrógeno (Tykot y Staller 2002).
Figura 3. Valores isotópicos del carbono y nitrógeno del colágeno de individuos Lloleo
de sitios de la costa y el valle.
386 |
| HACIA UNA INFERENCIA DE LAS RELACIONES SOCIALES DEL COMPLEJO LLOLLEO |
Los resultados obtenidos muestran que los individuos de la costa tienen una con-
siderable mayor cantidad de d15N que los del interior, lo que implica que los recursos
marinos están incluidos en la dieta. Los individuos del interior, por su parte, muestran
niveles de d15N bastante menores, congruentes con una dieta basada principalmente en
productos terrestres, y con valores de d13C que muestran que el maíz ya comienza a ser
incorporado como parte habitual de sus alimentos (Figura 3) (Falabella et al. 2006).
De esta manera, tanto el análisis cerámico como los análisis de la dieta de estas
poblaciones apuntan a la existencia de una diferenciación del territorio en al menos
dos grandes áreas: costa e interior, donde distintos grupos de personas permanecen
la mayor parte del tiempo.
Las evidencias también sugieren que podría haber un nivel de mayor cohesión
social al interior de cada una de estas áreas. Esto se ve reflejado en la existencia de
ciertas características culturales que se presentan sólo en el interior, como por ejem-
plo vasijas con modelados antropomorfos duales en el cuerpo o incisos con moti-
vos complejos en el cuello y el uso de amontonamientos de bolones de río en la
ritualidad.
No obstante lo anterior existen grandes similitudes en la cultura material de los
grupos de ambas áreas que debe ser explicada por mecanismos sociales, que serían
los que permiten las relaciones entre los individuos de estos dos espacios, de manera
recurrente, aunque no necesariamente continua.
Como hemos dicho, todos los contextos Llolleo presentan similitudes en aspec-
tos de los conjuntos cerámicos, de las prácticas funerarias y de los adornos. Sin duda,
esto evidencia que ciertas ideas de “como hacer las cosas” son compartidas a un
nivel regional, donde se enfatizan ciertos códigos relacionados especialmente con
actividades no domésticas. Creemos que estas similitudes son posibilitadas y propi-
ciadas en determinadas instancias sociales, donde confluyen algunos grupos costeros
y del interior. Estas instancias pueden estar referidas a relaciones de parentesco y
reciprocidad a nivel familiar (matrimonios, funerales, trabajos comunitarios), o bien
a instancias de congregación social más amplias, similares a las “juntas” descritas por
los cronistas o bien ceremonias rituales (Castro y Adán 2001; Falabella et al. 2001;
Faron 1969; Planella et al. 2000). Es en estas ocasiones e instancias que se experimen-
ta, actualiza y revitaliza un sentido de identidad común por sobre las diferencias
particulares de las comunidades o de otros niveles de agregación social. Este sentido
de identidad se construye en la experiencia común rodeada por un entorno físico,
social y material reconocido y reconocible por todos.
En este tipo de reuniones el consumo de bebidas y comidas es usual. Los jarros
han sido el recipiente más tradicionalmente usado en estos contextos. Creemos que
es por esto que es en esta categoría de vasija donde se concentran las similitudes
| 387
| LORENA R. SANHUEZA Y FERNANDA G. FALABELLA |
intra-areales. Si además tomamos en cuenta que son justamente los jarros los más
frecuentemente utilizados como ofrendas en los entierros, tanto en la costa como en
el interior, parece razonable sugerir que estos artefactos jugaron un rol activo en la
identificación del grupo social mayor.
La similitud en las características de los jarros Llolleo a nivel areal ha sido cons-
tatada en los análisis de atributos métricos y de variables cualitativas entre los sitios
Llolleo LEP-C de la costa y El Mercurio del interior en la cuenca de Santiago (Falabella
2000). Dicho análisis mostró que ambos conjuntos pueden ser considerados como
parte de una misma “población” de vasijas ya que no presentan diferencias
estadísticamente significativas. Con un enfoque similar se comparó jarros y ollas de
sitios de la cuenca de Santiago y de Rancagua con resultados análogos (Correa 2004).
Otra evidencia que creemos apoya la idea de que los jarros apelan a la identidad
grupal es el hecho que es la categoría de vasijas que presenta la mayor variabilidad en
las pastas, lo que sugiere que en los sitios no sólo se están utilizando jarros manufac-
turados localmente, sino de otras áreas (Sanhueza 2004). En la comparación realiza-
da entre los conjuntos cerámicos de costa y de interior se constató que los jarros
pulidos presentan una mayor variabilidad que las ollas alisadas en sus materias pri-
mas. En la costa esto se ve expresado por una notoria mayor frecuencia de pastas
con áridos de origen volcánico entre los jarros pulidos, las que alcanzan una frecuen-
cia cercana al 10%, en contraste con el 1-2% que representan entre las ollas alisadas.
En el interior los jarros pulidos presentan un mayor porcentaje de pastas graníticas
que el resto de las vasijas (8-16%, en relación a un 3-12%) (Tabla 3)2. Creemos que
esto es una expresión de la circulación de vasijas que se pone en juego en contextos
de estas relaciones intergrupales más amplias. En este sentido, los jarros pueden estar
siendo transportados de un área a otra, ya sea para cumplir funciones durante las
instancias de reunión o bien como regalos.
Como referente arqueológico de estos lugares de “junta” se conoce el sitio La
Granja, ubicado en la cuenca de Rancagua, el que ha sido interpretado en este sentido
por la inusual cantidad de fragmentos de pipas recuperadas (más de 600), por la
mayor representatividad de jarros y por el entierro de grandes bolones de río su-
puestamente vinculados a la ritualidad (Falabella et al. 2001; Planella et al. 2000). Las
prospecciones que se han realizado en la cuenca de Rancagua confirman el carácter
singular de este sitio, ya que no se han registrado otros sitios de esa envergadura, ni
con tal cantidad de pipas.
Nuestra interpretación de los modos de articulación dentro del complejo Llolleo
es análogo a la “organización tribal”, entendida como una condición propia de cier-
tos sistemas sociales a baja escala, relacionada con la integración a nivel regional o
supra regional de sus unidades sociales (Falabella y Sanhueza 2005/2006). Lo central
en este tipo de integración es que se trata de lazos que potencian la cooperación sin
necesidad de una unidad política estructurada. Pueden configurarse sobre la base de
alianzas temporales o alianzas negociadas y mantenidas simbólicamente a través del
tiempo.
388 |
| HACIA UNA INFERENCIA DE LAS RELACIONES SOCIALES DEL COMPLEJO LLOLLEO |
Recapitulación
Agradecimientos. Este trabajo ha sido financiado por los proyectos FONDECYT 1030667 y
1040553.
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| 391
| LORENA R. SANHUEZA Y FERNANDA G. FALABELLA |
Notas
1. La presencia del Complejo Llolleo en el Río Aconcagua es poco clara. Hay piezas cerámicas de
estilo Llolleo en el Museo de Los Andes y algunos reportes de sitios Llolleo en el área de
Quillota (Avalos 1999; Avalos y Strange 1999) y en el sector de Panquehue (Pavlovic 2000). Sin
embargo no se han reportado sitios Llolleo en la costa (Berdichewsky 1964; Silva 1964) ni en
el curso superior del Aconcagua (Pavlovic 2000).
2. El sitio El Mercurio no presenta en principio pastas graníticas, sin embargo esto puede
deberse a lo escaso de la muestra analizada.
392 |
| ARTE RUPESTRE Y MICROESPACIOS EN EL VALLE DE PUTAENDO, CHILE |
El arte rupestre ha sido una de las evidencias materiales del pasado que menos
se ha visto relacionada con la comprensión de los procesos sociales del mundo
prehispánico. Sea por estar etiquetada bajo el término arte, sea por la imposibilidad
de ser datada confiablemente por medio de métodos absolutos o bien, por las
supuestas dificultades teórico-metodológicas que conlleva su estudio, éste ha tendido
a ser considerado un epifenómeno de la realidad social.
Sin embargo, una serie de trabajos durante las últimas décadas han intentado
comenzar a modificar tal perspectiva, dándole un mayor papel al arte rupestre en la
interpretación de los procesos sociales prehispánicos (p.e. Aschero 1997; Castro y
Gallardo 1995-1996; Valenzuela et al. 2004). Entre estas nuevas perspectivas de aná-
lisis, sin duda alguna, una de las que más popularidad ha alcanzado es el análisis
espacial del arte rupestre y su relación con las estrategias y circuitos de movilidad de
las poblaciones humanas (p.e. Berenguer 2004; Briones et al. 2005; Núñez 1976;
Sepúlveda et al. 2005). Tal perspectiva aprovecha de buena manera una de las carac-
terísticas fundamentales del arte rupestre, cual es su necesaria significación espacial en
cuanto materialidad inmueble que adquiere gran parte de su eficacia simbólica al
estar inserto en una geografía substantiva.
El caso más conocido de esta aplicación de análisis espacial a los Andes
prehispánicos es la relación establecida entre arte rupestre y rutas de caravanas, fun-
cionando los primeros como marcadores de las vías de circulación de estas carava-
nas (p.e. Briones et al. 2005; Núñez 1976), dentro de circuitos regionales e
interregionales que varían con el tiempo.
En el presente trabajo pretendemos abordar el análisis espacial del arte rupestre
desde una perspectiva inversa a la anterior; antes que considerar a los bloques graba-
dos como indicadores de vías de circulación, proponemos su comprensión como
un productor, organizador y semantizador del espacio; una materialidad activa en
los procesos de construcción social del espacio y de la realidad de los grupos
prehispánicos.
| 393
| ANDRÉS R. TRONCOSO MELÉNDEZ |
394 |
| ARTE RUPESTRE Y MICROESPACIOS EN EL VALLE DE PUTAENDO, CHILE |
Consideraciones Teóricas
Las posibilidades de un análisis del arte rupestre como agente activo en los
procesos de construcción socio-cultural del espacio, y de su constitución como dis-
positivo que produce e implementa ciertas estrategias de movilidad en el espacio,
estrategias cargadas de sentido y significaciones, descansa en seis premisas teóricas
básicas que constituyen los fundamentos del presente trabajo:
1- los sitios de arte rupestre presentan una estructuración interna lógica y cohe-
rente, relacionada con su significado y funcionalidad. Los grabados no se
distribuyen de manera aleatoria y simple por el espacio de ocupación del sitio,
sino que responden a una lógica doble, por un lado, una lógica estructural
anclada en un concepto de espacio particular a tal formación socio-cultural
(Criado 2000) y, por otro, a una lógica semántica que da cuenta del significado
e intención de los bloques allí alterados por el ser humano;
2- la distribución de los soportes en el sitio no sólo guardan relación entre ellos,
sino que también con el espacio circundante. La articulación significativa entre
los bloques se da también a un segundo nivel, cual es la relación entre bloque
y espacio circundante. En cuanto expresión material anclada en un paisaje, los
bloques rocoso se encuentran en relaciones significantes con su espacio cir-
cundante. En específico, se plantea que esa relación descansa sobre un dispo-
sitivo de visualidad, reproduciéndose tanto en las orientaciones de los sopor-
tes, como en los campos visuales que ellos conllevan;
3- en cuanto producción visual, los petroglifos están hechos, entre otras cosas,
para ser observados por el ser humano, por lo que bajo su configuración se
definen dispositivos o estrategias de observación. En el proceso de aprehen-
sión de un soporte con grabados, la observación de éste se encuentra definida
por las disposiciones y orientaciones de las superficies grabadas, así como por
los tamaños de los motivos y las condiciones de luminosidad. Por lo anterior,
a través de su configuración, el arte rupestre define formas de acción especí-
ficas del ser humano, así como entrega posibles indicios o significados facti-
bles de ser aprehendidos por una persona;
4- producto de sus condiciones de observación, el arte rupestre incita a determi-
nadas estrategias de movimiento en el espacio. En su disposición en conjuntos,
el arte rupestre incita de una manera u otra a ciertas estrategias de movilidad, por
cuanto la observación y aprehensión de los bloques grabados sólo se puede
desarrollar a través de un desplazamiento por el lugar;
5- la estructuración de un sitio de arte rupestre, las condiciones de observación de
los soportes, así como las posibilidades de movilidad, se conjugan tanto para dar
significado al sitio como para producir una experiencia de lo rupestre definida a
nivel fenomenológico. Todo lo anterior se articula para la construcción de un
significado en el que se combinan las visibilidades, figuras y movilidad de los
individuos por un espacio, situación que se expresa en el nivel fenomenológico
con el rol del arte rupestre como dispositivo capaz de generar ciertas experiencias
en las personas, así como en la dramatización del significado social de tal espacio;
6- en cuanto este nivel de significado del espacio descansa en los dispositivos
materiales, su organización y su relación con la visibilidad asociada, ella es posi-
ble de ser abordada arqueológicamente. La lógica significativa del arte rupes-
| 395
| ANDRÉS R. TRONCOSO MELÉNDEZ |
396 |
| ARTE RUPESTRE Y MICROESPACIOS EN EL VALLE DE PUTAENDO, CHILE |
donde se estudia las relaciones entre movilidad y arte rupestre a partir de la lógica del
sitio Casa Blanca 13 (Figura 3).
Tabla 1. Sitios de Arte Rupestre Identificados en el área de estudio (divididos por sector).
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| ANDRÉS R. TRONCOSO MELÉNDEZ |
Tabla 1. Sitios de Arte Rupestre Identificados en el área de estudio (divididos por sector). Cont.
Para tales efectos, se procedió al relevamiento del sitio Casa Blanca 13, para
posteriormente realizar un análisis que consideró un conjunto de variables, tales como
el número de ocupaciones que registra el bloque rocoso (definido a partir de su
asignación estilística), el número de caras grabadas de cada soporte, sus orientacio-
nes, sus escenarios de visibilización (espacios o lugares desde el que podían ser visto),
el número de figuras grabadas en la superficie del bloque, sus cercanías espaciales
con otros soportes y su relación con la visibilidad del entorno circundante, en espe-
cífico con dos puntos: uno, el valle y los asentamientos allí emplazados, dos el sitio
Casa Blanca 14, centro de este espacio sagrado.
398 |
| ARTE RUPESTRE Y MICROESPACIOS EN EL VALLE DE PUTAENDO, CHILE |
Al analizar la organización interna del sitio, vemos que éste se presenta como un
conjunto de soportes grabados ampliamente distribuidos en el espacio, siguiendo un
patrón de distribución lineal de los bloques rocoso básicamente en un eje
sur-norte, y en el que es posible observar una serie de regularidades (Figura 5).
| 399
| ANDRÉS R. TRONCOSO MELÉNDEZ |
Tercero, las orientaciones de casi todos los bloques apuntan hacia el sector de la
quebrada adyacente al sitio. Las orientaciones de los bloques tienden a orientarse
hacia el sector este y norte, coherentes con la disposición de la quebrada aledaña al
sector, pero también con la ruta natural de desplazamiento por el área, tal como lo
atestiguan los senderos subactuales ahí identificados.
400 |
| ARTE RUPESTRE Y MICROESPACIOS EN EL VALLE DE PUTAENDO, CHILE |
Tabla 2. Características bloques rocosos con petroglifos sitio Casa Blanca 13.
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| ANDRÉS R. TRONCOSO MELÉNDEZ |
Discusión
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| ARTE RUPESTRE Y MICROESPACIOS EN EL VALLE DE PUTAENDO, CHILE |
que presenta dos caras grabadas, relacionado este hecho nuevamente con su particu-
lar disposición en el espacio, pues el soporte se dispone en un espacio de importancia
crucial para el desplazamiento dentro del sitio, cual es la inflexión en la ruta desde una
orientación norte-sur a otra este-oeste. A partir de sus dos caras grabadas y su orien-
tación, este soporte permite no sólo ser diferenciado de otros y ser visto desde la
ruta de movilidad, sino que al observar sus grabados, visualmente se tiene acceso al
conjunto de otros bloques que se encuentran más hacia el oeste, actuando como
indicador del quiebre que se da en la organización de este espacio.
Y es aquí donde la configuración del sitio adquiere aspectos particulares. Al
avanzar desde este punto hacia el oeste nos encontramos con dos hechos. Uno, que
se comienza a ascender por un sector de la ladera del cerro en el que los soportes
rocosos se aglutinan de una forma que lo diferencia con las áreas más al sur. Dos, se
ubican en este lugar representaciones antropomorfas, las cuales son posibles de ser
vistas siempre con una orientación de la mirada hacia el sur, pero desde dos sectores
de desplazamiento diferentes, como dando la posibilidad de originarse una bifurca-
ción de la ruta. No obstante esta posible bifurcación, se mantiene la orientación de
los bloques hacia la que corresponde a la ruta de desplazamiento.
Una segunda hipótesis puede esbozarse, cual es que en el ingreso a este sector, se
definiría más bien un pasadizo enmarcado por arte rupestre que encierra la movili-
dad del individuo.
| 403
| ANDRÉS R. TRONCOSO MELÉNDEZ |
404 |
| ARTE RUPESTRE Y MICROESPACIOS EN EL VALLE DE PUTAENDO, CHILE |
marca el inicio del tramo final en el acercamiento hacia el sector central de este
espacio sagrado; de hecho, traspasada esta concentración ya no se disponen otros
soportes hasta el sitio 33, unos 500 metros más hacia el este.
Figura 7. Campos de Visibilidad desde sitio Casa Blanca 13. 6a Visibilidad abierta antes
de soporte 22, 6b Visibilidad cerrada desde soporte 22.
El soporte 22 marca por tanto, el umbral entre dos tipos de espacio. Interesante
es que traspasado este bloque caminando de oeste a este, y al producirse la obvia
inversión visual de pérdida de visibilidad de Casa Blanca y aparición del valle y los
sitios de ocupación humana, el soporte que enmarca tal visibilidad presenta figuras
humanas, como indicando su relación con el reingreso a tal tipo de espacio de lo
cotidiano, de lo humano y la habitación.
Siguiendo el recorrido lineal hacia el oeste, y traspasado Casa Blanca
13, nos encontramos con el sitio Casa Blanca 34 donde todos sus soportes
se distribuyen en forma lineal con una orientación hacia el este para ser
visibles al aproximarse desde Casa Blanca 13. El único soporte que presenta
una peculiaridad es el bloque 4, situado en el extremo oeste del sitio y que presenta
dos caras grabadas, para ser visible tanto moviéndose hacia el sitio 14 como viniendo
de vuelta de él, actuando posiblemente como un microumbral que define tanto la
instancia final previa a ingresar al sitio 14 o salir de su espacio de influencia.
Traspasado el sitio 34 una modificación se ha de realizar en el recorrido, cual es
atravesar la quebrada, por cuanto tan sólo desde la terraza norte de éste es totalmente
visible el sitio 14. Sin querer especular, creemos que esta variación no deja de tener
importancia, por cuanto no implica solamente un quiebre en la linealidad del recorrido,
sino también el tener que atravesar un rasgo natural que quiebre el relieve local. Lo
interesante es que sólo traspasada esta quebrada es factible luego continuar por una
| 405
| ANDRÉS R. TRONCOSO MELÉNDEZ |
ruta medianamente apta para acercarse a los dos bloques finales. Por un lado, al sitio
32, que marca el límite de este espacio por su parte baja (a la misma altura que el sitio
CB 14), pero desde el cual es posible acceder y ver el sitio 33, ubicado a una cota más
alta y que marca el fin de esta área ritual.
Llegado al sitio 33 la estructuración visual nuevamente se altera, por cuanto, desde
este soporte ahora es posible volver a tener un campo de visibilidad abierta que incluye
las terrazas fluviales del valle. Pero también, desde este espacio es factible ahora observar
la totalidad del espacio sagrado, teniéndose una clara visión tanto del sitio CB 14, como
del soporte 22 de CB13, generándose un dominio visual total del área.
Se genera de esta manera un esquema organizacional de la visualidad cual es:
inicios de Casa Blanca 13 visibilidad amplia, traspaso de soporte 22 visibilidad cerrada,
sitio CB 33 visibilidad amplia. Gráficamente, podría expresarse como se ilustra en la
Figura 8.
De esta manera, el arte rupestre en este sector implementa una serie de disposi-
tivos orientados al desplazamiento del ser humano por el espacio, en el que la dispo-
sición de los bloques, sus orientaciones y configuraciones internas entregan un con-
junto de significados que construyen el espacio local, pero que a su vez lo dotan de
significado y ejecutan una serie de propiedades que definen la acción humana y la
experiencia fenomenológica.
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Siguiendo los aportes del mismo autor, este modelo puede ser traducido a otro
esquema propuesto por el autor para la comprensión de los espacios sagrados y que
se expresa en la Figura 10.
Como se observa en la mencionada ilustración, nos encontramos en el modelo
con una estructuración que propone que todos aquellos espacios transicionales, um-
brales o que se disponen entre dos tipos de espacio particulares, no sólo se diferen-
cian de ellos, sino que actúan también a manera de lugares sagrados producto de su
carácter central o transicional entre un área y otra (Leach 1993 [1976]).
Pues bien, aunque todo el espacio de Casa Blanca ha sido considerado un espa-
cio sagrado, aplicando este modelo encontramos una reafirmación de un aspecto
propuesto para la organización de este lugar sacro, cual es el carácter central que
presenta el sitio Casa Blanca 14. En particular, aplicando el modelo de Leach (1993
[1976]), tenemos que esta mayor sacralidad se aplica no sólo a este soporte, sino que
a todo aquel espacio de visibilidad cerrada que se dispone entre el soporte 22 de CB
13 y CB33, donde todo lo que es aquel sector mencionado sería, a nuestro entender,
y producto de su estructuración, relación visual con CB14 y su acercamiento a éste, el
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área de mayor sacralidad en todo el proceso ritual de movimiento que habría impli-
cado el uso y ejecución de este espacio.
Figura 10. Diagrama interpretativo del arte rupestre en Casa Blanca, siguiendo a Leach
(1993 [1976]).
Conclusiones
Las características de los bloques de arte rupestre del sitio Casa Blanca 13, así
como de los sitios aledaños, sugieren una importante articulación funcional y de
contenido entre ellas, anclada en el rol activo del arte rupestre como materialidad
constructora no sólo de significados, sino de formas de experimentar este espacio a
partir de la movilidad en su interior, así como de los campos visuales que se le
asocian. A partir de la operacionalización de estos dispositivos fenoménicos y de
contenidos, el arte rupestre construye un contenido de este espacio que permite
interpretarlo como un espacio sagrado fundado en las proposiciones efectuadas al
respecto por Leach (1993 [1976]) y otros (p.ej. Giobellina Brumana 1990).
De esta manera, se materializa en este lugar una construcción fenomenológica y
estructural fundada en dispositivos que actúan a manera de espectáculos visuales,
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dando origen a lo que podríamos definir como una arquitectura sin muros anclada
en la alteración de la roca y basada en el imaginario materializado en la visualidad del
arte rupestre, y en particular de la alteración de la roca. Si observamos atentamente
algunos soportes con grabados rupestres nos encontramos que en ellas no sólo se
registran formas geométricas, sino que hay una serie de piqueteados aislados, que no
forman figuras, ni diseños, y que sugieren que parte de la importancia de esta cons-
trucción descansa en la alteración de la roca, en una práctica de golpear el bloque, así
como en la movilidad al interior de este espacio. Se implementa en este lugar, por
tanto, una estrecha relación significativa entre espacio, movilidad, visibilidad, altera-
ción de la roca y sentido que es posible recuperar desde la arqueología en busca del
drama de la vida social prehispánica.
Los resultados obtenidos de los análisis de visibilidad y visibilización sugieren
que en la construcción de este espacio sagrado, el punto central y neurálgico es aque-
lla zona de visibilidad cerrada donde se encuentra el sitio Casa Blanca 14, principal
soporte de arte rupestre de la zona, avalando ideas entregadas previamente y que
indicaban que este sitio por sus características intrínsecas (el soporte de mayor tama-
ño y con mayor cantidad y variedad de figuras en el área), se constituía en el lugar
principal de este espacio sagrado (Troncoso 2004, 2005b).
Dos reflexiones nacen de las proposiciones entregadas previamente. La prime-
ra, referida al tema de la construcción de este espacio, donde uno podría preguntarse
sobre las etapas de creación de estos sitios, enfrentándose a dos alternativas. Una, que
todo fue creado al unísono en un solo evento o, dos, que por el contrario su cons-
trucción es producto de un proceso continuo de alteración de la roca por medio de
grabados. Aunque la respuesta a tal pregunta es difícil de abordar arqueológicamente,
optamos por inclinarnos a la segunda alternativa, una construcción paulatina en el
tiempo a través de múltiples visitas y recorridos por este espacio sagrado por parte
de los grupos del período Intermedio Tardío. Casa Blanca 13, y otros sitios aledaños
como Casa Blanca 14, serían fruto de una reiteratividad en las prácticas y espacios de
alteración, evidenciados en algunos bloques por las diferencias de pátinas que pre-
sentan grabados de un mismo estilo, jugando con una dialéctica entre lo imaginario y
lo material, mediada por las prácticas; un imaginario que define, organiza y semantiza
este espacio, pero el cual se (re) produce y concreta a partir de la materialidad del arte
rupestre y su inserción en un espacio sustantivo e implementada a través de las prác-
ticas de movilidad de agentes por este espacio.
La segunda reflexión nace desde una perspectiva diacrónica y se refiere
específicamente a la reocupación de tiempos Tardíos o Inca en el sitio. Como hemos
avanzado en otros trabajos (Troncoso 2004, 2005b), los grabados del Período Tar-
dío se disponen en puntos específicos a este espacio dentro de un proceso que
hemos interpretado como de dominación y resemantización por medio de la cons-
trucción de figuras fundados en un código semiótico diferente (Troncoso 2004,
2005b). Lo interesante es que tal reocupación se basa en la continuación de la lógica
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de las prácticas y contenido de este espacio; los grabados de tiempos incaicos man-
tienen la estructura básica aquí implementada, con sus organizaciones lineales, sus
juegos de espacio y de visibilidad, manteniendo en el tiempo la lógica de unas prác-
ticas sociales particulares ancladas en la movilidad, pero reproducidas en esta ocasión
por nuevas figuras grabadas que responden a una lógica de producción de diseños
diferente a la del período Intermedio Tardío, creando un juego de mantenimiento y
redefinición en este espacio sagrado del curso medio superior del río Putaendo (Fi-
gura 11).
Agradecimientos. A Felipe Criado, Daniel Pavlovic, Rodrigo Sánchez y Slabik Yacuba. A los estu-
diantes de Arqueología de la Universidad Internacional SEK que participaron en el relevamiento
del sitio Casa Blanca 13: Javiera Arraigada, Patricia Barría y Marco Portilla. Al Museo Chileno de
Arte Precolombino, institución patrocinante del proyecto FONDECYT 1040153.
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