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| Procesos Sociales Precolombinos |

PROCESOS SOCIALES
PREHISPÁNICOS EN EL SUR ANDINO
LA VIVIENDA, LA COMUNIDAD
Y EL TERRITORIO

Compilado por
Axel E. Nielsen
M. Clara Rivolta
Verónica Seldes
María Magdalena Vázquez
Pablo H. Mercolli

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| Axel Nielsen |

Procesos sociales prehispánicos en el sur andino : la vivienda, la comunidad y el


territorio / María Clara Rivolta ... [et al.]. - 1a ed . - Córdoba : Brujas, 2016.
Libro digital, PDF

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ISBN 978-987-591-707-1

1. Historia. I. Rivolta, María Clara


CDD 980

© Editorial Brujas

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EVALUADORES

Félix Acuto
Roberto Barcena
Luis Borrero
Victoria Castro
Nora Flehenheimer
Francisco Gallardo
Jorgelina Garcia Azcarate
Gabriela Guraieb
Maria Gutiérrez
Marisa Lazzari
Agustín Llagostera
Bárbara Manasse
Guillermo Mengoni Gañalons
Mercedes Podestá
Javier Nastri
Daniel Olivera
María. del Carmen Reigadas
Claudia Rivera
Alvaro Romero
Rodrigo Sánchez
Constanza Taboada
Christian Vitry
Andrés Zarankin

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INDICE

Presentación ................................................................................................................ 9

1. José María Vaquer


De vuelta a la casa. Algunas consideraciones sobre el espacio
doméstico desde la arqueología de la práctica. ........................................ 11

2. Adriana Callegari
Reproducción de la diferenciación y heterogeneidad social en
el espacio doméstico del sitio Aguada Rincón del Toro (La Rioja,
Argentina). ....................................................................................................... 37

3. Inés Gordillo
Detrás de las paredes… Arquitectura y espacios domésticos en el
área de La Rinconada (Ambato, Catamarca, Argentina). ....................... 65

4. Pablo J. Cruz
Hombres complejos y señores simples. Reflexiones en torno a los
modelos de organización social desde la arqueología del valle de
Ambato (Catamarca). ................................................................................... 99

5. Gustavo M. Rivolta y Julián Salazar


Los espacios domésticos y públicos del sitio “Los Cardones”
(Valle de Yokavil, Provincia de Tucumán). ............................................... 123

6. M. Clara Rivolta
Las categorías de poblados en la región Omaguaca: una visión desde
la organización social. .................................................................................... 143

7. María Ester Albeck y María Amalia Zaburlín


Lo público y lo privado en Pueblo Viejo de Tucute. ............................. 163

8. Leonor Adán, Mauricio Uribe y Simón Urbina


Arquitectura pública y doméstica en las quebradas de Pica - Tarapacá:
asentamiento y dinámica social en el Norte Grande de Chile
(900-1450 d. C.). .............................................................................................. 183

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9. Beatriz Cremonte y Verónica I. Williams


La construcción social del paisaje durante la dominación Inka en el
Noroeste Argentino. ..................................................................................... 207

10. Martín Orgaz, Anabel Feely y Norma Ratto


La cerámica como expresión de los aspectos socio-políticos,
económicos y rituales de la ocupación Inka en la Puna de Chaschuil
y el Valle de Fiambalá (Departamento de Tinogasta,
Catamarca, Argentina). ................................................................................. 237

11. María del Pilar Babot


Organización social de la práctica de molienda: casos actuales y
prehispánicos del Noroeste Argentino. ..................................................... 259

12. María C. Scattolin


Estilos como recursos en el Noroeste Argentino. ................................... 291

13. Laura Quiroga y Verónica Puente


Imagen y percepción: iconografía de las urnas Belén. Colección
Schreiter. .......................................................................................................... 323

14. Diego E. Rivero


¿Existieron cazadores-recolectores no igualitarios en las Sierras
Centrales de Argentina? Evaluación del registro arqueológico. ............ 347

15. Sebastián Pastor


“Juntas y cazaderos”. Las actividades grupales y la reproducción de las
sociedades prehispánicas de las Sierras Centrales de Argentina. ................. 361

16. Lorena R. Sanhueza y Fernanda G. Falabella


Hacia una inferencia de las relaciones sociales del Complejo Llolleo
durante el Período Alfarero Temprano en Chile Central. ...................... 377

17. Andrés R. Troncoso Meléndez


Arte rupestre y microespacios en el Valle de Putaendo, Chile: entre la
movilidad, la visibilidad y el sentido. .......................................................... 393

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PROCESOS SOCIALES PREHISPANICOS EN EL SUR ANDINO.


PERSPECTIVAS DESDE LA VIVIENDA, LA COMUNIDAD Y EL TERRITORIO

Axel E. Nielsen*
M. Clara Rivolta**
Verónica Seldes***
María Magdalena Vázquez****
Pablo H. Mercolli*****

Los estudios de cambio social han suscitado un interés creciente entre los
arqueólogos durante las últimas décadas. El ocaso del evolucionismo cultural que
hegemonizaba la reflexión sobre los procesos sociales en arqueología hasta los años
80, ha dado lugar a una notable diversidad de enfoques que toman elementos de los
principales programas de investigación vigentes en la disciplina, como el materialis-
mo procesual, la ecología evolutiva, el marxismo, la fenomenología y la teoría de la
práctica, entre otros. A las preguntas sobre la explicación de cambios sociales con-
cretos –¿Cómo gravitan factores ambientales, productivos, políticos y culturales en
estos procesos y cuáles son los mecanismos causales involucrados?– se suman actual-
mente interrogantes de orden ontológico y epistemológico, que comprometen la
concepción misma de los fenómenos sociales y las condiciones en que se considera
posible su conocimiento. ¿Buscamos explicaciones nomotéticas o históricas, causas
últimas o causas próximas? ¿Qué tipo de categorías es válido utilizar al comparar
trayectorias históricas? ¿Cómo gravita la acción individual en los procesos de cambio
social? ¿A qué escalas temporales y espaciales son válidas diferentes formas de expli-
cación? ¿Cómo intervienen los objetos, el espacio y el propio cuerpo en la produc-
ción de la sociedad?
Dentro de este panorama, existe consenso respecto a la gran variabilidad de
las formaciones sociales pasadas y sus trayectorias históricas, que no pueden ser
reducidas a esquemas tipológicos universales o secuencias progresivas, lineales. Con-
ceptos como los de heterogeneidad/desigualdad, heterarquía/jerarquía o corporati-
*
CONICET, Universidad Nacional de Córdoba, INAPL.
**
Universidad Nacional de Salta, Instituto Interdisciplinario Tilcara.
***
Universidad de Buenos Aires.
****
INAPL.
*****
Instituto Interdisciplinario Tilcara.

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| Axel Nielsen |

vo/individualizante ejemplifican intentos de romper con las dicotomías simple/com-


plejo o igualitario/desigual en el análisis de las estructuras sociales pretéritas. Enten-
der esta diversidad requiere modelos explicativos complejos, que comprometen a
múltiples factores y dimensiones del cambio, planteando nuevos desafíos
metodológicos a la arqueología de lo social. En respuesta a estas demandas, la ar-
queología ha incorporado nuevas líneas de evidencia y técnicas para analizarlas, per-
mitiendo acceder a caracterizaciones más «densas» de las sociedades pasadas. La
expansión teórica y metodológica ha intensificado el flujo de información entre la
arqueología y otras ciencias (p.ej., física, química, biología, geografía, semiótica, an-
tropología social) promoviendo enfoques interdisciplinarios en la investigación de
problemas de naturaleza específicamente social.
La arqueología del sur andino no ha permanecido ajena a estos cambios
disciplinares. Una expresión de los mismos han sido las re-evaluaciones críticas y
debates que se han suscitado durante los últimos años respecto a la organización de
las sociedades precolombinas. Estos debates y re-conceptualizaciones han abarcado
casi todas las épocas del pasado prehispánico, incluyendo los cazadores complejos
de finales del arcaico, el ceremonialismo de los grupos aldeanos tempranos, los fe-
nómenos integradores de fines del primer milenio (Tiwanaku, Aguada), los señoríos
étnicos tardíos y el propio Tawantinsuyu. Este espíritu «revisionista» revela una mar-
cada insatisfacción con las premisas teóricas que han estructurado nuestra visión del
pasado andino a lo largo del siglo XX –manifiestas por ejemplo en los esquemas de
periodificación vigentes– que resultan inadecuadas para aprehender la complejidad
de la historia social del área, señalando la necesidad de emprender una revisión teó-
rica y metodológica profunda.
El taller Procesos Sociales Prehispánicos en los Andes Meridionales, celebrado en Tilcara
entre el 3 y el 5 de agosto de 2005 reunió alrededor de doscientos arqueólogos
trabajando en Argentina, Chile y Bolivia con el propósito de reflexionar sobre estos
temas. El presente volumen contiene 17 del medio centenar de trabajos allí presenta-
dos y discutidos. Todos ellos fueron evaluados por árbitros externos y revisados por
sus autores para esta publicación. Los artículos han sido ordenados de acuerdo con
la escala espacial y social de los fenómenos que abordan, comenzando por aquellos
que privilegian el estudio del ámbito doméstico, pasando por la comunidad y culmi-
nando con aquellos que incorporan diversos elementos que comprometen a colecti-
vidades en un marco regional.
La reunión contó con el apoyo de la Agencia Nacional de Promoción Cientí-
fica y Tecnológica a través de un subsidio para la organización de reuniones científi-
cas (Subsidio 1101 de 2005). Agradecemos también la colaboración del Instituto
Interdisciplinario Tilcara Universidad de Buenos Aires) y del Museo Regional de
Pintura José Antonio Terry, quienes generosamente hospedaron el evento.

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| DE VUELTA A LA CASA. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL ESPACIO DOMÉSTICO |

DE VUELTA A LA CASA.
ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL ESPACIO DOMESTICO
DESDE LA ARQUEOLOGIA DE LA PRACTICA

José María Vaquer*

En los últimos años se ha producido un cambio en la orientación de la teoría


arqueológica, donde los esquemas de evolución cultural, el rol de la cultura material
y el uso del espacio utilizados por la Arqueología Procesual para interpretar las
sociedades del pasado han sido cuestionados. Dentro de este cuestionamiento que
proviene mayormente de la denominada Arqueología Postprocesual, han confluido
varias líneas de investigación. Una de ellas podría ser denominada Arqueología
Simbólica, cuyo mayor exponente es Ian Hodder (1986, 1990, 1994, 1999) y que
puso en manifiesto las carencias de la Arqueología Procesual en la interpretación de
los sistemas simbólicos del pasado. Otros autores dentro de esta corriente
amalgamaron la arqueología interpretativa o hermenéutica de Hodder con conceptos
provenientes de la Antropología Social y la Sociología. Esta arqueología simbólica
con orientación social (Bradley 1998; Cooney 2000; Knights 1994; Parker Pearson y
Richards 1994; entre otros), colocó nuevamente en el centro de la investigación el rol
del espacio doméstico, en tanto axis mundi que expresa ciertos principios de orden y
clasificación propios de cada sociedad.
Una tercera línea, con la cual se identifica este trabajo, podría ser denominada
“Arqueología de la Práctica”, ya que se nutre teóricamente de los trabajos de Pierre
Bourdieu (1977, 1990, 1994, 1999, 2000) y de Anthony Giddens (1993, 1998). Esta
corriente se propone enfatizar la práctica de los agentes sociales en tanto inmersos en
un espacio significativamente construido, a través de reconocer los mecanismos de
incorporación presentes en las sociedades del pasado que colocan ciertos principios
estructurales de la sociedad y la cultura en un sistema de disposiciones. Este sistema
de disposiciones o habitus (Bourdieu 1977) opera en forma no discursiva, y se
manifiesta principalmente al habitar un espacio y al realizar tareas en el mismo (Ingold
1993; Thomas 2001).

*
CONICET - Instituto de Arqueología, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos
Aires.

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| J OSÉ M ARÍA V AQUER |

Una diferencia fundamental que distingue a la arqueología de la práctica, o


procesualismo histórico según Pauketat (2000, 2001), de otras corrientes interpretativas
es que invierte el orden lógico en el cuál se entienden los procesos sociales en el
pasado. Según Pauketat (2001), las prácticas y representaciones de los agentes sociales
del pasado son generativas, por lo tanto las mismas son los procesos de cambio y no
consecuencias de los mismos. Por lo tanto, la historia puede ser entendida en términos
de los efectos acumulados de la práctica.
Por su parte, Barrett (1994, 1996) propone que los sistemas sociales son
construidos a partir de prácticas sociales particulares. Estas prácticas se desarrollan
dentro de condiciones culturales e históricas específicas. La evidencia arqueológica
puede decirnos algo sobre la manera en la que dichas prácticas fueron mantenidas en
el tiempo, contribuyendo a la reproducción del sistema social. Los grupos corporativos
son entendidos por este autor en términos de prácticas institucionalizadas mediante
las cuales la gente mantiene relaciones sociales que regulan el acceso a los recursos
humanos y materiales.
Es dentro de este marco que propongo entender al espacio doméstico. El
principio del cuestionamiento es intentar dejar de lado la categoría de “unidad
doméstica” como es entendida en Antropología y en Arqueología, para reducirla a
una serie de prácticas que son llevadas a cabo en el espacio doméstico. A su vez,
serían las prácticas mismas las que estarían conformando una representación particular
de lo doméstico. Este último punto permitiría reconocer a la casa como una
construcción específica de cada sociedad en cada momento particular.
Para poder acceder a la manera en que la práctica construye una representación
de lo doméstico, propongo un recorrido doble: primero vamos a revisar las diferentes
posturas teórico – metodológicas sobre el espacio doméstico, rastreando los orígenes
y los principales postulados de una arqueología de la práctica doméstica para luego
aplicarlos a un ejemplo etnográfico procedente de la construcción de una casa en un
ayllu aymara en Bolivia (Arnold 1998). Este ejercicio etnográfico nos va a permitir
identificar las prácticas y representaciones asociadas a lo doméstico para luego evaluar
su potencialidad para ser aplicadas en contextos arqueológicos.

Desarrollo

El Espacio Doméstico y la Arqueología Procesual: la Arqueología de la Unidad


Doméstica

La arqueología de la unidad doméstica desde una óptica Procesual es definida


por Steadman como “un matrimonio entre los análisis de asentamiento y la
investigación de áreas de actividad” (1996: 54). Dentro de esta perspectiva, el análisis
de la unidad doméstica es visto como parte del análisis de asentamiento a una escala
menor. Su objetivo es analizar la organización de las estructuras y los restos materiales

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| DE VUELTA A LA CASA. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL ESPACIO DOMÉSTICO |

asociados para focalizarse en el aspecto económico de la unidad doméstica, como la


producción y consumo de alimentos y recursos básicos, la división del trabajo y la
estratificación. Ya desde la década de 1960, el análisis de pisos de ocupación de
unidades domésticas fue considerado una línea de evidencia central en las
reconstrucciones arqueológicas de características demográficas, sociales y económicas
de las sociedades del pasado (La Motta y Schiffer 1999).
Dentro de esta perspectiva, la unidad doméstica es el nivel donde las sociedades
se articulan directamente con los procesos económicos y ecológicos. Wilk y Rathje
(1982: 618) proponen que la unidad doméstica está compuesta por tres elementos:
social, la unidad demográfica que incluye a los miembros y las relaciones entre ellos;
material, la vivienda, las áreas de actividad y los objetos asociados; y finalmente
conductual, las actividades que son llevadas a cabo. A partir de estudios interculturales,
Wilk y Rathje (1982) sostienen que las actividades llevadas a cabo por la unidad
doméstica pueden ser clasificadas en cuatro categorías: producción, distribución,
transmisión y reproducción. Dentro de este esquema, el rol más importante de la
unidad doméstica se relaciona con la producción y circulación.
Wilk y Ashmore (1988: 4) proponen definir a la unidad doméstica basándose en
las actividades desarrolladas por las mismas. Las funciones posibles de una unidad
doméstica se articulan en diferentes ámbitos: la producción; el consumo; la transmisión
generacional de riqueza, propiedad y derechos; la corresidencia; y la reproducción.
Dichas funciones pueden ser rastreadas arqueológicamente a través de la definición
de áreas de actividad y grupos de actividad. Los autores definen por unidad doméstica:

“una unidad social, específicamente el grupo de personas


que comparte un máximo definible de actividades, incluyendo
una o más de las siguientes: producción, consumo, pooling de
recursos, reproducción, corresidencia y posesión compartida (Wilk
y Ashmore 1988: 6).”

Vemos ya en estos enfoques un interés en definir la misma a partir de las actividades


llevadas a cabo. También enfatizan el rol de la unidad doméstica como unidad social
mínima donde se articulan los procesos sociales y económicos de las poblaciones.
Por su parte, Blanton considera a una unidad doméstica como “un grupo de
personas que corresiden en una casa o complejo residencial, y que en algún punto,
comparten las actividades domésticas y la toma de decisiones” (1994: 5). El objetivo
de su estudio intercultural es entender cómo factores sociales y culturales influencian
la forma en que las unidades domésticas toman decisiones sobre las casas en las que
viven. Para ello, considera a las casas como bienes de consumo, partiendo del supuesto
que la forma de las casas no es simplemente el resultado de un modelo cognitivo
propio de cada sistema cultural, sino que refleja la interacción de las normas culturales
y las decisiones de los miembros de la unidad doméstica (Blanton 1994).

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| J OSÉ M ARÍA V AQUER |

En una tónica similar, Wilk (1990) propone que la mejor manera de entender las
casas es a partir del estudio de las decisiones, desacuerdos, negociaciones y
compromisos humanos involucrados en la construcción, compra y uso de una casa.
Dichas decisiones se encuentran relacionadas con la distribución de recursos para
satisfacer las necesidades de los diferentes miembros de la unidad doméstica que
ocupan u ocuparán la casa. De esta manera, la casa es considerada, al igual que
Blanton (1994), un bien de consumo, el producto de decisiones constreñidas y con
un patrón.
Es posible realizar algunas críticas a estos modelos. La primera de ella se relaciona
con la noción de “unidad doméstica” como unidad social. El rol de la unidad
doméstica como articuladora de diferentes procesos sociales es algo que debe ser
interpretado a partir de los datos, no asumido a partir de un modelo. Los autores
comentados anteriormente enfatizan lo económico, y principalmente la distribución
de recursos como un rasgo característico e intrínseco de la misma. Esta visión conduce
a una mirada esencialista de la unidad doméstica, proyectando funciones actuales de
contextos etnográficos al pasado. Del mismo modo, una definición a priori de lo que
constituye lo doméstico, y la búsqueda de principios interculturales pueden resultar
en que la variabilidad propia de cada contexto doméstico no sea apreciada totalmente,
o dejada de lado como “ruido” que interfiere en la organización ideal de la misma.
También se ha criticado a esta concepción de la “unidad doméstica” debido a que se
basa en una categoría etnográfica o se sostiene a partir de definiciones etnográficas
de la misma. Por lo tanto, el uso de analogías etnográficas y etnohistóricas para
explicar fenómenos arqueológicos puede tener el efecto de normalizar la conducta
doméstica en el pasado y acentuar o imponer patrones de conducta domésticos de
situaciones culturales, temporales o espaciales diferentes (Allison 1999).
La segunda crítica se relaciona con entender a la unidad doméstica en términos
sistémicos. Es imposible determinar cuáles factores se relacionan con lo social, lo
material y lo conductual (Wilk y Rathje 1982) ya que estas categorías confluyen y
pierden sentido cuando uno focaliza en las prácticas concretas asociadas a lo
doméstico.
Una segunda línea de investigación sobre el espacio doméstico lo relaciona con
la complejidad social. Kent sostiene que la complejidad sociopolítica de una sociedad
determina la organización del espacio y el ambiente construido en relación a la
partición y segmentación; y que a medida que una sociedad se vuelve más compleja
a nivel sociopolítico, “su cultura, conducta o uso del espacio, y la cultura material o
arquitectura se vuelva más segmentada” (Kent 1990: 127). Para comprobar estos
supuestos, la autora propone comparar sociedades con “mucha complejidad social”,
como jefaturas o estados con sociedades con “poca complejidad social” como bandas
o tribus. Su propuesta es que la complejidad sociopolítica puede ser considerada
como segmentación cultural que puede ser descompuesta a su vez en estratificación
por estatus, jerarquía, especialización y división del trabajo y roles sexuales
pronunciados. De esta manera, la partición del espacio por la arquitectura es otro

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| DE VUELTA A LA CASA. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL ESPACIO DOMÉSTICO |

ámbito en el cual se especializan las sociedades a medida que se complejizan. Por lo


tanto, la partición del espacio responde a la complejidad sociopolítica, y no a factores
ambientales o tecnológicos.
Por su parte, Rapoport (1990a, 1990b) sostiene que la unidad de análisis pertinente
para analizar la relación cultura / espacio construido son las actividades. Para efectuar
un análisis de las actividades, es necesario tener en cuenta varios factores como las
características de la actividad por sí misma, cómo es llevada a cabo, cómo se asocia
con otras actividades y se combina en sistemas de actividades y finalmente su
significado. El significado no es visto como parte de la función, sino que en muchos
casos es la función más importante. Las actividades no son realizadas aisladamente,
sino que conforman sistemas donde es necesario insertarlas para comprenderlas.
Los sistemas de actividades pueden ser entendidos en términos de su especificidad,
es decir, la secuencia en la que se realizan, la naturaleza de la secuencia, la forma en
que se unen o separan, las personas involucradas o dejadas de lado y cuándo y dónde
ocurren. Las variables organizacionales claves son el espacio y el tiempo.
Los sistemas de actividades son llevados a cabo en sistemas de escenarios.
Rapoport define a los mismos como “un lugar que define una situación, recuerda a
los ocupantes de las reglas y por lo tanto conductas apropiadas a la situación definida
por el escenario, haciendo posible la acción y relación” (Rapoport 1990b: 12). Los
escenarios y sus límites se encuentran definidos culturalmente, a veces incluso como
expresiones del dominio cognitivo, de la misma manera que las reglas que se aplican
a ellos. Los escenarios, y las actividades vinculadas a ellos se encuentran unidos a
través de significados. Los sistemas de actividades y de escenarios van a ser más
complejos a medida que una sociedad es más compleja a nivel sociopolítico.
Los trabajos de Kent y Rapoport comentados anteriormente introducen a la
complejidad social como una variable muy importante a la hora de analizar la
estructuración de las actividades en el espacio doméstico. El problema de la asocia-
ción entre complejidad social/complejidad en el uso del espacio es que no en todos
los casos esta asociación es directa. El uso del espacio doméstico pasa a ser una
variable más para determinar qué tan compleja es una sociedad, sumado a otras
variables como la jerarquía de asentamiento, la presencia de construcciones monu-
mentales, etc. No es necesario extenderse en las críticas que se le hicieron a los
enfoques de la complejidad social basados en modelos evolutivos (McGuire 1983;
Pauketat 2000, 2001; Shanks y Tilley 1987; entre otros), basta con mencionar que la
asociación entre complejidad del espacio doméstico y complejidad social no siem-
pre es tan directa como los autores proponen.
También se ha criticado el énfasis en el registro arquitectónico de estos enfoques.
Las críticas se encuentran basadas en que el estudio de las estructuras físicas de la
vivienda no es igual a investigar la conducta doméstica del pasado. Se ha demostrado
etnográficamente que los usuarios de los edificios frecuentemente habitan espacios
que no fueron diseñados por ellos, sino que son herencia de periodos anteriores o

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| J OSÉ M ARÍA V AQUER |

fueron diseñados por otros grupos sociales o culturales que se encontraban en el


poder (Allison 1999).
Sin embargo, los trabajos de Rapoport (1990a, 1990b) implican un avance a mi
entender muy importante hacia una comprensión del espacio doméstico desde una
perspectiva basada en la práctica. Su aporte más relevante en esa dirección consiste
en la noción que las actividades constituyen un sistema que se encuentra íntimamente
ligado al sistema de escenarios en el cual se desarrollan. De esta manera, “lo doméstico”
se constituye en actividades que transcienden el escenario de la casa propiamente
dicho, para alcanzar una mayor profundidad temporal y espacial. Esta propuesta
permite superar la idea de lo doméstico como una unidad temporal y de actividades
circunscripta a un espacio determinado (la casa) que creo propia de la modernidad.
Al considerar a las actividades y a los escenarios como una secuencia que puede tener
diferentes organizaciones espaciales y temporales, Rapoport permite apreciar la
diversidad presente en las diversas maneras de organizar las actividades domésticas
en contextos culturales diferentes, sin proponer una categoría a priori de lo doméstico
como lo hacen Wilk y Rathje (1982) o Wilk y Ashmore (1988). Además, introduce
dos categorías fundamentales a la hora de analizar la estructuración del espacio: el
espacio y el tiempo.

El Espacio Doméstico y la Arqueología Postprocesual: Arqueología Simbólica

Hodder (1990: 13) define a lo simbólico como “las connotaciones secundarias


evocadas por las asociaciones primarias y los usos de un objeto o palabra.” Según
este autor, estos significados secundarios tienden a referirse a conceptos abstractos y
generales, organizándose en estructuras de oposiciones que pueden tomar varias
formas. Dichas estructuras simbólicas son manipuladas y organizadas cognitivamente,
pero no residen solamente en la mente. Para Hodder (1990), los sistemas simbólicos
son estructuras públicas que poseen significados contextuales en relación a las estrategias
y a las prácticas de los individuos en sus vidas cotidianas. Por lo tanto, las estructuras
simbólicas públicas son reproducidas en las prácticas sociales.
Otro concepto, que según Hodder se relaciona estrechamente con las estructuras
simbólicas es la estructura social. La misma es definida como “relaciones organizadas
de parentesco, género, grupos de edad, etc. que están en sí mismas relacionadas
integralmente a divisiones y relaciones de producción, reproducción e intercambio”
(Hodder 1990: 13). Tanto las estructuras simbólicas como las conceptuales son
concebidas como perteneciendo más al dominio social que al cognitivo.
Con respecto al espacio doméstico, Hodder propone que:

“Los entierros, las casas, los asentamientos, los artefactos y


el desecho son producidos en relación a la organización social
pero pueden estratégica y simbólicamente reordenar dicha
organización. […] La relación entre las estructuras sociales y

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| DE VUELTA A LA CASA. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL ESPACIO DOMÉSTICO |

simbólicas es compleja, significativa y socialmente construida


(Hodder 1990: 14).”

Podemos resumir la propuesta de Hodder a partir de los elementos que la


constituyen. Por un lado tenemos estructuras simbólicas, y por el otro estructuras
sociales. Ambas se encuentran íntimamente relacionadas, ya que las estructuras sociales
pueden ser reorganizadas estratégicamente en los sistemas simbólicos. La manifestación
de ambos sistemas ocurre al nivel de las prácticas de los individuos.
A pesar de incorporar la práctica dentro de su marco interpretativo, la misma
ocupa una posición lógica secundaria. Las prácticas son la manera en la que se
manifiestan cotidianamente los sistemas simbólicos, pero Hodder enfatiza el rol de
los sistemas como generadores de las mismas y no las prácticas en sí mismas. Su
visión pone por delante de la práctica al sistema, mientras que la arqueología de la
práctica considera que las representaciones son creadas mediante y a través de la
práctica, y no al revés (Latour 2005).
Otros autores que se identifican con esta corriente centraron su trabajo en torno
al espacio doméstico considerándolo un axis mundi que expresa ciertos principios de
orden y clasificación (Bradley 1998; Cooney 2000; Hodder 1994; Knights 1994; Parker
Pearson y Richards 1994; entre otros). El objetivo de estos autores consiste en
reconstruir a partir de la cultura material los sistemas de significados que estarían
articulando el espacio doméstico en las sociedades del pasado.

La Arqueología de la Práctica y el Espacio Doméstico

Para considerar al espacio doméstico desde una perspectiva centrada en la práctica,


es necesario remitirse a los trabajos de Pierre Bourdieu (1977, 1994, 1999, 1997,
2000). Bourdieu propone una serie de conceptos que forman la base de su teoría de
la práctica. Vamos a desarrollar algunos de ellos.
El concepto central es el de habitus, el cual es definido como:

“Las estructuras constitutivas de un tipo particular de


ambiente (por ejemplo las condiciones materiales de la existencia
características de una condición de clase) producen habitus, sistema
de disposiciones durables, estructuras estructuradas predispuestas a
funcionar como estructuras estructurantes, esto es, como principio
de generación y estructuración de prácticas y representaciones
(Bourdieu 1977: 72, énfasis en el original).”

“El habitus puede ser considerado como un sistema subjetivo


pero no individual de estructuras internalizadas, esquemas de
percepción, concepción y acción comunes a todos los miembros
del mismo grupo o clase (Bourdieu 1977: 86).”

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| J OSÉ M ARÍA V AQUER |

Las estructuras características de un determinado tipo de condiciones de


existencia, a través de la mediación de las relaciones familiares, producen las estructuras
del habitus, que en su debido momento se constituyen como la base para la apreciación
y percepción de la experiencia subsiguiente. Uno de los efectos fundamentales del
habitus es la producción de un mundo “de sentido común” que posee una objetividad
asegurada por el consenso de los significados, es decir la armonización de las
experiencias de los agentes y el refuerzo continuo que cada uno de ellos recibe de la
expresión, individual o colectiva, programada o improvisada, de experiencias similares
o idénticas (Bourdieu 1977). En este sentido, puede ser caracterizado como un sistema
de disposiciones que se compone e integra experiencias pasadas y funciona como
una matriz de percepción, apreciación y acciones, haciendo posible la realización de
tareas diversas. Por lo tanto, para Bourdieu el habitus es el principio generativo de las
prácticas, que van a reproducir y estar ajustadas a las regularidades inmanentes en las
condiciones objetivas de su producción. Esto último implica que el habitus es
fundamentalmente conservador, ya que opera a nivel corporal en los agentes sociales,
es decir, en un ámbito no discursivo y por lo tanto fuera de cuestionamiento. Aquí es
necesario introducir otro concepto clave: la incorporación.
Según Bourdieu, cuando no existe una institucionalización de la educación como
una práctica autónoma, el grupo y un ambiente simbólicamente estructurado ejercen
una acción pedagógica anónima donde se transmiten los principios fundamentales
del habitus. Esta transmisión se produce a través de la práctica, en un estado práctico
que no alcanza el nivel del discurso. La hexis corporal (Bourdieu 1977) se comunica
directamente con las funciones motoras, en forma de patrones de posturas y gestos
individuales y sistemáticos que implican un sistema de técnicas que involucran al
cuerpo y a las herramientas, que se encuentra cargado de valores y significados sociales.
Este aprendizaje se produce a través de la aplicación de principios coherentes en la
práctica en ámbitos y productos sociales como los proverbios, los dichos, las máximas,
las canciones, las adivinanzas y los juegos; en los objetos como las herramientas, la
casa o el asentamiento. Con respecto al espacio doméstico en particular, Bourdieu
propone que:

“Es en la relación dialéctica entre el cuerpo y un espacio


estructurado de acuerdo a las oposiciones mítico rituales donde
uno encuentra la forma por excelencia de aprendizaje estructural
que lleva a la incorporación de las estructuras del mundo. […]
En una formación social donde la ausencia de las técnicas de
conservación de los productos simbólicos asociadas con la
escritura retarda la objetivación del capital simbólico y
particularmente cultural, el espacio habitado – y sobre todo la
casa – es el locus principal para la objetivación de los esquemas
generativos; y a través de la mediación de las divisiones y jerarquías
que establece entre cosas, personas y prácticas, este sistema de
clasificación tangible continuamente inculca y refuerza los

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| DE VUELTA A LA CASA. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL ESPACIO DOMÉSTICO |

principios taxonómicos que subyacen a todas las divisiones de


una cultura (Bourdieu 1977: 89).”

Vemos entonces que para la teoría de la práctica de Bourdieu la casa cumple un


rol principal, ya que es lugar donde se transmiten en forma práctica los esquemas
constitutivos del habitus. El concepto de incorporación se relaciona con esta forma
de aprendizaje con el cuerpo, a través de habitar el espacio doméstico. Todas las
acciones llevadas a cabo en la casa son una suerte de “ejercicios estructurales” (Bourdieu
1977) a través de los cuales se construye un manejo práctico de los esquemas
fundamentales que organizan las prácticas y las representaciones. Las manipulaciones
simbólicas de la experiencia corporal, a través del tránsito en un espacio estructurado
de acuerdo a principios mitológicos y los movimientos asociados, tienden a imponer
la integración del espacio corporal con el espacio cósmico al proponer en los mismos
conceptos la relación entre el hombre y el mundo natural y los estados y acciones
opuestos y complementarios de los sexos. En este sentido, la oposición entre los
roles del hombre y la mujer articulan y configuran toda una serie de oposiciones
conceptuales que son reveladas en la práctica (Bourdieu 1977, 2000).
Es necesario enfatizar que la operación de estos esquemas se da en el ámbito de
la práctica; y es a partir de la objetivación de las prácticas y experiencias pasadas que
se construyen representaciones culturales de las mismas. Bourdieu propone la existencia
de un “lógica práctica” que articula a las mismas a partir de los esquemas generativos
del habitus:

“La lógica práctica, basada en un sistema de esquemas


generativos y organizacionales objetivamente coherentes,
funcionando en estado práctico como un principio a veces
impreciso pero sistemático de selección, no posee ni el rigor ni la
constancia que caracterizan a la lógica “lógica”, que puede deducir
acciones racionales de los principios explícitamente controlados
y sistematizados de un sistema axiomático (Bourdieu 1999: 102).”

La teoría de la práctica de Pierre Bourdieu enfatiza las prácticas de los agentes


sociales, reconociendo la existencia de principios generativos y lógicos que las articulan.
Estos principios, o disposiciones (habitus), son a su vez el producto de la objetivación
de experiencias prácticas pasadas que funcionan como representaciones culturales.
La lógica de las disposiciones opera de manera práctica, es decir, a través de la
relación del cuerpo con el espacio y las actividades llevadas a cabo en el mismo. Por
lo tanto, se encuentra fuera del ámbito discursivo, lo que la convierte en una fuerza
altamente conservadora.
De esta manera, Bourdieu da una importancia lógica principal a la práctica, ya
que a partir de la misma es que posteriormente se constituyen las representaciones o
explicaciones explícitas de porqué las cosas son como son. Esta postura teórica es a

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| J OSÉ M ARÍA V AQUER |

mi entender de suma importancia para la arqueología, ya que la cultura material, que


es nuestro objeto de estudio, es el producto de prácticas concretas situadas en el
espacio y el tiempo. A través del análisis de la estructuración de las prácticas en el
tiempo y el espacio es posible acceder a la lógica que las articula y les da sentido.
Luego de dilucidar esta lógica y los elementos que la constituyen, podemos intentar
interpretar las representaciones de los agentes sociales respecto de sus prácticas.
En este último punto es que la arqueología de la práctica se distancia de los
enfoques simbólicos como el de Hodder (1990) descrito anteriormente. La pregunta
inicial es sobre las prácticas y no sobre el sistema simbólico que las articula. Además,
no establece la existencia de un campo simbólico a priori, sino que el mismo, de
existir, será revelado a través de la articulación de las prácticas y su relación con el
sistema de escenarios en el cual tienen lugar (Rapoport 1990b). Las prácticas tienen
una relación directa con el sistema mítico ritual de cada cultura, ya que asumimos que
el espacio se encuentra estructurado en torno a conceptos y oposiciones presentes en
el mito. Los conceptos organizativos claves en esta postura son el espacio y el tiempo,
que vamos a problematizar y definir a continuación.

Redefiniendo el Espacio y el Tiempo

Varios autores (Criado Boado 1993, 1999; Shanks y Tilley 1987; Thomas 2001;
Tilley 1994) reconocen la necesidad de redefinir el concepto de espacio, ya que el
mismo se encuentra imbuido de significados propios de la modernidad y por lo
tanto no puede ser utilizado para analizar otros contextos culturales. Tilley (1994)
propone entender al espacio como un medio en vez de un contenedor de la acción.
Como tal, el espacio no puede existir aparte de los eventos y actividades en los cuales
se ve implicado. Por lo tanto, no existe el espacio, sino diferentes espacios. Como una
producción social, estos espacios son susceptibles de cambio o reproducción por-
que son constituidos en la práctica diaria de los individuos. Un espacio social, que es
tanto el resultado como el medio para la acción, se encuentra conformado por
“densidades diferentes de experiencias, apego y relaciones humanas” (Tilley 1994:
11). Por lo tanto, lo que el espacio es depende de quién lo está experimentando y de
qué manera. La experiencia espacial se encuentra imbuida de poder en relación a la
edad, el género, la posición social y la relación con los otros. La experiencia del
espacio se encuentra siempre relacionada con diferentes temporalidades, ya que los
espacios son siempre creados, reproducidos y transformados en relación con espa-
cios previamente construidos y establecidos en el pasado.
El tiempo es otro componente fundamental del espacio doméstico. A través
de diversos mecanismos se apela en el mismo a la relación con el pasado real o
mítico, pero ante todo el espacio doméstico posee una temporalidad propia. Es el
tiempo humano, el tiempo de la vida cotidiana y de las actividades diarias. Para
Barrett (1994) la arquitectura opera como una tecnología que ordena el espacio y el
tiempo, permitiendo que las actividades sean regionalizadas y unidas secuencialmente,

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| DE VUELTA A LA CASA. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL ESPACIO DOMÉSTICO |

estableciendo por lo tanto prioridades y cadenas de asociaciones metafóricas. Por su


parte, Lane (1994) sostiene que la cultura material y las formas de uso del espacio se
encuentran imbuidas con varias temporalidades diferentes que son producto de su
articulación con los patrones del tiempo diario, biográfico e institucional dentro de
una sociedad. Cada una de estas formas temporales posee sus propias historias rela-
tivas y absolutas que coexisten junto a otras temporalidades.
La temporalidad del espacio doméstico se aprecia, por lo tanto, en dos
dimensiones: por un lado es el espacio de la “vida cotidiana” o “mundo de la vida”
(Bernbeck 1999; Habermas 1987; Schutz y Luckman 1977) y por lo tanto el tiempo
biográfico de los agentes. Etnográficamente existen varios ejemplos de la analogía
que se establece entre las casas y el cuerpo humano, por lo tanto relacionando las
casas con el cuerpo y el habitar con la incorporación (Carsten y Hugh-Jones 1995).
Al considerar a la casa como un organismo viviente, los procesos naturales aplicados
a personas, plantas y animales también se aplican a la misma.
Por otro lado, la casa es el lugar donde se reproduce el sistema social al incorporar
en los agentes los principios relacionados con la tradición y la transmisión del saber
cultural a nivel multigeneracional. En este sentido, el énfasis se coloca en el ciclo de
vida de la casa. Para Allison (1999) este nivel de análisis es el mejor abordado por la
arqueología, ya que generalmente los conjuntos artefactuales de los pisos de ocupación
domésticos representan un palimpsesto que cubre actividades de diferentes
generaciones. Por lo tanto, los restos de la cultura material de los espacios domésticos
deben ser empleados para investigar patrones de actividad doméstica que persisten
por generaciones.
Podemos entonces sostener que es en la relación entre el espacio y el tiempo, a
partir de llevar a cabo actividades es donde se constituye el “habitar” (Ingold 1993,
2000; Thomas 1996, 2001). El espacio habitado, según Thomas (2001) se define de
acuerdo a atributos cualitativos de dirección y cercanía. Ambos son conceptos
relacionales que entran en juego a partir de la presencia humana. Los agentes se
encuentran inmersos en lugares que conforman un paisaje que los relaciona a través
de las actividades habituales y las interacciones, a través de la cercanía y la afinidad
que desarrollan por ciertos lugares. Esta relación entre las personas y los lugares
donde se desarrollan sus historias de vida crea un sentido de identidad. A su vez,
Ingold (2000) propone que las tareas, definidas como cualquier operación práctica
llevada a cabo por los agentes como parte constitutiva de su vida cotidiana, constituyen
los actos fundamentales de habitar. Cada tarea posee un significado en relación a un
conjunto de tareas, llevadas a cabo en forma de una serie o en paralelo, y generalmente
por varias personas trabajando juntas. Este conjunto de tareas es denominado taskcape,
y su relación temporal está constituida por un tiempo esencialmente social (Ingold
2000: 159).

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| J OSÉ M ARÍA V AQUER |

Espacio Doméstico y Poder

Si consideramos al espacio doméstico como uno de los lugares fundamentales


de producción y reproducción de la sociedad, inevitablemente es también el lugar
donde se construyen, justifican, perpetúan y desafían relaciones de poder. En este
sentido, la arquitectura representa el punto de confluencia entre un sistema de poder
determinado y un sistema de saber en el cual se apoya, creando de esta manera
sujetos sociales disciplinados (Foucault 1975).
Nielsen (1995) define al poder como la habilidad de un actor para movilizar
recursos (objetos, información y la acción de otras personas) que constituyen la base
de la acción. Esta capacidad está relacionada y es investida a los actores de acuerdo
a su posición en la estructura social (Nielsen 1995: 49). Para analizar el ejercicio del
poder es necesario determinar las características de performance social de los artefactos,
es decir, las propiedades formales resultantes del diseño que dan a los artefactos
capacidades conductuales que permiten crear y reproducir ciertas formas de interacción
social. Los artefactos pueden ser explicados por sus efectos en la conducta social
buscados por sus diseñadores y, recíprocamente las relaciones sociales cambiantes
pueden ser parcialmente atribuidas a los efectos recursivos y a veces no intencionales
de la cultura material sobre la interacción social (Nielsen 1995).
El espacio juega un rol muy importante en la construcción de la identidad personal
y social, a través de mensajes vinculados con la tradición y la organización social. El
conocimiento vinculado con el espacio es un recurso primario en la construcción y
reproducción del poder represivo o las estructuras de dominación social. El paisaje
presenta una paradoja: mientras que es producido culturalmente es experimentado
como algo más que un producto cultural. Y debido a esta paradoja es que representa
un medio excelente para legitimar las redes de poder, haciéndolas parecer naturales y
más allá de todo desafío (Tilley 1994, 1996).
La arquitectura doméstica, a través de sus divisiones reales o conceptuales
determina la forma de circulación en el espacio, lo cual introduce una noción de
orden en el movimiento. Este ordenamiento opera a niveles inconscientes, donde los
actores aprehenden los esquemas de movimiento con su cuerpo (Bourdieu 1977,
1999; Parker Pearson y Richards 1994; Tilley 1994). Esta manipulación del movimiento
de los cuerpos es una estrategia fundamental para interiorizar los valores relacionados
con el espacio, e incorporarlos dentro del habitus. Y este mecanismo es particularmente
útil dentro del espacio doméstico, ya que los agentes desde su infancia son expuestos
a este disciplinamiento.
Otro punto importante es que la mayoría de los individuos no construyeron la
casa en la que vivieron (Allison 1999). Incluso cuando los miembros de la unidad
doméstica pueden haber participado en la construcción de la casa, estos miembros
pueden estar imitando a otros grupos socialmente dominantes en vez de conformar
el estilo de vida de la unidad doméstica. En estas situaciones, los edificios pueden

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| DE VUELTA A LA CASA. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL ESPACIO DOMÉSTICO |

actuar como mecanismos represivos y representaciones autoritarias.


Una vez definidos los elementos constituyentes de una arqueología de la prácti-
ca aplicados al espacio doméstico, vamos a pasar a un ejemplo etnográfico sobre los
rituales asociados a la construcción de una casa en un ayllu aymara de Bolivia (Arnold
1998). Este ejemplo nos va a permitir apreciar de qué manera las prácticas asociadas
a la construcción de la casa están articulando una serie de significados contenidos
dentro del concepto de “lo doméstico” para los aymara, como así el rol de la casa y
las actividades asociadas a la construcción en tanto articuladores prácticos de con-
ceptos opuestos y complementarios. Vamos a poner en tensión también la noción de
“lógica práctica” propuesta por Bourdieu, y ver de qué manera en la relación entre el
uso del espacio doméstico y del paisaje que rodea la casa se puede encontrar la
operación de los mismos principios.

Prácticas y Representaciones Asociadas a la Construcción de una Casa Aymara

Arnold (1998) propone estudiar las libaciones o ch´allas que tienen lugar durante el
proceso de construcción de una casa en un ayllu de aymara hablantes localizado en el
límite de los departamentos de Oruro y Potosí, en Bolivia.
Esta región, denominada Qaqachaka, se encuentra ubicada en el altiplano arriba
de los 5.000 msnm y se continúa hasta los 3.800 msnm. En la parte más alta, sus
habitantes son pastores de llamas y alpacas, mientras que en la parte baja crían ovejas,
cabras y ganado para tirar del arado. En las zonas intermedias se producen tubérculos,
legumbres y cereales para el consumo doméstico inmediato. Los excedentes son
vendidos para obtener dinero y comprar productos de otras zonas ecológicas, como
el maíz. La autora propone que en un pasado este pueblo conseguía los bienes a
partir del caravaneo de llamas.
Al tratarse de un grupo principalmente pastoril, la explotación de los pastizales y
la obtención de productos de otras zonas determinan una alta movilidad entre ranchos
y estancias y el pueblo principal llamado Qaqachak Marka, principalmente durante
fiestas religiosas. Las aldeas dispersas se encuentran conformadas por aglomerados
de grupos de casas, despensas y corrales reunidos alrededor de patios comunes.
Las agrupaciones de casas anteriormente descriptas son compartidas por un grupo
de parentesco patrilineal extendido conformado por padres e hijos, junto con sus
esposas de otras comunidades y sus hijos.
En su análisis, la autora considera dos temas principales. El primero de ellos
interpreta la casa como “un texto cultural en el cual tanto la tarea práctica de construir
una casa como las recitaciones del ritual, las canciones, juegos, y sobre todo la compleja
serie de ch´allas que la acompañan, ubican a la casa individual dentro de un contexto
cosmológico más amplio” (Arnold 1998: 34). Esto implica que durante la construcción
de la casa los aymara reconstruyen su cosmología, transformándose la casa de esta
manera en una representación del cosmos, un axis mundi y una estructura organizativa
en torno a la cual giran otras estructuras.

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| J OSÉ M ARÍA V AQUER |

Un segundo tema propuesto por la autora es el modo en que las prácticas culturales
que acompañan la tarea de construcción de la casa constituyen un “arte de la memoria”
(Arnold 1998: 36). En este sentido, la casa entendida como un símbolo es portadora
de un conjunto diverso pero ordenado del saber social y cultural. A medida que se
construye un espacio se reconstruye el tiempo, al recordar las genealogías ancestrales
y los orígenes míticos e históricos. A su vez, las tareas de recitación asociadas a la
construcción de la casa son percibidas de diferente manera por los miembros de la
sociedad: los hombres recuerdan ciertos elementos de la casa, mientras que las mujeres
otros. Esta división marcada por el ritual es una continuación de la división sexual del
trabajo en esferas sociales más amplias.
Según la autora:

“Dentro de la estructura de las paredes de la casa como


artificio mnemotécnico, y las ch´allas que la describen, se encuentran
inmersos conceptos sobre la herencia de la pareja recién casada
que inicia el nuevo hogar, sobre la transmisión paralela de sustancia
ancestral a su descendencia posterior, sobre la concepción y la
reproducción, y sobre los dominios de cada género respecto a
los cuales cada cónyuge tiene poder y control (Arnold 1998: 39).”

A pesar de la residencia virilocal descripta anteriormente, la casa como un símbolo


primario del dominio doméstico e interior y punto focal de la ideología matrilineal
es percibida como de género femenino. Las mujeres son asociadas con la
reproducción, transformación y distribución continua de los alimentos de la casa.
Por el contrario, los esposos son percibidos como externos al dominio doméstico.
Dentro de esta ideología, la casa es considerada como una matriz reproductiva
femenina, “un orificio animado y de género específico, un recipiente y cornucopia de
la abundancia a través del cual se recicla continuamente la riqueza en forma de
productos alimenticios, ganado, gente y plata” (Arnold 1998: 48).

El Ritual de Construcción de la Casa

Cuando se termina de construir una nueva casa, y anualmente en el Día de los


Difuntos, los Qaqachakas ofrecen una serie de ch´allas. El orden en que se desarrollan
las libaciones revela como la casa es percibida como un axis mundi y una representación
vertical del espacio y el tiempo. Por otro lado, estos rituales revelan también como
durante el proceso de las ch´allas se produce una reconstrucción cultural del pasado,
evocando continuamente a los muertos, recordando los orígenes y conformando de
esta manera un “arte de la memoria” (Arnold 1998). La casa, al igual que el cosmos,
empieza con sus orígenes en la tierra, generada por los muertos a partir del abono
del mundo de adentro y luego es erigida hacia arriba en dirección del cielo. Por ello,
las casas se encuentran generalmente orientadas hacia el Este, como las tumbas, hacia
la salida del sol.

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| DE VUELTA A LA CASA. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL ESPACIO DOMÉSTICO |

Al comenzar el ritual, se establece la primera división al separarse los hombres


de las mujeres. Los primeros ocupan el lado derecho, mientras que las segundas el
izquierdo. Los hombres se ubican de su lado, arriba en una banqueta confeccionada
de adobe, mientras que las mujeres se ubican del lado izquierdo más abajo directamente
sobre el suelo. La división de actividades por género en general también adopta este
esquema. Los hombres ofrecen ch´allas por separado a la pared derecha y las mujeres
a la pared izquierda. Esta división se mantiene hasta el final del ritual –la construcción
del techo– donde hombres y mujeres entrelazan sus libaciones.
La casa es considerada parte de la Tierra Virgen y del dominio interior debajo
del suelo, ya que los elementos constructivos son extraídos de la tierra: el barro de los
adobes y la paja del techo. En consecuencia, la primera ch´alla se dirige a la Tierra
Virgen, en carácter de matriz elemental de los niveles más profundos de los cimientos,
donde provienen y a su tiempo volverán todas las cosas. En esta etapa se realizan
también ch´allas a los cerros pequeños que según la creencia envían los elementos
necesarios para la construcción.
El primer paso en el proceso de construcción es colocar cuatro estacas unidas
por un hilo para marcar las cuatro esquinas. Cuando se comienza la construcción, se
colocan varias ofrendas en los cimientos destinadas a los aspectos telúricos de la
Tierra Virgen consistentes en cosas crudas, cosas que se sacan de las entrañas como
fetos de animales, grasa y resinas vegetales. A veces se coloca en los cimientos un feto
de llama junto con ofrendas de q´uwa que se entierran en el suelo de la casa. Las
esquinas son un componente vital en la construcción, ya que las mismas poseen una
relación con la tierra y el linaje ancestral. Estas esquinas son consideradas de género
femenino, en oposición a los espíritus de los cerros que son masculinos.
Luego se procede a la colocación de piedras grandes como cimientos bajo las
cuatro paredes de la casa. Estas piedras son denominadas “Inka”, relacionándolas
con la vara del Inka e invocando su poder para que las paredes de la casa se paren.
Para ello se hace referencia al pasado mítico, a la época de los chullpas cuando las
piedras andaban moviéndose a su voluntad hasta que el Inka las detuvo con su vara 1.
Una vez construidas las paredes y antes de colocar el techo se sacrifica un cordero
y se rocían con su sangre las cuatro esquinas. En este punto, Arnold (1998: 54) asocia
el hecho de rociar las paredes con sangre con un principio general de descendencia
andina que establece que los lazos verticales consanguíneos siguen la línea materna.
La sangre asocia al rito de construcción con el marcado de animales enfatizando la
reproducción de matrilinajes humanos y animales.
En este momento del proceso, la casa se encuentra construida hasta los tirantes
del techo. La casa rectangular es percibida también como un tejido desplegado sobre
el suelo con sus dos esquinas opuestas orientadas hacia arriba en dirección a los
tirantes. La asociación con el tejido y los diseños enfatiza la concepción de la casa
como una “madre-nido de envolturas concéntricas, enteramente asignada
al género femenino” (Arnold 1998: 56).

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Mientras se coloca el techo, se dirigen ch´allas hacia el monte como fuente de la


madera. Existe una analogía entre el techo y los cerros y una asociación de la casa con
una persona, donde el techo corresponde a la cabeza y la paja a los cabellos. Los
Qaqachakas distinguen entre dos tipos de elementos en el techo: la madera de los
tirantes, asociada con los hombres y la paja vinculada con las mujeres. También en
esta etapa se continúa con la construcción de la casa como metáfora de tejer. Las
cuatro esquinas parecen sostener a la casa como un telar horizontal gigantesco. La
viga central de la casa con sus sogas y tijerales es vista como una zona liminal entre el
cielo y la tierra, entre el cuerpo y el espíritu, y entre el interior y exterior del techo
considerado un cerro.
La división conceptual del techo en elementos de género se continúa en la división
de tareas. Las mujeres desenredan, desmarañan y amontonan la paja mientras que los
hombres construyen las paredes y colocan las vigas del techo. La paja de la cobertura
del techo también es diferenciada por género. La paja de arriba y más liviana es
masculina, y en oposición, la paja más pesada y mezclada con barro de los aleros del
techo es femenina.
Al finalizar la ceremonia de construcción, las cuñadas de la nueva ama de casa
llevan regalos de despensas de semillas en miniatura para colgarlos dentro del espacio
del techo de manera que nunca falte alimento en la casa de su hermano. El último
paso constituye la colocación sobre la punta del techo de una olla usada quebrada
dentro de la cual se encaja una cruz confeccionada con paja brava trenzada. A la olla
y a la cruz junta se las denomina el “ángel guardián” de la casa protegiéndola de las
tempestades y los malos espíritus. Este ángel guardián se relaciona con la Virgen
María y por lo tanto posee género femenino, mientras que la cruz es de género
masculino. De esta manera se produce una oposición complementaria entre la pareja
divina de los cielos, la Madre Luna y el Padre Sol con la pareja del mundo de abajo,
la Tierra Santísima y el Inka. Del mismo modo y como se mencionó anteriormente,
la punta del techo se asocia con una cabeza, con una calavera que tiene el poder de
comunicarse con las voces de los muertos.
Una vez terminado el techado, se ofrece un banquete a los participantes en el
que los hombres se sientan en el lado derecho del cuarto recién construido sobre un
banquillo, mientras que las mujeres se sientan a la izquierda en el suelo. En este momento
se recuerdan las ch´allas a la casa, dedicadas al orden de creación de la casa en su
totalidad.
Arnold (1998) concluye indicando que la noción de la nueva casa como “madre
nido” y su simbolismo femenino posee una función mediadora en el centro de una
serie de dualismos y oposiciones: entre la casa y el Estado o la federación mayor, en
el interior de una parentela bilateral, entre las relaciones consanguíneas y de parentesco,
entre la relación hombre y mujer, esposo y esposa y entre las mitades que conforman
el sistema de organización social dual.

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| DE VUELTA A LA CASA. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL ESPACIO DOMÉSTICO |

Discusión

Retomando la definición de ritual propuesta por Bourdieu (1977), que lo relaciona


con el manejo social de categorías excluyentes o complementarias, y el papel
preponderante del espacio doméstico en estos esquemas, en el ejemplo presentado
anteriormente se aprecia todo el complejo simbolismo y las prácticas asociadas a la
construcción de una casa en un contexto surandino.

Principales Significados Asociados a la Casa Aymara

Al construir la casa, permanentemente se recitan libaciones a los ancestros, y se


recuerdan los mitos de creación del universo. La casa representa un microcosmos
donde los elementos constructivos se relacionan y representan sus lugares de origen.
Una serie de oposiciones duales son representadas y resueltas en el diseño de la casa:
los principios masculinos y femeninos asociados a la Tierra (la Tierra Virgen y el
Inka) presentes en los cimientos de la casa; y los principios masculinos y femeninos
asociados al Cielo (la Luna y el Sol). La identificación del techo con una calavera
donde hablan los ancestros relaciona directamente al espacio doméstico con el pasado,
con la tradición y los mitos de origen de los linajes.
Durante todo el proceso de construcción, los roles, actividades y lugares que
deben ocupar las mujeres y los hombres se encuentran fuertemente demarcados. A
pesar de ello, la construcción es el resultado de la interacción de ambos géneros, por
lo que dicha oposición se presenta como complementaria. Simbólicamente se apela
a la interacción mujer/hombre para crear el núcleo de la sociedad, el espacio domés-
tico.
Según Nielsen (2000), existen una serie de conceptos asociados con el espacio
dentro de las sociedades aymara. Distingue entre distintas oposiciones interrelacionadas
con diversos ejes espaciales, el frontal compuesto de las asociaciones Este : Frente :
Vida : Salud : Prosperidad y sus opuestos Oeste : Atrás : Muerte : Enfermedad :
Escasez. Por otro lado, existe un eje lateral donde la oposición es entre Izquierda :
Femenino y Derecha : Masculino. Finalmente, un eje vertical condensa las oposicio-
nes Arriba : Mallkus (Ancestros) : Masculino : Altiplano : Pastoralismo : Frío y Abajo
: Pachamama : Femenino : Valle : Agricultura : Calor. A partir de estas categorías
vemos como en la ubicación de las personas de acuerdo al género durante el ritual
entran en juego categorías homólogas que son producto de los mismos esquemas
generativos, y como en todo el proceso constructivo de la casa se apela a la interacción
entre estos elementos opuestos pero complementarios.
Existen varias lecturas posibles de la evidencia presentada. Podemos entender la
construcción de la casa Qaqachaka en términos de la actualización de un sistema
simbólico que está compuesto por opuesto complementarios. A su vez, este sistema
simbólico se relaciona directamente con el sistema social, ya que en la construcción

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| J OSÉ M ARÍA V AQUER |

de la casa se expresan conceptos relacionados con la unión de dos familias mediante


el matrimonio y se hace referencia continua al sistema de parentesco. Esta lectura
sería una interpretación dentro del marco simbólico propuesto por Hodder (1990).
Otra lectura de los rituales de construcción de la casa Qaqachaka, desde una
perspectiva de la práctica, comenzaría por entender las ch´allas como una práctica
social donde se articula y se objetiva a través del discurso una lógica que
es eminentemente corporal. Esta corporalidad se manifiesta en diversas
etapas del ritual, comenzando con la ubicación por género. Situarse de un
lado de la casa en construcción o del otro se encuentra asociado a una serie de
conceptos, polarizados y ejemplificados en la división sexual. La división sexual es un
ejemplo de la “lógica práctica” que articula los conceptos en actividades concretas.
Todos los significados asociados al ritual son puestos en juego durante la construcción
de la casa, es decir, en una instancia práctica. Las representaciones sobre el ritual son
una construcción en la cual se objetivan las narraciones sobre el pasado, rememorando
el origen y la manera en que “las cosas son como son.” Pero todas estas narraciones
objetivadas cobran sentido y se insertan dentro de las actividades llevadas a cabo en
el ritual.
Los ejes espaciales propuestos por Nielsen (2000) también son ejes de categorías
que cobran sentido a través de la experiencia corporal de los agentes en el espacio.
Esta lógica espacial práctica también articula la experiencia en otros ámbitos fuera de
lo doméstico, en la manera en que los aymara entienden el paisaje que los rodea y la
relación con otros grupos étnicos localizados en zonas ecológicas diferentes. A
diferencia del ejemplo de la casa Kabyle descripta por Bourdieu (1999) como una
reversión del mundo, la casa qaqachaka es un operador práctico donde se reproducen
a una escala menor las oposiciones que articulan la cosmovisión aymara. Retomando
la conclusión de Arnold (1998), es también el dominio que media entre categorías de
mayor nivel de inclusión como el Estado o la federación mayor, entre las relaciones
consanguíneas y de parentesco, entre la relación hombre y mujer, esposo y esposa y
entre las mitades que conforman el sistema de organización social dual. Por lo tanto,
este espacio mediador e integrador incorpora en los agentes desde la infancia una
lógica que va a ser aplicada en todos los niveles de la vida social.
Vemos entonces que situarse y transcurrir por el espacio es una actividad cargada
de significados. En este sentido, la experiencia de habitar en un espacio cargado de
significados mítico-rituales estaría construyendo, reforzando y reproduciendo de
manera práctica y corporal un habitus específico. El espacio, y en particular el espacio
doméstico, es un operador práctico donde se incorporan todas estas categorías y
oposiciones que se manifiestan en la vida cotidiana, pero que tienen una explicitación
y objetivación durante los rituales. La casa qaqachaka se presenta a sí
misma como una instancia donde se resuelven y complementan las
dicotomías.

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| DE VUELTA A LA CASA. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL ESPACIO DOMÉSTICO |

Cultura Material e Incorporación

Como ya desarrollé anteriormente, el proceso de incorporación del habitus pro-


puesto por Bourdieu (1977) es un proceso que opera principalmente en un nivel no
discursivo, es decir, a través de la relación del cuerpo de los agentes con el espacio.
De esta manera, la arqueología en tanto ciencia de la cultura material puede hacer una
contribución importante para entender la manera en que este proceso es llevado a
cabo en distintas sociedades. Pero para ello es necesario dejar de lado la noción de
“unidad doméstica” como una unidad social limitada y focalizarnos en las prácticas
llevadas a cabo en el espacio doméstico. El aporte distintivo de la arqueología en este
sentido sería proveer información sobre la conducta doméstica del pasado a partir
de su materialidad, ya que los lugares de habitación son los lugares principales de
consumo de cultura material (Allison 1999).
La arqueología de la práctica, a partir de poner énfasis en los sistemas de activi-
dades junto con sus sistemas de escenarios (sensu Rapoport 1990b) permite recuperar
la estructura de las actividades para luego ponerla en tensión en diferentes niveles de
análisis. Es en esta tensión donde pueden interpretarse algunos significados asociados
a las prácticas. En este punto, coincido con Hodder (1999) en que los significados de
la cultura material son contextuales y específicos, pero el proceso de significación es
posterior al reconocimiento de las prácticas y su estructuración. Al reconocer los
principios que estructuran las actividades domésticas a partir de su materialidad po-
demos llegar a esbozar una interpretación y definición de “lo doméstico” que sea
sensible a variaciones culturales, espaciales y temporales. Es necesario tener en cuenta
también que los objetos presentes en el espacio doméstico no se relacionan necesa-
riamente con las actividades llevadas a cabo en ese espacio; y la cultura material
presente en contextos domésticos puede ser el resultado de diferentes fases en la
historia de vida de la casa (La Motta y Schiffer 1999). Por lo tanto, lo más probable
es que el registro sea el producto de secuencias de ocupación prolongadas, relaciona-
das con la historia del grupo que habitó el espacio y con procesos deposicionales y
post deposicionales.
De todas maneras, la relación entre las actividades y sus elementos fijos y semi
fijos, junto con el escenario en el cual se desarrollan, nos pueden brindar datos sus-
tanciales para interpretar el proceso de incorporación (Bourdieu 1977, 1999) en las
sociedades del pasado. El ejemplo qaqachaka discutido anteriormente nos permite
evaluar la materialidad de este proceso, a partir de la estructuración de la cultura
material relacionada con lo doméstico en los rituales de construcción de la casa y en
su posterior uso de acuerdo a los mismos esquemas generativos. Es en la redundan-
cia de la operación de la lógica práctica en diversos ámbitos donde podemos hallar
la manera de recuperarla a partir de la cultura material. El caso aymara presentado es
además ilustrativo en el sentido que cada movimiento y posición en el espacio tiene
un significado preciso asociado, y son las oposiciones entre los significados las que
estructuran a la cultura material. La etnografía puede ser empleada como un

| 29
| J OSÉ M ARÍA V AQUER |

significador de la complejidad del espacio doméstico en vez de cumplir un rol


prescriptivo de la conducta doméstica (Allison 1999).

Conclusiones

En la primer parte del trabajo desarrollé los conceptos principales de una


“arqueología de la práctica” que permiten acercarnos al espacio doméstico. Vimos a
continuación a través de un ejemplo etnográfico cómo los rituales llevados a cabo
durante la construcción de la casa Qaqachaka operan como una lógica práctica que
reproduce corporalmente un habitus relacionado con la cosmovisión aymara. Dentro
de este esquema, la casa cumple un rol fundamental en cuanto se sitúa en el centro de
una serie de oposiciones complementarias entre, por un lado, los principios masculinos
y femeninos, y por el otro la familia, la federación y el Estado. La complementariedad
de los principios masculinos y femeninos, materializada en la casa, es para los aymara
la manera de reproducir la sociedad. Por lo tanto, la construcción de la casa se relaciona
con la continuidad y reproducción de la sociedad como un todo.
Los diferentes niveles sociales que se articulan en la construcción de la casa van
más allá de las funciones propuestas para la “unidad doméstica” por la Arqueología
Procesual. Tampoco es posible reducir sus funciones a un ámbito meramente simbólico
o de reproducción de sistemas de símbolos. Es debido a estos puntos que propongo
descartar la noción de “unidad doméstica” como una categoría de análisis a priori, y
focalizar en las prácticas llevadas a cabo en el espacio doméstico.
Un enfoque basado en las prácticas asociadas al espacio doméstico ofrece varias
ventajas. La primera de ellas es que no limita “lo doméstico” a un espacio o tiempo
predeterminado, sino que permite acceder a la manera en que las sociedades
construyen lo doméstico, tal vez articulando actividades que se desarrollan en tiempos
y lugares diferentes. Para ello resulta rentable el concepto de sistemas de actividades
y de escenarios propuesto por Rapoport (1990b), y la noción de taskcape de Ingold
(1993). Otra ventaja que a mi entender posee la arqueología de la práctica es que abre
un abanico de posibilidades para entender de qué manera las actividades cotidianas
de los agentes construyen, refuerzan o cuestionan principios relacionados con la
tradición transmitidos en el habitus. Y esta pregunta cobra relevancia fundamentalmente
cuando queremos encarar problemáticas relacionadas con el cambio social. Para
decirlo de otra manera, el análisis de las prácticas y su estructuración permite entender
de qué manera el cambio social es producido, o de qué manera es experimentado
por los agentes.
Otro tema de importancia que se desprende de un análisis de las prácticas es el
rol de la cultura material en la creación de subjetividades diferentes a la occidental y
moderna (Fowler 2004). El mecanismo de incorporación propuesto por Bourdieu
que relaciona a los agentes sociales con la cultura material permite evaluar cuáles son
los principios que se enfatizan en la construcción de la subjetividad. Retomando el

30 |
| DE VUELTA A LA CASA. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL ESPACIO DOMÉSTICO |

ejemplo de Arnold (1998) citado anteriormente, en los rituales asociados con la


construcción de la casa qaqachaka se evidencian claramente los diferentes roles que
ocupan los agentes de acuerdo al género, las relaciones de parentesco, incluso creando
disposiciones relativas a la situación del agente en relación a la federación, el Estado
y la relación con otros grupos sociales y ambientes ecológicos.
Queda planteado el desafío de poder reconstruir el significado de las prácticas
en las sociedades del pasado. Si estamos de acuerdo con que la Arqueología es una
ciencia interpretativa, a través de la recurrencia en la estructuración de las prácticas en
el tiempo y en el espacio podemos vislumbrar los principios que les dan significado.
Dentro de la Arqueología Latinoamericana ya se están construyendo enfoques teórico-
metodológicos en este sentido (Acuto 2005; Haber 1999; Lazzari 1999; Nielsen 2006;
Taboada y Angiorama 2003; Zarankin 1999; entre otros). Según Barrett (2001), el
conocimiento se construye a través de prácticas incorporadas, las performances
mediante las cuales los agentes encuentran su lugar en el mundo. Al moverse en el
mundo, los agentes se constituyen a sí mismos y a las condiciones sociales de su
tiempo a través de las prácticas. Y esto es así tanto para los agentes del pasado como
para los científicos que intentamos interpretar dichas sociedades y la nuestra.

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Notas
1. Para la concepción aymara del tiempo, ver Bouysse-Cassagne y Harris (1987).

| 35
| REPRODUCCIÓN DE LA DIFERENCIACIÓN Y HETEROGENEIDAD SOCIAL EN EL ESPACIO DOMÉSTICO |

REPRODUCCION DE LA DIFERENCIACION Y HETEROGENEIDAD


SOCIAL EN EL ESPACIO DOMESTICO DEL SITIO AGUADA RINCON
DEL TORO (LA RIOJA, ARGENTINA)

Adriana Callegari *

Aspectos Teóricos

Las sociedades Aguada se enmarcan dentro de las denominadas “sociedades


complejas”, entendiendo como tales a aquellos sistemas caracterizados por patrones
de desigualdad y heterogeneidad pronunciados e institucionalizados (Johnson 1977,
1987).
De acuerdo con Mc Guire (1983) se considera a la complejidad social integra-
da por dos variables: desigualdad y heterogeneidad. La primera hace referencia al
acceso diferencial a los bienes materiales (sociales y simbólicos); mientras que la se-
gunda trata de la distribución de las poblaciones en grupos sociales. La interacción
entre ambas determinará el número de personas sociales que integran la comunidad,
contribuyendo a caracterizarla.
El ordenamiento de los sitios siguiendo los postulados de la norma rango-
tamaño ha demostrado ser una herramienta sensible en la medición del grado de
integración regional, como así también en la emergencia del control de las funciones
asociadas con los procesos de complejidad social. La relación entre la distribución
de los asentamientos y su tamaño, se basa en el supuesto que el nivel más alto en la
jerarquía (rango) está en función de la residencia de la actividad político-administrativa.
Esto se materializa en un paisaje jerarquizado con escasos sitios de gran tamaño
donde residen los diferentes niveles de toma de decisiones, y muchos sitios pequeños
(D´Altroy 1992; Johnson 1987; Payter 1983). Tales motivos hicieron que se adoptara
este recurso metodológico para indagar a nivel intersitio la problemática planteada.
Giddens parte del concepto de “dualidad de la estructura social” como sistemas
estructurados de prácticas que se reproducen recursivamente. Las estructuras no
existen como fenómenos autónomos sino solamente en forma de acciones o prácticas
humanas, donde los actores para actuar exitosamente deben poseer un conocimiento

*
Instituto de Ciencias Antropológicas, Sección Arqueología. Universidad de Buenos Aires.

| 37
| A DRIANA C ALLEGARI |

sobre las estructuras e instituciones de su sociedad. Este conocimiento no tiene por


qué ser teórico, sino más bien se trata de un saber tácitamente incorporado, práctico
y empírico acerca de cómo comportarse en los múltiples contextos de la vida social
(Giddens 1988).
Por su parte Bourdieu (1977), sostiene que la organización interna de las casas no
sólo brinda información sobre las relaciones y actividades sociales, sino que también
produce estructura social. Funciona como una ayuda mnemotécnica a través del
tiempo y estructura las relaciones sociales cumpliendo, además, un rol destacado en
la formación del habitus.
Los espacios domésticos incluyen y están por debajo de la organización de una
sociedad en su nivel más básico, constituyéndose en un indicador válido para
caracterizarla. Escenarios de múltiples actividades de alcance intra e interfamiliar reflejan
en su disposición espacial la interacción entre las prácticas cotidianas y el simbolismo,
desempeñando a su vez un papel activo en la formación y recreación de la estructura
social.
La arqueología que apunta al estudio del espacio doméstico (household) surge en
la década del 80 de la unión del estudio del asentamiento con el del área de actividad.
Se define como un campo que se dirige a la unidad más elemental de la estructura
socio-económica, donde se desarrollan la mayoría de las funciones primarias de la
comunidad (Kent 1990a; Steadman 1996). Con el fin de analizar aspectos económicos
tales como la producción, consumo de comida, artículos básicos, etc. profundiza
tanto en la organización de la estructura, como en los restos asociados (Steadman
1996).
Los espacios domésticos producen y reproducen relaciones de poder y
significado, reflejando en su organización espacial no sólo problemas de índole
económico sino también sociales, tales como la diferenciación y la heterogeneidad
social, la distribución de la riqueza, la estratificación, relaciones interpersonales,
relaciones de género, etc. (Wilk y Ashmore 1988). De esta manera, la ubicación espacial
de la vivienda, la relación con otras casas del asentamiento, los rasgos arquitectónicos
y las conexiones entre los cuartos, son elementos relevantes a tener en cuenta en
enfoques espaciales de este tipo (Wilk y Rathje 1982). Al respecto Nielsen, siguiendo
a Giddens (1979), opina que las viviendas “... pueden ser entendidas como parte de
estrategias de posicionamiento, cuya variación se explica no sólo con referencia al
rango de ciertos individuos o grupos, sino a las condiciones generales de reproducción
de la estructura social” (Nielsen 2001: 43).
De acuerdo con los autores arriba comentados, se considera a la vivienda como
reflejo y generador activo de la conducta social, siendo sus características formales
un medio perdurable que impone esquemas de organización social. En este sentido,
no se reducen a un mero objeto arquitectónico condicionado por un contexto material,
sino que también deben ser vistas como desempeñando un rol activo en la producción
de la estructura social. El tamaño, los esquemas formales, los materiales y las técnicas

38 |
| REPRODUCCIÓN DE LA DIFERENCIACIÓN Y HETEROGENEIDAD SOCIAL EN EL ESPACIO DOMÉSTICO |

empleadas en la construcción, la partición y articulación interna, pueden actuar como


indicadores válidos del acceso diferencial a la riqueza.
Los estudios de sintaxis espacial que buscan “leer” la comunicación no verbal
que adjunta la arquitectura, enfocándose en el estudio de los accesos, las conexiones
y la circulación, han demostrado ser claves a la hora de interpretar como se reproduce
el control social en este tipo de escenarios (Foster 1989; Lawrence 1990; Moore
1996; Nielsen 1995; Parker Pearson y Richards 1994; Sanders 1990; Steadman 1996;
entre otros). Es así que, por ejemplo, un ingreso restringido a las viviendas puede
estar objetivando una segregación en la organización social. Asimismo, la comunicación
entre los cuartos y la circulación interna, además de indicar la interacción entre sus
ocupantes y los diferentes roles actuados en cada uno de ellos, puede estar
reproduciendo la heterogeneidad de la comunidad a la que pertenecen.
La organización del espacio doméstico está en estrecha relación con el paisaje
natural y construido más amplio que las contiene, como es, por ejemplo, el sistema
de asentamiento. Los elementos del medio codifican información que, al ser
decodificada y filtrada, guían y canalizan las respuestas de sus habitantes. De tal manera,
su significado opera de manera asociada a determinada esfera perceptual (Rapoport
1990b).
De acuerdo con el comportamiento apropiado y esperado a lo largo de los
espacios construidos, la población constantemente reitera el orden social. De esta
manera, la arquitectura se transforma en una importante herramienta en la
estructuración de las actividades que constituyen la organización social, expresando y
contrastando las relaciones entre los individuos y los grupos (Tilley 1994).
Rapoport (1990a), especialmente interesado en la conducta del hombre en el
ambiente construido, plantea que la arquitectura adjunta conducta y que los sistemas
de actividades tienen lugar en un sistema de escenas, dentro de un ambiente que
recuerda a sus ocupantes las reglas y conductas apropiadas para cada escena. Dentro
de las escenas hay sostenes que estimulan la conducta apropiada, como son por
ejemplo, la forma de los cuartos y/o su mobiliario. Así Barrett, siguiendo a Rapoport,
al estudiar el espacio doméstico de la Edad del Bronce señala:

“Architecture will mean little if we only view it in terms of allocation


and ordering of space, or of the activities which may have occupied those
spaces. Inhabited architecture facilitates the orientation of the body’s movement,
it directs progress from one place to another, it enables activities to be assigned
to particular places, it orientates and focuses the attention of the practitioners.
Architecture is therefore used in the structuring of time-space, the consumption
of time, as does the path of movement linking these settings. Clearly the
allocation of activities within the spaces demarcated by the architecture may
vary, and different sequences of movement may be chosen between these activities,
forming what Rapoport (1990) terms “activity systems”. These linkages are
directional and the primacy given to one place by following one path of movement
is a definition of temporal order (Barrett 1997: 91).”

| 39
| A DRIANA C ALLEGARI |

Un aspecto relevante que consideran Wilk y Rathje (1982) al ocuparse de la


producción de la unidad doméstica es lo que denominan “fijado de la conducta
productiva o actuación de la tarea”, distinguiendo tres formas básicas: lineal, simultánea
simple y compleja. La mayoría de los autores que trabajan con las viviendas sostienen
que existe una relación entre el aumento de la complejidad social, o por lo menos
económica y una mayor demanda de actividades diferenciadas con sus
correspondientes escenarios (Kent 1990a y b; Steadman 1996; Wilk y Rathje 1982).
El aumento de la complejidad en el estilo de vida social y económica de una comunidad
va acompañado por un aumento en el número y sistemas de actividades. Hecho que
a su vez generará sistemas de escenarios cada vez más especializados, siendo algunos
de ellos apropiados para la representación de una única tarea (Rapoport 1990a).
En la aproximación a la problemática aquí planteada se puso especial atención al
modelo analítico propuesto por Kent (1990a y b) para abordar la arquitectura de las
viviendas en las sociedades sedentarias. Este se fundamenta en dos postulados básicos:
1) la organización del espacio y el grado de división y segmentación dentro del
asentamiento se corresponde con el nivel de complejidad de esa sociedad; y 2) el
incremento de la complejidad social produce un aumento en la segmentación y división
en el asentamiento y, particularmente, dentro de la vivienda (Kent 1990b). Es así que,
cuando los grupos se vuelven social y políticamente más complejos el uso del espacio
y la arquitectura también se hace más segmentado. La partición arquitectónica puede
ser física, con rasgos reales como paredes, o conceptual con habitantes que
conscientemente diferencian áreas de especialización o áreas tabú que no pueden
identificarse físicamente (Kent 1990b).

Aspectos Metodológicos

De acuerdo con los presupuestos teóricos comentados en el acápite anterior, al


indagar cómo se reproduce la estructura social en los espacios domésticos del sitio
Rincón del Toro se ponderó el análisis arquitectónico, poniendo especial atención en
las técnicas constructivas, los esquemas formales, los tipos de accesos y la articulación
y circulación entre los cuartos. Las composiciones de los conjuntos materiales
recuperados en las excavaciones realizadas en algunas de las viviendas son mencionadas
como apoyo, más que como evidencias primarias.
Dada la importancia que revisten las estructuras de combustión como organiza-
doras del espacio, además que para la datación cronológica, se prestó especial aten-
ción a su distribución dentro de las viviendas (aunque con diferentes dimensiones y
potencia, todos los fogones corresponden al tipo cubeta simple sin ningún otro
rasgo de preparación).
La contemporaneidad de los sitios que componen el sistema se fundamenta
tanto en indicadores cronológicos relativos como absolutos. Entre los primeros figuran
el hecho de que todos comparten un mismo patrón de instalación en el interior de

40 |
| REPRODUCCIÓN DE LA DIFERENCIACIÓN Y HETEROGENEIDAD SOCIAL EN EL ESPACIO DOMÉSTICO |

rincones y las técnicas constructivas. El material cerámico recuperado en recolecciones


de superficie intensivas realizadas en cada uno de ellos presentaron los mismos grupos
cerámicos: Ordinarios, Inclusiones finas, Aguada y Alpatauca. Con relación a los
indicadores cronológicos absolutos, los resultados de los 11 fechados 14C y sus
calibraciones, indicaron que el sistema habría estado ocupado entre ca. 850-950 d.C.
y el 1350-1400 d.C. 1 (con dos sigmas de desviación estándar). Los fechados
radiocarbónicos se distribuyen de la siguiente manera: siete dataciones provienen de
las excavaciones realizadas en algunas de las unidades domésticas del Rincón del
Toro (que se especifican más abajo); dos dataciones de muestras de sondeos
practicados en la Fortaleza del Cerro el Toro; un fechado de un sondeo realizado en
el sitio Rincón Las Trojitas y uno de un sondeo abierto en el sitio Rincón la Cantera
(para profundizar sobre los aspectos cronológicos consultar Callegari 2004; Callegari
y Gonaldi 2005, 2006).
En los cálculos demográficos se consideraron las propuestas de Plog (1975) y
Hassan (1978), que basan sus estimaciones en la cantidad de individuos por unidad
doméstica. Los aspectos básicos que se tomaron en consideración fueron: 1) cantidad
y tamaño de las unidades domésticas, y el número de recintos que las componen; 2)
en el caso de las viviendas compuestas, se prestó atención a la principal actividad que
se habría actuado en cada uno de los recintos que las integran; 3) a partir de los
puntos anteriores, se estimó el tamaño del núcleo familiar que habría habitado en
cada unidad doméstica; y 4) el lapso de ocupación y factor de contemporaneidad
entre los espacios domésticos. Atendiendo a cada uno de estos puntos se estimó la
población media para cada sitio, la cual representó al “tamaño”. Posteriormente, con
las cifras obtenidas los sitios fueron rankeados de acuerdo con los presupuestos de
la norma rango/tamaño (r/t) (Johnson 1987; Payter 1983). Los resultados de estas
estimaciones indicaron que el sistema de los rincones habría albergado una población
media de 478,5 personas2 (para un desarrollo más amplio del tema consultar Callegari
2005).

Heterogeneidad y Diferenciación Social a Nivel Intersitio

Los cerros de los faldeos terminales de la ladera occidental del Cordón de


Famatina y el Cerro Aspercito en el sector central del Valle de Vinchina, forman
profundas entradas en forma de U conocidas localmente como “rincones” (Figura
1). En el interior de estas formaciones se identificó un sistema integrado por diez
sitios que, como se mencionara, de acuerdo con el registro cerámico recuperado en
recolecciones de superficie y trabajos de excavación, indicó que corresponden a una
manifestación local de la sociedad Aguada (para una descripción más detallada del
sistema y los planos de los sitios que lo integran consultar Callegari 2004).

| 41
| A DRIANA C ALLEGARI |

Figura 1. Ubicación del sistema de sitios.

Como resultado de las recolecciones de superficie llevadas a cabo en cada uno


de los sitios que integran el sistema se recuperaron 2.076 fragmentos cerámicos.
Los resultados de las clasificaciones se presentan en la Tabla 1.

Tabla 1. Clasificación del material cerámico de los rincones recolectado en superficie.

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Tabla 1. Clasificación del material cerámico de los rincones recolectado en superficie. Cont.

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Los relevamientos planimétricos realizados pusieron en evidencia que el sistema


en cuestión presenta diferentes tipos de estructuras que, además de indicar una
jerarquización socio-política, marcan una heterogeneidad social con relación al rol
principal que desempeñaron en el sistema. A continuación se caracteriza brevemente
a cada uno de los grupos de asentamiento.

Sitios Residenciales

Este grupo esta integrado por los sitios Rincón del Toro (Aparicio 1940-42;
Callegari 2001, 2004) y la Fortaleza del Cerro el Toro (Callegari 2004; de La Fuente
1971). Ambos presentan una alta concentración de unidades domésticas simples y
compuestas, las últimas están integradas por dos o tres recintos con diferentes tipos
de accesos y circulación. La Fortaleza, por encontrarse emplazada en la cima del
cerro homónimo con un ingreso restringido controlado por dos puestos construidos
con ese fin, y la presencia de murallas y troneras, habría albergando en situaciones de
conflicto a la población que habitó en los rincones, especialmente a la del Rincón del
Toro. Tales componentes arquitectónicos hacen que, además de comportarse como
un sitio residencial en caso de ataque, habría desempeñado un rol defensivo-ofensivo.

Sitios Productores

Está compuesto por los asentamientos Rincón La Cantera, Rincón El Corral,


Rincón Las Trojitas y Rincón de la Peña Rosada. Todos ellos se caracterizan por
haber albergado una baja densidad de población dedicada a la producción agrícola
y ganadera, lo cual estaría evidenciado por la presencia de corrales en los sectores
más bajos; y andenes y canchones de cultivo sobre las laderas de los cerros, los que
fueron previamente despedradas. En líneas generales el espacio destinado a la pro-
ducción estaba protegido y controlado por grandes murallas y plataformas.

Sitios de Control

Lo componen los sitios Rincón Adga, Rincón de Caballos, Rincón Adoquines y


La Puntilla. Se caracterizan por presentar estructuras defensivas y de control sobre
cerros de laderas muy escarpadas, con una muy baja cantidad o ausencia total de
recintos (por el último motivo no se incluyó La Puntilla en la Figura 2). A pesar de las
diferencias arriba consignadas todos los asentamientos del sistema comparten una
serie de rasgos, como son la elección de una estrategia de invisibilidad en el
emplazamiento, en lugares de difícil acceso pero con una amplia visibilidad y control
del paisaje; y una gran cantidad de energía invertida en la construcción de estructuras
de carácter defensivas orientadas hacia el fondo del valle3.
Como ya se comentara en los aspectos metodológicos, a partir de las cifras
obtenidas de los cálculos demográficos efectuados en cada sitio, estos fueron

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rankeados siguiendo la norma rango/tamaño (r/t). Obteniéndose, de esta manera,


una distribución característica de una incipiente complejización socio-política y
concentración del poder como se representa en la Figura 24 (Johnson 1987; Payter
1983).

Figura 2. Representación rango/tamaño del sistema de los rincones. Referencias:


1. Rincón del Toro, 2. Fortaleza del Cerro el Toro, 3. Rincón La Cantera, 4. Rincón El
Corral, 5. Rincón Las Trojitas, 6. Rincón La Peña Rosada (Las Parecitas), 7. Rincón
Adga, 8. Rincón Caballos, 9. Rincón Los Adoquines.

Heterogeneidad y Diferenciación Social a Nivel Intrasitio

De acuerdo con los lineamientos planteados por la arqueología que apunta al


estudio de las unidades domésticas y los estudios sintácticos comentados en el primer
acápite, en este nivel se abordan problemáticas sociales tales como complejidad,
desigualdad y heterogeneidad social y relaciones interpersonales en el sitio Rincón del
Toro (Figura 3).

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Figura 3. Vista general del sitio Rincón del Toro.

El sitio Rincón del Toro (Aparicio 1940-42; Callegari 2001, 2004) se ubica sobre
las laderas del Cerro El Toro a 28º 59´54" de latitud sur y a 68º 10´15" de longitud
oeste. Las construcciones se escalonan sobre los conos sur y norte del cerro,
aprovechándose las posibilidades que brindó el terreno. Está compuesto por cinco
muros de contención y ocho plataformas en los puntos más elevados y con mejor
visibilidad del valle, y 52 unidades domésticas entre las que se distinguen: 37 simples,
once compuestas por dos recintos y cuatro compuestas por tres recintos, de plantas
subrectangulares y subcirculares (futuros trabajos de excavación podrían hacer variar
estas cifras).
La técnica de construcción empleada fue la de pared doble de piedra con relleno
de ripio y sin argamasa, de un ancho que oscila entre 0,70 y 1m. En muchos casos se
aprovecharon las grandes rocas que se encuentran en el terreno para apoyar las paredes
de pirca, técnica que también se registró en los asentamientos ubicados en los otros
rincones que integran el sistema.
La clasificación del material cerámico recolectado en superficie, 448 fragmentos,
se consigna en la Tabla 1.
Sobre 14 rocas planas localizadas entre los recintos y marcando los limites del
sitio se identificaron una serie de grabados. La mayoría de estas manifestaciones
plásticas se encuentran en la porción inferior del cono norte donde, a su vez, se
localiza la mayor concentración de viviendas (Figura 4). Algunos de ellos muestran
motivos característicos del repertorio iconográfico Aguada, como son hombres con
atributos de jaguar, manchas, mascariformes, figuras con doble lectura y de tipo
abstracto (Callegari 2001).

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Figura 4. Plano del Cono Norte del Rincón del Toro.

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Se seleccionó al menos una unidad doméstica de cada tipo –simples, compuestas


por dos recintos y compuestas por tres recintos– que fueron excavadas en su totalidad.
Esto permitió comparar los contextos materiales recuperados entre los diferentes
tipos de unidades domésticas y, al mismo tiempo, arribar a algunas interpretaciones
en relación a las diferentes tareas que se habrían actuado en cada uno de estos escenarios
(que según el caso fue considerado como la unidad doméstica completa o por los
cuartos que las componen).
Se excavaron seis viviendas, sombreadas en el plano de la Figura 4,
correspondientes a los siguientes tipos:

1- unidades domésticas simples: R1, R2 y R 46;


2- unidades doméstica compuesta por dos recintos: R 3 (A y B) y R 44-45 (por
el momento se excavó el R 45);
3- unidad doméstica compuesta por tres recintos: R19, R 19 (A) y R 20.

Cabe señalar que en todas las viviendas trabajadas se identificó un único piso de
habitación.

Unidades Domésticas Simples

Unidad Doméstica R1. Unidad doméstica pequeña (Figura 5) de forma subcircular


construida con pared doble y relleno de ripio, de acceso abierto no restringido y con
una circulación no redistributiva (Moore 1996). En el centro del piso de la vivienda
se registró una estructura de combustión del tipo cubeta simple, de donde se extrajeron
algunos huesos muy fragmentados y una pequeña punta de proyectil; tales evidencias
indicarían que habría sido utilizado para cocinar. Recostados sobre las paredes, se
identificaron tres vestigios de combustión de poca potencia no formatizados, que
podrían haber sido utilizados para calentar la vivienda. Se realizó un fechado de 14C
sobre una muestra tomada del fogón ubicado en el centro de la vivienda cuyo resultado
se consigna en la Tabla 2.

Tabla 2. Fechados radiocarbónicos.

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De la excavación de esta unidad se recuperó un total de 126 fragmentos


cerámicos, la mayoría de los cuales estaban ubicados en las inmediaciones de las
paredes. La clasificación por grupos cerámicos se presenta en la Tabla 3. Además se
extrajeron 36 artefactos líticos: dos puntas de proyectil, una preforma, un núcleo, 19
lascas de diferentes tipos y 13 indeterminados.

Figura 5. Unidad doméstica R 1.


Tabla 3. Clasificación del material cerámico recuperado de la excavación del R 1.

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El hecho de haberse recuperado una baja cantidad de materiales dispuestos en


las inmediaciones de las paredes, podría estar señalando la costumbre de sus moradores
de barrer el piso, y/o que ciertas actividades se hubiesen desarrollado fuera del espacio
doméstico.

Unidad Doméstica R 2. Unidad simple de reducidas dimensiones y forma subcircular,


construida con pared doble y relleno de ripio que apoya sobre dos grandes rocas.
Presenta un acceso abierto no restringido y una circulación no redistributiva (Figura 6).

Figura 6. Unidad doméstica R 2.

Sobre una de las grandes rocas se individualizó una pequeña estructura de


combustión de poca potencia de donde se obtuvo una medición radiocarbónica,
cuyo resultado se consigna en la Tabla 2.

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Se extrajeron 56 fragmentos cerámicos, cuya clasificación se consigna en la Tabla


4. Además se recuperaron 15 artefactos líticos: diez lascas de diferentes tipos y cinco
indeterminados.

Tabla 4. Clasificación del material cerámico recuperado de la excavación del R 2.

Como en el caso anterior, las reducidas dimensiones de la vivienda y el escaso


material recuperado hacen suponer que algunas de las tareas domésticas tuvieron
lugar extramuros; sin por ello descartar la posibilidad de que el piso haya sido barrido.
Al limpiar un sector de la pared que linda con la unidad R9, entre los muros de
ambas viviendas se extrajeron huesos extremadamente fracturados, algunos desechos
líticos y tiestos cerámicos de tamaño muy reducido. Este tipo de registro estaría
indicando la costumbre de sus moradores de tirar la basura extramuros. Al respecto,
hay que mencionar que no se localizó ninguna estructura de descarte dentro del sitio,
otra posibilidad a tener en cuenta es que hayan aprovechado las torrenteras que
limitan el sitio, por el norte y el sur, para arrojar los desechos.

Unidad Doméstica R 46. Vivienda de forma subrectangular construida con pared


doble y relleno de ripio, en este caso las paredes no apoyan sobre las rocas de terreno
(Figura 7). El acceso es restringido a través de un angosto pasillo y la circulación es
no redistributiva. Se identificó un umbral constituido por una piedra plana encastrada
en la parte inferior de los vanos de la entrada, evaluando la posibilidad de que existiera
una ofrenda fundacional por debajo se la removió y, después de constatar lo contrario,
se la reubicó en su posición original.
La clasificación por grupos cerámicos de los 342 fragmentos recuperados se
consigna en la Tabla 5. Se extrajeron 476 artefactos líticos, entre los cuales se identificó:
un raspador, un punta de proyectil, un núcleo, 58 lascas de diferentes tipos, cuatro
lascas de filo natural (con rastros de uso), 391 desechos de talla y 20 indeterminados.

Tabla 5. Clasificación del material cerámico recuperado de la excavación del R 46.

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En las inmediaciones de la entrada y apoyando sobre la pared este del recinto se


ubicó la estructura de combustión más potente (entre 0,80 y 0,90 m profundidad),
de la cual se tomó una muestra de carbón que fue fechada por el método de 14C y
cuyo resultado se presenta en la Tabla 2. Rodeándola hay una superficie de tierra
quemada con abundante espículas de carbón y cenizas. En otros sectores del piso se
individualizaron otras estructuras de combustión de poca potencia, que posiblemente
hayan sido utilizadas de manera ocasional o para calentar la vivienda.

Figura 7. Unidad doméstica R 46.

El hecho de ser una vivienda de dimensiones mayores, y de la cual se extrajo una


cantidad de material notoriamente superior a la de las unidades simples arriba
comentadas, haría suponer que funcionó como un espacio plurifuncional, donde las
mayoría de las actuaciones de las tareas habrían tenido lugar en un único escenario.

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Unidades Domésticas Compuesta por dos Cuartos

Unidad Doméstica R 3 (A) y (B). El acceso a la vivienda es abierto, no restringido


y la circulación es de tipo redistributiva asimétrica (Figura 8). En el R3 (B), por el que
se accede a la vivienda no se registró ninguna estructura de combustión, lo cual
estaría indicando que no habría sido usado como espacio para cocinar.

Figura 8. Unidad doméstica R 3 (A) y (B).

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Se tomó una muestra de carbón disperso del piso del recinto que fue fechada
con el método de 14C (Tabla 2). Dada la característica de la muestra (carbón disperso)
y que el resultado obtenido se dispara notoriamente del resto de la serie,
momentáneamente se lo considera poco confiable.
La comunicación entre los cuartos tiene lugar a través de un deflector a
continuación del cual y, apoyando sobre la pared norte del R3 (A) se registró una
estructura de combustión. Asimismo, sobre la pared sur hay un área con tierra
quemada, cenizas y carbones de pequeñas dimensiones. Estas evidencias estarían
indicando que en el R3 (A) se habría cocinado y, dado que es ahí donde se habría
mantenido más la temperatura, posiblemente también haya sido utilizado como
habitación. Por otro lado, fue de este cuarto donde se obtuvo mayor cantidad de
material cerámico y lítico.
Entre ambos recintos se recuperaron 59 fragmentos cerámicos. La clasificación
por recintos se expresa en la Tabla 6. Se extrajeron además 20 artefactos líticos: un
artefacto con retoque sumario, 12 lascas (dos corresponden al R3 (B)) y cinco
indeterminados.

Tabla 6. Clasificación del material cerámico recuperado de la excavación de los R 3 (A) y R 3 (B).

Unidad Doméstica R 44-45. Unidad compuesta construida con pared doble y


relleno de ripio, con un acceso abierto no restringido (Figura 9). Las paredes del R 45
apoyan sobre rocas del terreno, sobre las cuales se identificaron las estructuras de
combustión más potentes que habrían actuado como fogones. En otros sectores de
sus paredes se individualizaron estructuras carbonosas de poca potencia, posiblemente
usadas para calentar el recinto.
De la excavación de este cuarto se recuperaron 100 fragmentos cerámicos cuya
clasificación se consigna en la Tabla 7, y 170 artefactos líticos distribuidos de la siguiente
manera: tres puntas, un perforador, una lasca de filo natural (con rastros de uso), 143
desechos de talla y 22 indeterminados.

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Figura 9. Recinto R 45 correspondiente a la unidad doméstica Rs. 44-45.

El hallazgo de dos prills (gotas) de cobre haría suponer que alguna de las etapas
del proceso de producción metalúrgica habría tenido lugar dentro del espacio
doméstico (Craddock 1995; Cristian Jacob, comunicación personal).

Tabla 7. Clasificación del material cerámico recuperado de la excavación del R 45.

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Dado que el escaso material óseo recobrado de las unidades domésticas


comentadas se encontraba extremadamente fracturado, no fue posible realizar algún
tipo de determinación taxonómica.

Unidad Doméstica compuesta por tres cuartos

Unidad Doméstica Rs 20, 19 y 19(A). Esta unidad presenta la misma técnica


constructiva que las anteriores, de paredes de pirca doble rellenas con ripio y ningún
sector de su perímetro apoya sobre las rocas del terreno. El acceso es restringido a
través de un deflector o pasillo que da al recinto R 20, a partir del cual la circulación
con el resto de los cuartos que componen la unidad es de tipo redistributiva y simétrica
(Figura 10).

Figuras 10. Unidad doméstica Rs. 19, 19(A) y 20.

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| REPRODUCCIÓN DE LA DIFERENCIACIÓN Y HETEROGENEIDAD SOCIAL EN EL ESPACIO DOMÉSTICO |

Está integrada por tres recintos que de acuerdo con el registro recuperado habrían
funcionado como distintos escenarios, en cada uno de los cuales se habrían actuado
diferentes actividades. De los trabajos de excavación realizados en esta unidad
doméstica se recuperó un total de 732 fragmentos cerámicos (Tabla 8) y 950 artefactos
líticos.

Tabla 8. Clasificación del material cerámico recuperado de la excavación de los R 19, R19 (A) y R 20.

R 20. Con una superficie de 22,80 m2 (6 x 3,80 m), es el recinto de mayores


dimensiones de la vivienda. En relación a su tamaño presentó una baja densidad de
material arqueológico, consistente en 290 fragmentos cerámicos (ver Tabla 8) y 577
artefactos líticos: una punta de proyectil, una preforma, un núcleo, una mano de
mortero, 571 lascas de diferentes tipos y dos indeterminados. El análisis del material
óseo indicó: un MNI de Lama sp, un MNI de Chaetophractus sp, un MNI Chinchillidae
sp.
En el piso de este recinto, que se ubica a un nivel algo superior al de los otros
dos contiguos, no se registró ninguna estructura de combustión, sino ocho
concentraciones de cenizas y espículas de carbón de poca potencia distribuidas en
diferentes partes de su superficie, tal vez producto de “voladuras” o desechos de un
fogón cercano. Asimismo, el registro recuperado se encuentra distribuido por toda
su superficie, evidenciándose una mayor concentración de materiales hacia la pared
interior que forma el deflector. Las características y disposición del contexto harían
suponer que el recinto no fue destinado para el desarrollo de una tarea específica,
sino más bien habría funcionado como un patio.
R 19. A través de dos accesos se comunica con los cuartos adyacentes, el R20 y
el R19 (A). En el centro del piso de la habitación se identificó una estructura de
combustión de considerable potencia. Recostadas sobre algunas de las paredes hay

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pequeñas manchas de carbón y cenizas de poca potencia, evidencias de eventos de


combustión aislados, de las que se tomaron dos muestras a las que se les aplicaron
mediciones radiométricas (ver Tabla 2).
De este cuarto fue de donde se recuperó mayor cantidad y variedad de materiales
consistente en 386 fragmentos cerámicos (ver Tabla 8); y 41 artefactos líticos: una
punta de proyectil, un percutor, dos núcleos, seis lascas de diferentes tipos, 30
artefactos indeterminados y una cuenta. Al excavar la cuadrícula 7, por debajo del
piso de habitación, se localizó un hoyo a manera de escondite dentro del cual se
hallaron algunos fragmentos cerámicos, líticos, óseos, una cuenta y una punta de
proyectil.
A partir del análisis del material óseo se pudo determinar: un MNI de Lama sp,
un MNI Chinchillidae sp., un MNI de Pseudalopex sp., cuatro MNI de Gasterópodos sp. y
un bivalbo indeterminado.
Entre los hallazgos hay que destacar un pequeño cincel de bronce de fina factura
de 2,5 cm de largo por 0,9 cm de ancho. Los análisis dispersivos de energía de rayos
X (E.D.A.X.) realizados en el Laboratorio de Materiales de la Comisión Nacional de
Energía Atómica (CONEA), indicaron que fue confeccionado con cobre arsenical
proveniente de la Sierra de Famatina (ubicada en las inmediaciones pero en una cota
marcadamente mayor).
De acuerdo con la cantidad, tipo y distribución del registro recuperado en este
cuarto, se considera que fue utilizado como el principal espacio de habitación de la
vivienda.
Recinto 19 (A). Es un recinto de pequeñas dimensiones, 4 x 2 m, cuyo piso se
encontró al mismo nivel que el del anterior. Toda su superficie estaba cubierta por
carbones y cenizas, identificándose una mayor concentración en el sector noreste,
donde se ubica el núcleo de la estructura de combustión.
De la excavación se extrajeron abundante cantidad de plaquetas de pichi, cuyo
análisis indicó dos MNI de Chaetophractus sp. Además se recuperaron 56 fragmentos
cerámicos (ver Tabla 8) y 332 artefactos líticos: un raspador, dos puntas de proyectil,
un percutor, una preforma, cinco núcleos, 100 lascas de diferentes tipos y 222
indeterminados.
De acuerdo con el tamaño, las características formales y el contexto recuperado,
se interpreta que este cuarto fue utilizado específicamente como cocina. Cabe señalar
que es donde la cerámica ordinaria (generalmente con manchas de tizne) presentó el
porcentaje más alto de toda la unidad doméstica (70%).
En las inmediaciones de esta unidad doméstica se ubica un grabado (P11) de un
alto contenido simbólico que admite dos lecturas: de manera frontal se representó a
un mascariforme con orejeras; mientras que en norma lateral se figuró a una gran
fauces con un ojo, similar al motivo decorativo (2) correspondiente a una cerámica
Aguada pintada (Figura 11:P11 (1), (2) y (3) ).

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Figura 11. Petroglifo y su lectura.

Consideraciones Finales

La distribución de los sitios según la norma rango-tamaño marcó una


jerarquización y diferenciación social acorde con un incipiente proceso de
complejización socio-política. A su vez, la heterogeneidad social se manifiesta en la
presencia de diferentes tipos de construcciones relacionadas con la principal función
que cada sitio habría desempeñado en el sistema.
Ambas variables se encuentran reproducidas en el sitio residencial Rincón del
Toro. Con relación a la primera, la diferenciación social, la muy baja proporción de
unidades compuestas (cuatro con tres cuartos y 11 con dos cuartos) contra 37
unidades domésticas simples, estaría marcando una asimetría en el acceso a los bie-
nes de riqueza. Hecho que se vería reforzado por la cantidad y variedad de los

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contextos materiales recuperados de la unidad doméstica compuesta por tres recin-


tos, algunos con un capital simbólico adicional (como es el caso del pequeño cincel
confeccionado en bronce arsenical y el petroglifo P11 ubicado en las inmediaciones).
Por otro lado el ingreso restringido que presentan algunas viviendas, además de
manifestar el deseo de sus ocupantes de controlar su privacidad estableciendo un
límite con el exterior, podría estar reflejando una segregación a nivel intercomunitario.
Las unidades simples de acceso abierto y con una circulación simple, habrían
funcionado como escenarios de múltiples actividades. Sin por ello descartar la posi-
bilidad que ciertas tareas hayan sido desarrolladas extramuros, especialmente si se
considera las reducidas dimensiones que, en líneas generales, presentan este tipo de
espacios domésticos. En cambio la unidad compuesta por tres recintos con una
circulación interna compleja, mostró una clara diferenciación en la actuación de las
tareas entre cada uno de ellos.
Lo arriba comentado concuerda con las propuestas de Wilk y Rathje (1982),
Kent (1990a y b) y Steadman (1996), que postulan que el grado de segmentación y
circulación dentro de un asentamiento y, particularmente dentro de una vivienda,
reproduciría el nivel de heterogeneidad y complejidad sociopolítica alcanzado por la
sociedad a la cual pertenecen.
Si bien aún es necesario avanzar en ciertas líneas de investigación, como son el
acceso a los recursos, análisis del esfuerzo social y áreas de actividad, entre otras;
momentáneamente se argumenta a partir de la información obtenida del análisis del
registro arquitectónico, que la estructura jerárquica y heterogénea de la sociedad Aguada
que aquí nos ocupa habría actuado de manera recursiva con las unidades residencia-
les del sitio Rincón del Toro, reproduciéndola intramuros y, al mismo tiempo, contri-
buyendo a generarla.

Agradecimientos. A los estudiantes de arqueología de la Facultad de Filosofía y Letras de la


Universidad de Buenos Aires que han colaborado en los trabajos de campo y gabinete. Especial-
mente a Gabriela Rodríguez, Gisela Spengler, Lucía Wisniesky, Silvina Aumont y Roberto
Pappalardo. A Gisela Spengler por ayudarme en la confección de las ilustraciones. Las investiga-
ciones han sido financiadas por: CONICET -PIP 0089-98, UBA- UBACyT 01- F 169 y FOCYT-
PICT 12182.

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Notas
1. Este rango temporal, aunque algo tardío para Aguada, se corresponde con los fechados
recientemente informados por investigadores que trabajan en otros ámbitos con la
problemática Aguada (Baldini et al. 2000; Boschín y Llamazares 1996; Callegari y Gonaldi
2006; Gordillo 2005).
2. El tamaño medio de la población se obtuvo entre un máximo de 592 y un mínimo de 365
personas. En tales cálculos no se tomó en consideración a la Fortaleza del Cerro el Toro, pues
se postula que habría sido ocupada por los habitantes del Rincón del Toro y de los otros
rincones en situaciones de conflicto (de ser incluida la población media ascendería a 730
habitantes).
3. Entre las que se pueden mencionar: sendas que comunican algunos de los rincones por las
altas cotas, grandes murallas que resguardan los espacios productivos (construcciones agrícolas
y corrales), plataformas y miradores.
4. La distribución resultante del análisis r/t (Figura 2) se ubica por arriba de la línea logarítmica
normal (tipo convexa) por la inclusión de la Fortaleza del Cerro el Toro, que prácticamente
tiene el mismo tamaño que el sitio Rincón del Toro. Si por lo comentado en la nota 2 se la
excluyera de la representación, la distribución resultante caería por debajo de la logarítmica
normal (tipo cóncava) (Callegari 2004).

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| D ETRÁS DE LAS PAREDES… ARQUITECTURA Y ESPACIOS DOMÉSTICOS |

DETRAS DE LAS PAREDES...ARQUITECTURA Y ESPACIOS


DOMESTICOS EN EL AREA DE LA RINCONADA (AMBATO,
CATAMARCA)

Inés Gordillo*

La arquitectura es con frecuencia un dato arqueológico inigualable que involucra


desde el escenario más íntimo de una actividad cotidiana hasta la lógica espacial que
domina cada sociedad. Hoy es posible abordarla desde una nutrida variedad de
enfoques y aportes multidisciplinarios que penetran en sus distintas dimensiones
formales, simbólicas, comunicativas, políticas, etc. Ante ese panorama, la presente
propuesta es un intento por explorar algunas de las posibilidades que ofrece el tema
para interpretar contextos arqueológicos particulares del Noroeste Argentino,
focalizando algunos aspectos significativos y dejando muchas preguntas abiertas y
vías de análisis por transitar.
¿Qué nos está diciendo el espacio arquitectónico acerca de las sociedades que se
sucedieron en la geografía valliserrana? Con relación al Período de Integración Re-
gional, y admitiendo que representa un cambio significativo respecto a las sociedades
previas ¿cómo se visualiza ese cambio en el uso y conformación del espacio? Cierta-
mente puede hablarse de un despunte de la arquitectura pública y ritual; entonces
¿cuál es su correlato en los espacios domésticos, fúnebres o productivos? Si es cierto
que existió un incremento de las desigualdades sociales y consecuentes estrategias de
poder –con un rol decisivo de la religión y sus prácticas– que se esbozan en paisajes
novedosos (González 1998; Gordillo 2004a, 2004b; Laguens 2005; entre otros) ¿po-
demos sospechar formas paralelas de resistencia que estarían mayormente materia-
lizadas en los espacios domésticos? De lo contrario, si aún con una marcada hetero-
geneidad social no hay formas definitivas de concentración del poder o si este res-
ponde a estrategias corporativas ¿cuál es la dialéctica entre los múltiples espacios
arquitectónicos y cuál la lógica que los caracteriza e integra? Estos son algunos de
tantos interrogantes que se disparan en el marco de la problemática de Aguada y sus
paisajes, junto a muchos otros de trama fina que surgen ante los registros arqueoló-
gicos específicos que enfrentamos.

*
Instituto de Ciencias Antropológicas, Sección Arqueología. Facultad de Filosofía y Letras,
Universidad de Buenos Aires.

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| INÉS GORDILLO |

Tomaré el caso de La Rinconada (Iglesia de los Indios) y de Ambato en general,


considerando también los resultados de otras investigaciones que se desarrollan en la
zona, para abordar el perfil propio que exhibe allí el paisaje arquitectónico y, en
particular, el espacio doméstico. Cabe recordar que aquel sitio se destaca por su
arquitectura pública, tema que he tratado en otras ocasiones (Gordillo 1995; 2004b,
2004c y 2005) y que no puede ignorarse en el presente análisis.

Arquitectura: Trama, Estilo y Tecnología

En términos generales, La Rinconada se define por una arquitectura muy


elaborada y estable, de estilo sólido, robusto, en donde predominan los planos
regulares, los ángulos rectos y los volúmenes bajos y apaisados en un juego de
alternancias con espacios vacíos, libres de construcciones. Su trazado es ortogonal,
orientado con una desviación de alrededor de 10° respecto a los ejes cardinales1.

Figura 1. Plano general de La Rinconada (Iglesia de los Indios).

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| D ETRÁS DE LAS PAREDES… ARQUITECTURA Y ESPACIOS DOMÉSTICOS |

El ámbito residencial corresponde a sectores bien definidos dentro del sitio y se


diferencia de las áreas y construcciones de carácter netamente público y monumental.
Está integrado por diversas unidades arquitectónicas que se articulan entre sí formando
agregados mayores, en las ramas este y norte del complejo (Figura 1).
Los sectores residenciales están formados por unidades arquitectónicas de planta
rectangular con muros compartidos. Estos son anchos –1 m o más– con doble
paramento y relleno de tierra. Sus paredes muestran lienzos bien acabados y fueron
levantadas con dos técnicas básicas que frecuentemente se combinan entre sí: 1) de
piedras continuas y 2) de tapia y columnas de piedras superpuestas.
Para la construcción se emplearon materiales de distinto tipo y procedencia. Las
piedras, por ejemplo, fueron obtenidas de varias fuentes del área, como los
afloramientos rocosos de la ladera occidental o los cauces próximos. Los troncos
para postes y vigas corresponden a especies arbóreas autóctonas y alóctonas al valle,
se identificaron Phoebe sp. (laurel de la falda, con hábitat de Yungas) y Alnus sp. (aliso,
de la zona de Singuil)2, que son particularmente apropiadas para la construcción de
techos, función a la que fueron destinadas en el sitio.
La arquitectura residencial, y del sitio en su conjunto, indica planificación y alta
inversión de tiempo y trabajo. La extracción y acarreo de materias primas, suponen
un conocimiento de las fuentes y de las propiedades favorables de los recursos así
como una tecnología de transporte a corta, media y larga distancia, y la implementación
de estrategias de apropiación de recursos madereros alóctonos. La construcción
propiamente dicha requirió de prácticas colectivas de ejecución (canteado y colocación
de mampuestos, armado de estructuras aéreas, encofrados, rellenos, etc.) También
puede hablarse de un esfuerzo social orientado hacia el mantenimiento reparación y
remodelación, lo que define una continuidad sostenida en el tiempo junto a cambios
en la organización socio-espacial. Este proceso se habría interrumpido por el
abandono imprevisto y definitivo del lugar en los albores del segundo milenio de
nuestra era (Gordillo 2005), un suceso que también dejó huella en el registro
arquitectónico.

Escenarios Cotidianos

Las habitaciones corresponden a las construcciones definidas como recintos


tipo A (Gordillo 1995). He considerado varias líneas de evidencia para interpretar
estas estructuras como viviendas o unidades de habitación, como la forma, el tamaño,
la construcción, estructura, naturaleza de los depósitos y desechos internos, etc.
Constituyen el tipo de estructura más frecuente en los sitios del área. En Iglesia de los
Indios se identificaron claramente en superficie veintiún unidades, aunque su número
debió ser mayor a juzgar por las áreas con evidencias de construcciones que hoy
aparecen desdibujas en el terreno. Su reconocimiento y medición en toda la superficie
del sitio permitió, además, una estimación tentativa del tamaño de la población
residente en un rango promedio de 96-147 habitantes3.

| 67
| INÉS GORDILLO |

Por otra parte, hay varios espacios abiertos de grandes dimensiones que pueden
interpretarse como patios y que se diferencian de las habitaciones por su tamaño y
configuración. Se trata de los recintos tipo C (Gordillo 1995) que se disponen en
distintos sectores del sitio, nucleando a conjuntos de cinco o seis recintos menores.
Los datos del registro de superficie y, especialmente, de varias unidades excavadas,
luego confrontados con los conocidos para otros sitios del área, permitieron una
aproximación múltiple a estas unidades residenciales, cuyas principales características
puntualizo muy brevemente a continuación.

Características Generales

Las habitaciones son de planta rectangular o levemente trapezoidal, con un área


promedio interior de 35,4 m2. Las paredes fueron construidas preferentemente de
tapia con columnas, o bien combinadas con lienzos de piedra; sólo en una de las
habitaciones registradas (E4) no se identificaron columnas. Los techos eran a dos
aguas, constituidos por una armadura leñosa, cubierta de paja y torta, sostenida
centralmente por postes firmemente enclavados en los pisos de tierra dentro de
pozos circulares revestidos de piedras. En muchos casos, los accesos o entradas se
abren en los muros de paramentos pétreos; se delimitan por jambas en cada lado y
conforman, a través del ancho muro, un corto pasillo con sus paredes revestidas de
piedras (Figura 2).

Figura 2. Vista interna del acceso al recinto E4 desde el patio E5.

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| D ETRÁS DE LAS PAREDES… ARQUITECTURA Y ESPACIOS DOMÉSTICOS |

La planta de los grandes patios, que superan los 500 m2, está determinada por la
disposición de los recintos y muros perimetrales que los rodean. Los paramentos
son predominantemente de piedras y presentan vanos de comunicación con las
habitaciones. La información obtenida en el patio E5 revela que se trata de una
unidad semicubierta, con galerías o aleros laterales adyacentes a los muros, apoyados
sobre los mismos y caída a un agua hacia el interior del recinto. Los restos hallados en
su interior corresponden básicamente a un contexto de actividades múltiples
(procesamiento de fauna, molienda, almacenamiento, consumo de alimentos, rituales,
etc.) sellado en parte por el colapso arquitectónico.
Si bien todas las habitaciones comparten atributos arquitectónicos, es posible
observar aspectos particulares en cada una de ellas, que son especialmente visibles en
el registro de excavación. Hay estructuras que presentan una clara homogeneidad
constructiva, sin variaciones murarias importantes en sus paredes ni signos de
remodelaciones, como ocurre en las habitaciones E7 y E4. Otras, en cambio, presentan
una construcción heterogénea, situación que obedece fundamentalmente a sucesivas
remodelaciones. Por ejemplo, E15 parece haber sido ocupada durante un lapso muy
prolongado a juzgar por el grosor del depósito de ocupación y por las
transformaciones arquitectónicas que sufrió: un vano tapiado, cortes transversales en
los muros y adosamientos (Figura 3), una base de poste anulada, variaciones
importantes en la técnica y estilo constructivos, diferencias de altura en la base de los
muros, etc. Esta habitación tuvo una larga y dinámica trayectoria cuyo origen parece
haber sido anterior al de otras viviendas excavadas, pero que al igual que ellas fue
usada hasta el término de la ocupación.

Figura 3. Pared norte del recinto E15, con técnicas constructivas combinadas y
remodelaciones.
El espacio interior de las viviendas no presenta divisiones, al menos a través de
paredes. Aunque no existió una definida segmentación arquitectónica interna, las
proporciones de cada habitación, así como la ubicación y características de sus
componentes constructivos incidieron en la diferenciación de espacios interiores. En
este sentido es ilustrativo el caso de la habitación E4, donde tales atributos inmuebles
pueden correlacionarse con la distribución de los elementos muebles y, en
consecuencia, en las actividades allí desplegadas. Así, por ejemplo, hay espacios que
se definen en virtud de la frecuencia diferencial de desechos, cuya frontera se vincula
al eje longitudinal de la vivienda, a lo largo de cual se ubican la puerta, los postes, la

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| INÉS GORDILLO |

viga principal del techo y el remate de la cumbrera. Tal vez, una situación intermedia
entre la partición física, con rasgos reales, y la partición conceptual (Kent 1990).
Dentro de esas áreas y en relación con las distancias, la acción y la comunicación
involucraron un número limitado de personas, mientras que el control de acceso y
privacidad (Sanders 1990) se ejerció a escala de recinto completo –no de áreas internas–
y parecen haber estado garantizados por la presencia de una única entrada, la cual
además es relativamente estrecha y larga (Figura 4).

Figura 4. Planta de la superficie de ocupación de la habitación E4. Visibilidad desde el


acceso.

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| D ETRÁS DE LAS PAREDES… ARQUITECTURA Y ESPACIOS DOMÉSTICOS |

Si bien muchos de estos atributos son comunes a otras habitaciones, la vivienda


E4 exhibe otras características que la distinguen del conjunto. Está emplazada en el
parte más elevada del sector, en un lugar que fue ocupado antes de su construcción.
Arquitectónicamente es regular y elaborada, siendo la única habitación, de las conocidas
para el sitio, en la cual todas sus paredes internas están hechas con piedras continuas,
seleccionadas, canteadas y bien acomodadas. Este tipo de construcción implica un
mayor costo de materiales y de trabajo que el de las paredes de tapia con columnas
que aparecen en otras habitaciones. Paralelamente, el contenido mueble de esta unidad
señala, en términos comparativos, una mayor capacidad de almacenaje y consumo,
así como el empleo de artefactos más elaborados y de bienes suntuarios. Sobre esta
base y considerando conjuntamente el emplazamiento, la arquitectura y el registro
mueble (artefactual y faunístico) es posible considerar una posición de mayor jerarquía
para esta vivienda y sus habitantes.
En los distintos tipos de unidades domésticas excavadas los artefactos se
encontraron fragmentados, a excepción de unos pocos que no se rompieron debido
a su resistencia o pequeño tamaño –por ejemplo, los instrumentos de metal y algunos
adornos. Una abrumadora mayoría corresponde a recipientes alfareros de diferente
tipo, pero también se hallaron elementos confeccionados sobre otras materias primas
y restos faunísticos de diversas variedades de géneros y especies, entre los que se
destaca netamente Lama sp.
El estado y disposición de los materiales obedece a varios factores. Por un lado,
al uso y descarte de los mismos durante la ocupación de las viviendas y, por el otro,
al derrumbe de techo y paredes que marcan el abandono del sitio, así como también
a las acciones vinculadas e este último episodio y a los procesos posteriores. En
consecuencia, los materiales hallados en los niveles antrópicos de estos recintos
corresponden básicamente a desechos de facto y primarios (Schiffer 1972). Los
primeros, distribuidos sobre la superficie de ocupación de cada unidad, no fueron
objeto de descarte, pero si los afectó el colapso arquitectónico y, en algunos casos, la
destrucción intencional previa al mismo.
Los desechos primarios se vinculan a los procesos de formación o acumulación
de pisos domiciliarios, donde confluyen varios factores vinculados a la clase de
actividades desplegadas, a las características de los artefactos y materiales empleados,
a las conductas de descarte y limpieza, al tipo de suelo, etc. (Zeidler 1983). En las
habitaciones excavadas se observan depósitos de ocupación de pisos cuyo espesor
supera en ocasiones los 20 cm están constituidos por sedimento y elementos dispersos,
especialmente tiestos, fragmentos óseos y espículas de carbón4.
Por su parte, los desechos de facto comprenden a los materiales que estaban en
uso al final de la ocupación, entre los que se incluyen los fragmentos reutilizados o
conservados en estado de descarte provisorio (Hayden y Cannon 1983). Muchos de
los elementos hallados sobre la superficie de ocupación estaban parcialmente quemados
como consecuencia, en gran medida, de la acción del fuego durante los incendios de

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| INÉS GORDILLO |

los recintos. Una capa irregular con restos quemados de troncos, ramas y paja
correspondientes a los techos cubre a estos contextos finales como consecuencia de
aquel evento (Figura 5), después del cual no hay signos de actividad humana.

Figura 5. Troncos quemados de los techos sobre la superficie de ocupación de los recintos.

Conjuntos Artefactuales

Con respecto a la alfarería, en todas las habitaciones hay fragmentos


correspondientes a piezas de pasta fina, de tamaño mediano o pequeño y generalmente
decoradas. También están representados los tipos ordinarios, casi siempre de tamaño
grande y mediano, con o sin decoración pintada.
Resulta claro el predominio de las escudillas de cerámica fina, mayormente del
tipo Negro Grabado. Se trata de una clase de recipientes que, por definición, es
apropiada para servir y consumir alimentos5 –sin descartar otros usos a los que
pudieron destinarse–, su contexto más común son los depósitos de viviendas o
unidades domésticas y es de frecuente uso y reposición, por lo que sus restos
fragmentarios aparecen con altos índices de representación dentro de la basura (Rice
1987). Para el caso de La Rinconada, esto último explicaría la mayor frecuencia
relativa de escudillas en los depósitos de piso y áreas de descarte que en las superficies
finales de ocupación.

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| D ETRÁS DE LAS PAREDES… ARQUITECTURA Y ESPACIOS DOMÉSTICOS |

La otra clase de vasijas que es frecuente en las viviendas está constituida por las
ollas, que se asocian a varias categorías funcionales. Las ollas finas pudieron usarse
para conservar o guardar algún tipo de sustancia líquida o semilíquida. Hay ollas de
pasta tosca con restos de hollín en el sector externo inferior de la pieza que, sin duda,
fueron usadas para la cocción de alimentos. Otras habrían servido para
almacenamiento, como las grandes ollas o tinajas halladas con mayor frecuencia en
contextos de patio conteniendo frutos de chañar. Tal es el caso de la cerámica hallada
en el patio E5, donde aparecen parcial o totalmente fragmentadas in situ, y en mejor
estado de conservación que en las habitaciones. Son grandes recipientes restringidos
de base cónica, con o sin cuello y borde evertido, algunas de las cuales corresponden
al tipo Ambato Tricolor mientras que otras no presentan decoración (Figura 6).

Figura 6. Sector superior de una tinaja tricolor que fue reutilizada como soporte de otra,
en el área de galerías de E5.

También hay grandes escudillas de pasta ordinaria, las que reúnen las condiciones
de tamaño, forma y atributos técnicos propias de los recipientes usados en la
preparación de alimentos sin calor (Rice 1987), aunque no descarto la posibilidad de
que en ellos se sirviera comida, un uso para el que también pudieron destinarse los
cuencos. En cada vivienda hay además otras vasijas que son únicas o menos frecuentes,
como los vasos, tazas y jarras, los que formalmente se asocian al consumo de líquidos
(Tabla 1).

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| INÉS GORDILLO |

Tabla 1. Porcentajes de las clases formales de vasijas dentro de cada estructura y en relación a su NMV.

Por otro lado, los recipientes cerámicos se constituyen como el principal soporte
o vehículo de las notables representaciones artísticas que caracterizan a la época.
Gran parte de estas vasijas fueron grabadas y pintadas. Su iconografía comprende
motivos realistas, donde predominan las figura felínicas y humanas (Figura 7),
frecuentemente combinadas entre sí (enmascarado, hombre-jaguar, etc.). A ello se
suman los motivos de carácter fantástico o imaginario, ampliamente representados
en La Rinconada, en especial a través de la figura draconiana multicéfala, la que se
encuentra altamente normalizada en términos técnicos y formales. Por lo demás, el
repertorio de esta categoría de imágenes abarca distintas combinaciones faunísticas,
siendo también el felino el animal más evocado en todas ellas.
El análisis de la iconografía (Gordillo 2004a) señala tres núcleos temáticos
dominantes: 1) la transformación, que se plasma principalmente en los diseños
antropo-felino-ornitomorfos, así como en los felinos sentados y supinos; 2) el sacrificio,
a través de las figuras del enmascarado, del sacrificador y tentativamente de las
representaciones de cabezas humanas –¿cabezas cercenadas?– y 3) seres
sobrenaturales o mitológicos que no remiten a una práctica o sujeto concreto
sino a imágenes de carácter fantástico.
Es oportuno destacar, entonces, el carácter religioso de las imágenes plasmadas en
los recipientes cerámicos, artefactos comunes en el espacio residencial de La Rinconada
y otros sitios del área. De esta forma, el arte mueble no alude al orden doméstico en el
que está inmerso, excluyendo en general de sus representaciones a las acciones, artefactos,
plantas y animales de uso corriente. Los motivos más frecuentes se vinculan al mundo
animal, pero la fauna representada no muestra correspondencia directa con la fauna
consumida, según se desprende de la confrontación entre los repertorios iconográficos
y los registros óseos (ver infra), una observación que luego retomaré.

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| D ETRÁS DE LAS PAREDES… ARQUITECTURA Y ESPACIOS DOMÉSTICOS |

También es importante observar que las principales modalidades estilísticas


definidas para Aguada de Ambato (Gordillo 1998) están representados en todas las
estructuras trabajadas del sitio, aunque la distribución de sus variantes decorativas e
iconográficas no es pareja. En las habitaciones, por ejemplo, domina la cerámica
negra grabada, pero con variaciones en la clase de diseños y de motivos. Comparando
la presencia y frecuencia de los motivos en las unidades excavadas, se observa que la
figura humana completa –el enmascarado y otros motivos– se presenta casi
exclusivamente en la vivienda E7, junto con la figura felínica y, en menor medida, la
draconiforme multicéfala, mientras que este último motivo es predominante en E4.
Si bien hace falta mayor evidencia al respecto, podría considerarse tentativamente
que tal distribución responde a un manejo social diferencial de los íconos entre las
distintas unidades residenciales (Gordillo 2004a).

Figura 7. Diseño de una escudilla negra grabada, con motivos de felino-humano-pájaro


y de cabezas humanas con adornos. Procede del sector oeste de la habitación E4.

Además de la cerámica, hay otros restos artefactuales que, si bien no tienen tanta
relevancia cuantitativa, resultan significativos por constituirse como un patrimonio
común a las unidades domésticas –de este y otros sitios próximos– y en consecuencia
revelan actividades o hábitos generalizados. En las habitaciones son recurrentes los
cuchillos de pizarra, fragmentos de placas de mica, fuentes pequeñas de piedra, trozos
de arcilla cruda, cuentas y otros ítems vinculados al adorno personal e instrumentos
de molienda. Parte de estos últimos fueron usados para moler colorantes minerales
según se desprende de las manos con restos de hematita, goethita u otros pigmentos,
de los que también aparecieron algunos pequeños terrones. Es probable que muchos
de estos materiales formaran parte del equipo instrumental y de las materias primas
usadas en alguna de las instancias de la producción artesanal de cerámica y otras
manufacturas. Dentro de este panorama, cabe señalar que en E4 se agregan varias
herramientas de bronce arsenical y una mayor variedad de adornos.
En contextos de patio hay artefactos de molienda (morteros, conanas y manos),
planchas de mica, figurinas, cuentas de collar aisladas y algunos objetos de metal, así
como restos faunísticos y vegetales, todo ello distribuido bajo los aleros laterales y
entre las grandes tinajas.

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| INÉS GORDILLO |

Conjuntos Oseos

Los restos faunísticos hallados en el interior de las viviendas de La Rinconada y


otros sitios del área son muy abundantes. Hay huesos enteros y fragmentados dispersos
en el depósito de suelo o en áreas interiores definidas para el descarte, como el pozo
de basura de la habitación E7. Del conjunto de taxones identificados, es posible
asegurar, que al menos los restos aves6 (Rhea sp. y aves indeterminadas) y de camélidos
fueron ingresados al registro en todas las unidades de vivienda. A ello se suman
ciervos, zorros y roedores, además de fragmentos de cráneos, mandíbulas y dientes
humanos. Existe un predominio de Lama sp., de distintas categorías etarias, con rastros
de actividad humana, como se evidencian con claridad en las marcas de corte. En
pocos casos se pudo avanzar en la identificación de especies, determinando la presencia
de vicuña y, tentativamente, de guanaco, los que junto con los otros mamíferos antes
mencionados señalan a la caza como una actividad importante.
Por sus características y contextos de hallazgo, gran parte de los conjuntos óseos
de Lama sp. habrían estado ligados al consumo, con ingreso de partes de alto rinde
alimenticio –especialmente del tronco y cuarto trasero. Sin embargo, la representación
de casi todas las partes esqueletarias de los camélidos (Figura 8) sugiere un amplio
aprovechamiento del animal dentro de las habitaciones. Probablemente, el
procesamiento de la fauna y el consumo de la carne tuvo en las habitaciones su
último escenario, como parte de una cadena o sistema de actividades (Rapoport
1990) que se inició lejos de aquellas, con la matanza y trozamiento primario de los
animales y continuó luego con su ingreso y tratamiento final dentro del espacio
doméstico.

Figura 8. Gráfico de partes esqueletarias de Lama sp. en las estructuras excavadas del
espacio residencial.

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| D ETRÁS DE LAS PAREDES… ARQUITECTURA Y ESPACIOS DOMÉSTICOS |

El área de galería del patio se destaca por la densidad de restos óseos,


correspondientes a los mismos taxones antes mencionados. En términos generales,
los restos faunísticos recuperados presentan un bajo índice de actividad de carnívoros
y roedores y una baja meteorización, lo que sugiere un rápido cubrimiento y una
limitada exposición a los agentes físicos, a excepción de los incendios que parecen
haber afectado a parte de ellos. Si bien son escasas, hay marcas de instrumentos –de
corte y de raspado para descarne– sobre los huesos de camélidos. Como en las
habitaciones, la representación esqueletal de género Lama es homogénea de todas las
porciones esqueletales del animal, asociándose partes desechadas de alta y baja utilidad
alimenticia (Figura 9).

Figura 9. Restos óseos articulados de Lama sp. en el patio.


Entre las muestras óseas estudiadas en los sitios del área, el camélido es sin duda
dominante y puede interpretarse como un recurso estable y permanente que se
constituyó como la principal fuente proteica, aún cuando también fuera explotado
para una variedad de tecnofacturas y usos. Pero además los restos faunísticos y su
contexto permiten definir otras prácticas domésticas de carácter ritual y simbólico,
como los conjuntos óseos humanos y de camélidos (vicuña y Lama sp.) enterrados
debajo de los pisos domiciliarios o bien cráneos de camélidos colocados en particular
asociación con otros materiales, aspecto que será considerado más adelante.

Espacio Interior y Actividades

A partir de los conjuntos materiales hallados en el interior de las habitaciones se


pueden inferir una serie de actividades primarias relativas al trozamiento y descarne
de animales, cocción de alimentos, molienda, almacenamiento de distinto alcance y
magnitud, consumo de alimentos, dormitorio, etc. Según las mismas evidencias, no

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| INÉS GORDILLO |

puede descartarse en estos contextos el trabajo del cuero, la preparación de pinturas


o colorantes, el acabado y decoración de la cerámica, etc. pero es más probable que
tales tareas se desarrollaran en los patios u otras áreas más luminosas.
En el interior de las habitaciones la distribución de los desechos no es regular, en
especial si se considera el material en uso efectivo o potencial hasta el momento del
abandono. Al respecto, es oportuno reiterar que en todos los contextos de facto
analizados hay indicios de destrucción o perturbación voluntaria de sus elementos,
acción que distorsionó la situación o estado de los mismos en el marco de las
actividades domésticas. Asimismo, algunos materiales pudieron ser selectivamente
retirados –por su valor y posibilidades de transporte– al culminar la ocupación. No
hay forma de determinar si esto ocurrió y en qué medida, por lo que la interpretación
se ve decididamente limitada a contextos probablemente incompletos y/o
distorsionados al momento del abandono.
Las estructuras E4 y E7 son las que presentan mayor cantidad de materiales, con
un alto grado de fragmentación de las vasijas de facto. En ambas, los conjuntos
alfareros –correspondientes a vasijas en uso activo o en depósito– tienden a
concentrarse en áreas laterales, próximas a una de las paredes, o en locus aislados
donde se fragmentaron algunas otras piezas. También presentan estructuras de
combustión ubicada en el sector central, sobre la línea de postes. Pueden definirse,
según el caso, depósitos de desechos secundarios, lugares de preparación de alimentos,
de almacenamiento y depósito, así como probables áreas de dormitorio (Figura 4).
Como antes señalé, gran cantidad de tinajas fueron colocadas en hileras junto al
muro este del patio, en una franja cubierta por el techo longitudinal que, a modo de
alero, habría protegido a las ollas y a su contenido, una situación también registrada
en otros patios del área. Estas ollas son de gran capacidad, con un volumen que
supera, en promedio, los 100.000 cm3 y una frecuencia mayor a un recipiente por m2
(Figura 10). En su interior había abundantes endocarpios de chañar quemados, los
que también aparecieron desparramados sobre la superficie de ocupación debido a
la rotura de los contenedores. Parte de los materiales hallados en el piso fueron
usados o reutilizados para asentar estas grandes tinajas ápodas, como una pipa rota,
algunos tiestos y piedras medianas y pequeñas. Ninguno de estos materiales muestra
tizne de cocina, ni se detectaron fogones en el área trabajada.
Por lo demás, el registro sugiere actividades de molienda y procesamiento de
animales que precedieron en lo inmediato al abandono definitivo del recinto. Esta
hipótesis se ve apoyada por el grado de integridad, articulación y conservación de
los huesos, con una definida ubicación sobre la superficie final de uso, en un contexto
de facto que reúne, grandes cantidades de alimentos vegetales contenidos en las
tinajas. Tales características parecen extenderse a gran parte del área interior al patio,
según se desprende de las excavaciones actualmente en curso. Todo parece indicar
una producción a gran escala de alimentos de origen vegetal y animal, posiblemente
destinada al consumo ritual, en los momentos terminales de la ocupación. En

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conjunción, habrían tenido lugar otras actividades de producción más restringidas,


así como de esparcimiento y crianza.
Como mencioné, los mismos datos también sugieren un abandono repentino
del lugar que no permitió el retiro de aquellos alimentos. Cabe recordar que los
fechados más tardíos de La Rinconada corresponden precisamente a los frutos de
chañar hallados en este contexto7 y que probablemente estos hayan sido recolectados
durante los últimos meses de ocupación del sitio.

Figura 10. Tinajas junto al muro este de E5.

Prácticas Rituales

La presencia de restos de camélidos vinculados a prácticas rituales de carácter


doméstico ha sido registrada en varios de los espacios residenciales del sitio, como
por ejemplo Piedras Blancas y Martínez 1 (Assandri 1991; Bonnin 2001). En este
sentido, es particularmente interesante la situación que se presenta en el recinto E23.
Allí, en un área reducida del extremo noreste del recinto se localizó un cráneo de
Lama sp., cuya extrema meteorización sugiere una prolongada exposición dentro de
un contexto acotado de elementos dispares pero intencionalmente reunidos que no
puede explicarse en función de una actividad productiva (Gordillo y de Hoyos 2001).
La agrupación cuidadosa de la cabeza del camélido, la arcilla con antiplástico, el
instrumental alfarero, el collar y la placa de mica, asociados a un círculo de ceniza y
tierra quemada, parece obedecer a la expresión material de un ritual doméstico o
privado que prioriza, en términos simbólicos, la íntima relación entre aquel animal, la
manufactura cerámica y los bienes suntuarios.

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| INÉS GORDILLO |

En otras habitaciones aparecen entierros por debajo del piso. En el caso de E7


hay dos, uno de ellos es un entierro primario de vicuña adulta tapado por una laja
rectangular que, a juzgar por sus características y posición, habría sido sacrificada
(Figura 11), se trata de un esqueleto completo, flexionado y asociado a una placa-
cuchillo de cobre8. El otro entierro corresponde a un conjunto agrupado de huesos
de distintas especies (humanos, de vicuña y de otro camélido). Si bien desconozco
sus significados, ambos hallazgos se presentan como expresiones del sistema de
creencias y de las prácticas simbólicas vinculadas a la unidad doméstica.

Figura 11. Esqueleto de vicuña enterrado debajo del piso de la habitación E7.

En ese marco, cabe destacar en E7 la presencia de huesos humanos sobre la


superficie de ocupación. Consisten en fragmentos de cráneos y mandíbulas
correspondientes al menos a dos individuos adultos, de 25 a 30 años9. Llama la
atención la ausencia de esqueleto post-craneal, lo que denota la selección deliberada
de la cabeza humana como parte del contexto doméstico10.
En otros sitios del área también aparecen huesos de Lama sp. vinculados a prácticas
rituales y están incluidos en la arquitectura y/o asociados a huesos humanos (Bonnin
2001). El tratamiento de estos últimos adquiere diferentes formas, las que amplían y
complementan el panorama observado en La Rinconada. En los sitios de Martínez
2 y 4 parecen definirse prácticas sacrificiales, allí los huesos humanos aparecen sin
conexión anatómica, sobre el piso –o el relleno postocupacional– de habitaciones y
galerías, aparentemente asociados a huesos de camélidos. Muestran alteraciones
intencionales (trozamiento, descarne, quemado) y, a diferencia de La Rinconada,
incluyen huesos del esqueleto post-craneal (Baffi y Torres 1996). En Piedras Blancas

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| D ETRÁS DE LAS PAREDES… ARQUITECTURA Y ESPACIOS DOMÉSTICOS |

y otros sitios se definen prácticas funerarias diversas, a través de entierros primarios


de niños y adultos, con o sin ajuar, debajo del piso o dentro de los muros de las
habitaciones (Cruz 2000).

Caracterización de los Espacios Domésticos

Patios y habitaciones no son los únicos, pero si los principales componentes


espaciales que se repiten en todos los núcleos residenciales. Cada uno de estos núcleos,
en el caso de La Rinconada, muestra una clara segregación respecto a los otros y se
encuentra separado del gran espacio central –la plaza– por límites murarios bien
definidos. El acceso desde éste último está orientado a través de amplios vanos de
comunicación que conectan plaza y patios en forma directa y fluida, dado que pueden
traspasarlos varias personas simultáneamente. Este patrón de permeabilidad se repite
al interior de cada núcleo, pero los accesos a los recintos son menores, físicamente
más estrechos, definiendo un flujo más controlado y restringido que tiende a ser
individual.
En base a los aspectos anteriormente considerados, es posible caracterizar
puntualmente a las habitaciones como:

- espacios circunscriptos de mayor privacidad dentro del sitio;


- espacios con límites definidos y control de acceso físico y perceptivo, pero sin
divisiones fijas -inmuebles- interiores;
- espacios donde tuvo lugar una interacción sostenida, íntima y personal entre
los miembros de unidad social y económica más pequeña de la comunidad;
- escenario de actividades múltiples y regionalizadas, como dormitorio, prepa-
ración y consumo de comida, depósito de artefactos y algunos alimentos,
reserva de vajilla rota pero reutilizable (descarte provisorio), etc.;
- foco de practicas rituales privadas y tradicionales, en las que el camélido jugo
un rol central;
- unidades con materialidades comunes, pero aparentemente diferenciadas
por símbolos iconográficos identitarios y en algunos casos por atributos de
jerarquía.

En tanto, las características que presentan los patios pueden sintetizarse como
sigue:

- espacios muy amplios, abiertos pero circunscriptos, con sectores internos di-
ferenciados, sostuvieron una interacción social cotidiana, de alcance subcomunal,
entre unidades sociales coresidentes, ampliando a escala colectiva la socializa-
ción, sector de producción de alimentos y almacenaje a mayor escala (¿susten-
to del rito público?), junto a otras actividades de producción artesanal y con-
sumo;
- posibilitaron prácticas potencialmente autónomas para cada núcleo residen-
cial, en tanto estuvieron físicamente ocultas desde el exterior o desde otros
núcleos;

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| INÉS GORDILLO |

- lugar obligado de encuentro en la circulación y actividades diarias;


- área de conexión entre habitaciones y plaza o espacio exterior y, en conse-
cuencia, esfera de articulación entre los órdenes privado y público (Figura 12).

Figura 12. Esquema de organización de los espacios en La Rinconada.

Ampliando la Mirada: la Espacialidad a Escala Intersitio

En la parte baja del valle de Ambato, se localiza el sector central de asentamientos,


con una mayor densidad de unidades de vivienda, mientras que el área de explotación
e infraestructura agrícola se extiende por el pie de monte y los faldeos. Considerando
82 instalaciones de aquel sector, y en base a criterios de morfología, de complejidad
arquitectónica y, especialmente, en función del tamaño, Assandri (2002) distingue
distintas categorías de sitios, siendo los más grandes –los menos numerosos– atribuibles
a asentamientos de elite. Paralelamente observa que las distintas clases de unidades
parecen nuclearse en, por lo menos tres concentraciones o grupos que repiten patrones
semejantes de heterogeneidad y jerarquización del espacio.
A nivel intersitio, dentro de estas agrupaciones y entre las mismas, son indiscutibles
las recurrencias materiales, técnicas y estilísticas de la arquitectura. Las bases del sistema
constructivo descriptas para La Rinconada, son las mismas en muchos de los sitios.
esto se manifiesta claramente en la construcción del espacio de vivienda, el cual se
define básicamente por el módulo de patio-habitaciones y aparece, según el caso, en
distinto tamaño, número y complejidad.
Una cualidad notable es el énfasis en la delimitación de los espacios domésticos.
Más allá de los recintos habitacionales, también los patios amplios definen límites
con el exterior natural y social, marcan fronteras creando ámbitos cotidiano cerrados,
continentes de las actividades rutinarias y prácticas concretas de las unidades sociales
coresidentes, y al mismo tiempo ponen en escala y resguardan la agencia doméstica,
que es crítica para la producción y reproducción social en todas sus dimensiones.
En gran medida, estas características espaciales y técnicas de la arquitectura
residencial se repiten aún cuando los sitios varían en sus dimensiones y complejidad.

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| D ETRÁS DE LAS PAREDES… ARQUITECTURA Y ESPACIOS DOMÉSTICOS |

Cabe destacar que el tamaño y la cantidad de patios o espacios abiertos circunscriptos


aumentan en relación directa con el incremento en la magnitud de los poblados. Las
diferencias o jerarquías entre viviendas se reconocen en los sitios más grandes, los
que además presentan mayor diversidad de espacios y técnicas constructivas más
acabadas sumando en algunos casos componentes suntuosos (Laguens 2005). Las
fachadas públicas de La Rinconada o el muro de cuarzo de Piedras Blancas son
ejemplos claros, hay en ellos una mayor inversión social de trabajo y tiempo social.
Los sitios conocidos en el área exhiben un patrimonio común de enseres y
desechos en general, revelando un acceso generalizado a los mismos recursos y una
gama similar de actividades domésticas inherentes a la subsistencia y a la producción
artesanal, así como a prácticas rituales y presencias simbólicas que, dentro de las
casas, giran en torno a los restos humanos y camélidos. En ese sentido no observo
mayores diferencias entre La Rinconada y otros sitios excavados en la zona.
Enfocando en particular los restos Lama sp., el principal recurso alimenticio
identificado en todas las clases de sitios estudiados, Laguens y Bonnin (2005)
consideran una distribución diferencial en función del contenido de carne, siendo los
sitios residenciales mayores los que presentan los cortes de mejor rinde. Sin embargo,
en las muestras óseas de La Rinconada están representadas todas las partes
esqueletarias, incluso los extremos de las patas y otros huesos con poca carne; una
situación que en apariencia, parece contradecir aquella observación, y respecto a la
cual habría que considerar también, en todos los casos, otros usos o actividades no
exclusivamente ligados a la ingesta de carne o a la dieta en general.
Resulta claro que hay muchas variables en juego, pero en términos generales
puede postularse que si bien existen varios elementos compartidos en cuanto a
arquitectura, artefactos, alimentos, símbolos, etc., el volumen de los mismos varía
entre los sitios y este hecho parece asociarse con frecuencia a diferencias de orden
cualitativo. Sobre esta base, Laguens y Bonnin (2005) interpretan que las desigualdades
sociales en Aguada de Ambato fueron generadas, mantenidas y reproducidas a través
de un discurso material ambiguo, que paralelamente ocultaba y sostenía las diferencias:
los bienes y recursos materiales eran compartidos sin restricciones, pero su cantidad
y acumulación marcaba claras asimetrías.
El espacio construido y otras dimensiones materiales registradas en los diversos
asentamientos, expresarían paralelamente esa ambigüedad en la distribución
generalizada pero despareja, reforzando la idea de un estilo particular de establecer
desigualdad y separación social. Sería necesario profundizar las investigaciones en los
sitios residenciales chicos para confrontar y reforzar tales ideas, ya que la información
más completa y actualizada proviene de sitios grandes excavados recientemente, como
Piedras Blancas y La Rinconada (Iglesia de los Indios).
La arquitectura de este último sitio, en cuanto a organización espacial y tecnología
arquitectónica, resulta coherente dentro del panorama propuesto por Laguens y Bonnin
(2005), pero otras materialidades del sitio no parecen ajustarse tan claramente.

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| INÉS GORDILLO |

Además del tamaño o complejidad de sus áreas residenciales, lo que se destaca


en La Rinconada es su arquitectura pública, que simultáneamente se recorta e integra
a las áreas residenciales, sobre las que sin duda, repercute y también se sostiene. En
otros estudios (Gordillo 2004b, 2005) he caracterizado tal espacio público en términos
de arquitectura monumental y escenográfica, de duración multigeneracional y
condiciones de escala, disposición y capacidad apropiadas para la comunicación ritual
pública, especialmente definida en función de la plaza central y las construcciones
macizas que la rodean. Estas características, junto al perfil de la iconografía mueble
de la región, sugieren que la religión y sus prácticas son claves en la organización
social y espacial de estas poblaciones y en la manera en que, dentro de ellas, se recrea
y legitima la distribución del poder y los recursos, como parte de una dinámica
definida por múltiples factores concurrentes de orden sociopolítico, económico,
demográfico, etc.
La idea es ahora dilucidar cómo juegan tales factores dentro de la esfera doméstica,
reconociendo en ella un ámbito socioespacial privilegiado para reproducir o cuestionar
las relaciones entre las personas y el orden social establecido. Tomando el espacio
domestico como eje, también muchos aspectos se presentan ante nuestros ojos como
ambiguos o contradictorios, más allá de la distribución despareja de recursos materiales
compartidos.
Voy a considerar brevemente determinados elementos simbólicos, críticos al
sistema de creencias, que atraviesan toda la espacialidad cotidiana, y que, en alguna
medida, permiten penetrar ideologías y confrontarlas con los modos de vida y prác-
ticas concretas que dejan huella en el registro arqueológico. En ese sentido, el propó-
sito es delinear algunos interrogantes que surgen del examen de la iconografía mue-
ble y los contextos rituales al interior de casas y patios.
En forma paralela al despliegue religioso público y eventual, se desarrollaron
prácticas rituales de carácter doméstico o privado, tal como se manifiesta en los
entierros (humanos y/o animales) debajo de los pisos de habitación, en los muros y
también durante actividades desarrolladas en el interior a las viviendas. Hasta el mo-
mento, el registro de La Rinconada, junto con la información procedente de otros
sitios excavados en el área, como los de Martínez y Piedras Blancas (Assandri et al.
1991; Baffi y Torres 1996; Cruz 2000; entre otros) permiten puntualizar los aspectos
más destacados:

- prácticas mortuorias definidas dentro del espacio doméstico y que incluyen


una variedad de formas (entierros primarios o secundarios, individuales o
colectivos, de niños y/o adultos, con o sin ofrendas, etc.). Cabe recordar que
son pocas las evidencias de estas prácticas en La Rinconada, las mismas proce-
den fundamentalmente de Piedras Blancas. Por otro lado, resulta claro que
esta no es la forma corriente de inhumar a los muertos –no se conocen aún
los lugares o contextos específicos para ese fin– y que sólo algunos individuos
fueron destinados al espacio doméstico;
- sacrificios animales y humanos. Los primeros se manifiestan en entierros pri-

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| D ETRÁS DE LAS PAREDES… ARQUITECTURA Y ESPACIOS DOMÉSTICOS |

marios de camélidos neonatos, jóvenes y adultos, y parecen responder a una


práctica generalizada, posiblemente vinculada a ofrendas o ritos fundacionales.
Los sacrificios humanos están sugeridos en los huesos con marcas y cráneos
aislados hallados sobre los pisos de ocupación;
- valor de culto o reliquia de los cráneos cercenados, que fueron conservados
dentro de las viviendas y patios. Procedentes del área, se conocen también
cráneos decorados de la colección Rosso y cabezas modeladas en cerámica
negra incisa (González 1998). Asimismo, algunas representaciones pintadas e
incisas parecen aludir al tema;
- relación simbólica hombre-camélido, manifiesta en la asociación recurrente de
sus huesos en los contextos rituales definidos en los sitios excavados en el área.

De estas observaciones se desprende, entre otras cosas, que los camélidos


ocuparon un lugar prioritario no sólo en la subsistencia sino también en los rituales y
creencias privadas, definiendo una directa correspondencia entre ambas dimensiones
de la vida cotidiana. Pero, por otro lado, esto no se traduce en el arte, de hecho el arte
Aguada no alude a valores domésticos o económicos. El camélido, por ejemplo, no
es un animal representado en el material de La Rinconada y aparece con limitada
frecuencia en las colecciones del valle. Asimismo, la relación hombre-camélido que
se reitera en forma directa en los entierros y otros rituales domésticos, no encuentra
su expresión en la iconografía, en donde impera la otra dualidad hombre-felino.
La iconografía Aguada estuvo temáticamente disociada de la subsistencia y de la
vida diaria, aún cuando se incorporó activa y funcionalmente a las mismas. Se trata
de un arte con alto contenido religioso, y sin embargo se asocia funcional y
contextualmente al ámbito doméstico, al menos en La Rinconada y otros sitios de
Ambato. Las representaciones analizadas no corresponden a material funerario, ni a
espacios exclusivamente sacros, sino que se materializan en artefactos de uso socialmente
extendido, empleados para guardar, preparar, servir y almacenar sustancias, y cuyos
restos fueron hallados en abundancia en el interior de las viviendas. De esta forma,
las vasijas –los artefactos más usados en tales contextos– constituyeron los principales
vehículos para la comunicación ideológica a través de imagen plástica, instalándose
hasta en los ámbitos más íntimos y cotidianos de vida social, con un discurso paralelo
a los mismos.
Buscando explicaciones, estimo que la ambigüedad planteada podría obedecer
a la coexistencia de dos conjuntos de creencias y prácticas religiosas que, sobre una
base parcialmente compartida, se orientaron hacia distintos planos de la estructura
sociopolítica y pudieron representar un conflicto latente. Por un lado, el culto de
carácter doméstico y tradicional, heredado de los grupos formativos y por el otro, el
que toma cuerpo en la nueva ideología que se fue imponiendo a través del tiempo,
con una expresión potente en el ritual público y, además, un fuerte poder de penetra-
ción en la esfera privada a través de la iconografía de los artefactos cotidianos.
Finalmente, es oportuno mencionar otro elemento que enlaza simbólicamente
lo doméstico y lo público: la basura. Dentro de la arquitectura monumental de La

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| INÉS GORDILLO |

Rinconada, la plataforma principal (E1) es una estructura maciza que contiene material
descartado: abundantes cerámica rota, huesos, carbones, marlos, etc. Tiene una larga
historia que involucra varios episodios constructivos, partiendo de un basurero inicial
luego delimitado por paramentos pétreos que, a su vez, fueron con el tiempo
remodelados, mejorando su vista pública –desde la plaza– constituyéndose en la
estructura ritual más significativa del complejo. Entiendo que su construcción en base
a basura doméstica tiene un alto contenido simbólico que es funcional al dominio de
un nuevo culto religioso de carácter público, asociado a una reformulación de las
relaciones de poder entre individuos y grupos.
En los sitios de La Rinconada, Bordo de los Indios y Huañomil, los montículos
de basura son cuidadosamente delimitados entre paredes. Cruz (2004) ve en ellos la
voluntad de preservar en un espacio confinado y jerarquizado la memoria del pasado,
el testimonio de las generaciones anteriores a su construcción. Por mi parte, considero
que esa voluntad de preservar y monumentalizar tales espacios obedece, además, a la
necesidad de legitimar el orden social, sustentándolo en el pasado: la basura, que
alude a la historia del lugar, es ahora el soporte físico y simbólico del rito público. El
pasado doméstico trasciende en el ámbito público, dentro del cual se re-construye la
memoria colectiva –en parte materializada en la basura– mediante un viejo discurso
material que plantea un nuevo régimen de interpretación espacial y social. En La
Rinconada (Iglesia de los Indios), al menos, este traspaso diacrónico de lo doméstico
y rutinario a lo público y eventual se ve reforzado también en su dimensión sincrónica
al considerar que parte de las actividades cotidianas parecen haberse orientado a
sostener el culto público.

Cuestiones Pendientes: Lugares Comunes y Continuidades Históricas

Esta visión sincrónica del asentamiento Aguada permite delinear un perfil parti-
cular del espacio domestico, generalizado en el área, incluyendo en él no sólo los
atributos espaciales y arquitectónicos, sino también el tipo de actividades o prácticas
que involucra. Cabe preguntarse desde una perspectiva diacrónica cuál es el proceso
del que participa, cómo se genera y en qué medida permite indagar en los anteceden-
tes históricos de estas poblaciones, en la misma región o fuera de ella, así como en el
proceso de cambios, continuidades o rupturas que protagonizaron.
En términos generales se trata de un proceso que genera nuevas formas de
habitar, accionar, construir e interpretar el mundo social y natural. Su expresión más
ampliamente reconocida ha sido la potente iconografía centrada en las imágenes
felino-antropomorfas y fantásticas. Innovaciones tecnológicas en la cultura material,
en la gestión de recursos y la producción económica, junto con el incremento de la
población, son aspectos concomitantes que parecen definirse claramente en Ambato.
Considerando particularmente el paisaje y la espacialidad en su sentido más
amplio, y en comparación con sociedades formativas, el patrón residencial se vuelve

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| D ETRÁS DE LAS PAREDES… ARQUITECTURA Y ESPACIOS DOMÉSTICOS |

más complejo, se extiende la arquitectura monumental, aparecen nuevas tecnologías


constructivas, se amplia el área de aprovisionamiento de materiales para la
construcción, aumentan las áreas de almacenaje y las obras de infraestructura, hay
mayor densidad y variedad de instalaciones. Ante este panorama, Laguens (2005)
interpreta un proceso local, con un cambio abrupto, de carácter revolucionario, que
se cristaliza en formas novedosas de organización social, caracterizada por su
desigualdad y heterogeneidad; argumentando que las innovaciones son significativas,
se dan en un corto período y sobrepasan a las continuidades, las que por otra parte,
señalan la autoctonía del proceso.
Teniendo en cuenta que la reproducción y transformación de los modos de vida
se sustenta en la habilidad de los actores sociales para entender e interpretar las
condiciones en las cuales habitan (Barret 1999), entonces parte del problema es definir
desde dónde y cuándo partimos para hablar de continuidad vs. discontinuidad y,
además, qué eje tomamos para medir la magnitud y naturaleza de los cambios.
Al interior del valle de Ambato, la ocupación formativa ha sido registrada
preferentemente sobre el pedemonte oriental, con más de una veintena de sitios
identificados en superficie. Parecen definirse allí unidades residenciales dispersas y
pequeñas, construidas con paredes simples, próximas a los cursos de agua, de baja
densidad y visibilidad en el paisaje (Herrero y Avila 1993).
Hasta donde se conoce, los datos de excavación proceden de dos sitios, El
Altillo y Martínez 3, ninguno de ellos estrictamente residencial. El primero corresponde
a un montículo artificial ubicado en la Sierra de Graciana, con fechados que lo ubican
en la primera mitad del milenio (Bonnin y Laguens 1996) y no tiene materiales Aguada.
Por su parte, Martínez 3 es un basurero situado en el fondo de valle, cuya estratigrafía
revela una ocupación continua desde épocas tempranas hasta los momentos Aguada
(Avila y Herrero 1991); de hecho, se encuentra muy próximo a otros sitios habitacionales
típicos de tales momentos. La información reunida a partir de las excavaciones de
estos dos sitios –contextos de descarte– y del registro de superficie de los restantes,
ha permitido avanzar en una variedad de estudios específicos (Bonnin 2001; Fabra
2005; Marconetto 2005; entre otros) y muestra varios elementos significativos comunes
a los asentamientos posteriores, como el uso de unidades monticulares de carácter
ceremonial y las tradiciones cerámicas Ciénaga y Ambato Tricolor.
Pero si bien puede definirse la presencia formativa en la zona, por el momento
son pocos los datos sobre habitaciones, patios, lugares y prácticas cotidianas, ritos
privados, etc. por lo que resulta difícil establecer comparaciones tomando como
hilo conductor al espacio residencial. En este sentido, no puede afinarse el análisis,
pero aún así queda claro que hay diferencias sustanciales entre ambos momentos. Al
respecto, tal vez sea preciso ampliar la escala geográfica del proceso, incorporando
las conexiones con otros grupos fuera de Ambato. Y si bien no podemos suponer
una recepción pasiva por parte de las poblaciones locales a partir de mecanismos de
transculturación, tampoco podemos apartar y negar la intensa interacción y
movimiento que debió existir entre las sociedades de la época en la región y desde

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| INÉS GORDILLO |

antaño. En este marco, se ha discutido largamente las relaciones históricas con las
sociedades Alamito, postuladas incluso como antecedente directo de Aguada de
Ambato (Núñez Regueiro y Tartusi 1990, 2003).
Como antes señalé, en la edificación de La Rinconada, y de Ambato en general,
se distinguen básicamente dos patrones murarios, que frecuentemente se combinan
entre sí: paredes de piedras y paredes de tapia con columnas (Figura 13). Fuera de
Ambato, estos dos patrones se visualizan claramente en los sitios Alamito del Campo
del Pucará, un paralelismo que apunta a la existencia de lazos históricos estrechos
entre ambas áreas, en especial si se considera conjuntamente el carácter no
intercambiable de los bienes arquitectónicos y la escasa evidencia de otras
manifestaciones de naturaleza similar en todo el Noroeste Argentino11. A ello se
suma la arquitectura maciza ceremonial.

Figura 13. Paredes con columnas de piedras superpuestas de los sitios de Alamito (tomado
de Núñez Regueiro 1998).

Sin embargo, los paralelismos no se mantienen en otros atributos arquitectónicos


ni en la organización espacial. Me detendré sólo en algunos aspectos de aquellos
sitios y en términos comparativos con el registro de Ambato12, basándome en las
investigaciones realizadas por Núñez Regueiro y otros investigadores en el Campo
del Pucará. En principio, los asentamientos Alamito no muestran una estructuración
integrada y ortogonal; la disposición de recintos, estructuras macizas y otras unidades
arquitectónicas en torno a espacios abiertos centrales, tiende a definir un patrón radial,
simétrico y dual (Figura 14) que se repite en uno y otro sitio, sugiriendo unidades
sociales en muchos sentidos autosuficientes, frente a la significativa variedad de
instalaciones de Aguada de Ambato.

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| D ETRÁS DE LAS PAREDES… ARQUITECTURA Y ESPACIOS DOMÉSTICOS |

Figura 14. Esquema de un sitio Alamito (Núñez Regueiro 1998) con el montículo al
oeste y las dos plataformas, los cobertizos, los recintos A y B en torno al patio central.
Se indica la simetría y dualidad espacial. Compárese con el plano de La Rinconada.

Al ahondar más en la espacialidad de los asentamientos Alamito, intentando


considerar las prácticas sociales involucradas en ella, no se pueden obviar las diferentes
interpretaciones que han generado: como espacios de vivienda de familias extensas o
grupos de parentesco propios de una sociedad sin mayores diferencias internas (Núñez
Regueiro 1971) o bien, en relación al modelo que posteriormente proponen Tartusi
y Núñez Regueiro (1993) –y que sostienen en la actualidad– como centros ceremoniales
de gran alcance, donde residían grupos exclusivos de artesanos especializados y de
oficiantes del culto. En este último caso, estaríamos indagando en los espacios y
modos de vida de los grupos de elite, con recursos, funciones, prácticas y relaciones
sociales que, en gran medida, fueron específicas y socialmente restringidas, por lo
que cabe preguntarse entonces dónde y cómo vivía la gente común.
Como en Ambato, mi propósito es enfocar las propiedades de los patios y
habitaciones de Alamito, así como sus relaciones y articulación con otras estructuras
dentro del espacio edificado, para comenzar a delinear los paralelismos y divergencias
que, en esos aspectos, presentan ambas áreas.
Los grandes patios son centrales a las otras construcciones y debieron presentar
áreas laterales parcialmente cubiertas, los cobertizos (Núñez Regueiro 1998). El registro
material de éstos últimos es, en parte, semejante al de La Rinconada (vasijas ordinarias,
tinajas tricolor, semillas quemadas, morteros y manos, objetos de metal, etc.) al que
se agregan entierros de esqueletos humanos completos y seccionados. Esto indica
que allí se habrían realizado múltiples tareas cotidianas de amplio espectro y alcance

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| INÉS GORDILLO |

colectivo, entre los núcleos sociales coresidentes, vinculadas a la producción artesanal,


molienda, almacenaje y otras acciones comunes que incluyeron rituales funerarios,
sacrificios humanos y otras ceremonias factibles en el espacio central. Todo ello de
vistas al conjunto de recintos y plataformas.
En cuanto a las habitaciones, voy a considerar brevemente aquellas que Núñez
Regueiro (1998) distingue como recintos A y B. Unos y otros presentan una serie de
atributos comunes en cuanto a materia, técnica y estilo constructivos (muros anchos,
columnas de piedra, cubiertas leñosas, pasillos, etc.), así como en la evidencia artefactual
(útiles de molienda, adornos, instrumentos de hueso, alfarería fina y ordinaria, etc.). A
ello se suman otros elementos diversos y notables, como los entierros humanos, los
pisos de ocupación superpuestos o los techos quemados. Además, según Leiton
(2005), ambos tipos de recintos o casas, tras su abandono, habrían sido intencionalmente
tapadas y convertidas en montículos, monumentalizadas, destacándose en el paisaje
como hitos que enlazaban material y simbólicamente el pasado y presente del grupo.
Dentro de los recintos A, y a juzgar por la gran variedad del registro material
que presentan, las actividades y posesiones del grupo residente –definido por vínculos
de oficio y/o de parentesco– fueron diversas y comprometidas en diferentes
dimensiones productivas y rituales. Basta considerar al respecto que, además de los
materiales arriba mencionados, hay allí desde instrumentos musicales, tubos de
cerámica, objetos de metal y pipas, hasta recipientes para almacenaje, restos de
alimentos y desechos varios.
Por su parte, las habitaciones mayores –recintos B– presentan caracteres espe-
ciales en su arquitectura, tamaño, forma y disposición espacial, por los que Núñez
Regueiro (1998) las considera destinadas al alojamiento de los oficiantes religiosos.
Atendiendo a las descripciones de este autor 13, sus rasgos fijos más destacados con-
sisten en una entrada estrecha y larga, amplias dimensiones longitudinales, muros
anchos y macizos –en particular los del lado anterior–, paredes internas pintadas de
rojo, superposición intencional de pisos preparados, entierros humanos, etc. (ver
Núñez Regueiro 1998: figuras 21, 82, 84, 107, 178). Observo en estos atributos
formas extremas de control de acceso, con una restricción al mínimo (unipersonal)
del flujo de entrada o salida, en el interior todos los ejes físicos y visuales se dirigen
hacia un punto o área opuesta a la entrada, situación reforzada por la simetría y el
efecto de falsa perspectiva que provoca la ligera convergencia de las paredes, crean-
do un foco de atención en el lugar donde, además, se inhumó a los muertos (Figura
15). Paralelamente, considerando la estructura general de cada sitio, estas unidades se
disponen siempre en el sector este, enfrentadas a las plataformas ceremoniales y con
sus pasillos orientados hacia el patio. Se trata de características estructurales que, en su
conjunto, difícilmente puedan atribuirse a habitaciones ordinarias y que, a mi enten-
der, también permiten pensar en lugares destinados a algún tipo específico de activi-
dad, posiblemente de naturaleza ritual. Lo cierto es que, de una u otra manera, estos
recintos parecen haber sido especiales y bajo ese carácter más exclusivo fueron in-

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| D ETRÁS DE LAS PAREDES… ARQUITECTURA Y ESPACIOS DOMÉSTICOS |

cluidos en el espacio cotidiano de los residentes de cada sitio. Al igual que las plata-
formas ceremoniales se integran –integrando también– al espacio común en torno al
patio central y en función de una estructuración dual del espacio, situación que dista
mucho de encontrase en el área de La Rinconada.

Figura 15. Croquis de un recinto B de Alamito (basado en Núñez Regueiro 1998). En


gris, las flechas señalan ejes de tránsito físico y visual internos, y los planos áreas destacadas
por sus atributos inmuebles.

Difícilmente en Alamito puedan encontrase espacios o construcciones ajenos a


lo ritual. Todas las esferas de la vida parecen superponerse en cada uno de los sitios,
y al interior de los mismos, a escala colectiva o privada, una variedad de actividades
domésticas y productivas se cruzan con prácticas religiosas de diferente naturaleza y
alcance. Esto no ocurre de igual manera en Aguada de Ambato, donde –como
vimos– existe una diversidad y complementación de sitios, algunos de los cuales
incluyen espacios separados para el ritual público, dislocados de la experiencia ordi-
naria. La lógica espacial, en términos de escala, configuración y articulación, es clara-
mente distinta y traduce formas de organización social diferentes en ambas áreas.
Sin embargo –y más allá de las técnicas constructivas– otros elementos las vin-
culan de manera significativa. En gran medida, el rol de patios y habitaciones, la
multiplicidad y clase de actividades que en ellos se desarrollaron, así como muchos
de los recursos o bienes materiales específicos que estuvieron asociados a tales prác-
ticas. Hay también elementos simbólicos comunes, como los entierros debajo de los
pisos, las cabezas cercenadas o la asociación –por continuidad o inclusión– de la
basura colectiva con las plataformas ceremoniales.
Sobre esta base es que pueden admitirse conexiones históricas. Desde luego,
habría que preguntarse desde una perspectiva sincrónica, si existieron relaciones –y

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| INÉS GORDILLO |

de qué clase– entre Alamito y las sociedades formativas del valle de Ambato, lo que
arrojaría luz sobre los nuevos modos de vida y pensamiento que representa Aguada
en la región.

Consideraciones Finales

Hemos visto que en Aguada de Ambato hay escenarios claramente diferenciados,


pero todos los espacios construidos están imbuidos de elementos comunes en su
materia, técnica, estilo, trama y estética, los que además revelan una apuesta a la
permanencia en el lugar, un firme proyecto a futuro que, de hecho, se hizo efectivo
a juzgar por los datos cronológicos que señalan una ocupación prolongada del área.
En este contexto, más allá de la arquitectura pública que exhiben algunos sitios –
y que en Iglesia de los Indios se asocia claramente al espectáculo ritual– la idea fue
anclar en los espacios más cotidianos, dominio de los grupos de residencia y escenario
de las acciones rutinarias, que se constituyen en vehículo de mensajes redundantes –
en gran medida subliminales–, decisivos para definir a los agentes y sus múltiples
posiciones dentro de la estructura social. En este sentido, es preciso rescatar el valor
del patio en Ambato y preguntarnos acerca de su protagonismo en muchas otras
sociedades del Noroeste Argentino prehispánico: “[en el patio]...se desarrollan
interacciones permanentes y estrechas, de carácter personal, interpersonal, familiar
y/o comunal, derivadas de la participación de distintos grupos de edad, sexo y/o
condición social en las actividades cotidianas...” (Gordillo y Ares 2004: 2), interacción
que refuerza los lazos de identidad y cooperación grupal, ampliando a su vez los
recursos de sociabilización a escala colectiva. Y vale la pena destacar que la sintaxis
espacial de la arquitectura residencial en el área de La Rinconada tiende a definir la
interposición obligada de un nodo (el patio) para acceder a los otros (las habitaciones
y el espacio exterior). El patio –que además es amplio y bien delimitado– no es sólo
un lugar de enlace, sino también de encuentro y reunión, crítico para la reproducción
de la sociedad, potencialmente adecuado para el ejercicio de prácticas visualmente
autónomas, circunscriptas y ocultas detrás de las paredes. En ese sentido, la privacidad
es también un recurso compartido por los grupos coresidentes.
Dentro de esas unidades patio-habitaciones, los habitantes de los distintos sitios
manejaron un patrimonio cultural común. En forma paralela al despliegue público,
desarrollaron rituales de carácter doméstico o privado, como los entierros –huma-
nos y/o animales– debajo de los pisos de las casas o los elementos simbólicos en el
interior de las mismas. Al respecto, cabe señalar que los camélidos son animales
definitivamente “domésticos”, en el sentido que penetran ese orden como alimento,
como ofrenda, como símbolo. Sin embargo, su imagen no encuentra tan firme ex-
presión en la iconografía, en donde impera la dualidad hombre-felino propia de
Aguada. ¿Es esto una contradicción? ¿Existieron discursos paralelos compitiendo
entre sí dentro de los mismos espacios?

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| D ETRÁS DE LAS PAREDES… ARQUITECTURA Y ESPACIOS DOMÉSTICOS |

La aparente existencia de un ritualismo previo y tradicional que pervive en el


ámbito doméstico tal vez significó un conflicto potencial, una expresión de resisten-
cia ante el nuevo culto público sustentado en una ideología y acción política diferen-
tes. Si esto es cierto ¿cómo encajan dentro de este panorama los sitios de elite emer-
gentes? La Rinconada podría ser definido como tal, no sólo por sus propiedades
espaciales sino también porque concentró y sostuvo actividades ceremoniales. Pero
el panorama no es tan definido y lineal, ya que comparte con los otros sitios del área
la misma lógica espacial y gran parte de su materialidad; en consecuencia, parece
participar de un mismo sustrato doméstico en cuanto a prácticas cotidianas concre-
tas, productivas y rituales, y así también el empleo de símbolos iconográficos de
poder se manifiesta en la vajilla de los otros sitios. Sin duda, este es una de las cuestio-
nes que requieren ampliar la información y el análisis dentro de las investigaciones en
curso.
Podemos intentar avanzar sobre estos temas a través de una mirada retrospectiva,
buscando los lazos de continuidad histórica con otras sociedades. En el mismo valle
hay elementos que sugieren un proceso local de cambio, pero los datos actuales no
permiten aún profundizar más en ese proceso con eje en los espacios domésticos o
residenciales. Otros elementos puntuales, como la tecnología constructiva y las grandes
tinajas pintadas –que perduran largamente y sin mayores cambios en el paisaje
doméstico de Ambato– nos conducen inevitablemente hacia Alamito. Pero surgen
allí nuevos interrogantes que desafían nuestra comprensión de los hechos. En el Campo
del Pucará hay rasgos arquitectónicos que realmente son notables y únicos, así como
una concepción del paisaje construido que en muchos aspectos se distancia de La
Rinconada y su entorno. Sin duda, nuestras expectativas variarán según sea el carácter
y significado de los sitios Alamito y si, desde una doble perspectiva diacrónica y
sincrónica, es posible analizar escenarios análogos y establecer términos válidos de
comparación con Ambato que permitan avanzar en el conocimiento de estas
sociedades y de la naturaleza de los cambios ocurridos. En ese sentido, para evaluar
los vínculos de identidad y continuidad, así como los procesos de cambio y su
incidencia real en los modos de vida, entiendo que parte de la búsqueda debe orientarse
hacia aquellos espacios donde tuvieron lugar las prácticas sociales concretas, privadas
y colectivas, cotidianas y eventuales, a través de las cuales los agentes produjeron,
reprodujeron o subvirtieron el orden social en sus múltiples dimensiones y escalas.

Agradecimientos. Cada excavación en La Rinconada trae consigo un especial encuentro entre perso-
nas y tiempos. Lo saben quienes entre tierra, sol y cansancio, se han sentido profundamente
conmovidos ante tanta expresión de vida que muestra el registro arqueológico del lugar. A
todos ellos, muchos por cierto, GRACIAS. Asimismo, a la hora de analizar materiales y datos
muchas personas estuvieron presentes y quiero expresarles aquí mi agradecimiento, especial-
mente a Elvira Inés Baffi, Bernarda Marconetto, Alberto Pérez, Gabriel López y Patricia Solá,
cuyos análisis específicos fueron muy valiosos a esta investigación. Y, sin duda, también a Diego
Leiton, por ese diálogo tan estimulante en torno a varios de los problemas aquí tratados.

| 93
| INÉS GORDILLO |

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Notas
1. Como también ocurre en otros sitios del área, los ejes principales de La Rinconada repiten la
misma orientación nor noroeste-sur sur este del sistema orogénico de sierras subparalelas
que imprime en la región direcciones naturales recurrentes, enmarcando así las experiencias
espaciales y visuales y proveyendo de un marco de referencia espacial bien definida que se
repite en este y otros valles contiguos.
2. Bernarda Marconetto reconoció estas especies en las muestras de Iglesia de los Indios y Piedras
Blancas, junto con otros árboles que crecen en el valle (Prosopis sp., Acacia sp., etc.)
3. Para realizar este cálculo he tenido en cuenta los siguientes factores y procedimientos: 1)
identificación de unidades de habitación, distinguiéndolas de los espacios y construcciones
destinados a otros usos; 2) cuantificación de tales unidades y medición del área interior a las
mismas -área de piso cubierto- excluyendo del cálculo los espacios no habitacionales; 3)
clasificación de las viviendas en tres estratos según su grado de definición, dentro de los cuales
se define un rango tentativo de número de viviendas y de área residencial en m2; 4) corrección
de contemporaneidad a través de un índice de 0,75 en la máxima ocupación del sitio y 5)
aplicación de constantes demográficas propuestas por diferentes autores (Hassan 1978; Nelson
1995; Smith 1992; entre otros), especialmente aquellas que resultan de estudios transculturales
(Gordillo 2004a).
4. Resulta claro que este material es sólo una fracción de la variedad de desechos primarios y
perdurables; junto a estos, además, debieron existir sin duda elementos perecederos de los
cuales no ha quedado registro. Aún así, el material contenido en tales depósitos brinda una
información significativa sobre los grupos de artefactos y sobre ciertos consumos que transi-
taron a través del tiempo por el contexto de comportamiento inherente al espacio de cada
vivienda. Paralelamente, aunque no es posible determinar el ritmo de formación, los depósi-
tos de piso sugieren, en algunos casos, un lapso prologado de ocupación. Este aspecto se
correlaciona, además, con la presencia de remodelaciones arquitectónicas que apuntan en el
mismo sentido.
5. Presenta los atributos definidos para las vasijas que cumplen esa función: forma abierta,

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| INÉS GORDILLO |

estabilidad, pasta fina, elaborado tratamiento de superficie y decoración (Rice 1987).


6. Los restos de aves consisten no sólo en huesos enteros y partidos sino también en fragmen-
tos de cáscara de huevos.
7. La edades 14C obtenidas arrojan un rango calibrado (con 2 sigmas) de 1030-1219 d.C.
8. Fuera de La Rinconada, se conoce otro ejemplar semejante que forma parte de la Colección
Petek, también procedente de Ambato. Ambas piezas son enteramente similares en su tama-
ño y atributos morfológicos. Presentan una forma subrectangular, filos curvos en la parte
opuesta a pequeños orificios de sujeción. Lamentablemente se desconoce el contexto de
hallazgo de aquel ejemplar como para poder establecer y comparar sus asociaciones.
9. Su análisis fue realizado por Elvira I. Baffi.
10. En excavaciones recientes (octubre de 2005) se hallaron restos de cráneos humanos también
en el patio E5.
11. Hasta el momento, sólo se conocen indicios de la misma o similar técnica constructiva en el
sitio el Rincón (Dto. La Cocha, Tucumán), ubicado en el piedemonte oriental, al pie de la
Cumbre de Los Llanos (Tartusi y Núñez Regueiro 2005), aunque aún no existe suficiente
información sobre ese sitio como para integrarlo a la presente discusión.
12. En un trabajo paralelo, Lugares comunes en la arqueología de Ambato y Alamito, abordo el
tema mediante un análisis más detallado que, por razones de espacio, no desarrollo aquí en
toda su extensión.
13. Necesariamente, los datos aquí considerados están tomados casi con exclusividad de los
trabajos publicados hasta el momento, en particular de la tesis doctoral de Núñez Regueiro
(1998). Cabe destacar, sin embargo, la continuidad de los trabajos en el Campo del Pucará, así
como la consecuente producción de varios escritos derivados de los mismos, muchos de los
cuales aún permanecen inéditos. Sin duda, es alentador pensar que este nuevo cuerpo de
información agregará nuevos planteos, interpretaciones y formas de abordar la arqueología
del área.

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| HOMBRES COMPLEJOS Y SEÑORES SIMPLES |

HOMBRES COMPLEJOS Y SEÑORES SIMPLES.


REFLEXIONES EN TORNO A LOS MODELOS DE ORGANIZACION
SOCIAL DESDE LA ARQUEOLOGIA DEL VALLE DE AMBATO
(CATAMARCA)

Pablo José Cruz*

Evolución y Complejidad Social, Preludio sobre un Problema de Fondo

Ya alejados de los modelos unilineales de evolución, en nuestros días pareciera


ser que son los postulados neoevolucionistas los que cuentan con el mayor consenso
de la comunidad arqueológica. Sin embargo, aun cuando el principio mismo del
concepto de evolución multilineal contradice toda tentativa de generalización, en la
práctica pareciera ser que las premisas del modelo unilineal se perpetúan si tomamos
en cuenta la frecuente articulación realizada entre el grado tecnológico alcanzado por
una sociedad y los esquemas tipológicos por los cuales se presentan secuencialmente
los diferentes estadios “evolutivos”: bandas, tribus, jefaturas y estados. El pasado
prehispánico del Noroeste Argentino se organizó siguiendo al pie de la letra esta
secuencia evolutiva. Cabe señalar aquí las limitaciones del uso de la tipología en la
esquematización de la evolución social, señalado por Plog (1975) y más tarde por
Nielsen (1995a), la cual daría como resultado una imagen de la evolución social
estática, sin continuidad y sobre todo predecible; no un proceso dinámico y diverso.
A diferencia de las sociedades más o menos igualitarias, como las bandas y las
tribus, entendemos que las jefaturas se caracterizan por una desigualdad pronunciada
de las personas y de los grupos que componen la sociedad (Service 1971: 145). Las
jefaturas se presentan generalmente como un incremento de la complejidad de la
organización social, tanto en la producción como en la densidad de la población. Las
jefaturas poseen funciones jerárquicas institucionalizadas bajo la figura del Jefe, o del
Señor en nuestro caso, quien tiene un control sobre el resto de la sociedad y sus
producciones. Como fue pronunciado por Fried (1960, 1967) en las jefaturas existirían
menos cargos jerárquicos que individuos susceptibles de ocuparlos. El acceso a la jerarquía
no depende únicamente de las capacidades personales, del sexo o de la edad, sino que
pueden ser hereditarias. Por su parte, Sahlins (1958) sostuvo que la complejidad de la
organización de las jefaturas polinésicas era el resultado de la productividad y de un
* ASUR Antropólogos del Surandino.

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| P ABLO J. C RUZ |

sistema de redistribución. Fried (1960, 1967) y Service (1962, 1975) propusieron por
su lado que una economía basada en la redistribución de bienes sería una condición
necesaria al surgimiento de una jefatura. Desde esta perspectiva, las jefaturas son
sociedades de redistribución con una entidad central de coordinación que actúa en
función de preservar y reproducir la integración de la sociedad (Service 1975: 144).
Dentro de este marco, Earle (1978) remarcó ciertos problemas sobre el concepto de
redistribución como elemento económico esencial de las jefaturas. Por un lado
demostró que los gestos considerados como indicadores de redistribución eran en
ocasiones reacciones cooperativas frente a las fluctuaciones ambientales. Por otro
lado, su trabajo con las jefaturas de Hawaii pusieron en evidencia que la redistribución
no era siempre el modo de cambio económico dominante, sobre todo en el caso de
las comunidades más alejadas del centro del poder. La crítica sobre la pertinencia de
la redistribución como condición sine qua none al surgimiento de jefaturas fue igualmente
señalada por Peebles y Kus (1977).
Desafiando la imagen universalizadora y tipológica de las jefaturas, desde hace
algunos años –impulsado en cierta manera por el auge de la teoría de las redes- se
viene desarrollando el concepto de heterarquía en la explicación alternativa sobre los
procesos de complejización social de distintas partes del mundo (Becker 2004; Brumfiel
1995; Crumley 1995; Levy 1995; O’Reilly 2000; Saitta y McGuire 1998; entre otros).
Es dentro de esta perspectiva que analizaremos el caso de Ambato. Nuestro concepto
de heterarquía no se resume en la ausencia de jerarquía ni al principio de organización
estructural donde la jerarquía podría variar puntualmente según la localización de las
decisiones, sino que más bien, surge de la aplicación de dos conceptos que pueden
parecer próximos, el modelo rizomático y el de gobernance. Tomamos la figura
enmarañada del concepto-metáfora del rizoma en tanto que un conjunto de redes
unidas por relaciones autorreguladas, cuyo principio sería la cooperación (como
estrategia de optimización), que estarían conformando la estructura, la base, del
funcionamiento de la sociedad. Por otro lado, el concepto de gobernance o “buen
gobierno” se refiere al conjunto de sistemas de regulación intencionales generados
por una organización social dada que mantiene su viabilidad interactuando con a)
numerosas otras organizaciones sociales, b) instituciones y c) con el medio (Jessop
1995, 1997, 1998). A su vez, siguiendo a Jessop, podemos ver que la heterarquía,
comprende tanto las redes interpersonales que se autoorganizan, la coordinación
negociada entre las instituciones y la dirección descentralizada entre sistemas en la que
media el contexto, todas estas conectadas estructuralmente, de manera rizomática, a
causa de su interdependencia recíproca (Jessop 1995). Finalmente, el modelo
heterárquico no niega en todos los casos la existencia de relaciones de orden jerárquico
más o menos institucionalizadas, sino más bien, la institucionalización de una jerarquía.

Y lo Esencial Puede Ser Invisible a los Ojos

Como lo habíamos anunciado líneas atrás, la ocupación Aguada del Valle de


Ambato fue considerada por los arqueólogos como la culminación de una sociedad

100 |
| HOMBRES COMPLEJOS Y SEÑORES SIMPLES |

estratificada del tipo jefatura (González 1998; Pérez Gollán 1992). En acuerdo con
los modelos más conocidos para una jefatura, el control social y el poder político
descansarían sobre una jerarquía de carácter hereditaria centralizada en la figura de un
señor (Pérez Gollán 1992). Ahora bien, teniendo este modelo como algo resuelto, la
cuestión del proceso de complejización social se situó al centro de la mayoría de los
proyectos de investigación sobre el fenómeno Aguada. En efecto, pareciera ser que
el objetivo perseguido no fue más tratar de poner en evidencia el “modo de
organización social”, sino más bien el “proceso” que marcaría el pasaje entre una
sociedad poco estratificada a una jefatura. En la región Valliserrana, el Valle de Ambato
y el Campo del Pucará se disputan el centro genésico de ese proceso (Bonin y Laguens
1996; Pérez Gollán 1992; Tartusi y Núñez Regueiro 1993). No obstante, los datos
recogidos en el campo, así como la exégesis bibliográfica y documental realizada en
nuestra investigación, nos condujeron a resultados sensiblemente diferentes de los
actuales modelos propuestos para Aguada. Estas diferencias no radican en el hecho
de si la región fue ocupada por una sociedad compleja –algo que nadie discutiría–,
sino en las particularidades de la organización social de sus antiguos habitantes.
Con el fin de estructurar mejor nuestras propuestas, en un primer paso expondremos
algunos comentarios sobre los actuales modelos propuestos para Aguada resaltando
únicamente los elementos relacionados con la problemática de la organización social.
Más allá de los puntos teóricos específicos que serán tratados, nuestra crítica gravita
principalmente en el recurso “parcial” de la deducción como herramienta metodológica
a detrimento de una mayor atención al dato de campo. El hecho de encuadrarse a toda
costa en la resolución de las hipótesis puede conducir a inevitables distorsiones en la
lectura del registro, condicionando la cultura material a responder sus propias preguntas.
En otras palabras, si nuestras investigaciones apuntan a encontrar los representantes
locales de jefaturas universales, y ponemos a disposición todos los medios metodológicos
y teóricos, es muy probable que las encontremos. Por otro lado, podemos ver que la
historia de la arqueología argentina, sobre todo aquella concerniente al Noroeste
Argentino, estuvo fuertemente condicionada por una multiplicidad de parámetros
políticos, económicos, sociales y teóricos, así como por una cierta voluntad inconsciente
de encontrar la monumentalidad –o la transcedentalidad simbólica como variante–
como soporte material en la construcción identitaria de la nación (Cruz 2004).
Nos interrogamos entonces acerca la base fáctica sobre la cual los investigadores
se fundamentaron para inferir los modelos de organización social propuestos para
Aguada y en particular para Ambato. Para ello, pondremos en examen ciertos criterios
que figuran entre los más claros indicadores de un sistema social estratificado del
tipo jefatura tal cual se presenta en la literatura. Estos criterios son: a) la centralización
del poder político; b) la centralización de la religión; c) la diferencia estratificada en el
tratamiento funerario; d) la diferencia jerárquica en el hábitat; e) el acceso diferenciado
y desigual a los bienes; y f) la centralización y maximización de la producción.

| 101
| P ABLO J. C RUZ |

Templos y Centros Ceremoniales. La Centralización de los Poderes


Políticos y Religiosos

Uno de los indicadores materiales más explícitos de un poder político o religioso


centralizado es la presencia de construcciones destinadas a una función político-
administrativa, una función ceremonial, una función religiosa, o las tres al mismo
tiempo. Para estar de acuerdo con el principio de centralidad, estas construcciones
deben constituir el centro de la vida social y en consecuencia estar rodeadas de una
periferia y expresar una cierta “monumentalidad”. No usamos aquí el término de
monumentalidad como sinónimo de grandeza sino como expresión de rememoración
y de permanencia (Allsopp 1977: 7). En resumen, esta situación se sintetiza en el
juego de palabra de Pannerai et al. (1999: 16) “Le centre est donc, le lieu exclusif de la
centralité”. Por principio, este tipo de construcciones serian concebidas para perdurar
activamente en el tiempo y en la memoria de los hombres.
La construcción de centros ceremoniales en los Andes parece haber comenzado
en los principios del Período Formativo, donde se destaca el sitio de Real Alto en
Ecuador. Para el período Precerámico Final peruano se destacan los sitios de La Aldas
y El Paraíso, seguidos cronológicamente por sitios como Kotosh, Kunturhuasi y Sechín
y más tarde por el famoso Chavín de Huantar. Durante el Horizonte Medio se asiste a
una multiplicación de centros ceremoniales en todas las sociedades de los Andes Centrales
y Centro Sur. Entre los más conocidos figuran los numerosos templos Moche, los
centros ceremoniales Wari en los Andes Centrales y Tiwanaku en la región circumlacustre.
En los períodos más recientes, retenemos entre numerosos otros ejemplos las 11
ciudadelas dinásticas de Chan-Chan, el centro ceremonial y oráculo de Pachacamac en
la costa peruana y por supuesto, todos los centros administrativos y ceremoniales,
locales y extra-locales, construidos por los Inkas. Numerosos otros ejemplos podrían
completar esta lista, sin referirse a los centros ceremoniales mesoamericanos, cuyas
extensiones y monumentalidad sobrepasan largamente los criterios de identificación.
En todos los casos citados, las características distribucionales y arquitectónicas sugieren
que se trata de verdaderos “centros”, senos del poder político y religioso.
Regresemos ahora al Valle de Ambato y a la región Valliserrana donde la mayoría
de los arqueólogos concernidos identificaron varios “centros ceremoniales” para
períodos agro-alfareros. Los casos más conocidos son los sitios Iglesia de los Indios
y Bordo de los Indios en Ambato (Pérez Gollán 1992), Choya 68 en el valle de
Catamarca (González 1998), El Mollar en Tucumán (González y Núñez Regueiro
1960) y los sitios Alamito en el Campo del Pucará (Núñez Regueiro 1970, 1971). La
magnitud en la construcción intelectual de estos “centros ceremoniales” fue tan elevada
que condujo, en muchos casos, a postularlos como el apogeo de la monumentalidad
prehispánica en el Noroeste Argentino.
“El gran sitio ceremonial de La Rinconada, junto con El Mollar en Tafí y el
recientemente comenzado a excavar en Choya 68 (Capayán), creemos que son los más
importantes de toda la historia arqueológica del N. O. Argentino” (González 1998: 40)1.

102 |
| HOMBRES COMPLEJOS Y SEÑORES SIMPLES |

Más allá de la crítica al modelo difusionista defendido por González o a la


relatividad del concepto de monumentalidad, este tipo de interpretación pone en
evidencia la continuidad y la persistencia, desde los primeros trabajos de Lafone
Quevedo (1890, 1891, 1892), en buscar todos los caminos posibles a fin de integrar
el fenómeno Aguada dentro de una indiferenciada cosmovisión y religión andina.
Sin detenernos sobre algunas definiciones –muchas de ellas tautológicas2– sobre estos
sitios, podemos constatar que ninguno de los mismos presentan las características
distribucionales, arquitectónicas y estructurales que permitan presentarlos como centros
ceremoniales, aún dejando de lado la presencia de una cierta monumentalidad como
parámetro categórico exclusivo. En efecto, parece evidente que en esta región, el
principio mismo de centralidad no se manifiesta.
En el caso del Valle de Ambato, las últimas prospecciones permitieron registrar
nueve sitios “complejos”3, además de los ya conocidos Iglesia de los Indios, Bordo
de los Indios y Piedras Blancas (Cruz 2003a, 2004). Si bien no existe aún una crono-
logía absoluta de todos estos sitios, tanto la tafonomía como la cultura material nos
dejan pensar en una relativa concomitancia de los mismos. Por el contrario, de validarse
la contemporaneidad de estos sitios, los mismos marcarían una clara descentraliza-
ción, pero estamos aún lejos de corroborarlo. En otro orden de reflexión, podría-
mos preguntarnos la validez de los criterios empleados (superficie, arquitectura,
materiales) en la identificación de la categoría de “centro ceremonial”. Cierto, un
centro ceremonial no tiene que estar forzadamente asociado con la monumentalidad.
No obstante, y probablemente a excepción de los sitios Alamito, existe una certera
jerarquización en el tamaño de los sitios Aguada, en particular aquellos de los Valles
de Ambato y Catamarca. En estas regiones, cohabitan toda una variedad de sitios,
desde pequeñas unidades domésticas que no superan los 100 m2 hasta sitios comple-
jos de una superficie muy vasta, que como en el caso del sitio que registramos en
2002 sobre la rivera del Huañomil (111) que supera las 9 ha (Figura 3). Lo que resulta
interesante, es que esta jerarquización en el uso del espacio parece no ser análoga con
la cultura material presente en los sitios. Las excavaciones llevadas a cabo en el Valle
de Ambato deja más bien ver, a grandes rasgos, una cierta similitud de la cultura
material hallada tanto en los “sitios complejos” como en las unidades residenciales
de dimensiones acotadas (Cruz 2004).
Hasta dónde la evidencia de Ambato nos permite pensar en centros ceremonia-
les, cuándo comienzan a aparecer los sitios complejos, el primero, luego un segundo
(y hasta aquí todavía tenemos recursos interpretativos apelando a la noción de dua-
lidad andina)4 5, qué pasa con el tercero, el cuarto, y así sucesivamente. Seguramente
podemos otorgar el beneficio de la duda apoyándonos en los confusos problemas
cronológicos, en tanto componentes de una sucesión diacrónica, cabe la posibilidad
que de a uno por vez o apareados hayan jugado el rol prefijado en las interpretacio-
nes.
¿Pero cómo explicar el bajo interés por afinar la resolución de estas dificultades?

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| P ABLO J. C RUZ |

Figura 1. Planimetría de Huañomil (111).

En cuanto a la centralización de la religión y más allá del desconocimiento de


construcciones religiosas en la región, pareciera que persiste una cierta confusión en
los diferentes trabajos sobre Aguada al presentar, de manera concomitante, una religión
centralizada con prácticas rituales descentralizadas como ser el chamanismo. Por otro
lado, para algunos arqueólogos que trabajan en Ambato (Pérez Gollán 1992; Pérez
Gollán y Laguens 2001) los supuestos vínculos entre espacios religiosos y espacios de
poder político se funden y se confunden dentro de una misma esfera ideológica. Los
centros ceremoniales se vuelven así templos donde una casta sacerdotal dictaría las
normas y las pautas de la existencia común.6
Un último aspecto, en particular sobre los montículos de estos sitios
“ceremoniales”, está dado por afirmaciones implícitas referentes a la monumentalidad.
En un alusivo discurso en pos de la trascendentalidad, recordemos que parte de

104 |
| HOMBRES COMPLEJOS Y SEÑORES SIMPLES |

estos montículos fueron considerados por varios autores como “pirámides”


(González 1998; Gordillo 1992, 1994; Pérez Gollán 1992). Más allá de lo objetable
que pueda resultar el empleo del propio término “pirámide” en la designación de
este tipo de estructuras, que en el caso de la Iglesia de los Indios apenas supera los 2
m de altura, creemos que no han quedado perfectamente aclarados aspectos atinentes
a cuáles serían las dimensiones mínimas que trazan la diferencia entre basureros,
montículos y pirámides.
A la instancia de los casos precedentes, entendemos que hasta el presente ningún
elemento material ni representación iconográfica parece dar cuenta de una religión
centralizada o de la existencia de una casta sacerdotal. Contrariamente, numerosos
son los elementos materiales de Ambato que sugieren prácticas rituales descentralizadas
como las pipas cerámicas, los silbatos en huesos de aves, la presencia de restos óseos
humanos o los objetos cargados de una iconografía invadida por lo simbólico (Cruz
2004). Es importante señalar que estos elementos fueron hallados de manera indistinta
en la mayoría de los sitios excavados en Ambato (sitios Martínez II, Martínez IV,
Piedras Blancas, Iglesia de los Indios) y en los sitios de habitación de regiones vecinas
(Alamito, Valle de Catamarca, Hualfín y Laguna Blanca, entre otros).

El Poder en la Religión y el Imaginario Trascendental

Desde los comienzos de las investigaciones sobre Aguada la iconografía fue “la
plataforma” predilecta en la construcción de una cierta trascendentalidad religiosa.
Los análisis de la iconografía Aguada fueron llevados a cabo indistintamente sobre
todos sus soportes: la cerámica, los metales, la escultura y las pinturas y grabados
rupestres. Si en un comienzo la búsqueda de temáticas “trascendentales” formaba
parte de una visión romántica del pasado, con el tiempo se transformó en una
metodología7. Uno de los problemas presentes en el tratamiento de la iconografía
Aguada surge cuando el nombre o denominación dada a un tipo de representación
o personaje se confunde con el significado posible del mismo. Entre los casos
problemáticos se distinguen el tratamiento dado a las representaciones denominadas
desde un principio como “el sacrificador”. Y es en este punto del tratamiento
iconográfico donde la ecuación real, no real y mundo-otro se vuelve peligrosa ya que
pone en juego tanto la fragilidad en la lectura del dato arqueológico, como las
intenciones, concientes o inconscientes, que se ocultan detrás y que condicionan la
interpretación. Es más, el caso de las figuras antropomorfas deja expuesto la escalada
categórica de la interpretación donde se pasa linealmente de la figura del guerrero a
la del chamán, del chamán a la del sacrificador y de este a la “divinidad”, último
peldaño del panteón iconográfico. Significativamente, estas transformaciones están
secuencialmente ligadas con la evolución de los conocimientos sobre Aguada y las
oscilaciones de los centros de interés en la pluma de los investigadores. En efecto, no
resulta lo mismo estudiar una “cultura” que representan a sus guerreros o a sus
chamanes, es decir a hombres, que una que representa a sus dioses.

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| P ABLO J. C RUZ |

Si en numerosas culturas centroandinas y mesoamericanas, la presencia de prácticas


sacrificiales; asegurada por especialistas rituales fue comprobada, no existe hasta la
actualidad ninguna prueba sustancial, ni siquiera ningún indicio que permita pensar en
la existencia de tales prácticas en Aguada. El cuchillo del sacrificador o la iconografía
explícita aún no han sido hallados. Por más tajante que resulte esta afirmación, no
queremos negar con ella la posible existencia de prácticas sacrificiales en sociedades
Aguada, sino únicamente señalar que hasta el momento estamos muy lejos de poder
corroborarlo, incluso de pensar en la existencia de las mismas a través del registro
arqueológico. Creemos que la obstinada búsqueda de estos ritos se inscribe dentro
de una misma lógica interpretativa que condiciona la lectura del registro arqueológico
al encuentro de la centralización, limitando la identificación de otras posibles prácticas
rituales y otros posibles personajes. Recordemos, que lo que se ve en la iconografía
cerámica son sólo motivos antropomorfos, representaciones inspiradas de la realidad
o de un espacio mítico, que pueden poseer instrumentos como hachas y lanzaderas,
o representaciones de cabezas suspendidas. Entonces se podría igualmente pensar en
personajes y prácticas más relacionadas con los atributos de las propias
representaciones, por ejemplo si armas (hachas y lanzaderas) entonces guerreros, si
hombres con cabezas suspendidas entonces cabezas trofeos8. Cabría preguntarnos
entonces, si la marcada negación de este tipo de prácticas en las interpretaciones de la
iconografía Aguada, que de hecho muestran muy regularmente hombres sosteniendo
cabezas humanas, no está en relación con el hecho de que, la mayor parte del corpus
etnográfico atinente a tales prácticas es referido a sociedades tribales o que poseen
una estructura social no muy jerarquizada, lo que evidentemente se opondría a los
modelos sociales propuestos para Aguada.
Otro de los ejemplos más notorios de una lectura orientada y condicionada se
muestra en el tratamiento dado a las placas metálicas, objetos que por una recurrente
presencia de felinos son asociados con una narrativa Aguada (González 1992; Pérez
Gollán 1986). Considerados por los arqueólogos como uno de los atributos más
emblemáticos del poder señorial, recordemos que estas placas aparecieron en diversos
puntos geográficos del sur andino, como el Noroeste Argentino, el Beni (Bolivia) o
el mismo Cuzco (Perú), lo que condujo a ver en ellos la prueba material de la expansión
de una ideología panandina durante el Período Medio. Uno de los problemas que
presentan estas interpretaciones es que, casi la totalidad de las placas o pectorales
conocidos fueron hallados fuera de un contexto cultural y cronológico certero, a
excepción de la placa rectangular del Cuzco hallado en contexto Inka9. Sin embargo,
el problema de fondo no reside en la imposibilidad de poder afiliar estos materiales
con algún período o cultura determinada sino en las interpretaciones que
desencadenaron los mismos. Por ejemplo, el trabajo de Pérez Gollán (1986) sobre
religiosidad andina, basado en la analogía existente entre la descripción del Coricancha
hecha por Garcilazo de la Vega y las figuras que expone el disco Lafone Quevedo, le
sirvió para postular que el panteón religioso Aguada estaba centralizado en el culto al
Punchao –el sol de la mañana– como durante el inkario10. Es decir, como base para

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| HOMBRES COMPLEJOS Y SEÑORES SIMPLES |

la argumentación de la existencia de un panteón panandino en el Periodo Medio, se


partió de la descripción histórica realizada por un cronista sobre un templo Inka,
para interpretar un objeto proveniente de una región alejada y desprovista de
información contextual, pero pensado como mucho más antiguo.
Por otro lado, habíamos visto al principio que para muchos arqueólogos, Aguada
se integraría dentro de una ideología andina aportando bienes de prestigio como los
metales y simbólicos o rituales como el cebil11. De este modo se construyó idealmente
el escenario de caravanas transportando este producto “sagrado” desde los yungas
meridionales hacia los altos centros culturales, en particular San Pedro de Atacama,
por medio de una sugestiva “ruta de los dioses”. Sin embargo, recordemos aquí que
el cebil, vilca o játax, una de las variedades de Anadenathera sp., es una planta cuyo
hábitat acompaña las selvas de altura, desde Colombia hasta la región Valliserrana. A
diferencia de los metales, se trata de un recurso más que abundante, accesible y de
imposible control de acceso. En efecto, un solo árbol de cebil produciría suficiente
cantidad de sustancia narcótica como para abastecer el consumo para una importante
cantidad de personas. Siendo el cebil una especie invasora en los ecotonos mesotermales
de la región Valliserrana, árboles de esta especie se pueden ver hoy en día incluso en
los valles de Catamarca, Paclín y Ambato. Con esto queremos decir, que a nuestro
entender este narcótico no debió constituir en el pasado un recurso escaso y menos
aún pasible de control por grupo alguno, y por ende difícilmente pudo llegar a
constituirse en un medio de integración ideológica regional o macro-regional.

El Poder después de la Muerte

Siguiendo esta lista de criterios de identificación de una jefatura, encontramos la


diferenciación jerárquica en el tratamiento funerario. Recordemos que las prácticas
funerarias son consideradas por los arqueólogos como marcadores privilegiados de
la jerarquía social de los difuntos –o de su posición idealizada– así como de la
estructura social (Binford 1971; Brown 1971; Chapman y Randsborg 1981;
Goodenough 1965; O’Shea 1984; Saxe 1971; Tainter 1978; entre otros). En un siste-
ma de jefatura, hereditaria o no, deberíamos esperar a que el lugar del Señor o del
Jefe se encuentre materialmente expuesto en su tratamiento funerario. En efecto, tal
como lo señala McGuire (1983) existiría una relación entre la existencia de tumbas
jerarquizadas y una sociedad caracterizada por una débil heterogeneidad y gran des-
igualdad social. En América andina, son probablemente las fabulosas tumbas
mochicas, entre ellas la célebre tumba del Señor de Sipán (Alva 1993) que exponen
de la mejor manera una sociedad desigualmente estratificada. Aparte los casos cita-
dos, tumbas de personajes jerarquizados se encontraron en toda la región andina. Sin
embargo, hasta nuestros días, ninguna tumba señorial ni sepultura muy jerarquizada
fue hallada sobre el territorio ocupado por grupos Aguada, aún a pesar de los nu-
merosos investigadores que consagraron sus vidas a su búsqueda. Por supuesto, es
todavía posible que esta notoria ausencia sea fruto del azar. Pero considerando las

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| P ABLO J. C RUZ |

miles de sepulturas Aguada excavadas desde el comienzo de las investigaciones, como


las necrópolis trabajadas por V. Weisser (1923-24), así como la práctica histórica del
saqueo de sitios en la región, es poco probable que este tipo de estructura, donde
podríamos sospechar una cierta monumentalidad, sea todavía desconocida. Pero
por otro lado, más allá de la existencia o no de tumbas señoriales, cuestión que no
sabríamos responder, tanto las necrópolis como las tumbas aisladas que fueron
excavadas exponen una cierta homogeneidad en el tratamiento funerario recibido y
en los objetos depositados en las mismas.

Ricos y Famosos o la Desigualdad en la Posesión de Bienes

A esta lista de criterios se suman las desigualdades en el acceso y posesión de


bienes materiales. En efecto, la posibilidad de acceder a bienes materiales de prestigio
o de lujo figura entre los atributos más característicos de las clases dominantes (Marx
1977 [1906]). En una jefatura clásica, debería existir una diferenciación clara ente los
objetos pertenecientes a la élite y aquellos pertenecientes a estratos sociales inferiores.
Sin embargo, contrariando este modelo, podemos observar que no existen
prácticamente diferencias entre los objetos originarios de los diferentes sitios excavados
en Ambato. Por otra parte, la cultura material de Ambato se caracteriza particularmente
por la riqueza narrativa de su iconografía cerámica que presenta toda una serie de
personajes antropomorfos, los cuales en algunos casos fueron interpretados
como la imagen de personajes jerarquizados. Sin embargo, es necesario
aclarar, en la ausencia de escritura o de fuentes etnohistóricas, nuestros
límites en la interpretación de esos personajes y la imposibilidad de descifrar
si se trata de representaciones del mundo real, o bien de representaciones
ideales sin correspondencia con un personaje particular. Solamente podemos
señalar, en el caso de los sitios Aguada de Ambato, que no existe una relación entre
un cierto tipo de sitio o de espacio y una iconografía particular.
Las construcciones arquitectónicas forman parte sin duda de la cultura material
y se integran en un sistema de comunicación no verbal donde el espacio físico comunica
atributos de rango y poder, así como otros aspectos de la identidad social (Blanton
1995: 8). Los edificios son en función de sus características estructurales y arquitectónicas
(tamaño y visibilidad de las construcciones) especialmente adecuados para la expresión
del poder poniendo en evidencia el capital económico, cultural o simbólico de aquellos
que lo poseen o que lo utilizan (Nielsen 1995b: 55; Trigger 1990). El capital simbólico
(prestigio, honor, notoriedad) es utilizado por el reconocimiento social de la jerarquía
y constituye una de las más importantes formas de acumulación de las sociedades
estratificadas (Bourdieu 1977: 179). Nielsen (1995b) propuso a partir del estudio del
hábitat una lista de atributos necesarios para la puesta en evidencia de una relación de
poder asimétrica en la sociedad. Estos atributos son, la capacidad, la accesibilidad,
las propiedades visuales, la segmentación, la diferenciación funcional, la localización y
concentración y la resistencia. Los sitios de habitación registrados en Ambato exponen

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| HOMBRES COMPLEJOS Y SEÑORES SIMPLES |

netas diferencias entre ellos, tanto en su capacidad como en su accesibilidad y


segmentación. Igualmente, algunos sitios complejos “hoy en día” se destacan levemente
en el paisaje, sólo por la presencia de estructuras monticulares. Contrariamente, los
criterios de localización y concentración parecen estar ausentes del registro
arqueológico de Ambato. Por un lado, ningún sitio de habitación de Ambato presenta
un emplazamiento notorio, ni central ni periférico. Por otro lado, el modo de
establecimiento de los sitios de habitación refleja un patrón disperso, sin presencia de
conglomerados constructivos característicos de períodos más recientes. Como lo
señala Nielsen (1995b: 59), una población dispersa, no circunscripta a un espacio
limitado, presenta importantes dificultades de control.

La Centralización de la Producción

Finalizando esta lista llegamos al modo de organización de la producción. En una


jefatura clásica, la producción está normalmente emplazada bajo el control de la jerarquía
que asegura el almacenamiento, la distribución y el intercambio. La necesidad de generar
excedentes productivos, eje en la legitimación del poder, marca una tendencia hacia la
maximización de la producción agrícola. Esta se manifiesta en una mayor homogeneidad
de la producción y por el desarrollo tecnológico, sobre todo en lo que respecta a los
sistemas de irrigación. Desde esta perspectiva, la agricultura a temporal o a secano,
poco rentable, es mejorada por la irrigación. La maestría del sistema hidráulico se
convierte de esta manera en un punto estratégico en el control de la producción, de lo
cual se deduce que la planificación y construcción de canales y las prácticas de distribución
en una jefatura estarían normalmente en las manos de la élite política.
Nuestras investigaciones en Ambato nos permitieron observar que la agricultu-
ra articuló superficies a secano con superficies agrícolas irrigadas dentro de un siste-
ma regido por un principio de rentabilidad dentro de una lógica “campesina” de
minimización del riesgo por la diversidad tecnológica (Cruz 2003b, 2004). Por otro
lado, la diversidad de superficies agrícolas, sin contar los espacios reservados a la
recolección, evoca una alta heterogeneidad de la producción contraria a los efectos
de la maximización. En fin, ningún elemento deja pensar en una decisión centralizada
en la construcción de los canales de irrigación. La morfología de los canales registra-
dos en Ambato deja ver la poca inversión en fuerza de trabajo en su construcción y
la localización de los mismos parece estar en relación con la localización de las fuen-
tes de agua y relieve, más que con una intención productiva. Siguiendo a Criado
Boado (1993), el modo de ocupación y producción del Valle de Ambato reflejaría
una relación de baja dominación con el medio. Este tipo de relación sería caracterís-
tica de las sociedades agrícolas que no poseen una estructura social muy estratificada
como por ejemplo las sociedades neolíticas europeas.
En resumen, hemos visto que un gran número de criterios necesarios en la puesta
en evidencia de las jefaturas están ausentes en la arqueología de Ambato y, de manera

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| P ABLO J. C RUZ |

general, de los territorios Aguada. Sin embargo, muchos son los elementos que denotan
que los antiguos habitantes del valle poseían una compleja organización social. Esta
se materializa en el importante aumento demográfico que condujo en un momento
de su historia a una multiplicación de los sitios de habitación, en el desarrollo de la
producción agrícola, en una cierta estandardización de la producción cerámica y en
el surgimiento de nuevas modalidades discursivas en la iconografía. No obstante,
este amplio proceso de complejización no es necesariamente un proceso que condujo
hacia una intensificación de las desigualdades sociales. Cierto, el estado embrionario
de las investigaciones deja una puerta abierta a cambios radicales en el futuro próximo.
Sin embargo, es posible que la respuesta a este dilema se encuentre en una
incomprensión del concepto de complejidad. En efecto, si nos alejamos un momento
de los marcos tipológicos clásicos y universales, donde un sistema social poco complejo,
tribal o de rango, se continua obligatoriamente de un crecimiento de la desigualdad
social (Flannery 1972; Fried 1960; Sahlins 1958; Service 1971), podemos proyectarnos
hacia otros posibles modelos explicativos.
La cultura material de Ambato parece dar cuenta de una alta heterogeneidad de
la sociedad. Los sitios de hábitat simples cohabitan con los sitios complejos sin
presentar por lo tanto diferencias jerárquicas en la cultura material. Ninguna
diferenciación fue puesta en evidencia en la distribución de los objetos incluso de
aquellos que iconográficamente pueden estar asociados con las esferas
superestructurales de la sociedad. Se suma a estos criterios una fuerte diversificación
de la producción con un fuerte potencial de autarquía. En resumen, todos los
elementos parecen indicar una gran heterogeneidad de la cultura material así como
una baja desigualdad en su acceso. En otros términos, el registro arqueológico de
Ambato no da cuenta de una repartición muy estratificada del poder.

El Otro Lado del Espejo. Comentarios sobre la Arqueología del Valle de


Ambato

Las investigaciones realizadas muestran que el llamado Valle de Ambato acogió


una importante ocupación durante el llamado Período de Integración Regional. Esta
se manifiesta en la fuerte presencia de sitios de habitación, recintos y estructuras
agrícolas presentes en toda la cuenca del Río Los Puestos (Figura 2 y 3). Tanto la
cultura material, la morfología y la arquitectura de los sitios, y los procesos
tafonómicos puestos en evidencia sugieren una relativa concomitancia de los sitios
registrados. Esta ocupación está marcada en Ambato por el desarrollo y florecimiento
de los grupos Aguada. De manera significativa, la presencia de vestigios asociados a
períodos anteriores está muy escasamente representada.12

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| HOMBRES COMPLEJOS Y SEÑORES SIMPLES |

Figura 2. Cuenca del Río Los Puestos. Localización del área de estudio.
En cuanto al Período de Integración Regional, si las prospecciones nos
permitieron encontrar algunas lógicas sobre la ocupación de la cuenca, queda todavía
a elucidar la secuencia cronológica de esta ocupación, aunque si todo parece indicar
una relativa concomitancia de los sitios de habitación.

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| P ABLO J. C RUZ |

Figura 3. Cuenca del Río Los Puestos. Ubicación de sitios arqueológicos.

Sin embargo, es posible afirmar que la ocupación Aguada del Valle de Ambato
se manifiesta de manera abrupta, se pone en evidencia como un fenómeno ya
formalizado, sin exponer una transición significativa con las ocupaciones precedentes.
No obstante, estamos lejos aún de poder afirmar si se trata de un proceso interno o
el resultado de un aporte externo.

112 |
| HOMBRES COMPLEJOS Y SEÑORES SIMPLES |

En cuanto a la interpretación social del modo de ocupación, entre los datos más
significativos, se destaca el registro de nueve nuevos sitios complejos que conducen a
reformular la categoría de centro ceremonial propuesta para sitios como la Iglesia de
los Indios y Bordo de los Indios. En efecto, el modo de establecimiento de la cuenca
de Los Puestos no refleja una centralidad política o religiosa. Es por otro lado interesante
señalar que las evidentes diferencias existentes entre las unidades residenciales simples y
los sitios complejos no se traducen al resto de la cultura material. Las excavaciones,
sondeos y recolecciones superficiales realizadas hasta la fecha, sugieren una sorprendente
homogeneidad de la cultura material, en particular la cerámica. Las diferencias entre las
unidades residenciales simples y sitios complejos no estarían forzadamente dando cuenta
de diferencias de orden jerárquico sino que probablemente nos estén indicando funciones
diferentes o, por qué no, momentos diferentes (Figura 4).
En otra escala del análisis, las excavaciones realizadas al interior de los sitios de
habitación muestran bien la ósmosis existente entre los diferentes contextos (doméstico,
de producción artesanal y ritual) presentes en la vida de sus antiguos habitantes. Las
estructuras y materiales exhumados en el Recinto Alto del sitio Piedras Blancas muestran
bien como un mismo espacio puede estar investido, de manera indiferenciada, por
numerosas actividades, todas ellas atravesadas por el discurso ideológico y asociadas
con la reproducción del grupo y del cosmos. Esta misma situación se presenta en el
tratamiento iconográfico presente en la cultura material, en particular la cerámica. En
nuestros trabajos, pudimos observar que el discurso iconográfico de Ambato puede
ser descompuesto en varios estratos, cada uno cargado de significación. Por un lado,
la iconografía expone una imagen del mundo real o imaginario, invadida por un
simbolismo que parece estar asociado siempre a las manifestaciones de poder, que
estarían cristalizadas en las representaciones del jaguar. Los diferentes tipos de
representaciones del jaguar, así como las representaciones antropomorfas felinizadas
sugieren una doble naturaleza del poder: el poder en “si” y el poder “sobre” (Cruz
2002, 2004). Por otro lado, la dialéctica existente entre las representaciones del jaguar
y aquellas llamadas “draconianas” parecen estar asociadas a un discurso identitario
donde Ambato podría estar señalando su filiación tanto con un universo andino
como con las tierras bajas del Chaco. En otra escala de la reflexión, resulta muy
significativo que el discurso iconográfico invade todos los contextos al interior de los
sitios, sugiriendo así su rol como soporte ideológico de importancia.
Actualmente no existen suficientes elementos que permitan interpretar la religión
de los antiguos habitantes de Ambato. Sin embargo, algunos de ellos dejan pensar
que la misma no estaba centralizada. Esta deducción se basa tanto en la ausencia de
construcciones religiosas jerarquizadas y evidentes, así como en una iconografía
invadida de una multiplicidad de personajes, reales o imaginarios –no lo sabemos
aún– que no se presentan jerarquizados. Otros elementos, como las estructuras y
objetos rituales hallados al interior de los sitios parecen privilegiar una práctica religiosa
descentralizada, probablemente próxima en su forma al chamanismo conocido para
las bajas tierras de Sudamérica.

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| P ABLO J. C RUZ |

Figura 4. Sitios de hábitat complejos.

La articulación del conjunto de los datos recogidos nos permitió formular algunas
hipótesis relativas al modo de organización social de los antiguos habitantes de la
cuenca y ponerlas en perspectiva con los modelos actuales de cambio social para la
región Valliserana. Los vestigios arqueológicos de Ambato rinden cuenta de una
gran heterogeneidad de la sociedad, donde unidades residenciales simples coexisten
con sitios complejos sin poner en evidencia una centralización del poder político. La
producción cerámica se destaca igualmente por su diversidad en formas y por la
riqueza narrativa de su decoración, y pone en manifiesto una cierta especialización
artesanal. Se suma a estos criterios una fuerte diversificación de la producción agrícola
con un marcado potencial de autarquía. Todos los elementos parecen estar indicando
entonces una gran heterogeneidad de la cultura material y en la explotación de los

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| HOMBRES COMPLEJOS Y SEÑORES SIMPLES |

recursos y una baja desigualdad en el acceso a los mismos. Desde nuestra perspectiva,
nos parece más adecuado caracterizar las sociedades que poblaron la región Valliserrana
como sociedades heterárquicas. Si bien a la hora actual de las investigaciones nos
resulta difícil poder sumergirnos en las particularidades de la organización social de
Ambato, tal como lo hemos tratado entendemos que el modelo heterárquico
propuesto se adapta bien al registro arqueológico de Ambato. Sin embargo no queda
muy clara la existencia concomitante de sitios de habitación complejos y simples.
Pero desde este enfoque, esta relativa concomitancia puede explicarse como un
proceso en las cuales las “redes” sociales, cuyos lazos (parentesco, alianzas), aún no
podemos definirlos, se van materializando paulatinamente concentrándose dentro
de un mismo espacio y conformando estos sitios complejos. Si bien podemos
encontrar en estas organizaciones casi corporativas el origen de tensiones sociales, no
significa por lo tanto que las mismas hayan desembocado en un momento, o en otro,
en el establecimiento de una jerarquía. En este sentido, el conflicto permanente –y la
negociación– puede ser vista como un mecanismo para evitar la emergencia de las
nuevas élites. Por otro lado, el hecho de que, como Ambato, los diferentes grupos
Aguada de la región ocuparan territorios más bien limitados y hayan manifestando
una cierta autarquía nos podría estar indicando, además de la inexistencia de programas
expansivos, la escala reducida necesaria para el mantenimiento de este modelo. De
acuerdo con el modelo planteado por Nielsen (2006), es posible que con el correr
del tiempo, este modelo social haya desembocado en sociedades corporativas que
ocuparon territorios considerablemente más extensos, pero que sin embargo, se
muestran alejadas igualmente de la figura del Señorío en su sentido clásico.
Esta lectura de la arqueología del Ambato busca contribuir al debate actual,
poniendo en evidencia un proceso de complejización social que desembocaría, entre
otros aspectos, en una relación original entre los hombres, el medio y el cosmos,
basado en una cierta interacción y no sobre la dominación. Una de las explicaciones
posibles de esta situación radicaría en la omnipresencia de un discurso iconográfico
cargado de simbolismo que invade todos los espacios del cotidiano. Sobrepasando
la voluntad de los hombres, la ideología se manifiesta de esta manera como un
regulador social y útil homeostático.
Esta comunicación no busca criticar el trabajo de los numerosos arqueólogos
que trabajaron sobre la problemática Aguada, ni tampoco ponderar nuestras
interpretaciones que están de hecho sujetas al error como toda interpretación.
Buscamos más bien señalar las fallas metodológicas al tratar de aplicar teorías, en este
caso al servicio de la puesta en evidencia de un sistema de organización social del
tipo jefatura, en vez de utilizar las particularidades del caso para, precisamente, pensar
en modelos que contribuyan al debate en la arqueología. Es posible que detrás de
Aguada se encuentren todavía otro y otros mundos diferentes al conocido.

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| P ABLO J. C RUZ |

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Notas
1. Ante la ausencia de la mención de otros sitios semejantes, cabe recordar que, aunque represen-
te sólo un detalle, significativamente los tres sitios fueron excavados por este mismo autor.
2. Tomemos por ejemplo la definición vertida por Tartusi y Núñez Regueiro “Entendemos
como “estructura ceremonial” toda estructura, simple, como puede ser un montículo, o
compleja, como pueden ser los “complejos de plataformas en forma de U” (Moseley 1982)
cuyas características y elementos asociados permitan inferir que su finalidad ha sido de carácter
ceremonial. Por consiguiente consideramos como “estructuras ceremoniales” al montículo
de El Mollar, a las plataformas y montículo mayor de los sitios de Alamito, y a las pirámides
de “Bordo de los Indios” e “Iglesia de los Indios” del Valle de Ambato...” (Tartusi y Núñez
Regueiro 1993: 5). Este ejemplo representa claramente el grado de empantanamiento en el
que se encuentra el problema, ya que se recurre al propio término –ceremonial- que pretende
ser definido, empleándolo como herramienta para introducir un salto explicativo con valor
veritativo. Evidencia y argumento de la evidencia al mismo tiempo, para estos autores un
centro ceremonial, sea simple o complejo, es ceremonial por el simple hecho de que poseen
testimonios de prácticas ceremoniales. Pero ¿Cuáles fueron esas prácticas y cuáles son sus
testimonios materiales, los predicados de estas prácticas? Y más aún, en el caso de Alamito,
donde la estructura del asentamiento y la arquitectura de los sitios son tan homogéneas (aquí
el empleo del concepto de patrón en tanto regularización de las formas y diseños podría
resultar categórico), ¿permite pensar -como infieren los autores- que estos sitios, cuyo núme-
ro se eleva a varias decenas, eran todos centros ceremoniales?
3. Sitio 111 Huañomil, 258, 256, 230, 140, 130, 126, 135 y 099.
4. “No hay dudas, que la Iglesia de los Indios, estudiada por González (1983) y por Gordillo

120 |
| HOMBRES COMPLEJOS Y SEÑORES SIMPLES |

(1992), estuvo dedicada a complejas ceremonias religiosas. No solamente su estructura


piramidal, sino también las otras construcciones que la acompañan, hacen que el conjunto se
presente como imponente con relación a los demás restos arquitectónicos del valle. Lo mis-
mo podemos decir del Bordo de los Indios en la localidad de Los Talas que, pese al saqueo
a que fue sometido, puede ser identificado como una edificación especial. No sabemos si uno
y otro templo estuvieron en funcionamiento al mismo tiempo o, si por el contrario, uno
sucedió al otro; tampoco tenemos pruebas ni indicios de posibles jerarquías entre ellos o si su
disposición obedece a la existencia de mitades, organización típica de los andes” (Pérez
Gollán 1992:160. Las cursivas no constan en el original).
5. En el fondo del valle, y sobre la margen izquierda del río, se construyeron dos complejos
arquitectónicos de carácter ceremonial: uno, cercano a la localidad de Los Talas, se lo conoce
con el nombre de Bordo de los Indios; el otro, situado 8 km más al sur del anterior, es la
Iglesia de los Indios en el paraje de La Rinconada. No hay duda de que quienes planearon la
construcción de estos complejos ceremoniales, buscaban darle al conjunto un aire de
monumentalidad e imponencia para que fueran una marca indeleble en el paisaje (Pérez
Gollán 2000).
6. “Las actividades económicas y rituales se desarrollaron también a escala comunal, marcándose
una diferenciación entre las esferas privadas y públicas. En la esfera pública, dicho montículo
fue lugar de prácticas religiosas y sacrificios humanos, apoyado por su excelente acústica y
avalado por los hallazgos de partes esquelatarias humanas descuartizadas y quemadas dentro
del montículo piramidal. Estos sacrificios, junto con la práctica del cercenamiento de cabezas
y su uso como trofeo, quedaron representados en la cerámica negra incisa, probablemente
una cerámica de circulación y uso restringido” (Pérez Gollán y Laguens 2001).
7. “En nuestro caso, y como lo hicimos en el pasado, la postura tomada, antes que lo puramente
teórico, se concreta en la posición analítica de una obra que en estos momentos (1990)
imprime el Instituto Alemán de Arqueología sobre Las Placas Metálicas de los Andes del Sur
– Contribución al Estudio sobre las Religiones Precolombinas. Allí exponemos extensa-
mente la necesidad de incorporar al quehacer del antropólogo el análisis interpretativo del
simbolismo iconográfico de sus materiales: no intentar conocer el uso, función, génesis y
significado de nuestros especimenes arqueológicos más representativos, como el disco Lafone
Quevedo y afines, es tan grave y deprimente como intentar una interpretación basada en la
fantasía. Por lo tanto, allí proponemos antes que nada un método que sirva a los fines que
dicho estudio se propone, los resultados podrán ser juzgados cuando la obra aparezca. En
cuanto a la teoría antropológica general, estamos preparando un extenso trabajo sobre el
papel de los símbolos en los mecanismos que creemos nutren el proceso evolutivo de la
cultura” (González 1992: 106).
8. La procuración y preservación de cráneos humanos es un fenómeno observado y documen-
tado en innumerables sociedades de los cinco continentes. Los estudios etnográficos realiza-
dos en pueblos con prácticas de cabezas trofeo -tanto en América del Sur, África o en Oceanía-
permitieron constatar que la búsqueda y conservación de los cráneos forman parte de nume-
rosos tipos de prácticas: desde un culto a la reliquias de los ancestros, la toma de trofeos
corporales a grupos exteriores o como vehículo identitario mediante la posesión de la iden-
tidad del “otro” (como el caso de las tsantsas de los shuares, achuares y aguarunas) (Descola
1993).
9. En cuanto al disco Lafone Quevedo, todo apunta a que el mismo sea originario de sitio Inka
de Andalgalá; remitimos a los lectores a consultar los cuadernos del propio Lafone Quevedo,
donde el autor se refiere al modo de obtención de dicho objeto.
10. “Poca duda cabe de que la imagen del uturuncu o jaguar estaba estrechamente vinculada con
el Punchao y el espacio sagrado de la isla del Titicaca. Antes habíamos afirmado que el jaguar
en llamas era la metáfora del sol, y ahora podemos situarlo en el amplio campo ideológico del
desarrollo de la desigualdad social hereditaria”. (Pérez Gollán 2000: 240).
11. “El Valle de Ambato se halla en el borde occidental de la zona natural de producción del cebil,
zona probablemente bajo su control o de un grupo aliado. El control de un recurso sagrado

| 121
| P ABLO J. C RUZ |

y altamente codiciado pudo haber contribuido al crecimiento político de Ambato y extendido


su poder e influencia ideológica más allá de sus fronteras en un amplio sector del Sur del
Noroeste Argentino. Allí, las comunidades locales crearon su propia expresión del culto
felínico-solar, reprodujeron formas de organización similares y entablaron relaciones econó-
micas y sociales asimétricas con Ambato” (Pérez Gollán y Laguens 2001: 83).
12. En razón de ciertos resultados confusos en los fechados 14C tempranos de Ambato, origina-
dos muy probablemente por errores de muestreo (fechado del postes y efecto madera vieja)
consideramos como válidos los fechados que estarían situando la ocupación Aguada de la
cuenca entre los siglos IV y X (Cruz 2004). Ejemplos de los estos problemas de fechado
fueron puestos en evidencia en el sitio Martínez II, fechado en un principio en 1510 ± 70 AP
y 1690 ± 80 AP y recientemente en 990 ± 70 AP, y en los fechados del sitio El Altillo, con un
fechado inicial de 1990 ± 70 AP, muy alejado del reciente fechado de 1390 ± 80 AP obtenido
en el 2000 (Bonnin y Laguens 1996; Federici 1992; Juez 1992; Marconetto y Juez 2002;
Verdura et al. 1974).

122 |
| DIFERENCIACIÓN EN LOS ESPACIOS DOMÉSTICOS Y PÚBLICOS DEL SITIO “LOS CARDONES” |

LOS ESPACIOS DOMESTICOS Y PUBLICOS DEL SITIO LOS


CARDONES (VALLE DE YOCAVIL, PROVINCIA DE TUCUMAN)

Gustavo M. Rivolta*
Julián Salazar*

El presente artículo trata sobre uno de los aspectos de las investigaciones que se
realizan en la Quebrada de Los Cardones (Figura 1). Ésta quebrada es tributaria, por
el sudeste, al Valle de Yocavil, en el departamento Tafí del Valle, hacia el noroeste de
la provincia de Tucumán. En el marco del “Proyecto Arqueológico Los Cardones”
(PALC), se han efectuado estudios en un sitio homónimo a la quebrada, efectuándose
un relevamiento plani-altimétrico de la totalidad de estructuras arquitectónicas presentes
en el sitio; definiéndose un patrón de asentamiento, con una complejidad semiurbana
y un trazado unilineal e irregular, perteneciente a la etapa de los Desarrollos Regionales
del Noroeste Argentino (989-1490 d.C.). Este relevamiento, nos permitió contar
con una base documental de valiosa información superficial, que fue utilizada para
los posteriores trabajos de excavación.
Este sitio está emplazado en la quebrada articulándose con producciones de
características agrícolas y pastoriles. En cuanto a su organización interna, se presenta
como un poblado que en su arquitectura posee espacios de uso doméstico y
comunitario. Se intenta discutir aquí la funcionalidad de diferentes tipos de recintos
que se emplazan en el sitio Los Cardones, planteándose una variabilidad en los espacios,
caracterizando los pertenecientes al ámbito público y los propios de la esfera doméstica.
En cuanto al método general planteado para las excavaciones se utilizaron
muestreos direccionales que fueron orientados a seleccionar una amplia muestra de
diferentes tipos de recintos –según su forma y tamaño- y a sus emplazamientos en
diferentes sectores del sitio con variabilidad topográfica. También, se tuvo en
consideración el muestreo probabilístico estratificado, generando una mayor área de
investigación en cuanto a los recintos que fueron sondeados.
Se combinaron aquellas técnicas de excavación que subrayan la dimensión vertical
y que revelan la estratificación; junto con las que dan importancia a la horizontalidad,
por ejemplo; en la apertura de un área amplia en un recinto para exteriorizar las
relaciones espaciales entre los artefactos y las estructuras de ese estrato.
*
Laboratorio y Cátedra de Prehistoria y Arqueología. SECyT. Facultad de Filosofía y Humanidades.
Universidad Nacional de Córdoba.

| 123
| GUSTAVO M. RIVOLTA Y JULIAN SALAZAR |

Seguidamente, se analiza la evidencia obtenida en los trabajos de excavación


realizada en recintos definidos como concernientes a diferentes ámbitos de
participación, como es el Recinto 81 (Unidad 37), de participación pública; y por
otro lado, los Recintos 17, 18, 19 (Unidad 10), Recintos 78, 79, 80 (Unidad 36),
Recintos 124, 125, 126 (Unidad 59) y Recintos 127, 128, 129 y 130 (Unidad 60) del
ámbito doméstico. Esta diferenciación fue confirmada mediante la abundante
información que nos brindó el registro arqueológico.
En nuestros estudios sobre las sociedades complejas, la determinación de
correlatos arqueológicos de los variados ámbitos sociales, es un aporte importante
que apunta a señalar la diversidad de cada una de las instalaciones y las potencialidades
de los distintos espacios singularizados en la complejidad del sitio (Berberián y Nielsen
1988; Haber 2001; McGuire y Saitta 1996; Nastri 1997-98, 1999; Nelson 1993; Nielsen
1995, 1996a, 1996b, 2001a, 2001b; Núñez Regueiro 1974; Raffino 1988-91; Tarragó
1987; Tarragó et al. 1998-1999).
Se realizaron dataciones radiocarbónicas de tres muestras de macrorestos
vegetales; estos fechados sitúan a la construcción de este sitio luego de 989 d.C. y su
utilización entre 1275-1490 d.C. (cal. 95 %), es decir entre los siglos X al XV d.C.

Figura 1. Ubicación geográfica.

124 |
| DIFERENCIACIÓN EN LOS ESPACIOS DOMÉSTICOS Y PÚBLICOS DEL SITIO “LOS CARDONES” |

Los Espacios Públicos

La totalidad del espacio construido se puede entender a través del concepto de


diseño arquitectónico, que da cuenta de la relación existente entre cualquier estructura
arquitectónica y el contexto ambiental, socio-político y tecnológico en el que fue
generada.
Con el fin de definir los espacios públicos, se establecieron métodos analíticos
para identificar las variables empíricas posibles de ser medidas, como por ejemplo,
los patrones de acceso y vías de circulación a nivel intrasitio y el estudio de las
características formales del registro arquitectónico (Figura 2). De esta manera se
profundiza la perspectiva acerca de que la arquitectura y la organización espacial
intervinieron en la estructuración de la producción y reproducción del orden social
durante el período en estudio (Capizzi y Fernández Do Rio 2002).
Entre las características formales del espacio público se proponen las siguientes
categorías: la escala, la permanencia, la centralidad, la visibilidad y la accesibilidad.
En lo que respecta a la Escala, se refiere al tamaño general de una estructura, que
se entiende como la definición material de un número máximo de personas que
pueden participar de las actividades realizadas en ella.

Figura 2. Plano de planta de los sectores 4, 5 y 6 del sitio Los Cardones.

| 125
| GUSTAVO M. RIVOLTA Y JULIAN SALAZAR |

La Permanencia alude, a la durabilidad de una estructura, materiales y técnicas


de construcción, posición en el terreno, etc. Esta variable determina la habilidad que
tiene una estructura para producir y reproducir a través del tiempo, las relaciones
sociales que ellas mismas recrean (Moore 1992, 1995; Nielsen 1995).
La Centralidad, se refiere a la ubicación de una estructura con respecto a otras,
o al asentamiento en general (por ej. en el centro, como es el caso del seleccionado
Recinto 81), o periferia, fuera del área intramuros, etc.
Con respecto a la Visibilidad, se definió como un rango que intenta medir de
manera relativa lo público de una estructura. Específicamente, se refiere a las distancias
y/o barreras artificiales impuestas sobre la percepción humana. La visibilidad cambia
con la posición relativa de quien ve y de los objetos a ser vistos. Los paisajes construidos
son manipulados intencionalmente para bloquear, reforzar o señalar la percepción
visual y el potencial comunicativo de las estructuras (Moore 1996).
Finalmente la Accesibilidad, supone que el espacio restringido regula la habilidad
de las personas por buscar los recursos localizados en un espacio determinado. Puede
tomar forma de defensas, paredes, entradas, corredores o pasillos, cerramientos, etc.
A partir de esta caracterización de los espacios que participarían en la esfera
pública, se definen los Recintos 1, 49, 101, 81, entre otros. Se ha seleccionado el
Recinto 81 (Unidad 37), por contar con las características anteriormente señaladas.
Este Recinto está ubicado entre los sectores 5 y 6, presenta una conformación
cuadrangular y posee dimensiones excepcionales, de 27 m de largo y 22 m de ancho,
con una superficie de 594 m2 (Figura 3).

Figura 3. Planta de la U37.

126 |
| DIFERENCIACIÓN EN LOS ESPACIOS DOMÉSTICOS Y PÚBLICOS DEL SITIO “LOS CARDONES” |

Entre las características antes mencionadas se aplica, por ejemplo, la escala y


permanencia, por tener mayores dimensiones en proporción del universo de
estructuras del sitio y mayor perdurabilidad en su construcción a través del tiempo,
junto a una cualidad de recrear las relaciones sociales a nivel comunitario mediante las
actividades que en ese espacio se realizan. La centralidad, por estar ubicado en el
paso obligado para acceder desde el Sector 5 al Sector 6, y junto con esto, contar con
un emplazamiento privilegiado. La visibilidad fue fijada por la posibilidad de que el
recinto sea observado desde distintos sectores del sitio, reforzándose el potencial
comunicativo del mismo. Finalmente, la accesibilidad por tener diversas vías de tránsito
que facilitan el acceso al recinto.
Los espacios vinculados con las actividades ceremoniales y religiosas fueron,
probablemente, los monumentos más versátiles para crear y reproducir las estructuras
de poder social. Por un lado, conformaban lugares de convergencia donde las
condiciones de desigualdad podían enmascararse a partir de su apariencia pública.
Por otro lado, los fundamentos de la estratificación interna de estas sociedades, podían
ser renovados y potenciados mediante la invocación e intervención de espíritus
sacralizados y deidades, los que a su vez, eran presentados como legitimadores de la
estructura de dominación vigente (Tarragó y González 2005).

El Registro Material del Espacio Público

Se presenta la evidencia material del Recinto 81 (U37), que posee dimensiones y


ubicación pertenecientes a la esfera de participación comunitaria. Son significativos
en el contexto del sitio, el registro cerámico, lítico, metalúrgico, y los rasgos
arquitectónicos relevados. Se excavó una trinchera comprendida por 13 cuadrículas
de 1 m2, cercanas a la puerta del recinto, cubriendo el 2,19 % del total de su superficie,
y dividiendo la estratigrafía en capas de 20 cm.
En el registro cerámico observamos fragmentos pertenecientes a los tipos
Santamariano Bicolor, Santamariano Tricolor, Ordinario Rojo Liso, Belén-Quilmes,
Famabalasto Inciso, e Inka Provincial.
En el Recinto 81, el 90 % de los pucos reconocidos pertenecen al rango de
tamaño mayor, lo que podría indicar que el consumo de alimentos, al menos en este
recinto, lo estarían llevando a cabo grandes grupos de personas (Blitz 1993), lo cual
estaría de acuerdo con la hipótesis anteriormente propuesta acerca de la realización
de actividades comunitarias, en este tipo de recintos.
Por otra parte, en las excavaciones se pudieron registrar gran cantidad de restos
botánicos, 174 granos o fragmentos de granos maíz (Zea mays), de los cuales 10
poseían embriones con notable crecimiento, cuatro fragmentos de cúpulas de granos
de maíz, también se registraron fragmentos de mazorcas que conservan los granos
aún en posición anatómica en la espiga. Estos granos son del mismo tipo que los
identificados en todo el Recinto 81. Se presentan dos fragmentos de vainas de

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| GUSTAVO M. RIVOLTA Y JULIAN SALAZAR |

Leguminosa (Prosopis sp.) y cuatro coprolitos, dos corresponden a camélidos y dos a


roedores.
Es interesante la cantidad de granos de maíz y la casi ausencia de productos de
recolección, exceptuando algunos fragmentos de vainas posiblemente de Prosopis sp.
y Pasacana sp. No se registraron porotos, restos muy comunes cuando se hallan plantas
cultivadas. La presencia de granos de maíz con embriones podría relacionarse con la
fermentación para producir bebidas alcohólicas. Los granos y mazorcas de maíz del
Recinto 81 se diferencian notablemente en cuanto al tamaño de los hallados en el
Recinto 78.
Es notable que estos restos no se hallaran asociados a estructuras de combustión,
como en otros recintos excavados anteriormente pertenecientes al ámbito de
participación doméstica (Rivolta 2000) sino que por el contrario, estaban dispersos
en los últimos centímetros de la capa III, antes de llegar al piso de ocupación. Esto
podría corresponder al contexto de producción de grandes cantidades de alimento
descrito por Menacho (2001).
Los estudios, tanto arqueológicos como etnoarqueológicos (Blitz 1993; Menacho
2001), aportan ciertos indicadores que pueden ser bastantes certeros para reconocer
los contextos arqueológicos de este tipo de actividades:

- la producción y el consumo de alimentos en grandes cantidades, genera en el


registro la presencia de una pequeña variabilidad en los tamaños de las distintas
formas;
- la tendencia apunta a la predominancia de los tamaños grandes;
- la cocción se lleva a cabo mediante la ubicación del fuego en un sector amplio
(patio) sin ningún fogón o estructura arquitectónica, lo cual permite disponer
de mayor espacio y manipular grandes vasijas.

En la muestra analizada se pudo reconocer una predominancia de tamaños


grandes de ollas, las cuales se ajustan, por sus características morfológicas y tecnológicas,
a la cocción de alimentos; también se registró la presencia de pucos, los que se
corresponden a la función de servirlos. Además, se puede mencionar la presencia de
algunas piezas pequeñas relacionadas al consumo de coca (Rivolta y Salazar 2004).
También se exhumaron una estatuilla cerámica zoomorfa, posiblemente representando
a un camélido o a un felino; y una especie de grano anómalo en sus características, de
1 cm de espesor, que poseía un tratamiento cultural a manera de barniz.
En el estilo cerámico, observamos fragmentos pertenecientes al tipo
Santamariano Bicolor, Santamariano Tricolor, Ordinario Rojo Liso, Belén-Quilmes,
Famabalasto Inciso, e Inka Provincial.
En cuanto a los artefactos líticos exhumados, la muestra está constituida por
dos grupos tipológicos. El primero se trata de artefactos formatizados, de tamaño
grande como raspadores; el segundo grupo, se compone de puntas de proyectil
apedunculadas, confeccionadas mediante adelgazamiento bifacial; y los desechos de
talla resultantes de la elaboración de estos instrumentos.

128 |
| DIFERENCIACIÓN EN LOS ESPACIOS DOMÉSTICOS Y PÚBLICOS DEL SITIO “LOS CARDONES” |

La evidencia nos indica el alto número de puntas de proyectil registradas en este


recinto, próximas a las semillas carbonizadas, confeccionadas en base a obsidiana
procedente de la fuente de Ona (Escola 2005). Por el contrario, los grandes núcleos
y raspadores son de basalto y andesita.
En cuanto al registro metalúrgico, se hay un extremo de pinza de depilación de
3 cm de ancho por 2 cm de largo; cuyo análisis de composición de sus elementos,
presenta una mayor cantidad del tipo cobre estañífero.
Finalmente, en los trabajos de excavación se pudo corroborar la existencia de
un destacado rasgo arquitectónico. Se trata de una roca colocada cercana al centro
del recinto, en forma vertical al piso sobre la capa II, está calzada en su base con
pedregullos en forma de montículos. Sus características son propias de las
denominadas monolitos wanka, con motivos geométricos inscriptos en su base. Esta
característica es considerada por algunos autores como directamente vinculada al
culto de los antepasados y a los ancestros fundadores de la comunidad, más conocidos
como marcayoc (Duviols 1979). Dado el contexto en que el monumento se encuentra
podría ser relacionado con actividades de tipo comunitario y reconociendo de forma
independiente la calidad pública del Recinto 81.

Los Espacios Domésticos

A continuación se analiza comparativamente la evidencia procedente de


excavaciones en tres unidades arquitectónicas diferentes ubicadas en los sectores 4, 5
y 6 del sitio, aplicando la siguiente delimitación teórica. Los espacios domésticos han
sido entendidos frecuentemente como aquellas estructuras, instalaciones, áreas de
actividades y de trabajo, que hacen referencia a una unidad social específica: la familia
o unidad doméstica. Éstas poseen tres características comunes: realización de
actividades cotidianas, co-residencia y algún tipo de relaciones de parentesco
(Aldenderfer y Stanish 1993; Blanton 1995; Blanton et al. 1993; Hendon 1996; Robin
2003). La primera es accesible a través del registro arqueológico, mientras que la dos
últimas resultan más problemáticas en su abordaje. En efecto, las actividades cotidianas,
como la cocción, almacenaje, procesamiento y descanso, dejan restos durables o
implican la construcción de instalaciones adecuadas para llevarlas a cabo.
La co-residencia puede ser inferida a través de la co-ocurrencia, de manera
regular y repetida dentro de los sitios de estructuras con elementos domésticos, de
artefactos que pertenecen a divisiones sexuales del trabajo, elementos que pertenecen
a diversas categorías etarias, etc., lo cual implica la realización de extrapolaciones
dudosas, desde casos etnográficos no siempre aplicables.
Por último, la posibilidad de reconocer relaciones familiares reside en la
recuperación de inhumaciones, estructuras rituales u otros indicadores similares, y la
inferencia indirecta a partir de este tipo de evidencias (Aldenderfer y Stanish 1993).
Aunque algunos autores asumen el supuesto de que actividades domésticas, co-
residencia y familia son equivalentes (v.g. Hendon 1996: 47), en sentido estricto estas

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| GUSTAVO M. RIVOLTA Y JULIAN SALAZAR |

tres categorías analíticas no son necesariamente equivalentes. Por tanto, resulta


primordial delimitarlas conceptualmente, como ya se ha hecho en el campo de la
antropología (Bender 1967). Las actividades domésticas no se caracterizan por ser
llevadas a cabo por un conjunto de personas relacionadas por lazos de parentesco, o
propincuidad, sino por ser tareas que conciernen a las necesidades cotidianas (v.g.
preparación de alimentos, provisión de agua, cuidados de los niños, etc.). Un grupo
de co-residencia, por su parte es un conjunto de personas que viven regularmente
juntas en un lugar. Ésta es una unidad social que no equivale directamente a una
familia, ni necesariamente realiza sus actividades cotidianas en conjunto. Por otra
parte, los miembros de un grupo familiar pueden vivir espacialmente dispersos, o
miembros de distintas familias pueden residir en un mismo lugar.
Todo esto lleva a concluir que la definición de espacio doméstico formulada
más arriba incluye fenómenos sociales que son lógicamente distintos y que en ciertas
ocasiones varían independientemente. El hecho de asociarlos de manera regular
proviene de reflejar la idea propia de “familia tipo” occidental, en la cual las tres
características se combinan, a formaciones sociales en las cuales probablemente este
tipo de fenómenos se dio de manera muy diversa.
La gran ambigüedad que genera la definición de las unidades sociales que se
intentan aprehender puede resolverse efectuando una definición más empírica de
espacio doméstico o vivienda (Nielsen 2001b; Rice 1993), sin adoptar a priori supuestos
sobre la unidad social que ocupa ese espacio. Para ello se entenderá, utilizando términos
de Rapoport (1990), al espacio doméstico como un sistema de escenarios dentro del
cual se desarrolla un determinado sistema de actividades (“The most useful [definition]
here... considers housing as a system of settings within which a system of activities take place”
Rapoport 2001: 145).
Considerando esto último, se acuerda con la postura de Nielsen quien sostiene
que:

“Arqueológicamente, la vivienda alude al conjunto mínimo


de espacios (con sus estructuras, rasgos, áreas de actividad,
artefactos y desechos asociados) que forman una unidad discreta
y funcionalmente integrada y que da cuenta de las actividades de
residencia (descanso, protección de clima, procesamiento y
consumo de alimentos) en una localidad durante un período más
o menos prolongado, aunque no necesariamente permanente.
En la mayoría de los casos, la vivienda alberga también otras
actividades como almacenaje, descarte, fabricación y
mantenimiento de artefactos, intercambio, socialización,
inhumación de los muertos y rituales varios (2001b: 42).”

Finalmente, se consideran de manera crítica tres supuestos generales acerca del


ámbito doméstico que frecuentemente se adoptan, y deben ser rechazados para
adquirir una idea integral de este ámbito en particular y de la organización social de
los grupos del pasado, en general.

130 |
| DIFERENCIACIÓN EN LOS ESPACIOS DOMÉSTICOS Y PÚBLICOS DEL SITIO “LOS CARDONES” |

En primer lugar, se tiene la idea de armonía entre los individuos que habitan este
tipo de espacios. Aunque los miembros de un grupo doméstico son interdependientes,
no necesariamente forman una unidad de cooperación en la cual cada uno subordina
automáticamente sus objetivos a aquellos más amplios de todo el grupo. Ni siquiera
las decisiones son tomadas por todo el grupo en conjunto. Los grupos domésticos
consisten en una agregación de actores sociales diferenciados por edad, género y
posición de poder, cuyos objetivos e intereses no siempre coinciden (Hendon 1996).
Por otra parte, generalmente se acepta una visión estática de lo doméstico, sobre
todo de su correlato material, la vivienda. Las nociones de proceso, ciclo y desarrollo
son comunes en el análisis de grupo y unidades domésticas pero, en contraste con la
gente contenida, las estructuras son generalmente retratadas como relativamente fijas
y permanentes. Contrariamente, hay una necesidad de analizar a la casa y a sus ocupantes
en la misma perspectiva analítica: así como el parentesco y la unidad doméstica
tienen una naturaleza dinámica, la vivienda también la tiene (Taboada y Angiorama
2003a).
Este último punto no sólo incluye el ciclo de vida material, el cual puede ser
analizado con el modelo de Schiffer (1972), sino que los procesos arquitectónicos de
construcción, mantenimiento, reconstrucción, decaimiento, muchas veces pueden
vincularse a eventos significativos de la vida (y la muerte) de sus ocupantes (Carsten
y Hugh-Jones 1995).
Finalmente, se define a lo doméstico en términos de una dicotomía entre lo
femenino/privado/pasivo/consumidor, en oposición a lo masculino/público/
político/ productor. Este supuesto, procedente de un imaginario colectivo de la
sociedad Occidental Moderna, confunde lo doméstico con lo no-público o privado,
y dificulta la comprensión de casos que involucran una gran diversidad en este sentido.
En los espacios domésticos recayeron muchas prácticas que tuvieron gran repercusión
en las tendencias histórico-sociales más amplias: reproducción social, producción
(especializada o no), rituales de diversos tipos, reuniones que involucraron a individuos
no pertenecientes a la vivienda, etc.
Teniendo en cuenta la definición propuesta más arriba, se considera que el espacio
doméstico se materializa en dos tipos de evidencia: por un lado, la arquitectura y
rasgos, y, por otro, los artefactos y desechos. Un concepto clave a la hora de interpretar
la información brindada por los últimos y vincularla a los primeros, será el de área
de actividad, para lo cual tomaremos la propuesta de Manzanilla (1986, 1990, 1997),
según la cual al área de actividad es “la unidad espacial mínima en la que las acciones
sociales quedan impresas” (Manzanilla 1990: 12) y se define como la concentración y
asociación de materias primas, instrumentos y desechos en volúmenes específicos,
que reflejan acciones particulares. Las áreas de actividad se clasifican según el modelo
conductual de Schiffer (1972) en áreas de abastecimiento, manufactura, uso-consumo,
almacenamiento y descarte y además se las ordena según el tipo de producción y
consumo que impliquen.

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| GUSTAVO M. RIVOLTA Y JULIAN SALAZAR |

El Registro Material del Espacio Doméstico

Las tres unidades analizadas se ubican en distintos sectores del sitio. La unidad
10 (U10) (Figura 4), emplazada en el sector 4, cubre una superficie de 180 m2 y está
conformada por un recinto rectangular, el R17, con un circular y un cuadrangular
incluidos, R18 y R19 respectivamente. Esta unidad fue tratada en exclusividad en
otro trabajo (Rivolta 2004).

Figura 4. Planta de la U10.

El R17, de 30 m de largo y 6 m de ancho, fue construido con muros de piedra


de alineamiento doble rellenos de arena y ripio que tienen un ancho promedio de 0,5
m, aunque se ensanchan hasta adquirir 1,2 m en algunos sectores del lado mayor. El
recinto cuenta con una sola abertura orientada hacia el este y definida por dos piedras
ubicadas a manera de jambas a 0,5 m de distancia entre sí.
La excavación realizada en la Unidad 10 fue de 20 m2, cubriendo el 11% del
total; fue dirigida fundamentalmente al R19, de 4 m de diámetro. Allí se pudo constatar
diversa evidencia relativa a la cocción de alimentos: un fogón de piedras de forma
oval en cuyo interior se determinó la presencia de madera carbonizada de algarrobo
(Prosopis torquata), asociado a lo cual se presentaban tiestos de cerámica ordinaria
marleada, santamariana bicolor y santamariana tricolor y varios huesos de camélidos
(Lama sp.), corzuela (Mazama guazoubira) y de ave indeterminada. Así mismo se
recuperaron tres puntas de proyectil de obsidiana triangulares escotadas y numerosas
lascas y desechos de talla del mismo material.
Por otra parte, la unidad 36 (U36), emplazada en la cumbre (Sector 5), está
conformada por tres recintos, dos rectangulares alargados alineados, el R78 y el R79,
y un circular incluido en este último, el R80. La superficie total de la U36 abarca unos
270 m2. Las excavaciones realizadas en ella se limitaron al R78, de 180 m2, y cubrieron
6 m2, totalizando el 3,33 % de su superficie (Figura 5).

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| DIFERENCIACIÓN EN LOS ESPACIOS DOMÉSTICOS Y PÚBLICOS DEL SITIO “LOS CARDONES” |

Figura 5. Planta de la U36.

En las excavaciones realizadas, se pudo recuperar un conjunto cerámico, que


muestra gran diversidad de formas de vasijas presentes, con predominancia de tamaños
pequeños y medianos comparados a los de otros tipos de contextos, como por
ejemplo los del R81 (especialmente en la forma de pucos). La variabilidad de tamaños
y de formas de vasijas permiten inferir una gran diversidad de tareas realizadas con
ellas, en especial el procesamiento, fraccionamiento de bebidas y alimentos a escala
limitada, lo cual es característico de contextos domésticos según ejemplos
etnoarqueológicos y arqueológicos (Blitz 1993; Menacho 2001).
El material lítico hallado en el R78 está compuesto de artefactos formatizados,
y desechos de talla resultante de la elaboración de estos instrumentos. La materia
prima en los que fueron confeccionados, se caracteriza por su disponibilidad en el
sitio. Entre estas materias se encuentran la andesita, el basalto, cuarzo (en menor
proporción), y la obsidiana. Ésta última, dada sus cualidades para la talla, se utilizó
con preferencia para instrumentos con una moderada inversión de trabajo, en especial,
para las puntas de proyectil cómo se presentan en el R81.
Las lascas y sus tamaños estarían relacionados con su utilización como formas
base para la confección de piezas mediano grandes o grandes. Por consiguiente se
produjeron artefactos de retoque marginal de tamaño mediano pequeño y mediano
grande (como los raspadores).
En cuanto al registro faunístico, hay una predominancia de camélidos, tales como,
llamas (Lama glama) y vicuñas (Vicugna vicugna), en relación a otras taxas. Además, se
presentan varios grupos etarios entre los neonatos, juveniles, adultos jóvenes y adultos.
Se observan restos de rehido quemado, ñandú (Rhea americana). Otras taxas presentes
son los armadillos (Dasypus), roedores (cávidos) y caracoles (gasterópodos).
Los camélidos presentan importantes cantidades de huesos de valor económico,
como costillas y vértebras, escápulas, húmero, fémur, cabezas, etc. Estos huesos
tienen numerosas marcas de corte y desmembramiento.
Los análisis arqueobotánicos de los restos de este recinto arrojaron los siguientes
resultados, 11 fragmentos de granos de maíz, dos fragmentos de marlos de maíz
(Zea mays) de 8 mm de diámetro, un fragmento de semilla carbonizada de algarrobo

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| GUSTAVO M. RIVOLTA Y JULIAN SALAZAR |

(Prosopis sp.), 14 trozos de leños pertenecientes a madera de algarrobo; también se


encontró un coprolito posiblemente de camélido.
La última unidad espacial considerada está conformada por dos conjuntos de
recintos emplazados en dos niveles distintos que, por estar vinculados por una rampa,
serán considerados conjuntamente: La U59, ubicada en el nivel más alto, está integrada
por un recinto rectangular (R125) de 10 m por 7 m, el cual presenta un recinto
interior circular (R126) de 2 m de diámetro, y un recinto adosado (R124) de 4 m de
diámetro. La U60, ubicada en el nivel más bajo, está formada por dos recintos
circulares (R127 y R128) de 3 m de diámetro cada uno, y dos rectangulares (R129 y
R130) de 4 m por 2 m y de 1,5 por 1 m, respectivamente. Como ha sido señalado,
una rampa inclinada relaciona funcionalmente ambas unidades (Figura 6).
Las excavaciones se centraron, en la U59, en los recintos R124, R125 y R126 y,
en la U60, en el R128, cubriendo el 17 % del total de la superficie. El R125 presenta
un bloque lítico de considerables dimensiones y caracteres especiales. En la excavación
efectuada pudo reconocerse la realización de una gran variedad de tareas.
En primer lugar, se recuperó un conjunto de artefactos de molienda constituido
por varios instrumentos de diferentes tipos y funciones: dos molinos planos y uno
plano/cóncavo, dos manos de molino y un fragmento de mano de mortero,
vinculados a un mortero fijo dentro del recinto.El análisis de este grupo instrumental,
permite inferir que sirvieron para llevar a cabo una amplia gama de actividades
relacionadas con la molienda de alimentos. Pero probablemente sólo una parte de la
producción fue destinada al consumo cotidiano del grupo residente. La molienda
parece haber sido incorporada como una tarea cotidiana dentro de un sistema de
actividades domésticas, y no un trabajo especializado. Asimismo, la presencia de
pátinas de color rojo en la superficie activa de uno de los molinos y de una de las
manos evidenciaría la molienda de pigmentos (Salazar y Franco Salvi 2005).
En segundo lugar, se recuperaron varios fragmentos de cerámica que remontan
entre sí, exhibiendo multiplicidad de tamaños y de formas de vasijas comparables a
los descriptos para el R78. Del mismo material también se recuperaron dos torteros,
elementos que, siendo contrapesos del huso en las tareas de hilado de lana, estarían
indicando la realización de actividades de hilandería asociados a la producción textil.
Asimismo, se presenta una gran cantidad de huesos, algunos quemados, de los
cuales la mayoría son de camélidos (Lama sp.), aunque también hay placas de armadillo
(Dasypus) y cáscaras de huevo de ñandú (Rhea); ocho cuentas circulares de conchilla,
de 4 mm de diámetro y 0,7 mm de espesor, y una de turquesa de 12 mm de diámetro
y 5 mm de espesor; siete puntas de proyectil triangulares escotadas (una de cuarzo y
las demás de obsidiana) y varias lascas de estas mismas materias primas. Finalmente,
es destacable la presencia de un pequeño cincel de metal de 5 cm de largo y un filo de
5 mm de ancho.

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| DIFERENCIACIÓN EN LOS ESPACIOS DOMÉSTICOS Y PÚBLICOS DEL SITIO “LOS CARDONES” |

Figura 6. Planta de U59 y U60.

En el R128, el material recuperado fue escaso, al igual que en los otros recintos
circulares (R124 y R126). Sin embargo, la construcción de los muros muestra una
mayor inversión de tiempo que en el rectangular (U59, R125), haciéndolos de mejor
factura tecnológica en cuanto a la selección de los bloques constitutivos de los
paramentos como a la compactación entre sí. Además sobre toda la base de la
ocupación aparece bastante uniformemente una especie de barro batido, que parece
haber estado rellenando el piso. Los materiales recuperados fueron varios tiestos de
cerámica que forman piezas pequeñas, y algunos huesos de camélidos.

Discusión

En un primer momento se le asignó al R81 (U37), la función de albergar


actividades comunitarias (Rivolta 2002), una de las cuales puede ser la realización de
encuentros sociales, que implican la producción de comida y bebida a gran escala y el
consumo de la misma por un grupo grande. Este tipo de actividades habría sido una

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| GUSTAVO M. RIVOLTA Y JULIAN SALAZAR |

de las características fundamentales en el período de Desarrollos Regionales, en el


cual se formaron los primeros conglomerados, generando una intensificación de las
interacciones sociales y cambios importantes en el modo de relación de las personas
(Nielsen 2001a: 235).
Estos acontecimientos colectivos, fueron seguramente un marco de intercambio
cultural, donde se accedió a una experiencia humana tan elemental como la muerte,
pero enaltecida naturalmente porque de ella brota toda alternativa de supervivencia
en el acto de comer y de beber (Abercrombie 1998). En los Andes, los encuentros a
escala comunitaria aparecen íntimamente ligados a los espacios comunes y al culto de
los ancestros, elementos que además son característicos del período y que se podrían
interpretar como “la consolidación de unidades comparables al ayllu como mediador
en la apropiación de recursos estratégicos” (Nielsen 2001a: 238).
Por otra parte, se ha tratado, a partir del análisis de diferentes contextos domésticos,
la recurrencia de un patrón arquitectónico de este tipo de espacios, que incluye recintos
rectangulares amplios en los cuales se pueden realizar una variada gama de actividades.
Si bien, es difícil que estos recintos hayan sido techados en su totalidad, no habría que
descartar esta posibilidad sin contrastarlo, ya que en otras subáreas del Noroeste
Argentino, en la misma época se ha demostrado que habitaciones similares fueron
techadas (Taboada y Angiorama 2003b).
En los recintos rectangulares se ha podido constatar la realización de actividades
domésticas, fundamentalmente, la producción y el consumo de alimentos a una escala
limitada, incorporando otras actividades productivas como la hilandería (evidenciada
por los torteros), la molienda de minerales, la talla y mantenimiento de artefactos
líticos, la manufactura de artefactos de hueso, etc. Las áreas de actividad no aparecen
segmentadas o fuertemente distanciadas unas de otras, sino que se distribuyen
espacialmente de manera anárquica, superpuestas entre sí.
Frecuentemente, los recintos rectangulares presentan, adosados o incluidos,
recintos menores de forma circular. Los trabajos de excavación, en el recinto 18
(Unidad 10), evidenciaron en el registro, actividades como la cocción y consumo de
alimentos, se realizaron fundamentalmente en éstos recintos circulares, cuando las
condiciones climáticas no eran benignas.
Todo lo señalado sostendría evidencia considerable que pone en tela de juicio el
supuesto, de algunas posturas teóricas, que plantean que la segmentación y
especialización en la utilización de los espacios se acrecienta a medida que la complejidad
social va creciendo (Kent 1990).
En segundo lugar, el análisis de los tres conjuntos arquitectónicos, permite inferir
que las actividades domésticas eran llevadas a cabo por grupos de personas que
podían ser co-residentes, pero igualmente podía incluir a personas entre las cuales la
co-residencia propiamente dicha no existía, como en el caso de la U59 y U60.
Comparadas entre sí, las viviendas no muestran hacia el exterior diferencias que
permitan inferir acceso desigual a ciertos recursos, incluso parece respetarse una

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| DIFERENCIACIÓN EN LOS ESPACIOS DOMÉSTICOS Y PÚBLICOS DEL SITIO “LOS CARDONES” |

manera de construir los muros, conformar las aberturas y diseñar las casas. La única
diferencia considerable parece ser el tamaño de las mismas, aunque esto pueden
referir a cuestiones de relieve, dado lo escarpada y complicada que resulta la topografía
de todo el asentamiento. En otras áreas del los Andes Centro-Sur, conformaciones
comparables de los espacios domésticos ha sido interpretada como medio de negación
enfática de diferencias respetando minuciosamente un esquema ideal (Nielsen 2001b).
Hacia el interior, la evidencia recuperada no muestra claramente accesos
diferenciados a los recursos y los contextos se diferencian más entre sí por cuestiones
post-depositacionales, en especial por las condiciones de abandono, como proponen
varios autores (Brooks 1993; Manzanilla 1990).
Sin embargo, la aparición de un gran bloque lítico, referido anteriormente, con
base en la capa II del R125, puede ser indicador de una singularización hacia adentro
de este espacio, en especial haciendo referencia cierto tipo de relaciones familiares.
Según Duviols (1979), el wanka es un monolito, esculpido o no, pero aparentemente
ubicado en su lugar por el hombre, que es considerado como el doble mineral del
cadáver sagrado de un ancestro ejemplar del ayllu. Si bien este planteo fue originalmente
propuesto para los Andes Centrales, es posible ver que en los valles y quebradas del
Noroeste Argentino este fenómeno tuvo expresiones comparables.
Este posible indicador ritual, íntimamente vinculado a un culto familiar, denota
en primer lugar que los residentes de esa unidad probablemente estuvieron vinculados
por, además de la co-residencia, relaciones de parentesco, reales o imaginarias. En
segundo lugar, que esos vínculos fueron fortalecidos a través de un indicador material,
el cual pudo tener la función de naturalizar y enfatizar ciertas relaciones de parentesco
(Bermann y Estévez Castillo 1993).

Conclusiones

En este trabajo se ha intentado caracterizar los patrones y variantes de las unidades


arquitectónicas del yacimiento Los Cardones, entre estructuras y prácticas comunitarias
y residenciales. Las primeras, entendidas dentro del ámbito público definidos en
trabajos anteriores, se definen por su gran tamaño, su ubicación central y estratégica
con enorme visibilidad desde varios sectores, etc., y con la presencia en el centro de
esta gran estructura de una wanka, sostienen la hipótesis de que podríamos hallarnos
frente a un sector donde, posiblemente, se realizaban actividades comunitarias, como
por ejemplo “fiestas.”
Esta práctica es sumamente importante, dada la relevancia que tuvo este tipo de
actividades en la organización, nucleamiento e integración de las comunidades del
período de Desarrollos Regionales. Las fiestas pueden constituirse como un campo
de lucha y enfrentamiento por alcanzar algún estatus dentro del grupo, o dentro de la
organización de distintos grupos, aunque también son un lugar de convergencia social
donde se comparten otros aspectos mediante la bebida y la comida.

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| GUSTAVO M. RIVOLTA Y JULIAN SALAZAR |

También se ha definido el uso de las estructuras relacionadas al ámbito doméstico,


constituidas básicamente por habitaciones amplias de forma rectangular, y otras
circulares o cuadrangulares más pequeñas, incluidas o adosadas a las anteriores. La
mayor parte de las actividades residenciales fueron realizadas en la unidad más amplia,
la cual tuvo al menos un gran sector no techado. Asimismo, se ha propuesto que los
residentes de algunas de éstas estructuras habrían podido estar vinculados por lazos
de parentesco, los cuales habrían sido materializados, por ejemplo, en la ubicación de
otra wanka presidiendo el patio de la U59.

Agradecimientos. Esta investigación forma parte del proyecto denominado “Proyecto Arqueoló-
gico Los Cardones”, desarrollado mediante subsidios y becas otorgadas por la SECyT-Facultad
de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba, y por la Agencia Córdoba
Ciencia. Agradecemos especialmente a nuestro Director del (PALC), el Dr. Eduardo Berberián
por su incondicional generosidad, confianza y apoyo. A Valeria Franco Salvi por su compañía
constante y su invalorable colaboración en todas las etapas del trabajo. A Gabriela y Rocío por su
apoyo, el cariño de siempre y por todas las horas robadas. A Sebastián Cárdenas, por su colabo-
ración en la confección de los gráficos. A la familia Martínez de la Quebrada de los Cardones sin
cuya hospitalidad no se hubieran podido concretar los trabajos de campo. A la Comunidad
Indígena de Amaicha del Valle y a los integrantes del Laboratorio y Cátedra de Prehistoria y
Arqueología de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba.

Bibliografía

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142 |
| LAS CATEGORÍAS DE POBLADOS EN LA REGIÓN OMAGUACA |

LAS CATEGORIAS DE POBLADOS EN LA REGION OMAGUACA:


UNA VISION DESDE LA ORGANIZACION SOCIAL

María Clara Rivolta*

En este apartado se proponen algunas observaciones críticas en torno a la


categorización de poblados en Quebrada de Humahuaca, tema que ha generado
diferentes contribuciones, sustentadas sobre un conjunto variable de evidencias. En
este sentido, a través del tiempo, se efectuaron clasificaciones basadas en aspectos
formales y funcionales asociadas a intervalos temporales, siendo que también se
utilizaron elementos vinculados con la complejidad social. Precisamente, la cantidad
de poblados registrada en la región Omaguaca, particularmente en su Sección Media,
son representativos del Período Tardío en general, dando lugar a la primera propuesta
desarrollada por Casanova (1936). Este definió un criterio de separación, sustentado
en la consideración de que los denominados Pueblo Viejo y Pucará, tal como los
designó, representaban variantes de tipo sincrónico de carácter meramente funcional.
Con posterioridad, otros investigadores plantearon esquemas disímiles en base al
reconocimiento de nuevos sitios y el análisis de otros preexistentes, partiendo de
distintos enfoques conceptuales (Madrazo y Ottonello 1966). Otras propuestas
realizadas en la década de los ´90, se basaron en un enfoque relacionado con el
análisis de la jerarquía de asentamientos (Albeck 1992; Nielsen 1996a; Palma 1993;
Tarragó 1999) generando esquemas diversos en el que los sitios ubicados en el extremo
superior de la estructuración jerárquica resultaron comunes para las distintos aportes,
estando representados en sitios como: La Huerta, Yakoraite, Los Amarillos y Tilcara.
En el caso de la contribución de Nielsen (1996a), los que muestran mayor
complejidad son denominados sitios Polinucleares, tomando como casos a Los
Amarillos y Pucará de Tilcara. Por otra parte, y en la misma posición jerárquica,
Palma (1993), define sitios de Primer orden utilizando como ejemplos La Huerta y
Yakoraite, mientras que Albeck (1992) considera que estos cuatro conforman el
denominado Primer nivel jerárquico. De acuerdo a distintos autores, los indicadores
sobre los que se sustentaría la construcción de categorías gira en torno a diversos
aspectos, entre los que se cuentan la complejidad estructural, funcional, topografía y
localización de los poblados; apuntando fundamentalmente al intervalo designado
*
Instituto Interdisciplinario Tilcara, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
Escuela de Antropología, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Salta.

| 143
| M ARÍA CLARA R IVOLTA |

como Período Tardío (900/1000 a 1480 d.C.), incluyendo el momento inkaico


(Nielsen 1996a).
Estas categorizaciones permiten reconocer que los distintos autores fundamentaron
el ordenamiento de sitios sobre la base de aspectos relativos a la organización interna
de cada poblado utilizando las evidencias superficiales como representativas del Período
Tardío y del momento inkaico. En principio se podría suponer que el Tardío representa
un bloque temporal homogéneo, comprendido por aproximadamente 500 a 600 años
de duración, durante los cuales los poblados mantuvieron condiciones similares. No
obstante, las particularidades observadas en muchos sitios, estarían exhibiendo la instancia
correspondiente al momento final de su ocupación, siendo que su constitución implicaría
un proceso complejo. En este sentido, creemos que es necesario evaluar de un modo
más detallado las características de sitios que, como los Pukara, se estructuraron y
modificaron a través del tiempo, circunstancia que sumada a la información contextual
permite generar una evaluación crítica acerca de los poblados, particularmente de aquellos
ubicados en el extremo superior de la jerarquía.
La noción de jerarquía de asentamientos ha sido articulada por Earle (1987) con
características vinculadas a las jefaturas. Este autor considera que un indicador claro
de la presencia de jefaturas estaría constituido por jerarquías de asentamientos, lo que
implica reconocer sitios subordinados a otros. Asimismo, la desigualdad social podría
ser abordada mediante el análisis de la inversión de energía dispuesta para la
construcción de sectores residenciales en la que, aspectos diferenciales de la arquitectura
y la presencia de bienes exóticos, podrían ser claros indicadores de complejidad.
Para analizar los interrogantes que se desprenden de esta problemática resulta
necesario efectuar la revisión de algunas cuestiones específicas, una de los cuales gira
en torno a la consideración de lo que clásicamente se asumió como Período Tardío
y otra, relacionada con la forma en que se consolidaron los distintos poblados. Por
lo común, la construcción de cuadros de periodificación estuvo sustentada en el
ordenamiento de conjuntos estilísticos cuyos análisis fueron realizados sobre alfarería.
Con posterioridad y a partir de los resultados radiocarbónicos se efectuaron ajustes
sobre las propuestas previas, resultando que a los sitios complejos se les asignó un
intervalo amplio de ocupación, iniciado alrededor del 900 d.C. hasta el siglo XV, es
decir cubriendo el intervalo completo del Período Tardío. Esto derivó en la
interpretación de las evidencias arquitectónicas a nivel superficial y la organización
general de los poblados, como homogéneos a través del tiempo, dando lugar a la
presunción de que los mismos permanecieron inalterados desde el 900 d.C. hasta su
abandono definitivo. No obstante, en la medida que se avanzó en la investigación de
sitios, como el caso de Pucará de Tilcara y otros sitios complejos, fue posible
determinar que por ejemplo, en la localización del sector de descarte del primero, se
obtuvo una secuencia estratigráfica en la cual la función de basurero representaría la
última realizada en el sector, siendo que por debajo del mismo se identificaron recintos
habitacionales sepultados (Tarragó y Albeck 1998), Es decir que los fechados más

144 |
| LAS CATEGORÍAS DE POBLADOS EN LA REGIÓN OMAGUACA |

antiguos correspondientes al 900 y 1100 d.C. obtenidos del basural de este sitio en
realidad estarían representando espacios domésticos que luego fueron
refuncionalizados como áreas de depósito de basura. Esto implicaría que dicho
espacio fue reformulado a través del tiempo, y con ello, probablemente la organización
del sitio y otros aspectos asociados. Por lo tanto, resulta necesario examinar la supuesta
homogeneidad a nivel superficial, tanto en cuanto a rasgos constructivos como en
torno a la organización interna general. Claramente, y a la luz de los últimos resultados,
es difícil presumir un grado de estabilidad tal, sobre todo atendiendo al dinamismo
de los procesos acontecidos no sólo en la región sino en el área. En este sentido,
hemos propuesto con anterioridad (Rivolta 2003, 2004, 2005a) una argumentación
explicativa sobre la base de diferentes evidencias, a fin de generar una mirada alternativa
acerca de la constitución de poblados para la región Omaguaca.

Figura 1. Localización de sitios en Quebrada de Humahuaca.

| 145
| M ARÍA CLARA R IVOLTA |

Para avanzar sobre esta propuesta resulta necesario efectuar previamente un


bosquejo de las variantes observadas en un espacio relativamente restringido,
representado por la Sección Media de Quebrada de Humahuaca (Figura 1). Esta
mención de sitios no pretende crear tipologías, sino que sólo intenta ser una orientación
acerca del universo de análisis, para abordar luego la explicación sustentada en un
criterio histórico. De esta forma, se propone el enfoque centrado en una adscripción
temporal específica, es decir el Período Tardío (Bennett et al. 1948; González y Pérez
1972), describiendo los sitios localizados en este tramo de la región Omaguaca. No
obstante, es nuestra intención evitar los límites rígidos impuestos por las categorías ya
que, en la medida que los sitios son acotados a las condiciones identificables
superficialmente, se reduce notablemente la posibilidad de aprehensión de los procesos
de configuración de los mismos.

Caracterización de Poblados

Las evidencias concretas de sitios para el Período Tardío en la región Omaguaca,


se resumen a tres grandes conjuntos, aunque no todos ellos estuvieron ocupados
simultáneamente, siendo fundamental considerar esta cuestión a fin de abordar los
aspectos centrales de la propuesta. Entre ellos, encontramos: Primeros Poblados,
ocupados durante los inicios del Tardío, tal el caso de sitios como Puerta de Juella,
Keta-Kara, La Isla de Tilcara y otros; los sitios en Terrazas Domésticas ocupados a
partir del 1100-1200 d.C. y abandonados hacia el 1300 d.C., y los Conglomerados
(Madrazo y Ottonello 1966) o Pukara (Casanova 1936) que representan los de mayor
superficie y complejidad interna, cuya ocupación más intensa se registra a partir del
1300 d.C. hasta su abandono definitivo durante la conquista en el siglo XVI. Las
designaciones sugeridas a continuación, tienen que ver con la enunciación del universo
de estudio, ya que apuntamos a mostrar la diversidad existente en un espacio común.
Estas no deben ser consideradas categorías, dado que precisamente la propuesta
elaborada alterna entre las distintas variantes de poblados, considerando la estrecha
articulación que se dio entre los mismos, en el proceso general de la región.

Primeros Poblados

Los sitios ocupados a partir del 900-1000 d.C. pueden ilustrarse en los siguientes
poblados: Puerta de Juella (Casanova 1937; Raffino 1991), Keta-Kara (Pelissero 1995),
La Isla de Tilcara (Casanova 1937; Debenedetti 1910), Muyuna (Nielsen 1997) y
otros. Estos se emplazan por lo común en zonas próximas a las márgenes del Río
Grande de Jujuy correspondiendo a sectores de terrazas bajas. La superficie de estos
sitios varían entre 2 y 4 ha (Figura 2a), estando en gran parte cubierta con construcciones,
sin arquitectura monumental, con vías de circulación entre los que se destacan algunos
espacios abiertos (plazas?), además de sectores con funcionalidades específicas, tal el

146 |
| LAS CATEGORÍAS DE POBLADOS EN LA REGIÓN OMAGUACA |

caso de áreas de descarte y posibles corrales. Un análisis de la planimetría permite


observar que la organización de recintos y su distribución resulta comprimida, es
decir, destacando la asociación de unidades constructivas en estrecha vinculación
unas con otras. Estos sitios constituyen las evidencias típicas del momento, es decir
de comienzos del Tardío, siendo que en otros casos, este registro se encuentra sepultado
por reocupaciones posteriores.

Figura 2. Diversidad de sitios para la región en el Período Tardío.

| 147
| M ARÍA CLARA R IVOLTA |

Los restos materiales recuperados en las excavaciones proceden mayormente


de tumbas localizadas al interior de recintos habitacionales, los que cuentan con datos
de procedencia y asociaciones. La Tabla 1 ilustra los fechados1 radiocarbónicos con
los que se cuenta hasta el momento.

Tabla 1. Dataciones radiocarbónicas para Primeros Poblados.

Terrazas Domésticas

Una segunda variante registrada para la región estaría constituida por los sitios en
Terrazas Domésticas, los cuales marcan una distinción notable con los casos anteriores
(Rivolta 2005a). Los ocupantes de estos sitios eligieron faldeos para localizar sectores
residenciales en un patrón claramente aterrazado (Figura 2b), cuya similitud estructural
con espacios de cultivo probablemente determinó que durante mucho tiempo fueran
ignorados para el registro de poblados en la región. Las superficies destinadas a funcionar
como espacios habitacionales pueden tener longitudes que van desde los 10 m a más
de 20 m, mientras que el ancho supera escasamente los 4 m, reducido en parte por el
talud acumulado procedente de niveles superiores. Por lo común suelen ocupar faldeos
sucesivos lo cual define superficies relativamente amplias, cubriendo en algunos casos
hasta 6 ha, como por ejemplo Banda de Perchel (Rivolta 1997).
Comparativamente con los sitios de inicios del Tardío, presentan diferencias
sustanciales, las cuales refieren a una mayor superficie cubierta en un patrón constructivo
menos comprimido, sin arquitectura monumental, ni espacios comunitarios definidos,
con una exigua planificación. Cada terraza conforma un espacio multifuncional en el
que se llevaron a cabo actividades asociadas al consumo, manufactura y
almacenamiento. Las Terrazas evidencian escasa segmentación interna aunque presentan
dimensiones que superan ampliamente los recintos de los Primeros Poblados.
La localización de los sitios se concentra en las márgenes del Río Grande de
Jujuy o tramos medios y finales de quebradas subsidiarias a la de Humahuaca,
ubicándose en proximidad tanto de los primeros poblados como de los
conglomerados. Entre ellos se cuentan: Sarahuaico (Rivolta 1996), Aguirre (Rivolta
2005a), Banda de Perchel (Rivolta 1997, 2005a), Puerta de Maidana (Nielsen y Rivolta
1999; Rivolta 2005a), Alto de La Isla (Rivolta 2000, 2005a, 2005b), El Trópico (Rivolta
2005a), Campos Colorados (Nielsen y Rivolta 1999), Chucalezna (Nielsen y Rivolta
1997), Quebrada del Cementerio (Nielsen et al. 2003-2005), La Señorita (Nielsen y
Rivolta 1999).

148 |
| LAS CATEGORÍAS DE POBLADOS EN LA REGIÓN OMAGUACA |

En cuanto a los fechados radiocarbónicos, la gran mayoría de ellos, son


consistentes con el intervalo que se extiende entre el 1100 y 1300 d.C. (Tabla 2).

Tabla 2. Dataciones radiocarbónicas para Terrazas Domésticas.

Conglomerados

Corresponden a sitios con superficies que varían entre 7 y 10 ha, entre los que se
identifican: Pucará de Tilcara, La Huerta, Los Amarillos, Yakoraite, Juella, Estancia
Grande, Hornillos, y otros. (Figura 2c). Estos sitios comparten con los restantes la
localización, al menos en términos de su proximidad al Río Grande de Jujuy, aunque
también se seleccionaron quebradas subsidiarias y sectores altos.
La organización interna muestra una alta concentración edilicia, en la que se desta-
can áreas funcionales específicas, tal el caso de espacios de especialización artesanal (p.
ej.: taller de lapidario en el Pucará de Tilcara); de rituales, presencia de corrales, posibles
plazas, sectores de descarte fuera del área doméstica, que representarían espacios co-
nectados mediante vías de circulación, las que a su vez, se articularían con las viviendas.
En cuanto a los fechados radiocarbónicos (Tabla 3) procedentes tanto de mues-
tras recuperadas en áreas de descarte, y sectores habitacionales, presentan valores que
cubren el intervalo completo del Período Tardío e Inka, es decir desde el 900 al 1500
d.C, debido precisamente a que iniciaron su ocupación tempranamente. En ellos, la
mayor parte de las estructuras visibles, corresponderían a la ocupación del Tardío
Final y momento inkaico. Esto último se basa en interpretaciones estratigráficas,

| 149
| M ARÍA CLARA R IVOLTA |

excavaciones sistemáticas y recolecciones superficiales (Casanova et.al. 1976; Cigliano


1967; Cremonte 1992; Debenedetti 1930; Madrazo 1969; Nielsen 1995, 1997; Palma
1996, 1998; Pelissero 1969; Pelissero et al. 1995; Tarragó y Albeck 1998).

Tabla 3. Dataciones radiocarbónicas para Conglomerados.

150 |
| LAS CATEGORÍAS DE POBLADOS EN LA REGIÓN OMAGUACA |

Tabla 3. Dataciones radiocarbónicas para Conglomerados. Continuación

Propuesta de Configuración de Sitios

La propuesta de configuración de sitios intenta explicar los acontecimientos que


tuvieron lugar en la región Omaguaca desde una perspectiva histórica, involucrando
la totalidad de las variantes de poblados presentadas en párrafos anteriores. Esta
elaboración se sustenta sobre evidencias contextuales, resultados radiocarbónicos e
interpretaciones de los procesos de ocupación y abandono, así como también
excavaciones sistemáticas, que definieron conexiones entre sitios de la región durante
el intervalo considerado. Las referencias relacionadas con evidencias que permitieron
sostener el marco explicativo, han sido desarrolladas en otras contribuciones (Rivolta
2003, 2004, 2005a) y por razones de espacio sólo brindaremos una breve síntesis.
La Figura 3 ilustra de manera acotada las etapas que posiblemente siguieron los
sitios más complejos, partiendo de las condiciones presentadas por los mismos al

| 151
| M ARÍA CLARA R IVOLTA |

momento en que iniciaron su ocupación hasta el abandono definitivo. Partiendo del


caso particular del Pucará de Tilcara, probablemente en sus inicios, el sitio presentó
características similares a los Primeros Poblados (Figura 3a) consideraciones que se
sustentan en el resultado de los fechados radiocarbónicos (ver Tabla 3), la identificación
de estructuras sepultadas (Casanova et al. 1976; Pelissero et al. 1995; Tarragó y Albeck
1998), excavaciones (Debenedetti 1930; Tarragó 1992; Tarragó y Albeck 1998) e
información recuperada de investigaciones efectuadas en superficie (Madrazo 1969).

Figura 3. Propuesta tentativa de la secuencia de desarrollo para el Pucará de Tilcara.

Hacia el 1000-1200 d.C., los Primeros Poblados en su mayoría fueron


abandonados, mientras que otros se redefinieron mediante la reocupación del espacio
a través de la instalación de Terrazas Domésticas, variando la forma de organización
interna de los sitios. En algunos casos las Terrazas se superpusieron a ocupaciones
previas, tal el caso de Banda de Perchel, en el que se registran evidencias sepultadas
por debajo de los aterrazados, pero también se ocuparon sectores de los futuros
Conglomerados, acondicionando viviendas en terrazas, circunstancia que puede
constatarse en los faldeos sur y este del Pucará de Tilcara (Figura 3b).
Con posterioridad, la gran mayoría de los sitios en terrazas fueron abandonados
aproximadamente hacia el siglo XIV, mientras que otros continuaron ocupados. Estos
sitios, a través del tiempo, se convirtieron finalmente en Conglomerados (Figura 3c).
Por lo tanto, hacia el 1300 d.C. el panorama regional estaba representado por un
mosaico de situaciones diversas, donde se registraban sitios en vías de reconfiguración,
mientras que otros habían sido abandonos en distintos momentos a partir del 900
d.C., vale decir que en términos regionales se registraron sitios ocupados y otros
abandonados, todos localizados a distancias relativamente próximas (Figura 1).
Las derivaciones de esta propuesta permiten considerar que hacia el siglo XIV,
la región contaba esencialmente con sitios que tendían a incrementar su tamaño y

152 |
| LAS CATEGORÍAS DE POBLADOS EN LA REGIÓN OMAGUACA |

complejidad en cuanto a organización interna, como producto de la dinámica regional.


De igual modo para esa época, los Primeros Poblados y gran parte de las Terrazas
Domésticas, en estrecha proximidad a los Conglomerados, constituían sitios
abandonados. Esto implica que, hacia el siglo XIV, los únicos sitios con ocupación
efectiva estaban representados por sitios en vías de alcanzar la condición de
Conglomerados, circunstancia que tuvo lugar durante los siguientes 200 años, previo
a la llegada de los españoles.

Aproximación al Estudio de los Espacios Domésticos

A partir del desarrollo basado en la configuración de sitios presentado


precedentemente, es factible discutir la variabilidad existente en la planificación general
de los mismos, es decir la forma cómo se adecuaron los espacios respecto a cuestiones
más puntuales tales como grado de segmentación, organización del espacio doméstico
y otros. El análisis propuesto por Kent (1997) destaca que las sociedades con una
formación sociopolítica compleja, tienden a segmentarse en aspectos tales como
organización y división del trabajo, especialización ocupacional, roles de género, etc.;
estando la misma reflejada en la estructuración del espacio y la arquitectura. Pensamos
que este abordaje permite reflexionar sobre algunas características asociadas a los
cambios en la ordenación interna de los poblados en Quebrada de Humahuaca.
La dinámica registrada a lo largo del Tardío, evidencia una tendencia a la
organización de las comunidades en la región hacia un mayor número de estructuras
y concentración edilicia para el siglo XIV, en relación a lo acontecido en el siglo XI,
aunque conservando una disposición similar (Figuras 2a y 2c). Este cambio resulta
más evidente al analizar el espacio completo representado por estos poblados, y
sólo en el caso de los aterrazados se identifica una variación sustancial en la forma de
acondicionar las áreas residenciales (Figura 2b). De esto se desprende que, la diversidad
en la organización espacial de la región Omaguaca durante el Tardío parecería fluctuar
entre un patrón concentrado hacia uno basado en la estructuración en Terrazas, o sea
menos comprimido, para luego volver a uno similar al de los Primeros Poblados,
durante la conformación de los Conglomerados.
De acuerdo a argumentaciones sostenidas en relación con la propuesta previa (Rivolta
2003), los futuros Conglomerados resultaron los sitios seleccionados para albergar un
número mayor de ocupantes que los poblados habitados con anterioridad, posiblemente
como parte del proceso que siguió al abandono de sitios en Terrazas. Esta circunstancia
pudo representar una de las posibles explicaciones que reflejen el cambio en la organización
interna de los poblados hacia el tercio final del Período Tardío.
A partir de estos presupuestos, y considerando la semejanza que puede establecer
en el trazado interno entre Primeros Poblados y Conglomerados, analizamos el caso
particular de la planimetría del La Huerta (Figura 4) (Palma 1998) comparativamente
con la del sitio Keta Kara (Figura 4, recuadro) (Pelissero 1995), considerando que
representan ambos extremos del intervalo temporal considerado. El sector

| 153
| M ARÍA CLARA R IVOLTA |

seleccionado de La Huerta, es identificado por Palma (1998) como representativo


de momentos preinkaicos, destacándose en ambos sitios un grado de organización
interna similar, pero distinguiéndose por la mayor superficie cubierta con estructuras
que se percibe en La Huerta, asociado además en este caso a un sector de edificación
netamente inkaica. En los dos tipos de poblados se reconocen vías de circulación,
espacios abiertos, sectores de descarte, posiblemente corrales, etc.
En relación a lo que consignamos previamente sobre la planificación general
similar en Keta Kara y La Huerta, las observaciones que se desprenden del análisis
contextual que se desarrolla a continuación parecerían no estar señalando una estrecha
similitud en la estructuración de los grupos domésticos en ambos sitios. En este
sentido, se analizaron las particularidades de las inhumaciones registradas durante las
excavaciones efectuadas en Keta Kara y Pucará de Tilcara, lo cual permitió plantear
algunas propuestas en relación con las ideas planteadas.

Figura 4. Planimetría comparativa entre La Huerta (Palma 1988) y Keta- Kara (Pelissero 1995).

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| LAS CATEGORÍAS DE POBLADOS EN LA REGIÓN OMAGUACA |

Contextos Funerarios

Con respecto a la posibilidad de generar explicaciones sobre los cambios


suscitados en la conformación de los grupos domésticos a partir de información
procedente de contextos de inhumación, debemos señalar que reconocemos los
espacios domésticos como la esfera por excelencia en que las comunidades andinas
articularon la vida cotidiana con el mundo simbólico. Básicamente, resulta el espacio
en el cual se llevaron a cabo actividades cotidianas y eventos rituales, entre ellos la
inhumación de los integrantes del grupo familiar, sumado a otras prácticas de carácter
simbólico. En lo que respecta a la región, es frecuente la localización de tumbas bajo
los pisos de las viviendas, y en cuanto a ellos, consideramos que las inhumaciones
efectuadas en éstas, reflejan de algún modo las particularidades y conformación del
grupo doméstico que ocupó dicha unidad.
La información funeraria de la que disponemos es parcializada dado que se
cuenta con un registro más numeroso para Conglomerados que para los restantes
sitios. Lamentablemente las evidencias sobre las pautas de inhumación para sitios en
Terrazas son aún escasas, más allá de constatar que los entierros también se efectuaron
al interior de los espacios domésticos, condición que básicamente se sostiene también
para los Primeros Poblados.
Independientemente de estas limitaciones, pudimos sistematizar información
extraída de publicaciones efectuadas para dos sitios, Pucará de Tilcara (Debenedetti
1930) y Keta Kara (Pelissero 1995). Estos sitios representarían el comienzo del Tardío,
para el caso de Keta Kara y, el final para el Pucará de Tilcara. En Keta Kara se identificó
una ocupación simple ya que luego, el sitio fue abandonado. Para el Pucará de Tilcara y
según el esquema propuesto deberíamos concentrarnos en el sector superior nivelado,
que comenzó a ocuparse a partir del abandono de las Terrazas Domésticas y la
consecuente concentración en éste y otros sitios de la región. De acuerdo a las
descripciones efectuadas por Debenedetti (1930), quien realizó sus trabajos de excavación
principalmente en los recintos del sector superior nivelado que aún en la actualidad
muestran los resultados de dicha intervención, estaríamos evaluando las condiciones de
entierro básicamente en relación con el último tercio de ocupación del Período Tardío.
La metodología de trabajo consistió en analizar la cantidad total de inhumaciones
efectuadas en cada vivienda, como indicador de las características del grupo doméstico
que ocupó dicha unidad.
En el caso de Keta Kara, el gráfico consignado en la Figura 5 muestra los
resultados de las inhumaciones localizadas en 16 de los 25 recintos mencionados en
la publicación (Pelissero 1995), hallándose en ellas 202 adultos y 47 párvulos. Por lo
general, el entierro de los integrantes del grupo se efectuó en cistas revestidas con
piedras incluyendo en ellas adultos y párvulos.
El diagrama de barras muestras los entierros para cada uno de los recintos, en el
que se observa que numerosas viviendas presentan una cantidad superior a 10
inhumados. En general, los registros de inhumación proceden de recintos ubicados
en distintos sectores del poblado.

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| M ARÍA CLARA R IVOLTA |

Figura 5. Gráfico de barras representando las inhumaciones en recintos de Pucará de


Tilcara y Keta-Kara.

156 |
| LAS CATEGORÍAS DE POBLADOS EN LA REGIÓN OMAGUACA |

Con respecto al Pucará de Tilcara y en relación al sector denominado Necrópolis,


sobre el límite este del asentamiento, las evidencias procedentes del mismo no fueron
consideradas dado que no tenemos certeza del momento en que fue utilizado este
cementerio más allá de la información general brindada por Debenedetti (1930). Por
otra parte, esta información no procede de contextos domésticos motivo por el
cual fue desestimada. Para el resto del sitio, el autor describe un total de 212 recintos,
recuperando 247 adultos y 69 párvulos sobre un total de 104 recintos. Los espacios
funerarios comprenden cistas para el entierro de adultos y niños, utilizando también
el entierro directo; siendo los párvulos, en muchos casos, inhumados en urnas.
De acuerdo al diagrama de barras de la Figura 5, se observa que casi ninguno de
ellos supera los 5 individuos por recinto, salvo los casos de los recintos 71 y 166 que
Debenedetti (1930) sugiere que cumplieron función de osarios.

Discusión

En función de los planteos previamente desarrollados, proponemos que los


cambios más significativos en el transcurso de la ocupación de los sitios se registraron
a escala de las unidades domésticas, su estructuración y organización interna. Estas
variaciones involucraron evidentemente a los grupos domésticos como parte
constitutiva de las unidades. En cuanto a la conformación de los mismos, las
diferencias se manifiestan a lo largo del Período Tardío generando contrastes en la
organización de los espacios residenciales, siendo estas variaciones perceptibles en la
disposición, organización, tamaño, y arreglo de las viviendas. De este modo, se
observan en unos casos unidades de menores dimensiones articuladas con otras en
estrecha proximidad, dando una idea de cohesión para inicios y fines del Tardío.
Mientras que en otros como las Terrazas, el espacio definido es mayor, constituyendo
un conjunto de unidades disociadas y separadas, donde cada escalón probablemente
conformó una unidad doméstica independiente. El patrón en Terrazas se caracteriza
por una escasa segmentación interna de las viviendas aunque con dimensiones que
superan ampliamente los recintos de los restantes tipos. Esta peculiaridad se suma a
la forma cómo se articularon los aterrazados entre sí, marcando un aislamiento
significativo entre cada unidad debido a la disposición sobre diferentes faldeos
separados por cárcavas. Es así que la distancia promedio entre los faldeos es lo
suficientemente marcada como para establecer una clara diferencia respecto de una
organización interna concentrada, tal como se presenta en los restantes sitios. Por
otra parte, en los aterrazados no se percibe una planificación previa del espacio sino
por el contrario, el trazado más bien denota un aprovechamiento casual y aleatorio
de las laderas.
Sin embargo, y de acuerdo a lo que se deduce del análisis de los elementos
contextuales, parecería que las unidades residenciales del sitio Keta Kara albergaron
un número relativamente alto de individuos en contraste con los resultados obtenidos

| 157
| M ARÍA CLARA R IVOLTA |

para el Pucará de Tilcara, los que estarían evidenciando un número menor de


integrantes por recinto.
También hemos destacado las similitudes en la planificación general de los sitios
que ocuparon ambos extremos del Período Tardío. En este sentido, planteamos que
alrededor del siglo XI al igual que hacia el siglo XIV, se presenta un grado de
ordenamiento similar, donde las diferencias más evidentes tienen que ver con el
tamaño general que presentan los sitios. Si duda, este tipo de inferencias no resulta
independiente de las explicaciones vertidas en torno a los cambios que acontecieron
en las condiciones de vida de los pobladores en ese momento. En un trabajo previo
(Rivolta 2003) sugerimos que los acontecimientos asociados a la caída de Tiahuanaco,
probablemente dieron lugar a cambios importantes en la región Omaguaca. A nivel
regional, este proceso posiblemente significó una alteración en la constitución de las
sociedades y de la forma cómo se construyeron los nuevos poblados, abandonando
los anteriores y, probablemente, señalando el inicio de una organización diferente.
Casi de manera inmediata, dado que en un plazo no mayor a 200 años volvieron a
producirse cambios de importancia en la región, razón por la cual la mayor parte de
los sitios en Terrazas fueron abandonados.
Una de las explicaciones que sostienen el abandono de los aterrazados se basa
en el conflicto creciente entre los grupos como pauta para explicar la necesidad de
agrupar a los individuos en sitios que se constituyeron como espacios seleccionados
por sus condiciones estratégicas distintivas (Casanova 1936; Nielsen 1996b) Pero
también sería posible considerar la necesidad que tuvieron los ocupantes de los
aterrazados de concentrarse con la finalidad de iniciar actividades que demandaran
un esfuerzo conjunto. Asimismo, otra explicación apuntaría a enfatizar los cambios
en el plano ambiental, como posibles disparadores de modificaciones sustanciales en
la dinámica regional. Más allá de señalar posibles causas y factores desencadenantes
de cambios, posiblemente la concentración de ocupantes en los nuevos sitios requirió
de nuevas pautas sociales a fin de articular grupos procedentes de distintas
localizaciones, provocando un grado de interacción y organización hasta ese momento,
inéditos para la región. No obstante, aún resulta difícil ofrecer explicaciones en
profundidad, más allá de enfatizar en los cambios generales en la configuración de
los grupos, debido a la ausencia de datos contextuales precisos y de investigaciones
que encaren estas líneas de trabajo.

Conclusión

En virtud de las evidencias disponibles es posible ofrecer nuevas perspectivas


de análisis basadas en los cambios producidos durante el Período Tardío. De algún
modo, en la región se sucedieron acontecimientos que generaron una situación
particular, creando un panorama de procesos alternados de ocupación y abandono
reiterado, por lo que la región nunca fue abandonada en su totalidad. La conformación
de los sitios, a pesar del grado de proximidad existente entre ellos, se sustanció sobre

158 |
| LAS CATEGORÍAS DE POBLADOS EN LA REGIÓN OMAGUACA |

la base de numerosas modificaciones para algunos, sumado a historias de ocupación


relativamente acotadas para otros. De esta forma, el enfoque de la problemática
regional dista de ser simple, requiriendo de un análisis flexible que considere la cantidad
de variables que afectaron las ocupaciones en el tiempo. En una visión general, partimos
del supuesto que la estructuración de los grupos domésticos fue variando en distintas
direcciones durante los últimos 500 años de historia en Quebrada de Humahuaca.
Particularmente, podríamos argumentar a un nivel hipotético que éstos se sustentaron
en modificaciones en la constitución de las unidades domésticas desde inicios del
Tardío, con un planteo que sostiene la reducción en el número de ocupantes por
unidad pero a su vez, provocando una articulación más estrecha de integrantes de los
conjuntos residenciales, circunstancia que tuvo lugar básicamente hacia el tercio final
del Período Tardío.
En este sentido, el grado de organización de los poblados posiblemente involucró
diferentes niveles de cooperación y dependencia entre integrantes de los diversos
conjuntos domésticos, posibilitando un control de los recursos disponibles y una
planificación de las estrategias sociopolíticas y económicas.
De cualquier modo, queremos destacar que esta contribución representa una
primera aproximación a la problemática de la consolidación de sitios en Quebrada
de Humahuaca, sobre la base de las investigaciones desarrolladas hasta el momento.
Somos conscientes de la posibilidad de que distintas explicaciones podrían dar cuenta
también de los eventos señalados, no obstante, las evidencias analizadas representan
un aporte en la dirección que hemos trazado para el tratamiento de la temática. Sin
duda, restan aún responder numerosos interrogantes que siguen vigentes en la trama
compleja representada por las sociedades prehispánicas a escala regional.

Agradecimientos. Deseo expresar mi agradecimiento a los Dres. Hugo Yacobaccio y Félix Acuto
por la lectura de un manuscrito previo, proporcionando sugerencias y observaciones valiosas.
Esto, sin duda, no los hace responsables de las ideas vertidas en el presente artículo las que son
exclusiva responsabilidad de la autora.

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Nota
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162 |
| LO PUBLICO Y LO PRIVADO EN PUEBLO VIEJO DE TUCUTE |

LO PUBLICO Y LO PRIVADO EN PUEBLO VIEJO DE TUCUTE

María Ester Albeck*


María Amalia Zaburlín**

Marco Teórico

Pueblo Viejo de Tucute presenta características muy particulares tanto en el tipo


de viviendas como en la organización espacial del sitio, por esta razón, en los últimos
años se ha estado trabajando para entender la organización social del asentamiento.
A medida que se avanza en el análisis, se van marcando aún más las diferencias con
los demás sitios del Período de Desarrollos Regionales en la Puna y Quebrada de
Humahuaca y se pone en relieve su particularidad en el contexto de los poblados
arqueológicos de dicho período en el Noroeste Argentino.
De hecho, hasta el momento, la única afinidad que se ha logrado encontrar en la
construcción de las viviendas se establece con las sociedades altiplánicas. Tanto para
las sociedades arqueológicas del Intermedio Tardío (Hyslop 1976; Stanish et al. 1993)
como para el momento etnohistórico y colonial, se registran similitudes no sólo en la
forma de las viviendas sino también en la organización y emplazamiento de los
poblados. Dicha afinidad es particularmente notable con los grupos que habitaban el
“urcosuyo” y que, étnicamente, han sido definidos como aymara (Bouysse-Cassagne
1987). Desde lo etnográfico se reconocen fuertes similitudes con la vivienda tradicional
de los Chipayas en el altiplano boliviano (Albeck 2005b)2. Ante esto, se limitan
notablemente las posibilidades de comparación con casos arqueológicos más cercanos,
como los demás poblados de los Desarrollos Regionales de la zona de Casabindo,
de la Puna de Jujuy (Albeck 2001, 2003, 2004, 2005b; Albeck y Ruiz 1997, 2003;
Albeck et al. 1996, 1999, 2001) y también de áreas aledañas (Albeck 2005b).
Se han realizado algunos trabajos previos referidos al análisis de la arquitectura
arqueológica de Tucute. Como primera aproximación se analizó el patrón
arquitectónico del sitio, principalmente a partir del relevamiento planimétrico de la
Loma Baja, donde se identificó una plaza y se planteó, a título de hipótesis, la

*
CONICET. Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales - Universidad Nacional de Jujuy.
**
Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales- Universidad Nacional de Jujuy - Becaria Proyecto
Nº 14591 PICT 2003 ANPCYT.

| 163
| MARÍA ESTER ALBECK Y MARÍA AMALIA ZABURLÍN |

agrupación de las unidades domésticas en 8 sectores. Paralelamente se reconoció el


uso de terrazas escalonadas en la ocupación de la Loma Alta (Albeck et al. 1998).
En un trabajo posterior se avanzó en la identificación de espacios rituales y
simbólicos en el sitio, mediante un análisis detallado de la ubicación y distribución de
una serie de grandes rocas talladas, menhires, chullpas y rocas de procedencia alóctona
ubicadas en el sitio y sus alrededores. En este trabajo se identificó también la presencia
de un montículo artificial en la cúspide de la Loma Alta (Albeck 2005a).
A pesar de que se hayan identificado algunos espacios públicos y otros a los
cuales se les puede asignar una funcionalidad ritual, el antiguo poblado no presenta
una arquitectura ritual monumental o claramente diferenciada de las áreas de vivienda.
Esto motivó la decisión de profundizar el análisis de la estructuración y organización
del sitio, incluyendo las áreas residenciales y utilizando categorías de percepción como
los grados de visibilidad y exposición auditiva.
El análisis realizado se apoya en las investigaciones de Moore (1995, 1996), Fletcher
(1995), Blanton (1994), utilizando el análisis proxémico de Hall, incorpora los grados
de percepción visual y auditiva para el análisis de monumentos y espacios rituales
andinos. Estas se hallan influidas por los efectos de la distancia o por barreras artificiales
que limitan la percepción humana. En este trabajo, sin embargo, se efectúa un análisis
cualitativo y no cuantitativo como el realizado por Moore.
Fletcher (1995) analiza la cultura material como parte de las expresiones no
verbales en el desarrollo de la interacción cotidiana entre los miembros de una
comunidad. Plantea así que la arquitectura regula la interacción y comunicación de la
vida cotidiana. Las paredes de las viviendas y demás construcciones crean un campo
sensorial que restringe la transmisión de sonido y delimitan el campo de visión de
quienes los habitan o transitan en las inmediaciones. Los patrones y ordenamiento del
espacio residencial proveen un medio para controlar la interacción y la comunicación
entre las personas que conviven en una comunidad (Fletcher 1995: 3). De esta forma,
cada sociedad genera un uso social del espacio, según sus propias pautas de interacción
entre los individuos, el cual puede ser mapeado en patrones formales de distancias y
espacios (Fletcher 1995: 21).
También es interesante la perspectiva de Blanton (1994: 8-10) quien plantea que
por medio del espacio físico de las viviendas se transmiten dos tipos de información:

a- la comunicación canonical vinculada con la estructura simbólica de una socie


dad, donde lo que es comunicado refleja conceptos compartidos por indivi-
duos que participan en un sistema cultural común. Esto se observa en los
ordenamientos hacia el interior de las unidades domésticas;
b- la información indexical, a su vez, comunica mensajes concernientes al status
de la unidad doméstica expresado en términos como riqueza. Estos son men-
sajes hacia afuera de la unidad doméstica.

Al encarar el problema de estructuración del espacio en Pueblo Viejo de Tucute,


somos plenamente conscientes que conceptos como “lo público” y “lo privado”

164 |
| LO PUBLICO Y LO PRIVADO EN PUEBLO VIEJO DE TUCUTE |

son formas de clasificar la interacción dentro de la moderna sociedad occidental. El


límite entre estos espacios se genera en cada sociedad y, acorde con ello, son construidos
los espacios arquitectónicos, dando lugar a lo que cada sociedad desea mostrar y
ocultar (Foucault 1990). Sin embargo, a falta de una terminología más específica, con
ellos estamos haciendo referencia a la vida de relación y al contacto y exposición de
cada individuo a los demás habitantes, en este caso, aplicándolo a los individuos que
poblaban el asentamiento de Pueblo Viejo de Tucute.

Características del Poblado

Pueblo Viejo de Tucute es un extenso poblado de tipo semiconglomerado


ubicado a ambos lados del curso del arroyo homónimo y se distingue como un sitio
excepcional, tanto por sus dimensiones como por sus características arquitectónicas.
En trabajos previos (Albeck 1999; Albeck et al. 1998) se destacó su singularidad en el
contexto de los demás poblados de la Puna de Jujuy conocidos para el Período
Tardío-Desarrollos Regionales (Alfaro 1988; Alfaro y Suetta, 1976, 1979; Krapovickas
1968; Ottonello 1973) en los que el patrón recurrente corresponde, con pocas
excepciones, al de asentamientos ubicados sobre terrenos fácilmente accesibles y con
viviendas de planta rectangular comúnmente adosadas a patios u otras construcciones
(Albeck y Ruiz 2003).
Pueblo Viejo de Tucute, en cambio, es un sitio de difícil acceso desde la parte
baja del bolsón y el patrón característico se define por la presencia de espacios
nivelados por muros de contención sobre los cuales se ubican viviendas de planta
circular. Con muy pocas excepciones, las viviendas son de planta circular con diámetros
que oscilan entre 4 y 5 m. Las paredes fueron levantadas íntegramente con piedras
cortadas en forma prismática, con las hiladas dispuestas en una pared de mampostería
con argamasa y el interior revocado. Es recurrente la presencia de un deflector oblicuo
–con frecuencia monolítico– frente al acceso, que protege parcialmente al fogón
emplazado en el sector central del recinto.
Se trata de unidades aisladas, sin patios formales, emplazadas en mayor o menor
número sobre los niveles aterrazados conformados por los muros de contención.
Tan solo en un sector muy reducido de la Loma Baja se encuentra una serie de
recintos circulares rodeados por patios delimitados por paredes, uno de estos recintos
es de mayores dimensiones y exhibe un menhir prismático en su interior.
El espacio construido ocupa un terreno de marcadas pendientes, esto ha llevado
a subdividirlo en diferentes áreas de ocupación: Loma Baja, Faldeo Sur de Loma
Baja, Loma Alta (formada por el Faldeo Este y Faldeo Oeste), Pucará (Albeck 1999)
y Faldeo del Pucará (Figura 1).

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| MARÍA ESTER ALBECK Y MARÍA AMALIA ZABURLÍN |

Figura 1. Planimetría de Pueblo Viejo de Tucute.

La Loma Alta es el área más elevada, ubicada al norte del arroyo presenta una
fuerte pendiente de aproximadamente 45° donde las viviendas se distribuyen sobre
terrazas escalonadas. Hasta el momento han sido relevadas 209 unidades habitacionales
sobre el Faldeo Este. En la cúspide se encuentra un montículo artificial (3.818 msnm)
sostenido hacia el este por una pequeña pared de contención. En las inmediaciones
del montículo, en la parte más elevada de la lomada alta se ubican dos recintos de
planta rectangular, construidos con la misma técnica de bloques tallados utilizados en
los recintos circulares. Ambos recintos presentan menhires en su interior, en un caso
cilíndricos y en el otro prismáticos. El mayor de estos recintos rectangulares se emplaza
sobre un pequeño morro que se destaca en el paisaje. El Faldeo Oeste aún no ha sido
relevado, presenta una pendiente aún mayor que el oriental pero acusa una menor
densidad de estructuras.
Hacia el sur del arroyo se encuentra una elevación con menor pendiente que
ha sido denominada Loma Baja (3.691 msnm), donde se distribuyen 200 viviendas
circulares. Aquí se ubica una gran plaza próxima al arroyo y un espacio ritual en uno
de los puntos más altos del sitio (Albeck 2005a).

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Entre ambas áreas de ocupación, en un promontorio rocoso (3.831 msnm), se


encuentra el Pucará (“Pucará de Sorcuyo” [Casanova 1938], “Pucará de Tucute”
[Ruiz y Albeck 1997]). El elevado afloramiento rocoso lo hace naturalmente
inexpugnable y cuenta con un único acceso interceptado por murallas defensivas. En
la reducida superficie que ocupa, se observa una gran concentración de recintos de
forma variable, levantados con piedras irregulares. Se trataría de un lugar defensivo,
un verdadero pucará.
El área de ocupación denominada Faldeo del Pucará se ubica sobre el talud sur
del Pucará y por allí se accede a este último. Se identifican varios niveles aterrazados,
unos encima de otros, algunas las terrazas son de gran altura y no parecen incluir
estructuras de vivienda, aunque ocasionalmente se identifican los restos de algunas
viviendas muy destruidos. Todo el talud presenta grandes concentraciones de basura
doméstica.
El Sector Sur de la Loma Baja corresponde a un área con una pendiente que
supera los 45°. Comprende una serie de niveles aterrazados sobre los cuales se
encuentran emplazadas las viviendas de planta circular.

Objetivos y Metodología

Este trabajo pretende constituir un primer acercamiento a la vida cotidiana en


Pueblo Viejo de Tucute. En base al relevamiento planimétrico y a observaciones
realizadas en el campo, se plantea que la topografía, las áreas de edificación, la
organización interna del poblado, la distribución de las viviendas, etc. presentan
determinadas particularidades que debieron pautar ciertos aspectos de la interacción
cotidiana de los antiguos pobladores del sitio. Paralelamente, aparecen también
construcciones donde se han potenciado en forma deliberada ciertas características
como la visibilidad o la inaccesibilidad. Se trata de una percepción subjetiva que en
nuestro caso se halla avalada por el tiempo de permanencia en el sitio a lo largo de
años y el recorrido reiterado de muchos de sus sectores, tanto durante las tareas de
excavación como de relevamiento planimétrico3.
El análisis de la distribución de estructuras en el sitio se realizó a partir de tres
aspectos, ubicación de las áreas de tránsito y congregación, comunicación visual y
exposición auditiva al interior del gran poblado:

a- exposición visual: se registran dos formas de poner en relevancia visual las


construcciones dentro del sitio. La primera consiste en el aprovechamiento de
elementos naturales del paisaje, como la topografía o los afloramientos de
rocas de colores vivos mediante los cuales se destacan diferentes puntos en el
poblado. La segunda forma consiste en marcas intencionales agregadas a la
arquitectura o al paisaje. Mayormente se trata de bloques de cuarzo incluidos
en algunos muros o colocados en el espacio circundante aunque también puede
tratarse de otros tipos de roca. Especialmente los bloques de cuarzo presentan
una alta visibilidad, al contrastar fuertemente, su color blanco, con los grises,

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verdes y rojos del paisaje, siendo notoriamente visibles desde muy lejos y
también en momentos de escasa luminosidad;
b- exposición auditiva: el registro de la exposición auditiva se realizó en base a la
experiencia de campo, mediante observaciones realizadas por los distintos
grupos de trabajo; se marcó en la planimetría los espacios donde la
comunicación auditiva es muy alta. Tanto la exposición visual como la auditiva
fueron ordenadas en tres gradientes – alto, medio y nulo – para las diferentes
áreas de ocupación definidas para el poblado;
c- Areas de tránsito y congregación: la identificación de las áreas de circulación
dentro del sitio, permite rastrear las unidades arquitectónicas que se encuentran
vinculadas, los accesos entre distintos espacios nos permiten identificar áreas
de integración espacial, reflejando la intensidad de interacción entre varios
grupos o unidades domésticas. Los accesos abiertos representan los correlatos
materiales de una interacción potencial en el espacio en un punto del tiempo
dado (Shimada 1978: 575). Las áreas de circulación definen el trazado básico
de la subdivisión del espacio, separando el dominio público (vías de conexión)
del dominio privado al que dan acceso. En relación con las áreas de circulación
en el sitio se evalúan también los espacios que por sus dimensiones tienen la
capacidad de albergar a una gran cantidad de personas.

Con los resultados del análisis de estas tres variables se ha planteado la definición
espacial de los gradientes entre espacios públicos y privados en el sitio. Se discriminaron
cuatro categorías de espacios: públicas, semipúblicas, semiprivadas y privadas. Según
la intensidad del tránsito y congregación, exposición visual y auditiva o reclusión y
reparo a la vida exterior.

Exposición Visual

Areas de Alta Exposición Visual

Loma Alta: las construcciones ubicadas en el punto más alto de esta área de
ocupación poseen un elevado nivel de exposición. Las estructuras ubicadas en la
cúspide y en el área inmediatamente inferior son altamente visibles desde el acceso
oriental al sitio y desde varios puntos de la misma Loma Alta.
En la cúspide se destaca el montículo, ubicado en el punto más alto de este
espacio residencial. Se trata de una construcción artificial en la cual se suceden
acumulaciones de carbón, cenizas, fragmentos cerámicos y otros artefactos, alternados
con sedimentos de diferente granulometría. Próximo al montículo, sobre un pequeño
espolón natural, se identifica la planta de un recinto rectangular de 7 x 10 m que, por
su emplazamiento en la topografía debió ser sumamente conspicuo cuando las paredes
aún se encontraban en pie.
Sobre una de las terrazas más bajas en los flancos norte y sur de la Loma Alta se
registran áreas con muros destacados con rocas de cuarzo. El primero de estos
conjuntos, ubicado al norte tiene un juego visual con estructuras dentro y fuera del
sitio. Frente al sitio, fuera del área de ocupación doméstica, se ubica un espacio

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rectangular con algunas pequeñas estructuras circulares en su interior. El muro que


sostiene esta terraza contiene muchas rocas de cuarzo. Por otra parte la terraza
construida dentro del sitio que se enfrenta a estas estructuras, también se encuentra
construida con una gran cantidad de rocas de cuarzo. Ambos conjuntos son altamente
visibles pero únicamente desde el faldeo Norte de la Loma Alta.
El segundo conjunto destacado con rocas de cuarzo se ubica a media pendiente
sobre el faldeo sur de la Loma Alta, se trata de un gran muro con gran cantidad de
bloques de cuarzo a lo largo de toda su extensión que lo hacen claramente destacable.
Está ubicado en un punto que es altamente visible desde el sector oeste de la Loma
Baja (Figura 2).

Figura 2. Pueblo Viejo de Tucute. Exposición visual.

En el área que circunda a la Loma Alta se han reconocido algunas marcas en el


paisaje sin otra función aparente. Son puntos altamente visibles, por haber sido

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construidos con rocas que no son propias del espacio que ocupan. Hacia el norte,
sobre el cerro redondeado que limita al sitio, se identifica una roca alargada de
procedencia alóctona. Hacia el este, en cambio, sobre una loma rojiza carente de
vegetación, se observa un vano aislado de escasa altura que originalmente estuvo
coronado a ambos lados por sendos bloques de cuarzo blanco. Esta “puerta”, que a
todas luces no conduce, ni condujo, a ningún espacio físico concreto, es claramente
visible desde la Loma Alta por la presencia de las rocas de cuarzo. Hacia el sur se
identifica otro bloque de cuarzo, ubicado sobre uno de los afloramientos del Pucará.
Loma Baja: si bien toda la Loma Baja es visible desde el Faldeo del Pucará,
destacan en su conjunto dos sectores. En la parte más elevada aflora la roca de base
de color rojizo y en este sector, sumamente conspicuo, se ha levantado un reducido
conjunto de construcciones. Parte del afloramiento rojizo ha sido convertido en un
pequeño camino, sobreelevado y serpenteante, delineado por rocas volcánicas, de un
tono beige claro que conduce a una especie de atrio. Este también ha sido delimitado
por bloques rocosos que encierran una gran roca volcánica –de más de 1 m de
altura– con una oquedad en su parte superior y en cuyo interior se conservan un
molino y una mano de moler. Sobre el frente de la roca se observa un surco grabado
en diagonal. Dentro del atrio, aunque un poco más retirado, aparece una roca con
dos pequeñas oquedades producidas por piqueteado.
El segundo sector que destaca es la plaza, por la ausencia de construcciones, sus
dimensiones son de 20 x 50 m aproximadamente. Se ubica junto al arroyo en el
noreste del sitio, es altamente visible desde distintos puntos de la Loma Baja y desde
el faldeo del Pucará.
En la Loma Baja se observan vestigios de construcciones sobre grandes bloques
rocosos, emplazados en las áreas próximas a la plaza y al arroyo. Se trata de cuatro
bloques rocosos, al parecer antiguos desprendimientos de los farallones del Pucará,
sobre los cuales aparecen líneas de piedras seleccionadas o canteadas unidas con
argamasa. En un solo caso se ha conservado la planta, ésta es cuadrangular de 1,50 x
2 m de lado.
Debido a que la topografía enfrenta los faldeos de la Loma Baja y el Faldeo de
Pucará, todas las estructuras tienen una alta visibilidad, sin embargo en el Faldeo del
Pucará no se registran elementos que destaquen del conjunto.

Areas de Exposición Visual Media

Por la topografía del lugar, todo el sitio es visible si el observador toma algo de
altura, solamente transitando el área del arroyo pueden perderse de vista algunos
sectores. Dentro de esta categoría se puede ubicar el Faldeo oeste de la Loma Alta,
el cual solamente es visible desde el arroyo que ingresa por el noroeste al sitio. En la
Loma Alta en los espacios donde la pendiente es muy marcada, la exposición visual
entre terraza y terraza no es buena, hay que asomarse al borde para visualizar la
terraza siguiente. En cambio, en la Loma Baja la exposición visual entre una terraza y
otra es buena al contar con una pendiente menos pronunciada.

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Areas de Exposición Visual Nula

Sólo la superficie del Pucará de Tucute corresponde a este gradiente. Este sector
no es visible desde abajo al estar rodeado de barrancos rocosos, de hecho ni siquiera
es visible desde el camino de acceso. Por el contrario, desde lo alto del Pucará no
sólo se visualiza todo el sitio, sino que la visibilidad alcanza hasta el bolsón de
Guayatayoc, pudiéndose distinguir inclusive otros sitios del área como Ojo de Agua
en las inmediaciones del poblado de Casabindo.

Exposición Auditiva

Areas de Exposición Auditiva Alta

En el faldeo norte de la Loma Alta, en el sector con mayor pendiente, debido


a la poca distancia a la que se encuentra el cerro que enfrenta el sitio, se genera una
calidad auditiva muy alta. De esto resulta que se escuchan con total claridad los
sonidos provenientes de todo el faldeo, aunque no se logre visualizar su origen (Figura
3).

Figura 3. Pueblo Viejo de Tucute. Exposición auditiva.

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Areas de Exposición Auditiva Media

En esta categoría se puede ubicar a todo el sitio, ya que por la concentración de


estructuras no hay que hacer mucho esfuerzo para comunicarse dentro de un mismo
sector. De hecho, es notorio que se percibe el murmullo si hay dos equipos de
trabajo en un mismo sector. Entre Loma Alta y Loma Baja sin embargo, no hay
comunicación auditiva.

Areas de Exposición Auditiva Nula

Nuevamente, lo que ocurre en el plano superior del Pucará es totalmente


inaccesible para los que están al pie del mismo.

Areas de Tránsito y Congregación

Senderos de Acceso al Sitio

El arroyo, como única fuente proveedora de agua en el lugar, puede considerarse


un espacio de tránsito generalizado por el conjunto de la población del antiguo poblado.
Otros espacios de circulación son los accesos al sitio por el Arroyo de Tucute,
tanto desde el oeste (aguas arriba) como desde el este (aguas abajo). Aunque no se
hayan observado estructuras asimilables a caminos en estos tramos, se trata de los
accesos naturales al antiguo poblado4. Algunos senderos se encuentran claramente
formatizados como el tramo final de la senda que conduce al poblado desde el noreste,
parcialmente excavado en los afloramientos rocosos y con un muro de contención en
la parte de mayor pendiente, cercana al curso del arroyo. A éste se agrega el camino que
ingresa por el Faldeo Oeste y se dirige al sector cuspidal de la Loma Alta, también
claramente marcado al haber sido excavado en la roca de base (Figura 4).

Senderos de Circulación dentro del Sitio

Loma Alta: por la marcada pendiente que presenta, no es fácil acceder a este
sector. Se han reconocido dos accesos formales que se conservaron en los grandes
murallones de contención de las terrazas más bajas. El primero en el límite norte
junto a un arroyo estacional y el otro en el límite sur. Es posible que la población haya
seguido expandiéndose después de la construcción de los mismos porque también
se registran recintos fuera de estos grandes accesos.
Como las construcciones se realizaron sobre una pendiente abrupta, este sector
comprende terrazas sucesivas que se levantaron para nivelar el terreno y sobre las
cuales se emplazaron las viviendas. La circulación sobre una misma terraza permite
contornear la loma, en sentido norte a sur y viceversa. A su vez, algunas terrazas
muestran accesos claramente marcados en varios puntos, así que la circulación para
pasar de un nivel de terraza a otro no debe haber sido dificultosa.

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Figura 4. Pueblo Viejo de Tucute. Senderos de circulación.

En la terraza más baja, se registró un camino cavado en la roca, donde la pendiente


es tan pronunciada que es imposible transitar, este sendero debió ser de circulación
cotidiana. El segundo camino formal identificado se registra hacia el norte del
montículo, sobre un afloramiento rojizo que se delimitó con rocas del mismo color.
Este sendero en cambio, está relacionado con el montículo y puede formar parte de
las actividades rituales o cotidianas vinculadas al mismo.
Loma Baja: el acceso a la Loma Baja es simple, se puede acceder desde distintos
puntos al interior del sitio, pero como se puede observar en el plano hacia el norte
del sitio la plaza presenta tres caminos de acceso claros.
En este sector tampoco se encuentran senderos formales, debido a que la
pendiente es más suave, el tránsito es mucho más fácil. En un trabajo previo (Albeck
et al. 1998) se definieron ocho sectores de construcción bordeados por caminos. Se
registran múltiples accesos a cada sector, a excepción de un sector con patios
delimitados por muros que solamente cuenta con un acceso claro.
El único camino formal se registra en la parte más elevada, se halla construido
sobre un afloramiento de sedimento rojizo y delimitado por rocas volcánicas, el
mismo conduce al atrio que rodea la gran roca, como se mencionó en el punto que
trata la alta exposición visual.
Por otra parte, debe ponerse en relevancia que al carecer las viviendas de patios
delimitados por muros, dejan un espacio de circulación sobre las terrazas, este espacio
resulta variable al depender de la topografía y del ancho de la superficie aterrazada.
De cualquier manera, y hasta tanto se excave alguna en forma completa, se puede

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plantear que estas terrazas domésticas son en sí las áreas de circulación que comunican
todo el sitio.
Al no haberse concluido aún el relevamiento del antiguo poblado no se puede
avanzar en un análisis en detalle del acceso y la circulación en las otras áreas de
ocupación que lo conforman (Faldeo oeste de la Loma Alta, Faldeo del Pucará,
Pucará y Faldeo Sur de la Loma Baja).

Areas de Congregación

El único espacio construido donde podría haberse congregado un número


importante de personas, es el que hemos caracterizado como “Plaza”, emplazado en
la parte baja de la Loma Baja. Se trata de una superficie abierta con una leve pendiente
que incluye, además, dos grandes bloques rocosos con evidencias de talla intencional
que hemos vinculado con aspectos simbólicos o rituales (Albeck 2005a). El área
ocupada por dicha construcción se ha calculado en aproximadamente 1.000 m2 y
habría permitido congregar algo más de 1.000 personas5.
Los otros espacios que se han planteado como de índole ritual, el montículo de
la Loma Alta y el atrio de la Loma Baja, son espacios relativamente pequeños que no
pueden albergar mucha gente. Sin embargo, son claramente visibles desde todas
partes y habrían permitido la observación de los rituales, en caso de haber tenido
lugar en esos espacios. La presencia de pequeños caminos formales vinculados con
ambos lugares, apuntaría a que debió tener lugar algún tipo de actividad ritual en
estos espacios, hasta tanto se demuestre lo contrario.

Espacios Públicos

Acceso no Restringido - Grandes Espacios de Congregación - Alta Visibilidad

La característica de los espacios considerados públicos en este análisis son, en


primer lugar, las áreas de acceso no restringido, los grandes espacios para congregar
gente y los lugares de alta exposición visual.
Espacios de Acceso Público: Comprenden principalmente las áreas de tránsito, es
decir, el área del curso de agua permanente, los caminos de acceso y los de circulación
interna del sitio, y los de congregación, que hasta el momento comprendería
exclusivamente la plaza de la Loma Baja.
Lugares de Exposición Visual Generalizada: Estos sectores, probablemente de índole
simbólica, se consideran públicos por su marcada exposición visual aunque no puedan
albergar contingentes importantes de personas ni resultan adecuados para la circulación
intensiva. Se trata de espacios que han sido construidos en forma deliberada para ser
vistos, para llamar la atención. Se trata de hitos, únicos por su emplazamiento o
destacados en el paisaje con marcas o colores6. Dentro de esta categoría se han
identificado: el atrio con el pequeño camino rojo en la Loma Baja, el montículo y el

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gran recinto rectangular en la Loma Alta y los puntos destacados en el paisaje visibles
desde la Loma Alta.

Espacios Semipúblicos

Acceso Menos Abierto - Menor Capacidad de Congregación - Menor Visibilidad

Dentro de esta categoría contamos determinadas áreas de tránsito y de exposición


visual y auditiva. Los sectores del poblado que fueron de acceso público, aunque
menos concurridos que el área del arroyo o los de acceso general al sitio, son
considerados semipúblicos. Es el caso de las comunicaciones formales entre diferentes
niveles de instalación o desde el arroyo hacia los espacios residenciales y desde éstos
hacia las áreas de depositación de basura. En ambos casos, el espacio es compartido
por los residentes de un mismo sector o área de habitación.
También se interpretan como semipúblicas todas las áreas residenciales, en tanto
la ausencia de patios delimitados por muros y la misma topografía del sitio, exponía
a cada poblador a la percepción de los demás residentes, tanto cercanos como lejanos,
en todas las tareas, movimientos y actividades realizadas al exterior de las viviendas.
A la vez que estas terrazas residenciales debieron constituir importantes vías de
circulación interna dentro del sitio.

Espacios Semi-Privados

Acceso Restringido – Poca Capacidad de Congregación

Al considerar estos espacios se tiene en cuenta la proximidad aún mayor entre


los residentes de una misma terraza o entre terrazas adyacentes. Tanto el tránsito
como la proximidad entre vecinos permitía un fluido intercambio visual y auditivo.
La marcada cercanía entre diferentes unidades habitacionales y el espacio de tránsito
compartido entre terrazas adyacentes y sobre un mismo plano de circulación, lleva-
ron a una exposición muy notable de todas las actividades, domésticas o no, que
tenían lugar fuera de las viviendas.
Tan solo un sector de la Loma Baja presenta patios adosados a las viviendas
circulares. Este sector fue denominado “D” anteriormente (Albeck et al. 1998) Se
trata de un núcleo de viviendas que presenta algunas particularidades que lo distin-
guen de los demás. Uno de los recintos circulares es de mayores dimensiones (5,60
m de diámetro), se halla muy bien construido y las paredes se encuentran en pie hasta
una altura de más de 1 m. Al interior del recinto se observa un “menhir” prismático
fragmentado y a un costado de la puerta se destaca una roca, clavada en el suelo,
tallada toscamente en forma de pirámide isósceles, de casi 1 m de altura. Rocas
similares, de proveniencia no local, se repiten en los accesos a dos de los recintos
próximos que comparten un patio común y en un cuarto recinto algo alejado de este
conjunto (Figura 5).

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Figura 5. Pueblo Viejo de Tucute. Distribución de las viviendas en distintos sectores del
sitio.

Espacios Privados

Acceso Restringido a la Unidad Doméstica

De acuerdo con lo expuesto arriba, queda claro que los únicos lugares donde
los pobladores quedaban librados de la observación o interferencia de sus vecinos
eran las viviendas. Estas constituían un espacio de gran intimidad. Las casas eran
amplias, con un fogón en el área central, parcialmente protegido por un deflector
oblicuo frente al acceso que a su vez cerraba aún más el área doméstica y privada del
exterior. Las paredes se encontraban construidas de manera sólida con piedras
canteadas unidas con argamasa y revocadas hacia el interior7, aislando al residente de
los ruidos externos. De esta manera, los ocupantes de las viviendas quedaban
protegidos visual y auditivamente del entorno.
Al interior de la vivienda se ha registrado el desarrollo de diversas tareas cotidianas
entre las cuales se destacan el procesamiento de la comida (elaboración y cocción), el
almacenamiento y el descanso (que incluiría también la procreación), a los cuales se
suman actividades ocasionales como el hilado, la fabricación de cerámica y la talla
lítica (Albeck 1997; Albeck y Zaburlín 1996; Albeck et al. 1995). El espacio interior
además fue escenario de actividades rituales, como la inhumación de párvulos en la
etapa perinatal, probablemente exclusivos de la esfera doméstica.

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Discusión

Esta modalidad en la organización del espacio habitado, sumada a las condiciones


topográficas del antiguo asentamiento, permiten plantear que únicamente el interior
de las viviendas puede interpretarse como un espacio de acceso restringido, reservado
e íntimo. Sin embargo, la ausencia de patios formales adosados a las viviendas permite
suponer el desarrollo de múltiples actividades domésticas en el espacio de la terraza
que le sirve de asiento o en sus inmediaciones, con lo cual dichas actividades pasaban
de la esfera doméstica a un ámbito semipúblico. Tal es el caso del acopio de leña u
otro combustible, el despostado y charqueado de carne, el trabajo en cuero, la
elaboración de cerámica (al menos si se trataba de una actividad realizada en el seno
de la unidades domésticas, aunque no se puede descartar la existencia de unidades
especializadas en esta labor), la talla lítica, el tejido en telar y el juego de los niños. En
la esfera semipública se cuenta el tránsito entre los diferentes niveles de ocupación y
hacia las áreas de depositación de basura.
Resulta así que todas las tareas realizadas al aire libre por los integrantes de las
unidades domésticas se volvían públicas y podían ser apreciadas, con mayor o menor
detalle, por los demás habitantes del poblado. Así, el conjunto de residentes de Pueblo
Viejo de Tucute se encontraba, en mayor o menor grado, expuesto visual aunque
también acústicamente a los demás pobladores, teniendo en cuenta que, en
determinadas áreas residenciales, es notable la calidad acústica existente entre los
diferentes niveles aterrazados que sirven de asiento a las viviendas. Sin embargo, la
exposición visual o acústica era variable según la ubicación particular de la vivienda
de cada núcleo familiar.
De este contexto generalizado se desprende el sector “D” de la Loma Baja que,
a diferencia del resto de las viviendas identificadas, presenta recintos circulares adosados
a patios de forma irregular. No se sabe aún si esta construcción particular obedece a
diferencias de orden cronológico o si se trata del espacio de residencia de una fracción
distintiva al interior de la sociedad. Al momento, y por no haberse excavado aún en
este sector, nos inclinamos a pensar en un grupo con mayor status dentro de la
sociedad. Esto se hallaría avalado por la presencia de un recinto de grandes dimensiones
(casi 25 m2 de superficie) con un menhir prismático en su interior y la presencia de
rocas clavadas asociadas con los accesos a varias de las viviendas de este sector.
La ausencia de privacidad, excepto en el espacio más privado de las habitaciones,
constituye también un rasgo peculiar de este gran poblado prehispánico y nos lleva a
reflexionar sobre la organización social al interior de la sociedad. La densa
concentración de las viviendas, especialmente sobre una misma terraza o sobre terrazas
contiguas, sumada a la ausencia de patios, podría implicar la existencia de una gran
afinidad entre las unidades próximas, probablemente avaladas por algún tipo de
parentesco real o ficticio.

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Con referencia a los espacios considerados de índole ritual por su emplazamiento


y visibilidad resulta notorio que los dos más destacados – el montículo de la Loma
Alta y el atrio con la roca tallada y el camino rojo en la Loma Baja – pueden ser vistos
casi exclusivamente desde la propia área residencial y resultan invisibles o muy poco
visibles a los residentes de la otra. Lo mismo ocurre con las marcas en el paisaje que
rodea a la Loma Alta, visibles casi exclusivamente desde este espacio de residencia.
Por esta razón se los plantea como propios de las áreas residenciales que los tienen
próximos o dentro de su campo visual.
Surge entonces la pregunta sobre su significado. ¿Estarán reflejando determina-
do tipo de organización del espacio habitado como ocurre en otras partes del Area
Andina? ¿Se corresponderá tal vez con una organización dual, tan común en muchas
sociedades indígenas de América del Sur?
La última reflexión atañe a la plaza, ubicada probablemente por razones
topográficas en la Loma Baja. Esta construcción es única y probablemente haya sido
de uso común a todo el poblado, sus dimensiones permitirían, al menos
hipotéticamente, alojar a gran parte de la población. Sin embargo, resta aún estable-
cer si fue construida en los inicios de la ocupación del lugar o si fue producto de
posteriores remodelaciones del espacio habitado.

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Notas
1. Este trabajo ha sido realizado con el financiamiento de los proyectos Nº 2800 PIP 2000
CONICET; Nº 14591 PICT 2003 ANPCYT y Nº C08 098 SECTER, UNJu.
2. El significado de las particularidades del patrón arquitectónico y sus implicancias en la inter-
pretación de los procesos sociales y culturales de la Puna de Jujuy han sido planteadas con
mayor detalle en Albeck 2004 e.p., Albeck 2005 e.p. y Albeck 2005 ms.
3. El haber realizado largas campañas de relevamiento y excavación en el sitio nos ha llevado a
permanecer mucho tiempo en Tucute y levantar campamento en las proximidades del arroyo
en el centro mismo del antiguo poblado.
4. Desde la parte baja también se puede acceder por las quebradas paralelas a Tucute (Sarsuyo y
Muñalito) y luego empalmar con la senda que accede desde el Noreste.
5. Esta cantidad oscilaría según la cantidad de individuos por m2, hasta 4.000, si consideramos
una congregación compacta de 4 personas por m2. No creemos, sin embargo, que haya
alcanzado este nivel de concentración en Pueblo Viejo de Tucute.
6. En este contexto se ha tomado como base el trabajo de Moore (1996: 121-167) para el análisis

180 |
| LO PUBLICO Y LO PRIVADO EN PUEBLO VIEJO DE TUCUTE |

de la arquitectura ritual en los Andes, adaptándolo al estudio al interior de un solo asenta-


miento y no para un conjunto de asentamientos como lo planteado por Moore para los
Andes Centrales. Los aspectos a tener en cuenta serían permanencia, escala, centralidad,
ubicuidad y visibilidad (Moore 1996: 139-140) de éstos sólo el primero no sería pertinente en
nuestro caso (Albeck 2005b).
7. Aún no se ha excavado al exterior de los muros para comprobar la presencia de revoque
externo.

| 181
| ARQUITECTURA PÚBLICA Y DOMÉSTICA EN LAS QUEBRADAS DE TARAPACÁ |

ARQUITECTURA PUBLICA Y DOMESTICA


EN LAS QUEBRADAS DE PICA-TARAPACA:
ASENTAMIENTO Y DINAMICA SOCIAL
EN EL NORTE GRANDE DE CHILE (900-1450 D.C.)

Leonor Adán A.*


Simón Urbina A.**
Mauricio Uribe R.***

En el presente trabajo nos planteamos como objetivo proporcionar una completa


caracterización arquitectónica de dos asentamientos, el primero ubicado en la sección
media del valle de Camiña y, el otro, a los pies de la quebrada de Tarapacá, siguiendo
un protocolo y metodología que hemos implementado para diversas áreas y períodos
(Adán 1999; Adán y Urbina 2004, 2005; Ayala 2000). En segundo lugar, nos interesa
situar los desarrollos arquitectónicos Pica-Tarapacá en un contexto regional y hacerlos
dialogar con las regiones vecinas. Por último, y en consideración al objetivo último de
nuestro estudio, intentamos documentar materialmente la organización social de las
poblaciones tardías, discutiendo la evolución social de los sistemas de asentamiento
desde la tradicional y significativa ocupación formativa del área hasta los momentos
tardíos.
El análisis arquitectónico que hemos realizado se enmarca en una investigación
mayor cuyo principal propósito es analizar las diferentes materialidades del Período
Intermedio Tardío para comprender arqueológicamente los sistemas sociales que
desarrollaron estas poblaciones, en un caso particular como el de Pica-Tarapacá.
Nuestro estudio aspira a contribuir a la comprensión crítica de las sociedades
prehispánicas tardías del Norte Grande de Chile en el marco de los Andes Centro-
Sur a través de la evaluación de marcos hipotéticos generados por la arqueología y
etnohistoria andinas (Uribe et al. 2002).
Los enfoques empleados para abordar la complejidad social de los sistemas
andinos han privilegiado acercamientos ecológicos y económicos. Un soporte básico
y compartido de estos trabajos es la máxima que afirma el ideal autárquico del

*
Universidad Austral de Chile, Valdivia.
**
Departamento de Antropología, Universidad de Chile.
***
Universidad de Chile, Santiago.

| 183
| LEONOR A DÁN, M AURICIO U RIBE Y SIMÓN U RBINA |

hombre andino y el desarrollo de múltiples estrategias que permiten alcanzar este


objetivo. Sin lugar a dudas las contribuciones de Murra (1975, 1980) marcan un hito
en la comprensión de las estructuras sociales y económicas andinas. Su enfoque
inaugura una perspectiva, posteriormente retomada y transformada por otros autores,
centrada en un análisis de sustentabilidad económica y complementariedad ecológica,
de origen especialmente altiplánico. En muchos casos, no obstante, su inclusión ha
sido meramente referencial sin una clara discusión sobre las diferencias ecológicas e
históricas con el área en que ellas fueron formuladas, ni una clara línea argumental
arqueológica que justifique tal proyección.
Una visión crítica es el marco interpretativo formulado por Núñez (1976, 1985)
y Núñez y Dillehay (1995), quienes enfatizan el rol del caravaneo en el establecimiento
de redes de interacción social y étnica. Según el modelo de Movilidad Giratoria, el
proceso de emergencia de sociedades complejas en el área Centro-Sur Andina no
siguió el mismo rumbo de los Andes Centrales, con sistemas altamente estratificados
y urbanos. Se postula un modo de vida propiamente Centro-Sur consistente en una
sociedad móvil o giratoria de pastores-agricultores-caravaneros, involucrada en
circuitos de intercambio que se expanden y contraen de acuerdo a las necesidades e
ideales de complementariedad en un contexto ambiental inter-ecológico, pero
diferencial. Con todo, las debilidades de este modelo han sido expuestas por sus
mismos autores y constituyen un aliciente para el estudio que presentamos.
Enfoques concentrados en perspectivas más sociológicas han señalado que “las
propuestas caravaneras son incuestionables como mecanismos de traslado de objetos
de un punto a otro en el ámbito circumpuneño, pero no interpretan la realidad
socio-política en la que este tráfico se desarrollaba” (Llagostera 1995: 20), o bien que
“las explicaciones acerca de los cambios en el asentamiento humano a través del
tiempo no pueden centrarse únicamente en la relación cultura-medio ambiente,
descuidando las relaciones sociales como elementos dinámicos y de cambio”
(Albarracín-Jordán 1996: 81). Este último autor plantea alternativamente un modelo
de “jerarquías inclusivas” (Albarracín-Jordán 1996: 81). De acuerdo a su propuesta,
dentro de un contexto de múltiples tradiciones locales, las coaliciones de grupos se
harían cada vez mayores, dando origen a niveles políticos de gran alcance e influencia:
“Los primeros siglos de nuestra era marcan un período de desarrollo que precisamente
muestra el surgimiento de la fusión de segmentos, del cual surgen pequeñas
hegemonías..., manteniéndose, sin embargo, las tradiciones locales” (Albarracín-Jordán
1996: 317).
Ello plantea una crítica a la visión estática del ayllu y ha permitido el desarrollo de
enfoques de carácter más analítico que nuevamente enfatizan las relaciones y estructuras
sociales derivadas de la reflexión etnohistórica post-Murra. Los trabajos de Platt (1987),
Albó (1987) e Izko (1992), entre otros (Uribe 1996), han sido significativos en la
comprensión de los principios de la organización social andina, sobre todo para el Centro-
Sur. De esta manera, se ha caracterizado la manifestación política del Estado Andino
como una organización segmentaria, de fusión y fisión, integración y desintegración.

184 |
| ARQUITECTURA PÚBLICA Y DOMÉSTICA EN LAS QUEBRADAS DE TARAPACÁ |

Arquitectura y Organización Social

En el contexto que hemos descrito y en el marco de una investigación arqueológica,


sin lugar a dudas, el principal desafío es relevar los aspectos esenciales de la naturaleza
y comportamiento de los diferentes ítems de la cultura material como indicadores
de prácticas sociales, estrategias y modos de organización social. Es por ello que a
continuación revisamos algunos antecedentes sobre las potencialidades de la
arquitectura para comprender la naturaleza de las sociedades segmentarias en Pica-
Tarapacá, las que luego operacionalizamos en la discusión de nuestro registro.
La premisa básica sobre la cual se asienta el ejercicio interpretativo en arqueología,
sobre la arquitectura en este caso, es que la ocurrencia de prácticas recurrentes en
espacios habitados y construidos crea patrones materiales reconocibles. Una de las
aproximaciones más fructíferas al respecto es el estudio del patrón de asentamiento,
empleado para realizar inferencias sobre organización política, social y religiosa de
las culturas y que han entendido al asentamiento como unidad básica del análisis
(Chang 1968, 1976; Jochim 1981). El orden interno que refleja un conjunto de
asentamientos a nivel espacial se define como patrón de asentamiento, el que a su vez
es el resultado de la operación de ciertas reglas sociales. Siguiendo a Aldunate y
colaboradores (1986), el conjunto de elecciones y decisiones que orientan el
pensamiento y la acción de un grupo social, y que en definitiva norman cada una de
sus expresiones de una manera definida permitiendo la generación de un patrón de
asentamiento, constituye un sistema de asentamiento.
De acuerdo a Trigger, si el asentamiento constituye un sitio arquitectónico, son
posibles tres niveles de análisis. En el primero se entienden los edificios individuales o
estructuras como indicadores de la organización familiar, especialización productiva
y variación de la organización social. Una segunda vertiente analiza la manera en que
dichas estructuras se ordenan en comunidad, aportando a la comprensión de la
organización de los linajes y la adaptación de la comunidad a su entorno natural y
cultural. Por último, es posible abordar la distribución de los asentamientos o
comunidades en el paisaje lo que indicaría la clase de organización sociopolítica,
intercambio y conflicto entre comunidades (Trigger 1967: 151, 1968: 55, 74). En este
plano, las modalidades sincrónicas y diacrónicas que adoptan las formaciones sociales
podrán ser definidas a partir de la correlación entre los tipos de vivienda con las
formas de parentesco, y los planos de los asentamientos con la organización aldeana.
Por otra parte, el análisis espacial y los procesos donde interviene la arquitectura
permiten comprender como los edificios son utilizados y manipulados por las
relaciones sociales y los paisajes culturales, entendiendo que los atributos tecnológicos,
de diseño y ordenamiento de las estructuras, otorgan y regulan la conducta de los
distintos agentes que las utilizan (Adán 1999; La Motta y Schiffer 2001; McGuire y
Schiffer 1983; Nielsen 1995). La noción de trabajo invertido es central en esta relación,
ya que es posible observar en los edificios distintas cualidades que remiten a la labor

| 185
| LEONOR A DÁN, M AURICIO U RIBE Y SIMÓN U RBINA |

y costo social de su producción, uso, mantenimiento y abandono, y cómo participan


estas propiedades en la estructuración permanente de la trama social (McGuire y
Schiffer 1983). Las estructuras en una comunidad, de este modo, pueden ocultar o
mostrar las diferencias de riqueza y rango, así como resaltar a las instituciones que allí
operan.
Considerando el entramado social en el que participa activamente la arquitectura,
uno de los acercamientos más sugerentes apunta a la forma en que ciertas cualidades
técnicas y de diseño operan dentro del ámbito de las relaciones de poder (Nielsen
1995). Como señala Nielsen, los edificios tienen la cualidad de expresar mensajes de
poder asociados al prestigio de los grupos sociales, donde se definen categorías
como lo común, lo exótico o lo reservado para ciertas construcciones particulares.
Y, por otra parte, siendo un artefacto y escenario donde se desenvuelve la interacción
social, constituye un recurso de cierto valor, diferencialmente disponible para las
personas, otorgándoles distintas capacidades de acción frente al resto del grupo local
y las comunidades foráneas.
A una escala mayor, la conformación de una red de localidades integradas (Adán
1999), con distintos grados de complejidad interna, permite realizar inferencias sobre
la estructura, segmentación y diferenciación funcional del territorio habitado. Los
indicadores de cómo se jerarquiza y segmenta un sistema de asentamiento, refieren a
algunos rasgos como las redes de circulación intra e inter sitios y áreas de actividad
comunales. De tal manera que la configuración jerárquica del sistema puede ser
observada o entendida por la integración funcional, pero también por el contraste
de tamaño, capacidad, densidad o complejidad interna de la(s) estructura(s) y los
sitios, en relación a la distribución diferencial de espacios arquitectónicos de carácter
público, habitacional o productivo (Nielsen 1995).
En suma, las cualidades tecnológicas y de diseño de la arquitectura podrán ser
evaluadas, por ejemplo, en la materialización de patrones diferenciales de consumo
manifiestos en variaciones de tamaño, posición, elaboración y mano de obra invertida
en la vivienda, así como en las características de los artefactos y desechos asociados,
que puedan indicar diferencias en el acceso a recursos dentro de la comunidad. La
premisa básica de la arqueología, entonces, es que la cultura material significa y señala
la vida social como económica de los pueblos y sus diferentes segmentos.

Arquitectura de Pica-Tarapacá

A continuación presentamos la caracterización arquitectónica de los sitios


registrados1, organizando nuestra exposición en torno a las quebradas en que ellos se
emplazan. De norte a sur, la quebrada de Camiña o Tana-Tiliviche, y la conocida
Quebrada de Tarapacá (Figura 1), entendiendo estas cuencas como unidades
geográficas básicas sobre las cuales se han organizado y dispuesto distintos sistemas
de asentamiento, muy bien documentados en el caso de Tarapacá (Núñez 1979).

186 |
| ARQUITECTURA PÚBLICA Y DOMÉSTICA EN LAS QUEBRADAS DE TARAPACÁ |

Siguiendo el marco teórico reseñado, nuestra apuesta final es que el estudio de ellas
en su conjunto permite comprender los sistemas sociales segmentados que
organizaron y aprovecharon este territorio, creando redes de asentamientos en cada
quebrada, circuitos de movilidad y tránsito, así como estrategias de explotación de
los recursos silvestres aledaños.

Figura 1. Mapa satelital del área Pica-Tarapacá.

| 187
| LEONOR A DÁN, M AURICIO U RIBE Y SIMÓN U RBINA |

Quebrada de Tarapacá y Aldea de Caserones-1 (1.296 msnm)

Las investigaciones efectuadas en la Quebrada de Tarapacá han constituido una


suerte de modelo de las ocupaciones prehispánicas en esta región. Estudios realizados
desde la década de 1960 registraron cerca de 70 sitios arqueológicos de diferente
tipo y períodos, en el espacio comprendido entre la Pampa del Tamarugal y Pachica
(True et al. 1970, Núñez, L. 1979). Schiappacasse y colaboradores (1989: 203) señalan
que: “Tarapacá es la quebrada más importante y la que ha recibido una atención más
sistemática de parte de los arqueólogos y debiera reflejar los acontecimientos ocurridos
en toda ellas”.
Los períodos Tardíos han sido estudiados básicamente en el tramo inferior,
entre Huarasiña y San Lorenzo, donde P. Núñez identifica las aldeas de Tarapacá-13,
13a, 15, 16, 44 y Tarapacá 49 ó Tarapacá Viejo (Núñez, P., 1983). Ello permitió la
definición de una completa secuencia ocupacional desde el período Intermedio Tardío
hasta el Hispano-Indígena (Núñez, L., 1979, Núñez P. 1983, 1984). De acuerdo a
Núñez (1979) la ocupación tardía de la quebrada ocurre posterior al abandono de
Caserones, hacia el 900 d.C, registrándose nuevas aldeas en el sector de Huarasiña que
aprovecharían nuevas vertientes y mayores tierras agrícolas. Se trataría de una ocupación
aguas arriba acompañada de un planeamiento aldeano. De acuerdo a este autor, la
proliferación aldeana en la quebrada de Tarapacá tiene directa relación con el control
del agua, que requeriría cierta concentración del poder y una eficiente organización del
trabajo productivo entre tierras bajas y altas. Al respecto se señala que:

“…el auge de esta expansión aldeana es parte de un complejo


sistema de riego canalizado manejado por autoridades locales,
que debieron organizar el circuito de riego dependientes de las
jerarquías de tierras altas, donde esta misma quebrada asciende
hacia los prestigiosos asentamientos tardíos establecidos en
Chiapa, Sibaya, Guaviña, etc.” (Núñez, L. 1979: 175).

En su prospección a la quebrada, entre otros yacimientos aledaños, Núñez (1966)


destaca la complejidad arquitectónica de la Aldea de Caserones (UTM son 441400E/
7790970N). Se indica que la aldea está rodeada por una doble muralla de circunvalación
y en su interior de acuerdo a su sistematización se distinguirían al menos 355 recintos
o estructuras en núcleos habitacionales. Observa que las bodegas o silos, tendrían
forma circular y las habitaciones serían rectangulares con ángulos curvados, paredes
colindantes, divisiones internas y superficies variadas. También indica la existencia de
dos grandes estructuras rectangulares con techo a dos aguas de posible data inkaica
o histórica2. En suma, este autor a partir del trazado general de la aldea y una división
central a manera de patio despejado, distingue tres sectores:

188 |
| ARQUITECTURA PÚBLICA Y DOMÉSTICA EN LAS QUEBRADAS DE TARAPACÁ |

“...uno occidental que puede tratarse como producto de una


planificación específica; el central que concentra el mayor número
de viviendas, sin ordenamiento, y con dos murallas
perpendiculares a la quebrada que limitan con un gran patio
encerrado; y las viviendas del sector oriental más estrechas y sin
ordenamiento” (Núñez 1966: 26).

Con posterioridad a este primer informe, Núñez (1982) describe la secuencia


arquitectónica de construcción del poblado en cuatro períodos entre el 1000 a.C al
1200 d.C., haciendo hincapié en la expansión habitacional y la capacidad de almacenaje
de las estructuras, entre otros rasgos arquitectónicos que acusan el desarrollo de una
complejidad social creciente. La fisonomía final del sitio, representada en el período
III (0-600 d.C), expresaría una voluntad semiurbana (Núñez 1982: 88). En el período
IV (600-1200 d.C), se registraría el término de las obras de amurrallamiento defensivo,
así como su abandono en una fecha cercana a los 900 d.C., sin que se conozcan sus
causas hasta hoy (Núñez 1982: 90).
De acuerdo a nuestra sistematización la aldea se compone de 636 estructuras
entre las que se incluyen recintos propiamente tales y espacios entre-recintos (Figura
2). Se encuentran delimitados por un muro perimetral que rodea la aldea, que alcanza
una superficie total de 37.500 m2, lo que señala un patrón muy aglomerado de 170
recintos por hectárea (Tabla 1). El conjunto forma básicamente tres conglomerados
o recintos que se van aglutinando por muros contiguos o colindantes. En el extremo
noreste, separados por una vía de circulación, se define un conjunto compuesto por
los recintos 1 al 83, y el segundo por los recintos 84 al 179. Un tercer conglomerado
es el que se localiza hacia el oeste del sitio definido por un sector central sumamente
aglutinado conformado por los recintos 180 al 351, un sector contiguo con una
disposición más longitudinal al sitio entre los recintos 354 y 504, y por último un
sector organizado luego de una formación de túmulos, recintos 511 al 593, que llega
a unirse con el muro perimetral.

Tabla 1. Número de recintos y densidad ocupacional.

Los paramentos se construyeron en piedra (Tabla 2), mayoritariamente anhidrita


con la inclusión de andesita y basalto en la sección inferior de los muros a modo de
fundaciones (por ejemplo, recintos 37 y 344). Un dato interesante es la presencia de
grandes piedras como pilares estructurales, así como muchos postes de madera
configurando parte integral de los muros, rasgo presente en los diversos conjuntos de
la aldea (por ejemplo, recintos 6, 114, 288 y 598). Se observan muros simples y dobles
en similares proporciones. Entre estos últimos dominan los muros dobles con relleno,
indicación de una importante inversión de energía en la edificación de los recintos.

| 189
| LEONOR A DÁN, M AURICIO U RIBE Y SIMÓN U RBINA |

Figura 2. Plano de la Aldea de Caserones (Modificado de Núñez 1982).

Sobre el aparejo, tienden a ser sedimentarios y rústicos en frecuencias cercanas, con


una importante ocurrencia de muros con revoque de barro, característica que podría
ser aún mayor considerando las condiciones de conservación que afectan este rasgo.

Tabla 2. Características de los paramentos.

Las formas de planta dominante son la rectangular, subrectangular y cuadrangular


presentando un 87% de frecuencia, le siguen las plantas irregulares con un 6% de
ocurrencia y tan sólo con un 5% estructuras de planta circular, las que pese a su escasa
frecuencia son interesantes por su clara definición y diferencia con el conjunto general
(Tabla 3). Respecto de los tamaños, el registro acusa una importante variabilidad; la
mayor cantidad de recintos presenta dimensiones entre los 10 a los 20 m2, seguidos
cercanamente por recintos menores a 10 m2 y a 5 m2. Entre 20 y 40 m2 se agrupan 96

190 |
| ARQUITECTURA PÚBLICA Y DOMÉSTICA EN LAS QUEBRADAS DE TARAPACÁ |

estructuras que constituyen un 15% de la muestra, al igual como ocurre con aquellos de
más de 40 m2 (Tabla 4). Respecto de los tamaños los diferentes conglomerados presentan
un comportamiento bastante similar, con algunas diferencias significativas. El conjunto
1-83 es el que presenta la mayor frecuencia de recintos pequeños con un tercio de la
muestra, las estructuras entre 10 y 20 m2 ascienden en el conjunto 84-179 por cerca de
10% con relación a los otros conjuntos, y finalmente el conjunto 180-593 presenta el
mayor porcentaje de grandes estructuras. Respecto de las formas, coincidentemente
con los tamaños y posibles silos, las formas circulares se encuentran mayormente
representadas en el conjunto 1-83; las irregulares tienden a disminuir hacia el oeste de la
aldea; mientras que el porcentaje de plantas rectangulares tiene el mismo comportamiento
en la totalidad del conjunto (Tablas 5 y 6). Lo anterior, entonces, indica un importante
nivel de uniformidad funcional en la configuración final del asentamiento, tal como
podemos registrarlo arqueológicamente. Los eventos de reconstrucción que debieron
ocurrir durante el importante lapso en que fue ocupada la aldea aparentemente
configuraron hacia el final de la ocupación un panorama regularmente homogéneo, lo
que nos hace pensar que las poblaciones de inicios del Intermedio Tardío probablemente
reocuparon discontinuamente la totalidad de la aldea.

Tabla 3. Forma de planta de las estructuras.

En términos de funcionalidad si cruzamos formas con tamaños vemos que las


plantas de pequeñas dimensiones entre los 0-5 m2 y los 5-10 m2, probablemente
correspondientes a subestructuras a modo de silos, presentan un dominio de las
plantas rectangulares, seguidas de las cuadrangulares y las subrectangulares. Por otra
parte, las formas ovales tienden a concentrarse en las estructuras de menores
dimensiones hasta los 5 m2 lo que indica que dicha forma es sólo seleccionada para
estructuras tipo depósitos (Tabla 7). Estas categorías de tamaño son las que dominan
en el conjunto sumando casi la mitad de las estructuras registradas (Tabla 4), lo que
evidencia la importancia de las prácticas de almacenaje del sitio, las que se efectúan al
interior o contiguas a los espacios habitacionales. A lo anterior se suma la continua
presencia de pozos-silos en los recintos. Un buen ejemplo de estos elementos se registra
en el recinto 295, correspondiente a una estructura rectangular de unos 25 m2, emplazada
en el sector central del asentamiento, donde se localizaron seis de estos silos en la
superficie del recinto. Éstos presentan diámetros entre 60 y 30 cm y profundidades

| 191
| LEONOR A DÁN, M AURICIO U RIBE Y SIMÓN U RBINA |

entre 70 y 20 cm. Si se trata de estructuras de uso doméstico es probable que ellos


fueran cubiertos o tapados de tal manera de permitir la circulación en el recinto.

Tabla 4. Distribución del tamaño de los recintos.

Tabla 5. Tamaños y su distribución en los conglomerados.

Tabla 6. Formas de planta y distribución en los conglomerados

Las estructuras de tamaños medios a medio a grandes, 10 a 20 m2 y 20 a 40 m2


respectivamente, que corresponderían a estructuras de tipo doméstico como
habitaciones y espacios abiertos de extensión del espacio habitacional, presentan una
similar distribución de formas en las que dominan las plantas subrectangulares y

192 |
| ARQUITECTURA PÚBLICA Y DOMÉSTICA EN LAS QUEBRADAS DE TARAPACÁ |

rectangulares, seguidas de las cuadrangulares (Tabla 7). Se observan estructuras aisladas


que se van conglomerando, además de los recintos que pueden contener subestructuras
al modo de depósitos. Estos recintos complejos se presentan igualmente en la siguiente
categoría de tamaño, en recintos de más de 80 m2, lo que podría estar indicándonos
recintos con almacenaje menores asociados a unidades domésticas y otros mayores
usados por más de una unidad doméstica. Entre estos últimos es interesante además
la relación que establecen los conjuntos 390, 387, 374 y 467 con el muro perimetral
lo que refuerza nuestra idea de espacios comunales. Las formas circulares, subcirculares
y ovales son prácticamente inexistentes en esta categoría de tamaños. Es posible
además que en esta misma categoría se localicen espacios entre-recintos y vías de
circulación (Tabla 7). Por último, los tamaños mayores entre 40 y 60 m2 y de más de
60 m 2 presentan una menor ocurrencia (Tabla 4), y probablemente están
documentando tres categorías funcionales como espacios domésticos amplios, patios
o plazas de uso comunitario y espacios entre-recintos. Igual que en la totalidad de la
aldea las formas dominantes son las plantas rectangulares y subrectangulares, aunque
hay una significativa frecuencia de formas irregulares lo que es coherente con
estructuras correspondientes a espacios entre-recintos que se definen irregularmente
como negativo de los recintos propiamente tales (Tabla 7).

Tabla 7. Formas de plantas y su distribución en categorías de tamaño de los recintos.

Quebrada y Aldea de Camiña (2.412 msnm)

La Quebrada de Camiña, adscribible culturalmente a la región de Valles


Occidentales (Mujica 1990; Múñoz 1989), forma parte de los cinco valles transversales
que atraviesan el desierto para llegar al mar en el extremo norte de Chile. Camiña o

| 193
| LEONOR A DÁN, M AURICIO U RIBE Y SIMÓN U RBINA |

Tana es el más meridional de ellos, al sur del cual se extiende la Pampa del Tamarugal por
cerca de 300 km (Niemeyer 1989). Tales condiciones debieron constituir a Camiña-Tana-
Tiliviche en un espacio privilegiado para la ocupación humana con fechas desde el Arcaico
hasta períodos históricos como está documentado en Pisagua Viejo (Adán y Urbina
2004; Moragas 1997, 2004; Núñez 1965; Núñez y Moragas 1977). El Valle de Camiña,
específicamente, se ubica en la depresión intermedia y ocupa el sector medio de la quebrada
homónima, dentro de un ámbito desértico que ingresa a la sierra (Villagrán et al. 1999).
Referencias sobre la Aldea de Camiña-1 se encuentran sólo en la prospección de
Núñez en 1965. Allí se describe el sitio como un poblado con recintos habitacionales
de planta preferentemente rectangular emplazado en el sector de Juanca al noroeste
del actual pueblo de Camiña. Los recintos estarían asociados a tumbas aisladas y
bloques con pircas; se describe igualmente la existencia de murallas defensivas
periféricas (Núñez 1965: 20).

Figura 3. Levantamiento topográfico Aldea de Camiña-1.

El registro arquitectónico que efectuamos nos permitió identificar un importante


conglomerado habitacional sobre una loma localizada en el talud norte de la quebrada,
a corta distancia del pueblo (Figura 3). Sus coordenadas UTM son 454160E/
7864630N. En un marco más amplio, la aldea se acerca formalmente a aquellas

194 |
| ARQUITECTURA PÚBLICA Y DOMÉSTICA EN LAS QUEBRADAS DE TARAPACÁ |

descritas para la sierra ariqueña como Huaihuarani, Tangani, Molle Grande y Vila-
Vila (Schiappacasse et al. 1989). Junto a ello, presentan similitudes en el sistema de
asentamiento articulando poblados con otros asentamientos y cementerios de chullpas
y cistas (Múñoz 1996; Schiappacasse et al. 1989), como ocurre con los cementerios
de Laymisiña, Nama Usamaya-1 (Sanhueza y Olmos 1979) y Sitani (Ayala 2001), los
dos últimos ubicados en el altiplano de Isluga.
El sitio se compone de 588 estructuras organizadas básicamente en dos sectores
divididos por una vía de circulación edificada (Figura 3). Los recintos se encuentran
sumamente aglutinados con una densidad de 194 recintos por hectárea, constituyendo
el asentamiento más denso de los que hemos trabajado en la zona (Tabla 8). La
construcción en ladera requirió de aplicar técnicas de aterrazamiento en diferentes
secciones de la quebrada. Adicionalmente, la aldea se encuentra levantada en un sector
con abundantes bloques rocosos de grandes dimensiones los que fueron integrados
en el plan final de la aldea como elementos constructivos y como soporte para
petroglifos (Vilches y Cabello 2004).

Tabla 8. Número de recintos y densidad ocupacional.

Los muros fueron construidos con piedras del lugar y relleno del piso. Dominan los
muros de hilada simple (60% del total), y con cerca de un tercio aparecen los muros
dobles rellenos. El aparejo usado es rústico, mientras que aquellos que requieren mayor
inversión como los celulares y sedimentarios son prácticamente inexistentes (Tabla 9). Lo
anterior acusa procedimientos constructivos expeditivos, sin la aplicación de procedimientos
técnicos más complejos. Todo este conjunto edificado se distribuye entre vías de circulación
claramente definidas en algunos sectores y corredores que en algunos casos se encuentran
rellenados, probablemente hasta el nivel de las techumbres de los recintos circundantes
para acceder a ellos. Más aún, una de estas vías, casi al centro del asentamiento, exhibe
altos muros dividiendo al sitio en un sector norte y otro sur.

Tabla 9. Características de los paramentos.

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La forma dominante de las plantas es la irregular y subcircular, cada una de ellas


con cerca de un 20% de frecuencia. Las plantas circulares, ovales y elipsoidales suman
un 23,7%. El trazado rectangular es menos frecuente aunque en su conjunto la totalidad
de las formas de este tipo corresponden al tercio restante (Tabla 10). Las formas de
planta se distribuyen de manera homogénea (Tabla 11), tanto en los sectores sur
como norte, lo que sería indicación de qué ambos reproducen similares funciones.
Aún no sabemos si existen diferencias cronológicas entre ambos conjuntos; no obstante
éstas no se reflejarían en cambios en el patrón arquitectónico.

Tabla 10. Forma de planta de las estructuras.

Tabla 11. Formas de planta y su distribución en los conjuntos N y S.

Respecto a los rangos de tamaño y las plantas con miras a entender la dimensión
funcional de los recintos, observamos las siguientes distribuciones significativas (Tabla
12). Los recintos menores hasta los 5 m2 que corresponderían a silos o depósitos y
oquedades asociadas a bloques rocosos, algunos con restos humanos, privilegian
ostensiblemente las formas circulares y subcirculares. Una situación similar es la que
presenta el siguiente rango aunque en éste dominan las plantas irregulares. Los
probables espacios domésticos hasta los 20 m2, muestran mayoritariamente formas
circulares, ovales, elipsoidales o cercanas con más de un 40%; un segundo rango

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significativo lo exhiben las plantas rectangulares o subrectangulares con cerca de un


24%, seguidas de los espacios de forma irregular. Análoga distribución se documenta
para las formas entre 20 y 40 m2. Las formas de mayores tamaños que podrían
corresponder a espacios públicos, aunque escasos, se concentran en recintos de planta
rectangular a subrectangular.

Tabla 12. Rangos de tamaño y su distribución en las formas de planta.

Discusión y Conclusiones

Entre los aspectos que nos parecen cruciales en el análisis de la arquitectura


como indicador de evolución y complejidad social, el primero de ellos apunta a
caracterizar la expresión arquitectónica desde una perspectiva diacrónica, recogiendo
los disímiles sustratos históricos que enfatiza cada sector de la amplia región que
compromete el Complejo Pica-Tarapacá. Las configuraciones arquitectónicas
documentadas reflejan la adscripción a ciertas tecnologías constructivas, algunas de
marcado carácter tradicional e innovadoras en otras, las que son indicación de cierto
funcionamiento de las unidades domésticas y, a un nivel mayor, de la comunidad en
la que participan. Un segundo aspecto, muy vinculado al anterior, se refiere a la
relación de los asentamientos en el contexto ambiental en que se localizan; lo cual,
entre otras cosas, permite la sustentación económica de las sociedades que habitaron
los asentamientos, sea ello a través de la explotación y producción de recursos, como
también por medio de estrategias que aluden al tráfico de mediana y gran escala, que
propicia su especial locación. Todo lo anterior nos da una idea básica de la evolución
de la arquitectura y del sistema de asentamiento en la región, ejemplificados por
Tarapacá y Camiña, lo cual nos permite identificar unas tres a cuatro modalidades de
organización espacial y social de las poblaciones Pica-Tarapacá.
La aldea de Caserones, con fechas absolutas desde los años 350 a.C. hasta el 900
d.C (Barón 1986; Núñez 1982), representa el traslape de una tradición arquitectónica

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formativa con el Período Intermedio Tardío. Parte de los rasgos que la caracterizan
perduran en asentamientos tardíos de la Quebrada de Tarapacá como Tr-13 y Tr-
13a (Núñez, P. 1983). Caserones-1 corresponde a una tradición arquitectónica de
edificación en plano y trazado de planta eminentemente rectangular. A juzgar por la
diversidad de tamaños podemos inferir variabilidad funcional que indistintamente
privilegian las plantas subrectangulares o rectangulares. Características del área de
emplazamiento, como las superficies planas, así como el tipo de materiales empleados
en los muros, piedras seleccionadas y trabajadas para vanos, postes en los muros y
revoque, son indicación de una importante inversión de energía en el sentido que no
se trata de asentamientos de edificación expeditiva a diferencia de lo que ocurre en
sitios de más al norte donde domina el uso de la quincha, como en el Valle de Azapa,
e inclusive en aquellos costeros revisados por nosotros como Pisagua Norte (Adán y
Urbina 2004; Schiappacasse et al. 1989).
La presencia de un muro perimetral evidencia una intención por delimitar un
espacio social, quizá defenderlo, con inversión de energía comunal y organización de
esa fuerza de trabajo, adoptando e implantando una opción de diseño única para
cumplir requerimientos funcionales. Las características generales de los muros de los
recintos en cuanto a número de hiladas y tipo de aparejo, por otra parte, reflejan en
general un procedimiento poco normado, reflejado en los diferentes procedimientos
empleados para los mismos tipos de estructuras. Así, es posible plantear que de
manera contemporánea operan prácticas constructivas implementadas por una
comunidad organizada, como el muro perimetral y las dos plazas del sector sur, y
otras a nivel de las unidades domésticas que parecen resolver sus requerimientos
habitacionales con cierto margen de variabilidad en las prácticas técnicas. Otro elemento
destacable es la presencia de dos grandes estructuras colindantes, al modo de plazas,
localizadas en el sector norte del asentamiento y de las cuales se conservan aún altos
muros. Éstas representan eventos de arquitectura pública, señalando la ocurrencia de
un espacio de uso comunal situado en una posición importante de la aldea, bastante
separado del espacio habitacional. Este espacio público constituye en efecto un
continente vacío, el que periódicamente puede ser repletado por prácticas y grupos
sociales que indistintamente requieran e intenten reflejar homogeneidad o diferenciación
social.
En un contexto más amplio, Caserones-1 indudablemente participa de un
desarrollo formativo bien representado en la región tarapaqueña, tanto en la quebrada
homónima como en el resto de la Pampa. Los sitios Guatacondo-1 (Mostny 1970)
y Ramaditas (Rivera et al. 1995-1996) junto a Pircas (Núñez, L. 1984), configuran una
importante ocupación de este ter ritorio durante el período For mativo.
Indudablemente, podemos encontrar rasgos comunes en ellos como la presencia de
plazas o espacios públicos y muros perimetrales; no obstante, lo interesante es que la
solución técnica y formal de tales requerimientos son singulares a cada sitio. Así
vemos comunidades que comparten nociones comunes de cómo organizar el espacio

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habitado, pero que por otro lado son lo suficientemente particulares e independientes
en su resolución. Aparecen como grupos sociales independientes, autárquicos,
fuertemente volcados hacia conocimientos y tradiciones heredadas.
Una segunda situación es la que define el complejo habitacional de Camiña-1,
localizado en la quebrada homónima. La arquitectura de este sitio presenta elementos
que lo vinculan a la región serrana de Arica, con asentamientos en laderas, uso
mayoritario de la piedra y definición de conglomerados principalmente de planta
circular. Están presentes además cistas en Camiña-1 y chullpas en el vecino cementerio
de Laymisiña, también descritas para las quebradas altas de Arica. Dichos rasgos se
distribuyen en Belén, Tignamar, Oxa, Codpa, Camarones y Nama (Schiappacasse et
al. 1989: 191-195). En este contexto el aserto establecido por Schiappacasse y
colaboradores (1989: 204), en el sentido que la Quebrada de Camiña representaría
un sector transicional entre la Cultura Arica y el Complejo Pica-Tarapacá, puede
enriquecerse señalando que las quebradas altas de Arica y Tarapacá aparecen como
una sección longitudinal, donde la arquitectura aparece como un elemento unificador,
lo cual seguramente tiene relación con un modo de vida de tierras altas igualmente
compartido. Por lo mismo, resulta indudable la distancia formal que exhibe la
arquitectura de Caserones-1, Tr-13 y Tr-13a (Núñez, P. 1983) frente a Camiña-1, por
lo cual no parecen estar emparentadas. La arquitectura de quebrada que representa
Camiña más bien evoca una innovación del patrón formativo de Tarapacá, vinculada
al ingreso de una tradición altiplánica.
En términos de los atributos, elementos y patrones arquitectónicos que hemos
sistematizado, observamos en Camiña-1 una construcción más expedita o simple y
una menor inversión de energía en su edificación, lo cual suponemos tiene relación
con el modelo clásico que se ha usado para interpretar la dinámica de las tierras altas,
ejemplificado por el modelo de control vertical (Murra 1980), mostrando una mayor
movilidad de estas poblaciones. Ello se refuerza además por la presencia variada de
ítems muebles, como la cerámica, que los ligan al Altiplano Meridional, particularmente
Pacajes y Carangas (Uribe et al. 2006). Así, Camiña-1 se caracteriza por estar edificado
en una ladera con numerosos bloques rocosos que han sido empleados en la
configuración arquitectónica del sitio, acusando un menor trabajo en la preparación
del área de edificación, excluyendo la construcción de necesarios sistemas de
aterrazamiento bien conocidos en las tierras altas. Tal situación se refleja adicionalmente
en la dominancia de los muros de hilada simple y aparejo rústico, pero sobre todo
de las plantas circulares o subcirculares (McGuire y Schiffer 1983). No obstante, el
sitio documenta una importante variabilidad en el tamaño de las plantas, lo que
señala una diversidad funcional propia de asentamientos habitacionales complejos.
Destaca la alta ocurrencia de pequeñas estructuras indicación de que las prácticas de
almacenaje son funcionales al sistema económico social; pero, es relevante la ausencia
de grandes espacios públicos, sólo representados en la parte alta del asentamiento,
lamentablemente muy intervenidos, por lo cual suponemos que eventos de

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congregación comunitaria son de menor importancia o se realizan fuera del poblado.


Y, que la sacralización de los espacios de uso cotidiano, por entierros de difuntos al
interior de las viviendas, se resuelve a nivel de la unidad doméstica. De hecho, la gran
presencia de arte rupestre al interior del conglomerado y a lo largo de la quebrada
(Vilches y Cabello 2004), representa una variación con Caserones-1, denotando una
actividad relativa a lo ceremonial distinta y más cotidiana, que suponemos son una
expresión de la noción de asentamiento y territorio de estas poblaciones quebradeñas.
Con todo, la presencia de una importante vía de circulación que divide la aldea en
dos sectores es señal del principio andino de bipartición aplicado al asentamiento,
característica que también vemos reflejada en Tarapacá en los sitios Tr-13 y Tr-13a
de Huarasiña (Núñez, P. 1983), denotando la articulación de ambas tradiciones y sus
respectivas poblaciones.
En términos del sistema de asentamiento, los sitios analizados documentan dos
situaciones distintas que forman parte de la historia tardía de la región tarapaqueña y
que pueden ser hipotéticamente relacionadas con cierta organización socioeconómica
conspicua a cada caso. El primero de ellos se relaciona con lo que llamamos Tradición
Arquitectónica Formativa, la cual desde el punto de vista del paisaje se encuentra en
estrecha interdependencia con la explotación de los recursos de la Pampa del
Tamarugal. Este sistema del cual es heredera la ocupación tardía de Caserones-1,
correspondiente el Período Intermedio Tardío Inicial (ca. 900-1200 d.C.), configura
asentamientos únicos en términos de su composición arquitectónica, ya sea de patrón
circular conglomerado en Guatacondo-1 o disperso en Ramaditas, de patrón
rectangular conglomerado en Caserones-1 y/o de patrón rectangular disperso en
Pircas. Ello nos hace pensar en comunidades volcadas hacia sí mismas en la que
vemos cierta independencia o autarquía en la organización de sus sistemas económicos
y sociales. Estos asentamientos, no obstante, comparten un hecho significativo que es
la presencia de arquitectura pública, de mayor envergadura en Guatacondo-1 y
Caserones-1 como está documentado en las plazas, situadas en una sección relevante
de cada sitio. La presencia de elementos arquitectónicos como los muros perimetrales
en Guatacondo y Caserones hacen necesaria la organización y ejecución de trabajo
comunitario, tanto para su construcción como para su uso y mantención, sugiriendo
la existencia de comunidades organizadas en las que la resolución de sus acuerdos
sociales y económicos operó, al menos en parte, en escenarios de congregación social.
Llegado a este punto parece importante reiterar las plazas como espacios públicos
despejados, continentes en que es posible expresar u ocultar homogeneidad o
heterogeneidad social, por lo cual otros ítems muebles como textiles y cerámica
requieren ser integrados para una interpretación más concluyente. Es probable que
en este contexto, la presencia de arquitectura pública sea funcional a la regulación de
las prácticas de recolección en un intento por mantener la inherente vulnerabilidad de
los recursos silvestres ante importantes presiones (Hardin 1968). Coincidente con lo
anterior, es relevante en Caserones-1 la alta frecuencia de silos y depósitos edificados
al interior de los conjuntos domésticos. Más aún, el patrón de estructuras compuestas

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con silos en la superficie y depósitos edificados se reproduce en recintos menores y


otros mayores, lo que quizás es indicación de distintos niveles de almacenaje, uno
más familiar y otro más comunitario. La importancia del almacenaje para estas
poblaciones, práctica distinta aunque en parte base de las estrategias de acumulación,
debió por tanto estar estrechamente relacionada con la explotación de los recursos
de recolección que ofrece la Pampa.
Por su parte, Camiña-1 participa de un sistema de asentamiento diferente que
entendemos posterior, caracterizando el momento más clásico del Intermedio Tardío
(1200-1450 d.C). Las ideas presentadas por Lautaro Núñez (1979, 1982) y Patricio
Núñez (1983) hace ya más de 20 años sobre la ocupación de la Quebrada de Tarapacá
son útiles para entender este segundo sistema. De acuerdo a los autores, la ocupación
de la quebrada tarapaqueña hacia los momentos tardíos comienza a ascender, lo que
expresaría una consecuente desvalorización de los recursos de la Pampa del Tamarugal
(en consideración a la preponderancia de éstos en momentos formativos), así como
la emergencia de sistemas económicos fuertemente basados en la producción agrícola.
Esta suerte de desvalorización de los recursos de la Pampa, seguramente relacionados
con niveles de inestabilidad económica y social que ofrecían los recursos de la
recolección en un contexto de mayor presión demográfica, se ve aparejada con la
relevancia que adquiere en los momentos tardíos las redes de tráfico basadas en
sistemas de caravanas, donde las ocupaciones de la quebrada de Tarapacá parecen
ocupar un lugar central. La posterior ocupación incásica de Tarapacá Viejo en este
escenario refuerza la idea de la importancia de la quebrada en términos de la
producción económica y paralelamente en la fuerza de trabajo (cfr. Núñez, P. 1984).
La Quebrada de Camiña aparece participando de una esfera cultural de tierras
altas junto con las manifestaciones registradas en la sierra de Arica. Allí observamos
una sociedad alejada del sustrato y la complejidad formativa de la Pampa y sus oasis,
que irrumpe con un patrón arquitectónico distinto basado en una construcción
expeditiva en ladera y en la dominancia de los conglomerados de planta circular. A
diferencia de lo que ocurre en Tarapacá en esos momentos, Camiña-1 corresponde
a un gran asentamiento con cerca de 600 estructuras entre las cuales 200 son depósitos
acusando la importancia de los principios de conservación y almacenaje, derivados
de una importante producción agrícola manifiesta en los complejos de terrazas y
canales arqueológicos. Sin embargo, aquí los grandes espacios públicos edificados
están ausentes del espacio habitacional, pero por otra parte, aparecen sitios como
Laymisiña y Nama, con chullpas rectangulares de barro y cementerios de cistas
circulares de piedra, que además de constituirse en espacios de congregación social
por sí mismos, vinculados al culto de los antepasados, ligan este sistema a expresiones
propias del altiplano.
En resumidas cuentas, vemos en este segundo sistema de asentamiento, del que
también participan sitios como los Pucara de Chusmisa y Mocha (Moragas 1993),
correspondiente a la parte alta de Tarapacá, o bien el Pucara de Jamajuga o Cerro
Gentilar en la Quebrada de Mamiña (Moragas 1993; Niemeyer 1961), una ocupación

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que sube por la quebrada apoyado en una producción agrícola que seguramente está
compitiendo por aguas y tierras cultivables, aparejada a una desvalorización o al
menos un distanciamiento espacial de los recursos y el manejo de los bosques de la
Pampa. Arquitectónicamente la traza rectangular presente desde el Formativo se
mantiene vigente sólo en sitios de menor tamaño y aumenta la introducción de la
planta circular de tierras altas, reproduciendo nociones andinas básicas que
probablemente documentan, además de la segmentación de la población con fines
productivos, una variabilidad acorde a un sistema económico mucho más especializado
como heterogéneo. La sobreproducción agrícola, la mantención de las prácticas de
recolección, el funcionamiento de redes de tráfico y las manifestaciones de arte
rupestre, confirman para Pica-Tarapacá un sistema social complejo, culturalmente
diverso, segmentado, no igualitario y en claro un proceso de expansión elocuente en
su historia arquitectónica.

Agradecimientos. A las autoridades y población de Camiña y Huarasiña por permitirnos el trabajo


en lugares de relevancia patrimonial para sus comunidades. A Claudia del Fierro por los dibujos
de planta y fotografías de campo. Al profesor Luis Cornejo y los alumnos del Tercer año de
Arqueología de la Universidad de Chile, año 2004, por su recolección de datos, a Carolina
Vásquez por la elaboración de las bases de datos, a Eugenio Pavlovic y Wilson Leyton por la
taquimetría.

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| 205
| LEONOR A DÁN, M AURICIO U RIBE Y SIMÓN U RBINA |

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Villagrán, C., V. Castro, G. Sánchez, F. Hinojosa y C. Latorre
1999. La Tradición Altiplánica: Estudio Etnobotánico en los Andes de Iquique, Primera
Región, Chile. Chungara 31 (1): 81-186.

Notas
1. La recolección de datos se realizó durante diversas temporadas de campo (2003-2005). Para
tales efectos se utilizó la ficha de registro arquitectónico propuesta para el Pucara de Turi por
castro y colaboradores (Castro et al. 1993: 86-87, 103-105), con ligeras modificaciones. Se
consignó información referida a: 1) croquis sin escala; 2) sobre la planta: según forma, dimen-
siones y superficie; 3) sobre los paramentos: según hiladas y aparejos, observados siempre en
los muros n; 4) sobre los vanos: ancho dintel y orientación; 5) registro de estructuras y
elementos complementarios; y 6) observaciones generales. Además, cada sitio se acompañó
de un dibujo de planta preliminar, o bien de correcciones sobre planos existentes, y del
registro fotográfico de rasgos arquitectónicos de interés. Los datos se sistematizaron en una
base de datos en microsoft excel.
2. Sin embargo, de acuerdo a nuestro análisis, que considera el 100% de la arquitectu-
ra, el 10% de los recintos recolectados en superficie y 13 pozos de sondeo, no
existen evidencias materiales que avalen una ocupación inkaica, tardía o histórica
en la aldea como notaba Núñez, L. en 1966. No obstante, la arquitectura pudo ser
reocupada por poblaciones de dichas épocas.

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| LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL PAISAJE DURANTE LA DOMINACIÓN INKA EN EL NOROESTE ARGENTINO |

LA CONSTRUCCION SOCIAL DEL PAISAJE DURANTE LA


DOMINACION INKA EN EL NOROESTE ARGENTINO

María Beatriz Cremonte*


Verónica Isabel Williams**

Uno de los supuestos con mayor aceptación entre los arqueólogos andinos es que la
imposición de la dominación cuzqueña en el siglo XV introdujo cambios especialmente
en la distribución de la población, en la producción agrícola, ganadera y artesanal y,
fomentó modificaciones en la forma y disposición de la cultura material. Conceptos
que pertenecen al dominio de lo social e ideológico se vieron asociados en contextos
nuevos que pertenecen a la dominación o a su resistencia por parte de la población
indígena. La dominación inka seguramente modificó el panorama contextual de las
relaciones sociales de algunas regiones anexadas, tanto al nivel espacial como de la
praxis, pero desconocemos si esta situación afectó a todo el Imperio. Posiblemente
la creación de un nuevo paisaje social como resultado de la conquista inka fue decisivo
como una estrategia de dominación de las poblaciones locales.
En estas páginas presentaremos algunos ejemplos e ideas sobre la construcción
social del paisaje por parte del estado inka en áreas del Noroeste Argentino que
llamaremos periféricas, sin aludir por ello al modelo Centro-Periferia (Champion
1989; Wallerstein 1974). Aquí el término área periférica es considerado en dos sentidos:
a) como periférica en relación a los lugares donde tradicionalmente se realizaron las
investigaciones y b) como periférica a la propia logística de conquista imperial,
considerando que al estado le habría interesado la dominación de los ambientes de
tierras altas en donde las quebradas troncales jugaron un rol fundamental.
En líneas generales se han contemplado dos variables que incidieron en la confi-
guración de la ocupación inka en una región: 1) el grado de centralización política de
las sociedades dominadas y 2) la aceptación pacífica o la resistencia a la dominación
inka. Al menos estas dos variables debieron ser consideradas por el estado al implan-
tar una política del uso del espacio en estos nuevos territorios. Pero existe un hecho
concreto y es que los inkas construyeron importantes asentamientos tanto en lugares
donde estaba presente la población local como en zonas vacías. Esta característica
subraya la propensión a confeccionar su gobierno con relación a las situaciones loca-
*
CONICET-Instituto de Geología y Minería. Universidad Nacional de Jujuy.
**
CONICET -Instituto de Arqueología, Facultad Filosofía y Letras. Universidad de Buenos
Aires.

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| CREMONTE BEATRIZ Y VERÓNICA I. WILLIAMS |

les en el contexto de un diseño a gran escala como se da en el norte de la quebrada


de Humahuaca, norte del Valle Calchaquí, Valle de Lerma, valles templados de Jujuy
y alrededores de la confluencia de los Valles de Santa María, Hualfín y Abaucán en
Catamarca.
De lo anterior resulta que la ocupación inka habría sido selectivamente intensiva
y que ocurrió en bolsones o islas en zonas productivas y estratégicamente ubicadas
(Williams y D’Altroy 1998: 175). Pero este panorama puede ser completado a partir
de la inclusión de áreas que tradicionalmente han sido subestimadas o escasamente
investigadas, desde la óptica de un gobierno expansivo, como son las yungas, valles
meridionales y quebradas tributarias de acceso a la puna. El avance de las investiga-
ciones que se vienen desarrollando en los valles meridionales de Jujuy (Cremonte
2001; Cremonte y Fumagalli 1995, 1998) y en las quebradas altas subsidiarias del
Valle Calchaquí QS3 (2b1-2b5). Distribución de tamaños en bifaces e instrumentos
sobre bifaces (Baldini 2003; Baldini y De Feo 2000; Williams 2002-2005, 2004),
muestran una ocupación inka con características diferentes y permiten generar hipó-
tesis acerca de la importancia que pudieron revestir estos valles y quebradas para la
obtención de recursos de las Yungas y de productos de la Puna, con relación al
sostenimiento de la política económica estatal. En las quebradas altas del sector me-
dio del Valle Calchaquí el estado aparentemente reprodujo una identidad inka no
necesariamente a partir de la construcción de una configuración espacial imperial con
la instalación de centros estatales de gran envergadura, a diferencia de lo sucedido en
otras zonas, sino a partir de la maximización (apropiación?) de tierras destinadas a la
agricultura y muy probablemente a la apropiación del paisaje sagrado (Williams 2002-
2005). El desconocimiento de los sucesos acaecidos en estos sectores complica las
interpretaciones sobre el pasado regional y, especialmente en lo referente al análisis
de la expansión inka, donde importantes asentamientos no son integrados y articula-
dos a los sistemas de la política económica estatal a nivel micro y macro regional.
Sin duda, un factor común a las organizaciones estatales pre-industriales fue la
construcción de una infraestructura física para facilitar la administración del estado
en los espacios conquistados ya sea vacíos o previamente ocupados. En varias oca-
siones el Inka ejerció su gobierno a través de los jefes étnicos locales que pusieron al
servicio del estado infraestructuras y experiencias organizacionales desarrolladas, an-
tes y durante el dominio estatal por parte de las propias comunidades. Situaciones en
que el Inka debía conocer la dinámica política y social local para establecer el control
y dominio de los nuevos territorios anexados. Indudablemente existió una asociación
directa entre camino, tambo, centro administrativo, waka, etc. Pero también otra
situación, ya planteada con anterioridad por varios investigadores, incluye desde la
intrusión de arquitectura inka en poblados preexistentes hasta las construcciones es-
pecíficas de producción y almacenamiento de bienes.
Para evaluar las formas de poder se realizó una relectura de los datos existentes,
sumado a los generados por nuestras propias investigaciones, todo lo cual nos ha servido

208 |
| LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL PAISAJE DURANTE LA DOMINACIÓN INKA EN EL NOROESTE ARGENTINO |

de base para definir las estrategias que adoptó el estado en las distintas fases de control de
estos territorios.

La Lógica de la Organización y Control Espacial

Una pregunta reiterada sobre las estrategias de la dominación Inka es si


existieron políticas generales que se fueron negociando de acuerdo a las
condiciones sociales y ecológicas, a los intereses del Estado y a la convergen-
cia o resistencia de las comunidades conquistadas (D´Altroy et al. 2000; Mulvany
2003; Williams 1996, 2000).
Para responder a esta pregunta nos resultó útil seguir las premisas del modelo
de sistema control hegemónico y control territorial (Hassig 1985; Luttwak 1976). El
modelo plantea que las demandas ejercidas por el estado, ya fuera bajo un régimen
de control hegemónico o territorial, implicaron transformaciones en la organización
económica, política y la introducción de ciertas expresiones materiales, vinculadas a
nuestro juicio con la esfera ideológica. Pero el sistema de administración pudo desa-
rrollarse a través de una serie de estrategias potenciales para consolidar su control
sobre los grupos sometidos. En los extremos de este espectro de opciones se en-
cuentran el control territorial y el control hegemónico, sin embargo, estos mecanis-
mos no serían excluyentes, sino que por el contrario, como estrategias de control
directo formarían parte de un proceso continuo, que debería culminar tal como lo
ha propuesto Stanish (1997) en un control total.
Si bien en el Noroeste Argentino se verifican los dos tipos de controles en el
registro arqueológico, no hay una opinión generalizada sobre si ambos sistemas de
control fueron sincrónicos o diacrónicos. La disparidad de fechados entre los mis-
mos sitios inkas en el Noroeste Argentino podría deberse o al alcance de aplicación
de la técnica para un lapso no muy amplio o atribuirlo a una diferenciación cronológica.
Una posible solución sería analizar estadísticamente los fechados de los pukaras de
fronteras y los de los asentamientos estatales del interior de la misma.
En relación con este modelo general, según algunos autores la arquitectura inka,
además de ser una decisión constructiva o monumental fue también un acto simbólico
de apropiación de la “tierra” o del “territorio” como ha sido planteado para el Pukara de
Turi (Gallardo et al. 1995). Esto permitiría reformular el espacio preexistente e introducir-
lo materialmente en el reino de lo político y simbólicamente inka. En este sentido consi-
deramos que los conceptos de asociación y exclusión planteados por nuestros colegas
chilenos resultan ser operativos para explicar las distintas alternativas sobre la lógica de la
organización espacial. Sin embargo, la dominación en lo puramente simbólico a través de
las construcciones, seguramente no habría podido ser ejercida sin un dominio simultáneo
en lo social. Por ello debió ser sumamente importante la toma de decisiones sobre la
ubicación de los emplazamientos inka en relación a una arquitectura local ya existente.
Pero este concepto de asociación involucra a su vez un doble juego o contradicción, por
un lado la aparente armonía entre lo inka y no inka y al mismo tiempo una segregación de

| 209
| CREMONTE BEATRIZ Y VERÓNICA I. WILLIAMS |

lo inka a través de sus expresiones materiales. Son ejemplos de asociación la presencia de


un sector inka en poblados preexistente como ocurre en Turi, Catarpe Este, Pukara de
Tilcara, La Huerta, La Paya, Guitián, etc.
Sin embargo y como ya hemos esbozado, junto a este principio de asociación se
dispone otro de exclusión que marca diferencias en el manejo de la espacialidad entre el
dominio de lo inka y lo local (Gallardo et al. 1995). En ambos casos el inka se mezcla con
lo local pero al mismo tiempo se separa estableciendo una distancia social. En relación
con esto Sánchez Romero plantea que el carácter discontinuo de la presencia inka y el
monocomponente de los asentamientos respondería a principios organizadores similares
a los de asociación y exclusión (2004: 333).

Territorios Meridionales de Jujuy: Agua Hedionda y Esquina de Huajra

En esta oportunidad y en relación con lo que venimos comentando,


seleccionamos a Agua Hedionda en los valles húmedos y templado de Jujuy a 1.250
msnm (Departamento de San Antonio) y a Esquina de Huajra (Tum 10) en el sector
sur de la Quebrada de Humahuaca (Departamento Tumbaya) a 1.990 msnm, como
referentes en la construcción social de dos paisajes diferentes (Figura 1).

Figura 1. Ubicación geográfica de Esquina de Huajra (Dto. Tumbaya) y de Agua Hedionda


(Dto. San Antonio).

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| LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL PAISAJE DURANTE LA DOMINACIÓN INKA EN EL NOROESTE ARGENTINO |

Agua Hedionda fue un probable centro administrativo y de almacenaje asociado


a otros sitios cercanos, ya sea con áreas residenciales (AH3 Pucarita), de producción
agrícola (probablemente AH2 Finca Bianco, Morados y El Ceibal) y puntos de
vigilancia o control (AH4 La Meseta y AAH1 Alto Agua Hedionda) (Cremonte
2005; Peralta 2005).
En la actualidad el núcleo Agua Hedionda ocupa aproximadamente unas 10 ha,
presenta un sector alto y otro bajo (AAH1 y AH1) y un área integrada pero delimitada
donde hoy se conservan las bases de 91 qollcas circulares de 2 a 3 metros de diámetro.
Las construcciones del centro Agua Hedionda se ordenan en espacios rectangulares
(kanchas, plaza, kallanka, trazado de los muros perimetrales) que a su vez se adecuan
a las variaciones topográficas del terreno.
Las construcciones se agrupan en diferentes conjuntos arquitectónicos: en el sector
bajo AH1 (el más importante) se diferencian dos conjuntos: a) la plaza con
construcciones administrativas –ceremoniales como una kallanka de 40 x 10 m, y
una plataforma de 4 x 4 m sobre un montículo artificial, el ushnu, que también puede
ser interpretado como un hito fronterizo, b) las kanchas que rodean a la plaza (una de
ellas con casi el centenar de qollcas alineadas) y c) las estructuras externas al muro
perimetral. En el sector alto AAH1 se distinguen: a) una serie de recintos pequeños
aislados (probables qollcas circulares y rectangulares) y b) kanchas asociadas a grandes
espacios cerrados (Cremonte et al. 2003a, 2005a) (Figura 2).
Si bien el estado de conservación de AH1 no es bueno, resulta evidente que no
presentaba una arquitectura elaborada, lo que contrasta con su ordenamiento espacial,
cuidadosamente planificado y de clara filiación inka. Todo parece indicar que, para su
construcción, se empleó mano de obra no familiarizada con las elaboradas técnicas
constructivas inkaicas, como fue lo usual en estas áreas periféricas del imperio. Por otro
lado, aunque los muros perimetrales pudieron ser defensivos, Agua Hedionda no pre-
senta los rasgos que caracterizan a las instalaciones militares (Hyslop 1992).
La ocupación de este territorio se habría llevado a cabo en un momento muy
tardío de la dominación Inka que, por el momento, ubicamos a mediados del siglo
XVI en función de la única datación cronométrica de carbón vegetal que poseemos:
Beta-194232: 310 ± 60 AP, calibrado 2 sigma (95% de probabilidad): 1500 d.C.
Consideramos que Agua Hedionda (AH1) y las otras construcciones vinculadas, se-
rían el episodio tardío de un proceso generado desde el Valle de Lerma, relacionado
con la expansión hacia espacios productivos y con la estructuración de la frontera
oriental a esta latitud.
Una serie de factores permiten integrar en una misma estrategia de control territo-
rial directo, tanto al ejercido tanto en estos valles de San Antonio como, al menos, en la
zona de Rosario de Lerma (sector norte del Valle de Lerma). Entre estos factores
resultan relevantes: a) sus similitudes ambientales, sus excelentes aptitudes para la pro-
ducción agrícola (maíz) y el acceso fácil y directo entre ambas zonas, aunque separadas
por unos 60 km, b) la existencia de estructuras de almacenaje circulares, concentradas y
alineadas en una kancha de AH1 (donde originalmente y sólo allí pudieron superar las

| 211
| CREMONTE BEATRIZ Y VERÓNICA I. WILLIAMS |

150 unidades) similares a las del Campo del Pucará, aunque allí a una escala colosal, con
1.700 qollcas agrupadas en tres sectores diferentes (Boman 1908, Mulvany 2003) c) la
existencia de viviendas circulares que pueden estar remitiéndonos a un mismo compo-
nente étnico y la presencia en Agua Hedionda de fragmentos cerámicos que por los
componentes de sus pastas procederían del Valle de Lerma (Cremonte 2005), d) el
emplazamiento estratégico de estas instalaciones en relación con la logística del estado
y en espacios fronterizos, probablemente en las márgenes de una frontera oriental, y e)
la ausencia de evidencias en los registros arqueológicos de los sitios del sistema Agua
Hedionda que permitan vincularlos con ocupaciones contemporáneas de la Quebrada
de Humahuaca, desde donde podría postularse la anexión de estos valles meridionales
jujeños, sin embargo, parecen obedecer a realidades diferentes.
Las construcciones del núcleo Agua Hedionda reflejan una ocupación breve (o
quizás ¿Estacional?), aunque de todos modos, efímera. Por otro lado, si bien son
muy escasos los datos que se poseen del Campo del Pucará y carecemos de registros
cronométricos, a juzgar por los hallazgos realizados por Fock (1961) planteamos
como hipótesis de trabajo que la ocupación inka en los Bosques Montanos de San
Antonio fue una avanzada tardía, sobre una zona “vacía”, y para la cual se habrían
trasladado contingentes desde el Valle de Lerma.
Sin embargo, y a pesar de que Agua Hedionda tal vez fuera destinado para
cumplir las funciones de un centro secundario, debió imponerse como un símbolo
del poder imperial en una zona donde la presencia inka era poco visible y desde
donde debería ejercerse un control político directo que quizás no llegó a concretarse.

Figura 2. Sector bajo de Agua Hedionda (AH1) vista en 3D.

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| LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL PAISAJE DURANTE LA DOMINACIÓN INKA EN EL NOROESTE ARGENTINO |

En el sur de la Quebrada de Humahuaca, Esquina de Huajra (Tum10) está ubica-


do precisamente en la zona de transición entre los semidesiertos del norte y la vegeta-
ción húmeda subtropical meridional que se extiende hacia el Valle de Jujuy (Reboratti
2003: 59). Tum10 (Figura 3) fue construido sobre los faldeos de un cerro bajo y se
extendía hasta la llanura aluvial del Río Grande, frente a la quebrada de Huajra, una de
las vías de acceso más cortas e importantes hacia los valles orientales (Yungas de Tiraxi).
Precisamente, en este sector de los valles orientales, Garay de Fumagalli ha registrado
una decena de sitios del momento inka, que reflejan el control productivo de la zona y
la probable extracción de los ricos recursos de las yungas (Garay de Fumagalli 2003).
La instalación más oriental registrada hasta el momento corresponde al Cucho de
Ocloyas, una probable guarnición inka (Cremonte et al. 2003b, 2005b).
Esquina de Huajra es una instalación Humahuaca Inka y muestra escasos indicios
arquitectónicos en superficie, existiendo una mayor densidad de los mismos en tres
niveles artificialmente aterrazados del faldeo inferior del cerro, que hemos denomina-
do del más bajo al más elevado como Terraza 1, 2 y 3. El sector excavado de la T1
corresponde a un contexto doméstico, el de la T2 a un aparente espacio de circulación
y el de la T3 fundamentalmente a un sector de enterratorios.

Figura 3. Plano de las estructuras visibles en Esquina de Huajra, su emplazamiento y


relación espacial respecto del Pucara de Volcán.

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| CREMONTE BEATRIZ Y VERÓNICA I. WILLIAMS |

La abundancia y variedad de las cerámicas típicamente inkas (ollas con pie, aríbalos,
platos, etc) y de vajilla no local (Inka Paya, Inka Pacajes, Chicha, Pucos Bruñidos,
Borravino sobre Naranja y Casabindo pintado o Queta polícromo), así como de los
objetos de metal, artefactos líticos y material óseo (procedentes de contextos
domésticos y funerarios), plantean una serie de interrogantes sobre la funcionalidad
de Esquina de Huajra y permiten contar con un registro arqueológico que para estos
momentos es único en el sur de la quebrada de Humahuaca y también más al norte.
Los fechados obtenidos hasta ahora son los siguientes:

1- Beta-193319: 340 ± 55 AP, calibrado 1 sigma 1502-1645 d.C, calibrado 2


sigma 1455-1796 d.C correspondiente a carbón vegetal recuperado en el piso
de un área doméstica de la Terraza 1. El carbón fue recuperado de una peque-
ña estructura de combustión, asociada a instrumentos de molienda, fragmen-
tos de una olla ordinaria con pie y de aríbalos Humahuaca Inka.
2- Beta 206910: 280 ± 50 AP, calibrado 1 sigma 1514-1799 d.C, calibrado 2
sigma 1496 a 1952 d.C. El material fechado corresponde a carbón vegetal del
piso de la Tumba 2. La tumba 2 es un entierro secundario y múltiple (2 adul-
tos femeninos y 4 niños de 2 a 9 años de edad) teniendo como ajuar 2 cráneos
de pato criollo (Cairina Moschata sp.) determinados por el Dr Tonni (com.pers),
83 cuentas circulares muy pequeñas de hueso, una cuenta de turquesa, dos de
roca carbonática y otra probablemente de lutita negra (Botto com.pers), pa-
nes de pigmento azul (azurita), amarillo y polvo verde (atacamita), en metal
una pinza y un probable adorno, un platito N/R entero y fragmentos de unas
14 vasijas locales y Chicha-Yavi.
3- UGA 16200: 550 ± 50 AP calibrado 1 sigma 1401-1446 d.C, calibrado 2
sigma 1318-1463 d.C. Fechado del húmero derecho uno de los 3 adultos fe-
meninos y del perinato hallados en la Tumba1 (Gheggi 2005). El ajuar de esta
tumba es bastante pobre: un vasito ordinario entero, una punta de hueso y un
tubo también de hueso con incisiones lineales, pigmento rojo (hematina) y
fragmentos de unas pocas vasijas, todas ordinarias. Los fechados fueron cali-
brados con el programa (OxCal v. 4.0.2. Ramsey 2007).

Los cuatro enterratorios excavados en Esquina de Huajra estaban a escasa pro-


fundidad y presentan variaciones en sus plantas y construcciones. No se trata de
cámaras cilíndricas de piedra con tapa de laja como las del Pucara de Volcán o
Ciénaga Grande, tampoco son como los del cementerio de La Falda de Tilcara con
abundantes elementos españoles y de tipo ampolliforme con conducto de entrada
donde se practicaron ofrendas (Mendonça et al. 1997).
En general, la cerámica de Esquina de Huajra es similar a la del basurero Tum1B2
del Pukara de Volcán (próximo al montículo artificial y a un espacio público o plaza)
fechado en el 440 ± 60 AP (LATYR-LP 808, calibr.1533 d.C.). Predominan las
superficies pulidas y los trazos finos en la decoración y, aunque en el basurero no se
registraron vasijas Casabindo Pintado o Queta Polícromo (Albeck 2001), ollas con
pie y casi no hay cerámica Chicha, comparten los Pucos Bruñidos, la cerámica con
motivos Inka-Paya, y los tipos Humahuaca Inka, aunque los aríbalos y los platos son

214 |
| LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL PAISAJE DURANTE LA DOMINACIÓN INKA EN EL NOROESTE ARGENTINO |

más escasos. Podemos pensar que el Basurero Tum1B2 de Volcán corresponde a un


momento contemporáneo al contexto doméstico de la Terraza 1 de Esquina de
Huajra, pero existen claras diferencias en el consumo de las vasijas.
Esquina de Huajra por su ubicación estratégica (frente al camino hacia los terri-
torios orientales), pudo tener un rol importante en las interacciones con el borde
oriental, en la explotación y distribución de los bienes procedentes de las yungas y en
la estructuración y sostenimiento de la frontera oriental. La presencia de llamas cargueras
(Mengoni Goñalons 2004) es un dato que apoya esta hipótesis. Las interacciones
mantenidas con grupos de las tierras altas y de las tierras bajas orientales se habrían
mantenido vigentes varias décadas después de la caída del imperio Inka, hasta que las
primeras encomiendas y haciendas españolas se instalaron efectivamente en la región.
Agua Hedionda y Esquina de Huajra habrían participado en el control de las
prestaciones rotativas de trabajo (mit’a), de la producción y de redes de distribución
de bienes, así como en la estructuración de una frontera oriental aparentemente
discontinua y no militar (Cremonte 2005) con los grupos fragmentarios del Chaco.
Sin embargo, pueden ser interpretadas como manifestaciones de dominio que res-
pondieron a distintas estrategias estatales, según la adecuación a las particularidades
de cada zona. Entre estas últimas, parecen haber sido significativas la existencia o no
de etnias preexistentes organizadas en jefaturas (situación en la que las relaciones
Inkas-etnias locales eran negociadas) y el potencial productivo de la región y su inte-
rés para el estado.

Quebradas Altas del Sector Medio del Valle Calchaquí

En el sector medio del Valle Calchaquí el área de estudio se localiza entre las
poblaciones de Molinos al norte y Angastaco al sur y por el oeste desde las cabeceras
de sus ríos tributarios hasta el río Calchaquí hacia el este. Como rasgo arqueológico
más conspicuo es la existencia durante el periodo previo a la ocupación inka de una
serie de asentamientos en puntos elevados del paisaje (pukara) demostrando en ge-
neral un énfasis en la defensa del territorio (Figura 4). Como sinónimo del término
pukara se ha utilizado el de fortaleza para referirse a poblados fortificados, a los
asentamientos naturalmente inaccesibles o a los sitios estratégicos que controlan re-
cursos o vías de circulación (Ruiz y Albeck 1997: 233).
La construcción de fortalezas desde el Titicaca hasta el sur en el Noroeste
Argentino ocurrió en ambas vertientes andinas. Cieza de León menciona la presencia
de pukaras en la cuenca circumtitiaca donde se establece una situación de conflicto
endémica durante el período previo a la ocupación inka. Esta condición se extendió
hacia el sur por Lípez, Chicha, Humahuaca, Atacama, Copiapó, Chicoana y Quire-
Quire. Líneas de fortalezas se extendían a lo largo de la cordillera occidental y oriental
controlando las cabeceras de valles y cuencas como la del salar de Atacama con su
pukara de Quitor. En el modelo de movilidad regional post Tiawanaku, planteado
por Núñez y Dillehay, se llama la atención sobre la concentración de pukaras en la
franja Tarapacá-Loa así como en el Noroeste Argentino (Núñez y Dillehay 1979).

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| CREMONTE BEATRIZ Y VERÓNICA I. WILLIAMS |

Figura 4. Mosaico fotogramétrico con la distribución de sitios prospectados en el


Calchaquí medio, Salta. Gentileza: María Paula Villegas.

216 |
| LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL PAISAJE DURANTE LA DOMINACIÓN INKA EN EL NOROESTE ARGENTINO |

Estos sitios fortificados son un indicio importante de la integración política que


existió en una zona si partimos del supuesto que las grandes unidades políticas
generalmente presentan fortificaciones en sus límites pero no en el interior (excepto,
a veces en el centro principal). Una fortificación muy frecuente y extensiva sugiere la
ausencia de un dominio político alguno (Keeley 1996).
Como generalmente los pukaras son visibles en las fotos aéreas por sus muros
defensivos, un análisis GIS (Sistema de Información Geográfica) aplicado de la
distribución de sitios del área de estudio permitió un reconocimiento sistemático y
extensivo de una selección representativa de los sitios fortificados en el área. Entre
los resultados a que se arribó podemos mencionar los siguientes: 1) los pukaras se
ubican en los bordes de la zona montañosa, cerca de los 3.000 msnm, con acceso no
sólo a la Puna sino también a las laderas bajas y a los ríos, es decir próximos a áreas
agrícolas; 2) no se distribuyen en forma homogénea, a veces parecen formar parejas;
3) la mayoría utilizan cerros empinados, difíciles de subir y desprotegidos y no tienen
fuentes actuales de agua al interior de los mismos; 4) se observa un alineamiento
norte-sur en los sectores medios de las quebradas occidentales del Valle Calchaquí
como son los casos del Pukara de La Campana, Fuerte Tacuil, Peña Alta de Mayuco,
Pukara de Las Cuevas, Pukara Cerro La Cruz y Fuerte de Gualfín que parecen estar
custodiando los sectores agrícolas más fértiles y posiblemente las vías de comunicación
al ambiente puneño. Por ejemplo el Fuerte de Tacuil domina visualmente la confluencia
de los ríos Blanco y de La Hoyada asociados al Abra del Cerro Gordo el primero y
a la del Cerro Blanco el segundo. Solamente tres sitios considerados como pukara se
localizan en otros sectores: los dos de la finca Pucará y el de La Angostura,
posiblemente asociados al control de vías de comunicación o funcionando como
posibles fronteras étnicas como ha sido planteado por Lorandi y Boixadós (1987-
1988).
Uno de los problemas a resolver es la filiación cronológica certera de estos
pukaras. Sabemos a partir de información histórica que a la entrada de los españoles,
algunos de ellos como Gualfín y Tacuil estaban en uso pero hasta el momento des-
conocemos la profundidad temporal de los mismos: ¿responden estos fuertes a una
situación de conflicto interna previa a la conquista inka o fue el resultado de una
estrategia de defensa de la incursión de las huestes españolas? Referencias históricas
narran en sus informes los gobernadores Cabrera y Figueroa en 1662 (Larrouy 1923)
habrían existido por lo menos doce fortificaciones o pucaras para el Valle Calchaquí,
cada una de ellas pertenecía a una parcialidad, que era asiento transitorio durante las
épocas de conflictos. Los quipucamayos Collapiña, Supmo y otros también que en los
años previos a los inkas, los indios vivían en constantes guerras y “en el cerro más
cercano a cada pueblo, en lo más alto, tenían un cercado de pared”.

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| CREMONTE BEATRIZ Y VERÓNICA I. WILLIAMS |

Figura 5. Plano de los sitios Pucara y tambo de Angastaco (Autor Mariano G. Mariani);
b: Fuerte de Tacuil (basado en Cigliano y Raffino 1975 y modificado) y c: Fuerte de
Gualfín ,valle Calchaquí medio, Salta (Autor: Mariano G. Mariani).

A continuación ejemplificaremos dos tipos de sitios del tipo pukara. Tacuil


(SSalMol 31) y Gualfín (SSalMol 29) (Cigliano y Raffino 1975; Raffino y Baldini
1983). El primero se ubica en una de las pequeñas quebradas laterales de la vertiente
occidental del Valle Calchaquí y a 35 km del pueblo de Molinos (Figura 5). Sus ruinas
se emplazan sobre una amplia meseta a 3.500 msnm bordeada por dos arroyos que
son afluentes del Río Tacuil y que desembocan en el Río Calchaquí. En la base del
cerro hay estructuras de defensa y en la cima hay una serie de parapetos y conjuntos
arquitectónicos muy bien conservados confeccionados en toba dacítica. Las ruinas
ocupan un área de 3,5 ha con un patrón conglomerado con recintos circulares y
subcuadrangulares subsuperficiales, paredes dobles y muros bien conservados, acce-
sos tipo pasillos y puertas delimitadas con piedras paradas. No hay presencia de
canteado y en general son lajas superpuestas colocadas sobre un basamento de pie-

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| LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL PAISAJE DURANTE LA DOMINACIÓN INKA EN EL NOROESTE ARGENTINO |

dras grandes colocadas verticalmente.


Las investigaciones previas realizadas por Cigliano y Raffino señalan la presencia
en superficie de material cerámico de estilos locales como Santa María bicolor, tricolor,
el Churcal rojo pulido y Belén negro sobre rojo (Fase Belén III). El material de
filiación inka está representado en un 2% con decoración tricolor y diseños típicos
inkas en aríbalos (Cigliano y Raffino 1975: 52). Los autores señalan que el Fuerte de
Tacuil fue uno de los doce pukaras que habría pertenecido a la parcialidad de los
Taquingasta o Tacuiles (Cigliano y Raffino 1975: 56-57). Una de las primeras referen-
cias de la parcialidad de los Taquigastas se refleja en la Carta Annua de 1602, escrita
por el padre Rodrigo de Cabrera, Provincial del Perú. En ella se menciona que los
padres Juan Romero y Gaspar de Monroy estuvieron a punto de ser muertos a
flechazos por los Taquigastas primero, y Angastacos posteriormente, durante su mi-
sión evangelizadora del Valle Calchaquí.
A 23 km al sur de Tacuil se localiza otro sitio fortificado, el fuerte de Gualfín de
0,66 ha de superficie (Figura 5), exactamente en la confluencia de dos quebradas
laterales (Grande y Chica) al Valle Calchaquí (Raffino y Baldini 1983). El fuerte se
ubica sobre un farallón dacítico a 3.086 msnm. en cuya cumbre hay recintos circula-
res confeccionados con piedras muy grandes, posiblemente roca natural construidos
en forma muy expeditiva, con aberturas que comunican los recintos entre sí a través
de pasadizos en las paredes que se excavaron en forma subsuperficial. Los recintos
ubicados sobre las laderas presentan una mejor construcción que las de la cima y se
encuentran cada tanto conanas formando parte de los muros. Los restos arqueológi-
cos recolectados en superficie incluyen cerámica de estilos decorados en negro sobre
rojo, posiblemente Belén y esporádicos hallazgos de cerámica inka como aribaloides
decorados en negro sobre rojo .
Gualfín ha sido mencionado en la campaña del gobernador Alonso de Merca-
do y Villacorta de 1659 con referencia al paso del ejército por delante de la boca de
la quebrada de Gualfín o Angastaco. Río arriba, en una quebrada tributaria de la
anterior, habitaban los gualfines, quienes, según la memoria de Bohórquez, tenían
por cacique a Culumpí. Este grupo no bajó a dar la paz. Según el gobernador Mer-
cado, la ubicación de los gualfines era sumamente estratégica, “... sus tierras están en
el valle separado y en más altura sobre este de Calchaquí” (Carta del presidente de la
Real Audiencia. Angastaco, octubre 1659. En Autos III). Estaban resguardados en su
valle muy alto, pero con comunicación con el valle principal, quedando su asenta-
miento a 45 km en línea recta desde el fondo del valle del Río Calchaquí. Existe una
descripción del gobernador Mercado sobre el asalto a su fortaleza. Lograron tomar
el sitio saqueando comidas y ganados. Al llegar al sitio de Animaná, encontraron que
150 personas vivían repartidas en ocho puestos (asentamientos familiares dispersos)
desde los cuales controlaban las acequias que utilizaban para el cultivo de trigo, maíz
y legumbres. El ejército encontró vacíos los puestos ya que sus pobladores se encon-
traban refugiados en la fortaleza de Gualfín que se localizaba más adentro en la

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| CREMONTE BEATRIZ Y VERÓNICA I. WILLIAMS |

quebrada y enclavada en la montaña. Tenía entre siete y ocho cuadras de circunferen-


cia. En un primer momento, a través de los pacciocas que actuaban de intérpretes,
los gualfines intentaron negociar pero al no concretarse la rendición, el ejército avan-
zó siendo interceptado por una lluvia de flechas y piedras. Para continuar con el
ataque, los españoles debieron fabricarse protectores de cuero que les sirviera de
escudos. Después de cuatro horas de lucha, lo españoles lograron tomar el fuerte,
derrotando a las “parcialidades de gualfín” (Legajo Charcas 121, citado en Lorandi
y Boixadós 1987-88).
Para algunos autores los pukara se localizan en las fronteras interiores que de-
marcaban límites entre organizaciones sociopolíticas vecinas, como los casos de
Humahuaca y Tilcara, Calchaquí y Yocavil, Belén y Abaucán, etc. Esta particular
disposición refleja situaciones cambiantes de alianzas territoriales en un contexto de
conflicto social endémico aunque las redes de intercambio continuaban y la circula-
ción era pautada en determinadas rutas y puertos de transacción como las que se
siguieron usando entre ambas vertientes de la cordillera (Tarragó 2000: 26).

La Situación Inka

Para los Andes del sur los pukara inka se ubican en posiciones de
control de tráfico a través de puntos claves naturales, especialmente pasos
montañosos: Inkallacta (Bolivia), Pucará de Andalgalá (Argentina) y Cerro
Grande de la Compañía (Chile) son algunos ejemplos arqueológicos que presentan
esas localizaciones. En las actuales provincias de Salta y Jujuy, los Inkas mantuvieron
la seguridad sobre el piedemonte entre las montañas y las tierras agrícolas asociados
a cientos de qollcas como en el Valle de Lerma y en Agua Hedionda (Dpto San
Antonio) (Cremonte et al 2003a). También sitios ubicados en el interior del área
valliserrana estuvieron fortificados (pukaras) como es el caso del Pucará de las Pavas
en el macizo de Aconquija, Pucara de Palermo en el alto Valle Calchaquí o Cortaderas
en el valle del Río Potrero.
En el Valle Calchaquí la infraestructura imperial se encuentra ubicada en los dos
tramos principales del camino real que entran al valle desde el norte y en la parte
media del mismo. En contraste, con los sitios estatales de gran envergadura del
Calchaquí norte, la pareja de sitios La Paya y Guitián (en la parte media del Valle
Calchaquí) se destacan como los mayores asentamientos locales pre-existentes con
sectores Inka intrusivos como se da también en otros sitios del noroeste como por
ejemplo en la quebrada de Humahuaca (La Huerta y Tilcara) y en el Valle de Santa
María (Quilmes y Fuerte Quemado). Esta particular forma de materialización del
poder que usaron los inkas para dominar las poblaciones del valle y que correspon-
dería a la modalidad de control hegemónico.
Sólo ocho sitios en el área han sido definidos claramente por teledetección para
el período Inka: el Pukara de Angastaco y su tambo asociado (Figura 5), el Tambo
de Gualfín y las celdas de Las Cuevas y de Compuel (Villegas 2006).

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| LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL PAISAJE DURANTE LA DOMINACIÓN INKA EN EL NOROESTE ARGENTINO |

En Angastaco, y de acuerdo a un testimonio de 1588 (testimonio del escribano


Luis de Hoyos, sobre la campaña del gobernador Ramírez de Velazco. AGI, Char-
cas 26 (citado en Lorandi y Boixadós 1987-88) hay noticias que aquí se encontraba
un fuerte inka (SSalSac 1) que fue visitado por Uhle en 1912 (González 1980: 72).
Diego de Almagro menciona esta fortaleza del Inka en su ruta de expansión a Chile
y también Matienzo. El Pukara se asienta sobre la margen derecha del Río Calchaquí
sobre un filón del contrafuerte serrano, en la confluencia del Calchaquí con el Angastaco.
El sitio de planta de aspecto subcuadrangular (3,37 ha) consta de una muralla con
atalayas cuadrangulares. En el centro de la estructura quedan escasos vestigios de
construcciones muy destruidas (Raffino y Baldini 1983; Williams 2002-2005). Al pa-
recer en 1659, los gualfines tenían derecho de tierras en Angastaco dado que allí
bajaban a hacer sus sementeras. Pero también los sichas compartían terrenos en este
oasis junto al Río Calchaquí (Relación Anónima AGI. Charcas 121) convirtiendo a
Angastaco probablemente en un territorio multiétnico (Lorandi y Boixadós 1987-
88). A 180 m de distancia hacia el este y cruzando la actual ruta 40 ubicamos los
restos de un conjunto arquitectónico que posiblemente corresponda a un tambo y
que está siendo destruido por el avance de actividades agrícolas (1.859 msnm). Las
investigaciones que actualmente se están realizando comenzaron en el año 2003 y de
la excavación de uno de los recintos del tambo procede un fechado radiocarbónico
(Beta- 203739) de 530±/- 40 AP, calibrado 1 sigma 1414-1461 d.C y 2 sigma 1394-
1446 d. C (OxCal v 4.0.2. Ramsey 2007).
La muestra correspondió a carbón vegetal recuperado en un basurero en el
borde de una barranca en el límite actual del sitio. De aquí proceden materiales
cerámicos con decoración inka que corresponden en su mayoría a platos y aríbalos,
además de escasos fragmentos Pacajes, Santamariano bicolor, Famabalasto negro
grabado y No decorado.
En Gualfín se localizó un conjunto arquitectónico sobre el fondo de valle a
2.678 msnm que llamamos Tambo de Gualfín compuesto por más de dos sectores
actualmente reutilizados pero que consisten en varios RPC a asociado a un camino
de 3,87 m de ancho con dirección norte-sur que posiblemente comunique Pucarilla
con Pukara.
En los últimos años se ha ido completando el registro de la vialidad Inka que ya
ha sido registrada por varios autores (Hyslop 1992; Vitry 2000). Muchos autores han
concluido que todos los caminos inkas fueron leves mejoramientos de senderos
previos y que sigue siendo sumamente difícil diferenciar los caminos de uso estatal
con aquellos caminos contemporáneos no utilizados con fines estatales (Hyslop 1992).
En el sector medio del Calchaquí, hemos localizado al menos dos tramos del camino
con distintas resoluciones arquitectónicas como la presencia de rampa formada por
muro de contención continuo y el uso de mojones, además de la recurrente asocia-
ción con apachetas de diferentes dimensiones (Figura 4) Uno de los tramos se des-
plaza desde Pueblo Viejo de Pukara hasta el Pukara de Angastaco y el otro camino a
Colomé que es del tipo empedrado que está asociado a una gran apacheta (8,37 x 8

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| CREMONTE BEATRIZ Y VERÓNICA I. WILLIAMS |

m) de 3,19 m de altura que corresponde a un cruce de camino y a un cambio de


ambiente (de Molinos –valle– a Colomé –quebrada). Otro probable camino inka
conectaría las estructuras tipo celdas de Compuel que va desde Gualfín hasta el
Nevado de Compuel. Casualmente este último tipo de estructura se les ha adjudica-
do una filiación inka y se han registrado en territorio argentino casi 30, entre las cuales
mencionamos a Kalahoyo, Las Cuevas IV, Corralito, Corral Blanco, Cortaderas Iz-
quierdo, Urbina, Pampa Ciénaga; San Antonio del Cajón, Maravilla, Campo de
Guasamayo, La Lagunita, Percal, Ranchillos y Paso de Lamar. También se ha regis-
trado en Huana (Coquimbo), Tambería Las Coloradas (Copiapó), Tambo de Pare-
dones de Culebrillas (Ecuador) y Tambo Blanco (Ecuador) (de Hoyos y Williams
2004). En el área bajo estudio hemos localizado hasta el momento seis de este tipo
de estructuras, especialmente en la zona de Compuel y Las Cuevas (Figura 4).
El patrón de instalación de este tipo de arquitectura se ubica entre los 2.200 y
4.000 msnm, en diferentes ambientes, asociados a caminos y siempre cercano a cur-
sos de agua. La secuencia de construcción de las paredes es siempre la misma: se
inicia con la edificación perimetral cuya longitud puede variar entre los 70 y los 250
m y posteriormente se levantan las paredes internas formando los recintos dispues-
tos en hileras (entre 1 y 4) .
La funcionalidad asignada por distintos investigadores varía de acuerdo con el
contexto de cada sitio y con las asociaciones realizadas por cada autor pero se ha
propuesto como una hipótesis válida de haber funcionado como terrenos de culti-
vos. Desde la etnohistoria y desde la arqueología se confirma la existencia de terre-
nos de cultivo destinados a propósitos especiales para el estado Inka pero sabemos
que las Tierras del Inka fueron con frecuencia establecidos a expensas de campos
preexistentes (Murra 1978: 66 y ss).
Niles en sus estudios sobre trabajos agrícolas cerca de Cuzco, distingue diferen-
tes tipos de terrazas. Basándose en características tales como la elegancia de las es-
tructuras, la energía invertida en la construcción, su asociación con complejos arqui-
tectónicos importantes y su elaborado sistema de riego, Niles supone que las terrazas
de “Alto Prestigio” tuvieron que ser erigidas para propósitos especiales, por ejemplo
para el culto o para la elite (1999: 173). Un papel semejante les asigna Hyslop (1990:
285) a las terrazas y andenes (similares en elegancia aunque no en dimensiones) ubica-
das en el sitio de Huánuco Pampa, a las del sitio Huaytará en el Valle de Pisco, a las
situadas al sur de Tomebamba (Cuenca) y a las citadas por Bandelier (1910: 281) en
los Santuarios de las Islas del Sol y de la Luna en el Lago Titicaca o para Pachacamac
en la costa peruana. La cuestión a considerar es si en las provincias del sur del
Tawantinsuyu existía alguna diferencia constructiva que denotara la presencia de agri-
cultura ritual o de aquella cuyo producto estaba destinado a las qollcas estatales. Si
fuera así ¿no debería ser un patrón más extendido o tener una distribución más
generalizada? Además, mientras que las terrazas de “Alto Prestigio” sólo fueron de-
tectadas en grandes centros administrativos o importantes santuarios, sólo una de
estas estructuras se encuentra en un centro destacado (Cortaderas, Salta). El principal

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| LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL PAISAJE DURANTE LA DOMINACIÓN INKA EN EL NOROESTE ARGENTINO |

problema para considerarlas terrazas de cultivo –en todos los casos– es la ausencia
de sistemas de canalización permanente, aunque se encuentran muy próximos a cur-
sos de agua. Además, el 90% de las estructuras registradas en el campo están cubier-
tas de vegetación, especialmente en su interior. Podemos considerar que la mayoría
estaría en condiciones de haber sido usada como terrenos de cultivo; esta afirmación
se basa en que: a) se ubican en áreas aptas para la agricultura, ya que se encuentran en
medio o cerca de zonas agrícolas (todas las del Valle del Cajón, las de Urbina y la de
Cortadera; b) están muy próximos a cursos de agua como Compuel y Las Cuevas;
c) un gran porcentaje de las mismas es exitosamente empleada con esa finalidad en la
actualidad.
La primera cuestión tiene varias posibles respuestas. En principio, está marcan-
do indudablemente la presencia imperial pero no podemos precisar si esos terrenos
estaban destinados al culto o al estado; o si dentro de esas áreas de producción eran
los únicos con esos posibles destinos. También puede pensarse que todo el espacio
pertenecía al estado y que la especial morfología de estas estructuras –que incluía
paredes mucho más altas que las del resto– servía para algún cultivo que requería
cuidados especiales o para un producto con acceso restringido.

Estructuras Agrícolas

El potencial agrícola del sector medio del Valle Calchaquí se sostiene por la
localización de extensas áreas destinadas a la agricultura como superficies aterrazadas
(andenes, terrazas) y superficies con pircas perimetrales (cuadros o canchones) en
terrenos con poca pendiente; acequias; canales, etc. como los complejos andenes de
La Despensa (18 ha), Mayuco (12 ha); La Campana (12 ha); Roselpa (10 ha) y Corralito
(15 ha) entre otros, ubicadas en las quebradas tributarias del Río Calchaquí (como la
de Colomé o Gualfín). Se ha calculado que estas áreas de cultivo pueden alcanzar
hasta las 300 ha (Raffino y Baldini 1983).
En el área de estudio se han localizado superficies aterrazadas que según Albeck
(1992-93) son propias de las etapas posteriores del desarrollo local donde se busca-
ba la nivelación del terreno para un mejor manejo del riego y con el control de la
erosión en superficies con pendiente, especialmente para los andenes ubicados sobre
faldeos más elevados pero también para las terrazas ubicadas en fondo de valle o
sobre áreas pedemontanas. Muchos de los andenes arqueológicos del Noroeste Ar-
gentino corresponden a la etapa inka aunque no se descartaría la presencia de ande-
nes correspondientes al Período de Desarrollos Regionales. La agricultura intensiva
propia de este último periodo y del Inka ocupó además grandes extensiones en las
áreas pedemontanas elevadas e incorporó faldeos a cotas más elevadas y con mayor
pendiente.
Otras estructuras corresponden a cuadros de cultivo, silos, canales, represas y
montículos de despedres que se extienden a lo largo de varios kilómetros. Los ves-
tigios se encuentran ubicados entre los 2.500 msnm y los 3.000 msnm y presentan

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| CREMONTE BEATRIZ Y VERÓNICA I. WILLIAMS |

gran variabilidad, la que seguramente resulta de la combinación de factores


cronológicos y funcionales (pendiente, tipos de suelo, disponibilidad de agua, altitud,
cultivos practicados) (Nielsen 1996).
Las tierras más productivas en la vecindad se ubican en los valles subsidiarios,
muchos de los cuales se encuentran al oeste del valle principal (área Colomé-Amaicha-
Luracatao, Mayuco, Corralito, Gualfín y Tacuil por ejemplo). Aquí se han registrado
sitios de cultivo arqueológicos que comprenden vastas superficies cubiertas de vesti-
gios de obras agrícolas prehispánicas. Sobre estos contrafuertes de los cerros occi-
dentales se producen neblinas diarias en las cabeceras de algunas quebradas transver-
sales creando condiciones especialmente favorables para la agricultura e incrementando
notablemente la productividad del área (Baldini y De Feo 2000: 88).
Si bien la adjudicación temporal y cultural no ha podido ser definida hasta el
momento debido a la ausencia de espacios habitacionales (poblados) en las inmedia-
ciones o a la presencia de material cerámico en las superficies o utensilios de labranza,
algún indicador tecnológico como la construcción de los terrenos o su manejo pue-
de ofrecer información relevante.

Figura 6. Mosaico de fotogramas con la disposición de los despedres de Mayuco y vista


de las terrazas de Mayuco. Vista de los grabados del Fuerte de Tacuil, Calchaquí medio,
Salta.

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| LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL PAISAJE DURANTE LA DOMINACIÓN INKA EN EL NOROESTE ARGENTINO |

Mayuco, en las cabeceras del Río Amaicha, se relaciona con el Fuerte de Tacuil
en el área de acceso al Abra del Cerro Gordo que lo comunica con la Puna (Cigliano
y Raffino 1975). Aquí se han localizado vastas áreas de cultivo aterrazadas y depedres
asociados a grandes bloques rocosos con grabados (Figuras 6 a y b).
Otro sitio agrícola es Corralito (7 ha) ubicado a 12 km de Gualfín y a 2.678
msnm formado por canchones o cuadros delimitados por líneas de despedres dis-
tanciados 27 m entre sí con paredes de 1,80 m de ancho y 1,43 m de alto. Toda esta
superficie presenta un muro perimetral con vanos de entrada marcados por piedras
dispuestas en forma vertical. También en los faldeos circundantes o pendientes hay
gran cantidad de terrazas.
Cerca de la Finca Colomé, en la quebrada de La Campana se ubican vastas
estructuras agrícolas. Tanto la quebrada de Colomé (lateral y oblicua al Valle Calchaquí
con sentido sudoeste a noreste, como La Campana son dos vías de comunicación
enclavadas dentro de las serranías occidentales del Valle Calchaquí medio, a través de
las cuales es posible el inmediato paso entre éste valle con los salares de Ratones,
Diabillos y Hombre Muerto en el altiplano puneño. El paraje La Campana, al cual se
accede por un camino de 3,40 m de ancho a 2.647-3.000 msnm, presenta como
atributo morfológico una serie de relictos de terrazas fluviales, llegando a tener, la
primera de ellas, unos 200 m sobre el nivel del río, dispuestas entrecortadamente, a lo
largo del flanco sur del curso de agua.
Otro elemento arquitectónico evidenciable en La Campana es la esporádica
presencia de pequeñas construcciones de planta circular, de 1 a 1,50 m de diámetro,
que se encuentran diseminadas en la superficie ocupada por los andenes. No hemos
podido constatar su posible función, aunque por sus estrechas dimensiones, así como
el relleno de piedras, no han debido ser sitios o puestos de vivienda.
Pero lo interesante de todos estos sitios con accesos sumamente difíciles que
están rodeados de estructuras agrícolas, es la escasez de asentamientos habitacionales.
Los únicos y de mayores dimensiones que se han registrado hasta el momento son
los Fuertes de Tacuil, Pueblo Viejo y El Alto (ejemplos de poblado-pukara) y quizás
Gualfín aunque no en forma permanente debido a la celeridad con que fue construi-
do. La desproporción entre población y área cultivada llevó a algunos investigadores
que han trabajado por ejemplo en la Quebrada de Humahuaca donde se repite esta
situación a concluir que estas tierras recibieron el aporte estacional de trabajadores de
otros lados. Por esto consideramos que la infraestructura desplegada para la produc-
ción agrícola podemos adscribirla al momento inka. Planteamos que en esta zona los
inkas intensificaron en el área de investigación la producción agrícola a partir del
acondicionamiento de grandes extensiones para cultivo, construcción de canales, re-
presas, estructuras de almacenamiento y asentamientos estatales trabajados por mano
de obra local como una forma de tributación agrícola organizada, como prestación
rotativa de trabajo o por mano de obra especializada (mitmaq).
Vinculados con áreas de producción agrícola, los elementos líticos juegan un
papel muy importante en el proceso de significación del contorno natural andino.

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| CREMONTE BEATRIZ Y VERÓNICA I. WILLIAMS |

Piedras, rocas, cerros dominan de una manera poderosa tanto el paisaje natural de
los Andes como el paisaje mental de sus habitantes (Van de Guchte 1990). El culto a
los wamanis; el sistema de Uywiris (lugares sagrados); los monolitos huanca; piedras
portátiles como illa, conopa y enkaychu o la piedra cansada son algunos ejemplos de un
“discurso lítico” en el sentido de Van de Guchte. Por ejemplo, la piedra cansada
habría funcionado como un elemento dentro de una cadena de varias rocas que
forman una red de relaciones territoriales. La “visibilidad” de una piedra desde la
otra parece ser imprescindible así como la relación con el agua es esencial (Van de
Guchte 1990).
Muchas veces los Inkas usaron la intervención artística para revelar la naturaleza
de un importante pero no visualmente impuesto rasgo natural. Por ejemplo, en Urco
en el Valle de Vilcanota, una roca fue esculpida por un canal y dos ojos para sugerir
la forma de una serpiente enroscada alrededor de la roca. También los Inkas resalta-
ron elementos distantes del paisaje por imitación de esas formas con rocas esculpi-
das a mano. Por ejemplo en Machu Picchu, el Inti Huatana emula la forma de una de
las formaciones del Huayna Picchu. Quizás estas creaciones fueron ofrendas en mi-
niatura análogas a los pequeños ornamentos o estatuas dadas a los santuarios o qui-
zás un diálogo visual fue planeado para intensificar o amplificar el sentido del visitan-
te de los elementos sagrados contenidos en las formas del paisaje (Niles 1999).
En Mayuco y en todos los faldeos que circundan este asentamiento están cubier-
tos por estructuras agrícolas como despedres en forma transversal a la pendiente,
terrazas y grandes bloques ubicados en las pendientes que presentan grabados de
motivos abstractos de lineaturas serpenteantes unidas a horadaciones circulares u
ovoidales sobre la cima de las rocas. Los grabados de motivos abstractos corres-
ponden a las variantes simple y compuesto del patrón abstracto. Estos bloques pue-
den ser aislados o formar parte de las áreas de cultivo (andenes o terrazas) sobre la
pendiente del cerro. En la Campana también se localizaron estructuras agrícolas con
menhires o monolitos en su interior; canales y una represa.
En Tacuil, tanto en el sector del sitio como en la base del afloramiento localiza-
mos varios grabados en bloques pétreos (Figura 6 c). Los ubicados en el borde
norte y oeste de la meseta, sobre bloques naturales del cerro, son motivos serpenteantes
paralelos (tipo canales), morteros u horadaciones (llamados “cochas” por Briones et
al. 1999); motivos formado por líneas paralelas concéntricas tipo andenes (“chacras”
o miniaturas de campos de cultivo) y motivos en forma de T.
En Gualfín se han encontrado bloques formando parte del área habitacional
con líneas grabadas serpeantes con bifurcaciones sobre la cara superior, muy simila-
res a las del sitio Confluencia de Antofagasta de la Sierra de filiación inka que posi-
blemente representen canales de irrigación.

Conclusiones

Un factor común a las organizaciones estatales pre-industriales fue la construc-

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| LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL PAISAJE DURANTE LA DOMINACIÓN INKA EN EL NOROESTE ARGENTINO |

ción de una infraestructura física para facilitar la administración del estado en los
espacios conquistados, ya sean vacíos o previamente ocupados. Situaciones en las
que el Inka debía conocer la dinámica política y social local para establecer el control
y dominio de los nuevos territorios.
Las formas que adoptó el Inka para gobernar el imperio incluyó acciones en la
esfera política, económica e ideológica lo que explica en parte la diversidad y dispa-
ridad de la presencia estatal que alcanzó. De esta manera el estado sacraliza el lugar
con miras a mostrar y defender su posición sin tener que instalar avanzadas burocrá-
ticas o militares de mayor costo de mantenimiento (Santoro et al. 2005; Williams et al.
2005) como parece haber sido común en las provincias.
Obras como caminos, tambos, pukaras, centros administrativos, sistemas de
almacenaje, infraestructura agrícola, etc. son comunes en todas las áreas anexadas,
pero es evidente que sus arquitecturas, sus dimensiones, su monumentalidad y su
densidad espacial muestran diferencias regionales contrastantes. Esto se relaciona
con las distintas formas que adoptó el gobierno para administrar estas provincias y
que forman parte del debate y discusión actual. Este panorama es una muestra de la
versatilidad del estado Inka para adecuar sus políticas generales a las condiciones
locales, sin perder de vista los intereses centrales del Estado (Bauer 2002; D’Altroy
1992, 2003; Hyslop 1993; Morris 1995).
En este trabajo planteamos que el control en las zonas presentadas como ejem-
plos o casos de estudio, habría incluido sistemas de control hegemónico y territorial,
sin embargo, hasta el momento no podemos afirmar si se trata de dos fases de un
mismo proceso, o bien si son procesos diferentes y no necesariamente secuenciales.
Para evaluar el proceso de control de acuerdo al modelo propuesto era impor-
tante tener registros estratigráficos bien cronometrados que permitieran contrastar
las predicciones del modelo. Por ejemplo si hubiera existido un proceso gradual de
control y administración se esperaba que la primera fase se ajustaría al sistema de
control hegemónico, vale decir sin inversiones importantes de infraestructura estatal
como posiblemente ocurrió en algunos de los sectores mencionados.
Para las zonas comentadas en este trabajo podemos plantear diferentes paisajes
sociales:

1- en los valles meridionales, fértiles y húmedos del actual territorio de Jujuy, el


centro Agua Hedionda correspondería a una estrategia o modelo de control
territorial y que sería extensible a la zona de Rosario de Lerma donde se
emplazó el Campo del Pucará (sector norte del Valle de Lerma, Salta). Se
trataría de un paisaje social diseñado para ejercer un control territorial en un
área sin ocupación previa aparentemente vinculado con la producción y alma-
cenaje de maíz. En este caso el poder de la dominación estaría materializado
en la configuración arquitectónica de Agua Hedionda, en sus construcciones
cívico-ceremoniales y en la concentración de depósitos, claramente visibles y
que como en otros asentamientos como por ejemplo Titiconte (donde se
concentran en un lugar topográfico dominante), son un símbolo material de
concentración y disponibilidad de bienes que tienen “el poder” de financiar

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| CREMONTE BEATRIZ Y VERÓNICA I. WILLIAMS |

proyectos estatales de anexión de nuevos territorios y de sustentar poblacio-


nes especializadas no comprometidas con la producción de alimentos. Una
situación similar a la del Valle de Cochabamba (Gyamarti y Varga 1999: 42;
Snead 1992) y que lleva a preguntarnos por qué se eligió este lugar periférico
del sur del Qollasuyu para la instalación de estos graneros estatales;
2- en el sur de la Quebrada de Humahuaca y en su Borde oriental (yungas de
Tiraxi) el paisaje construido parecería ser el resultado de una combinación
entre control hegemónico y control territorial. Si bien Esquina de Huajra co-
rresponde a un momento tardío de la fase Humahuaca Inka, sin presentar
ocupaciones de momentos previas, se ubica a escasos 3 km del Pukara de
Volcán ocupado desde por lo menos los inicios del siglo XIII hasta la segunda
mitad del siglo XVI. En el Pukara de Volcán, un poblado elevado de unas 7
ha de superficie, no se diferencia un sector arquitectónico claramente “inka”,
sino que el poblado preexistente habría sido “remodelado” y habría alberga-
do a una población mucho más numerosa probablemente a partir de la pri-
mera mitad del siglo XV, a juzgar por los fechados obtenidos de los basureros
Tum1B1 y Tum1B3 (Garay de Fumagalli y Cremonte 1997) coincidentes con
muchos otros fechados obtenidos recientemente en el Noroeste Argentino y
norte de Chile que sugieren una presencia inka más temprana (D´Altroy et al.
1995, 2000; Sánchez Romero 2004: 333; Williams 2000). Ejemplos de estas
“remodelaciones” serían la construcción de un camino axial que divide al po-
blado en un sector norte y otro sur, y en el extremo oriental la construcción de
un montículo artificial asociado a una gran plaza y a un cementerio segregado.
Consideramos a éstas, como evidencias de un control hegemónico manifesta-
do fundamentalmente en ceremonias y festividades, a través de las cuales se
sellarían la afiliación de la población local al inkario, las alianzas y la disponibi-
lidad de una numerosa y necesaria mano de obra para la mit’a.
En las yungas de Tiraxi, Garay de Fumagalli registró sitios contemporáneos y
con cerámica similar a la de los Desarrollo Locales del Pukara de Volcán y
también contemporáneos con los de la Fase Inka, como por ejemplo AP1 y
El Cucho de Ocloyas (Garay de Fumagalli 2003). Durante la dominación
Inka la ocupación y control de estas Yungas también se habría intensificado y
reorganizado. Esquina de Huajra, otros enclaves próximos como La Silleta y
los sitios del momento inkaico de las yungas de Tiraxi reflejarían un control
territorial logrado a expensas de la población local humahuaca, vinculado a la
explotación de los recursos de estos valles orientales y también con el propó-
sito de absorber interacciones con grupos de “tradición chaqueña” a través de
puestos fronterizos discontinuos como parece haber ocurrido en El Cucho
de Ocloyas. Los fechados que estamos obteniendo para Esquina de Huajra
estarían indicando la época de consolidación de este control territorial y su
perduración hasta la implantación efectiva de las primeras haciendas españolas
en la región. Por último la característica de que todos los adultos de los entie-
rros de Huajra sean exclusivamente femeninos le da una impronta de proba-
ble waka;
3- en el Valle Calchaquí, entre las poblaciones de Molinos y Angastaco, se obser-
va una clara concentración de sitios arqueológicos en el sector occidental de
quebradas, mientras que disminuye significativamente a medida que nos diri-
gimos hacia el valle principal. Los mayores focos de asentamiento pre-inkaicos
de la zona se encuentran en las quebradas occidentales, mientras que sólo se

228 |
| LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL PAISAJE DURANTE LA DOMINACIÓN INKA EN EL NOROESTE ARGENTINO |

observan algunos sitios habitacionales aislados en el resto del área. Estas que-
bradas tienen dos características principales: cuentan con tierras fértiles y natu-
ralmente protegidas para el cultivo y forman pasos naturales al ambiente
puneño, pudiendo funcionar como una vía de circulación paralela a la del valle
principal (Baldini 2003). Sin embargo, aquí se considera que esta distribución
es producto no solamente de características ambientales, sino de una particu-
lar concepción del espacio y construcción del paisaje (Villegas 2006).

En este punto cobra importancia la construcción de los pukara, cuya elección en


la localización plantea una búsqueda de protección sugiriendo la existencia de situa-
ciones de conflicto entre las diferentes unidades sociales. Estos sitios parecen haber
sido construidos siguiendo la lógica de observar sin ser vistos. Las geoformas sobre
las que se asientan destacan por su morfología en el paisaje natural, pero los pobla-
dos construidos sobre ellas son visibles únicamente al llegar a la cima o, como en este
caso, desde el aire.
La noción de visibilidad es un recurso metodológico muy utilizado por la Ar-
queología del Paisaje que la entiende como “la forma de exhibir y destacar los pro-
ductos de Cultura Material que reflejan la existencia de un grupo social” (Criado
Boado 1995: 99).
Las poblaciones del Período de Desarrollos Regionales (900 d.C. a 1450 d.C.)
han tenido un gran interés en vigilar su entorno, dado que la visibilidad desde los
sitios sobre el espacio circundante es muy alto, pero no en ser vistos por quien
circulara por las quebradas. Y ese interés fue lo suficientemente importante como
para asentarse en lugares de acceso tan difícil que deben haber requerido una consi-
derable inversión de energía en el abastecimiento de agua, alimentos y materias pri-
mas (Villegas 2006).
Su distribución y asociación a pasos naturales a la puna sugiere que posiblemente
jugaron un importante papel en el control de las vías de comunicación entre ambien-
tes, asegurando la circulación de recursos, bienes y personas. Las quebradas de los
ríos Compuel, La Hoyada, Blanco, Las Cuevas y Mayuco son las que se internan a
mayor altura en el Bloque Calchaquí y las tres primeras de ellas están asociadas a las
abras del Nevado de Compuel, Cerro Blanco y Cerro Gordo respectivamente. In-
mediatamente al oeste de esta formación se encuentra el Río de Los Patos que es
uno de los afluentes de cauce permanente más importantes de la región y termina su
recorrido en la cuenca del Salar del Hombre Muerto. Teniendo en cuenta que los
principales asentamientos del área se encuentran asociados a estas quebradas y la
existencia de pukaras en sus sectores más altos, es factible que estos últimos estuvie-
ran vigilando no sólo las áreas productivas, sino también estos pasos a un sector fértil
de puna como es la vega de Los Patos. Las razones para proteger estas vías de
comunicación natural deberán ser retomadas en investigaciones futuras, principal-
mente debido a la escasez de datos arqueológicos en este sector inmediato de la
Puna.

| 229
| CREMONTE BEATRIZ Y VERÓNICA I. WILLIAMS |

Por el contrario, esta concepción del espacio parece modificarse con el dominio
Inka. La localización de los asentamientos estatales no coincide con los focos más
importantes de población local ni se encuentran directamente asociados a las áreas
agrícolas, además de diferenciarse claramente por la calidad constructiva y forma de
sus estructuras. Esto no implica una falta de interés estatal por los enormes sitios
productivos de las quebradas occidentales sino que pudieron haber sido ampliados
durante el Período Inka estando íntimamente relacionada su localización con estrate-
gias de producción y administración de bienes y servicios.
El sector medio del Valle Calchaquí y sus quebradas tributarias se caracterizan
por la localización de sitios estatales que responderían a un control territorial repre-
sentado por el Pukara-Tambo de Angastaco y Tambo de Gualfin, a la vera de dos
tramos del camino inka, en una zona sin evidencias de grandes poblados preexistentes
a excepción de los pukaras. Las extensas áreas agrícolas emplazadas en estas quebra-
das tributarias del Calchaquí, si bien pudieron tener un origen preinka es difícil hasta
el momento establecer su asociación cronológica. Si los pukaras constituyeron espa-
cios residenciales durante el momento inka, estas poblaciones pudieron constituir
mano de obra agrícola y los Tambos haber funcionado como lugares administrati-
vos. En el caso que los pukara no hayan sido espacios habitados durante el Periodo
Inka es una incógnita a develar. Este paisaje particular no se repite más al norte ni más
al sur en el valle, ya que en ambas direcciones se emplazan los típicos poblados
conglomerados con presencia inka, correspondiendo a un control más de tipo hege-
mónico.
El sitio más conspicuo en el área de estudio, el Pukará de Angastaco, no se
encuentra sobre una geoforma tan imponente como los asentamientos locales, pero
son sus construcciones las que son observables desde el fondo de valle. A pesar del
avanzado estado de destrucción en que se encuentra este sitio en la actualidad, la base
de su muralla es aún visible desde la ruta actual. El sitio parece haber sido construido
con la intención que sea visible desde cualquier ángulo, planteando un cambio radical
en la estructura del paisaje local.
Este pukara al interior del territorio, puede haber constituido una defensa de
poblaciones locales hostiles, pero también pudo funcionar como un recordatorio
constante de la presencia y el poderío inka y sede de actividades administrativas. En
varias ocasiones se ha destacado que el estado inka fue muy versátil en la forma de
implementar su dominio (D’Altroy et. al. 2000; Villegas 2006; Williams 2000) y el
Pukara de Angastaco sería un ejemplo de manipulación del paisaje como estrategia o
forma de dominación (Acuto 1999). Así los sitios estatales registrados (Pukara y
Tambo de Angastaco, Tambo Gualfín y celdas de Las Cuevas y Compuel) separa-
dos de los focos de población local, pueden verse como una forma de “segrega-
ción” del espacio estatal del de las poblaciones locales (Villegas 2006).
La aparente ausencia de sitios locales con arquitectura intrusiva inka en este sec-
tor del valle, característica recurrente en la zona inmediatamente al norte del área de
estudio (La Paya y Guitián) y al sur (Animaná) nos lleva a plantear la posibilidad de

230 |
| LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL PAISAJE DURANTE LA DOMINACIÓN INKA EN EL NOROESTE ARGENTINO |

un control estatal directo en el área articulado a partir de arquitectura estatal segrega-


da de los asentamientos locales. La red vial inka es conocida como uno de los mayo-
res monumentos de la humanidad y símbolo omnipresente de poder y autoridad del
estado para los pueblos conquistados y puede haber funcionado como bisagra en la
unión de estos dos paisajes, el local y el estatal.
En síntesis, queremos enfatizar que los diferentes paisajes sociales creados por el
Imperio Inka estarían reflejando en especial un control discontinuo del espacio que
pudo obedecer a diferentes momentos de la dominación, a diferentes estrategias de
negociación con las etnias locales o a las particularidades productivas y estratégicas
de las distintas zonas. Para responder a estos interrogantes es primordial contar con
excavaciones sistemáticas con registros bien cronometrados.

Agradecimientos. Para estas investigaciones se contó con los subsidios otorgados porel FONCyT
Proyectos BID 1201/OC-AR PICT 04- 8720 y BID 1278 04-14425, PIP (CONICET) 02670,
05235 y 5361 y SECTER (Universidad Nacional de Jujuy) 08/C122. A la Dirección de Patrimo-
nio de la provincia de Salta; al Museo de Antropología de Salta y Museo Arqueológico de Cachi
por las autorizaciones y el apoyo constante a nuestras investigaciones. A los Señores Dávalos
(Finca Tacuil y Mayuco) y Rodó (Finca Gualfín) por permitirnos el acceso a sus tierras. Nuestro
agradecimiento al Dr. Eduardo P. Tonni (CONICET- División Paleontología Vertebrados-
FCNyM - Universidad Nacional de La Plata) por la determinación taxonómica de los cráneos de
Cairina Moschata encontrados en Esquina de Huajra.

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| LA CERÁMICA COMO EXPRESIÓN DE LOS ASPECTOS SOCIO-POLÍTICOS, ECONÓMICOS Y RITUALES |

LA CERAMICA COMO EXPRESION DE LOS ASPECTOS SOCIO-


POLITICOS, ECONOMICOS Y RITUALES DE LA OCUPACION INKA
EN LA PUNA DE CHASCHUIL Y EL VALLE DE FIAMBALA
(DEPARTAMENTO TINOGASTA, CATAMARCA, ARGENTINA)

Martín Orgaz*
Anabel Feely**
Norma Ratto***

La incorporación de nuevos territorios y grupos étnicos fue uno de los resultados


del proceso expansivo de la conquista inka. Nuevas demandas económicas, sociales
y políticas se sumaron a las ya existentes, configurando un nuevo espacio social a una
escala sin precedentes para el área andina. El proceso reorganizativo se basó
principalmente en la enajenación de la mano de obra a través de la mit´a y en la
administración de las prestaciones de trabajo entre las diferentes categorías socio-
económicas. La reorganización fue fundamental para la política estatal dado que
permitió la implementación de medidas conducentes a la obtención de excedentes
en bienes, tanto de consumo como suntuarios, indispensables para el funcionamiento
de la economía política del estado. Es por ello, que podemos observar como algunos
espacios, fundamentalmente los valles fértiles, se destinaron a la producción intensiva
de bienes comestibles, tal como ocurrió en la Quebrada de Humahuaca (Nielsen
1995) o en el caso paradigmático del Valle de Cochabamba y Abancay (La Lone y
La Lone 1987).
Mientras tanto, en otras regiones la inversión de energía estuvo puesta en la
manufactura de bienes suntuarios y/o en la explotación de materias primas (Earle
1994; Gambier y Michieli 1986; González et al. 2002; Orgaz 2003; Ratto y Orgaz
2002-2004) siendo la movilización y posterior reasentamiento de poblaciones en
centros de producción especializados parte de una variante de la economía política
estatal (Bárcena y Román 1990; Donnan 1997; Espinoza 1969-1970, 1987; Hayashida
1994, 1999; Lorandi 1984; Murra 1978; Ratto et al. 2002; Williams y Lorandi 1986).

*
Escuela de Arqueología, Universidad Nacional de Catamarca.
**
Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos
Aires-CONICET.
***
Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos
Aires y Escuela de Arqueología, Universidad Nacional de Catamarca.

| 237
| M ARTÍN ORGAZ, ANABEL F EELY Y N ORMA R ATTO |

Las diferentes formas de administración y manejo que el estado tuvo en sus


provincias constituyen sólo una parte de la compleja relación entre el Inka y los
grupos incorporados. Además, es importante conocer cuales fueron los mecanismos
que dispuso el estado para poder llevar adelante todas estas trasformaciones necesarias
en su administración.
Un aspecto crucial lo constituyen las complejas relaciones que se establecieron
entre los grupos locales y el Inka. Ambos dispusieron de una imbricada red de
estrategias que abarcaron aspectos socio-políticos, económicos, y rituales (Acuto 1999;
Costin y Earle 1989; Espinoza 1967, 1976; Morris 1987; Netherly 1998; Nielsen y
Walker 1999; Pärssinen 1992; Rostworowski de Diez Canseco 1961; Uribe y Adan
2004), todas mediatizadas en mayor o menor medida, por los múltiples
condicionamientos vigentes –demográficos, políticos, sociales, rituales, tecnológicos,
disponibilidad de recursos– existentes en las diferentes regiones anexadas. Al respecto,
D´Altroy dice:

“...the Inkas forged a polity that relied on a situational mix of alliance,


clientage, intensive incorporation, and, on Peru´s north coast, dismantling the
upper echelon of a potent competitor. In practice, Inka politics combined
elaborate ceremony and a structured bureaucracy that depended heavily on
the cooperation of local elites…(D´Altroy et al. 2000:2).” 1

Esta diversidad social y ambiental de los Andes ha sido sólo reconocida


recientemente como causa de la variabilidad en la distribución regional de estructuras
imperiales y de artefactos (D’Altroy 1987; Dillehay 1977; Menzel 1959; Morris 1973;
Schreiber 1987, 1992; Williams y D’Altroy 1998). Dicha diversidad condujo a que el
estado inka planificara y ejecutara diferentes estrategias para administrar los nuevos
territorios anexados, materializándose esta situación en una marcada variabilidad en
la distribución regional de las instalaciones y de los bienes imperiales.
En este trabajo presentamos algunas consideraciones acerca de las estrategias
sociales, políticas y económicas desarrolladas e implementadas por los cuzqueños
para consolidar la ocupación de la región cordillerana-puneña de Chaschuil y el Valle
de Fiambalá (Dpto. Tinogasta, Catamarca). Para ello, realizamos estudios comparativos
de los aspectos formales, tecno-estilísticos y de procedencia de los bienes cerámicos
recuperados en los sitios estatales Batungasta (1.500 msnm), Mishma 7 (1.700 msnm)
y San Francisco (4.000 msnm) emplazados en distintas eco-zonas (Figura 1). Es a
través de la materialidad del registro cerámico donde se visualizan las diferentes
funciones estratégicas de las instalaciones mencionadas que abarcan un amplio espectro
desde aquellas con fines logísticos hasta otras de carácter ceremoniales-festivas. El
acercamiento a esta problemática lo realizamos mediante la interrelación de
arqueología, historia y ciencias físico-químicas para definir las características
ocupacionales del estado en la región de estudio.

238 |
| LA CERÁMICA COMO EXPRESIÓN DE LOS ASPECTOS SOCIO-POLÍTICOS, ECONÓMICOS Y RITUALES |

Figura 1. Localización de los sitios arqueológicos: 1. San Francisco, 4.000 msnm; 2.


Mishma 7, 1.700 msnm, y 3. Batungasta, 1.500 msnm.

Instalaciones Estatales

San Francisco (Valle de Chaschuil)

La instalación inkaica de San Francisco se localiza en la subcuenca de Las Grutas,


a 2 km al sudoeste del Destacamento de Gendarmería Nacional, en pleno ambiente
puneño-cordillerano. Está emplazada sobre el borde de la vega una altitud de 4.000
msnm presentando evidencia de reclamación. Consiste en dos unidades arquitectónicas
que conforman dos RPC (Rectángulo Perimetral Compuesto sensu Madrazo y
Ottonello 1966) separados por una distancia de 35 metros cada una (Figura 2). La
unidad A se orienta en dirección noroeste-sudeste, conformado por dos grandes
espacios, ambos con aperturas de acceso hacia el sur. Hacia el norte de estos espacios
se agrupan 15 recintos menores. Por otro lado, la unidad B se orienta en dirección
este-oeste y consta de dos conjuntos arquitectónicos simétricos. La unidad A es de
mayores dimensiones que la B, en esta última se relevaron dos conjuntos, con cuatro
y cinco recintos cada uno. Las unidades A y B presentan superficies de 273,8 m2 y
80,6 m2, respectivamente. Para su construcción se utilizó materia prima volcánica

| 239
| M ARTÍN ORGAZ, ANABEL F EELY Y N ORMA R ATTO |

local procedente de un afloramiento rocoso presente en las inmediaciones. En el


sector oeste se detectaron una serie de pequeños círculos de piedra alineados que
presentan un diámetro aproximado de 2,5 m localizados sobre la formación rocosa
asociada a la instalación, tratándose posiblemente de collqas ya que fueron construidas
en lugares frescos, ventilados y fuera del área habitacional. En total se excavaron 14,8
m² de distintos recintos intervenidos de donde proceden los materiales cerámicos
que conforman la muestra sujeta a análisis.

Figura 2. Planimetría del sitio inka San Francisco 4.000 msnm. Escala 1:600.
Demarcación de los recintos intervenidos.

240 |
| LA CERÁMICA COMO EXPRESIÓN DE LOS ASPECTOS SOCIO-POLÍTICOS, ECONÓMICOS Y RITUALES |

Mishma 7 (Valle de Fiambalá, Apocango)

El sitio Mishma 7 se ubica aproximadamente a 12 km de la localidad de Fiambalá,


en dirección oeste, más precisamente en el zanjón de Apocango (Sempé 1984). A lo
largo del barranco se detectaron dos grandes núcleos arquitectónicos (IV y V)
formados por varios recintos (Figura 3). A su vez, dichos núcleos se presentan
circunscriptos por un muro perimetral. Fuera de los espacios delimitados se encuentran
otras estructuras. Las técnicas de construcción empleadas en la edificación de estas
instalaciones corresponden en términos generales a la técnica de pirca con muros
simples y dobles. Durante la década de 1970 Sempé (1984) excavó 57,5 m²
interviniendo las estructuras A, F (corral), D y 1, obteniéndose el material cerámico
que forma nuestra muestra y que fuera cedido gentilmente por la investigadora.

Figura 3. Planimetría de Mishma 7 y demarcación de las áreas intervenidas (extraído de


Sempé 1984).

Batungasta (Valle de Fiambalá, La Troya)

La instalación inka de Batungasta se encuentra emplazada en la cuenca inferior


del Río La Troya en la confluencia de la quebrada homónima con el amplio Valle de
Abaucán, sobre una cota altitudinal de 1.500 msnm. El establecimiento está confor-
mado por un número importante de estructuras, entre las que se destacan dos espa-
cios abiertos a modo de plazas (Figura 4). Sempé (1973, 1977a, 1977b, 1983a, 1983b)
consideró a la instalación como un tambo, mientras que para Raffino y colaborado-
res (1982) fue un centro administrativo provincial Inka, al igual que Shincal y Hualfín.

| 241
| M ARTÍN ORGAZ, ANABEL F EELY Y N ORMA R ATTO |

Recientemente Ratto y colaboradores (2002) determinaron a través de diferentes


indicadores arqueológicos que Batungasta fue un centro de producción de bienes
cerámicos. Las intervenciones realizadas por Ratto (2005) cubrieron 53 m² excavados
en conjuntos del sector este de la instalación de donde proviene la muestra analizada.

Figura 4. Planimetría de Batungasta y demarcación de las áreas intervenidas (extraído


de Ratto 2005).

Metodología

La muestra cerámica procedente de los recintos intervenidos de las instalaciones


estatales de San Francisco, Mishma 7 y Batungasta asciende a un total de 648 frag-
mentos. Estos fueron sujetos a un análisis exhaustivo que consistió en realizar: a) la
estimación del número mínimo de piezas cerámicas (NMPC), al que se llegó me-
diante la aplicación de distintos criterios y/o procedimientos (remontajes entre frag-
mentos, identificación y diferenciación de partes de la vasija, identificación de los
grupos tecnológicos de pastas [sensu Ratto et al. 2004], y de la decoración de los
fragmentos –estilos locales, inka mixto, inka provincial); b) un análisis morfo-métri-
co mediante el cálculo de diámetros y alturas de las piezas cerámicas remontadas; y c)
el registro de rastros de uso en superficies (hollín, piqueteado, alteración térmica de
las pasta, sustancias adheridas). Para la adscripción cultural del material cerámico se
siguieron los criterios propuestos por Calderari y Williams (1991).2
Algunos fragmentos de las piezas remontadas o individualizadas contaban con
datos de su composición elemental, ya que habían sido sometidos a análisis por

242 |
| LA CERÁMICA COMO EXPRESIÓN DE LOS ASPECTOS SOCIO-POLÍTICOS, ECONÓMICOS Y RITUALES |

activación neutrónica en el laboratorio del Grupo de Técnicas Analíticas Nucleares


del Centro Atómico Ezeiza de la Comisión Nacional de Energía Atómica (Argenti-
na) siguiendo los estándares ya publicados (Ratto et al. 2002) para la identificación de
22 elementos –trazas, minoritarios y mayoritarios. Se realizó un análisis numérico
multivariado de Componentes Principales (CP), con transformación logarítmica de
los datos y matriz de covarianza. Sobre los factores obtenidos se realizó un Análisis
de Conglomerados Jerárquico, método Ward y distancia euclidiana al cuadrado, para
la identificación de los grupos que luego fueron corregidos mediante Análisis Discri-
minante y la distancia de Mahalanobis. Sólo se seleccionaron aquellos elementos quí-
micos que reunían las siguientes condiciones: (1) sus concentraciones presentaban un
error menor al 10%, y (2) fueron determinados en todas las muestras. De esta forma
los elementos analizados disminuyeron de 22 a 16 considerando representantes de
las Tierras Raras (Ce, Eu, La, Lu, Sm, Tb, y Yb), de los Alcalinos (Cs y Rb), de
Transición (Co, Cr, Fe, Hf, Sc, y Ta) y Actínidos (Th).

Conjuntos Cerámicos, Expresión Artesanal y las Prácticas Culinarias


Desarrolladas en las Instalaciones Estatales

Los 648 fragmentos de la muestra provienen de los sitios San Francisco, Mishma
7 y Batungasta. A través de los procedimientos seguidos se remontaron 336 casos
que equivalieron a 124 piezas de alfarería (Tabla 1).

Tabla 1. Conformación de la muestra cerámica por instalación estatal de procedencia

Mediante la caracterización de estas piezas remontadas, especialmente sus rastros


de uso, tamaños y formas, y aspectos tecno-estilísticos, se pudo identificar e inferir la
funcionalidad de los artefactos cerámicos (Tabla 1).

a) Caracterización del Conjunto Cerámico del Sitio San Francisco.

La tendencia general del conjunto cerámico analizado del sitio San Francisco
está caracterizada por su alto grado de fragmentación y erosión. Esta situación dificultó
la asignación cultural y de formas de las vasijas, aunque debido a la alta estandarización
del material inka, en general, fue posible asignar forma y representación estilística a
un buen número de los materiales de la muestra. Se registró un NMPC de 14
ejemplares. Los tipos de enseres están compuestos por un limitado repertorio formal
altamente especializado constituido exclusivamente por las formas plato pato, aríbalos
y aribaloides, siendo este último el más popular (Figura 5a, Tabla 2). Considerando

| 243
| M ARTÍN ORGAZ, ANABEL F EELY Y N ORMA R ATTO |

esta caracterización se infiere que las posibles actividades llevadas a cabo en esta
instalación se centraron en el almacenaje fijo y en el servido de alimentos. Además,
estas actividades fueron realizadas exclusivamente en cerámicas decoradas siguiendo
los cánones imperiales. El acopio se realizó en piezas de estilo Inka Mixto y Provincial,
mientras que la vajilla para el servido de alimentos está decorada con representaciones
que remiten al estilo Inka Provincial.

Figura 5. Formas de enseres cerámicos procedentes de los sitios: a. San Francisco; b.


Mishma 7 y c. Batungasta.

b) Caracterización del Conjunto Cerámico del Sitio Mishma 7

Se registró un NMPC de 35 piezas. Mishma 7 presenta mayor diversidad formal


que el sitio San Francisco. Se encuentran representadas cinco formas; dos de ellas –
aríbalos y platos patos– corresponden a la modalidad cerámica Inka, mientras que las
restantes –ollas, pucos y urnas– corresponden a la tradición alfarera local (Figura 5b,
Tabla 2). Las formas presentes sugieren que en la instalación estatal se llevaron a cabo
distintas prácticas culinarias relacionadas con la preparación de alimentos, el almacenaje
fijo y transportable y el consumo de alimentos. Estas tareas fueron realizadas en piezas
que presentan representaciones estilísticas correspondientes tanto a estilos Inka como
de tradición local. La preparación de alimentos fue realizada exclusivamente en vasijas
locales, mientras que el almacenaje presenta diferencias ya que 1) los ejemplos de
almacenaje fijo dan cuenta de una alfarería con características tecno-estilísticas que
corresponden al Inka Mixto, inka provincial y tradición local; y en cambio 2) el

244 |
| LA CERÁMICA COMO EXPRESIÓN DE LOS ASPECTOS SOCIO-POLÍTICOS, ECONÓMICOS Y RITUALES |

almacenaje transportable sólo a la tradición local. Finalmente el servido de alimentos


fue realizado mayormente en cerámicas de estilo local; la baja frecuencia de la forma
plato pato inkaico puede explicarse si se considera que éstos pudieron haber funcionado
como bienes de intercambio en vez de cumplir fines utilitarios.

Tabla 2. Formas, prácticas culinarias y adscripción tecno-estilística de los conjuntos cerámicos


recuperados de los sitios arqueológicos inkaicos de Batungasta, Mishma 7 y San Francisco
(Dpto. Tinogasta, Catamarca)

| 245
| M ARTÍN ORGAZ, ANABEL F EELY Y N ORMA R ATTO |

c) Caracterización del Conjunto Cerámico del Sitio Batungasta

La conformación cerámica del sitio de Batungasta presenta marcadas diferen-


cias con respecto a la de Mishma 7 y San Francisco, tanto por la cantidad de piezas
presentes como por su diversidad formal y estilística (Figura 5c y Tabla 2). En lo que
concierne a las formas, las más representadas corresponden a la tradición local y
comprenden ollas y vasijas de tamaño grande y mediano, siguiéndole en popularidad
los aríbalos y las urnas. Las formas puco –estilo local– y plato pato –estilo estatal–
están presentes en frecuencias similares. Sobre la base de estos resultados se propone
que en este espacio se llevaron a cabo todas las actividades vinculadas al almacenaje,
preparación y consumo de alimentos, siendo las actividades de almacenaje fijo reali-
zadas en vasijas de estilos inka mixto, provincial y local, mientras que el almacenaje
transportable, al igual que lo que ocurre en el sitio Mishma 7, se realizó en piezas de
estilo de tradición local. Por otra parte, a diferencia de lo que sucede en las otras
instalaciones, la cocción de alimentos se realizó tanto en piezas inkaicas –pie de
compotera– como en ollas locales; mientras que, las vasijas para el servido de ali-
mentos y bebidas fue efectuado en piezas decoradas en estilos locales –pucos– y en
estilos inka provincial y diaguita chileno.
En resumen, Batungasta presenta la totalidad de las formas de tradición local e
inka definidas para el conjunto general (N=124). Por su parte, en Mishma 7 la situa-
ción es similar pero difiere en el número de piezas y en la ausencia de las formas
estatales jarra y pie compotera. Finalmente en el sitio arqueológico de San Francisco
se presenta un repertorio formal altamente especializado que consta exclusivamente
de formas inka, tales como, aríbalos, aribaloides y platos patos.

Procedencia de los Bienes Cerámicos

Se comparó el perfil químico elemental de 74 de las 124 piezas identificadas abarcando


las formas, las prácticas culinarias, y los estilos tecno-decorativos registrados en los tres
sitios. El análisis de Componentes Principales (CP) dio como resultado la generación de
cuatro componentes que explican el 72,2% de la varianza total de la muestra, definiéndose
cinco grupos por Análisis de Conglomerado cuya probabilidad de pertenencia fue
determinada mediante el cálculo de la Distancia de Mahalanobis (Tabla 3 y Figura 6).

Tabla 3. Distribución de los grupos analíticos similares por sitio de procedencia

246 |
| LA CERÁMICA COMO EXPRESIÓN DE LOS ASPECTOS SOCIO-POLÍTICOS, ECONÓMICOS Y RITUALES |

ESTA
FIGURA
NO ESTA

Figura 6. Disposición en el espacio factorial de los grupos de piezas cerámicas con


perfiles químicos multielementales similares, procedentes de Batungasta, Mishma 7 y
San Francisco.

De esta manera, los grupos que guardan perfiles químicos similares presentan
las siguientes características (Tabla 4).
El grupo A (1:74) está compuesto por un único caso. Consiste en un aríbalo
inka provincial destinado al almacenaje fijo proveniente de la instalación de Batungasta.

| 247
| M ARTÍN ORGAZ, ANABEL F EELY Y N ORMA R ATTO |

El grupo B (49:74) es el mayoritario incluyendo el 66,2% de las piezas que


cuentan con análisis por activación neutrónica. Mayoritariamente está compuesta por
aribaloides de estilo inka mixto y aríbalos y plato pato inka provincial que provienen
del sitio San Francisco. Estos guardan el mismo perfil químico que ocho piezas
procedentes de Batungasta. Es interesante que dentro de grupo se encuentre estilos
tecno-decorativos diferentes representados por el inka provincial (aríbalo y plato
pato), locales (urnas y pucos) y el Diaguita-Chileno extra-regional (plato pato). El
sitio Mishma 7 aporta un único caso a este grupo consistente en un aribaloide inka
mixto.
El grupo C (20:74) es otro de los mayoritarios englobando el 27% de represen-
tación de la muestra. Involucra a los tres sitios y presenta alta diversidad en el caso de
Batungasta, ya que incorpora funciones y formas variadas como almacenaje fijo y
transportable (aríbalo, aribaloide, urnas y vasijas); cocción (ollas y pie de compotera),
y vajilla (puco). Esta diversidad también se observa en Mishma 7 donde están repre-
sentadas las mismas prácticas culinarias con excepción de la cocción. Dos aríbaloides
procedentes de San Francisco completan el grupo. Nuevamente se observa coexis-
tencia de distintos estilos tecno-decorativos que comparten un perfil químico similar.
El grupo D (1:74) está compuesto por un único aríbalo inka provincial prove-
niente del sitio san Francisco.
Finalmente, el grupo E (3:74) está representada por muy pocas piezas que pro-
vienen de Batungasta y Mishma. Es interesante que está representado por piezas
destinadas al almacenaje fijo y a la cocción, respectivamente. Todo el grupo pertene-
ce a estilos locales.
En los casos de piezas con perfiles químicos compartidos que involucran a los
sitios Batungasta, Mishma 7 y San Francisco es posible inferir que su área de proce-
dencia haya sido el primero de los mencionados, ya que oportunamente fue definido
funcionalmente como un centro de producción de bienes cerámicos para cubrir las
demandas propias y también abastecer a otras instalaciones estatales emplazadas en
los Valles de Fiambalá y Chaschuil (Ratto et al. 2002). La modalidad productiva
presenta las características del patrón Nº 3 definido por D´Altroy et al. (1994).

Consideraciones Finales

Como se expresó al inicio de este trabajo, diferentes investigaciones


ya efectuadas señalaron que la distribución diferencial tanto de arquitectu-
ra como de artefactos imperiales –cerámica, objetos de metal, entre otros–
en las diferentes regiones bajo la órbita del estado, son un reflejo de la diversidad que
caracteriza el ambiente y las sociedades en los Andes. Por tanto, esta distribución
diferencial de elementos es el correlato de las diversas estrategias que se vio obligado
a llevar adelante el estado inka.

248 |
| LA CONSTRUCCIÓN
| LA CERÁMICA COMO
SOCIALEXPRESIÓN
DEL PAISAJE
DEDURANTE
LOS ASPECTOS SOCIO-POLÍTICOS
LA DOMINACIÓN INKA, ECONÓMICOS
EN EL NOROESTE ARGENTINO
Y RITUALES | |

Tabla 4.101-112.
Detalle de los casos que integran cada grupo analítico (A-B-C-D-y E) Clasificación por
forma, práctica
Cremonte, M. B, culinaria
M. Garayy decaracterísticas
Fumagalli ytecno-decorativas
G.Sica. asignadas a las piezas cerámicas
analizadas por Activación Neutrónica (AAN) procedentes de los sitios Batungasta, Mishma 7
2005b. La frontera Oriental al Sur de la Quebrada de Humahuaca. Un Espacio Conectivo.
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| 249
233
| M ARTÍN ORGAZ, ANABEL F EELY Y N ORMA R ATTO |

Sobre la base de los resultados alcanzados del análisis de forma, estilo y proce-
dencia del conjunto cerámico de los sitios inkaicos de los Valles de Chaschuil y Fiambalá
pueden exponerse algunas aproximaciones funcionales de los establecimientos com-
parados.
En primer lugar, la exclusividad de piezas destinadas al almacenaje y servido de
alimentos (aríbalos y platos pato) del sitio San Francisco constituye una base empírica
lo suficientemente convincente para afirmar que en esta instalación estatal se llevaron
a cabo actividades con fines ceremoniales, posiblemente fiestas3 donde se compar-
tieron y consumieron alimentos y bebidas. Presuponemos que estas prácticas festivas
fueron patrocinadas por el estado y tuvieron un carácter restringido, conformando
una fiesta de carácter excluyente, aseveración que se basa en la exclusiva presencia de
formas y estilos decorativos estatales. Consideramos que una de las funciones que
encierra la decoración es el intercambio de información simbólica debido a su alta
visibilidad (David et al. 1988).
Asimismo, la propuesta de un espacio festivo se soporta por conclusiones a las
que se arriban desde otras líneas de investigación como el estudio de la tasa de
descarte de cerámica utilitaria. En este sentido el estudio etnográfico realizado por
Deal (1998) nos fue de suma utilidad. Este investigador demostró que los contextos
domésticos poseen una tasa de descarte de vasijas para la preparación de alimentos
mucho más alta que los contextos festivos-ceremoniales, con lo cual el contexto
recuperado en el sitio inkaico de San Francisco, donde vasijas de uso doméstico
están ausentes, estaría en concordancia con la función ceremonial sugerida. Por otra
parte, resulta evidente la importancia de este sitio dentro de la maquinaria estatal
debido a que fue equipado casi exclusivamente con piezas provenientes del centro
manufacturero de Batungasta, tal como lo demuestra los resultados aquí presentados
y otros anteriores (Ratto et al. 2002). Otro hecho interesante es su registro faunístico,
ya que el análisis realizado por Victoria Horwitz determinó la presencia de camélidos
sudamericanos silvestres, especialmente vicuña, desconociéndose de la existencia de
un registro similar para otros sitios estatales (Ratto 1997). Finalmente, su ubicación
geográfica sobre la ruta de ascenso a la cumbre del volcán Incahuasi, donde se re-
portó un santuario de altura conteniendo importantes ofrendas (Bulacio 1992), ha-
cen de este sitio un lugar con características muy especiales.
Por otro lado, la situación en el sitio Mishma 7 es completamente diferente en lo
que respecta a las características del conjunto cerámico. El sitio debió comportarse
como un lugar logístico, de apoyatura, donde las actividades principales de almace-
naje y preparación de alimentos ocuparon un lugar preponderante. En este sentido,
acordamos con la propuesta original dada por Sempé (1984).
Por último, el sitio de Batungasta presenta la mayor diversidad, tanto por las
formas de las piezas cerámicas como por sus grupos de procedencia. No sólo con-
tiene formas típicamente inkaicas sino que también es amplio el repertorio de for-
mas de tradición local. La presencia de vasijas destinadas a la elaboración de comidas
junto a las vajillas para el servido de alimentos sugiere la existencia en este sitio de

250 |
| LA CERÁMICA COMO EXPRESIÓN DE LOS ASPECTOS SOCIO-POLÍTICOS, ECONÓMICOS Y RITUALES |

contextos de agasajo. Asimismo, la evidencia arquitectónica apoya el carácter


redistributivo dado que esta instalación cuenta con dos plazas. Desde una perspectiva
comparativa podemos visualizar algunas diferencias importantes en lo que concierne
a las prácticas festivas entre el sitio San Francisco y Batungasta. El intercambio ritual
de productos culinarios en el sitio San Francisco fue totalmente restringido, confor-
mando un evento excluyente, en donde la participación posiblemente estuvo dirigida
a un número reducido de personajes, adquiriendo un carácter netamente estatal, como
lo evidencian los aspectos formales y estilísticos del conjunto cerámico. Mientras
tanto, en el sitio de Batungasta pareciera que la misma actividad adquirió una moda-
lidad diferente, aquí el intercambio de alimentos habría sido realizado en un marco
de menor restricción con mayor presencia de la sociedad local, siendo un evento
festivo más incluyente que se reflejaría, por un lado, en la coexistencia de formas de
estilo tanto imperial como local destinadas al almacenaje, cocción y servido de ali-
mentos, y por otro, en la presencia de piezas cerámicas de diversas procedencias.
En resumen, proponemos que la práctica de compartir alimentos y bebidas en
contextos festivos, con sus respectivas modalidades fue la vía por la cual el estado
interactuó en esta región de los Andes Meridionales. En este sentido, en los últimos
años se ha reconocido el papel importante que jugaron los alimentos y los festines en
la emergencia de sociedades jerarquizadas, en la negociación de poder, prestigio e
identidad y en la relación íntima entre ritual y alimentos, aspectos estos que fueron
explorados desde la antropología, etnografía y arqueología (Blitz 1993; Dietler 1990,
1996; Dietler y Hayden 2001; Joffee 1998; LeCount 2001). Las sociedades andinas
no son una excepción a la relevancia de estas prácticas sociales. La presencia de
eventos festivos en esta región es ampliamente conocida desde momentos muy
tempranos hasta tiempos del Inka, como lo atestiguan los tempranos documentos
coloniales y los recientes estudios arqueológicos (Bray 2003; Burger y Van Der Merwe
1990; Cook y Glowacki 2003; Goldstein 2003; Lau 2002; Moore 1989; Morris 1979;
Murra 1960, 1989). Por medio de estas fuentes, históricas y arqueológicas, conoce-
mos los fines que buscó la jerarquía inka patrocinando estas grandes fiestas que, en
términos generales, fueron realizadas en espacios públicos ceremoniales y/o centros
administrativos estatales (Costin y Earle 1989; D´Altroy 1992; Morris y Thompson
1985). Por consiguiente, las fiestas fueron eventos omnipresentes en la vida social
inka, impregnando y lubricando las diversas relaciones y prácticas sociales.
A modo de cierre, sugerimos que la distribución diferencial de artefactos
cerámicos detectada en los diferentes sitios inkaicos ubicados en el área de trabajo –
Valle de Chaschuil y Fiambalá– se corresponde con las adecuaciones de la burocracia
estatal durante la anexión de estos nuevos territorios y poblaciones. Sin embargo las
diferencias reconocidas no implican estrategias inconexas, sino complementarias, como
quedó demostrado a partir de los estudios composicionales que señalan la interco-
nexión entre las tres instalaciones en lo que respecta a producción y distribución de
los enseres y equipos cerámicos. De este modo, creemos por un lado haber contri-
buido con este trabajo a mejorar nuestro entendimiento acerca de los mecanismos

| 251
| M ARTÍN ORGAZ, ANABEL F EELY Y N ORMA R ATTO |

de integración a los cuales recurrió el estado inka en esta región y por otra parte, es la
oportunidad para promover la idea de que explorar los contextos de fiestas e inter-
cambio ritual de comida y bebidas a través del registro arqueológico, entendiendo la
gran variabilidad que encierran estas prácticas, constituye una ventana más para com-
prender el complejo y dinámico proceso de interacción entre el estado inka y las
sociedades locales.

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Notas
1. Traducción de los autores: “… los Inkas forjaron una política que se basó en una
mezcla situacional de alianza, clientelismo, incorporación intensiva, y en la costa
norte del Perú, en el desmantelamiento del escalón más elevado de un competidor.
En la práctica, la política Inka combinó un ceremonial elaborado y una burocracia
estructurada que dependió fuertemente en la cooperación de las elites locales….”
2. De Calderari y Williams (1991) se extrae las siguientes definiciones de los estilos
cerámicos inkaicos:
a ) Inka Imperial: que corresponde a las piezas importadas del Cuzco.
b) Inka Provincial: piezas que imitan en mayor o menor grado a las cuzqueñas en
iconografía, morfología y estructura del diseño aunque difieren notablemente en
su producción.
c ) Inka Mixto: aquellas piezas que presentan una combinación de elementos
cuzqueños con otros no cuzqueños en los cuatro ejes del análisis estilístico, es
decir, morfología, producción, estructura del diseño e iconog rafía.
d) Fase Inka: denominada a la cerámica confeccionada por las poblaciones indíge-
nas en sus propios estilos bajo el dominio inka, que para los sitios el sur del valle
del Santa María y bolsón de Andalgalá serían Famabalasto negro sobre Rojo,
Yocavil Polícromo, Santa María, Belén III y Yavi, Chicha o Puneño.
3. La realización de rituales enmarcados en contextos festivos es una práctica social
que fue copiosamente descripta por los cronistas para los tiempos del Inka. Murra,
relata que Viracocha para pedir ayuda en la construcción de un pueblo para su
descanso procedió a través de un ruego “... invitó a los señores circumcuzqueños a
reunirse con él, les ofreció chicha y coca y les solicitó....” (Murra 1989: 136). Otra dice que
“...antes de asignar una tarea extraordinaria, se reunía en el Cuzco a los personajes responsa-
bles de ejecución, tanto los parientes del rey como los curaca étnicos más importantes. La
reunión era a la vez administrativa y ceremonial: el rey ofrecía chicha y coca, “después de
haberse holgado [...] cinco días en sus fiestas y regocijos [...]....” Luego se planeaba, discutía y
ratificaba la tarea del año, y los asistentes regresaban a sus satrapías cargados de dádivas....”
(Murra 1989: 169). Otras situaciones en donde las fiestas y el intercambio de comida y bebida
se hacían efectivas, queda expuesto en la cita que dice:”...[en] Ocasiones especiales como la
muerte del rey o la asunción de uno nuevo eran momentos en los que se distribuían grandes
cantidades de comestibles, chicha y tejidos a los pobres....” (Murra 1989: 177).

| 257
| ORGANIZACIÓN SOCIAL DE LA PRÁCTICA DE MOLIENDA |

ORGANIZACION SOCIAL DE LA PRACTICA DE MOLIENDA:


CASOS ACTUALES Y PREHISPANICOS DEL NOROESTE ARGENTINO

María del Pilar Babot∗

Introducción

La naturaleza individual o colectiva de la práctica de molienda y la pertenencia o


acceso a los artefactos de moler constituyen dos aspectos poco explorados desde las
evidencias suministradas por los contextos arqueológicos. Los supuestos sostenidos
al respecto se basan en apreciaciones morfológicas muy generales como el número
de oquedades, o bien, en analogías directas con las características que toma la prácti-
ca en situaciones actuales/históricas, empleadas en razonamientos de tipo inductivo.
Sobre esta base, se sostiene por ejemplo, que los morteros múltiples implican nece-
sariamente una “molienda grupal”, dado que presentan más de una oquedad –su-
perficie activa de molienda–, o bien, que les corresponde un uso “público” por su
exposición (por ejemplo, Ambrosetti 1897).
Las fuentes sobre el conocimiento tradicional han suministrado información
sobre diversos aspectos de la práctica de molienda, tales como tipos de recursos
empleados, la importancia de los mismos en la dieta, modalidades de procesamien-
to, características tecnológicas del instrumental, su producción, eficiencia e historia de
vida (por ejemplo, Adams 1988; Aparicio 1931; Babot 1999a, 1999b; Boman 1908;
Cane 1989; Carrizo 1945; Fullagar et al. 1992; Haaland 1995; Hard et al. 1996; Hayden
1987; Nardi y Chertudi 1969, 1970; Rusconi 1940, 1945, 1961, 1962; Smith 1989;
Villafañe Casal 1945; Williams-Thorpe y Thorpe 1993; Wright 1994; entre otros). Sin
embargo, la analogía no ha sido empleada con frecuencia para plantear hipótesis e
indicadores materiales que permitan abordar tales aspectos y, menos aún, para esta-
blecer las características de la organización social de la molienda en el pasado (algu-
nas excepciones están dadas, por ejemplo en Adams 1999; Peterson 1968; Schlanger
1991).
Esta investigación parte de los registros generados entre usuarios actuales de
instrumental de molienda en dos ámbitos: a) principalmente, Los Nacimientos de
San Antonio y El Alto El Bolsón, en el valle homónimo y b) complementariamente,


CONICET - Instituto de Arqueología y Museo, Universidad Nacional de Tucumán, Argentina.

| 259
| M ARÍA DEL PILAR BABOT |

Punta de la Peña, en Antofagasta de la Sierra (Babot 1999a). Posteriormente, el tra-


bajo indaga de manera preliminar en las evidencias sobre la pertenencia o acceso a
los artefactos de molienda y la organización individual/familiar o grupal de la mo-
lienda en casos de análisis arqueológicos del Noroeste Argentino. Los mismos inclu-
yen contextos domésticos con registro de molienda en Antofagasta de la Sierra, el
Valle de El Bolsón (en la Puna y Prepuna de Catamarca, respectivamente) y Tafí del
Valle (Área Valliserrana de Tucumán) (Figura 1).

Figura 1. Mapa de ubicación.

260 |
| ORGANIZACIÓN SOCIAL DE LA PRÁCTICA DE MOLIENDA |

Se exponen diferentes aspectos sobre la organización del trabajo en torno a la molienda


en el presente, que han sido documentados a partir de una combinación de técnicas. A
partir de los referentes materiales de la misma, se establece su posible expresión en el
registro arqueológico (de acuerdo con Guevara 1997; Nielsen 1997-98). Asimismo, se
plantean indicadores para otros aspectos de la molienda no registrados o muy modificados
en los casos actuales, los que, en cambio, si se hallan representados en las situaciones
arqueológicas. Estos puntos se desarrollan a continuación.

Los Casos Actuales

Metodología de Campo

Los casos de estudio del Valle de El Bolsón constituyen el eje de la información


actual suministrada en este trabajo. Corresponden a tres de las cuatro familias nuclea-
res que habitan en la localidad de Los Nacimientos de San Antonio (LNSA). Éstas se
encuentran emparentadas por consanguinidad y descienden de Juan Pablo Llampa y
Margarita Yapura de Llampa. Se trata de las familias de María Isabel Llampa de
Chaile, Ramón Aparicio Salgado y Dalmacia Emma Ferrilli de Salgado†, Camila
Llampa de Villacorta y Silvestre Villacorta. El cuarto núcleo familiar entrevistado
dentro del Valle corresponde a Leocadio† y Lorenza Llampa† e hijos, únicos habitan-
tes de Yerba Buena - El Alto El Bolsón, por entonces (Korstanje 2005). Allí los
trabajos de campo se desarrollaron durante 1997 y 1998. Información complemen-
taria fue obtenida durante 1999 en Punta de la Peña, dentro de la propiedad de
Vicente Morales, en Antofagasta de la Sierra (ANS). En todos los casos, las entrevis-
tas se llevaron a cabo en lugares de estadía permanente o prolongada, ya sea en la
casa principal, o bien, puestos de ocupación duradera.
La investigación se desarrolló en dos etapas que implicaron, por un lado, una
documentación bibliográfica previa sobre los aspectos a estudiar y, por el otro lado,
los trabajos de campo propiamente dichos. Lo primero permitió una familiarización
con la problemática y el lenguaje coloquial manejado en el lugar. Posteriormente, la
introducción en las comunidades fue facilitada por M.A. Korstanje y C.A. Aschero,
a cargo de los proyectos de investigación en las áreas de estudio.
Las estrategias empleadas para la obtención de los datos fueron la consulta a
informantes calificados, en la persona de las cabezas de familia, y la observación
participante en tareas de molienda y en simulacros de tareas de molienda. Las técni-
cas utilizadas para el registro incluyeron entrevistas informales y encuestas, notas de
campo, croquis, fotografías, listas de rasgos y genealogías (Bock 1977; Rossi y
O’Higgins 1981). Su empleo conjunto permitió la obtención y registro de informa-
ción complementaria.

| 261
Tabla 1. Variables registradas en las entrevistas con usuarios actuales de instrumental de molienda en el Valle de El Bolsón (Catamarca,

262 |
Argentina).
| M ARÍA DEL PILAR BABOT |
Tabla 1. Variables registradas en las entrevistas con usuarios actuales de instrumental de molienda en el Valle de El Bolsón (Catamarca,
Argentina). Continuación.
| ORGANIZACIÓN SOCIAL DE LA PRÁCTICA DE MOLIENDA |

| 263
Tabla 1. Variables registradas en las entrevistas con usuarios actuales de instrumental de molienda en el Valle de El Bolsón (Catamarca,

264 |
Argentina). Continuación.
| M ARÍA DEL PILAR BABOT |
Tabla 1. Variables registradas en las entrevistas con usuarios actuales de instrumental de molienda en el Valle de El Bolsón (Catamarca,
Argentina). Continuación.
| ORGANIZACIÓN SOCIAL DE LA PRÁCTICA DE MOLIENDA |

| 265
Tabla 1. Variables registradas en las entrevistas con usuarios actuales de instrumental de molienda en el Valle de El Bolsón (Catamarca,

266 |
Argentina). Continuación.
| M ARÍA DEL PILAR BABOT |
Tabla 1. Variables registradas en las entrevistas con usuarios actuales de instrumental de molienda en el Valle de El Bolsón (Catamarca,
Argentina). Continuación.
| ORGANIZACIÓN SOCIAL DE LA PRÁCTICA DE MOLIENDA |

| 267
Tabla 1. Variables registradas en las entrevistas con usuarios actuales de instrumental de molienda en el Valle de El Bolsón (Catamarca,

268 |
Argentina). Continuación.
| M ARÍA DEL PILAR BABOT |

Referencias: Ml: molino de mano o moledera; Mr: mortero; MMl: mano de molino o de moledera; MMr: mano de mortero; LNSA: Los Nacimientos de
San Antonio; A: eje mayor o longitudinal, correspondiente al largo máximo de la pieza; B: eje intermedio o transversal, correspondiente al ancho máximo
de la pieza; C: eje menor, correspondiente al espesor máximo de la pieza; amáx.bo: ancho máximo de la boca de oquedad; amín.bo: ancho mínimo de la
boca de oquedad; pmáx: profundidad máxima de oquedad (sensu Babot 2004).
| ORGANIZACIÓN SOCIAL DE LA PRÁCTICA DE MOLIENDA |

Se documentaron diversos aspectos de relevancia para la organización del tra-


bajo en torno a la molienda: a) frecuencia y oportunidad de la práctica; b) emplaza-
miento o ubicación; c) contextos espaciales; d) elementos materiales vinculados a la
molienda; e) asociaciones y tecnologías complementarias; f) funciones generales de
los artefactos; g) sus usos; h) modos de almacenamiento o guardado de los mismos;
i) edad y sexo de los operadores; j) propiedad y acceso al instrumental utilizado, entre
otros. Estos puntos se resumen en el Tabla 1 y se discuten en el siguiente acápite.
Las prácticas actuales documentadas corresponden a conocimientos obtenidos
por los operadores durante la niñez en el seno de las unidades domésticas. Esto tiene
lugar a través de tareas asignadas por los padres y/o en situaciones de juego. Ade-
más, es importante señalar que, en algunos casos, las modalidades de molienda y
producción del instrumental se han visto modificadas por influencia de las personas
que se unieron a la familia por lazos matrimoniales. Asimismo, ciertos conocimientos
han sido olvidados y el alcance de la práctica misma se ha visto restringido, como
parte de un proceso de aculturación de mayor alcance.

Organización de la Molienda en el Presente

En los casos actuales documentados no se registran situaciones de propiedad


grupal de los artefactos y espacios de molienda que excedan la familia nuclear. Esto
es, que no existen artefactos que sean adquiridos, producidos y/o empleados por
diferentes familias, ni espacios que puedan ser eventualmente compartidos por ellas.
No se dan situaciones de molienda grupal, por lo que no ocurre una organización
para la molienda que exceda el ámbito familiar y aún la tarea personal, ni siquiera en
ocasiones especiales, tales como festividades. Por el contrario, ésta es una actividad
individual que implica un solo operador por vez, aunque ocurre la alternancia de
operadores en diferentes sesiones de molienda1. Este rol es desempeñado única o
principalmente por el ama de casa o por las mujeres adultas de la familia nuclear y,
secundariamente, por los niños o hijos varones jóvenes; los hombres adultos sólo lo
hacen excepcionalmente o en las situaciones en que son los únicos habitantes de la
unidad doméstica.
Lo descripto en el párrafo anterior no es casual ya que en el presente, la molien-
da se encuentra estrechamente vinculada a la preparación cotidiana de alimentos, una
tarea preponderantemente femenina en las zonas de estudio2. En este sentido, vale
precisar que es la molienda de alimentos en ámbitos domésticos la que adopta las
características antes mencionadas. A los fines arqueológicos, cabe considerar la posi-
bilidad de que el sexo y edad de los operadores del instrumental estén condiciona-
dos por el tipo de actividad en el que se inserta, en cada caso, la tarea de molienda,
dado su carácter multifacético –procesamiento de pigmentos, metalurgia, produc-
ción cerámica, elaboración de revestimientos, etc. (Babot 2004). Un ejemplo
etnográfico de esto es aportado por Fernández (1999) al documentar en Laguna,
Humahuaca y Puna jujeña, la molienda de arcillas para la producción cerámica den-

| 269
| M ARÍA DEL PILAR BABOT |

tro de Laguna esfera de las actividades masculinas.


La expansión de la actividad comercial en las áreas de estudio ha afectado el
desarrollo de la práctica de molienda en la actualidad, en lo que respecta a los tipos
y montos de recursos procesados y la frecuencia de las tareas de molienda, hasta el
punto de que ésta va adoptando un papel secundario entre las actividades domésti-
cas. De hecho, los tintes sintéticos, harinas y condimentos industriales, han reemplaza-
do en una medida importante a sus equivalentes producidos de manera doméstica.
Es posible que dicha situación también condicione el número de operadores simul-
táneos a cargo de las tareas de molienda en el presente.
Aunque ésta constituye una actividad de año completo, tiene lugar sólo periódi-
camente. En la mayor parte de los casos no ocurre con anticipación, sino que, más
bien, se procesa para el consumo diario de la unidad doméstica y sus visitantes
eventuales. Esto se debe a que los recursos vegetales no tienen una buena preserva-
ción en estado harinoso. De hecho, en la actualidad, la sal constituye el único recurso
que puede ser procesado en exceso y almacenado después de molido para usos
futuros.
El referente material de la pertenencia o acceso familiar al instrumental está
dado por su situación espacial o emplazamiento. Éste adopta dos modalidades en
los casos actuales analizados: a) en el espacio interno de los recintos cerrados o semi-
cerrados –con techado parcial, sin techo y/o puerta– de cocina o de guardado, o b)
en los espacios intermedios dados por los patios, accesos a cocinas y bordes de
corrales y rastrojos, que pueden presentar límites construidos pero que, sin embargo,
están accesibles a la vista de todos (Figuras 2 y 3). Ninguno de estos ámbitos consti-
tuye un lugar de libre circulación para los habitantes del lugar que no pertenezcan al
grupo familiar.
Los morteros y molinos pueden o no compartir el mismo emplazamiento. La
ubicación de los artefactos puede variar alguna vez a lo largo de su historia con un
grupo familiar e, incluso, puede cambiar sistemáticamente con la estación del año. Lo
primero, tiene que ver con la búsqueda de lugares más cómodos, que no perturben
la circulación cotidiana, y próximos a las cocinas3; con reordenamientos del espacio
que impliquen episodios de construcción; o bien, a posiciones más higiénicas, en
donde el instrumental no se ensucie durante los lapsos en que permanece sin uso. La
excepción la marcan los casos de reclamación (sensu Schiffer 1987) de morteros de
piedra fijos de origen arqueológico, que se usan en el sitio en dónde se encuentran,
aunque éste se encuentre retirado de los lugares de cocina. Lo segundo, puede impli-
car el desplazamiento del instrumental y la actividad misma de molienda hacia el
interior de los recintos de cocina durante los meses de mucho frío.

270 |
| ORGANIZACIÓN SOCIAL DE LA PRÁCTICA DE MOLIENDA |

Figura 2. Ejemplos actuales de situación espacial y almacenamiento del instrumental


de molienda en recintos de cocina cerrados (a-e) y semi-cerrados f). a) y b) Molino y
mano en cocina; casa de Juan Pablo Llampa (LNSA); c), d) y e) mortero y mano en
cocina; casa de Ramón Salgado (LNSA); f) molino y mano en antigua cocina; casa
paterna de Vicente Morales (ANS) -Cortesía de M. López Campeny-.

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| M ARÍA DEL PILAR BABOT |

Figura 3. Ejemplos actuales de situación espacial y almacenamiento del instrumental de


molienda en recintos cerrados de guardado (a-b) y espacios intermedios (c-e). a) y b)
Molino y mortero con sus respectivas manos en antigua cocina transformada en recinto
de guardado; casa de Camila Llampa de Villacorta (LNSA); c) y d) molino y mano en
patio central, contra pirca exterior de rastrojos y protegidos por un árbol; casa de Isabel
Llampa de Chaile (LNSA); e) y f) molino y mano en espacio lateral a las viviendas,
borde de zona de tránsito, contra cara exterior de pirca de rastrojos; casa de Lorenza
Llampa (Puesto de El Alto El Bolsón).

272 |
| ORGANIZACIÓN SOCIAL DE LA PRÁCTICA DE MOLIENDA |

Sin embargo, los instrumentos de molienda ocupan sus posiciones con elevada
permanencia. Estas se caracterizan porque no entorpecen o, en todo caso, regulan la
circulación. Así, se sitúan contra las paredes interiores o exteriores de los recintos
cerrados y espacios intermedios, a un lado de la puerta de acceso a los mismos,
debajo de árboles, en el centro de los patios y sus zonas laterales.
La permanencia en el espacio está marcada, asimismo, por otros elementos. Es
frecuente el uso de una o varias rocas como apoyo de los artefactos de moler, las
cuales los inmovilizan, les dan la altura y/o la inclinación deseada.
Las asociaciones materiales registradas señalan otras actividades domésticas que
tienen lugar en los mismos ámbitos en dónde se desarrolla la molienda: lavado de
utensilios, guardado de enseres, alimentación de los animales domésticos y diferentes
etapas de la elaboración de comidas. En algunos casos, se vinculan con tecnologías
complementarias a la molienda, tales como lavado de bloques de sal, remojado de
granos de maíz –fuentes– y almacenamiento del producto molido –bolsas plásti-
cas–.
De acuerdo con esto, puede decirse que, en la generalidad de los casos, allí en
donde se encuentran los molinos y morteros es en donde ocurre la molienda. Enton-
ces, los artefactos pasivos o inferiores sitúan el lugar y contexto en el que se desarrolla
la práctica de molienda. En los sitios arqueológicos, esto se ajusta a los instrumentos
que se hallan como residuos de facto.
En la mayor parte de los casos analizados, las manos de molino y de mortero
integran las asociaciones antes descriptas para los artefactos pasivos, ya que se alma-
cenan colocadas por encima, dentro o a un lado de éstos. Dos situaciones difieren
del resto en que las manos se guardan en huecos de muros o en zonas de depósito de
enseres, más cerca de los recintos de cocina que sus artefactos pasivos compatibles.
Estos casos son significativos en tanto señalan un cuidado especial de los artefactos
activos, al guardarlos en espacios específicos y protegidos (Figura 4).
Independientemente de cual sea la situación, las manos son particularmente apre-
ciadas por quienes las manipulan. Los casos actuales señalan que se emplean durante
un tiempo prolongado, aún en situaciones de abundancia de materia prima apta, o
ante rupturas parciales que pueden causar daño o incomodidad. Esto ocurre aún
cuando se trata de piezas sin manufactura ni decoración. El aprecio por las manos se
relaciona, a nuestro juicio, con una forma particular de encaje entre el artefacto y las
manos del usuario, más específicamente, de los principales usuarios. En este sentido,
es notable que una misma pieza puede ser rotada y ubicada de manera específica
para ser empleada por diferentes operadores dentro del mismo grupo familiar.
De acuerdo con esto es que puede sostenerse que los artefactos activos o supe-
riores tienden a sugerir las características de pertenencia y acceso del instrumental de
molienda.

| 273
| M ARÍA DEL PILAR BABOT |

Figura 4. Ejemplos actuales y arqueológicos de cuidado especial en el guardado del


instrumental de molienda. a) y b) Mortero volcado y mano adyacente en patio central;
casa de Isabel Llampa de Chaile (LNSA); c) y d) mano de mortero dispuesta en hueco en
cara interior de muro; sitio histórico-arqueológico de El Sembrado-alero (ANS); e) y f)
molino volcado que se encuentra tapando oquedad de mortero fijo; sitio Cueva de Los
Corrales 1 (Tafí del Valle) –cortesía de J. Martínez; g) y h) mortero doble tapado por
pequeñas rocas; sitio Punta de la Peña 4-pie de talud (ANS).

Ciertamente, los artefactos pasivos también pueden ser “protegidos” al ser guar-
dados en sectores perimetrales de las áreas de actividad, volcados, con sus oqueda-
des tapadas, enteramente cubiertos y/o limpios (Figura 4). Esta actitud tiene más que
ver con la intención de extender su vida útil, la que se describe como prolongada. En
este cuadro también se enmarca el caso de reparación de fracturas por uso en el

274 |
| ORGANIZACIÓN SOCIAL DE LA PRÁCTICA DE MOLIENDA |

mortero de madera de Ramón Salgado. A diferencia de los molinos, que se confec-


cionan o adquieren personalmente como rocas del río El Bolsón con morfologías
naturales aptas, los morteros de las familias de Los Nacimientos de San Antonio son
adquiridos a distancia, a su fabricante en Villavil. Esta situación acentúa el deseo de
un uso duradero.
Los artefactos arqueológicos, morteros fijos y molinos móviles de roca, tam-
bién son apreciados de manera particular, en razón de que no tienen costo, son
eficientes y corresponden a tecnologías que han desaparecido. En efecto, en el Valle
de El Bolsón, los morteros de madera vienen siendo empleados por varias genera-
ciones; en tanto que en Antofagasta de la Sierra, los de piedra todavía podían ser
confeccionados, aunque con herramientas modernas, hasta la primera mitad del siglo
XX, tal como refiere Vicente Morales sobre su padre.
El mantenimiento de los artefactos de moler, cuando se da, tiene que ver con un
uso intensivo y/o frecuente y/o prolongado en el tiempo que puede extenderse más
allá de la vida de sus usuarios originales. Esto permite postular la posibilidad del
traspaso generacional de estos artefactos de los que se dice “duran mucho tiempo”,
como un derecho a la propiedad que se hereda, tal como ocurre con algunos de los
casos actuales. En ciertas situaciones, se trata de la herencia de un bien puntual; en
otras, son recibidos como parte del equipamiento de predios o viviendas. Como
antes se ha mencionado, esta particular duración en el tiempo, asimismo, ha dado
lugar al proceso de reclamación –esto último ha sido mencionado también en dife-
rentes casos arqueológicos y etnográficos por Adams 1996; Hayden 1987; Schiffer
1987; Williams-Thorpe y Thorpe 1993; entre otros–.

Referentes Materiales de Acceso al Instrumental y Molienda Familiar o


Grupal

A la individualidad de la práctica de molienda en el presente le corresponden


una serie de referentes materiales. Los mismos están conformados básicamente, por
atributos morfológicos de los artefactos pasivos o inferiores que imponen restric-
ciones al número de operarios posibles por sesión (sensu Babot 2004) (Tabla 2). La
molienda grupal no ha sido registrada en la actualidad, pero los valores de tales
atributos pueden ser estimados para estos casos a partir de observaciones de situa-
ciones arqueológicas.
Por un lado, hay características que se refieren a un mismo artefacto pasivo y su
mano compatible:

a- número de oquedades por artefacto, con apreciación del tamaño relativo de


las mismas dado por Volumen o área de la oquedad y Profundidad máxima
de oquedad y;

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| M ARÍA DEL PILAR BABOT |

Tabla 2. Referentes materiales de la práctica de molienda individual/familiar y grupal.


Práctica de molienda Práctica de molienda
individual/familiar Grupal
Atributos morfológicos referidos a un mismo artefacto pasivo y su mano compatible*
- Número de oquedades: dos o más de - Número de oquedades: una –artefactos
dimensiones similares –artefactos dobles simples–, o bien, dos o tres –artefactos
o múltiples–, dadas por Volumen o área dobles o triples– de dimensiones
de la oquedad y Profundidad máxima de marcadamente diferentes, dadas por
oquedad Volumen o área de la oquedad y
- Tamaño de la zona activa, dado por Profundidad máxima de oquedad
Largo de la cara, Ancho máximo de la cara - Tamaño de la zona activa, dado por
y Área de la cara: apto para albergar dos Largo de la cara, Ancho máximo de la
o más operadores cara y Área de la cara: suficiente para
- Número de superficies de ubicación de un único operador
las oquedades: una o más - Número de superficies de ubicación
- Elementos que sitúan al operador en de las oquedades: generalmente, una
relación con su artefacto o la oquedad en - Elementos que sitúan al operador en
uso, incluyendo Rastros de uso relación con su artefacto o la oquedad
macroscópicos en las caras activas, de tipo en uso, incluyendo Rastros de uso
Redondeo, alisado o pulido de superficies macroscópicos en las caras activas, de
y bordes; Pendiente de la cara activa en tipo Redondeo, alisado o pulido de
el sector en que se ubica el operador; superficies y bordes; Pendiente de la
Simetría de la sección de la oquedad: cara activa en el sector en que se ubica
presentan diferente dirección y sentido, el operador; Simetría de la sección de la
siendo mutuamente coherentes con la oquedad: generalmente, presentan en
ubicación de cada operador conjunto una misma dirección y sentido
- Profundidad máxima de oquedad en - Profundidad máxima de oquedad en
morteros: únicamente profunda, morteros: cualquiera.
compatible con manos de moler largas - Modo de acción: cualquier tipo de
- Modo de acción: únicamente, movimiento de presión y/o percusión.
movimiento de percusión
Características referidas a varios artefactos pasivos y sus manos compatibles en un mismo
ámbito**
-Número de artefactos asociados del mismo - Número de artefactos asociados del mismo
Grupo tipológico: uno Grupo tipológico: dos o más- Número de
- Número de artefactos asociados de artefactos asociados de diferentes Grupos
diferentes Grupos tipológicos: dos tipológicos: dos o más de cada grupo.

* Se aplican a la práctica grupal que requiere de la manufactura de dos o más oquedades sobre una
misma forma base o soporte, con excepción de Profundidad máxima de oquedad y Modo de
acción que se refieren a los casos en que se emplean dos o tres manos alternadamente en una
misma oquedad de mortero -únicamente en morteros con Disposición de la oquedad vertical
(sensu Babot 2004)-.
**
Se aplican a la práctica grupal que requiere de varios artefactos pasivos del mismo Grupo
tipológico empleados simultáneamente por sendos operadores.
Nota: En cursiva se destacan variables morfológicas tomadas de Babot (2004, Anexos).

276 |
| ORGANIZACIÓN SOCIAL DE LA PRÁCTICA DE MOLIENDA |

b- tamaño de la zona activa, en lo que corresponde a la cara del artefacto en la


que se encuentra la oquedad, dado por Largo de la cara, Ancho máximo de la
cara y Área de la cara. De ellos depende la posibilidad de alojar una o más
personas. Lo señalado en a), tiene en cuenta situaciones en las que un mismo
operador emplea dos o más oquedades de dimensiones marcadamente
diferentes, con distintos fines y/o para procesar diferentes cantidades de
producto –se dan algunos ejemplos en Carrizo (1945) y Nardi y Chertudi
(1969, 1970).

Lo marcado en b) se encuentra estrechamente vinculado con otros atributos:

c- el Número de superficies de ubicación de las oquedades, es decir, el “(…)


número de superficies paralelas o subparalelas diferentes en las que se ubican
las oquedades presentes con una misma disposición en los artefactos pasivos,
las cuales serían potencialmente utilizables al mismo tiempo” (Babot 2004,
Anexos: 29) y;
d- una serie de elementos que permiten situar al operador en relación con su
artefacto e indican la forma del movimiento, los cuales van a tender a adoptar
una misma dirección y sentido en presencia de un mismo usuario. Estos
elementos son: rastros de uso macroscópicos en la o las caras activas, de tipo
redondeo, alisado o pulido de superficies y bordes, generado por el
roce del operador contra el artefacto; Pendiente de la cara activa en
el sector en que se ubica el operador, la cual debe dirigirse hacia la
oquedad en la que se está trabajando y Simetría de la sección de la
oquedad, que adopta el valor “asimétrica”, con la curvatura de menor
pendiente en el extremo del operador. El mapeo en planta de las
oquedades y el análisis conjunto de los elementos mencionados
precedentemente, permiten postular grupos de aquellas que podrían
encontrarse asociadas espacialmente y ser manipuladas por el mismo
operador, así como estimar el número máximo de usuarios simultáneos
y su distribución en relación con ellas (Figura 5).

Dos variables más pueden ser descriptas para señalar los casos de trabajo alter-
nado de dos o tres operadores con sendas manos de moler en un mismo mortero y
en una misma sesión de molienda, tales como los registrados, por ejemplo, en el
Valle de San Javier en Córdoba y entre los Chané del Río Itiyuro, en Salta (Nardi y
Chertudi 1969, 1970). Todas las observaciones corresponden al mismo tipo de
mortero de madera en el cual la disposición de la oquedad –”(…) la orientación de
la oquedad con relación al eje mayor o principal del objeto (…)” (sensu Babot 2004,
Anexos: 34)– es vertical. Esto es, que “(…) la mayor profundidad de la oquedad se
encuentra en una dirección paralela a la del eje mayor” (Babot 2004), lo cual permite
el trabajo alternado con una mano larga. En los mismos, el número de oquedades
presentes no funciona de manera aislada como indicador de molienda individual/
grupal.

| 277
| M ARÍA DEL PILAR BABOT |

Figura 5. Representación esquemática de un mortero compuesto acondicionado para la


molienda grupal en el que se observan oquedades de dimensiones marcadamente dife-
rentes. Referencias: op: ubicación del operador; el punteado simboliza el redondeo,
alisado y pulido de superficies y bordes; el rayado simboliza la sección de la oquedad,
con apreciación de su asimetría; con una flecha se simboliza la pendiente de la cara.

Dos atributos morfológicos más permiten considerar el número posible de


operadores en relación con estos casos excepcionales:

e- profundidad máxima de oquedad –ya mencionada con anteriori-


dad–, la cual debe ser considerable para morteros que requieren de
una mano larga y;
f- Modo de acción –”(…) los movimientos mediante los cuales se
lleva a cabo una función primaria dada, para obtener el efecto bus-
cado, ya sea éste triturar, moler, etc.” (Babot 2004, Anexo: 55)–, ya
que se restringe únicamente al Movimiento de percusión.

Por otro lado, se tienen situaciones en las que la molienda grupal ocurre con
varios operadores trabajando con sus respectivos artefactos pasivos y manos com-
patibles dentro de un mismo ámbito. Tales casos pueden evaluarse mediante:

g- el número de artefactos pasivos asociados del mismo grupo tipológico y;


h- el número de artefactos pasivos asociados de diferentes grupos tipológicos.

Lo primero, se refiere a que, generalmente, cada grupo familiar posee un arte-


facto pasivo de cada clase en uso –molinos y morteros–; lo segundo, parte del
supuesto de que, con elevada probabilidad, la presencia de dos instrumentos inferio-
res de diferente grupo tipológico en un mismo espacio va a indicar dos etapas distin-
tas y sucesivas o dos modalidades del proceso de molienda, efectuadas por el mis-
mo operador.

278 |
| ORGANIZACIÓN SOCIAL DE LA PRÁCTICA DE MOLIENDA |

Tabla 3. Referentes materiales de pertenencia o acceso al instrumental de molienda.


Acceso restringido o pertenencia Acceso libre opertenencia grupal
individual/familiar del instrumental del instrumental
de molienda de molienda*
Situación espacial o emplazamiento de los artefactos pasivos o inferiores

En lugares de circulación restringida con En lugares de circulación libre con presencia


presencia de un único artefacto pasivo de uno** o más de un juego de cada Grupo
de cada Grupo tipológico –morteros y tipológico –morteros y molinos–:-espacio
molinos–: interno de recintos semi-cerrados de uso
compartido, tales como patios centrales-
-espacio interno de recintos cerrados o espacios intermedios de acceso no restringido,
semi-cerrados asignables a una unidad tales como patios no circunscriptos, bordes
familiar de lugares de circulación o de espacios
-espacios intermedios, tales como patios productivos –corrales y campos de cultivo–.-
asociados a una única vivienda y accesos espacios abiertos adyacentes a grupos de
a recintos cerrados, con o sin delimitación viviendas.
espacial.

Modalidad de guardado o almacenamiento de los artefactos activos o superiores


En lugares de circulación restringida: En lugares de circulación libre:

-huecos en cara interna de muros de -ámbitos de guardado, posiblemente,


recintos cerrados o semi-cerrados junto a otros enseres, en sectores
-ámbitos de guardado, posiblemente, perimetrales de áreas de actividad
junto a otros enseres, en estructuras de -sobre, dentro o a un lado de la oquedad
almacenamiento o en sectores del artefacto pasivo complementario en
perimetrales de áreas de actividad áreas de actividad.
-sobre, dentro o a un lado de la oquedad
del artefacto pasivo complementario en
áreas de actividad.
*
Únicamente, en sitios con más de una unidad doméstica de ocupación simultánea. En estos casos, los
aspectos mencionados no constituyen indicadores necesarios de libre acceso al instrumental.
**
Puede tratarse de un mismo artefacto pasivo con indicadores de molienda grupal.

Por último, el número posible de operadores simultáneos puede estar condicio-


nado e indicado en ciertos casos, por las dimensiones del sitio de emplazamiento, si
se trata de ámbitos reparados de preparación de alimentos o áreas de actividades
múltiples con espacios muy restringidos.
Lo señalado precedentemente se aplica a la manipulación individual o grupal del
instrumental de molienda. No contempla la colaboración de dos o más individuos
con diferentes roles, en donde uno de ellos acciona la mano de moler y el otro se
ocupa de colocar la materia prima dentro de la oquedad y de recolectar el producto
molido que se sale de la misma durante la molienda, tal como ocurre con el desgra-

| 279
| M ARÍA DEL PILAR BABOT |

nado y trituración del maíz, por ejemplo.


En el Tabla 3 se resumen los que podrían considerarse como referentes materiales
de acceso o pertenencia del instrumental de molienda. La situación espacial o emplaza-
miento de los artefactos pasivos y las modalidades de guardado o almacenamiento de
los artefactos activos, ambos en lugares de circulación restringida, señalan un acceso
también restringido o una pertenencia individual/familiar de los artefactos.
Por su parte, el acceso grupal o irrestricto puede ser planteado como una posi-
bilidad, aunque no necesaria, cuando el instrumental se sitúa en lugares de circulación
libre, únicamente en sitios con más de una unidad doméstica de ocupación simultá-
nea. Esta modalidad es más difícil de establecer, dado que, aún cuando el instrumen-
tal se encuentra expuesto a la vista de cualquier habitante del lugar, puede ocurrir un
acceso restringido y la responsabilidad individual/familiar en el cuidado y manteni-
miento de cada juego de artefactos del mismo grupo tipológico en un conjunto.

Aspectos de la Organización de la Molienda en Casos de Estudio


Arqueológicos

En este acápite se discuten las tendencias que marcan los indicadores materiales
presentes en diferentes sitios arqueológicos de Puna, Prepuna y el Área Valliserrana,
acerca de la organización del trabajo en torno a la molienda. Dado que el registro de
artefactos de molienda disponibles como residuos de facto en las zonas de estudio es
acotado, se trata de un enfoque preliminar sobre cómo se manifiesta este aspecto en
casos puntuales que se han analizado, lo que sería preciso evaluar, más adelante, en
una muestra mayor de sitios.
A diferencia de lo que ocurre en la actualidad en las situaciones expuestas prece-
dentemente, los casos arqueológicos de molienda en ámbitos domésticos que toma-
mos aquí, parecen indicar diversas instancias. Por un lado, se tiene una práctica indivi-
dual, desarrollada con molinos de mano y caracterizada por las restricciones a la
presencia de más de un operador, impuestas por la ocurrencia de una sola oquedad,
el tamaño acotado de la zona activa y el modo de acción de esta clase de instrumen-
tal, por movimiento de presión deslizante o con desplazamiento alternativo rectilí-
neo (sensu Babot 2004). La misma se sitúa en el ámbito reparado de pequeños lugares
de actividades múltiples en los que destaca la preparación de alimentos y que presen-
tan un único artefacto pasivo de cada grupo tipológico.
Este es el caso de la Estructura 5 en el sitio La Mesada (Valle de El Bolsón) –
1520±90 años A.P (Korstanje 2005)–, un recinto cerrado de tipo doméstico, en
donde se ha registrado un único molino de mano (42.LM) en posición de uso, en un
área perimetral (Figura 6, a y b). Allí, el acceso o pertenencia del instrumental por
parte del grupo familiar está marcado por la situación espacial, tanto del artefacto
pasivo como de dos manos compatibles –una mano de molino (28.LM) y un arte-
facto compuesto por mano de molino y mano de mortero (34.LM)– que integraban
un conjunto dispuesto contra el muro interno; todos conformando residuos de facto.
Entre estas últimas, la superficie activa correspondiente a mano de mortero es com-

280 |
| ORGANIZACIÓN SOCIAL DE LA PRÁCTICA DE MOLIENDA |

patible con tres oquedades de mortero situadas en un bloque fijo en un espacio


abierto, por fuera del conjunto doméstico de La Mesada (Babot 1999a; Korstanje
2005; Würschmidt y Korstanje 1998-99).

Figura 6. Ejemplos actuales de situación espacial del instrumental de molienda en con-


textos arqueológicos del Noroeste argentino. a) y b) Molino en recinto cerrado con
elementos materiales vinculados a preparación de alimentos; sitio La Mesada (Valle de
El Bolsón) -b) tomado de Babot y Hocsman (2000)-; c) y d) mortero múltiple y manos in
situ en espacio abierto en zona adyacente a recintos domésticos; sitio Punta de la Peña
9.II (ANS) -d) cortesía de C. Aschero-; e) mortero múltiple y mano in situ entre recintos
domésticos; El Sembrado (ANS); f) mortero múltiple entre recintos doméstico-produc-
tivos; Punta de la Peña 9.III (ANS); g) mortero doble en espacio abierto situado en
acceso a base residencial en alero; Punta de la Peña 4 (ANS).

| 281
| M ARÍA DEL PILAR BABOT |

Una situación similar podría corresponder a una estructura en el sitio El Rincón


2 (Tafí del Valle) –1700±40 AP – 1440±40 años AP (Cuenya y García Azcárate
2004; García Azcárate 1999) – que conforma un recinto doméstico cerrado de for-
ma circular, con un acceso restringido, se halla en torno a un espacio abierto central
e integra un conjunto mayor de viviendas. El caso de El Rincón 1, de características
similares al anterior, constituye un ejemplo en el que la presencia de más de un arte-
facto pasivo del mismo grupo tipológico –aquí, dos fragmentos de molino de mano
(56.RN1 y s/n.RN1)– no puede ser atribuida a la presencia de dos operadores si-
multáneos. En cambio, correspondería al reciclaje en piedras de muro de piezas
inutilizadas por fracturas, que habrían pasado a formar parte del registro de planta
por medio de derrumbes parciales de las paredes.
La molienda individual está representada, también, en un molino de mano fijo
(96.EAEB) registrado entre estructuras productivas y domésticas del sitio El Alto El
Bolsón (en el valle homónimo).
Por otro lado, se tienen casos claros de molienda grupal con molinos y manos
de molino. Esto está ejemplificado por el registro del recinto 47 de Loma Alta
(Falda Occidental del Aconquija) –con fechados de 1600±120 AP, 1560±130 AP,
1450±120 años AP para los niveles de procedencia del instrumental (Scattolin 1990,
2001)–. R47 es un espacio de tipo “patio” al que se adosan viviendas, integrando un
núcleo residencial comunitario. En el lugar, varios equipos de molienda de tipo molino
y mano de molino se hallaron en asociación en su posición de uso indicando la
posible presencia de sendos operadores simultáneos dentro de un espacio compar-
tido. Aunque los mismos no fueron registrados en lugares de guardado especiales,
sino a la vista de los miembros de las diferentes unidades domésticas adosadas al
patio, cada grupo familiar podría haber tenido acceso y responsabilidad sobre su
propio equipo de molienda. Asociaciones de varios artefactos de diferentes grupos
tipológicos –molinos, morteros y manos– dentro de un mismo recinto son mencio-
nados también, por ejemplo, por Tarragó et al. (1998-99) para momentos tardíos de
la ocupación prehispánica del Noroeste Argentino, en el sitio 14 de Rincón Chico
(Valle de Yocavil, Catamarca), siendo interpretados asimismo, como indicativos de
una organización grupal de la tarea.
En un número importante de los casos arqueológicos analizados, la molienda
doméstica en morteros implica una concepción diferente, en tanto le corresponden
múltiples oquedades sobre una misma forma base o soporte. Ésta se sitúa en lugares
abiertos que ocupan el espacio entre recintos domésticos (El Sembrado, en ANS) y/
o productivos (Punta de la Peña 9.III, en ANS; El Alto El Bolsón), o bien, a mayor
o menor distancia, sobre sus márgenes o accesos (Punta de la Peña 9.II, Punta de la
Peña 4, Punta de la Peña 4-pie de talud y El Sembrado-alero, en ANS; La Mesada)
(Figura 6). Tales espacios no se hallan particularmente delimitados por construccio-
nes o señalizaciones especiales que sugieran un acceso restringido para las diferentes
unidades familiares que podrían haber habitado simultáneamente esos sitios y/o si-
tios contiguos. En una primera aproximación, lo mencionado podría indicar una

282 |
| ORGANIZACIÓN SOCIAL DE LA PRÁCTICA DE MOLIENDA |

organización grupal de la tarea y un acceso libre al instrumental, respectivamente.


Sin embargo, no basta con un conteo del número de oquedades para asignar un
carácter grupal a esta actividad. En cambio, el análisis conjunto de las variables
morfológicas enumeradas en la Tabla 2, indica que no siempre está dada la posibili-
dad de la presencia de dos o más operadores trabajando simultáneamente en su
propio espacio dentro de un mismo soporte rocoso.
En algunos de los casos arqueológicos, esto parece indicar que, efectivamente,
dos o más oquedades pudieron ser empleadas al mismo tiempo por dos o más
operadores sin interferir o perturbar mutuamente sus tareas. En este cuadro se inser-
tarían El Sembrado (Figura 6, e) –dos o más operadores, dependiendo del bloque–
, un caso en El Alto El Bolsón -311.EAEB, dos operadores y dos oquedades– y
Punta de la Peña 4 –1/2.PP4, dos operadores y dos oquedades– (Figura 6, g).
En otros casos, el análisis sugiere como más probable que dos, tres o, excepcio-
nalmente, cuatro oquedades muy próximas y/o de dimensiones marcadamente di-
ferentes, fueron usadas con diferentes propósitos por parte de un mismo operador.
Ejemplos de esto podrían estar dados por los registros de El Sembrado-alero –dos
oquedades–, Punta de La Peña 4-pie de talud –1/2.PP4–pt; dos oquedades– (Figura
4, g y h) y Punta de la Peña 9.III –13/15.PP9III, tres oquedades; 17/20.PP9III,
cuatro oquedades– (Figura 6, f). Un único operador habría intervenido también en
sectores restantes de El Alto El Bolsón –307.EAEB, 309.EAEB, 310.EAEB y
313.EAEB– y Punta de la Peña 9.III –21.PP9.III– en dónde los morteros fijos pre-
sentan una sola oquedad cada uno.
Por último, se tienen situaciones combinadas, en las que pudieron intervenir
simultáneamente dos o más operadores sobre una o más oquedades cada uno. A
esto último correspondería un caso de El Alto El Bolsón –308.EAEB; dos opera-
dores y tres oquedades–, La Mesada –39/41.LM, dos operadores y tres oqueda-
des–, sectores de El Sembrado y Punta de la Peña 9.II –5, 7, 8, 10, 11, 12, 14.PP9II,
hasta cinco operadores probables y siete oquedades– (Figura 6, c y d).
Es significativa la elección de los soportes rocosos para la manufactura de los
morteros, ya que apunta a que se priorizó la selección de superficies amplias, capaces
de alojar a más de un ejecutante, inclusive, por sobre la calidad o rendimiento de la
roca durante la molienda –su comportamiento ante la percusión y la presión– (Babot
2004). Esto último ocurre en Antofagasta de La Sierra, en donde se empleó
sistemáticamente una ignimbrita friable.
Cueva de Los Corrales 1 (Tafí del Valle) de ocupación probablemente tardía,
para el uso del instrumental de molienda (Babot 2004; Caria et al. 1999; Oliszewski
2006), se presenta como un caso particular. Aquí la multiplicidad de oquedades ma-
nufacturadas sobre el mismo soporte no estaría implicando una simultaneidad o
sincronicidad de su uso, sino más bien manufactura y empleo sucesivo de una oque-
dad tras otra. Se sabe que los residuos de los productos procesados –mezclas
pigmentarias diluidas– corresponden a diferentes episodios que impidieron cual-
quier reutilización posterior de cada oquedad, sin mediar una nueva manufactura

| 283
| M ARÍA DEL PILAR BABOT |

(Babot y Apella 2005).


Todos los casos mencionados precedentemente corresponden a contextos
agropastoriles o grupos posteriores de los que se cuenta con una documentación
exhaustiva en el Noroeste Argentino, así como un número mayor de piedras de
moler recuperadas como residuos de facto. Los registros más tempranos de instru-
mental de molienda de los que disponemos en nuestra área de estudio, proceden de
reparos rocosos que han sido excavados sólo parcialmente en Antofagasta de La
Sierra: Quebrada Seca 1, Quebrada Seca 3, Cueva Salamanca 1, Peñas Chicas 1.1,
Peñas Chicas 1.3-sector A y Punta de la Peña 4. Por lo dicho, se desconoce el número
total de artefactos de molienda contenidos en sus diferentes ocupaciones. Sin embar-
go, es notable que, hasta el momento, en todos los casos, éstos se restringen a un
artefacto o dos de diferente grupo tipológico, y de dimensiones reducidas, por ocu-
pación, marcando una organización individual de la práctica. Lo mencionado es
coincidente con lo que se ha postulado como una tarea desarrollada aún a pequeña
escala entre grupos de cazadores–recolectores y en transición hacia la producción
(Babot 2006).
Por su parte, la grupalidad de la práctica de molienda que se ha documentado
en momentos posteriores, a la cual se ha aludido a través de casos analizados, pudo
tener diferentes implicancias dentro de las comunidades prehispánicas. Sin duda, los
espacios, tiempos y actividades compartidas debieron reforzar los vínculos
interpersonales. Asimismo, este tipo de organización pudo constituirse en una res-
puesta apropiada para una ardua labor, fundamentalmente, en los casos en que los
productos de molienda representaran recursos básicos de uso recurrente (Adams
1996) y, además, una alternativa apropiada para responder satisfactoriamente, tanto
a la molienda –con un perfil más importante ahora–, así como a otras actividades
cotidianas. En el caso de la molienda individual con molinos desarrollada
contemporáneamente, lo último habría sido concretado a partir de la elección de un
conjunto de atributos en el instrumental que potencian su eficiencia (Babot 2004).
Las situaciones que sugieren una molienda por grupos plantean, además, inquie-
tudes sobre la pertenencia del instrumental. Al respecto, es posible que aún en estas
instancias, no existiera un acceso irrestricto o la propiedad indistinta y compartida de
cada oquedad en un mortero múltiple, de cada equipo de molienda en recintos de
uso extra-familiar como el de Loma Alta, o aún, de cada mano dejada en posición
de uso y a la vista de todos, por ejemplo, en El Sembrado y Punta de la Peña 9.II,
sino más bien un régimen familiar en la responsabilidad por el equipamiento –manu-
factura, mantenimiento y cuidado–, aún a expensas de la ausencia de delimitación
espacial de los lugares de molienda, en ciertos casos. En este sentido señala la relación
necesaria que vincula a los atributos de una oquedad con el artefacto activo que le
corresponde –su mano compatible–, y a éste con las manos de su operador. Este
ordenamiento familiar está sugerido, asimismo, por la presencia de diferentes grupos
de oquedades de mortero distribuidas entre unidades doméstico-productivas en dis-
tintos sectores de El Alto El Bolsón y El Sembrado.

284 |
| ORGANIZACIÓN SOCIAL DE LA PRÁCTICA DE MOLIENDA |

Tampoco es posible sostener que la simultaneidad del trabajo implicara necesa-


riamente la socialización de los productos resultantes de cada sesión de molienda. Es
posible pensar en la convivencia de situaciones en las que éstos se redistribuyeran o se
destinaran a un uso compartido, con otras en que fueran empleados para el abasteci-
miento de cada unidad doméstica –esto último, sobre todo en los casos en que las
moliendas en morteros y molinos constituyen procesamientos consecutivos y/o com-
plementarios–.
De la misma manera que en los casos actuales, algunos contextos arqueológicos
analizados muestran que los artefactos de molienda fueron apreciados por quienes
los emplearon. Éstos se encuentran mantenidos en una medida importante mediante
repicado de las zonas activas y el empleo de técnicas de administración del desgaste
(sensu Adams 1996), aún en situaciones de abundancia de materias primas aptas o de
rupturas parciales de los artefactos (Babot 2004, 2006). Adicionalmente, se almace-
naron cuidadosamente entre usos sucesivos, esto es, se “guardaron” en espacios
específicos. Esto está representado en las manos de moler de la Estructura 5 de La
Mesada, mencionado anteriormente, y en oquedades de mortero manufacturadas en
un bloque fijo que se hallaron tapadas con pequeñas rocas en el sitio Punta de la Peña
4-pie de talud (Figura 4, g y h). Aunque no corresponde a un caso de molienda de
alimentos, es interesante señalar, además, el tapado de una oquedad de mortero con
un molino volcado en Cueva de Los Corrales, que marca una doble intención de
protección de ambos instrumentos (Figura 4, e y f).

Conclusiones

En este trabajo se ha a abordado la organización del trabajo en torno a la mo-


lienda en casos actuales del Noroeste Argentino, situados en el Valle de El Bolsón y
Antofagasta de la Sierra. Dicha información se ha empleado en la postulación de
implicancias arqueológicas sobre dos aspectos sociales de la práctica: la pertenencia o
acceso al instrumental de molienda y la naturaleza individual o grupal de la organiza-
ción para la molienda. Se han presentado referentes materiales para los mismos, los
cuales han sido evaluados de manera preliminar en diferentes casos arqueológicos de
Puna, Prepuna y el Área Valliserrana que contienen evidencias de molienda doméstica
dadas por el registro de artefactos de moler como residuos de facto. De este modo, se
han establecido las que se considerarían diferentes modalidades de organización de
la molienda vinculada con la preparación cotidiana de alimentos en las que intervie-
nen molinos de mano y morteros. Las mismas incluyen instancias individuales/fami-
liares y grupales. Asimismo, se han discutido ejemplos de lo que constituirían situa-
ciones de acceso al instrumental de tipo restringido y no restringido.

Agradecimientos. A quienes fueron compañeros y maestros en el campo, Doñas Dalmacia Ferrilli


de Salgado, Lorenza de Llampa, Isabel Llampa de Chaile, Simona Llampa y Camila Llampa de
Villacorta, Don Leocadio Llampa, Silvestre Villacorta, Vicente Morales, Ramón y Carlos Salgado.

| 285
| M ARÍA DEL PILAR BABOT |

Los conjuntos artefactuales que se analizan en esta investigación fueron gentilmente cedidos
para su estudio por M.A. Korstanje, M.C. Scattolin, J. García Azcárate, C.A. Aschero, E. Pintar
y S. Hocsman. Ellos me facilitaron información edita e inédita para contextualizar las observa-
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Notas
1. La etnografía ha aportado variantes en lo que refiere a la organización para la molienda y la
pertenencia de los artefactos. Adams (1999) efectúa una revisión de la evidencia disponible
entre grupos indígenas norteamericanos Pueblo y de otras filiaciones, en dónde menciona
diferentes situaciones de las que las mujeres son siempre protagonistas: a) la colaboración de
dos individuos en la preparación de alimentos, con uno de ellos moliendo y el otro desem-
peñando otras tareas; b) varios individuos preparando alimentos juntos y tomando turnos
para moler con el mismo instrumental; c) grupos de dos o tres individuos moliendo de
manera grupal dentro de una misma habitación y haciendo uso de su equipamiento personal
emplazado de manera permanente. Para los Pueblo etnográficos, Schlanger (1991) establece
una tendencia hacia la organización al nivel de la unidad doméstica para la adquisición de
materias primas empleadas en la manufactura de artefactos de molienda. Peterson (1968)
documenta variaciones en los tipos de acceso al instrumental de molienda en función de la

| 289
| M ARÍA DEL PILAR BABOT |

duración de la ocupación de los asentamientos aborígenes australianos. Por un lado, la


pertenencia personal del equipo de molienda por parte de cada esposa dentro de una unidad
doméstica, en los campamentos de ocupación prolongada; por otro lado, el acceso compar-
tido por las mujeres de diferentes unidades domésticas al instrumental disponible en campa-
mentos de ocupación transitoria.
2. Otras investigaciones también han dado cuenta desde la etnografía del papel de las mujeres en
la manipulación –e incluso producción– del instrumental vinculado con la preparación de
alimentos, incluyendo las piedras de moler, dentro y fuera del ámbito andino (por ejemplo,
Hastorf 1992; Haaland 1995; Hodge 1907 en Rydén 1936; Nardi y Chertudi 1969, 1970).
3. La situación espacial de los artefactos de molienda dentro o en las cercanías de los recintos de
cocina también ha sido documentada por Nardi y Chertudi (1969, 1970) como una característica
en la provincia de San Juan.

290 |
| ESTILOS COMO RECURSOS EN EL NOROESTE ARGENTINO |

ESTILOS COMO RECURSOS EN EL NOROESTE ARGENTINO

María Cristina Scattolin∗

Que algunas regiones del Noroeste Argentino hayan sido dotadas con un estilo
de cultura material –equiparado ipso facto con una cultura– sigue imponiendo panta-
llas o filtros a la investigación ulterior, y tiñe en particular la investigación sobre el
consumo de estilos en el pasado. Durante los siglos XIX y XX las culturas y estilos
cerámicos se constituyeron en la materialización indiscutible de identidades de la
historia cultural prehispánica y adquirieron una realidad autónoma de la indagación
arqueológica a partir la divulgación escolar y de la pedagogía museográfica. Casi
simultáneamente, también desde la arqueología se objetaba la existencia de un nexo
necesario y unívoco entre una cultura arqueológica y un grupo étnico.
En el siglo pasado fueron creadas las culturas arqueológicas llamadas “Candela-
ria”, “Ciénaga”, “Tafí”, “San Francisco”, “Aguada”, “Saujil”, “Alamito”, etc., las cua-
les –tomadas como equivalentes de poblaciones prehispánicas– llenaron de conteni-
do viviente el pasado indígena del primer milenio d.C., principalmente sobre la base
de sus estilos alfareros y patrones de asentamiento. Pero la región de mi estudio, el
Valle de Santa María o Yocavil (Figura 1), carece de clasificaciones cerámicas especí-
ficas para los conjuntos alfareros correspondientes a la época “presantamariana”, no
hay allí una historia cultural bien establecida y no se distinguió ninguna cultura local o
estilo propio para el primer milenio d.C. No obstante, no se libró de preconceptos.
De hecho, la imagen que se tiene de sus estilos cerámicos durante el período Forma-
tivo1 se ha moldeado sobre lo que se conocía de otros lugares.
Al carecer de tipologías propias, los nombres de tipos más usados en las clasifi-
caciones de materiales cerámicos “presantamarianos” se tomaron preferentemente
de la zona de Hualfín y Alamito, inmediatamente adyacente hacia el sur. Así por
ejemplo, los fragmentos de alfarería gris incisa con diseños de tramado zonal fueron
catalogados como Ciénaga, según “los tipos de cerámica que fueron descriptos para
el valle de Hualfín por González” (Cigliano 1960: 118). Los fragmentos policromos
de buena factura sobre pasta color ante y dibujos en negro y rojo podían suponerse
de estilo Aguada, definido más al sur, “...aunque en general, no se presenta lo sufi-
cientemente clara como para poder hablar de un desarrollo local de una facie de La


Museo Etnográfico. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.

| 291
| M ARÍA CRISTINA SCATTOLIN |

Aguada” (Cigliano 1960: 123). Sólo ocasionalmente las cerámicas grises con decora-
ción ornitomorfa así como tiestos rojos y negros pulidos y grabados se adjudicaron
a “la cultura Candelaria” (Pelissero y Difrieri 1981: 61-67).

Figura 1. Ubicación de Morro de las Espinillas y otras localidades arqueológicas en el


Noroeste Argentino.

En cualquier caso, para la segunda parte del primer milenio d.C prevalece la idea
de que los valles del Noroeste Argentino fueron afectados por la expansión de un
estilo artístico singular, el estilo Aguada, el cual debió difundirse en múltiples direc-
ciones desde su foco en Catamarca, a la manera de un horizonte (González 1998).
La calidad técnica de su cerámica así como su saliente iconografía –comparable con
motivos de Tiwanaku, su contemporáneo e inductor de influencias– consagró a este
estilo como uno de los identificadores cronológico-culturales ineludibles del noroes-
te argentino: la “cultura Aguada”, un pueblo muy desarrollado, abarcado por el
“Período Medio”, con una lengua propia, cercana al “protokakan”, “lengua de la

292 |
| ESTILOS COMO RECURSOS EN EL NOROESTE ARGENTINO |

cultura (o culturas) madre que dio origen a las principales culturas del Noroeste
Argentino” (González 1998: 163-166). La publicación de obras de síntesis cultural y
la divulgación museográfica han colaborado a difundir esa idea. Al respecto se ha
dicho:

“En primer lugar Aguada es una cultura de origen andino.


La más andina de las culturas del N.O.” (González 1964: 238).

“Precisamente en el N.O. argentino se desarrolló una for-


mación regional que parece haber recibido importantes influen-
cias tiwanakenses; se conoce con el nombre de Aguada. Rex
González (1965) dice de ella que es ‘la cultura de aspecto más
andino del noroeste argentino’, sin embargo, es al mismo tiempo
el desarrollo más característico de la región” (Lumbreras 1981:
244).
“San Pedro de Atacama, [fue el] nodo del que partieron las
influencias principales que culminaron con la formación de Agua-
da” (González 1998: 269).

En el último decenio del siglo XX, nuevas investigaciones postularon un origen


autóctono de dicho desarrollo buscando contrarrestar el sesgo difusionista de ante-
riores interpretaciones (Pérez Gollán 1991; Tartusi y Núñez Regueiro 1993). Desde
un marco evolucionista cultural, ubicaron el foco pionero del proceso en el valle de
Ambato, designando un “Período de Integración Regional” que señalaba un mo-
mento de unificación social e ideológica, un “nuevo orden”, cuyos jalones tempora-
les están todavía en debate, podrían ser tanto de 600 a 1100 d.C. (Gordillo 2004;
Marconetto 2005) como de 300, 400 ó 500 a 900 d.C. (González 1998: 68; Gordillo
1999; Pérez Gollán 1998). Desde allí, cerámicas, narcóticos, objetos metálicos y otros
bienes habrían circulado en muchas direcciones. Esta vez se advirtieron vinculaciones
estilísticas con la llanura chaqueña vecina (Pérez Gollán 1991: 167). En esta
resignificación del concepto, los motivos iconográficos del personaje de los dos
cetros, el guerrero o sacrificador, los jaguares acollarados y rampantes, etc., no indi-
carían la influencia centrífuga de Tiwanaku sino una ideología y una religión compar-
tidas por toda la extensión desde el Titicaca a Catamarca. Tales representaciones
habrían afianzado una escalada autónoma de “complejización” social, tipificada como
señoríos o jefaturas, con dirigentes beneficiarios de “tributo en trabajo” o corvea
(Pérez Gollán 2000: 242-252). Para completar tal cuadro, el hallazgo de túmulos –
que el saber vulgarizado trató como “templos” y “pirámides”– y otras estructuras
especiales no domésticas a las que se asocia la cerámica de estilo Aguada, en sitios
definidos como “centros ceremoniales”, fue interpretado como indicador de que
allí habría ocurrido un proceso de “institucionalización de las desigualdades heredita-
rias” (González 1998; Núñez Regueiro y Tartusi 2002; Pérez Gollán 2000). Los arte-
factos cerámicos manufacturados en estilo Aguada-Ambato serían el resultado de

| 293
| M ARÍA CRISTINA SCATTOLIN |

un trabajo especializado reflejado en una mayor estandarización (Laguens y Juez


2001)2..

“Todo indica que este proceso [por el cual las desigualdades


sociales se volvieron hereditarias] ocurrió a comienzos de la Era
Cristiana, en un área geográfica que tiene por centro al hoy deno-
minado valle de Ambato... Poco tiempo después, otros señoríos
surgieron en diferentes valles y bolsones del Noroeste argentino
(Pérez Gollán 2000: 242-252).”

Tal imagen del pasado de un área afecta las investigaciones en las áreas vecinas,
y en particular los estudios de estilos cerámicos. Porque si los nombres de tipos
desarrollados para una región se importan a menudo a otra sin que se haya demos-
trado que sean aplicables, entonces las clasificaciones cerámicas pueden acarrear pro-
blemas. Tomar prestadas directamente las primeras tipologías elaboradas para Hualfín-
Alamito –sin previo análisis de su aplicabilidad– podría causar confusión cuando se
aplican más al norte, como en el Valle de Santa María o en el Valle Calchaquí. Este
empleo incontrolado de tipologías puede conducir a que se asuma que los habitantes
de Santa María o Calchaquí fueron influidos intensamente por grupos de más al sur,
quienes habrían suministrado la fuente principal de variación de las opciones estilísticas.
Sin embargo, “el origen del cambio cultural raramente se somete a comprobación y
la dirección putativa de la influencia cultural” en la historia prehispánica puede que-
dar (falsamente) “determinada por el lugar en que los nombres de tipos fueron
definidos por primera vez por los arqueólogos” (Chilton 1999: 45).
Por otra parte, los apartamientos de los patrones estilísticos corrientes con fre-
cuencia son tomados por desviaciones de ciertas normas convencionales, que se
consideran en un determinado momento la forma ortodoxa de hacer los objetos de
cultura material. Sin embargo, no se puede dar cuenta completa del uso de los estilos
si no se incluye en la explicación la misma “desviación” de un estilo definido en un
momento, aquellos “inclasificables” que desde cierta perspectiva podrían considerar-
se ejecuciones heterodoxas de los cánones estilísticos más típicos y frecuentes, de las
convenciones estilísticas que se consideran más distintivas. Esto queda revelado cada
vez que aparecen casos nuevos, especímenes novedosos desde el punto de vista de
lo que se conoce y de lo que ya se ha clasificado, que demuestran la existencia de una
variedad mayor de medios estilísticos, un “juego de herramientas” más completo
que pudo haber sido usado en distintas estrategias. De modo que los estudios de
estilos parecen destinados a abarcar el examen y clasificación objetiva –consciente a
la vez de que hubo un punto de vista de los mismos productores– y la revisión
constante de los esquemas clasificatorios de los propios investigadores, de una ma-
nera dual y conjunta.
Creo que los estilos –al no ser entidades– se pueden examinar como agregados
de recursos plásticos, iconográficos, formales y técnicos a los que se puede apelar
para conformar objetos de cultura material según las posiciones, habilidades, dispo-

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| ESTILOS COMO RECURSOS EN EL NOROESTE ARGENTINO |

siciones, hábitos, tradiciones y estrategias sociales particulares de los productores


involucrados durante el curso de una trayectoria temporal. El estilo, en este marco, se
entiende como un conjunto de hábitos, prácticas y capacidades encarnadas. La inten-
ción de descifrar la “caja negra” del estilo llenándola de contenido mediante nocio-
nes tales como “hábitos de diseño”, “gestos motores”, “maneras de hacer cosas”,
“habitus”, “modus operandi”, “savoir-faire”, “segunda naturaleza”, “maniera”, “disposi-
ciones (desigualmente distribuidas)”, “esquemas de percepción y acción (histórica-
mente constituidos)”, “saber práctico”, “pre-saber”, “saber encarnado”, “capacida-
des de trasfondo (background assumptions)”, “conjunto de disposiciones sensibles a la
estructura de reglas”, etc., se funda en la lectura de varios autores que me han ayuda-
do a encauzar las dificultades encontradas en la investigación. Y, puesto que son
divulgados, sólo los mencionaré para no recargar la bibliografía: M. Mauss, C. Levi-
Strauss, A. Leroi-Gourham, P. Bourdieu, E. Panovsky, E. H. Gombrich, M. Baxandall,
J. R. Searle, G. Lakoff.
Este enfoque se ha intentado aplicar al examen de la alfarería de la antigua aldea
de Morro de las Espinillas, ubicada en la localidad de Pajanguillo, al sur del Valle de
Santa María (Figura 2). El sitio fue excavado por primera vez por un equipo del
Instituto de Antropología de la Universidad del Litoral, encabezado por Eduardo
M. Cigliano (Cigliano et al. 1960). Su informe revelaba que ocurría una rara conjun-
ción de una arquitectura similar a la de los poblados conglomerados del período de
Desarrollos Regionales con una cerámica tipológicamente atribuible a lo que en ese
entonces se consideraba del período Medio o Temprano.
Retomando aquellos trabajos, se han efectuado otras excavaciones y se ha recu-
perado nueva información. A través del examen de los materiales cerámicos extraí-
dos y su comparación con otros ejemplos contemporáneos se buscó conocer la
variabilidad de recursos estilísticos presentes y así contribuir a esclarecer trayectorias
de cambio en la cerámica durante un lapso de dos siglos a fines del primer milenio
d.C. El ejemplo de Morro de las Espinillas, que no se presta fácilmente a
categorizaciones claras dentro de los esquemas corrientes y en principio podría pare-
cer renuente a un examen fructífero o a la inserción del caso en la actual ordenación
de la historia cultural, permite dar cuenta de la variedad de recursos estilísticos y
opciones de diseño disponibles en los valles del noroeste argentino durante un mo-
mento de la historia prehispánica.

Antecedentes y Materiales de la Investigación

Morro de las Espinillas (en adelante, Morro) comprende construcciones sobre


una terraza alargada, de unos 15 m de alto a la vera del Río Pajanguillo (Figura 2).
Ocupa 0,6 ha, aunque su actual extensión es menor a la original debido a
desmoronamientos en su borde oriental que han destruido parte del sitio. En esta
media hectárea remanente hay unas treinta estructuras de forma cuadrangular, agru-
padas de a varias, algunas intercomunicadas. El asentamiento se halla cercado por

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| M ARÍA CRISTINA SCATTOLIN |

una valla perimetral de piedra y se lo ha provisto de un acceso restringido. Hay un


único lugar por donde entrar al área habitacional que está rodeada por el muro. La
entrada se ubica en el sur a través de un trayecto sinuoso que sortea varios muros y el
acceso al área de mayor concentración de recintos se gana luego de traspasar dos
espacios abiertos. Los artefactos hallados, tanto en superficie como en capa, se com-
ponen de desechos domésticos. Se trata, de una aldea concentrada constituida por
unidades domésticas y otras estructuras, algunas de mayores dimensiones como es-
pacios abiertos, trayectos de circulación, etc., y cuyos sectores de producción agraria
podrían ser los canchones de cultivo y corrales que se encuentran unos cientos de
metros al este, en Pajanguillo Medio y Alto (Cigliano 1960).
Cigliano y colaboradoras excavaron dos grupos de viviendas (habitaciones 1-2
y 3-4) y concluyeron que

“En cuanto a la cerámica ... no concuerda con ninguno de


los tipos conocidos de alfarería Santamariana ni de otras culturas
posteriores a ésta, por lo que nos inclinamos a pensar que proba-
blemente se trate de una cerámica elaborada en épocas anterio-
res. Por otra parte, la pasta de la cerámica pintada y algunos tipos
de alfarería gris nos hacen suponer que se trate de elementos
contemporáneos y relacionados con las Culturas Ciénaga y Agua-
da (Cigliano et al. 1960: 51).”

La original combinación de estos tipos cerámicos “presantamarianos” en un


asentamiento conglomerado, señalaba a Morro, en principio, como un sitio prome-
tedor para entender la trayectoria entre el período Formativo y el período de Desa-
rrollos Regionales en el Valle de Santa María, pero más tarde condujo a examinar la
hipótesis de la existencia de trayectorias divergentes en la cultura material de esta
parte del área valliserrana, al contrario de lo que establecería un uso rígido y
unidireccional del modelo cronológico-cultural corriente en la provincia de Catamarca
(González 1977). Y que precisamente esto –dislocación de rasgos “típicos” de uno y
otro período (poblado conglomerado y cerámica “presantamariana”), mezcla de
estilos canónicos, algunos menos reconocidos y otros innominados– en vez de ser
un problema de adscripción a una u otra de las categorías temporo-espaciales co-
rrientes, constituye un indicador valioso para entender la multiplicidad de variantes
implicadas en las trayectorias de cambio de la cultura material (Miller 1985) de estas
sociedades prehispánicas, particularmente en cuanto al uso de estilos.
En 1998 se realizaron nuevas excavaciones que abarcaron cinco pozos de son-
deo y brindaron fragmentos cerámicos, líticos y óseos (Tabla 1). Las excavaciones
tenían como primera expectativa obtener datos de los componentes cerámicos ente-
rrados y, como segunda, conocer algunas circunstancias y características de la
depositación y, de ser posible, determinar la presencia de posibles locus de actividad
con gran integridad del registro (residuo primario, señales de áreas de actividad res-
tringidas, probables pisos) para su posterior excavación en área. Así las técnicas de

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| ESTILOS COMO RECURSOS EN EL NOROESTE ARGENTINO |

excavación se orientaron, en esta instancia, a obtener evidencias de índole cronológico-


cultural y de variabilidad de estructuras, tratando de restringir al menor grado posi-
ble la exploración en extensión, de manera que en corto tiempo y con limitada per-
turbación se alcanzaran con alto rendimiento las expectativas planteadas como obje-
tivos de una etapa inicial de estudio. Los sondeos, ubicados a lo largo del sitio, se
hicieron por tanto en áreas limitadas pero que pudieran revelar unidades de ocupa-
ción discretas (pisos) o distintas variantes de recintos. Además se realizó una recolec-
ción discriminada de tiestos cerámicos en toda la superficie del sitio.

Figura 2. Localidad de Pajanguillo en el sur del Valle de Santa María y sitio Morro de las
Espinillas. Habitaciones 1, 2, 3 y 4 excavadas por Cigliano et al. 1960 y sondeos recientes.

El Sondeo 1 se realizó en el centro de una habitación. Los Sondeos 3 y 5 se


ubicaron contra muros de recintos que poseían uno de sus lados abiertos. El Sondeo
4 se emplazó al lado de uno de los pares de habitaciones trabajadas por Cigliano et
al. por fuera del área amurallada, en una cota más baja que el resto del sitio. Por su
parte, el Sondeo 2 está ubicado algo alejado, en la zona intermedia entre Morro y
Pajanguillo Medio. Las dimensiones de los sondeos fueron variables: 1 x 1 m en los
casos de Sondeos 1 y 2. El Sondeo 3 fue de 0,80 x 1,60 m (1,28 m2); el Sondeo 4

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| M ARÍA CRISTINA SCATTOLIN |

midió 1,50 x 1,50 m (2,25 m2) y el Sondeo 5 ocupó la esquina de una estructura y
afectó una forma triangular con un área de 1 x 2,50 m (1,25 m2). Todos los pozos se
profundizaron excavando niveles artificiales de 10 cm de una manera controlada, es
decir, que pasaban a constituirse en niveles examinados en planta toda vez en que se
detectaran signos de una mayor integridad de los contextos, ya sea presencia de
rasgos discretos, probables pisos de ocupación, agrupaciones de restos, etc. En tal
caso se tomaron medidas tridimensionales y se mapearon los hallazgos en el croquis
de planta correspondiente.
En líneas generales se trata de un sedimento arenoso, de granulometría fina y
sumamente suelto. Los perfiles se sostuvieron con dificultad a raíz de su escasa soli-
dez. La columna estratigráfica se muestra muy homogénea y no se percibió la exis-
tencia de depósitos sedimentarios distintos, tan sólo hay una transición gradual míni-
ma en cuanto a textura, color y compactación del sedimento, siendo algo más firme
cuanto más profundo. En general, la roca de base –un depósito conglomerado–
aparece aproximadamente a los 60 cm de profundidad.
Como se observa en la Tabla 1, el comportamiento en términos de densidad y
distribución de los restos hallados en la matriz sedimentaria varía en los diferentes
pozos. El Sondeo 1 presenta relativamente alta densidad de hallazgos en el nivel
superior y muy baja en los subsiguientes.
Si bien se recuperaron fragmentos cerámicos, líticos, espículas de carbón y astillas
óseas, no se pudo distinguir un nivel de ocupación con alta integridad de registro. El
Sondeo 2 no produjo casi materiales, indicando el límite entre dos sitios relativamente
discretos (Morro y Pajanguillo Medio, fuera del plano del sitio). Los Sondeos 3 y 5
tienen una distribución de hallazgos inversa a la del Sondeo 1, es decir que sus niveles
superiores son los que contienen menor cantidad de restos, registrándose la máxima
potencia de hallazgos entre los 40 y 50 cm. También allí se dan los casos de mayor
integridad del registro. Se encontraron varios fragmentos cerámicos correspondientes
a la misma pieza, apoyados horizontalmente y asociados a restos de carbón. Además
en el Sondeo 3 aparecieron asociados una mano de moler, varios fragmentos cerámicos
de la misma pieza, y trozos de carbón. Ello sugiere que se está en presencia de residuos
en posición primaria y lleva a considerar la presunción de la existencia de un nivel de
ocupación en ambas unidades. El Sondeo 4, es el que proporcionó la mayor cantidad
de materiales y tiene una distribución de hallazgos diferente. Casi todos sus niveles
ofrecen una cantidad similar de restos. Es probable que el sondeo abarque una zona de
descarte secundario en el lado externo de la habitación. Los materiales hallados tanto
líticos como cerámicos no muestran diferencias significativas a través de los niveles ni
en relación con los encontrados en los otros sondeos.

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| ESTILOS COMO RECURSOS EN EL NOROESTE ARGENTINO |

Tabla 1. Cantidades de fragmentos cerámicos, líticos y óseos obtenidos de las excavaciones en


Morro de las Espinillas.

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| M ARÍA CRISTINA SCATTOLIN |

En ningún caso se hallaron fogones discretos. Las muestras para dataciones


provinieron de trozos y espículas de carbón vegetal halladas en la matriz sedimentaria.
Se obtuvieron tres fechados (Tabla 2). El más antiguo proviene de fuera del área
amurallada, en una probable área de descarte secundario. Es mil años más temprano
que los otros y puede no representar la ocupación clímax del sitio. En cambio, los
dos más modernos fueron obtenidos de dentro del área vallada en los niveles con
mayor integridad de registro –presumiblemente con residuos en posición primaria–
de los Sondeos 3 y 5, y son los que consideraremos en este trabajo, estimando que
representan con bastante probabilidad un lapso ubicado entre los años 780 y 980
d.C.
Tabla 2. Fechados radiocarbónicos de Morro de las Espinillas. Calibración OxCal v3.9.

Análisis y Clasificación Cerámica

El conjunto cerámico obtenido, un total de 380 tiestos de excavación (n=143) y


superficie (n=237), se caracteriza por la ausencia de material cerámico de estilo
santamariano y la presencia de una combinación de alfarerías grises pulidas, grises
incisas, ante pintadas en negro y rojo, y también en negro sobre rojizo, con diferentes
motivos geométricos dentro del conjunto fino o vajilla de servicio, y una cantidad
apreciable de cerámica ordinaria sin decoración, ya sea de cocción o almacenaje.
Del total de los fragmentos obtenidos en excavación, la mitad (n=72) corres-
ponde a tiestos de pasta ordinaria con adición de antiplástico de roca molida de
tamaño grueso a mediano y superficies alisadas, en casi su totalidad no presentan
decoración. La otra mitad (n=71) abarca los fragmentos de pasta fina sin adición de
antiplástico o con inclusiones de tamaño pequeño, tienen superficies pulidas o bien
alisadas y en gran parte presentan decoración incisa o pintada con diseños geométricos.
Los análisis de elementos traza de algunos fragmentos indicarían de manera prelimi-
nar el uso de materias primas de procedencia local (Speakman y Glascock 2005).
Sólo un porcentaje pequeño de los fragmentos pudo ser reconstruido de manera de
conocer las formas presentes (Fraga 1999). La reconstrucción se realizó sobre la
base de fragmentos de bordes obtenidos en excavación (n=25) y se adicionaron en
forma complementaria varios ejemplos de bordes obtenidos en recolección de su-
perficie. Las piezas cerradas que incluyen las clases de ollas y tinajas se presentan en un
MNV (número mínimo de vasijas) de 17 ejemplares, mientras que las piezas abiertas
que comprenden escudillas, cuencos y platos abarcan 21 ejemplares, sobre un MNV
total3 de 38 (Figura 3).

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| ESTILOS COMO RECURSOS EN EL NOROESTE ARGENTINO |

Figura 3. Cerámica de Morro de las Espinillas. Ollas y Tinajas. Cuencos y escudillas.

Ollas y Tinajas. La mayoría de formas cerradas corresponden a bordes de ollas y


tinajas que presentan cuello. Sus diámetros de boca oscilan entre los 10 y los 28 cm.
Se ha presentado una única pieza cerrada sin cuello en recolección de superficie
(Nº421/6), de espesor delgado (4 mm) con una boca (10 cm de diámetro) con
borde evertido.
Dentro de las vasijas con cuello hay dos variantes: a) ollas de perfil inflexionado
y con cuello inflexionado hiperboloide y b) tinajas de perfil complejo con punto
angular cuello-cuerpo y con cuello cilíndrico más o menos vertical.
Casi todas las ollas inflexionadas con cuello hiperboloide corresponden a cerá-
mica de factura ordinaria de superficies alisadas. Un solo fragmento procedente de
superficie lleva una decoración incisa poco conspicua. Presentan labios directos,
adelgazados o abultados. Algunas de las funciones que pudieron servir es la de coc-
ción ya que varios tiestos se presentan tiznados, o de almacenamiento ya sea de
líquidos o sólidos.
Las tinajas de perfil complejo, que tienen cuellos cilíndricos verticales, rectos o
apenas cóncavos o convexos unidos al cuerpo por un punto angular, muestran una
mayor variación. Se pueden presentar en pastas ordinarias con paredes espesas y
también en pastas finas y superficies bien tratadas que pueden llevar decoración
pintada, Pueden llevar bordes directos evertidos o verticales, con labios adelgazados,
redondeados o abultados, y hay una clase con cuellos verticales y bordes salientes
horizontales destacados.
Hay a) tinajas sin decoración de cuello cilíndrico, sea vertical o ligeramente con-
vexo, cuerpo voluminoso y bordes que pueden llevar labios redondeados o abulta-
dos (Nº443/2,3,4); también aparecieron b) tinajas con cuello cilíndrico vertical con
bordes evertidos directos y cuerpo globular. Entre ellos, un fragmento de cuello

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| M ARÍA CRISTINA SCATTOLIN |

(Nº448/18; de fuera del área vallada) de pasta fina y espesor delgado (4 mm) pre-
sentó una decoración de triángulos negros y bandas rojas sobre el fondo ante natural
de la pasta. Ejemplares completos de esta silueta se conocen para el mismo Valle de
Santa María en el estilo Guachipas policromo (Serrano 1966: 67 y Lámina XIV; ver
también formas similares en Boman 1927). La decoración pintada de triángulos en
el cuello se asemeja a la que exhiben piezas de estilo Aguada (Lafone Quevedo 1908:
Figura 39 y Planchas VIIb y VIII). Algunas vasijas del estilo Guachipas policromo
presentan pastas similares pero con decoración de triángulos de lados curvos, volutas
y punteados, normalmente en el cuerpo (Figura 4-u; y Serrano 1966: Lámina XIV).
El estilo San Rafael pintado del Valle Calchaquí parece tener varias características de
manufactura similares (Figura 4-p,s; Raffino et al. 1982: 14). Siluetas similares también
fueron usadas en el área de La Candelaria (Forma 48 de Heredia 1974: Figura 20), en
Santiago del Estero (Reichlen 1940: Figure 35 y Planche VI) y en Punta Colorada del
Valle de Abaucán (Sempé 1983: Figura 3.2).
Otra clase c) de tinajas presenta bordes salientes horizontales (de hasta 0,6 cm)
como una prolongación chata horizontal, casi en ángulo recto con el cuello. Se esti-
ma, sobre la base de un número limitado de fragmentos, que el cuerpo es esferoidal,
de considerable volumen (Nº448/15,16; de extramuros). Los ejemplares no llevan
decoración pero se presentan en pastas finas y homogéneas con un buen alisado
como terminación de superficie. Estos cuellos cilíndricos con bordes salientes son
morfológicamente similares a los que presentan algunas piezas completas de un tipo
conocido como “Aguada decadente” (Figura 4-r,t). Según González dichas piezas
“representan otro tipo [dentro del estilo Aguada], que a juzgar por los motivos que
ostentan, son francamente decadentes y constituyen un tipo independiente” (González
1964: 212; Figura 10b y 37-1, 3, 4). El borde saliente es un atributo presente en otras
formas de vasijas atribuibles a estilos considerados de la transición al período de
Desarrollos Regionales: los tipos Hualfín del valle de Hualfín, Shiquimil y San José
del Valle de Santa María, Peñas Azules del Valle del Cajón, y Molinos del Valle Calchaquí
(Arena 1975; Baldini 1992; Serrano 1966: Lámina XVIII; ver también Rydén 1936:
Figura 120). Bordes planos salientes también se encuentran en el tipo San Rafael
pintado del Valle Calchaquí (Figura 4-s; Raffino et al. 1982: 14). Tinajas con bordes
salientes aparecen en los estilos Sunchituyoc de Santiago del Estero (González 1977:
Figura 352) Alumbreras tricolor, Ambato tricolor y Cortaderas policromo del este
de Catamarca (Gordillo 2004; Serrano 1966).
En razón de sus características morfológico-funcionales es posible que las tina-
jas tuvieran funciones de almacenamiento, maceración de substancias, elaboración de
bebidas y transferencia de líquidos (entre otros, agua), particularmente en el caso de
las no-decoradas. En cambio, aquellas que han tenido inversión de trabajo en su
decoración y acabado, pueden haber cumplido funciones de servicio de bebidas en
contextos en los cuales la exhibición visual haya sido oportuna o ventajosa. No sería
extraño que una proliferación de esta forma en este momento indicara un incremen-
to del uso de bebidas en ciertos contextos de consumo social que podrían ser mejor

302 |
| ESTILOS COMO RECURSOS EN EL NOROESTE ARGENTINO |

examinados en el futuro. Tinajas estilo Ambato tricolor o Cortaderas policromo y


otras de pasta ordinaria han sido encontradas en La Rinconada asociadas a contextos
de elaboración y almacenamiento de bebidas (Gordillo 2004). Es un hecho que esta
diversidad y proporción de tinajas no aparece en contextos cerámicos como aque-
llos encontrados en los vecinos asentamientos dispersos de la falda occidental del
Aconquija (Scattolin 1990).
Cuencos y Escudillas. El grupo de formas abiertas (pucos) comprende
mayoritariamente tiestos de pasta fina con pocas inclusiones y la mayoría presenta
algún tipo de decoración, es decir, pueden ser lisos, incisos o pintados. Los diáme-
tros oscilan entre 11 y 32 cm y dentro de este rango se delimitaron tres clases: a)
escudillas y cuencos pequeños y medianos de 11 a 19 cm (moda 14 cm); b) cuencos
altos y grandes de 20 a 26 cm (con moda en 22 cm); y un caso de c) una escudilla
grande o plato hondo de 32 cm de diámetro (Figura 3).
En la primera clase –-poco abundante, con un solo caso de la excavación extra-
muros y el resto de superficie– las formas son de perfil simple y relativamente poco
profundas confeccionadas en pasta fina y superficies pulidas. Son escudillas grises
lisas y hay un caso de decoración pintada. Se trata de formas elipsoides horizontales
con cierta variación en la curvatura de su perfil. Los labios son directos. Sus caracte-
rísticas de pasta y terminación son comunes en los conjuntos grises lisos presentes en
cerámica de estilos Ciénaga o Candelaria. Dentro de este grupo morfológico pero
en otro color de pasta se da un solo caso de una escudilla con hombro (de recolec-
ción de superficie) de forma ovaloide invertida que presenta líneas negras dispuestas
de manera oblicua con respecto al borde sobre un fondo color ante claro y asimila-
ble al tipo San Rafael pintado definido para el Valle Calchaquí por Raffino y colabo-
radoras (1982: Lámina I: 2, 6 y 7; para formas afines ver Heredia 1974: Figura 20,
Formas 43 y 55 y González 1964: Figura 2 A) y al tipo Guachipas policromo (Serra-
no 1966: Lámina XIV, y pp. 67; ver también el tipo Aguada Negro sobre Ante en su
variedad Ante Rojizo definido por Sempé [1983: 121] para Punta Colorada.)
La segunda clase, cuencos altos, abarca formas relativamente más hondas, dos
de ellas con punto angular, o sea, perfil compuesto, en pasta gris de buena calidad,
superficies pulidas, espesores de 5 mm y decoración incisa o grabada (diámetros de
boca de 24 y 26 cm). El fragmento Nº444/7 es gris decorado con rombos realiza-
dos mediante la técnica de incisión, dispuestos en hileras verticales desde el borde y
rellenos con líneas incisas, su decoración está ejecutada con líneas muy finas en pasta
casi seca. Su forma tiene similares en el área de La Candelaria y en Hualfín (Figura 4-
g,h,i,m) (Baldini et al. 1998: Figura 3; Serrano 1967: Lámina III, 1, 2; ver también
González 1964: Figura 2B; Heredia 1974: Figura 20 Formas 51 y 58; Reyes Gajardo
1954: Figura 5).
En cambio un fragmento (Nº454/1) presenta rombos delineados en pasta más
húmeda, fresca a muy plástica, con un instrumento de punta doble aguzada, técnica
de peine o escobilla, decoración usada también en el tipo San Rafael Grabado (Figu-
ra 4-a,b,c; Raffino et al. 1982) y en los estilos La Puntilla grabado y Allpatauca en los

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| M ARÍA CRISTINA SCATTOLIN |

valles de Hualfín y Abaucán (Serrano 1966: Lámina XXIX: 1-2).


El fragmento Nº448/17 que, debe señalarse, proviene de fuera del área
amurallada, presenta una prolongación apendicular sobre el borde. Su técnica de
incisión decorativa corresponde a lo que se conoce como Candelaria Acanalado
(Heredia 1974: 123). Su forma, por lo demás, recuerda ejemplos del sitio El Bañado
y del yacimiento de El Cadillal, Tucumán (Figura 4-n,o) (Berberián et al. 1977: Figura
22, 233; Pelissero y Difrieri 1981; ver también Heredia 1974: Figura 17, Formas 3 y
15; Reyes Gajardo 1954: Figura 47; Rydén 1936: Figura 105) y las prolongaciones
apendiculares en el borde son un recurso estilístico bastante común en cerámica de
estilo Candelaria (Figura 4-j,k,l; Rydén 1936: Figuras 105 b, c y f y 106x).

Figura 4: Figura 4: a, b, c: cuencos altos San Rafael grabado del Valle Calchaquí (Raffino
et al. 1982); d, f: incisos de Morro de las Espinillas; e: fragmento Punta Colorada graba-
do de Valle de Abaucán (Sempé 1983); g, h, i, m: cuencos altos de Pampa Grande y La
Candelaria (Baldini et. al. 1998; Serrano 1967); j, k, l, n, o: cuencos con prolongaciones
apendiculares en el borde de La Candelaria, El Cadillal y El Bañado (Berberián et al.
1977, Pelissero y Difrieri 1981; Rydén 1936); p, s: San Rafael pintado del Valle Calchaquí
(Raffino et al. 1982); q: escudilla “con decoración pintada de filiación Aguada” del
cementerio Coyo 3 de San Pedro de Atacama, ca. 930 d.C. (Costa y Llagostera 1994); r, t:
tinajas pintadas de Hualfín y Andalgalá (Lafone Quevedo 1908); u: tinaja pintada de
Quilmes, Museo de Quilmes; v: puquito pulido y pintado en negro sobre ante –alt.: 6
cm– de Amaicha; Nº 100.589 Colección Zavaleta-Chicago; w: vasija pulida, pintada en
negro y rojo sobre ante –alt.: 10,5 cm– de Yacochuya, Cafayate; Nº 100.492 Colección
Zavaleta-Chicago; x: vasija ante pulida y pintada en negro, Museo Eric Boman de Santa
María. y: tinaja de La Ciénaga, Hualfín, Nº 9907 Colección Muñiz Barreto-La Plata; z:
fragmento ante pulido y pintado con diseño de punteados y líneas de Tebenquiche (to-
mado de Krapovickas 1955).

Por lo demás, en Morro se encontraron fragmentos no reconstruibles, pero de


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| ESTILOS COMO RECURSOS EN EL NOROESTE ARGENTINO |

similar pasta y terminación que este conjunto inciso, incluyendo otros motivos como
los dameros rellenos o los haces de líneas cortas con la misma técnica de escobado
ya referida (Figura 4-d,f). Algunos son ejemplos idénticos a los encontrados en el
Valle Calchaquí bajo el tipo San Rafael Grabado (Figura 4-c; Raffino et al. 1982); a
fragmentos Punta Colorada grabado (Figura 4-e; Sempé 1983: Figura 4) y a otros
ejemplos de estilos innominados encontrados en el Valle de Hualfín (Figura 4-y).
Tiestos similares con técnica de escobado en pasta húmeda fueron hallados por
Alejandra Korstanje (2005) en el alero Los Viscos en el Valle del Bolsón, al sudoeste
del Valle de Yocavil, con fechados similares a los de Morro. Escobados plásticos
pueden aparecer en el estilo Las Mercedes de Santiago del Estero.
Por último, hay un único caso, también de extramuros, de una escudilla grande o
plato hondo (Figura 3, Nº447/7) de forma elipsoide horizontal y borde levemente
invertido. La pasta es de buena calidad con tratamiento bruñido y está pintado inter-
na y externamente en negro sobre rojo. Un tipo similar puede ser el Aguada Negro
sobre Rojo, el cual para González “parece ser más distante” de los otros tipos Agua-
da (1964: 212). Por la decoración también se asemeja al tipo Loma Rica Bicolor del
Valle de Santa María (Perrota y Podestá 1975).
En síntesis, la alfarería presente en Morro da cuenta de un conjunto funcionalmente
bastante completo, incluyendo vajilla de cocción, elaboración, almacenamiento, trans-
ferencia y servicio. La proporción entre tiestos de pastas ordinarias y finas es pareja
(50/50%) y resulta diferente de la que se da en algunos asentamientos dispersos de la
misma época o más antiguos4. La vajilla de servicio presenta decoración geométrica
ya sea pintada o incisa. Ciertos recursos estilísticos usados han sido compartidos con
otros conjuntos alfareros de regiones diversas, pero hasta el momento, no hay nin-
gún hallazgo excavado o superficial con decoración figurativa. Por ello, parece que la
manufactura alfarera tiende a despojar sus productos de su contenido figurativo y
directamente referencial y a dotarse de atributos sin alusiones directas a personajes,
efigies, animales, etc., en la decoración, algo que la diferencia de la cerámica de estilo
Aguada y de la cerámica santamariana. Ello apunta a una abstracción de las represen-
taciones simbólicas en la ornamentación pintada e incisa de la alfarería incluida en los
depósitos domésticos de la aldea. Pero se advierte que todavía no conocemos con-
textos funerarios directamente vinculados a este asentamiento. De todas maneras, el
uso de tinajas con buena terminación parece ser compartido con otros ejemplos de
la misma época, y sugiere contextos de elaboración y consumo de bebidas (aparte
de almacenamiento de agua), que pueden tener implicancias en la comprensión de
los marcos sociales de representación.

Tratar los Estilos como Recursos

Si se examina bajo los cánones tradicionalmente establecidos para el área


valliserrana y aledaños, el conjunto cerámico se presenta estilísticamente variable y no
se presta a categorizaciones cómodas dentro de clasificaciones previas. De hecho

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| M ARÍA CRISTINA SCATTOLIN |

reúne rasgos estilísticos que se han adjudicado a diferentes áreas culturales (Valliserrana,
Selvas Occidentales, Chaco) o que estaban vigentes tanto en el período Formativo
como en la transición al Período de Desarrollos Regionales (rasgos estilísticos Agua-
da, Guachipas, Candelaria, Las Mercedes, Molinos, Hualfín y otros).
Además, aunque ciertas formas, técnicas aplicadas y atributos decorativos pue-
dan ser asignables al estilo Aguada, de hecho no portan ninguno de los rasgos
iconográficos más típicos y más fácilmente distintivos de dicho estilo como felinos,
cabezas trofeo, imágenes del sacrificador, etc. (despliegue figurativo). Lo que com-
parte con las piezas más típicas del Valle de Hualfín –las cuales se conocen sobre
todo de contextos funerarios– son principalmente las características de buena coc-
ción de las pastas, el uso generalizado de ciertas formas (aunque varíen los detalles
del recorte de la silueta, sistemas de sostén, configuración de asas, apoyos, etc.),
técnicas de incisión (desde grabado en pastas semisecas a escobados en arcilla fresca),
colores, etc. Ocurre aquí algo similar a lo reportado en el Valle Calchaquí por Raffino
et al. (1982). Asimismo, el uso de la incisión acanalada, de dameros incisos o las
prolongaciones apendiculares en los bordes registrados para conjuntos de La Can-
delaria, al noreste de Morro, no se acompaña aquí de la misma pasta y manufactura.
El uso de los bordes destacados o la decoración en negro sobre rojo se da tanto en
cerámica de estilo Aguada como en alfarerías que han sido atribuidas a la transición
al período de Desarrollos Regionales (estilos Hualfín, Shiquimil, Molinos, pero ver
también alfarerías del chaco santiagueño y del este de Catamarca, Alumbreras-Ambato
tricolor-Cortaderas, etc.). De la misma manera los tiestos grises pulidos tan comunes
durante el período Formativo aparecen aquí (en escasa cantidad) junto con rasgos
cerámicos que serán más populares en épocas posteriores. La cerámica definida por
Serrano como Guachipas policromo para el norte del Valle de Santa María (1966),
que –como vimos– tiene varios atributos en común con la alfarería de Morro, revela
también cierta amalgama entre patrones estilísticos usados en el estilo Aguada y en el
estilo Santa María (Figura 4-v,w,x).
Estas combinaciones hasta el momento poco conocidas, podrían haberse dado
también en otros puntos del valle. Varios de los atributos descriptos pueden haber
estado en uso simultáneamente por poblaciones del Valle de Santa María y otros
lugares aún cuando hasta hoy se conozcan como procedentes de regiones o perío-
dos distintos (ver Figura 4-q,z). Ejemplares completos de la colección Zavaleta cla-
sificados como “Aguada Decadente” por Alberto R. González para el Field Museum
of Natural History de Chicago (Figura 4-v,w; Archivo Acc-894 FMNH 1973; Scattolin
2003a) muestran una conjunción infrecuente (según los tipos hasta ahora conocidos)
de atributos de forma, decoración y pasta combinados de una manera singular que
fusiona atributos asignados generalmente al estilo Aguada o al estilo santamariano
(Figura 4-x).
En síntesis, la manufactura, las formas, el tratamiento de terminación y los re-
cursos plásticos e iconográficos usados en Morro han sido “cooptados”, selecciona-
dos y combinados resultando en un conjunto compuesto de manera diferente y a la

306 |
| ESTILOS COMO RECURSOS EN EL NOROESTE ARGENTINO |

vez consistente, lo que señala una manera singular de componer, de yuxtaponer ele-
mentos, de valerse de diferentes medios al generar variabilidad y –a la par– transmi-
tir tradiciones en la cultura material a lo largo de la trayectoria histórica. Una gama
que atraviesa las diferentes funciones que cumplió la alfarería, desde ollas para coci-
nar hasta vajilla de exhibición.
Hay que subrayar que mientras se seguían utilizando recursos iconográficos del
estilo Aguada y continuaba también el uso de sitios monticulares en el sur de Catamarca
y norte de La Rioja, ya se había iniciado en Yocavil el uso del estilo “santamariano” y la
construcción de poblados semiurbanos, todos atributos básicos de la distinción entre
el período Formativo y el período de Desarrollos Regionales. El estilo “santamariano”
estaría ya establecido mientras que doscientos kilómetros al sur se seguirían usando
cerámicas de estilo Aguada, Ambato Tricolor, Portezuelo, etc. (Baldini et al. 2002;
Gordillo 2004). Se pone en evidencia que el uso de ciertos atributos cerámicos que, en
términos relativos y de manera provisional denominamos “presantamarianos” y
“santamarianos”, se podrían dar –al menos dentro de los marcos de resolución limita-
dos que nos proporcionan los fechados radiocarbónicos– de manera simultánea.
La Tabla 3 y la Figura 5 muestran que estas varias opciones cerámicas se desa-
rrollan a la par de una variedad de modos de ocupación del espacio que existían
contemporáneamente a Morro y que abarcan poblados aglomerados como Moli-
nos I (Baldini 1992) y Morro del Fraile (Nastri 1999; Nastri et al. 2005), sitios con
montículos como La Rinconada y Choya 68 (Baldini et al. 2002; Gordillo 2004),
caseríos dispersos como La Bolsa en Tafí del Valle (Berberián 1989), puestos de caza
y pastoreo como Real Grande en Antofagasta de la Sierra (Olivera 1997), y las ocu-
paciones iniciales de sitios de desarrollo posterior como Rincón Chico y Pichao
(Cornell y Johansonn 1993; Tarragó et al. 1997).
Esta situación sugiere la existencia de una alta diversificación en las formas de
edificación, agrupamiento y concentración del espacio construido durante los siglos
IX y X y plantean la contemporaneidad de configuraciones arquitectónicas que
estructuran el paisaje edilicio de manera diferente. Su comparación a escala regional
sugiere que a fines del primer milenio d.C. se podían distinguir una amplia gama de
medios constructivos y soluciones de diseño edilicio así como de formas de apro-
piación del paisaje que se podían mantener como recurso acumulado activo.

“El capital cultural objetivado subsiste como capital simbó-


lico y materialmente activo y efectivo sólo en la medida en que el
agente se haya apropiado de él y lo utilice como arma y aparejo
en las disputas que tienen lugar en el campo de la producción
cultural (arte, ciencia, etc.) y, más allá de éste, en el campo de las
clases sociales. Allí los agentes ponen sus fuerzas en juego, y ob-
tienen beneficios en proporción al nivel de su capacidad para el
dominio del capital cultural objetivado (Bourdieu 2000: 146).”

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| M ARÍA CRISTINA SCATTOLIN |

Figura 5. Fechados 14C entre 1300 y 900 AP, de sitios en un radio de 200 km alrededor de
Morro de las Espinillas. Calibración según OxCal v3.9.

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| ESTILOS COMO RECURSOS EN EL NOROESTE ARGENTINO |

Tanto los recursos arquitectónicos y de paisaje construido como los bienes


artesanales, en tanto bienes culturales apropiables, pueden ser movilizables y aptos
para producir efectos simbólicos. Además, tanto el paisaje construido como los
conocimientos socio-técnicos se incorporan a los agentes mismos en la forma de las
capacidades (capital cultural incorporado) para disponer del uso, ocupación, com-
prensión y apropiación de la cultura material (Bourdieu 2000: 144). De esta manera,
se habrán ejecutado obras edilicias y manufacturas artesanales susceptibles de ser
usadas (movilizadas) en estrategias de reproducción, en particular aquellas que
involucran la adquisición de un capital colectivo de reconocimiento5. Este puede, a
su vez, ser movilizado y aprovechado por un representante, o varios, del colectivo
social: delegado, mandante, jefe, líder, asamblea, junta, congregación, etc.
Es posible que, durante los siglos IX y X, las diversas formas de inversión edilicia
y de confección de objetos produjeran en los distintos valles beneficios simbólicos
también diferentes y que la apropiación diferencial de estos “recursos culturales” por
parte de las poblaciones pusiera en juego y activara sus posiciones estructurales recí-
procas y contribuyera así a la construcción de identidades distintivas. Las evidencias
muestran que los medios estuvieron disponibles en sus diversas formas en una am-
plia extensión en el área valliserrana y que no se pueden segregar fácilmente de mane-
ra categórica para uno u otro sector, pese a lo cual, se pueden observar sus trayecto-
rias de uso por toda la región (Scattolin 2003b).
Ahora bien, el valor de tales recursos técnicos y estilísticos (y su significado)
dependerá del contexto o campo de los bienes culturales en que se pongan en juego,
y las reglas de uso cambiarán según las estrategias de los agentes. Valor de los recur-
sos y carácter del campo se especifican mutuamente en el estudio empírico (Bourdieu
y Wacquant 1995: 65). Por eso sería apresurado establecer de entrada, antes del aná-
lisis contextual socio-histórico, si, por ejemplo, los motivos decorativos abstractos
representan una carencia o decadencia estilístico-tecnológica o constituyen una mani-
festación afirmativa (preferencia) del rechazo de la decoración figurativa.

Palabras Finales

El examen de la cerámica de Morro, bajo una aproximación de “estilos como


recursos”, pone en evidencia que, entre los siglos IX y X después de Cristo, se con-
taba con una amplia gama de medios estilísticos y de diseño (rasgos estilísticos Agua-
da, Guachipas, Candelaria, Las Mercedes, Molinos, Hualfín y otros) de la que dispo-
nían las poblaciones prehispánicas para seleccionar rasgos, optar diseños, expresarse
simbólicamente y, en definitiva, combinar para la conformación de sus recipientes
de alfarería. Tales recursos técnico-estilísticos aprendidos se pueden combinar de
modos diversos y contribuir a recortar diferentes identidades estilísticas. Es posible
que los sistemas de aprendizaje involucren reproducir, emular, iterar, remedar, citar,
etc., pero, como en una amalgama, dar por resultado conductas novedosas –nuevas
manieras– desde antiguos hábitos.

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| M ARÍA CRISTINA SCATTOLIN |

Tabla 3. Fechados radiocarbónicos calibrados. Calibración según OxCal v3.9.

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| ESTILOS COMO RECURSOS EN EL NOROESTE ARGENTINO |

Tabla 3. Fechados radiocarbónicos calibrados. Calibración según OxCal v3.9. Continuación.

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| M ARÍA CRISTINA SCATTOLIN |

Tabla 3. Fechados radiocarbónicos calibrados. Calibración según OxCal v3.9. Continuación.

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| ESTILOS COMO RECURSOS EN EL NOROESTE ARGENTINO |

Tabla 3. Fechados radiocarbónicos calibrados. Calibración según OxCal v3.9. Continuación.

Teniendo presente la disponibilidad de múltiples variantes de las que podían


servirse los alfareros y usuarios en el pasado se está en condiciones de entender que
la transmisión cultural y el uso de estilos cerámicos a través el tiempo puedan haber
operado según diferentes estrategias por parte de distintos agentes sociales, contri-
buyendo a conformar patrones de identidad compartidos por grupos. Por esta ra-
zón, es entendible que las trayectorias de usanza tradicional y de cambio de medios
estilísticos hayan tomado distintas direcciones y se hayan expresado en las diversas
variaciones formales elaboradas por los agentes a través de la región.
En esta ocasión se ha privilegiado un análisis que, al contrario de la perspectiva
procesual de largo plazo en un área particular, enfoca un caso relacionado a otros en
una extensión que abarca diferentes ambientes y en el tiempo más corto posible que
nos permiten los fechados radiocarbónicos. Los resultados sugieren una situación en
la que más que una variedad cultural dominante –englobada bajo el rótulo Aguada,
en el caso tratado– dando lugar a otra en el tiempo, habría habido otras elecciones
disponibles durante esos dos siglos. El caso no condice con la idea del estilo como
entidad o como imposición de una norma estilística por dominación ideológica, tal
como todavía se sigue entendiendo la última parte del primer milenio d.C. en
Catamarca. Por el contrario, ello revela que enfocar los estilos como agregados de
recursos es un punto de partida conveniente para contribuir al conocimiento y com-
prensión de la diversidad de estrategias, capacidades, tradiciones y disposiciones

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| M ARÍA CRISTINA SCATTOLIN |

involucradas en el uso de medios plásticos y estilísticos y en las “elecciones tecnoló-


gicas” (Lemmonier 1992: 17) para la confección de la cerámica (u otras artesanías)
en el Valle de Yocavil y en otros lugares. Y también nos ubica adecuadamente para
empezar a acordar cuáles variantes estilísticas se vuelven valoradas y prominentes,
constituyendo, por ejemplo, fenómenos de regionalización, y cuáles se abandonan a
lo largo del primer milenio.
Vincular distribuciones de artefactos con identidades sociales despierta fuertes
controversias. Las identidades se componen en procesos en el tiempo, en los que
están implicados divisiones de estamentos, sexo, edad, dominación, recursos de co-
nocimiento y educación, acceso a bienes, redes de parentesco, contacto cultural, mi-
gración y otros. Todos requieren un cuidadoso examen de datos secuenciales y espa-
ciales precisos. Se hace necesario perfeccionar las herramientas metodológicas para
su mejor consideración; y para su confrontación habrá que contar con datos
cronométricos finos que permitan inferencias sobre secuencias de cambio seguras.
Una vía realista y de gran significación es empezar a distinguir entre el traslado
de materias primas, de objetos terminados, de técnicas, o de alfareros y alfareras. Es
promisorio que se hayan comenzado a estudiar las procedencias de materias primas
específicas para la confección de alfarerías durante el primer milenio (Laguens et al.
2004; Lazzari 2005; Speakman y Glascock 2005).
En esta ocasión he considerado a los estilos como recursos de “capital” (sim-
bólico), objetivados en las cosas o incorporados en los agentes como conocimientos
socio-técnicos y hábitos motores. Y señalo que la posesión, conocimiento y uso
tradicional de ciertos estilos puede producir elecciones tecnológicas y beneficios sim-
bólicos diferenciales entre las poblaciones del área valliserrana, lo cual pone en juego
sus posiciones estructurales recíprocas y podría así activar sus identidades. Un enfo-
que metodológico de “estilos como recursos” da resultados diferentes de los que se
obtuvieron hasta ahora en el área tratada y aquí he dado cuenta de los que obtuve.
Así, al analizar el uso de objetos de cultura material (cerámica, arquitectura u
otros) en el marco de las estrategias sociales generadoras de recursos de orden ma-
terial y simbólico, será posible considerar más sólidamente las hipótesis existentes
acerca de las trayectorias y fuerzas directrices de cambio social escondidas tras lo que
corrientemente se considera el paso entre distintos períodos culturales o el paso de
las llamadas “sociedades aldeanas” del período Formativo a los “señoríos” del pe-
ríodo de Desarrollos Regionales.
Y armados con esta perspectiva, el problema de la adscripción a las categorías
tipológicas corrientes deja de ser tal y se puede abordar el tema de la multiplicidad
de estrategias sociales implementadas por las antiguas sociedades aldeanas en una
mejor posición, de manera que en el futuro sea más viable estudiar cómo se repro-
dujeron y transformaron los recursos estilísticos a través del tiempo.

Agradecimientos. Este trabajo fue financiado mediante fondos del CONICET, subsidio PEI Nº
499/97. Los trabajos de campo se beneficiaron con la colaboración de Juan Leoni, Graciela

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| ESTILOS COMO RECURSOS EN EL NOROESTE ARGENTINO |

Scarafía, Ivana Margueliche, Fabiana Bugliani, Cecilia Fraga, Leticia Martínez y Lucas Pereyra
Domingorena. Debo reconocimiento a varias personas que me brindaron trabajos inéditos:
Carlos Aschero y Eduardo Ribotta, Adriana Muñoz, Javier Nastri y colaboradores, Menchi
Reigadas y Celina Madero.

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Trigger, B.
1992. Historia del Pensamiento Arqueológico. Editorial Crítica, Barcelona.

Notas
1. Según el conocimiento corriente el período Formativo es la época de las comunidades aldea-
nas de base agraria y pastoril y en su transcurso se habrían desarrollado las desigualdades
jerárquicas, prosperaron las manufacturas artesanales y aumentó la dependencia agrícola. Hay
cronologías detalladas para varias regiones, que subdividen el período. Pero, en esta etapa de
mi estudio en Yocavil ocasionalmente he preferido hablar de una manera laxa del “primer
milenio d.C.” debido a la escasez de dataciones y falta de secuencias precisas para este lapso
(Scattolin 2000). Así que consideraré al período Formativo en un sentido amplio, que abarca
las ocupaciones o componentes arqueológicos agroalfareros anteriores al período Tardío o de

320 |
| ESTILOS COMO RECURSOS EN EL NOROESTE ARGENTINO |

los Desarrollos Regionales (de los poblados aglomerados y jefaturas establecidas y luego
confederadas contra los españoles) cuyo comienzo se postula hacia “fines del siglo IX” y que
presentan cerámica de estilo santamariano (Tarragó et al. 1997: 224). En el área Centro-Sur
Andina tal momento corresponde a Tiwanaku V, de 800 a 1150, fecha en que se inicia su
declinación. En el otro extremo, el fechado más antiguo para un contexto presumiblemente
formativo en el valle Yocavil podría ser de unos 500 años a. C. (Muñoz y Stenborg 1999: 200).
Más al sur del Valle de Santa María, en los valles de Hualfín y Ambato, se ha usado el término
período de Integración Regional para referirse al lapso entre 400 y 900 d.C. cuyos restos
materiales se identifican con la denominación de “Aguada” (Núñez Regueiro y Tartusi 1990;
Pérez Gollán 1991). Por otra parte, ambos términos –Formativo e Integración Regional– se
refieren aproximadamente a lo que González llama períodos Temprano y Medio (1998).
Raffino los denomina Formativo Inferior y Superior, y también propuso el término de
período Clásico para el estadio más avanzado del Formativo (Raffino et al. 1982: 33, Raffino
1994: 46). El uso de las comillas en el término “presantamariano” señala que se trata de una
asignación cronológico-cultural basada en atributos de la cerámica y/o rasgos arquitectónicos,
y a constatar por dataciones radiocarbónicas.
2. Ciertas particularidades históricas de la investigación de este estilo y su divulgación escolar y
museológica colaboraron a “poner en el mapa” la arqueología del noroeste y dar singularidad
a la prehistoria del territorio de Argentina dentro del área andina, a través del “fenómeno
Aguada”, lo que a su vez favoreció la reificación de la categoría (“lo Aguada”, “Aguada es...”).
En la práctica de investigación, el término se usa liberalmente como abreviatura de nociones
de cultura material, tiempo, espacio, etapa evolutiva, tipo cerámico, etc. Hoy día, el taxón
Aguada se ha emancipado del dominio de la investigación arqueológica y ha adquirido una
especie de vida relativamente independiente, fuera de control del campo científico. Su persis-
tencia como concepto vulgarizado depende de su reproducción a través de la educación
formal –es decir, estatal–, la red nacional e internacional de circulación de ideas, de su valora-
ción en la política de recursos culturales nacionales, en fin, del propio mantenimiento de las
modernas fronteras nacionales. Que este tipo de nociones sea tratado como categoría de
análisis válida no es un hecho nuevo (Trigger 1992), pero tampoco viejo, y ni siquiera adjudicable
sólo a campos disciplinares sudamericanos (ver por ejemplo Chilton 1999). En cualquier caso
habrá que esforzarse por distinguir entre su uso como noción reificada y su utilización como
taxón analítico valedero.
3. El MNV fue calculado por Fraga (1999) según los criterios de Millet (1979), y sólo sobre
bordes analizables de las distintas categorías morfológicas. Se recuerda que, al igual que el
MNI en el caso de los restos óseos, este MNV subestima considerablemente la población de
ejemplares en los contextos. La descripción morfológica de las vasijas sigue los criterios de
Shepard (1968) y Balfet et al. (1983).
4. En el Núcleo E de Loma Alta de la falda del Aconquija (Scattolin 1990), la relación ordinario/
fino es: 70/30%; en La Ciénega de Tafí del Valle: 75/25% (Cremonte 1996:255); en Bañado
Viejo: 66/34% (Scattolin et al. 2001).
5. Como las posturas de dominio/rivalidad/reconocimiento que pueden activarse entre “capi-
talinos” y “provincianos” al movilizar sus respectivos recursos culturales.

| 321
| ESTILO REGIONAL: UNA DISCUSIÓN A PARTIR DE LAS URNAS BELÉN, COLECCIÓN SCHREITER |

IMAGEN Y PERCEPCION: ICONOGRAFIA DE LAS URNAS BELEN.


COLECCION SCHREITER.

Laura Quiroga*
Verónica Puente**

La narración del pasado prehispánico del Noroeste Argentino se ha construido


sobre unidades estilísticas definidas por la variabilidad observada en las urnas fune-
rarias. Las primeras clasificaciones cerámicas realizadas en nuestro país respondían a
las necesidades de ordenamiento y clasificación museográfica de los materiales a
exhibir en el Museo de La Plata y Etnográfico de Buenos Aires realizadas en las
primeras décadas del siglo XX por Bregante (1926), Outes (1907) y Lafone Quevedo
(1904).
Un recorrido por los trabajos arqueológicos referidos al área valliserrana desde
entonces hasta la actualidad, muestra que la categoría Belén involucra, al mismo tiem-
po, diversos aspectos que son, a su vez, construcciones conceptuales con las que los
investigadores se enfrentaron a su objeto de estudio: desde un estilo cerámico, un
área cultural, un período (Desarrollos Regionales) y un patrón de asentamiento hasta
una estructura política compleja clasificada como Señorío. Posteriormente, en los
cuadros cronológicos planteados para el Noroeste Argentino, unidades como Belén
y Santamaría entre otras, representan la conformación de señoríos que marcan su
especificidad e identidad a través de la producción artesanal estandarizada, expresa-
da en estilos cerámicos diferenciados. De modo que las unidades definidas en sus
orígenes como unidades estilísticas amplían su campo semántico, para referir al mis-
mo tiempo una unidad política, un período y hasta una identidad étnica generando
de este modo, una resignificación no siempre pertinente de categorías museográficas
en unidades adecuadas para la narración histórica, es decir la equivalencia entre uni-
dades estilísticas y agentes históricos del pasado (Quiroga 2003).
A partir del 1000 d.C. –durante el Período de Desarrollos Regionales– se pos-
tula un proceso político de regionalización, evidenciado en el surgimiento de grandes
centros conglomerados fortificados relacionado con la irrupción de estilos cerámicos
locales interpretados como evidencia de entidades políticas rivales, en lucha por el

* PROHAL-CONICET.
** PROHAL-Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.

| 323
| LAURA QUIROGA Y VERÓNICA PUENTE |

control de los recursos y vías de circulación interregional. En este esquema, el con-


cepto de Desarrollos Regionales requiere para justificarse de unidades políticas dife-
renciadas –como Belén y Santamaría– las cuales han sido postuladas a partir de un
criterio taxonómico de lo estilístico que se espera corresponda también, con una
distribución geográfica coincidente entre ambas unidades, sumado a un discurso que
enfatiza la discontinuidad estilística con etapas anteriores.
Este trabajo plantea un estudio formal de la imagen en las urnas Belén desde la
perspectiva de la percepción, problematizando el juego entre la diferenciación y
semejanza observada entre unidades estilísticas regionales. Para esto se ha realizado
un relevamiento de colecciones museográficas que al día de hoy permanecen inédi-
tas. Los casos analizados pertenecen a la colección Schreiter de los años 1934, 1935,
1937 y 1938 depositada en el museo del Instituto de Arqueología y Museo - Univer-
sidad Nacional de Tucumán (IAM-UNT).
Se ha realizado un trabajo de documentación de las colecciones a partir de los
catálogos disponibles y la base de datos digitalizada previamente por la institución
considerando obtención de ejemplares, datos de procedencia y contexto. En segun-
do lugar, se ha trabajado sobre la definición de los temas representados y la identifi-
cación de sus aspectos formales en el conjunto, con el fin de comparar ambos aspec-
tos en otras unidades estilísticas.

Documentación de Colecciones Arqueológicas

La formación de colecciones destinadas a la exhibición museográfica resignifica


los objetos extrayéndolos de su contexto original. La documentación generada por
la actividad del colector permite –sólo en aquellos casos que cuentan con registros
detallados– devolver el objeto al contexto del cual fue extraído (Gosden 2001; Stocking
1985). De esta manera, recontextualizar implica reconstruir el proceso que llevó a la
formación de las colecciones, lo cual constituye una puerta de entrada al estudio de
la propia práctica científica como formadora de discursos acerca del pasado y de las
perspectivas teóricas con las que se aborda el objeto de estudio1. En nuestro caso,
implica también, reconstruir el contexto de la imagen y el contexto del objeto sopor-
te de la imagen a través de los datos aportados por el colector.
El análisis estilístico que planteamos en este trabajo, considera no sólo los aspec-
tos formales de la imagen sino también, los objetos soporte y las prácticas en las
cuales se ve involucrada. En otras palabras, la recontextualización de la imagen y el
objeto es una forma de no limitar lo estilístico a una actividad descriptiva y taxonómica,
sino una aproximación en la que los objetos se convierten en ítems activos en la
formación de relaciones sociales (Gell 1998: 17).
La colección Schreiter está integrada por materiales arqueológicos obtenidos en
excavaciones realizadas por el propio Rodolfo Schreiter dependiente de la Universi-
dad Nacional de Tucumán (Arenas 1991: 124). Las colecciones arqueológicas for-
madas en el Valle de Santa María y alrededores, se encuentran actualmente en los

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| ESTILO REGIONAL: UNA DISCUSIÓN A PARTIR DE LAS URNAS BELÉN, COLECCIÓN SCHREITER |

museos de Tucumán, Buenos Aires, Berlín, Gotemburgo y Leipzig (Ortiz Malmierca


1999: 227-234; Scattolin 2000: 66; Stenborg 1999: 135-145).

Figura 1. Documentación de colecciones. Datos de procedencia.

La colección seleccionada para este trabajo corresponde exclusivamente a con-


textos funerarios obtenidos en las expediciones de los años 1934, 1935, 1937 y 1938.
En esos años se obtuvieron ejemplares provenientes del área de Hualfín (Figura 1)
los cuales fueron parcialmente publicados por Schreiter en 1936, en tanto las
excavaciones posteriores –1937 y 1938– permanecieron inéditas.

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| LAURA QUIROGA Y VERÓNICA PUENTE |

En la actualidad los ejemplares relevados se encuentran depositados en el Mu-


seo del Instituto de Arqueología y Museo dependiente del Instituto Miguel Lillo,
Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Tucumán (IAM UNT).
La documentación exhaustiva de la colección Schreiter presenta severas dificul-
tades. Como ya hemos señalado los resultados obtenidos fueron parcialmente publi-
cados por el autor de modo que las excavaciones posteriores a esa fecha, 1936,
permanecen inéditas. En segundo lugar, no se conservan los registros originales de
excavación sino catálogos que son la trascripción parcial de datos provenientes de las
libretas originales mencionadas2. A su vez, la información de asociaciones contextuales
entre objetos, corresponde únicamente a las expediciones realizadas en los años 1937
y 1938 registrando un total de 24 contextos.
Si sumamos los años previos –de los que carecemos de información sobre
asociaciones– estamos considerando un total de 88 piezas cerámicas catalogadas, de
las cuales 41 corresponden a la forma urna.
Las escasas referencias mencionan sin embargo, topónimos que permiten la
ubicación aproximada de los lugares de excavación como procedencia de los ejem-
plares obtenidos (Figura 1). Ante la falta de registros exhaustivos, la mayor dificultad
se encuentra en la reconstrucción de las asociaciones contextuales. Aún así hemos
sintetizado en la Tabla 1 la información disponible respecto de los entierros que
estilísticamente podrían ser asignados a momentos tardíos.
Dentro del conjunto Belén hemos identificado cuatro variedades morfológicas
(Puente y Quiroga 2005). Este trabajo se ocupa en particular, de la forma denomina-
da urna en la bibliografía arqueológica. Al respecto es conveniente señalar que los
datos de excavación con los que contamos, no se refieren a un recipiente contenedor
de restos humanos, sino a un ítem material que acompaña los restos de adultos. En
tanto los párvulos se encuentran en el interior de urnas correspondientes a la unidad
estilística Villavil definida por Serrano sobre estos mismos ejemplares obtenidos por
Schreiter en 1937 y 1938 (1966: 85). Al respecto es importante señalar que en las
excavaciones del área de Asampay, en el Valle de Hualfín, se registraron casos de
urnas Belén conteniendo restos de párvulos (Onaha et al. 2002: 498).

Análisis Iconográfico

Basamos el análisis iconográfico sobre dos ejes: aspectos formales del diseño y
temas representados, considerando ambos aspectos en forma interdependiente. Esto
significa plantearnos como pregunta central qué se está jerarquizando en la
representación, es decir, qué se representa y cuáles son los atributos que se seleccionan,
qué se consideran significativos de ser representados (Black 1983: 127; Gubern 2004:
57).

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| ESTILO REGIONAL: UNA DISCUSIÓN A PARTIR DE LAS URNAS BELÉN, COLECCIÓN SCHREITER |

Tabla 1. Documentación de colecciones. Contextos funerarios.3

Se planteó cada ejemplar como unidad de análisis realizando un relevamiento


exhaustivo de unidades de diseño, su combinación con otras unidades formando
configuraciones y a su vez, en qué forma estas se distribuían sobre el soporte for-
mando planos de representación. Buscamos así identificar patrones y al mismo tiem-
po, la diversidad en el conjunto, es decir identificar similitud y diferenciación de cada
ejemplar dentro de la unidad estilística Belén.
Partimos de la identificación de aspectos formales del diseño considerando en
este campo, criterios espaciales de composición y recursos plásticos involucrados en
el conjunto. La segmentación morfológica tripartita de las urnas Belén estructura la

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| LAURA QUIROGA Y VERÓNICA PUENTE |

distribución del diseño. Efectivamente, cada segmento definido por un punto angu-
lar o de inflexión, sumado a una línea horizontal que acompaña esta división
morfológica, define planos a los que hemos denominado campos de representación
(Figura 2). Dentro de cada uno de ellos se distribuyen las unidades de diseños –
discretas o continuas– combinadas entre sí formando configuraciones. En cuanto a
los recursos plásticos utilizados para elaborar las unidades de diseño, podemos plan-
tear como constante un dibujo lineal que define las formas representadas. Luego,
para completar el interior de las unidades de diseño, apelan a determinados recursos
plásticos que combinan entre sí formando una trama geométrica: el enrejado, el
damero, punto y tinta plana.

Figura 2. Campos de representación.

En última instancia y una vez definidos los aspectos formales del diseño
comenzamos a identificar los temas representados en el conjunto. Para definir temas
no figurativos nos hemos basado en dos criterios: jerarquía y recurrencia de las unidades
de diseño. La jerarquía se refiere a la centralidad y peso visual de la unidad de diseño
en el plano de representación de cada ejemplar. La recurrencia se refiere a la repetición
de las unidades de diseño en diversos ejemplares. Por su parte, los temas figurativos se
definen por su analogía con un referente identificable, es decir, que la selección de
atributos significativos o relevantes y su representación grafica, permiten esta
identificación del diseño con el objeto representado (Gubern 2004: 57).

Segmentación y Lecturas

Las clasificaciones morfológicas de las urnas Belén coinciden en señalar una


segmentación tripartita de la pieza (Bennet et al. 1948; Bregante 1926; Outes 1907;
Puente y Quiroga 2005; Sempé 1976). Presentan contornos definidos por la presencia
de puntos característicos –angulares o de inflexión (Sheppard 1957)– los cuales definen
segmentos que hemos designado de arriba hacia abajo como 1, 2 y 3 (Figura 2). La
segmentación marcada en el contorno –por punto angular (PA) o punto de inflexión

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| ESTILO REGIONAL: UNA DISCUSIÓN A PARTIR DE LAS URNAS BELÉN, COLECCIÓN SCHREITER |

(PI)– puede a su vez coincidir con una línea horizontal que acompaña estos cortes
morfológicos (Figura 2). Algunos ejemplares presentan un pequeño modelado ubicado
en el segmento 2 de la pieza sobre el eje perpendicular delimitado por las asas, al cual
denominamos 4. La superficie interna por su parte, presenta un campo ubicado en el
sector superior al que denominamos 5.
La segmentación de la pieza establece entonces, sectores diferenciados. Las
superficies así delimitadas constituyen campos de representación dentro los cuales se
desarrolla el diseño. La composición en cada sector presenta dos alternativas: lectura
continua y lectura por planos (Figura 3). A su vez, ambos criterios pueden combinarse
en una misma pieza.

Figura 3. Lecturas.

a-La composición como plano: las asas determinan un eje perpendicular que
segmenta la pieza en dos planos. Por este motivo hemos denominado a esta
forma de composición, de Lectura Frontal, en tanto el diseño se estructura
por planos definidos por las asas. El campo de representación 2 puede repetir
el mismo diseño en ambas caras o bien representaciones diferentes por plano
(Figura 3);
b-La composición como espacio continuo: la presencia de las asas no determina
planos, por el contrario, la representación se desarrolla como un espacio
continuo sin principio ni fin.

Distribución sobre el Plano: Configuraciones

Sobre la base de las lecturas se definen las siguientes configuraciones entendidas


como la distribución y disposición de las unidades de diseño en el campo de
representación (Tabla 2).

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| LAURA QUIROGA Y VERÓNICA PUENTE |

a- Continua: el diseño se desarrolla sin interrupción a lo largo del campo de


representación formando un diseño continuo (Figura 4 -MA 0263).
b- Sucesión: la unidad de diseño discreta se repite a lo largo del campo de
representación formando un ritmo ininterrumpido (Figura 12-MA 0299). Un
caso especial de sucesión corresponde a la repetición de la unidad de diseño
de acuerdo con una simetría rotacional (Figura 4-MA 0215).
c- Franjas verticales paralelas: la unidad de diseño discreta se distribuye dentro del
área delimitada por dos líneas paralelas entre sí, formando a su vez, una
estructura que se repite en el campo decorativo. Es frecuente que esta modalidad
se registre en el campo decorativo 1 y 2 con el mismo diseño (Figura 10 -MA
0280, Figura 15-MA 0223).
d- Franjas horizontales paralelas: Presentan una estructura similar al caso anterior
pero varía su disposición, en este caso, horizontal (Figura 9-MA 0219).
e- Bipartición: Las unidades de diseño se disponen de a pares sobre el campo de
representación sugiriendo una división interna del mismo (Figura 8-MA 0229).
f- Tripartición: Las unidades de diseño se disponen de a pares sobre el campo de
representación pero a diferencia del caso anterior, se ubica entre ellas un tercer
elemento, lo que sugiere una jerarquía del diseño ubicado en el sector central.
(Figura 7-MA 0263, figura 6- MA 0296).
g- Panel central: Presenta un solo diseño que se extiende en todo el campo de
representación (Figura 10-MA 0246).
Para el campo 3, en particular, el diseño de líneas sinuosas presenta 3 variedades
de acuerdo con su disposición:
h-Sucesión (Figura 5-MA 0095);
i- En arco (Figura 5-MA 0223);
j- Azarosa (Figura 5-MA 0239).

Repertorio Temático

1. Temas Geométricos. Los temas geométricos se definen a partir de la estructuración


de las unidades de diseño (continuas y discretas), su recurrencia y jerarquía en el
campo de representación.
Escalonado. El tema escalonado presenta dos modos de representación en los
que la composición juega sobre la relación entre figura y fondo. Una modalidad está
formada por el escalonado que contiene en su interior las unidades de diseño. Cada
uno de ellas se dispone en el conjunto siguiendo una combinación de sucesión y
simetría rotacional (Figura 4-MA 0213).
Otra modalidad, invierte la relación entre figura y fondo del escalonado. El área
cubierta por el diseño se convierte en un espacio continuo que delimita la unidad de
diseño la cual quedará como espacio vacío (Figura 4-MA 0099). Otra variante sigue el
principio anterior pero alternando rectángulos como espacio vacío (Figura 4-MA 0246).

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| ESTILO REGIONAL: UNA DISCUSIÓN A PARTIR DE LAS URNAS BELÉN, COLECCIÓN SCHREITER |

Figura 4. Tema geométrico: escalonado. Relación figura - fondo.

Línea Sinuosa. El tema de las líneas sinuosas presenta dos modos de


representación definidos por la cantidad de líneas (única o de a pares) combinada
a su vez, con variaciones en su disposición espacial: vertical, horizontal y azarosa.
Presenta recurrentemente una lectura continua (Figura 5).
En X. Se integra a configuraciones de tripartición, enmarcando un tema central
(felino o antropomorfo). Ver Figura 7 MA 0263 y Figura 6-MA 0261 respectivamente.
Circular. Se integra a configuraciones de bipartición y tripartición, en este último
caso asociado a representaciones antropomorfas (Figura 8-MA 0229, Figura 6-MA
0249 respectivamente).
Franja. El tema de la franja presenta dos modos de representación principales,
por un lado, compuesto por volutas dispuestas en sucesión y/o simetría especular y
por otro, de líneas dispuestas en forma de V. Se integra a configuraciones de franjas
verticales paralelas y de franjas horizontales paralelas (Figura 9 y 10).

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| LAURA QUIROGA Y VERÓNICA PUENTE |

Figura 5.Tema geométrico: línea sinuosa.

2. Temas Figurativos.
2.1. Representaciones Zoomorfas
Camélido. El tema del camélido está presente en un solo ejemplar, representado
con un carácter dinámico y altamente naturalista. Los atributos seleccionados para su
representación gráfica permiten una analogía inmediata con el camélido aún cuando
el cuerpo presenta un tratamiento plástico que nos remite a la representación del
felino identificado a partir de las manchas en el interior de su cuerpo. Constituye una
escena desarrollada a lo largo de todo el cuerpo de la vasija en forma continua
(Figura 11).
Víbora. Puede aparecer como figura central o bien como una sucesión de unidades
discretas. La víbora tiene un tratamiento que puede dividirse en dos modos de
representación. Una forma de mayor geometrización que se acerca a la postura reptante,
marcada por ángulos bien definidos y otra de mayor naturalismo sugerida por una
forma espiralada que se acerca a otra postura natural de la especie (Figura 12).

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| ESTILO REGIONAL: UNA DISCUSIÓN A PARTIR DE LAS URNAS BELÉN, COLECCIÓN SCHREITER |

Figura 6: Tema figurativo: antropomorfo

Respecto de la variabilidad en el tratamiento de la cabeza podemos señalar que


observamos ejemplos de cabezas triangulares y romboidales. Excepcionalmente se
representan con ojos. En relación al cuerpo, las formas geometrizadas presentan
mayor variabilidad de diseño en su interior.

Figura 7. Tema figurativo: huella.

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| LAURA QUIROGA Y VERÓNICA PUENTE |

Figura 8. Tema geométrico: circular.

Las formas que representan la víbora en espiral presentan dos modalidades de


representación: un cuerpo formado por la sucesión de triángulos y un segundo caso
formado por puntos de distribución azarosa en el interior o exterior del cuerpo.
Dada esta característica y la forma del extremo opuesto a la cabeza, la víbora recibe
un tratamiento plástico similar a algunos rasgos de la representación felínica de eta-
pas anteriores (Figura 12-MA 0102-0299-0101).
Huella. El tema de la huella es el único caso en el que el tema zoomorfo se
restringe a un segmento del animal representado. Comprende un círculo rodeado de
un número variable de círculos más pequeños (Figura 7).
Se encuentran representaciones similares en los paneles rupestres de Antofagasta
de la Sierra en el sitio Peñas Coloradas y Campo de las Tobas. En el primer caso, la
huella se encuentra asociada a la representación grabada de un felino completo, en el
segundo, se asocia con unidades temáticas asignadas al periodo Formativo (Podestá
et al. 1991: 43). Otro caso, se encuentra en una urna santamariana publicada por
Quiroga (1977: 37 [1901]). Se encuentran otros casos similares en colecciones cerá-
micas inéditas como Paz Posse (IAM-UNT) y Museo Etnográfico (Facultad de Filo-
sofía y Letras, Universidad de Buenos Aires). En este sentido, el tema felino en las
urnas Belén se desjerarquiza como tema central tal como Kusch lo menciona para las
urnas santamarianas (1990: 19). Excepcionalmente un caso recuperado correspon-
diente a la forma 4 (Puente y Quiroga 2005) muestra el tema del felino representado
de un modo característico de la cerámica aguada bajo recursos plásticos del conjunto
Belén (Figura 13).
2.2. Antropomorfo. La representación antropomorfa en las urnas se limita al rostro
de modo frontal, generando así una representación de carácter estático. Los rasgos
faciales representados –ojos, ceja, nariz y boca– apelan a modalidades técnicas dife-
rentes combinadas entre sí: modelado, inciso y pintado. Este último aspecto es signi-
ficativo en tanto, el rostro en su conjunto recibe un tratamiento particular y diferen-

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| ESTILO REGIONAL: UNA DISCUSIÓN A PARTIR DE LAS URNAS BELÉN, COLECCIÓN SCHREITER |

ciado, con una pintura de color blancuzco ausente en el resto de la pieza que mantie-
ne el color negro sobre rojo característico de la cerámica Belén. En este sentido, es
importante señalar que hemos registrado un tratamiento similar del tema antropo-
morfo en un ejemplar modelado perteneciente a la colección Hirsch (Catálogo Co-
lección de la Cancillería Argentina 2000: 82). Efectivamente, su postura estática, la
pintura blancuzca sobre el rostro, el tratamiento diferenciado del resto del cuerpo se
asemeja claramente al tratamiento exhibido en las urnas (Figura 14).

Figura 9. Tema geométrico: franjas.

Al respecto es importante señalar las referencias de los misioneros jesuitas de


Calchaquí:

“Llevan los cabellos largos y sin trenzar revueltos á la espal-


da y un cordón de lana hilada al rededor de la cabeza, en el cual
meten varias plumas coloradas; tíñense de negro la frente hasta
los ojos; lo demás del rostro lo pintan de mil colores: son corpu-
lentos y de terrible aspecto; desde las cejas hasta la cintura les
penden dos cordones de lana caprina de color escarlata (Carta
Anua de 1602, en Pastells 1912-1918: 186).”

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| LAURA QUIROGA Y VERÓNICA PUENTE |

Figura 10. Tema geométrico: franjas.


El ejemplar de la colección al que hemos hecho referencia guarda una relación
muy estrecha con la descripción colonial citada. La distribución de los colores sobre
el rostro reproduce este orden: negro en la frente, rojo hasta la altura de los ojos y
por último, una diversidad de representaciones en el rostro del individuo. La referen-
cia a los mil colores del rostro podría tratarse de la diversidad de diseños represen-
tados más que una referencia en sentido estricto. Planteamos entonces que el trata-
miento del rostro exhibido en las urnas reproduce claramente la práctica de pintura
facial consignada por los misioneros. Cada representación antropomorfa presenta
un diseño único conservando una base blanquecina sobre la cual se pintan los dise-
ños en negro.

MA 0261
Figura 11. Tema figurativo: camélido.

2.3. Antropozoomorfo. Hemos registrado algunos ejemplos de diseños que combi-


nan rasgos antropomorfos y zoomorfos en una misma figura denominada semi
humanidad “...combinando, mezclando o yuxtaponiendo atributos de seres reales
concebidos según cierto modelo de realidad” (Kusch 1990: 13). El ejemplar MA

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| ESTILO REGIONAL: UNA DISCUSIÓN A PARTIR DE LAS URNAS BELÉN, COLECCIÓN SCHREITER |

0242 (Figura 15) contiene una representación de la cabeza cuya disposición de ojos y
boca sugiere una perspectiva frontal propia de la figura humana, enmarcada por
miembros superiores que semejan la representación de las fauces del felino en Agua-
da. En tanto el cuerpo romboidal semeja la representación del batracio en Aguada y
Cienaga (Kusch 1998; Sempé 1998). En la misma pieza, se repite la figura pero
limitada al sector de la cabeza. Esta representación se reitera en el ejemplar MA 0223
asociado en ambos casos a temas geométricos, el escalonado y la franja de volutas.
Sin embargo, los rasgos que definen la cabeza antropomorfa remiten a la víbora en
este último caso.

Figura 12. Tema figurativo: víbora.

Otro caso de semihumanidad se encuentra asociada a una representación


antropomorfa en el ejemplar MA 0218 (Figura 6). Se ha representado una cabeza
romboidal similar a las representaciones de víboras, combinada con manos proba-
blemente humanas (Quiroga 1923). Esta última combinación se reitera en el diseño
de la víbora de la pieza MA 0301 (Figura 12). Un caso similar se representa combi-
nando cabeza modelada y brazos pintados en una postura que se asemeja a las repre-
sentaciones anteriormente señaladas, los brazos en ángulo enmarcan la cabeza, ter-
minando en grandes manos de carácter humano.

| 337
| LAURA QUIROGA Y VERÓNICA PUENTE |

Figura 13. Representación del felino en la unidad estilística Belén.

Aportes para un Debate

El problema de las categorías estilísticas regionales ha sido un aspecto central en


la definición y caracterización del período de Desarrollos Regionales en el área
valliserrana. Belén y Santa María constituyen unidades estilísticas de mutua referencia
en los antecedentes bibliográficos consultados. No sólo por su contemporaneidad
estimada o por su uso funerario frecuentemente reconocido, existen elementos es-
trictamente visuales y plásticos que involucran, que sugieren, esta mutua referencia de
la que hacemos mención.
Si observamos este aspecto desde la perspectiva de la percepción (Kanizsa 1986)
podemos señalar que respecto de la forma urna, la similitud entre ambas unidades se
establece en la segmentación morfológica compartida que jerarquiza la asociación,
jerarquiza lo semejante por sobre la variedad de representaciones y colores que cada
ejemplar posee. En este sentido, la forma urna se percibe como similar entre ambas
unidades porque el principio de segmentación morfológica tripartita, es similar aún
cuando puedan observarse variaciones en tamaño, proporción y contornos (Puente
y Quiroga 2005). En tal sentido, podríamos señalar que existe un juego y/o tensión
recurrente entre la similitud y la diferenciación entre Belén y Santa María, observable
en atributos tanto morfológicos como estilísticos.

Figura 14. Antropomorfo modelado. Colección Hirsch.

338 |
| ESTILO REGIONAL: UNA DISCUSIÓN A PARTIR DE LAS URNAS BELÉN, COLECCIÓN SCHREITER |

En relación a los aspectos iconográfico/estilísticos, esta tensión se expresa y se


resuelve en los temas representados y en el modo de su representación. Respecto de los
temas figurativos, ambas unidades estilísticas representan temas antropomorfos y
zoomorfos. El tema antropomorfo, en las urnas santamarianas involucra a la pieza en
su totalidad adquiriendo la mayor jerarquía (Caviglia 1985; Kusch 1990; Nastri 1999;
Perrota y Podestá 1974; Podestá y Perrota 1976; Tarragó et al. 1997; Weber 1978).

Tabla 2. Temas y configuraciones por campo de representación.

| 339
| LAURA QUIROGA Y VERÓNICA PUENTE |

Tabla 2. Temas y configuraciones por campo de representación. Continuación.

Referencias: A.A: apéndice antropomorfo, A.M: apéndice mamelonar, A.V: apéndice en V, A.Z: apéndice
zoomorfo, C.A: configuración en arco, C.AZ: configuración azarosa, C.B: configuración bipartita, C.C:
configuración continua, C.FHP: configuración franjas horizontales paralelas, C.FVP: configuración franjas
verticales paralelas, C.PC: configuración panel central, C.S: configuración sucesión, C. SR: configuración
sucesión con simetría rotacional, C.T: configuración tripartita, T.A: tema antropomorfo, T.AZ: tema
antropozoomorfo, T.C: tema circular, T.CA: tema camélido, T.E: tema escalonado, T.FH: tema franja, T.H: tema
huella, T.LS: tema línea sinuosa, T.V: tema víbora, T.X: tema en X, N/D: no determinado.

En Belén el tema humano no adquiere la misma jerarquía. Kusch (1990) observa


que las representaciones de lo humano y lo natural en el estilo santamariano, marcan
una clara tendencia hacia la representación diferenciada de ambos temas. Por con-
traste en las etapas previas, correspondiente al período Formativo, las representacio-
nes de humanos y animales podían combinarse a través de posturas, rasgos y atribu-
tos dando como resultado humanos felinizados entre otros ejemplos. Al mismo

340 |
| ESTILO REGIONAL: UNA DISCUSIÓN A PARTIR DE LAS URNAS BELÉN, COLECCIÓN SCHREITER |

tiempo, la representación antropomorfa adquiere atributos relacionados con vesti-


menta y adornos que pueden estar indicando distinciones sociales.
Al respecto cabe señalar que la representación antropomorfa en soportes dife-
rentes jerarquiza otros elementos. Las urnas describen el cuerpo –el rostro en parti-
cular– como soporte de representaciones. Por el contrario, los rasgos de variabilidad
del escutiforme en distintos soportes–calabazas, arte rupestre, urnas santamarianas,
etc. –están dados a través de elementos extracorporales (ropa, tocados) interpreta-
dos como rasgos de jerarquización social, en tanto en las urnas la pintura facial que
hemos señalado, remite a una individualidad expresada en la diversidad del diseño,
convirtiendo el cuerpo mismo en soporte de la expresión de identidad social.
La distinción entre lo humano y lo zoomorfo se reitera en los ejemplares anali-
zados. Sin embargo, los rasgos antropomorfos de Belén se limitan a rostros imbricados
con representaciones geométricas carentes de otros indicadores de jerarquización
social. El tema antropomorfo, cuando se representa, adquiere la mayor jerarquía en
la composición pero restringido al campo 2 y asociado con temas zoomorfos y
geométricos.
La representación zoomorfa en ambas unidades estilísticas comprende temas
compartidos como el batracio y la víbora, sin embargo, en Belén estas representacio-
nes tienen jerarquía propia, a diferencia del estilo santamariano donde se subordinan
al tema de lo humano, integrándose como mejillas en el rostro y también en sector
central del cuerpo.

Figura 15. Tema figurativo: antropozoomorfo

| 341
| LAURA QUIROGA Y VERÓNICA PUENTE |

La mayor similitud temática entre ambas unidades se establece en los temas


geométricos aunque con diferente modo de representación en cuanto a distribución
y configuración. En Belén los temas geométricos tienen una jerarquía propia en tanto
en Santa María se subordinan frecuentemente, a la representación humana.
Los temas geométricos en Belén se registran en otros conjuntos estilísticos con-
temporáneos y cercanos en su distribución como Sanagasta o Villavil. La mayor
similitud se encuentra en los temas geométricos de línea sinuosa cuyo trazo se aseme-
ja al de Belén aunque con una distribución diferente, sobre un tratamiento de super-
ficie también diferente (negro sobre crema), presente en contextos de ocupación tan
distantes como La Angostura en El Bolsón y el área de Antofagasta de la Sierra (Pcia.
de Catamarca).
En cuanto a los aspectos formales de la representación podemos señalar que la
lectura de las urnas santamarianas es plana en todo el conjunto de la pieza. Belén por
su parte, presenta lecturas planas en el campo 2, en tanto los campos 1, 3 y 5 frecuen-
temente presentan lecturas continuas.

Tabla 3. Frecuencias de lecturas por campo.

En relación al problema de la discontinuidad estilística como evidencia de la


discontinuidad histórica tradicionalmente planteada, hemos podido establecer que
Belén presenta una continuidad y reelaboración en los temas y recursos compositivos
utilizados, respecto de unidades estilísticas correspondientes a momentos cronológicos
previos.
Dentro de los temas geométricos, el tema escalonado y el juego perceptivo
entre figura y fondo son recurrentes en los estilos Cienaga y Condorhuasi (Kusch
1998; Sempé 1998). Por otra parte, el tema de la semihumanidad, dominante en el
estilo Aguada, continúa siendo representado en Belén aunque varían las técnicas de
representación utilizadas y las características morfológicas de la pieza. La representa-
ción zoomorfa abandona el carácter modelado propio del Formativo (Kusch 1990)
y se representa a través del dibujo lineal integrado a esquemas compositivos propios
de Belén. La representación antropomorfa se sintetiza en el rostro combinando el
modelado pero integrado al esquema tripartito de lectura plana, a diferencia del
Formativo donde la pieza en su totalidad compromete el tema de lo humano.
La perspectiva diacrónica para analizar las unidades estilísticas nos ha permitido
evaluar las transformaciones en la jerarquización de los temas representados y en la
manera en que estos son plasmados. Es significativo además, destacar cambios en la

342 |
| ESTILO REGIONAL: UNA DISCUSIÓN A PARTIR DE LAS URNAS BELÉN, COLECCIÓN SCHREITER |

jerarquización de los atributos formales seleccionados para su identificación y sig-


nificación. Si consideramos las fronteras estilísticas en términos de sincronía, la ma-
yor tendencia hacia la diferenciación se encuentra en los aspectos estilísticos formales
ya que los temas representados reflejan un área de intersección entre unidades estilísticas.

Agradecimientos. Queremos agradecer al Instituto de Arqueología de la Universidad Nacional de


Tucumán por la posibilidad concreta de acceder a las colecciones e información necesarias para
elaborar este trabajo. A Marisa Lazzari por su aporte generoso a la discusión y bibliografía. A
Alejandra Korstanje por su hospitalidad en Tucumán.

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| 345
| LAURA QUIROGA Y VERÓNICA PUENTE |

Notas
1. Sobre este aspecto en la arqueología argentina contamos con los trabajos de Podgorny (1999),
Scattolin (2000), Quiroga (2003), Haber y Delfino (1995/1996), entre otros.
2. Cabe señalar que durante el año 2003 el Instituto de Arqueología y Museo de la Universidad
Nacional de Tucumán, han realizado una base de datos y archivo fotográfico digitalizado.
3. La información de este cuadro complementa los datos publicados por Schreiter (1936a y b)
sobre las colecciones obtenidas en los años 1934 y 1936.
4. Los ejemplares con lectura plana, que en el campo de representación 2 representen temas
diferentes en ambas caras de la pieza son señalados con “/2” al finalizar en número de
ejemplar.
5. Las diferencias en los subtotales se deben a la ausencia de decoración en algunos campos o
bien a condiciones de conservación defectuosas que impiden una apreciación correcta y com-
pleta del diseño.

346 |
| ¿CAZADORES-RECOLECTORES NO IGUALITARIOS EN LAS SIERRAS CENTRALES? |

¿EXISTIERON CAZADORES-RECOLECTORES NO IGUALITARIOS EN


LAS SIERRAS CENTRALES DE ARGENTINA?
EVALUACION DEL REGISTRO ARQUEOLOGICO.

Diego Eduardo Rivero∗

Las sociedades “cazadoras-recolectoras complejas”, han sido definidas como


aquellas donde los líderes poseen el control sobre el trabajo de las otras personas sin
mediar relación de parentesco, y donde la diferenciación social es hereditaria (Arnold
1996). Por el contrario, por “cazadores-recolectores igualitarios” o “simples” se en-
tiende a aquellos grupos en los cuales todos sus integrantes tienen igual acceso a los
recursos y a la tecnología necesaria para adquirirlos (Kelly 1995).
La identificación arqueológica de estos dos tipos de sociedades no es una tarea
sencilla. En general, se han postulado una serie de rasgos que estarían presentes en los
grupos “cazadores-recolectores complejos”, tales como movilidad residencial redu-
cida o sedentarismo, practicas de almacenaje, diferencias de riqueza, prestigio y/o
status, intensificación económica, y territorialidad, entre otras. Varios de estos “ras-
gos diagnósticos” son factibles de detectar arqueológicamente (Price y Brown 1985).
En general, la mayor parte de los enfoques conceptualizan a la complejidad
como un estado de los sistemas socioculturales, y debido a esto han tenido graves
dificultades para su operatividad, generando modelos que poseen escaso poder ana-
lítico y explicativo (Barrientos 2004).
Teniendo en cuenta estas limitaciones presentadas por los enfoques menciona-
dos, en este trabajo se analiza y discute el registro arqueológico proveniente de sitios
cazadores-recolectores de las Sierras Centrales de Argentina (Pcias. de Córdoba y
San Luis), desde una perspectiva teórica evolutiva que considera que la complejidad
debe ser entendida como una propiedad de los sistemas que varía en forma continua
en diferentes dimensiones y posee múltiples variantes o aspectos (Barrientos 2004).

El Estudio de la Complejidad

Los trabajos dedicados al estudio de la complejidad entre los grupos cazado-


res-recolectores, lo han realizado al menos desde dos enfoques. El primero de ellos,
concibe a la complejidad como un estado que caracteriza al sistema sociocultural,
*
CONICET. Cátedra de Prehistoria y Arqueología, Universidad Nacional de Córdoba.

| 347
| D IEGO E. R IVERO |

postulando la existencia de “umbrales” a partir de los cuales las sociedades cazado-


ras-recolectoras ya no pueden ser consideradas “simples” o igualitarias y pasan a ser
“complejas”. Estos umbrales se relacionan con el surgimiento de jerarquías en las
cuales los líderes poseen el control sobre las otras personas y se establecen desigual-
dades sociales hereditarias (Arnold 1996; Kelly 1995; Kosse 1990).
Para explicar la aparición de desigualdades y la instalación de jerarquías, se han
explorado una serie de variables que se supone actúan como generadores de los
principales cambios sociales. Entre éstas pueden mencionarse la reducción de la
movilidad o circunscripción (Kelly 1995; Price y Brown 1985), la intensificación del
almacenaje de alimentos (Testart 1982; Woodburn 1982), la amplitud de la dieta
(Binford 2001) y el aumento demográfico y la necesidad de disminuir la tensión
escalar (Jonson 1982; Koose 1990).
Se han propuesto indicadores arqueológicos del fenómeno de complejidad,
entendido como diferenciación social hereditaria, que incluyen evidencias de
sedentarismo/movilidad reducida, territorialidad, nuevas tecnologías, intensificación
de la producción, aumento en la visibilidad arqueológica de actividades rituales, cre-
cimiento poblacional, circulación de bienes exóticos y cambios en las prácticas
mortuorias, entre varios, aunque no todos deben estar presentes en los diversos
casos (Arnold 1996; Price y Brown 1985; Yacobaccio 2001).
Esta conceptualización de la complejidad como un estado de los sistemas, que
divide a los cazadores-recolectores en “simples”/”complejos”, es similar a aquella
del Evolucionismo Cultural (Fried 1967; Service 1962) que postula que la variabili-
dad en la organización de los grupos humanos se puede reducir a un número limita-
do de tipos, definidos por una serie de rasgos, y que la tarea de los investigadores es
identificar los principios que guían la transformación de un tipo de sociedad en otro.
En este sentido, algunos autores han comparado a los cazadores complejos con
jefaturas simples (ver ejemplos en: Arnold 1996), uno de los tipos organizacionales
del Neoevolucionismo.
Esta clase de enfoque tiene importantes dificultades operativas, por ejemplo, de-
bido a que varios grupos pueden compartir algunos de los rasgos mencionados, como
movilidad reducida o presencia de almacenaje, se corre el riesgo de considerar
“igualitarios” a grupos cuya evidencia arqueológica, debido a problemas de conserva-
ción o de otra índole, solo contiene unos pocos “rasgos diagnósticos” de complejidad.
Además, la utilización de las categorías dicotómicas “cazadores-recolectores com-
plejos” vs. “cazadores-recolectores simples” obstaculiza la investigación, ya que supri-
me la variación e impide tanto aprehender la diversidad sociocultural que pudo existir
en una región dada, como conceptualizar los procesos sociales adecuadamente.
En contraposición a estas visiones de la complejidad como estado de los siste-
mas, ciencias como la cibernética y la biología evolutiva están trabajando con un
concepto de complejidad entendida como una propiedad de los sistemas que varía
a través de diferentes dimensiones y posee múltiples variantes (Heylighen 1999; McShea
1996). Recientemente han comenzado a aplicarse estos conceptos en la arqueología
pampeana (Barrientos 2004).

348 |
| ¿CAZADORES-RECOLECTORES NO IGUALITARIOS EN LAS SIERRAS CENTRALES? |

Desde esta visión se considera que un sistema puede ser considerado más com-
plejo que otro si más partes o componentes pudieran ser identificados en él y/o si
existiera un mayor número de interconexiones entre sus partes (Heylighen 1999). Es
decir, que la complejidad de un sistema aumenta cuando la variedad (distinción) y/o
la dependencia (conexión) de sus partes se incrementa a través de diferentes dimen-
siones (Heylighen 1999; McShea 1996).
Si bien aún falta desarrollar metodologías claras que permitan medir adecuada-
mente los diferentes grados de complejidad y su tratamiento a nivel del registro
arqueológico (Barrientos 2004), esta concepción de la complejidad posee notables
ventajas para su aplicación en arqueología, especialmente desde enfoques evolutivos
ya que permite apreciar la diversidad sociocultural de una forma más dinámica.
En este trabajo, se aborda el estudio de un aspecto de la complejidad, como es
el surgimiento de desigualdades sociales entre los cazadores-recolectores de las Sie-
rras Centrales, y sus evidencias en el registro arqueológico.

El Surgimiento de la Desigualdad. Algunos Modelos

Uno de los aspectos de la complejidad que ha acaparado mayor atención por


parte de los investigadores, ha sido la referida al surgimiento y evolución de la des-
igualdad social (v.g. Ames 1994; Arnold 1996; Bender 1995).
Por sociedad no igualitaria se entiende a aquella en la que no todos sus integran-
tes poseen libre acceso a los recursos, a la tecnología necesaria para adquirirlos o a los
caminos que llevan al prestigio (Kelly 1995). Desde una perspectiva evolutiva se
considera que la desigualdad surge de atributos innatos en los seres humanos, quienes
intentan maximizar su fitness, y que existen ciertas condiciones de competición y cir-
cunscripción que posibilitan su surgimiento (Kelly 1995).
Igualmente, se ha destacado la existencia de limitaciones en el procesamiento de
información que acotan el número de personas con las que un individuo puede
interactuar simultáneamente. Esto trae como consecuencia que el incremento de una
población produce un mayor número de participantes en el proceso de toma de
decisiones, generando una sobrecarga de información que requiere el surgimiento
nuevos niveles de integración y control dentro de los grupos sociales (Bernardini
1998; Johnson 1982; Kosse 1990).
Cuando esto ocurre, existen tres posibles respuestas destinadas a reducir el nú-
mero de participantes en la toma de decisiones: el grupo se puede fisionar en dos
agrupaciones más pequeñas, pero si esto no es posible pueden surgir “jerarquías
secuenciales” donde las unidades menores como las familias nucleares se organizan
en unidades mayores como familias extensas y representantes de cada familia toman
las decisiones sobre determinados temas vitales para la comunidad, o “jerarquías
verticales” donde existen individuos que adquieren un status diferencial (v.g. líderes) y
se ocupan de procesar la información y tomar decisiones que afectan la vida de un gran
número de subordinados. La diferencia entre éstas es que en el caso de las jerarquías
verticales, los líderes aplican su status especial a varios aspectos de la vida del grupo, lo

| 349
| D IEGO E. R IVERO |

que suele desembocar en desigualdad social (Bernardini 1998; Johnson 1982).


Entre las causas que producen la aparición de desigualdades, la reducción de la
movilidad es considerada como el disparador de los principales cambios sociopolíticos
que la producen (Aldenderfer 1993; Kelly 1995; Price y Brown 1985). La reducción de
la movilidad, por su parte, es una consecuencia directa del interjuego entre la distribu-
ción de los recursos en el paisaje y la densidad poblacional (Bettinger 1991; Kelly 1995).
Los modelos de la Teoría de la Depredación Óptima, indican que si un grupo
que explota un parche de recursos comienza a experimentar una reducción en la tasa
de retorno, dejará este parche y se dirigirá a otro donde los recursos sean más abun-
dantes. Esto es posible con bajas densidades poblacionales, pero cuando la demo-
grafía regional aumenta a un punto donde ya no es posible dirigirse a otro sector del
paisaje, ya que puede estar ocupado por otro grupo, la solución es reducir la movi-
lidad residencial y aumentar la variedad de recursos explotados, incorporando regu-
larmente recursos de menor retorno a la dieta, tales como los vegetales (Bettinger
1991, 2001; Winterhalder 1981).
Por otro lado, la teoría evolutiva predice que un individuo se unirá a un grupo
sólo si la tasa de retorno que obtiene es mayor que la que obtendría si forrajeara solo.
El grupo, por su parte, aceptará nuevos miembros si los retornos per capita no decre-
cen, si esto sucede los integrantes del grupo excluirán posibles nuevos miembros o
los aceptarán pero con la condición de que acepten menores retornos que los otros
miembros. Un individuo no permanecerá en el grupo si puede obtener mayores
beneficios uniéndose a otro grupo, pero si esto no es posible debido a una situación
de alta demografía la única opción es aceptar una desigual distribución de los retor-
nos o dejar el grupo (Kelly 1995).
Este simple modelo sirve para ilustrar la delicada situación que puede generar la
reducción de la movilidad residencial debido a un aumento en la demografía regio-
nal. Entre las principales consecuencias, se cuentan la aparición de nuevas formas de
organización social ya sea por medio de jerarquías secuenciales o verticales que pue-
den ser aprovechadas por algunos individuos para obtener mayores beneficios por
medio de la pertenencia a grupos corporativos o linajes principales y, a través de
diversas estrategias que pueden incluir legitimaciones basadas en el ritual, el parentes-
co o la coerción, explotar la desigualdad social en su favor.

Desigualdad Social en las Sierras Centrales. Análisis de las Evidencias


Arqueológicas

A partir de las evidencias arqueológicas de las Sierras Centrales pertenecientes a


las comunidades cazadoras-recolectoras holocénicas, se analizan posibles cambios
en la estructura de este registro, en escalas temporales amplias, que reflejen variacio-
nes en las estrategias adaptativas implementadas en los diferentes momentos y pue-
dan ser indicadores de un incremento en la complejidad de los grupos, medida en
uno de sus aspectos, el surgimiento de desigualdades sociales.
Se consideraron únicamente los sitios arqueológicos que poseen una importante

350 |
| ¿CAZADORES-RECOLECTORES NO IGUALITARIOS EN LAS SIERRAS CENTRALES? |

variabilidad artefactual y otras evidencias materiales que posibilitan considerarlos sitios


de actividades múltiples o residenciales, dejando de lado otro tipo de sitios como las
canteras taller o de propósitos especiales. Debido a que aún no se cuenta con suficientes
dataciones absolutas, los sitios fueron seleccionados, además, por presentar instrumen-
tos temporalmente diagnósticos en la región, en este caso se trata de puntas de proyec-
til, teniendo especial cuidado de que su presencia no se deba al carroñeo de artefactos.
La muestra de sitios analizada fue subdividida en dos grandes bloques tempora-
les, entre 10000-6000 años AP (Bloque 1) y entre 6000-2000 años AP (Bloque 2)
sobre la base de dataciones radiocarbónicas y de la presencia de puntas de proyectil
lanceoladas con o sin pedúnculo y bifaces, para el primer Bloque, o de puntas de
proyectil triangulares apedunculadas, para el segundo Bloque (Tabla 1, Figura 1).

Tabla 1. Sitios cazadores-recolectores identificados en las Sierras Centrales.


Sitios correspondientes al bloque 1 Sitios correspondientes al bloque 2
(10.000-6000 ap) (6000-2000 ap)
• Ayampitin (González 1952) • Gruta de Intihuasi, Nivel II-III
• Gruta de Intihuasi, Nivel IV (González 1960)
(González 1960) • Abrigo de Ongamira, Nivel III-IV
7970±100 (Y-228)* (Menghín y González 1954).
8068±95 (P- 345) 6550±150 (GRN-5414)
• El Alto 3, Componente 1B (Roldán • Los Chelcos (González y Crivelli 1978)
et al. 2004)
• Cementerio de Copacabana (Laguens
• Arroyo El Gaucho 1, Componente 1
(Rivero et al. 2005) 1999)
• Los Lisos (Pastor 2005) 5240±140; 4970±120
Club de Pescadores • El Alto 3, Componente 2 (Roldán et al.
2004)
2990±70 (LP-1502)
2770±80 (LP-1287)
1690±70 (LP-1604)
• Alpa Corral (Nores y D´Andrea 1997)
4450±80 (LP-526)
• La Cocha (Nores y D´Andrea 1997)
4530±80 (LP-663)
• Club de Pescadores
• San Roque 1
• Chuña (Marcellino 1992)
2950±180
• Taninga (Zurita et al. 1975)
• Puesto Cufré 1
• Unión Arroyo 1 (Medina com. pers.)
• Arroyo El Gaucho 1, Componente 2
(Rivero et al. 2005)
3590±60 (LP-1599)
3700±70 (LP-1612)
(*) Todas las dataciones radiocarbónicas están expresadas en años AP, sin calibrar.

| 351
| D IEGO E. R IVERO |

El estudio permitió obtener información relevante para los fines de este trabajo,
que fue organizada para explorar diferentes indicadores arqueológicos relacionados
con el surgimiento de desigualdades sociales: movilidad, densidad poblacional e
intensificación de los recursos.

Figura 1. Sitios mencionados en el texto. 1) Chuña; 2) Cementerio de Copacabana; 3)


Ongamira; 4) Unión Arroyo 1; 5) Ayampitín; 6): Taninga; 7) El Alto 3; 8) Los Lisos; 9)
Club de pescadores-San Roque 1; 10) Los Chelcos; 11) Arroyo El Gaucho 1; 12) Puesto
Cufré; 13) La Cocha; 14) Alpa Corral; 15) Intihuasi.

Movilidad Residencial

El análisis de la evidencia disponible en la región para el período 10000 - 6000


AP, permite postular la existencia de estrategias de uso del espacio basadas en la
implementación de una amplia movilidad logística y residencial en el ambiente de
pastizales, abarcando amplios territorios (Rivero 2007). Las evidencias provenientes
de la tecnología apoyarían esta hipótesis, destacándose la producción de puntas de
proyectil lanceoladas y bifaces con una importante inversión de trabajo en su
formatización y la existencia de gran diversidad en las otras clases de instrumentos
(v.g. raspadores, raederas, puntas burilantes, etc.). Éstas características han sido asociadas
a grupos con elevados niveles de movilidad, debido a que se requieren artefactos
portátiles y de cuidadosa elaboración (como las puntas lanceoladas y bifaces) para

352 |
| ¿CAZADORES-RECOLECTORES NO IGUALITARIOS EN LAS SIERRAS CENTRALES? |

asegurar un respaldo contra la posible escasez local de materia prima apropiada


(Parry y Kelly 1987).
Asimismo, los amplios rangos de acción se hacen evidentes al considerar las
materias primas empleadas en la manufactura de instrumentos líticos. En sitios
pertenecientes al Bloque 1, localizados en el sector central de las sierras de Córdoba
(Pampa de Achala), se ha detectado la presencia de artefactos y desechos líticos de
diversas clases de ópalo, brecha y calcedonia, cuyas fuentes más cercanas a los sitios
analizados distan desde 20 a más de 100 km (Rivero 2007).
Los contextos correspondientes al Bloque 2, por el contrario, evidencian una
caída en el uso de la técnica de adelgazamiento bifacial y en la producción de bifaces,
así como una mayor importancia de los instrumentos informales y generalizados,
con baja inversión de trabajo en su confección. Estas características son propias de
grupos con movilidad residencial reducida, ya que si no recorren grandes distancias,
residencial o logísticamente, los artefactos deben asegurar únicamente que un deter-
minado monto de material utilizable esté disponible en los lugares requeridos, sin
necesidad de instrumentos formales y portátiles (Escola 2000; Parry y Kelly 1987).
En cuanto a las materias primas empleadas en la elaboración de instrumentos, es
notable la escasa representación de rocas no locales, es decir que las principales fuen-
tes provienen de distancias no mayores a los 20 km, lo que indicaría rangos de acción
bastante acotados (Rivero 2007).
Una característica importante de los sitios del período 6000-2000 AP es que
algunos de ellos poseen evidencias de ocupaciones de uso redundante, según lo
evidenciaría la existencia de artefactos enteros descartados o abandonados como
desecho de facto. Esta reocupación de sitios es un rasgo que suele estar asociado a la
reducción de los niveles de movilidad (Binford 1982).
Finalmente, un aspecto que llama la atención y que puede ser vinculado a cambios
en la movilidad, es la ausencia de enterramientos intencionales de cadáveres
correspondientes al Bloque 1, ya que la totalidad del registro bioarqueológico de
cazadores-recolectores corresponde a momentos posteriores al 6000 AP (González
1960; González y Crivelli 1978; Marcellino 1992; Menghín y González 1954). Si bien
esta situación puede deberse a problemas de muestreo o visibilidad arqueológica, se
ha sugerido que esta ausencia de enterramientos en momentos tempranos, puede ser
un producto del abandono de cadáveres por parte de poblaciones poco densas y
altamente móviles. Con el aumento poblacional y de la circunscripción espacial, por
el contrario, pudieron surgir nuevas presiones que alentaron la depositación formal
de cadáveres (Barrientos 2002).

Densidad Poblacional

La obtención de algún tipo de estimación de variaciones en las densidades


poblacionales a partir de los datos arqueológicos, es siempre muy dificultoso. Un
método que suele utilizarse es comparar las cantidades de sitios presentes en un área

| 353
| D IEGO E. R IVERO |

en distintos períodos (Hocsman 2003). En la Tabla 1 y la Figura 2 se resumen los


distintos sitios residenciales identificados para cada Bloque temporal considerado en
este análisis, asimismo se incluyen las dataciones absolutas disponibles hasta el momento.
La cantidad de asentamientos residenciales que pueden ser adscriptos al período
10000-6000 AP es bastante más reducida que la correspondiente al período 6000-
2000 AP, lo que podría ser considerado como un indicador de una mayor densidad
poblacional con posterioridad al Holoceno Medio.

Figura 2. Cantidad de sitios por período.

Intensificación de los Recursos

La identificación del surgimiento de la intensificación de los recursos, entendida


como la tendencia a dedicar más tiempo y energía a la recolección/captura y proce-
samiento de recursos de baja tasa de retorno, en respuesta a una disminución en la
disponibilidad de presas de mayor rendimiento, puede ser considerado un indicador
de la existencia de limitaciones a la movilidad, como lo indica la teoría evolutiva
(Bettinger 1991, 2001; Grayson y Cannon 1999; Kelly 1995).
Asimismo, la relación entre grandes y pequeños mamíferos en una dieta puede
ser considerada una medida de la eficiencia en el forrajeo (Bayham 1979), por lo que
se han establecido índices de eficiencia que relacionan la proporción entre restos de
animales grandes y pequeños en distintos conjuntos arqueofaunísticos (Broughton
1994). Si bien esta es un procedimiento que posee ciertas limitaciones (Grayson y
Cannon 1999), es una herramienta válida para explorar, junto con otras líneas de
evidencia, la posibilidad de la existencia de intensificación.
La información arqueofaunística disponible para el período cazador-recolector
de las Sierras Centrales ha sido generada casi totalmente a mediados del siglo pasado,
y si bien no se la analizó desde una perspectiva evolutiva, aportan no sólo la presencia
de ciertas especies sino también su importancia relativa en la dieta. En este sentido,
resulta clara la dominancia absoluta de restos óseos de camélidos (v.g. Lama guanicoe),
seguidos por un porcentaje mucho menor de cérvidos (v.g. Ozotoceros bezoarticus),
mientras que los vertebrados de menor tamaño están muy poco representados en

354 |
| ¿CAZADORES-RECOLECTORES NO IGUALITARIOS EN LAS SIERRAS CENTRALES? |

los inicios del Holoceno. Por el contrario, a partir de mediados del Holoceno, la
importancia de los recursos pequeños aumenta en relación a los de mayor tamaño,
así como el número de taxones presentes (González 1960; Menghín y González
1954).
Recientemente, las investigaciones realizadas en el sitio multicomponente Arro-
yo El Gaucho 1 (Rivero 2007), localizado en el sector central de las Sierras de Cór-
doba, han posibilitado contar con información cuantitativa de los restos
arqueofaunísticos correspondientes a dos Componentes ubicados en el Holoceno
temprano (C1) y en los comienzos del Holoceno tardío (C2). Se calcularon los índi-
ces de eficiencia1 para los dos Componentes, los que arrojaron un resultado de 0,68
para el C1 y 0,49 para el C2 (Figura 3), que indica una mayor importancia relativa de
los especimenes de menor tamaño en los momentos más tardíos de la secuencia.
Si bien los estudios de eficiencia en nuestra región recién están comenzando,
principalmente debido a la carencia de muestras adecuadas, estos resultados son
interesantes y pueden ser complementados por otras líneas de evidencia. En este
sentido, los instrumentos líticos pulidos vinculados con el procesamiento de vegeta-
les (v.g. molinos planos, morteros y manos) experimentan un notable incremento en
el registro arqueológico correspondiente al Bloque 2 (6000-2000 AP) (González 1960;
Menghín y González 1954; Rivero 2007), lo que indicaría una mayor importancia de
esta actividad, lo que es esperable en un contexto de intensificación de los recursos
(Bettinger 2001; Kelly 1995).

Figura 3. Indice de eficiencia en el sitio Arroyo El Gaucho 1.

Discusión

Las evidencias arqueológicas de cazadores-recolectores disponibles para la re-


gión de las Sierras Centrales es escasa y de muy variada utilidad, ya que han sido
obtenidas en diferentes épocas y bajo diferentes marcos teóricos e intereses. Sin
embargo, es posible organizarla para poder realizar una primera evaluación desde

| 355
| D IEGO E. R IVERO |

una perspectiva evolutiva, en escalas espaciales y temporales amplias, considerando


indicadores que puedan ayudar a comprender los principales cambios sociales expe-
rimentados por estas comunidades a lo largo de su extensa historia.
El análisis de los indicadores seleccionados, permite considerar que para el Blo-
que temporal 2 (6000-2000 AP) las sociedades cazadoras-recolectoras de las Sierras
Centrales habrían experimentado un importante crecimiento en su demografía, así
como una reducción en la movilidad residencial y los rangos de acción. Esta situa-
ción, seguramente, requirió de niveles de cooperación, integración y/o control den-
tro de los grupos sociales, que fueron inexistentes durante el Bloque temporal 1
(10000-6000 AP) debido a la baja densidad poblacional que caracterizó al período,
según lo evidencia el registro arqueológico.
Por lo que es posible hipotetizar que, durante el período 6000-2000 AP las
poblaciones serranas experimentaron problemas de organización relacionados con la
tensión escalar (Bernardini 1998; Jonson 1982; Kosse 1990) que hicieron necesaria la
aparición de una reorganización de las relaciones sociales, las que pudieron incluir la
aparición de jerarquías, ya sean secuenciales o verticales, y el establecimiento de con-
diciones que posibilitaron el surgimiento o consolidación de desigualdades sociales.
Analizando el registro arqueológico correspondiente a los cazadores-recolectores
holocénicos de las Sierras Centrales podemos postular, en escalas temporales y espa-
ciales amplias, un aumento en un aspecto de la complejidad de los grupos (v.g. la
desigualdad social) a partir de mediados del Holoceno, que habría involucrado in-
crementos en cuanto a la variedad o distinción de sus partes (el surgimiento de
diferenciaciones sociales más claras) y en la dependencia o conexión entre sus partes
(nuevos niveles de organización como jerarquías verticales o secuenciales).

Conclusiones

En este trabajo se intentó mostrar, a partir del estudio del registro arqueológico de
los cazadores-recolectores holocénicos de las Sierras Centrales, las ventajas de abordar
el problema de la complejidad desde un enfoque evolutivo y considerando a la com-
plejidad como una propiedad de los sistemas que varía a través de diferentes dimen-
siones y posee múltiples variantes (Barrientos 2004; Heylighen 1999; McShea 1996).
El estudio de las evidencias arqueológicas disponibles para la región de las Sie-
rras Centrales, permite hipotetizar la existencia de desequilibrios en la relación demo-
grafía-recursos a partir del Holoceno Medio (ca. 6.000 años AP) que habrían produ-
cido un aumento en la complejidad de las poblaciones, específicamente se propone
que se dio inicio al desarrollo de mecanismos que culminarían en un aumento de la
desigualdad social hacia mediados del Holoceno Tardío (ca. 2.000 años AP). La
profundización de las investigaciones en la región permitirán evaluar estas propues-
tas, cuya principal intención es la de abrir la discusión acerca de la existencia de
desigualdades sociales en las comunidades cazadoras-recolectoras tardías de las Sie-
rras Centrales.

356 |
| ¿CAZADORES-RECOLECTORES NO IGUALITARIOS EN LAS SIERRAS CENTRALES? |

Agradecimientos. Deseo agradecer al Dr. Eduardo Berberián por la lectura y observaciones realiza-
das al manuscrito. Agradezco asimismo a Sebastián Pastor y Matías Medina por sus comentarios
acerca de algunas de las ideas aquí expresadas.

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Notas
1. El índice de eficiencia calculado se basa en el índice de artiodáctilos definido por
Broughton (1994). Se calcula dividiendo la cantidad de especimenes óseos identifi-
cados (NISP) de artiodáctilos por la suma de los NISP de artiodáctilos y de los taxones
pequeños [Ó Artiodáctilos/Ó (Artiodáctilos + pequeños taxones)]. Varía entre 0 y 1, si la
muestra está constituida únicamente por artiodáctilos el índice será igual a 1 y si está formada
únicamente por taxa pequeños será igual a 0.

| 359
| JUNTAS Y CAZADEROS. ACTIVIDADES COMUNES Y REPRODUCCIÓN SOCIAL |

“JUNTAS Y CAZADEROS.” LAS ACTIVIDADES GRUPALES Y LA


REPRODUCCION DE LAS SOCIEDADES PREHISPANICAS DE LAS
SIERRAS CENTRALES DE ARGENTINA.

Sebastián Pastor *

Desde comienzos del Holoceno Medio (ca. 4000 a.C.) los grupos cazadores-
recolectores que ocuparon las Sierras Centrales de Argentina desarrollaron un largo
proceso de concentración poblacional y disminución de la movilidad residencial que
debe ser asociado a ciertos indicios de intensificación productiva –con progresivo
centramiento en recursos como la algarroba y pequeños vertebrados– y competen-
cia territorial (Pastor 2005; Rivero 2005).
Estas tendencias se fortalecieron con la incorporación de prácticas agrícolas (ca.
500-900 d.C.), las cuales favorecieron la formación de pequeños poblados de uso
semipermanente que se instalaron en los valles y piedemontes serranos hasta fines del
Período Prehispánico.
La información actualmente disponible indica que este proceso fue acompaña-
do por el desarrollo de diferentes esferas de actividad grupal, en general disociadas
de los espacios residenciales. Sin embargo, podría plantearse que tanto la producción
de evidencia relacionada a estos fenómenos como su integración en los diferentes
marcos representacionales sobre los procesos prehispánicos, han constituido aspec-
tos problemáticos de la investigación regional.
Durante la vigencia de los programas culturalistas (1950-1980) quedaron esta-
blecidas fuertes limitaciones para la obtención de datos específicos, ya que no se
efectuaron consideraciones sobre numerosos sitios que sólo contenían restos super-
ficiales –v.g. las conocidas “áreas de molienda”–, ni se lograron detectar otros ubica-
dos en el pastizal de altura. En aquella época ésta era una zona muy poco conocida
y, hasta cierto punto, apreciada como “marginal” para la comprensión de los proce-
sos socioculturales prehispánicos, en especial los del Período Tardío.
La renovación teórica y metodológica iniciada en la región a mediados de la
década de 1980 permitió superar esta noción y sumar nueva información, surgida
de trabajos especialmente destinados a captar la variabilidad cronológico-funcional
de la evidencia arqueológica superficial. Sin embargo, el interés por los aspectos

*
Cátedra de Prehistoria y Arqueología, Universidad Nacional de Córdoba. CONICET.

| 361
| SEBASTIÁN P ASTOR |

tecno-económicos de las sociedades prehistóricas –propio de las diferentes posicio-


nes teóricas adoptadas– relegó estas actividades grupales a una esfera de reproduc-
ción social relativamente marginada, por ejemplo, de sus connotaciones económicas.
A de pesar que se detectaron y excavaron algunos sitios –reconociéndose su uso a
escala grupal–, las evidencias obtenidas no fueron luego integradas en los modelos
de organización de las prácticas extractivas.
En este trabajo se intenta avanzar en la discusión del problema mediante el
repaso de la información arqueológica disponible y el análisis de su relación con el
proceso económico y sociopolítico experimentado por las sociedades que ocuparon
las Sierras Centrales de Argentina en el último milenio del Período Prehispánico.

Evolución del Modo de Vida Serrano

La región arqueológica conocida como Sierras Centrales de Argentina com-


prende los conjuntos montañosos ubicados al oeste de la provincia de Córdoba y
noreste de San Luis, así como parte de las planicies adyacentes (Berberián 1999). La
mayoría de los sectores serranos se caracteriza por la presencia de distintos ambien-
tes dispuestos a manera de pisos según diferencias altitudinales. Actualmente las zo-
nas bajas –piedemontes, valles, quebradas laterales, porciones inferiores de laderas–
contienen elementos faunísticos y vegetales propios del Chaco Serrano, entre los que
sobresalen el algarrobo (Prosopis alba, P. nigra, P. chilensis) y el chañar (Geoffroea decorticans).
Las zonas altas sobre el cordón central de las Sierras de Córdoba y sobre el sector
centro-occidental de la Sierra de San Luis están cubiertas por pastizales que hasta
hace algunas décadas sostuvieron poblaciones de guanacos (Lama guanicoe) y venados
de las pampas (Ozotoceros bezoarticus) (Bucher y Abalos 1979; Luti et al. 1979).
El establecimiento de estas condiciones ambientales se remontaría a inicios del
Holoceno Medio (ca. 4000 a.C.) (Sanabria y Argüello 2003) y, desde el punto de vista
cultural, habría implicado el desarrollo de un modo de vida basado en la caza de los
grandes herbívoros del pastizal de altura, con una progresiva dependencia hacia cier-
tos recursos chaqueños como la algarroba, que habría comenzado a abundar en
diferentes entornos deprimidos.
Indudablemente la información arqueológica referida a los contextos
precerámicos dista de ser óptima, aún cuando éste es un problema que, en general,
afecta a toda la región y a los diferentes períodos prehistóricos. Sin embargo, y más
allá de estas limitaciones, la evidencia disponible permite vislumbrar el desarrollo de
tres procesos relacionados: 1) una sostenida expansión demográfica; 2) una intensifi-
cación de la estrategia cazadora-recolectora, con progresivo aprovechamiento de
vegetales, pequeños vertebrados y huevos de ñandú (Rheidae); y 3) una creciente com-
petencia territorial, con concentración poblacional asociada a la abundancia estacional
de recursos –por ejemplo durante la recolección de la algarroba– y posibles restric-
ciones al acceso a determinados recursos no locales –como algunas materias primas

362 |
| JUNTAS Y CAZADEROS. ACTIVIDADES COMUNES Y REPRODUCCIÓN SOCIAL |

líticas (Rivero 2005)–. Este proceso se habría extendido estimativamente hasta el 500
d.C., cuando se comprueba en toda la región una incorporación parcial de la tecno-
logía cerámica, sin que existan indicios de mayores transformaciones económicas.
La adopción de las prácticas agrícolas se habría producido entre el 500 y 900
d.C. Hacia esta última fecha se puede considerar definido el modo de vida que, en
sus principales aspectos, caracterizó a todo el período tardío (900-1573 d.C.). De
esta manera se configuró una economía mixta en la que la agricultura de pequeña
escala –basada en reducidas parcelas y dependiente del régimen de precipitaciones–
se sumó a las diferentes actividades extractivas.
La reproducción de esta economía favoreció la distribución dispersa de la po-
blación en pequeños caseríos instalados a lo largo de valles y piedemontes, al tiempo
que contribuyó a mantener el panorama de alta fragmentación política que distingue
al período. La documentación histórica de fines del siglo XVI y principios del XVII
registra la continuidad de estos procesos –inscripta en un escenario de dramáticas
transformaciones, por supuesto–, dando cuenta de la fragmentación de algunas co-
munidades y de la relativa autonomía política y económica que ostentaban las comu-
nidades hijas (Bixio y Berberián 1984; Piana de Cuestas 1992).
De acuerdo a lo expuesto puede plantearse que durante el período tardío se
acentuaron algunas tendencias desarrolladas por la población cazadora-recolectora
serrana. En efecto, la incorporación de la agricultura de pequeña escala conllevó un
aumento de la productividad que claramente extendió los límites de la intensificación
de las prácticas extractivas. Esta parece ser además la base que permitió una expan-
sión demográfica sin antecedentes en los períodos previos, la cual debió sin dudas
elevar los niveles de competencia territorial. La documentación histórica de los siglos
XVI y XVII aporta ejemplos sobre los conflictos derivados de la violación de límites
territoriales y los mecanismos de integración dirigidos, entre otros fines, a enfrentarlos
o contenerlos. En las siguientes secciones se presenta información arqueológica y
datos históricos sobre las actividades grupales desarrolladas por las sociedades serra-
nas del último milenio del Período Prehispánico y de los primeros años del régimen
colonial español.

Evidencias Arqueológicas sobre Actividades Grupales (ca. 500- 573 d.C.)

En esta sección se resume la información disponible sobre una serie de contex-


tos definidos por la presencia superficial de numerosos instrumentos de molienda
fijos, principalmente morteros seguidos por conanas y algunas grandes superficies
planas pulidas. Estos restos se caracterizan por su elevada visibilidad arqueológica,
circunstancia que suele permitir el reconocimiento de sitios aún en lugares donde no
pueden identificarse otros materiales asociados. En este trabajo sólo se consideran
aquellos casos en los que el elevado número de instrumentos (ca. 10-100 ejemplares)
se constituye en un primer indicador de la utilización de los sitios en una escala grupal
(Figura 1).

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| SEBASTIÁN P ASTOR |

Figura 1. Sitios arqueológicos del sector serrano central de Córdoba.

Este tipo de evidencia ha sido registrado en diferentes situaciones. En algunos


casos, relativamente poco frecuentes, se trata de asociaciones de instrumentos de
molienda fijos ubicados en grandes rocas planas dentro de los límites de poblados
tardíos. Hasta el presente no se cuenta con información estratigráfica asociada a estos
contextos, aunque probablemente corresponden a espacios públicos donde se
efectuaron diferentes actividades grupales. Se debe aclarar, en este sentido, que la
total ausencia de elementos arquitectónicos superficiales impide apreciar numerosos
aspectos de la estructuración de estos sitios, entre ellos la posible separación entre los
espacios públicos, domésticos y, eventualmente, productivos.

364 |
| JUNTAS Y CAZADEROS. ACTIVIDADES COMUNES Y REPRODUCCIÓN SOCIAL |

En segundo lugar se han ubicado instrumentos de molienda en rocas planas a


orillas de ríos y arroyos (Figura 2). Estos sitios se localizan en las zonas de valles y
piedemontes, con distancias de los poblados tardíos que varían entre menos de 200
m hasta 3 o 4 km en línea recta. Si bien se trata de un tipo de sitio frecuente en
diferentes sectores de la región, destacamos que los de mayor tamaño –que contienen
entre 50 y 100 instrumentos– se han ubicado hasta el presente en el sur del Valle de
Punilla y en el Valle del Río Quilpo (Berberián y Roldán 2001; Medina 2004; Roldán
y Pastor 1997). Los habituales desbordes que experimentan los cursos de agua en
épocas de lluvias han eliminado todos los posibles restos asociados, de manera que
pueden considerarse sitios exclusivamente superficiales. Sin dudas esta circunstancia
limita las posibilidades de comprender su significado, aún cuando algunos sitios de
gran tamaño sugieren ocupaciones de importancia, que podrían ser relacionadas con
la presencia en los alrededores de antiguos y extensos algarrobales, tal como ocurre
con los dos ejemplos mencionados.

Figura 2. Area de Molienda. Río San Antonio, Valle de Punilla.

Por último se han ubicado agrupaciones de útiles de molienda (ca. 10-60


instrumentos) asociadas a grandes abrigos rocosos. De los 11 ejemplos conocidos,
10 se localizan en zonas de pastizal de altura y sólo uno en el ambiente de valle. En el
caso de los primeros la distancia hacia los poblados tardíos suele ser considerable,
superando normalmente los 20 km en línea recta, con un desnivel del terreno entre
500 y 1.000 m. El sitio Arroyo Talainín 2, por su parte, se ubica en el occidente del
Valle de Salsacate, rodeado de algunos poblados distantes entre 2 y 4 km. A diferencia

| 365
| SEBASTIÁN P ASTOR |

de las áreas de molienda a orillas de ríos y arroyos, estos sitios contienen variadas
evidencias arqueológicas, tanto a nivel superficial como estratigráfico. Las principales
características de estos sitios son resumidas en la Tabla 1. A continuación se comentan
los resultados de los sondeos y excavaciones efectuados en algunos de ellos.

Tabla 1. Principales características de los sitios en abrigos rocosos y dataciones obtenidas.

366 |
| JUNTAS Y CAZADEROS. ACTIVIDADES COMUNES Y REPRODUCCIÓN SOCIAL |

Río Yuspe 11

Este sitio se localiza en el sector septentrional de la Pampa de Achala, sobre la


margen izquierda del Río Yuspe y en las proximidades del Cerro Los Gigantes.
Comprende un importante abrigo rocoso (ca. 56 m2 cubiertos) y parte de un extenso
talud exterior ubicados a 1.810 msnm., en un típico entorno de pastizal de altura. La
evidencia superficial comprende 37 morteros fijos, una superficie plana pulida, ins-
trumentos y desechos líticos, fragmentos cerámicos y restos faunísticos (Figura 3).

Figura 3. Sitio Río Yuspe 11.

Se excavaron 4 m2 en el interior del abrigo. Aproximadamente los 20 primeros


centímetros de sedimento han sido seriamente perturbados por excavaciones de
huaqueros, que parecen haber eliminado los restos pertenecientes a las ocupaciones
más recientes. El material recuperado en los sondeos corresponde al momento ini-
cial de la utilización del sitio, que ha sido datado en 1540 ± 50 AP (432-599 d.C.) y
1170 ± 50 AP (779-900 d.C./919-958 d.C.) (Tabla 3). En consecuencia, este contex-
to se puede considerar básicamente contemporáneo con el proceso de adopción de
las prácticas agrícolas en la región (ca. 500-900 d.C.). La evidencia obtenida indica:

| 367
| SEBASTIÁN P ASTOR |

- intensas actividades de procesamiento-consumo de recursos faunísticos. Los


restos recuperados señalan la importancia de los camélidos, aunque se constata
el aprovechamiento de cérvidos (aparentemente limitados a la especie Ozotoceros
bezoarticus), armadillos (Dasypodidae) y cuises (Caviinae). Sólo en forma excepcional
se consumieron huevos de ñandú, el roedor Holochilus brasiliensis y, quizás, perdices
(Tinamidae) (Pastor 2003) (Tabla 2);
- procesamiento-consumo de recursos vegetales, señalado por los instrumentos
de molienda fijos, las manos de conana obtenidas en superficie y en capa y, en
forma más indirecta, por los restos cerámicos que normalmente presentan
huellas de exposición al fuego. No se recuperaron macrorrestos pertenecientes
a alimentos vegetales;
- producción de útiles líticos informales mediante el empleo de rocas
locales –v.g. cuarzo lechoso–, en la mayoría de los casos relacionados
con el procesamiento faunístico;
- mantenimiento de armas, expresado por la formatización final de preformas
y el descarte de puntas de proyectil fracturadas;
- con respecto a los acondicionamientos vinculados a la utilización del sitio se
destaca la incorporación parcial de recursos combustibles provenientes del
Chaco Serrano, distante unos 20 km. Se han identificado macrorrestos
pertenecientes a durazno de la sierra (Kageneckia lanceolata), quebracho blanco
(Aspidosperma quebracho-blanco), sauce criollo (Salix humboldtiana), espinillo (Acacia
caven) y algarrobo negro (Prosopis nigra; López com. pers. 2005). Debe recordarse,
en este sentido, la limitada disponibilidad local de leña, en especial ante la elevada
demanda que debieron implicar las ocupaciones grupales.
Tabla 2. Especimenes arqueofaunísticos identificados (RY11 - AT2).

368 |
| JUNTAS Y CAZADEROS. ACTIVIDADES COMUNES Y REPRODUCCIÓN SOCIAL |

Arroyo Talainín 2

Se localiza en el sector occidental del Valle de Salsacate, en una lomada baja


sobre la margen derecha del Arroyo Talainín y en las proximidades del faldeo meri-
dional del Cerro Velis. El sitio comprende un pequeño abrigo rocoso (16 m2 cubier-
tos) y un extenso talud exterior (ca. 1000 m2), ubicados en un entorno de Chaco
Serrano a 1030 msnm (Figura 4). Los restos arqueológicos superficiales incluyen 56
morteros fijos, manos de conana, desechos e instrumentos líticos, fragmentos
cerámicos, especimenes faunísticos y una pequeña cuenta de piedra.

Figura 4. Sitio Arroyo Talainín 2.

Se excavaron 4 m2 en el interior del abrigo y en el talud exterior. Se reconocieron


ocupaciones correspondientes al Período Prehispánico Tardío, sin que se hayan lo-
grado identificar momentos prolongados de abandono del sitio. Con carbón prove-
niente de una espesa lente ubicada en el interior del abrigo se obtuvo una datación de
740 ± 60 14C AP (1255-1296 d.C.) (Tabla 3). El conjunto de evidencia recuperado
sugiere:

- intensas actividades de procesamiento-consumo de recursos faunísticos. Como


en Río Yuspe 11, los camélidos constituyen el principal recurso consumido,
aunque en este caso su importancia frente a los cérvidos parece menor. En

| 369
| SEBASTIÁN P ASTOR |

parte esto obedecería a la presencia en el conjunto de corzuela o cabra del


monte (Mazama sp.), un pequeño ciervo de hábitos solitarios propio de los
entornos chaqueños. También se han identificado restos de venado de las
pampas, que junto con los guanacos debieron trasladarse desde la zona de
pastizales. Se aprovecharon otros recursos chaqueños, en especial los armadillos
(aparentemente Dasypodidae sp.). En forma secundaria se consumieron pecarí o
chancho del monte (Pecari tajacu), mara (Dolichotis patagonum), iguana (Tupinambis
sp.), ñandú (Rheidae), un ave pequeña (seguramente perdiz, Tinamidae sp.) y
posiblemente el caracol de tierra Megalobulimidae sp. (Pastor 2003; Tabla 2);
- intenso aprovechamiento de los huevos de ñandú (Rheidae), que figuran entre
los restos más frecuentes recuperados en los sondeos. De los aproximadamente
11.000 elementos faunísticos hallados, casi 3.000 corresponden a fragmentos
de cáscaras (Tabla 2). La disponibilidad de este recurso se restringe a finales de
la primavera y principios del verano, lo cual constituye un importante indicador
acerca de la estacionalidad de las ocupaciones;
- actividades de procesamiento y consumo de recursos vegetales, indirectamente
indicadas por los instrumentos de molienda fijos y móviles. No se recuperaron
macrorrestos correspondientes a alimentos vegetales;
- producción de útiles líticos informales mediante el empleo de rocas
locales –v.g. cuarzo lechoso y muy secundariamente brecha–. La
mayor parte de estos instrumentos puede vincularse con el
procesamiento primario y secundario de productos animales;
- mantenimiento de armas, señalado por la formatización final de preformas y
el descarte de variadas puntas de proyectil fracturadas. Los diseños presentes
incluyen al menos puntas lanceoladas pequeñas, triangulares medianas y pequeñas
y puntas con pedúnculo elaboradas en hueso (Pastor 2003);
- el conjunto cerámico –vinculado a actividades de almacenamiento,
procesamiento y consumo de alimentos– contiene fragmentos pertenecientes
a escudillas de un tamaño mayor al habitualmente registrado en los contextos
domésticos, lo cual resulta coherente con la escala grupal en que se habría
utilizado el sitio (Dantas y Figueroa 2004).
Tabla3. Fechados obtenidos

Las fechas fueron calibradas con el programa CALIB Rev. 4.3 (Stuiver y Reimer 2000), sin efectuar
ninguna sustracción sobre la edad convencional (Figini 1999).

370 |
| JUNTAS Y CAZADEROS. ACTIVIDADES COMUNES Y REPRODUCCIÓN SOCIAL |

Información Proveniente de Otros Sitios

Mencionamos en primer lugar a Puesto Maldonado 3 (Berberián y Roldán 2001;


Roldán 1999), localizado en el sector nororiental de la Pampa de Achala, en un
entorno de pastizal de altura a 1.425 msnm Comprende dos abrigos rocosos y un
extenso espacio exterior, donde se encuentran 17 instrumentos de molienda fijos –
14 morteros y 3 conanas–. Se identificó una ocupación perteneciente al Período
Prehispánico Tardío, que en el caso de uno de los abrigos implicó la ejecución de
acondicionamientos destinados a mejorar su habitabilidad –v.g. la eliminación de un
espeso manto de sedimentos acumulado en su interior–. Aún cuando se propuso
una utilización a escala doméstica relacionada con actividades pastoriles, el conjunto
de evidencia recuperado parece estar en línea con las ocupaciones de escala grupal
que venimos tratando. En tal sentido pueden interpretarse los numerosos instrumen-
tos de molienda y algunas características del conjunto cerámico, que incluyó recipien-
tes de gran tamaño.
Por su parte el sitio El Alto 3 (Rivero 2005; Roldán et al. 1999) también se ubica
en el sector nororiental de la Pampa de Achala, a unos 10 km al oeste de Puesto
Maldonado 3. Se trata de un importante abrigo rocoso –23 m de largo por 5 m de
profundidad– y de un extenso talud exterior ubicados en una cabecera de quebrada
a 1.690 msnm. En rocas planas ubicadas dentro y fuera del abrigo se localizaron 55
morteros fijos. En la margen opuesta de la quebrada se encuentra El Alto 2, un
importante abrigo al que se asocian 60 morteros fijos. Los estudios realizados per-
mitieron comprobar la utilización de El Alto 3 a lo largo de más de 10.000 años. La
ocupación grupal perteneciente al Período Prehispánico Tardío fue datada en 670 ±
50 14C (1284-1316 d.C/1353-1388 d.C.) (Tabla 3). El componente anterior, íntegra-
mente precerámico, representa sucesivas ocupaciones de grupos cazadores-
recolectores, quienes en todos los casos parecen haber desplegado bajos niveles de
agregación poblacional (Rivero 2005). Se obtuvieron tres dataciones radiocarbónicas
que lo ubican en la primera parte del Holoceno Tardío (Tabla 3), siendo la de 1690±70
AP la fecha más tardía para un contexto precerámico en la región. Entre los restos
pertenecientes a la ocupación tardía se destaca la abundancia y variedad del conjunto
cerámico, la presencia de una estatuilla antropomorfa fragmentada y el descarte de
pequeñas puntas de proyectil pedunculadas elaboradas en ópalo, una roca no local
disponible en el norte de la provincia de Córdoba, a unos 140 km en línea recta.
Por último, el sitio Los Pedernales comprende un importante abrigo rocoso (ca.
60 m2) ubicado en el sector alto de la sierra de San Luis, a 1420 msnm. (Gambier
1998). El material identificado incluye 12 morteros fijos y abundantes restos líticos,
cerámicos y arqueofaunísticos. El momento inicial de la ocupación fue datado en
1230 ± 100 AP (673-897 d.C./922-942 d.C.) (Tabla 3). La actividad de caza está
representada por restos pertenecientes a camélidos y cérvidos y, significativamente,
por un elevadísimo número de puntas de proyectil descartadas o almacenadas en el
sitio –casi 900 ejemplares de piedra y 27 de hueso–. Como en Arroyo Talainín 2, una

| 371
| SEBASTIÁN P ASTOR |

importante actividad extractiva parece haber sido la recolección de huevos ñandú.

Actividades Grupales y Competencia Territorial (Siglos XVI y XVII)

La documentación histórica local da cuenta de algunos procesos económicos y


sociopolíticos experimentados por la población nativa, cuyo origen parece remon-
tarse a diferentes momentos del período prehispánico. Las referencias a
enfrentamientos bélicos entre grupos rivales son frecuentes y comunes a diferentes
sectores de la región. Estos conflictos se desencadenaban en épocas de abundancia
de recursos –por ejemplo cuando se levantaban las cosechas– o por la violación de
los límites de diferentes espacios de explotación económica, como los territorios de
caza. Un interesante documento de comienzos del siglo XVII, correspondiente a la
zona del Valle de Punilla, ejemplifica esta última situación. Refiriéndose a los indios
de la Punilla y Cosquín, el testigo Martín Hamiltocto menciona la existencia de límites
territoriales entre ambos grupos. Recuerda que cuando era niño vio que “...si los
unos o los otros salian a casar, no pasaban de los dichos limites y mojones... si yvan
siguiendo alguna cosa y asertava a pasar de dichos linderos, la dejavan porque si la
seguian pasando adelante abia guerras entre los dichos yndios...” (Piana de Cuestas
1992). Según sugieren diferentes indicios históricos y arqueológicos, este nivel de
conflictividad intergrupal puede relacionarse a una posible saturación de ciertos es-
pacios como los fondos de valle, que concentran la mayoría de los terrenos agrícolas
(Pastor 2005).
Casi todas las referencias a actividades desarrolladas en forma grupal compar-
ten puntos comunes: 1) se señala una estrecha relación con la realización de tareas
extractivas fuera de los poblados, como las cacerías y la recolección de la algarroba;
2) queda sugerido un carácter ritual y festivo, con consumo de bebidas y alimentos;
y 3) estas reuniones implicaban habitualmente el establecimiento de alianzas bélicas.
Como sintetizaban los españoles, “...es publico e notorio en esta tierra que se juntan
los yndios de unos pueblos con otros a comer y en sus juntas y cazaderos y para las
guerras y para esto tienen sus conozidos y parientes...” (Piana de Cuestas 1992).
La apropiación grupal de diferentes recursos de caza y recolección parece guar-
dar relación con el alto nivel de competencia territorial, al tiempo que expresa la
dependencia económica de la población serrana con respecto a las actividades
extractivas aún en tiempos históricos. Las connotaciones rituales y festivas indican el
sentido de reproducción comunitaria asociado a estas prácticas, que sin dudas con-
tribuyeron a la integración y diferenciación grupal. Sin embargo, es preciso advertir
que si bien estas actividades cohesionaban a los pequeños grupos autónomos ante
diferentes necesidades económicas o de seguridad, no parecen haber derivado en el
establecimiento de relaciones de alianza permanente o de subordinación política
entre comunidades.

372 |
| JUNTAS Y CAZADEROS. ACTIVIDADES COMUNES Y REPRODUCCIÓN SOCIAL |

Las Actividades Grupales en Relación a los Procesos Económicos y


Sociopolíticos

El conjunto de evidencia que comentamos indica una importante generalización


de las actividades grupales aproximadamente a partir del 500 d.C. En consecuencia,
este fenómeno puede ser considerado básicamente contemporáneo con el proceso
regional que condujo a la adopción de prácticas agrícolas y, posiblemente, pastoriles
de pequeña escala (Pastor 2005; Pastor y Medina 2003).
Como vimos, estas actividades implicaron la apropiación colectiva de una im-
portante variedad de recursos silvestres. Los datos provenientes de los sitios del
pastizal de altura señalan el aprovechamiento de sus principales recursos faunísticos –
guanacos y venados de las pampas–, sin descartar algunos pequeños vertebrados
como los armadillos y cuises. En Arroyo Talainín 2, localizado en un entorno de
Chaco Serrano, la actividad de caza se orientó hacia la captura de armadillos y
corzuelas, y sólo ocasionalmente de pecaríes, maras e iguanas. Por otra parte, tanto
en este sitio como en el alero Los Pedernales se registra un intenso aprovechamiento
de los huevos de ñandú (Gambier 1998; Pastor 2003). Finalmente, y aún cuando no
se cuenta con evidencias directas, destacamos la habitual asociación de las grandes
“áreas de molienda” a orillas de ríos y arroyos con zonas de algarrobales.
Estos recursos fueron consumidos grupalmente en los sitios, aunque algunos
indicios sugieren el traslado de otros alimentos. Tal es el caso de los vegetales que se
habrían procesado y consumido en los sitios del pastizal de altura –donde no existen
frutos silvestres y las posibilidades agrícolas son muy limitadas (Berberián y Roldán
2001; Medina y Pastor 2005)–, o el de los guanacos y venados de las pampas identi-
ficados en Arroyo Talainín 2, distante unos 30 km del pastizal de altura. Asimismo,
debe considerarse que la categoría taxonómica Lama sp., dominante en todos los
sitios, pudo incluir algunos animales domésticos –v.g. Lama glama (Pastor y Medina
2003)–, quienes eventualmente pudieron ser sacrificados durante las ocupaciones.
Estos elementos indican que el consumo grupal de alimentos pudo implicar una
movilización de recursos mayor a la directamente relacionada con las actividades
extractivas desarrolladas en los alrededores. Seguramente este despliegue se encuen-
tra en línea con el carácter ritual y festivo que, invariablemente, las fuentes históricas
de fines del siglo XVI y principios del XVII asocian a estas prácticas.
Las actividades grupales que tratamos en este trabajo expresan algunos aspectos
centrales de los procesos económicos y sociopolíticos experimentados por la pobla-
ción serrana del último milenio del período prehispánico. En primer lugar, y con
respecto al período precedente, queda planteada una importante intensificación de
las prácticas extractivas. En este sentido se han reconocido, además de los menciona-
dos, otros contextos de apropiación y consumo de recursos faunísticos. Es el caso
de los restos de diferentes especies silvestres presentes en los espacios domésticos
(Medina 2002, 2004; Pastor 2005), o el de los numerosos sitios tardíos del pastizal de
altura directamente vinculados a la actividad de caza, que habrían sido empleados en

| 373
| SEBASTIÁN P ASTOR |

el marco de una estrategia de dispersión estacional (Pastor 2005; Pastor y Medina


2005).
Es justamente esta intensificación de las prácticas extractivas la cual permite
definir el carácter mixto de la economía serrana tras la incorporación de prácticas
agrícolas de pequeña escala. Asimismo, y aún cuando la intensificación económica
puede ser entendida como un antiguo proceso de la población serrana, serían los
niveles alcanzados a partir de esta época los que constituyeron la base de la impor-
tante expansión demográfica que define a todo el Período Prehispánico Tardío.
El carácter ritual y festivo de estas actividades de aprovisionamiento y consumo
de alimentos –y bebidas según las fuentes históricas– debió convertir a las “juntas”
en importantes instancias de reproducción comunitaria. La identificación y diferen-
ciación grupal favorecida por estas actividades debió cobrar sentido en un contexto
de creciente competencia territorial, inevitablemente unida al proceso de intensifica-
ción económica y expansión demográfica que en parte conllevó la adopción de
prácticas agrícolas. Como mencionamos, la información histórica de fines del siglo
XVI y principios del XVII contiene numerosas referencias a enfrentamientos provo-
cados por conflictos territoriales y al establecimiento de alianzas bélicas entre distin-
tos grupos, las cuales se renovaban periódicamente mediante la realización de feste-
jos.
En síntesis, podría plantearse que las actividades grupales –cuyas evidencias ar-
queológicas e históricas repasamos brevemente– reflejan parte de los principales
procesos sociales experimentados por la población de las Sierras Centrales, en espe-
cial tras la introducción de prácticas agrícolas. Desde ese momento, la reproducción
de una economía mixta –según los términos propuestos– favoreció la relativa auto-
nomía política y económica de las pequeñas comunidades serranas hasta tiempos
históricos. Sin embargo, el mantenimiento de estas relaciones debió depender pro-
gresivamente de la integración en una red de alianzas y colaboraciones, quizás expre-
sada en diversos términos de parentesco –tal como registran las fuentes históricas– y
reafirmada durante las “juntas.” Un elocuente documento de 1598, correspondiente
al Valle de Salsacate, parece resumir la esencia de estos procesos:

“...dixo que Chilahene es una parsialidad que estava


poblado en el pueblo de Niclistaca que todos son de un
pueblo con el cacique toniche y questa parsialidad tuvo
pesadumbre con toniche y se salieron del dicho pueblo y se fueron
a poblar un sitio que se llama pulmahalon y que alli estuvieron
poblados antes que los españoles llegaran a poblar la ciudad de
Córdoba y después se volvieron a conformarse y siempre se
juntaron a sus fiestas de un pueblo con el otro... (Archivo Histórico
de Córdoba, E1, L6, E1, citado por Martín de Zurita 1983).”

Agradecimientos. Dejo constancia de mi reconocimiento a quienes contribuyeron a la realización


de este trabajo con su participación en las tareas de campo, el análisis de los materiales o la

374 |
| JUNTAS Y CAZADEROS. ACTIVIDADES COMUNES Y REPRODUCCIÓN SOCIAL |

discusión sobre los problemas interpretativos: Candelaria Berberián, Beatriz Bixio, Mariana
Dantas, Germán Figueroa, Laura López, Matías Medina, Andrea Recalde y Diego Rivero. Por
último, al Dr. Eduardo Berberián, por su permanente estímulo y valiosas observaciones al
manuscrito. Todo lo expuesto en el texto es de mi exclusiva responsabilidad.

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376 |
| HACIA UNA INFERENCIA DE LAS RELACIONES SOCIALES DEL COMPLEJO LLOLLEO |

HACIA UNA INFERENCIA DE LAS RELACIONES SOCIALES DEL


COMPLEJO LLOLLEO DURANTE EL PERIODO ALFARERO
TEMPRANO EN CHILE CENTRAL

Lorena Sanhueza*
Fernanda Falabella*

El Período Alfarero Temprano (PAT) en Chile central es un momento bastante


peculiar, donde diferentes unidades arqueológicas comparten un mismo espacio
durante un lapso relativamente largo (ca.1.000 años).
Después de un momento caracterizado por comunidades alfareras iniciales, que
se extiende hasta ca. 200 d.C., donde los contextos presentan características generali-
zadas que no permiten realizar mayores distingos (Sanhueza y Falabella 1999-2000),
comienzan a configurarse expresiones materiales diferenciadas, que posibilitan la pro-
posición de unidades arqueológicas distintas (Falabella y Planella 1988-89). Estas
unidades corresponderían a grupos sociales que se diferencian en variados aspectos
de la materialidad y de sus comportamientos habituales (Sanhueza et al. 2003). Entre
estas unidades se encuentra el complejo Llolleo, que es la que ha podido ser mejor
caracterizada y que permite proponer ciertas hipótesis sobre el funcionamiento de su
sistema social.
En este trabajo presentaremos estas hipótesis y los distintos procedimientos
analíticos que permiten sustentarlas. Entre éstos se cuentan tanto métodos tradiciona-
les que apuntan a aspectos generales de los contextos, como recursos analíticos más
específicos que tienen que ver con aspectos particulares del registro y que han contri-
buido a ir reforzando estos argumentos. Todos ellos, en conjunto, nos permiten
formular una interpretación de la composición social de los grupos Llolleo.

Antecedentes del Complejo Llolleo

El Complejo Llolleo (200-1000 d.C.) es una de las dos unidades mejor defini-
das para el Período Alfarero Temprano en Chile central y se encuentra distribuido
tanto en los valles del interior (valles de la cordillera de la costa, cuenca de Santiago y
Rancagua y sus respectivas precordilleras) como en la costa (especialmente cercano al

*
Departamento de Antropología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile.

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| LORENA R. SANHUEZA Y FERNANDA G. FALABELLA |

sector de desembocadura del Río Maipo) y eventualmente también en el Río


Aconcagua1.
Esta unidad arqueológica es por definición politética, en el sentido que no todos
los sitios necesariamente tienen representadas todas y cada una de las características
definitorias, y engloba, en este sentido una cierta variabilidad, aunque todos compar-
ten ciertas características generales.

Figura 1. Elementos característicos del Complejo Lloleo: a)jarro pulido, b) jarro pulido
con decoración incisa anular en la base del cuello, c) jarro pulido con decoración estre-
llada pintada (rojo), d) jarro asimétrico pulido, e) jarro asimétrico pulido con decora-
ción modelada antropomorfa en el asa, f) jarro asimétrico pulido con decoración mode-
lada antropomorfa en el cuello, g) olla alisada, h)olla alisada con borde reforzado, i) olla
del tipo Llolleo Inciso Reticulado Oblicuo, j) pipa tipo “T” invertida (doble tubo abier-
to). Dibujos sin escala

Lo más característico del Complejo Llolleo es su contexto cerámico monocro-


mo, compuesto por ollas alisadas y jarros pulidos a los que se agrega una variedad de
olla de forma achatada con dos asas, que puede presentar decoración incisa reticulada
en el cuello y/o mamelones en el cuerpo y/o asas (tipo Llolleo Inciso Reticulado
Oblicuo [Falabella y Planella 1980]). Las ollas alisadas, de tamaños pequeños, media-
nos y grandes, generalmente presentan el perfil compuesto, dos asas y pueden tener
un refuerzo en el borde. Los jarros pulidos, de colores negro y café son preferente-
mente de menor tamaño. Presentan un asa, pueden tener el cuello abultado y como

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decoración pueden presentar una a cuatro incisiones anulares en la base del cuello,
franjas rojas (horizontales o formando una estrella), o decoración modelada
(antropomorfa, zoomorfa o fitomorfa). También hay jarros asimétricos que pueden
presentar decoración modelada antropomorfa en el asa, que eventualmente se bifur-
ca al llegar al cuerpo. Otra categoría de vasijas son las decoradas con hierro oligisto
y pintura roja. Las más grandes y de paredes más gruesas presentan franjas conver-
gentes rojas sobre una base de hierro oligisto. Las más pequeñas y de paredes más
finas (similares a los jarros no decorados) presentan campos con finas líneas rojas
ondulantes o escaleradas sobre hierro oligisto, alternado con campos rojos. También
hay jarros completamente engobados de rojo y otros con incisiones que delimitan
campos rojos. Complementan estas categorías cerámicas, vasijas de mayores dimen-
siones, de paredes más gruesas, probablemente utilizadas para el almacenamiento y
que fueron recicladas como urnas funerarias (Falabella 2000; Falabella y Planella 1980;
Sanhueza 1997; Sanhueza et al. 2003) (Figura 1).
Otro aspecto característico es el patrón de funebria. Estos grupos generan áreas
de enterratorios asociadas a sus espacios de vivienda donde los adultos son enterra-
dos flectados directamente en la tierra y los infantes preferentemente en urnas. Los
individuos son enterrados con ofrendas cerámicas, collares de múltiples cuentas líticas
y, en algunos sitios, morteros, entre otros (Falabella 2000; Falabella y Planella 1980,
1991). Otro elemento característico, que se encuentra en la mayoría de los sitios, son
las pipas del tipo T invertida de cerámica con ambas boquillas abiertas.
En términos de subsistencia, se ha sugerido que las poblaciones del interior
tendrían un fuerte énfasis en el consumo de recursos vegetales cultivados, mientras
que los de la costa incorporan a su dieta recursos marinos (moluscos, peces y otáridos),
complementado con la caza de guanaco (Falabella y Planella 1991; Falabella et al.
1995-1996; Planella y Tagle 1998; Sanhueza et al. 2003).
La evidencia de los sitios habitacionales y de funebria sugiere que se trata de una
o unas pocas unidades familiares que cohabitan en un mismo espacio, que practican
una economía de autoabastecimiento y que no presentan mayores jerarquías sociales
(Falabella 2000; Falabella y Planella 1980; Sanhueza et al. 2003).

Propuesta de Organización Social

A partir de los trabajos arqueológicos realizados desde la década de los setenta,


se han intentado diferentes aproximaciones para entender la organización social de
estos grupos. La propuesta a fines de los ’70 usó como supuesto la complementación
de recursos entre los ámbitos de costa, valle y cordillera, para plantear la integración
entre los habitantes de estas zonas sin especificar si esta propuesta implicaba la circu-
lación de productos o el uso periódico de ellas por parte de una misma población
(Falabella y Planella 1979). A fines de los ’80 se proponen distintos niveles de cohe-
sión social para los grupos identificados como Llolleo. Estos se configurarían en

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base a la cercanía del parentesco y se reflejaría en la proximidad espacial. A niveles


más amplios, se organizarían a lo largo del eje transversal de los valles y en último
término en la unión longitudinal de los habitantes de los valles del Aconcagua, Maipo-
Mapocho y Cachapoal (Falabella y Stehberg 1989). Esta propuesta resultaba cohe-
rente pero no fue testeada con datos arqueológicos que sustentaran dichos niveles de
cohesión social. Una década más tarde con la investigación del sitio La Granja, en la
cuenca de Rancagua, surge la propuesta de la existencia de sitios especiales de re-
unión social que serían la expresión física y espacial de ese nivel más amplio de
integración social (Falabella et al. 2001; Planella et al. 1997).
En trabajos más recientes hemos buscado estudiar nuevos sitios, especialmente
en zonas con escaso registro arqueológico y afinar la información arqueológica usan-
do procedimientos analíticos que puedan definir algunos aspectos que sirvan para
entender la organización de estas poblaciones (Sanhueza 2004; Sanhueza et al. 2003).
Con estos antecedentes se ha ido construyendo un conocimiento que, como cual-
quier intento interpretativo, tiene sus fortalezas y debilidades.
Nuestra propuesta es la siguiente:

- el complejo Llolleo está compuesto por pequeños grupos co-residenciales que


deben corresponder a unidades familiares, relativamente independientes y
económicamente autosuficientes;
- existieron diferentes niveles de cohesión social entre estas unidades. Proponemos
que, más que cohesiones a lo largo del eje de los valles, éstas se dan con mayor
fuerza entre los habitantes de la costa por un lado y los del valle central, por
otro;
- tienen que haber existido mecanismos de relaciones, entre ellos, suficientemente
regulares como para que se haya generado y mantenido, por más de 500 años,
pautas de comportamiento comunes, como las antes descritas, en un
espacio tan amplio como es la zona al sur del valle del Aconcagua
hasta al menos el Cachapoal.

Grupos Coresidenciales

Las prospecciones realizadas en las cuencas de Santiago y Rancagua, así como


en el valle del Río Maipo y la zona costera vecina, nos han permitido tener un pano-
rama general de los tipos de asentamiento y sus características (Figura 2).
La mayoría de los sitios atribuidos a este grupo se caracterizan por presentar
una gran dispersión de materiales en superficie, pero con un depósito estratigráfico
acotado. Cubren un área que no puede corresponder a más de una unidad co-
residencial, compuesta por una o pocas unidades domésticas. Nunca se han encon-
trado distribuciones que puedan ser interpretadas como una aldea; más bien podrían
interpretarse como caseríos dispersos.

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Figura 2. Mapa de ubicación de los sitios del Complejo Llolleo mencionados en el texto.

Es el caso de los sitios Hospital-6 y El Peuco ubicados en el valle central y


Rayonhil y LEP-C localizados en la costa, en los cuales las excavaciones han mostra-
do concentraciones discretas de materiales, con rasgos acotados donde se aglutinan
las basuras, a pesar de la gran dispersión de materiales en superficie.
Otros sitios, con un depósito más denso y de mayor extensión han mostrado
diferencias cronológicas horizontales, que sugieren un desplazamiento de las unida-
des de vivienda o una reocupación desplazada de la misma área. En el sitio El Mer-
curio, por ejemplo, los controles cronológicos para el componente II o Llolleo
muestran diferencias de hasta 400 años en distintos sectores del sitio, no así en su
estratigrafía.
Los sitios ubicados en la zona precordillerana, en terrazas asociadas a cursos de
agua (menos alterados por las actividades postdepositacionales) confirman esta ten-
dencia. En ningún caso se conservan indicios de estructuras, por lo que las habitacio-
nes deben haber sido construidas en materiales perecibles (tipo ramadas o estructu-
ras de quincha), de las cuales sólo ha quedado evidencia de algunas huellas de postes.
Los sitios Los Panales y Caracoles Abierto cubren áreas que no superan los 700 m²
y tienen depósitos con una potencia de no más de 40 cm, constituido por un basural
poco denso.
Nuestra interpretación es que estos sitios arqueológicos son el referente espacial
de unidades co-residenciales y corresponderían a lo que, desde la antropología se ha
definido como una “comunidad” (Kolb y Snead 1997; Yaeger y Canuto 2000). Esta
definición pone el acento en la interacción de los miembros de la comunidad y el
sentido de identidad compartida que es generado por y que generan estas interacciones,
siguiendo los principios de la teoría de la práctica de Bourdieu (1977). En otras

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palabras, sus elementos definitorios son los contactos cara a cara regulares y periódi-
cos que permiten la vivencia de esta realidad social y la generación de prácticas y
materialidades comunes.
Para buscar estas unidades sociales en el registro arqueológico hemos trabajado
con el enfoque de la antropología de las técnicas que nos permite acceder a su reco-
nocimiento. El concepto de estilo tecnológico fue desarrollado en el marco de la
antropología de la tecnología y se refiere a la sumatoria de las decisiones arbitrarias
que toman los artesanos en el proceso de manufactura de los objetos (Dietler y
Herbich 1998; Gosselain 1998; Lemonnier 1992; Stark 1999). Estas decisiones se
enmarcan dentro del habitus del grupo al que pertenece el alfarero(a), y están en
relación directa con el proceso de enseñanza-aprendizaje, sin perjuicio que puedan
surgir innovaciones. Desde la materialidad, la definición de estilos tecnológicos a
partir de las cadenas operativas de los artefactos, permitiría identificar grupos que
comparten un habitus y en definitiva, grupos de personas que tienen relaciones “cara
a cara”. De esta manera, mientras más detallado sea el estudio, mas acotada será la
definición del estilo tecnológico, y estaremos identificando con ello, a grupos de
personas más discretos. Así, distintos aspectos de la secuencia de producción aluden
a unidades sociales de diferente tamaño y magnitud, siendo los aspectos “ocultos”
relacionados con la preparación de la pasta y formatización (gestos que permiten
levantar la pieza) los que remiten a los de escala menor (por ejemplo, familia o grupo
coresidencial), mientras que aspectos más “visibles” como la forma y decoración
aludirían a unidades sociales mayores.
El análisis de los conjuntos cerámicos de los sitios Llolleo bajo esta perspectiva
nos ha mostrado que aunque hay ciertos elementos que son compartidos por todos,
en términos estrictos, cada uno de ellos representa una realidad en sí. De esta mane-
ra, si bien las tendencias generales de forma, decoraciones y tecnología de manufac-
tura son compartidas, ningún sitio es idéntico a otro. Las únicas decoraciones que
son compartidas por todos los sitios son la pintura roja exterior, el inciso reticulado
y los incisos lineales (de los cuales, a excepción de las incisiones perimetrales en la
base del cuello, desconocemos los motivos que conforman). Además, si bien las
ollas con inciso reticulado están presentes en todos los sitios, sus frecuencias son
notoriamente dispares (Tabla 1). Lo mismo ocurre con los elementos de forma,
como los bordes reforzados o las bases definidas, que o bien no siempre están
presentes, o lo están en distinta frecuencia (Tabla 2).
Por otra parte existen también tipos de adorno y particularidades de la funebria
que se encuentran sólo en uno o dos sitios. Creemos que esta característica apoya la
idea de que estaríamos frente a comunidades relativamente independientes, que ma-
nufacturan su propia cerámica, de acuerdo a sus propias “formas de hacer”.
El análisis de los conjuntos líticos, aunque no han sido abordados con esta mis-
ma perspectiva, apoya la idea de comunidades locales por el uso de materias primas
que proceden, en su gran mayoría, de las cajas de valle en las inmediaciones de los
sitios y por las diferencias que se han registrado entre ellos.

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Tabla 1. Frecuencia de decorados en sitios Llolleo de la costa y el valle (%).

Sitios: EM= El mercurio, HP6=Hospital 6, LPN= Los panales, EP= El Peuco, CA= Coaracoles
abierto, Sitio Rayonhil sólo información de presencia/ausencia.

En relación a las materias primas, por lo general dominan las de grano grueso
de las familias de las andesitas y basaltos disponibles en las proximidades de todos
los lugares de ocupación y que han sido utilizadas con un criterio expeditivo, lo que
resulta en una abundancia de desechos. Junto a estos materiales, se recuperan dese-
chos y artefactos de materias primas de grano fino, en particular sílice rojo, tobas y
obsidianas. Estos tipos de materias primas son escasas en los sitios del valle, en la
mayoría no superan el 5% de la muestra, están orientadas a la producción de artefac-
tos de filo cortante e implican su transporte desde localidades más alejadas. En los
sitios de la zona precordillerana, como Caracoles Abierto, las materias primas de
grano fino son más abundantes y pueden llegar al 40% de la muestra, lo que proba-
blemente se relaciona con su amplia y cercana disponibilidad en estas áreas.

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Tabla 2. Presencia de formas en sitios Llolleo de la costa y el valle (sitio Rayonhil sin información).

En relación a las diferencias, se advierten particularidades en cada sitio que los


hace únicos. Quizás una de las más notorias resulta de la comparación entre dos sitios
de gran envergadura en el valle central, El Mercurio (terraza norte del Río Mapocho
en la cuenca de Santiago) y La Granja (terraza norte del Río Cachapoal en la cuenca
de Rancagua). En el primero, tanto los desechos de producción como de artefactos
de filos cortantes en materias primas de grano fino están prácticamente ausentes en el
registro. No ocurre así en La Granja donde se recuperó un conjunto artefactual y de
desechos significativo, especialmente en obsidiana, materia prima que, en este sitio,
alcanza una representatividad relativa de 16% (Ciprés Consultores 2002).
Otro indicador es que existen diferencias notorias entre sitios en relación a la
subsistencia, aunque estén situados en ambientes similares. En El Mercurio es prácti-
camente nulo el registro de instrumental asociado a las actividades de caza y el mate-
rial faunístico, existiendo en cambio una fuerte representatividad de instrumentos de
molienda que suponemos asociados a cultígenos como el maíz o la quínoa (Falabella
2000; Planella y MacRostie 2005; Vásquez 2000). En La Granja, junto a un énfasis
similar en la molienda y cultígenos, aparece un abundante registro lítico relacionado
a actividades de caza y abundante guanaco (Becker1995-1996; Ciprés Consultores
2002; Planella y Tagle 1998; Planella et al. 1997).

Diferencias Costa-Valle Central

Siguiendo el mismo marco teórico enunciado, se podrían reconocer distintos


niveles y formas de relación entre grupos co-residenciales Llolleo alejadas espacialmente

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| HACIA UNA INFERENCIA DE LAS RELACIONES SOCIALES DEL COMPLEJO LLOLLEO |

a través de los cuales se compartan las tradiciones que reconocemos en la materiali-


dad. Si bien en un principio se planteó el valle como un nivel importante de cohesión
social (Falabella y Stehberg 1989), en los últimos años la búsqueda de confirmación
para este planteamiento ha mostrado más bien lo contrario.
Distintas líneas de evidencia están mostrando que, más que cohesiones a lo largo
del eje de los valles, éstas están aglutinando a los habitantes de la costa por un lado y
a los del valle central por otro, y llevan a sugerir que los grupos habitan en forma más
o menos permanente o la costa o el interior. La información, por ahora, se refiere a
una dicotomía entre la costa vecina al valle del Maipo-Mapocho frente a la realidad
en zonas del interior, tanto en estos valles como en el del Cachapoal.
Distintas líneas de evidencia sustentan estas ideas. En el caso de la cerámica, las
pastas son el aspecto más sensible para reconocer las procedencias y lugares de
manufactura. En las vasijas Llolleo la pasta es la dimensión que presenta las mayores
diferencias entre los sitios de costa e interior (Tabla 3). Los sitios del interior mues-
tran un claro predominio de vasijas elaboradas con áridos de origen volcánico mien-
tras que los sitios de la costa presentan vasijas elaboradas principalmente con áridos
de origen granítico (Sanhueza 2004). Esto tiene un claro correlato en el marco
geológico regional donde las formaciones graníticas se concentran en la costa y tie-
nen, por el contrario, una distribución muy puntual en el interior, que está dominado
por formaciones volcánicas. La movilidad de estos grupos fuera de estas áreas sería
de escasa importancia, ya que el contexto al interior de cada una de ellas es muy
homogéneo en relación a las materias primas utilizadas en la confección de las vasijas.
La diferencia observada en la elección de las materias primas para confeccionar el
conjunto de vasijas en estos dos áreas no sólo nos habla de grupos relativamente
sedentarios o con circuitos de movilidad restringido a un territorio relativamente
pequeño, sino que también nos permite postular una mayor interrelación grupal intra-
areal (costa o interior).

Tabla 3. Frecuencia de familias de pastas en sitios Llolleo de la costa y el valle (en porcentajes)

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| LORENA R. SANHUEZA Y FERNANDA G. FALABELLA |

Otra línea de evidencia que apoya esta misma idea, son los estudios sobre dieta.
En la década del ´90 se tuvo una primera experiencia en relación al tema, mediante el
análisis de composición de elementos en restos óseos de poblaciones costeras y del
interior. En esa ocasión sólo se estudiaron individuos de dos sitios, uno de la costa y
el otro del interior (LEP-C y El Mercurio respectivamente) (Falabella et al. 1995-96).
Los resultados de los análisis mostraron una concentración diferencial de los elemen-
tos zinc (Zn) y estroncio (Sr) para las poblaciones costeras v/s interior, lo que fue
interpretado como una diferenciación sustancial en la dieta de estas dos poblaciones.
Los altos valores de zinc (Zn) en las poblaciones del interior podrían estar respon-
diendo al consumo de cultígenos (legumbres y maíz), mientras que los valores pre-
ponderantes de estroncio (Sr) en la costa estarían representando una dieta basada
fuertemente en el consumo de mariscos (Falabella et al. 1995-96: 37).
Estos resultados, aunque limitados por la muestra analizada, permitieron pro-
poner que los grupos que habitaban la costa o el interior pasaban la mayor parte del
tiempo en sus respectivas localidades, lo que es coincidente con la información a
partir del análisis de la cerámica.
Recientemente, análisis de isótopos estables de restos óseos humanos, que inclu-
ye una muestra bastante mayor, tanto de individuos enterrados en la costa como en
el interior han mostrado un patrón semejante. Si bien esta es una técnica especialmen-
te utilizada para pesquisar la incorporación y la importancia del maíz en la dieta,
también es muy sensible para distinguir dietas basadas en productos marinos de
aquellas en la cuales estos recursos no tienen mayor importancia, a partir de los
isótopos de Nitrógeno (Tykot y Staller 2002).

Figura 3. Valores isotópicos del carbono y nitrógeno del colágeno de individuos Lloleo
de sitios de la costa y el valle.

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Los resultados obtenidos muestran que los individuos de la costa tienen una con-
siderable mayor cantidad de d15N que los del interior, lo que implica que los recursos
marinos están incluidos en la dieta. Los individuos del interior, por su parte, muestran
niveles de d15N bastante menores, congruentes con una dieta basada principalmente en
productos terrestres, y con valores de d13C que muestran que el maíz ya comienza a ser
incorporado como parte habitual de sus alimentos (Figura 3) (Falabella et al. 2006).

De esta manera, tanto el análisis cerámico como los análisis de la dieta de estas
poblaciones apuntan a la existencia de una diferenciación del territorio en al menos
dos grandes áreas: costa e interior, donde distintos grupos de personas permanecen
la mayor parte del tiempo.
Las evidencias también sugieren que podría haber un nivel de mayor cohesión
social al interior de cada una de estas áreas. Esto se ve reflejado en la existencia de
ciertas características culturales que se presentan sólo en el interior, como por ejem-
plo vasijas con modelados antropomorfos duales en el cuerpo o incisos con moti-
vos complejos en el cuello y el uso de amontonamientos de bolones de río en la
ritualidad.
No obstante lo anterior existen grandes similitudes en la cultura material de los
grupos de ambas áreas que debe ser explicada por mecanismos sociales, que serían
los que permiten las relaciones entre los individuos de estos dos espacios, de manera
recurrente, aunque no necesariamente continua.

El Referente Social del Complejo Llolleo

Como hemos dicho, todos los contextos Llolleo presentan similitudes en aspec-
tos de los conjuntos cerámicos, de las prácticas funerarias y de los adornos. Sin duda,
esto evidencia que ciertas ideas de “como hacer las cosas” son compartidas a un
nivel regional, donde se enfatizan ciertos códigos relacionados especialmente con
actividades no domésticas. Creemos que estas similitudes son posibilitadas y propi-
ciadas en determinadas instancias sociales, donde confluyen algunos grupos costeros
y del interior. Estas instancias pueden estar referidas a relaciones de parentesco y
reciprocidad a nivel familiar (matrimonios, funerales, trabajos comunitarios), o bien
a instancias de congregación social más amplias, similares a las “juntas” descritas por
los cronistas o bien ceremonias rituales (Castro y Adán 2001; Falabella et al. 2001;
Faron 1969; Planella et al. 2000). Es en estas ocasiones e instancias que se experimen-
ta, actualiza y revitaliza un sentido de identidad común por sobre las diferencias
particulares de las comunidades o de otros niveles de agregación social. Este sentido
de identidad se construye en la experiencia común rodeada por un entorno físico,
social y material reconocido y reconocible por todos.
En este tipo de reuniones el consumo de bebidas y comidas es usual. Los jarros
han sido el recipiente más tradicionalmente usado en estos contextos. Creemos que
es por esto que es en esta categoría de vasija donde se concentran las similitudes

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| LORENA R. SANHUEZA Y FERNANDA G. FALABELLA |

intra-areales. Si además tomamos en cuenta que son justamente los jarros los más
frecuentemente utilizados como ofrendas en los entierros, tanto en la costa como en
el interior, parece razonable sugerir que estos artefactos jugaron un rol activo en la
identificación del grupo social mayor.
La similitud en las características de los jarros Llolleo a nivel areal ha sido cons-
tatada en los análisis de atributos métricos y de variables cualitativas entre los sitios
Llolleo LEP-C de la costa y El Mercurio del interior en la cuenca de Santiago (Falabella
2000). Dicho análisis mostró que ambos conjuntos pueden ser considerados como
parte de una misma “población” de vasijas ya que no presentan diferencias
estadísticamente significativas. Con un enfoque similar se comparó jarros y ollas de
sitios de la cuenca de Santiago y de Rancagua con resultados análogos (Correa 2004).
Otra evidencia que creemos apoya la idea de que los jarros apelan a la identidad
grupal es el hecho que es la categoría de vasijas que presenta la mayor variabilidad en
las pastas, lo que sugiere que en los sitios no sólo se están utilizando jarros manufac-
turados localmente, sino de otras áreas (Sanhueza 2004). En la comparación realiza-
da entre los conjuntos cerámicos de costa y de interior se constató que los jarros
pulidos presentan una mayor variabilidad que las ollas alisadas en sus materias pri-
mas. En la costa esto se ve expresado por una notoria mayor frecuencia de pastas
con áridos de origen volcánico entre los jarros pulidos, las que alcanzan una frecuen-
cia cercana al 10%, en contraste con el 1-2% que representan entre las ollas alisadas.
En el interior los jarros pulidos presentan un mayor porcentaje de pastas graníticas
que el resto de las vasijas (8-16%, en relación a un 3-12%) (Tabla 3)2. Creemos que
esto es una expresión de la circulación de vasijas que se pone en juego en contextos
de estas relaciones intergrupales más amplias. En este sentido, los jarros pueden estar
siendo transportados de un área a otra, ya sea para cumplir funciones durante las
instancias de reunión o bien como regalos.
Como referente arqueológico de estos lugares de “junta” se conoce el sitio La
Granja, ubicado en la cuenca de Rancagua, el que ha sido interpretado en este sentido
por la inusual cantidad de fragmentos de pipas recuperadas (más de 600), por la
mayor representatividad de jarros y por el entierro de grandes bolones de río su-
puestamente vinculados a la ritualidad (Falabella et al. 2001; Planella et al. 2000). Las
prospecciones que se han realizado en la cuenca de Rancagua confirman el carácter
singular de este sitio, ya que no se han registrado otros sitios de esa envergadura, ni
con tal cantidad de pipas.
Nuestra interpretación de los modos de articulación dentro del complejo Llolleo
es análogo a la “organización tribal”, entendida como una condición propia de cier-
tos sistemas sociales a baja escala, relacionada con la integración a nivel regional o
supra regional de sus unidades sociales (Falabella y Sanhueza 2005/2006). Lo central
en este tipo de integración es que se trata de lazos que potencian la cooperación sin
necesidad de una unidad política estructurada. Pueden configurarse sobre la base de
alianzas temporales o alianzas negociadas y mantenidas simbólicamente a través del
tiempo.

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De esta manera, y dentro de los marcos conceptuales explicitados con anterio-


ridad, podemos considerar al complejo Llolleo como una entidad conformada por
un número indeterminado de comunidades menores, las que periódicamente se re-
lacionan entre sí, permitiendo activar y reactivar una identidad grupal (incluso a nivel
regional), y que manejan activamente una cultura material en este sentido.
Esto no significa, sin embargo, que exista necesariamente una instancia en que se
reúnan todas las comunidades o grupos Llolleo. De hecho creemos que las regulari-
dades y diferencias observadas nos hablan más bien de pequeños grupos familiares
que conforman comunidades pequeñas, que pueden tener mayor o menor relación
con algunas otras comunidades. De esta manera, las regularidades en la cultura mate-
rial que permiten identificar al Complejo Llolleo se configuran a partir de una serie
de comunidades que se relacionan entre sí, aunque no necesariamente se relacionen
todas al mismo tiempo, ni necesariamente cada una de ellas con todas las demás. Es
por esto que ningún contexto es idéntico al otro, comportándose como una unidad
arqueológica politética, y de ahí la dificultad para definir límites a los distintos niveles
de agregación social.

Recapitulación

En este trabajo hemos intentado abordar la unidad arqueológica “Complejo


Llolleo”, desde el punto de vista de su configuración y articulación interna en térmi-
nos sociales. Para esto hemos utilizado diversos tipos de información que derivan de
diferentes procedimientos analíticos.
De esta manera hemos propuesto que lo que llamamos Complejo Llolleo está
conformado por pequeños grupos o comunidades, con un patrón de asentamiento
disperso, que se articulan entre si con mayor o menor regularidad. Esta articulación
involucra a grupos que habitan en áreas diferentes y que de hecho, pasan la mayor del
tiempo en sus propias localidades. Este proceso de articulación puede haberse dado
a diferentes niveles y con diferentes intensidades. Mientras algunos deben haber
involucrado sólo a algunas comunidades, otras parecen haber convocado a un ma-
yor número de ellas. Esta articulación probablemente ocurre en lugares específicos,
donde sin duda entran en juego conductas de alta significación que involucran el acto
de fumar (pipas), el consumo de bebidas (jarros) y el intercambio de bienes (jarros).

Agradecimientos. Este trabajo ha sido financiado por los proyectos FONDECYT 1030667 y
1040553.

Bibliografía

Avalos, H.
1999. Complejo Cultural Llolleo en el Curso Inferior de Río Aconcagua: Sitio Aspillaga,
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| LORENA R. SANHUEZA Y FERNANDA G. FALABELLA |

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Notas
1. La presencia del Complejo Llolleo en el Río Aconcagua es poco clara. Hay piezas cerámicas de
estilo Llolleo en el Museo de Los Andes y algunos reportes de sitios Llolleo en el área de
Quillota (Avalos 1999; Avalos y Strange 1999) y en el sector de Panquehue (Pavlovic 2000). Sin
embargo no se han reportado sitios Llolleo en la costa (Berdichewsky 1964; Silva 1964) ni en
el curso superior del Aconcagua (Pavlovic 2000).
2. El sitio El Mercurio no presenta en principio pastas graníticas, sin embargo esto puede
deberse a lo escaso de la muestra analizada.

392 |
| ARTE RUPESTRE Y MICROESPACIOS EN EL VALLE DE PUTAENDO, CHILE |

ARTE RUPESTRE Y MICROESPACIOS EN EL VALLE DE PUTAENDO,


CHILE: ENTRE LA MOVILIDAD, LA VISIBILIDAD Y EL SENTIDO

Andrés Troncoso M.∗

El arte rupestre ha sido una de las evidencias materiales del pasado que menos
se ha visto relacionada con la comprensión de los procesos sociales del mundo
prehispánico. Sea por estar etiquetada bajo el término arte, sea por la imposibilidad
de ser datada confiablemente por medio de métodos absolutos o bien, por las
supuestas dificultades teórico-metodológicas que conlleva su estudio, éste ha tendido
a ser considerado un epifenómeno de la realidad social.
Sin embargo, una serie de trabajos durante las últimas décadas han intentado
comenzar a modificar tal perspectiva, dándole un mayor papel al arte rupestre en la
interpretación de los procesos sociales prehispánicos (p.e. Aschero 1997; Castro y
Gallardo 1995-1996; Valenzuela et al. 2004). Entre estas nuevas perspectivas de aná-
lisis, sin duda alguna, una de las que más popularidad ha alcanzado es el análisis
espacial del arte rupestre y su relación con las estrategias y circuitos de movilidad de
las poblaciones humanas (p.e. Berenguer 2004; Briones et al. 2005; Núñez 1976;
Sepúlveda et al. 2005). Tal perspectiva aprovecha de buena manera una de las carac-
terísticas fundamentales del arte rupestre, cual es su necesaria significación espacial en
cuanto materialidad inmueble que adquiere gran parte de su eficacia simbólica al
estar inserto en una geografía substantiva.
El caso más conocido de esta aplicación de análisis espacial a los Andes
prehispánicos es la relación establecida entre arte rupestre y rutas de caravanas, fun-
cionando los primeros como marcadores de las vías de circulación de estas carava-
nas (p.e. Briones et al. 2005; Núñez 1976), dentro de circuitos regionales e
interregionales que varían con el tiempo.
En el presente trabajo pretendemos abordar el análisis espacial del arte rupestre
desde una perspectiva inversa a la anterior; antes que considerar a los bloques graba-
dos como indicadores de vías de circulación, proponemos su comprensión como
un productor, organizador y semantizador del espacio; una materialidad activa en
los procesos de construcción social del espacio y de la realidad de los grupos
prehispánicos.

Departamento de Antropología, Universidad de Chile.


*

| 393
| ANDRÉS R. TRONCOSO MELÉNDEZ |

En particular, proponemos comprender al arte rupestre no sólo como un pro-


ductor y organizador del espacio, sino también como un productor de movilidad,
una tecnología material que a partir de su ser-en-el-espacio incita a determinados
patrones de movilidad y tránsito, por cuanto actúa como un recurso generador y
articulador de una geografía cultural. Exploramos la estrecha relación que se da entre
movilidad, espacio, bloques grabados, visibilidad y figuras en la construcción de
significados espaciales y la materialización de una cierta fenomenología del espacio y
lo rupestre en el sector de Casa Blanca, curso medio superior del río Putaendo, V
región, Chile central (Figura 1).

Figura 1. Mapa del área de estudio.

394 |
| ARTE RUPESTRE Y MICROESPACIOS EN EL VALLE DE PUTAENDO, CHILE |

Consideraciones Teóricas

Las posibilidades de un análisis del arte rupestre como agente activo en los
procesos de construcción socio-cultural del espacio, y de su constitución como dis-
positivo que produce e implementa ciertas estrategias de movilidad en el espacio,
estrategias cargadas de sentido y significaciones, descansa en seis premisas teóricas
básicas que constituyen los fundamentos del presente trabajo:

1- los sitios de arte rupestre presentan una estructuración interna lógica y cohe-
rente, relacionada con su significado y funcionalidad. Los grabados no se
distribuyen de manera aleatoria y simple por el espacio de ocupación del sitio,
sino que responden a una lógica doble, por un lado, una lógica estructural
anclada en un concepto de espacio particular a tal formación socio-cultural
(Criado 2000) y, por otro, a una lógica semántica que da cuenta del significado
e intención de los bloques allí alterados por el ser humano;
2- la distribución de los soportes en el sitio no sólo guardan relación entre ellos,
sino que también con el espacio circundante. La articulación significativa entre
los bloques se da también a un segundo nivel, cual es la relación entre bloque
y espacio circundante. En cuanto expresión material anclada en un paisaje, los
bloques rocoso se encuentran en relaciones significantes con su espacio cir-
cundante. En específico, se plantea que esa relación descansa sobre un dispo-
sitivo de visualidad, reproduciéndose tanto en las orientaciones de los sopor-
tes, como en los campos visuales que ellos conllevan;
3- en cuanto producción visual, los petroglifos están hechos, entre otras cosas,
para ser observados por el ser humano, por lo que bajo su configuración se
definen dispositivos o estrategias de observación. En el proceso de aprehen-
sión de un soporte con grabados, la observación de éste se encuentra definida
por las disposiciones y orientaciones de las superficies grabadas, así como por
los tamaños de los motivos y las condiciones de luminosidad. Por lo anterior,
a través de su configuración, el arte rupestre define formas de acción especí-
ficas del ser humano, así como entrega posibles indicios o significados facti-
bles de ser aprehendidos por una persona;
4- producto de sus condiciones de observación, el arte rupestre incita a determi-
nadas estrategias de movimiento en el espacio. En su disposición en conjuntos,
el arte rupestre incita de una manera u otra a ciertas estrategias de movilidad, por
cuanto la observación y aprehensión de los bloques grabados sólo se puede
desarrollar a través de un desplazamiento por el lugar;
5- la estructuración de un sitio de arte rupestre, las condiciones de observación de
los soportes, así como las posibilidades de movilidad, se conjugan tanto para dar
significado al sitio como para producir una experiencia de lo rupestre definida a
nivel fenomenológico. Todo lo anterior se articula para la construcción de un
significado en el que se combinan las visibilidades, figuras y movilidad de los
individuos por un espacio, situación que se expresa en el nivel fenomenológico
con el rol del arte rupestre como dispositivo capaz de generar ciertas experiencias
en las personas, así como en la dramatización del significado social de tal espacio;
6- en cuanto este nivel de significado del espacio descansa en los dispositivos
materiales, su organización y su relación con la visibilidad asociada, ella es posi-
ble de ser abordada arqueológicamente. La lógica significativa del arte rupes-

| 395
| ANDRÉS R. TRONCOSO MELÉNDEZ |

tre descansa sobre un conjunto de dispositivos materiales que permanecen en


el registro arqueológico, por lo que el análisis detallado de ciertos atributos de
los soportes rocosos posibilita acercarse a este nivel. No obstante, se recono-
ce la imposibilidad de alcanzar el significado profundo de este espacio, ni la
reproducción de la fenomenología del momento, pero si se acepta el acerca-
miento a la lógica formal de esta organización y la posibilidad de su interpre-
tación a partir de modelos antropológicos estructurales.

El Area de Estudio y su Investigación

Los trabajos efectuados en la presente investigación se han focalizado en el cur-


so medio superior del río Putaendo, V región de Chile, dentro de lo que se conoce
como la cuenca superior del río Aconcagua, región arqueológica que se caracteriza
por un rico y amplio registro de arte rupestre que fue sistematizado hace ya unas
décadas por Niemeyer (1964, Mostny y Niemeyer 1983), bajo el concepto de Estilo
Aconcagua.
Las investigaciones realizadas los últimos años por este equipo de trabajo en la
región han permitido ampliar la conceptualización del arte rupestre en la zona, pro-
poniéndose el uso de un marco teórico-metodológico anclado en la semiótica y que
ha posibilitado definir la presencia de dos estilos de arte rupestre para tiempos
prehispánicos, el Estilo I de arte rupestre de la cuenca superior del río Aconcagua,
asociado al período Intermedio Tardío, y el Estilo II de arte rupestre de la cuenca
superior del río Aconcagua, asociado al período Tardío o InKaico (Troncoso 2005a).
Para el Valle de Putaendo, los estudios se han concentrado en cinco sectores de
su cuenca medio-superior (Figura 1), los que han mostrado un registro diferencial de
arte rupestre en términos del índice de densidad de soportes grabados por kilóme-
tro cuadrado, sugiriendo la presencia de una alta actividad de creación de arte rupes-
tre en el sector de Casa Blanca (Figura 2, Tabla 1). La particularidad de este resultado,
sumado a algunas características particulares de este espacio, tal como la presencia de
un cementerio tumuliforme (Ta1-Ancuviña El Tártaro), la delimitación concreta de
este lugar por medio de arte rupestre y el registro de los sitios de arte rupestre más
significativos de toda el área prospectada en Putaendo, nos han llevado a plantear
que nos encontramos frente a un espacio sagrado del período Intermedio Tardío,
reocupado posteriormente durante el período Tardío o Incaico e Histórico Tem-
prano, constituyéndose el sitio Casa Blanca 14 como el sector central de esta particu-
lar área (Figura 3) (Troncoso 2004, 2005b).
Como se indicó, el área de Casa Blanca se ubica en el curso medio-superior de
la cuenca del río Putaendo, identificándose en tal espacio 10 sitios de arte rupestre
que comprenden un total de, al menos, 83 bloques rocosos con grabados rupestres.
A partir de las disposición de estos sitios, se ha dividido el área de Casa Blanca en
dos sectores, un área este donde se ubica un conjunto de bloques rupestres que han
sido definidos como registros puntuales encargados de la semantización y delimita-
ción de este espacio (Troncoso 2005b) y, un área oeste, foco de nuestro análisis

396 |
| ARTE RUPESTRE Y MICROESPACIOS EN EL VALLE DE PUTAENDO, CHILE |

donde se estudia las relaciones entre movilidad y arte rupestre a partir de la lógica del
sitio Casa Blanca 13 (Figura 3).

Figura 2. Índice de densidad de soportes de arte rupestre por sector.

Tabla 1. Sitios de Arte Rupestre Identificados en el área de estudio (divididos por sector).

| 397
| ANDRÉS R. TRONCOSO MELÉNDEZ |

Tabla 1. Sitios de Arte Rupestre Identificados en el área de estudio (divididos por sector). Cont.

Para tales efectos, se procedió al relevamiento del sitio Casa Blanca 13, para
posteriormente realizar un análisis que consideró un conjunto de variables, tales como
el número de ocupaciones que registra el bloque rocoso (definido a partir de su
asignación estilística), el número de caras grabadas de cada soporte, sus orientacio-
nes, sus escenarios de visibilización (espacios o lugares desde el que podían ser visto),
el número de figuras grabadas en la superficie del bloque, sus cercanías espaciales
con otros soportes y su relación con la visibilidad del entorno circundante, en espe-
cífico con dos puntos: uno, el valle y los asentamientos allí emplazados, dos el sitio
Casa Blanca 14, centro de este espacio sagrado.

Casa Blanca 13 y su Estructura Interna

El sitio de Casa Blanca 13 comprende un total de 29 bloques grabados con arte


rupestre, de los cuales se han trabajado solamente 27, por cuanto uno fue
posteriormente eliminado y el otro corresponde a un grabado de tiempos subactuales.
El sitio se ubica a los pies de la ladera este del cordón montañoso que delimita la
rinconada epónima por su sector oeste, emplazándose tanto en el sector inferior de
esta ladera, así como en una pequeña terraza adyacente a ésta, delimitándose en su
sector norte por otra pequeña quebrada que corre en sentido oeste-este desde las
altas cumbres del mencionado cordón montañoso (Figura 4).

398 |
| ARTE RUPESTRE Y MICROESPACIOS EN EL VALLE DE PUTAENDO, CHILE |

Figura 3. Sitios de arte rupestre de la zona de Casa Blanca.

Al analizar la organización interna del sitio, vemos que éste se presenta como un
conjunto de soportes grabados ampliamente distribuidos en el espacio, siguiendo un
patrón de distribución lineal de los bloques rocoso básicamente en un eje
sur-norte, y en el que es posible observar una serie de regularidades (Figura 5).

Figura 4. Vista del sitio Casa Blanca 13.

| 399
| ANDRÉS R. TRONCOSO MELÉNDEZ |

Primero, la distribución de los bloques en el sitio es diferencial espacialmente; no


se da una concentración exclusiva y homogénea de arte rupestre, sino que muy por el
contrario, se definen dos áreas claras, una al sur de poca densidad rupestre y otra al
norte, de alta densidad de bloques.
Segundo, dentro de la distribución espacial de los bloques se da una significativa
diferencia de éstos a partir del número de caras grabadas que presentan. Una
jerarquización inicial de los bloques puede ser desarrollada a partir de una característica
intrínseca a ellos, cual es el número de caras grabadas con petroglifos, relacionada
con la cantidad de puntos desde el que las figuras de un soporte puede ser observado.
Tan sólo los bloques 8, 13 y 22 presentan más de un cara grabada (Figura 4 y Tabla
2).

Figura 5. Croquis del sitio Casa Blanca 13 y orientaciones de soporte.

Tercero, las orientaciones de casi todos los bloques apuntan hacia el sector de la
quebrada adyacente al sitio. Las orientaciones de los bloques tienden a orientarse
hacia el sector este y norte, coherentes con la disposición de la quebrada aledaña al
sector, pero también con la ruta natural de desplazamiento por el área, tal como lo
atestiguan los senderos subactuales ahí identificados.

400 |
| ARTE RUPESTRE Y MICROESPACIOS EN EL VALLE DE PUTAENDO, CHILE |

Tabla 2. Características bloques rocosos con petroglifos sitio Casa Blanca 13.

Unas pocas excepciones la constituyen los bloques orientados al cenit. Asimis-


mo, los análisis han permitido discriminar una ausencia de relación en las orientacio-
nes de los soporte con algún rasgo orográfico particular, o bien hacia el sector oeste,
correspondiente a los faldeos del cordón montañoso.
Cuarto, los atributos métricos de los bloques rocosos permiten generalmente su
clara identificación desde una cierta distancia, la única gran excepción la constituyen el
conjunto de soportes que se disponen en las inmediaciones del bloque 22. Al analizar
los atributos métricos de cada roca, encontramos que en términos generales no se da
una notable diferencia de tamaño entre los bloques, de hecho, para un conocedor de
este espacio es posible divisar desde un bloque un conjunto de otros soportes con
grabados, o en otros casos, especialmente en el sector más al sur, se trabaja un
soporte de grandes dimensiones en el que se disponen figuras altamente visibles y
que actúan a manera de indicador (Soporte 5). La única excepción a tal regla se da
por los bloques 19, 20, 21, 24, 25, 26 y 27 que rodean al 22 (Tabla 2).

| 401
| ANDRÉS R. TRONCOSO MELÉNDEZ |

Discusión

A través de este conjunto básico de rasgos visuales y de conformación de los


soportes de arte rupestre, sumado a las características de la visualidad disponible en
cada una de las áreas, creemos que es factible avanzar en la comprensión del arte
rupestre desde un enfoque que combina tanto la estructura microespacial como las
formas de desplazamiento y las tecnologías visuales materializadas en el sitio.
Desde una perspectiva de la movilidad, encontramos que los soportes por nor-
ma general se orientan hacia la quebrada, coincidentemente, este espacio correspon-
de a la ruta natural de desplazamiento para acceder hacia el interior de la rinconada y
a los otros soportes que se encuentran en el área, en específico, el sitio Casa Blanca
14. La disposición de los bloques rocosos y sus caras grabadas, posibilitan que el
individuo durante su desplazamiento en un eje sur-norte esté en todo momento
siendo un observador de las producciones visuales grabadas en la roca.
Más aún, por cuanto gran parte de las rocas presentan sólo una cara grabada,
podemos invertir el argumento señalando que cada roca está grabada de manera tal
que pueda ser observada y aprehendida desde este espacio disponible para la movi-
lidad. Esta distribución, de una u otra manera, genera un esquema lineal de distribu-
ción de los soportes, donde ellos son observados en el recorrido, pero sin que se de
una tendencia a la construcción de lo que podríamos denominar pequeños espacios
de múltiple observación o de captación visual de diferentes bloques rocosos. Muy
por el contrario, se da una tendencia a una baja concentración de grabados y la
disponibilidad visual de tan sólo un bloque o a lo más dos o tres, pero estos últimos
casos son pocos.
Se da, entonces, una organización lineal de baja saturación visual, linealidad
definidora y dependiente de la movilidad humana en tal espacio. Al estar ubicado en
la ladera de un cerro el sitio, estos dispositivos materiales de la movilidad se ajustan a
un determinado emplazamiento, sin sobrepasar una cota cual es la que ya requiere
una desviación de la ruta de desplazamiento para acceder a tales bloques.
Pero en la construcción de esta linealidad estructural, se dan algunos puntos
clave que codifican cierta información con su complejidad. El primer punto lo cons-
tituye el soporte 8, con sus diferentes caras grabadas que apuntan en dos dirección
básicas y que permiten incluirlo dentro del conjunto de bloques diferentes o comple-
jos.
Su particularidad estructural, pensamos, coincide con su ubicación dentro del
sitio, cual es corresponder al punto de ingreso a este conjunto de bloques, funcionan-
do o actuando a manera de especie de umbral que define el ingreso y salida a esta
estación. Al respecto, debemos recordar que Casa Blanca 13 actúa dentro de una
ruta posiblemente de ritualidad prehispánica que define un espacio sagrado y que se
demarca y construye por la presencia del arte rupestre.
Un segundo punto de diferenciación lo constituye el soporte 13, otro bloque

402 |
| ARTE RUPESTRE Y MICROESPACIOS EN EL VALLE DE PUTAENDO, CHILE |

que presenta dos caras grabadas, relacionado este hecho nuevamente con su particu-
lar disposición en el espacio, pues el soporte se dispone en un espacio de importancia
crucial para el desplazamiento dentro del sitio, cual es la inflexión en la ruta desde una
orientación norte-sur a otra este-oeste. A partir de sus dos caras grabadas y su orien-
tación, este soporte permite no sólo ser diferenciado de otros y ser visto desde la
ruta de movilidad, sino que al observar sus grabados, visualmente se tiene acceso al
conjunto de otros bloques que se encuentran más hacia el oeste, actuando como
indicador del quiebre que se da en la organización de este espacio.
Y es aquí donde la configuración del sitio adquiere aspectos particulares. Al
avanzar desde este punto hacia el oeste nos encontramos con dos hechos. Uno, que
se comienza a ascender por un sector de la ladera del cerro en el que los soportes
rocosos se aglutinan de una forma que lo diferencia con las áreas más al sur. Dos, se
ubican en este lugar representaciones antropomorfas, las cuales son posibles de ser
vistas siempre con una orientación de la mirada hacia el sur, pero desde dos sectores
de desplazamiento diferentes, como dando la posibilidad de originarse una bifurca-
ción de la ruta. No obstante esta posible bifurcación, se mantiene la orientación de
los bloques hacia la que corresponde a la ruta de desplazamiento.
Una segunda hipótesis puede esbozarse, cual es que en el ingreso a este sector, se
definiría más bien un pasadizo enmarcado por arte rupestre que encierra la movili-
dad del individuo.

Figura 6. Soporte 22, sitio Casa Blanca 13.

| 403
| ANDRÉS R. TRONCOSO MELÉNDEZ |

Traspasada esta concentración y la respectiva ascensión a la pequeña ladera, se


da una inflexión significativa en la producción de este espacio rupestre. Por un lado,
nos encontramos con el que corresponde al principal bloque grabado en el sitio,
soporte 22, correspondiente tanto al soporte que presenta más números de figura,
pero también al soporte que presenta un número mayor de orientaciones, abarcan-
do un amplio abanico de posibilidades de este a oeste vía dirección norte (Figura 6).
Una primera inflexión se da, por tanto, por encontrarnos ante el bloque más
complejo. Una segunda inflexión proviene de ser este un espacio micro en el que si se
genera una interesante concentración de bloques rocosos que juegan con una intere-
sante oposición visible/no visible, presencia/ausencia, grande/pequeño. Mientras el
Bloque 22 es de gran tamaño y claramente visible desde múltiples espacios, el con-
junto de bloques que lo acompañan son de un tamaño muy pequeño, invisibles en
una primera mirada y que antes que aparecerse al observador, deben ser buscados.
Se origina un espacio de contraste, de juegos visuales entre los bloques que no hacen
más que funcionar como dispositivos que acentúan la monumentalidad del bloque
22 a través de sus notables y significativas diferencias.
De hecho, este espacio genera una pequeña falsa área de saturación visual. Falsa,
porque a pesar de darse un buen número de grabados y soportes, su invisibilidad
impide crear tal saturación. Se origina un espacio que podríamos denominar de
aglomeración rupestre y que produce un cambio en la linealidad de la movilidad,
pues ahora la apreciación de los bloques requiere, por un lado, un recorrido en torno
al soporte 22 para su contemplación total, pero por otro, requiere otro movimiento
circular para apreciar los otros bloques rocosos allí emplazados.
Pero todo este proceso de inflexión se representa en el último eslabón, cual es la
visibilidad que hay desde el soporte. Antes de llegar a este punto del sitio, encontra-
mos que la visibilidad zonal disponible desde cada uno de los soportes se remitía al
sector este de la rinconada y al valle, en específico al área de Casa Blanca donde se
encuentran el cementerio Ancuviña El Tártaro y el sitio Casa Blanca 10. Una vez
arribado al soporte 22 la visibilidad zonal cambia, se mantiene la vista hacia el sector
este de la rinconada, pero ahora ya no se observa el valle y, por el contrario, se genera
una relación visual con el sector más oeste de la quebrada y los sitios Casa Blanca 14,
punto central de este espacio sagrado, y 33, punto final de este espacio (Figura 7).
El soporte 22 actúa, por tanto como un monumento que define un umbral, un
quiebre en la construcción del espacio, materializado tanto en la producción de los
otros soportes, en la configuración del propio bloque, en la movilidad en tal punto
y en las condiciones de visibilización. Nos encontramos ahora ante el soporte más
complejo, un espacio de alta concentración de soportes y con fuertes oposiciones y
juegos entre ellos, un espacio de movilidad circular y no lineal, un área donde la
visibilidad elimina la panorámica de la vida cotidiana, de lo habitacional, lo diario y se
transforma en una visibilidad exclusiva y única de lo rupestre, pero de lo rupestre
más significativo y nuclear en esta disposición, el sitio Casa Blanca 14. El soporte 22

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marca el inicio del tramo final en el acercamiento hacia el sector central de este
espacio sagrado; de hecho, traspasada esta concentración ya no se disponen otros
soportes hasta el sitio 33, unos 500 metros más hacia el este.

Figura 7. Campos de Visibilidad desde sitio Casa Blanca 13. 6a Visibilidad abierta antes
de soporte 22, 6b Visibilidad cerrada desde soporte 22.

El soporte 22 marca por tanto, el umbral entre dos tipos de espacio. Interesante
es que traspasado este bloque caminando de oeste a este, y al producirse la obvia
inversión visual de pérdida de visibilidad de Casa Blanca y aparición del valle y los
sitios de ocupación humana, el soporte que enmarca tal visibilidad presenta figuras
humanas, como indicando su relación con el reingreso a tal tipo de espacio de lo
cotidiano, de lo humano y la habitación.
Siguiendo el recorrido lineal hacia el oeste, y traspasado Casa Blanca
13, nos encontramos con el sitio Casa Blanca 34 donde todos sus soportes
se distribuyen en forma lineal con una orientación hacia el este para ser
visibles al aproximarse desde Casa Blanca 13. El único soporte que presenta
una peculiaridad es el bloque 4, situado en el extremo oeste del sitio y que presenta
dos caras grabadas, para ser visible tanto moviéndose hacia el sitio 14 como viniendo
de vuelta de él, actuando posiblemente como un microumbral que define tanto la
instancia final previa a ingresar al sitio 14 o salir de su espacio de influencia.
Traspasado el sitio 34 una modificación se ha de realizar en el recorrido, cual es
atravesar la quebrada, por cuanto tan sólo desde la terraza norte de éste es totalmente
visible el sitio 14. Sin querer especular, creemos que esta variación no deja de tener
importancia, por cuanto no implica solamente un quiebre en la linealidad del recorrido,
sino también el tener que atravesar un rasgo natural que quiebre el relieve local. Lo
interesante es que sólo traspasada esta quebrada es factible luego continuar por una

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ruta medianamente apta para acercarse a los dos bloques finales. Por un lado, al sitio
32, que marca el límite de este espacio por su parte baja (a la misma altura que el sitio
CB 14), pero desde el cual es posible acceder y ver el sitio 33, ubicado a una cota más
alta y que marca el fin de esta área ritual.
Llegado al sitio 33 la estructuración visual nuevamente se altera, por cuanto, desde
este soporte ahora es posible volver a tener un campo de visibilidad abierta que incluye
las terrazas fluviales del valle. Pero también, desde este espacio es factible ahora observar
la totalidad del espacio sagrado, teniéndose una clara visión tanto del sitio CB 14, como
del soporte 22 de CB13, generándose un dominio visual total del área.
Se genera de esta manera un esquema organizacional de la visualidad cual es:
inicios de Casa Blanca 13 visibilidad amplia, traspaso de soporte 22 visibilidad cerrada,
sitio CB 33 visibilidad amplia. Gráficamente, podría expresarse como se ilustra en la
Figura 8.

Figura 8. Esquema de visibilidades.

De esta manera, el arte rupestre en este sector implementa una serie de disposi-
tivos orientados al desplazamiento del ser humano por el espacio, en el que la dispo-
sición de los bloques, sus orientaciones y configuraciones internas entregan un con-
junto de significados que construyen el espacio local, pero que a su vez lo dotan de
significado y ejecutan una serie de propiedades que definen la acción humana y la
experiencia fenomenológica.

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La construcción de este espacio, con sus modificaciones estructurales de visibi-


lidad abierta y cerrada puede explorarse en busca de sus significados a partir de
ciertos modelos antropológicos. En específico, nos referimos a los aportes de Leach
(1993 [1976]) sobre la organización del ritual, los ritos de paso y los espacios sagra-
dos. En su ya clásico modelo, Leach (1993 [1976]) propone que en todo ritual se un
esquema de organización tripartita cual es: etapa I estado normal, etapa II separación
de lo cotidiano y estado anormal, etapa III vuelta al estado normal. Pues bien, si
aplicamos tal modelo a nuestra realidad, vemos que él calza a la perfección con las
condiciones de visibilidad de cada sector. En un primer momento de recorrido
tenemos una visibilidad zonal que abarca el valle y los espacios de ocupación, es
decir, nos encontramos en un estado social normal. Traspasada el soporte 22 (CB13),
entramos en un área de visibilidad cerrada donde no hay contacto con tal espacio
cotidiano de ocupación, es decir, estamos en un estado de separación social. Final-
mente, recorrido ese espacio, llegado y observado el sitio CB14 con su gran soporte,
se traslada el ser al sitio CB33 donde vuelve a tener una visibilidad amplia y, por
tanto, es una vuelta a un estado normal, de contacto con lo cotidiano. La coherencia
estructural entre los dos modelos se representa en la Figura 9.

Figura 9. Interpretación de campos de visibilidad según modelo de Leach (1993 [1976]).

Siguiendo los aportes del mismo autor, este modelo puede ser traducido a otro
esquema propuesto por el autor para la comprensión de los espacios sagrados y que
se expresa en la Figura 10.
Como se observa en la mencionada ilustración, nos encontramos en el modelo
con una estructuración que propone que todos aquellos espacios transicionales, um-
brales o que se disponen entre dos tipos de espacio particulares, no sólo se diferen-
cian de ellos, sino que actúan también a manera de lugares sagrados producto de su
carácter central o transicional entre un área y otra (Leach 1993 [1976]).
Pues bien, aunque todo el espacio de Casa Blanca ha sido considerado un espa-
cio sagrado, aplicando este modelo encontramos una reafirmación de un aspecto
propuesto para la organización de este lugar sacro, cual es el carácter central que
presenta el sitio Casa Blanca 14. En particular, aplicando el modelo de Leach (1993
[1976]), tenemos que esta mayor sacralidad se aplica no sólo a este soporte, sino que
a todo aquel espacio de visibilidad cerrada que se dispone entre el soporte 22 de CB
13 y CB33, donde todo lo que es aquel sector mencionado sería, a nuestro entender,
y producto de su estructuración, relación visual con CB14 y su acercamiento a éste, el

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área de mayor sacralidad en todo el proceso ritual de movimiento que habría impli-
cado el uso y ejecución de este espacio.

Figura 10. Diagrama interpretativo del arte rupestre en Casa Blanca, siguiendo a Leach
(1993 [1976]).

Conclusiones

Las características de los bloques de arte rupestre del sitio Casa Blanca 13, así
como de los sitios aledaños, sugieren una importante articulación funcional y de
contenido entre ellas, anclada en el rol activo del arte rupestre como materialidad
constructora no sólo de significados, sino de formas de experimentar este espacio a
partir de la movilidad en su interior, así como de los campos visuales que se le
asocian. A partir de la operacionalización de estos dispositivos fenoménicos y de
contenidos, el arte rupestre construye un contenido de este espacio que permite
interpretarlo como un espacio sagrado fundado en las proposiciones efectuadas al
respecto por Leach (1993 [1976]) y otros (p.ej. Giobellina Brumana 1990).
De esta manera, se materializa en este lugar una construcción fenomenológica y
estructural fundada en dispositivos que actúan a manera de espectáculos visuales,

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dando origen a lo que podríamos definir como una arquitectura sin muros anclada
en la alteración de la roca y basada en el imaginario materializado en la visualidad del
arte rupestre, y en particular de la alteración de la roca. Si observamos atentamente
algunos soportes con grabados rupestres nos encontramos que en ellas no sólo se
registran formas geométricas, sino que hay una serie de piqueteados aislados, que no
forman figuras, ni diseños, y que sugieren que parte de la importancia de esta cons-
trucción descansa en la alteración de la roca, en una práctica de golpear el bloque, así
como en la movilidad al interior de este espacio. Se implementa en este lugar, por
tanto, una estrecha relación significativa entre espacio, movilidad, visibilidad, altera-
ción de la roca y sentido que es posible recuperar desde la arqueología en busca del
drama de la vida social prehispánica.
Los resultados obtenidos de los análisis de visibilidad y visibilización sugieren
que en la construcción de este espacio sagrado, el punto central y neurálgico es aque-
lla zona de visibilidad cerrada donde se encuentra el sitio Casa Blanca 14, principal
soporte de arte rupestre de la zona, avalando ideas entregadas previamente y que
indicaban que este sitio por sus características intrínsecas (el soporte de mayor tama-
ño y con mayor cantidad y variedad de figuras en el área), se constituía en el lugar
principal de este espacio sagrado (Troncoso 2004, 2005b).
Dos reflexiones nacen de las proposiciones entregadas previamente. La prime-
ra, referida al tema de la construcción de este espacio, donde uno podría preguntarse
sobre las etapas de creación de estos sitios, enfrentándose a dos alternativas. Una, que
todo fue creado al unísono en un solo evento o, dos, que por el contrario su cons-
trucción es producto de un proceso continuo de alteración de la roca por medio de
grabados. Aunque la respuesta a tal pregunta es difícil de abordar arqueológicamente,
optamos por inclinarnos a la segunda alternativa, una construcción paulatina en el
tiempo a través de múltiples visitas y recorridos por este espacio sagrado por parte
de los grupos del período Intermedio Tardío. Casa Blanca 13, y otros sitios aledaños
como Casa Blanca 14, serían fruto de una reiteratividad en las prácticas y espacios de
alteración, evidenciados en algunos bloques por las diferencias de pátinas que pre-
sentan grabados de un mismo estilo, jugando con una dialéctica entre lo imaginario y
lo material, mediada por las prácticas; un imaginario que define, organiza y semantiza
este espacio, pero el cual se (re) produce y concreta a partir de la materialidad del arte
rupestre y su inserción en un espacio sustantivo e implementada a través de las prác-
ticas de movilidad de agentes por este espacio.
La segunda reflexión nace desde una perspectiva diacrónica y se refiere
específicamente a la reocupación de tiempos Tardíos o Inca en el sitio. Como hemos
avanzado en otros trabajos (Troncoso 2004, 2005b), los grabados del Período Tar-
dío se disponen en puntos específicos a este espacio dentro de un proceso que
hemos interpretado como de dominación y resemantización por medio de la cons-
trucción de figuras fundados en un código semiótico diferente (Troncoso 2004,
2005b). Lo interesante es que tal reocupación se basa en la continuación de la lógica

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de las prácticas y contenido de este espacio; los grabados de tiempos incaicos man-
tienen la estructura básica aquí implementada, con sus organizaciones lineales, sus
juegos de espacio y de visibilidad, manteniendo en el tiempo la lógica de unas prác-
ticas sociales particulares ancladas en la movilidad, pero reproducidas en esta ocasión
por nuevas figuras grabadas que responden a una lógica de producción de diseños
diferente a la del período Intermedio Tardío, creando un juego de mantenimiento y
redefinición en este espacio sagrado del curso medio superior del río Putaendo (Fi-
gura 11).

Figura 11. Soportes por Estilo sitios de Casa Blanca.

Agradecimientos. A Felipe Criado, Daniel Pavlovic, Rodrigo Sánchez y Slabik Yacuba. A los estu-
diantes de Arqueología de la Universidad Internacional SEK que participaron en el relevamiento
del sitio Casa Blanca 13: Javiera Arraigada, Patricia Barría y Marco Portilla. Al Museo Chileno de
Arte Precolombino, institución patrocinante del proyecto FONDECYT 1040153.

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