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demonio Kingu convirtiéndolo en príncipe de los dioses, entonces decidió que debía
vengar a su primer consorte; los dioses que odiaban a Marduk se pusieron de su lado.
Ella, por su parte, creó once monstruos para que lucharan contra los dioses que se
habían aliado con Ea. Estos eligieron a Marduk por caudillo, y la guerra comenzó.
Marduk luchó contra Tiamat y la mató. Luego dividió su cuerpo en dos mitades y las
separó, una hacia arriba, que a partir de entonces fue el cielo, y otra hacia abajo, que
fue la tierra. Entonces Marduk mató a Kingu y de su sangre creó la humanidad; los
otros dioses que habían sido apresados y condenados a trabajos forzosos, fueron
puestos en libertad. Así empezó el mundo.
Otro mito que narra la creación del cielo y de la tierra por la separación, esta
vez no de un cuerpo, sino de dos, lo encontramos en la mitología egipcia: Geb era el
dios de la tierra y Nut, la diosa del cielo. Ambos se amaban apasionadamente y vivían
unidos en un interminable abrazo. Ra, dios de la luz, que reinaba como faraón sobre
todos los demás dioses, no veía con buenos ojos este amor que se consumaba sin su
permiso, sobre todo porque había oído que Thot, el dios de la sabiduría había predicho
que el hijo de Nut sería faraón; por ello ordenó a Shu, el dios del aire, que los
separara; también los maldijo haciendo que no pudieran tener hijos en ninguno de los
trescientos sesenta días de que constaba el año por aquella época. Nut se fue a
suplicar a Thot que hiciera algo por ella; Thot que quería ayudar a los dioses amantes,
se fue a ver a Jonsu, dios de la Luna. Este era un jugador empedernido y pronto
empezó una partida entre ambos. Jonsu apostaba horas de luz, pero perdía todas las
partidas. Al final Thot le quitó tanta luz que se tuvo que añadir cinco días más al año.
A partir de entonces el año tuvo trescientos sesenta y cinco días, y en estos días
adicionales Nut pudo dar a luz a sus hijos, entre ellos a Osiris, que reinó como faraón
después de Ra, como había predicho Thot. Jonsu quedó tan debilitado que aún hoy,
miles de años después, la luna no puede lucir todo su brillo más que durante unos
pocos días al mes, debilitándose tanto que tarda todo un mes en volver a recobrar todo
su poder.
El bardo islandés Snorri Sturluson, que vivió a finales del siglo XII y principios
del XIII y que escribió poemas sobre la mitología nórdica, nos cuenta que Odín y sus
hermanos utilizaron el cadáver del gigante Ymir para dar inicio a la creación. Ymir era
el gigante de la escarcha y se convirtió en un enemigo declarado de los jóvenes dioses
por aquellos días en que el mundo empezaba a existir. Odín y sus hermanos lucharon
contra Ymir y lo vencieron; tanta sangre salía de las heridas del gigante, que todos los
demás gigantes de la escarcha se ahogaron, excepto uno, Belgermir, que construyó un
arca y logró así librarse junto con su mujer, dando lugar a una nueva raza de gigantes
de la escarcha. Los dioses arrastraron el cadáver de Ymir y lo colocaron en el centro
del enorme vacío que había, pues la creación del mundo no había tenido lugar. La
sangre de Ymir se convirtió entonces en agua de mar, sus huesos en rocas y su pelo
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en árboles. Los dioses tomaron el cráneo del gigante y lo colocaron encima, formando
una bóveda en la que fijaron chispas, formando de este modo el cielo. Cuatro enanos
llamados Norte, Sur, Este y Oeste sostienen el cráneo. De los sesos del gigante se
formaron las nubes. En los bordes de la tierra recién creada, que tenía forma de disco,
formaron una cerca con las pestañas del gigante, para así prevenir que otros gigantes
entraran a estropear lo creado.
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Los sacrificios primordiales no son realizados por seres humanos, sino por
otros seres superiores que de este modo instituyen el orden en el mundo. Según el Rig
Veda, en un relato parecido al germánico sobre el gigante Ymir, los dioses sacrificaron
al gigante demiurgo Purusa –cuyo nombre significa “Hombre Cósmico”–, criatura de
cien cabezas y cien pies, luego cortaron su cuerpo en pedazos y arrojaron las partes a
su alrededor; de ellas se formó todo lo creado, incluyendo las diversas castas, excepto
la de los intocables.
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entonces estos tubérculos han sido la base de la alimentación de su pueblo. Los
nuevos hombres morirían y se reproducirían sexualmente.
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usurpó el poder y exigió sacrificios humanos. Según algunos, Quetzalcoatl se sacrificó
a sí mismo quemándose en una pira; de ahí subió a los cielos y es el planeta Venus.
Según otros, marchó en un barco hacia el este y prometió regresar algún día.
Pero también se existen relatos que explican por qué no se sacrifican los seres
humanos. En la mitología griega se da el caso de Ifigenia; la víctima en este caso es la
hija de Agamenón, caudillo de las tropas aqueas que habían partido para arrasar
Troya. Agamenón había ofendido a la diosa Ártemis al matarle un ciervo en una
arboleda sagrada dedicada a ella. Cuando navegaban hacia Troya, el viento cesó de
soplar y los aqueos se vieron detenidos en una isla e imposibilitados de continuar su
camino. Consultado el oráculo, se supo que para desagraviar a la diosa, Agamenón
debía sacrificar a su hija Ifigenia. Muchos afirman que en el último momento, la diosa
sustituyó a Ifigenia por una corza, transportó a la muchacha a Crimea y la convirtió
en sacerdotisa suya; su función era sacrificar extranjeros. Que a los dioses del nuevo
orden no les gusta los sacrificios humanos lo tenemos en la historia de Licaón, rey de
Acadia, que sacrificó un niño a Zeus. Como respuesta a este acto impío, el padre de
los dioses envió un rayo contra la casa de Licaón y este quedó transformado en lobo.
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Algunos afirman que el sacrificio de la hija de Jefté consistía, no en su muerte, sino en la
consagración de su virginidad.
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Un ejemplo de institucionalización de un nuevo orden en lo que al sacrificio se
refiere lo tenemos en la historia de Abraham e Isaac, que parece marcar el final de la
costumbre de sacrificar el primogénito a la divinidad hebrea, a quien se le debían
todas las primicias; en su lugar se sacrifica a un substituto. Cuando Abraham era
muy, muy viejo, recibió la visita de tres seres con apariencia humana que profetizaron
que al cabo del año, su mujer Sara, que nunca había parido, le daría un hijo. Sara
escuchaba a la puerta de la tienda, y como hacía ya tiempo que había dejado de
menstruar, le entró la risa. Sin embargo, al año siguiente dio a luz un niño a quien
pusieron por nombre Isaac. Abraham cumplió los cien años.
Isaac crecía sano y fuerte, pero un día Yahuwé ordenó a Abraham que llevase
su hijo a un monte y se lo ofreciese en sacrificio. Fue Abraham y subió con su hijo el
monte, llevando él el cuchillo y el fuego y haciendo que su hijo cargara con la leña.
Cuando Isaac, que desconocía las órdenes del dios, le preguntó extrañado dónde
estaba la víctima del sacrificio, Abraham le dijo que Yahuwé la proveería. Cuando
llegaron al lugar establecido, Abraham construyó un altar con piedras, puso la leña
encima, ató a su hijo y lo colocó encima de la leña. Yahuwé lo detuvo en el momento
en que se disponía a clavarle el cuchillo, puesto que se sentía satisfecho de la
obediencia del patriarca. Abraham alzó la vista entonces y vio un carnero que se había
enredado la cornamenta en un matorral. Soltó a su hijo, cogió al animal y lo sacrificó.
En la mitología de la India, el fin de los sacrificios humanos tiene que ver con
el dios Varuna, y el relato sigue un patrón muy parecido a los de Ifigenia e Isaac, pues
presenta también la sustitución de la víctima humana por un animal herbívoro: Había
un rey llamado Harischandra, que hizo el voto de sacrificar su primogénito a Varuna. Poco
después le nació un hijo, a quien llamaron Rohita. El rey amaba tanto a su hijo que cada año
posponía el momento en que lo debía sacrificar. Al final, Rohita se enteró del voto y huyó del
palacio al bosque para salvar su vida. Pero Varuna castigó al rey con la hidropesía. Cuando
Rohita oyó sobre la enfermedad de su padre, se dispuso a satisfacer al dios ofreciéndole una
víctima humana. Mientras, Indra hizo que Rohita se purificara viviendo en el bosque y
visitando los santuarios más sagrados, y así pasaron cinco años más. Finalmente, Rohita
compró un muchacho pagando a sus padres el precio de cien cabezas de ganado. Ató al
muchacho al poste y se preparó para sacrificarlo. Un hombre de la casta de los guerreros
llamado Visvamitra, que pasaba por ahí, le sugirió a Rohita que debía recitar antes los siete
himnos sagrados. Rohita lo hizo con tanta eficacia que el muchacho quedó suelto de sus
amarras y se sacrificó en su lugar una cabra.
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incluyen también la desmembración. Muchos de estos mitos se relacionan con cultos
mistéricos.
Dioniso, a quien también llamaban Baco o Zagreo, era hijo de la mortal Semele
y de Zeus. Hera, celosa de las aventuras de su esposo, había inspirado en Semele el
deseo irresistible de ver a su amante Zeus en toda su gloria. El dios, que en un
momento de pasión le había jurado concederle un deseo, no pudo negarse ante la
insistencia de su amante y se mostró rodeado de rayos, y como consecuencia, Semele
quedó carbonizada. Zeus logró salvar al feto que llevaba Semele, y cosido a su muslo,
el niño siguió creciendo hasta que le tocó la hora de nacer. Esto hizo que Dioniso fuera
llamado “el dos veces nacido”. Según otra tradición, Dioniso era hijo de Zeus y
Perséfone. Fue criado por el rey Atamas y su mujer, Ino, que lo vistieron de niña para
que la celosa Hera no lo reconociese. Pero Hera no se dejó engañar y volvió locos a los
dos reyes. Según la leyenda órfica de Zagreo, Hera mandó contra el niño a los titanes;
este intentó escapar convertido en toro, pero los titanes despedazaron su cuerpo y
luego se lo comieron. Zeus dispersó a los titanes con sus rayos, pero Atenea solo logró
salvar el corazón –o el falo, según Carl Kerényi– y se lo dio a Zeus. Este o bien se lo
tragó o bien lo introdujo en la matriz de Semele y Dioniso volvió a nacer.
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y atarlos, pero se zafaron de las ataduras y se les abrieron milagrosamente las puertas
de la cárcel. Dioniso hizo que el palacio real ardiera en llamas. Finalmente Pento le
pidió que le dejara ver con sus propios ojos los ritos que las mujeres celebraban.
Dioniso lo condujo hasta el lugar, y el joven rey espió subido a un árbol a las bacantes
dirigidas por su propia madre que actuaban enloquecidas por el dios. Las mujeres lo
descubrieron, lo apedrearon hasta matarlo y despedazaron su cuerpo; Ágave clavó la
cabeza de su hijo en una vara de tirso, todo esto creyendo que era un animal salvaje.
Cuando descubrió lo que había hecho, Ágave, horrorizada, se exilió.
Otro mito nos relata la muerte por desmembración de otro héroe griego, Orfeo:
este, tras la muerte de Eurídice y el fracaso por rescatar su cuerpo del infierno, Orfeo
se retiró a las regiones del norte de Grecia donde dedicó a rendir culto al dios Apolo.
Las tracias y macedonias, a las que Afrodita había inspirado una pasión desenfrenada
por el poeta y músico, querían participar en este culto, pero Orfeo las desdeñaba.
Según esquilo, cuando Dioniso estuvo en Tracia, Orfeo no quiso rendirle culto. Subía
todas las madrugadas a un monte a adorar a Apolo sin prestar atención al dios del
vino. Este, se enfureció al ver que Orfeo había inventado una religión que lo
desplazaba hizo que las mujeres de la región, o las ménades, subieran hasta el templo
donde se reunía junto con los demás hombres a rendir culto a Apolo. Tomaron las
armas que habían dejado a la puerta del recinto y mataron a los que osaron hacerles
frente. Cuenta Ovidio que ellas tiraban piedras y venablos contra Orfeo, que se
encontraba tocando su lira, pero el poder de la música desviaba los proyectiles.
Entonces gritaron con toda la fuerza de sus pulmones para tapar la melodía y lograr
herirlo. Cuando cayó en el suelo cubierto de sangre se acercaron a él y lo
descuartizaron. Su cuerpo quedó disperso por la tierra. Las ménades arrojaron la
cabeza y la lira al río Hebro. Ambas no dejaban de producir melodías tristes pero
hermosísimas. La cabeza llegó hasta la isla de Lesbos, y fue colocada en una cueva
donde profetizaba día y noche hasta que Apolo, preocupado por la creciente fama de
este oráculo que le hacía competencia ordenó que se callase. Una tradición
neoplatónica mantiene que la lira acabó en manos de Pitágoras que gracias a ella
pudo conocer la música de las esferas.
Cuentan Higinio y Ovidio que el beocio Acteón también murió despedazado por
haber osado mirar la desnudez de Artemisa, la hermana de Apolo. Esta vez fueron sus
propios perros los que se encargaron de tan macabra acción tras haber convertido la
diosa a su amo en ciervo.
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formas mistéricas menos crueles se relacionaba con la creencia en la vida tras la
muerte.
Algunos mitos cuentan que los primeros seres eran andróginos. Una vez que
los dioses comenzaron a distinguirse sexualmente, algún dios se encargó de separar
también los sexos de los humanos, a veces sacando a la mujer del hombre (como en el
mito de Adán y Eva). Por lo general, los mitos griegos cuentan que el sexo original era
el del macho. Así sucede, por ejemplo en el mito de Prometeo y la creación de Pandora.
Un relato hindú de la creación muestra parecidos y diferencias con la tradición
helénica y hebrea: Brahma creó al hombre primero y luego pensó en darle compañía.
Para ese tiempo todo el material creador había sido gastado, así que Brahma tomó
materia hermosa de la creación y con ella formó el cuerpo de la mujer. Se la presentó
al hombre diciéndole: “Te servirá durante su vida: tú no podrás vivir con ella y
tampoco sin ella”.
En la mitología hindú que Purusa, que era una deidad hermafrodita, tras
haber sido dividida en dos, se abrazó. De esta unión nacieron los primeros seres
humanos. La parte hembra de Purusa se avergonzó e intentó desaparecer, pero solo
consiguió convertirse en una vaca. La parte macho se unió a ella bajo la forma del toro
primordial y se produjo el ganado. Así se crearon los demás seres vivos, con diversas
transformaciones de Purusa, hasta llegar a las hormigas.
Según una tradición hebrea, Yahuweh creó a Adán como un ser andrógino, las
dos partes estaban unidas por la espalda. Esto dificultaba de tal manera la
locomoción y la conversación que el dios decidió separarlos, creando la parte trasera
del cuerpo humano. En otros mitos hebreos, el dios hebreo crea a los seres humanos
cada uno con su sexo; “macho y hembra los creó” dice el primer capítulo del Génesis.
Tenemos, finalmente, la conocida historia del nacimiento de Eva de la costilla de
Adán.
En muchos relatos míticos los sexos se crean por separado. Entre los
aborígenes de Australia se cuenta el relato de Yhi, la diosa de la luz: Yhi vivía en el
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tiempo del sueño hasta que se despertó al oír un silbido. Al abrir Yhi los ojos, la tierra
se llenó de luz, y por donde ella caminaba iban creciendo las plantas. Había bajo la
tierra espíritus malignos que le cantaban para que muriera, pero el calor que de ella
salía los espantó y nacieron los insectos. Encontró cuevas de hielo y su luz hizo que de
ellas salieran los peces y los reptiles y las aves y los animales de la tierra. Bendijo toda
la creación dándole las estaciones del año y prometiéndoles a todas las criaturas que
cuando murieran se reunirían con ella en el cielo. Entonces regresó a su mundo.
Cuando se fue se hizo la oscuridad, pero luego salió el sol. Muchísimo tiempo después,
regresó, pues las criaturas la extrañaban. Ella concedió deseos a las criaturas: al
canguro le dio el poder de saltar, a la foca, el de nadar, le concedió patas al lagarto,
alas al murciélago y al ornitorrinco un poco de todo. Antes de que Yhi regresara al
cielo, vio que el hombre estaba solo, así que mientras dormía, hizo que naciera una
flor a su lado. Cuando el hombre se despertó, se quedó observando la flor junto con
los demás animales y entonces vio cómo se transformaba en mujer.
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Dios quiso probar al hombre y a la mujer; el hombre pasó la prueba, pero la mujer no,
y por eso está supeditada al hombre.
Hesíodo en la Teogonía nos cuenta que “En primer lugar existió el Caos.
Después Gea la del amplio pecho, sede siempre segura de todos los Inmortales que
habitan la nevada cumbre del Olimpo. [En el fondo de la tierra de anchos caminos
existió el tenebroso Tártaro.]” El mito griego de la creación del hombre tras el diluvio
confirma la concepción de la tierra como el cuerpo materno: Tras el diluvio, Zeus envió
a Hermes para informar a Deucalión que sus súplicas para que la tierra se poblase
habían sido escuchadas. Entonces apareció Temis y dijo a Deucalión y a su mujer
Pirra: "cubríos las cabezas y echad hacia atrás los huesos de vuestras madres". Las
respectivas madres habían muerto hacía tiempo y tras haberlo pensado bien,
interpretaron que Temis hablaba de los huesos de la Madre Tierra. Se cubrieron la
cabeza y lanzaron piedras por encima de los hombros. De cada piedra que caía nacía
un hombre o una mujer, dependiendo de quién la arrojase.
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partenogénesis, presentada como el parto de una virgen, es uno de los motivos míticos
que se mantendrá en los relatos sobre el nacimiento del héroe.
Las metamorfosis
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humanos para comunicare con estos. Un caso típico es el de Atenea, que adopta
formas humanas para ayudar a sus héroes favoritos.
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Algunos seres son transformados en constelaciones y así ganan una especie de
inmortalidad. El zodiaco es testigo de estas transformaciones: Acuario es Ganímedes,
Aries es el vellocino de oro, Cáncer es un cangrejo que Hera envió para que picara a
Heracles y este lo aplastó, capricornio es o bien Pan o bien la cabra Amaltea, Géminis
son Cástor y Pólux, Leo es el león de Nemea que mató Heracles, Sagitario es el
centauro Quirón.
Las metamorfosis no se agotan con los mitos, perduran en los cuentos y en las
leyendas tradicionales e influyen en la literatura. Los personajes de los cuentos
populares se ven transformados en ciervos, en ranas, en cisnes y en palomas debido a
los encantamientos de las brujas y hechiceras sobre todo. A veces las metamorfosis
obedecen a leyes ocultas al receptor; así, el primer cambio de sexo de Tiresias o la
transformación en ciervo de un niño al beber del agua de un charco. De vez en cuando
encontramos a amantes que al morir se transforman en árboles cuyas ramas se
entrelazan o en aves que desaparecen volando juntas. Gracias a la obtención de un
nuevo cuerpo, perduran en el tiempo.
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muy preciado. Los evangelios no dan mucho pie para el desarrollo de este culto,
aunque en ellos se afirma que del cuerpo de Jesús emanaba un efluvio que curaba; el
episodio de la hemorroisa que cuentan los sinópticos refleja este modo de pensar: ella
se curó con solo tocar el manto de Jesús, y él notó que una virtud había salido de él.
El culto de las reliquias se derivó del que se rendía a los mártires, y parece
remontarse a los siglos III o IV. Las tumbas de los mártires eran lugar de devoción, y
sobre ellas se levantaban altares sobre los que se celebraba la misa. En 357 el
emperador Constancio mandó llevar a Constantinopla, ciudad sin mártires propios,
los cuerpos de san Andrés y san Lucas desde Alejandría. Esta ciudad se convertiría en
la Edad Media del mayor mercado de reliquias de la cristiandad. En un sermón, el
obispo de Cesarea, Basilio (h. 330-379) afirmaba que lo que toca los huesos de un
mártir participa de la gracia que reside en ellos. Otros doctores de la iglesia lo
siguieron con afirmaciones parecidas. El desmembramiento de cadáveres no tardó en
aparecer como respuesta al afán de tener reliquias de mártires. En 401, en el quinto
concilio de Cartago, se ordenaba que todos los altares debían contener reliquias, y que
se debían destruir aquellos que no las tuvieran. En 415 se exhumaron cerca de
Jerusalén unos restos que se atribuyeron a san Esteban y estos se repartieron entre
las muchas iglesias que pedían una reliquia del protomártir. Los siete libros que
Gregorio de Tours (539-594) escribió sobre milagros de santos, en especial De gloria
martyrium y De gloria confessorum muestran que en la Galia de su época ya
abundaban las reliquias.
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En 1075 Alfonso VI donó el Arca Santa a la catedral de Oviedo para que en ella se guardasen
las reliquias de la Cámara Santa.
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algunas reliquias sufrieron varios; así sucedió, por ejemplo con las de de santa
Margarita de Antioquía, cuyas presuntas reliquias son llevadas en 909 a San Pietro
della Valle, cerca del lago Bolsena; de allí se trasladaron a la catedral de Montefalcone
en 1145, y en 1213 fueron llevadas a Venecia.
Con las cruzadas, una multitud de reliquias inundó Occidente, parte de ellas
eran botín de guerra, otras, donaciones (sobre todo por parte de la corte de
Constantinopla), y parte eran compradas. Así, en 1149 Thierry de Alsacia, conde de
Flandes, emprendió el regreso a Bélgica llevando consigo la reliquia de la Santa
Sangre. Al llegar a su país ordenó la construcción de una basílica. Ejemplo de saqueo
es el ocurrido en 1204, cuando los cruzados toman Constantinopla y roban la mayor
parte de sus reliquias. Andrés II de Hungría, tras algunas victorias en Palestina,
regresó a su país en 1218 también cargado de reliquias. Ejemplo de venta es la que en
1239 se negoció entre el rey de Jerusalén Balduino II y Luis IX de Francia sobre la
corona de espinas. No todas las negociaciones tenían éxito; en 1456 los venecianos
intentaron comprar a los griegos la túnica inconsútil por diez mil ducados, pero no se
llegó a ningún acuerdo. Ejemplo de robo es el de los soldados y marineros de Bari del
cadáver de san Nicolás de Myra, al suroeste de Turquía, cuya basílica se terminó en
1087. Pero esto no solo ocurría con los países musulmanes; a veces las reliquias eran
llevadas por la fuerza de un lugar a otro de Europa, como quiso hacer en 1033
Bratislao I, duque de Bohemia, que se apoderó de lo que creía que eran las reliquias
del obispo Adalberto de Praga, en la catedral de Gniezno y las trasladó a Bohemia;
pero la cosa no le salió tan bien, pues lo que se llevó fue un esqueleto cualquiera.
El culto de las reliquias dio lugar a que se crearan santuarios para albergarlas,
como la capilla palatina de Aquisgrán, construida para albergar la reliquia más
importante de la monarquía francesa, la capa de san Martín en 796; hacia 800, el
papa León III construyó en Roma la iglesia de los santos Nereo y Aquileo, mártires
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cuyas reliquias fueron halladas en las catacumbas de Domitila; en 827, los
mercaderes venecianos enviados por el dux Giustiniano Participazio trasladaron de
Alejandría a Venecia las supuestas reliquias de san Marcos, y para albergarlas se
construyó su importante catedral. En España está la famosa colegiata de San Isidoro
de León, construida para albergar las reliquias del santo, trasladadas en 1063 desde
Sevilla por Ordoño, obispo de Astorga. Estos santuarios se hacían para fomentar las
peregrinaciones. Jerusalén, Roma y Santiago fueron los lugares de peregrinación más
importantes de la cristiandad, pero también se hacían romerías a otros lugares, como
a Colonia, para venerar los restos de los tres Reyes Magos, o a Chartres, para hacer lo
mismo con la bata de la Virgen, o a Canterbury para visitar la tumba de su santo
mártir, por dar solo tres ejemplos que se podrían multiplicar fácilmente.
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de este culto; decía este reformador que si se juntaban todos los pedazos de la Vera
Cruz, se podría llenar un barco; él había llegado a contar catorce clavos de la cruz
venerados en Europa. Otro que protestó contra este culto fue Erasmo de Rótterdam.
Entre los germanos, que concebían la tierra como un círculo rodeado por el
océano, el árbol que une infiernos, tierra y cielo es Yggdrasil, un fresno siempre verde;
sus raíces se hunden en lo más profundo de los infiernos, su copa llega hasta lo más
alto del cielo. Otro lugar sagrado que representa el centro del mundo y a la vez el axis
mundi es la montaña sagrada, el monte Olimpo entre los griegos, el Sinaí entre los
3
Prat Ferrer, Juan José (2007): 55
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hebreos, por dar solo dos ejemplos muy significativos. El monte Olimpo era la morada
de los dioses griegos, donde habían Construido sus casas de cristal. Al principio, el
término “Olimpo” parecía referirse a cualquier monte sagrado, luego el nombre se
adjudicó a una montaña específica; pero también se llegó a identificar el Olimpo con el
Cielo. El monte Sinaí, también llamado Horeb, y en árabe Yabal Musa o montaña de
Moisés, fue el lugar donde, según la tradición, Yahuwé entregó las tablas de la ley a
Moisés; en ellas había escrito los diez mandamientos.
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abandona el cuerpo”.4 Joseph Campbell también ha tratado este tema y ha llegado a
expresar su opinión en una fórmula sacada del Libro de los veinticuatro filósofos (siglo
XII): “Dios es una esfera infinita cuyo centro se encuentra en todas partes y cuya
circunferencia en ninguna”. Como nos recuerda el científico británico Stephen
Hawking (n. 1942), “en un universo infinito cada punto puede ser considerado como el
centro”.5
5
Hawking, Stephen (1990): 22.
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crear un nuevo modo de expresión más válido y más de acuerdo con los tiempos. El
hombre contemporáneo vive bajo la amenaza de la destrucción nuclear, de un
catastrófico choque contra un cuerpo celestial o de un deterioro de las condiciones de
vida debido a los cambios en la capa de ozono o un nuevo diluvio causado por el
deshielo de los polos.
La lucha final marca el fin del ciclo, ya sea de la vida individual o del cosmos.
Ritualmente este final se simboliza por el año viejo que es vencido por el año nuevo. La
representación no deja de ser significativa; el año viejo se presenta con los atributos
de Cronos, mientras que el año nuevo es un bebé, el Zeus que fue salvado de ser
tragado por su padre. En las festividades del cambio de año se suelen apagar fuegos,
celebrar orgías, cambiar las costumbres sociales; es un periodo en que rige la
confusión y el mundo al revés; todo esto simboliza el caos que llega con el final del
año. Es entonces cuando vuelve a aparecer el monstruo primigenio; su muerte se
suele representar por medio de luchas rituales que pueden llegar a estilizarse hasta
convertirse en danzas.
Muchos mitos hablan del mundo que aparecerá tras la destrucción de este en
que vivimos. Es un arquetipo que adoptaron incluso movimientos como el marxismo
tomaron. En el cristianismo, el hombre perdió el paraíso; su paso por la historia del
mundo acabará con su vuelta a este lugar ya renovado. Este nuevo mundo es
profetizado de varias maneras: Así en la Biblia aparece como el Reino de la Paz donde
sus habitantes: “volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no
alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra" (Isaías 2:4).
De acuerdo con el zoroastrismo, tras la batalla entre las fuerzas del bien y del
mal habrá un juicio final para todas las almas. Los pecadores serán castigados
durante tres días de acuerdo a sus pecados, pero luego serán perdonados. Entonces
desaparecerán del mundo la pobreza, la enfermedad, la sed, el hambre y la muerte.
Las creencias cristianas son muy parecidas. Al final de los tiempos habrá una
resurrección de todos los muertos y Cristo presidirá el juicio final, pero tanto el premio
como el castigo serán eternos, e instaurará un nuevo reino que no tendrá fin. El nuevo
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mundo será el paraíso perdido. La nueva Jerusalén que se instaure se verá
representada por un cuerpo místico que vivirá eternamente y cuya cabeza será el
propio Cristo.
Bibliografía
Armstrong, Karen (2005): Breve historia del mito. Barcelona : Salamandra, 2005.
Hesíodo (1978): Teogonía, Los trabajos y los días, El escudo de Hércules. México, D. F.:
Porrúa.
Hawking, Stephen (1990): Historia del tiempo: Del big bang a los agujeros negros,
Miguel Ortuño, trad. Madrid: Alianza, 1990. Original: A Brief History of Time:
From the Big Bang to Black Holes. Nueva York: Bantam, 1988.
Leeming, David Adams (1998): Mythology: The Voyage of the Hero. Nueva York y
Oxford: Oxford U. P.
Prat Ferrer, Juan José (2007): "Los milagros hagiográficos y el imaginario colectivo de
la Europa medieval". Anuario de la Universidad Internacional SEK, 11: 45-58.
Santos Otero, Aurelio de, ed. (1988): Los evangelios apócrifos. Madrid: Biblioteca de
Autores Cristianos, 1988.
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