Está en la página 1de 23

DEL ORIGEN AL FIN: EL CUERPO Y SUS RELACIONES CON EL UNIVERSO

SEGÚN LAS TRADICIONES

Juan José Prat Ferrer

El cuerpo en las mitologías


La mitología constituye una parte muy significativa del imaginario colectivo y
del patrimonio intangible de los pueblos; los mitos que han sido transmitidos por vía
oral y los que no han sido excesivamente manipulados por manos eruditas en su
tradición escrita tienden a alejarse del pensamiento abstracto, que pertenece más a la
teología o a la ciencia, y prefieren presentar sus mensajes bajo formas concretas,
adoptando preferentemente la forma de relato. Los elementos concretos con que se
estructuran los relatos bien pueden tener una correlación con significados abstractos,
como han pretendido numerosas escuelas de interpretación mítica; los eruditos de la
Antigüedad ya vieron las composiciones como alegorías, y esta forma de pensar
continuó influyendo no solo en la interpretación de los mitos, sino también en la
recreación y transmisión de los relatos antiguos.
Lo material y lo concreto, pues, aloja lo espiritual y lo abstracto en este tipo de
creaciones; esta relación es idéntica a la que se da en el binomio cuerpo-alma en las
culturas ancestrales y tradicionales. Jung, Bachofen y Frobenius, y más tarde
Campbell desarrollaron la teoría de que todos los mitos y relatos épicos se encuentran
relacionados en la psiquis humana, y que son manifestaciones culturales de la
necesidad de explicar realidades cósmicas, sociales o espirituales, que de otro modo
no podrían ser explicadas, llegando a veces a convertirse en símbolos sin significado.
En el pensamiento mítico más amplio, las cosmologías, el universo de todo lo creado
tenderá a manifestarse grosso modo como un cuerpo que lo alberga todo; el
macrocosmos, sobre todo, queda representado por el cuerpo primordial, el que da
lugar al mundo. Varios mitos cosmogónicos de culturas diferentes narran cómo llegó a
formarse el mundo a partir del cuerpo de uno o varios seres primordiales.
El poema Enuma Elish, que presenta una cosmogonía según la tradición
babilónica (1 700 a. C.), nos cuenta que Apsu y Tiamat formaban la primera pareja de
dioses; Apsu representa el agua dulce y Tiamat, la salada. Con ellos vivía su hijo
Mumu, el rocío. Los otros dioses que iban naciendo vivían dentro del cuerpo de
Tiamat, que casi lo contenía todo, pero el ruido que hacían molestaba a Apsu, y este
decidió eliminarlos. Tiamat se opuso a esta dura decisión del dios de las aguas dulces
y se fue a implorar al poderoso Ea, dios de la sabiduría. Este, por medio de la magia,
adormeció a Apsu y lo mató, así como a Mumu. Ea tenía un hijo llamado Marduk que,
al jugar con el viento, creaba grandes tormentas que molestaban a los dioses que
todavía vivían dentro de Tiamat. La diosa marina, que había tomado por esposo al

1
demonio Kingu convirtiéndolo en príncipe de los dioses, entonces decidió que debía
vengar a su primer consorte; los dioses que odiaban a Marduk se pusieron de su lado.
Ella, por su parte, creó once monstruos para que lucharan contra los dioses que se
habían aliado con Ea. Estos eligieron a Marduk por caudillo, y la guerra comenzó.
Marduk luchó contra Tiamat y la mató. Luego dividió su cuerpo en dos mitades y las
separó, una hacia arriba, que a partir de entonces fue el cielo, y otra hacia abajo, que
fue la tierra. Entonces Marduk mató a Kingu y de su sangre creó la humanidad; los
otros dioses que habían sido apresados y condenados a trabajos forzosos, fueron
puestos en libertad. Así empezó el mundo.
Otro mito que narra la creación del cielo y de la tierra por la separación, esta
vez no de un cuerpo, sino de dos, lo encontramos en la mitología egipcia: Geb era el
dios de la tierra y Nut, la diosa del cielo. Ambos se amaban apasionadamente y vivían
unidos en un interminable abrazo. Ra, dios de la luz, que reinaba como faraón sobre
todos los demás dioses, no veía con buenos ojos este amor que se consumaba sin su
permiso, sobre todo porque había oído que Thot, el dios de la sabiduría había predicho
que el hijo de Nut sería faraón; por ello ordenó a Shu, el dios del aire, que los
separara; también los maldijo haciendo que no pudieran tener hijos en ninguno de los
trescientos sesenta días de que constaba el año por aquella época. Nut se fue a
suplicar a Thot que hiciera algo por ella; Thot que quería ayudar a los dioses amantes,
se fue a ver a Jonsu, dios de la Luna. Este era un jugador empedernido y pronto
empezó una partida entre ambos. Jonsu apostaba horas de luz, pero perdía todas las
partidas. Al final Thot le quitó tanta luz que se tuvo que añadir cinco días más al año.
A partir de entonces el año tuvo trescientos sesenta y cinco días, y en estos días
adicionales Nut pudo dar a luz a sus hijos, entre ellos a Osiris, que reinó como faraón
después de Ra, como había predicho Thot. Jonsu quedó tan debilitado que aún hoy,
miles de años después, la luna no puede lucir todo su brillo más que durante unos
pocos días al mes, debilitándose tanto que tarda todo un mes en volver a recobrar todo
su poder.

El bardo islandés Snorri Sturluson, que vivió a finales del siglo XII y principios
del XIII y que escribió poemas sobre la mitología nórdica, nos cuenta que Odín y sus
hermanos utilizaron el cadáver del gigante Ymir para dar inicio a la creación. Ymir era
el gigante de la escarcha y se convirtió en un enemigo declarado de los jóvenes dioses
por aquellos días en que el mundo empezaba a existir. Odín y sus hermanos lucharon
contra Ymir y lo vencieron; tanta sangre salía de las heridas del gigante, que todos los
demás gigantes de la escarcha se ahogaron, excepto uno, Belgermir, que construyó un
arca y logró así librarse junto con su mujer, dando lugar a una nueva raza de gigantes
de la escarcha. Los dioses arrastraron el cadáver de Ymir y lo colocaron en el centro
del enorme vacío que había, pues la creación del mundo no había tenido lugar. La
sangre de Ymir se convirtió entonces en agua de mar, sus huesos en rocas y su pelo

2
en árboles. Los dioses tomaron el cráneo del gigante y lo colocaron encima, formando
una bóveda en la que fijaron chispas, formando de este modo el cielo. Cuatro enanos
llamados Norte, Sur, Este y Oeste sostienen el cráneo. De los sesos del gigante se
formaron las nubes. En los bordes de la tierra recién creada, que tenía forma de disco,
formaron una cerca con las pestañas del gigante, para así prevenir que otros gigantes
entraran a estropear lo creado.

La idea de que la tierra es un inmenso cuerpo se repite en la mitología china,


donde tenemos a otro gigante cuyo cuerpo sirvió para terminar la creación: Pan Gu se
formó dentro de un enorme huevo negro donde durmió durante miles de años, pero al
despertar, sintió que se sofocaba y con un hacha rompió las paredes del huevo. Al
abrirse un agujero, salió una sustancia ligera que flotó en el vacío formando el cielo, y
otra sustancia más fría y turbia se quedó en la parte inferior formando la tierra. Pan
Gu se quedó en medio con los pies posados en la tierra y la cabeza tocando el cielo
para evitar que volvieran a juntarse, hasta que las materias se solidificaron, muchos
miles de años después, y ya cesó el peligro. Pero Pan Gu estaba tan agotado del largo
esfuerzo que cayó a la tierra y ya no pudo levantarse más. Cuando murió, su aliento
se convirtió en el viento y su voz quedó como el trueno. Uno de sus ojos fue el sol y el
otro, la luna. Su cuerpo y sus extremidades se convirtieron en montañas y su sangre
en los ríos que regaban la fértil tierra formada de sus músculos. De los pelos de su
cuerpo se formaron las plantas y de los huesos y dientes salieron los metales y las
rocas.

Es obvio, de acuerdo a los parámetros del pensamiento mítico, que si el mundo


se forma a partir de un cuerpo divino es porque los dioses tienen cuerpo. Tan
necesaria es la corporeidad en las mitologías que los dioses sin cuerpo apenas existen.
Este concepto pertenece más bien a la teología. De hecho, se da el caso entre los
mayas del dios creador Hunab Ku, que no es adorado porque no tiene cuerpo, y que se
retiró a otras regiones del amplio universo tras haber creado el mundo tres veces,
pasando a ser un ejemplo de deus otiosus, el dios distante que no se interesa por los
asuntos humanos y al que no se le rinde culto. Representa el centro del tiempo y del
espacio y la inteligencia pura. Su hijo, Itzamná, el dios serpiente, señor del cielo,
creador del fuego y de la escritura, del día y de la noche, es quien preside la asamblea
de los dioses, y fue él quien creó la raza humana.

Como podemos ver, en muchos relatos míticos el sacrificio de una divinidad


primordial da origen al cosmos. En otro tipo de relatos, el cuerpo sacrificado sirve para
que surjan las plantas y los animales más preciados o significativos de una cultura.
Estos mitos, que muestran el cuerpo como una semilla, se basan en la idea de que de
la muerte surge la vida.

3
Los sacrificios primordiales no son realizados por seres humanos, sino por
otros seres superiores que de este modo instituyen el orden en el mundo. Según el Rig
Veda, en un relato parecido al germánico sobre el gigante Ymir, los dioses sacrificaron
al gigante demiurgo Purusa –cuyo nombre significa “Hombre Cósmico”–, criatura de
cien cabezas y cien pies, luego cortaron su cuerpo en pedazos y arrojaron las partes a
su alrededor; de ellas se formó todo lo creado, incluyendo las diversas castas, excepto
la de los intocables.

El relato de Hainuwele, que se contaba en la isla de Seram, en las Malucas


(Indonesia), pertenece a este tipo de mitos: Ameta, la noche, era uno de los primeros
seres que poblaban la tierra; no estaba casado ni tenía hijos. Un día que cazaba con
su perro, encontró un cerdo salvaje, hombre y perro lo persiguieron hasta que
lograron darle alcance. En su colmillo encontraron un coco, planta hasta entonces
desconocida. Ameta se llevó la extraña semilla a casa, pero esa noche se le apareció en
sueños un hombre que lo instaba a que sembrara el coco en la tierra. Al día siguiente,
Ameta plantó el coco, y a los tres días ya se había convertido en un hermoso cocotero
florido. Ameta subió para cortar las flores, pero con tan mala suerte que al cortarlas se
hirió con el machete. Cayó sangre sobre una hoja sobre la que había caído también la
savia del cocotero. A los tres días se había desarrollado una niña sobre la hoja. Ameta
la recogió y la llamó Hainuwele, que quiere decir la Niña del Coco. Hainuwele creció
rapidísimamente; a los tres días ya era una doncella. Tenía también una extraña
característica, y era que su excremento consistía en todo tipo de joyas y de objetos de
gran valor. Ameta se hizo muy rico con los excrementos de su hija. Hainuwele fue al
festival en el pueblo donde vivían los ancestros. Allí la costumbre era que cada una de
las nueve noches que duraba el festival las muchachas se quedaran en el centro
mientras los hombres bailaban a su alrededor; ellas les regalaban frutos secos, pero
Hainuwele distribuía entre ellos las riquezas que ella misma excretaba. Los hombres
recibieron de este modo regalos muy costosos, que cada noche del festival eran de
mayor valor, pero algunos del pueblo pensaron que todo eso era brujería y que
encerraba un mal. Entonces cavaron un foso en el centro del campo donde se bailaba
y tiraron a Hainuwele dentro, apisonando después con fuerza la tierra mientras
bailaban. Al terminar el festival, cada uno regresó a su cabaña. Cuando Ameta vio que
Hainuwele no regresaba fue a buscarla y entonces se enteró de lo que había ocurrido.
Ameta consiguió la ayuda de la diosa virgen Satine, nacida del banano, que
horrorizada por el asesinato, abandonó la tierra para convertirse en reina de los
infiernos. Antes de marchar, decretó que los ancestros debían pasar una prueba, que
consistía en atravesar una puerta; si lo lograban se convertirían en seres humanos, si
no, serían animales. Así se formaron las diversas especies animales y los hombres.
Ameta fue al foso, desenterró el cadáver, lo cortó en pedazos y los enterró alrededor
del pueblo. De cada pedazo nació una planta que producía un tubérculo. Desde

4
entonces estos tubérculos han sido la base de la alimentación de su pueblo. Los
nuevos hombres morirían y se reproducirían sexualmente.

Entre los japoneses se dan relatos de una divinidad sacrificada; de su cuerpo


surgen las plantas más importantes para la alimentación. También en Borneo se
contaba una historia parecida: según este relato, los primeros padres tuvieron dos
hijos, varón y hembra. Mataron a la hija y la enterraron; de sus brazos nació la caña
de azúcar y de sus manos brotaron matas de plátanos. De los agujeros de los ojos y
nariz de su calavera salió un cocotero. Su cuerpo también dio vida a un gran número
de animales. Parecido a estas historias es el relato de los indios de la nación
Penobscot, en el este de Norteamérica. Cuentan que la primera pareja tuvo varios
hijos, pero no tenían nada que darles de comer. Los niños lloraban y pedían comida;
entonces la madre ordenó que la mataran, que la arrastraran del pelo hasta que la
carne se hubiera desprendido, y que enterraran los huesos en un campo; después de
siete lunas encontrarían qué comer. Tras muchas reticencias, hicieron lo que ella
había ordenado. Al final fueron al lugar del enterramiento y encontraron el campo
sembrado de una planta alta que daba un fruto sabroso, el maíz. Siguiendo las
instrucciones que había dado la Madre del Maíz, no comieron todas las mazorcas, sino
que dejaron algunas para devolverlas a la tierra, pues así se renovaría el espíritu de la
Madre del Maíz. La planta que guarda el aliento de la Madre del Maíz cuando se
quema es el tabaco.

Entre los persas antiguos se contaba también un relato sobre un sacrificio


primordial, pero en este caso el ser sacrificado es un toro: Ahriman, el Espíritu del
Mal, había dado muerte a base de sufrimientos a un toro. Pero Ahura-Mazda, el dios
supremo y señor de la luz, hizo que de su cuerpo salieran los cereales y otras plantas
útiles, y de su esperma dos criaturas, macho y hembra, que dieron lugar a doscientas
setenta y dos especies de animales. En el mitraísmo, religión persa que se extendió por
todo el Imperio Romano, es Mitra quien sacrifica el toro, convirtiéndose en sacerdote
del sacrificio primordial. La sangre del animal sacrificado es el elemento que hace que
la vida germine en la tierra, y que de su cuerpo surjan toda clase de plantas.

Para los cristianos el sacrificio primordial es el de Cristo en la cruz. Gracias a


este sacrificio se redime la humanidad y a partir de entonces se convierte en el Rey de
Reyes. Los cristianos se alimentan de su cuerpo, comiendo su carne y bebiendo su
sangre. El dios germánico Odín también sacrificó su cuerpo colgándolo en el árbol
cósmico durante nueve días y nueve noches mientras era atravesado por su jabalina.
Fue así como obtuvo la sabiduría que le permitió reinar sobre los nueve mundos.
Según los aztecas, Quetzalcoatl participó en el sacrificio primordial, descendió a los
infiernos y rescató a la humanidad de la muerte, gracias a su astucia, al vencer al dios
de los muertos, Mictlantecuhtli. Quetzalcoatl reinó en la tierra en una edad de oro y
prohibió los sacrificios humanos. Este orden fue roto por el dios Tezcatlipoca que

5
usurpó el poder y exigió sacrificios humanos. Según algunos, Quetzalcoatl se sacrificó
a sí mismo quemándose en una pira; de ahí subió a los cielos y es el planeta Venus.
Según otros, marchó en un barco hacia el este y prometió regresar algún día.

El sacrificio fundacional de muchas construcciones antiguas es una repetición


ritual del sacrificio primordial; se requiere la destrucción de un cuerpo para lograr la
existencia de un entorno. De este modo se debe entender, por ejemplo, el asesinato de
Remo por Rómulo, que garantizó la fundación de Roma. Este tipo de sacrificios lo
encontramos también en la historia de Merlín, por ejemplo: El rey Vortigern se
empeñaba en construir una torre en el monte Erir, pero cada vez que lo intentaban
sus obreros, la torre se caía y la tierra se la tragaba. Para aplacar al genio del lugar y
obtener su protección, buscaron, según la costumbre, a un niño sin padre al cual
sacrificar. Eligieron a Merlín, que había sido engendrado por un demonio íncubo en
una joven virgen sin que ella lo supiera. Los emisarios del rey lo llevaron al pie de la
torre; allí Merlín venció en una batalla dialéctica a los sabios que aconsejaban al rey
cuando descubrió que bajo la torre había dos dragones que luchaban, y que el
tumulto que armaban era la causa de que la torre se cayera. Con ello salvó su vida y
desenmascaró a los sabios que aconsejaban el sacrificio ritual.

A veces es un dios quien exige el sacrificio de la prenda más querida. Este es el


caso que el libro de los Jueces relata respecto al guerrero israelita Jefté en la guerra
contra los amonitas. Jefté prometió, al partir hacia la batalla, que ofrecería a Yahuwé
la primera criatura que encontrara al regresar victorioso, si es que su dios le
conseguía la victoria. Quien salió a recibirlo fue su propia hija, y Jefté, cumpliendo su
palabra, la ofreció a su dios.1

Pero también se existen relatos que explican por qué no se sacrifican los seres
humanos. En la mitología griega se da el caso de Ifigenia; la víctima en este caso es la
hija de Agamenón, caudillo de las tropas aqueas que habían partido para arrasar
Troya. Agamenón había ofendido a la diosa Ártemis al matarle un ciervo en una
arboleda sagrada dedicada a ella. Cuando navegaban hacia Troya, el viento cesó de
soplar y los aqueos se vieron detenidos en una isla e imposibilitados de continuar su
camino. Consultado el oráculo, se supo que para desagraviar a la diosa, Agamenón
debía sacrificar a su hija Ifigenia. Muchos afirman que en el último momento, la diosa
sustituyó a Ifigenia por una corza, transportó a la muchacha a Crimea y la convirtió
en sacerdotisa suya; su función era sacrificar extranjeros. Que a los dioses del nuevo
orden no les gusta los sacrificios humanos lo tenemos en la historia de Licaón, rey de
Acadia, que sacrificó un niño a Zeus. Como respuesta a este acto impío, el padre de
los dioses envió un rayo contra la casa de Licaón y este quedó transformado en lobo.

1
Algunos afirman que el sacrificio de la hija de Jefté consistía, no en su muerte, sino en la
consagración de su virginidad.

6
Un ejemplo de institucionalización de un nuevo orden en lo que al sacrificio se
refiere lo tenemos en la historia de Abraham e Isaac, que parece marcar el final de la
costumbre de sacrificar el primogénito a la divinidad hebrea, a quien se le debían
todas las primicias; en su lugar se sacrifica a un substituto. Cuando Abraham era
muy, muy viejo, recibió la visita de tres seres con apariencia humana que profetizaron
que al cabo del año, su mujer Sara, que nunca había parido, le daría un hijo. Sara
escuchaba a la puerta de la tienda, y como hacía ya tiempo que había dejado de
menstruar, le entró la risa. Sin embargo, al año siguiente dio a luz un niño a quien
pusieron por nombre Isaac. Abraham cumplió los cien años.

Isaac crecía sano y fuerte, pero un día Yahuwé ordenó a Abraham que llevase
su hijo a un monte y se lo ofreciese en sacrificio. Fue Abraham y subió con su hijo el
monte, llevando él el cuchillo y el fuego y haciendo que su hijo cargara con la leña.
Cuando Isaac, que desconocía las órdenes del dios, le preguntó extrañado dónde
estaba la víctima del sacrificio, Abraham le dijo que Yahuwé la proveería. Cuando
llegaron al lugar establecido, Abraham construyó un altar con piedras, puso la leña
encima, ató a su hijo y lo colocó encima de la leña. Yahuwé lo detuvo en el momento
en que se disponía a clavarle el cuchillo, puesto que se sentía satisfecho de la
obediencia del patriarca. Abraham alzó la vista entonces y vio un carnero que se había
enredado la cornamenta en un matorral. Soltó a su hijo, cogió al animal y lo sacrificó.

En la mitología de la India, el fin de los sacrificios humanos tiene que ver con
el dios Varuna, y el relato sigue un patrón muy parecido a los de Ifigenia e Isaac, pues
presenta también la sustitución de la víctima humana por un animal herbívoro: Había
un rey llamado Harischandra, que hizo el voto de sacrificar su primogénito a Varuna. Poco
después le nació un hijo, a quien llamaron Rohita. El rey amaba tanto a su hijo que cada año
posponía el momento en que lo debía sacrificar. Al final, Rohita se enteró del voto y huyó del
palacio al bosque para salvar su vida. Pero Varuna castigó al rey con la hidropesía. Cuando
Rohita oyó sobre la enfermedad de su padre, se dispuso a satisfacer al dios ofreciéndole una
víctima humana. Mientras, Indra hizo que Rohita se purificara viviendo en el bosque y
visitando los santuarios más sagrados, y así pasaron cinco años más. Finalmente, Rohita
compró un muchacho pagando a sus padres el precio de cien cabezas de ganado. Ató al
muchacho al poste y se preparó para sacrificarlo. Un hombre de la casta de los guerreros
llamado Visvamitra, que pasaba por ahí, le sugirió a Rohita que debía recitar antes los siete
himnos sagrados. Rohita lo hizo con tanta eficacia que el muchacho quedó suelto de sus
amarras y se sacrificó en su lugar una cabra.

El sacrificio ritual en el que el cuerpo parece ser tratado como semilla de la


creación incluye muchas veces la desmembración ritual del cuerpo. Otros relatos
míticos cuyo significado ya no se conecta con tanta claridad a una cosmogonía

7
incluyen también la desmembración. Muchos de estos mitos se relacionan con cultos
mistéricos.

En algunos casos el cuerpo de la víctima pasa por dos fases, la desmembración


y la recomposición del cuerpo, lo que le permite acceder a un estado superior. Osiris
reinaba en Egipto junto con su esposa Isis. Su hermano Set, envidioso del amor que
todos sentían por Osiris, en una fiesta llevó un hermosísimo ataúd y por medio de un
truco logró que Osiris se metiera en él. Set y sus secuaces clavaron la tapa del ataúd
y lo arrojaron a las aguas. Pero Isis lo recuperó años más tarde. Entonces Set cortó el
cuerpo de Osiris en catorce pedazos, lo que según algunos simboliza el número de
días que tarda la luna en pasar de llena a nueva y los dispersó arrojándolos por
diferentes lugares. Isis tardó muchos años en encontrar todos los pedazos y al final
solo le faltaba el sexo de Osiris, que no pudo recuperar pues se lo habían comido unos
peces. Isis fabricó uno artificial, formó la primera momia y por medio de su magia
resucitó a su esposo. Con él tuvo a Horus, que luchó contra Set y recuperó el trono de
su padre. Osiris prefirió reinar en el mundo de los muertos.

Dioniso, a quien también llamaban Baco o Zagreo, era hijo de la mortal Semele
y de Zeus. Hera, celosa de las aventuras de su esposo, había inspirado en Semele el
deseo irresistible de ver a su amante Zeus en toda su gloria. El dios, que en un
momento de pasión le había jurado concederle un deseo, no pudo negarse ante la
insistencia de su amante y se mostró rodeado de rayos, y como consecuencia, Semele
quedó carbonizada. Zeus logró salvar al feto que llevaba Semele, y cosido a su muslo,
el niño siguió creciendo hasta que le tocó la hora de nacer. Esto hizo que Dioniso fuera
llamado “el dos veces nacido”. Según otra tradición, Dioniso era hijo de Zeus y
Perséfone. Fue criado por el rey Atamas y su mujer, Ino, que lo vistieron de niña para
que la celosa Hera no lo reconociese. Pero Hera no se dejó engañar y volvió locos a los
dos reyes. Según la leyenda órfica de Zagreo, Hera mandó contra el niño a los titanes;
este intentó escapar convertido en toro, pero los titanes despedazaron su cuerpo y
luego se lo comieron. Zeus dispersó a los titanes con sus rayos, pero Atenea solo logró
salvar el corazón –o el falo, según Carl Kerényi– y se lo dio a Zeus. Este o bien se lo
tragó o bien lo introdujo en la matriz de Semele y Dioniso volvió a nacer.

Otros mitos que incluyen la desmembración ritual de una víctima humana se


relacionan con los misterios dionisíacos. Este es el caso de la historia de Penteo, que
se relata en la tragedia Las Bacantes de Eurípides, que sin duda cambió el sentido
original del mito: Dioniso, en su eterno viaje, tras haber conquistado Asia, llegó hasta
la ciudad de su madre, Tebas, para castigar a Ágave, una de sus tías maternas, que
en otro tiempo la había insultado. Allí reinaba su primo materno Penteo, hijo de Ágave
e incrédulo sobre los rituales del dios. Penteo se opuso al establecimiento del culto,
considerando Dioniso como un impostor. Dioniso infundió el delirio en las mujeres del
reino, que se refugiaron en el monte. Penteo ordenó arrestar a Dioniso y a las mujeres

8
y atarlos, pero se zafaron de las ataduras y se les abrieron milagrosamente las puertas
de la cárcel. Dioniso hizo que el palacio real ardiera en llamas. Finalmente Pento le
pidió que le dejara ver con sus propios ojos los ritos que las mujeres celebraban.
Dioniso lo condujo hasta el lugar, y el joven rey espió subido a un árbol a las bacantes
dirigidas por su propia madre que actuaban enloquecidas por el dios. Las mujeres lo
descubrieron, lo apedrearon hasta matarlo y despedazaron su cuerpo; Ágave clavó la
cabeza de su hijo en una vara de tirso, todo esto creyendo que era un animal salvaje.
Cuando descubrió lo que había hecho, Ágave, horrorizada, se exilió.

Otro mito nos relata la muerte por desmembración de otro héroe griego, Orfeo:
este, tras la muerte de Eurídice y el fracaso por rescatar su cuerpo del infierno, Orfeo
se retiró a las regiones del norte de Grecia donde dedicó a rendir culto al dios Apolo.
Las tracias y macedonias, a las que Afrodita había inspirado una pasión desenfrenada
por el poeta y músico, querían participar en este culto, pero Orfeo las desdeñaba.
Según esquilo, cuando Dioniso estuvo en Tracia, Orfeo no quiso rendirle culto. Subía
todas las madrugadas a un monte a adorar a Apolo sin prestar atención al dios del
vino. Este, se enfureció al ver que Orfeo había inventado una religión que lo
desplazaba hizo que las mujeres de la región, o las ménades, subieran hasta el templo
donde se reunía junto con los demás hombres a rendir culto a Apolo. Tomaron las
armas que habían dejado a la puerta del recinto y mataron a los que osaron hacerles
frente. Cuenta Ovidio que ellas tiraban piedras y venablos contra Orfeo, que se
encontraba tocando su lira, pero el poder de la música desviaba los proyectiles.
Entonces gritaron con toda la fuerza de sus pulmones para tapar la melodía y lograr
herirlo. Cuando cayó en el suelo cubierto de sangre se acercaron a él y lo
descuartizaron. Su cuerpo quedó disperso por la tierra. Las ménades arrojaron la
cabeza y la lira al río Hebro. Ambas no dejaban de producir melodías tristes pero
hermosísimas. La cabeza llegó hasta la isla de Lesbos, y fue colocada en una cueva
donde profetizaba día y noche hasta que Apolo, preocupado por la creciente fama de
este oráculo que le hacía competencia ordenó que se callase. Una tradición
neoplatónica mantiene que la lira acabó en manos de Pitágoras que gracias a ella
pudo conocer la música de las esferas.

Cuentan Higinio y Ovidio que el beocio Acteón también murió despedazado por
haber osado mirar la desnudez de Artemisa, la hermana de Apolo. Esta vez fueron sus
propios perros los que se encargaron de tan macabra acción tras haber convertido la
diosa a su amo en ciervo.

La desmembración ritual o sparagmos sin duda formaba parte de antiguos


rituales cuya memoria se ha transmitido en parte ya muy deformada por los procesos
culturales. Según el rito dionisiaco, al sparagmos seguía la omofagia o ingesta ritual
de carne cruda. Este culto que evolucionó a lo largo de la historia antigua hacia

9
formas mistéricas menos crueles se relacionaba con la creencia en la vida tras la
muerte.

La separación de los sexos

Algunos mitos cuentan que los primeros seres eran andróginos. Una vez que
los dioses comenzaron a distinguirse sexualmente, algún dios se encargó de separar
también los sexos de los humanos, a veces sacando a la mujer del hombre (como en el
mito de Adán y Eva). Por lo general, los mitos griegos cuentan que el sexo original era
el del macho. Así sucede, por ejemplo en el mito de Prometeo y la creación de Pandora.
Un relato hindú de la creación muestra parecidos y diferencias con la tradición
helénica y hebrea: Brahma creó al hombre primero y luego pensó en darle compañía.
Para ese tiempo todo el material creador había sido gastado, así que Brahma tomó
materia hermosa de la creación y con ella formó el cuerpo de la mujer. Se la presentó
al hombre diciéndole: “Te servirá durante su vida: tú no podrás vivir con ella y
tampoco sin ella”.

En la mitología hindú que Purusa, que era una deidad hermafrodita, tras
haber sido dividida en dos, se abrazó. De esta unión nacieron los primeros seres
humanos. La parte hembra de Purusa se avergonzó e intentó desaparecer, pero solo
consiguió convertirse en una vaca. La parte macho se unió a ella bajo la forma del toro
primordial y se produjo el ganado. Así se crearon los demás seres vivos, con diversas
transformaciones de Purusa, hasta llegar a las hormigas.

Según una tradición hebrea, Yahuweh creó a Adán como un ser andrógino, las
dos partes estaban unidas por la espalda. Esto dificultaba de tal manera la
locomoción y la conversación que el dios decidió separarlos, creando la parte trasera
del cuerpo humano. En otros mitos hebreos, el dios hebreo crea a los seres humanos
cada uno con su sexo; “macho y hembra los creó” dice el primer capítulo del Génesis.
Tenemos, finalmente, la conocida historia del nacimiento de Eva de la costilla de
Adán.

Platón creó su propio mito sobre la separación de los sexos y lo explicó en el


Banquete; de este mito etiológico viene la idea de la media naranja: Los hombres
antiguamente eran como esferas, reunían los dos sexos; eran los andróginos. Tenían
cuatro brazos y cuatro piernas y una cabeza con dos caras. Estos seres eran muy
poderosos e intentaron rebelarse contra los dioses. Zeus los dividió en dos para
debilitarlos y cada mitad anda buscando la otra mitad desde entonces para unirse.
Algunas de estas esferas tenían solo un sexo, y esto explica la homosexualidad.

En muchos relatos míticos los sexos se crean por separado. Entre los
aborígenes de Australia se cuenta el relato de Yhi, la diosa de la luz: Yhi vivía en el

10
tiempo del sueño hasta que se despertó al oír un silbido. Al abrir Yhi los ojos, la tierra
se llenó de luz, y por donde ella caminaba iban creciendo las plantas. Había bajo la
tierra espíritus malignos que le cantaban para que muriera, pero el calor que de ella
salía los espantó y nacieron los insectos. Encontró cuevas de hielo y su luz hizo que de
ellas salieran los peces y los reptiles y las aves y los animales de la tierra. Bendijo toda
la creación dándole las estaciones del año y prometiéndoles a todas las criaturas que
cuando murieran se reunirían con ella en el cielo. Entonces regresó a su mundo.
Cuando se fue se hizo la oscuridad, pero luego salió el sol. Muchísimo tiempo después,
regresó, pues las criaturas la extrañaban. Ella concedió deseos a las criaturas: al
canguro le dio el poder de saltar, a la foca, el de nadar, le concedió patas al lagarto,
alas al murciélago y al ornitorrinco un poco de todo. Antes de que Yhi regresara al
cielo, vio que el hombre estaba solo, así que mientras dormía, hizo que naciera una
flor a su lado. Cuando el hombre se despertó, se quedó observando la flor junto con
los demás animales y entonces vio cómo se transformaba en mujer.

Relacionada con la separación de los sexos, está la idea de la sumisión de la


mujer al hombre. Las religiones patriarcales marcan la sumisión de la mujer al
hombre de alguna u otra manera, ya sea directamente, con la maldición de Yahuweh a
Eva que la castiga a parir con dolor y a estar sujeta al hombre, que ya no escuchará
sus consejos, ya sea por medio de historias que narran la victoria de deidades o
héroes masculinos sobre un poder femenino muchas veces monstruosos, como Perseo,
que mata a la Gorgona, representación ahora terrible de una diosa de la muerte, pero
de cuyas venas Asclepio (Esculapio) extrae la sangre que mata (la del lado izquierdo) y
que da vida (la del derecho). Recuérdese que Tiamat y Leviatán son monstruos
femeninos. Pero también se debe tener en cuenta que del sacrificio de estos monstruos
se crea el cosmos.

Según el escritor británico Robert Graves (1895-1985) existió una religión


matriarcal europea anterior a las religiones patriarcales, muchos mitos griegos de esta
segunda época resuelven el conflicto entre el dios indoeuropeo invasor y la diosa local
invadida por medio del matrimonio (Démeter, por ejemplo). El investigador
estadounidense Joseph Campbell (1904-1987) que trabajó la mitología comparada,
estudiando el papel que la religión y el mito han desempeñado en las diversas
culturas, mantenía que los dioses helénicos no exterminaron, sino que se casaron con
las diosas de las culturas que iban siendo dominadas, y de este modo ellas pudieron
mantener cierto grado de influencia. No ocurrió así en la mitología hebrea, donde se
condenó la religión de las diosas y se intentó borrar todo recuerdo de un culto a lo
femenino. En el Libro de los Reyes se cuenta que Salomón, que poseía setecientas
mujeres y trescientas concubinas, dio culto a Astarté, la diosa de los sidonios. Ya los
hebreos la habían adorado a la muerte de Josué, y la venganza de yahuwé contra los
que le dieron culto fue siempre tremenda. Un mito de los tavetas de África cuenta que

11
Dios quiso probar al hombre y a la mujer; el hombre pasó la prueba, pero la mujer no,
y por eso está supeditada al hombre.

Dios quiso poner a prueba el corazón del hombre y el de la mujer. Llamó al


hombre, le dio un cuchillo y le dijo: “Cuando tu mujer duerma, córtale el cuello”.
Luego hizo lo mismo con la mujer dándole la orden de que degollara a su marido. El
hombre regresó a su casa muy triste pues no quería de ninguna manera matar a su
mujer a quien consideraba carne de su carne. Tiró el cuchillo lejos de sí pensando que
le contaría a Dios que lo había perdido y que por eso no había podido matar a su
mujer. La mujer, sin embargo, cuando llegó la noche, sacó el cuchillo y se disponía a
cortarle el cuello a su marido cuando apareció Dios. “Detente, mujer, no lo mates.
Puesto que tienes un corazón tan duro, no te será permitido tocar las armas.
Trabajarás en el campo y en la casa; y tú, hombre, puesto que has demostrado ser
piadoso, mereces llevar las armas y ser el amo.

La tierra como cuerpo femenino

Hesíodo en la Teogonía nos cuenta que “En primer lugar existió el Caos.
Después Gea la del amplio pecho, sede siempre segura de todos los Inmortales que
habitan la nevada cumbre del Olimpo. [En el fondo de la tierra de anchos caminos
existió el tenebroso Tártaro.]” El mito griego de la creación del hombre tras el diluvio
confirma la concepción de la tierra como el cuerpo materno: Tras el diluvio, Zeus envió
a Hermes para informar a Deucalión que sus súplicas para que la tierra se poblase
habían sido escuchadas. Entonces apareció Temis y dijo a Deucalión y a su mujer
Pirra: "cubríos las cabezas y echad hacia atrás los huesos de vuestras madres". Las
respectivas madres habían muerto hacía tiempo y tras haberlo pensado bien,
interpretaron que Temis hablaba de los huesos de la Madre Tierra. Se cubrieron la
cabeza y lanzaron piedras por encima de los hombros. De cada piedra que caía nacía
un hombre o una mujer, dependiendo de quién la arrojase.

No es Gea la única personificación de la Tierra como madre. Démeter, Cibeles o


Ceres en la mitología clásica representan la Tierra fecunda. Casi todas las religiones
tienen diosas madres que simbolizan, entre otras cosas, la fecundidad y que están
conectadas de una u otra manera con la tierra o con la naturaleza. Según la
interpretación jungiana, el arquetipo de la Madre Tierra es anterior a otros como el del
Padre Cielo en las religiones que podemos considerar como predecesoras de nuestra
cultura occidental. Este mito refleja la fertilidad de la Tierra, su capacidad de producir
vida. A partir de Gea el cosmos se va formando, ella da a luz primero al cielo con quien
después se aparea para producir las demás criaturas. Esta capacidad de crear por

12
partenogénesis, presentada como el parto de una virgen, es uno de los motivos míticos
que se mantendrá en los relatos sobre el nacimiento del héroe.

El mito de la Tierra como un cuerpo vivo e incluso consciente perdura en el


mundo contemporáneo como una metáfora donde el pensamiento científico y el mítico
se encuentran. Existe la teoría de Gaia, propuesta por el científico atmosférico James
Lovelock y secundada por la microbióloga Lynn Margulis, según la cual la Tierra es un
sistema ecológico dinámico; se da una relación simbiótica entre todos los organismos
que la pueblan; este sistema, al igual que ocurre en un organismo vivo, se autorregula
para asegurar su pervivencia. Es una idea que ha encontrado aceptación en
movimientos religiosos o filosóficos como el neopaganismo o la New Age, o políticos
como algunas ramas del feminismo o el movimiento de los verdes. La relación entre
macro y microcosmos que sirve de modelo a estos conceptos se puede ver en el hecho
de que tanto la superficie de nuestro planeta como el cuerpo humano tienen en su
composición un porcentaje similar de agua frente a otros elementos.

Las metamorfosis

La capacidad de cambiar la forma del cuerpo es un atributo divino. Las


divinidades acuáticas sobre todo utilizan la metamorfosis como mecanismo de
defensa, así, por ejemplo, actúa Proteo o el dios río Aqueloo en la mitología griega. Por
lo general, el héroe que busca a estas divinidades las debe sujetar sin soltarlas, no
importa en qué terrible ser se transforme. Al final, la deidad vencida cederá y se
pondrá al servicio del héroe.

Proteo, dios marino que pastoreaba un rebaño de focas, tenía la capacidad de


predecir el futuro, pero intentaba evitarlo cambiando de forma y solo daba la
información a quien pudiera sujetarlo. Menelao lo hizo, a pesar que se transformó en
león, serpiente, leopardo, cerdo, agua y árbol. Así se enteró del destino de los héroes
de Troya tras su regreso. Algo parecido sucede con la diosa Tetis, de quien se había
predicho que su hijo sería muy superior a su padre. Puesto que ningún dios se atrevía
a casarse con ella, se eligió a un mortal. La suerte cayó sobre Peleo, que tuvo que
sujetarla fuertemente mientras ella, para escapar, se transformaba en todo tipo de
seres. Peleo no la soltó de sus brazos, y ella al fin vencida, consintió en unirse a él. De
esta unión nació Aquiles.

Lo contrario sucede en el caso de Zeus, famoso por sus metamorfosis para


lograr unirse sexualmente con las mujeres que ansía: en toro, en lluvia de oro, en
cisne; o en el caso del joven Ganímedes, en águila; también se transforma en sátiro
para gozar de Antíope. Muchas veces las divinidades adoptan la forma de seres

13
humanos para comunicare con estos. Un caso típico es el de Atenea, que adopta
formas humanas para ayudar a sus héroes favoritos.

En los relatos mitológicos abundan las transformaciones de hombres y mujeres


en estrellas, rocas, plantas o animales. Estas transformaciones pueden ocurrir para
salvar a alguien de algún peligro, a veces a petición de la víctima, como en el caso de
Dafne, a la que los dioses transforman en laurel para evitar que Apolo la viole. Lo
contrario sucedió a la ninfa Clitea, que enamorada de Apolo, pero despreciada por
este, fue convertida en un girasol, pero ni así dejaba de mirar hacia él. Otras
metamorfosis fueron las de Glauco y Escila: El pescador beocio Glauco encontró una
hierba mágica que hacía que los pescados volvieran a la vida; la comió para hacerse
inmortal, y quedó transformado en centauro marino, hombre con cola de pez. Glauco
amaba a la ninfa Escila, pero esta no le hacía ningún caso, entonces acudió a Circe la
hechicera, pero esta se enamoró perdidamente de Glauco. Al ser rechazada, envenenó
el agua en la que la ninfa se bañaba y esta se transformó en un monstruo terrible de
doce pies y seis cabezas. Allí se quedó la ninfa inmovilizada destruyendo todo lo que
podía atrapar con sus cabezas. Cuando un barco pasaba cerca, agarraba con cada
cabeza a uno de los marineros y se los comía. En uno de sus viajes a Sicilia, Heracles
la mató.

Circe transformó a los compañeros de Ulises en animales y solo a instancias de


este héroe, que se había protegido de sus hechizos gracias a la ayuda divina, los
devolvió a su forma original. Cadmo pidió ser transformado en serpiente al ver que
todos sus males procedían de la serpiente hija de Ares que había matado. Niobe,
castigada a ver morir a sus siete hijos por las flechas de Apolo y luego a sus siete hijas
por las flechas de Ártemis los lloró tanto durante nueve días y nueve noches que
acabó siendo transformada en una piedra: El rey Tereo de Tracia violó a su cuñada
Filomena y le cortó la lengua para que no pudiera contar al infamia a su hermana
Progne. Filomena bordó en una tela lo sucedido y juntas urdieron la venganza:
Mataron al hijo que Progne tuvo con Tereo y se lo dieron a comer. Cuando Tereo se dio
cuenta de lo que estaba pasando, persiguió a las dos hermanas, pero los dioses
transformaron a Procne en golondrina y a Filomena en ruiseñor que cantará
eternamente su desgracia.

A veces el poder transformador es incontrolado, como en el caso de la Medusa,


que convertía en piedra a todo aquel con quien cruzaba su mirada. Muchos de los
relatos de metamorfosis son mitos etiológicos. Otras veces la metamorfosis es un
castigo impuesto por los dioses al contravenir una orden, como fue el caso de la mujer
de Lot, que se quedó convertida en estatua de sal por desobedecer la orden de no
mirar hacia atrás cuando huían de Sodoma.

14
Algunos seres son transformados en constelaciones y así ganan una especie de
inmortalidad. El zodiaco es testigo de estas transformaciones: Acuario es Ganímedes,
Aries es el vellocino de oro, Cáncer es un cangrejo que Hera envió para que picara a
Heracles y este lo aplastó, capricornio es o bien Pan o bien la cabra Amaltea, Géminis
son Cástor y Pólux, Leo es el león de Nemea que mató Heracles, Sagitario es el
centauro Quirón.

Las metamorfosis no se agotan con los mitos, perduran en los cuentos y en las
leyendas tradicionales e influyen en la literatura. Los personajes de los cuentos
populares se ven transformados en ciervos, en ranas, en cisnes y en palomas debido a
los encantamientos de las brujas y hechiceras sobre todo. A veces las metamorfosis
obedecen a leyes ocultas al receptor; así, el primer cambio de sexo de Tiresias o la
transformación en ciervo de un niño al beber del agua de un charco. De vez en cuando
encontramos a amantes que al morir se transforman en árboles cuyas ramas se
entrelazan o en aves que desaparecen volando juntas. Gracias a la obtención de un
nuevo cuerpo, perduran en el tiempo.

El cuerpo como reliquia en la mitología cristiana

El cristianismo se caracteriza por su desprecio al cuerpo, pues la carne


representa el pecado. Sin embargo, el culto a las reliquias, junto con el de las
imágenes milagrosas, sustentó durante siglos muchas de las creencias que dieron pie
al gran número de leyendas que corrieron por la cristiandad. Por reliquia se entendía
en el mundo antiguo los restos mortales de una persona, pero este significado se
amplió para considerar como tal también la ropa u objetos de la propiedad del ser
venerado, o con los que hubiera entrado en contacto, e incluso ciertos objetos que
hubieran tocado su tumba. Si el cuerpo vivo es objeto de desprecio, el cuerpo muerto
lo es de veneración.

El culto a las reliquias no se originó con la cristiandad; muchos siglos antes


cuarenta y dos ciudades del antiguo Egipto ya se vanagloriaban de poseer alguna
parte del cuerpo desmembrado del dios Osiris; los griegos, por su parte, veneraban las
tumbas de sus héroes sobre las que levantaban santuarios. Los periégetas mostraban
a los viajeros venerables objetos tales como restos de los barcos de Agamenón o la
cítara de Paris. El cráneo y la lira de Orfeo se veneraban en Lesbos; Pausanias habla
del huevo de Leda que se guardaba en un templo de Esparta; se decía que era
parecido al de un avestruz. Pero fue con el triunfo cristianismo que este tipo de culto
se desarrolló plenamente y con gran rapidez.

Se creía que de las reliquias emanaba un fluido de maravillosos poderes que


beneficiaba al que las veía o las tocaba; se convertía, pues, en un talismán o fetiche

15
muy preciado. Los evangelios no dan mucho pie para el desarrollo de este culto,
aunque en ellos se afirma que del cuerpo de Jesús emanaba un efluvio que curaba; el
episodio de la hemorroisa que cuentan los sinópticos refleja este modo de pensar: ella
se curó con solo tocar el manto de Jesús, y él notó que una virtud había salido de él.

El culto de las reliquias se derivó del que se rendía a los mártires, y parece
remontarse a los siglos III o IV. Las tumbas de los mártires eran lugar de devoción, y
sobre ellas se levantaban altares sobre los que se celebraba la misa. En 357 el
emperador Constancio mandó llevar a Constantinopla, ciudad sin mártires propios,
los cuerpos de san Andrés y san Lucas desde Alejandría. Esta ciudad se convertiría en
la Edad Media del mayor mercado de reliquias de la cristiandad. En un sermón, el
obispo de Cesarea, Basilio (h. 330-379) afirmaba que lo que toca los huesos de un
mártir participa de la gracia que reside en ellos. Otros doctores de la iglesia lo
siguieron con afirmaciones parecidas. El desmembramiento de cadáveres no tardó en
aparecer como respuesta al afán de tener reliquias de mártires. En 401, en el quinto
concilio de Cartago, se ordenaba que todos los altares debían contener reliquias, y que
se debían destruir aquellos que no las tuvieran. En 415 se exhumaron cerca de
Jerusalén unos restos que se atribuyeron a san Esteban y estos se repartieron entre
las muchas iglesias que pedían una reliquia del protomártir. Los siete libros que
Gregorio de Tours (539-594) escribió sobre milagros de santos, en especial De gloria
martyrium y De gloria confessorum muestran que en la Galia de su época ya
abundaban las reliquias.

Las diversas invasiones que se sucedieron en la Europa de los siglos VIII y IX


causaron que muchas reliquias se trasladaran; así sucedió, por ejemplo, en el 718,
cuando el arzobispo Próspero de Tarragona logra huir de su metrópolis ante la
amenaza musulmana llevándose las reliquias; algo parecido ocurrió con las que se
guardan en la Cámara Santa de la catedral de Oviedo2 (entre las que se cuenta el
sudario de Jesús, una espina de la corona o la suela de una de las sandalias de san
Pedro), que llegaron al reino asturiano huyendo de los musulmanes. En el 757 el papa
Pablo I mandó trasladar los huesos y reliquias más veneradas de las catacumbas a las
basílicas para evitar profanaciones a manos de los bárbaros. Otros traslados se
efectuaron más al norte con las invasiones normandas, como el que ocurrió en 879,
cuando los vikingos atacaban Gante, y los habitantes trasladaron las reliquias de su
obispo san Vaast. A veces se intentaban rescatar las reliquias de manos de los
enemigos; en 829 varios monjes del monasterio de Saint Germain peregrinaron a
Córdoba para trasladar a su abadía cuerpos y reliquias de los mártires mozárabes
prometiendo darles un culto honroso; el conde mozárabe Leovigildo les entregó las
reliquias en nombre de Muhammad I. Los traslados de reliquias fueron numerosos, y

2
En 1075 Alfonso VI donó el Arca Santa a la catedral de Oviedo para que en ella se guardasen
las reliquias de la Cámara Santa.

16
algunas reliquias sufrieron varios; así sucedió, por ejemplo con las de de santa
Margarita de Antioquía, cuyas presuntas reliquias son llevadas en 909 a San Pietro
della Valle, cerca del lago Bolsena; de allí se trasladaron a la catedral de Montefalcone
en 1145, y en 1213 fueron llevadas a Venecia.

Con las cruzadas, una multitud de reliquias inundó Occidente, parte de ellas
eran botín de guerra, otras, donaciones (sobre todo por parte de la corte de
Constantinopla), y parte eran compradas. Así, en 1149 Thierry de Alsacia, conde de
Flandes, emprendió el regreso a Bélgica llevando consigo la reliquia de la Santa
Sangre. Al llegar a su país ordenó la construcción de una basílica. Ejemplo de saqueo
es el ocurrido en 1204, cuando los cruzados toman Constantinopla y roban la mayor
parte de sus reliquias. Andrés II de Hungría, tras algunas victorias en Palestina,
regresó a su país en 1218 también cargado de reliquias. Ejemplo de venta es la que en
1239 se negoció entre el rey de Jerusalén Balduino II y Luis IX de Francia sobre la
corona de espinas. No todas las negociaciones tenían éxito; en 1456 los venecianos
intentaron comprar a los griegos la túnica inconsútil por diez mil ducados, pero no se
llegó a ningún acuerdo. Ejemplo de robo es el de los soldados y marineros de Bari del
cadáver de san Nicolás de Myra, al suroeste de Turquía, cuya basílica se terminó en
1087. Pero esto no solo ocurría con los países musulmanes; a veces las reliquias eran
llevadas por la fuerza de un lugar a otro de Europa, como quiso hacer en 1033
Bratislao I, duque de Bohemia, que se apoderó de lo que creía que eran las reliquias
del obispo Adalberto de Praga, en la catedral de Gniezno y las trasladó a Bohemia;
pero la cosa no le salió tan bien, pues lo que se llevó fue un esqueleto cualquiera.

También era común que las reliquias se encontrasen en la misma localidad en


que se veneraban. Así en 877 se descubrió la sepultura de una santa Eulalia en
Barcelona y se depositaron las reliquias en la iglesia de Santa María de las Arenas
(hoy Santa María del Mar) de la misma ciudad. Estas reliquias compiten con otra
santa Eulalia, esta de Mérida, cuyos restos se veneran en una capilla de la catedral de
Oviedo. A veces las interpretaciones de los textos pueden llevar a errores; ejemplo de
esto es la creencia en las once mil vírgenes que habrían acompañado a santa Úrsula
que nació al interpretarse el texto XI MV como undecim millia virgines en vez de
undecim martyres virgines; el descubrimiento de un enterramiento en Colonia en
1155, seguramente un antiguo cementerio, afianzó esta creencia, que era sustentada
por la leyenda de que fueron martirizadas por los hunos en Colonia cuando Úrsula,
princesa británica que peregrinaba a Roma con sus acompañantes, se negó a casarse
con el caudillo bárbaro.

El culto de las reliquias dio lugar a que se crearan santuarios para albergarlas,
como la capilla palatina de Aquisgrán, construida para albergar la reliquia más
importante de la monarquía francesa, la capa de san Martín en 796; hacia 800, el
papa León III construyó en Roma la iglesia de los santos Nereo y Aquileo, mártires

17
cuyas reliquias fueron halladas en las catacumbas de Domitila; en 827, los
mercaderes venecianos enviados por el dux Giustiniano Participazio trasladaron de
Alejandría a Venecia las supuestas reliquias de san Marcos, y para albergarlas se
construyó su importante catedral. En España está la famosa colegiata de San Isidoro
de León, construida para albergar las reliquias del santo, trasladadas en 1063 desde
Sevilla por Ordoño, obispo de Astorga. Estos santuarios se hacían para fomentar las
peregrinaciones. Jerusalén, Roma y Santiago fueron los lugares de peregrinación más
importantes de la cristiandad, pero también se hacían romerías a otros lugares, como
a Colonia, para venerar los restos de los tres Reyes Magos, o a Chartres, para hacer lo
mismo con la bata de la Virgen, o a Canterbury para visitar la tumba de su santo
mártir, por dar solo tres ejemplos que se podrían multiplicar fácilmente.

A veces el miedo a que se obtuvieran reliquias de enemigos políticos hizo que


se destruyeran los cadáveres. En 1154 el conde Arnaldo de Brescia (n. h. 1100),
causante de disturbios que obligaron al papa a huir de Roma, era apresado por orden
de Federico I Barbarroja y entregado a Adrián IV. Fue ahorcado, su cadáver
decapitado, quemado, y las cenizas arrojadas al Tíber para evitar que el pueblo
venerara sus reliquias.

La alta jerarquía de la Iglesia siempre estuvo dividida frente al culto a las


reliquias; en todas las épocas hubo voces que se rebelaban o bien contra el culto en sí,
o bien contra los abusos que se hacían. Agustín de Hipona ya reprendía a los que
traficaban con falsas reliquias. Los monjes hispanos de la diáspora Claudio, obispo de
Turín (†828), Agobardo, obispo de Lyón (816-840) también arremetieron contra los
traficantes de reliquias fraudulentas; más adelante el abad benedictino Guibert de
Nogent (1053-1124), en De pignoribus sanctorum arremetió contra la falta de control
en el culto que se daba a las reliquias; discutió la autenticidad de ciertas reliquias,
como, por ejemplo el diente de Cristo que se veneraba en Soissons o la leche de la
Virgen que se conservaba en Laon. Por esa época Inocencio III (1160-1216) prohibía el
uso de falsas reliquias y en el IV Concilio de Letrán de 1215 se intentó poner freno al
comercio y ostentación de tantas reliquias fraudulentas; se decretó que solo la Santa
Sede podía garantizar la autenticidad de las reliquias. El trovador Adam de la Halle
(1240-1287) se burlaba de este culto con el relato de un monje que presentaba a la
veneración pública una de las planchas del Arca de Noé y la cresta del gallo que cantó
cuando las negaciones de Pedro. Algo parecido hizo después Boccaccio en la última
novela de la sexta jornada del Decamerón, en la que cuenta la historia de fray Cebolla,
que prometió enseñar la pluma del arcángel Gabriel (que en realidad era una pluma
de papagayo) a unos pueblerinos para recaudar así limosnas, pero unos jóvenes
amigos suyos cambiaron la pluma por carbones. Cuando fray Cebolla fue a enseñar la
pluma y vio los carbones, convenció a la crédula multitud de que lo que tenía en sus
manos eran los carbones con que habían asado a san Lorenzo. Juan Calvino se burló

18
de este culto; decía este reformador que si se juntaban todos los pedazos de la Vera
Cruz, se podría llenar un barco; él había llegado a contar catorce clavos de la cruz
venerados en Europa. Otro que protestó contra este culto fue Erasmo de Rótterdam.

El escritor francés Jacques Albin Simon Collin de Plancy (1793-1837)en su


Dictionnaire critique des reliques et des images miraculeuses enumera y describe una
gran cantidad de reliquias y e imágenes milagrosas que se guardaban en Europa. En
esta obra narra además las leyendas piadosas y milagros que se les atribuían. Collin
de Plancy nos hace ver hasta qué extremos del disparate había llegado el culto a las
reliquias, pues se llegaron a venerar cosas tan absurdas como los cuernos de Moisés
guardados en una botella, la punta del dedo índice del Espíritu Santo o las plumas de
las alas de san Gabriel o la leche de la Virgen. En cuanto al número de reliquias de un
mismo santo, Collin de Plancy encontró que existían “más de quinientos dientes de
santa Apolonia, diecisiete brazos de san Andrés, siete cabezas de san Felipe, sesenta
dedos (once de ellos, índice) de Juan Bautista, de quien se veneraban también quince
cabezas, carne asada de san Lorenzo y dos penes de san Bartolomé” 3. El culto a las
reliquias y los ritos centrados en ellas perduraron en la iglesia católica hasta bien
entrado el siglo XX, en que pasaron a recibir un tratamiento mucho más discreto.

El ombligo como centro del cosmos

En las religiones indoeuropeas, así como en el cristianismo, se suele dividir el


cosmos en tres mundos, el superior (cielos), el medio (tierra) y el inferior (infierno).
Estos tres planos cósmicos están unidos por un eje, el axis mundi, que toma la forma
de columna, torre o de árbol. Al igual que por el ombligo –que se sitúa en el centro del
cuerpo humano –la criatura se comunica con su madre, el lugar donde la tierra se
comunica con el mundo del Más Allá es el ombligo del mundo, en griego ónfalos. El
equivalente latino del ónfalos es el mundus, un hoyo excavado en el centro de la
ciudad donde se depositaban las primicias como ofrenda a los dioses subterráneos o
infernales. En el plano terrenal, el centro de la Tierra se localiza en el lugar donde se
unen los tres mundos. Las pirámides, el ónfalos de Delfos, Jerusalén o Roma, que es
llamada desde tiempos de Augusto "la ciudad eterna" son ejemplos de centros de la
Tierra.

Entre los germanos, que concebían la tierra como un círculo rodeado por el
océano, el árbol que une infiernos, tierra y cielo es Yggdrasil, un fresno siempre verde;
sus raíces se hunden en lo más profundo de los infiernos, su copa llega hasta lo más
alto del cielo. Otro lugar sagrado que representa el centro del mundo y a la vez el axis
mundi es la montaña sagrada, el monte Olimpo entre los griegos, el Sinaí entre los

3
Prat Ferrer, Juan José (2007): 55

19
hebreos, por dar solo dos ejemplos muy significativos. El monte Olimpo era la morada
de los dioses griegos, donde habían Construido sus casas de cristal. Al principio, el
término “Olimpo” parecía referirse a cualquier monte sagrado, luego el nombre se
adjudicó a una montaña específica; pero también se llegó a identificar el Olimpo con el
Cielo. El monte Sinaí, también llamado Horeb, y en árabe Yabal Musa o montaña de
Moisés, fue el lugar donde, según la tradición, Yahuwé entregó las tablas de la ley a
Moisés; en ellas había escrito los diez mandamientos.

Existen también construcciones humanas que imitan a las montañas


sagradas: los zigurats. Según afirman algunos, hay ciertos edificios “cargados de
energía”; he oído contar que en el centro de las pirámides una hoja de afeitar no puede
oxidarse. Otras edificaciones son más recientes, y a ellas acuden ciertas gentes en
busca de alguna experiencia mística; ejemplo de ello es la iglesia de la Vera Cruz de
Segovia, que algunos afirman –sin más fundamento que el de la palabra repetida –que
pertenecía a los templarios. En el centro de esta construcción poliédrica existe otra
construcción redonda de dos pisos. En el centro del piso superior el visitante podrá
presenciar a los creyentes sentarse en silencio y concentrarse o entrar en estado de
meditación para recibir las energías que en este lugar encuentran.

Otro importante centro de la tierra es la Caaba que encierra la piedra negra


que es la mano de Allah. Es un santuario en forma de cubo, en una de cuyas esquinas
se conserva una piedra negra de forma rectangular revestida de brocado negro y con
un agujero que los peregrinos besan. Está en el patio de la mezquita de la Meca. Se
dice que cuando Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso, él cayó en Serendip, y ella
cerca del Mar Rojo. Tras haber hecho penitencia, lograron reunirse, y Adán rezó para
que se le diera un templo parecido al que había en el paraíso, alrededor del cual los
ángeles daban siete vueltas. Alá lo consintió y apareció un templo hecho de nubes,
que duró hasta que Adán murió. Su hijo Set construyó otro templo de piedra y barro
que desapareció con el Diluvio. Fue Ismael quien, ayudado por su padre Abraham
levantó la Caaba tal como ahora la conocemos. La piedra negra, traída por los ángeles
desde el Paraíso, era originalmente blanca, pero ennegreció a causa de los pecados de
los hombres. Este santuario estaba rodeado de trescientos sesenta y un ídolos, pero
mahoma los destruyó. Cerca de la Caaba, en el mismo patio está la fuente que el ángel
Gabriel hizo brotar para que Agar e Ismael no murieran de sed. Tan importante es este
lugar que todas las mezquitas se orientan hacia él, al igual que las iglesias cristianas
durante siglos se orientaron hacia el este, porque allí, aparte de nacer el sol, está
Jerusalén.

Todas estas creaciones del imaginario colectivo simbolizan la ascensión del


hombre al cielo, ascensión que muchas veces no tiene por qué ser un ejercicio físico
real, pues, como afirma Karen Armstrong, al hablar de la experiencia chamánica, “el
ascenso espiritual no implica un viaje físico, sino un éxtasis durante el cual el alma

20
abandona el cuerpo”.4 Joseph Campbell también ha tratado este tema y ha llegado a
expresar su opinión en una fórmula sacada del Libro de los veinticuatro filósofos (siglo
XII): “Dios es una esfera infinita cuyo centro se encuentra en todas partes y cuya
circunferencia en ninguna”. Como nos recuerda el científico británico Stephen
Hawking (n. 1942), “en un universo infinito cada punto puede ser considerado como el
centro”.5

La destrucción del cosmos, la resurrección de la carne y el Nuevo Cosmos

La destrucción del mundo por medio de un cataclismo final es un relato que se


repite en muchas mitologías. Estos mitos representan el regreso al caos antes de llegar
a un nuevo orden, diferente. El fin del mundo llegará o bien a causa de los pecados de
la humanidad o bien debido a que el mundo está viejo y gastado. Esta idea de que el
mundo joven es más perfecto que el mundo al final de los tiempos, en que se
encuentra en un estado de deterioro irreversible, se expresa en las mitologías de varias
formas; una de las más comunes es por medio de la estatura del cuerpo humano y la
edad que alcanzan los hombres. Según el jainismo el ser humano en los inicios tenía
una estatura de nueve kilómetros y llegaba a vivir la friolera de ochocientos cuarenta
mil millones de años. Al final del ciclo su altura no llega a los siete codos y su vida no
sobrepasa los cien años. Según los budistas, la duración de la vida humana decrece,
de más de ochenta mil años al principio a unos diez años al final. En la Biblia se ve
también esta disminución de la edad humana: sin llegar a la enorme cantidad de años
de las religiones anteriores, la vida de los antiguos patriarcas era mucho más larga
que la actual.

En la mayoría de las religiones antiguas esta es una destrucción cíclica, pues


el mundo se renueva, como ocurre en la historia del diluvio. Sin embargo, el
pensamiento judeo-cristiano no es circular, sino lineal. Para los cristianos, la llegada
del Mesías marcará el fin del mundo y la restauración del Paraíso. En el cristianismo
el mundo fue creado una sola vez, y aunque hubo intentos de destrucción, esta no
llegó a ser completa; el mundo será destruido solo una vez; habrá un juicio en el que
se salvarán solo los elegidos; estos podrán entrar en un paraíso restaurado.

Algunas ideologías políticas reflejan este patrón mítico. Tanto en el nazismo


como en el comunismo se anuncia el fin del mundo y la llegada de una nueva era de
felicidad y abundancia. Las artes plásticas y la música a partir del siglo XX han
seguido también este patrón de destrucción; el lenguaje artístico se considera
anticuado y desgastado, y por tanto ya no tiene nada que decir, entonces se intenta
4
Armstrong, Karen (2005): 33.

5
Hawking, Stephen (1990): 22.

21
crear un nuevo modo de expresión más válido y más de acuerdo con los tiempos. El
hombre contemporáneo vive bajo la amenaza de la destrucción nuclear, de un
catastrófico choque contra un cuerpo celestial o de un deterioro de las condiciones de
vida debido a los cambios en la capa de ozono o un nuevo diluvio causado por el
deshielo de los polos.

En el Apocalipsis queda reflejada la lucha final contra el dragón rojo


Armaguedón, que es la antigua serpiente, y Satán, y la Prostituta de Babilonia, que a
la vez refleja y se opone a la Virgen Madre. En la mitología nórdica se creía en el ocaso
de los dioses, que acabaría en una batalla final de la cual nadie sobreviviría. Las
luchas finales, el mundo deteriorado y la esperanza final de un mundo mejor es una
temática que también la ciencia ficción ha hecho suya.

La lucha final marca el fin del ciclo, ya sea de la vida individual o del cosmos.
Ritualmente este final se simboliza por el año viejo que es vencido por el año nuevo. La
representación no deja de ser significativa; el año viejo se presenta con los atributos
de Cronos, mientras que el año nuevo es un bebé, el Zeus que fue salvado de ser
tragado por su padre. En las festividades del cambio de año se suelen apagar fuegos,
celebrar orgías, cambiar las costumbres sociales; es un periodo en que rige la
confusión y el mundo al revés; todo esto simboliza el caos que llega con el final del
año. Es entonces cuando vuelve a aparecer el monstruo primigenio; su muerte se
suele representar por medio de luchas rituales que pueden llegar a estilizarse hasta
convertirse en danzas.

Muchos mitos hablan del mundo que aparecerá tras la destrucción de este en
que vivimos. Es un arquetipo que adoptaron incluso movimientos como el marxismo
tomaron. En el cristianismo, el hombre perdió el paraíso; su paso por la historia del
mundo acabará con su vuelta a este lugar ya renovado. Este nuevo mundo es
profetizado de varias maneras: Así en la Biblia aparece como el Reino de la Paz donde
sus habitantes: “volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no
alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra" (Isaías 2:4).

En la mitología germánica será Balder el dios que resucitará junto con su


hermano Hod y otros dioses como Vidar, hijo de Odín. Los pocos hombres que
sobrevivirán la destrucción volverán a trabajar, a sufrir y a amar y reír.

De acuerdo con el zoroastrismo, tras la batalla entre las fuerzas del bien y del
mal habrá un juicio final para todas las almas. Los pecadores serán castigados
durante tres días de acuerdo a sus pecados, pero luego serán perdonados. Entonces
desaparecerán del mundo la pobreza, la enfermedad, la sed, el hambre y la muerte.

Las creencias cristianas son muy parecidas. Al final de los tiempos habrá una
resurrección de todos los muertos y Cristo presidirá el juicio final, pero tanto el premio
como el castigo serán eternos, e instaurará un nuevo reino que no tendrá fin. El nuevo

22
mundo será el paraíso perdido. La nueva Jerusalén que se instaure se verá
representada por un cuerpo místico que vivirá eternamente y cuya cabeza será el
propio Cristo.

Bibliografía

Armstrong, Karen (2005): Breve historia del mito. Barcelona : Salamandra, 2005.

Collin de Plancy, J. (1821): Collin de Plancy, Jacques Albin Simon. Dictionnaire


critique des reliques et des images miraculeuses. Précédé d'un Essai historique
sur le Culte des images et des reliques, sur les troubles éléves par les
Iconoclastes, etc. Suivi du Traité des Reliques de J. Calvin, et de neuf Tables
alphabétiques, 3 tomos. París: Guien et Compagnie, 1821-1822.

Hesíodo (1978): Teogonía, Los trabajos y los días, El escudo de Hércules. México, D. F.:
Porrúa.

Hawking, Stephen (1990): Historia del tiempo: Del big bang a los agujeros negros,
Miguel Ortuño, trad. Madrid: Alianza, 1990. Original: A Brief History of Time:
From the Big Bang to Black Holes. Nueva York: Bantam, 1988.

Kirk, Geoffrey S. (2006): El mito: Su significado y funciones en la Antigüedad y otras


culturas, Teófilo de Loyola, trad. Barcelona: Paidós. Original: Myth: Its Meaning
and Functions in Ancient and Other Cultures. Londres: Cambridge U. P., 1970.

Leeming, David Adams (1998): Mythology: The Voyage of the Hero. Nueva York y
Oxford: Oxford U. P.

Prat Ferrer, Juan José (2007): "Los milagros hagiográficos y el imaginario colectivo de
la Europa medieval". Anuario de la Universidad Internacional SEK, 11: 45-58.

Santos Otero, Aurelio de, ed. (1988): Los evangelios apócrifos. Madrid: Biblioteca de
Autores Cristianos, 1988.

23

También podría gustarte