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Salió del cuarto con tristeza pero aún no había llegado a medio
pasillo, oyó los gritos de Maca llamándola y corrió a su lado.
E_ Estoy aquí Maca.
Teresa había preparado una tila bien fuerte, sabía que Esther la
necesitaba pero ella misma había pasado una situación tan
complicada que buscó un poco de calma en el silencio de la noche.
Se sentó junto a la chimenea mirando tristemente a una enfermera
que parecía divagar en recuerdos con la necesidad de no ahogarse
en el presente.
T_ ¿Cómo estás?
E_ Desquiciada –le dijo suavemente-, me estoy rompiendo la cabeza
y te juro que no sé que voy a hacer.
T_ Pues lo que has estado haciendo hasta ahora, cuidarla, amarla y
ayudarla.
E_ ¿Aunque ella no quiera?
T_ Ella quiere, ahora no es ella –bebió y después suspiró cerrando
los ojos.
E_ Tienes razón, jamás la había visto así.
T_ Maca está peor de lo que pensábamos, Vilches tenía razón.
Pasó más de una hora en el mismo lugar mirando la luna, quería ser
capaz de controlar lo que por su mente pasaba, a veces lograba
encadenar recuerdos seguidos sin sentir nada, a veces lograba
desesperarse porque no había manera de controlar nada. Quería
encontrar el punto en su interior aquel que le estaba martirizando el
corazón, quería ser capaz de controlar la ausencia de Esther, pero al
final derrotada, cansada y triste reconoció que era incontrolable, que
quizá todos tenían razón y debía dejarse llevar por él. Cuando oyó
abrirse la puerta se giró con la esperanza que fuera ella que se
hubiera arrepentido y hubiera vuelto para descansar junto a ella,
pero no fue así, quien apareció fue su madre con un vaso de leche
en la mano
R_ Cuando eras niña, te encantaba que te llevaré a la cama un buen
vaso de leche fría –le hablaba con una sonrisa cómplice y su voz
suave repleta de ternura-. No has cenado hija...
M_ No quiero –dijo ella secamente-. Esther no... –se calló de golpe
al ver que iba a hablar de ella demostrando así su nostalgia.
R_ ¿La echas de menos, verdad? –dejó el vaso sobre la mesilla de
noche y se sentó a su lado observándola con su infinito amor de
madre.
M_ No.
R_ Te está pasando algo parecido a lo que me ha pasado a mí toda
la vida –Maca la miró sin entender aunque tampoco tenía muchas
ganas de escucharla la observó porque su interior y su sentimiento
no le hacían sentir nada especial ante su madre, supo diferenciar lo
que sentía por Encarna o por Teresa, sin embargo no era igual con
su madre-. Siempre me enseñaron que los sentimientos hay que
guardarlos para una, que es señal de debilidad, que las señoras de
alta sociedad no pueden mostrarse débil, yo siempre te traté como
El día daba para poder disfrutar de él, de esa manera, Pedro había
decidido sacar a Maca al porche estaba haciendo sus ejercicios tanto
en la pierna como el brazo, ellos la miraban mientras hablaban de
los negocios, de sus sobrinos y de sus hermanos, ella sin embargo,
parecía estar en su mundo. Aprovechando que estaba más tranquila
una pensativa Encarna decidió ir a la parte de detrás a tender.
Estaba colgando una sábana cuando a lo lejos vio llegar a Esther,
dejó rápidamente la colada y se dirigió furiosa hasta ella.
En_ ¿Puede saberse que haces aquí?
E_ Vengo a ver a Maca.
En_ ¿Pero cómo hemos quedado? –le riñó con las manos puestas en
jarras sobre la cintura.
E_ Ya mamá, pero tú no sabes lo que ha hecho –le dijo ofendida
tratando de pasar por su lado pero ella se lo impidió.
En_ ¿Qué ha hecho?
E_ Quiere que venga Azucena.
En_ ¿Anda y tú como lo sabes? –la miró sorprendida.
Mientras en el porche...
308 ”Adiós Esther” © by ldana
P_ Vamos hija siéntate.
M_ En la silla de ruedas no quiero.
P_ Está bien, ¿en el balancín?
M_ No –dijo al recordar la noche entre los brazos de Esther-. En esa
butaca.
P_ De acuerdo –la ayudó a sentarse-. ¿Cómo te encuentras?
M_ Bien, me duele un poco pero... eso es normal.
P_ Hija... ahora que estamos solos ¿puedo hablar contigo?
M_ Si es para decirme algo sobre Esther –lo miró fijamente y en sus
ojos el hombre pudo captar una sombra que cubría el brillo que
siempre tenían sus ojos al hablar de ella-. Mejor no.
P_ Pero hija...
M_ Pero nada... ¡no quiero ni que la nombres! –apartó su mirada de
los ojos de su padre y fijó la vista en la montaña y bajó la voz
dejándola en un susuro-. No quiero saber nada.
P_ Está bien...
M_ ¿Puedes traerme de la habitación mi libro?
P_ Claro.
Se quedó allí sentada miraba con ansiedad el camino, esperaba
ansiosa ver llegar a Esther envuelta en una furia incontrolada,
sonreía al pensar en ello, seguro que Teresa ya le habría llamado,
seguro que debía estar carcomiéndose el alma. Su sonrisa no podía
borrarse al pensarlo. Solo cuando llegó su padre y le dio el libro
cambió el gesto, no podían notar su alegría.
M_ Gracias.
P_ Estaré dentro, voy a ayudar a las mujeres o me tachan de
machista –le dejó un beso en la frente.
M_ Vale.
P_ Si necesitas algo...
El día llegó con un sol radiante, hacia frío pero el sol iluminaba
todo con tal coquetería que las montañas, los árboles, la hierba
parecían sacados de un paisaje sagrado. Los pájaros cantaban con
alegría. En la cocina ya estaban trasteando Encarna y Rosario,
preparaban el desayuno cuando Fermín llegó con una torta
Fuera estaban esperando que la pareja saliera las tres mujeres con
el niño, habían decidido de común acuerdo llevarlo con ellas.
R_ ¿Qué te ha dicho, Encarna?
En_ Pues creo que hemos llegado en mal momento –sonrió haciendo
una mueca simpática.
T_ ¡Encarna! –protestó con un tanto de vergüenza Teresa ante la
frialdad y normalidad con la que habló-. Por favor que está aquí
Danielito.
En_ No me seas antigua Teresa, mi hija y Maca hacen el amor de
igual manera que lo haces tú con tu marido, Rosario con el suyo y
yo en mis tiempos que ya ni me acuerdo, con el mío.
[continuará]