En 1956 el sociólogo Albert Cohen publicó la obra “Delinquent boys. The culture of the gang”, un libro pionero sobre la delincuencia juvenil y las subculturas que generó la “Teoría de las subculturas”, una teoría que en la actualidad se sigue aplicando para comprender y prevenir el delito. La base de esta teoría parte de que toda acción humana responde al resultado de una serie de esfuerzos realizados para solucionar problemas de adaptación, y según Cohen, la mayoría de los problemas de adaptación se solucionan de forma normal, pero en algunos casos, las personas eligen soluciones desviadas; los motivos por los cuales eligen esas alternativas desviadas, se deben buscar en los “grupos de referencia” que tienen a su alrededor. Ante un conflicto, el ser humano busca soluciones que respondan a aquello que harían o aceptarían los grupos de referencia primarios, pero cuando esas soluciones no se pueden realizar, el individuo busca otros grupos de referencia que se adapten más a las soluciones permitidas. Dicho de otro modo, si la solución que encuentra el individuo no responde a lo deseado por el grupo de referencia primario, el individuo buscará otro grupo de referencia. Cuando existe un elevado número de personas con problemas de adaptación similares que no encuentran grupos de referencia para solucionarlos, este tipo de personas suelen unirse generando así lo que se denomina “subcultura”, entendida como un grupo en el que se pueden solucionar aquellos problemas de aceptación social al ser aceptados por el propio grupo que se convierte a su vez en grupo de referencia. Se entiende por tanto que la sociedad en general se rige por un sistema de valores y de normas propias de la clase media, pero que de igual modo se aplica a las clases más bajas, lo que supone que dichas clases bajas deben de conseguir los mismos objetivos que las clases superiores sin disponer de los mismos niveles educativo/culturales, económicos, etc. Por tanto, al existir una diferencia de dificultad y posibilidades para obtener los mismos objetivos, aparece en estas clases con menores probabilidades una situación de preocupación, frustración y tensión. Ante esta situación en la que el individuo ve imposible integrarse en este sistema de valores, el individuo soluciona esta tensión formando parte de grupos diferentes en los que son aceptados, apoyados y reconocidos, conociéndose estos grupos como “subculturas”. Estas subculturas crean una serie de normas y valores propios (diferentes a los de la clase media) que facilitan un estilo de vida más relajado, aunque alejado en términos sociales a la clase media.
¿Esto sucede siempre ante estas situaciones de frustración? No necesariamente.
Según Albert Cohen, un individuo joven ante una situación de frustración por no poder obtener sus objetivos al formar parte de una clase social baja, tiene 3 alternativas: Formar parte de la clase media y competir en inferioridad de condiciones. Formar parte de una cultura con otros jóvenes en la misma situación, renunciando a sus aspiraciones. Formar parte de una subcultura que consigue sus aspiraciones a través de la delincuencia. Teoría de la Anomia El concepto de anomia suele usualmente designarse para aludir a ciertos estados de inexistencia de normas en un determinado contexto histórico y social. De allí se ha asociado, inicialmente, que esta inexistencia de normas potencia la posibilidad de que se produzcan y reproduzcan conductas desviadas. La idea de anomia surge con Durkheim, en el marco del nuevo paradigma mundial que se deriva de la revolución francesa de 1789, la industrialización, la estructura social del nuevo capitalismo, el ascenso de la burguesía como nueva clase dominante y la aparición consecuente del proletariado. Este contexto hacía tambalear el viejo orden y las “inseguridades” y los “miedos” de la modernidad acechaban la escala de valores, la cultura y el sistema de creencia que hasta entonces había disciplinado al conjunto social. De este problema se ocupó, precisamente, Durkheim, con su obra “La división del trabajo social”, creando sus concepciones ya conocidas de solidaridad orgánica y mecánica. Durkheim piensa que la anomie surge porque la división del trabajo no produce contactos lo bastante eficaces entre sus miembros ni regulaciones adecuadas de las relaciones sociales. Cree que los suicidios provocados por una situación de anomie eran por tanto consecuencia del fracaso de los frenos sociales en lo que podría llamarse ambiciones demasiado presuntuosas (“El suicidio”, 1857). Mientras que Durkheim limitaba su aplicación de la anomie principalmente al suicidio, Merton trataba de explicar no solo el suicidio, sino también el crimen, la delicuencia, los desórdenes mentales, el alcoholismo...Para él, la conducta desviada incluye al exageradamente conformista, al extremista, al revolucionario, al virtuoso burocrático etc... Según Merton, las estructuras sociales ejercen una presión definida sobre ciertas personas en la sociedad induciéndolas a una conducta de rebeldía antes que de conformidad. A diferencia de Durkheim, Merton no consideraba la naturaleza biológica del ser humana como importante para explicar la desviación. Al explicar la anomie y la conducta desviada, Merton enfocaba no al individuo, sino el orden social. Postulaba una dicotomía entre las metas culturales y los medios institucionales para lograr esas metas. Cualquier meta cultural muy apreciada en una sociedad, es probable que afecte los medios institucionalizados. Un equilibrio eficiente entre estas dos fases suele mantenerse mientras los individuos obtengan satisfacciones conformándose tanto con las metas culturales como con los medios institucionalizados. La definición de Merton hace hincapié en el desequilibrio entre las metas culturales y las normas institucionales en una sociedad. Concibe la anomie como un derrumbe de la estructura cultural que acaece sobre todo cuando existe una discrepancia aguda entre las normas y metas culturales y las capacidades sociales estructurales de los miembros del grupo de obrar en concordancia con aquellas. La relación entre anomie y estructura social puede resumirse como:
1- Exposición a la meta cultural y normas que regulan la conducta orientada
hacia la meta. 2- Aceptación de la meta o norma como mandatos morales y valores internalizados. 3- Accesibilidad relativa de la meta: las posibilidades de vida en la estructura de oportunidades. 4- El grado de discrepancia, entre la meta aceptada y su accesibilidad. 5- El grado de anomie 6- Las tasas de conducta desviada de los distintos tipos manifestada en la topología de los modos de adaptación. La conducta desviada sobreviene en gran escala solo cuando un sistema de valores culturales ensalza virtualmente por encima de todas las demás metas de éxito comunes para la población en general, mientras que la estructura social restringe con vigor u obstruye por completo el acceso a los modos aprobados de alcanzar esas metas para una parte considerable de aquella misma población.
Según Merton existen cinco tipos de adaptaciones a una situación en que los medios legítimos para alcanzar una meta son inalcanzables para ella:
1- Conformismo. El individuo comparte los medios y los fines socialmente
aceptados. 2- Ritualismo: consiste en abandonar las metas del éxito y de la rápida movilidad social hasta un punto en que podemos satisfacer nuestras aspiraciones. La persona comparte los medios pero no se motiva con los objetivos de éxito económico y ascenso social. 3- Rebelión: donde se encuentran las posturas no conformistas con los fines mayoritariamente aceptados, que proclaman que es posible vivir la vida con arreglo a fines y valores no individualistas como los que propone el capitalismo estadounidense. Merton cree ver allí el germen de conductas revolucionarias o rebeldes. 4- La innovación: la persona comparte los fines pero no recorre los mismos caminos sacrificales. Por ende, “corta camino” y en vez de medios lícitos utiliza medios “eficaces”. Buena parte de la conducta delictiva se explica en base a este tipo de respuestas a los problemas de ajuste. 5- Apatía: es el rechazo tanto a las metas culturales como de los medios institucionales. El individuo se encuentra frustado. No renuncia a la meta del éxito pero adopta mecanismos de escape, tales como el derrotismo, el quietismo etc. Se da en los individuos alcohólicos, en los vagabundos, etc.
En síntesis, podríamos señalar que Robert Merton (1910-2004), en su recordado
artículo "Anomia y estructura social" (19389, inaugura una de las teorías más importantes de las tradiciones intelectuales funcionalistas, cuya vigencia permaneció intacta mientras se mantuvo en pie el paradigma del “buen capitalismo”. Basta con observar de qué manera los gobiernos de Kennedy y Johnson ( aún en la década de los 60'), intentaban aplicar las estrategias de política criminal sugeridas por Merton en la lucha contra la criminalidad en los barrios estadounidenses marginales, a partir de la mejora de las oportunidades de los jóvenes postergados. Pese a que a partir de esa época la teoría de la anomia fue puesta en crisis por los teóricos del control, muchos de sus postulados, actualizados, permiten el diseño de alternativas actuales contra la criminalidad convencional. Para Merton, la anomia no significa tanto, "ausencia de normas" sino que, en las sociedades anómicas, "junto con la presión que las personas reciben para obedecer las normas, reciben otras tendientes a desobedecerlas”. Estas presiones sobrevienen de una excesiva importancia asignada a los fines socialmente valorados, que en EEUU se resumen en el éxito económico y el "sueño americano". Se trata de "un desequilibro entre fines (metas) y medios". La desproporcionada importancia que una sociedad confiere a ciertos fines, hace que en la búsqueda colectiva de los mismos, algunos sujetos que carecen de la posibilidad de acceder a los mismos por medios lícitos, apelen a medios ilícitos para alcanzarlos. Si bien Merton elabora su teoría tomando como base la sociedad americana, muchas de sus ideas son enteramente aplicables a otras sociedades occidentales donde el capitalismo inclusivo -sobre todo de posguerra- produjo fenómenos masivos de inclusión social y pleno empleo. La Argentina, por cierto, no es una excepción: “Mi hijo el doctor” y “Sociología de la clase media argentina”, de Julio Mafud, dan cuenta de la aplicabilidad de estas postulaciones a nuestro medio.
Características de una sociedad anómica:
a. desequilibrio cultural entre fines y medios: en sociedades anómicas como la estadounidense, los canales de socialización (la flia, los pares, la escuela, los medios de comunicación) son medios que transmiten "los mismos valores", que se resumen en el éxito económico (esfuerzo y ascenso social). Por tanto, las personas que no comulgan con estos valores son socialmente desvaloradas o despreciadas. Por lo tanto, en esa búsqueda desesperada de status, las personas menos favorecidas socialmente comienzan a buscar el éxito no por "medios lícitos" sino por "medios eficaces". Aquí nacen las conductas desviadas. b. Universalismo en la definición de los fines: la estructura cultural no limita el logro de los fines a unos pocos, sino que los extiende a todos, incluso a aquellos más desfavorecidos que participan de esta escala de valores (el sueño americano) c. Desigualdad de oportunidades: En definitiva, una sociedad anómica produce una tensión sobre muchos ciudadanos cuando la estructura cultural (superestructura) induce a plantearse altas aspiraciones y, en cambio, la estructura económica y social limita a ciertos grupos, solamente, las oportunidades lícitas de alcanzar esas metas tan elevadas. El modelo teórico de Merton presupone que una parte de los ciudadanos asumirán ese este mensaje de éxito, pese a sus limitadas posibilidades de alcanzarlo, debido justamente a que en ese medio cultural, la mayoría de la gente tiende a identificarse no con la mayoría que no logra esas metas sino con la minoría que sí lo logra. Del juego combinado de esos dos factores (fines y medios, o metas y oportunidades) concluye que la presión anómica será especialmente sentida por aquellas personas de clase baja. Al asumir que las “altas aspiraciones” son una de las fuentes de la presión anómica, Merton está desarrollando una idea que anteriormente había utilizado Durkheim para explicar las tasas de suicidio en la sociedad europea del siglo XIX. La diferencia es que las “altas aspiraciones” en Durkheim se originan en el instinto biológico de la persona, son naturales y se registran especialmente en momentos de crisis en que las mismas no son reguladas socialmente, para Merton son inducidas culturalmente y son permanentes.
Respuesta a los problemas de ajuste
Formas de adaptación fines medios lícitos i. Conformidad (+) (+) ii. Innovación (+) (-) iii. Ritualismo (-) (+) iv. Apatía (-) (-) v. Rebelión (-+) (-+) Planteos de política Criminal: la Teoría de la anomia coincide que, para bajar los indicadores de criminalidad debe estarse a una doble posibilidad. O bien se incide desde el estado en la estructura cultural para que las personas rebajen sus aspiraciones (y aprendan a vivir con apego a otros códigos que no incluyan el american way of life, por ejemplo el desarrollo de actividades solidarias), o bien se incide en la estructura social para que las personas aumenten sus oportunidades. Los planes de “lucha contra la pobreza” y de “movilización de la juventud”, llevadas a cabo por Kennedy y Jonson, están influidas por estas ideas, que a su vez adoptan muchas tesituras de la Escuela de Chicago: tratan de organizar políticamente el barrio como premisa para la prevención del delito, a la vez que intentan mejorar las oportunidades educativas y de trabajo de los jóvenes.
Estrategias de Política criminal:
· Evitar el deterioro físico: Un barrio organizado se caracteriza porque la gente (convencional) que lo habita no quiere abndonarlo. Para que los habitantes del barrio no deseen abandonarlo, éste no debe aparecer como deteriorado. Ello reclama un tipo de intervención dirigido a la rehabilitación de viviendas y espacios comunes, para que la gente perciba que el barrio está en un proceso de mejora (Sampson, 1925). La inversión en tales áreas no sólo deberá detener el proceso de abandono sino que también debe tratar de favorecer el traslado de personas de clase media a tales áreas. · Evitar la homegeización social: En los barrios denominados “mixtos”, donde junto a gente marginal convive gente trabajadora y de clase media, las primeras tienen más oportunidades de asumir valores convencionales y de acceder al trabajo y a la cultura del trabajo. Se debe tratar de evitar intervenciones de los poderes públicos dirigidas concentrar a personas en situación de marginación social en determinados espacios de la ciudad. · Ayudar a las personas más carenciadas: Los poderes públicos deben intervenir para proteger socialmente y para dar oportunidades de formación a las personas en condiciones de pobreza, pero evitando la dádiva y/o el clientelismo, sino apuntando a que esa ayuda coadyuve a que esa gente reasuma valores convencionales de clase media o trabajadora. · Fomentar el asociacionismo: En la medida en que aumentan las estructuras de relación en el barrio, en especial las que vinculan a personas adultas y jóvenes, se genera mayor nivel de cohesión social, produciendo mayor transmisión de valores convencionales y mejorando el nivel de control informal. · Operar con políticas de índole social sobre un colectivo en riesgo y no a través de terapias individuales. · Incrementar la vigilancia: Las anteriores medidas de prevención social deben ir acompañadas de medidas de prevención situacional, incrementando el nivel de vigilancia de los puntos negros de la delincuencia, evitando que el lugar aparezca a los potenciales delincuentes como de “bajo control”.
Teoría de la asociación diferencial
Las teorías del aprendizaje social sostienen que las explicaciones acerca de la conducta humana no deben afincarse en la personalidad de los individuos o en los modelos de comportamiento introyectados desde su infancia, cuanto en el permanente aprendizaje que hacen los seres humanos durante su vida. El comportamiento se halla completamente modelado, en un proceso que atraviesa todas las biografías, por las experiencias adquiridas mediante procesos de enculturación permanentes. Por lo tanto, la conducta criminal forma parte de ese proceso de aprendizaje continuo, donde el infractor aprende estrategias de supervivencia, códigos, y técnicas para desarrollar sus cometidos. Este aprendizaje, en una sociedad plural y diversa, se produce de manera concomitante al aprendizaje que otros individuos hacen y que los define en favor del debido cumplimiento de las normas o de su indiferencia con relación a las mismas. Todas las conductas se aprenden. Para Edwin Sutherland (en “Principios de criminología”, 1939 y “Criminalidad de cuello blanco” en 1940), el individuo lejos de nacer delincuente, o heredar o imitar comportamientos socialmente reprochables, aprende a ser criminal. Sutherland, en sus investigaciones sobre la criminalidad de cuello blanco, llega a la conclusión de que no puede referirse la conducta desviada a disfunciones o inadaptación de los individuos de la “lower class”, sino al aprendizaje efectivo de valores criminales, hecho que podría acontecer en cualquier cultura. Su punto de vista inicial, luego rectificado en parte, era netamente sociológico, ya que subestimaba el interés de los rasgos de la personalidad del individuo al análisis en torno a las relaciones sociales (frecuencia, intensidad y significado de la asociación). El presupuesto de la teoría del aprendizaje viene dado por la idea de organización social diferencial, que, a su vez, se conectará con las concepciones del conflicto social. Es decir, Sutherland concibe a la sociedad como una sociedad conflictiva y no armónica, en lo que constituye un hallazgo no menor dentro de la sociología norteamericana. Una organización social diferencial significa que en toda sociedad existen diversas “asociaciones” estructuradas en torno a (también) distintos intereses y metas. El vínculo o nexo de unión que integra a los individuos en tales grupos constituye el sustrato psicológico real de los mismos al compartir intereses y proyectos que se comunican libremente de unos miembros a otros y de generación en generación. Dada esa divergencia existente en la organización social, resulta inevitable que muchos grupos suscriban y respalden modelos de conducta delictivo, que otros adopten una posición neutral, indiferente; y que otros (la mayoría), se enfrenten a los valores criminales y profesen los valores mayoritarios de debido acatamiento a las normas. La denominada “asociación diferencial” será, así, una consecuencia lógica del proceso de aprendizaje a través de asociaciones de una sociedad plural y conflictiva. Sutherland suscribe de esta manera el interaccionismo de Mead y Dewey, rechazando el behavorismo hasta entonces hegemónico y basando el aprendizaje en un proceso de interacción. Y remite en la práctica a la teoría del conflicto social, que luego será desarrollado por la criminología crítica, también a partir de sus estudios sobre los delitos de cuello blanco, primera aproximación conceptual a las infracciones de los poderosos Sutherland, en definitiva, evoca la teoría del conflicto social, que luego será desarrollado por la criminología crítica. En esa lógica, sostiene que el crimen no se hereda ni se imita, sino que se aprende.
Hay nueve proposiciones que respecto de este aprendizaje maneja Sutherland:
1) El crimen se aprende, de la misma manera y mediante los mismos mecanismos
que se aprenden los comportamientos virtuosos. 2) La conducta criminal se aprende interactuando con otras personas, mediante un proceso de comunicación. 3) La parte decisiva de ese aprendizaje tiene lugar en el seno de las relaciones más íntimas del individuo con sus familiares y allegados. La influencia criminógena depende del grado de intimidad del contacto interpersonal. En función de este proceso de comunicación que se da en el marco de la intimidad, la influencia de los medios de comunicación es muy relativa, toda vez que las relaciones familiares son experiencias diarias que se interpretan mediante una constante interacción y contribuyen de un modo más eficaz a que el individuo supere las barreras del control social y asuma los valores delictivos. 4) El aprendizaje del comportamiento criminal incluye el de las técnicas de la comisión del delitos (sean éstas simples o complejas), se aprenden también los motivos e impulsos, el lenguaje –argot- y demás símbolos e instrumentos de comunicación en el mundo criminal, como así también la propia racionalización de las “técnicas de neutralización”. 5) La dirección específica de motivos e impulsos se aprende de las definiciones más variadas de los preceptos legales, favorables o desfavorables a éstos. 6) Una persona se convierte en delincuente cuando las definiciones favorables a infringir la ley superan a las desfavorables que tienden al cumplimiento de la misma. 7) Las asociaciones y contactos diferenciales del individuo pueden ser distintos según la frecuencia, duración, prioridad e intensidad de los mismos. Se trata de procesos complejos de interacción y comunicación, por lo cual, lógicamente los contactos duraderos y frecuentes tienen mayor influencia pedagógica que otros fugaces u ocasionales. Cuanto más temprana sea la edad del socializado y más fuerte el prestigio de los agentes de socialización, más significativo es el aprendizaje. 8) El proceso de aprendizaje del comportamiento criminal implica y conlleva el de todos los mecanismos inherentes a cualquier proceso de aprendizaje. 9) Si bien la conducta delictiva es una expresión de necesidades y valores generales, sin embargo, no puede explicarse como la concreción de los mismos, ya que también la conducta conforme a derecho responde a idénticas necesidades y valores. Teoría de la elección racional En 1986 Cornish y Clarke formularon la teoría de la elección racional. Se trata de un enfoque que se incluye dentro de los modelos de prevención situacional del delito. Esta teoría sostiene que quienes cometen un delito lo hacen tras un proceso de toma de decisiones. También defiende que los delincuentes no son tan distintos del resto de personas, centrándose en buscar las similitudes y haciendo una crítica a la visión que hay en la actualidad que los tiende a sobrepatologizar y es motivo de dificultad a la hora de realizar programas de prevención del delito. Asímismo, los autores hacen una necesaria triple distinción entre los tipos de delincuentes, a saber: el delincuente depredador, el oportunista y el situacional, todo ello sin olvidar la importancia del proceso motivacional intrapsíquico que lleva a la comisión del delito y por lo tanto el proceso de toma de decisiones. La teoría de la elección racional (en inglés rational choice theory, bajo las siglas RCT), se recoge en el primer capítulo de un volumen editado por Cornish y Clarke, y que surgió como resultado de la conferencia que tuvo lugar en la universidad Christ’s College (Cambridge, Reino Unido) en julio de 1985. Dicho volumen lleva por título “el razonamiento criminal: perspectivas sobre la teoría de la elección racional en el delito”. Los coordinadores habían observado que diferentes enfoques (procedentes de la psicología, la sociología, la criminología, la economía y el derecho) parecían asumir que gran parte de la delincuencia era, en general, racional por naturaleza, de forma que ese foro dio lugar a la puesta en común de cómo es el proceso de toma de decisiones dentro del ámbito de la delincuencia. Derek B. Cornish y Ronald V. Clarke desarrollaron la teoría de la elección racional en 1986. Se trata de una de las teorías que se incluye en los modelos de prevención situacional del delito, ya que junto a otras mantienen la importancia del contexto y los factores ambientales, y no sólo de la disposición criminal, que hasta el momento se presuponía constante. La teoría de la elección racional se asocia a la escuela clásica de pensamiento criminológico, pues mantiene que quienes cometen un delito lo hacen tras un proceso racional de toma de decisiones que incluye, por un lado, la elección inicial de involucrarse y, por otro, la decisión de cometer o no un acto delictivo. Por su parte, Cohen y Felson (1979), incluyeron los factores sociales dentro de la teoría de las actividades rutinarias, al hacer referencia al concepto de oportunidad (objetivo apropiado), y también considerando un delincuente motivado y la ausencia de un guardián capaz. Por último, la teoría del patrón delictivo, formulada por Brantingham y Brantingham (1994) da cuenta de la parte situacional, cerrando el triángulo de las teorías de la oportunidad delictiva.
Cornish y Clarke han elaborado este enfoque de desarrollo dentro de la
teoría de la elección racional en la delincuencia, el cual plantea varias hipótesis: 1) Los delincuentes buscan beneficiarse mediante su comportamiento delictivo. 2) Lo cual implica tomar decisiones y hacer elecciones, a pesar de lo rudimentarias que puedan ser. 3) El proceso de toma de decisiones está restringido por el tiempo disponible (muchas oportunidades delictivas tienen una duración limitada), por la disponibilidad de información relevante (a menudo esta será insuficiente) y por las habilidades cognitivas propias del delincuente (relacionadas presuntamente con el Cociente Intelectual verbal). Se deduce que la racionalidad será limitada, antes que completa. 4) Tanto el proceso de toma de decisiones como los factores que tienen en cuenta los delincuentes varían significativamente según las diferentes etapas de la toma de decisiones y según el delito (y presuntamente también dependiendo de los diferentes delincuentes dentro de los diferentes delitos; existen notables diferencias en los índices de éxito, siendo la planificación por adelantado un rasgo clave en los delincuentes más exitosos).
Cornish y Clarke (1987), debaten que es necesario:
(a) centrarse en el delito a la hora de analizar las elecciones delictivas y (b) entender que las decisiones están relacionadas con las diferentes etapas de la implicación de un delincuente en un delito determinado. De este modo, hacen una distinción entre la implicación inicial, el hecho delictivo, continuación, y desistencia. La secuencia general en la implicación debería analizarse al margen de los factores, como por ejemplo la selección de un objetivo, —los cuales están relacionados con el delito en sí—.Cabe aclarar que, esencialmente, este grupo de factores afectan a la fase de implicación.
Una perspectiva de la elección racional sostiene que los delincuentes eligen
cometer delitos específicos y que esos delitos se cometen por razones específicas. Es necesario entender los factores que los delincuentes tienen en cuenta a la hora de exponerse a una situación de riesgo determinada: análisis de beneficios de una variedad de factores, incluyendo los incentivos, los beneficios anticipados, el peligro que conlleva, las habilidades requeridas, todo ello relacionado con sus objetivos, móviles, experiencia, habilidades, especialización y preferencias. Todas estas variaciones se combinan con el fin de hacer atractivas las oportunidades delictivas a individuos y grupos determinados (Cornish y Clarke, 1987).
Cornish y Clarke se refieren a dichas variaciones mediante la expresión
“propiedades que estructuran la elección” (del inglés choice-structuring properties). A continuación aparece una lista de esas propiedades, aportada por los autores, las cuales estructuran la elección en el caso concreto de los delitos relacionados con el dinero en efectivo (por ejemplo, robos de dinero en lugar de bienes, que pueden ir desde el robo de bancos al fraude informático):
i. Disponibilidad (número de objetivos, accesibilidad).
ii. Conocimiento del método. iii. Probabilidad de conseguir dinero efectivo. iv. Especialización requerida. v. Necesidad de planificación. vi. Recursos requeridos. vii. Necesidad de actuar solo o en grupo. viii. Tiempo requerido para cometer el delito. ix. La posibilidad de necesitar actuar con la cabeza fría. i. Riesgo de ser detenido. ii. Severidad del castigo (en caso de detención). iii. Violencia instrumental requerida (por parte del delincuente). iv. Confrontación con la víctima. v. Víctima conocida. vi. Caché social en el ámbito delictivo. vii. Herramientas necesarias. viii. Evaluación moral.
En el futuro, investigaciones más detalladas podrían dar lugar a modificaciones
en esta lista que, por supuesto, no debe aplicarse a todos los delincuentes. Los autores basan el RCT de forma muy explícita en los modelos económicos de la toma de decisiones delictiva, los cuales “desmitifican de forma efectiva y vuelven rutinaria la actividad delictiva”. Se presupone que el delito […] implica reflexión racional y es una transacción económica o una cuestión de elección ocupacional (Cornish y Clarke 1985, p.156). Los modelos económicos de delincuencia no son sólo aquellos que están motivados por bienes gananciales, sino que también se extienden a los delitos violentos. Otra fuente de RCT puede encontrarse en los modelos de procesamiento de información y estrategias que se relacionan con la toma de decisiones que se da en casos no delictivos (Kahneman, Slovic y Twersky, 1982), los cuales se aplican a la toma de decisiones de los casos delictivos posteriormente.
Teoría del Etiquetaje
La teoría del etiquetamiento (o “labeling approach”), en síntesis, nace en Estados Unidos a mediados de los años 60', casi como una réplica al excesivo empirismo de las teorías criminológicas de la época, preocupadas casi exclusivamente por dar respuestas a los estados acerca de las causas que originan el delito, las formas para mantener y reproducir el orden y el logro de las mejores estrategias para la prevención de las conductas desviadas. Como lo explica Lamnek, el labeling approach demuestra también que la importancia práctica de los criterios biológicos subsiste por su aplicación estigmatizante en el comportamiento social, siendo esperable en la esfera de las prácticas cotidianas, incluso en el futuro, repercusiones de los enfoques biológico antropológicos, en buena medida retomados por el nuevo realismo de derecha anglosajón a partir de los años 80’. Sus representantes más conocidos son Lemert y Howard Becker: aunque algunos sostienen que debería reconocerse a Frank Tenenbaum la condición de precursor de esta perspectiva, a partir de su formulación: “The young delinquent becomes bad, because he in defined as bad” y a Lemert como un refundador de la escuela. Si bien la teoría crece un contexto histórico particular, que incluye la guerra de Vietnam, las consecuentes movilizaciones populares contra esa invasión armada, contra la segregación racial, contra la discriminación de las mujeres y a favor del aborto, su impronta novedosa la produce, sin duda, el corrimiento de la pregunta acerca de las causas de la delincuencia hacia la indagación respecto de los procesos de definición del delincuente. Surge, además, en medio de una nueva concepción de la vida, más libertaria, menos materialista, no tan consumista como la que proponía el capitalismo welfarista, al punto de que se pone en crisis la idea misma del sueño americano y del “american way of life”. El cambio de paradigma implica, fundamentalmente, una evolución de los abordajes causales hacia la auscultación de las percepciones y los sistemas de creencias sociales mediante los cuales se define una conducta como desviada y se reacciona frente a ella, con un conjunto de lógicas, discursos y prácticas que “etiquetan” a la persona que ha incurrido en las mismas. Como dicen Larrauri-Cid, citando a Lemert, se produce un viraje respecto de la antigua idea que concebía al control social como una respuesta a la desviación, que concibe ahora a la desviación como una respuesta a las formas de control y reacción social. La teoría cuestiona, en primer lugar, el proceso de definición del delito. Se pone en jaque la idea de que las normas penales sancionan las conductas socialmente más reprochables, argumentando que, en realidad, esas normas responden a los intereses de grupos sociales poderosos, muchas veces sintetizados en empresarios morales, con aptitud para decidir e influir en lo que legalmente está prohibido y lo que está permitido. Lo que acontece es, primeramente, un “proceso de calificación”, en un contexto de interacción en el que los hombres le atribuyen a otro la condición desviada. Si una persona incumple estos mandatos normativos grupales, seguramente, será considerada desviada desde la visión de esos grupos. Sin embargo, a la inversa, “Desde el punto de vista del individuo que es etiquetado como desviado, pueden ser outsiders aquellas personas que elaboraron las reglas, de cuya violación fue encontrado culpable”. Luego sobreviene una instancia de aplicación de las normas, mediante la cual son definidos como desviados los contraventores de las mismas. Esta relativización de la ontología del delito, a su vez, es necesariamente ributaria del interaccionsimo simbólico, ya que no puede comprenderse el crimen sino a través de la reacción social, del proceso social de definición y selección de ciertas personas y conductas etiquetadas como criminales. Delito y reacción social son términos interdependientes e inseparables.
En la visión de Howard Becker, la teoría del etiquetamiento puede ser
presentada con arreglo a estas características: 1) Ningún modo de comportamiento contiene en sí la cualidad de desviado; antes bien, los mismos modos de comportamiento pueden ser tanto conformistas como desviados, lo que se demuestra con facilidad interculturalmente como también intracultural e históricamente. 2) Por la fijación de normas, a determinados modos de comportamiento se les atribuye el predicado e desviado o violador de las reglas. Por lo tanto, los que establecen las normas son los que definen el comportamiento desviado. 3) Estas definiciones del comportamiento desviado sólo influyen sobre el comportamiento cuando las mismas son aplicadas. Las normas implícitas o explícitas son realizadas en interacciones. 4) la aplicación de la norma como forma de etiquetamiento del comportamiento desviado es realizada selectivamente, esto es, los mismos modos de comportamiento son definidos diferencialmente según las situaciones y personas específicas. 5) Aquellos criterios que determinan la selección pueden ser subsumidos bajo el facto poder. El poder puede ser concebido, operacionalmente, como la pertenencia a un estrato. 6) la rotulación como desviado pone en movimiento, bajo condiciones que deben ser aún más especificadas los mecanismos de la self-fulfilling prophecy que permite esperar modos de comportamiento ulteriores que están definidos como desviados, o bien que serán definidos como tales. Por una decisiva reducción de las posibilidades de acción conformista por expectativas de comportamiento no conformista se inician las carreras desviadas”. En términos de política criminal, la teoría del etiquetamiento supone una crítica de las instancias punitivas del estado, basada en que éste, a través de sus instancias de criminalización (primarias y secundarias) favorece la identidad del delincuente, visibilizándolo como tal y estigmatizándolo de tal manera que la persona termina asumiéndose como tal, como portador de un nuevo rol desvalorado que lo obliga a iniciar procesos de socialización en grupos vinculados a comportamientos desviados, lo que no hace más que favorecer su inserción en la “carrera delictiva”. Por lo tanto, desde el labeling se proponen estrategias basadas no tanto en la recurrencia al sistema penal cuanto en medidas de descriminalización, vinculadas a la reparación o restauración de los daños causados por el ofensor, evitando el proceso de estigmatización que, de manera irreversible, ocasiona el sistema penal a través de sus normas, sus símbolos, sus prácticas y sus gramáticas cotidianas.