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El diseño higiénico de los equipos donde se procesan alimentos debe basarse en aspectos
de ingeniería mecánica o microbiológica. El objetivo es detectar con facilidad posibles
puntos débiles, como lugares donde puedan acumularse residuos o donde los microbios
puedan crecer durante el proceso de producción.
Las superficies se dividen entre las que entran en contacto directo con los alimentos y las
que sirven para productos no alimenticios (estas superficies se han visto implicadas en
algunos casos de contaminación). Todas las superficies que sí entran en contacto directo con
los alimentos deben ser resistentes a la corrosión y a los materiales que se emplean para
limpiar, deben ser lisas e impermeables, no tóxicas ni absorbentes. Además del acero
inoxidable, muy eficaz en estos casos, también ha habido un aumento de materiales no
metálicos, como plástico, goma o cerámica. Para que puedan usarse, antes se tiene que
verificar que son seguros y no tóxicos.
A pesar de que cada sector requiere unos puntos específicos adecuados a cada una de las
prácticas de producción, hay establecidas unas acciones de autocontrol más generalizadas,
como el control del agua; un plan de limpieza y desinfección; control de plagas;
formación de las personas que manipulan los alimentos; plan de trazabilidad; o control
de temperatura. Este sistema, reconocido internacionalmente, es una herramienta
indispensable para el control de los riesgos que pueden aparecer a lo largo de la cadena
alimentaria.
Los principios del APPCC que establecen la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la
Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) son siete: