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Creo que lo primero es estar convencido que dos cosas. Por un lado, que el
Evangelio tiene algo que dar a las personas con las que compartimos nuestros caminar,
sea quien sea. Por otro, que nosotros como Iglesia podemos y debemos convertirnos
para ser testimonio de ese Evangelio. Por eso pienso que en esto de ser anfitrión
servidor es fundamental hacer lugar. Cuando se va a recibir en la propia casa a alguien
que se quiere uno ordena, limpia, intenta disponer las cosas para que el otro se sienta a
gusto y pueda mostrarse tal cual es. Mi vida como anfitrión servidor tiene que orientarse
a eso, a ser un espacio en donde el/la otro/a ser sienta a gusto y pueda expresarse como
es. Me parece que el mundo de hoy tiene una contradicción muy crucial para los
adolescente y jóvenes. En principio se declara como un mundo con más libertad, con
menos barreras y juicios; pero luego es un lugar con muchísimas exigencias acerca de
cómo ser, qué pensar, cómo comportarse, etc. Esto genera en ellos/as que en el exterior
siempre estén buscando ser como la sociedad pide, pero en su interior solo piden
alguien aunque sea uno que los quiera como son. Jesús que siempre miró a cada persona
reconociendo su dignidad y su valor único me enseña para ser como él anfitrión servidor
debo hacer espacio en mi vida, limpiándola de prejuicios y exigencias, para que quien
está delante pueda sentirse cómodo y ser auténtico. Una vez que eso está en camino
(algo que puede llevar bastante tiempo) sigue el estar atento, con esa atención de Jesús
que preguntaba "¿Qué buscas?" "¿Qué quieres?". Conversar en el camino y recién desde
allí dar una palabra humana de afecto y cariño, compartir también la fe que sostiene y
transforma la propia vida.
En lo personal pienso que soy fuerte en el trato personal, en la escucha y
compañía. Creo que el día a día en el colegio es una oportunidad para ser compañero de
camino. Pero también siento la amenaza de la frustración, del sentir que ya ha nadie le
interesa el Evangelio. Esta reflexión me ayudó a ser consciente de las muchísimas
dificultades que Jesús tuvo para anunciar el Reino, es decir, la realidad de la
encarnación me anima a pensar que el mismo Dios asumió las complicaciones con
humildad, con paciencia, con valentía y amor. Allí es donde su relación con el Padre me
interpela. Pienso que los mareos, miedos, interrogantes que nos generan los cambios de
la sociedad solo pueden ser afrontados profundamente arraigados en la comunidad
eclesial y en la comunión trinitaria. Así lo hizo Jesús, sostenido del Padre y llevado por
el Espíritu, pero también rodeado de amigos y discípulos-misioneros.