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Bienaventurados los pacificadores, porque

ellos serán llamados hijos de Dios


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“Bienaventurados los pacificadores”. ¿Quién los llama así? ¡Cristo! Él es el “Príncipe de paz” y su
misión es devolver al cielo y a la tierra la paz destruida por el pecado. Quien consienta en renunciar
al pecado y abra el corazón al amor de Cristo participará de esta paz celestial.

No hay otro fundamento para la paz. La gracia de Cristo aceptada en el corazón, vence la enemistad,
apacigua la lucha y llena el alma de amor. El que está en armonía con Dios y con su prójimo no sabrá
lo que es la desdicha. No habrá envidia en su corazón ni su imaginación albergará el mal; allí no
podrá existir el odio.

Bienaventurados los pacificadores


El pecado ha destruido nuestra paz. Mientras el yo no sea subyugado, no podemos encontrar
descanso. Ningún poder humano puede regir las dominantes pasiones del corazón. En esto somos
tan impotentes como lo fueron los discípulos para dominar la rugiente tempestad. Pero Aquel que
apaciguó las olas de Galilea ha pronunciado las palabras que proporcionan paz a cada alma. No
importa cuán fiera sea la tempestad, los que se vuelven a Jesús clamando “Señor, sálvanos”, hallarán
liberación.

La gracia de Jesús, que reconcilia el alma con Dios, aquieta la contienda de la pasión humana y en
su amor halla descanso el corazón. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por
medio de nuestro Señor Jesucristo”—Romanos 5: 1. “El efecto de la justicia será paz; y la labor de
la justicia, reposo y seguridad para siempre”—Isaías 32: 17.

El corazón que está de acuerdo con Dios participa de la paz del cielo y esparcirá a su alrededor una
influencia bendita. El espíritu de paz se asentará como rocío sobre los corazones cansados y
turbados por la lucha del mundo. Los seguidores de Cristo son enviados al mundo con el mensaje
de paz.
La fragancia de la vida

Quienquiera que revele el amor de Cristo por la influencia inconsciente y silenciosa de una vida
santa; quienquiera que incite a los demás, por palabra o por hechos, a renunciar al pecado y
entregarse a Dios, es un pacificador.

“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. El espíritu de paz es
prueba de su relación con el cielo. El dulce sabor de Cristo los envuelve. La fragancia de la vida y la
belleza del carácter revelan al mundo que son hijos de Dios. Sus semejantes reconocen que han
estado con Jesús. “Todo aquel que ama, es nacido de Dios”—1 Juan 4:7. “Y si alguno no tiene el
Espíritu de Cristo, no es de él”, pero “todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son
hijos de Dios”—Romanos 8:9, 14.

“El remanente de Jacob será en medio de muchos pueblos como el rocío de Jehová, como las lluvias
sobre la hierba, las cuales no esperan a varón, ni aguardan a hijos de hombres”—Miqueas 5:7.

El ejemplo de Abigail

“Y dijo David a Abigail. Bendito sea Jehová Dios de Israel, que te envió para que hoy me encontrases.
Y bendito sea tu razonamiento, y bendita tú, que me has estorbado hoy de ir a derramar sangre”,1
Samuel 25: 32, 33.

Una vida cristiana consagrada siempre difunde luz, consuelo y paz. Es pureza, tacto, sencillez y
servicio. Está llena de Cristo y por doquiera que el cristiano vaya dejará una huella de luz. Abigail era
una orientadora y consejera sabia. El arrebato de David murió bajo el poder de la influencia y del
razonamiento de ella. Se convenció de que había tomado un camino equivocado y de que había
perdido el control de su propio espíritu. Recibió la reprensión con humildad de corazón. Le agradeció
y la bendijo porque lo había aconsejado apropiadamente.

Mejores impulsos se apoderaron de David, y se estremeció cuando pensó en lo que pudieron haber
sido las consecuencias de su propósito temerario. Una familia entera pudo haber sido sacrificada,
incluyendo algunas personas tan preciosas y temerosas de Dios como Abigail, quien estaba ocupada
en un bendito ministerio de bien. Sus palabras sanaron el corazón dolido y apenado de David.

Pureza, bondad y amor santificado


La piedad de Abigail, como la fragancia de una flor, se manifestó inconscientemente en fe, palabra
y acción. El Espíritu del Hijo de Dios moraba en ella. Su corazón estaba lleno de pureza, de bondad
y de amor santificado. Su modo de hablar, sazonado con gracia y lleno de bondad y de paz, esparció
una influencia celestial.

¡Ojalá hubiera más hombres y mujeres que suavicen los sentimientos airados; que eviten los
impulsos temerarios y mitiguen grandes males por medio de palabras de serena y bien orientada
sabiduría! “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos, serán llamados hijos de Dios”—Mateo
5: 9.
Abigail se regocijó de que su misión tuviera éxito, y porque había sido un instrumento para salvar
de la muerte a toda su casa. También David se alegró porque el oportuno consejo de Abigail había
evitado que cometiera actos de violencia y venganza. Luego de reflexionar, se dio cuenta de que lo
que estuvo a punto de hacer pudo haberle ocasionado el oprobio ante Israel, y un recuerdo que
siempre le hubiera causado el más profundo remordimiento. Sintió que tanto él como sus hombres
tenían muchas razones para agradecer.

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