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Los mismos autores manifiestan que los líquidos intravascular e intracelular deben permanecer

dentro

de los límites establecidos. El líquido intracelular lo controla la concentración de soluto en el


líquido

intersticial. Este último normalmente es isotónico en comparación con el líquido intracelular. En


otras

palabras, la concentración de soluto dentro y fuera de la célula está equilibrada, de manera que el
agua

no salga de la célula ni entre en ella. Si el líquido intersticial pierde agua (gana más concentración
o se

vuelve hipertónico), el agua al interior de la célula es expulsada, pero si sucede lo contrario, es


decir,

que el líquido intersticial aumente su volumen de agua (se diluye o se torna hipotónico), entonces
el

agua ingresa a la célula.

En resumen, los dos escenarios afectan a la célula, ya que ante la pérdida de agua esta deja de
realizar

una buena parte de sus reacciones químicas, mientras que un exceso de ella puede provocar el

rompimiento de su membrana. En conclusión, la concentración de este líquido debe mantenerse


en

los términos normales.

Por otra parte, la cantidad de plasma sanguíneo también debe regularse con exactitud por el

funcionamiento del corazón. De acuerdo con Gómez (2005), si el volumen sanguíneo o volemia

disminuye de forma excesiva, el corazón deja de bombear la sangre y si la volemia no se repone

ocasiona insuficiencia cardiaca. En contraste al estado de hipovolemia, el sistema vascular activa


su

mecanismo rectificador para realizar ajustes como contraer las paredes de pequeñas arterias y
venas,

reduciendo el espacio de circulación de la sangre, aunque este recurso es limitado.

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