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(Dia)
Tampoco es cuestión de hacer el gran salto. Conocí gente mas joven que yo que se
infarto en verano por el gran salto. En todo caso hay que ir avisándole al cuerpo de a
poquito. Soy de esos tipos que creen muchísimo en la progresión. La progresión a todo
nivel. Físico. Económico. Vincular. Ahora esta muy de moda hablar de energía.
Inclusive vienen, una vez cada dos meses, a darnos charlas de energía. En una de las
charlas levanto la mano y le digo al tipo: “Yo creo que la energía es progresiva”. El tipo
se queda unos cuantos segundos en silencio, después me dice que el comentario es
interesante y lo puentea con el asunto de “la fuerza del hacer”. Y de que al generar
una acción, se desencadena una reacción domino y otra reacción bumerang y que si el
origen de esa acción es optimista, se adhiere a eslabones optimistas y vuelve de forma
positiva y que eso pensado en términos de venta de un producto o de instalación de
un software determinado y ahí se metió con un montón de asuntos que yo domino
mucho mejor que el. Metete vos con ella. Si se quiere meter metete vos. No vos. Vos.
Sola no. Metete vos.
A mi me da pánico. Te pueden clavar una celeste pero te aseguro que no te adivinan ni
un remolino ni una corriente por debajo. Se los ve contentos. Y ella. Está diez puntos
con esa bikini. La miran los negros atorrantes. Ya me alertaron de que son terribles. A
mi también me miran las negras. Con ganas eh. Ta bien que no soy fibroso ni bailo
merengue como ellos pero tengo lo mío. Me cuido. Nos cuidamos. A Él en cambio lo
veo gordo. No sabía que tenía panza. Él es un gusto que me di. Soy de esos tipos que
piensan que si se puede dar una mano hay que darla. El soñaba con conocer acá. Se lo
ve chocho. Híper enganchado con Maquena. Y Maquena: “Es un dulce de leche
genial”. Los hijos son un sacrificio económico gigante. Eso no te lo dice nadie. Pero
cuando ves los progresos. ¿Qué? ¿La vas a premiar asi? ¿La vas a llevar a conocer el
mar a Mar del plata? Me gasto siete ocho lucas más y la traigo acá. Y me doy el gusto y
lo traigo a Él. Se lo merece. Él fue muy compinche conmigo en una época más oscura
mía. Hace algunos años yo iba caminando por la avenida Corrientes después de una
reunión y un loquito, un lumpen, quiso darme plata. El a mí. Muy loco. Yo le dije:
Guardate ese billete y cuando tengas plántalo. Te va a salir un árbol de guita. El loquito
sonrío y yo me aleje. A los cincuenta metros me di vuelta y vi al lumpen haciendo un
pocito al lado de un árbol. Pensé en sus uñas llenas de tierra. Esa tierra llena de
meadas de perros y de escupitajos de borreguitos y me di cuenta lo importante y lo
sano que estar en equilibrio con lo progresivo. Y lo importante, lo fundamental, que es
la planificación del año entrante. Porque a ver: Vivimos en un mundo Híper heavy,
pero si uno se anticipa a la locura y mediante la planificación lleva a cabo la actividad
en tiempo y norma, ese bicho no te toca.
“Não, muito obrigado. Até novo aviso. Obrigado. Se você quiser, pode perguntar-lhe a
essa menina e a sua mãe o que é que desejam. Muito obrigado.”
No existe la suerte. Existe la progresión. Yo esto se lo dije a mi mujer. Los locos. Los
crazy. Son tipos que no supieron entender el panorama. No planificaron según un
cálculo objetivo de las circunstancias y de lo acumulable. Por ejemplo. Yo en Maquena
gasto muchísimo. Pero llevo la cuenta: Gasto dos lucas y media en jardín. Es un jardín
con orientación musical. Ingles va a hacer a partir de los cuatro. Tres lucas y media en
ropa. Eso lo administra mi mujer. Tres lucas niñera. Es una piba bárbara a la que
incentivo para que haga la universidad porque es híper inteligente. Luca juguetes.
Ocho gambas natación. Cinco gambas fonoaudióloga porque tiene algunos problemas
en el habla. Pañales dejó la genia. Luca obra social. Dos lucas gastos extras. Son trece
mil ochocientos pesos al mes. Además cuatro lucas chica limpieza, la tengo en blanco.
Cinco lucas hipoteca, tres lucas expensas country, ojo, adentro: gimnasio, pile,
canchitas, salón fiestas. Supermercado cuatro lucas. Auto, incluye patente, nafta y
seguro, dos lucas y media. Salidas maso, ocho gambas por finde, son tres mil
doscientos. Tratamientos belleza de ella, tres lucas, pero así la ven. Tecnología tres.
Seguro casa, dos. Farmacia seis gambas. Obra social, sin contar a Maquena que ya la
conté, dos. Extras 4, son en total treinta y cinco lucas ochocientos al mes. Mas lo de
Maquena suma cuarenta y nueve mil seiscientos pesos al mes. Si, es muchísima guita,
pero voy bien. Muy bien. No tengo que caer. Tengo que descansar, ahora que puedo.
Dormir, renovar, reconfigurar, ser como un insecto al sol, derretirme en el plástico,
fundirme y confundirme, nutrirme de especies marinas milenarias, ingerir pocas dosis
de piña colada, no dejar de trotar, aunque no pueda, aunque me quiebre todo, aunque
me hunda en la arena y no me encuentren. Tengo que llegar a la meta, limpiar mi
sangre, conservar mi pelo, mejorar mi drive, mi drop, lograr el ace. Me hago
transparente, acuoso, llega la tarde, no puedo levantarme. De verdad, no puedo. No
estoy pudiendo. Son las piernas creo. O la boca. Llévenme al chalette. Me traslado. ¿O
me trasladan? Mueven mi cuerpo boca arriba y caigo en el perfume de la cama.
(Noche breve)
Escucho a Maquena que ríe. Mi esposa se encrema. Él las entretiene. Por suerte lo
traje, así no notan mi ausencia. Soy ese que esta sin estar. Soy la progresión. La
planificación. Soy el trabajo. La cima de la pirámide, El cinturón del karateka. El piso
más alto del edificio. Soy el cansancio (revive)
(Día cerebral)
Y me despierto prácticamente como mirando un cuadro. Me despierto al ritmo del
nuevo lugar. Hay una especie de síntoma de ensueño. Me refiero a que cuando uno se
aleja de su ciudad natal o de su ciudad de ejercicio constante, hay un primer momento,
de creerse en un sueño. Como si uno se viera delante de un croma. Abrís los ojos y te
cambiaron el fondo, el frente, los costados. Es como un simulador de lo perfecto y yo
me recuesto en la reposera para contemplarlo. Para contemplarme en este cuerpo
inactivo que soy ahora. Una variable necesaria a la movilidad inacabable del año
laboral. Del mes a mes. Del hora a hora. El latido constante. Calculo la jugada a cada
minuto. Soy una mente inmensa y abarcativa que lee los movimientos. El flujo del
billete. La necesidad de terceros. Leo el macro pero todo el micro. Muevo la ficha
necesaria para caer en la tecla justa. Esa acción se ramifica. Soy el pensamiento, mi
acción es el impulso nervioso, las neuronas son las empresas, los axones son los
empleados, la vaina de mielina es el empeño, el movimiento final es el consumo.
Pienso a la sociedad como un cuerpo y jamás me olvido del pulso. Nunca disminuye. Si
el cuerpo se debilita empieza a morir.
Soy un cerebro. Soy un cerebro que forma parte de El gran cerebro. El cerebro se
cansa. ¿No viste un hombre con una nena y una mujer? ¿Una mujer tostada con una
nena y un hombre con panza? Él se la lleva a Maquenita de paseo. Ella los acompaña a
todos lados. Él inventa chistes sobre los negros y ella se mata de risa. Son chistes con
doble sentido. Chistes sobre que en realidad no la tienen tan larga, chistes sobre su
olor, chistes sobre que te hablan como si fueras un pelotudo, pero solapadamente.
“No te conocía esa faceta xenófoba”, le digo. “Además haces uso gozoso de todos sus
servicios”. Mi mujer se ríe de él como si fuera una adolescente. Descubrí que no
recordaba la forma de su dentadura. “Para mi los negros son híper simpáticos y
además no tuvieron ningún problema con cambiarnos las pulseritas”. Cuando hicimos
el check in nos pusieron unas pulseritas verdes, para que los negros supieran que
podiamos comer, tomar y usar todo lo que queramos. Era un verde chillón. Un verde
loro. Verde selva. De pronto vi pasar una familia de japoneses. Sabía que eran
japoneses y no chinos ni coreanos porque los japoneses son mucho mas lentos y
educados. Además tengo varias reuniones por año con japoneses. La familia japonesa
paso a nuestro lado pero en sus muñecas no tenían pulseritas color verde si no
pulseritas color rojo. Mire a los ojos al japonés guía, al padre y después camine hasta la
recepción y le pregunte al negro:
“Desculpe, mas essa família tem um tratamento de preferência?”
“Não senhor o mesmo tratamento de preferência que terá sua família na sua estadia e
o mesmo tratamento de preferência que têm todos os nossos hóspedes.”
“Então eu quero pulseiras de cor gojo”
“¿Gojo”?
“vermelha.”
Porque rojo en portugues se dice vermelha. Yo me confundi.
Mi mujer estaba ansiosa porque nos entreguen el chalet, pero igual sonrío porque
pensó que era un chiste de bemvinda. Él también río y en su sonrisa pude ver el típico
gesto de los tipos que no manejan el mundo.
“Senhor, a cor vermelha é a cor das pulseiras que representam a semana passada.
Todas essas pulseiras estão no depósito.” Pero yo estaba decidido.
“Mas, eu quero para minha filha, minha mulher, para mim e para ele, pulseiras de cor
vermelha.”
El morocho me miro fijo y yo me sentí Cristóbal Colon. No soy idiota. Ni un negado. Era
conciente de mi abuso de poder. Agarró el teléfono, habló y me dijo: “Em dez minutos
terá as novas pulseiras.”
Mire a mi familia que me miraba como desde la otra orilla del océano. Se que son esos
gestos incomprensibles para los otros. Esas actitudes tildadas de caprichosas. Pero
ante los gestos obvios el devenir del mundo se vuelve obvio. En cambio ante las
acciones imprevistas el devenir hace un viraje hacia un estado más interesante, más
complejo. Más incierto para la mente media pero más aprovechable para aquel que
puede leerlo. En la cara del japonés al frente de esa imperturbable familia japonesa,
pude reconocer la mirada del tipo que decodifica el estado complejo e incierto del
funcionamiento actual. Yo también lo soy. Y necesitaba que el japonés lo sepa. Que
todos lo sepan.
El rojo protege de los envidiosos, pero también es el color de la sangre, del pulso
constante, del fluido reciclado.
En cambio el verde es “naturaleza”. Contexto utópico y extinguible que conmueve al
hombre salvaje, al hippie. Al naturista. Al recuperado. Al hombre “luz”. A esa lombriz
que obstaculiza el devenir moderno. Se que existen pero no los miro. No me detengo
en sus necesidades. Tienen bébes entre rocas y le cantan al sol. Militan en la política de
lo incomodo, solamente porque alrededor hay verde. Yo pienso en el hombre nuevo.
Yo soy el hombre nuevo. Ahí viene mi licuado. Y tambien vienen ellos. Él la lleva a
cococho. Le cuelga la réflex digital. Muero por ver las fotos que le sacó a Maquena. Y
mi mujer: se bronce enseguida. Que culito redondo que le hace esa bikini. Que ganas
de atenderla. Ayer no pudimos. No pude levantarme de la cama desde que volví de la
playa. No pude ni siquiera bajar a comer con ellos. Después de su cena ella entro al
cuarto y empezo a soplarme despacito la oreja. Quería que la atienda. Yo ya me había
clavado mi miorrelajante de rutina. Sentí que de su boca salía olor a camarón a la leche
de coco mezclado con alguna bebida blanca que habría degustado con Él. “Eu quero a
festinha da primeira noite”, me dijo. Hice como que dormia. La escuche encremarse.
Me parecio que se masturbaba al lado mio. Depsues escuche pasos y voces lejanas que
venían de algún lugar con eco. Lo escuche a Él. Las voces y las risas se mezclaban con
las de mi sueño. Yo manejo un yate. Están él, ella, Maquena y un hijo varón. Una
mancha negra como de petróleo avanza hacia nosotros. Cuando el yate se encuentra
navegando entre la mancha, yo apago satisfecho el motor y arrojo a mi esposa por un
costado del barco, que naturalmente y sin resistencia se deja asesinar. Al mismo
instante y por el mismo lugar que ella entra en la mancha, aparece un dinosaurio verde
y furioso que me trae un talonario de facturas. No grito, no lloro, nunca despierto a
nadie. No ejerzo el acto idiota y egoísta de compartir las pesadillas. Acá hacen unos
licuados increíbles. Realmente si en algún momento tienen la posibilidad, visiten este
complejo. El sol esta casi por tocar el mar. Veo la figura de los tres en la orilla que se
vuelve negra por el contraluz. Es una imagen publicitaria. Es la imagen de la felicidad.
El sol se escapa. Celeste, azul claro, azul oscuro. El calor se escapa. Trasládenme a mi
chalet vacacional. Son mis piernas. O los ojos. Necesito una cama inmensa como el mar
y una almohada blanda como una isla que nunca nadie piso.
(Noche cerda)
Empiezo a sentir desde el colchón el olor de la feijoada.
Mi mujer se aventuro. Él, que es simpático y entrador, hizo buenas migas con los
brasileños de la carpa de al lado. Un brasileño que trabaja en la sede de Guarana
Brahma ubicada en Brasilia. Gordo y gritón, al que apenas miré, porque no suelo hacer
negocios con empresas de gaseosas. Su mujer, diez años menor, culo duro e inmenso y
un hijito negro con rulitos rubios. Un mulatito exótico que no para de tirarle arena a
Maquena. Escuche desde la reposera como le explicaban a Él, la receta de la feijoada.
Repetían la palabra Feijão como cuatro mil veces y de sus bocas sonaba como una
orden militar atravesada por un viento que traía consigo el lamento de un adolescente
baiano. Gritaban y se reian todos, facinados por la transferencia culinaria interracial y
solo interrumpian la onda para sacarle fotos a Maquena con el mulatito. Después
hablaron de pezuñas, rabos y orejas de chancho y todo me sonó a embrujos. Me
imagine gaúcho despedazando con saña un cerdo y luego la farinha de mandioca
torrada que formaba la farola y pensé en mis adentros que tenemos la personalidad de
nuestro idioma o que nuestro idioma es una consecuencia de nuestra personalidad y
ellos salen de la playa saltando con su receta, como perros callejeros contentos que
levantan arena y yo me arrastro a la espera de volver a caer. En eso se transforma mi
todo, un electrocardiograma de caídas en la arena y caídas en sabanas de nadie, recién
puestas en las que me desparramo para prender la novela de las nueve, historias de
románticos esclavos, mientras mi mujer que ya se encremo y Él, que actua de
Macgyver, compran el laurel, el chancho y la farola y el olor sube y sube la bandeja en
brazos de mi esposa, que se transforma en una Top Model a la cual el impacto de los
rayos ultravioletas en sus huesos dentales le hacen brillar ese marfil precioso, aunque
a mi apenas me sonríe y en su mirada distingo una decepción naciente por la falta de
vigor en mi cuerpo. Por este fundirme en la cama y en la reposera mientras el trío
familiar pero abismal espera mi resucitar. Me deja la feijoada, espera que la pruebe, le
digo: “Muito gostosa, uma verdadeira feijoada brasileira.” Ella me besa la frente, me
toca el pecho, siento su mano reseca por la arena y la sal y se retira cerrando la puerta,
dejándome iluminado por la luz del televisor que ahora transmite un programa de
preguntas y respuestas. Una oreja asoma mi plato. Yo le pregunto en secreto donde
nació y como no me contesta porque solo es oreja, me la como. Tiene un gusto que
nunca sentí. Gusto a oreja. Pruebo los porotos, el arroz, la mezcla de sabores.
Reconozco esa combinación tan fuerte como el alimento de otros tiempos. Como todo
menos la patita del chancho y me duermo con un fondo destellante de negros hervidos
en la miseria, creyendo que sus tragedias constantes se curan con dos mil reales que se
le caen a empresas que producen, gastan y ganan mas plata de la que tienen algunos
continentes y con el misterio indevelable de lo que sucede en el living de mi chalet
vacacional.
(Medianoche terrible)
Y una febrícula gorrina me despierta a una pesadilla real. Un acido como de animal
atravesado por una daga oxidada sube por mi garganta. Un fuego liquido se
empantana en mi traquea. Empiezo a transpirar con olor a mono salvaje. Mi mujer o
algo parecido pone una pastilla en mi boca pero se transforma inmediatamente en una
espuma espantosa que no logra sucumbir en mis adentros. Lloro como un chico, me
miro en el espejo y multiplico mi terror cuando descubro que algún empleado del Club
Med entro por la noche y se robo mi piel. Me sacó todo el cuero. Veo mi carne
rodeada de porotos negros y farofa y mi propio olor me repugna y la nausea hace que
suba unos milímetros mas esta bilis brasileña que no logra abandonar mi cuerpo
porque algo la traba a la altura del esófago. Escucho a Maquena que golpea la puerta
para verme transformado en caldo. Escucho el llanto de mi hijo varón. Lo escucho a él,
mi invitado especial, organizando una fiesta de esclavos africanos en viaje, en el living
de mi chalet vacacional. Espío la danza metafórica y circular protagonizada por Chica
da silva y Kunta kinte. Me meten feijoada por la boca con una pala y por el asco brota
por mi carne y juntan la feijoada que emana mi cuerpo y me la hacen comer y se
produce una experiencia cíclica e infinita de feijoada saliente y entrante. Un fantasmal
Mokumbo me inyecta un liquido azul y helado que sube del cachete de mi culo hasta
mi estomago congelando todo a su paso. Se eyecta hasta la traquea y en un instante
supremo de liberación ancestral, mi cuerpo suelta, una intacta oreja de chancho que
queda suspendida en el medio del somier rodeada de un liquido humeante color
fucsia. Mokumbo de guardapolvo y guantes de látex estudia la oreja, se acerca a mi
hembra y le susurra el siguiente diagnostico: “O feroz mal se ah retirado do corpo.
Agora tem que descansar para eliminar todo o resíduo do grande mal, tem que
eliminar os filhos espalhados pelo feroz monstro.”
“Você me poderia trazer uns mexilhões, uns camarões, umas lulas, três daiquiris de
maracujá e uma vitamina de pinha até aquí? Muito obrigado.”
Quiero llamarlos para almorzar pero mi voz se fue perdiendo con los días. O mejor
dicho ubicándose en un hueco arriba del paladar y me es casi imposible liberarla.
Agarro los larga vistas que le regalamos a Maquena, con la cara de Milie Mouse y los
observo. Amplificados. Los estudio. Se transforman en la bacteria de mi microscopio.
En los actores de mi película. Enfoco el lente hacia mi hija. Y en un momento atroz de
corrimiento general. De confusión existencial, de derrumbe metafísico y erróneo
movimiento de las sogas que nos enlazan a los unos y a los otros, se dirige a Él y le
dice: “papá”. Un dolor de muela color verde se disipa hasta una uña de mi pie y salto
por el efecto tirando al aire los camarones y las rabas. Mi cuerpo es empujado por
brazos invisibles en dirección a la orilla mientras los vecinos de las carpas de al lado me
gritan: “Resgata thua filha desta injusta ficcao.” Corro hacia la orilla pero una tormenta
lineal que se intuia venir, blanca y perfecta, me guillotina el cuerpo hundiéndome
varios metros en la arena. Camino por el túnel y salgo del otro lado de la tormenta, a
centímetros del mar, pero ya no queda nadie. Todos escaparon. Vuelvo por el mismo
túnel hacia la carpa y agarro los bolsitos, las ropitas, los baldecitos y las pelotitas.
Escalo hasta el nuevo chalet donde el obeso monstruoso duerme la siesta con la
cámara colgada al cuello. Pienso en ahorcarlo. Pero no. Maquena lee uno de los tomos
de las obras completas de Freud en el cuarto así que no la interrumpo. Entro en el
baño donde mi africana se encrema y le digo “Se esta confundiendo y le esta diciendo
papa Él.” “Papa a Él” Repito. Pero una voz acornetada de mujer que maneja con
destreza un ínfimo y ordenado perímetro del cuerpo supremo me contesta: “El la lleva
al mar, la corre, la pellizca, le cocina, le juega, la baña, la viste, la peina, la pinta, la
duerme, le saca los piojos, las pulgas, los erpes; ¿Viste las fotos que le saco? Levantaté
de la reposera y ejerce tu rol” Pero yo…“Pague por vos, pague por Él, que no le diga
mas papa”. Mi mujer me mira por detrás de toda una crema amarillenta. Salgo del
baño. Miro por la ventana la cortina blanca de agua que desciende. Permanece
constante. Delimitando. Transformando el nuevo chalet en un cuadrilátero del que
nadie puede escapar. El cuerpo supremo, el macro benévolo, me sigue aturdiendo con
pedidos certeros de resoluciones inmediatas de los conflictos acontecientes. Las fichas
están sobre el tablero. Explicitas. El gordo usurpador, la negra encremada, la niña
confundida y el cansancio. Solo hay que operar para desarticular. Establecer las
posiciones de los oponentes, el tiempo, el posible movimiento siguiente de los
terceros, la especulación de los otros acerca de mi devenir. Y cuando el calculo total y
completo haya concluido, no demorarse, no recalcular. Accionar. Respiro y dejo que
mucho mas aire del que esta acostumbrado a recibir mi cuerpo ingrese y haga su
trabajo. Camino hacia mi cuarto. Me desnudo delante de ella. No lo nota. Me huelo y
me perfumo. Acomodo mi pelo y busco la ropa que me quede mas linda. Más
canchera. Miro a mi esposa. Me calienta. Me pregunto como le quedara el cuerpo
después de engendrar al hijo varón. Le toco el culo bien de abajo pero no se da cuenta.
Tampoco Maquena se da cuenta cuando paso a su lado y le beso la cabeza. Siento con
mis labios los granitos de arena escondidos en su cuero cabelludo y pienso que alguien
debería bañarla. Tampoco Él, nota cuando yo, teniendo mucho cuidado le robo la
réflex digital que le cuelga del cuello y la escondo en mi mesita de luz, que en realidad
no es mía, sino propiedad del Club Med. Voy a la cocina y preparo un “teaner”. Un
teaner es una nueva palabra en ingles usada para fusionar en uno solo los actos de
merendar y de cenar. Preparo cosas dulces y saladas. Panes con pastas, frutas,
verduras, quesos, la leche para Maquena, tes y copas de vino para nosotros. Acomodo
los alimentos de manera que sean placenteros también para la vista. Círculos,
triángulos, rombos y hasta un corazon formado de tomatitos cherry. Prendo la radio y
suena una cancion de Paralamas du suceso. Despierto al monstruo gordo y llamo a mis
chicas a ingerir y disfrutar. Se acercan los tres como si todo fuera normal. Comen sin
mirarse. Con las cabezas bajas como los animales domésticos. Con una especie de
pesadumbre extraña sobre sus nucas. Como si estuviesen siendo invadidos por una
especie de modorra vacacional, cansancio de playa, o estado que determina por estar
pegada en el cuerpo, la sal del mar.
“¿Les gustó?”. “¿Qué fue lo que les gustó mas?”. “¿Van a querer cenar?”. “¿Qué les
gustó más, lo salado, lo dulce o las cosas agridulces?” “¿Les gusta el lugar? ¿Están
cómodos? ¿Era lo que esperaban?”. “¿Hay algo que quieran hacer que no hayan
hecho?” “Si” dice Maquena. Cabalgar.
(Noche intima)
Se quedan dormidos en sus lugares. Los observo. Los encuentro bellos. Hay días en que
los humanos me resultan horribles y días en que me resultan bellos. Hoy, o al menos
ahora, me resultan bellos. Respiro y dejo que mucho mas aire del que esta
acostumbrado a recibir mi cuerpo, ingrese y haga su trabajo. Cargo a Maquena que es
suave y liviana y la dejo en su cama rodeada de sus muñecos, que la protegen de los
malos sueños. Cargo a mi mujer que es suave pero maciza. A Él lo dejo donde esta. La
deposito suavemente en el somier y muy delicada y silenciosamente, la desnudo. Le
chupo los pezones, mas oscuros que nunca, hasta que se ponen bien puntiagudos y
después le chupo todo el cuerpo. Me detengo bien en cada ángulo, en cada hueco,
para apreciar la textura, el gusto y el olor. La hago acabar dormida. Acaba unas
cuarenta y siete veces pero nunca llega a despertarse. La tapo con las sabanas blancas.
Saco la réflex digital de mi mesita de luz rentada y veo las cuatrocientas setenta y
siente fotos del veraneo. No estoy en ninguna. Inclusive veo fotos de ellos tres que yo
no saque. Borro la mayoría. Solo dejo algunas preciosas de Maquena y una de mi
mujer de cuerpo entero, que voy a querer para mi oficina. Me cuelgo la cámara y
empiezo a sacar fotos yo. Fotos en donde no hay nadie. Le saco a los pisos. A las
manchas del piso. A las migas de comida, caídas y olvidadas. Le saco a los techos, a los
marcos, a los muebles, a las distintas maderas. Abro la ventana y saco fotos del
exterior. Salen completamente oscuras, como cuadros negros. Como la mancha negra
de mi sueño por donde salía el dinosaurio. Saco fotos fuera de foco. Fotos movidas.
Apunto con el lente a la luz y saco fotos saturadas que parecen explosiones de
estrellas. Le saco fotos a mi piel, a mis ojos, a mi boca. Le saco fotos al interior de mi
cuerpo. Fotos de mis cartílagos, de mis fluidos, de mis membranas, saco en pocos
segundos cientos de millones de fotos. Las miro. Pienso. Calculo. Las borro. Borro
todas las fotos. Dejo la réflex sobre la falda de mi invitado que duerme transportado
hacia un lugar que nunca quisiera conocer. Vuelvo al cuarto. Mi mujer duerme con la
boca abierta. Me acerco despacio y me quedo unos cuantos segundos oliendo su
aliento. Denso. Completo. Cargado. Tomo con mi dedo una muestra de saliva que cae
por la comisura de sus labios. La pruebo. Voy al baño, me desnudo, me pajeo, me
ducho, y me duermo en el medio del baño…
Y Me despierto con la necesidad desesperada y fatal de que finalice lo que uno sabe
que inminentemente terminara. Esa agitación anciosa de los finales. Resumir las
palabras y las acciones y que termine ya. Fin del sueño. El re traslado mental y el re
reconocimmiento de lo conocido. En otras palabras, volver a casita. Hay que enterrar
el sueño y descongelar lo real. Sacarlo de ese estado de suspensión impuesto. Ropa al
bolso, ultimo vistazo debajo de las camas, paneo general, y a recordar una ínfima parte
del todo.
A volver a planear. Planear a corto plazo y planear a largo plazo. Planear las próximas
vacaciones. Tengo todo un año. Un ciclo lectivo. Un periodo concreto de trabajo
progresivo. De acumulación progresiva. De muerte progresiva. Y resucitación
progresiva. Interrelaciones, pensamientos, acciones, triunfos y la disposición
desesperada pero inevitable hacia lo impredecible. Locuras repentinas (gestadas desde
hace mucho), accidentes, muertes, premios, ofertas, juicio, compra de inmueble,
fusión de la empresa, amantes de uno, amantes de otro, evolución intelectual de
Maquenita, una nueva televisión, un pantalón, una chomba Lacoste. Ya estoy viajando.
La ciudad va deborando la playa. La gente como mugre va tapando el paisaje y en el
medio de tanta velocidad contaminada vuelvo a verla a ella. Tan anclada.
Amalgamada. Echó profundas raíces como si hubiese pertenecido siempre a esta
costa. No dejo de mirarla y mientras mis dedos toca la arena por última vez me
concentro en ella que es todo en un minuto. Esposa y madre, y atleta y comediante y
sensual muy puta en bikini y perfecta babby sitter despreocupada y la envidio
profundamente en su ser mujer, energia practica y intrincado funcionamiento mental.
Y tambien lo envidio a el y a toda esa despreocupación por la grasa que le cuelga. Esas
bolsas de agua antiesteticas que lo desplazan del juego erotico fraternalizándolo a la
masa y envidio a Maquenita a la que le sobra el tiempo antes de despertar de ese
juego de infante y mientras el color naranja invade todo yo me tapo la cabeza con un
toallon y me largo a llorar. Y lloro básicamente por dos cosas. Lloro por mi
inconformidad cronica Y Lloro porque con la incursión del managment, se instalo la
idea pedorra de que la riqueza no se genera através de la producción sino através de
un buen método de administración. Hay que vender aire sea como sea y no importa la
forma ni el color del aire sino hacer lo posible por venderlo. Lloro porque soy un vende
aire. Un vende nada. Y la inconformidad crónica no me deja ni siquiera disfrutarlo. Me
escapo sin que nadie lo note con la cabeza tapada para no develar el llanto. Me fugo
hasta el chalette y sin embargo voy dejando un charco de lagrimas a mi paso. Una
huella para ser descubierto. Me encierro en mi cuarto y mas aun me encierro en el
baño en suite. Me miro al espejo y aunque creía que ya no lloraba, las lagrimas siguen
cayendo de mis ojos. Son lágrimas como transpiración. Igual no me pertenecen. Son
lágrimas atávicas. Lagrimas de generaciones anteriores. Lagrimas del cuerpo supremo
que me utiliza como un puente. Que llora por mi. Pienso en el olor de mi oficina. Me
tranquilizo. Ya no lloro por dentro pero si por fuera. Sin embargo tiemblo por la
posibilidad de que la sal de las lagrimas erosione mi cuerpo y se vayan limando todas
mis capas hasta quedar reducido en un grano de sal. Uno de los mas gigantes
operadores del cuerpo supremo desaparece perdido dentro de un salero. Tocan la
puerta. No contesto. Lloro. Tocan la puerta mas fuerte. Lloro. No abro. No contesto.
Tocan la puerta mas y mas. La golpean arriba, al medio y abajo como martillazos. La
percusión irrefrenable hace que aumente mi llanto incontrolado. Es posible que si no
abra empiece a afixsiarme en el mar de lagrimas. Abro. Estan los tres apretadisimos
bajo el marco de la puerta. Parecen competir cada uno desde su altura para que yo los
vea. Compiten desde su menor o mayor inocencia para protagonizar el cuadro.
Empiezan a acercarse. Es muy probable que me eliminen. Que me confundan con un
charlo voluminoso y me descarguen por la rejilla. Se acercan. Van metiendo sus
piernas en el medio metro de agua de llanto. A Maquenita le resulta mas difícil
avanzar. Estan llegando. Se hacen gigantes. Van a devorarme. Un brazo de cientos de
kilos atraviesa mi hombro. Otro mas liviano y oscuro envuelve mi pecho. Siento el
aliento de Maquena en mi rodilla y como su cuerpo se aferra a mi pierna como una
garrapata benigna. Siento como, el calor de sus cuerpos, tan diferentes, me envuelve.
Siento una presion, ansiada desesperadamente, contra mis huesos. Me estan
abrazando. Me estan abrazando. Ahora me estan abrazando. Me abrazan. Me abrazan.
Me abrzan. Me fundo.