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“Relato de un hombre nuevo” de Slipak

(Dia)
Tampoco es cuestión de hacer el gran salto. Conocí gente mas joven que yo que se
infarto en verano por el gran salto. En todo caso hay que ir avisándole al cuerpo de a
poquito. Soy de esos tipos que creen muchísimo en la progresión. La progresión a todo
nivel. Físico. Económico. Vincular. Ahora esta muy de moda hablar de energía.
Inclusive vienen, una vez cada dos meses, a darnos charlas de energía. En una de las
charlas levanto la mano y le digo al tipo: “Yo creo que la energía es progresiva”. El tipo
se queda unos cuantos segundos en silencio, después me dice que el comentario es
interesante y lo puentea con el asunto de “la fuerza del hacer”. Y de que al generar
una acción, se desencadena una reacción domino y otra reacción bumerang y que si el
origen de esa acción es optimista, se adhiere a eslabones optimistas y vuelve de forma
positiva y que eso pensado en términos de venta de un producto o de instalación de
un software determinado y ahí se metió con un montón de asuntos que yo domino
mucho mejor que el. Metete vos con ella. Si se quiere meter metete vos. No vos. Vos.
Sola no. Metete vos.
A mi me da pánico. Te pueden clavar una celeste pero te aseguro que no te adivinan ni
un remolino ni una corriente por debajo. Se los ve contentos. Y ella. Está diez puntos
con esa bikini. La miran los negros atorrantes. Ya me alertaron de que son terribles. A
mi también me miran las negras. Con ganas eh. Ta bien que no soy fibroso ni bailo
merengue como ellos pero tengo lo mío. Me cuido. Nos cuidamos. A Él en cambio lo
veo gordo. No sabía que tenía panza. Él es un gusto que me di. Soy de esos tipos que
piensan que si se puede dar una mano hay que darla. El soñaba con conocer acá. Se lo
ve chocho. Híper enganchado con Maquena. Y Maquena: “Es un dulce de leche
genial”. Los hijos son un sacrificio económico gigante. Eso no te lo dice nadie. Pero
cuando ves los progresos. ¿Qué? ¿La vas a premiar asi? ¿La vas a llevar a conocer el
mar a Mar del plata? Me gasto siete ocho lucas más y la traigo acá. Y me doy el gusto y
lo traigo a Él. Se lo merece. Él fue muy compinche conmigo en una época más oscura
mía. Hace algunos años yo iba caminando por la avenida Corrientes después de una
reunión y un loquito, un lumpen, quiso darme plata. El a mí. Muy loco. Yo le dije:
Guardate ese billete y cuando tengas plántalo. Te va a salir un árbol de guita. El loquito
sonrío y yo me aleje. A los cincuenta metros me di vuelta y vi al lumpen haciendo un
pocito al lado de un árbol. Pensé en sus uñas llenas de tierra. Esa tierra llena de
meadas de perros y de escupitajos de borreguitos y me di cuenta lo importante y lo
sano que estar en equilibrio con lo progresivo. Y lo importante, lo fundamental, que es
la planificación del año entrante. Porque a ver: Vivimos en un mundo Híper heavy,
pero si uno se anticipa a la locura y mediante la planificación lleva a cabo la actividad
en tiempo y norma, ese bicho no te toca.

“Não, muito obrigado. Até novo aviso. Obrigado. Se você quiser, pode perguntar-lhe a
essa menina e a sua mãe o que é que desejam. Muito obrigado.”
No existe la suerte. Existe la progresión. Yo esto se lo dije a mi mujer. Los locos. Los
crazy. Son tipos que no supieron entender el panorama. No planificaron según un
cálculo objetivo de las circunstancias y de lo acumulable. Por ejemplo. Yo en Maquena
gasto muchísimo. Pero llevo la cuenta: Gasto dos lucas y media en jardín. Es un jardín
con orientación musical. Ingles va a hacer a partir de los cuatro. Tres lucas y media en
ropa. Eso lo administra mi mujer. Tres lucas niñera. Es una piba bárbara a la que
incentivo para que haga la universidad porque es híper inteligente. Luca juguetes.
Ocho gambas natación. Cinco gambas fonoaudióloga porque tiene algunos problemas
en el habla. Pañales dejó la genia. Luca obra social. Dos lucas gastos extras. Son trece
mil ochocientos pesos al mes. Además cuatro lucas chica limpieza, la tengo en blanco.
Cinco lucas hipoteca, tres lucas expensas country, ojo, adentro: gimnasio, pile,
canchitas, salón fiestas. Supermercado cuatro lucas. Auto, incluye patente, nafta y
seguro, dos lucas y media. Salidas maso, ocho gambas por finde, son tres mil
doscientos. Tratamientos belleza de ella, tres lucas, pero así la ven. Tecnología tres.
Seguro casa, dos. Farmacia seis gambas. Obra social, sin contar a Maquena que ya la
conté, dos. Extras 4, son en total treinta y cinco lucas ochocientos al mes. Mas lo de
Maquena suma cuarenta y nueve mil seiscientos pesos al mes. Si, es muchísima guita,
pero voy bien. Muy bien. No tengo que caer. Tengo que descansar, ahora que puedo.
Dormir, renovar, reconfigurar, ser como un insecto al sol, derretirme en el plástico,
fundirme y confundirme, nutrirme de especies marinas milenarias, ingerir pocas dosis
de piña colada, no dejar de trotar, aunque no pueda, aunque me quiebre todo, aunque
me hunda en la arena y no me encuentren. Tengo que llegar a la meta, limpiar mi
sangre, conservar mi pelo, mejorar mi drive, mi drop, lograr el ace. Me hago
transparente, acuoso, llega la tarde, no puedo levantarme. De verdad, no puedo. No
estoy pudiendo. Son las piernas creo. O la boca. Llévenme al chalette. Me traslado. ¿O
me trasladan? Mueven mi cuerpo boca arriba y caigo en el perfume de la cama.

(Noche breve)
Escucho a Maquena que ríe. Mi esposa se encrema. Él las entretiene. Por suerte lo
traje, así no notan mi ausencia. Soy ese que esta sin estar. Soy la progresión. La
planificación. Soy el trabajo. La cima de la pirámide, El cinturón del karateka. El piso
más alto del edificio. Soy el cansancio (revive)

(Día cerebral)
Y me despierto prácticamente como mirando un cuadro. Me despierto al ritmo del
nuevo lugar. Hay una especie de síntoma de ensueño. Me refiero a que cuando uno se
aleja de su ciudad natal o de su ciudad de ejercicio constante, hay un primer momento,
de creerse en un sueño. Como si uno se viera delante de un croma. Abrís los ojos y te
cambiaron el fondo, el frente, los costados. Es como un simulador de lo perfecto y yo
me recuesto en la reposera para contemplarlo. Para contemplarme en este cuerpo
inactivo que soy ahora. Una variable necesaria a la movilidad inacabable del año
laboral. Del mes a mes. Del hora a hora. El latido constante. Calculo la jugada a cada
minuto. Soy una mente inmensa y abarcativa que lee los movimientos. El flujo del
billete. La necesidad de terceros. Leo el macro pero todo el micro. Muevo la ficha
necesaria para caer en la tecla justa. Esa acción se ramifica. Soy el pensamiento, mi
acción es el impulso nervioso, las neuronas son las empresas, los axones son los
empleados, la vaina de mielina es el empeño, el movimiento final es el consumo.
Pienso a la sociedad como un cuerpo y jamás me olvido del pulso. Nunca disminuye. Si
el cuerpo se debilita empieza a morir.

“Me desculpa, menina: É possível me trazer uma vitamina de pêssego e maracujá?”

Soy un cerebro. Soy un cerebro que forma parte de El gran cerebro. El cerebro se
cansa. ¿No viste un hombre con una nena y una mujer? ¿Una mujer tostada con una
nena y un hombre con panza? Él se la lleva a Maquenita de paseo. Ella los acompaña a
todos lados. Él inventa chistes sobre los negros y ella se mata de risa. Son chistes con
doble sentido. Chistes sobre que en realidad no la tienen tan larga, chistes sobre su
olor, chistes sobre que te hablan como si fueras un pelotudo, pero solapadamente.
“No te conocía esa faceta xenófoba”, le digo. “Además haces uso gozoso de todos sus
servicios”. Mi mujer se ríe de él como si fuera una adolescente. Descubrí que no
recordaba la forma de su dentadura. “Para mi los negros son híper simpáticos y
además no tuvieron ningún problema con cambiarnos las pulseritas”. Cuando hicimos
el check in nos pusieron unas pulseritas verdes, para que los negros supieran que
podiamos comer, tomar y usar todo lo que queramos. Era un verde chillón. Un verde
loro. Verde selva. De pronto vi pasar una familia de japoneses. Sabía que eran
japoneses y no chinos ni coreanos porque los japoneses son mucho mas lentos y
educados. Además tengo varias reuniones por año con japoneses. La familia japonesa
paso a nuestro lado pero en sus muñecas no tenían pulseritas color verde si no
pulseritas color rojo. Mire a los ojos al japonés guía, al padre y después camine hasta la
recepción y le pregunte al negro:
“Desculpe, mas essa família tem um tratamento de preferência?”
“Não senhor o mesmo tratamento de preferência que terá sua família na sua estadia e
o mesmo tratamento de preferência que têm todos os nossos hóspedes.”
“Então eu quero pulseiras de cor gojo”
“¿Gojo”?
“vermelha.”
Porque rojo en portugues se dice vermelha. Yo me confundi.
Mi mujer estaba ansiosa porque nos entreguen el chalet, pero igual sonrío porque
pensó que era un chiste de bemvinda. Él también río y en su sonrisa pude ver el típico
gesto de los tipos que no manejan el mundo.
“Senhor, a cor vermelha é a cor das pulseiras que representam a semana passada.
Todas essas pulseiras estão no depósito.” Pero yo estaba decidido.
“Mas, eu quero para minha filha, minha mulher, para mim e para ele, pulseiras de cor
vermelha.”
El morocho me miro fijo y yo me sentí Cristóbal Colon. No soy idiota. Ni un negado. Era
conciente de mi abuso de poder. Agarró el teléfono, habló y me dijo: “Em dez minutos
terá as novas pulseiras.”
Mire a mi familia que me miraba como desde la otra orilla del océano. Se que son esos
gestos incomprensibles para los otros. Esas actitudes tildadas de caprichosas. Pero
ante los gestos obvios el devenir del mundo se vuelve obvio. En cambio ante las
acciones imprevistas el devenir hace un viraje hacia un estado más interesante, más
complejo. Más incierto para la mente media pero más aprovechable para aquel que
puede leerlo. En la cara del japonés al frente de esa imperturbable familia japonesa,
pude reconocer la mirada del tipo que decodifica el estado complejo e incierto del
funcionamiento actual. Yo también lo soy. Y necesitaba que el japonés lo sepa. Que
todos lo sepan.
El rojo protege de los envidiosos, pero también es el color de la sangre, del pulso
constante, del fluido reciclado.
En cambio el verde es “naturaleza”. Contexto utópico y extinguible que conmueve al
hombre salvaje, al hippie. Al naturista. Al recuperado. Al hombre “luz”. A esa lombriz
que obstaculiza el devenir moderno. Se que existen pero no los miro. No me detengo
en sus necesidades. Tienen bébes entre rocas y le cantan al sol. Militan en la política de
lo incomodo, solamente porque alrededor hay verde. Yo pienso en el hombre nuevo.
Yo soy el hombre nuevo. Ahí viene mi licuado. Y tambien vienen ellos. Él la lleva a
cococho. Le cuelga la réflex digital. Muero por ver las fotos que le sacó a Maquena. Y
mi mujer: se bronce enseguida. Que culito redondo que le hace esa bikini. Que ganas
de atenderla. Ayer no pudimos. No pude levantarme de la cama desde que volví de la
playa. No pude ni siquiera bajar a comer con ellos. Después de su cena ella entro al
cuarto y empezo a soplarme despacito la oreja. Quería que la atienda. Yo ya me había
clavado mi miorrelajante de rutina. Sentí que de su boca salía olor a camarón a la leche
de coco mezclado con alguna bebida blanca que habría degustado con Él. “Eu quero a
festinha da primeira noite”, me dijo. Hice como que dormia. La escuche encremarse.
Me parecio que se masturbaba al lado mio. Depsues escuche pasos y voces lejanas que
venían de algún lugar con eco. Lo escuche a Él. Las voces y las risas se mezclaban con
las de mi sueño. Yo manejo un yate. Están él, ella, Maquena y un hijo varón. Una
mancha negra como de petróleo avanza hacia nosotros. Cuando el yate se encuentra
navegando entre la mancha, yo apago satisfecho el motor y arrojo a mi esposa por un
costado del barco, que naturalmente y sin resistencia se deja asesinar. Al mismo
instante y por el mismo lugar que ella entra en la mancha, aparece un dinosaurio verde
y furioso que me trae un talonario de facturas. No grito, no lloro, nunca despierto a
nadie. No ejerzo el acto idiota y egoísta de compartir las pesadillas. Acá hacen unos
licuados increíbles. Realmente si en algún momento tienen la posibilidad, visiten este
complejo. El sol esta casi por tocar el mar. Veo la figura de los tres en la orilla que se
vuelve negra por el contraluz. Es una imagen publicitaria. Es la imagen de la felicidad.
El sol se escapa. Celeste, azul claro, azul oscuro. El calor se escapa. Trasládenme a mi
chalet vacacional. Son mis piernas. O los ojos. Necesito una cama inmensa como el mar
y una almohada blanda como una isla que nunca nadie piso.

(Noche cerda)
Empiezo a sentir desde el colchón el olor de la feijoada.
Mi mujer se aventuro. Él, que es simpático y entrador, hizo buenas migas con los
brasileños de la carpa de al lado. Un brasileño que trabaja en la sede de Guarana
Brahma ubicada en Brasilia. Gordo y gritón, al que apenas miré, porque no suelo hacer
negocios con empresas de gaseosas. Su mujer, diez años menor, culo duro e inmenso y
un hijito negro con rulitos rubios. Un mulatito exótico que no para de tirarle arena a
Maquena. Escuche desde la reposera como le explicaban a Él, la receta de la feijoada.
Repetían la palabra Feijão como cuatro mil veces y de sus bocas sonaba como una
orden militar atravesada por un viento que traía consigo el lamento de un adolescente
baiano. Gritaban y se reian todos, facinados por la transferencia culinaria interracial y
solo interrumpian la onda para sacarle fotos a Maquena con el mulatito. Después
hablaron de pezuñas, rabos y orejas de chancho y todo me sonó a embrujos. Me
imagine gaúcho despedazando con saña un cerdo y luego la farinha de mandioca
torrada que formaba la farola y pensé en mis adentros que tenemos la personalidad de
nuestro idioma o que nuestro idioma es una consecuencia de nuestra personalidad y
ellos salen de la playa saltando con su receta, como perros callejeros contentos que
levantan arena y yo me arrastro a la espera de volver a caer. En eso se transforma mi
todo, un electrocardiograma de caídas en la arena y caídas en sabanas de nadie, recién
puestas en las que me desparramo para prender la novela de las nueve, historias de
románticos esclavos, mientras mi mujer que ya se encremo y Él, que actua de
Macgyver, compran el laurel, el chancho y la farola y el olor sube y sube la bandeja en
brazos de mi esposa, que se transforma en una Top Model a la cual el impacto de los
rayos ultravioletas en sus huesos dentales le hacen brillar ese marfil precioso, aunque
a mi apenas me sonríe y en su mirada distingo una decepción naciente por la falta de
vigor en mi cuerpo. Por este fundirme en la cama y en la reposera mientras el trío
familiar pero abismal espera mi resucitar. Me deja la feijoada, espera que la pruebe, le
digo: “Muito gostosa, uma verdadeira feijoada brasileira.” Ella me besa la frente, me
toca el pecho, siento su mano reseca por la arena y la sal y se retira cerrando la puerta,
dejándome iluminado por la luz del televisor que ahora transmite un programa de
preguntas y respuestas. Una oreja asoma mi plato. Yo le pregunto en secreto donde
nació y como no me contesta porque solo es oreja, me la como. Tiene un gusto que
nunca sentí. Gusto a oreja. Pruebo los porotos, el arroz, la mezcla de sabores.
Reconozco esa combinación tan fuerte como el alimento de otros tiempos. Como todo
menos la patita del chancho y me duermo con un fondo destellante de negros hervidos
en la miseria, creyendo que sus tragedias constantes se curan con dos mil reales que se
le caen a empresas que producen, gastan y ganan mas plata de la que tienen algunos
continentes y con el misterio indevelable de lo que sucede en el living de mi chalet
vacacional.

(Medianoche terrible)
Y una febrícula gorrina me despierta a una pesadilla real. Un acido como de animal
atravesado por una daga oxidada sube por mi garganta. Un fuego liquido se
empantana en mi traquea. Empiezo a transpirar con olor a mono salvaje. Mi mujer o
algo parecido pone una pastilla en mi boca pero se transforma inmediatamente en una
espuma espantosa que no logra sucumbir en mis adentros. Lloro como un chico, me
miro en el espejo y multiplico mi terror cuando descubro que algún empleado del Club
Med entro por la noche y se robo mi piel. Me sacó todo el cuero. Veo mi carne
rodeada de porotos negros y farofa y mi propio olor me repugna y la nausea hace que
suba unos milímetros mas esta bilis brasileña que no logra abandonar mi cuerpo
porque algo la traba a la altura del esófago. Escucho a Maquena que golpea la puerta
para verme transformado en caldo. Escucho el llanto de mi hijo varón. Lo escucho a él,
mi invitado especial, organizando una fiesta de esclavos africanos en viaje, en el living
de mi chalet vacacional. Espío la danza metafórica y circular protagonizada por Chica
da silva y Kunta kinte. Me meten feijoada por la boca con una pala y por el asco brota
por mi carne y juntan la feijoada que emana mi cuerpo y me la hacen comer y se
produce una experiencia cíclica e infinita de feijoada saliente y entrante. Un fantasmal
Mokumbo me inyecta un liquido azul y helado que sube del cachete de mi culo hasta
mi estomago congelando todo a su paso. Se eyecta hasta la traquea y en un instante
supremo de liberación ancestral, mi cuerpo suelta, una intacta oreja de chancho que
queda suspendida en el medio del somier rodeada de un liquido humeante color
fucsia. Mokumbo de guardapolvo y guantes de látex estudia la oreja, se acerca a mi
hembra y le susurra el siguiente diagnostico: “O feroz mal se ah retirado do corpo.
Agora tem que descansar para eliminar todo o resíduo do grande mal, tem que
eliminar os filhos espalhados pelo feroz monstro.”

(Día de cuerpo solo)


Así que no fui a la playa. Me quede. En realidad ellos tampoco fueron a la playa. “Nos
vamos al acuario, mejorá” Apenas vi su cara oscura. Solo escuche su voz también
oscurecida, como si el sol de este lugar fuera tostando todo, no solo la piel, también la
voz o los pensamientos o las actitudes. Tampoco vi la cara de El, ni la de Maquena.
Maquenita pregunta por mí usando mi nombre de pila. ¿Dónde esta…? y mi nombre
de pila. ¿Cómo esta…? Y mi nombre de pila. Tengo la sensación de que Él y ella arman
estrategias para que Maquena no me vea transformado en esto…En esta Miastenia
que soy ahora. Pero tengo que descansar. Trabajo para descansar. Prendo la tele.
Miro. Prendo el aire. Me enfrío. Prendo la luz y veo. Prendo el ifon y la tablet y me re
comunico. Solo voy a ejercer comunicación indirecta. Mando mails. No quiero que me
vean ni me escuchen ni me sientan. “Saludos y afectos desde aquí. Disfrutando a lo
loco en familia. Cariños a todo el personal. Cualquier asunto que surja, no se dude en
escribirme” Enviar mail. Enviado. La información justa. Las palabras exactas. No hay
que hablar. Nunca hay que hablar. Las apalabras son el arma de nuestro suicidio. Ley
suprema en ámbitos laborales. La palabra como disfraz. La personificación. El trato con
el empleado es de índole representativo. Hay que conocer la mayor cantidad de
sentimientos inherentes al ser humano y representarlos.. Personificación socio/laboral.
Ficcion operativa. Y no digo que me guste el juego. Pero yo no lo invente. Son la
consecuencia de algo muy lejano. De acciones muy lejanas. Y no va a cambiar. Va a
progresar. Entonces lo juego y quiero ser el mejor.
Busco un porno. Ahora me estoy pajeando. Me pajeo. Me pajeo. Apago la tablet.
Cruzan como conejos cuatro negras vestidas de blanco. Son las del room service.
Parecen niñas africanas jugando a ser fantasmas. En pocos segundos todo se vuelve
aséptico. Una de las negras se queda mirándome como con piedad. Yo la miro con
mucha más piedad. “Voce é o intoxicado? Tem que descansar para eliminar os filhos
espalhados pelo feroz monstro.”
Pestañeo y desaparece sumida en la velocidad de quien limpia trescientos cincuenta
cuartos por día. No llego a darle propina. La casa queda en silencio. Estoy solo. Miro el
espacio. Pienso en el espacio. Las medidas. La iluminación. Los desniveles. El vestuario.
Miro mi ropa. Mis zapatillas deportivas. Mis zapatillas de trotar con el chip implantado.
Un sistema sofisticado que hice traer de los Estados Unidos. Un multisensor
comunicado al ipad que te va cantando la velocidad al correr, el ritmo cardiaco, las
calorías quemadas, el tiempo transcurrido, el nivel de cansancio, el nivel de esfuerzo,
de autocrítica, de autosuperación y de soledad. Pienso en los ojos redondos de la
mucama negra. Pienso en todo, absolutamente todas las infinitas cosas que están
ocurriendo afuera de mi chalet temporario. Hago un par de cálculos. Me invade esta
miastenia vacacional a la que me voy acostumbrando. Me duermo.
(Noche arácnida)
Y un grito desesperado de Maquena performa mi timpano. No se que hora es. No hay
luz de día. No hay luz de ningún tipo. Me levanto tanteando lo que recuerdo de la casa
y llego al cuarto de Maquena. Él la tiene en brazos. La consuela. Mi mujer no registra
mi entrada. “¿Qué pasa?” pregunto. “Una tarántula” contesta mi esposa que sigue sin
mirarme como buscando algo. “¿La picó?” pregunto aterrado. “Aparentemente no,
pero le camino por la cara. La estamos buscando” Intento mirar a Maquena para
descartar picaduras, pero el cuerpo cada vez mas gordo de el, la tapa por completo de
mi vista. Busco la tarántula con mi mujer. Veo una pata peluda metiéndose por un
zócalo medio despegado. Arranco el zócalo. Mi mujer grita. Él se lleva a Maquena
como salvándola de un incendio. Unas treinta arañas peludas se enredan y chocan
unas con otras entre el piso y la pared. Salgo del cuarto cerrando la puerta. “Hay una
invasión de tarantulas” dice mi esposa por teléfono. “Uma invasão de tarántulas” la
corrijo, mientras corro a mi habitación donde Él y Maquena aguardan después del
escape. Estiro los brazos para abrazar a mi hija, pero ella se aferra con más fuerza al
cuerpo de él, que goza distinguiblemente de su actuación paternal. No se muy bien
que hacer, hasta que una orden de mi mujer me pone en orbita para accionar.
“Juntemos todo, vienen a buscarnos, nos mudan”. Los objetos se me caen de las
manos. Siento que mis medias y mis chombas pesan miles de kilos por unidad. Agarro
y meto en las valijas sin distinguir que es de quien. Los negros irrumpen en la
habitación y terminan de guardar las ropas y objetos faltantes. En pocos segundos
vacían la casa y nos hacen salir. Suben las valijas a un carrito de golf. Después a
nosotros. O mejor dicho: A él, con Maquena a cuestas. La suben a ella, que ahora se
rie, me parece, y no queda lugar para mí. Simplemente…no entro. El carrito arranca y
yo intento seguirlo. Trato de trotar pero la miastenia vacacional no me lo permite.
Camino lo más rápido posible detrás del carrito de golf, pero toma cada vez más
distancia y se va volviendo más chiquito perdiéndose en la selva. Yo me interno en una
oscuridad salvaje hasta que pierdo completamente de vista el carrito de golf. Pienso en
los posibles animales que me rodean y el sonido de los insectos me confirma la vida
faunística que me asecha. Intento escuchar el mar, pero no llega. No esta. Se seco. Me
imagino perforado por una flecha envenenada. Siento presencias a mi alrededor.
Pienso en el olor de mi oficina. Me tranquilizo. Pienso en mis empleados. Soy un
conquistador. Un blanco valiente bañado en oro. Se cruza un monito al que le brillan
los ojos. Aguzo mis sentidos y observo a lo lejos, a una cruel distancia, una luz
amarillenta que es mi posible destino. Llego. Maquena duerme. Mi mujer ríe con una
copa de vino blanco en la mano mientras juega al burako con mi invitado voraz.
“Atravesé la oscuridad de la selva plagada de animales salvajes, insectos venenosos y
espíritus malignos para llegar hasta acá, ¿no hay una copa de vino para mi?” No me
responden. Es muy probable que solo lo haya pensado y no lo haya dicho o que la
fuerza de mis palabras haya sido demasiado escasa y las palabras hayan caído en viaje,
como patos baleados y no hayan alcanzado los oídos de la negra sonriente y del gordo
maldito. Me desmayo.
(Día borrascoso)
Resucito. Miro el mar. Los miro a ellos. Movedizos habitantes de la orilla. Es como si el
mundo se diera una oportunidad a si mismo cada día. Una oportunidad para no morir.
Los chicos despiertan indefectiblemente. La marea baja. Los negros retoman sus
puestos adjudicados y nos siguen sirviendo. Maquena desafía la espuma que llega de
las olas. Él saca más fotos. Mi mujer hace cosas. No se muy bien que, pero ella siempre
esta haciendo cosas. Juegan. Se gritan. Establecieron un lenguaje propio, o mejor
dicho, un código común. Un codigo al que no me ingresaron. Y sin embargo, ellos son
mios. Yo los poseo y a lo mejor deba interpretar esto como un nuevo mensaje del
cuerpo supremo. Tal vez este macro infinito me este diciendo “Vos seguí tejiendo la
tela superior, la manta que nos contiene y nos abriga a todos mientras los tuyos, todos
los tuyos, hablan ese lenguaje simple y llevadero que vos y tantos otros operadores
inagotables del cuerpo supremo, les permite hablar.” Quiero disfrutar. Es el momento
de disfrutar.

“Você me poderia trazer uns mexilhões, uns camarões, umas lulas, três daiquiris de
maracujá e uma vitamina de pinha até aquí? Muito obrigado.”

Es el momento de disfrutar. Aunque asoman algunas nubes uniformes.


Hay que disfrutar. Todos me dijeron: disfrutá. Me impusieron que disfrute. Los
conocidos lejanos me dijeron: “disfrutá”. Mis empleados y mis mucamas me dijeron:
“Disfrute del viaje señor”. Mis parientes: “relajate y disfrutá”. Mis amigos: “No seas gil
y disfruta eh”. También me dijeron: “Que bien se te ve. Que familia mas hermosa, que
mujer, que casa, que cabeza, que estilo, que dominio de la situación, que retórica, que
estrategia, que hijo de puta ingenioso, que astucia, que buen traje, ¿de donde es?,
disfrutá” Y yo me pare y camine derecho con la mira puesta en el goce atesorado del
disfrute.
“Muito obrigado, tem um aspecto de maravilha, a cor dos camarões, das frutas
liqüidificadas, é uma festa multicor.”

Quiero llamarlos para almorzar pero mi voz se fue perdiendo con los días. O mejor
dicho ubicándose en un hueco arriba del paladar y me es casi imposible liberarla.
Agarro los larga vistas que le regalamos a Maquena, con la cara de Milie Mouse y los
observo. Amplificados. Los estudio. Se transforman en la bacteria de mi microscopio.
En los actores de mi película. Enfoco el lente hacia mi hija. Y en un momento atroz de
corrimiento general. De confusión existencial, de derrumbe metafísico y erróneo
movimiento de las sogas que nos enlazan a los unos y a los otros, se dirige a Él y le
dice: “papá”. Un dolor de muela color verde se disipa hasta una uña de mi pie y salto
por el efecto tirando al aire los camarones y las rabas. Mi cuerpo es empujado por
brazos invisibles en dirección a la orilla mientras los vecinos de las carpas de al lado me
gritan: “Resgata thua filha desta injusta ficcao.” Corro hacia la orilla pero una tormenta
lineal que se intuia venir, blanca y perfecta, me guillotina el cuerpo hundiéndome
varios metros en la arena. Camino por el túnel y salgo del otro lado de la tormenta, a
centímetros del mar, pero ya no queda nadie. Todos escaparon. Vuelvo por el mismo
túnel hacia la carpa y agarro los bolsitos, las ropitas, los baldecitos y las pelotitas.
Escalo hasta el nuevo chalet donde el obeso monstruoso duerme la siesta con la
cámara colgada al cuello. Pienso en ahorcarlo. Pero no. Maquena lee uno de los tomos
de las obras completas de Freud en el cuarto así que no la interrumpo. Entro en el
baño donde mi africana se encrema y le digo “Se esta confundiendo y le esta diciendo
papa Él.” “Papa a Él” Repito. Pero una voz acornetada de mujer que maneja con
destreza un ínfimo y ordenado perímetro del cuerpo supremo me contesta: “El la lleva
al mar, la corre, la pellizca, le cocina, le juega, la baña, la viste, la peina, la pinta, la
duerme, le saca los piojos, las pulgas, los erpes; ¿Viste las fotos que le saco? Levantaté
de la reposera y ejerce tu rol” Pero yo…“Pague por vos, pague por Él, que no le diga
mas papa”. Mi mujer me mira por detrás de toda una crema amarillenta. Salgo del
baño. Miro por la ventana la cortina blanca de agua que desciende. Permanece
constante. Delimitando. Transformando el nuevo chalet en un cuadrilátero del que
nadie puede escapar. El cuerpo supremo, el macro benévolo, me sigue aturdiendo con
pedidos certeros de resoluciones inmediatas de los conflictos acontecientes. Las fichas
están sobre el tablero. Explicitas. El gordo usurpador, la negra encremada, la niña
confundida y el cansancio. Solo hay que operar para desarticular. Establecer las
posiciones de los oponentes, el tiempo, el posible movimiento siguiente de los
terceros, la especulación de los otros acerca de mi devenir. Y cuando el calculo total y
completo haya concluido, no demorarse, no recalcular. Accionar. Respiro y dejo que
mucho mas aire del que esta acostumbrado a recibir mi cuerpo ingrese y haga su
trabajo. Camino hacia mi cuarto. Me desnudo delante de ella. No lo nota. Me huelo y
me perfumo. Acomodo mi pelo y busco la ropa que me quede mas linda. Más
canchera. Miro a mi esposa. Me calienta. Me pregunto como le quedara el cuerpo
después de engendrar al hijo varón. Le toco el culo bien de abajo pero no se da cuenta.
Tampoco Maquena se da cuenta cuando paso a su lado y le beso la cabeza. Siento con
mis labios los granitos de arena escondidos en su cuero cabelludo y pienso que alguien
debería bañarla. Tampoco Él, nota cuando yo, teniendo mucho cuidado le robo la
réflex digital que le cuelga del cuello y la escondo en mi mesita de luz, que en realidad
no es mía, sino propiedad del Club Med. Voy a la cocina y preparo un “teaner”. Un
teaner es una nueva palabra en ingles usada para fusionar en uno solo los actos de
merendar y de cenar. Preparo cosas dulces y saladas. Panes con pastas, frutas,
verduras, quesos, la leche para Maquena, tes y copas de vino para nosotros. Acomodo
los alimentos de manera que sean placenteros también para la vista. Círculos,
triángulos, rombos y hasta un corazon formado de tomatitos cherry. Prendo la radio y
suena una cancion de Paralamas du suceso. Despierto al monstruo gordo y llamo a mis
chicas a ingerir y disfrutar. Se acercan los tres como si todo fuera normal. Comen sin
mirarse. Con las cabezas bajas como los animales domésticos. Con una especie de
pesadumbre extraña sobre sus nucas. Como si estuviesen siendo invadidos por una
especie de modorra vacacional, cansancio de playa, o estado que determina por estar
pegada en el cuerpo, la sal del mar.
“¿Les gustó?”. “¿Qué fue lo que les gustó mas?”. “¿Van a querer cenar?”. “¿Qué les
gustó más, lo salado, lo dulce o las cosas agridulces?” “¿Les gusta el lugar? ¿Están
cómodos? ¿Era lo que esperaban?”. “¿Hay algo que quieran hacer que no hayan
hecho?” “Si” dice Maquena. Cabalgar.

(Noche intima)
Se quedan dormidos en sus lugares. Los observo. Los encuentro bellos. Hay días en que
los humanos me resultan horribles y días en que me resultan bellos. Hoy, o al menos
ahora, me resultan bellos. Respiro y dejo que mucho mas aire del que esta
acostumbrado a recibir mi cuerpo, ingrese y haga su trabajo. Cargo a Maquena que es
suave y liviana y la dejo en su cama rodeada de sus muñecos, que la protegen de los
malos sueños. Cargo a mi mujer que es suave pero maciza. A Él lo dejo donde esta. La
deposito suavemente en el somier y muy delicada y silenciosamente, la desnudo. Le
chupo los pezones, mas oscuros que nunca, hasta que se ponen bien puntiagudos y
después le chupo todo el cuerpo. Me detengo bien en cada ángulo, en cada hueco,
para apreciar la textura, el gusto y el olor. La hago acabar dormida. Acaba unas
cuarenta y siete veces pero nunca llega a despertarse. La tapo con las sabanas blancas.
Saco la réflex digital de mi mesita de luz rentada y veo las cuatrocientas setenta y
siente fotos del veraneo. No estoy en ninguna. Inclusive veo fotos de ellos tres que yo
no saque. Borro la mayoría. Solo dejo algunas preciosas de Maquena y una de mi
mujer de cuerpo entero, que voy a querer para mi oficina. Me cuelgo la cámara y
empiezo a sacar fotos yo. Fotos en donde no hay nadie. Le saco a los pisos. A las
manchas del piso. A las migas de comida, caídas y olvidadas. Le saco a los techos, a los
marcos, a los muebles, a las distintas maderas. Abro la ventana y saco fotos del
exterior. Salen completamente oscuras, como cuadros negros. Como la mancha negra
de mi sueño por donde salía el dinosaurio. Saco fotos fuera de foco. Fotos movidas.
Apunto con el lente a la luz y saco fotos saturadas que parecen explosiones de
estrellas. Le saco fotos a mi piel, a mis ojos, a mi boca. Le saco fotos al interior de mi
cuerpo. Fotos de mis cartílagos, de mis fluidos, de mis membranas, saco en pocos
segundos cientos de millones de fotos. Las miro. Pienso. Calculo. Las borro. Borro
todas las fotos. Dejo la réflex sobre la falda de mi invitado que duerme transportado
hacia un lugar que nunca quisiera conocer. Vuelvo al cuarto. Mi mujer duerme con la
boca abierta. Me acerco despacio y me quedo unos cuantos segundos oliendo su
aliento. Denso. Completo. Cargado. Tomo con mi dedo una muestra de saliva que cae
por la comisura de sus labios. La pruebo. Voy al baño, me desnudo, me pajeo, me
ducho, y me duermo en el medio del baño…

Y Me despierto con la necesidad desesperada y fatal de que finalice lo que uno sabe
que inminentemente terminara. Esa agitación anciosa de los finales. Resumir las
palabras y las acciones y que termine ya. Fin del sueño. El re traslado mental y el re
reconocimmiento de lo conocido. En otras palabras, volver a casita. Hay que enterrar
el sueño y descongelar lo real. Sacarlo de ese estado de suspensión impuesto. Ropa al
bolso, ultimo vistazo debajo de las camas, paneo general, y a recordar una ínfima parte
del todo.
A volver a planear. Planear a corto plazo y planear a largo plazo. Planear las próximas
vacaciones. Tengo todo un año. Un ciclo lectivo. Un periodo concreto de trabajo
progresivo. De acumulación progresiva. De muerte progresiva. Y resucitación
progresiva. Interrelaciones, pensamientos, acciones, triunfos y la disposición
desesperada pero inevitable hacia lo impredecible. Locuras repentinas (gestadas desde
hace mucho), accidentes, muertes, premios, ofertas, juicio, compra de inmueble,
fusión de la empresa, amantes de uno, amantes de otro, evolución intelectual de
Maquenita, una nueva televisión, un pantalón, una chomba Lacoste. Ya estoy viajando.
La ciudad va deborando la playa. La gente como mugre va tapando el paisaje y en el
medio de tanta velocidad contaminada vuelvo a verla a ella. Tan anclada.
Amalgamada. Echó profundas raíces como si hubiese pertenecido siempre a esta
costa. No dejo de mirarla y mientras mis dedos toca la arena por última vez me
concentro en ella que es todo en un minuto. Esposa y madre, y atleta y comediante y
sensual muy puta en bikini y perfecta babby sitter despreocupada y la envidio
profundamente en su ser mujer, energia practica y intrincado funcionamiento mental.
Y tambien lo envidio a el y a toda esa despreocupación por la grasa que le cuelga. Esas
bolsas de agua antiesteticas que lo desplazan del juego erotico fraternalizándolo a la
masa y envidio a Maquenita a la que le sobra el tiempo antes de despertar de ese
juego de infante y mientras el color naranja invade todo yo me tapo la cabeza con un
toallon y me largo a llorar. Y lloro básicamente por dos cosas. Lloro por mi
inconformidad cronica Y Lloro porque con la incursión del managment, se instalo la
idea pedorra de que la riqueza no se genera através de la producción sino através de
un buen método de administración. Hay que vender aire sea como sea y no importa la
forma ni el color del aire sino hacer lo posible por venderlo. Lloro porque soy un vende
aire. Un vende nada. Y la inconformidad crónica no me deja ni siquiera disfrutarlo. Me
escapo sin que nadie lo note con la cabeza tapada para no develar el llanto. Me fugo
hasta el chalette y sin embargo voy dejando un charco de lagrimas a mi paso. Una
huella para ser descubierto. Me encierro en mi cuarto y mas aun me encierro en el
baño en suite. Me miro al espejo y aunque creía que ya no lloraba, las lagrimas siguen
cayendo de mis ojos. Son lágrimas como transpiración. Igual no me pertenecen. Son
lágrimas atávicas. Lagrimas de generaciones anteriores. Lagrimas del cuerpo supremo
que me utiliza como un puente. Que llora por mi. Pienso en el olor de mi oficina. Me
tranquilizo. Ya no lloro por dentro pero si por fuera. Sin embargo tiemblo por la
posibilidad de que la sal de las lagrimas erosione mi cuerpo y se vayan limando todas
mis capas hasta quedar reducido en un grano de sal. Uno de los mas gigantes
operadores del cuerpo supremo desaparece perdido dentro de un salero. Tocan la
puerta. No contesto. Lloro. Tocan la puerta mas fuerte. Lloro. No abro. No contesto.
Tocan la puerta mas y mas. La golpean arriba, al medio y abajo como martillazos. La
percusión irrefrenable hace que aumente mi llanto incontrolado. Es posible que si no
abra empiece a afixsiarme en el mar de lagrimas. Abro. Estan los tres apretadisimos
bajo el marco de la puerta. Parecen competir cada uno desde su altura para que yo los
vea. Compiten desde su menor o mayor inocencia para protagonizar el cuadro.
Empiezan a acercarse. Es muy probable que me eliminen. Que me confundan con un
charlo voluminoso y me descarguen por la rejilla. Se acercan. Van metiendo sus
piernas en el medio metro de agua de llanto. A Maquenita le resulta mas difícil
avanzar. Estan llegando. Se hacen gigantes. Van a devorarme. Un brazo de cientos de
kilos atraviesa mi hombro. Otro mas liviano y oscuro envuelve mi pecho. Siento el
aliento de Maquena en mi rodilla y como su cuerpo se aferra a mi pierna como una
garrapata benigna. Siento como, el calor de sus cuerpos, tan diferentes, me envuelve.
Siento una presion, ansiada desesperadamente, contra mis huesos. Me estan
abrazando. Me estan abrazando. Ahora me estan abrazando. Me abrazan. Me abrazan.
Me abrzan. Me fundo.

(Día, noche y todo)


“Eu preciso de três cavalos.”
“Mas vocês sabem cavalgar?”
“Não senhor, eu preciso de três cavalos mansos. Principalmente aquele onde vai
minha filha.”
“Mas, sua filha não pode cavalgar sozinha. É muito pequena”
“Não, minha filha vai comigo.”
“ Ta beim. Se você me dá permissão, quero fazer uma sugestão:
Esse cavalo que vem aí é um cavalo pinto. Seu nome é LEITE CONDENSADO. mas é
calmo e muito simpático com os gordos e com os meninos. Penso que a pequena tem
que ir com seu amigo no LEITE CONDENSADO.
Ta bom
Para sua menina tenho um inteligente cavalo árabe de capa preta. É um macho
vigoroso que sabe tratar as mulheres que não são selvagens. Seu nome é PELE.
Ta bom
E para você não sei. Estou como desorbitado
“Só quero um cavalo que compreenda meus movimentos.”
“Então escolha você. Não pense, somente assinale. Escolha como um menino.”
“Quero esse.”
“Esse não.”
“O senhor falou escolha.”
“Mas esse não passeia.”
“Mas eu vejo que está muito bem.”
“Está mais do que bem.”
“Então?”
“Então não.”
“Por que não?”
“Porque ele é o meu cavalo. Ele me traz e me leva só a mim.”
“Eu quero esse cavalo.”
“Não senhor.”
“Senhor, o senhor falou, “só escolha”, eu escolhi esse cavalo.”
El gaúcho me mira a los ojos. Profundo. Me estudia Es una especie de Martin fierro
negro. Es un microordenador del cuerpo supremo. También me mira ella. El. Maquena.
Me miran todos los caballos. Los árboles. Las nubes. Yo devuelvo las miradas y caigo en
la cuenta de que mi familia ya esta toda sobre caballos. Mi hembra sobre pele y mi
amigo gordo sosteniendo a mi cría sobre leite condensado. Solo yo en tierra firme
espero el desenlace de la escena de suspenso que decidió montar el ecuestre gaucho.
Se me acerca. Siento el hedor rancio que sale de su nariz al respirar. Tabaco mezclado
con mate. “SATURNO vem cá” Mi caballo de acerca. Pega su cabeza grande a la del
gaúcho, como esperando un secreto. Sus ojos son expresivos. El gaúcho empieza a
susurrar como proponiendo un pacto entre caballeros y caballos.
Senhor: “Ele é SATURNO é um Purosangue. No quera manipularlo, saturno sabe.
SATURNO: ele é um turista valente que quer o conhecer. mostra para ele o caminho,
inteiro, complexo. Galopa, mas sempre tocando a terra.”
Miro a mi familia. Les sonrío. Es uno de esos días en que los encuentro hermosos.
Respiro y dejo que mucho mas aire del que esta acostumbrado a recibir mi cuerpo
ingrese y haga su trabajo. Me despido.
Acaricio la cara de SATURNO. Se deja. “Eu não sei, mas você sabe”, le digo.
Un brazo de negro me expulsa del suelo y me sube al caballo. Ahora estoy sobre
SATURNO. Miro sus pelos grises como hechos de ceniza. Duros. Estoy alto. Muy alto.
Siento el cuero firme de la montura en mis ísquiones. Engancho mis zapatillas
deportivas en los estribos. Siento un latigazo. SATURNO arranca. Galopa. Me pierdo.
Estoy en viaje. Ahora solo plantas que se vuelven líneas verdes por la velocidad de
SATURNO. Grito. Estoy en viaje. Siento el viento que golpea contra mis cejas. Siento
mis dientes de arriba chocando con mis dientes de abajo por el zanguileteo del caballo.
Intento acomodarme. Entenderlo. Aunque la velocidad no me deja calcular. Mi pulso
aumenta. Mi aire se entrecorta. Pienso en mi oficina, pero la imagen se quiebra en
miles de astillas. SATURNO galopa. Esta subiendo. Probablemente sea un morro. Me
mareo. Vomito, pero el no lo nota. Intento entenderlo. Su accionar es largo, uniforme,
económico. Intento gritarle pero no puedo. Las palabras se me alojan en un lugar muy
cercano al ano y me es imposible levantarlas. Soy un jinete mudo atado a lo
impredecible. Soy un jinete abismal. Se cruzan ramas. Algunas me cortan los cachetes y
los brazos. Derramo algunas gotas pesadas de sangre oscura pero la velocidad con la
que atravieso el viento, hace que se sequen y cicatricen inmediatamente. Pienso en
tirarme. Pienso en tirarme pero imagino el desenlace y sigo andando. La presión del
aire disminuye a medida que aumenta la altura y la temperatura desciende a escalones
imposibles. Veo los caminos infinitos que se eyectan de los dedos que señalan. Veo el
camino que traza mi cuerpo y me trasciende como nunca antes. No veo lo que sigue. El
paisaje va despertando a medida que avanzo, como de una especie de fotografía
borrosa que es mí adelante. Se vuelve nítido a cada metro. Como si la bestia SATURNO
me permitiera adentrarme en una dimensión alternativa, que es la suya. Me pregunto
si mi cuerpo se descompondrá en miles de millones de átomos al siguiente paso largo
del galope. Me pregunto por la composición y la descomposición de Maquena y mi
esposa en este momento. Me pregunto si estarán atravesando también el portal. Me
pregunto por su posición, por su respiración, por su percepción ajena, por lo que
quieren y de quien lo quieren. Empiezan a congelarse los pelitos de mi brazo. Algo de
oxigeno llega a mi cerebro y puedo volver a calcular. Examino las dos alternativas: Ser
uno solo hacia la muerte, o ser dos con SATURNO hacia el no se donde. Me entrego.
Sigo subiendo. Las partículas de agua helada de las nubes que cruzan, se adhieren a los
lóbulos de mis orejas formando una escarcha que cuelga. Me abrazo a SATURNO.
Apoyo mi pecho sobre su lomo y siento como su sangre calienta todo su pelaje que
ahora me abriga. La velocidad no disminuye pero yo me recompongo. Empiezo a
entenderlo. Lo sigo en su baile. El lo percibe y me lo agradece. Algo cambia.
Establecemos un código. Un lenguaje. Un ritmo. Avanzamos juntos. El camino se
vuelve nítido en su totalidad. Veo por metros. Por años. Es probable que este mirando
por sus ojos. Usando su cuerpo. Si me distancio lo pierdo. Tengo que ser el. Avanzo y
ahora avanzar no es una consecuencia de este sometimiento corporal descontrolado.
Es una decisión. Una misión. Avanzo por esta ladera cada vez mas empinada.
Mantengo firme el galope. Va desapareciendo la vegetación. Los insectos. Las aves.
Galopo sobre rocas frías en las que se alojan microorganismos capaces de abitar sitios
imposibles para otros seres vivos. Seguimos subiendo. Desaparecen las formas y los
olores. Las ideas. Galopo sobre un registro imposible. Sobre texturas inventadas para
la ocasión y colores combinados con cosas que no son colores, formando así resultados
nunca vistos. Lo concreto se vuelve una anécdota. El pasado se vuelve el recuerdo de
un sueño imposible. El cuerpo empieza a funcionar, como intuyo, funcionan los
cuerpos en galaxias que todavía no nacieron y eso me causa una especie de gracia, que
no es gracia en si misma porque nada de lo nombrado de una manera puede seguir
siendo nombrado así. Ya no hay pulsión, ni estimulo, ni intención. Ahora solo hay una
especie de inercia que sigue subiendo. Una inercia ingresada en un ciclo perteneciente
al todo, que avanza y no frena, porque el ciclo y el todo necesita que avance y la hace
avanzar. Y adelante, o enfrente, en fin, futuramente, algo que no es mi vista, ni mi
tacto, ni mi olfato, ni siquiera un sentido alternativo a los otros, algo que no se siquiera
si me pertenece o forma parte del todo que empuja; algo; presiente y reconoce, esa
línea en donde todo llega a su fin. Lo firme termina. La montaña se rompe. La caída se
impone. Revive el aire, el peso, y en el fondo, eternamente lejos pero inmediatamente
terrible: el mar. Y esta masa uniforme, de pelos y sangres y dientes e instinto y reflejo y
pasado, corre el riesgo de caer. Pero el cuerpo supremo, el macro, el todo, ya tomo
partido por la inercia involteable y el caballo y su hombre continuamos volando. Yo
sobre SATURNO continúo flotando, impulsado por algo o por un todo invisible. Destino
a las estrellas, al mar, la tierra, al aire. Destino a no se donde pero entregado al como.
Ya no domino el cuerpo, si no que me manejan. Y es tan inmensamente placentero,
que solo me queda cerrar los ojos y despertarme algún día si es que algo me lo
impone, en el lugar y forma que disponga mi todo.

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