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EL HIPOCAMPO DE ORO

Sucede en una aldea de pescadores donde una


mujer llamada Glicina, que era muy hermosa y
ademá s viuda porque no conocía el matrimonio, fue
visitada en la noche por un marinero que estuvo
con ella pero que al despertar en la mañ ana se fue.
Pasaron entonces tres añ os, tres meses, tres
semanas y tres días y al cumplir éste tiempo fue
hacia la orilla del sur. Pero en el camino unos
hombres le advirtieron sobre la presencia de un
personaje algo misterioso y fantástico que lo
llamaba el Hipocampo de oro, el primero en
advertirla fue un viejo pescador de perlas, que le
dijo que el hipocampo de oro saldría a buscar una
copa de sangre, luego le salió al paso un pescador
de corales quien le dijo que el hipocampo de oro
saldría en busca de sus ojos y por ú ltimo fue
aludida por un niñ o pescador de carpas que le
comento que el hipocampo de oro saldría en busca
del azahar de durazno de las dos almendras. Pero la
señ ora Glicina siguió adelante en busca del
hipocampo; de un momento a otro a la orilla del
mar empezaron a ocurrir ciertos fenó menos que
presagiaban la presencia del Hipocampo de oro, y
así ocurrió se presento ante ella llorando, Glicina le
interrogó porque lloraba y le dijo que era un rey
infeliz porque no tenía todo lo que quería para ser
feliz.
Abraham Valdelomar
EL VUELO DE LOS CONDORES

Un día mientras regresaba del colegio, me detuve en el muelle, para ver el

circo que había desembarcado, pude ver al payaso, al domador y a otros

curiosos má s. Pues acompañ amos a la delegació n, hasta que cogieron su

cochecito  rumbo a su hospedaje, de pronto una mano toco mis hombros,

era mi hermano Anfiloquio, que me preguntaba, por qué no había ido

temprano a casa, porque ya estaba oscureciendo. Al llegar vi a mi madre

muy enojada, luego me hablo dulcemente, que estuvo mal que llegara tan

tarde, y que no había podido comer, porque estaba muy preocupada;

sollozando le di un beso en las manos y ella me beso en la frente.

Estando en mi cuarto, le conté a mi hermanita lo que había visto en el

muelle, y que el sá bado el circo daría una presentació n, esa noche soñ é

con el circo, vi desfilar al payaso, y la niñ a rubia.

Llegó el sá bado y todos hablaban del circo, mi padre nos dio entradas

para el circo, y ahí se anunciaba el extraordinario y emocionante

espectá culo “el vuelo de los có ndores”. Esa tarde vimos pasar por la calle

al payaso “confitito”, junto a un grupo de niñ os, y la bellísima miss

orquídea, y una banda los acompañ aba, se dirigían al pueblo. Mis


hermanos y yo comimos, tan rá pido como pudimos, nos vestimos y nos

dirigimos al pueblo, el circo estaba en un estrecho callejoncito de adobes,

hacia el fondo en un inmenso corraló n, ahí estaba una gran carpa, de

donde salían gritos, risas, silbidos.

Estando ya adentro en el circo, se presentaron todos los artistas y en el

centro estaba miss orquídea, con su admirable cuerpecito, zapatillas rojas,

sonreía. Salió primero el barrista y con un gran salto mortal que hizo,

cayendo sobre la alfombra, fue aclamado, salió   Míster glandys con su oso,

bailó este al ritmo de la mú sica, luego le toco al payaso; y de pronto todos

exclamaron “EL VUELO DE LOS CONDORES”, apareció miss orquídea y

realizó la prueba y luego el pú blico la exclamo con vehemencia; luego se

anunció que se repetiría la prueba, pero la niñ a cogió mal el trapecio, se

soltó a destiempo, titubeo un poco y con un grito horrible, cayó como una

avecilla herida, sobre la red del circo que lo salvo de la muerte.

Pasaron algunos días el circo seguía funcionando pero ya no daban EL

VUELO DE LOS CONDORES, yo recordaba a la pobre niñ a, sonriente,

pá lida. El sá bado siguiente paso el circo por la calle, pero no vi a miss

orquídea, y entrando a mi cuarto y por vez primera y sin saber porque


lloré, a escondida, un día mientras me iba al colegio,  por la orilla del mar,

me senté a contemplar el mar, al oír unas palabra, volví la cara para ver, y

vi en una terraza a miss orquídea, ambos nos miramos.

Los días siguientes regrese, y así lo hice por ocho días, yo me acercaba a la

baranda de la terraza y los dos nos sonreíamos, pero nunca hablamos, al

noveno día ella ya no estaba en la terraza, corrí al muelle y ahí le vi llegar

cogida de los brazos por míster Kendall y miss Blutner, y al pasar junto a

mí me dijo ¡adió s! Y entrando en el bote saco su pañ uelo y lo agitó

mirá ndome, con los ojos hú medos, y yo con la mano alzada me despedía y

así la vi alejarse en el inmenso océano, hasta no verla má s.

Abraham Valdelomar

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