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etapa.

Como siempre, Winston estaba tendido de espaldas, pero ya no lo ataban tan


fuerte. Aunque seguía sujeto al lecho, podía mover las rodillas un poco y volver la
cabeza de uno a otro lado y levantar los antebrazos. Además, ya no le causaba
tanta tortura la palanca. Podía evitarse el dolor con un poco de habilidad, porque
ahora sólo lo castigaba OʹBrien por faltas de inteligencia. A veces pasaba una
sesión entera sin que se moviera la aguja del disco. No recordaba cuántas sesiones
habían sido. Todo el proceso se extendía por un tiempo largo, indefinido —quizás
varias semanas— y los intervalos entre las sesiones quizá fueran de varios días y
otras veces sólo de una o dos horas.
—Mientras te hallas ahí tumbado —le dijo OʹBrien—, te has preguntado con
frecuencia, e incluso me lo has preguntado a mí, por qué el Ministerio del Amor
emplea tanto tiempo y trabajo en tu persona. Y cuando estabas en libertad te
preocupabas por lo mismo. Podías comprender el mecanismo de la sociedad en
que vivías, pero no los motivos subterráneos. ¿Recuerdas haber escrito en tu
Diario: «Comprendo el cómo; no comprendo el porqué»? Cuando pensabas en el
porqué es cuando dudabas de tu propia cordura. Has leído el libro de Goldstein, o
partes de él por lo menos. ¿Te enseñó algo que ya no supieras?
—¿Lo has leído tú? —dijo Winston.
—Lo escribí. Es decir, colaboré en su redacción. Ya sabes que ningún libro se
escribe individualmente.
—¿Es cierto lo que dice?
—Como descripción, sí. Pero el programa que presenta es una tontería. La
acumulación secreta de conocimientos, la extensión paulatina de ilustración y, por
último, la rebelión proletaria y el aniquilamiento del Partido. Ya te figurabas que
esto es lo que encontrarías en el libro. Pura tontería. Los proletarios no se
sublevarán ni dentro de mil años ni de mil millones de años. No pueden. Es inútil
que te explique la razón por la qu

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