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Mesoamérica fue siempre un territorio muy fértil y favorecido por los


temporales y por su agradable clima, situación que propició la
aparición de la agricultura como forma de vida sedentaria en este
territorio, que comprende la mitad meridional de México, los territorios
de Guatemala, El Salvador y Belice, así como el occidente
de Honduras, Nicaragua y Costa Rica.
Ningún cultivo tuvo tan estrecha relación con el desarrollo de la vida
mesoamericana como el maíz, que se extendió desde Canadá hasta
las pampas chilenas. El maíz se empezó a cultivar en el valle
de Tehuacán, en lo que hoy es Puebla, hace alrededor de siete u ocho
mil años sobre el 5000 a. C.
La coa, un palo con extremo puntiagudo, fue uno de los primeros
instrumentos empleados para el cultivo de maíz. En ocasiones era
necesario talar la vegetación y algunos árboles maduros, a fin de
conseguir una mejor cosecha. Existían diversas técnicas de cultivo
utilizadas hasta la fecha, como la roza, que consistía en limpiar la
tierra, y las terrazas, áreas cultivadas sobre una ladera retenidas por
un pequeño muro. En cambio, las chinampas usadas en el valle de
México tenían un sofisticado sistema que permitía a los campesinos
aprovechar el suelo de las zonas lacustres de forma intensiva. La
propiedad de la tierra fue en un principio comunal, antecedente directo
de los actuales tejidos, aunque posteriormente pasó a propiedad del
Estado teocrático. Los calpullis mexicas eran habitados por los
macehuales, quienes tenían la obligación de trabajar la tierra para su
subsistencia y pagar tributo al jefe de cada barrio.
Cada terreno cultivable era otorgado a los naturales del barrio, pero
podían rentarse con la condición que los arrendatarios fueran
naturales de la misma localidad. La nobleza heredaba a sus hijos las
tierras de su posesión y al extinguirse la línea pasaba a manos del
tlatoani. Las tierras fueron:

1. Teopantlalli, para la manutención de los sacerdotes.


2. Tlatocatlalli, para los gastos del palacio.
3. Tecpantlalli, para pagar a los criados del palacio.
4. Tecuhtlatoque, de cuyo producto se pagaba a los jueces.
5. Michmalli, para abastecer a las tropas en campaña.
6. Yoatlalli, tierras ganadas en la lucha.
7. Tlatocanlli, destinada a los nobles.
8. Tlamilli, para la familia del macehual.
9. Altepetalli, para la comunidad en general.
Otras plantas cultivadas en el territorio mesoamericano fueron
la calabaza, el chayote, el epazote, el huatli, el camote, la mandioca,
la jícama, la vainilla, el algodón y el tabaco.
Mesoamérica fue siempre un territorio muy fértil y favorecido por los
temporales y por su agradable clima, situación que propició la
aparición de la agricultura como forma de vida sedentaria en este
territorio, que comprende la mitad meridional de México, los territorios
de Guatemala, El Salvador y Belice, así como el occidente de
Honduras, Nicaragua y Costa Rica.
Ningún cultivo tuvo tan estrecha relación con el desarrollo de la vida
mesoamericana como el maíz y uva , que se extendió desde Canadá
hasta las pampas chilenas. El maíz se empezó a cultivar en el valle de
Tehuacán, en lo que hoy es Puebla, hace alrededor de siete1 u ocho
mil años,2 sobre el 5000 a. C.
La coa, un palo con extremo puntiagudo,3 fue uno de los primeros
instrumentos empleados para el cultivo de maíz. En ocasiones era
necesario talar la vegetación y algunos árboles maduros, a fin de
conseguir una mejor cosecha. Existían diversas técnicas de cultivo
utilizadas hasta la fecha, como la roza, que consistía en limpiar la
tierra, y las terrazas, áreas cultivadas sobre una ladera retenidas por
un pequeño muro. En cambio, las chinampas usadas en el valle de
México tenían un sofisticado sistema que permitía a los campesinos
aprovechar el suelo de las zonas lacustres de forma intensiva. La
propiedad de la tierra fue en un principio comunal, antecedente directo
de los actuales tejidos, aunque posteriormente pasó a propiedad del
Estado teocrático. Los calpullis mexicas eran habitados por los
macehuales, quienes tenían la obligación de trabajar la tierra para su
subsistencia y pagar tributo al jefe de cada barrio.
Cada terreno cultivable era otorgado a los naturales del barrio, pero
podían rentarse con la condición que los arrendatarios fueran
naturales de la misma localidad. La nobleza heredaba a sus hijos las
tierras de su posesión y al extinguirse la línea pasaba a manos del
tlatoani. Las tierras fueron:
1.-Teopantlalli, para la manutención de los sacerdotes.
2.-Tlatocatlalli, para los gastos del palacio.
3.-Tecpantlalli, para pagar a los criados del palacio.
4.-Tecuhtlatoque, de cuyo producto se pagaba a los jueces.
5.-Michmalli, para abastecer a las tropas en campaña.
6.-Yoatlalli, tierras ganadas en la lucha.
7.-Tlatocanlli, destinada a los nobles.
8.-Tlamilli, para la familia del macehual.
9.-Altepetalli, para la comunidad en general.
Otras plantas cultivadas en el territorio mesoamericano fueron la
calabaza, el chayote, el epazote, el huatli, el camote, la mandioca, la
jícama, la vainilla, el algodón y el tabaco.
La producción de alimentos es un hecho cultural cuyas formas
específicas son resultado de una suma de factores como lo que la
tierra ofrece –en función del clima, el relieve, la hidrografía, el tipo de
suelo–, el conocimiento acumulado sobre el ciclo de desarrollo de las
plantas y las costumbres de los animales que se capturan, las técnicas
para sembrar, recolectar, cazar o pescar, así como la eficiencia de los
instrumentos disponibles para tales fines y para preparar los alimentos.

En la época prehispánica se dieron dos formas básicas de cultivo del


maíz: de temporal y de riego. Ambas requerían de una planeación
adecuada y una participación colectiva. El terreno donde se sembraría
debía estar completamente despejado, para ello, con la ayuda de
hachas y fuego, se tumbaban los árboles y se retiraba la maleza.
Como las parcelas pueden utilizarse a lo más tres años, pues el suelo
puede agotarse y producir cosechas escasas, el proceso de limpieza
se repetía periódicamente, lo que sin duda tenía consecuencias sobre
la extensión de los bosques.

Una vez limpio el terreno, se plantaban entre tres y seis granos cada
dos pasos (entre 15 y 20 mil por hectárea). Las parcelas eran de
distintos tamaños aunque al parecer había preferencia por las que
podían satisfacer las necesidades de núcleos familiares y, muy
importantes, ser atendidas adecuadamente, pues la milpa necesita de
constantes cuidados y el crecimiento de maleza puede afectar el
desarrollo de las plantas. Las parcelas que se localizaban en laderas
estaban delimitadas por muros de contención o hileras de magueyes,
que detenían la erosión del suelo y permitían una mayor retención de
humedad.

La agricultura de riego permitía obtener más de una cosecha al año y


fue uno de los factores que propiciaron el crecimiento de la población.
Para la época de la conquista, la ciudad de Tenochtitlan era capaz de
mantener a su gran población gracias, entre otras cosas, a la
existencia de un amplio complejo de chinampas, en el que se cultivaba
maíz en combinación con especies como la calabaza, el frijol y una
gama de yerbas comestibles conocidas genéricamente como quelites.
Hoy en día ese modelo de cultivo del maíz en compañía de otras
especies –lo que llamamos la milpa– persiste en amplias zonas rurales
y constituye su base de subsistencia. Las adaptaciones del hombre en
relación con el maíz y otras especies no se limitan a las relativas a su
cultivo. Se desarrollaron también técnicas e instrumentos para
procesarlo y almacenarlo, entre ellos: los metates esenciales para
moler el grano, tan eficientes que permanecieron prácticamente
inalterados hasta épocas relativamente recientes; los objetos de
cerámica, como las ollas –esenciales en la evolución de las prácticas
culinarias pues permiten controlar y hacer más expedita la cocción de
los alimentos– y los comales para cocer o calentar las tortillas.

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