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5/30/2018 François Dubet: "No sólo somos víctimas de desigualdades, somos también sus autores" - LA NACION

LA NACION | IDEAS | LITERATURA

François Dubet: "No sólo somos víctimas


de desigualdades, somos también sus
autores"
El sociólogo francés postula en su libro ¿Por qué preferimos la desigualdad? que el
debilitamiento de los lazos de solidaridad erosiona la integración social tanto como los
procesos económicos globales
Raquel San Martín

30 de agosto de 2015  

Foto: Matthieu Riegler / CC­BY

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5/30/2018 François Dubet: "No sólo somos víctimas de desigualdades, somos también sus autores" - LA NACION

L ejos de ser una fatalidad, o sólo un producto de decisiones de los poderes


económicos globales, la desigualdad puede estar también alimentada por pequeñas
decisiones cotidianas, desde la escuela que elegimos para nuestros hijos, la puntualidad
en el pago de los impuestos o el modo en que nos comportamos con los extranjeros. "No
somos sólo víctimas de desigualdades sociales, somos también un poco sus autores",
dice el sociólogo François Dubet, que en su último libro,¿Por qué preferimos la
desigualdad? (Siglo XXI), da una vuelta de tuerca inquietante al tema de moda en el
análisis social y económico. Claro que no atribuye el fenómeno a un conjunto de malas
intenciones individuales, sino al debilitamiento de los lazos de solidaridad que solían
sostener un "modelo de integración" que parece acabado, en el mundo desarrollado y
fuera de él. "Ya no consideramos a los otros lo suficientemente semejantes a nosotros
como para querer su igualdad social aceptando algunos 'sacrificios' como los impuestos
o la asistencia a la misma escuela", sostiene en diálogo con LA NACION.

Dubet -uno de los sociólogos más destacados de la escena intelectual francesa, que se ha
ocupado en otros trabajos del modelo de igualdad de oportunidades, la escuela, la
inmigración y el rol de la sociología- subraya un cambio de época: la solidaridad ya no es
un elemento permanente del sistema social, sino "una producción continua, resultado
de las acciones individuales y las políticas públicas". El autor, que estará en noviembre
próximo en la Argentina, reconoce que los populismos de derecha que se extienden por
su continente fueron una de las inspiraciones para este libro. "Lo escribí para que las
fuerzas de la izquierda y progresistas no abandonen la cuestión de la solidaridad a la
extrema derecha populista que propone soluciones irreales, peligrosas y moralmente
inaceptables", dice.

Empiezo por devolverle la pregunta del título de su libro: ¿por qué
preferimos la desigualdad?

Entre los años 1900 y 1980, las desigualdades sociales se redujeron fuertemente en las
sociedades industriales desarrolladas. Hoy, la tendencia se ha revertido y las
desigualdades sociales se incrementan. Quisiera demostrar que este retorno de las
desigualdades no es sólo un efecto mecánico de las mutaciones del capitalismo, sino que
también responde al hecho de que los individuos ya no eligen la igualdad social. Mi
hipótesis es que la elección de la igualdad o, más modestamente, de la reducción de las
desigualdades, descansa sobre los lazos y los sentimientos de solidaridad, que hoy están
en declive, y de cierta manera no queremos más "pagar por los otros". Nuestro apego

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formal al principio de igualdad no se transforma en deseo de igualdad social cuando


elegimos una escuela privada, los barrios socialmente homogéneos, la seguridad
privada, cuando nos quejamos contra los impuestos, cuando excluimos a los nuevos
migrantes...

¿Cómo podemos adaptar la idea de igualdad a la diversidad de las personas
y sus condiciones de vida y valores, todas cosas que tendemos a valorar
positivamente hoy?

La igualdad no es igualitarismo. La igualdad social consiste en hacer que los ciudadanos


de una misma sociedad dispongan de condiciones de vida suficientemente próximas
para que tengan el sentimiento de vivir en el mismo mundo y ser solidarios y
dependientes los unos de los otros. En rigor, aceptamos las desigualdades sociales
mientras no amenacen el sentimiento que tenemos de ser fundamentalmente iguales a
pesar de nuestras diferencias y a pesar de las desigualdades "naturales" entre los
individuos. Diversas investigaciones muestran que los individuos consideran que una
sociedad en la que el 10% más rico fuera tres veces más rico que el 10% más pobre sería
una sociedad con desigualdades sociales "justas" y aceptables.

Algunos de sus colegas argumentan que la desigualdad se ha vuelto
insuficiente para describir el mundo contemporáneo. ¿Coincide?

Es verdad que hoy las desigualdades sociales explotan en los dos extremos de la
estructura social: los superricos de un lado, los excluidos del otro. Pero eso no significa
que todo el resto de la sociedad sea una vasta clase media homogénea. A decir verdad,
denunciamos las grandes desigualdades, aquellas de las oligarquías superricas y de los
excluidos superpobres, y tenemos razón en hacerlo. Pero en lo que respecta al resto,
defendemos las pequeñas desigualdades que nos son favorables y, con frecuencia,
pensamos que sólo los muy ricos deberían pagar y también que los muy pobres no
merecen siempre recibir asistencia porque son "clases peligrosas". En verdad, la noción
de desigualdad sigue siendo fundamental porque las personas actúan en función de
pequeñas desigualdades que nos afectan directamente. Con frecuencia denunciamos las
desigualdades grandes para justificar mejor las pequeñas desigualdades que nos son
favorables.

¿Podría darme un ejemplo de "pequeñas desigualdades"?

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El ejemplo en el que pienso es el de la escuela. Cuando elegimos defender las


"pequeñas" desigualdades entre las escuelas, producimos, a pesar nuestro, grandes
desigualdades escolares en términos de trayectorias escolares y ellas producen grandes
desigualdades en términos de ganancias. El mecanismo es el mismo para las
desigualdades de la atención de la salud entre los grupos sociales. Con frecuencia, las
grandes desigualdades que condenamos resultan de pequeñas desigualdades que
defendemos.

¿Qué rol juega la escuela en debilitar los fundamentos de la solidaridad y la
fraternidad? ¿O sigue siendo uno de los últimos espacios de resistencia del
modelo de integración?

En países como la Argentina y Francia, la escuela básica pública fue pensada como la
escuela de la integración nacional y de la formación de un ciudadano "esclarecido". Este
ideal existe todavía, pero corresponde cada vez menos a la realidad, porque la
masificación escolar (el alargamiento de los estudios y la influencia de los diplomas
sobre las carreras profesionales) ha incrementado considerablemente la competencia
escolar entre los grupos y las familias. Ellas buscan, en primer lugar y cuando pueden, la
formación más eficaz y, en cierta medida, la más desigual. Es por esta razón que la
unidad y la calidad de la escuela obligatoria son imperativos de la igualdad. Pero
debemos reconocer que está lejos de ser la regla y que los grupos que se benefician de
las desigualdades escolares no lo apoyan.

En este escenario, ¿como puede el nuevo individuo ­singular, cada vez más
potenciado­ convivir con la idea y las demandas de la solidaridad y la
fraternidad?

No creo que el individualismo sea el enemigo, ni que los individuos sean siempre
egoístas. El mundo de antes no era siempre benevolente y agradable. Además,
defendemos nuestras singularidades individuales mientras denunciamos el
individualismo egoísta de los otros. El mayor problema me parece más bien que es del
orden de las representaciones capaces de dar fundamento a la solidaridad. Hace un
largo tiempo, sobre todo en Europa, esta representación descansaba sobre tres pilares :
la división del trabajo "funcional" y las clases sociales; las instituciones de integración
como la Iglesia y la escuela, y el imaginario de la sociedad como una comunidad
nacional compuesta de semejantes. Por razones vinculadas con los cambios del
capitalismo y las transformaciones culturales, esos tres pilares de la solidaridad se
desintegraron y renunciamos a querer una cierta igualdad social porque ya no

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consideramos a los otros lo suficientemente semejantes a nosotros para querer su


igualdad social, aceptando algunos "sacrificios", como los impuestos o la asistencia a la
misma escuela.

Su argumento se aplica a la mayoría de los países europeos, en los que el
"modelo de integración" se debilita. ¿Cómo se comportan las desigualdades
en sociedades menos integradas?

Podemos dar vuelta la pregunta. Si las sociedades industriales europeas han sido
relativamente igualitarias, como los Estados Unidos durante un cierto período, es
porque esas sociedades se han percibido como particularmente homogéneas y solidarias
a través de sus instituciones y los movimientos sociales. Por el contrario, cuando las
sociedades son menos integradas, menos "desarrolladas" y más fuertemente escindidas
entre los sectores modernos y los sectores tradicionales, porque su historia se mantiene
marcada por la conquista colonial y las divisiones étnicas y raciales, la voluntad de
igualdad social es claramente más débil y la distancia entre los diversos grupos sociales
se mantiene profunda, a pesar de la fuerza de los imaginarios nacionalistas y
"revolucionarios".

¿En qué medida hoy predomina un discurso moral para hablar sobre los
pobres o incluso sobre países que atraviesan problemas económicos, como
Grecia?

En Europa y en América del Norte, las encuestas muestran que las personas explican
cada vez con mayor frecuencia la desocupación y la pobreza por las conductas de los
desempleados y los pobres. De ahí la idea de que ellos merecerían menos nuestra
solidaridad, dado que son responsables de su suerte. Esta opinión es consecuencia de la
creencia en nuestra libertad común y nuestra igualdad fundamental: más afirmamos
que somos libres e iguales, más nos volvemos responsables de nosotros mismos y, bajo
el reino formal de la igualdad de oportunidades, el éxito de unos supone que los otros
son responsables de sus fracasos. Si estas personas son además de origen extranjero o
de un color diferente, es fácil pensar que no les debemos nada. La libertad y la igualdad
no siempre son favorables a la fraternidad.

Usted escribe que "las instituciones no pueden limitar su rol al de proveer
servicios más o menos eficaces". En una sociedad diversa y plural, ¿cómo
pueden las políticas públicas, o el Estado, promover un sentido de
comunidad ?
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Por supuesto que las políticas sociales deben ser eficaces. Pero también es importante
que asuman una dimensión simbólica y pongan en evidencia los mecanismos de la
solidaridad. Por ejemplo, es indispensable saber quién "paga" y quién "gana" en las
políticas de salud o educación. Generalmente, esas políticas son más favorables a las
clases medias y a los ricos que a los más pobres, contrariamente a lo que dicen sus
responsables políticos. Es necesario también que las políticas sociales dejen claros los
principios de justicia sobre los que se apoyan: la igualdad, el mérito, las necesidades. Sin
eso, corremos el riesgo de ver declinar la legitimidad de las políticas sociales, como ya
sucede en los países más ricos y más liberales, por ejemplo Estados Unidos y Gran
Bretaña.

¿En qué medida los movimientos populistas de derecha fueron una
inspiración para su libro?

Hoy en Europa los fundamentos de la solidaridad y de la fraternidad se debilitan en


todas partes y la extrema derecha se nutre de este sentimiento agudo de crisis. He
escrito este libro para que las fuerzas de la izquierda y progresistas no abandonen la
cuestión de la solidaridad a la extrema derecha populista que propone soluciones
irreales, peligrosas y moralmente inaceptables. ¿Qué dicen estos populistas? Dicen que
recuperaremos una cierta solidaridad replegándonos sobre las economías nacionales
(algo irreal y falso), instalando regímenes políticos fuertes y "virtuosos" (lo que es
peligroso), excluyendo a los extranjeros y las minorías culturales (lo que es moralmente
inaceptable, irreal y peligroso). Pero contra esas ideas no es suficiente oponer buenos
sentimientos y la sola confianza en el crecimiento económico. Hace falta también que
las izquierdas se planteen directamente el problema de la solidaridad y del imaginario
de la fraternidad, los problemas morales que no pueden abandonar a los populismos.

¿Qué tan optimista es sobre el futuro?

Personalmente, no soy muy optimista, pero como sociólogo no ignoro que las
sociedades tienen más recursos de los que solemos creer y que lo peor no
necesariamente ocurre. En todo caso, las ciencias sociales deben hacer su trabajo y
colaborar a la reflexión y los debates evitando las respuestas y las ilusiones antiguas,
señalando a cada uno sus responsabilidades. No somos sólo víctimas de desigualdades
sociales, somos también un poco sus autores.

¿Por qué lo entrevistamos?


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Biografía
Por: Raquel San Martín

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