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Donde fueron los dioses

Extraños compañeros de piso, hemos ido llegando poco a poco, desde todas partes del
mundo. Unos vinieron enfurecidos, otros desolados, y la mayor parte de nosotros vinimos
resignados.
Paseo por la casa, con su infinito número de habitaciones que ni yo puedo contar. En el
salón principal algunos contemplan una de tantas partidas de ajedrez entre Zeus y Odín.
De repente Zeus se levanta enfurecido, la silla catapultada hacia atrás, los cuervos de
Odín le ayudan en sus jugadas. Odín, con el rostro oculto tras su sombrero de ala ancha,
no contradice al ofendido, pues le gusta hacer trampas de vez en cuando, como a todos
nosotros, mas nunca lo reconocerá. Espera en silencio a que los rayos dejen de sacudir
el tablero, él también puede lanzar rayos si quiere, lo dicen su ojo y su sonrisa
desdeñosa.
Al lado de la chimenea Bastet ronronea medio dormida mientras Morfeo le rasca tras las
orejas. Su hermana Sekhmet, que nunca se separa demasiado de ella, se arregla su
fiera melena desganadamente, perezosa. Estas diosas felinas, siempre echadas en
algún lado... Sekhmet me mira con ojos predadores, mejor me voy antes de que decida
jugar al ratón y al gato conmigo. En la sala contigua Shiva baila su danza cósmica,
ensimismado, ajeno a la conversación que mantienen su hijo Ghanesa, Toth y Tou-Mou,
aficionados todos ellos a los libros, la historia y la escritura. A su lado, Lugh les escucha
en silencio mientras talla algo en un trozo de madera. Le gustan tales temas, pero no es
capaz de dejar las manos ociosas. Tampoco encontraré compañía aquí, no es que no
me gusten las historias... pero prefiero las que son de otro tipo.
En el jardín hay bastante gente. Morrigan y Kali practican algún deporte sangriento, sus
espadas goteando sangre y sus miradas encendidas, mientras Durga, Svantovit y Tiamat
opinan sobre aquella guerra o la otra y Kuan- Yin se cubre el rostro con sus blancas
manos, la esencia de la compasión alimentándose desgarrada con la crueldad de la
violencia. Me encamino hacia el estanque, divertido por la absoluta seguridad de saber
que allí siempre encontraré a los mismos. Vishnu, Minerva, Amaterasu, Imhotep... les
gusta sentarse aquí en estado contemplativo, fanáticos de la paz, me enerva su
misticismo y esa mirada perdida en el vacío de su propia serenidad. Allí, en ese rincón,
se oye la cháchara incesante de Ceres, Brígida, Gaia, Ama-no-Uzume, Flora, Tlaloc, con
sus manos metidas hasta el codo en la tierra fértil que nace allá donde ellas pisan,
recolectando, nutriendo, sembrando los frutos que generosamente nos ofrecen cada día
y de los cuales todos nosotros comemos. Por encima de ellas Ra, Balder, Dagda, Mitra,
Huitzilopochtli, dioses resplandecientes en su luz solar, prestan su calor en un
apareamiento lejano entre tierra y cielo. Quisiera hacer un comentario mordaz sobre las
ventajas de la carne unida a otra carne, pero no suelen tener demasiado sentido del
humor, dioses de la cosecha que sólo desean el crecimiento sin pensar en el nacimiento
en sí. Mejor me voy a la cocina, allí siempre se pasa un buen rato, básicamente por el
jaleo que arman Dionisos, I-Ti y Heracles, que para ser un semidios se coge unas
borracheras “divinas”. Siempre convierten sus hábitos alcohólicos en tremendas fiestas a
las que nunca faltan T´ien- Khuan, Hathor y Dazshbog, encantados de irradiar un poco
de esa felicidad que les rezuma por los poros. Las risas estruendosas y la embriaguez
poco a poco atraen a los músicos, Apolo, Pan, Taliesin, las melodías de éstos llamando
a su vez a los bailarines, Talia, Bes, e incluso Shiva, que si bien prefiere bailar a solas,
tampoco pone objeciones a hacerlo con otros de vez en cuando. Tezcatlipoca se quita
su traje blanco de Quetzalcoatl y se viste de negro, elegante, para unirse también a la
danza. Unas cosas llaman a otras y al final nos reunimos casi todos, al fín y al cabo
somos dioses y nos gusta divertirnos, ¿no lo habéis notado? Y nos da igual que haya
vecinos, esos pobres miserables que aún tienen que trabajar día a día, viven demasiado
regodeados en su propia predominancia como para molestarse en aporrear la puerta de
esta casa donde nosotros, infelices dioses venidos a menos, nos entretenemos en
nuestras propias quimeras. Algunos dioses siempre permanecen algo apartados, seres
oscuros del inframundo, serios y responsables, que hablan con y de los muertos. Anubis,
Hades, Hécate, Zernobog, Kartikeya, Osiris, Ba´al. Son un club algo sombrío, y no
suelen estar para bromas. La muerte es un asunto muy serio, o al menos eso es lo que
creen. El rumor de la jarana flota por los pasillos, y Vesta, Neith, Audhumla y Chih-nii
ponen los ojos en blancos, qué vida triste la de los guardianes del hogar y del orden
obligados a convivir con el caos y el desenfreno. Se oyen ruidos amortiguados en las
habitaciones, los dueños del amor entregados a su propio éxtasis hambriento, Afrodita,
Freyja, Astarte, Lakshmi, Eros, Adonis, Dumuzi, Kama, revueltos en una orgía que
sacude la casa hasta sus cimientos, pasiones desproporcionadas que se alimentan de sí
mismas arrasando todo lo que se les pone de por medio. Mejor me alejo, nunca se sabe
qué efecto te puede producir la pasión en estado puro. Aquí veo un grupo al que unirme.
Mis amigos Anansi, Hermes, Coyote, Maui y Sicksa se ríen entre dientes de alguna
jugada malévola. Estoy entre los míos, soy Loki Camina-cielos, y me río para mí mismo
pensando en todo el tiempo que invertí en planear el Ragnarok, para que al final fuesen
los humanos quienes, olvidándonos, provocaran nuestro ocaso. Seguro que a mis
iguales les gusta la historia, somos dioses antiguos y olvidados, y ya sólo nos queda
reírnos unos de otros.

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