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13/9/2020 México: entre dos fuegos | Opinión | EL PAÍS México

OPINIÓN

TRIBUNA i

México: entre dos fuegos


Cabe preguntarse si el actual Gobierno no hubiera podido
hacer más y mejor frente a una quiebra que está arrasando
con el trabajo y la trayectoria existencial de miles de personas

VANNI PETTINÀ

07 SEP 2020 - 14:38 CEST

Un niño toma una clase en línea por el cierre de los colegios, el 24 de agosto. NAYELI CRUZ / EL PAÍS

Fue mi amigo Sergio quien por primera vez me habló del lugar: “Es una escuela
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sencilla”, me dijo frunciendo el ceño, “ya verás, pero mi hijo fue muy feliz allí”. Y
así fue, seguí su consejo y, primero mi hija mayor y luego el menor, fueron a
esta escuelita de la colonia Nápoles de la Ciudad de México. Como había
preanunciado Sergio, en esta escuela mis hijos fueron felices y lo fueron de
forma sencilla, una gran virtud en una ciudad donde las escuelas compiten para
atraer a los hijos de nosotros, los privilegiados, ofreciendo clases de cross fit,
enseñanza exclusivamente en inglés o alemán y quien sabe qué otra
parafernalia. A pesar de ser una escuela privada, era, antes mis ojos, lo que
más se acercaba en estética, simplicidad y falta de retórica grandilocuente a
una de aquellas instituciones públicas donde yo me había educado, había
aprendido y, eso es, había sido feliz.

Hace unas semanas, con la misma sencillez que caracterizaba el estilo de la


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, q
casa, nos comunicaron que la escuela había quebrado y que cerraba de forma
inmediata. Fin, kaput, acabado: así terminaba la historia de la institución
educativa a la que habían ido los hijos de Sergio y ahora iban los míos. Al no
poder mandar sus hijos a la escuela, a causa de la pandemia, una buena parte
de los padres, que también se encontraba nadando entre fuertes dificultades
económicas, llevaba meses sin pagar sus cuotas. Y así fue, la pandemia se
cebaba también con la escuela, sus trabajadores y profesores, desapareciendo
engullida en la nada, después de muchos años de existencia en la colonia.
En México, como en muchas otras partes del mundo, la crisis de salud pública,
lo sabemos, ha desencadenado otro descalabro económico y social, igual o
más poderoso todavía. Y, sin embargo, ver quebrar una escuela no es lo mismo
que asistir al cierre de otro ejercicio comercial. Con su clausura se pierden

años de experiencia acumulada en la educación de las futuras generaciones y


se malgasta la profesionalidad adquirida por el personal decente, que quien
sabe a qué oficios se tendrá que dedicar ahora para sobrevivir.

Frente a episodios como este, cabe preguntarse si el actual Gobierno no


hubiera podido hacer más y mejor frente a una quiebra que está arrasando con
el trabajo y la trayectoria existencial de miles de personas. Es evidente que la
reacción, los instrumentos, pero también el discurso oficial que tiende a
minimizarlo todo y a reducir hasta la crisis más grave a un pequeño problema
de coyuntura, no han estado a la altura de las circunstancias.
Pero, en el trasfondo de la crisis emerge, sobre todo, una vez más y de forma
todavía más grave, la insoportable delgadez no tanto del gobierno, sino más
bien del Estado mexicano, mermado, saqueado y abandonado por décadas por
una elite política irresponsable hasta lo inimaginable. Aún habiendo querido es
evidente que, como ha transmitido con sinceridad la secretaria de Economía,
Graciela Márquez, el Gobierno no hubiera tenido ni los recursos públicos, ni los
instrumentos necesarios para ni siquiera intentar un plan de rescate integral de
la magnitud necesaria para evitar el colapso de la economía nacional.

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Por ello, en estas circunstancias, siguen siendo sorprendentes las críticas de


una parte considerable del mundo intelectual del país, que pone al centro de su
j’accuse el desconcierto por los ataques del actual Gobierno a la estética de la
democracia liberal mexicana. Una estética que llaman instituciones, sin
parecer haberse percatado de que, en realidad, se trataba de unas cajas en
larga parte vacías, dejadas por demasiado tiempo privadas de contenidos

reales, y por ende decorativas más que operativas. Lo más grave, me parece,
es que, en sus críticas hacia la lamentable falta de sensibilidad institucional del
actual gobierno, obvian una vez más que es justamente en esa carencia crónica
de contenidos sustanciales donde se encuentra la fuente primaria de los rasgos
más insufribles del experimento político que en estos dos años ha gobernado el
país. La deslegitimación que sufren las instituciones y que las hace, además,
más frágiles frente a los ataques del actual ejecutivo, no es producto del
desprecio de AMLO hacia ellas, sino de décadas en que su descuido ha sido
una práctica casi oficial. El proyecto político morenista habría podido intentar
rescatarlas, reforzarlas y consolidar las bases de su operatividad, anclándolas
a reformas sociales de calado: porque no puede haber democracia e
instituciones democráticas reales en un país donde más del 50% de su
población vive bajo niveles de pobreza y con una violencia que amenaza en
profundidad el desarrollo normal de la vida pública nacional. No existe
democracia sin un pacto social de mínimos que sustente sus instituciones y
esto no lo hubo nunca en las décadas posteriores a la transición. En el hecho de
no haber elegido esta estrategia de rescate y reforma del estado radica, desde
mi punto de vista, el pecado capital del proyecto de cambio lopezobradorista,
pero no es suya la responsabilidad del estado lamentable en que se encuentra
el encaje político-institucional del país.
No haberse opuesto con vehemencia, a lo largo de las décadas precedentes, a
las graves omisiones que se han dado en la construcción de lo que debía de ser
un proyecto nacional democrático e incluyente y, en cambio, hacerlo ahora que
se trastocan las que ya son las partes más superficiales del sistema socio-
político resta credibilidad a la crítica de algunos de los sectores más influyentes
de la inteligentsia del país. No hace falta decir que esta crítica es,
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evidentemente, legítima y debería poderse expresar en absoluta libertad, pero


en su conjunto resulta escasamente creíble y poco eficaz para generar una
alternativa al presente.
La sensación es que Gobierno, oposición y una parte de la inteligentsia
pertenezcan a un mundo pasado y la esperanza es que los límites que todos
ellos están mostrando a la hora de enfrentar una crisis cuya magnitud no tiene
precedentes sirva para generar el espacio necesario para que germinen otras
opciones de futuros. Si esta es la esperanza, el temor es que, en cambio, ese
espacio lo ocupe un movimiento populista reaccionario, que acerque México a
la dramática experiencia de los otros dos gigantes de la región: Brasil y Estados
Unidos. Ojalá sea la primera y que México no acabe como la escuelita de mis
hijos.

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