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Apéndice 2.

La hipótesis atómica
“Que se entienda de una vez por todas que la hipótesis atómica es sólo una forma de representar el
comportamiento de las sustancias. La naturaleza “real” de la materia es algo que ignoramos por completo y debe
dejarnos completamente indiferentes”.
Wilhelm Ostwald, químico ruso-alemán ganador del premio nobel (1853-1932).

La hipótesis atómica es el mejor ejemplo de hipótesis científica. Además de ser enormemente fructífera,
muestra cómo nuestra mente es capaz de ver lo que nuestros ojos no y cómo el método científico se encarga de
desengañarnos diferenciando entre lo que es producto de la imaginación y las ideas que se corresponden con
algún aspecto de la realidad.

En el capítulo 1 se menciona que esta hipótesis fue propuesta inicialmente, desde el punto de vista
científico, para explicar fenómenos químicos. Además de explicar la gran diversidad de materiales que nos
rodean, suponer que cada material estaba formado por una combinación particular de elementos también explica
cómo era posible que un material se convierta en otro (ver pág. 36). Un poco de reflexión sobre esta idea nos dice
que si somos capaces de manipular los elementos mediante reacciones químicas en la forma adecuada deberíamos
de ser capaces de hallar una combinación que produzca cualquier material, en particular oro. Tal fue la obsesión
de los primeros alquimistas, pero les ocurrió igual que a los pitagóricos: aún estaban demasiado acostumbrados a
explicar los fenómenos mediante supersticiones y el método científico aún no había sido establecido. Aunque
efectivamente ya habían dado con la hipótesis que explicaba correctamente la diversidad y los cambios en los
materiales, los alquimistas no estaban todavía en condiciones de desechar las hipótesis imaginarias que se les
ocurrían pero que aparentemente explicaban muchas cosas observadas. Esto ocasionó que con el paso del tiempo
la alquimia se fuera llenando de ideas supersticiosas.

La transición de la alquimia a la química moderna fue estimulada por el derrocamiento de la antigua


astronomía, un evento que hizo que los estudiosos se replantearan sobre la veracidad de todo el conocimiento que
habían dado por cierto durante siglos. El suizo Bombastus von Hohenheim (1493-1541), más conocido como
Paracelso, fue un alquimista, médico y astrólogo que se salió de las tradicionales líneas de investigación de la
alquimia, como la obtención del elixir de la vida, de la piedra filosofal o la transmutación, y fue pionero en la
aplicación de compuestos fabricados artificialmente como fármacos. Cien años después, Johann Rudolf Gluber
(1604-1668) se convierte en el primer farmacólogo. Gluber descubrió un método para preparar ácido clorhídrico
por medio de una reacción del ácido sulfúrico sobre la sal común. En el proceso obtuvo por residuo una sal, el
sulfato de sodio, que aún es conocida como “sal del Glubler”. Todavía se usa por sus propiedades laxantes y en
aquel momento, debido en parte a unas pocas propiedades reales pero sobre todo al efecto placebo, se le consideró
un curalotodo. Las ganancias que Gluber obtuvo por la fabricación de éste y otros compuestos de utilidad
farmacológica motivaron a sus colegas a abandonar la frenética carrera de locos tras la obtención de oro mediante
la transmutación alquímica para dedicarse a la más realista posibilidad de obtenerlo mediante la sintetización de
compuestos químicos útiles y comerciales.

El paso crucial que convirtió a la antigua alquimia en ciencia fue, por supuesto, la aplicación de la medida y
la observación empírica. Durante sus trabajos los alquimistas obtenían vapores pero eran sustancias escurridizas,
difíciles de estudiar y fáciles de ignorar. El científico flamenco Jean Baptista Van Helmont (1577-1644) se
preocupó por atrapar y estudiar los vapores que se obtenían de las reacciones químicas. Uno de estos vapores lo
obtuvo como producto de combustión de la madera, convirtiéndose en el descubridor de lo que actualmente

1
Figura 1.
conocemos como dióxido de carbono. Fue el primero en diferenciar entre el aire y otras sustancias
gaseosas. Pensaba que esas sustancias informes eran como el caos al que se referían los griegos y así
los llamó. “Chaos”, que pronunciado con la fonética flamenca suena a los oídos de un español como
“gas” y es el nombre que aún usamos para esos “vapores”. Otro estudioso de las propiedades del
aire fue un físico italiano, Evangelista Torricelli (1608-1647), quien inventó el barómetro y
demostró que el aire ejercía presión. La fuerza de la presión atmosférica fue circensemente
demostrada por el físico alemán Otto von Guericke (1602-1686) quien en 1654, usando una bomba
neumática de su invención, extrajo el aire de dos semiesferas que se acoplaban mediante un reborde engrasado.
Después ató caballos a cada semiesfera y los fustigó para que tiraran en direcciones opuestas, pero no pudieron
separarlas. En cuanto dejó entrar de nuevo el aire las semiesferas se separaron solas. Es la clase de circo que los
científicos aún tienen que hacer para ganarse patrocinadores y despertar el interés popular, ambas cosas
conseguidas por Otto.

Uno de los personajes interesados por el trabajo de Otto fue el químico irlandés Robert Boyle (1627-1691),
quien experimentó en la dirección opuesta, comprimiendo el aire en vez de vaciarlo. En sus experimentos, Boyle
demostró que el volumen de una muestra de aire variaba con la presión a la que era sometida según una
proporción inversa simple. Esta ley fue deducida con la ayuda de un tubo de ensayo largo y curvado como el que
se muestra en la figura 11: el volumen de la burbuja de aire atrapada en la sección izquierda varía según la presión
que la columna de fluido de la derecha. La presión se debe al peso del fluido, el cual se debe a su vez a la altura
de la columna y por lo tanto el volumen de la burbuja de aire varía en función de la altura de la columna según
una regla matemática precisa. Este sencillo descubrimiento fue la primera de muchas flechas que apuntarían hacia
la validez de la teoría atómica. Hasta entonces, los químicos habían estado de acuerdo en que la variedad de
sustancias que hay en la naturaleza se debe a las diferentes combinaciones posibles entre los elementos, pero
estaban divididos con respecto a la opinión de si estos elementos eran de naturaleza granulosa, como la arena, o
continua, como el agua (a escala macroscópica 1). El descubrimiento sobre la compresibilidad del aire se explicaba
mucho mejor suponiendo que los elementos eran de naturaleza granulosa, formada por las pequeñas unidades
indivisibles llamadas átomos. Si el aire fuera de naturaleza continua sería incompresible como los líquidos y los
sólidos2; en cambio, si estaba formado por pequeñas partículas separadas entre si por espacio vacío, al ejercer
presión sobre ellas se comprimirían fácilmente. Pero como la materia líquida al evaporarse se convertía en gas, si
el gas estaba formado por átomos los líquidos seguramente también. Y puesto que los líquidos se pueden
solidificar, el mismo razonamiento es aplicable para pensar que los sólidos también están hechos de átomos.

Los estudios de Boyle marcan el final de la alquimia. Su libro “El químico escéptico”, publicado en 1661, le
da nombre a la nueva ciencia y denota su carácter con respecto a su predecesora. Boyle no se creía los argumentos
meramente racionales que identificaban a los elementos. Ahora las hipótesis, además de ser coherentes
lógicamente debían ser corroboradas con la observación minuciosa de la realidad, como dicta el método
científico, y en este sentido definió a los elementos de una manera tentativa: un elemento era, como siempre, la
sustancia más simple de la naturaleza pero ahora cualquier supuesto elemento debía ser examinado para ver si era
realmente simple. En este sentido, toda sustancia inicialmente era considerada como elemento hasta que pudiera
descomponerse. Todos los elementos lo eran de manera tentativa. Sólo hasta el siglo XX pudo definirse a los
elementos de una manera no provisional. Desde este punto de vista, era evidente que el aire no era un elemento.
Ahora había que considerarlo como la combinación de varios gases y no como un gas por excelencia atiborrado
de conceptos místicos.
1
A escala de lo que se ve a simple vista, sin auxilio del microscopio.
2
La tecnología de entonces no era capaz de detectar la compresibilidad en estos estados de la materia.

2
Pero no sería tan fácil dejar atrás las ideas preconcebidas sobre los elementos. Una de las brillantes ideas
griegas para explicar la naturaleza de las cosas decía que el elemento fuego estaba presente en las sustancias que
eran capaces de arder. Los nuevos químicos mantuvieron esta idea, pero le llamaron flogisto y lo hicieron
científico dotándolo de cualidades medibles. Eventualmente se demostraría que era una idea sin correspondencia
con algo que exista fuera de la mente de los científicos, pero en su momento fue una hipótesis científica válida y
ampliamente aceptada. Así, la pérdida de peso en un material que ardía se entendía como el flogisto que se
desprendía de él y la ganancia en peso de un metal corroído se podía entender como una combustión muy lenta,
pero de alguna manera negativa, una combustión inversa por así decirlo, porque el metal se llenaba de flogisto en
vez de perderlo. Las investigaciones y descubrimientos concernientes a los gases también eran explicadas de
acuerdo a la nueva teoría. Por ejemplo, el químico escocés Daniel Rutherford (1749-1819) hizo un experimento
en el que saturó cierta cantidad de aire con dióxido de carbono quemando azufre en un recipiente cerrado. Luego
hizo pasar el aire del recipiente a través de una sustancia que eliminaba el dióxido de carbono. Observó que el gas
restante, al igual que el dióxido de carbono, asfixiaba a los seres vivos y no era posible encender una llama en él.
La explicación que dio al fenómeno fue que el aire se había saturado del flogisto liberado durante la combustión y
tal saturación impedía que se liberara más flogisto en él. Algo análogo a lo que ocurre entre la sal y el agua:
después de disolver suficiente sal, el agua pierde su capacidad de disolverla. Rutherford llamó al gas así obtenido
“aire flogisticado”. Hoy lo llamamos Nitrógeno. Joseph Priestley (1733-1804) fue otro químico que experimentó
con gases y obtuvo el opuesto al aire flogisticado de Rutherford, un gas donde las cosas ardían con especial
intensidad y llenaba de energía a los seres vivos que lo respiraban. Priestley fue el primero en aislar el oxígeno, y
en sus investigaciones descubrió muchos otros gases importantes como el amoniaco, que es el gas que le da su
olor típico a las cosas en descomposición, y el óxido de nitrógeno I o gas de la risa, un gas útil por sus
propiedades anestésicas. También descubrió que los gases se disolvían y que el agua mineral que a veces se forma
en la naturaleza se podía preparar artificialmente disolviendo dióxido de carbono en ella, descubrimiento que
originó una industria millonaria.

Quien borraría los rastros de misticismo en la química sería el francés Antoine Laurent Lavoisier (1743-
1794). Hasta entonces la metodología de la química no era muy precisa y aunque ya se había reconocido la
importancia de los números para entender los procesos químicos todavía eran considerados como una guía y no
como la base fundamental que regía los procesos químicos. Todavía se rellenaba con explicaciones místicas
aquello que no se entendía o no era explicable con las teorías vigentes. Por ejemplo, aún había mucha gente que
creía en la transmutación. Se pensaba que un elemento podía convertirse en otro y como “prueba” señalaban que
el agua se convertía en tierra después de haber sido sometida al fuego, como era evidente al observar la “tierra”
que se formaba en los recipientes que se usan para hervirla. Para evaluar esta hipótesis Lavoisier hirvió agua
durante 101 días en un recipiente de vidrio construido de tal forma que el agua que se evaporaba se condensaba y
regresaba al recipiente original sin salirse del sistema. Al final el sedimento apareció, pero el agua pesaba lo
mismo antes y después del proceso. No así el recipiente, cuyo peso era un poco menor después del proceso pero
que sumado al del sedimento era igual al peso inicial. Por lo tanto, el sedimento no era agua convertida en tierra
sino que era el mismo material del vidrio que había sufrido un cambio sometido al fuego durante tanto tiempo.
Lavoisier hizo otro experimento similar con respeto al misterioso incremento de peso durante la corrosión de los
metales debida supuestamente al flogisto. Encerró una pieza de metal en un contenedor con aire y lo calentó para
acelerar el proceso de oxidación. Llegó a un punto en el que el metal no se seguía deteriorando, pero resultaba que
el peso de todo el recipiente era el mismo antes y después. Al abrir el recipiente, el aire se precipitó hacia el
interior, demostrando que se había producido un vacío. Pesándolo después de haber sido abierto el recipiente
efectivamente pesaba más. Esto demostró que la ganancia en peso de los metales corroídos se debía a que
tomaban material del aire. Es cierto que la hipótesis que se pretendía derrocar era la del flogisto y este incremento

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de peso se podía explicar argumentando que se cogía flogisto del aire. Pero Lavoisier demostró que lo que se coge
del aire es uno de los gases que habían sido aislados por sus colegas, el oxígeno, el cual no tenía ninguna de las
propiedades esotéricas atribuidas al flogisto. Estos experimentos lo llevaron a formular su ley de conservación de
la masa y a evidenciar que los llamados aires flogisticados y desflogisticados no era más que gases con o sin
oxígeno. Con estos elementos, Lavoisier pudo elaborar correctamente una teoría sobre la combustión y fue él
quien bautizó al oxígeno con su nombre actual, que significa “productor de ácidos”, pues él creía, erróneamente,
que era un elemento indispensable en todas las sustancias ácidas. (También a él debemos el nombre de
“hidrógeno”, que significa productor de agua, para el gas que producía agua al ser quemado.) Con la erradicación
de la teoría del flogisto y la demostración de la ley de conservación de la masa, Lavoisier tumbó los misticismos
que rodeaban a la química de su época. A partir de entonces, los químicos sólo tomarían en cuenta aquello que sea
posible medir.

En 1789 publicó su “Tratado elemental de Química”, el primer libro moderno sobre esa ciencia.
Desafortunadamente, el fin de Lavoisier fue trágico. Aunque los ideales de la revolución francesa fueron
humanistas y racionalistas, la guerra nunca es racional y quienes participan en ella difícilmente acaban siendo
racionales, sobre todo contra sus enemigos. Tal fue el caso del grupo que se hizo con el poder tras la revolución y
que se dedicó a matar a todos aquellos que consideraba partidarios del antiguo régimen. Aunque de ninguna
manera es justificable, es entendible que los vencedores de una guerra deseen enjuiciar a sus enemigos y matar a
los que desde su punto de vista fueron los culpables de las desgracias que les ocasionó la guerra. Pero este
sentimiento lamentablemente normal se salió de control después de la revolución francesa. En poco más de seis
meses el nuevo régimen ejecutó decenas de miles de personas en la guillotina (no hay datos exactos, pero se
estima que entre 30,000 y 40,000). Desafortunadamente, Lavoisier había sido recaudador de impuestos del
antiguo régimen y, después de que su juez decidiera que “la república no necesita científicos”, le tocó pasar por el
famoso artilugio mecánico. Como escribiría su amigo, el matemático, físico y astrónomo Joseph Louis Lagrange
(1736-1813) “Un segundo bastó para cercenar esa cabeza y tal vez cien años no basten para que crezca otra
igual.”.

Después de Lavoisier, la química continuó con rumbo mejorado, dándole la acentuada importancia a las
mediciones que era necesaria para progresar como ciencia. La nueva ideología no tardó en conducir a un
descubrimiento que apuntaba a favor de la teoría atómica fuera de toda duda razonable. Cuando un ácido se
mezcla con una base ocurre una reacción que neutraliza ambas sustancias. Jeremias Benjamín Richter (1762-
1807) midió las cantidades de acido que eran necesarias para neutralizar una base y se dio cuenta de que eran
siempre las mismas. Para entender por qué pasa esto y cómo se relaciona con la hipótesis atómica, pensemos en
una limonada. Podemos prepararla con poco o mucho jugo de limón y siempre será limonada. Los primeros
químicos no estaban seguros de si lo mismo era aplicable a la materia. Por ejemplo, sabemos que el agua está
compuesta por oxígeno e hidrógeno, y por esta época ya había algunos químicos que también lo sabían pero no
tenían ni idea, como lo sabemos nosotros, de que su fórmula fuera H 2 O . Ya sabían que el agua se formaba por
una combinación de hidrógeno y oxígeno, pero no se podía saber exactamente cual era esa combinación. Podría
ser una parte de oxígeno combinada con dos partes de hidrógeno, pero también podrían ser 1.0063 partes de
oxígeno combinados con 1.9956 partes de hidrógeno y la diferencia no sería perceptible. Esta posibilidad era
razonable sólo si se suponía que la materia era un continuo, como el agua y el jugo de limón de la limonada. Sin
embargo, si fuera cierta la hipótesis de que las sustancias se forman debido a combinaciones de átomos tales
variaciones serían imposibles: en caso de que el agua estuviera formada por una combinación de átomos la
proporción entre ellos sería siempre exactamente la misma y en números enteros. El agua está formada por dos
átomos de hidrógeno y uno de oxigeno, y diez moléculas estarán formadas por veinte átomos de hidrógeno y diez

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de oxígeno. No hay puntos medios. Esta ley era una evidencia fuerte a favor de la hipótesis atómica. Joseph Louis
Proust (1754-1826), un francés que consiguió refugiarse en España al estallar la revolución, continuó la
investigación de Richter. Midió cuidadosamente los pesos de los elementos durante las reacciones químicas y
consiguió determinar que todos los compuestos contenían elementos en las mismas proporciones. Este resultado
le permitió establecer su “ley de las proporciones definidas”. Mas tarde, John Dalton (1766-1844) descubrió que
después de todo, los mismos elementos pueden combinarse en diferentes proporciones según el proceso al que
sean sometidos, dando lugar a compuestos diferentes. Por ejemplo, el carbono y el hidrógeno pueden combinarse
en diferentes proporciones formando compuestos químicos diferentes. Así, si un átomo de carbono se combina
con cuatro de hidrógeno se obtiene un gas y si cinco átomos de carbono se combinan con doce de hidrógeno se
obtiene un líquido. Dalton fue el descubridor de la “ley de las proporciones múltiples”. Una labor detectivesca
sobre los pesos y las proporciones de los elementos en los diferentes compuestos llevó a Dalton a establecer la
primera tabla de pesos atómicos. En 1808 publica “Un nuevo sistema de filosofía química” en el que detalla esa
teoría y marca el comienzo del desenfrenado desarrollo de una hipótesis que recién se había convertido en una de
las teorías científicas que son ciertas fuera de cualquier duda razonable.

La teoría atómica explica mucho más que la ley de las proporciones múltiples. Para mostrar su alcance
expondremos algunos fenómenos que son explicables usando un concepto un poco más moderno, aunque muy
simplificado, de átomo. No pretendo que lo siguiente sea un texto de divulgación porque pecaría de demasiadas
inexactitudes. Lo sería en el siglo XIX, pero el concepto moderno de átomo es mucho más complejo que el
expuesto aquí. El objetivo es mostrar como una hipótesis sencilla puede explicar una gran variedad de fenómenos.

Para comenzar tratemos de imaginar el tamaño de los objetos de los que estamos hablando. El diámetro de
uno de ellos es de entre uno y dos angstroms. Esto equivale a 10−10 metros. Si colocáramos átomos uno al lado de
otro a lo largo de un milímetro, cabrían tantos átomos en él como milímetros caben en 10 kilómetros. Que sean
tan pequeños explica por que aún con el microscopio la materia parece un continuo. Ahora atribuyámosles a estos
pequeños corpúsculos un par de propiedades:

 Se mueven a una velocidad proporcional a la temperatura de la sustancia en la que se encuentran.


 Hay una fuerza de atracción entre ellos cuando están separados y que decrece de forma que cierta distancia es
nula; pero hay otra repulsiva que prevalece cuando los átomos están demasiado cerca.

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Con estas dos hipótesis ya tenemos suficiente para explicar los tres estados de la materia. Con respecto a la
velocidad de los átomos, que percibimos como temperatura, hay dos extremos posibles. Uno es que la velocidad
sea tan alta que cuando dos átomos colisionan la fuerza de atracción entre ellos no sea suficiente para mantenerlos
pegados. Es como lanzar uno de esos imanes que hay en el refrigerador contra el mismo refrigerador: si lleva
mucha velocidad no se queda pegado sino que rebota. El otro extremo tendremos átomos de baja velocidad que
permanecerán unidos. Pero esta unión no es tan simple como la del imán con el metal del refrigerador porque
entra la fuerza repulsiva en juego cuando están demasiado cerca. Podemos imaginarlo como dos imanes que
tienen polos opuestos y se atraen pero que cuando están muy cerca el uno del otro los polos se vuelven iguales y
se repelen. Si la velocidad es lo suficientemente baja como para que, después de rebotar, el átomo no escape de la
fuerza de atracción del átomo con que rebotó, el resultado de estas dos fuerzas es que el átomo se quedará
oscilando alrededor de una posición. En el extremo de átomos en rápido movimiento tenemos al estado gaseoso y
en el del lento tenemos átomos en estado sólido. El estado líquido ocurre cuando el movimiento es insuficiente
como para que las partículas reboten y se alejen unas de otras pero suficiente como para que no se queden fijas
oscilando alrededor de la misma posición. Estas dos sencillas suposiciones explican por qué las sustancias a baja
temperatura son sólidas, es decir, mantienen a sus átomos en los mismos lugares, por que a altas temperaturas las
sustancias son gases cuyos átomos son libres de moverse hacia donde sea y por qué en el estado intermedio la
materia presenta una versión moderada de ambas propiedades: libertad de moverse pero la tendencia a quedarse
juntas. Además, los átomos están más juntos en el estado sólido y menos en el gaseoso, por lo que el material más
denso y pesado, el sólido, siempre tiende a estar por debajo del gaseoso. Y de nuevo, el líquido queda en medio.
También se explica el fenómeno de expansión térmica: la temperatura es una medida del movimiento y hemos
visto que en el estado sólido las moléculas oscilan en la misma posición, por lo que es natural que si las agitamos
más la amplitud del movimiento oscilatorio aumente y el sólido ocupe más espacio. Si aplicamos la misma idea al
aire, el aire caliente ocupa más volumen que el aire frío por lo que es menos denso y es por eso que las corrientes
de aire caliente suben. Algo análogo ocurre en el agua. Desde este punto de vista también es posible entender al
fuego como aire compuesto por partículas que se mueven muy rápido y que aumentan mucho la temperatura, es
decir el movimiento de las partículas de los objetos con que chocan. También explica por qué es posible calentar
objetos frotándolos mecánicamente.

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Figura 2. Representación de los estados del agua a nivel molecular

Todos sabemos una excepción a la regla de que los sólidos se hunden por debajo de los líquidos: el agua al
congelarse se expande en vez de contraerse y flota. Pero esto es fácil de explicar si consideramos la forma que se
ha descubierto que la molécula de agua tiene. Esta molécula se comporta como un pequeño imán y forma un
ángulo entre los tres átomos que la componen. Los átomos de hidrógeno tienen carga negativa y el de oxígeno
tiene carga positiva. Si el movimiento de las moléculas es muy poco, es decir, si su temperatura es baja, los
átomos tienden a alinearse de forma que los extremos positivos y negativos coincidan. En la parte superior
derecha de la figura 11, las moléculas de agua son idénticas pero se han representado de tres formas para no
perder de vista que los hexágonos están formados por moléculas de agua. Las representadas con líneas punteadas
y grises se han acomodado apropiadamente, es decir, los extremos negativos apuntan hacia el centro positivo de
sus vecinas. Las negras, debido a limitación de un dibujo en una superficie plana que pretende representar un
objeto tridimensional, no se han podido colocar adecuadamente, pero podemos imaginar que están volteadas hacia
adentro del papel y debajo hay otra capa en donde el extremo positivo de las moléculas coincide con el extremo
negativo de las de arriba. Cuando el movimiento de las moléculas, que técnicamente se llama energía cinética, es
insuficientemente para separarlas la fuerza de atracción entre polos opuestos predomina y las moléculas se
ordenan de una forma parecida a la que se muestra en la figura 12. A tales formaciones de átomos se les conoce
como redes cristalinas.

Si la energía cinética es suficiente, la fuerza de las colisiones entre las partículas vence a las fuerzas de
atracción entre las moléculas y se rompe su estructura ordenada. Debido a su forma característica, las moléculas
de agua ocupan menos espacio cuando están desordenadas y ocurre una excepción a la regla general: el sólido es

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menos denso que el líquido y el hielo flota en vez de hundirse. Por último, si la energía cinética es suficiente, el
material pierde toda su cohesión y las moléculas quedan libres de irse a donde sea, que es lo que ocurre en el
estado gaseoso del agua.

Figura 3. Representación de la interfase entre un líquido y un gas

Ahora idealicemos cómo se vería un recipiente con un líquido a escala atómica. Veríamos algo parecido a lo
que se muestra en la figura 12. Lamentablemente no es posible poner movimiento en una sola imagen, pero
podemos imaginar que los puntos se mueven frenéticamente en todas direcciones. Cuando observamos una
partícula del líquido, ésta colisiona frecuentemente con otras, algo que no ocurre con frecuencia en las partículas
que se encuentran en el gas. Si nos fijamos en el límite superior del líquido, una partícula en esa posición tiene
muchas más probabilidades de ser golpeada en una dirección que en otra. A veces, la fuerza de atracción que
tiende a mantenerla cerca de las otras partículas del líquido no es suficiente como para compensar el golpe y la
partícula sale de él3. Se ha convertido en gas, es decir, el líquido se está evaporando. Cuando una partícula sale del
líquido y se convierte en gas ya no volverá para colisionar con otra partícula del líquido y mantener el
movimiento dentro de él. La energía cinética de esa partícula se ha ido con ella y la energía total del líquido
disminuye. Puesto que nuestra hipótesis afirma que la energía cinética de las partículas es una medida de la
temperatura, el resultado de la evaporación es el enfriamiento del líquido. Esto generalmente no lo percibimos
porque el entorno calienta el líquido conforme se enfría, pero los líquidos que se evaporan rápidamente se enfrían
más rápido de lo que los calienta el entorno. Por eso la típica sensación del alcohol o la gasolina sobre nuestra
piel. El fenómeno opuesto también ocurre y si una partícula de gas pega contra la superficie del líquido es posible
que sus partículas hagan que la partícula incidente no pueda volver a escapar. Estas hipótesis sobre los fenómenos
de evaporación y condensación explican el descubrimiento de Priestley sobre la solubilidad de los gases y
también explican por qué a mayor temperatura hay más evaporación: al ser mayor la temperatura las partículas del
líquido se mueven más rápido y golpean a las de la superficie con más fuerza, haciendo que se evaporen más de
prisa. La velocidad de evaporación es proporcional a la temperatura del líquido y si lo seguimos calentando
eventualmente se evaporará tan rápido que se enfriará tan rápido como le introducimos calor: por eso cuando el
agua hierve se mantiene a la misma temperatura.

Generalmente, en el medio gaseoso hay muy pocas partículas de líquido y por eso los líquidos se evaporan
por completo. Pero también puede darse el caso de que en el medio gaseoso se hallen muchas partículas del
líquido. Si hay suficientes, el número de partículas en estado gaseoso que entren al líquido será mayor que el

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La temperatura sólo indica la velocidad promedio de las partículas, no indica que todas se desplacen a la misma
velocidad. Es por eso que a veces el choque puede ser más o menos violento.

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número de partículas que salen. En condiciones apropiadas, los líquidos se condensan a partir del gas. Este
dinamismo también explica por qué es necesario cerrar un recipiente que contiene líquido si deseamos que se
conserve dentro de él: al taparlo, el gas dentro del frasco se satura de moléculas de líquido y se alcanza un punto
de equilibrio en el que el número de partículas que se condensan es igual al número de partículas que se evaporan.
Fenómenos semejantes ocurren en una interface sólido-líquido. Por ejemplo, disolver sal en agua es algo muy
parecido al fenómeno de evaporación aquí descrito y después de cierto límite el agua pierde la capacidad de
disolver sal. Esto ocurre porque al disolverse la sal se descompone en átomos de cloro y sodio que “deambulan” a
través de las moléculas de agua: eventualmente el agua llega a estar tan saturada de átomos de cloro y sodio que
se adhieren al bloque de sal conforme este se disuelve, lo cual percibimos a nivel macroscópico como que
simplemente ya no se puede disolver más sal.

Ahora imaginemos que ponemos un hielo dentro del agua. En el hielo las moléculas están casi quietas en el
estado sólido, oscilando alrededor de una posición. Si ocurre una colisión entre una molécula del líquido y otra
del sólido, puede suceder que la del líquido colisione con muy poca velocidad y la fuerza del choque no sea
suficiente para desprender a la molécula en estado sólido de la red cristalina del hielo; pero puede ser que sí le
pegue con suficiente fuerza y se desprenda. En el primer caso, la molécula rebotará y seguirá moviéndose a la
misma velocidad con la que colisionó. Es como si hubiéramos hecho rebotar dos bolas de billar, una de las cuales
se mantiene fija: la que le pegó rebotará y saldrá despedida en otra dirección con la misma velocidad con que
pegó. O como si le hubiéramos pegado a una banda. Pero si la energía cinética de la molécula incidente es
suficiente desprenderá a la molécula de la red con que colisionó y ambas moléculas pasarán a formar parte del
estado líquido pero se moverán más lento dentro de él que la partícula original: si la bola de billar no está fija,
ambas se moverán después de la colisión a una velocidad menor con la que colisionó la bola incidente. En el caso
del agua líquida, el resultado es que se enfría con las moléculas hielo que se desprenden de la red. Un poquito de
reflexión y veremos que puede llegar el momento en el que el hielo enfríe a las moléculas en estado líquido tanto
que ya no tengan energía para arrancarle más moléculas al colisionar. Por eso el hielo dura tanto después de que el
agua se ha enfriado suficiente, y si el sistema estuviera aislado de su entorno duraría indefinidamente. Este punto
de vista también explica por qué la velocidad con que se derrite el hielo es proporcional a la temperatura del
líquido. Suposiciones como ésta hacen que todo lo que aquí expuesto sea verificable en forma de mediciones.

Ahora, consideremos el fenómeno de la presión atmosférica. Imaginemos que tenemos un gas encerrado en
una caja, como se muestra en la figura 13 (los diferentes tamaños en las flechas representan que no todas las
partículas se mueven con la misma velocidad). El golpeteo de las partículas contra las paredes de la caja genera
una fuerza sobre cada pared. Si generalmente no la notamos es porque el gas suele rodear a los recipientes y la
fuerza del gas que empuja desde dentro es suprimida por otra fuerza igual ocasionada por las partículas que
golpean desde fuera. Pero si el gas encerrado en el interior está aislado del gas en el exterior el equilibrio entre la
fuerza interior y exterior se dará sólo si la densidad y la temperatura del gas a ambos lados son iguales: si la
densidad es diferente, habrán más moléculas partículas golpeando de un lado que de otro, ocasionando una fuerza
neta sobre la pared; si la temperatura es diferente, las partículas se moverán más rápido y pegarán más fuerte de
un lado que de otro, causando el mismo efecto. Esto explica el experimento de Otto: si vaciamos el aire del
interior de una esfera de metal formada por dos semiesferas, el golpeteo de las moléculas de aire exterior genera
la fuerza que las mantiene unidas. También explica por que si sustraemos aire de una botella se aplasta y si lo
metemos a la fuerza explota.

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Ahora imaginemos que la pared superior del recipiente se puede deslizar sin
que el gas escape como en la figura 14. Su propio peso ocasionará que se deslice
comprimiendo el gas y aumentando su densidad hasta que el incremento en el
número de rebotes de partículas contra esa pared compense su peso. Si calentamos
el recipiente, la velocidad de las partículas se incrementará y ejercerán más fuerza
Figura 14. Partículas de
gas moviéndose en un recipiente contra la pared deslizante, haciendo que se mueva hacia arriba. Éste calentamiento
cerrado se produce haciendo incidir sobre él partículas con mucha velocidad, es decir aire
muy caliente o, lo que es lo mismo desde este punto de vista, fuego. Si al llegar a
cierta altura se deja escapar el gas la pared deslizante bajará y el ciclo puede
repetirse. Con dispositivos de este tipo es posible construir un motor que
convierta la energía térmica en energía mecánica.

Por último, imaginemos que nuestra caja ya no está sellada y el aire tiene la
misma densidad y temperatura tanto dentro como fuera pero que en el exterior
sopla un viento y las partículas en el exterior se mueven en una dirección más que
en las otras. Que tanto más depende, por supuesto, de la velocidad del viento. Esta
diferencia entre el gas exterior y el interior también provoca una presión sobre las
paredes. En la pared izquierda representada por el lado izquierdo del cuadrado de
la figura 15 es evidente que el golpeteo de las partículas del exterior no compensa
el de las del interior porque el viento la golpea directamente. Esto provoca la bien
conocida fuerza de empuje del viento en las velas. Pero en la pared superior
Figura 15. Gas atrapado en un ocurre un fenómeno menos evidente. Puesto que las partículas del exterior
pistón. El golpeteo de las
moléculas calientes del exterior tienden a pegar de lado y las del interior tienden a pegar de frente, resulta que la
incrementa el movimiento de las presión del gas dentro del recipiente es mayor sobre la pared que la del gas en
moléculas del interior,
expandiéndolo. movimiento que está arriba. Es como arrojar una piedra contra un cristal: si
queremos romperlo, la lanzamos de frete, pues si lo hacemos de lado el golpe será
menos fuerte. Lo mismo ocurre cuando las partículas pegan de lado sobre la pared. Ejercen menos fuerza sobre
una cara de la pared si tienden a pegar de lado, es decir, si mueven en una dirección preferente o, lo que es lo
mismo, cuando hay viento. El resultado es que la pared experimenta una fuerza hacia arriba. Es por eso que los
techos de la casa son levantados durante los ciclones y los tornados, en vez de simplemente caer como sería más
intuitivo. Este principio es el mismo que permite volar a los aviones: sus alas están diseñadas para que el aire
corra más rápido en su parte superior que en su parte inferior. También explica por qué un balón de futbol
describe una curva en su trayectoria hacia la portería cuando se le pega de tal forma que gire muy rápido. En el
punto A de la figura 17, la superficie del balón se mueve en dirección opuesta al viento ocasionado por el
movimiento de traslación del balón, siendo en ese punto máxima la velocidad del viento con respecto a su
superficie. En le punto B la superficie y el viento se mueven en la misma dirección y su velocidad relativa es
mínima. Esto ocasiona que la presión del aire sobre la superficie sea mayor en el punto B que en el A. La
diferencia en las presiones se manifiesta en una fuerza que desvía el balón hacia un lado, el conocido “efecto”.

Podríamos prolongar un poco más la lista de fenómenos que son


explicables suponiendo que los átomos siguen sólo las dos sencillas leyes
que hemos supuesto. Sin embargo, hay muchos fenómenos que aún no
podemos explicar. Por ejemplo, ¿De donde sale el movimiento de las
moléculas de aire calentadas por el fuego? Para responder esta pregunta,
tendríamos que complicar un poco más nuestro modelo del átomo. Por

10

Figura 16. Diferencia de presión


cuando las partículas se mueven en una
dirección preferente
ejemplo, podríamos suponer que cuando dos átomos chocan y se mantienen unidos, la energía cinética del átomo
incidente no desaparece sino que se queda almacenada en la unión. Supongamos que los átomos rebotan porque
hay un resorte entre ellos. Si después de una colisión se mantienen unidos es porque la fuerza de atracción entre
ellos mantiene comprimido el resorte. Pero si otro átomo los golpea con suficiente fuerza separa los átomos
unidos y al descomprimirse el resorte se separan con violencia. Así, la energía cinética que aparentemente se
perdió cuando se unieron los átomos aparece de nuevo. Nunca se perdió, sino que se transformó en energía
potencial almacenada en el enlace. Esto es, de hecho, el principio más fundamental que la ciencia ha descubierto
en la naturaleza y se le ha llamado principio de conservación de la energía. Con esta nueva suposición sobre los
átomos ya podemos explicar de donde sale la energía cinética que calienta el aire de un material que se esté
quemando: si suponemos que el material que se quema está formado por moléculas que tienen sus “resortes
comprimidos”, una partícula con suficiente energía para deshacer una de estas uniones, una chispa, desatará una
reacción en cadena en la que los resortes se descomprimen lanzando un gran número de partículas a alta velocidad
o, lo que es lo mismo, a alta temperatura.

Con cada nueva hipótesis podríamos explicar otra avalancha de fenómenos. Pero aquí se ha hecho mucha
trampa eligiendo en cada paso la hipótesis adecuada: en el mundo de la ciencia los científicos idean miles de
teorías y aplicando el método sobre cada una se elige la que mejor describe la realidad. Lo importante es que cada
nueva hipótesis explique un fenómeno observable y pueda ser ideado un experimento para corroborarla. Es así
como se ha edificado el imponente edificio de la ciencia moderna. Los míticos hombres de ciencia no existen:
nuestro conocimiento actual se ha formado en base a la capacidad de acumularlo y se ha ido formando a partir de
aportaciones infinitesimales. Y desde que aprendimos a usar el método científico las aportaciones que apuntan en
la dirección correcta, las que describe la realidad, prevalecen por sobre aquellas que no. Los grandes cerebros de
la historia no han sido los grandes iluminados que el destino o cualquier otra fuerza sobrenatural ha puesto ene l
camino de la historia sino personajes que tuvieron la oportunidad de dar un pequeño saltito en la dirección
correcta y que nos parecen gigantes a quienes somos infinitesimales. La teoría atómica se construyó partiendo de
lo que como seres humanos podemos ver a nuestro alrededor.

El ser humano primitivo observaba que en un vaso hoy había agua y mañana ya no, y se quedaba con la idea
que los espíritus se la llevaban o que el agua en si era un espíritu. No tenía otra forma de explicar el fenómeno de
evaporación. Luego los ingeniosos griegos dieron con otras formas de explicar la naturaleza, y de ellas sobrevivió
al método científico la idea de átomo. Con el tiempo se fue refinando, como se expuso al inicio de este apéndice.
En ésta parte final hemos planteado una hipótesis atómica que sería ciencia de vanguardia en la época de Dalton.
Si dejáramos a una comunidad científica aplicar el método científico sobre las hipótesis aquí expuestas durante
cierto tiempo llegaríamos a la concepción moderna de átomo.

El desarrollo de la hipótesis atómica es un maravilloso ejemplo de cómo nuestra mente puede ver lo que
nuestros ojos no. Y esta vez, nuestros ojos si están condenados a nunca ver los descubrimientos de nuestra mente.
Como se mencionó en el texto, durante siglos nuestra mente supo que la Tierra era esférica a pesar de que
nuestros sentidos le informaban que era plana. Hace unas cuantas décadas tuvimos por primera vez la ocasión de
ver lo que ya sabíamos. No será así con los átomos, entes que jamás podremos ver. Lo que ya deberíamos de
haber aprendido de los avances de la ciencia es que nuestra mente es capaz de ver muchísimas cosas, pero sólo
hay una de saber si lo que imaginamos es parte de la realidad: el método científico (entendiendo por realidad
aquello que existe independientemente de nosotros, como se expuso en el capítulo 1). Y hasta ahora el método
científico nunca nos ha mostrado que ni los hechizos, ni los fantasmas, ni los médium ni los dioses, entre tantas
otras supersticiones, sean parte del mundo real. O, lo que es lo mismo, nunca se ha mostrado que existan.

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Contenido
Prefacio 7
Capítulo 1. Ideas dentro, realidad fuera. 9
¿Qué sé yo? 9
¿Qué es real? 9
¿Parece? ¡No! Es. 13
La razón 14
Una forma de obtener conocimientos fiables. 16
Matemáticas y realidad 19
¿Por qué son tan populares las pseudociencias? 22
Sobre las pseudociencias y otras supersticiones 23
Pseudorazonamientos 27

Capítulo 2. Nuestro lugar en el universo 33


Los antiguos intentos por explicar el mundo 34
La edad media y el renacimiento 37
Un universo mecánico 39
Galileo 42
La primera gran teoría científica. 44
Evolución 49
¿Qué es la ciencia? 63

Capítulo 3. Un cazador afortunado. 67


El principio antrópico 67
El origen de la civilización 68
De la religión y otras instituciones 71
Un duro golpe al orgullo humano 73
El hombre en el espejo. 78

Capítulo 4. Evolucionando bajo el peso de la cruz 83


¿Por qué somos creyentes? 84
La docta ignorancia 85
El concepto de pecado 85
La mujer 88

13
El amor romántico y la homofobia. 91
Razón y Fe 93

Capítulo 5. ¿Religión?… ¿Para qué? 101


Comenzando por el fin 101
El bien y el mal 109
El amor 111
Los valores 118
Amor a Dios 119
Fidelidad 119
Sinceridad 120
Humildad 120
Trabajo 121
La felicidad 123
Terminando por el principio 127

Capítulo 6. Humanismo sin credos 131


Religión y modernidad 131
Sueños de razón 133
Aborto y anticoncepción 138
Hasta el límite. 142
La educación. 146
Pascal contra Smith 152

Apéndice 1. Los pitagóricos 157


Apéndice 2. La hipótesis atómica 165

14
Conant, James B., 19
A
concilio
aborto, 87, 141 de Éfeso, 95
adivinación, 24 de Nicea, 88
ADN, 56 Constantino, 37, 42, 88
Agar, Herbert, 101 consumismo, 122
agricultura, 70 Copérnico, Nicolás, 41
Allen, Ethan, 22
alma, 89, 102 D
amor
humano, 111 democracia, 96
romántico, 91 Descartes, 10
anticoncepción, 142 dinero, 122
Antonelli, Ennio, 146 Diógenes, 124
Aquino, Santo Tomás de, 85
aracnofobia, 78
argumento
E
de la justicia, 135 educación, 99
del primer motor, 133 Einstein, Albert, 9, 48, 138, 145
existencia del mal, 135 enfermedades de transmisión sexual, 87
Aristóteles, 9, 32, 36, 38, 43, 45, 76, 89, 93, 95, 136, 137 Epicteto, 106
Asimov, Isaac, 23, 142 Epicuro, 109
astrología, 40 escepticismo filosófico, 13
Escolástica, 38
B escritura, 70
evolución, 49
Bacon, Fracis, 101 de las aves rapaces, 52
Barker, Dan, 87, 118 del anser indicus, 51
biblioteca de Alejandría, 93 del homo sapien, 60, 69, 70
Blondlot, Prosper-René, 23 pruebas, 78, 140

C F
celacanto, 60 Falwell, Jerry, 91
fantasmas, 26
felicidad, 124
Ch
del creyente, 84
Churchill, Winston, 123 Feynman, Richard Phillips, 19
Churchland, Patricia, 120 fidelidad, 119
Churchland, Paul, 71 filosofía del éxito, 126
Flammarion, Camilla, 68
Freud. Sigmund, 69
C Fromm, Erich, 112
Cicerón, Marco Tulio, 138
ciencia G
definición, 63
método, 16, 19 Galileo, 39, 42, 45
naturales vs. sociales, 16 Gibran, Khalil, 14
Cirilo, 94
clasificación taxonómica del homo sapien, 151 H
competencia, 122
comunismo, 123 Harris, John R., 63

15
Heinlein, Robert Anson, 85
O
Henderson, Bobby, 49
Hipatia, 94 Oppenheimer, Julius Robert, 63
Hobbes, Tomas, 37 Orwell, George, 119
homosexualismo, 92, 93 Ostwald, Wilhelm, 165
Hubbard, Elbert, 67
humildad, 121
Huxley, Aldus, 71, 156
P
Huxley, Thomas Henry, 131 Pascal
apuesta, 152
I apuesta de, 152
pecado, 86
inteligencia animal, 74 origen evolutivo, 80
perro
J origen de su relación con el hombre, 80
Platón, 124
Jefferson, Tomas, 85 academia, 95, 157
popol-vuh, 34
Prada, Manuel Gonzáles, 83
K presentimientos, 24
Kant, Immanuel, 16 principio antrópico, 68
Keller, Hellen Adams, 121
Kepler, Johannes, 41 R
rayos N, 23
L realismo, 14
Laplace, Pierre-Simon, 45 reencarnación, 104
Lec, Stanislav, 93 relaciones humanas
Leibniz, Gottfied Wilhelm von, 111 naturaleza competitiva en las, 80
Lucrecio, 106 naturaleza sexual en las, 79
ludopatía, 80 Russell, Bertrand, 5, 119
Lutero, Martín, 133
S
M San Agustín, 88
matrimonio Santo Tomás de Aquino, 133
antigua roma, 91 Shaw, George Bernard, 13, 123
origen, 72 sobrepoblación, 142
Mendeleiev, Dimitri Ivánovich, 21 suicidio, 127
mentiras, 120
metafísica, 136 T
miedo, 79
movimiento armónico, 45 teocracia, 37
muerte, 101 Tertuliano, 86, 90
teselación, 54
Tierra
N edad de la, 50
nacionalismo, 76 movimiento de la, 38
navidad, 88 tortura, 77
Neptuno, descubrimiento de, 21 Twain, Mark, 78
Newton, Isaac, 45
Nietzsche, Friedrich Wilhelm, 120, 129 V
valores, 118

16
vida eterna, 105 Wesley, John, 27
Voltaire, 73 Whitman, Walt, 73

W
Watersson, Bill, 146

17

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