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Almeida, Paul D. 2016. Neoliberalismo y Movimientos Populares en


Centroamérica. San Salvador: UCA Editores.

Book · July 2018

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Paul Almeida
University of California, Merced
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Paul Almeida

Neoliberalismo
y movimientos populares
en Centroamérica
Neoliberalismo y
movimientos populares
en Centroamérica
Paul Almeida

Neoliberalismo y
movimientos populares
en Centroamérica
Colección
ESTRUCTURAS Y PROCESOS
Volumen 39

D. R. © 2014 Johns Hopkins University Press,


2715 North Charles Street, Baltimore, MD 21218, USA
para la versión original en ingles.

D. R. © 2016 Paul Almeida


D. R. © 2016 UCA Editores

Título original:
Mobilizing Democracy: Globalization and Citizen Protest

Traducción del ingles por:


Nataly Guzmán.

Portada y diagramación:
Emilia Díaz.

UCA Editores
Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”
Apartado postal 01-575
San Salvador, El Salvador, Centroamérica
Teléfono y fax: (503) 22 10 66 50
ucaeditores@uca.edu.sv
www.ucaeditores.com.sv

1ª edición 2016

320.513
A447n Almeida, Paul.
Neoliberalismo y movimientos populares en Centroamérica
S/V / Paul Almeida. – 1ª Ed. – San Salvador, El Salv.: UCA, Editores,
2016.
296 p.; 21 cm. – (Colección estructuras y procesos; v. 39)
ISBN 978-99961-1-019-1
1. Neoliberalismo-América Central. 2. Movimientos
sociales-América Central. 3. Economía política. 4. Economía
popular-América Central. I. Título.

Derechos reservados. Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra,


por cualquier medio, sin la autorización escrita de UCA Editores. P 2016.

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ÍNDICE

GRÁFICAS Y CUADROS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . vii


AGRADECIMIENTOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . xi
ACRÓNIMOS Y SIGLAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . xvii

1. Introducción: Globalización neoliberal


y protesta ciudadana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19

2. Una teoría de oposición local a


la globalización neoliberal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33

3. Costa Rica: El prototipo de movilización


contra la globalización neoliberal . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63

4. El Salvador: Partido de oposición y


campañas de protesta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113

5. Panamá: El legado del populismo militar . . . . . . . . . . . . . 147

6. Nicaragua: Una revolución del Tercer


Mundo se enfrenta al neoliberalismo . . . . . . . . . . . . . . . . 181

7. Guatemala y Honduras: La resistencia


a la dinámica neoliberal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 215

8. Conclusión: El legado del desarrollo


impulsado por el Estado en la era del capital global. . . . 247

BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 263
INTRODUCCIÓN

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A pesar de que ha transcurrido más de una década del


nuevo milenio, las batallas por el rumbo que deben tomar las trans-
formaciones en la economía continúan con fuerza en el Sur global.
Incluso después de la gran recesión mundial que ocurrió entre
2008 y 2009, el conflicto social por la implementación en curso de
reformas ortodoxas de libre mercado y de liberalización económica
generó tres enfrentamientos sociales principales:
1. El 4 de octubre de 2012, los ciudadanos guatemaltecos
pusieron en marcha un día nacional de protesta en contra
de las altas tarifas del servicio de electricidad que cobraban
las empresas transnacionales de energía eléctrica, que
habían acaparado la distribución a nivel nacional después
de la privatización de finales de los noventa. A partir de un
estratégico bloqueo de calles y de una protesta en la Carre-
tera Panamericana, en Totonicapán, unos soldados abrieron
fuego y esto causó la muerte de seis campesinos indígenas,
mientras que decenas de personas resultaron heridas.
2. El 20 de octubre de 2012, la Asamblea Nacional de Panamá
votó a favor de privatizar las tierras ubicadas en la Zona
Libre de Colón en la entrada del Canal de Panamá del área
del Atlántico. La acción legislativa desencadenó una serie de
disturbios en Colón, protestas a nivel nacional, barricadas y
huelgas protagonizadas por estudiantes, pueblos indígenas,
trabajadores de la construcción, maestros y el partido de
oposición, Frente Amplio. Después de una semana de un
prolongado conflicto social durante el cual las fuerzas de
seguridad mataron a cinco manifestantes, el Congreso y el
presidente (pro empresarial) Ricardo Martinelli cancelaron
los planes de venta de los terrenos públicos.
3. Del 4 al 6 de mayo de 2011, el Gobierno hondureño organizó
un foro internacional en la segunda ciudad más grande de la
nación, San Pedro Sula, con la participación de 1,500 empre-
sarios de 55 países. El foro se denominó “Honduras abierta
para los negocios”. El evento cosmopolita era un intento por
atraer capital internacional de vuelta al país. Honduras había
experimentado un rápido descenso en inversión externa,
seguido por una serie de boicoteos y sanciones por parte
de la comunidad internacional, después del golpe militar de
2009 en el que se derrocó al presidente Manuel Zelaya. El
principal movimiento hondureño de resistencia multisectorial
del golpe, el Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP),
organizó marchas y manifestaciones de gran importancia en
las calles en contra del foro de apertura a los negocios porque
veía los encuentros como una nueva ronda de penetración
transnacional y de acceso a los recursos naturales, a precios
de ganga. El 6 de mayo, durante el último día del foro, las
fuerzas de seguridad y la Policía utilizaron vehículos blindados
para apabullar a una manifestación liderada por estudiantes,
frente a la universidad pública de San Pedro Sula, al mismo
tiempo que se realizaba la Segunda Conferencia Nacional de
Sociología de Honduras. Varios estudiantes y un reportero
resultaron gravemente lesionados. La Policía lanzó gas lacri-
mógeno dentro de la universidad autónoma pública, mientras
decenas de manifestantes eran arrestados. Yo mismo ingerí
gas lacrimógeno, y los colegas con más experiencia que parti-

20
cipaban en la conferencia me dieron agua embotellada para
despejar mis ojos, llorosos por los vapores tóxicos.
Estos son ejemplos del tipo de luchas que se detallan en
las siguientes páginas. Durante el último par de décadas, una ola
de lucha popular unió sus fuerzas en contra de una nueva ronda
de integración capitalista mundial, a medida que las reformas de
mercado arrasaban a lo largo de los países en vías de desarrollo.
Las movilizaciones de oposición al neoliberalismo reemplazaron a
las luchas armadas y revolucionarias del pasado en contra de los
regímenes militares y autoritarios (Torres-Rivas 2011). Los líderes de
la nueva resistencia emplean tácticas y estrategias significativamente
pacíficas, pero con frecuencia disruptivas, a la hora de oponerse a
las amenazas de la privatización, del libre comercio, y a la contrac-
ción de los compromisos del Estado con los derechos sociales y
económicos de los ciudadanos, a través de un Estado de bienestar
en expansión. Desde lo particular, este estudio se enfoca en la
movilización subnacional que se opone a los cambios económicos
no deseados, ligados a la globalización neoliberal. Los tres ejemplos
arriba mencionados de campañas de protesta también ofrecen
una visión más amplia de los diversos protagonistas que lideran
las coaliciones de oposición, como es el caso de las asociaciones
laborales, los estudiantes, los maestros, los grupos indígenas, las
ONG, los grupos de mujeres y los partidos políticos de izquierda.

2326,&,Ñ1$/$*/2%$/,=$&,Ñ11(2/,%(5$/

Las recientes movilizaciones masivas pacíficas en Brasil,


África del Norte y el Medio Oriente; las protestas en contra de las
medidas de austeridad y las huelgas generales en Bulgaria, Grecia,
Portugal, España e Italia; los estudiantes en Chile demandando
la renacionalización de la educación pública; el movimiento
“Ocupa Wall Street”; y el recrudecimiento de toda una década en
la actividad de los movimientos sociales por toda Latinoamérica
muestran en su conjunto que los procesos económicos mundiales
(como los precios internaciones de los alimentos, la deuda guber-

21
namental o las crisis fiscales, el desempleo masivo, las deformes
concentraciones de la riqueza (Pérez Sáinz 2014) y las políticas
de privatización del sector público) se relacionan con los altos
niveles de acción colectiva y hasta con el cambio de régimen. Al
mismo tiempo, conocemos relativamente muy poco acerca de
cómo estas “revueltas nacionales” en contra de la globalización
varían y crecen desde abajo, a nivel local. Este trabajo se centra
en el patrón que desarrolla la oposición subnacional ante la
liberalización económica en el Sur global —la razón por la que
algunas localidades se rebelan, mientras que otras se mantienen
inactivas—. Además, se exploran las diferencias entre países en la
composición de las coaliciones que se oponen a las reformas del
libre mercado y la capacidad de la sociedad civil para establecer
alianzas multisectoriales duraderas.
Justo cuando las naciones suramericanas de Argentina,
Bolivia, Brasil, Ecuador, Paraguay, Perú y Venezuela experimen-
taron manifestaciones y actividades de protesta masivas, a lo largo
de la década pasada (Roberts, 2008; Silva, 2009), así también
lo experimentó Centroamérica. Las campañas de protesta más
importantes han estado relacionadas con temáticas relativas a la
globalización, a la liberalización económica, a la privatización
y al libre comercio regional. En Costa Rica, entre 2003 y 2007,
sindicatos, universidades, grupos ambientalistas, partidos políticos
de oposición y las ONG organizaron varias manifestaciones y
huelgas en las calles, en oposición al Tratado de Libre Comercio
de Centroamérica (Cafta, por sus siglas en inglés). Algunas de las
manifestaciones alcanzaron los 150,000 participantes, por lo que
se convirtieron en las movilizaciones más grandes en la historia
moderna de Costa Rica. En El Salvador, a finales de 2002 y princi-
pios de 2003, los médicos y los trabajadores dedicados a la atención
de la salud formaron parte de una alianza con las ONG para apoyar
una campaña en contra de la privatización del sistema hospitalario
público. La campaña duró casi diez meses y se convirtió en una
de las más grandes en contra de la privatización en Latinoamérica,
con manifestaciones en las calles (las famosas marchas blancas) que
llegaron a movilizar hasta un 3% de toda la población salvadoreña.
A lo largo de los últimos 16 años, tipos similares de manifestaciones
masivas se han llevado a cabo en Guatemala, Honduras, Nicaragua

22
y Panamá. Este estudio compara a los seis países centroamericanos
y reconstruye las campañas más relevantes que se realizaron en
contra de la globalización económica.
Mientras que se le dio mucha atención a Centroamérica durante
los años ochenta, a medida que la Guerra Fría se acercaba a su fin y
que la región se veía envuelta en violentos conflictos, los investigadores
académicos no han avanzado hoy día en el análisis sobre la región,
desde la perspectiva contemporánea de la globalización. La mayor
parte de los estudios más recientes sobre Centroamérica se enfocan
en el surgimiento de las pandillas callejeras a nivel transnacional
(Cruz, 2011), la violencia (Moodie, 2010), en las dinámicas de la
inmigración (Menjívar, 2000; Sandoval, 2015) y en la reestructuración
agrícola (Enríquez, 2010). Hacen falta estudios sistemáticos sobre las
recientes movilizaciones políticas en el istmo (para conocer algunas
excepciones, véase Chase-Dunn, Amaro y Jonas, 2001; W. Robinson,
2003; Yagenova 2005; Martín Álvarez, 2005; Burrell y Moodie, 2013 ;
Sosa 2013). Por varias razones, es de vital importancia documentar y
explicar las movilizaciones. Para comenzar, algunas teorías sobre la
democratización política han llegado a predecir que las movilizaciones
van a disminuir con la instauración de la democracia, a medida que
más partidos políticos y otros actores institucionalizados lleguen a
formar parte del escenario político (Hipsher, 1996; Oxhorn, 1996).
A inicios de los noventa, los expertos en la región caracterizaron a
Centroamérica como un terreno que se volvió “pacífico” a partir de
la desmovilización de las históricas luchas revolucionarias (Dunkerley,
1994). Sin embargo, en cada país del istmo, se observa un incremento
de la acción política en las calles y de las campañas de protesta en la
década que inicia en 2000, incluso cuando se intensifican los procesos
de la democracia formal y de la poliarquía (W. Robinson, 1996).
Además, los grupos involucrados en las actividades del movimiento
popular —ONG, militantes de los partidos políticos de oposición y
los nuevos movimientos sociales establecidos a partir de la ecología,
el género, los consumidores y otros tipos de identidades colectivas—
típicamente se benefician de la democratización. Finalmente, una
importante porción de la izquierda latinoamericana ha dejado atrás
la revolución armada y ha optado por las estrategias electorales para
buscar el cambio estructural, y hasta el revolucionario, por medio de
la urna de votos (Foran, 2005; Levitsky y Roberts, 2011).

23
Las amenazas asociadas a la intensificación de la integración
económica mundial y a la contracción de los compromisos estatales
para el bienestar social han impulsado el inesperado recrudecimiento
de la movilización masiva (Almeida, 2007). Estas condiciones de
disminución de los niveles de compromiso de los Estados con el
bienestar social se magnifican a inicios del siglo XXI (Chase-Dunn,
2006; Evans y Sewell, 2013; Mann, 2013). Mientras tanto, casi la mitad
de los 40 millones de habitantes de Centroamérica viven cerca o
por debajo de la línea de pobreza. Grandes mayorías intentan con
dificultad ganarse la vida en el sector informal, como vendedores
en las calles, empleadas domésticas y obreros de las áreas rurales o
urbanas. Cientos de miles de otros ciudadanos centroamericanos se
ven forzados a desplazarse en un desgarrador trayecto hacia Estados
Unidos, en busca de empleo. Las altamente cuestionadas formas de
desarrollo económico que las instituciones financieras internacionales
y las élites locales promueven producen resultados sociales que
afectan las oportunidades de vida de los ciudadanos de la región,
en términos de supervivencia económica de los hogares y de proba-
bilidad de mejoras en el empleo, la salud y la educación (Vreeland,
2007; McMichael, 2012).

Gráfica 1.1 La deuda externa de Centroamérica, 1960–2011 (en dólares estadouni-


denses) (datos del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo)

24
La Gráfica 1.1 muestra la creciente y paralizante deuda
externa que enfrentaron los Estados centroamericanos desde la
década de los ochenta, por lo que ofrece un contexto conciso
sobre las limitadas opciones políticas y económicas disponibles
para aquellos que diseñan las políticas en esta región del mundo.
Después de un período de crecimiento económico sostenido
en la década de los sesenta, los Gobiernos solían pedir grandes
préstamos durante los setenta, para continuar reforzando la
modernización y la expansión infraestructural del Estado.
Los préstamos del exterior alcanzaron un punto crítico con la
llegada de los años ochenta, cuando los precios mundiales de los
productos básicos se desplomaron para las exportaciones agrícolas
centroamericanas y las tasas de interés aumentaron sobre los
préstamos originales (Bulmer-Thomas, 1987). Para mediados de
los ochenta, los recortes realizados por los Gobiernos en gasto
social y en subsidios básicos desencadenaron los primeros brotes
significativos de malestar popular en la región en contra de las
reformas neoliberales (Camacho y Menjívar, 1985). Sin embargo,
con la falta de democracia en la mayoría de países, solo Costa
Rica y en menor grado Panamá experimentaron campañas soste-
nidas en contra de la primera generación de acuerdos de ajuste
estructural. Durante la década de los noventa, el Fondo Monetario
Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y el Banco Intera-
mericano de Desarrollo (BID) renegociaron las deudas externas
en cada país. Para 2000, mientras empeoraba el problema de la
deuda externa, las instituciones financieras internacionales (IFI)
comenzaron a hacer presión para que se privatizara la infraestruc-
tura económica y social básica de los Estados centroamericanos,
incluyendo los servicios de atención a la salud, los servicios
públicos, los puertos y los recursos naturales (Haglund, 2010).
También hicieron presión para la implementación de acuerdos de
libre comercio. En Honduras y Nicaragua, por ejemplo, el Banco
Mundial y el FMI dieron inicio a un proceso de alivio de la deuda
y de perdón, como parte de la denominada iniciativa en beneficio
de los Países Pobres Muy Endeudados (PPME), bajo la condición
de que estos países continuaran implementando programas de
privatización. Por lo tanto, a cambio de aliviar la deuda masiva,
las IFI estipularon la subcontratación de los sistemas públicos de

25
energía eléctrica, de agua y acueductos, a través de corporaciones
transnacionales de servicios públicos que no guardan lealtades
nacionales o compromisos de tipo estatal relativos al bienestar
social a favor de los derechos sociales y económicos de los ciuda-
danos, puesto que satisfacer las necesidades básicas es una alta
prioridad cuando existen dichos compromisos.
Sin embargo, a diferencia de los ochenta, esta vez las IFI
intentaron implementar estas reformas neoliberales de segunda
generación en el contexto de un espacio democrático más amplio
en la región. Una nueva generación de activistas, ONG, coopera-
tivas rurales, maestros de escuela, sindicatos, profesionales de la
salud pública, estudiantes, poblaciones indígenas, ambientalistas,
grupos de mujeres y partidos políticos de oposición estaban listos
para actuar e influir en porciones significativas de la población,
para generar resistencia ante los cambios de las políticas que ellos
consideraban que dejarían a la clase obrera y a la clase media en
una situación económica menos que deseable, con el remate del
patrimonio nacional y a partir de otras políticas de liberalización
económica. Esta fundamental división entre los derechos sociales
y económicos de la ciudadanía y las reformas de mercado esta-
blece el eje central de los conflictos sociales que se detallan en las
páginas que siguen.

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La información contenida en el libro gira en torno al tema


de las campañas de protesta. Las campañas de protesta funcionan
como actos de oposición colectiva a corto plazo más que como
movimientos sociales a largo plazo. Las campañas se enfocan
en una política particular y usualmente se desmontan cuando
esa política se implementa o cuando se anula (como en el caso
del incremento de precios, la privatización, un tratado de libre

26
comercio, o la aprobación de una ley de flexibilidad laboral)1.
Los grupos de oposición o las alianzas temporales con frecuencia
estructuran campañas con un conjunto unificado de eslóganes o
lemas, y con metas específicas, como la anulación de una política
económica no deseada (por ejemplo, rechazo a la privatización, al
incremento de precios, al tratado de libre comercio). La verdadera
movilización en los países en vías de desarrollo típicamente adopta
la forma de una campaña de protesta. La mayor parte de partici-
pantes y organizadores de la campaña en contra del neoliberalismo
emplean métodos no violentos de lucha, que por momentos pueden
volverse agresivos o disruptivos, y hasta violentos. Sin embargo, la
forma en la que con anterioridad se ha caracterizado a las protestas,
denominándolas “disturbios FMI” o “disturbios de libre mercado”
(Walton y Seddon, 1994), no logra captar adecuadamente la
naturaleza de las campañas de hoy. Mucha de esta literatura inno-
vadora y profética de estudios anteriores investigó la erupción de
un descontento masivo en contra de la crisis de la deuda, a finales
de los setenta e inicios de los ochenta, en el Sur global, cuando a
muchos regímenes todavía les hacía falta desprenderse de su legado
de prácticas autoritarias.
Las campañas contemporáneas de protesta en América
Latina (y en otras partes del Sur global) son, con mayor frecuencia,
pacíficas, menos violentas que los disturbios, y casi siempre
ocurren en contextos relativamente más democráticos de lo que
eran aquellos donde transcurrió la primera ola de protestas contra
las medidas de austeridad, a inicios de los ochenta. Las moviliza-
ciones de hoy día implican un cálculo de medios y estrategias a
largo plazo, con el uso de tácticas como huelgas, manifestaciones,
marchas, boicoteos, sentadas y obstrucciones al tráfico. Las
campañas de protesta tienden a ser relativamente menos espontá-
neas que los disturbios, con mucha más coordinación a lo largo del
curso de la lucha (a veces, en conjunto con los partidos políticos
de oposición). Cuando sí se da la violencia, como en los ejemplos

1 Una campaña también puede terminar de forma abrupta a través de la represión


policial o gubernamental. Este escenario era más común para las campañas
en contra del neoliberalismo en regímenes no democráticos durante los
años ochenta.

27
citados en las primeras páginas de este capítulo, generalmente es el
resultado de medidas severas adoptadas por los Gobiernos2.
Las campañas de protesta proporcionan un apropiado nivel
empírico de análisis para observar los procesos esenciales de las
actividades de los movimientos sociales (por ejemplo, la intensidad
de la protesta, las rutinas empleadas, la variación territorial de
la oposición, la composición y la amplitud de la coalición en
la protesta y el nivel relativo de éxito). Las campañas también
ofrecen una corroboración creíble de resistencia ciudadana
organizada ante el neoliberalismo, más allá de los indicadores
menos directos, como las encuestas de opinión pública, las
elecciones o las exageradas afirmaciones de los líderes partida-
rios en discursos incendiarios y en escritos. Una reconstrucción
empírica sistemática de las campañas de protesta en contra de las
políticas neoliberales sostiene la mejor evidencia posible de que
las personas comunes y corrientes están utilizando un tiempo
valioso y recursos extremadamente limitados para movilizar a las
colectividades en contra de los programas económicos que se
identifican como dañinos y que se encuentran relacionados con
la globalización y con el capital transnacional.
Los capítulos siguientes examinan las campañas de protesta
más grandes en seis países centroamericanos, entre 1980 y 2013. En
cada nación, se hace un énfasis en las variaciones a nivel subna-
cional (Snyder 2001) que conducen a una movilización en contra
de la globalización, a escala nacional. Estas movilizaciones surgen
de amplias alianzas de oposición, a las que este texto denomina
coaliciones multisectoriales. El capítulo 2 proporciona una visión
teórica de conjunto de las fuerzas centrales que impulsan la acti-
vidad de las campañas de protesta, a lo largo de las localidades del
Sur global, y ofrece un marco conceptual para entender la vigencia

2 La primera campaña de gran envergadura en contra de las exportaciones del gas


natural y de la privatización en Bolivia, en 2003 (la llamada guerra del gas), acabó
con la muerte de más de 40 manifestantes indígenas y de un soldado, cuando las
fuerzas de seguridad reprimieron la protesta y los bloqueos en las calles (Postero,
2007). Algunas de las protestas en contra del neoliberalismo en Argentina también
se han vuelto violentas, con el saqueo de supermercados, pero la mayoría de las
protestas provocadas por la globalización en Latinoamérica han sido relativamente
menos violentas.

28
del poder de las estructuras estatales y comunitarias, una vez que
se construyen. El proceso de democratización reduce los costos y
los riesgos de construir estructuras organizativas de largo plazo a
nivel local. Las continuas amenazas de la liberalización económica
proporcionan incentivos para que los miembros de la comunidad
se movilicen con los recursos organizacionales de los que disponen
y trabajen de forma conjunta en la construcción de coaliciones
multisectoriales. Las localidades con infraestructuras estatales y
comunitarias más extensas serán más propensas a coordinar la
acción colectiva. A nivel nacional, la resistencia ante las políticas
impopulares de liberalización económica tiene más oportunidades
de emerger cuando las coaliciones amplias de oposición ya existen.
El capítulo 3 se enfoca en el caso crucial de Costa Rica. Fue
ahí donde la alianza del partido de oposición, con las campañas
de protesta en contra de las primeras olas de globalización (con
la llegada de las compañías transnacionales de fruta y minería,
en el contexto de democratización de los años treinta y setenta),
fue vital en la medida que constituye un ejemplo de organización
para posteriores protestas, como las movilizaciones en torno a
la crisis de la deuda, a inicios de los ochenta, que estableció los
estándares para el resto de la región. Las protestas en Costa Rica
son como un primer experimento o “prototipo” de movilización. La
democracia costarricense y la movilización popular de la década
de los ochenta ofrecen una mirada para ver el futuro de Centro-
américa y de Suramérica (y tal vez, el del Sur global, en general).
En las décadas siguientes, las manifestaciones y las coaliciones
establecidas en contra del neoliberalismo parecen ser similares a
las de otros países de Latinoamérica. En este capítulo también se
analiza la campaña de protesta en contra del tercer programa de
ajuste estructural más importante (PAE III, 1995), la campaña tipo
“combo” en contra de la privatización de la energía eléctrica y las
telecomunicaciones (2000), y la histórica campaña en contra del
Tratado de Libre Comercio de Centroamérica (TLC) (2003-2007),
el más grande de la región. En el capítulo 4, el enfoque se vuelca a
El Salvador, por lo que se reconstruyen las campañas en contra de
la privatización de la salud y de las telecomunicaciones (1994-2003)
y las movilizaciones en contra del TLC (2003-2008).

29
El capítulo 5 explora las luchas populares en Panamá. Este
estudio establece la proyección de las huelgas de 1986 y 1995 en
contra de las leyes de flexibilidad laboral, las movilizaciones en
contra de la privatización del agua en 1998, las campañas en contra
de la privatización y de la reestructuración del seguro social (2003
y 2005), y la ola de huelgas de 2010, la protesta sobre las leyes de
flexibilidad laboral, que fue encabezada por grupos indígenas que
trabajaban en las plantaciones bananeras en la provincia de Bocas
del Toro. En el capítulo 6 se analiza el caso de Nicaragua y del
malestar popular de los noventa, en contra de la restauración de
las medidas neoliberales después de la década revolucionaria de los
ochenta. También se analizan las campañas en contra de la priva-
tización del agua y del incremento de los precios al consumidor
en el servicio de agua, electricidad y transporte (2000-2006), ya
que se da el recorte de los subsidios para hacer algunos pagos a la
deuda externa. El capítulo 7 discute las campañas más importantes
en contra de la globalización en Guatemala y en Honduras. En
Guatemala, se examinan dos movilizaciones masivas en contra
del incremento de los tributos sobre las ventas, que impuso el FMI
(2001 y 2004), y la campaña en contra del TLC en 2005-2006. En
Honduras se investigan las campañas en contra del ajuste estruc-
tural de inicios de los noventa, en contra de la privatización del
sector público y en contra del libre mercado, a inicios de 2000, y
también se analiza cómo esas campañas previas proporcionaron
la base organizacional necesaria para las movilizaciones masivas y
sin precedentes en contra del golpe de Estado militar, entre 2009
y 2011. El capítulo 8 ofrece una sistematización final que compara
estas luchas, entre los países. Aunque estas campañas comparten
aspectos comunes en términos de en qué momento se espera que
salgan a la superficie las protestas en contra del neoliberalismo,
existen diferencias significativas entre los países, en la composi-
ción de las coaliciones que se resisten a los cambios impulsados
por la globalización. Muchas de las variaciones nacionales en la
composición de las coaliciones de oposición tienen sus raíces en las
trayectorias que viven los países a partir del desarrollo impulsado
por el Estado en el siglo XX, en la era previa a la globalización.
En términos de metodología, en este estudio se documentan
las movilizaciones masivas más grandes que se han dado en esta

30
región del mundo en los últimos 30 años. Se han recolectado
datos originales sobre más de 4,000 eventos de protesta ligados a
campañas que muestran la resistencia a la globalización en Centro-
américa, a partir de múltiples fuentes de información noticiosa
local. En varias campañas de protesta en contra del neoliberalismo,
este estudio ha desglosado movilizaciones a nivel nacional hasta
llegar a la distribución regional que estas tuvieron con el propósito
de examinar los patrones de las variaciones a nivel local al interior
de los países, con base en la geocodificación de los eventos de
protesta hasta llegar al nivel municipal. En varias de las campañas,
este estudio explica qué regiones y qué países se unieron a las
campañas inducidas por la globalización, y qué localidades fraca-
saron a la hora de movilizarse. Se ha puesto especial atención
a las coaliciones multisectoriales y a las infraestructuras locales,
en términos de oficinas administrativas, arterias de transporte,
sindicatos locales del sector público, ONG, partidos políticos de
oposición, y a la experiencia estratégica de movilizarse en contra de
las medidas de la reforma neoliberal que se han dado en el pasado.
Además, se llevaron a cabo 40 entrevistas con líderes clave de las
luchas que se analizan en este estudio. En síntesis, este trabajo
muestra cuáles son las dinámicas de la movilización masiva local
que se han dado en los países en vías de desarrollo en la era de la
globalización. El objetivo más amplio de este estudio es contribuir
a la comprensión colectiva de los grupos que están “en las bases”,
movilizándose a nivel subnacional en respuesta a los procesos de
macro-globalización; también es un objetivo de este trabajo ejercer
algún nivel de presión en los investigadores académicos para que
vayan más allá de los estudios generales de muestras a gran escala
y datos globales sobre las protestas colectivas, y se encaminen hacia
enfoques más detallados del proceso contestatario que busca un
cambio social mundial, al interior de las naciones y entre estas.

31
2
UNA TEORÍA DE OPOSICIÓN LOCAL A
LA GLOBALIZACIÓN NEOLIBERAL

Durante la última parte del siglo XX, de manera irregular y


gradual, las naciones en vías de desarrollo fueron dejando atrás
las estrategias de desarrollo producidas y lideradas por el Estado,
las cuales se reemplazaron con reformas de libre mercado y
nuevos vínculos transnacionales ligados a la economía mundial;
esta transición generó grandes e importantes campañas de
descontento popular. Este capítulo ofrece un marco de referencia
para comprender las condiciones en que las comunidades del Sur
global se movilizaron en contra de las reformas neoliberales de
la globalización. La capacidad de analizar la combinación de los
procesos de democratización, las amenazas económicas y la dispo-
nibilidad de infraestructuras estatales y comunitarias revela las
motivaciones y los patrones de resistencia ante la globalización por
parte de los grupos de oposición. La historia particular de cada
país en torno al proceso de desarrollo impulsado por el Estado
también moldea la composición de las coaliciones multisectoriales
que se enfrentan a la liberalización económica a lo largo y ancho
de los contextos nacionales. La capacidad que tienen los grupos
de la sociedad civil de conformar coaliciones tan amplias es un
elemento capaz de determinar el grado de oposición que puede
alcanzar a través de las campañas, desafiando así el rumbo del
cambio económico mundial (García Linera 2008).

33
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Los investigadores académicos definen a la globalización


como la integración económica y cultural cada vez mayor de los
Estados-nación (J. Meyer y otros, 1997; Sklair, 2006: 60-61). Gran
parte de la literatura existente acerca de los movimientos sociales
y la globalización se ha enfocado en las actividades del Norte
global (L. Wood, 2012), cuestiones como el crecimiento de los
movimientos sociales transnacionales de la primera parte del siglo
XX (Tarrow, 2005; Smith, 2008). Los estudios sobre las protestas
en el Norte global se enfocan en gran parte en las estructuras
de movilización transnacional y en cómo sus organizadores han
utilizado nuevas tecnologías de la comunicación para coordinar
campañas en contra de instituciones de la elite financiera y política,
como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial
(BM), el G-8 y el Foro Económico Mundial (Smith y Weist, 2012; L.
Wood, 2012). Se sabe menos acerca de las movilizaciones en contra
de la liberalización económica en el Sur global (Von Bulow, 2011)1.
Se genera mucho más conflicto social en relación a temas vincu-
lados a la globalización en los países de la periferia y en aquellos
recientemente industrializados, que en las democracias capitalistas
avanzadas (Podobnik, 2005), especialmente en la medida que el
Sur global se relaciona cada vez más con las ONG transnacionales
(Smith y Weist, 2012). Por otra parte, después de temas como la
lucha religiosa, política y la étnica, la globalización económica es
el factor que impulsa algunas de las iniciativas de movilización más
grandes que se dan en los países en vías de desarrollo (Almeida,
2010a). De hecho, algunos equipos de investigadores académicos de
la región están comenzando a documentar estas luchas en una serie

1 Para una excepción importante sobre la cuestión, véase Walton y


Seddon (1994).

34
de volúmenes sobre la acción colectiva en Asia (Broadbent y Broc-
kman, 2011), en África (Dwyer y Zeilig, 2012) y en Latinoamérica
(López Maya, 1999; Eckstein y Wickham-Crowley, 2003; Johnston y
Almeida, 2006; Stahler-Sholk, Vanden y Kuecker, 2008; Modonesi y
Rebón, 2011; Silva, 2013; Almeida y Cordero Ulate, 2015).
Desde la década de los ochenta, las campañas en contra
de la liberalización económica en el Sur global han conducido a
brotes significativos de descontento social, incluyendo el derro-
camiento de Gobiernos, a través de la movilización masiva (Silva,
2009; Goldstone, 2011). Por otra parte, partidos políticos de la
oposición, en Estados democráticos, han transformado con éxito
el descontento masivo y las movilizaciones populares en contra de
las reformas de mercado, en triunfos electorales gubernamentales,
tanto a nivel local como nacional (Levitsky y Roberts, 2011; Roberts,
2014). Aun con todo y decenas de relatos académicos y periodís-
ticos sobre las movilizaciones de mayor envergadura en los países
en vías de desarrollo, se sabe muy poco acerca de cómo varían
estos conflictos sociales a nivel local. ¿Cómo es que los agentes de
movilización desarrollan estas revueltas a partir de las bases locales
hasta convertirlas en campañas sostenidas a nivel nacional?
Cada vez más, los investigadores académicos reconocen que
analizar cómo los procesos globales chocan con las condiciones
locales es un aspecto que ofrece una nueva línea de investigación
(Babones, 2006). Los sociólogos que se dedican a trabajar en el
ámbito de la historia demandan metodologías que permitan realizar
estudios empíricos sobre la globalización, estudios que penetren
hasta el nivel subnacional. Saskia Sassen (2007: 4) afirma: “Concebir
la globalización no simplemente en términos de interdependencia
y de instituciones globales, sino también como un elemento que
habita en lo nacional, abre una vasta, e irresuelta, agenda de
investigación”. Desde este punto de vista, podemos examinar
cómo la globalización afecta la actividad de la protesta popular y
de los movimientos sociales al interior de los Estados-nación y a
nivel local. Javier Auyero (2001) caracteriza las batallas contra la
globalización a nivel comunitario como “protestas glocales”, por lo
cual las condiciones económicas globales convergen con contextos
locales para producir una acción colectiva de manera desigual a

35
lo largo de un territorio nacional. Los procesos macroeconómicos
a gran escala que impulsan la dirección del ajuste estructural y de
la exclusión social son interpretados a nivel comunitario por los
actores de la colectividad como una “política de la moral” (Auyero,
2006). Este estudio se basa en la literatura sobre la “glocalización”
para demostrar que al establecer infraestructuras estatales, admi-
nistrativas y organizacionales a nivel comunitario estas se pueden
utilizar para resistir los cambios no deseados que trae consigo
una liberalización económica cada vez más profunda. Cuando
las comunidades hacen uso de las ventajas de la democratización
y de su propio capital organizacional y estratégico, estas pueden
apropiarse de estas estructuras y hacer uso de ellas para una gran
variedad de actividades de movilización.

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La tercera ola de democratización global comenzó a tomar


forma a finales de los setenta (Huntington, 1991; Markoff, 1996).
Para principios de los años noventa, la mayor parte del territorio
latinoamericano había hecho la transición hacia las formas
democráticas de gobierno (Hagopian y Mainwaring, 2005; Booth y
Seligson, 2009). Sin embargo, una “doble transición” se llevó a cabo
en la región, a partir de una democratización que coincidió con
la neoliberalización de la economía (Almeida y Johnston, 2006).
Este proceso conjunto de elecciones abiertas combinado con los
mercados libres demostró ser una mezcla peligrosa en varios de los
Estados de Latinoamérica, lo que propició niveles todavía más altos
de movilización masiva (Arce y Bellinger, 2007). Los sistemas polí-
ticos relativamente abiertos han permitido que más grupos formen
organizaciones y asociaciones (Tilly y Wood, 2012), incluyendo una
amplia variedad de ONG y nuevos movimientos sociales (Johnston,
Laraña y Gusfield, 1994). Hasta las asociaciones tradicionales de
la sociedad civil (como los sindicatos, las asociaciones del sector
público y las cooperativas rurales) han llegado a percibir ese
ambiente menos represivo y esas instituciones relativamente más

36
accesibles, como una invitación a renovar las rondas de moviliza-
ción popular (Tarrow, 1994). Las estructuras sociales democráticas
ejercen influencia sobre la orientación política de los grupos de
oposición (Walder, 2009), canalizándolos hacia más formas no
violentas de acción colectiva.
Aquellos grupos contestatarios que recién se organizan
pueden aprovechar mejor las organizaciones existentes y la
infraestructura del Estado para realizar campañas sostenidas bajo
condiciones de democratización. Hasta los regímenes poliárquicos
que se encuentran rigurosamente controlados por elites económicas
en permanente rotación (W. Robinson, 1996) son más susceptibles
a campañas sostenidas de protesta que aquellos Estados que
gobiernan exclusivamente a través de fuerzas represivas. La elite
económica de una poliarquía es más apta para implementar
medidas neoliberales agresivas que provocan aquellas amenazas
ligadas a la economía y que avivan la llama de la acción colectiva
masiva. Además, las condiciones de la democratización permiten
que los partidos políticos de oposición se movilicen a la par de los
grupos de la sociedad civil para ampliar su base de seguidores y
su futuro destino electoral. Estas coaliciones se transforman en
potentes alianzas cuando incorporan a múltiples sectores al interior
de la sociedad civil. Tales tareas de movilización son mucho más
difíciles bajo regímenes altamente autoritarios y no democráticos
(Brockett, 2005; Earl, 2011; Johnston, 2011).

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Un componente central de la elaboración de políticas neoli-


berales en el Sur global involucra el desmantelamiento de grandes
porciones del sector público y la implementación de reformas
económicas y de medidas de austeridad. La crisis de la deuda
internacional de inicios de los ochenta obligó a los países en vías
de desarrollo a abrir sus economías a una mayor influencia econó-
mica externa. Cuando las instituciones financieras internacionales

37
se pusieron a renegociar las deudas de los países más pobres en
bancos comerciales y dentro de los Gobiernos del Norte global,
establecieron préstamos de condicionalidad y afianzaron acuerdos
de ajuste estructural (Green, 2003; Vreeland, 2007). Durante los
ochenta, la primera fase de las reformas de ajuste estructural se
enfocó en gran medida en la reducción de los aranceles de impor-
tación, la devaluación de las monedas nacionales, el control de la
inflación y la reducción del gasto en el sector público (Walton y
Seddon, 1994; Green, 2003). De hecho, David Harvey afirma que
para 1982, el FMI y el Banco Mundial se habían convertido en
“centros para la propagación y la aplicación del ‘fundamentalismo
de libre mercado’ y de la ortodoxia neoliberal. A cambio de la reca-
lendarización de la deuda, los países endeudados estaban obligados
a implementar reformas institucionales, como recortes en gastos
de asistencia social, leyes más flexibles en el mercado laboral y el
proceso de privatización” (2005: 29).
La década de los noventa anunció una segunda ola de
reformas económicas y de ajuste estructural en un nuevo intento
por hacer despegar a las economías débiles —con la privatización
del sector público jugando un rol central en todo esto—. Entre
1988 y 1994, los países menos desarrollados (PMD) privatizaron
más de tres mil entidades públicas (Babb, 2005). La segunda ronda
de reformas fue impulsada no solo por la crisis de la deuda, sino
también por la institucionalización de las medidas de liberalización
económica dentro de los círculos de elite que elaboran las políticas
económicas de la sociedad mundial (Meyer, Drori y Hwang, 2006;
Weyland, 2006), y recibió apoyo por parte del creciente y denso
círculo de economistas neoliberales dentro de las burocracias ejecu-
tivas (Markoff y Montecinos, 1993). En otras palabras, implementar
reformas de libre mercado se convirtió en la forma aceptable
de administrar las economías nacionales en la era posterior a la
Guerra Fría (Fourcade-Gourinchas y Babb, 2002). Estas reformas
de “segunda generación” se centraron en la privatización de los
servicios del sector público y de las empresas de servicios públicos,
como el sistema de salud, el sistema de pensiones, la administración
de los servicios de agua, las telecomunicaciones, la administración
de los puertos, la distribución de la energía eléctrica y el patrimonio
de recursos naturales (Green, 2003; Kaufman y Nelson, 2005).

38
En los noventa, Latinoamérica representaba el 55% de todos los
ingresos de la privatización en el Sur global (Chong y López de
Silanes, 2005: 5).

Cuadro 2.1
Políticas de liberalización económica que han ocasionado campañas de protesta

1980-1994 1995-2015

La finalización del subsidio alimen- Privatización de la infraestructura


tario ocasiona un incremento de los pública (seguridad social, sistema de
precios de la canasta básica (trigo, salud, sistema de pensiones, adminis-
maíz, arroz, aceite de cocina, etc.). tración del sistema de agua y alcantari-
llados, del servicio de energía eléctrica,
Incrementos en los precios del de los puertos, de las telecomunica-
transporte, vivienda y vestido. ciones, de los recursos naturales).
Políticas de estabilización que Leyes de flexibilidad laboral.
congelan los salarios y que ocasionan
el despido de los trabajadores del Reforma del sistema de pensiones (se
sector público. incrementan las contribuciones que se
descuentan de la nómina de sueldos y
Privatización de empresas admi- se aumenta la edad necesaria para el
nistradas por el Estado y empresas de retiro; transferencia de fondos a cuentas
manufactura. bancarias privadas).
Tratados de libre comercio.

Estas medidas de segunda generación ocurrieron en el


contexto de un mayor nivel de democratización en los países en
vías de desarrollo (Markoff, 2006), especialmente en Latinoamé-
rica, donde la sociedad civil estaba desarrollando la capacidad
de expresar una oposición sostenida ante las políticas económicas
de los Gobiernos, que despojaban de los beneficios obtenidos en
períodos anteriores del desarrollo impulsado por el Estado (Roberts,
2008). Antes del vuelco hacia los Gobiernos postneoliberales, a
finales de la primera década del siglo XXI (Macdonald y Ruckert,
2009), las instituciones financieras internacionales ya habían
transformado a la mayoría de los países en vías de desarrollo en
“Estados neoliberales”. Harvey define tales regímenes como “un
aparato de Estado que tenía como misión fundamental facilitar las
condiciones para una rentable acumulación de capital, tanto por
parte del capital doméstico como por parte del capital extranjero”
(2005: 7). En el Cuadro 2.1 se resumen los tipos de políticas de
liberalización económica implementados por el Estado neoliberal,

39
que han generado un descontento generalizado en el Sur global
a lo largo de los últimos 35 años. Las políticas, que se discuten en
detalle en los siguientes capítulos, afectan el bienestar económico
de los ciudadanos a lo largo del Sur global. Estas medidas de
austeridad y estas estrategias económicas moldean los niveles de
consumo, la distribución del ingreso y el acceso a la educación, la
salud y los servicios vitales que con frecuencia no son tomados en
cuenta por los indicadores estándares del crecimiento económico
(Stiglitz, Sen y Fitoussi, 2010).
En los países en vías de desarrollo, desde la década de los
noventa, algunas de las campañas de protesta más grandes han
estado relacionadas con intentos de los Gobiernos de privatizar
los recursos naturales clave, los servicios públicos y las empresas
de servicios. Hasta los investigadores académicos que destacan
un apoyo público para las medidas de liberalización económica
(en términos de más alternativas para el consumidor y de acceso
a una mayor variedad de bienes y servicios), reconocen que la
privatización de la infraestructura pública sigue siendo altamente
impopular, especialmente en Latinoamérica (Baker, 2009; Flores
Macías, 2012). Este tipo de sentimiento público proporciona un
contexto más favorable para una movilización efectiva. Uno de
los movimientos sociales más grandes de América del Sur, el
movimiento de los trabajadores desempleados (los piqueteros) de
Argentina, surgió de las comunidades ubicadas en las industrias
petroleras privatizadas (Svampa y Pereyra, 2003). Perú entró en
erupción con protestas regionales a gran escala y con disturbios,
cuando las autoridades intentaron privatizar el sistema de energía
que administraba el Estado en Arequipa, en 2002 (Arce, 2008).
A inicios de 2000, tanto Paraguay como Uruguay vivieron la
experiencia de grandes campañas en contra de la privatización. En
Bolivia, las guerras por el agua y el gas, debido a la privatización,
dieron origen a movilizaciones populares organizadas (y decenas
de bloqueos en carreteras) que ocasionaron el derrocamiento de
dos presidentes y que colocaron al frente del poder a un Gobierno
de izquierda, a finales de 2005 (Postero, 2007).
Varios otros tipos de políticas neoliberales también conducen
a un descontento masivo en el Sur global, incluyendo el libre

40
comercio, las leyes de flexibilidad laboral, la reforma del sistema de
pensiones, el congelamiento de los salarios y los despidos masivos
en el sector público, así como los impuestos sobre las ventas, que
son regresivos (véase el Cuadro 2.1). Estos conforman una familia
de políticas vinculada directamente con la crisis de la deuda y
con la globalización económica, mientras los Gobiernos prueban
toda una gama de estrategias para complacer a las instituciones
multilaterales de financiamiento, restringir el gasto interno y
abrirse a la inversión extranjera y a los mercados internacionales.
Más allá de Latinoamérica, se puede observar la movilización
masiva frente a estas políticas en Asia, África y en el sur de Europa
(Almeida, 2010a). China ha experimentado varias olas de protestas
laborales en torno a la privatización de empresas de propiedad
estatal y de las pensiones correspondientes de los trabajadores, las
movilizaciones más grandes registradas en los últimos veinte años
(Lee, 2007; Chen, 2012). Estudiantes de Corea del Sur, partidos
políticos de oposición, agricultores y sindicatos se unieron en varias
campañas en contra de los tratados de libre comercio entre 2006
y 2011. Significativas movilizaciones masivas en torno a la privati-
zación también se han llevado a cabo repetidamente en India y en
Sudáfrica, entre 2000 y 2013.
Entre 2011 y 2013, Europa del Sur entró en una ola de
protestas en contra de las medidas de austeridad, en Portugal,
Grecia y España, con varias huelgas generales y movilizaciones
masivas en contra de los recortes hechos por el Gobierno, despidos
masivos y leyes de flexibilidad laboral vinculadas a la deuda
externa. Además, se extendió una nueva ola de protestas por el
incremento en los precios de los productos alimenticios a lo largo
de los diferentes países en vías de desarrollo, entre 2007 y 2011,
parcialmente causada por la reducción de los subsidios a los precios
de los productos alimenticios y a los granos básicos, por parte de los
Gobiernos neoliberales (Patel y McMichael, 2009). Varias de estas
protestas ocurrieron debido al costo de la vida y al incremento en
el precio de los alimentos en países que habían experimentado las
insurrecciones de la Primavera Árabe de 2011, como fue el caso de
Bahréin, Egipto, Túnez, Siria, Jordania y Yemen (Bush, 2010). Para
inicios de 2013, la ola global de protestas en contra del neolibera-
lismo se había expandido hacia Europa del Este, mientras ciuda-

41
danos búlgaros se manifestaban en decenas de ciudades en contra
de los altos precios del servicio eléctrico que cobraban las empresas
transnacionales de distribución de energía, que monopolizaron
los mercados regionales luego de la privatización. La insurrección
popular búlgara condujo a la renuncia del Gobierno a finales de
febrero. Movilizaciones masivas similares se realizaron en Kosovo,
en contra de la privatización y de los incrementos en el precio del
servicio de electricidad, a finales de 2012 y 2013, mientras Brasil
experimentaba una de las más grandes olas de protestas en los
últimos veinte años, a mediados de 2013, que comenzaron en forma
de manifestaciones contra el incremento de precios en el transporte
colectivo, lideradas por el Movimento Passe Livre (Movimiento
Pase Libre, en español), y más adelante continuaron con protestas
por parte de los sindicatos y huelgas por la venta de la enorme
reserva de petróleo cerca de la costa del país (el Campo Libra), en
octubre de 2013. El descontento popular debido al incremento de
los precios reunió a un millón de personas en las calles en más de
cien ciudades (Keck, 2013). Actos similares ocurrieron en México,
luego de la privatización del petróleo en 2013 y 2014.
Los manifestantes ven la austeridad, la privatización y el
rápido incremento de precios como amenazas económicas que
se le atribuyen al Estado y que empeorarán la situación (Almeida,
2003). Las amenazas económicas hacen crecer el ímpetu de la
acción colectiva y funcionan como “movilizadoras de protestas”
(Snow y Soule, 2009). El primer teórico que escribió sobre el tema
de las amenazas y de la lucha popular, Charles Tilly, afirma que
“un determinado nivel de amenaza tiende a generar más acción
colectiva que el ‘mismo’ grado de oportunidad” (1978: 134-135).
Las clases subalternas del Sur global visualizan nuevas rondas de
exclusión social que ocurrirán luego de las inminentes reformas
neoliberales. Tal y como lo establece de forma sucinta Michael
Mann: “Como todos los programas económicos, el neoliberalismo
beneficia a unos más que a otros y provoca resistencia entre
aquellos que resultan afectados” (2013: 132). Las percepciones
compartidas de las amenazas económicas también pueden conducir
a múltiples grupos a que formen coaliciones, generando así formas
más eficaces de acción colectiva (McCammon y Van Dyke, 2010).
Está claro que las políticas de reforma económica han provocado

42
protestas masivas a lo largo de los últimos treinta años, con resul-
tados políticos de relevancia (Silva, 2009). Sin embargo, se sabe
muy poco acerca de cuáles comunidades son más propensas que
otras a rebelarse, o acerca de la composición de las alianzas de
oposición. En síntesis, estas rebeliones “nacionales” en contra de la
liberalización se construyen a partir de decenas de acciones a nivel
comunitario, por lo cual los activistas y los líderes civiles utilizan los
recursos locales para poner en marcha campañas multisectoriales
de acción colectiva.

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El período comprendido entre los años cuarenta e inicios


de los ochenta fue el punto más alto del desarrollo impulsado por
el Estado en el Sur global (W. Robinson, 2004). Pero esta fase de
expansión económica terminó con la crisis de la deuda del Tercer
Mundo, a finales del siglo XX (Walton, 1998). Los estudiosos críticos
de la globalización perciben un cambio o transformación dentro del
capitalismo mundial y que inicia alrededor de 1980 (W. Robinson,
2004; Sassen, 2008). Aunque algunos analistas de la globalización
hacen énfasis en la naturaleza homogénea de la integración econó-
mica en todos los países en vías de desarrollo (Centeno y Cohen,
2010), la forma en la que el desarrollo impulsado por el Estado
se da en la etapa previa a la globalización tiene consecuencias
importantes para los patrones que adopta la oposición en el período
contemporáneo. Christopher Chase-Dunn sostiene que “una pers-
pectiva histórica sobre la última fase de la globalización permite ver
los patrones de interacción más utilizados entre la expansión capi-
talista y los movimientos de oposición que han tratado de proteger
a la gente de los aspectos negativos de las fuerzas de mercado y de
la explotación” (2006: 92).
Este marco a más largo plazo incluye la expansión del
Estado de desarrollo entre 1940 y 1980, cuando los Gobiernos
nacionales ampliaban la administración burocrática, las institu-

43
ciones educativas, la seguridad social y los sistemas de salud, y
las infraestructuras de transporte, en una escala sin precedentes
(Segura-Urbiego, 2007; Evans y Sewell, 2013). La educación
primaria y la enseñanza media crecieron de forma significativa con
la construcción de escuelas y la extensión del acceso educativo para
millones de ciudadanos. Los Gobiernos nacionales establecieron
institutos de seguridad social para proteger a los trabajadores y a
sus familias, con dinámicas de atención de la salud, seguros en caso
de accidentes y el sistema de pensiones. Durante este período de
desarrollo impulsado por el Estado, los recién construidos sistemas
nacionales de carreteras contribuyeron a la integración de las
economías nacionales, más allá de enclaves, para la exportación
agrícola y de los centros de extracción de recursos, como las minas
y los bosques.
A pesar de tener similitudes generales, en este período, los
países en vías de desarrollo diferían unos de otros en términos
de estrategias de desarrollo tanto políticas como económicas.
Aunque la mayor parte del Sur global se embarcó en el camino
del desarrollo impulsado por el Estado, a mediados del siglo XX,
los Gobiernos nacionales no ejecutaron lo planeado de la misma
manera, aun en el caso de países en la misma región geográfica.
Estas diferencias tienen consecuencias significativas para el tipo de
patrones que adopta la oposición de la sociedad civil ante la libe-
ralización económica dentro del período actual de globalización,
en cada nación. Los Estados que construyeron universidades en
varias de las provincias se diferenciaban de los que construyeron
las universidades en las capitales de las ciudades. Los regímenes
que entraron antes que otros al camino de la democratización
permitieron que los partidos políticos desempeñaran un papel
más importante en el proceso de oposición. Los regímenes de
exclusión y de represión obligaron a los movimientos de oposición a
organizarse a través de las ONG, donde los regímenes de bienestar
corporativistas, populistas y aquellos concentrados en el Estado
permiten un mayor nivel de organización al interior de las institu-
ciones del Estado, los sindicatos del sector público y los organismos
cuasigubernamentales.

44
En resumen, los países en vías de desarrollo alcanzaron
progresos significativos a mediados del siglo XX con la construcción
de infraestructuras sociales y administrativas, integrando sus econo-
mías y expandiendo a nivel nacional los servicios relacionados con
el bienestar social. Sin embargo, los regímenes políticos y econó-
micos de gobierno de cada uno diferían en cuanto a la distribución
de estas infraestructuras en todos los distritos locales, y en cuanto
a los tipos de características de la relación entre el Estado y la
sociedad. Estas infraestructuras establecieron el entramado para
la capacidad de resistencia colectiva a nivel local en la era global y
las variantes de esa resistencia en todos los Estados-nación. Por lo
tanto, las historias sobre el desarrollo impulsado por el Estado en el
Sur global establecieron las bases para los patrones de conducta y
el carácter de la oposición ante la reestructuración económica en
la era contemporánea de integración mundial.

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Los grupos de oposición con frecuencia ven las rees-


tructuraciones económicas asociadas a la globalización como
amenazas para los acuerdos sociales que se alcanzaron durante el
período de desarrollo económico nacional, posterior a la Segunda
Guerra Mundial. En esta época, los Gobiernos con orientación
autoritaria, democrática y populista generaron la expansión de
los servicios sociales y de los subsidios en función de las clases
populares (Walton y Seddon, 1994). El debilitamiento de las líneas
de bienestar social implementadas es percibido como un factor
dañino para el bienestar económico, y los modelos de amenaza
que distinguen la acción colectiva son capaces de predecir que se
generará más descontento con esas situaciones (Van Dyke y Soule,
2002; Almeida, 2003, 2007). La disminución de las dinámicas de
bienestar social incrementa los costos de la inactividad de los
grupos vulnerables (Goldstone y Tilly, 2001), como la mano de obra
y la gente de escasos recursos de las áreas urbanas, quienes verían
una disminución de los salarios, del nivel de empleo y del acceso

45
a los servicios vitales (Vreeland, 2003). Los programas de ajuste
estructural que debilitan el Estado de bienestar han estado vincu-
lados a los intensos niveles de rebelión, a partir de investigaciones
cuantitativas comparativas entre países, a gran escala (Auvinen,
1996; Ortiz y Béjar, 2013). Pero se sabe mucho menos acerca de las
condiciones asociadas con la variación a nivel local de la oposición
a las reformas de mercado.
Hasta la fecha, los estudios sobre la oposición al neolibera-
lismo en el Sur global tienden a agrupar los eventos a nivel nacional
(Shefner y otros, 2006). Este tipo de diseño funciona bien para los
estudios comparativos a gran escala entre países que trabajan con
grandes muestras en lo que concierne a destacar condiciones más
amplias asociadas a la movilización masiva en respuesta a la libera-
lización económica. Por ejemplo, Walton y Ragin (1990) identifican
en las comparaciones cuantitativas entre países, sobre las protestas
contra las medidas de austeridad, que la presión ejercida por el FMI
(el número de reestructuraciones de préstamos), la sobreurbaniza-
ción y el nivel de sindicalización están entre los mecanismos que
se correlacionan de forma más consistente en cuanto al tema de la
rebelión intensiva. Auvinen (1996), con un ejemplo de setenta países
en vías de desarrollo, también identifica protestas políticas relacio-
nadas con el financiamiento del FMI, donde la urbanización y el
desarrollo económico eran relativamente altos. Un estudio compa-
rativo a gran escala entre países (de 131 países en vías de desa-
rrollo, entre 1981 y 2003), sobre los impactos del ajuste estructural,
sobre la rebelión y sobre todo tipo de manifestaciones, Abouharb
y Cingranelli (2007) indicaron que hay una influencia definitiva
de la presión ejercida por el FMI y el Banco Mundial (cantidad de
tiempo bajo los criterios del ajuste estructural), así como también en
cuanto al Producto Interno Bruto (PIB) anual y a la exportación de
productos básicos. Ortiz y Béjar (2013) determinan en una muestra
comparativa por períodos entre 17 países latinoamericanos que,
entre 1980 y 2007, los Gobiernos que firmaron un acuerdo con el
FMI experimentaron un incremento en el número de eventos de
protesta, especialmente huelgas y disturbios.
Todos estos estudios comparativos entre países, tomando
en cuenta diferentes períodos y muestras de países en vías de

46
desarrollo, coinciden en que las dimensiones causales clave, como
la sobreurbanización, el Producto Interno Bruto (PIB) y el desarrollo
económico, sirven de variables sustitutas para los tipos de recursos
e “infraestructuras organizacionales” (Walton y Seddon, 1994: 45)
que generalmente entran en juego para propiciar campañas de
protesta y rebeliones, pero que son difíciles de captar con datos
agrupados a nivel general de comparación, entre países, a gran
escala. Analizar la oposición subnacional ante la liberalización
económica permite elaborar un estudio más detallado de las estruc-
turas comunitarias y de los recursos estratégicos donde el proceso
de movilización de hecho ocurre.

,1)5$(6758&785$648(
5(63$/'$1/$6&$03$g$6'(3527(67$

Los analistas necesitan clasificar de forma más precisa los


recursos locales de una comunidad, que son más propensos a
convertirse en parte de la acción colectiva en los países en vías
de desarrollo. Con el propósito de comprender mejor el manejo
del tiempo y la organización de la acción colectiva, es necesario
discernir qué tipos de características organizacionales administra-
tivas, físicas y sociales son más favorables para que las personas
comunes y corrientes puedan apropiarse de ellas a nivel local y
participar en las actividades relativas a los movimientos sociales.
Una perspectiva sobre la infraestructura local es útil en la medida
que especifica las condiciones básicas bajo las cuales la moviliza-
ción masiva emerge en ciertas localidades y no en otras. Para esta-
blecer el tipo de recursos que puede generar la acción colectiva en
respuesta a los procesos de globalización, en este estudio se definen
diferentes tipos de infraestructuras del Estado e infraestructuras de
la comunidad. Las localidades difieren unas de otras por el nivel
de sus estructuras estatales y comunitarias, y esta diferencia tiene
importantes consecuencias, a la hora de estructurar dinámicas
contestatarias colectivas (Edwards y McCarthy, 2004). Además, los
países en vías de desarrollo reflejan casos diversos en términos de

47
la distribución que presenta su tipo particular de infraestructura
estatal y comunitaria.
Las infraestructuras estatales son unidades físicas y organi-
zacionales que los Gobiernos nacionales construyen para sostener
las continuas actividades económicas y administrativas. Las infraes-
tructuras estatales originalmente se desarrollaron en la era previa
a la globalización, y los diferentes contextos nacionales moldearon
la distribución de estas. Las infraestructuras comunitarias incluyen
a las organizaciones sociales que operan a nivel local, que pueden
ser utilizadas durante las campañas de acción colectiva (Andrews,
2004). Tales organizaciones ocasionalmente están relacionadas con
redes nacionales e internacionales, como los partidos políticos o las
entidades transnacionales sin fines de lucro y las ONG internacio-
nales (Smith y Weist, 2012), pero sus actividades locales son más
relevantes para la movilización a nivel comunitario.

,1)5$(6758&785$6'(/(67$'2

Las localidades varían a partir de la extensión de las


infraestructuras creadas por el Estado. Los componentes políticos,
culturales y físicos anclados a nivel local del Estado, que permiten
movilizar a la gente para alcanzar a los públicos meta, actúan como
recursos estratégicos. Los tres tipos de infraestructura estatal que
facilitan la acción colectiva en el Sur global son la infraestructura
administrativa, la infraestructura de transporte y la infraestructura
de la educación superior.

Infraestructura administrativa
El Estado moderno representa el blanco más importante y
el árbitro de las demandas de los movimientos sociales (Jenkins y
Klandermans, 1995a; Amenta y Young, 1999; Johnston, 2011). Las
oficinas del gobierno local proporcionan el medio de acceso insti-
tucional para que los grupos expresen sus quejas a los administra-
dores del Estado y a los funcionarios públicos (Inclán, 2008). Tales

48
puestos administrativos se encuentran sobre todo concentrados en
los principales pueblos y ciudades de la provincia que albergan a
las oficinas regionales de la administración pública y sus servicios
(Silva, 2009). Esta distribución geográfica desigual brinda menos
oportunidades para que las comunidades descontentas se movilicen
a partir de eventos de protesta en aquellos pueblos, regiones y
ciudades aisladas (Boudreau, 1996). Por ejemplo, en Brasil, a través
del descontento masivo que se expresó por las tarifas del transporte,
a mediados de 2013, los primeros lugares que fueron testigo de las
manifestaciones son las capitales de los estados.

Infraestructura de transporte
Las rutas de transporte ofrecen a los manifestantes un lugar
para reunirse y mostrar su descontento, o “tomarse un espacio
determinado… como medio de ejercer presión en las personas que
se encuentran fuera de ese espacio” (Tilly, 1986: 376). En Latinoa-
mérica, los grupos de oposición desde el norte de México hasta el
sur de Argentina, como parte de su rutina, aplican el bloqueo de
carreteras como una táctica importante de oponerse a las medidas
de liberalización económica. La Confederación de Nacionalidades
Indígenas del Ecuador (Conaie), una agrupación de las organiza-
ciones campesinas indígenas de la nación, ya ha llegado a paralizar
el país en múltiples ocasiones, entre 1990 y 2000, a través del uso
de barricadas colocadas en las carreteras más importantes, además
de una exitosa campaña para frenar el tratado de libre comercio en
la primavera (marzo-mayo) de 2006.
Acciones similares de bloqueos ocurrieron en Argentina a lo
largo de la última parte de los noventa e inicios de 2000, acciones
encabezadas por el movimiento de trabajadores desempleados.
Para 2002, durante el punto más intenso de la crisis de la deuda
nacional, hubo más de 2,000 bloqueos en las calles, anualmente.
En el último capítulo de su estudio comparativo sobre las protestas
ante las reformas económicas en seis países suramericanos,
Eduardo Silva (2009: 271) descubrió que “los bloqueos en las calles
surgieron como la forma más novedosa de protesta durante nues-
tros episodios de lucha antineoliberal”. Xi Chen (2012) identifica el
bloqueo de carreteras como una de las formas más significativas
de protesta en China, en contra de las reformas de libre mercado,

49
durante los noventa e inicios de 2000, que llevaron a cabo los
trabajadores, pensionados y pequeños agricultores. Adicionalmente,
las comunidades que tienen las principales rutas de transporte
logran convocar niveles más altos de acción colectiva, por su valor
estratégico al llamar la atención de las autoridades y de la gente que
transita por las calles (Zald, 1992). En síntesis, las barricadas en las
carreteras se han convertido en una de las tácticas más importantes
para generar disrupción e incrementar al máximo el potencial de
una campaña de protesta ante los gobiernos locales y nacionales.

Infraestructura de la educación superior


La era del desarrollo impulsado por el Estado desenca-
denó un período de expansión universitaria sin precedentes y
un crecimiento en el nivel de inscripción de los estudiantes que
continúa hasta el presente (Schofer y Meyer, 2005; Weiss, Aspinall
y Thompson, 2012). Las universidades públicas y sus estudiantes
mantienen una larga historia de oposición a los regímenes en los
países en vías de desarrollo, incluyendo el tema de las luchas revo-
lucionarias (Wickham-Crowley, 1992). Las comunidades universita-
rias (los estudiantes, los miembros de las facultades y el personal)
con frecuencia perciben las políticas agresivas de liberalización
económica como un revés al compromiso del Estado de proteger
el derecho al bienestar económico y social de la sociedad civil. Los
estudiantes y el personal con frecuencia colaboran como agentes
(Diani, 2003), al organizar a otros sectores sociales, por ejemplo,
comunidades cercanas y estudiantes de bachillerato (Gonzalez,
1985; Argueta, 2006). En particular, los estudiantes universitarios
se benefician de una etapa distintiva en el curso de sus vidas, que
les despoja relativamente de algunas de las limitantes de tiempo
que se tienen para dedicarse al activismo, con respecto a otros
grupos (McAdam, 1988). Grandes concentraciones de estudiantes
que residen en la misma ciudad o el mismo vecindario también
ofrecen condiciones ecológicas favorables para la movilización,
en comparación con aquellas comunidades que no tienen univer-
sidades (Van Dyke, 1998; Zhao, 2001; Andrews y Biggs, 2006). Las
universidades también proporcionan un espacio público para que la
sociedad civil se pueda reunir y debatir sobre las temáticas relativas
a las políticas nacionales.

50
,1)5$(6758&785$&2081,7$5,$

Mientras más grande es el número de asociaciones y organi-


zaciones en una comunidad, más rápido se moviliza y se sostiene
una campaña de acción colectiva (Morris, 1984; McCammon,
2003; Andrews, 2004). En su investigación sobre actividad civil a
nivel vecinal en Chicago, Robert J. Sampson y sus colegas afirman
que “los episodios de protesta tienden a desarrollarse al interior
de organizaciones o instituciones ya establecidas” (Sampson y
otros, 2005: 678; véase también McAdam, 2003). Las ONG, las
asociaciones laborales y las ramas locales de los partidos políticos
de oposición son organizaciones de base comunitaria vitales que
pueden activarse para participar en campañas en contra de los
cambios económicos no deseados.

Organizaciones no gubernamentales
Durante los noventa y en la década que inició en 2000, los
países en vías de desarrollo fueron testigos de una rápida prolifera-
ción de las ONG (Bradshaw y Schafer, 2000; Drori, Meyer y Hwang,
2006). Las misiones de las ONG van desde el desarrollo comunitario
y la salud pública hasta las campañas en contra de la violencia.
Las ONG apoyan a muchos de los nuevos movimientos sociales
en el Sur global, como el ambientalismo, la equidad de género,
los derechos a la diversidad sexual y los derechos de las minorías
indígenas. Otros tipos de ONG apoyan a las asociaciones tradicio-
nales de la sociedad civil, como los sindicatos y las cooperativas
rurales. Cuando se contrae el Estado de bienestar, las ONG ofrecen
algunas de las únicas fuerzas organizacionales activas en comuni-
dades rurales, remotas y marginadas, proporcionando así servicios
vitales y manteniendo un contacto directo y de confianza con
las poblaciones locales. En ocasiones, las estructuras de las ONG
pueden ser cooptadas para campañas específicas de movimientos
sociales (McCarthy, 1987). Por ejemplo, en Sudáfrica, a inicios de

51
2000, agrupaciones de las ONG (el Foro Contra la Privatización y
el Comité de Crisis de la Electricidad de Soweto) coordinaron la
realización de campañas en contra de la privatización de los servi-
cios públicos y de los crecientes precios al consumidor (Buhlungu,
2006). En Guatemala, las ONG participaron en campañas a nivel
nacional, a inicios de 2000, para abrir un debate público sobre el
Tratado de Libre Comercio de Centroamérica (Cafta, por sus siglas
en inglés) y para intentar detener su implementación (véase el capí-
tulo 7). En el Sur global, muchas ONG se benefician de las alianzas
y de los recursos de organizaciones transnacionales simpatizantes
que tienen sus bases en el Norte global, como el caso de Oxfam, la
Fundación Soros y la Fundación Friedrich Ebert, entre otras (Smith
y Wiest, 2012).
Por el contrario, algunas ONG podrían estar básicamente
al servicio de los intereses de las agencias internacionales y de los
Gobiernos, desenvolviéndose como transmisoras locales de valores
y prácticas neoliberales; al hacerlo, tienen la capacidad de contener
la acción colectiva como ruta alternativa para el cambio social
(Petras y Veltmeyer, 2005). Algunas ONG también podrían estar
bajo la manipulación de administradores locales, quienes retienen
la mayor parte de los fondos organizacionales para ejecutar las
operaciones diarias y desembolsan solo un pequeño porcentaje
de dinero para las comunidades que lo necesitan. Con estas dos
caracterizaciones dispares de las ONG (como recursos de acción
o como fuerza para la apatía), los analistas deben considerar la
historia del desarrollo estatal de ciertos países para determinar
el nivel de potencial que tiene el sector de las ONG como aliado
en las campañas de protesta. Las naciones que hacen frente a
Gobiernos especialmente represivos y excluyentes puede que
tiendan a promover a tipos más autónomos de ONG, o que perte-
nezcan a las comunidades de base, y que cuenten con una larga
historia, en términos de la utilización de la acción colectiva para
ejercer presión en el Estado, obtener recursos y subsanar así las
necesidades básicas. A pesar de todas las anteriores advertencias,
la mera existencia de una organización no gubernamental en una
comunidad marginada genera la posibilidad de que su estructura
(completa o parcial) pueda ser utilizada en campañas de acción
colectiva en algún momento.

52
Asociaciones laborales
Entre la década de los cuarenta e inicios de los ochenta,
los Estados en el Sur global establecieron cientos de instituciones
públicas e institutos, desde la seguridad social y la distribución de
agua y energía hasta abastecimientos de alimentos y mecanismos
de regulación. Las medidas económicas y las políticas de privatiza-
ción, dirigidas a instituciones estatales específicas, con frecuencia
tienden a movilizar primero a los trabajadores que se encuentran
bajo una inminente amenaza económica. Tales institutos públicos
se denominan “organizaciones focales”, porque las políticas de
privatización les afectan más a ellos. Alberto Chong y Florencio
López de Silanes (2005) descubrieron que se realizaron huelgas
laborales en un 47% de los institutos del sector público que estaban
bajo la amenaza de la privatización, a escala global, y en un 66% de
empresas públicas en Latinoamérica. Por lo tanto, se esperaría que
los empleados públicos (y sus asociaciones laborales y sindicatos)
fueran los candidatos más probables para movilizarse en oposición
a la privatización en el instituto en cuestión, o en oposición a los
procesos de liberalización en general (S. Sandoval, 2001).
La resistencia colectiva tendería a surgir en aquellas locali-
dades donde las instituciones del Estado que están pasando por un
proceso inminente de privatización se encuentran concentradas
geográficamente. Los grupos laborales que se benefician del desa-
rrollo impulsado por el Estado pueden ser especialmente críticos en
las campañas en contra de la disminución excesiva de los beneficios
del Estado de bienestar y de las leyes de flexibilidad laboral. Beverly
Silver (2003: 18) pronostica que con la globalización, tal recorte de
los beneficios al trabajador probablemente dará como resultado una
movilización defensiva, como la que planteaba Polanyi, por parte
de los sindicatos. Por otra parte, las instituciones del Estado que se
encuentran ubicadas en diferentes lugares, como los hospitales y
las escuelas públicas, mantienen el potencial de movilizar a miles
por todo el territorio de una nación. En un estudio sistemático
de dos ciclos de lucha popular en Honduras, entre 1990 y 2005,
Eugenio Sosa (2013) identificó que maestros, trabajadores de la
salud, empleados públicos y estudiantes eran cuatro de los grupos
que participaban con mayor frecuencia en los eventos de protesta.

53
Partidos políticos de oposición local
Los partidos políticos de oposición (aquellos partidos
externos al poder ejecutivo) pueden utilizar las políticas econó-
micas desfavorables para movilizar a grandes grupos de votantes
(Keck, 1992; Kriesi, 1995). Cuando existe una porción importante
de la opinión pública que se expresa y se mantiene en contra de
las medidas de liberalización, los partidos de oposición pueden
sacar provecho del descontento público (Maguire, 1995; Stearns
y Almeida, 2004; Kolb, 2007). Los partidos políticos siguen siendo
una de las unidades organizacionales coordinadas en los países en
vías de desarrollo que siguen un proceso de democratización con
ramas que se distribuyen en diferentes regiones al interior de un
territorio nacional. Los partidos de oposición no solo desempeñan
sus roles tradicionales dentro de los organismos parlamentarios,
sino que también movilizan cada vez más a la gente en las calles, a
través de campañas de protesta (Goldstone, 2003). De forma similar
a otros tipos de organizaciones sociales que generan una conciencia
mutua e identidades comunes en un espacio territorial extenso
(McCammon, 2001), los partidos de oposición unifican a varios
grupos y a seguidores en múltiples localidades a lo largo de un país.
Esta relación entre las campañas de protesta y los partidos polí-
ticos se ha denominado “partidismo de los movimientos sociales”
(Almeida, 2006, 2010b). De forma más específica, el partidismo en
los movimientos sociales se da cuando un partido de oposición
se alinea con las organizaciones de la sociedad civil y despliega a
los miembros de su organización para involucrarse en dinámicas
masivas, como las manifestaciones, los encuentros y los bloqueos
en las calles. Por consiguiente, el partido aparece más como una
entidad relativa a los movimientos sociales que como una organi-
zación política convencional, que se enfoca exclusivamente en la
legislación al interior de un organismo parlamentario.
Este fue ciertamente el caso de Bolivia, a inicios de 2000,
cuando los partidos de oposición Movimiento al Socialismo y Movi-
miento Indígena Pachakutik movilizaron a miles de campesinos
indígenas, estudiantes y trabajadores del área urbana en campañas
de protesta en decenas de comunidades, en contra de la erradica-
ción de la coca, la privatización del agua, y por la renacionalización

54
del gas natural (Van Cott, 2005; Yashar, 2005). En Ecuador, acti-
vistas indígenas de las tierras altas y de la Amazonia conformaron
el partido político Pachakutik y unieron fuerzas con sindicatos del
sector público y con otras 50 organizaciones populares y rurales,
en la Coordinadora de Movimientos Sociales. Entre finales de los
noventa e inicios de 2000, Pachakutik participó simultáneamente
en campañas de protesta antineoliberal y en contiendas electorales
(Becker, 2011). A nivel comunitario, sectores locales de los partidos
de oposición con frecuencia realizaron encuentros semanales y
foros públicos para debatir temáticas sobre las políticas nacionales,
como la reestructuración económica (Silber, 2011). En los lugares
donde los partidos nacionalistas, populistas y de izquierda tienen
puntos de apoyo territoriales locales, se esperaría un mayor nivel
de resistencia colectiva ante las reformas neoliberales.

&$3,7$/(675$7f*,&2

Las localidades también varían en su capacidad estratégica


para utilizar las infraestructuras comunitarias y estatales en la coor-
dinación de la acción colectiva (Ganz, 2009). El capital estratégico
de una comunidad se compone de elementos ligados a la expe-
riencia. Las acciones colectivas del pasado en contra de políticas
económicas no deseadas, al interior de una región, pueden añadirse
al capital estratégico de una comunidad en forma de una reserva de
valiosa información y de experiencia sobre cómo lanzar campañas
de movilización local (García Linera 2008), por medio del apro-
vechamiento de los recursos de las infraestructuras locales. Estos
recursos cognitivos podrían denominarse “experiencia estratégica”.
Las comunidades con experiencia en la protesta colectiva
tienden a gastar menos recursos económicos al iniciar nuevas
rondas de acción conjunta. Rutinas, patrones a seguir y repertorios
de protesta masiva (por ejemplo, barricadas, bloqueos sincroni-
zados en las calles, locales específicos desde los cuales se puede
potenciar el llamado a la movilización) que son conocidos entre la

55
población local y que se inscriben en la cultura regional pueden
activarse de cara a las oportunidades o a las amenazas (Tilly, 1978;
Taylor y Van Dyke, 2004). Estas comunidades funcionan como
repositorios de conocimiento colectivo, en torno a los cuales los
elementos estratégicos y organizacionales de sus localidades pueden
emplearse mejor para generar acciones conjuntas.
Daniel Cress y David Snow (1996: 1095) denominan a esa
información de la experiencia “apoyo estratégico”, o “el conoci-
miento que facilita la consecución de las metas a través de la acción
colectiva, como las sentadas y la toma de ciertos lugares”. Estudios
anteriores han determinado que la protesta colectiva del pasado
con frecuencia está asociada con niveles más altos de resistencia
(Van Dyke, Dixon y Carlon, 2007; Taylor y otros, 2009) —hasta
cuando las acciones han ocurrido en décadas anteriores recientes
(Beissinger, 2001: 138)—. A nivel comunitario, se esperaría que las
anteriores campañas de acción colectiva en contra de la liberali-
zación económica estuvieran fuertemente vinculadas a las rondas
actuales de protesta en contra de políticas similares. Universidades,
ONG, asociaciones laborales, militantes de partidos políticos y
miembros de la comunidad retienen los conocimientos y rutinas
que proporcionan las luchas pasadas y las formas de estructurar las
movilizaciones locales (Taylor y Van Dyke, 2004).

/8&+$08/7,6(&725,$/

Los organizadores también experimentan más éxito en la


generación de acciones colectivas a gran escala cuando pueden
estructurar una coalición multisectorial. En otras palabras, la
movilización a gran escala es más probable que pueda alcanzarse
si se vinculan grupos de múltiples sectores de la sociedad civil para
actuar de forma conjunta por una causa común (García Linera
2008). El Estado neoliberal ha creado un clima estructural donde
los movimientos sociales tradicionales (como los sindicatos y las
cooperativas de campesinos) se han debilitado a causa de años

56
de crisis, austeridad, privatización, leyes de flexibilidad laboral
y competencia mundial. Un solo sindicato es probablemente
demasiado débil para sostener una campaña a nivel nacional. Las
cooperativas rurales de campesinos se han debilitado a causa de
la negligencia gubernamental y a la desinversión en la producción
nacional de alimentos, ya que cada vez más se hace énfasis en los
productos agrícolas no tradicionales y en las plantas de procesa-
miento de exportaciones (W. Robinson, 2008; Anner, 2011).
Entre los únicos medios viables para que participen grandes
regiones del territorio nacional en campañas de protesta está el
mecanismo a través del cual varios sectores se unen para trabajar
de forma conjunta. Los participantes pueden ser ONG que buscan
el desarrollo, partidos políticos de oposición, sindicatos, empleados
del sector público, instituciones educativas y otros nuevos
movimientos sociales relacionados con la ecología, el género, la
etnicidad o los derechos humanos. Mientras más de estos grupos
cooperan, más grande es el poder en números. De hecho, detrás
de las campañas más extensas de protesta antineoliberal que se
documentan en América del Sur en las dos últimas décadas, usual-
mente se puede identificar a una coalición multisectorial desde la
Coordinadora, en las guerras por el agua en Bolivia, en 2000, y la
coalición del Estado Mayor del Pueblo que demandaba la rena-
cionalización del gas natural en 2003 y 2005, hasta los sindicatos,
los trabajadores desempleados, los comerciantes, y los políticos
locales, que constituyeron la alianza en contra del desempleo
masivo en las provincias del interior de Argentina, a finales de los
noventa (Svampa y Pereyra, 2003: 30). Existen muchos ejemplos
de multisectoriales: el conflicto por la privatización del agua en
Uruguay (2003-2005), coordinado por la Comisión Nacional en
Defensa del Agua y de la Vida (CNDAV); las protestas contra el libre
comercio en Ecuador (2006), organizadas por Ecuador Decide; o
las múltiples campañas en contra de la privatización en Paraguay,
en 2000, lideradas por el Frente en Defensa de los Bienes Públicos
y el Patrimonio Nacional (Riquelme, 2004).
Por otra parte, cuando diversos sectores de la sociedad se
oponen a una reforma particular impulsada por el mercado, eso
proporciona a los responsables del diseño de las políticas una

57
evidencia creíble de cuán intensa es la hostilidad ante la medida en
cuestión, lo que incrementa en gran medida los costos de continuar
con su implementación a las elites económicas y políticas. Además,
cuando la oposición se deriva de una diversidad de grupos, es poco
probable que los mecanismos de cooptación del clientelismo y del
mecenazgo, sean simples o tradicionales, lleguen a desmovilizar
la campaña. Las coaliciones multisectoriales también introducen
una variedad de tácticas en una campaña de protesta, basándose
en la experiencia de cada grupo participante. Esto dinamiza la
acción colectiva más allá de un solo repertorio, como en el caso
de una huelga laboral en la que las autoridades pueden enfocar sus
esfuerzos de control social (Schock, 2005). Los diferentes patrones
del desarrollo impulsado por el Estado moldean la composición
particular de las coaliciones multisectoriales que están en contra
de las reformas neoliberales, al interior de los Estados-nación. Los
Estados con un historial de populismo o de bienestar social proba-
blemente cuenten con sectores sustanciales del movimiento laboral
dentro de una coalición, mientras que los Estados excluyentes y
represivos podrían ver un importante nivel de representación por
parte del sector de las ONG. Lo principal, en términos de manejo
del tiempo, es que se esperaría ver campañas dignas de atención
(aquellas que se realizan a lo largo del territorio nacional y que
generan movilizaciones constantes con miles de participantes) para
hacerse visibles en las regiones donde se encuentran estructuras
preexistentes de alianzas multisectoriales, u otras recién formadas,
en la víspera de la implementación de las reformas económicas.
La Gráfica 2.1 resume las condiciones mundiales, nacionales
y locales que se interconectan para estimular la resistencia colectiva
ante las formas neoliberales del capitalismo. Las características
esenciales de las infraestructuras estatales y comunitarias y del
capital estratégico se resumen en el Cuadro 2.2, con sus correspon-
dientes contribuciones a la estructuración de campañas de acción
colectiva en respuesta a las reformas del libre mercado.

58
La política del Condiciones locales
Procesos de Estado-nación moldeadas por el desarrollo
globalización impulsado por el Estado
económica š:[ceYhWj_pWY_Œd
š:_ijh_XkY_ŒdZ[bW
š7YkckbWY_Œd š7`kij[[ijhkYjkhWb _d\hW[ijhkYjkhWZ[b;ijWZe
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feh[b;ijWZe [nf[h_[dY_W[ijhWjƒ]_YW

Gráfica 2.1 El modelo de resistencia local a la globalización neoliberal

Las campañas de protesta en contra de la liberalización


económica se hacen presentes en el panorama político nacional a
partir de decenas de acciones locales a nivel comunitario, combi-
nadas con manifestaciones masivas en la capital. Las localidades
varían en función de sus recursos estructurales y estratégicos. En
su análisis de la literatura existente sobre estructuras de moviliza-
ción, Bob Edwards y John D. McCarthy (2004: 118) afirman que
“los recursos cruciales para darle inicio o continuidad a la acción
colectiva están distribuidos de manera desigual al interior de las
sociedades”. Tal distribución desigual de las infraestructuras esta-
tales y de las comunitarias genera desigualdades en términos del
espacio (Lobao, Hooks y Tickmayer, 2007). Una perspectiva subna-
cional subraya los recursos clave del Estado y de la comunidad,
y los recursos estratégicos que se encuentran dispersos de forma
desigual a lo largo de las subdivisiones políticas. Los elementos de
las infraestructuras estatales y comunitarias y el capital estratégico
proporcionan una base para que los miembros de la comunidad y
los activistas lleven a cabo las dinámicas de acción colectiva en sus
localidades, como parte de campañas más amplias que abordan los
temas de la globalización y la integración económica. Es probable
que estas campañas sean especialmente fuertes y sostenidas cuando
las amplias alianzas multisectoriales surgen por toda la sociedad
civil y el territorio nacional.

59
Cuadro 2.2
Componentes centrales de la infraestructura estatal y comunitaria
y del capital estratégico

Función en la promoción
Recursos
de la acción colectiva local

Infraestructura del Estado

Infraestructura administrativa L os c iudada nos pueden pre sentar


reclamos y quejas en las oficinas de los
gobiernos locales.

Infraestructura de transporte Permite la aplicación estratégica de


acción colectiva asertiva y disruptiva,
con hechos públicos ante los transeúntes.

Infraestructura de Los estudiantes de las universidades


educación superior. públicas y el personal de estas simpa-
(universidades públicas) t i z an con los es f uer zos en cont ra
de la privatización, y disponen del
tiempo y la flexibilidad para movilizar a
otros sectores.

Infraestructura de la comunidad

organizaciones A sí como algunas de las unidades


no gubernamentales organizacionales que operan en las
regiones rurales empobrecidas, las ONG
mantienen redes sociales de confianza
con las comunidades que están fuera de
los centros urbanos, y tienen experiencia
para la organización y la movilización.

Partidos políticos de oposición. Con la expansión de la democratización


en los países en vías de desarrollo,
los partidos políticos de oposición
operan como una porción de los únicos
colectivos organizados a nivel nacional
que pueden sincronizar las acciones
con los afiliados locales para participar
en campañas nacionales de protesta y
también fortalecer su poder electoral.

Asociaciones laborales Sindicatos, asociaciones profesionales y


coaliciones de organizaciones sindicales
sostienen estructuras organizacionales
en los pueblos o ciudades más grandes.

Capital estratégico

Experiencia estratégica La información crítica y la experiencia


sobre cómo coordinar la acción colectiva
local se incrementa a partir de otras
experiencias en campañas previas.

60
&21&/86,Ñ1

En este estudio se analizan las campañas de mayor alcance


en contra de la globalización en Centroamérica. Las campañas de
protesta involucran “una serie de acciones discretas que pueden
subsumirse bajo una meta o un eslogan común, pero específico”
(Rucht y Neidhardt, 1999: 68). Las campañas de protesta son
acciones colectivas de corto plazo, en contraste con movimientos
sociales más duraderos, los cuales con frecuencia tienen a la vez
múltiples metas y objetivos. Las campañas se centran en medidas
relativas a políticas específicas (en este caso, políticas directamente
vinculadas a la globalización económica, como la privatización,
la flexibilidad laboral, la desregulación del control de los precios
o los tratados de libre comercio). Las actividades de protesta
en el Sur global tienden con frecuencia a adoptar más la forma
de campañas que de movimientos sociales de largo plazo. Con
porciones significativas de la población viviendo cerca de la línea
de pobreza y careciendo de recursos materiales, es difícil alcanzar
una movilización duradera y sostenida (Boudreau, 1996). Sin
embargo, la gente puede emprender movilizaciones de más corto
plazo que afectan directamente su forma de vida, como el acceso
al cuidado de la salud, los servicios públicos, una alimentación
asequible, vestimenta, transporte y servicios sociales. La gente se
esfuerza por la recuperación de lo social, por el bienestar y por la
salud, frente a las amenazas económicas (Hall y Lamont, 2013).
Las campañas también tienen límites bien definidos, con fechas
de inicio y de final, información sobre el resultado de las políticas
(por ejemplo, ¿se implementó la privatización o no?) y un alcance
territorial determinado.
Por estas razones, para los investigadores académicos, las
campañas de protesta son más sencillas de analizar de forma
empírica. Por otra parte, las campañas pueden ofrecer datos más
exactos que las formas menos directas de oposición a la libera-

61
lización económica, como las encuestas de opinión pública o el
comportamiento electoral. Cuando la gente se moviliza pública y
deliberadamente en contra de medidas neoliberales específicas, es
un signo más directo y transparente de que la política económica
está conduciendo la oposición a la globalización. La reconstrucción
sistemática de las campañas de protesta en contra de las políticas
neoliberales ofrece la mejor evidencia posible de que la gente
común sacrifica su valioso tiempo y sus escasos recursos a la resis-
tencia ante los programas económicos no deseados, relacionados
con la globalización y con el capital transnacional, y esto permite
hacer una comparación entre regiones del Sur global.
Costa Rica, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua
y Panamá han experimentado campañas específicas, unidas en el
tiempo y unificadas bajo la meta de prevenir reestructuraciones
económicas no deseadas. La organización de los siguientes capí-
tulos se encuentra establecida a partir de una breve síntesis de
las historias del desarrollo impulsado por el Estado en cada país,
a mediados del siglo XX. Luego, se analizan las campañas más
grandes realizadas en contra de la globalización económica, desta-
cando los roles cruciales de la infraestructura estatal y comunitaria
y de la experiencia estratégica, en cuanto a la generación de la
resistencia subnacional. Se presta especial atención a la naturaleza
multisectorial de la oposición. El capítulo final compara a los
seis Estados centroamericanos en términos de las características
comunes de las infraestructuras estatales y comunitarias que
posibilitan las campañas, y de las diferencias más significativas en
la composición de coaliciones de oposición, basadas en trayectorias
particulares del desarrollo impulsado por el Estado.

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