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MUERTO DE LA LÁMPARA
- Me das miedo. – Dijo con una sonrisa muy, pero que muy cautivadora. –
Venga, no seas tan nauseas. – No me gustó que me llamara así, aunque se lo
perdoné al instante porque seguía con su sonrisa. Estuve fijándome en su
cara, centrado, para no desviar la mirada.
- Vale, trabajo en una tienda… no, más bien soy dueño de una tienda de
artículos para manualidades y bricolaje. Además tengo un taller que alquilo
para que la gente pueda utilizar herramientas que no puede o no quiere
comprar por falta de espacio en casa.
- Vaya, qué interesante. – Me centré en su mirada, por si había algún síntoma
de burla, sin embargo no lo detecté.
- Estoy casado. – Aquí sí que noté un cambio brusco de su cara. La sonrisa se
congeló y pasó de ser sincera a forzada. – En fase de divorcio, sólo falta el
dictamen del juez. – Iba a mantener ese dato oculto, sin embargo necesitaba
que recuperara la sonrisa.
- Vaya, vaya. Divorciado. – Lo dijo como sopesando no sé qué. – ¿Le pusiste
los cuernos o es por incompatibilidad de caracteres? – Lo de Luci parecía un
listado de Spotify de los ochenta.
- Fue ella la que me los puso, no sé por qué das por hecho que tuviese que ser
yo quien engañara a Araceli.
- ¿Araceli? ¿La de clase?
- No, no, otra Araceli. – La Araceli de clase era de otro mundo, ajeno al mío.
Una chica muy liberada, tanto que acabó desatada. Sexo, drogas, madre
soltera, cárcel…
- Debe ser duro que te engañe alguien en quien confías.
- ¿Adivinas con quién me puso los cuernos?
- ¿Cómo voy a saberlo? No conozco con quién te relacionas.
- Con Pascual.
- ¿Pascual? ¿Tu primo?
- Exacto.
- Si es gilipollas.
- Vaya, pues en el instituto ibas detrás de él.
- ¿Detrás de él? Ja, ja, no, ni de coña, iba detrás de ti.
- Sí, para que le convenciera para salir contigo.
- Eso fue al principio, hasta que vi lo gilipollas que era y por lo visto sigue
siendo.
Aquí me quedé en modo congelado. ¿De verdad la chica que me gustaba
estaba también por mí? ¿De verdad no fui capaz de captar las señales? Por lo
visto no.
Le conté un poco sobre lo ocurrido. Mi vida con Araceli, ideal al principio,
porque nos queríamos y cómo se fue al traste cinco meses después de la boda,
cuando la pillé fornicando con mi primo, enterándome que llevaba justo siete
meses, puede que más, compartiendo fluidos con él.
- Es triste lo que te ha pasado, aunque no lo siento, porque quizá el destino ha
pretendido juntarnos de nuevo.
Esto, por muy ilusionante (y muy de bolero) que pudiera parecerme, me
preocupó. ¿Estaba bien de la cabeza? Porque, para empezar, el destino no nos
juntaba de nuevo, porque jamás estuvimos juntos, al menos lo que entendería
yo por estar juntos, y para acabar, ¿Cómo podía retomar un supuesto amor
hacia mí, tras unos catorce años sin vernos, si acabábamos de reencontrarnos y
en circunstancias un poco extrañas?
Simplemente hice un gesto como de incógnita, como si también valorara si
el destino pintaba algo en este encuentro o simplemente fue la casualidad, si es
que eran cosas diferentes.
- No me ha quedado claro si trabajas en el Boys o si pasabas por ahí, ni por
qué vas en albornoz.
- Es una larga historia y muy aburrida.
- Podemos ir a comer algo por ahí y me lo cuentas.
- Sería una muy buena idea si no fuera porque cargo con dos problemas, voy
en albornoz y por ese mismo motivo, no tengo dinero. – Tampoco le iba a
decir que la poli me andaba buscando y con mis pintas llamaría mucho la
atención a plena luz del día.
- Te invito yo, no te preocupes.
- ¿Y no sería mejor pedir algo y comer aquí?
- Vale, si me explicas lo del albornoz.
Viendo la presión que ejercía, su chantaje, ya que me estaba muriendo de
hambre, y que en el fondo me moría por decírselo, me vi obligado a contarle
lo que me había pasado.
Le recordé lo de mi divorcio y la necesidad que tuve de contratar un
abogado. El buen acuerdo que conseguí en cuanto al reparto de lo que
teníamos, yo me quedé con el piso, que era mío desde un principio (de mi
madre concretamente, con mi usufructo por ser también heredero de mi padre)
y el resto para ella, salvo mil euros de los cuarenta mil que teníamos en la
cartilla.
- Y anteayer, cuando me levanté de la cama, me encontré a mi abogado
colgado de la lámpara del comedor.
- ¡Ostras! ¿Vivías con él? – ¿Eso fue lo que pilló de esa información?
- No, no, era en mi casa. No sé qué pintaba ahí ni quién pudo matarlo o
colgarlo de mi lámpara.
- ¿Matarlo? Por lo que dices parece un suicidio.
- Oí a la poli decir que ya estaba muerto cuando lo colgaron.
- Al menos no creen que has sido tú, de otro modo estarías encerrado.
- Ahí está el quid de todo esto. – Le dije con un gesto de mis manos,
abarcando mi albornoz, para empezar a explicarle el por qué de mis pintas. –
Veras…
No voy a repetirme, así que le conté todo lo ocurrido, como si ella fuera mi
mejor amiga, la merecedora de toda mi confianza. También incluí,
lógicamente, a Leo en la historia, porque era parte importante de ella.
- O sea que te está buscando la poli.
- Exacto, al menos eso creo y si piensas que debo irme, no te lo echaría en
cara, sólo te pediría que me permitieras quedarme hasta que anochezca o que
me prestéis ropa, no puedo salir así a la calle a plena luz del día.
- Puedes quedarte. Mi ropa te quedaría sexi, si fueses una Drag Queen y no
creo que te interese ponerte lo de Isa, aparte que no te la prestaría ni
borracho.
Así que me quedé.
Pedimos algo para comer y comimos en la habitación. Por lo visto, salvo
contadas ocasiones, el compartir piso no incluía la vida social junto a sus
compañeras de piso. Isaías se fue a comer por ahí, con algún amigo o colegas
y Merche decidió darnos intimidad y meterse en la cama tras comer una
ensalada y tomarse varias aspirinas. Por lo visto su resaca tenía visos de ser
épica.
- ¿Y no sospechas quién pudo ser? – Me preguntó mientras nos metíamos en el
estómago unos boles de comida china. No soy de ese tipo de comida, pero
cuando hay hambre hasta el brócoli sabe rico… bueno, sin exagerar.
- Sospechaba de mi primo.
- ¿Tu primo?
- Sí, puede que sólo por rencor y porque cumplía dos requisitos, podía tener
llaves de mi casa y nos conocía a ambos y bueno, tres requisitos, porque
también tiene fuerza para arrastrar el cuerpo inerte del abogado para colgarlo
de la lámpara. Al principio sospeché de Araceli, solo que le fallaba el
requisito de la fuerza. – Mientras le contaba tal cosa, vi que se entretenía con
el móvil. O no le interesaba o…
- Es Marco, me pregunta qué tal anoche la fiesta de despedida de soltera. –
Hice una pausa en mi relato, para darle tiempo a su momento de posible
ruptura. – ¿Crees que estaría mal romper con alguien por WhatsApp? – Una
pregunta difícil de contestar.
- No, ¿Por qué? – Tampoco fue tan difícil de responder.
- No sé, después de seis años de relación cortar con un mensaje.
- Igual tienes razón aunque yo hubiese preferido que Araceli me enviara un
mensaje rompiendo, a pillarla con mi primo en la cama. – Sonó otro tono de
aviso anunciándole otro mensaje.
- Me dice que viene dentro de un rato, para pasar la tarde juntos. La última
tarde de domingo de solteros.
- Pues igual es mejor que me vaya. – Le dije poniéndome nervioso. Estaba
dispuesto a salir como Drag Queen, antes que ser testigo de lo que pudiera
pasar, o que se lo pensara mejor y se enrollaran o que rompieran y el tal
Marco la tomara conmigo.
- No, por favor, quédate. Necesito tu apoyo en esto.
Me quedé.
Hecho un manojo de nervios, aun así me quedé.
Y fue una buena elección, porque al darle esa buena noticia para ella, me
abrazó, pegándose mucho a mí, como si ese abrazo estuviese cargado de
mucho cariño hasta que…
- Espera, espera, es pronto para eso.
El maldito albornoz no me permitía disimular lo suficiente mi estado de
ánimo. En pleno abrazo, con fines de amistad, se me abrió debido a la presión
y mostró lo que mi cuerpo y mente demandaban en ese momento.
- Lo siento no puedo controlar esto. – Le dije señalando hacia abajo. – Con
este dichoso albornoz corre mucho aire por ahí y estoy muy necesitado
últimamente.
¿Cómo le estaba diciendo tal cosa? No tenía tanto nivel de confianza.
- No te preocupes, lo entiendo.
¿De verdad lo entendía?
Llamaron al timbre. ¡Joder! ¿Ya estaba aquí? Y a mí todavía no se me había
relajado el morbo. Eso enfurecería más al tal Marco.
Luci se fue a abrir y yo traté de sujetar bien el albornoz. Una grapadora me
hubiese hecho falta, un cubo de hielo y una grapadora.
Me asomé por la puerta, con la idea de cambiar de ubicación, al baño o así,
tal vez a la habitación de Isaías. Entendí que no era una buena idea que Marco
me pillara tal como iba, en la habitación de su novia.
Cuando empecé a correr por el pasillo, oí la voz de Leo.
- Puedes hablar tranquila, lo sabe todo. – Cuando le dije esto a Leo, me fusiló
con la mirada. – Es muy amiga mía y he decidido no guardarle secretos.
Ahí, lo reconozco, me pegué una pasada, más sabiendo que Leo sabía que ni
me acordaba del nombre de mi “muy amiga mía” hacía apenas unas horas.
- En fin. – Dijo asumiendo mi estupidez con cara de fastidio. – Como suponía,
me estaban buscando. Por debajo de la puerta de mi casa, metieron un aviso
para que me presentara en comisaría y así hice…
Por lo visto, Leo, se hizo la ignorante. No sabía lo de su padre. “¿Qué me
está diciendo? ¿Qué lo han matado? ” Tras enterarse de tal cosa, lloró
desconsoladamente y pidió explicaciones sobre qué había pasado y quién lo
había hecho.
A la vez que nos lo contaba pretendía teatralizar la conversación, con poca
calidad de interpretación todo hay que decirlo, sin embargo nos enteramos
bien de lo ocurrido, básicamente que le informaron de cosas que ya sabía.
Le preguntaron si me conocía, a lo que ella dijo que no
Si sabía qué caso estaba llevando últimamente su padre, a lo que contestó
que se dedicaba al tema divorcios desde hacía unos cuantos años.
Si conocía a alguien que le odiara hasta el punto de desear su muerte, a lo
que dijo que no, que su padre era buena persona.
También le preguntaron por su madre, si sabía dónde estaba y si tendría
motivos para matar a su marido, a lo que respondió que llevaba años fuera de
casa, en paradero desconocido y que, por supuesto, no le deseaba nada malo a
su marido, puesto que había sido una separación concertada, bien que ella fue
la que decidió irse unilateralmente, simplemente él no puso reparos.
Sobre mí, dijo que habían puesto orden de búsqueda y captura.
- ¡No me jodas! ¡Eso es la ostia! – Esta declaración de sorpresa por parte de
Luci, fue fruto de un subidón de adrenalina o de algo parecido que pudiera
tener, al oír que yo era un enemigo público número un… no, tanto no, puede
que el ocho mil y pico. Se quedó mirándome de un modo especial. Para mí
que llevaba una vida muy aburrida con su novio Marco. – Eso me convierte
en cómplice.
- No. – Dijo Leo, no sé si porque lo pensaba así o sólo para mantener el
escondite, no fuera que Luci cambiara de opinión sobre lo de que
estuviésemos en su piso compartido. – No porque tú no sabes nada de esto,
porque si algún día te preguntan, dirás tú y tus compañeras de piso, que no
sabíais nada, es más, no le comentes esto a las demás.
- De acuerdo. – En ese momento volvió a sonar el timbre de la puerta. –
Mierda, la policía. Te han seguido.
Aunque Luci lo dijo sin conocimiento de causa, Leo se tomó en serio tal
posibilidad. Más tarde me dijo que había pensado que la pudieran seguir,
aunque no hubiera motivo para ello, al menos que ella pensara, por lo que se
fijó muy mucho en quienes iban tras ella, dando vueltas por calles poco
transitadas y por otras muy transitadas, tratando de perder a un posible
perseguidor.
Cuando Luci abrió la puerta, vimos a un tipo, con aspecto de poli
uniformado, aunque sin uniforme. Leo y yo observábamos desde el pasillo,
escondidos, preparados para rendirnos y ponernos de rodillas para ser
detenidos si se daba el caso. Desde nuestra atalaya vimos que el visitante se
abrazaba a Luci y le daba un beso en los labios, uno de esos cortos, bien por
ser un simple saludo, bien porque ella hizo gesto de rechazo. Sí, fue esto
último, porque él se quedó mirando extrañado y le preguntó si pasaba algo.
- Tenemos que hablar. – Imaginé que al oír eso, a Marco se le caería el mundo
encima.
- Hola. – Nos dijo alguien a la espalda, provocando un susto con grito
incluido. – ¿Todavía aquí?
Era Merche, acababa de levantarse de la cama, supuse que al oír el timbre.
Lógicamente, Marco se percató de nuestra presencia.
- ¿Tienes visita? – Quizá pensó que eso era de lo que tenían que hablar, sobre
que tenía visita, hasta que se percató de un detalle. – ¿Por qué va en
albornoz?
- Es una larga historia que te puedo resumir en pocas palabras. – Le contestó
apartándose a un lado para que pasara al piso.
- Creo que será mejor que os dejemos solos. – Dije cogiendo a Leo del brazo y
tirando de ella hacia la cocina.
- No, no te vayas, me dijiste que estarías conmigo cuando hablara con él. –
¿Yo le dije eso? La verdad, no lo recordaba.
- ¿De qué va esto? – Me preguntó Leo mirándome mal ya casi por costumbre.
- Es una larga historia que te puedo resumir en tres palabras – le dije copiando
lo que acababa de decir Luci apenas un minuto eterno antes – Me va a matar.
Cuatro palabras, tres no, cuatro. – Me corregí. – Son cuatro.
Estaba poniéndome nervioso, porque Marco, confirmando mis temores, era
un tipo de un metro ochentaipico de altura, o sea un palmo más alto que yo,
ancho de hombros y con brazos de gimnasio. No un suasaneguer o cómo
demonios se escriba, pero sí de los que te sueltan una y olvidas las razones del
equilibrio a la vez que compruebas la dureza de la ley de la gravedad.
Como por lo visto le dije que la acompañaría, me acerqué a ellos, que ya
iban camino del comedor, no sin decirle a Leo que, si me pasaba algo, supiera
que yo no tuve que ver con la muerte de su padre y que mi última voluntad era
que limpiara mi nombre, aunque en el fondo, una vez muerto, eso me daría
igual.
- ¿Qué pasa? ¿Quién es este? ¿Por qué va desnudo? – Conste que no iba
desnudo, aunque al sentarme sí que se me movió el albornoz a un lado,
dejando a la vista mi pequeño Gollum.
- Es un amigo del instituto, no te preocupes por él, porque no tiene nada que
ver en todo esto. Está aquí porque le persigue…
- ¡Ejem! – Solté una tos forzada, para que entendiera que no se debía ir de la
lengua.
- Nada, nada, eso no te importa. – Me miró, consciente de que casi mete la
pata. – Lo que te voy a decir tiene que ver con lo que pasó anoche, en la
fiesta de despedida de soltera.
- ¿Te follaste a alguien? ¿A este? – Al decirlo se levantó para soltarme la
primera, por suerte me había sentado estratégicamente lejos y a Luci le dio
tiempo de pararle, física y oralmente, al decirle que no, que no era eso, que
escuchara. – ¿Entonces? – No sé si se calmó ni si dejó de pensar en mí como
yo pensaba en mi primo Pascual (joer, qué ilusión), al menos se sentó y
siguió escuchando, mientras iba calentando los músculos, para no tener un
tirón cuando por fin se decidiera a pegarme una paliza.
- Fue durante la fiesta que pensé que esto no es lo que quiero.
- ¿A qué te refieres? – Me miró otra vez, tal vez calibrando si al decir, esto, se
refería a mí.
- Que me di cuenta que la vida que llevamos no es la que quiero. Que me
aburro mucho contigo y que no disfruto del sexo lo que creo que debiera
disfrutar. Anoche me divertí un montón.
- ¿Te follaste a este?
Y dale, qué obsesión. Por mucho que me ilusionara pensar que diera por
hecho que al acostarse conmigo descubrió lo que era disfrutar del sexo, no
como con él, lo cierto era que no fue así. Eso me hacía temer que me soltara
unas cuantas ostias por nada, porque si me hubiese acostado con ella, tendría
sentido, no motivo, pero sí sentido. Pegarme por algo que no había hecho era
lo que me estaba dando congoja. Morirme sin haberme acostado con mi amor
de instituto, porque un capullo así lo creyera.
Luci le vino a decir lo mismo:
- Y dale, qué obsesión.
Sólo esa parte fue la misma. El resto ya cambió, porque ella no compartía
mis temores.
Le dijo que a su vida le faltaba diversión, volver a salir con amigas, sentir el
cosquilleo de la atracción por otros hombres, tanto por parte de ella como lo
que pudieran sentir los demás, vamos, que echaba de menos la fase del cortejo.
También le habló de lo aburrida que se sentía tras pasar toda la semana
trabajando y pasar el finde soportando las reuniones familiares y lo que temía
era que ese iba a ser el guión del resto de su vida de casada. En cuanto al sexo,
ahí intenté desconectar, porque me sentía celoso por lo que pudiera contar. No
pude hacerlo y, la verdad, nada de celos, porque le puso a parir en ese tema.
Oyendo lo que oí, no me explicaba cómo habían llegado al punto de estar a
una semana de la boda.
Creo que Marco seguía mosca con mi presencia, bien porque pensaba que
yo era el causante de todo lo que ella le decía, por mucho que lo negara, bien
porque estaba siendo testigo de su bochorno. Quizá me viera como el saco de
entrenamiento, un rostro en el que desahogar su furia a golpes, porque acabó
levantándose y lanzándose sobre mí al grito de “hijo de putaaaaaa.”
Le vi venir, porque estuve muy tenso todo el rato, esperando algo parecido.
Se le veía cargado de rabia y las miradas que me lanzaba indicaban que yo iba
a ser el foco de su ira, por eso, cuando saltó sobre mí, tal como preví, logré,
ágilmente, acurrucarme, en modo fetal, para soportar los golpes del mejor
modo posible.
Me sentí como un perro atropellado por un coche, al menos así lo imaginé,
puesto que no hay declaraciones caninas que lo corroboren.
Marco me golpeó en las manos que cubrían mi cara, en los brazos que
tapaban mi pecho, en las rodillas que ocultaban mi estómago. Si algo sabía
hacer bien era defenderme. Aun así me dolió. Estuve a punto de revolverme,
pasar al ataque. Una vez a punto de morir, importaba poco el modo, por lo que
podía defenderme y no alargar la tortura a la que me veía sometido. Antes que
me decidiera a devolverle algún golpe, o al menos intentar insultarle, alguien
le cogió del cuello, lo lanzó contra el sofá y, por lo visto, ya que no lo vi,
cuando intentó revolverse, le soltó una patada en la cara, digna de Bruce Lee.
Cuando me incorporé, para enterarme de qué había pasado, vi a Leo que
amenazaba a Marco, con los puños preparados para seguir zurrándole.
Merche y Luci, a un lado, estaban mirándola con admiración, alucinando
por un tubo, a la vez que desahogaran el nerviosismo insultando a Marco con
palabras imposibles de reproducir en un texto que pretende ser para todos los
públicos.
No sé si fue por mi estado de tensión que me levanté bruscamente del sofá,
sin que me diera tirón alguno, y me encaré a Marco para decirle que le iba a
partir la cara, algo así:
- ¡Te voy a partir la cara, pedazo de cabrón! Te he respetado la vida, porque
eres el ex prometido de Luci pero ya no…
He de decir que Leo le mantenía a raya y cada vez que hacía por levantarse
para soltármela, ella le empujaba.
Luci se acercó a mí y abrazándome, me intentó calmar, alejándome de la
presencia de su ex, llevándome hasta fuera del salón, al pasillo y pidiéndole a
Merche que me llevara a la habitación o a la cocina. Por preferencia le dije que
mejor la cocina, para picar algo, porque los nervios me suelen dar hambre.
Si las cosas fuesen como deben ser, Marco se hubiese ido a su casa o al bar
a emborracharse y pasar de la mejor forma posible el disgusto recién recibido.
Sin embargo no fue así, insistió en hablar calmadamente con Luci y, en un
tono que hasta yo le oía desde la cocina, le decía que si me veía por la calle me
iba a matar.
Merche me dijo que no hiciese caso a esas amenazas, que eran parte del
paripé que sueltan los novios celosos y que Marco era muy gilipollas y muy de
fachada, aunque a la hora de la verdad, lo que dijera Luci.
Creo que me mentía, para animarme, porque si fuera así, que se hiciera la
voluntad de Luci, todos esos reproches que le acababa de hacer, como cuerpo
argumental de su cambio de opinión en cuanto a la boda, estarían fuera de
lugar o bien eran por culpa de ella.
- Oye, ¿Por qué vas en albornoz? ¿Sueles salir así los sábados noche?... Tú, tú
eres el que enseñó la polla en el escenario. Claro, por eso Luci se volvió loca,
gritando que te conocía y salió corriendo a buscarte.
No me dejaba ni hablar, sólo le fui diciendo que sí con la cabeza, mientras
abría la boca para tratar de contestarle a sus preguntas.
Al final logró lo que pretendía, que me olvidara de lo que hablaban en el
salón.
- En serio, lo del albornoz… claro, es del trabajo, del boys.
- No, no es por eso, es una larga historia.
- Pues cuéntamela. Esos van para rato.
- Es que es algo que no debo contar. Sólo te diré que tuve que salir corriendo
de mi casa de esta guisa y no he podido volver a por ropa.
- ¿Un incendio?
- ¡Exacto! – Le dije cargado de alivio, al haberme proporcionado ella misma
una buena excusa.
- Vaya, ya lo siento. ¿Y qué tal con Luci? ¿Salisteis juntos alguna vez? – Esa
pregunta me resultó difícil de responder, no por desconocer la respuesta
correcta, sino porque decirle que no, que jamás habíamos sido más que
conocidos del instituto, arrastraría a más preguntas.
- Más o menos. Éramos críos y todavía no consolidamos una relación.
- Pero follasteis. – Aquí me atraganté con la rodaja de mortadela que me
estaba comiendo.
- Bueno, eso es algo que, en tal caso, te debe contar ella. Sois amigas o
compañeras de piso, no lo tengo claro. Tú y yo no tenemos tanta confianza.
- O sea, que no.
- Eso es lo que quería decirte. Exactamente eso.
Oímos un portazo que nos hizo sobresaltar. Al poco entraron Luci y su
guardaespaldas Leo, para decirnos que ya había pasado todo.
- Perdona por esto. Qué mal rollo. – Me dijo Luci agachándose a la altura de la
silla para rodearme el cuello con un abrazo. – No te preocupes por él, es un
bocazas.
Sí, un bocazas que me acababa de vapulear. A pesar de lo sufrido que suelo
ser, me dolían las extremidades, por los golpes recibidos. Suerte que no me dio
en órganos vitales, porque estaría para hospitalizar.
A partir de ese momento hubo una serie de miradas forzadas, tensas, que
creo que pude identificar.
Luci, pensándose si llevarme a su habitación y acostarse conmigo para
calmar sus nervios.
Leo, recreándose otra vez en el culo de Luci, que al agacharse lo puso bien
en pompa.
Merche, pensando que igual estaba de sobra en esa escena a la vez que
miraba a Leo, puede que recordando su exhibición de kung fu.
O puede que se nos fuera la mirada a la mosca que revoloteaba por la
cocina.
Al final acabamos en la habitación de Luci, ella y yo, y Leo y no fue un trío,
fue una conversación por parte de quienes compartíamos la información sobre
lo ocurrido.
- Nos harías un gran favor si permites que pase la noche aquí. – Dijo Leo,
refiriéndose a mí.
- No hay problema. – Dijo sonriendo. Creo que estaba excitada tras ver mi
reacción al ataque de su novio.
- Pero ahora nos tenemos que ir. – Soltó Leo provocando que mis alarmas se
disparasen.
- ¿Irnos? ¿Adónde?
- Hay que pensar quién pudo hacerle eso a mi padre y sólo tú lo puedes saber.
Tenemos que volver a hablar con tu primo.
- Ya hemos hablado.
- ¿Crees que lo que hicimos fue hablar?
- Es que creo que no fue él. Su reacción fue muy sincera. De no saber de qué
le estaba hablando.
- Vaya, no sabía que eras un polígrafo con testículos. – A fecha de hoy sigo sin
saber qué quiso decir. – Pues hablemos con tu ex. Lo que está claro es que
hay algo que os une a mi padre y a ti y lo único que se me ocurre es lo de tu
divorcio.
- ¿Puedo ayudaros? – Preguntó Luci. Cuando iba a decirle que sí, Leo se
adelantó.
- Ya ayudas mucho permitiéndonos estar aquí, sobre todo a él. No te conviene
meterte más en este asunto, para no implicarte.
- Es que voy a estar una semana de vacaciones y era por hacer algo.
- ¿Vacaciones? – Le pregunté. No era época de vacaciones, por lo que me
extrañó.
- Sí, recuerda que tengo… tenía una boda la semana que viene. Me cogí esta
semana que entra de vacaciones para mis preparativos y empalmar con el
permiso de boda que me dan en la empresa.
- ¿Dónde trabajas? – Le pregunté provocando la desesperación de Leo, que no
consideraba prioritario que me pusiera al día con Luci.
- Se me dio bien el instituto y me animé a ir a la universidad. Quería estudiar
biología molecular y aprobé con una nota media de ocho con nueve. – Lo
dijo con cierto orgullo. – Ahora estoy trabajando en Mercadona. – Esto ya no
lo dijo con ese orgullo.
- Bien, vale, vámonos. – Leo parecía impacientarse.
- ¿Me vas a hacer salir otra vez a la calle con estas pintas?
- Ya está anocheciendo y tengo el coche aparcado, te recogeré en la puerta.
- ¿Y adónde voy así? Llamaré la atención.
- ¡Aaaaaaarrrr!
Algo le pasaba a Leo. No la conocía como para asegurarlo, sin embargo ese
grito de desahogo, rabia, niña repelente o lo que fuera, me llevó a pensar tal
cosa.
Se salió de la habitación y nos dejó con la palabra en la boca.
- Creo que está nerviosa. – Le dije a Luci, para disculparla y romper el hielo.
- Normal, han matado a su padre.
De pronto se me ocurrió la solución al problema.
No la resolución, de eso no tenía ni idea. No se me ocurría quién pudiera
tener un punto en común entre mi abogado y yo, que deseara tanto su muerte
como mi implicación en ella, para arruinarme la vida.
Lo que sí que me había iluminado la mente era un plan a seguir, un poco
suicida, sí, lo reconozco, sin embargo era lo que debía hacer.
La llamé y le dije que tenía una idea.
- Esta noche la paso aquí y mañana me entrego a la policía.
- ¿Ese es tu plan? – Preguntó Leo mirándome con desprecio o puede que con
incredulidad.
- Pues vaya plan de mierda. – Luci tomó partido y no fue en mi lado.
- Lo sé, tal vez no sea un buen plan, sin embargo es lo mejor que podemos,
que puedo hacer. Si me entrego no pasará nada. Yo no le maté ni he hecho
mal alguno, al menos relacionado con la muerte de tu padre, así que no me
podrán culpar. Si hablo con la poli, me harán preguntas, quizá sepan qué
preguntar y mi respuesta les ayude a encontrar al culpable. – Quizá no fuera
tan mal plan.
- ¿Tú estás tonto? – Leo había vuelto al principio de nuestra relación, en su
papel de secuestradora intransigente, con actitud brusca hacia mí y con falta
de respeto, sólo le faltaba volver a esgrimir la pistola falsa. – El cuerpo de mi
padre estaba en tu casa. Así que tuviste la ocasión. Llevaba tu divorcio, así
que, si el resultado fue malo, tenías un móvil. Creo que vas a ser su culpable
sí o sí. – Vale, no era tan buen plan.
- Pues es lo que pienso hacer. Si quieres investigar por tu cuenta, ya sabes lo
que tienes que hacer. Por mi parte está decidido.
Si hay una cosa a la que no me ganan es a terco.
Leo, enfadada, salió de la habitación, del piso y pudiera ser que de mi vida.
A la vez que salía ella, entraba Isaías, que ya volvía de su día de marcha con
sus colegas.
- ¿Todavía aquí?
Como saludo no estuvo mal, aunque no supe si le supuso una molestia, una
alegría o un, me la trae floja.
Merche se agarró a su brazo y le dijo que le acompañara, que tenía mucho
que contarle. Seguro que lo de la ruptura de Marco y Luci.
Luci a su vez me intentó convencer para que no me entregara. Que podía
estar escondido en su casa, todo el tiempo que hiciese falta, donde seguro que
jamás me buscarían.
- Salvo que tu ex se chive.
- ¿Marco? Sería incapaz. Además, ¿Qué motivo iba a tener para hacer…?
No hizo falta que se lo explicara. A pesar de ser consciente de que sí había
motivo, me dijo que la posibilidad era muy pequeña, porque Marco no sabía lo
mío y dudaba que mi cara saliera en un cartel de se busca.
Sí, era esperanzador, aunque lo de posibilidad pequeña se me quedaba un
poco pequeña. Suponía que la poli me buscaría y que quizá la prensa se
hubiese hecho eco de la historia, aunque no pusieran mi foto, sí que podían
mencionar que el huido se podía identificar por llevar un albornoz de color
claro.
Mientras mi mente debatía sobre ello, Luci, por lo visto, decidió tomar una
iniciativa sin consultarme. Cerró la puerta de la habitación y me abrazó. Me
dijo algo así como que me olvidara de los problemas y que…
Ya no oí nada más. Casi que esperaba que soltara eso de Hakuna Matata o
algo parecido, sin embargo lo que hizo fue besarme, primero el cuello y
después fue subiendo hasta que el aparato empezó a moverse y vibrar.
El puto teléfono empezó a darle saltos por la mesita de noche y a soltar
sonidos de mensaje.
Luci sabía qué era lo prioritario en ese momento, en el que yo estaba ya a
cien y ella, supuse que no, porque se separó de mí y atendió a los mensajes.
- ¿Por qué no lo pones en modo avión? – Me refería a lanzarlo por la ventana
y que dejara de dar por culo.
- Joder, Marco ya ha dado la noticia a todo el mundo.
Por lo visto tenía mensajes de sus amigas, primas, madre y puede que del
gabinete de seguridad del gobierno de España.
Me pidió un momento de intimidad (yo también lo deseaba, aunque otra
intimidad que se nos había ido al traste). Salí de la habitación y fui a la cocina,
donde estaban Merche e Isa, cotilleando sobre lo ocurrido con Marco.
- ¡Qué fuerte! La que has liado. – Me soltó Isaías al verme.
- ¿Yo? No sé qué he hecho.
- Tirarte a Luci una semana antes de casarse. – Me respondió´
- Y que su novio se entere. Eso es lo peor. – Añadió Merche.
- No me he tirado a Luci, ya quisiera. – Lo del deseo, quería mantenerlo en la
intimidad de mis pensamientos, pero me salió así, en voz alta, con mucha
sinceridad.
- ¿Entonces a qué ha venido este culebrón que habéis montado? – La que
preguntaba era Merche, que debió contarle a su compi una telenovela de
cuernos e historias para no dormir.
- Ni puta idea. Ese Marco debe tener un problema de autoestima o algo así.
Mi diagnostico salió de la improvisación, puesto que si alguien debía tener
problemas de ese tipo, en ese momento, era yo.
- ¿Por qué sigues en albornoz? – Me preguntó Isaías, señalando la abertura
central, que volvía a mostrar mis intimidades. – Tápate o quítatelo ya, no
juegues con nuestros sentimientos.
Al menos eso lo dijo con picardía.
Yo no tenía ganas para tonterías, así que me disculpé y me fui hacia el
salón, con intención de tumbarme en el sofá y encerrarme en mis
pensamientos. Pasé de largo de la puerta del sofá, me fui directo a la puerta de
la calle, abrí y cuando quise darme cuenta, estaba a punto de salir por la puerta
del portal.
Ya estaba oscuro, aun así había gente que iba y venía por las aceras.
Hubiese sido un buen momento para llamar por teléfono a Leo, disculparme
y pedirle que me recogiera, para acompañarla en la “investigación”, lo malo
era que no me sabía su número, con el agravante de no tener móvil.
Me planteé qué hacer.
¿Caminar hasta casa de Pascual y esperarle? Seguro que Leo andaría por ahí
o por el club de Boys.
¿Volver a mi casa y que fuera lo que el destino me deparara? No creo tan
febrilmente en el destino, y me refiero a tener confianza en él. No es que me
haya tratado muy bien en los últimos treinta años.
¿Entregarme a la poli? Bueno, eso no hizo falta.
Nada más salir del portal, la gente se me quedó mirando, sacó móviles para
grabarme y llamaron la atención de una patrulla de policía que pasaba por ahí
casualmente (ya digo que el destino me tenía manía).
Al ver a los polis venir hacia mí, me quedé congelado, como un conejo
deslumbrado por los faros de un coche en una carretera de montaña a media
noche de un día caluroso.
Mi opción de salir corriendo se quedó en un, no puedo ni moverme.
- Documentación. ¿Adónde vas así?
Y entonces me vino una inspiración divina. Fue como una voz partiendo de
una zarza ardiente o de un ventrílocuo que manejara mi boca metiéndome la
mano por detrás.
- No lo sé. Por favor, ayúdeme.
Quise fingir una voz de desesperado, no hizo falta, me salió natural, porque
creo que estaba desesperado, al menos hasta el cuello, debido a los nervios.
- No recuerdo nada desde hace un par de días, ni siquiera recuerdo si han sido
un par de días.
Los polis tomaron el control de la situación, apartaron a la gente, para que
corriera el aire, me llevaron hasta el coche patrulla y me ayudaron a entrar en
él. Yo hubiese preferido el asiento del copiloto, soy de marearme si viajo atrás,
pero el poli que ocupaba ese asiento no me lo permitió.
Mientras íbamos al hospital, llamaron a central para informar de lo ocurrido.
Cuando mencionó que iba vestido sólo con un albornoz, alguien intervino en
la conversación, pidiendo detalles de mi descripción. Los polis se miraron y
parecieron recordar algo. Miraron en una pantallita de un móvil y apareció mi
foto.
- ¡Joder! Si es el cabrón éste.
Creo que no me merecía tal adjetivo descalificativo por parte de un agente
de la ley, por si acaso no protesté, me hice el dormido, el desmayado más bien.
Estaba mareado, por ir en el asiento de atrás, y eso me dio la idea.
Lo hice tan bien que llegaron a parar el coche para bajarse y comprobar que
estaba vivo. Me hice el remolón, simule la pérdida de conocimiento.
Informaron de ello a comisaría y recibieron la orden de llevarme al hospital.
En urgencias me hice el despierto, asegurando que no recordaba nada.
La doctora que me atendía puso cara de extrañeza.
- No tiene usted golpe alguno que justifique una amnesia. – Vale, debería
haber pensado en ello y haberme lesionado. Es lo que tiene la improvisación.
Entonces recordé.
- Mire, sí que tengo golpes.
- Esos hematomas en brazos no pueden provocar daños en el cerebro, eso
debía llevarlo ya de antemano. – ¿Me estaba insultando? ¿Adónde me habían
llevado los polis? – ¿Ha tomado alguna sustancia? ¿Drogas?
- Que recuerde, no. – No era momento de mentir al cien por cien, para no
pillarme los dedos. – Apenas me acuerdo de quién soy.
- ¿Recuerda cómo se llama? ¿Qué día es hoy?
- No, me viene a la cabeza un nombre, no sé si seré yo.
- ¿Cuál?
- Jon kortajarena. – Ya puestos…
Me miró detenidamente, quizá pensó que sí era el mismo, y le pidió al ATS
que le ayudaba que me hicieran una analítica completa, en la que vieran
rastros de drogas. Me quedó claro que no me tomó en serio.
Pasé un par de horas en un box de urgencias.
La analítica me salió bien, un poco alto el colesterol, nada importante. Por
lo demás, ni rastros de drogas ni golpes que justificaran mi pérdida de
memoria.
Lo que hizo la doctora Romario (así se llamaba, pegándole con su acento
brasileño y el tono de su piel), hizo una dura crítica a mi estrategia, por el
tiempo que le había hecho perder y no por ella, sino porque ese tiempo podría
haberlo empleado en atender a alguien que estuviera enfermo de verdad.
Me avergonzó, lo reconozco, porque soy muy sensible a esas cosas.
Me dio el alta y me pidió por favor, bueno, sin favor, de mala leche, que no
volviera a hacer eso nunca más.
La pareja de polis, que me esperaban en el exterior, se hicieron cargo de mí,
llevando el informe médico que les habían dado.
Me llevaron a comisaría y volví a la sala de interrogatorios, donde estuve
esperando horas, hasta que el inspector Luján entró con cara de querer
matarme varias veces.
- Otra vez aquí. – Me soltó haciendo gala de la simpatía que caracteriza a un
recién operado de hemorroides.
- Ya ve, la vida parece la rueda sobre la que corre un hámster.
Me miró con ojos abiertos, tratando de averiguar qué quise decir con mi
metáfora, algo que ni yo le hubiese podido explicar.
- ¿Dónde has estado estos días? ¿Quién es tu cómplice? Y no me vengas con
rollos de que has perdido la memoria.
- Pues me acaba de fastidiar usted mi argumentación. – Le dije manteniendo
mi nivel de educación. – De verdad, no recuerdo. – La educación no está
reñida con la mentira.
- Vamos a ver, vayamos por partes. – Se le notaba enfadado. Quizá porque
había madrugado de más ese día. – ¿Qué pasó el viernes, cuando el agente
encargado de llevarle a una celda – esto último lo dijo alzando un tono la
voz, para dejar claro cuál era mi destino correcto – te llevó por error a tu
casa?
- A ver, que haga memoria… Sí, muy majo el agente, espero que no le hayan
sancionado, fue usted el que dio una orden imprecisa, estoy dispuesto a
testificarlo. – Su cara de cabreo adquirió nuevos niveles en el color de su
rostro. – Bueno, llegamos a mi casa, entramos y… sí, alguien le golpeó en la
cabeza.
- ¿Tu cómplice?
- Uy, sí, seguro, mi cómplice, por eso después me golpeó a mí, me drogó o me
abdujo, porque. ¿Sabe? Tal vez sea una abducción, siento molestias anales,
creo que me han sondado en contra de mi voluntad durante este tiempo que
he pasado inconsciente, ¿Cuánto ha sido? ¿Un año? ¿Una década?
- ¡Basta de gilipolleces! – Soltó dando una palmada sobre la mesa y
provocándome un susto de esos que el corazón intenta salir a dar un garbeo.
– No te va a servir hacerte el loco. Has matado a un hombre y vas a ir a la
cárcel. – Incomprensiblemente para mí, me encontraba en un momento
lúcido, con ideas claras, sabiendo lo que debía decir.
- ¿Es más creíble que yo sea tan gilipollas como para matar a mi abogado,
cuando ya le había pagado la factura por representarme en el divorcio,
hacerlo en mi propia casa y ni siquiera huir del país? ¿Es más creíble eso a
que me hayan abducido? Vale, dejémoslo en que alguien, probablemente el
asesino, me haya secuestrado, drogándome o algo así.
No sé si logré sembrar dudas en su campo de intransigente opinión, al
menos se me quedó mirando, como si valorara que yo no fuera tan tonto como
él creía.
- ¿Viste a quien golpeó al agente que te custodiaba?
- Más o menos.
- ¿Qué respuesta es esa? – Volvió a su actitud beligerante.
- Quien golpeó al agente Baldo, estaba a su espalda, seguramente entró desde
el exterior del piso. Él me lo tapaba.
- ¿Lo? ¿Era un hombre? – En realidad, lo, es neutro, pensé.
- No lo sé, vi una silueta y al instante perdí el conocimiento. Lo podemos
achacar al miedo o a que me lanzara algún dardo, no sé.
Puso un gesto de resignación y soltó un bufido de desespero, como si no me
creyese ni una sola palabra, a pesar de la consistencia de mis argumentos.
Mi idea estaba muy lejos de implicar a Leo, por eso iba a ser lo más
impreciso posible en la descripción. Sólo pretendía ganar tiempo y que me
dejaran en paz, al menos por imposible. Si enfocaban la investigación en otro
posible culpable, tal vez hicieran preguntas inteligentes que llevaran a
descubrir al verdadero asesino.
Se levantó y salió de la sala de interrogatorio.
Para sorpresa mía y de mi morbo, entró, para vigilarme de cerca, la poli sesi,
la que descubrió que yo no era la estatua de David. Me cubrí bien con el
albornoz, para evitar accidentes visuales y le solté una sonrisa.
Fue un momento tenso, en el que yo no sabía qué decir para romper el hielo.
Reconozco mi gilipollez al no entender que no estábamos en un bar de copas,
sino en la sala de interrogatorios de una comisaría y que yo era el sospechoso
habitual.
- ¿Puedo hacer una pregunta? – Así fue cómo se me ocurrió romper tal hielo.
Se me quedó mirando, sin hablar, al menos no tenía cara de arisca. – ¿Puedo
recusar al detective ese?
- Inspector, inspector Luján. – Fue su respuesta.
- Pues eso, que si puedo recusar al inspector ese.
- ¿Por qué quiere usted recusarlo?
¡Vaya! Novedad, esa poli tenía más educación que el capullo de Luján.
Puede contrastar mi juventud con esa preocupación mía hacia la educación.
No quiero decir que la juventud no sea maleducada, sino que nos preocupamos
menos de esos detalles. Yo, sin embargo, debido a la rigidez educacional que
sufrí por mérito de mis padres, sí suelo caer en esos detalles, aunque soy de los
que piensan que el tuteo bien llevado, es merecedor de más respeto que el
tratamiento de usted. Al menos yo, a quien respeto, le tuteo. Si no siento tal
respeto, suelo hablar de usted.
- Es que me tiene ojeriza, creo que ya me tiene acusado sin más. Y eso que yo
no he sido. Se lo juro.
La poli, abrió un poco la puerta y echó un vistazo al exterior. Por lo visto, lo
que vio, fue lo que deseaba y tras volver a cerrar, se encaró a mí y me dijo:
- Hagamos un trato. Cuénteme a mí todo lo que sepa y haré lo posible para que
salga bien de aquí.
- Puede tutearme. – Se acababa de ganar mi respeto, aunque lo primero que
pensé fue que estaba ejerciendo el papel de poli buena, con todo el doble
sentido que le di a ese pensamiento.
- Vale, ¿Estás dispuesto a confesarte conmigo?
- Sí, por supuesto, lo que pasa es que no he mentido en nada. – Bueno, un
poco sí, aunque eso no se lo iba a decir. – De verdad que no le maté, ya le he
dicho al inspector que sería de una suprema idiotez que matara a mi abogado,
en mi casa y que ni me diera por huir del planeta.
- Sí, en eso tienes razón, sería del género tonto, aunque…
¿Insinuaba que yo era tonto?
No completó su pensamiento, lo que hizo, para disimular, fue volver a
asomarse a la puerta.
- Si comprueban sus ingresos, verán que ya le pagué la factura por los
servicios prestados. Si se me hubiese ocurrido matarle, ¿No lo hubiese hecho
antes de soltar el dinero? Que fueron casi mil euros. – Se quedó pensando,
valorando mi argumento.
- ¿Cuándo fue la última vez que le viste? Vivo, quiero decir. – Menos mal que
me aclaró ese detalle.
- ¿Hoy es?
- Lunes dieciséis.
- Vale, muerto lo vi el viernes trece, qué mal día ¿No?, vivo lo vi… el martes
anterior el día… – estuve restando de cabeza, porque no recordaba bien el
día. – Diez, el día diez, fue cuando le pagué lo que le debía, una cuarta parte
y nos despedimos. Ese fue el día que resolvimos lo del divorcio, con firmas y
acuerdos.
- ¿Quedaste satisfecho con lo logrado por tu abogado?
- Claro que no, aunque no le echo la culpa a él, sino a lo buena que era la
abogada de mi ex. Yo lo quería todo para mí y ella logró que fuera casi todo
para ella. Si quisiera haber matado a alguien, cosa que no, la habría tomado
con la abogada de mi ex y no con el mío.
- ¿Y no sabes quién querría matarle?
- No conozco a nadie relacionado con mi abogado. – Otra mentirijilla, aunque
lo cierto es que a Leo la conocí tras la muerte de su padre. – No éramos
amigos, sólo cliente y abogado.
- Lo que tengo suficientemente claro es que tiene que ser alguien que esté
relacionado con los dos.
- Ya, eso creo yo, y sólo se me ocurre mi ex o mi primo.
- ¿Tu primo?
- Sí, el que se tiró a mi ex. – Lo dije un poco airado, lo reconozco, y me di
cuenta de ello, por lo que suavicé la expresión al seguir explicándole. – Fue
quien se acostaba con mi ex. Les pillé y eso nos llevó al divorcio, eso y que
Araceli, mi ex, no aceptara que le perdonara la infidelidad.
- ¿Y qué motivo tendría él de matar a tu abogado?
- Por lo visto, hace años representó a su madre cuando mi tío murió en un
accidente de trabajo, y le echan la culpa de que no consiguiese demostrar que
la causa por la que murió fue por accidente y que la empresa tuvo cierta
responsabilidad, con lo que les quedó una mierda de pensión sin
indemnización.
Su cara cambió, como si le acabara de encender una luz en su ilusión de ser
inspectora por un momento. Seguro que estaba haciendo méritos para merecer
un merecido ascenso y le acababa de dar un nuevo sospechoso. Una medallita
que colgarse. Se llevaría un chasco cuando descubrieran que él no había sido.
Al menos eso pensaba yo. No soy de pillarlas al vuelo, sin embargo, tras
hablar con él, diría, pondría la mano en el fuego, a que no tuvo que ver.
- ¿Y tu ex? – Me preguntó cortándome mis pensamientos.
- ¿Qué pasa con ella?
- ¿Crees que pudo ser ella quien le mató?
- Lo pensé, es cierto, sin embargo también pensé que no la imaginaba
levantando el peso de mi abogado, un peso muerto, para colgarlo de la
lámpara.
- Pudo ayudarle tu primo.
- Eso sí, aunque ella no es de matar. De joderte la vida sí, de matar, pues no.
Me soltó una sonrisa fría como mis pies en ese momento, ya que seguía sin
calcetines, y me pidió que le diera nombres y apellidos de mi ex y mi primo.
Apenas terminadas las palabras y mis pensamientos, volvió a irrumpir en la
sala de interrogatorios el inspector Luján.
- Acompaña a nuestro invitado a su hab… deja, llévalo a una celda. –
Seguramente había salido escaldado de su última metáfora conmigo. –
Recuérdale que puede llamar a un abogado y lo de adjudicarle uno de oficio
y tal…
La poli me desesposó (esta vez sin necesidad de acuerdos ni abogados) y me
llevó por un pasillo, hasta unas escaleras que bajamos y me invitó a entrar en
una celda. Al menos era individual. No quería ni pensar que hubiese sido de
mí, con mi aspecto apetecible, envuelto en un albornoz que podía resultarle
sexi a algún depravado, si hubiese tenido que compartir celda.
Como le dije que ni tenía abogado ni dinero para pagarme uno, me propuso
si quería ejercer mi derecho a uno de oficio.
El abogado que me asignaron era joven, más joven que yo, probablemente
un recién licenciado o puede que ni eso y estuviese en prácticas, no entiendo
de tales cosas y preferí no preguntar, para no ponerme en lo peor.
- Hola, me llamo Cayetano, y soy tu abogado.
- Mucho gusto. ¿Puedo ser yo quien elija el centro penitenciario donde
cumplir condena? Eso no lo tengo muy claro. He leído algo así como que
políticos y cuñados del rey, eligen dónde cumplir sus condenas. Yo apostaría
por lo del cuñadísimo, en una cárcel de mujeres, con un pabellón sólo para
mí.
- ¿Eso es falta de confianza en mí? – Al menos no era tonto, lo pilló a la
primera.
- Es que lo veo todo muy negro y no parece que reboses experiencia. – Me
apunté a su modo de tuteo.
- Pues debes saber que tengo un cien por cien de juicios ganados. – Eso me
inspiró confianza. Si eso era lo que pretendía, lo consiguió y debió notarlo,
porque sonrió de un modo que denotaba orgullo.
- ¿Llevas muchos juicios? Pareces joven.
- Uno, pero lo gané. Mi cliente era inocente y durante el juicio pillaron al
verdadero culpable, por confesión, poco antes de emitir la sentencia.
Mi confianza se vino un poco abajo, aunque traté de no mostrar tal cambio.
Yo fui quien se entregó voluntariamente a la poli, pues si bien me pillaron
en la calle, mi intención era presentarme en comisaría y entregarme.
- A ver, cuéntame qué pasó. Te acusan de asesinato, de... – Empezó a leer un
papel, supuse que el que le había dado la poli. – …haber matado a tu
abogado. – Se me quedó mirando y sin querer me salió una sonrisita, de esas
de, me has pillado. Puede que tirando a psicópata.
- Obviamente es mentira. No lo maté.
- En tu casa, en tu comedor, colgado de tu lámpara…
- Hombre, si era mi casa, todo lo demás sobra, por mucho énfasis que le des al
tú, por lógica así es.
Tal como me pidió, le conté todo lo que pasó, más bien lo que descubrí
aquella lejana mañana de tres días antes, cuando al despertarme por la mañana,
encontré colgado de la lámpara del comedor, al que había sido mi abogado
durante el trámite de mi divorcio.
- Aquí pone que la policía llegó a la casa por la tarde y que te escondiste.
¿Cómo puede ser que pasara todo el día y no les avisaras.
- Puede parecer una tontería lo que voy a decir, pero es que soy un poco…
digamos indeciso. Incapaz de tomar decisiones cuando me bloqueo por el
miedo, por los nervios o por un ataque de ira. No supe qué hacer y como no
podía llamar a Araceli…
- ¿Quién es Araceli?
- Mi ex mujer. Ya estaba divorciado legalmente, así que no podía pedirle que
decidiera por mí.
- ¿Entonces?
- Entonces llamé a mi amigo Fabi.
- ¿Fabi? – Me estaba demostrando que no era sordo y que me prestaba
atención, que lo que escribía en su libreta eran apuntes de lo que le decía y
no que estuviera haciendo un sudoku porque pasaba de mí.
- Sí, mi mejor amigo, aunque sospecho que fue él quien llamó a la policía.
- ¿Por qué lo sospechas?
- Porque fue irse de mi casa y al poco venir los polis y alguien me dijo que
había recibido una llamada anónima chivándose que su padre… quiero decir,
que mi abogado estaba colgado en mi comedor.
- ¿Su padre? ¿Qué has querido decir? – Joder, se me había escapado y lo pilló
al vuelo. No iba a involucrar a Leo en esto, al menos de momento.
- No, me he liado, quería decir que la poli me dijo que habían llamado para
denunciar lo del cadáver, con voz distorsionada.
- Aquí no dice nada de eso. Si no me cuentas la verdad, no te garantizo que
salgas bien de esta.
- Hay cosas que no puedo comentar, porque no quiero implicar a nadie.
- Lo que hablamos aquí, es secreto profesional, soy como tu confesor.
No es que eso de compararse con un cura me diera confianza, lo que sí pasó
fue que comprendí que tenía razón, así que le hablé de Leo, la hija del muerto,
que daba por hecho que yo no había sido y que también suponía, tal como yo,
que el asesino era alguien que guardaba rencor a ambos, al abogado y a mí.
Así que le hablé de mi primo y del caso de su padre, que también llevó mi
abogado antes de dedicarse a los divorcios, aunque también le avisé que ni por
un momento aseguraría que fue él.
No soy muy de lecturas y puede que lo que diga ahora no tenga ni un pelín
de cierto, aunque juraría que alguien dijo que la vida en la Tierra se debe a la
casualidad. Algo así como que debido a las altas radiaciones que se producían
cuando el planeta estaba en plena formación, unido a la mezcla de elementos
químicos y alguna que otra mutación, se formó una célula desde la que
empezó a brotar la vida.
Puede que quien dijera esto que he intentado explicar en apenas cuatro
líneas y media, lo hiciera con un tratado, libro, enciclopedia o posits pegados
en la nevera. Quiero decir que tiene mucho más desarrollo que lo que he
escrito yo.
¿A qué viene esto?
Simple, a que si la vida en la Tierra es fruto de la casualidad, el que se diera
otra casualidad de menor grado, en ese momento de mi vida, es algo que
puede considerarse anecdótico.
En la celda de mi derecha un tipo me miraba con desprecio.
Yo le miré de otro modo. Pensativo, ¿Le conocía? Me sonaba mucho su
cara…
- ¡Qué putada que no te hayan metido aquí conmigo! – No lo dijo con cariño,
más bien con odio, rencor porque… ¡Joder! Era Marco, el prometido (ex) de
Luci.
- ¿Marco?
No me dijo ni que sí ni que no. Daba igual, ya le había identificado, lo que
hizo fue regalarme un largo repertorio de insultos que mezclaba dulcemente
con amenazas de muerte y otros males hacia mí.
Estaba un poco borracho. Imaginé que no le sentó muy bien la noticia que le
dio Luci y que intentó aplacar su frustración con el alcohol, consiguiendo
meterse en algún lío que le llevó a ser detenido.
- El que me odies no es mi mayor problema. – Le dije, dándome cuenta de la
madurez que estaba adquiriendo gracias (o por culpa) de la mala experiencia
que estaba pasando. – Sin embargo te repito que yo no tengo nada que ver
con tus rollos. Conozco a Luci desde que teníamos quince años y por
desgracia para mí, jamás hemos salido juntos, mucho menos acostarnos.
No sé si me creyó o no, al menos se quedó callado, mirándome como si yo
fuese una bailarina de estriptis, sin perderme de vista, tal vez procesando la
información que acababa de pasarle.
Puesto a sentir que me escuchaba y como no quería tener malos rollos con
él, por si coincidíamos tarde o temprano en alguna celda, le solté una trola,
asegurándole que a mí no me iban las tías.
Abrió más lo ojos, como si me hubiese quitado un sujetador.
- ¿Estabas con Isa? – Me preguntó demostrando que se la había tragado.
- Somos amigas.
Dejó de insultarme, me pidió perdón y me hizo ver que había valido la pena
soltarle tal mentira.
- Lo siento tío, estoy muy jodido y necesitaba echarle la culpa a alguien y no
iba a echármela a mí, ¿Por qué te han metido aquí? – Me preguntó.
Le conté muy por encima lo que me pasaba. Que me acusaban de matar a un
tipo, a golpes.
Vale, modifiqué un poco la historia, quería que se lo pensara dos veces si
meterse conmigo en caso de que recuperara su animadversión hacia mí.
- ¿Y tú?
- Nada, lo típico, que la poli es muy cabrona y si te pilla en un mal momento,
te enchirona. Pisé a un agente sin querer. Estaba, lo reconozco, un poco
borracho. – Todavía le duraba, así que no sería tan poco. – Maldiciendo por
mi puta vida. Se acercaron para identificarme y sin querer le pisé, tres veces.
Él dijo que con saña. Así que aquí estoy.
- ¿Y qué piensas hacer con Luci? ¿Olvidarla? – Me entró curiosidad, para
saber si, una vez se arreglara mi malentendido con la poli, podría entrarle sin
tener que mirarme las espaldas.
- Ni de coña, esa zorra se casa conmigo sí o sí y si no, que también puede ser,
se va a acordar de mí toda su vida.
- ¿Sabes? Creo que tienes razón y estoy dispuesto a ayudarte. – ¿Qué? ¿Qué
estaba haciendo? ¿Me había poseído algún demonio descerebrado? – Cuando
salgamos de aquí, te ayudaré a convencerla, por la buenas.
- Por la buenas, al menos al principio.
- Choquemos las manos. Sellémoslo.
Pasé la mano entre los barrotes y él me devolvió el saludo. Apreté fuerte y
pegué un tirón con todas mis fuerzas, logrando que se golpeara la cabeza
contra el acero vertical que nos separaba.
- Mira, hijo de puta, si se te ocurre hacerle daño, es más, si te veo cerca de
ella, te juro que el motivo por el que estoy ahora aquí, será una mariconada
comparado con lo que te haga.
No, parece ser que quien me poseyó fue el espíritu de Chuck Norris, si es
que se ha muerto en los últimos días.
Cuando solté su mano y vi cómo se caía al suelo, sangrándole la frente, me
alejé al otro lado de la celda y me senté en el suelo, sin importarme si se me
quedaban las pelotas al aire, ya que antes de encerrarme, por protocolo de
seguridad, me habían quitado el cinturón del albornoz, por si me daba por
colgarme.
Al poco entró un poli y preguntó qué demonios estaba pasando.
Pasó de explicaciones, no le interesaba lo que hiciéramos los presos, lo que
hizo fue abrir mi celda y anunciarme que quedaba libre.
¿Libre?
Sí, por lo visto una chica había declarado que estuve con ella en su casa la
noche del jueves al viernes, cuando se supone que alguien mató a mi abogado.
O sea, que tenía una coartada, algo que mi abogado supo utilizar para
liberarme.
Lucía, debió ser ella. Estaba dispuesta a ayudarme, así lo dijo cuando
hablamos la última vez.
Salí del recinto de celdas y me crucé con Luján, que me miró con un odio
que no se lo deseo a nadie. Les pedí que me devolviesen el cinturón del
albornoz y que me llevaran a casa.
A lo primero accedieron, a lo segundo se rieron en mi cara.
Luján me dio un recado:
- Sé que no has sido tú, no pareces tener los suficientes huevos como para
matar, aunque sé que lo de la coartada tiene la misma fortaleza que tus
calzoncillos. – Como señaló mi albornoz abierto, que mostraba lo que ya
debía haber visto todo el cuerpo de policía de esa comisaría, supe que se
refería a que no se creía nada de lo que estaba pasando. – Joder, si esa tía nos
dijo que no te conocía de nada.
Rosa, la poli impresionante de la cual me había aprendido ya su nombre, me
sonrió. Creo que le caí simpático, que sí creía en mi versión y que odiaba a su
jefe Luján.
Mi abogado me esperaba con una sonrisa de orgullo. Su segundo caso y
ganado, al menos de momento, tal vez si iba a juicio se fuera todo a la mierda.
Me dijo que una mujer, una tal Leo, se había puesto en contacto con él para
decirle que quería hablar sobre mi problema. Quedaron y le contó que ella y
yo habíamos pasado la noche juntos y que si no lo habíamos declarado antes
era porque ella tenía pareja y no quería que se supiera. Sin embargo prefería su
mal rollo y tener un ex, antes que verme en la cárcel por algo que no había
hecho.
Tuve que encajar toda esa información.
Un ex. ¿No era lesbiana?
Tal vez fuera una mentirijilla, para que no intentara echarle los tejos.
Cuando salimos de comisaría, Leo nos estaba esperando en la esquina. Me
sonrió y cuando iba a empezar con mi sarta de preguntas, me cortó:
- Ya hablaremos, ahora vamos a tu casa para que te cambies de ropa.
Obviamente no quería que el abogado nos oyese.
¿Sabría que ella era la hija del asesinado?
Preferí no aguarle el día. Se le veía muy contento por haberme sacado de la
cárcel, aunque más tarde supe que necesitaban acusarme de asesinato para
mantenerme encerrado o en todo caso, si no ejercían tal acusación, liberarme.
Supuse que el plan de Luján era tirar adelante y acusarme, hasta que la
declaración de Leo, le frustró su plan. Por lo visto no le pasó inadvertido que
no haría ni veinticuatro horas que ella le dijo que no me conocía de nada.
Buena trola tuvo que soltar para sortear ese obstáculo. Lo de una infidelidad.
Siendo hija de quien era, seguro que el tema infidelidad lo conocería bien, por
la de casos de divorcio que llevó su padre.
Porque había sido Leo, cómo no. Yo pensando que fue Luci, ilusionándome
de algún modo.
El juego del destino y la casualidad se habían ensañado conmigo en los
últimos días.
Cuando llegamos a mi calle, nos encontramos con un espectáculo de luces y
color. Los bomberos apagando un incendio y qué casualidad, era mi edificio.
¿De dónde salía tanto humo? Sí, de mi casa.
- Creo que alguien te odia a muerte. – Me soltó Leo haciendo un análisis
rápido de la situación. – Será mejor que vayamos a casa de Luci.
Me quedé sin palabras, de piedra, sin sangre en las venas, con ganas de
llorar o mejor, ponerme a reír histéricamente, como el Joker, una risa sin
sentido, desesperada.
Volvimos a subirnos al coche. A pesar de estar a pocas calles de donde había
aparcado, viendo que mi vestimenta llamaba demasiado la atención, decidió
hacer lo de siempre (ya parecía lo de siempre), acercarme hasta el portal y que
mi presencia en público fuese por el mínimo tiempo posible.
Durante el breve recorrido, me contó que fue Luci la tuvo la gran idea e
incluso se ofreció a servirme de coartada, Leo, que había ido a hablar con ella
al ver que yo había desaparecido, la convenció de ser dejarla asumir ese papel,
porque su vida social era más discreta y nadie podría echar por tierra la
coartada, por si la poli pillaba a alguien que hubiese visto a Luci esa noche
anterior. Por ejemplo su novio, ex, que para más peligro, estaba en una celda
en comisaría, detalle que supuse desconocían ambas.
En casa de Luci, que estaba de vacaciones, fui recibido como mi ánimo
merecía, con abrazo, de esos fuertes, cariñosos, y preguntas:
- ¿Cómo estás? ¿Por qué te fuiste sin decir nada? ¿Todavía sigues con el
albornoz? ¿Y esta mancha de sangre? ¿Te han hecho algo en la cárcel? ¿Te
han obligado a hacer algo en contra de tu voluntad? ¿Recoger el jabón del
suelo?
Cuando iba a contestarle llamó al timbre Leo. Fue una suerte porque apenas
recordaba qué me había preguntado. Mi mente estaba en ese momento sujeto a
ella, en un abrazo que me impedía esconder mis reacciones físicas.
Sentados en el sofá del salón nos pusimos al día.
Leo me contó, ya con todo tipo de detalle, la conversación que tuvo con
Luci, lo de la idea de la coartada y tal. Cuando supieron que me habían
detenido, porque vio por la ventana a la poli metiéndome en el coche patrulla,
se le ocurrió decir que habíamos pasado la noche juntos, lo que no sabía era ni
qué noche ni siquiera si era de noche cuando mataron a Rosario. A Leo le
pareció buena idea, sólo que prefirió ser ella la que diera la cara. En cierto
modo estaba involucrada y no quería meter en problemas a Luci, que ya hacía
bastante dándonos refugio, primero como prófugo y ahora como desahuciado,
por culpa de un maldito incendio.
Al enterarse Luci de mi desgraciada pérdida inmobiliaria, volvió a
abrazarme, volviendo a ser consciente de la mancha de sangre en mi albornoz.
Lo abrió, para comprobar que no estuviese herido y al ver falta de heridas,
volvió a preguntarme de dónde era esa sangre.
- No te puedes imaginar quién estaba en la celda de al lado de donde me
metieron.
- ¿Marco?
- Vaya, pues sí que lo has imaginado, a la primera, bien pronto.
- Es que me han dicho por WahtsApp que anoche le detuvieron por agredir a
dos policías.
- Pisó a un poli sin querer.
- No, estaba pedo y le pegó a un poli una patada en la espinilla y a otro le soltó
una ostia en la cara.
Cogió su móvil y tras buscar, me enseñó el mensaje donde le chivaban lo
ocurrido.
Me preguntó si la sangre era de Marco.
- ¿Es que la has reconocido por el color?
- No, es que al preguntarte por ella, sacaste a relucir lo de Marco.
- Tienes razón. Fue un accidente.
- ¿Intentó agredirte otra vez? – Bueno, lo de intentar otra vez… la primera vez
no fue un intento, lo hizo, porque le salió a la primera.
- No, hemos hecho las paces. Al darnos la mano, sin querer tiré demasiado y
se golpeó contra los barrotes.
Me miraron ambas como si no me creyeran. Eso me gustó, era como si yo
fuese un malote, por primera vez en mi vida y con ya treinta años a la espalda.
- Quítate el albornoz. – Me dijo. Miré a Leo, como pidiéndole que nos dejara
solos. – Pégate una ducha y te daré algo de ropa de Isa.
- ¿No le molestará? A propósito, ¿Dónde está?
- Claro que le molestará, pero no le diremos nada.
- Cuando venga se dará un poco de cuenta. – Le repliqué. No quería malos
rollos.
- Tardará en venir, está trabajando.
- ¿En qué trabaja?
- No es mucha sorpresa, lo típico.
- ¿Peluquero? ¿Bailarín? ¿Diseñador de moda? ¿Cooperante en Tele Cinco?
- No, eso es lo tópico, me refiero a lo típico, es camionero. Conduce un tráiler
de transporte internacional. Debe estar rumbo a Bélgica.
- Vaya.
- Hasta el viernes no viene.
- ¿Y Merche?
- Ella es Diseñadora de imagen. Trabaja para una empresa que a su vez trabaja
para videojuegos, televisiones, cine…
- Se me hace que compartís piso por gusto y no por falta de dinero.
- Exacto. Cada uno tenemos nuestro piso, bueno, este es el mío. Ellos tienen
sus casas y vivimos aquí porque somos piña. Se suponía que la semana que
viene se irían a sus propios domicilios, porque yo estaría casada.
Aunque lo dijo con cierta añoranza, se le veía contenta por la decisión que
había tomado de romper el compromiso.
Me fui a duchar, eso sí, el albornoz no me lo quité hasta que llegué al cuarto
de baño.
Hay placeres que están ahí, al alcance de la mano y que no los disfrutamos
tanto como debiéramos. Una ducha, agua en su punto, presión correcta y, lo
mejor, al poco entraron Leo y Luci, se desnudaron y tras haberse dado ellas un
repaso lingüístico, delante de mí, mirándome con picardía y provocación, se
metieron conmigo en la ducha, a pesar de no haber espacio para tres.
Me ayudaron a enjabonarme, se recrearon en mi cuerpo y entonces empecé
a pensar que igual querían algo, así que empecé a meter mano allá donde el
pequeño espacio me permitía.
Como fantasía no estuvo mal. Me sirvió para relajarme.
Cuando salí de la ducha, Luci me esperaba en el pasillo con un albornoz
limpio en la mano.
- Sí que has tardado. – Me dijo. – Creí que tendría que entrar a buscarte.
Si ella supiera…
Me dio el albornoz.
- Es de Isa. Dudo que te quepa algo de su ropa. No es que tú estés gordito, es
que él es muy delgado y más bajito que tú, pero le gustan los albornoces
anchos.
- Y llamativos.
Era blanco, con manchas negras. Cuando me lo puse y me miré al espejo, vi
un dálmata. Acababa de cambiar un albornoz clarito, por un disfraz de
dálmata, porque eso parecía, un puto disfraz de dálmata.
- Te queda muy mono.
- ¿Y Leo?
- Cuando te metiste en la ducha se fue a comprar no sé qué. ¿Te apetece ir a la
cama?
- ¿Cómo?
- No sé, tras pasar el día en una celda, igual te apetece echarte un rato. Usa la
cama de Isa, no le diremos nada. Además, ya estás limpio y hueles bien.
Había usado un gel de olor a caramelo. Estuve a punto de echar un trago de
lo apetecible que olía y pensé que igual a Luci le daba por saborearme.
Le dije que no, que estaba bien, que la ducha me había relajado y que estaba
con todas mis energías a flor de piel.
No le mentía, aunque sí un poco. Estaba cansado, aunque un poco de cama,
sin dormir, compartiendo espacio con ella bajo las mantas, no diría que no. Me
sentía como recargado, con necesidad de… hacerle el amor como si no
hubiese un mañana. Eso sí, si algo me había enseñado la vida, era no
precipitarme. Uno nunca sabía si una mujer estaba por la labor o si te podía
soltar un rodillazo en la entrepierna si te lanzabas malinterpretando las señales.
Miró el reloj.
- Lástima que no sé lo que tardará Leo en volver. A Merche todavía le queda
una hora para que venga.
- ¿Y?
- Nada, que me apetecería echar un polvo.
Esa era una señal muy complicada de malinterpretar. Clara clarísima. Como
imaginé que era conmigo y no con Leo o Merche, le dije que no pasaba nada,
que podíamos empezar, que seguramente Leo tardaría lo suficiente como para
no cortar nada. Dudaba que le durara más de tres minutos, contando en ese
cálculo lo que me costara quitarme el albornoz.
Justo en ese momento sonó el timbre y se presentó Leo, que al verme con el
albornoz nuevo, soltó una risotada que me dio poca confianza en mi look.
Yo la miré de mala hostia, y no por reírse, sino por haber vuelto tan pronto.
¡Joder!
- Tenemos que ponernos serios. – Me dijo Leo.
- ¿Hay alguien riéndose en este momento? – Justamente en lo único que no
pensaba era en reír.
- Quiero decir que debemos empezar a tomarnos en serio lo de investigar
quién pudo matar a mi padre.
- Pues igual lo mejor sería que contratáramos a un detective. Bueno, que lo
contrataras tú. Yo ahora no tengo ni casa, ni ropa ni nada que me pertenezca,
salvo la tienda, que algún día debería volver a abrir si no quiero arruinarme
del todo.
- Déjate de tonterías y sentémonos a hablar.
Obedecí, porque si algo tengo es un tic de obediencia. Sobre todo si quien
me da la orden es alguien que me ha demostrado cómo las sabe dar, las
patadas, no las órdenes.
- Anoche estuve hablando con tu primo otra vez.
- Ah, bien, ¿Y confesó?
- No, creo que tienes razón al pensar que no fue él.
- Vale. Si me la hubieses dado desde el principio te habrías ahorrado el
viajecito.
- ¿De verdad que no sabes de alguien que te odie y que también tuviese
relación con mi padre? – Estuve pensando y recordé algo.
- A ti te llamó alguien para decirte que tu padre estaba muerto en mi casa o
algo por el estilo.
- Sí. Ya te dije que había distorsionado la voz y parecía la ratita presumida.
- Ya, pero ¿No tienes la llamada en tu móvil?
Lo sacó con prisas y casi se le cae. Buscó en el registro de llamadas
recibidas y…
- Número oculto. – Dijo con cara de fastidio.
- Mierda. – Solté pensando que algo que pudiéramos tener se esfumara tan
rápido.
- Quizá la poli sí que podría averiguar el origen de esa llamada. – Dijo Luci
alegrándonos el momento.
- Le llevaré el móvil a tu abogado.
Aunque le dije que en el momento que me liberaron, sin cargos, dejó de ser
mi abogado, le dio igual. Creo que en el fondo estaba perdida y que necesitaba
un sueño en una cama para ordenar ideas. Yo también, lo reconozco, aunque
más que ordenar ideas, preferiría dormir y más que dormir… bueno, antes que
dormir, revolcarme un rato con Luci, algo que ya parecía una utopía.
En ese momento abrió la puerta Merche. Volvía del trabajo y se sorprendió
al ver a tanta gente en casa.
- Hola, ¿Otra vez por aquí? – Parecía que su sorpresiva pregunta llevaba algún
tono de reproche. – ¿Llevas el albornoz de Isa?
Me sentí rechazado por el treintaitrés por cien de los integrantes de esa
especie de comuna que era el piso de Luci. Tenía claro que si estuviese Isaías
también se sumaría al bando del rechazo, por lo que pasaría a ser casi un
noventainueve por cien en mi contra.
Leo también debió pensar así.
- Si quieres puedes venir a mi casa. Ya no eres el enemigo público más
buscado de Valencia, así que no pasará nada si nos ven juntos. Además,
piensan que estamos enrollados.
Quiero creerme que a Luci, la última parte, le provocó un acceso de celos y
que por ese motivo me cogió del brazo y dijo algo muy significativo:
- No, él se queda aquí, conmigo. Es mi amigo y necesita ayuda. No le voy a
dejar tirado.
Me conmovió.
Miré a Merche y vi que ponía cara de, qué le vamos a hacer.
Leo sonrió. Creo que se alegraba de que Luci se interesara tanto por mí o
igual lo de ir a su casa no era su preferencia inicial.
- Bueno, pues yo sí que me voy. – Dijo Leo. – Mañana iré a comisaría y les
llevaré el móvil para ver si pueden averiguar quién me llamó.
Nada más irse, Luci tiró de mi brazo, pues todavía no me había soltado, y
me llevó a su habitación. Nada más entrar, cerró la puerta, me dio un empujón
y caí sobre la cama.
Sospeché que buscaba tema. Más aun cuando empezó a levantarse la
camiseta.
Y como digo, el destino estaba en mi contra.
Volvió a sonar el timbre.
Me quedé mirándola, fastidiado. Ella, sonriente, dijo que ya abriría Merche.
Cuando ya se había quitado la camiseta del todo, tocaron a la puerta de la
habitación.
- Salid, es la poli. – Anunció Merche, fastidiándome ese momento de alegría
que tanto necesitaba.
Al salir de la habitación, con el albornoz bien sujeto y atado, para disimular
lo que ya se estaba volviendo irremediable, nos encontramos otra vez con Leo
y una mujer que nos mostraba la placa, identificándose como policía.
Se me quedó mirando, lógicamente le llamó la atención mi traje de dálmata.
Debió hacerle gracia, porque se rio en mi puta cara. Entonces la reconocí, era
Rosa, la poli sexy. Así de paisano perdía un poco, porque creo que lo mío era
morbo más que otra cosa.
- Por lo visto nos ha estado siguiendo desde que saliste de comisaría. – Apuntó
Leo.
- Así es, aunque reconozco que lo he hecho por mi cuenta. Iniciativa propia.
- ¿Todavía crees que soy un asesino? – Le pregunté serio, pensando que ya me
daba igual todo, que me conformaba con que me dejaran un rato con Luci y
que después, si querían, que me metieran en la cárcel de por vida.
- No, por eso mismo. Viendo que Luján la tiene tomada contigo, he pensado
que, extraoficialmente, podría investigar por mi cuenta. Si averiguo quién ha
matado al abogado, me darán un ascenso.
- ¿Y?
Mi escueta pregunta llevaba mucho contenido. Reclamaba una explicación,
un chorro de esperanza partiendo de su boca, porque si ella confiaba en mí,
significaba que no todo estaba perdido. Aunque teniendo en cuenta que el
abogado y Leo me habían sacado de la cárcel y de la acusación, ya parecía que
no había qué perder.
- Como has comprobado hace un rato, alguien ha quemado tu casa. – Me salió
un gesto de pobrecito de mí. – Mañana tendremos un informe de los
bomberos y sabremos si fue accidente o intencionado. Si fue accidente, ya lo
siento, si fue intencionado significará que alguien va tras de ti. Quizá haya
cometido algún error y saquemos algún rastro que nos guíe hacia él. Si no es
así, para eso estoy aquí, para avanzar camino. Necesito hacerte unas
preguntas y que me respondas la verdad, sin tapujos y también a ti. – Dijo
dirigiéndose a Leo. – Es muy curioso que la hija de la víctima haya servido
de coartada al acusado y más con una declaración a todas luces falsa.
- ¿Falsa? – Preguntamos a la vez Leo, Luci y yo. Merche, se había ido a su
habitación desde donde, seguro, estaba escuchando.
- Por la forma que tiene de mirarme, me queda claro que Leo es lesbiana, así
que decir que estaba contigo y que no lo dijo para que su novio no se pusiera
celoso, me suena a muy, pero que muy falso.
Era buena Rosa. Probablemente más que Luján. Su condición de mujer le
cerraría puertas para ascender, en una sociedad y en un colectivo machista.
Seguro que le costaba más trabajo demostrar su valía que lo que le costó a
Luján, si es que tuvo que demostrar lo que no tenía.
Leo le comentó lo de la llamada de móvil avisándole de la muerte de su
padre en mi casa. Rosa le pidió el móvil y permiso para entrar en él.
Tras echar un vistazo al registro de llamadas, le pidió el número de teléfono
y permiso para investigarlo. Leo le dijo que por supuesto que sí.
- Yo sé que él no ha matado a mi padre, por eso le estoy ayudando.
- ¿Y por qué lo sabes? ¿También dudas de su capacidad de haber hecho tal
cosa?
Ahí caí en el mal concepto que parecía tener sobre mis cualidades físicas.
Por mucho que me irguiera tras oír su opinión, seguro que no lograría que
cambiase. Estaba más por la labor de atender a Leo y su móvil.
- Llevo con él desde el viernes noche y creo conocerle. Además, sería de muy
tonto matar a alguien en su propia casa y dejar el cadáver colgado de la
lámpara de su propio comedor. – Al menos Leo tenía mejor concepto de mí.
– Y por supuesto no tiene la fuerza necesaria para levantarlo y colgarlo de la
lámpara.
Ya no supe si sentirme bien, lo que hice fue preocuparme por Luci, que
soltó un, mierda, y se levantó en dirección al baño.
¿Anunciaba así una necesidad fisiológicamente escatológica? Esa
información no la necesitábamos.
Tardó un rato en regresar y ese rato estuve abstraído de la conversación que
se llevaban Leo y Rosa.
Cuando regresó, estaba un poco azorada y al verme cómo le preguntaba por
gestos si estaba bien, me dijo susurrándome al oído para no molestar: “No
pasa nada, es Evamari, que ha venido.”
Me quedé con cara de gilipollas, así lo imagino, porque provoqué que se
riese, a carcajadas, lo que cortó la conversación. Tras un par más de jajás, se
hizo el silencio y vimos que Rosa nos miraba seria.
- ¿Puedo hablar ahora contigo a solas? – Me preguntó. Yo miré a Luci.
- Id a mi habitación, pero cuidadito con lo que hacéis.
Creo que lo dijo en broma, aunque quizá sí que fuera un poco por celos,
porque…
Porque en ese momento me di cuenta que estaba yo solo con cuatro mujeres
encerrado en un piso no muy grande. Buen momento para que se declarara una
cuarentena y nos impidieran salir. Eran cuatro mujeres de esas que me suelen
hacer soñar despierto.
Luci, mi primer amor. Mi deseada novia de adolescencia que jamás llegó a
ser novia, ni siquiera amiga cercana, porque siempre pensé que no me
correspondía y fui tan inmensamente gilipollas de no preguntarle.
Leo, que se había presentado en mi vida y que, asumiendo por mi parte que
era lesbiana, no dejaba de parecerme sumamente atractiva, aunque si bien la
parte animal que suelo tener la miraba con admiración, la parte sentimental me
estaba impulsando a considerarla una amiga, con el deseo de que se
convirtiese en esa hermana que jamás tuve, y he de decir que tampoco había
echado en falta. Aunque ahora, que sí pensaba en ello, me hacía mucha
ilusión.
Merche, no muy simpática hacia mí, aunque igual era por pensar que estaba
metiendo en un lío a su amiga Luci, era la pelirroja que siempre he soñado. No
es que me pusiera, simplemente me gustaba verla.
Y Rosa, que si con uniforme era impresionante y cargada de morbo, de
paisana aumentaba la parte impresionante en proporción al morbo que perdía.
Era la primera vez en mi vida que tenía a cuatro mujeres tan pendientes de
mí.
En la habitación, Rosa fue directamente al grano:
- Necesito que me des nombres. – No tenía pintas de estar embarazada ni pedir
consejo para darle un nombre a su retoño, así que al no saber a qué se refería,
le pregunté:
- ¿Nombres?
- Conocidos tuyos, lógicamente. Gente que pudiera odiarte, si es que los
recuerdas a todos. – Ahí fue un poco borde. – No sé, amistades, vecinos con
los que te lleves mal, compañeros de trabajo, tu ex, el que se acostó con tu ex
cuando todavía no era ex.
Me estaba maltratando psicológicamente. Eso parecía divertirle, quizá fuera
un tema que llevaba de serie por ser poli. Aun así empecé a soltar nombres y
rango de relación.
Fabi, amigo desde la infancia.
Pascual, primo también desde la infancia.
Araceli, novia, esposa y ex en apenas unos cinco años.
Julio, el vecino de arriba que era un mierda…
- ¿Por qué? – Me preguntó al mencionarle al vecino.
- Es de los que se creen los dueños del mundo, el que fuma en el ascensor, el
que pone la música a tope, el que se recrea con gritos de placer cuando
consigue, a las mil, llevarse a un ligue a casa…
- ¿Y has tenido algún problema con él?
- Yo sí, él conmigo no. Yo me quejo de todo eso que hace, le insulto, me cago
en su padre, pero todo eso lo hago en la intimidad. Es bastante fuerte, al
menos tiene mala pinta, ni de coña le reprocho algo, porque es de los que te
la suelta a la primera. Que se lo pregunten al vecino de al lado de su casa que
sí que protestó.
- Bueno, es alguien por quién empezar. – Tomó nota de todo lo que le dije,
supongo que todo no, sólo un resumen. – Aunque sería de estúpidos pegarle
fuego a tu casa, siendo así que la suya está justo encima. Probablemente
tardará en poder ocuparla.
- Ya y lo malo es que la tomará conmigo. – Seguro que me responsabiliza de la
pérdida de su casa.
- Tu amigo, el tal Fabi, ¿Os lleváis bien?
- Somos uña y carne. Aunque hay algunos detalles que han convertido nuestra
amistad en un postureo.
- ¿A qué te refieres?
- En el insti íbamos los dos tras la misma chica, Luci, la dueña de este piso.
No es que se la quitara, ella iba por otros derroteros, al menos eso creía yo,
que iba tras mi primo, hasta ayer, que me enteré que estaba colada por mí. La
de tiempo que he perdido y las cosas que podría haberme ahorrado…
- Sería bueno que no te enrollaras. Tengo prisa.
- Vale, vale. – Estaba claro que no era una conversación para desahogarme. –
Más tarde, nos pillamos los dos también por Araceli y esta vez sí que acabó
casándose conmigo, aunque primero salió con él.
- ¿Tienes pruebas?
- No, claro que no, pero pensé que igual que insististe tanto en ir donde mi
primo, estarías deseando interrogar a Fabi.
- Es que… lo siento, estoy harta. Por culpa de toda esta mierda he perdido la
confianza de un par de clientes de la inmobiliaria, por desatender las citas
que teníamos para ver pisos. Y hoy me han dado ya el cadáver de mi padre,
para que lo enterremos y estoy…
Se abrazó a mí.
Por mi cabeza pasaron pensamientos raros.
Primero, ¿Darle el cadáver de su padre? Supuse que era un modo de decir
que la funeraria ya se hacía cargo para los preparativos del incendio, no creo
que tuviese que pasar ella a recogerlo.
Segundo, ese abrazo… supe que el primer paso, el de una amistad arraigada
en pocos días, gracias al trauma que estábamos pasando, ya estaba dado.
Tercero, ¿Estarían limpios los calzoncillos? Porque ya me picaban por todas
partes.
- ¡Eh! ¿Qué pasa aquí? – Luci asomó el morro por la puerta y nos pilló
abrazados. Leo se separó de mí y mirándola a ella y después a mí, contestó:
- Nada, por mí no tienes que preocuparte. – Y dirigiéndose a mí, me dijo
susurrandomelo: – Creo que deberías pensártelo bien con ella, parece
enfermizamente celosa.
- Pues para no tener que preocuparme, os veo demasiado juntos.
- La otra noche, Isaías te desnudó y te metió en la cama.
- Isa es mi amigo y es gay.
- Exacto. – Dije, concluyendo.
Puede que Leo tuviese razón y mi ideario de adolescente me estuviese
arrastrando a una posible relación dañina para mí, pero es que estaba tan
buena…
- ¿Vamos? – Le pregunté a Leo, pasando de lo que pensara Luci.
- Vamos.
- ¿Adónde vais?
Como estábamos en el recibidor, no nos molestamos en contestarle. Salimos
de casa y tiramos hacia la calle, donde Leo tenía aparcado el coche.
- ¿Sabes si tu padre tiene documentación de su clientela en algún lugar?
- Supongo que en su despacho.
- En su casa, entonces tenemos que ir a su casa. ¿Tienes llaves?
Rosario tenía el despacho en su propio domicilio, no trabajaba en ningún
bufete, iba de autónomo, así que tal cosa nos ahorraría tener que colarnos
ilegalmente en algún despacho de abogados para echar un vistazo a una
documentación que seguro nos sería vetada si la pedíamos amablemente.
Fuimos hasta una calle cercana al jardín de Ayora, Músico Ginés, donde mi
ex abogado había instalado su vivienda y su despacho legal.
Para mi sorpresa, entramos en el garaje del edificio. Leo pulsó un control
remoto para abrir la puerta. Aparcó en una plaza reservada y subimos en
ascensor al piso cuarto. Gracias a ir por dentro del edificio desde que dejamos
el coche, no hice mucho el ridículo con mi aspecto. Ya estaba anocheciendo,
aunque todavía había bastante gente por la calle.
Sacó una llave y abrió la puerta.
Yo iba un poco perdido, porque me sonaba que el abogado vivía en el
segundo, aunque al subir desde el garaje, quizá cambiara la cosa de los
botones del ascensor.
- ¿Este es el despacho de tu padre?
- No, es mi casa. Él vive… vivía, dos pisos más abajo. – Vale, ya me
cuadraban las cosas. – Voy a por las llaves.
Mientras ella buscaba el llavero, me dediqué a curiosear un poco los gustos
de Leo. Estaba en su casa, pudiendo conocer sus intimidades personales.
Sus gustos eran bastante sencillos o bien se calentaba poco la cabeza en
cuanto a contenido. El piso estaba amueblado de un modo simple, quiero
decir, pocos muebles y pocos adornos. Así que más que simple diría funcional.
Las paredes, en vez de cuadros, tenían posters, uno, el principal, de Shakira y
alguna que otra cartelera de cine de más de veinte años atrás.
- Vamos. – Me dijo dándome un susto de muerte.
Parecíamos espías buscando documentación secreta. Probablemente más
que secreta era confidencial. El paso que tendría que dar Leo, una vez cerrado
el despacho, sería destruir todos esos papeles, así que me dijo de ir
poniéndolos en una mesa conforme los fuéramos descartando. Era como si
aprovechara el momento y la compañía, para ir dando pasos en algo que,
seguro, le costaría hacer, deshacerse de cosas de su padre, cosas que
éticamente no podía conservar.
No curioseé el contenido, sólo busqué el nombre de las carpetas, hasta que
fue ella la que encontró una con el nombre de Agustina García García.
- Ese es el segundo apellido de Fabi. – Le dije.
Me acerqué a su lado para echar un vistazo y fue ella la que soltó un:
- Vamos, no me jodas.
- ¿Qué pasa?
- ¿Fabi? ¿Fabi es Fabián?
- Evidentemente, ya te dije nombre y apellidos.
- A mí me dijo que se apellidaba García, Fabián García, nada de Santurce. Por
lo visto cogió el apellido de su madre. – En la carpeta había una foto de los
padres de Fabi.
- ¿Le conoces?
- Sí, conozco a sus padres y bueno, a él, estuvimos saliendo hace… buf,
muchos años.
- Pero ¿Tú no eres…?
- Sí, sí, soy lesbiana. Vale ya con eso. Salí del armario justo cuando salía con
él y le sentó muy mal.
Y tanto que le sentaría mal.
En la carpeta había un expediente sobre el proceso de divorcio de los padres
de Fabi. Yo ni siquiera sabía que estuviesen divorciados. Es que ni sabía que
tuviese padres. El tema familia no solíamos sacarlo a conversación. Ahora que
lo pienso, no seríamos tan buenos amigos cuando ni siquiera me contó lo del
divorcio o bien es que entendíamos la amistad de otro modo.
Así que Leo y Fabi estuvieron saliendo juntos. Otra cosa que no me dijo,
aunque no me extrañaba, porque tendría miedo a que se la quitara, bueno, no,
porque eso de quitarle la novia fue después, cuando salía con Araceli y, ah, sí,
vale, antes también, cuando él pensó que le quitaba a Luci, en esta ocasión
erróneamente, y cuando le jodí la relación con Ana. En esa ocasión no le quité
la novia, simplemente conseguí que lo dejaran. No fue un acto voluntario, es
más, fue involuntario, simplemente me metí donde no me llamaban y le dije a
Fabi que había visto a Ana con un chico abrazada y dándose el lote. No fue
inventado, que conste, les pillé de verdad. Puede que con lo de, el lote,
exagerara, simplemente estaba abrazada y más tarde, cuando ya habían roto,
porque Fabi me creyó y se puso terriblemente celoso, hasta el punto de romper
sin darle tiempo a explicaciones, nos enteramos que el tío con el que se
abrazaba era su hermano. Lejos de pensar en una relación incestuosa, que me
hubiese salvado el culo, Fabi estuvo varios meses sin hablarme. Me echó la
culpa y reconozco que la tenía, aunque él no se quedaba atrás, porque también
pudo haber escuchado lo que ella tuviese que decirle y aclarar las cosas antes
de ponerse como un energúmeno. Los celos son un mal compañero de vieja en
una relación.
Cuando, esos varios meses después, él me arruinó un ligue que conseguí con
mucho esfuerzo, contándole que yo tenía una enfermedad degenerativa que me
hacía envejecer y que en vez de dieciocho años, tal como aparentaba, tenía
doce muy mal llevados, volvimos a ser amigos. Yo me mosqueé con él,
normal, y estuve dos días sin hablarle, sin embargo asumí la revancha e
hicimos las paces. Es lo que tiene la amistad.
- ¿En serio saliste con Fabi? – No me lo podía creer.
- Sí, fue cuando empecé a tener dudas, cuando intenté, tal como decía mi
madre, aclararme.
- ¿Tu madre?
- Sí, me llevaba bien con ella, a pesar de ser yo una adolescente. Me dijo que a
veces creemos cosas que no son y lo que son, son cosas que no creemos. A
día de hoy sigo dándole vueltas a lo que pretendió decirme.
- Está muy claro.
- ¿Sí? ¿No me digas que lo has pillado a la primera? – No tenía muy buen
concepto de mí, a pesar de los avances que íbamos dando en nuestra relación
tipo fraternal.
- No, lo que te dijo tu madre ni de coña, lo que está claro es que seguro que
simplemente te dio un consejo, que no tomaras decisiones sin tener las cosas
claras.
- ¿Eso sacas de eso que me dijo?
- No, es lo que quizá te hubiese dicho yo. Hay veces que nuestros sentimientos
se confunden y otras que nuestros temores superan a la realidad.
- Tampoco te estás haciendo entender. ¿Es que conociste a mi madre? Seguro
que leíais los mismos libros. – Lo dudaba, porque yo no era mucho de leer.
- En resumen. – Iba a decirle que, hablando para tontos. – Lo cierto es que si
te gustaban las mujeres y lo tenías claro, hiciste bien en dejar a Fabi. Eso sí,
antes de romperle el corazón y hacerle un daño irreparable a su moral, lo que
debías era tenerlo muy claro.
- Y lo tuve. Me acosté con él y no sentí nada, ni deseo ni placer. Fue una
prueba de fuego. Mes y medio después me acosté con una chica que conocí
yendo de bares y me lo pasé genial. Joder, estuve con ella hasta hace un par
de meses que lo dejamos.
- Vale, vale, eso es lo que quería decir, que lo tuvieses claro. – Esperaba que
no fuese muy sincera con Fabi a la hora de decirle que no había sentido nada
al hacerlo con él.
- Pues eso.
- Fabi debió pasarlo mal, lo conozco.
- ¿Crees que por eso la ha tomado con mi padre? ¿Por fastidiarme a mí?
- Es un argumento muy estúpido, así que sí, conociendo a Fabi, probablemente
sí, aunque lo de matar se me hace muy fuerte.
- ¿Y por qué no me mató a mí?
- Eso sí que te lo puedo decir, porque él es de los que piensan que si condenas
a muerte a alguien, en realidad no lo sufre. Una vez muerto se acabó la pena,
la pena del que muere, quienes lo pasan mal de verdad son los seres
queridos, quienes se quedan, siempre que sean queridos de verdad, así que
matando a tu padre, tú eres la que sufre.
- Será cabrón y retorcido…
- Lo has descrito exactamente como es.
No era el concepto que yo tenía de Fabi, más bien era el que acababa de
asumir.
Desde que Rosa me dijo que la llamada a Leo provenía de mi móvil, supe,
un buen rato después, que había sido Fabi.
Algunas cosas no me cuadraban en cuanto a motivos. Que pensara que su
vida sentimental se vería amputada por mis intervenciones, que me echara la
culpa de su vacía vida social cuando me casé y pasé de quedar con él los fines
de semana o que él fuera del Valencia y yo del Levante, no era motivo
suficiente para tomarla conmigo. Aun así pensé que quizá se le fuera la bola y
le diera por soltarme alguna o putearme de algún modo.
Lo que no me cuadraba entonces era la parte que implicaba a mi abogado.
Tras los nuevos conocimientos que estaba adquiriendo, ya me había
quedado claro.
El destino y la casualidad, esta vez sin que intervinieran las galletas,
hicieron que entre Rosario y yo hubiese un nexo común cargado de rencor,
Fabi.
Contra el padre no tenía nada, salvo que enfermizamente lo culpara del
divorcio de sus padres. Sin embargo sí que tenía algo contra la hija, de un
modo retorcido, todo hay que decirlo, sin embargo ahí estaba el nexo.
Sólo me quedaba ir a hablar con él, decirle que le había pillado, pedirle
explicaciones y, si eso, suplicarle que parara ya y empezáramos de cero. Ya
tenía bastante con el nuevo enemigo que me había hecho (Marco, por si no se
cae en ello), como para tener que vivir pendiente de un amigo que me puteara
toda la vida.
Leo insistió en venir conmigo. Ella veía la solución de otra manera: Hacerle
confesar a ostias y entregarlo a la policía para que le encerraran de por vida.
Bien, era otro modo de verlo y al menos ella podría llevarlo a cabo. Ya me
había demostrado que sabía defenderse y sobre todo atacar.
Estaba nervioso y en el fondo me preguntaba por qué. ¿Por estar a punto de
acusar a mi mejor único amigo de matar al abogado que llevó lo de mi
divorcio? ¿De dejarme el muerto colgado en el comedor de mi casa
implicándome así? ¿De quemarme la casa? Y lo más importante, de dudar de
nuestra amistad.
Leo paró justo delante de la puerta del edificio donde vivía Fabi, en la calle
de las maderas.
- Si no te importa me gustaría subir yo solo, para hablar con él, si en diez
minutos no he dado señales de vida, llama a la poli o ven a rescatarme, mejor
haz las dos cosas, el orden me da igual.
Estaba complicado aparcar así que accedió a concederme ese tiempo
mientras buscaba dónde dejar el coche.
Llamé al timbre y tardó más de lo que admitía mi paciencia en contestar. Me
daba no sé qué estar en albornoz en la acera. No es que fuese una calle muy
transitada, pero me bastaba que pasara una sola persona para sentirme mal,
ridículo. Seguro que ya habría más de una foto o video mío en las redes,
vestido de dálmata.
Por suerte a la tercera llamada contestó al telefonillo.
Identificado y con sorpresa por su parte, me abrió la puerta y subí hasta el
primer piso de ese edificio viejo que había sido, tras mucho buscar, en el que
había podido alquilarse un piso modesto, el que su profesión de peluquero de
caballeros le permitía.
Arriba, delante de la puerta dos, tuve que esperar un rato a que me abriera.
Algo debía estar tramando, puesto que mis sospechas ya condicionaban todo
lo que pudiera pensar de él.
- Joder, tío, dichosos los ojos.
Tal que esa fue su frase de recibimiento, cuando me abrió la puerta tras una
ardua espera.
Yo me puse en modo observador, puede que con poco disimulo, como la
suegra cuando viene de visita a casa. Pretendía ver, captar, estudiar sus
reacciones y la primera conclusión que saqué fue que tal frase de recibimiento
no fue de alegría por verme, sino por sorpresa, como si yo fuese la última
persona que esperaba cruzarse en su camino y eso que me abrió la puerta del
portal, por lo tanto ya sabía que era yo.
- Estoy jodido, Fabi. – Le dije como pidiendo su ayuda, para que no
sospechara que lo que buscaba era una confesión.
- No tanto, pensé que estarías en la cárcel y aquí estás. ¿Y qué coño llevas
puesto? ¿Por qué vas disfrazado de vaca?
- De dálmata, es de dálma… bueno, ni eso, no es un disfraz, creo, es un
albornoz blanco con manchas negras.
- Pues la capucha lleva dos orejas colgando y parecen de vaca. – Dijo tras
alargar la mano y coger una de ellas. Juro que no me había percatado de tal
detalle. Sólo me faltaba descubrir que colgara una cola por la parte de atrás.
Eché mano y por suerte no la había.
- ¿Me vas a dejar pasar?
- Sí claro.
Como segunda impresión, tras apercibir su sorpresa al verme, diré que le vi
muy nervioso, echando vistazos alrededor, como si temiese que me diera
cuenta de algo que se hubiese olvidado de recoger y delatara su condición de
asesino psicópata.
Su salón estaba medianamente ordenado, tal como solía tenerlo
normalmente. El sofá con varios rotos en su cubierta, los almohadones
arrugados y bastante desgastados, la mesita con el mando de la tele, dos latas
de cervezas vacías y arrugadas, otra abierta para ser bebida, un bol con patatas
fritas, un paquete de cigarros y un cenicero que rebosaba colillas y ceniza por
todos lados.
En un extremo de la mesa había dos móviles. Al verlos pensé en el mío, si
mis sospechas eran correctas, debía tener mi móvil en su poder, sin embargo
no era ninguno de esos dos. El mío no tenía un arcoíris en la funda protectora
y el otro era el suyo, reconocible por su banderita de España en la parte de
atrás.
- Cuéntame, ¿Cómo resolviste lo del muerto ese de tu salón? Pero dime
primero por qué vas vestido así.
- Va todo junto, incluido en la misma historia. Si me das la oportunidad te lo
cuento.
Casi me delato, pues al pedirle la oportunidad estaba pensando en que no
me matara todavía. Por suerte logré contener mi lengua, mi miedo y mis
constantes meteduras de pata.
El relato que le relaté, fue este que sigue, más o menos cosas ya leídas en
líneas anteriores y que no voy a repetir, salvo un resumen:
- Cuando me levanté de la cama el viernes pasado, me encontré a mi abogado
colgado de la lámpara. Me quedé sorprendido, porque no recordaba haberlo
puesto ahí, no me van ese tipo de adornos. Lo primero que se me ocurrió fue
llamarte, porque eres mi mejor amigo, somos colegas, tío, y para eso están
los colegas, ¿No? Para resolver problemas con muertos que aparecen sin
saber de dónde en casa. Reconoce que no te portaste bien al pasar de mí.
- Es que tenía cosas que hacer. – Buena excusa, no supe cómo rebatirle.
- La poli vino y me detuvo, me acusaron de matarlo hasta que pude demostrar
mi inocencia. Creo que no me hubiesen creído si no llega a ser porque unos
vecinos identificaron al tipo que quemó mi piso. – Eso era un farol y me puse
nervioso al soltarlo puesto que no soy de los que saben mentir, sobre todo
cuando es necesario.
- ¿Te han quemado el piso? – Seguía viendo, captando, estudiando sus
reacciones y esa pregunta me resultó tan falsa como cuando Araceli negaba
que me había puesto los cuernos mientras Pascualín se quitaba de encima de
ella.
- Sí, no me han dicho quién, pero la poli ya está pisándole los talones. Tienen
su descripción.
Noté cómo su nerviosismo aumentaba de rango, a uno superior.
Disimuladamente miró por la ventana, aprovechando que estaba cerca de ella.
Sólo tuvo que estirar el cuello como un suricato.
Sonó un teléfono móvil, provocándole a Fabi un sobresalto. Era uno de los
teléfonos que estaban sobre la mesita del salón, el del arcoíris. Pude ver que
quien llamaba era Leo, porque ese era el nombre que mostraba la pantalla.
¿Todavía tenían guardados los números de teléfono de ambos? ¿Y por qué
coño le estaba llamando? ¿Estarían compinchados?
Como no dejaba de sonar, se acercó y cortó la llamada. Justo en ese
momento oí un gemido que provenía de alguna habitación. Parecía un sonido
de placer o algo así: “Mmmmm…” No sé si esto sirve como descripción.
El piso era pequeño, así que apenas cabían los sonidos.
- ¿Tienes visita? Lo siento, no quería interrumpir… Aunque parece que esté
siguiendo sin ti.
- No, no, es que… es que alquilo una habitación a parejas. Saco casi más pasta
que en la peluquería.
Siempre había sido un innovador, jamás le había faltado una fuente de
ingresos, desde trabajos esporádicos, menudeo de maría, pastillas de
colorines… hasta que se sacó el módulo de peluquería y montó su propio
negocio.
A pesar de saber todo eso sobre él, algo que siempre admiré, no me tragué
tal trola y empecé a atar cabos.
Nervios por su parte, ese móvil que ya había visto antes, sin recordar dónde,
porque la funda llevaba el arcoíris grabado era de alguien conocido y dudaba
que fuera Leo, ya que llamó ella, salvo que lo anduviera buscando... Ese
gemido que seguía oyéndose y que no parecía porno, sino de petición de
ayuda…
- Mira, a tomar por culo.
Me dijo poniéndose bruscamente de pie de un modo exaltado.
Pensé que me iba a echar de casa, y no, lo que hizo fue acercarse al armario,
abrir un cajón, sacar una daga árabe de las que solía coleccionar, y me ordenó
levantar las manos. No sé si pretendía que le dejara hueco para poder
clavármela o sólo era una amenaza que no tardaría en relatarme. Porque
descarté que se pensara suicidar.
Justo en ese momento llamaron al timbre.
- La poli. Ya te he dicho que han dado contigo.
Sus nervios aumentaron todavía más, algo malo teniendo en cuenta que
estaba armado. Miró a todos lados, como buscando un escondite o un hueco
por el que salir corriendo. Lo que hizo al final fue lanzarse sobre mí. Yo, que
no había dejado de observarle, preví tal reacción por su parte, me había puesto
de pie y al ver que se precipitaba sobre mí, me giré y salí corriendo,
tropezándome con el sofá y cayéndome de bruces sobre él. No calculé bien el
espacio-tiempo.
Fabi dudó un momento, supongo que al comprender que yo era un gilipollas
inútil al que no necesitaría matar, puesto que me bastaba por mí mismo. Digo
yo que al ver que no tenía remedio, se decidió por fin y lanzó un golpe de daga
sobre mi espalda a la vez que yo no dejaba de gritar pidiendo socorro.
Una patada en la puerta la sacó de sus bisagras y…
No era la policía, sino Leo. La vimos cuando dio los dos pasos que llevaban
desde la puerta hasta el salón. Gracias al estruendo que montó al romper la
puerta, Fabi se quedó inmóvil y no terminó de apuñalarme (¿Adagarme?), Leo
le encañonó con su pistola, más falsa que mi valor, y le pidió que tirara la daga
o que le metía un tiro.
- ¿Tú?
En mi posición fetal de autodefensa, no podía verle la cara, así que lo que
digo es sólo pura deducción, y es al ver a Leo se llevó una sorpresa
inesperada, más que cuando me vio a mí.
- Deduzco por la posición en que os encuentro, que tú mataste a mi padre.
¿Por qué lo hiciste?
Aquí debería ser cuando Fabi se derrumbara, soltara la daga y se dispusiera
a confesar, soltando lagrimones de pena, exponiendo todos sus rencores, para
después aceptar un diagnóstico propio sobre el fallo mental que le llevó a
cometer tan atroces crímenes y sobre todo amenazar de muerte a su mejor y
único amigo. Sin embargo lo que hizo fue cogerme del albornoz, tirar de mí,
hacer que me levantara, a pesar de mi falta de resistencia, y apoyar la daga en
mi cuello para amenazarme de muerte si ella no soltaba la pistola.
Tardó un poco, bastante diría yo, en conseguir parapetarse detrás de mí. A
Leo le hubiese dado tiempo de disparar varias veces en caso de haber tenido
una pistola de verdad.
- Suéltale. Él no tiene la culpa de nada de lo que te atormenta.
- ¿Que no? ¿En serio? Este cabrón me ha destrozado la vida.
Esperaba que no le enumerara todo los hechos en los que basaba tal
afirmación, no soportaría la tensión durante muchas horas.
Con los nervios, aflorando su rencor, apretaba demasiado la daga sobre mi
cuello y empecé a notar unas gotas de sudor caliente que me bajaban hacia el
pecho. O puede que no fueran gotas de sudor sino sangre. Tal idea me hizo
temblar de piernas.
Para no repetirme, diré que le contó detalladamente, en modo resumen,
cómo le había destrozado la vida, enumerando por orden cronológico todas las
relaciones que él daba por supuesto que yo le había roto, incluyendo un par de
chicas a las que ni recordaba. Puede que las mencionara para añadir
argumentos y no parecer un exagerado de cara a Leo.
Leo no paraba de decirle que me soltara, que podíamos hablar, solucionar
las cosas y no dejar que se agravaran.
Fabi no le hizo ni puto caso.
Volvimos a oír gemidos, además de los mío. Puede que sólo los oyese yo,
porque ellos estaban a otra cosa.
Me di cuenta que Leo miraba a todas partes. Dudaba que fuera curiosidad o
que estuviera tasando la casa, por deformación profesional, así que
probablemente estuviera buscando algún modo de distraer a Fabi, para poder
saltar sobre él y desarmarle sin arriesgar mi vida o bien aceptando un
necesario daño colateral. En ese momento mi integridad física dependía del
estado de salud mental de ambos. Él por el odio acumulado durante años y lo
que se cortocircuitara en su cerebro, ella por su posible afán ciego de
venganza. Yo estaba en medio.
En su rastreo vio los teléfonos sobre la mesa y por lo visto reconoció el del
arcoíris. Ahí caí yo también a quién pertenecía, a Rosa. Por lo visto en algún
momento se darían los números de teléfono y había estado llamándola para
pedir ayuda. ¿Por qué estaba en la mesita del salón de Fabi?
Reconozco que a veces me falta perspectiva para ver las cosas, sin embargo
en ese momento, bien por evidente, bien porque mi mente estaba exhausta,
buscando una salida, deduje que los gemidos provenientes de la habitación
eran de Rosa, que no es que estuviera enrollada con mi amigo (ya podía
considerarlo ex), sino que había ido a interrogarle y él la sorprendió,
haciéndola prisionera. Debía tenerla encerrada y supuestamente atada, en una
habitación.
Al volver de mis evasivos y deductivos pensamientos, oí que el capítulo de
reproches ya andaba por los directos hacia ella, sobre que le rompió la ilusión,
que la quería mucho, que no sé qué…
No presté atención ya a las palabras, me centré más en la sensación de
líquido corriéndome por el cuello. Ya tenía claro que era sangre y tontamente
pensé en la bronca que me echaría Isaías cuando viera que le había manchado
el albornoz.
- ¿Por qué tienes el teléfono de Rosa? – Le preguntó señalando con la pistola
la mesita.
Si me preguntan cómo lo hice, no sabría responder. Quizá un instinto de
supervivencia o puede que en el fondo me minusvalorara y en realidad no
fuera tan inútil como me pensaba.
Me dejé caer hacia abajo, lo que aprovechó Leo para lanzarse en carrera
sobre él (nosotros). No estaba tan separada, con un par de pasos, sorteando una
silla mal colocada, logró soltarle un puñetazo en la cara a Fabi. Si se me exige
veracidad en los hechos, apenas lo recuerdo.
- ¿Estás bien? – Me preguntó Leo extasiada por el esfuerzo. Eso fue lo
primero que me vino a la cabeza tras el momento, breve, de lucha en el que
nos vimos envueltos. Ellos en la lucha en sí y yo sirviéndoles de tatami.
- Sí, claro. He visto pasar toda mi vida ante mis ojos, por suerte sólo había una
temporada y bastante corta. ¿Ya te lo has cargado?
- Sí, ha costado, pero sí.
- Gracias a que me he agachado estratégicamente. Qué bueno que pillaras mis
intenciones.
- Si te desmayaste…
- Bueno, la táctica es lo de menos, lo importante es el resultado.
- Venga, levanta. – Entonces me acordé.
- Creo que Rosa está encerrada en una habitación.
Me estaba ayudando a levantarme. Quizá debí esperar a estar de pie para
decírselo porque su reacción fue soltarme y salir corriendo en su búsqueda.
Me volví a caer y además me mosqueé.
¿A qué venía ese interés por la poli? ¿Era más importante que yo?
Gracias a mí había pillado al asesino de su padre y además me había
conocido, lo que no era algo digno de marcar como un momento importante de
su vida, aunque tal momento de coexistencia se convirtiese en el inicio de una
buena amistad.
Cuando entraron los policías, armados y apuntando a todos lados,
incluyéndome a mí, la escena que encontraron fue a Rosa leyéndole los
derechos y esposando a Fabi, mientras que Leo y yo, en un rincón del salón,
poco más que aplaudíamos, antes de levantar las manos al ver que nos
apuntaban.
Por lo visto, ante el estruendo que provocó Leo cargándose la puerta de una
patada y los gritos que soltamos para tranquilizar a Fabi y que no me matara,
hizo que algún vecino llamara a la policía.
Rosa había pasado un buen tiempo atada a la cama, desnuda, temiendo que
el cerdo de Fabi entrara y concluyera lo que pretendía hacerle. Por suerte a
quien vio entrar fue a Leo, que la tranquilizó mientras estudiaba la escena.
Cuando entré yo, la vi en su sumisa postura y conste que no sentí otra cosa
que odio hacia el que había considerado mi amigo.
- Ayúdame.
Así lo hice. Me ensañé con el cable que sujetaba a Rosa a una pata de la
cama. Por lo visto Fabi no tenía cuerda y usó cable eléctrico.
Tras ser rescatada por Leo y por mí, me salí de la habitación para
salvaguardar su intimidad de vestirse.
Entonces me acordé que había dejado solo a Fabi, algo que siempre había
criticado en las pelis, cuando la chica le pegaba con un palo al psicópata
asesino que caía sin conocimiento y acto seguido, la chica, se daba la vuelta,
dándole la espalda no sin antes haber tirado el palo al suelo. El desenlace
lógico era que el psicópata se levantara y se cargara a la chica.
Cuando entré en el comedor, Fabi estaba levantándose, algo que parecía
costarle, porque Leo se había ensañado con él.
- Leo… Leo… LEO – Grité.
Como tardó un poco en aparecer, no tuve más remedio que tomar una
iniciativa. Me quité el albornoz y le lancé el dálmata. Fabi se enredó en él, por
el aturdimiento de los golpes y por lo inesperado de verse envuelto en un
albornoz. Yo aproveché para lanzarme sobre él y tratar de anular sus intentos
de desprenderse de la trampa. Por suerte entraron las chicas y Rosa tomó la
iniciativa, liándose a patadas con el pobre albornoz, sabiendo quien estaba
debajo.
Al poco oímos las sirenas.
La poli estaba llegando discretamente, así que Rosa le quitó el albornoz, me
lo tiró para que me tapara mis patéticas intimidades y se dispuso a detener
formalmente a Fabi.
Han pasado tres días desde que detuvimos a quien fue mi mejor amigo.
Estoy viviendo, provisionalmente, en casa de Leo, que me ha dado asilo
hasta que me encuentre un piso acorde a mi presupuesto. Probablemente
pasaré una larga temporada con ella.
No he vuelto a casa de Luci, de momento. Aunque tengo muchas ganas
de… verla, lo cierto es que creo que huyo de ella, que evito volver.
Una vez recuperada la calma y ropa de vestir, veo las cosas de otro modo.
Sí, Luci está ahí, esperándome, con su espectacular belleza para mis ojos. Sin
embargo hay algo que, ahora pensando en frío, sin tenerla frente a mí
mostrando todo lo que aporta su cuerpo tan sexi, me ha echado atrás. Su modo
de decidir por mí, sus reglas, sus celos… Eso no es lo que quiero, así que me
comportaré sensatamente y no volveré a verla, que crea que he muerto o que
me ha dado un ataque de amnesia y que me he olvidado de ella.
Reconozco también que me da miedo regresar y enfrentarme a Isaías. Su
albornoz quedó para trapos. Cuando me dejé caer para darle vía libre a Leo, o
cuando me desmayé según su versión, yo mismo me rajé el cuello, debido a
que Fabi mantenía la daga apoyada en él. Por suerte fue una herida superficial,
aunque de momento tengo una marca de unos tres centímetros con siete puntos
de sutura. El albornoz se manchó de sangre y lejos de lavarlo, cuando ayer me
compré ropa, lo tiré a un contenedor de basura.
Sí, ya tengo ropa. He pasado la fase albornoz, lo que me conlleva bastante
incomodidad, incluso llagas en las costuras del calzoncillo. Leo me ha
prestado dinero para comprarme un quita y pon de pantalones y jersey. Creo
que va a ser mucho mejor amiga de lo que ha sido Fabi.
Luján debe estar que muerde, por la rabia que le dio haberse equivocado
conmigo.
Cuando nos vio aparecer en comisaría, me recibió con una sonrisa de esas
de: “Ya te hemos pillado, cabrón. Yo tenía razón…” Imagino el chasco que se
llevaría cuando Rosa le dijo que había resuelto el caso. Que tenían al asesino y
pirómano y que yo era inocente, es más, era una víctima. Por desgracia esa
parte no la vi, me la contó Rosa, porque Rosa ha estado mucho por aquí estos
días. Por lo visto también le van las mujeres y entre ellas, le va Leo. En algún
momento, en las veinticuatro horas antes de ir a casa de Fabi, se habían
enrollado, por eso tenía el teléfono de Leo grabado en sus contactos. Quizá esa
funda con el arcoíris me debió hacer suponer que también andaba en ese
colectivo. La cuestión es que ahora me cae mucho mejor que antes y sigue
pareciéndome la poli más sexi que he visto en mi vida.
Nos contó, justo ayer mientras cenábamos los tres en casa, que cuando fue a
interrogar a Fabi, éste la sorprendió traicioneramente, soltándole un golpe en
la cabeza que le hizo perder el conocimiento. Cuando despertó estaba atada a
una cama, amordazada, desnuda y viendo que Fabi se estaba desvistiendo,
dispuesto a violarla. Por lo visto a mi amigo se le había ido ya la olla del todo.
Por suerte en ese momento fue cuando yo llamé al timbre. Así que,
oficialmente, le salvé, algo que le hice saber como quien no quiere la cosa.
De momento nada había cambiado en su carrera profesional, salvo una
felicitación personal por parte del comisario y un: “Sigue así, tienes talento
para esto.” El que lo dijera delante de Luján, sirvió para enrabietarle más
todavía.
El próximo lunes volveré a mi negocio. Ya estoy tramitando con el banco
que me de una nueva tarjeta de crédito para disponer de mis pocos ahorros.
Rosa ha movido hilos para que me renueven el DNI y la compañía de
seguros anda haciendo peritaje en mi ruinosa vivienda para indemnizarme.
Hoy hemos ido a enterrar al padre de Leo. No me he sentido cómodo entre
tanta familia, puesto que mucha gente se ha pensado que yo era su novio o
algo así. Por suerte algún que otro abrazo entre ella y Rosa, con piquito
incluido, habrá dejado las cosas claras.
Mientras ellas hablan de sus cosas en la cama, yo he pensado ¿Y por qué no
escribir un libro con esta aventura que he pasado? Y como soy de fácil
lanzamiento, así lo he hecho y así ha salido.
Fin
Vicente Balsa Catalá
26 de abril – 20 de mayo 2020