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EL

MUERTO DE LA LÁMPARA

Vicente Balsa Catalá







¿Cómo definirme?
Realmente no lo sé, y tampoco es que importe mucho, por eso usaré las
palabras de mi mujer, bueno, mi exmujer:
“Eres bipolar, esquizofrénico, y lo digo porque sólo tienes dos neuronas y
cada una funciona independiente de la otra.”
En el fondo creo que me quería. Sus palabras brotaron probablemente de un
mal momento de enemistad, la misma que nos llevó al divorcio. Si la dejé fue
sólo porque me engañó con mi primo Pascual y no hubo manera que se
quedara conmigo por mucho que le insistiera y le dijera que la perdonaba.
He de aclara que su definición hacia mí, hecha en un momento de ira, no
concuerda con la realidad, al menos con mi propia opinión sobre mí, que creo
también debería exponer. Sé que lo que yo pueda decir no resultará objetivo,
por la parte de cariño que me tengo, que tampoco es que sea para soltar
globos. Sí, me caigo bien y no, no soy bipolar ni mucho menos esquizofrénico,
lo que suelo tener son aficiones que a veces me hacen desconectar mi atención
a lo que no me interesa y debo reconocer que pocas cosas me interesan ya en
este mundo, sobre todo desde que empezaron mis movidas relativas al
divorcio.
Es cuestión, probablemente, de un sentimiento depresivo o puede que me
aburra la vida. Y no, pido tranquilidad, no voy de suicida. Nada más lejos de
mis intenciones. Me gusta vivir, aunque lo que me pasa es que me gusta vivir
bien, a pesar de las contradicciones que me monto. No soy de los que desean
vivir montado en el lujo, por lo que mejor rectificar, no pretendo vivir bien,
sino más bien subsistir bien. Tener un lugar donde dormir, sentarme y ver la
tele, dinero para comer y que me sobre algo para algún que otro capricho y ya.
También tener amistades y, sobre todo, una pareja con la que mantener
relaciones más íntimas por lo menos una vez a la semana, a ser posible una
mujer.
Y mi vida iba más o menos en ese derrotero. Tengo un pequeño pisito
heredado de mis padres que, a propósito, no han muerto, bueno, mi madre es
la que sigue viva, sólo la he ingresado en una residencia voluntariamente
(voluntad mía y de Araceli, mi mujer, exmujer (todavía no me acostumbro)).
Está muy mayor y apenas se vale por sí misma y tiene algo de demencia senil,
porque no dejaba de decir que mi Araceli era un zorra ‘desatascá’.
Lógicamente a mi esposa, ya en tiempo de novia, no le gustaba esa opinión de
mamá, por muy constructiva que fuera, algo muy contradictorio en una mujer
como Araceli, que solía abogar por la libertad de expresión, como buena
votante de derechas.
Como decía, que a veces me desvío del tema, tengo piso donde vivir, un
salario que me ayuda a comer y tener esos pocos caprichos que suelo apreciar,
también tengo amistades, pocas, pero selectas y una parej… ex pareja.
Lo malo, que para tener ese salario tenía que trabajar.
Tengo una tienda de manualidades, con taller incluido. Vendo material para
hacer casi de todo, por ejemplo, para crear maquetas, hacer casitas de
muñecas, campos de batalla para soldaditos de plomo o lo que se le ocurra al
cliente, casitas para hacer con ladrillitos y material de construcción a pequeña
escala, tan realista que incluye maletines con dinero y permisos de obra;
maquetas para montar coches, barcos, motocicletas, monopatines… todo lo
que se pueda reproducir a tamaño de ir por casa.
Vendo el material y también doy clases a quienes quieran aprender algunos
trucos, que antes he buscado por internet.
Dispongo de un taller, en la trastienda, donde puede ir quien así lo desee
para utilizar las herramientas que probablemente no pueden tener en sus
domicilios. Lógicamente el uso del taller requiere pagar una cuota de alquiler
o bien hacerse socio y pagar una cuota de sociedad.
En este momento el negocio lo tengo cerrado, por cuestiones legales,
aunque los socios disponen de llave para poder acceder al taller.
Y tras esta pequeña introducción (tal como me solía reprochar Araceli) aquí
viene ya, por fin, el meollo de lo que pretendo contar.




Mi amigo Fabi vino a mi casa. No haría ni diez horas que me llamó para
preguntarme qué tal llevaba lo del divorcio, no sé si por darme ánimos o por
recrearse en mi desgracia. Él era mi mejor amigo, a pesar de que le quitara la
novia y me casara con ella. Al llamarme le pedí, por favor, como amigos que
éramos, que viniera urgentemente a mi casa, pues teníamos que hablar y
solucionar un asunto de suma importancia.
Nada más levantarme, bastante temprano esa mañana de un fatídico viernes
trece, me encontré el percal en el comedor. Fue en ese momento del susto
cuando sonó el móvil y recibí la llamada de Fabi. Eso fue lo que hizo que me
acordara de él como mi soporte de viejos tiempos, por ser mi mejor amigo y
por otros motivos menos relevantes, como que era el único amigo que tenía,
por eso se me ocurrió pedirle que viniera a casa, para aconsejarme, darme
ideas de librarme de un posible marrón. Su premura e improvisación, le
llevaron a presentarse en mi casa a las cuatro de la tarde, cuando acabó su
jornada laboral.
- ¿Qué te pasa? Parecías asustado esta mañana por teléfono. ¿Es que te has
mirado por fin al espejo? – He de decir que Fabi siempre ha sido un poco
cabroncete.
- Te he llamado por lo de mi abogado. – Le pregunté haciendo caso omiso a su
intento de insulto tipo buen rollo.
- ¿Qué abogado? – Creo que nada más hacerme la pregunta, se temió la
respuesta.
- El que tengo aquí colgado. – Puso cara de, joder, ya te vale, que malo el
chiste. – No es eso, me refiero a esto.
Le pedí que me siguiera al comedor y le mostré lo que me perturbó el
despertar esa mañana.
Mi abogado, el que estaba llevando mi divorcio, estaba colgado de la
lámpara en mitad del salón principal de mi casa.
El término, estaba, debe quedar recalcado en su significado correcto,
pasado, porque si bien en algún momento había estado colgado, más o menos
cuando lo vi al despertar, con el paso del día, debido al peso de su cuerpo y a
la debilidad de sujeción de la lámpara al techo que hizo de patíbulo, no
soportó el peso, por lo que el muerto se desplomó cayendo al suelo y
amortiguando el golpe de la lámpara contra el suelo, para ello utilizó su cabeza
que quedó un poco aplastada debido a la antigüedad de la lámpara y lo cobrizo
de su material, pues era una reliquia de cuando se casaron mis padres. Ahora
que lo pienso, quizá ese fue el ruido que me sobresaltó cuando estaba
terminando de desayunar y que yo achaqué a un envite de mi vecino de arriba,
que solía ser muy escandaloso en la cama, y eso que estaba soltero.
- ¿Qué ha pasado aquí? ¿Quién es este? – Queda patente que Fabi tiene poca
capacidad deductiva y memoria de pajarito.
- ¿Quién va a ser? Te lo acabo de decir, mi abogado, ya lo conoces, el que
lleva mi divorcio.
- Ya, ya, pero ¿Qué hace aquí? ¿Por qué lo has matado?
Aquí me dejó patente el marrón que se me venía encima y la poca ayuda
que recibiría por su parte. Mi amigo, así a sopetón, ya daba por hecho que yo
había matado a mi abogado. Reconozco que tenía mis motivos para haberlo
hecho, sin embargo no fui yo. Soy incapaz de hacer algo así y no porque tenga
creencias morales que me lo impidan. No soy cristiano, ni judío ni converso ni
nada de eso. Creo que hay algo que nos domina, más bien mantiene en
perfecto equilibrio y que, sin basarme más que en mi imaginación, creo que
debe tener aspecto de gato, porque no conozco otro ser capaz de mantener
tanto el equilibrio de las cosas. Se habla de los dioses egipcios, dándole ese
título a los que gobernaban. Un presidente del gobierno, porque eso eran los
faraones, no es Dios. Los Dioses eran los gatos. Esos gatos egipcios. Vamos,
no me jodas, Isis, Osiris, Apis… eso son nombres de gatos.
Paso de preocuparme de si el universo lo crearon o se expandió, lo que sí
tengo claro es que, por ejemplo, la Tierra está a la distancia correcta del Sol, lo
suficiente alejada para no ser atraída por él y morir abrasados y lo suficiente
cerca para no irse de parranda por el universo. También contribuye tal
distancia a tener un clima variado en el que poder tanto veranear como ir a
esquiar, algo que no ocurre en otros planetas.
Sé que mi creencia tiene muchos agujeros negros que tapar, cosas que
explicar, pero este no es el momento para ello, aquí lo que interesa es qué pasa
con el cadáver de mi abogado, porque me estoy yendo por otros derroteros que
muestran mi incapacidad de concentrarme en una sola cosa.
Antes de seguir a lo que contesté a mi amigo, quizá debiera responder a otra
pregunta que me hago yo mismo a falta de contertulio. ¿Qué pintaba mi
abogado en mi casa?
Nada, absolutamente nada, porque no tenía ni idea de qué por qué estaba en
mi comedor, utilizando mi lámpara para colgarse del cuello.
Sí, últimamente tenía a un abogado trabajando para mí, por lo del divorcio y
tal, sin embargo las citas eran en su despacho o como mucho, si lo estaban
fregando y no querían que pisáramos lo mojado, quedábamos en una cafetería
cercana para hablar. Jamás y al decir jamás quiero decir que sólo una vez se
presentó en mi casa para que le firmara un documento urgentemente, fue
entonces cuando lo conoció Fabi, que estaba conmigo para ver el partido de la
selección por la tele. Por lo tanto no sabía a qué se debía su presencia en el
suelo de mi comedor.
Cuando fui a contestarle a Fabi su pregunta sobre mi supuesta culpabilidad,
éste, viendo mi ausencia mental temporal, ya estaba saliendo por la puerta de
casa diciéndome que pasaba de rollos, que no se iba a pringar por mí, ya que
yo no lo hice por él cuando me lo pidió.
Como es algo que debo aclarar, por la curiosidad que pueda provocar, diré
que lo que me pidió fue algo por lo que no pasaría ningún hombre que se
tercie de fiel al estamento matrimonial.
Como el pobre no es muy dado a agradar a las chicas y sólo conseguía tener
unos minutos de sexo gastándose su dinero en prostitutas, puesto que desde
que le dejó Araceli por mí se dejó echar a perder físicamente, un mes que iba
mal de crédito, me pidió el favor de permitirle acostarse con mi esposa, pues
eso le saldría más económico, porque entre amigos no nos íbamos a cobrar (él
iba un poco bolinga, he de aclarar). Dijo que a Araceli no le importaría, puesto
que ya estuvo con él y por lo visto llevaba una relación abierta en el
matrimonio. Primera noticia para mí, justo la noticia que desencadenó el
torbellino de dudas, sospechas y sorpresas que me llevaron a plantarme un día
en casa antes de hora, encontrándomela con mi primo Pascual en la cama en
un posición sexual que algún día tengo que probar, si consigo superar el
trauma y encontrar otro amor de mi vida o una chica dispuesta a ello, aunque
sea por una noche de furor sexual.
Como le dije que no, que si era gilipollas o qué y que como mucho le
prestaba veinte euros para que se relajara, se fue enfadado, llevándose los
veinte euros, eso sí, y por lo visto también se llevó mucho rencor en su interior
hacia mí. Rencor que probablemente llevaba acumulado desde hacía tiempo
aunque su hipocresía le impidiera demostrármelo.
Así que a falta de credibilidad por parte de mi supuesto mejor amigo y de la
lealtad que puede suponer tal grado de amistad, me vi solo en casa, con un
cadáver en medio del comedor, lo que ya me había supuesto comer en la
cocina a mediodía y que, por lo visto, viendo la ayuda nula por parte de mi
“amigo”, me volvería llevar a ese mal rollo en la cena, al menos hasta que
decidiera qué hacer con él.




Una hora después, enfrascado en mis pensamientos, me pareció oír sirenas
justo al salir de la ducha.
Sonaban en la calle, lo que podía ser normal, y se iban acercando hacia mi
barrio, lo que me llevó a plantearme asomarme a una ventana para curiosear.
No lo hice, estaba desnudo, porque soy de dejar la ropa en la habitación para
que no se humedezca con el vapor de la ducha.
La avenida del Puerto es lugar de pasos de ambulancias y coches de policía,
que de normal llevan la sirena a todo cantar. Supongo que cuando no la llevan
no les oigo pasar.
Por algún motivo, probablemente despiste, ni se me ocurrió pensar que
vinieran a mi casa en busca de un cadáver. Claro, de ser así significaría que
Fabi se habría chivado, lo que quedaba fuera de mi comprensión, salvo que
ofrecieran una recompensa por mí.
Por eso, cuando tocaron al timbre no supe bien qué hacer y, tal como solía
criticar Araceli, a veces solía tener salidas de gilipollas, “lo que eres” (las
discusiones tras la ruptura sentimental, fueron muy duras, a pesar de ser ella la
que me corneó y de que por lo visto, sus infidelidades empezaron dos años
antes del divorcio, cuando éramos novios todavía).
Me planté en el comedor, pensando, todo desnudo, si me daría tiempo a
recogerlo todo y esconder el cadáver, antes de que la poli se pusiera nerviosa y
entrara a saco a mi casa, pateando la puerta o destrozando ventanas tras
descolgarse del tejado con rappel.
Por supuesto que no me dio tiempo.
Oí que golpeaban la puerta y me quedé congelado, no por el frío, que lo
tenía, sino por el miedo. Los golpes pasaron de llamada a rotura de la puerta,
para entrar a tropel anunciándose como policía y pidiéndome que levantara las
manos y me mantuviera quieto, incluso antes de entrar en contacto visual
conmigo.
Por mi introspectivo carácter, obedecí y obedecí tan bien que me quedé
completamente inmóvil junto a la pared, al lado del mueble del comedor, justo
donde estaba tratando de decidir si abrir la puerta o esconder el cadáver en
algún lugar discreto de la casa.
He de decir que soy blanco de piel, demasiado blanco, porque el sol y yo no
somos de llevarnos bien últimamente. También que justo en ese momento
tenía el cabello cubierto por una espuma blanca, para darle volumen que, por
lo visto, viendo lo que ocurrió después, debió complementar mi aspecto,
equiparando el tono al de mi propio cuerpo.
La poli entró en el comedor y un poli, con pinta de ser el jefe de la cuadrilla,
acercándose al cadáver, le puso el dedo en la yugular para comprobar si estaba
vivo o muerto. Supuse que el tener la cabeza abierta, por el golpe de la
lámpara, con los sesos al descubierto, no era suficiente señal de fallecimiento.
- Está muerto. – Corroboró.
- Limpio.
- Limpio. – No creo que fuera una crítica positiva al estado de mi casa, porque
sería un milagro que alguien pensara tal cosa, supuse más bien que se
referían a que no había peligro en el registro que acababan de hacer por toda
la casa.
- Quiero que tomen huellas por toda la escena del crimen y el resto del piso,
que vengan los del instituto forense y el juez para levantar el cadáver. – Lo
dijo mientras se erguía, no sin dificultad. Yo pensé que con los que eran, ya
serían capaces de levantar el cadáver, incluso mover el sofá hasta la salita,
algo que llevaba días tramando, porque era el más cómodo y era tonto que
estuviera en el comedor, siendo así que yo pasaba la mayor parte del tiempo
en la salita frente a la tele. Fabi nunca quiso ayudarme a tal traslado. –
¿Dónde se habrá metido este cabrón?
¿En serio que preguntaba eso?
Estuve a punto de decirle, “aquí, qué no me ves.” Sin embargo, a pesar de
ser consciente de lo que pasaba, mis ojos se centraron en la poli que tenía a
pocos centímetros de mí. Olía su desodorante, una mezcla de sudor y olor a
Nivea, así olía mi madre, en cuanto al sudor, y Araceli en cuanto al
desodorante, pues usaba tal crema para la hidratación de la piel.
Era guapa y el uniforme le sentaba genial, por lo ajustado o por la falta de
tallaje.
Para demostrar que tengo más de dos neuronas, no así como decía mi ex,
deduje que debido a mi blancura epidérmica y lo blanco accidental de mi
cabello, así como mi perfecta obediencia en cuanto a la inmovilidad que
ordenaron, debieron pensarse que yo era una estatua, quizá porque por algún
motivo que quizá la ciencia logre explicar alguna vez, adopte instintivamente
desde el principio, la postura del David, de Miguel Ángel. El que acabara de
salir de la ducha hacía poco (soy de los que se duchan con agua fría tanto en
verano como en invierno), así como los nervios, mi miembro viril no estuviera
en un momento de virilidad y semejara un cacahuete pegado a las avellanas.
La poli sexi se me quedó mirando. Al descubrirme, echó un vistazo hacia
abajo, a lo que le requería más curiosidad cuando alguien veía la estatua de un
hombre o mujer desnudos. En seguida recibió una orden directa de su
inmediato superior y tuvo que ponerse a la tarea, registrar la casa.
Al poco entró un equipo forense (dos supuestas personas), gente de la
científica del CSI Valencia o puede que de la NASA, porque iban
completamente de blanco con gafas de bucear, supuse que para no contaminar
el escenario más de lo que ya lo hubiera contaminado el comando policial.
Estuvieron estudiando el cadáver y debieron sacar buen rendimiento a su
estudio, porque dedujeron que había muerto estrangulado por la cuerda que le
rodeaba el cuello y que la rotura craneoencefálica fue a posteriori, cuando,
debido al peso, la lámpara se soltó del techo y cayeron ambos al suelo,
llevando las de ganar la estructura de bronce.
Entonces me fije que la poli sexi volvía a entrar en el comedor con una
bolsita de cuero de la que sacó un cepillo y un bote. ¿Me iba a pintar el
comedor? Falta hacía aunque no creo que estuviera por la labor.
Empezó a tirar polvo blanco por las superficies, puerta, mesa, muebles. Allá
donde supuestamente el asesino hubiera podido poner sus dedos y dejar la
huella dactilar.
Se acercaba la hora de la cena. Mis tripas provocaron un pequeño temblor
interno que, en modo sonoro, se oyó desde el exterior, llamando la atención de
los presentes que, quizá debido a una buena educación, simplemente sonrieron
sin echarse risas adjudicando a cualquiera de sus compañeros o compañeras el
origen de tales ruidos gástricos.
Yo en ese momento ya había asumido mi papel de estatua. Si había servido
hasta ese momento, ¿Por qué no continuar? Cuando se largara todo el mundo,
me vestiría y huiría lo más lejos posible. Sabía que no había sido el asesino,
soy testigo de ello, aunque a de todos modos me convertiría en el sospechoso
principal, ya que mis huellas estaban por todo el piso, y el hecho de tratarse de
mi domicilio no les desviaría de tal sospecha. Necesitaba un abogado, otro,
porque el que yacía muerto en el suelo de mi comedor no me iba a servir,
porque era especialista en divorcios, no en jurídica criminal.
Empanado en mis pensamientos, no me di cuenta que la poli sexi se
acercaba a mí, armada con su equipo de toma de huellas. Me lanzó una
pincelada de polvo sobre mi brazo derecho y otra sobre mi miembro sexual.
¿Por qué? Ni idea. Quizá porque en las estatuas públicas sea la parte más
tocada por los visitantes, incluso porque notó algún cambio de color por el
desgaste, escaso últimamente he de decir. Lo cierto es que el polvo que me
echó y el cepillado suave que hizo, curiosamente con el cepillo, provocó que
mi modo estatua adquiriera una activación natural que le hizo dar un salto
hacia atrás.
- ¡Qué coño!
Me dejó claro que no sabía diferenciar muy bien los órganos sexuales.
Se hizo atrás, sacó la pistola y me pidió que levantara la mano (la otra ya la
tenía levantada, como buen David que representaba).
Y ahí fue cuando me detuvieron, ante el estupor de la poli sexi, que jamás
hubiera imaginado tal reacción de una estatua, por muy falsa que fuera, porque
aunque no fuera dada a catalogar obras de arte, debía tener claro que yo no era
la original.




Reconozco que sólo había visto salas de interrogatorio en películas de
policías americanas y quizá por eso me sentí tan descolocado cuando me
metieron en una española.
Silla acolchada frente a una mesa de madera a la que sólo le faltaba un
platito de bravas y una cerveza para cumplir con uno de mis deseos de ese
momento. Al otro lado de la mesa tenía un poli, un hombre con pinta de
creerse que el mundo gira a su alrededor. Mostrando sin complejos su falta de
complejos, alardeando de la seguridad que le otorgaba su placa y
probablemente su pistola, que probablemente debía llevar oculta bajo el
sobaco, como complemento de una camisa a cuadros sacada de un mercadillo
o puede que robada directamente de un contenedor y que cubría con una
chaqueta desarraigada que debía ocultarle el armamento. Barba de pocos días
y una cicatriz que partía de la sien derecha hasta llegar a la ceja, por suerte
también la derecha. Por su aspecto era de la secreta.
Me miraba como quien mira lo que acaba de dejar dentro de la taza del
wáter antes de tirar de la cadena, tras un apretón.
En ese momento entró otro poli. Era el mismo poli que vi en mi casa y que
dedujo, muy profesionalmente, que mi abogado estaba muerto.
- ¿Qué pasa aquí? – Preguntó asomándose de nuevo al exterior. – ¿Quién ha
metido a dos sospechosos en la misma sala.
Entró del todo y al cabo de un segundo y poco más, entró un poli
uniformado comprobando el motivo de la queja de su superior.
- Perdón, ha sido un error. Es que las otras salas están ocupadas y no nos
hemos coordinado Baeza y yo.
- Llevaos a ese tipo a una celda hasta que le toque su turno.
Esperaba ser yo ese tipo y mi esperanza se vio resuelta, al menos al
principio.
- Ese no, joder, el otro.
El tal yo (no supe su nombre, en cambio sí el de Baeza), me soltó y fue a
por el tipo que estaba frente a mí, con la ceja partida que, mirándome con cara
de perdonavidas, soltó una sonrisa, un guiño y un, “te espero en la celda,
cariño.”
Ahí empecé a ponerme nervioso, siendo consciente de mi situación.
No creo en esos tópicos carcelarios del jabón en las duchas, aun así un
escalofrío me recorrió la columna vertebral y que quede claro, no era por
excitación sexual ante tal perspectiva, sino por miedo a mi integridad
heterosexual. No niego que una relación esporádica, de temática homosexual,
no me llamase al morbo, pero sólo como espectador de dos mujeres
montándoselo ante mí y con derecho a participar en un momento dado.
- Y bien, ¿Qué tenemos aquí? – Como entendí que era una pregunta retórica,
pasé de contestar. – Rosario Ballesteros Cadalso. – Ese era el nombre de mi
abogado. Sí, Rosario, a pesar de ser un hombre. No me explicó el motivo por
el que sus padres castigaron su niñez. – ¿Qué hacía en su casa, así, muerto?
- No lo sé. – No respondí fríamente, porque no soy una persona de carácter
frío, respondí muerto de miedo y sintiéndome ridículo por la situación. – Le
juro que no lo sé.
¿Ridículo? ¿Por qué?
Es evidente que en tal escenario apocalíptico para mí, lo último que debía
sufrir era una preocupación por el ridículo, pero es que no me permitieron
vestirme decentemente. Para no enturbiar mi cuerpo, posible campo de
pruebas que me incriminaran, me cubrieron con un albornoz que me venía que
ni pintado, por ser el mío, y tras esposarme las manos a la espalda, me
condujeron al coche y me trasladaron a comisaría, dejándome caer en esa sala
de interrogatorios.
El albornoz, con su cinturón sujetando la abertura delantera, dejó de
funcionar en el momento que me esposaron. La postura de mis hombros, el
movimiento forzado cuando me condujeron hacia el coche, el sube y baja del
vehículo y el resto de la transición desde mi casa a esa sala, provocaron que
fuera mostrando, con pudor, mis atributos, si se les puede llamar así, a todo
aquel con el que me cruzaba, incluido al tipo de la ceja partida que acababan
de llevarse y que no apartó la vista de mi pecho descubierto. Seguro que la
mayoría de los que se cruzaron en mi camino hasta esa sala, debió pensar que
me arrestaban por exhibicionismo.
El poli, tal vez por su propia incomodidad ante lo que se le mostraba, se
levantó de su silla, me soltó las esposas y me pidió que me colocara el
albornoz, con un: “Por Dios, tápate eso.” Una vez adecentada mi presencia,
me sujetó las manos a una argolla en la mesa.
- Un tipo colgado de la lámpara de tu comedor, muerto presuntamente quince
horas antes de ser encontrado por nosotros, que arrancó brutalmente la
lámpara de su anclaje en el techo, y no sabes quién es.
- Exacto, lo ha planteado usted exactamente tal como es. Salvo que sí sé quién
es, lo que no sé es qué hacía en mi casa, de tal guisa.
- No me vaciles. – Dijo aguantándose lo que el instinto policial le reclamaba,
soltarme un puñetazo o estamparme la cabeza contra la mesa.
- Lo… lo siento, no le estoy vacilando, es que esta mañana me desperté y
estaba ahí. Bueno, estaba colgado, debió caerse poco antes del mediodía. –
No sabría describir la cara que puso, aunque lo intentaré, abrió los ojos, no
mucho, levantó las manos como diciendo ¿Cómo? Y soltó una exclamación,
más bien una pregunta:
- ¿Cómo?
- Lo que le digo.
- Me estás diciendo que esta mañana… ¿A qué hora?
- A las siete y media, cuando me levanté para irme a trabajar.
- A las siete y media te has levantado, encontrado un tipo ahorcado en tu
comedor y no has llamado a la policía. ¿Qué has hecho? ¿Irte a trabajar?
- No, no he podido. Es la primera vez que me pasa algo así y no supe
reaccionar. Llamé a un amigo para que me ayudara.
- ¿A librarte del cadáver?
- No. ¿El cadáver? Ni loco. No me gusta tocar muertos. Lo que quería era que
me asesorara, que me dijera qué hacer para librarme de las sospechas que
pudieran recaer sobre mí.
- Entonces admites que eres sospechoso.
- Sí, muy sospechoso, porque no soy tonto y todo puede conducir a ello.
- Al menos conocías al muerto.
- Sí, claro, ya se lo he dicho, es… era mi abogado.
- ¿Tu abogado? ¿Para qué necesitabas un abogado? Es ahora cuando sí lo
necesitas.
- Me estoy divorciando.
Le mentí un poco al poner el tema en modo presente, cuando ya era algo
pasado. Ante tal confesión, el poli hizo un gesto de fastidio, como si ese tema
también le atañera.
En las pelis los polis siempre tienen malas relaciones familiares debido a su
trabajo y horarios, claro, eso pasaba en la americanas, donde parece ser que
todo el mundo antepone el trabajo a la vida propia, donde trabajan día y noche,
aunque lleven el brazo en cabestrillo porque les han disparado, negándose a
jubilarse a pesar de sobrepasar la edad, pasando de la familia, como si ser poli
fuera una adicción.
En España no es así. Tienen sus horarios, sus turnos de trabajo, sus festivos,
y esperan la jubilación como quien espera una cerveza en la barra de un bar a
mitad de julio. Así que el motivo de su divorcio debía deberse a cualquier otro
motivo más español, cuernos, salida del armario o simplemente que se
llevaban a matar.
- ¿Habías quedado con él? – Me preguntó tras sacudir la cabeza para descartar
malos pensamientos personales.
- No, ya está todo firmado y jamás nos citábamos en mi casa y cuando digo
jamás me refier…
- Vale, entiendo lo que significa jamás.
No lo entendía. Me dio igual.
Entró la poli sexi y le entregó a mi interrogador una carpeta que abrió para
enterarse de lo que contenía. Sacó un folio escrito y tras leerlo, le hizo una
señal a la poli sexi que se apartó a un lado sin abandonar la sala.
Me alegraba tenerla cerca. Me daba seguridad. Dudaba, con poca
convicción, que si había una testigo, mi interrogador utilizara la violencia para
sonsacarme.
- El informe del forense dice que la víctima murió alrededor de las cuatro de la
madrugada. ¿Dónde estabas a esa hora?
- En lo mejor del sueño. No soy de levantarme por las noches, de momento mi
próstata funciona de maravilla.
- Es una suerte. – Dijo con cara de entender de lo que hablaba. – ¿No oíste
nada? ¿Estaba tu abogado en casa antes de meterte en la cama? ¿Erais
amantes?
- No, no y no. Creo que no tengo por qué ampliar las respuestas y sepa que me
ofende que piense eso de mí. – No tengo nada en contra de los
homosexuales, sólo quería dejar claro, delante de la poli sexi, que a mí me
iba ella, en vez de él, por si acaso se diera una oportunidad o una
compensación. Ella me había visto desnudo, faltaba yo.
- ¿Entonces cómo te explicas que haya aparecido en tu casa, colgado de la
lámpara?
- Es que, verá, no me lo explico.
Tal como me enseñó mi madre, me dirigía a él de usted, no como él, que me
tuteaba maleducadamente a pesar de sacarme unos veinte años, yo cuento con
treinta.
- ¿Y qué hacías disfrazado de estatua?
- No… eso es un error por su parte. – Al decir su, me refería a la mala
interpretación que habían dado a la situación, no le echaba la culpa a la poli
sexi. – No estaba disfrazado, cuando llamaron a la puerta acababa de salir de
la ducha y, por mucho que pueda dudar de mi palabra, le aseguro que sólo
cumplía órdenes.
- ¿Órdenes? ¿De quién?
- Coño, las suyas. – Me sentí mal soltando el taco, pero es que ya me estaba
poniendo nervioso. Más nervioso de lo que suelo soportar. – Nada más entrar
en mi casa, destrozándome la puerta, a saber si me la habrán desvalijado ya,
alguien dijo: No se muevan, policía. – Lo dije poniendo voz de gilipollas, sin
intención de insultar, bueno, sí, con toda la intención. – Y lo único que hice
fue obedecer. Créame, quedé alucinado cuando todo el mundo pasó de mí y
estaba tan muerto de miedo que no fui capaz ni de hablar.
El poli soltó un soplido y miró a la poli sexi, algo que también hice yo, lo de
mirar, no lo del soplido. Ella le respondió encogiéndose de hombros. A mí no
me respondió. Seguramente mi mirada no valía lo que la suya.
- En fin, dejémoslo por ahora. – Dijo el poli y dirigiéndose a la poli sexi, le
ordenó que me permitiera ponerme en contacto con un abogado y que le
dijera a Baldo que se encargara de mí. – Voy a hablar con la forense para que
me cuente cosas.
Yo esperaba que lo del tal Baldo y encargarse de mí, no conllevara un doble
sentido. No soy de creerme lo de las torturas policiales ni la desaparición de
detenidos. Seguro que son leyendas urbanas, pero…
- ¿Tienes abogado? – Me preguntó la poli sexi.
- Sí. – Le dije tartamudeando, aunque poco se puede tartamudear con un
simple sí.
- Ven conmigo y llámale.
- No puedo, está muerto.
- Ah, claro, es el fiambre.
- Exacto.
- Pues te puedo enviar uno de oficio.
- ¿Cree usted que lo necesitaré? – También le hablé de usted, por mi férrea
educación materna.
- Desde luego que sí, tienes un buen marrón encima.
Además de sexy era amable.
Llamaron a la puerta y asomó su cabeza un poli de uniforme. Supuse que el
tal Baldo.
- Luján me ha dicho que venga a llevar a este invitado a su habitación.
He de decir que el tal Baldo no me asustó lo que debiera. Nada comparado
con lo que imaginaba. Parecía un bonachón y pude comprobar, a posteriori,
que algo cortito ya era.
- ¿Estás seguro que es esto lo que te han ordenado? – Le pregunté cuando me
soltó las esposas y me condujo hasta un coche patrulla. O me devolvía a mi
casa o se iba a deshacer de mi cadáver, procurando convertirme en tal antes
de deshacerse de mí.
- Sí, así me lo ha dicho Luján, Lleva a nuestro invitado a su habitación.
Y me llevó a mi casa, siguiendo mis indicaciones.
Le dije que no hacía falta que bajara del coche, puesto que estaba
complicado aparcar, que ya subía yo. Le di las gracias y regresé a mi casa.
El portal lo encontré mal cerrado, así que no tuve problemas para acceder al
interior. Mientras subía en el ascensor, me di cuenta que no tenía las llaves de
casa. Estaba desnudo, bajo un albornoz, sin nada más ni siquiera unos tristes
calzoncillos.
Al llegar a mi rellano, vi que la puerta estaba abierta. No exactamente
abierta, arrancada más bien. La habían recolocado y afianzado con precinto
policial, donde indicaba por escrito, que se prohibía el acceso. Supuse que eso
iba dirigido a presuntos ladrones o allanadores y que no iba conmigo, ya que
era mi casa.
Entré con esfuerzo, puesto que el precinto era del bueno y sujetaba de la
leche.
Cuando entré en el comedor, puesto que fue al primer lugar que me llevó el
nerviosismo, vi la silueta de mi abogado marcada en el suelo con cinta de
carrocero.
- ¿Todo bien?
Me llevé un susto de esos que te hacen saltar y adoptar una postura
defensiva de arte marcial. Era Baldo.
- He podido aparcar y subí a comprobar que le dejaba en su habitación. –
Supuse que en las oposiciones a policía también había agujeros donde meter
a enchufados. – Si no le importa, voy a llamar a mi superior, hay algo que no
me cuadra. La puerta estaba precintada y no deberíamos estar aquí sin
autoriz…
Calló de golpe y si cayó fue por el golpe recibido desde su espalda.
Al caer, como si descubrieran un telón, apareció una mujer que hasta ese
momento había quedado oculta por el cuerpo grandote del agente Baldo.
Estaba sujetando una pistola, con la que debió haberle golpeado en la nuca.
Tras pasar de mi postura de defensa de arte marcial, a una de, qué coño está
pasando aquí y quién demonios es esa mujer, ella me apuntó con la pistola y
me preguntó.
- ¿Todo bien? – O se había copiado de Baldo o era lo normal, preguntar tal
cosa.
- ¿Quién es usted? ¿Por qué ha matado al pobre Baldo? ¿Por qué me apunta
con una pistola?
- No te asustes. – Otra que me tuteaba sin conocerme. – No lo he matado, sólo
he venido a ayudarte.
- ¿Ayudarme?
- Sí, te van a encerrar de por vida por haber matado a Rosario y yo soy la
única que puede ayudarte. – Sabía que en España no existía la cadena
perpetua, así que lo de por vida era una exageración.
- ¿Y quién es usted?
- Soy la prima segunda del vecino de arriba de Rosario. – Esto me sonaba
como muy surrealista.
- ¿Por parte de madre o de padre? – Lo siento, esa fue mi estúpida pregunta,
puesto que no se me ocurrió por dónde seguir. – Si me permite, voy a
ponerme algo menos cómodo que este albornoz, creo que ya he enseñado
bastante por hoy.
Una frase larga que no llegué a terminar, porque mientras tal que así me
expresaba, comencé a darme la vuelta, con el fin de ir a mi habitación a
vestirme, sobre todo a ponerme unos calzoncillos. Fue perderla de vista, algo
que ahora, a posteriori, reconozco que no debí hacer, cuando recibí un golpe,
probablemente de menor calibre que el recibido por Baldo, porque no perdí el
conocimiento, sólo me dio para soltar un, “Au”, girarme y ver que el motivo
de no haber caído redondo al suelo no fue por la intensidad del culatazo, sino
porque en vez de la pistola utilizó su mano izquierda (en la derecha seguía
teniendo la pistola), me había soltado una colleja.
- Ya basta de tonterías, te vienes conmigo. – Como seguía apoyando sus
argumentos con la pistola, no tuve más remedio que obedecer.
- Permítame vestirme. – Al menos recuperar algo de dignidad.
- No hay tiempo, si ese se despierta no me apetece tener que matarlo y seguro
que la poli no tardará en venir, cuando sepan que estás libre otra vez.
¿Sabía ella que lo de mi esporádica libertad había sido por error, por una
mala interpretación por parte de un poli con cierta incapacidad de pillar una
metáfora?
Me recoloqué dignamente el albornoz y me encaminé hacia la puerta de la
calle, tal como ella pretendía.
Sopesé varias opciones de huida. Varias no, una, invitarla a pasar primero al
ascensor, caballerosamente, darle un empujón y cerrarle la puerta, para
regresar a mi casa y tratar de despertar al poli. En ese momento pensé que
estaría más seguro en la cárcel que con la prima segunda del vecino de arriba
de Rosario, mi abogado fatalmente fallecido.
La secuestradora no me dio opción a perpetrar el plan. Me hizo subir a pie
por las escaleras, un par de pisos.
¿Subir?
¿Adónde me llevaba? Pensé que bajaríamos.
Dos pisos más arriba, mi secuestradora sacó una llave y me hizo pasar al
interior de la vivienda, mientras intentaba recordar a quién pertenecía, algo
que no logré debido al empujón que me dio para que me diera prisa, al oír que
algún otro vecino llamaba al ascensor desde un par de pisos más arriba.
Me fue empujando hasta llegar a una habitación donde no tuve más remedio
que entrar.
- Aquí puedes dormir. Mañana hablamos. – Me dijo bruscamente, como si en
vez de ayudarme me estuviera secuestrando de verdad.
- Una pregunta. – Le dije con intención de obtener una información que me
interesaba conocer. – Si me diera por gritar y pedir auxilio
desesperadamente, algo que, aclaro, no voy a hacer, puesto que sólo es una
suposición, ¿Qué pasaría? – No era una pregunta difícil de contestar y me lo
demostró bien.
- Pegarte un tiro. – Dijo mostrándome por enésima vez la pistola.
- Pero, y esto no cuenta como pregunta ni amenaza, la poli te acusará de
asesinato y seguro que igual sospecha de ti también por la muerte de mi
abogado.
- Eres un asesino…
- Presunto.
- Presunto asesino, has subido a mi casa huyendo del poli al que has golpeado
y dejado inconsciente, lo que puede interpretarse como intento de matarlo, y
por supuesto también has intentado matarme, es lo que podrías estar
haciendo ahora mismo. Yo sólo me he defendido.

Que lo contara todo así, fríamente, como si se tratara de algo ya perpetrado,


me dio un no sé qué, acompañado de un escalofrío de esos que te hace ser
consciente de la longitud íntegra de la columna vertebral.
Salió de la habitación y me dejó encerrado, puesto que ese era el fin que
buscaba.
Como se suele hacer en estos casos, nada más cerrar intenté abrir, girando el
picaporte.
La puerta se abrió. Claro, no había cerradura, ya que era una habitación
normal, no una celda, y además, al abrirse hacia dentro no podía atrancarla. En
todo caso yo sí que podía hacerlo, lo de atrancarla con una silla, quiero decir.
Se giró en el pasillo y me apuntó con la pistola, mirándome de muy mala
manera.
- ¿Te voy a tener que atar?
- Es que necesito ir al baño. No querrás que orine en un rincón de la
habitación.
- Segunda puerta a la derecha.
- Ya, claro.
Lo sabía porque ese piso era igual al mío. Lo único que cambiaba era el
mobiliario, la limpieza y que no había una silueta de un muerto en el comedor,
al menos eso esperaba. El mío estaba mucho más limpio. ¿Quién lo iba a
decir? Por las pintas y por las huellas dejadas en el suelo, ese piso llevaba ya
su tiempo cerrado. Entonces recordé que pertenecía a una señora viuda, que
mantenía buena relación vecinal con mi madre, hasta que falleció dos años
atrás porque, debido a la edad, no resistió que la atropellara un autobús de la
línea ochentaiuno, curiosamente, tal como dijo un vecino en el sepelio, la
misma edad que ella tenía.
En el baño, aseándome un poco tras orinar y echando un vistazo a la
ventana que daba a una galería, por si me podía servir de válvula (más bien
ventana) de escape, oí el sonido de sirenas. No un canto hipnótico, atrayente,
de seres fantásticos. Era la poli que venía otra vez a por mí. Seguro que se
habían dado cuenta de la metedura de pata del agente Baldo.
Mi secuestradora abrió bruscamente la puerta, justo cuando estaba
recogiendo el albornoz del suelo para ponérmelo. Por cosas de espacio y de
azar, lo primero que debió ver de mí fue mi culo y no sé si le resultó
desagradable o excitante.




No me he molestado en describirme, porque, sinceramente, no soy un
narcisista, aunque tampoco renuncio a la perfección de mi cuerpo. Mi estándar
físico es tirando a normal mejorable. Baste recordar que pasé por estatua de
David sin que se apercibieran de la diferencia, lo que puede dejar una idea de
mis proporciones, aunque mi cabeza no es tan grande como la del tal David.
Levanté las manos, rendido, girándome hacia mi secuestradora. No
pretendía hacer nada que pusiera en peligro mi integridad vital. Tampoco
pretendí poner en escaparate toda mi mercancía. Claro, al concluir tal
maniobra me quedé frente a ella, completamente desnudo. Me miró con cierto
asco, lo que dinamitó mi moral y autoestima.
- Estaba terminando. Ya salgo. ¿Puedo bajar las manos?
Con su permiso así lo hice, aprovechando la acción para cubrirme mis
partes con las manos. Bueno, con una sola mano, que ya digo que no soy
narcisista.
Me hizo una seña con el dedo índice, cruzándose los labios: Silencio. Y otra
con la cabeza, inclinándola bruscamente hacia un lado: Tira p’alla.
Sin recoger el albornoz, casi que corrí hasta la habitación donde sin
comprobar el estado higiénico de las sábanas, me metí entre ellas y me dispuse
a dormir o al menos hacerme el dormido hasta que ideara un modo de librarme
de la que me esperaba.
Durante esa odisea desde el baño a la habitación. Las sirenas incrementaron
volumen y callaron de pronto, lo que indicaban que no iban de paso y que
pararon frente al edificio.
- Como hagas ruido te meto un tiro.
- Sí señora, aunque le advierto que soy proclive a respirar o, tal como decía mi
esposa, a roncar como un aserradero.
Cerró la puerta y me dejó solo. Cuando la nube de polvo levantada se volvió
a posar sobre las superficies horizontales, me dispuse a pensar, algo a lo que
no lograba acostumbrarme, sobre lo que podía hacer.
La cabeza se me inundó de oscuros pensamientos (no había luz, seguro que
era un piso abandonado).
Y hablando de esos pensamientos. Fueron densos, plagados de
interrogantes: ¿¿¿¿¿??????
Cuando me serené fui capaz de ir añadiendo relleno a los interrogantes y me
surgieron preguntas tales como:
¿Quién es esta loca? Porque lo de prima vecina del segundo de mi abogado
(creo que no recuerdo bien lo que me dijo), no me cuadraba siendo que
estábamos dos pisos por encima del mío y mi abogado no vivía en mi bloque,
si es que eso encajaba en el trabalenguas.
¿Qué quería de mí? Estaba claro que no buscaba secuestrarme en plan
psicópata, aunque lo pareciera, puesto que la puerta estaba abierta y
posiblemente la pistola descargada. Es más, me daba la impresión que era de
atrezo, falsa como el amor que dijo sentir Araceli por mí.
¿Sería ella la que mató a mi abogado? Era difícil de imaginar, porque no
tenía físico como para levantar un cadáver a pulso y colgarlo de la lámpara de
mi comedor.
¿De dónde sacaba que colgaron a Rosario estando ya muerto? A esto no
pude contestarme, y si lo hice no lo recuerdo, porque caí dormido como una
marmota atiborrada a somníferos. Había tenido un día muy estresante y
necesitaba un sueñecito reparador, de cien años, como el de la Bella
Durmiente.




Cuando desperté, viendo cómo el sol entraba por los agujeritos de la
persiana bajada, me sentí perdido, desorientado, resacoso y sobre todo, muerto
de hambre.
También con ganas de mear.
Me levanté a toda prisa, eché mano al picaporte y ¡Sorpresa! No podía abrir.
Algo me lo impedía.
Cerradura, tal como dije, no había. ¿Qué podía ser?
Golpeé la puerta susurrando un por favor déjeme salir. No quise gritar
mucho, por si lo consideraba un grito de auxilio y cumplía eso de meterme una
bala en el pecho.
Al poco la puerta se abrió y vi a mi secuestradora con un palo largo en la
mano.
- ¿Ya has despertado?
- Me meo.
Me comporté de un modo brusco. Le di un empujón y corrí pasillo adentro
hasta el baño, donde le di un respiro a mi vejiga. Aunque gozo de buena salud
prostática, por las pintas llevaba años sin mear y la vejiga a reventar.
Cuando me giré, ahí estaba, otra vez, con el palo en la mano, amenazante.
Supuse, porque soy mucho de suponer, que ese palo lo había empleado para
falcar el picaporte por fuera, impidiéndole bajar, y por eso no pude abrir.
Abrí mis brazos en un gesto de lo siento, no podía más y quedé ante ella con
mi famoso despertar. Entonces fui consciente de ello y me cubrí mis partes con
las manos (esta vez sí que necesité de las dos).
No lo he hecho todavía, describir a mi secuestradora.
Su nombre… ni idea.
Cabello moreno, de esos morenos claros que llaman castaños. Largo, por
encima de los hombros.
Carita redondeada y labios carnosos. Sensuales si no fuera porque marcaban
un gesto de malhumor que parecía crónico en ella.
Ojos marrones y orejas muy pegadas. Si usara gafas necesitaría de un
fórceps para pasar las patillas por su correcto lugar.
Me recordaba a alguien, a alguien con bigote y barba. Ella, conste, no tenía
pelo facial. No es que fuera guapa, ni fea. Tenía algo, además de un cuerpo
bastante apetecible para alguien recién despertado de un sueño reparador y que
llevaba mucho tiempo sin sentir el calor cercano de un cuerpo de mujer.
Mi olfato detectó un olor agradable, a café con leche. Mis tripas hicieron
acto de presencia con un estertor interno que se dejó oír bien en el silencio del
piso. Mi secuestradora sonrió, algo que quizá debiera celebrar, y me pidió que
me vistiera y fuera a la cocina a comer.
Aproveché que el albornoz estaba tirado en el suelo del baño, para
ponérmelo y al poco entraba en la cocina, sin ser vigilado ni guiado,
encontrándome a mi secuestradora poniendo cubiertos sobre una mesa
pequeña hecha con una gran caja de cartón.
En dos platos de plástico, repartió el contenido de un bote de albóndigas.
Miré a todos lados en busca del café. Soy de los que necesita cafeína nada
más despertar, para activar mis sentidos. ¿Qué desayunaba esta tía? Pensé, es
más, se lo dije:
- ¿Qué desayunas tú? ¿Esto? – Inconscientemente la tuteé, como si ya tuviera
confianza con ella. En realidad ya me había visto desnudo, algo que hasta el
presente sólo habían conseguido mi madre, mi ex y ella.
- ¿Desayunar? Son las dos menos cuarto, hora de comer. Hoy te has saltado el
café con la madalenas. – ¿Cómo sabía que ese era mi desayuno favorito?
Pensé preguntárselo.
- ¿Cómo te llamas? Si me tienes secuestrado y piensas matarme o lo que
pretendas hacer, quizá debería saber tu nombre. – No le pregunté lo otro,
porque me di cuenta que no me gustan las madalenas, soy más de galletas,
tostadas o bocadillo de jamón, así que pensé que lo que dijo fue en plan
sarcasmo.
- Leo, puedes llamarme Leo.
- ¿De Leopolda? ¿Leonor?
- No, Leo, simplemente Leo.
- Ya que nos conocemos tan íntimamente, ¿Sería mucho pedir que me
expliques a qué viene todo esto?
- A qué viene el qué.
- Joder, mi secuestro, lo del cadáver en mi comedor, que estuvieras escondida
esperándome en mi casa, que le rompieras la crisma al pobre Baldo, que no
dejes de amenazarme de muerte…
- ¿Baldo? ¿Quién es Baldo?
- El poli, y no desvíes la atención, contesta a mis preguntas.
- Soy la hija de Rosario. – ¡Ostras! Pensé. Claro, a él me recordaba. Rosario
tenía barba y bigote. Le pinté a Leo una barba y bigote, imaginativamente, y
era clavada a su padre.
- ¿La hija? ¿Y qué le ha pasado a tu padre? ¿Por qué estaba en mi casa? ¿Qué
quieres de mí?
- Oye, para ya. Se supone que soy yo la que te ha…
- Secuestrado.
- Exacto, secuestrado, para que me saques de dudas.
- Pues has dado en el centro de la diana. Probablemente tenga yo más dudas
que tú.
- ¿En serio que no sabes qué hacía mi padre en tu casa?
- No, lo encontré al despertarme ayer por la mañana. ¿Y tú cómo sabías dónde
encontrarle, porque supongo que no pensaste: Coño, dónde estará mi padre…
¡Ah, ya lo sé! ¿Dónde si no?

- Alguien me llamó y me dijo que estaba en tu casa.


¡Ostras! Eso no me lo esperaba.
Mi cerebro, centrado en ese momento en saborear las albóndigas, tuvo el
detalle de repasar tal información.
Alguien, ese alguien al que Leo se refería, debía tener algo contra mí y,
sobre todo, contra mi abogado. O sea, que se trataba de alguien que me
conocía y que, probablemente yo también conociera.
- ¿Crees que yo he matado a tu padre? – Mi pregunta fue lanzada con
intención, saber si ella creía que yo había matado a su padre.
- Si te soy sincera – dijo dejando por fin el cuchillo que esgrimía desde que
entramos en la cocina – al principio sí. Tu cara de asesino psicópata me dio
qué pensar. Ahora, con todo lo que hemos pasado juntos, viendo que en
momento algún has intentado escapar o agredirme, ya no lo tengo tan claro.
- ¿En serio tengo cara de asesino psicópata?
Eso no sabía cómo tomármelo, si a bien o a mal. Quién no ha soñado alguna
vez con tener aspecto de duro, de asesino, para que la gente te trate con
respeto o al menos con miedo. Pero lo de psicópata… en las pelis, algunos
pirados de esos tenían aspecto bastante cutre.
- No, puede que fuera la primera impresión al verte con ese albornoz y la cara
que pusiste al verme armada con una pistola.
- Será eso. Cuando acabo de ducharme y la poli me detiene por sospecha de
asesinato, suelo poner cara de asesino psicópata. El resto del tiempo parezco
más un gatito mimoso. – Ese giro de postura hacia mí, me hacía presagiar un
posible momento de síndrome de Estocolmo en el que secuestrado y
secuestradora, acaban en la cama desahogando los nervios acumulados por la
tensión acumulada.
- Bueno, dejemos estas conversaciones y… – aquí pensé que ya me iba a
decir de irnos a la cama –...piensa, ¿Quién puede haber metido el cadáver de
mi padre en tu comedor? – Chasco.
- No lo sé, apenas he tenido tiempo de pensar en ello. Tal vez la poli, si le
hubiese dejado investigar más, hubiese sacado alguna conclusión, al margen
de acusarme a mí.
- ¿Y qué te parece si ahora, para centrarnos en investigar qué ha pasado, nos
echamos… – ahora sí –…la mochila al hombro y empezamos a plantearnos
qué ha pasado, compartir información y… oye, olvídate de eso, a mí no me
van los tíos.
¿Era capaz de adivinar mi pensamiento?
No, seguramente no, si lo hizo fue por un motivo más visible.
Mi esperanza de poner en acción esa fantasía que me reconcomía, provocó
una reacción física en mi microorganismo reproductivo (así lo llamaba
Araceli) y no pude ni quise hacer nada por disimularlo, puesto que dejar que la
naturaleza mostrara su alegría era un modo de insinuarle lo que podíamos
hacer para calmarnos un poco.
Y qué suerte la mía. Leo, más que leona era león.
- Lo siento, es que… bueno, hay corriente de aire y este albornoz no cubre
bien mis intimidades.
Creo que la excusa me salió bien. Ella sonrió y yo me cubrí mejor con el
albornoz.
Le propuse bajar a mi casa para recoger algo de ropa. Un pantalón, un jersey
y unos calzoncillos, sobre todo unos calzoncillos. Ese triunvirato era lo que me
bastaba para no parecer un esclavo sexual.
- Bajar a tu piso es peligroso. Estarán vigilándolo. Seguro.
- A propósito, ¿Por qué tienes la llave de este piso?
- Soy agente inmobiliario y lo tengo en cartera para la venta. Al saber de tu
dirección vi que conocía el portal y cogí la llave, por si acaso.
- ¿Y cómo conociste mi dirección?
- ¿Te falla la memoria a tu edad? Me llamaron para decirme que mi padre
estaba muerto en tu casa.
- Vale, pues empecemos por ahí. ¿Sabes quién te llamó?
- No, ni me lo quiso decir ni reconocí la voz.
- ¿Hombre o mujer?
- Diría que hombre.
- ¿No distingues la voz de un hombre o una mujer?
- No, si utilizan algo que la distorsione. Si me lo preguntaran, si tuviera que
testificar en un juicio, diría que me llamó la ratita presumida. – Es lo que
tenían esas aplicaciones tan de moda como el SnapChat.
- Vale, vale, no te me pongas borde. Creo que en esto vamos a estar juntos. Tú
para saber quién mató a tu padre y yo para saber quién pretende colgarme el
muerto. – Creo que no fue una expresión acertada, siendo que estaba ante la
hija del fallecido, y eso que lo de colgarme el muerto era bastante literal. –
¿Pudiera haberse dado el caso que tu padre se suicidara por voluntad propia?
- ¿Qué insinúas?
- No sé si lo he expresado bien, insinúo la posibilidad que se suicidara y le
diera por hacerlo en mi comedor.
- No, lo dudo. Estaba muy bien en su vida. Disfrutaba ayudando a la gente a
divorciarse.
- Sí, eso está bien, qué mayor placer. ¿Está… estaba divorciado?
- No, mis padres siempre han vivido muy felices, hasta que mamá se fue hace
dos años.
- ¿No dices que no está divor…? – No me dejó terminar.
- Es que no lo están. – Lo dijo rabiosa, como auto convenciéndose. – Ella se
fue, a veces me llama, por lo que sé que está viva, anda por ahí
encontrándose a sí misma, algún día volverá, cuando se encuentre y se
pregunté para qué demonios se estaba buscando. Ninguno solicitó el
divorcio, sobre todo porque papá no encontró el modo de contactar con ella
para presentar la demanda.

- Vale, vale, dejemos a tu madre al margen, no me parece sospechosa. – La


apunté en mi agenda mental, como principal sospechosa.
- Quién lo haya hecho debe estar tan relacionado con mi padre como lo está
contigo, porque si no, no me cuadra que… lo de tu casa.
- Sí, en eso tienes razón.
- ¿Qué tal va tu divorcio? ¿Has tenido problemas que pudieran llevar a tu ex a
intentar colgarte un mue… implicarte en un asesinato?
- ¿Cómo sabes que me estoy divorciando?
- Bueno, dos más dos son cuatro y mi padre es abogado de divorcios.
- Vale, lo pillo, no hace falta ser tan borde.
- Lo siento. Estoy… exaltada, nerviosa, con ganas de… lástima que no seas
una mujer dispuesta a lo que estás como hombre.
Le pedí un momento de descanso mental. Necesitaba un pequeño lapso de
soledad, para aclarar mis pensamientos, sin perturbaciones ajenas y también
para poder ir al baño. Las albóndigas habían puesto en marcha mi sistema
digestivo aletargado desde que empezó todo este calvario. Comerlas sin
calentar la lata, debido a la falta de medios en la casa cerrada para la venta, me
revolvió un poco las tripas.




Sentado en la taza del wáter ordené los hechos.
Para empezar, alguien disponía de llaves de mi casa, sabía de mi buen
dormir, nivel coma profundo, y aprovechó para meter el cadáver en el piso,
arrastrarlo hasta el comedor y colgarlo de la lámpara.
Seguimos por el hecho que quien hizo tal cosa, sabía que entre el abogado y
yo había una relación (abogado-cliente, que quede claro), y que por algún
motivo desconocido para mí, tenía algo en mi contra, en contra de él o,
también probable, de ambos.
¿Quién reunía esos requisitos?
Araceli.
Esa era la respuesta. Ese nombre fue el primero que me vino a la cabeza.
Ella tenía llaves de casa. De momento no me había preocupado por cambiar
la cerradura y era muy probable que siguiera teniendo una copia, a pesar de
haber realizado la ceremonia de tirarme las llaves a la cara (por suerte con
poca puntería, ya que me dio en los testículos), cuando me gritó enfadada que
me dieran por el culo, que ella se iba a vivir una vida de verdad. Como si la
que vivía conmigo fuera ficticia.
La verdad es que fui un poco grosero echándole en cara que me pusiera los
cuernos y suplicándole que no me dejara, que le perdonaba si no lo volvía a
repetir. Su momento airado empezó, in crescendo, con un alegato a su libertad,
a que yo no era quién para decirle lo que debía o no hacer o si podía repetir o
no.
Tonto de mí por creer que el matrimonio implica fidelidad. Claro que no nos
casamos por la iglesia, sino por el juzgado, puede que fuera eso. Más que una
ceremonia era una firma de contrato y siempre se me ha dado mal leer la letra
pequeña.
Así que vale, tenía una posible sospechosa.
Puntos oscuros en esa posibilidad:
Araceli no tenía fuerza como para arrastrar un cadáver de las dimensiones
de Rosario, que no es que fuera muy gordo, simplemente era fornido y alto.
Si no era capaz de arrastrarlo, mucho menos de levantarlo a peso para
colgarlo de la lámpara, salvo que utilizara el misterioso método utilizado en la
construcción de las pirámides.
Otra posibilidad era que lo hubiese llevado hasta el comedor de mi casa a
punta de pistola o con engaños sexuales. Le hubiese invitado a ahorcarse, esto
seguro que a punta de pistola o con burundanga, y el resto lo concluyó la
propia naturaleza con su ley de la gravedad, provocándole lo de la muerte y
tal.
Me costaba creer que Araceli pudiera hacer algo así.
Entonces me vino a la cabeza Pascual, mi primo. Él sí que tenía todo lo
necesario. Si había estado liado con Araceli, bien que podría haberse pillado
una copia de la llave para entrar en mi casa. Además tenía la fuerza necesaria
para arrastrar a un hombre de la envergadura de Rosario, mientras sujetaba su
cubata con la otra mano, para después colgarlo de la lámpara. No sé cómo,
pero seguro que podría hacerlo.
Si Araceli me puso los cuernos con él, entiendo que era algo natural. Vale
que como afectado cornudo, no debería decir algo así, sin embargo hasta yo lo
entendía. Pascual era guapo, tenía un cuerpo impresionante y carisma a
raudales. Araceli tenía que caer en sus redes al igual que caían todas las
mujeres que se le ponían a tiro. Era algo que arrastraba con orgullo desde el
instituto, cuando las chicas empezaron a interesarse por lo bueno que estaba.
Luci, aquella chica regordeta que tanto me gustaba, mi primer amor, iba
loca tras él, pasando mucho de mis señales.
Por eso estaba dispuesto a perdonar a mi esposa por haber caído en la
tentación, al igual que ella me hubiese perdonado a mí si me hubiese pillado
en la cama con la Scarlett Johannoséqué. Al menos así lo acordamos,
basándonos en la igualdad de oportunidades.




Unos mamporros en la puerta me trajeron a la realidad.
Leo estaba impaciente, preguntándome si me había colado por el desagüe o
qué.
Salí y le expuse mis pensamientos de jugador incompetente en el Cluedo.
Ella me escuchó con expectación y esperanza y concluyó que si bien no
tenía mucho acto probatorio lo expuesto, bien que podíamos empezar por ahí.
- ¿Por dónde? – Le pregunté al no quedarme claro. – ¿Por Araceli o Pascual?
- Yo preferiría a Araceli, por conocerla y tal, sin embargo me inclino más por
tu primo, como sospechoso principal.
- Sí, eso pienso también, sólo que no sé qué motivos puede tener. Ya está con
mi mujer, el trámite de divorcio está resuelto y poco más puedo darle, salvo
mi vida.
- Exacto.
- ¿Exacto?
- Tu vida, es lo que te puede estar pidiendo.
- Pero no veo la razón.
- Ni yo, así que vayamos a preguntarle. Tal vez te guarde algún rencor que tú
no conozcas.
- ¿Así? ¿En albornoz?
- Ya te digo que es peligroso entrar en tu casa, puede que hayan puesto
cámaras de vigilancia para pillarte. Mira. – Me dijo cogiéndome de la mano
y llevándome hasta la ventana que estaba un palmo levantada. – ¿Ves ese
coche?
- ¿Cuál? La calle está llena de coches.
- El SEAT León negro que ocupa medio paso de peatones.
- Sí, será…
- Es un poli de paisano.
- ¿El coche?
- No, joder, el que está dentro.
Es que estaba nervioso. Poco a poco, con el estómago lleno, los intestinos
vacíos y sin la búsqueda de algo más con Leo, que una ayuda, empecé a ser
consciente de mi verdadera situación.
La poli habría puesto precio a mi cabeza. Esperaba que me valoraran bien,
cualquier rebaja me haría sentir mal.
Alguien, sin poder imaginar quién, había canalizado su odio hacia mí y
pretendía, como mal menor, incriminarme en un asesinato y, como mal mayor,
matarme, porque esa era otra posibilidad.
- Vale, ¿Qué hacemos? Porque si salimos por la puerta también me verán, no
creo que esté ahí echándose una cabezada.
- Tengo una idea. Tenemos que esperar a que anochezca y mientras te lo
cuento.




Nada más ponerse el sol, como vampiros ansiosos de echar un trago de
hematíes, pusimos en marcha el plan de Leo, para salir del edificio sin que la
poli me viera.
Llenamos una bolsa de basura con cosas inservibles de la casa, siempre que
no afectaran al precio de venta. Me coloqué bien el albornoz, que por suerte no
era de color chillón, sólo blanco tirando a gris por el desgaste, y nos dirigimos
a la puerta de salida. Bajamos por las escaleras, comprobando que en mi
rellano, dos pisos más abajo, no hubiera una cámara enfocando a mi puerta.
Bajamos los otros tres pisos y en la puerta de la calle, dejé pasar primero a
Leo, que fue directa hacia el paso cebra. Cuando se plantó delante del coche,
para no llamar la atención, empezó a insultar a su ocupante, recriminándole
que ocupara parte del paso.
La idea era buena. Lo de no llamar la atención no era sarcasmo. El plan
consistía en que yo no llamara a atención, por eso lo de la bolsa de basura. Ir
con albornoz a tirar la basura no era tan raro (al menos eso pensaba). Leo sí
que tenía que provocar que el poli se centrara en ella, para que yo pudiera salir
del portal y dirigirme a la izquierda, por la acera, hasta llegar al contenedor,
tirar la basura que habíamos generado con la comida, y avanzar unos pasos
más, hasta llegar al coche que Leo tenía aparcado en plena avenida del Puerto,
lo que era un logro importante.
Me había dejado la llave, confiando en mí, dando por hecho que no me iba a
montar y salir huyendo, dejándola tirada. Supongo que no sabría de mi
incapacidad para conducir un coche, porque jamás lo había intentado y, por
supuesto, no tenía carnet que me lo permitiera legalmente.
Seguramente el poli le mostró la placa, lo que hizo que la histérica, cargada
de razón, aceptara el privilegio que tenía la autoridad para saltarse las normas
y leyes pasándoselas por sus forros.
Leo cerró la boca y se fue por la acera de enfrente hacia la dirección
correcta, para llegar a la siguiente esquina, volver a cruzar y llegar hasta el
coche.
Montó en el lado correcto, el de la conductora, y arrancó poniendo rumbo
hacia el puerto, para tomar la dirección que yo le indicara, dirigiéndola hasta
casa de mi primo.
Cuando llegamos a la misma entrada del puerto, ya me había centrado en mi
sentido de la orientación, por lo que le dije que debía tomar justo la dirección
contraria.
Mi tía, la hermana de mi madre y madre de Pascual, vivía en el barrio de la
Amistad. Mi primo puede que viviera con ella o puede que no. Ya tenía
veintinueve años y trabajaba, si no recordaba mal, en un local de copas, como
reclamo. Lo que no tenía yo claro era si se había independizado o si todavía
vivía con su madre. Mi tío, su padre, había muerto en accidente de trabajo seis
años atrás, sin embargo no pudieron demostrar que fuera un accidente de
trabajo y mi tía se quedó sin indemnización y con una mísera paga de
viudedad, por lo que mi primo no pudo acabar la carrera de bioquímica y tuvo
que abandonar la facultad habiendo repetido sólo dos veces el ochenta por cien
de las asignaturas.
Le fui indicando: “derecha, izquierda, a la siguiente calle gira. Sí, ya hemos
pasado dos veces por aquí, pero es que por la calzada me desoriento, soy más
de aceras…”
Al final di con la calle exacta, una calle con guasa: Modesto Cogollos, muy
bueno tuvo que ser ese cirujano para que le hicieran tal homenaje teniendo ese
nombre.
Leo aparcó como pudo en doble fila, pensando que a esas horas todo estaba
permitido.
Todavía eran las nueve y media pasadas, por lo que seguía habiendo vidilla
por las calles, poca, porque hacía frío (que me lo digan a mí que iba en
albornoz), aunque la suficiente como para que un tipo vestido o más bien
desvestido, como yo, llamara la atención, así que esperamos un momento de
calma peatonal, para salir del coche, llegarme a la acera y llamar al timbre de
casa de mi tía antes que los transeúntes me señalaran con el dedo como un
bicho raro.
Mi tía Pascuala contestó al poco de llamar. No lo hizo por la vía oficial del
telefonillo del portero automático, sino que se asomó al balcón del primer piso
y preguntó, a su modo, quién llamaba a la puerta.
- Pascualín, ¿Eres tú?
- No tía, soy yo. – Le dije dejándome ver.
- ¿Y qué quieres a estas horas?
- ¿Está Pascualín? Tengo que hablar con él. – A pesar de tener sus veintinueve
añacos, todavía le llamábamos Pascualín dentro del entorno familiar.
- No, él ya no vive aquí.
- ¿Y me puedes dar su dirección?
- ¿Vas en bata?
- No, en albornoz, por eso quiero hablar con él. Me he quedado fuera del piso,
sin llaves, y sé que él tiene una copia, quería pedírsela.
- Vale, sube y te doy la dirección, no la voy a gritar aquí y que se entere todo
el mundo.
En eso tenía razón. Varios vecinos ya se habían asomado a sus ventanas y
balcones para enterarse de lo que se hablaba a gritos en la calle.
Al poco sonó el zumbido que indicaba que se abría la puerta y subimos
hasta el primer piso.
- ¿Y está quién es? – Preguntó al ver a Leo. – ¿Sabe Araceli que estás liado
con otra?
- No tía, no estoy liado con esta chica, es sólo una amiga. Es Araceli la que se
lio con Pascualín, por eso me he divorciado.
- Es lo que pasa por no casarse por la iglesia. Si tu madre levantara la cabeza.
- Mi madre está viva, aunque es cierto que no se entera de nada.
No se enteraba porque no se lo dije. Estaba en la residencia y no era
cuestión de contarle cosas tristes cuando iba a visitarla cada mes. Además no
soportaba a Araceli y creo que a mí tampoco.
- Y dime, ¿Qué es lo que quieres de mi Pascualín. No querrás pelearte con él
por haberte quitado la novia.
- La novia no, la esposa, te recuerdo que viniste a mi boda.
- Sí, recuerdo que fui al juzgado y que te sacaron preso. – Soltó
acompañándose de una carcajada. – Es broma. Mi marido, que en paz
descanse, siempre decía que entró a la iglesia para casarse con un ángel y
que salió poseído por un demonio. – Lo dijo mirando a Leo, como si ya fuera
de la familia.
- Bueno, ¿Me puedes decir dónde está Pascualín?
- ¿Dónde va a estar a estas horas? En su casa o puede que trabajando, vete a
saber si está de fiesta. Ya sabes que trabaja en turno de noche. Eso no está
bien, porque deja a su mujer sola en casa a la hora que más pecados se
cometen.
- No es su mujer. Es la mía. Todavía no se ha formalizado el divorcio. – Ella
no tenía por qué saber que sí.
- ¿En serio que vas a ser tan meticuloso con eso? – Soltó Leo, presuntamente
nerviosa o puede que impaciente. – Por si acaso, os recuerdo que ella no
pertenece a nadie.
- Ya, eso es cierto, sin embargo mantenía una relación contractual conmigo,
que ha roto y conste que no me importa. Ahora estoy mejor y me sentiría
muy feliz si ella también lo está. – En serio, la soledad me había sentado
bien. No disfrutaba más de la vida, sin embargo los días se me hacían más
largos.
- Dejémoslo. – Cortó. – Por favor, señora, nos puede dar la dirección de su
hijo.
Mi tía, que andaba un poco expectante por nuestra pequeña discusión, se
puso en modo recordatorio, mirando hacia arriba y clamando por su memoria
maltrecha.
- En el número siete calle melancolía.
- Eso es un estribillo de una canción.
- Sí, es verdad, es que siempre me ha gustado Varón Rojo, me recuerda a mi
juventud.




Cinco minutos después, tras una cordial despedida, nos dirigimos en coche
hacia el barrio de Campanar, donde vivía Pascualín, presuntamente con
Araceli.
Logró encontrar una plaza de aparcamiento, que por supuesto estaba
ocupada, así que aparcó en doble fila, justo enfrente del portal. Bajamos y
llamé al timbre, soportando una congoja corporal interna, por el más que
posible reencuentro con Araceli y porque me entró una ráfaga de aire fresquito
por el faldón del albornoz.
Tenía bastante superado lo de la separación. Había pasado casi un año y ya
sólo lloraba los sábados a la noche, recordando lo que había perdido. Lo que
me pasaba también era que la vida a veces me daba una puñalada trapera por
la espalda. Justo cuando ya me planteé un basta, hasta aquí he llegado y a
partir de ahora me lo voy a montar mejor, aparece el cadáver de mi abogado
colgado de la lámpara del comedor. Eso lo hubiese podido superar, porque con
ese hombre no es que me sintiese cómodo, era todo lo que conllevaba. Volver
a reabrir heridas, volver a ver a Araceli, quizá ir a la cárcel…
Tras varios intentos de llamada, veinte o así, no supe si sentirme bien o mal.
No hubo respuesta ni por parte de Pascual ni de Araceli. Sí por parte de algún
vecino que se asomó a la ventana para, primero, cotillear y después,
amenazarnos con bajar a partirme la cara si no dejábamos el puto zumbido de
una vez.
Solté el dedo del timbre y esperé respuesta.
Él, posiblemente estuviera trabajando.
Ella… pues no lo sé. Suponía que estaba viviendo ahí, con mi primo,
aunque no era seguro. Lo que tenía claro era que se habría tenido que buscar la
vida para alquilarse un piso, irse a vivir al de Pascual o regresar a su hogar
familiar, algo que sé, de buena tinta, que no era del agrado de sus padres.
Araceli trabajaba en una oficina de Correos, funcionaria o laboral fija,
nunca me aclaré. Por lo que a esas horas no podía estar trabajando.
- ¿Qué hacemos? – Preguntó Leo, poniendo cara de fastidio.
- De momento dejar de llamar al timbre. – Ella seguía insistiendo, como si mi
primo fuera sordo y la amenaza vecinal no fuera con ella. – Creo que sé
dónde trabaja. Podemos acercarnos y hablar con él.
Su OK, como respuesta, nos llevó de nuevo al coche, justo cuando el vecino
de las amenazas inciertas, salía del portal buscándonos. En segundos nos
pusimos a recorrer unas cuantas calles, hasta el barrio de Benicalap, donde
estaba el local donde Pascual trabajaba de Relaciones Públicas, Comunity
Manáger o de portero. Jamás me aclaré, porque jamás le presté atención ni le
hubiese creído en caso de escucharle.
- ¿Aquí trabaja?
La pregunta, cargada de sorpresa o puede que confusión por parte de Leo,
tenía mucho sentido. En el exterior había mucho ambiente, mujeres sobre todo
mujeres. Como si hicieran cola para estar con mi primo. Ese fue el estúpido
pensamiento que pasó por mi cabeza, ya que le tenía sobrevalorado.
- Igual es mejor que vaya yo sola. – Me insinuó Leo. – Aquí vas a resaltar
mucho con tu albornoz.
- Ya te dije que debí pillar algo de ropa.
- Haberle pedido a tu tía. Seguro que tendría algo de tu primo.
- Ni de coña me cabe a mí su ropa.
- ¡Oye! Que no estás tan mal. Te lo digo desde mi punto de vista lésbico.
Algo me animó su sincero comentario. Porque le di calidad de sincero, ya
que no tenía por qué mentirme, cierto, y porque en el fondo nunca soy de
quitarle la razón a una mujer sí habla bien de mí, y contrastado, porque me
había visto y bien visto, desnudo.
- Está bien, ve tú… espera.
Me di cuenta que a un lado del local de fiestas había una calle y que alguna
chica se había apalancado en la esquina para echar una ojeada, aunque un
segurata les impedía pasar.
- Debe haber una puerta trasera. – Le dije a Leo. Inténtalo por allí.
Le di los datos necesarios para reconocer a mi primo, tal que una
descripción detallada y cargada de rencor, sobre su aspecto físico y lo más
importante, nombre y apellidos.
Bajó del coche y se acercó a la esquina. Entonces me hizo una seña para que
me acercara.
- ¿Cómo?
Al tener la ventanilla subida no nos entendimos, así que, sin pensármelo una
cuarta vez, abrí la puerta, bajé con seguridad para no ser atropellado, me ajusté
bien el albornoz y me desplacé a toda velocidad a su lado.
- ¿No decías que llamaría la atención con mi aspecto?
No era una suposición. Un grupo de chicas me soltó comentarios que harían
enrojecer a un actor porno, mientras me aseguraban que nos veríamos dentro,
sobre todo que me verían a mí dentro, “sin esa bata tan sexy”.
- Mira. – Dijo señalando la entrada de empleados que estaba a pocos metros.
- ¿Qué coño?
Ahí supe por qué no llamaría tanto la atención. En tal entrada, había un par
de maromos, cuya prenda de etiqueta era también un albornoz Estaban
echándose un cigarro. Seguramente sería una sauna o así.
Nos acercamos y se nos quedaron mirando. Un tipo que estaba con ellos,
con pinta de segurata (llevaba uniforme de segurata y un logotipo de una
empresa de seguridad), nos preguntó amablemente, adónde coño creíamos que
íbamos.
Le dije que era primo de mi primo, dándole los datos precisos, y le pedí si
podía anunciarle mi presencia para que saliera, ya que necesitaba hablar con él
por cuestión personal, sobre un asunto familiar de vital importancia.
Uno de los maromos disfrazados como yo, dijo que él se encargaba.
Entró y al poco regresó pidiéndonos que le acompañáramos.
El segurata pasó del DEFCON 2 al estado de amabilidad y nos dejó pasar.
Cuando entrábamos, oí que el otro maromo le comentaba al segurata que
seguramente iba a hacer una prueba, para ocupar la plaza vacante.
- ¿Y viene preparado desde casa? Él sí que sabe.
Soltaron unas risas y dejé de oírles, no porque me aislara de la ironía, sino
porque se cerró la puerta.




Pacualín nos recibió en un pasillo que tenía pintas de conducir al centro
neurálgico del infierno, una zona insalubremente iluminada con colores que
podían provocar una epilepsia, y música a un volumen inapropiado para un
hospital. Lo digo porque había un tipo vestido de enfermero, médico o
fantasma, no supe distinguir por culpa de las luces, a pie de pista.
- ¿Qué haces aquí? ¿Pasa algo?
- Tenemos que hablar.
- Mira, primo, lo de Araceli es agua pasada. Tú no tienes la culpa, no te
preocupes.

¿Que yo no tengo la culpa?

¿Que yo no tengo la culpa?

¿Que yo no tengo la culpa?

¿Que yo no tengo la culpa?



Perdón por la repetición, es que fue lo que me pasó por la cabeza, en tono
cabreo, casi como un bucle que por suerte pude parar y que logré que
permaneciera en modo interno y en tamaño de fuente veintiséis,
reconcomiéndome los pensamientos que en realidad debería ordenar y centrar
en lo que me había llevado hasta ahí.
- ¿No fuiste tú el que se folló a su esposa? – Soltó Leo, no sé si ayudándome o
dándome la puntilla. Lo que sí hizo fue desbarajustar mi intento de orden y
concentración.
- ¿Y esta quién es? ¿Ya te has vuelto a echar novia?
- No, sólo es una amiga. – Dije cortando lo que pudiera haber dicho Leo, que
ya se lanzaba a contestar airada.
- Pues no te preocupes, primo, que a esta no me la… quiero decir, que no
quiero joderte otra vez tu relación.
- No te preocupes – esta vez no me pude adelantar a Leo y logró soltar lo que
pretendía, algo que me sonó bien. – aunque lo intentaras no tendrías
posibilidad.
- ¿No? – Creo que Pascual se emocionó, como si se le presentase un reto a
batir.
- No, no me van los tíos. – Ahí, Pascual, puso otra cara, como si tal
información le incentivara todavía más el reto o puede que de decepción. – Y
si me fueran, ten por seguro que preferiría antes a éste que a ti.
Como al decir “éste”, me señaló a mí, me pegó un bandazo el corazón y se
me levantó la moral hasta las nubes. Esa misma moral que entre mi primo y mi
esposa lograron tirar a un pozo infinitamente hondo, tirando acto seguido de la
cisterna para que me llevara a las cloacas en busca de Pennywise.
- Bueno, no me ofendes. – Soltó Pascual. – Entiendo que una bollera – estaba
rifándose una ostia y Leo era la que repartiría el premio – prefiera a éste
antes que a mí. Él tiene más aspecto femenino que yo.
Si bien, tras meses de autoconvencimiento y de autoengaño, había logrado
perdonar a mi primo y a Araceli por lo sucedido, en ese momento me estaba
tocando los cojones por la falta de respeto hacia Leo, hasta el punto que si no
fuera porque de una ostia me quitaba los apellidos, le hubiese retado a una
pelea, así, sin avisar, dándole yo el primer puñetazo a traición. De críos
siempre me ganaba, por eso le encantaba pelearse conmigo.
- Vale, dejémonos de tonterías. Tengo prisa, salgo ahora mismo ¿Qué queréis
de mí?
Tenía razón, estábamos yéndonos por la tangente y perdiendo un tiempo
precioso, bien de investigación, bien de sueño.
- Venga, que sales a actuar. – Dijo un tipo con pintas de ser el maestro de pista,
pues llevaba un conjunto, pantalón chaqueta, muy cargado de brillantinas. A
propósito, mi primo también iba en albornoz, sin embargo, por el recorrido
de la conversación, se me había pasado preguntarle el motivo.
- Voy en cinco minutos. – Le contestó. – Y a propósito, no me jodas que
también trabajas aquí. – Me dijo señalando mi albornoz.
- No, es una larga historia. Pero a lo que interesa aclarar: ¿Has matado a mi
abogado y lo has dejado colgado en el comedor de mi casa?
Bastó ver su cara de asombro para saber que no sabía de qué le estaba
hablando.
- Ya me hubiera gustado. ¿Sabes que ese cabrón jodió a nuestra familia?
Iba a decirle que moderada su vocabulario, puesto que mi acompañante,
presente en ese momento, era la hija del tal cabrón. Sin embargo Leo se me
adelantó.
Le soltó el puñetazo que yo me corté en darle y vaya si le acertó.
- ¡Ostia! ¿Qué coño haces?
Llamamos la atención en plan elefante en cacharrería y al poco teníamos
ante nosotros un grupo de tipos, algunos en albornoz y otros en taparrabos.
Apareció a mi lado un policía y me cagué. Ya me habían pillado. También vi
un bombero y un albañil. ¿Los Village People?
El poli, lejos de detenerme, le dijo a mi primo que con la nariz sangrando y
el ojo poniéndose morado por momentos, no podría salir a actuar.
Pascual, se quitó el albornoz y lo utilizó como gasa gigante para cortar la
hemorragia nasal. Entonces me di cuenta que llevaba puesto un disfraz de
indio. Supuse que por ese motivo tenía marcas de pintura de guerra en la cara.
Apareció el segurata, avisado por vete a saber quién.
- Vamos. – Dijo Leo, empujándome hacia delante, en dirección contraria a la
que venía el segurata.
Corrimos pues hacia delante y a los pocos metros nos quedamos parados en
medio de un escenario, frente a decenas, puede que miles, de mujeres
histéricas que, al verme, exigieron el cumplimiento de contrato, o sea, que me
desnudara.
¡Estábamos en un espectáculo de Boys!
Vamos, que mi primo era un puto stripper.
Quizá eso explicara el nombre del local. Cuando vi que sobre la puerta
principal, en neones, anunciaban: “EL RABO ENTRE LAS PIERNAS”, la
verdad, no pensé… es que en ese momento no estaba para pensar, porque mi
cerebro se recreaba en mi propio infierno y andaba como confuso.
En este otro momento de confusión, unido a un subidón de adrenalina que
activó mi autoestima, provocó en mí una reacción inusual. Me encaré a la
audiencia y abrí el albornoz, a petición popular, mostrando mi humilde
miembro.
Risas, aplausos, vivas, te la comería… y mi nombre.
Oí que alguien mencionaba mi nombre.
Leo me preguntó que estaba haciendo y dándome un empujón me llevó
hasta el otro lado del escenario, siendo abucheada por la multitud,
encaminándonos hacia una salida de emergencia que nos llevó a una calle
paralela a la que habíamos entrado.
Dimos un rodeo y conseguimos llegar al coche sin que nos siguieran las
fuerzas de seguridad del local de strippers.
Cuando cerré la puerta del coche traté de entrar en modo relajación, porque
me sentí nervioso a pleno rendimiento. No lo logré, porque entre que Leo no
paró de gritarme que si era un puto exhibicionista o qué y que alguien se pegó
a la ventanilla de mi lado como mosca estampada… me faltó poco para gritar,
para gritar mucho, en modo histérico, porque un poco sí que grité, sólo un
¡Ah! Por el susto.
Leo quedó muda al ver que alguien golpeaba con nariz y boca en la
ventanilla. Me giré, pensando en la poli o en el segurata, y vi una nariz
aplastada y un pequeño riachuelo de sangre que se estaba formando en modo
vertical, cristal hacia abajo.
Al otro lado de la nariz, había una chica que se incorporó y soltó un ay, muy
fuerte.
Cuando miré hacia Leo, para saber qué opinaba sobre lo ocurrido, la vi
tratando de meter la llave y arrancar. Entonces la chica de fuera, golpeó el
cristal y mentando mi nombre me pidió algo así como una audiencia. No es
que fuera tan explícita ni tan diplomática, simplemente gritó preguntándome si
no la reconocía.
Bajé la ventanilla soportando una crítica poco constructiva por parte de Leo:
“¿Qué ostias haces?” Se notaba que también andaba de los nervios, porque,
por lo poco que la conocía, no era de hablar así.
- Me conoce. – Le dije. – No puedo obviar eso. Además, está un poco
borracha.
Lo noté porque se tambaleaba demasiado para ser debido sólo al golpe.
También por el modo de pronunciar mi nombre y porque soltó algo así como:
“¡Joder, qué pedo estoy!”
- No podemos perder tiempo aquí.
- Pues que suba y nos vamos.
- Exhibicionista y secuestrador. Cada minuto que pasa me sorprendes más.
- Pero es que me conoce. – Ya no sabía que mejor argumento utilizar para
convencerla y no quería mentar que la secuestradora era ella.
- Me va a llenar el coche de sangre y espero que no vomite.
Abrí la puerta y la invité a subir al asiento de atrás. Por si acaso, por si podía
evitar que vomitara o llenara el coche de vómitos y mocos, me subí atrás con
ella.
- Espero que no seas también un violador.
Leo estaba desatada, faltándome en modo ametralladora. O estaba tan
nerviosa como yo y no controlaba sus palabras o estaba celosa, algo que no me
cuadraba sabiendo sus gustos sexuales, salvo que mi primo tuviera razón y yo
tuviera mucho femenino en mí o que lo de ser lesbiana fuera sólo una excusa,
para quitarse de encima una mosca cojonera, si es que me había catalogado de
ese modo.
- No me lo puedo creer, tú, el nauseas, stripper y oye, no estás mal. – Como
acabó su inicio de conversación con tal halago, le permití seguir hablando,
mientras miraba los gestos de sorpresa de Leo.
- ¿Nauseas? – Preguntó mordida por la curiosidad.
- Así me llamaban en el instituto. Fue por culpa de un capullo, bueno, por
culpa de mi primo Pascual, sentía mucha envidia de mí y por eso siempre
trataba de ridiculizarme. Otra cosa que debo agradecerle. – Mi, por lo visto,
antigua compañera de instituto siguió hablando, en el idioma de las
borrachas. De tres palabras sólo entendía ninguna.
- ¿Envidia de ti tu primo?
- Sí, aunque no lo parezca. Además, tú misma has dicho que si te fueran los
tíos me preferirías a mí.
- Porque es un gilipollas por lo que dijo de mi padre, pero menudo cuerpo que
tiene. Me estaba planteando el bisexualismo.
- Gracias por hundirme lo poco que me habías levantado. Eres como un bote
salvavidas en mitad de la mar, al que aferrarte, descubriendo que hace aguas
por todas partes y que sólo va a retrasar el ahogamiento.
- No le hagas caso. Tú también estás muy bueno. – Soltó la chica de la que
todavía no recordaba su nombre, lo que me quitaría puntos de simpatía
cuando se lo confesase y eso que su cara me sonaba mucho. Soy de memoria
frágil.
- Lo que hace el alcohol. – Soltó Leo, eso sí, con una sonrisa en la cara, que la
vi por el espejo retrovisor.
- Vete a la mierda.
Soltó una carcajada que sorprendió hasta a mi etílica compañera de asiento.
- Creo que voy a vomitar.
El frenazo que pegó Leo, me llevó a estamparme contra el protege nucas del
asiento delantero. Me gritó/ordenó que la bajara del coche y que soltara todo
lo que contuviera su estómago en algún alcorque de la acera.
Le hice caso, porque la cosa pintaba mal. Temí incluso que nada más
bajarnos del coche, Leo pisara el acelerador y se largara. Quizá ya se había
dado cuenta que mi ayuda era nula, un lastre más bien, y que sólo le faltaba
tener que ocuparse de una niña pija borracha.
¿Quién era esta ex compañera de instituto?
Si me hubiese dedicado a prestar un poco de atención analítica a lo que
vomitó, creo que podría haber identificado el menú de lo tomado durante esa
tarde. Sin embargo no recordaba a una chica que estuviese tan bien y que se
interesara por mí de ese modo.
Cuando terminó con las arcadas, poco le faltó para desmayarse. No sufrió de
una pérdida de conocimiento (si es que lo tenía de antemano), lo que hizo fue
rendirse al cansancio y se dejó caer sobre mí, logrando pararla con un abrazo.
Me fijé que el coche seguía parado, así que antes que fuera tarde, volví a
entrar, arrastrando a la chica, como si la secuestrara. Por suerte la calle no
estaba transitada, aunque bien que podrían estar observándonos desde alguna
ventana.
- ¿Adónde vamos? – Preguntó Leo.
- ¿A mí me preguntas? Mi casa estará vigilada, según tu opinión. A propósito,
eres la hija del cadáver, ¿No te ha interrogado la poli? – Creo que el término
que utilicé para referirme a su padre no le gustó mucho.
- Todavía no me han localizado. Ando fuera de casa por si no te has dado
cuenta. Por eso tampoco podemos ir a mi casa. Seguro que intentan
localizarme.
- ¿Estás casada? Quiero decir ¿Tienes pareja? Novia o como lo llaméis
vosotras.
- Tengo pareja, pero nos estamos dando un tiempo. Si lo preguntas, estoy
viviendo sola, por eso no hay nadie llamando insistentemente a mi móvil,
igual que no llaman al tuyo.
- Yo es que no tengo. No suelo utilizarlo en la ducha y sólo pude ponerme el
albornoz. La poli tenía prisa por llevarme a comisaría.
- Podemos ir a mi casa.
No sé si fue una propuesta o una pregunta de esas que se hacen suplicando.
Pensé que la chica estaba inconsciente, en estado comatoso o algo parecido,
por lo visto se dejaba llevar desganada de cualquier actividad física. Menuda
resaca le esperaba.
- ¿Vives sola? – Le pregunté.
- Sí, con mis amigas.
- ¿Y no pondrán pegas porque vayamos?
- No están.
- Dime por dónde vives. – Soltó bruscamente Leo, que por lo visto aceptó esa
idea y tenía prisas por acabar la noche.




Dando más vueltas que un perro persiguiéndose el rabo, llegamos por fin a
la calle donde vivía la chica, a la que no dejaba de mirarle la cara tratando de
reconocer quién era. Leo me llamó un par de veces la atención, pensando que
me aprovechaba de su estado semiinconsciente para verle también las piernas,
generosamente mostradas por su minifalda mal colocada, o sus tetas, también
generosamente visibles gracias a su escote holgado. Sin embargo no estaba por
esa labor. Reconozco que se me fue la mirada en alguna que otra ocasión,
puesto que realmente no soy una estatua de David, aunque diera el pego en su
momento. Lo que sí que intenté fue identificarla, sin lograrlo. La conocía, sí,
su cara me era familiar y no podía recordarla.
En el barrio de Camins al Grao, sí que logró encontrar aparcamiento, tras
varias vueltas. La chica vivía no muy lejos de mi casa, lo que cuadraba con el
hecho de haber ido juntos al instituto.
Leo y yo hicimos de muletas para que se apoyara y pudiera llegar hasta su
casa. Por suerte tenía su bolso con el móvil, el pintalabios y las llaves de casa.
Entramos preguntando si había alguien. Según la resacosa no debíamos
encontrar a sus compañeras de piso, aunque quizá volvieran en cualquier
momento.
La dejamos caer en el sofá, con mala puntería, pues acabó en el suelo.
Decidí dejarla, ya que estaba dormida. Ya buscaría su habitación y la llevaría a
su cama llegado el momento, tras una exploración por el piso para conocer el
entorno.
Leo se sentó en el sofá soltando un suspiro, puede que un bufido de fastidio.
Fui hacia un pasillo, en busca de la habitación y nada más salir del salón me
llevé un susto de muerte. Un tipo me apuntaba con una pistola… no, no era
una pistola, era un secador de pelo, pero con la semioscuridad que teníamos,
daba el pego, si no fuera por el cable que colgaba.
- ¡Quieto o te dejo seco!
- Tranquilo, somos amigos. – Encendió la luz, dejándonos ciegos por el
cambio brusco. Hizo un tour con sus ojos por todo mi cuerpo, dándose el
caso que por el ajetreo de arrastrar a la chica, se me había descolocado el
albornoz y se me veía todo lo que complementaba mi parte delantera.
- Bueno, bueno, dejaré la opción de la duda.
El chaval, con aspecto sudamericano y con acento también de esa zona del
mundo, tenía, además, un poco de pluma. Si no era homosexual, lo imitaba
muy bien, sobre todo al relamerse mientras me miraba el paquete.
Leo acababa de aparecer a mi espalda, con su pistola falsa en la mano. Por
suerte, al ver que no había amenaza, la escondió sin que se diera cuenta el del
secador.
- ¿Quiénes sois?
- Soy un amigo de… de… de ella. – Le dije señalando a la chica sin sentido.
- ¡Jo, tía, cómo te has pasado! Ya le dije que no estaba preparada para una
fiesta así, viendo su estado. – ¿Su estado? ¿Estaba embarazada? No lo
aparentaba. En mi vida había visto una tripa tan plana.
- Pues ya ves el resultado, seguro que tenías razón… ¿Está embarazada? – No
pude evitar la pregunta.
- ¿Embarazada? ¡Qué dices! Calla, calla, lo que está es confusa, en estado
depresivo y además premenstrual.
Me sonrió, al ver que yo también le sonreía. No sé por qué le sonreí, puede
que por el alivio de no haber estado con una inconsciente que le daba al
alcohol estando embarazada. También porque me puse de su parte al darle la
razón con su apreciación. Con un gesto amanerado de cabeza, me hizo a un
lado, no sin dejar de mirarme el pecho (la parte de abajo ya la había cubierto)
y se fue donde su amiga para atenderla.
Sorprendente, porque no parecía un Hércules ni por asomo, la cogió en
brazos y la levantó del suelo, llevándola hasta mí, pidiéndome que me hiciera
a un lado y le dejara pasar, para salir al pasillo y llevarla a su habitación.
Le seguí, para interesarme y sobre todo para intentar identificarla.
La dejó caer sobre una cama y tras colocarle un poco la ropa, me preguntó:
- ¿Qué nivel de amistad tienes con ella?
- No entiendo la pregunta.
- Hay que desnudarla y acomodarla en la cama, así que según tu nivel de
amistad, me ayudas o te sales fuera.
Fui legal y me salí.
Volví al comedor y estuve echando un vistazo por todas partes, intentando
identificarla. Leo estaba en el sofá, meditando y soltando unos leves
ronquidos. El estrés había podido con ella. Había entrado en modo descanso
total.
Cuando entró el compañero de piso de la chica, le hice seña de que se
callara, pues mi amiga estaba durmiendo. Él a su vez me hizo seña para que le
siguiera y me llevó a su habitación.
Antes de entrar, viendo de qué se trataba, le dije:
- Igual mejor en la cocina, ¿No?
- Tranqui tío, que no te voy a violar.
- Vale, vale.
- ¿Tú eres un boy? ¿Un stripper?
- No, vale que me halaga tu duda, pero no lo soy.
- ¿Y eso? – Dijo señalando mi atuendo.
- Uy, esto es una larga historia. Ahora necesito que me cuentes unas cuantas
cosas.
- Dime, dime, qué quieres saber y quizá te lo diga, siempre que me cuentes tú
también cosas, un quid por culo, de esos.
- Quid pro quo. – Le rectifiqué, a pesar que mi madre me enseñó que eso era
de mala educación.
- Eso quería decir, qué quieres saber.
- ¿Cómo te llamas?
- Isa.
- ¿Isa?
- Isaías, aunque me gusta que me llamen Isa. ¿Y tú? – Le di mi nombre,
aclarándole que no estábamos en modo ligue y que la siguiente pregunta le
iba a desconcertar. – Pues suéltala, sin tapujos.
- Y ella, ¿Cómo se llama?
- Pero… ¿No dices que sois amigas?
- Ella me conoce, yo seguro que también, por lo visto fuimos juntos al
instituto, sólo que no me acuerdo de su nombre y en su estado no me lo ha
podido decir.
- Luci, se llama Luci.
¡Luci! Joder… ¡Joder! ¿Esa era Luci? Mi cerebro empezó a procesar la
información. Quité unas pocas telarañas a los recuerdos de mi adolescencia,
abrí unas cuantas cajas de la época del instituto y fui colocando todas esas
partes de su rostro y cuerpo que bien pudieran encajar con el recuerdo que
tenía de ella.
¡Luci! ¡Claro que sí! ¡Cómo ha cambiado!
Para mejor, pensé.
Durante el tiempo que coincidimos en el instituto, iba loca detrás de mí,
acosándome despiadadamente, empeñada en que le presentara a mi primo.
¿Estaría en el local de boys porque seguía colgada de Pascualín? ¿Sería una
acosadora?
En aquella época yo estaba loco por ella y más loco me volvía que no me
hiciese caso. Había mejorado mucho. Claro, habían pasado quince años y ya
no tenía la cara de niña, redondita que todavía conservaba en la adolescencia.
No podría decir si era más guapa o no, porque en su estado y con la nariz
sangrándole tras el golpe con la ventanilla del coche, no daba una imagen
clara. Lo que sí que había desarrollado bien era su cuerpo o bien había pasado
por quirófano para ponerse pecho.
- ¿Y qué ha pasado? – Me preguntó.
- No lo sé, se me presentó cuando me subí al coche y estaba pedo perdida.
- Iba de despedida de soltera, seguro que le ha sentado mal algo.
- Sí, claro, algo que comería. Oye, ¿Crees que podríamos pasar aquí la noche
mi amiga y yo?
- Sí claro, ella ya está instalada en el sofá y tú tienes hueco en mi cama.
- Creo que me sentaré en algún sillón. No por ti, es por mí.
Esa frase solía servir para quedar bien, al menos era lo que me solían decir
las chicas cuando me decían que no.
Isa me dijo que “tranqui tío”, que era broma, que si bien mi aspecto bien
que podía ilusionarle, porque vio en mí un setenta por cien de probabilidad de
ser homosexual, sabía de la mala suerte que le perseguía últimamente y seguro
que sería el otro treinta por cien hetero el que se impusiera.
Me estaba tocando un poco la fibra sensible el que me subestimaran o que
decidieran por mí mis gustos sexuales. Allá cada cual con sus preferencias,
que me dejen a mí con las mías y con mi satisfacción, porque si yo no era mi
primo, tampoco quería serlo y lo que seguro no era, era un asesino, por mucho
que la poli así lo creyera, si es que lo creía, porque de momento no me habían
acusado de nada, salvo de huir, puede que eso les llevara a la conclusión de
que sí era un asesino, sino por qué iba a huir.
Isa se fue a su habitación tras pasar por la de Luci, para ver si todo iba bien.
Yo me senté en el sofá, junto a Leo y como era de esperar, me dormí en el
momento que pillé postura cómoda.




Al abrir los ojos, porque alguien encendió la luz, me vi delante de los ojos,
un dedo preparado para pulsar el disparador de un espray pimienta. Una chica,
con pintas de llegar de fiesta y con síntomas etílicos en sus ojos, me
amenazaba con darme una rociada en la parte sensible y visual de mi cara, si
no le decía inmediatamente quién era y qué demonios hacía en el sofá de su
casa.
Obviamente le conté hasta el final de Juego de Tronos. Lo que quisiera.
Tenía cara de loca y no me apetecía quedarme ciego.
Leo, que también despertó, fue más serena en su reacción.
- ¿Ana? ¿Eres Ana?
La supuesta Ana se giró hacia ella, como si se acabara de percatar de su
presencia y bajando la mano que sujetaba el espray, se la quedó mirando y le
dijo:
- No, no soy Ana, soy Merche.
Ese momento de confusión, lo aprovechó Leo para darle un manotazo en la
mano y hacer que el bote de espray se le cayera al suelo, para después
propinarle un empujón que le hizo caer de culo sobre el sillón que tenía justo
detrás.
Qué astuta, pensé.
- Tranqui, tranqui, cari. – Entró gritando Isa. – Son amigos de Luci.
- ¿Luci? ¿Está Luci aquí? – Preguntó desconcertada mientras recobraba la
verticalidad a duras penas. Iba algo bebida, supuse que bajando ya de la
curva alta de la fiesta.
- Sí, está dormidita. Ellos la han traído.
- ¡Joder! Qué susto. Vi cómo un tipo la subía a un coche y se la llevaba. Iba a
llamar ahora mismo a la poli.
Me acababa de librar de otra posible acusación.
Al menos dejó de tomarnos por usurpadores ocupas y nos soltó una sonrisa
de agradecimiento, puede que de confusión.
- Me voy a dormir. – Dijo haciendo un gesto como pasando de nosotros. –
Mañana hablamos.
Isa se disculpó y empleó parte de su tiempo de sueño en llevar a su
compañera de piso hasta la cama. Leo y yo nos miramos, nos encogimos de
hombros y recobramos la postura apropiada para seguir durmiendo.




El piso en el que estábamos debía estar configurado para que el sol entrara
por la ventana a una hora apropiada en el que sirviera de despertador. El rayo
de luz me dio en los ojos y provocó que éstos se abrieran como si tuvieran un
resorte, quedando cegados de inmediato. Moviéndome a un lado para driblar
la luz, recuperé la visión y me encontré con Isaías sentado en el sillón de
enfrente recreándose con lo que veía. Lo que veía era mi poco usado miembro
sexual en posición despertar, con el albornoz echado a un lado debido a la
fragilidad de su capacidad de cierre.
Me cubrí, bruscamente, incorporándome a la posición de sentado. Puso cara
de desilusión y le pregunté qué coño estaba haciendo.
- Tranqui, tío, no te he tocado, pero si enseñas miro. ¿Ya os despertáis,
princesitas?
Preguntó mirando a Leo, que también se estaba incorporando a mi lado.
Parecía confundida, mirando alrededor, tratando de recordar dónde estaba y,
supongo, que deliberando si lo de estar los dos juntos en el sofá implicaba
alguna traición a sus gustos sexuales.
Me levanté, porque necesitaba ir urgentemente al baño. Le pregunté dónde
estaba y casi que me acompañó, lo que pasa es que corrí más que él, porque
iba con urgencia. Por suerte las chicas estaban todavía durmiendo y no lo
habían ocupado.
Traté de aprovechar esa intimidad para pensar un poco en la situación, Leo
me lo impidió, estaba también necesitada de vaciar su vejiga, así que volví al
salón, siendo interceptado por Isaías a mitad del pasillo, invitándome a la
cocina para desayunar.
- Tranqui, tío – por lo visto su misión en ese piso era transferir tranquilidad de
un modo muy explícito, con su puñetero tranqui – de verdad que no voy a
abusar de ti. – Debía ser muy observador, porque se dio cuenta de lo nervioso
que me ponía. – Sólo quiero que desayunes. En esta casa nadie que pase la
noche se va sin desayunar.
He de decir que tenía una voz muy suave y muy sexy, con su acento
sudamericano.
Nos había preparado unos zumos de naranja y unas madalenas.
- ¿Me contarás lo que pasó anoche? ¿Por qué vas en albornoz? ¿De qué
conoces a Luci? ¿Y por qué no os fuisteis a vuestra casa tras traerla? – En ese
momento entró Leo, atraída por el olor de unas tostadas que se estaban
tostando en la tostadora. – Siéntate, que tenemos que hablar.
- Vale, creo que puedo confiar en ti.
- ¿En serio? – Preguntó Leo.
- Nos ha dejado quedarnos aquí y nos está dando de desayunar. Es lo mejor
que han hecho por mí en los últimos años. – Se encogió de hombros y
preguntó si podía pillar la tostada y hacerse un café.
- Pues venga, cuenta. – Dijo Isaías mientras se prestaba a preparar él mismo el
café y le servía la tostada a Leo.
- Vale, ¿Por dónde empezar? Sí, conozco a Luci del instituto, no sé si eso ya te
lo había dicho.
- Sí, y que no recordabas su nombre.
- Correcto. – Utilicé la estrategia que tantas veces me había dado resultado con
Araceli, de llenar la boca con la madalena, para retrasar lo que tuviera que
decirle, que no sabía qué era. No me iba mucho ese desayuno, pero tenía
hambre. – Pues más o menos eso es todo.
- ¿Cómo? ¿Me tomas el pelo?
- No, claro que no. Es que no sé el nivel de confianza que tienes con ella para
que te cuente cosas personales.
- ¿Confianza? Anoche la desnudé y metí en la cama. ¿Te parece poca
confianza?
- Eso también podría haberlo hecho yo.
- Eso es lo que quisieras haber hecho tú.
- ¿Qué pasa? ¡Hooola!
Era Luci, con una pinta discordante. Por un lado su cara parecía haber
pasado por una involución. Despeinada como si le hubiese pillado el pelo un
ventilador, ojos de oso panda, palidez vampírica… y por otro llevaba un
camisón muy sexy, si a algo que sólo le tapaba las tetas y apenas las bragas, se
le podía llamar camisón. Hasta Leo se atragantó con su tostada y eso que ya
hacía un rato que la había tragado.
Tras su efusivo hola, se acercó a mí y cercando mi cuello con sus brazos, me
regaló un abrazo y un beso en la mejilla. Fue un momento modo Edén para mí
y, según me confesó Leo más tarde, también para ella, aunque lo llamó de otro
modo. Al agacharse para abrazarme, plantó un primer plano de su culo ante
los ojos de mi amiga lésbica.
- Creo que he de darte las gracias por traerme a casa. Tengo que hablar mucho
contigo, ponernos al día.
Miré a Isaías con gesto de desafío, demostrándole que yo sí que era
merecedor de cariño y confianza por parte de Luci, por muy sorprendido que
me sintiese por ello.
- Sí, claro, ahora mismo.
- No podemos. – Dijo Leo. – Tenemos que irnos y seguir con lo nuestro.
- ¿Es tu novia? – Preguntó Luci poniendo morritos de disgusto.
- No, ni de coña, sólo es… una amiga. – Tampoco iba a decirle que era mi
secuestradora a punta de pistola, ni que había sufrido el síndrome de
Estocolmo y que me había hecho su amigo. – Estamos trabajando juntos en
un tema.
- ¡Bien! – Soltó haciendo un gesto de brazo, ese que suele definir
normalmente un, ¡Bien! Y que si lo haces con los dos, da mal que pensar.
- Vale tía, disimula un poco. Esto no es lo que hemos hablado tú y yo en tantas
ocasiones. – Isaías estaba ejerciendo de madraza con ella. – Cámbiate las
bragas que se te están mojando.
Un poco bruto ya era.
Tampoco imaginé que Luci estuviera tanto por mí. Ni que me recordara
siquiera. Desde el instituto que no la había vuelto a ver y si mi memoria no me
trataba mal, mi recuerdo de ese periodo de unos quince años atrás, era que
estaba loca por mi primo Pascual.
- ¿Podemos hablar un momento? – Era Leo, me tocó en el brazo para
conminarme a hablar, por lo visto un momento
- Sí, claro. – Sí, claro, pero mi respuesta iba a ser que no. Porque tenía claro
que me iba a decir que nos fuésemos ya, que teníamos que seguir con la
investigación porque, claro, corría prisa. – Vamos.
En ese momento entró Merche en la cocina.
Si Luci lucía un mini pijama muy sexy, por lo poco que tapaba, Merche,
como era unos cuatro dedos más alta y, por lo visto, habían comprado el
mismo modelito y de la misma talla, mostraba casi hasta el ombligo, lo que
hizo que Leo soltara un bufido y se olvidara de lo que me estaba diciendo.
- Hola, cuánta gente. ¿Qué pasa aquí? Luci, ¿Qué pasó contigo anoche?...
Viendo que se enfrascaban en una conversación entre amigas, Leo siguió
tirando de mí para hablar, mientras que yo me recolocaba una y otra vez el
albornoz para disimular mis emociones.
- Intenta que te dejen quedarte aquí. Yo me tengo que ir.
- No… digo sí. – Vale, mi suposición fue errónea. Esta propuesta sí que me
interesaba. – ¿Adónde vas?
- Tengo que dejar que la poli me localice, para que no sospechen de mí.
Además, así me enteraré cómo va la investigación, si es que soy capaz de
enterarme. – No apartaba la vista de lo que había detrás de mí, o sea, las
chicas.
- Vale, me quedo, si no hay más remedio… intentaré que Luci me deje
quedarme.
- Qué suerte tienes cab…– Se dio cuenta de lo que me iba a llamar y, como
todavía no había confianza, se cortó. – Bueno, vuelvo cuando pueda. – Se
acercó a la cocina, bien para despedirse, bien para echar un último vistazo
antes de irse. – Bueno, disculpad, me tengo que ir. Él se queda un poco si no
os importa. – Hizo las dos cosas, despedirse y echar un vistazo a las dos
chicas.
- Sí, quédate. – Pidió, casi suplicó, Luci. Eso era nuevo para mí.
- Si insistes…




No me había dado cuenta de ello, pero era domingo. Por eso el plan que
tenía el trío de compañeras de piso, era quedarse en casa, para sus aseos
personales y sobre todo pasar la resaca del día anterior en modo tranqui, como
diría Isa.
Luci me pidió que fuera con ella a su habitación, para hablar con cierta
intimidad. Yo fantaseé un poco sobre esa idea y de los fines ocultos (sexuales)
que pudiera tener tal búsqueda de intimidad.
- ¡No sabes la alegría que me llevé al verte! Y no solo por enseñarnos la polla
en el escenario. No sabía que trabajaras en ese local.
- No, no trabajo ahí, estaba por otros motivos más personales. – No era el
momento de contarle el lío en el que estaba metido. ¿Sueles ir a menudo?
¿Todavía estás colgada de mi primo Pascual?
- No, qué va, era la primera vez que pisaba ese local y no sabía que él
estuviera por ahí, fue casualidad. Estábamos celebrando una despedida de
soltera.
- ¿Conozco a la novia? Alguna excompañera del insti.
- Eeeee… bueno, sí que la conoces un poquito, era mi despedida. Me caso el
domingo que viene.
Me pegó un vuelco el corazón.
Lo que pensé que era un reencuentro con posibilidades de recuperar una
relación que jamás se produjo, acababa de convertirse en otra decepción en mi
vida, de las que se producían bastante a menudo.
Luci fue, durante los dos años de instituto, mi amor platónico, mi
inspiración antes de dormirme, la imagen que veía cuando mis manos hacían
de ella.
La odié, porque sus ojos sólo veían a mi primo. También odié a mi primo
por ser el destinatario de lo que buscaban los ojos de Luci, aunque no tuviera
culpa de eso, que la tenía, y si no la hubiera tenido, había otros motivos por los
que odiarle, motivos que en aquellos días llenaban una lista que guardaba
como si de un diario personal se tratara. Motivos como sacarme el mote de
nauseas. Eso fue porque una vez que me dieron a probar un porro, a la
segunda calada solté que me estaban entrando nauseas. Ya ves, qué cosa más
rara. Y fue a mi primo al que se le ocurrió llamarme así, ante las risas de los
colegas que estábamos pasándonoslo.
El modo de verme y de utilizarme por parte de Luci, me impidió lanzarme a
pedirle salir. Mi primo, en otro nivel, no le hacía caso, porque si bien Luci no
estaba mal, aunque en aquella época no era ni por asomo lo que ahora, por
encima de ella había un buen número de chicas que cumplían con los gustos
de Pascual (al que yo solía llamar Pascualín delante de todos, como venganza)
y que tampoco se le resistían.
- Pues me alegro. – Le dije con toda la hipocresía que soy capaz de demostrar
en momentos críticos para mi autoestima.
- Gracias por alegrarte, sin embargo he cambiado de idea.
- ¿Qué quieres decir? ​– ¿Esperanza? ¿Un, levántate que te vuelvo a empujar?
- Que anoche, durante la fiesta, cuando el alcohol me liberó de los estreses
prematrimoniales, empecé a dudar. – Puso cara de añoranza al confesarme tal
cosa. – Estaba de fiesta, con mis amigas, riendo, disfrutando de… de mi
libertad. Llevo seis años saliendo con Marco y me siento…
- ¿Enmarcada?
- Ja, ja, exacto, eso mismo. Sigues igual que siempre. – ¿Igual que siempre?
¿Es que se fijó en cómo era yo o sólo esperaba conocer mi respuesta sobre si
mi primo saldría con ella? – Enmarcada, así me sentía, por eso empecé a
tener dudas. Últimamente con Marco casi que hacía vida de casada. De muy
casada. En casa, sin apenas salir, unas veces aquí practicando sexo que ya no
me satisface o comiendo donde sus padres los domingos y los míos los
sábados… Hacemos vida de casados con solera.
- Vaya planazo.
- Sí, por eso anoche me replanteé mi futuro y al verte a ti…
- ¿Fuiste tú la que me llamó cuando salí al escenario?
- Sí. Te reconocí enseguida, sobre todo al abrirte el albornoz. No esperaba que
te conservaras tan bien.
Ahí me dejó patidifuso. ¿Al abrirme el albornoz? Ella, nunca, jamás de los
jamases, me había visto en pelotas, al menos que yo supiera. Como mucho en
bañador, porque una vez quedamos un grupo del instituto para ir a la playa.
Como Pascual también iba, se apuntaron todas las chicas, así que di por hecho
que mi presencia, al igual que la del resto de chicos, pasaría desapercibida.
Igual sí que me bajé el bañador en alguna ocasión tratando de llamar la
atención de Luci, debido a mi manía de comprobar mis teorías…
Por lo visto había más tema de ella sobre mí del que yo sospechaba.
- He cambiado mucho, no pensé que alguien de aquella época me reconociera.
– Le dije por salir del paso.
- Háblame de ti, qué es de tu vida.
- No, déjalo, estábamos hablando de ti. ¿Ya le has dicho a Marco que no te
casas?
- No me ha dado tiempo, lo haré esta tarde, por eso quería que estuvieses aquí
conmigo, para darme apoyo.
- ¿Yo? – ¿Tanta confianza teníamos? Si casi se podía decir que nos
acabábamos de conocer, porque ni yo era el adolescente que conoció ni ella
la descerebrada de la que creí estar enganchado.
Esperaba que ese apoyo no significara quedar los tres y arriesgarme a ser el
tercero, a que el tal Marco pensara que yo era la causa de que Luci rompiera
con él, suspendiendo la boda. Sobre todo no conociendo al tal Marco, que bien
pudiera ser un Hulk, aunque no necesitaría tanto para soltarme un par.
- Sí, verás… no sé cómo decírtelo sin saber de ti. De cómo te va la vida. – No
me estaba enterando de nada y me estaba poniendo nervioso. Me recolocaba
una y otra vez el albornoz, intentando no mostrar mis debilidades. – Tenemos
tiempo, háblame de ti. – Esto parecía una canción de Los Pecos.
- ¿Qué quieres que te cuente? Mi vida no está colmada de aventuras ni nada
por el estilo. No es muy digna de contar. – Salvo lo del abogado colgado en
el comedor de mi casa y que la policía debía estar buscándome como
enemigo público número uno.
- ¿Quién era esa chica? ¿Tu novia? ¿Tu mujer?
- No, no, es sólo una amiga. – Seguro que si fuera mi mujer, se hubiese ido tan
tranquila dejándome con Luci y con Merche en un piso tan pequeño. – Y, si
te soy sincero, la conozco desde hace dos días.
- Bueno, pues cuenta. – Se acomodó en la cama y con su mini pijama, adoptó
una pose que me obligó a sujetar con las manos el albornoz para que no se
me abriera, por si acaso. También tuve que forzar el gesto, para que mis ojos
no se concentraran en ciertas partes bien mostradas.
- Está bien, tú lo has querido, si un domingo por la mañana quieres aburrirte,
es problema tuyo y si quieres sentirte defraudada al ver como unas
expectativas que puedas haberte creado se van al garete, lo vas a conseguir.

- Me das miedo. – Dijo con una sonrisa muy, pero que muy cautivadora. –
Venga, no seas tan nauseas. – No me gustó que me llamara así, aunque se lo
perdoné al instante porque seguía con su sonrisa. Estuve fijándome en su
cara, centrado, para no desviar la mirada.
- Vale, trabajo en una tienda… no, más bien soy dueño de una tienda de
artículos para manualidades y bricolaje. Además tengo un taller que alquilo
para que la gente pueda utilizar herramientas que no puede o no quiere
comprar por falta de espacio en casa.
- Vaya, qué interesante. – Me centré en su mirada, por si había algún síntoma
de burla, sin embargo no lo detecté.
- Estoy casado. – Aquí sí que noté un cambio brusco de su cara. La sonrisa se
congeló y pasó de ser sincera a forzada. – En fase de divorcio, sólo falta el
dictamen del juez. – Iba a mantener ese dato oculto, sin embargo necesitaba
que recuperara la sonrisa.
- Vaya, vaya. Divorciado. – Lo dijo como sopesando no sé qué. – ¿Le pusiste
los cuernos o es por incompatibilidad de caracteres? – Lo de Luci parecía un
listado de Spotify de los ochenta.
- Fue ella la que me los puso, no sé por qué das por hecho que tuviese que ser
yo quien engañara a Araceli.
- ¿Araceli? ¿La de clase?
- No, no, otra Araceli. – La Araceli de clase era de otro mundo, ajeno al mío.
Una chica muy liberada, tanto que acabó desatada. Sexo, drogas, madre
soltera, cárcel…
- Debe ser duro que te engañe alguien en quien confías.
- ¿Adivinas con quién me puso los cuernos?
- ¿Cómo voy a saberlo? No conozco con quién te relacionas.
- Con Pascual.
- ¿Pascual? ¿Tu primo?
- Exacto.
- Si es gilipollas.
- Vaya, pues en el instituto ibas detrás de él.
- ¿Detrás de él? Ja, ja, no, ni de coña, iba detrás de ti.
- Sí, para que le convenciera para salir contigo.
- Eso fue al principio, hasta que vi lo gilipollas que era y por lo visto sigue
siendo.
Aquí me quedé en modo congelado. ¿De verdad la chica que me gustaba
estaba también por mí? ¿De verdad no fui capaz de captar las señales? Por lo
visto no.
Le conté un poco sobre lo ocurrido. Mi vida con Araceli, ideal al principio,
porque nos queríamos y cómo se fue al traste cinco meses después de la boda,
cuando la pillé fornicando con mi primo, enterándome que llevaba justo siete
meses, puede que más, compartiendo fluidos con él.
- Es triste lo que te ha pasado, aunque no lo siento, porque quizá el destino ha
pretendido juntarnos de nuevo.
Esto, por muy ilusionante (y muy de bolero) que pudiera parecerme, me
preocupó. ¿Estaba bien de la cabeza? Porque, para empezar, el destino no nos
juntaba de nuevo, porque jamás estuvimos juntos, al menos lo que entendería
yo por estar juntos, y para acabar, ¿Cómo podía retomar un supuesto amor
hacia mí, tras unos catorce años sin vernos, si acabábamos de reencontrarnos y
en circunstancias un poco extrañas?
Simplemente hice un gesto como de incógnita, como si también valorara si
el destino pintaba algo en este encuentro o simplemente fue la casualidad, si es
que eran cosas diferentes.
- No me ha quedado claro si trabajas en el Boys o si pasabas por ahí, ni por
qué vas en albornoz.
- Es una larga historia y muy aburrida.
- Podemos ir a comer algo por ahí y me lo cuentas.
- Sería una muy buena idea si no fuera porque cargo con dos problemas, voy
en albornoz y por ese mismo motivo, no tengo dinero. – Tampoco le iba a
decir que la poli me andaba buscando y con mis pintas llamaría mucho la
atención a plena luz del día.
- Te invito yo, no te preocupes.
- ¿Y no sería mejor pedir algo y comer aquí?
- Vale, si me explicas lo del albornoz.
Viendo la presión que ejercía, su chantaje, ya que me estaba muriendo de
hambre, y que en el fondo me moría por decírselo, me vi obligado a contarle
lo que me había pasado.
Le recordé lo de mi divorcio y la necesidad que tuve de contratar un
abogado. El buen acuerdo que conseguí en cuanto al reparto de lo que
teníamos, yo me quedé con el piso, que era mío desde un principio (de mi
madre concretamente, con mi usufructo por ser también heredero de mi padre)
y el resto para ella, salvo mil euros de los cuarenta mil que teníamos en la
cartilla.
- Y anteayer, cuando me levanté de la cama, me encontré a mi abogado
colgado de la lámpara del comedor.
- ¡Ostras! ¿Vivías con él? – ¿Eso fue lo que pilló de esa información?
- No, no, era en mi casa. No sé qué pintaba ahí ni quién pudo matarlo o
colgarlo de mi lámpara.
- ¿Matarlo? Por lo que dices parece un suicidio.
- Oí a la poli decir que ya estaba muerto cuando lo colgaron.
- Al menos no creen que has sido tú, de otro modo estarías encerrado.
- Ahí está el quid de todo esto. – Le dije con un gesto de mis manos,
abarcando mi albornoz, para empezar a explicarle el por qué de mis pintas. –
Veras…
No voy a repetirme, así que le conté todo lo ocurrido, como si ella fuera mi
mejor amiga, la merecedora de toda mi confianza. También incluí,
lógicamente, a Leo en la historia, porque era parte importante de ella.
- O sea que te está buscando la poli.
- Exacto, al menos eso creo y si piensas que debo irme, no te lo echaría en
cara, sólo te pediría que me permitieras quedarme hasta que anochezca o que
me prestéis ropa, no puedo salir así a la calle a plena luz del día.
- Puedes quedarte. Mi ropa te quedaría sexi, si fueses una Drag Queen y no
creo que te interese ponerte lo de Isa, aparte que no te la prestaría ni
borracho.




Así que me quedé.
Pedimos algo para comer y comimos en la habitación. Por lo visto, salvo
contadas ocasiones, el compartir piso no incluía la vida social junto a sus
compañeras de piso. Isaías se fue a comer por ahí, con algún amigo o colegas
y Merche decidió darnos intimidad y meterse en la cama tras comer una
ensalada y tomarse varias aspirinas. Por lo visto su resaca tenía visos de ser
épica.
- ¿Y no sospechas quién pudo ser? – Me preguntó mientras nos metíamos en el
estómago unos boles de comida china. No soy de ese tipo de comida, pero
cuando hay hambre hasta el brócoli sabe rico… bueno, sin exagerar.
- Sospechaba de mi primo.
- ¿Tu primo?
- Sí, puede que sólo por rencor y porque cumplía dos requisitos, podía tener
llaves de mi casa y nos conocía a ambos y bueno, tres requisitos, porque
también tiene fuerza para arrastrar el cuerpo inerte del abogado para colgarlo
de la lámpara. Al principio sospeché de Araceli, solo que le fallaba el
requisito de la fuerza. – Mientras le contaba tal cosa, vi que se entretenía con
el móvil. O no le interesaba o…
- Es Marco, me pregunta qué tal anoche la fiesta de despedida de soltera. –
Hice una pausa en mi relato, para darle tiempo a su momento de posible
ruptura. – ¿Crees que estaría mal romper con alguien por WhatsApp? – Una
pregunta difícil de contestar.
- No, ¿Por qué? – Tampoco fue tan difícil de responder.
- No sé, después de seis años de relación cortar con un mensaje.
- Igual tienes razón aunque yo hubiese preferido que Araceli me enviara un
mensaje rompiendo, a pillarla con mi primo en la cama. – Sonó otro tono de
aviso anunciándole otro mensaje.
- Me dice que viene dentro de un rato, para pasar la tarde juntos. La última
tarde de domingo de solteros.
- Pues igual es mejor que me vaya. – Le dije poniéndome nervioso. Estaba
dispuesto a salir como Drag Queen, antes que ser testigo de lo que pudiera
pasar, o que se lo pensara mejor y se enrollaran o que rompieran y el tal
Marco la tomara conmigo.
- No, por favor, quédate. Necesito tu apoyo en esto.
Me quedé.
Hecho un manojo de nervios, aun así me quedé.
Y fue una buena elección, porque al darle esa buena noticia para ella, me
abrazó, pegándose mucho a mí, como si ese abrazo estuviese cargado de
mucho cariño hasta que…
- Espera, espera, es pronto para eso.
El maldito albornoz no me permitía disimular lo suficiente mi estado de
ánimo. En pleno abrazo, con fines de amistad, se me abrió debido a la presión
y mostró lo que mi cuerpo y mente demandaban en ese momento.
- Lo siento no puedo controlar esto. – Le dije señalando hacia abajo. – Con
este dichoso albornoz corre mucho aire por ahí y estoy muy necesitado
últimamente.
¿Cómo le estaba diciendo tal cosa? No tenía tanto nivel de confianza.
- No te preocupes, lo entiendo.
¿De verdad lo entendía?
Llamaron al timbre. ¡Joder! ¿Ya estaba aquí? Y a mí todavía no se me había
relajado el morbo. Eso enfurecería más al tal Marco.
Luci se fue a abrir y yo traté de sujetar bien el albornoz. Una grapadora me
hubiese hecho falta, un cubo de hielo y una grapadora.
Me asomé por la puerta, con la idea de cambiar de ubicación, al baño o así,
tal vez a la habitación de Isaías. Entendí que no era una buena idea que Marco
me pillara tal como iba, en la habitación de su novia.
Cuando empecé a correr por el pasillo, oí la voz de Leo.




- Puedes hablar tranquila, lo sabe todo. – Cuando le dije esto a Leo, me fusiló
con la mirada. – Es muy amiga mía y he decidido no guardarle secretos.
Ahí, lo reconozco, me pegué una pasada, más sabiendo que Leo sabía que ni
me acordaba del nombre de mi “muy amiga mía” hacía apenas unas horas.
- En fin. – Dijo asumiendo mi estupidez con cara de fastidio. – Como suponía,
me estaban buscando. Por debajo de la puerta de mi casa, metieron un aviso
para que me presentara en comisaría y así hice…
Por lo visto, Leo, se hizo la ignorante. No sabía lo de su padre. “¿Qué me
está diciendo? ¿Qué lo han matado? ” Tras enterarse de tal cosa, lloró
desconsoladamente y pidió explicaciones sobre qué había pasado y quién lo
había hecho.
A la vez que nos lo contaba pretendía teatralizar la conversación, con poca
calidad de interpretación todo hay que decirlo, sin embargo nos enteramos
bien de lo ocurrido, básicamente que le informaron de cosas que ya sabía.
Le preguntaron si me conocía, a lo que ella dijo que no
Si sabía qué caso estaba llevando últimamente su padre, a lo que contestó
que se dedicaba al tema divorcios desde hacía unos cuantos años.
Si conocía a alguien que le odiara hasta el punto de desear su muerte, a lo
que dijo que no, que su padre era buena persona.
También le preguntaron por su madre, si sabía dónde estaba y si tendría
motivos para matar a su marido, a lo que respondió que llevaba años fuera de
casa, en paradero desconocido y que, por supuesto, no le deseaba nada malo a
su marido, puesto que había sido una separación concertada, bien que ella fue
la que decidió irse unilateralmente, simplemente él no puso reparos.
Sobre mí, dijo que habían puesto orden de búsqueda y captura.
- ¡No me jodas! ¡Eso es la ostia! – Esta declaración de sorpresa por parte de
Luci, fue fruto de un subidón de adrenalina o de algo parecido que pudiera
tener, al oír que yo era un enemigo público número un… no, tanto no, puede
que el ocho mil y pico. Se quedó mirándome de un modo especial. Para mí
que llevaba una vida muy aburrida con su novio Marco. – Eso me convierte
en cómplice.
- No. – Dijo Leo, no sé si porque lo pensaba así o sólo para mantener el
escondite, no fuera que Luci cambiara de opinión sobre lo de que
estuviésemos en su piso compartido. – No porque tú no sabes nada de esto,
porque si algún día te preguntan, dirás tú y tus compañeras de piso, que no
sabíais nada, es más, no le comentes esto a las demás.
- De acuerdo. – En ese momento volvió a sonar el timbre de la puerta. –
Mierda, la policía. Te han seguido.
Aunque Luci lo dijo sin conocimiento de causa, Leo se tomó en serio tal
posibilidad. Más tarde me dijo que había pensado que la pudieran seguir,
aunque no hubiera motivo para ello, al menos que ella pensara, por lo que se
fijó muy mucho en quienes iban tras ella, dando vueltas por calles poco
transitadas y por otras muy transitadas, tratando de perder a un posible
perseguidor.
Cuando Luci abrió la puerta, vimos a un tipo, con aspecto de poli
uniformado, aunque sin uniforme. Leo y yo observábamos desde el pasillo,
escondidos, preparados para rendirnos y ponernos de rodillas para ser
detenidos si se daba el caso. Desde nuestra atalaya vimos que el visitante se
abrazaba a Luci y le daba un beso en los labios, uno de esos cortos, bien por
ser un simple saludo, bien porque ella hizo gesto de rechazo. Sí, fue esto
último, porque él se quedó mirando extrañado y le preguntó si pasaba algo.
- Tenemos que hablar. – Imaginé que al oír eso, a Marco se le caería el mundo
encima.
- Hola. – Nos dijo alguien a la espalda, provocando un susto con grito
incluido. – ¿Todavía aquí?
Era Merche, acababa de levantarse de la cama, supuse que al oír el timbre.
Lógicamente, Marco se percató de nuestra presencia.
- ¿Tienes visita? – Quizá pensó que eso era de lo que tenían que hablar, sobre
que tenía visita, hasta que se percató de un detalle. – ¿Por qué va en
albornoz?
- Es una larga historia que te puedo resumir en pocas palabras. – Le contestó
apartándose a un lado para que pasara al piso.
- Creo que será mejor que os dejemos solos. – Dije cogiendo a Leo del brazo y
tirando de ella hacia la cocina.
- No, no te vayas, me dijiste que estarías conmigo cuando hablara con él. –
¿Yo le dije eso? La verdad, no lo recordaba.

- ¿De qué va esto? – Me preguntó Leo mirándome mal ya casi por costumbre.
- Es una larga historia que te puedo resumir en tres palabras – le dije copiando
lo que acababa de decir Luci apenas un minuto eterno antes – Me va a matar.
Cuatro palabras, tres no, cuatro. – Me corregí. – Son cuatro.
Estaba poniéndome nervioso, porque Marco, confirmando mis temores, era
un tipo de un metro ochentaipico de altura, o sea un palmo más alto que yo,
ancho de hombros y con brazos de gimnasio. No un suasaneguer o cómo
demonios se escriba, pero sí de los que te sueltan una y olvidas las razones del
equilibrio a la vez que compruebas la dureza de la ley de la gravedad.
Como por lo visto le dije que la acompañaría, me acerqué a ellos, que ya
iban camino del comedor, no sin decirle a Leo que, si me pasaba algo, supiera
que yo no tuve que ver con la muerte de su padre y que mi última voluntad era
que limpiara mi nombre, aunque en el fondo, una vez muerto, eso me daría
igual.
- ¿Qué pasa? ¿Quién es este? ¿Por qué va desnudo? – Conste que no iba
desnudo, aunque al sentarme sí que se me movió el albornoz a un lado,
dejando a la vista mi pequeño Gollum.
- Es un amigo del instituto, no te preocupes por él, porque no tiene nada que
ver en todo esto. Está aquí porque le persigue…
- ¡Ejem! – Solté una tos forzada, para que entendiera que no se debía ir de la
lengua.
- Nada, nada, eso no te importa. – Me miró, consciente de que casi mete la
pata. – Lo que te voy a decir tiene que ver con lo que pasó anoche, en la
fiesta de despedida de soltera.
- ¿Te follaste a alguien? ¿A este? – Al decirlo se levantó para soltarme la
primera, por suerte me había sentado estratégicamente lejos y a Luci le dio
tiempo de pararle, física y oralmente, al decirle que no, que no era eso, que
escuchara. – ¿Entonces? – No sé si se calmó ni si dejó de pensar en mí como
yo pensaba en mi primo Pascual (joer, qué ilusión), al menos se sentó y
siguió escuchando, mientras iba calentando los músculos, para no tener un
tirón cuando por fin se decidiera a pegarme una paliza.
- Fue durante la fiesta que pensé que esto no es lo que quiero.
- ¿A qué te refieres? – Me miró otra vez, tal vez calibrando si al decir, esto, se
refería a mí.
- Que me di cuenta que la vida que llevamos no es la que quiero. Que me
aburro mucho contigo y que no disfruto del sexo lo que creo que debiera
disfrutar. Anoche me divertí un montón.
- ¿Te follaste a este?

Y dale, qué obsesión. Por mucho que me ilusionara pensar que diera por
hecho que al acostarse conmigo descubrió lo que era disfrutar del sexo, no
como con él, lo cierto era que no fue así. Eso me hacía temer que me soltara
unas cuantas ostias por nada, porque si me hubiese acostado con ella, tendría
sentido, no motivo, pero sí sentido. Pegarme por algo que no había hecho era
lo que me estaba dando congoja. Morirme sin haberme acostado con mi amor
de instituto, porque un capullo así lo creyera.
Luci le vino a decir lo mismo:
- Y dale, qué obsesión.
Sólo esa parte fue la misma. El resto ya cambió, porque ella no compartía
mis temores.
Le dijo que a su vida le faltaba diversión, volver a salir con amigas, sentir el
cosquilleo de la atracción por otros hombres, tanto por parte de ella como lo
que pudieran sentir los demás, vamos, que echaba de menos la fase del cortejo.
También le habló de lo aburrida que se sentía tras pasar toda la semana
trabajando y pasar el finde soportando las reuniones familiares y lo que temía
era que ese iba a ser el guión del resto de su vida de casada. En cuanto al sexo,
ahí intenté desconectar, porque me sentía celoso por lo que pudiera contar. No
pude hacerlo y, la verdad, nada de celos, porque le puso a parir en ese tema.
Oyendo lo que oí, no me explicaba cómo habían llegado al punto de estar a
una semana de la boda.
Creo que Marco seguía mosca con mi presencia, bien porque pensaba que
yo era el causante de todo lo que ella le decía, por mucho que lo negara, bien
porque estaba siendo testigo de su bochorno. Quizá me viera como el saco de
entrenamiento, un rostro en el que desahogar su furia a golpes, porque acabó
levantándose y lanzándose sobre mí al grito de “hijo de putaaaaaa.”
Le vi venir, porque estuve muy tenso todo el rato, esperando algo parecido.
Se le veía cargado de rabia y las miradas que me lanzaba indicaban que yo iba
a ser el foco de su ira, por eso, cuando saltó sobre mí, tal como preví, logré,
ágilmente, acurrucarme, en modo fetal, para soportar los golpes del mejor
modo posible.
Me sentí como un perro atropellado por un coche, al menos así lo imaginé,
puesto que no hay declaraciones caninas que lo corroboren.
Marco me golpeó en las manos que cubrían mi cara, en los brazos que
tapaban mi pecho, en las rodillas que ocultaban mi estómago. Si algo sabía
hacer bien era defenderme. Aun así me dolió. Estuve a punto de revolverme,
pasar al ataque. Una vez a punto de morir, importaba poco el modo, por lo que
podía defenderme y no alargar la tortura a la que me veía sometido. Antes que
me decidiera a devolverle algún golpe, o al menos intentar insultarle, alguien
le cogió del cuello, lo lanzó contra el sofá y, por lo visto, ya que no lo vi,
cuando intentó revolverse, le soltó una patada en la cara, digna de Bruce Lee.
Cuando me incorporé, para enterarme de qué había pasado, vi a Leo que
amenazaba a Marco, con los puños preparados para seguir zurrándole.
Merche y Luci, a un lado, estaban mirándola con admiración, alucinando
por un tubo, a la vez que desahogaran el nerviosismo insultando a Marco con
palabras imposibles de reproducir en un texto que pretende ser para todos los
públicos.
No sé si fue por mi estado de tensión que me levanté bruscamente del sofá,
sin que me diera tirón alguno, y me encaré a Marco para decirle que le iba a
partir la cara, algo así:
- ¡Te voy a partir la cara, pedazo de cabrón! Te he respetado la vida, porque
eres el ex prometido de Luci pero ya no…
He de decir que Leo le mantenía a raya y cada vez que hacía por levantarse
para soltármela, ella le empujaba.
Luci se acercó a mí y abrazándome, me intentó calmar, alejándome de la
presencia de su ex, llevándome hasta fuera del salón, al pasillo y pidiéndole a
Merche que me llevara a la habitación o a la cocina. Por preferencia le dije que
mejor la cocina, para picar algo, porque los nervios me suelen dar hambre.




Si las cosas fuesen como deben ser, Marco se hubiese ido a su casa o al bar
a emborracharse y pasar de la mejor forma posible el disgusto recién recibido.
Sin embargo no fue así, insistió en hablar calmadamente con Luci y, en un
tono que hasta yo le oía desde la cocina, le decía que si me veía por la calle me
iba a matar.
Merche me dijo que no hiciese caso a esas amenazas, que eran parte del
paripé que sueltan los novios celosos y que Marco era muy gilipollas y muy de
fachada, aunque a la hora de la verdad, lo que dijera Luci.
Creo que me mentía, para animarme, porque si fuera así, que se hiciera la
voluntad de Luci, todos esos reproches que le acababa de hacer, como cuerpo
argumental de su cambio de opinión en cuanto a la boda, estarían fuera de
lugar o bien eran por culpa de ella.
- Oye, ¿Por qué vas en albornoz? ¿Sueles salir así los sábados noche?... Tú, tú
eres el que enseñó la polla en el escenario. Claro, por eso Luci se volvió loca,
gritando que te conocía y salió corriendo a buscarte.
No me dejaba ni hablar, sólo le fui diciendo que sí con la cabeza, mientras
abría la boca para tratar de contestarle a sus preguntas.
Al final logró lo que pretendía, que me olvidara de lo que hablaban en el
salón.
- En serio, lo del albornoz… claro, es del trabajo, del boys.
- No, no es por eso, es una larga historia.
- Pues cuéntamela. Esos van para rato.
- Es que es algo que no debo contar. Sólo te diré que tuve que salir corriendo
de mi casa de esta guisa y no he podido volver a por ropa.
- ¿Un incendio?
- ¡Exacto! – Le dije cargado de alivio, al haberme proporcionado ella misma
una buena excusa.
- Vaya, ya lo siento. ¿Y qué tal con Luci? ¿Salisteis juntos alguna vez? – Esa
pregunta me resultó difícil de responder, no por desconocer la respuesta
correcta, sino porque decirle que no, que jamás habíamos sido más que
conocidos del instituto, arrastraría a más preguntas.
- Más o menos. Éramos críos y todavía no consolidamos una relación.
- Pero follasteis. – Aquí me atraganté con la rodaja de mortadela que me
estaba comiendo.
- Bueno, eso es algo que, en tal caso, te debe contar ella. Sois amigas o
compañeras de piso, no lo tengo claro. Tú y yo no tenemos tanta confianza.
- O sea, que no.
- Eso es lo que quería decirte. Exactamente eso.
Oímos un portazo que nos hizo sobresaltar. Al poco entraron Luci y su
guardaespaldas Leo, para decirnos que ya había pasado todo.
- Perdona por esto. Qué mal rollo. – Me dijo Luci agachándose a la altura de la
silla para rodearme el cuello con un abrazo. – No te preocupes por él, es un
bocazas.
Sí, un bocazas que me acababa de vapulear. A pesar de lo sufrido que suelo
ser, me dolían las extremidades, por los golpes recibidos. Suerte que no me dio
en órganos vitales, porque estaría para hospitalizar.
A partir de ese momento hubo una serie de miradas forzadas, tensas, que
creo que pude identificar.
Luci, pensándose si llevarme a su habitación y acostarse conmigo para
calmar sus nervios.
Leo, recreándose otra vez en el culo de Luci, que al agacharse lo puso bien
en pompa.
Merche, pensando que igual estaba de sobra en esa escena a la vez que
miraba a Leo, puede que recordando su exhibición de kung fu.
O puede que se nos fuera la mirada a la mosca que revoloteaba por la
cocina.




Al final acabamos en la habitación de Luci, ella y yo, y Leo y no fue un trío,
fue una conversación por parte de quienes compartíamos la información sobre
lo ocurrido.
- Nos harías un gran favor si permites que pase la noche aquí. – Dijo Leo,
refiriéndose a mí.
- No hay problema. – Dijo sonriendo. Creo que estaba excitada tras ver mi
reacción al ataque de su novio.
- Pero ahora nos tenemos que ir. – Soltó Leo provocando que mis alarmas se
disparasen.
- ¿Irnos? ¿Adónde?
- Hay que pensar quién pudo hacerle eso a mi padre y sólo tú lo puedes saber.
Tenemos que volver a hablar con tu primo.
- Ya hemos hablado.
- ¿Crees que lo que hicimos fue hablar?
- Es que creo que no fue él. Su reacción fue muy sincera. De no saber de qué
le estaba hablando.
- Vaya, no sabía que eras un polígrafo con testículos. – A fecha de hoy sigo sin
saber qué quiso decir. – Pues hablemos con tu ex. Lo que está claro es que
hay algo que os une a mi padre y a ti y lo único que se me ocurre es lo de tu
divorcio.
- ¿Puedo ayudaros? – Preguntó Luci. Cuando iba a decirle que sí, Leo se
adelantó.
- Ya ayudas mucho permitiéndonos estar aquí, sobre todo a él. No te conviene
meterte más en este asunto, para no implicarte.
- Es que voy a estar una semana de vacaciones y era por hacer algo.
- ¿Vacaciones? – Le pregunté. No era época de vacaciones, por lo que me
extrañó.
- Sí, recuerda que tengo… tenía una boda la semana que viene. Me cogí esta
semana que entra de vacaciones para mis preparativos y empalmar con el
permiso de boda que me dan en la empresa.
- ¿Dónde trabajas? – Le pregunté provocando la desesperación de Leo, que no
consideraba prioritario que me pusiera al día con Luci.
- Se me dio bien el instituto y me animé a ir a la universidad. Quería estudiar
biología molecular y aprobé con una nota media de ocho con nueve. – Lo
dijo con cierto orgullo. – Ahora estoy trabajando en Mercadona. – Esto ya no
lo dijo con ese orgullo.
- Bien, vale, vámonos. – Leo parecía impacientarse.
- ¿Me vas a hacer salir otra vez a la calle con estas pintas?
- Ya está anocheciendo y tengo el coche aparcado, te recogeré en la puerta.
- ¿Y adónde voy así? Llamaré la atención.
- ¡Aaaaaaarrrr!
Algo le pasaba a Leo. No la conocía como para asegurarlo, sin embargo ese
grito de desahogo, rabia, niña repelente o lo que fuera, me llevó a pensar tal
cosa.
Se salió de la habitación y nos dejó con la palabra en la boca.
- Creo que está nerviosa. – Le dije a Luci, para disculparla y romper el hielo.
- Normal, han matado a su padre.
De pronto se me ocurrió la solución al problema.
No la resolución, de eso no tenía ni idea. No se me ocurría quién pudiera
tener un punto en común entre mi abogado y yo, que deseara tanto su muerte
como mi implicación en ella, para arruinarme la vida.
Lo que sí que me había iluminado la mente era un plan a seguir, un poco
suicida, sí, lo reconozco, sin embargo era lo que debía hacer.
La llamé y le dije que tenía una idea.
- Esta noche la paso aquí y mañana me entrego a la policía.
- ¿Ese es tu plan? – Preguntó Leo mirándome con desprecio o puede que con
incredulidad.
- Pues vaya plan de mierda. – Luci tomó partido y no fue en mi lado.
- Lo sé, tal vez no sea un buen plan, sin embargo es lo mejor que podemos,
que puedo hacer. Si me entrego no pasará nada. Yo no le maté ni he hecho
mal alguno, al menos relacionado con la muerte de tu padre, así que no me
podrán culpar. Si hablo con la poli, me harán preguntas, quizá sepan qué
preguntar y mi respuesta les ayude a encontrar al culpable. – Quizá no fuera
tan mal plan.
- ¿Tú estás tonto? – Leo había vuelto al principio de nuestra relación, en su
papel de secuestradora intransigente, con actitud brusca hacia mí y con falta
de respeto, sólo le faltaba volver a esgrimir la pistola falsa. – El cuerpo de mi
padre estaba en tu casa. Así que tuviste la ocasión. Llevaba tu divorcio, así
que, si el resultado fue malo, tenías un móvil. Creo que vas a ser su culpable
sí o sí. – Vale, no era tan buen plan.
- Pues es lo que pienso hacer. Si quieres investigar por tu cuenta, ya sabes lo
que tienes que hacer. Por mi parte está decidido.
Si hay una cosa a la que no me ganan es a terco.
Leo, enfadada, salió de la habitación, del piso y pudiera ser que de mi vida.
A la vez que salía ella, entraba Isaías, que ya volvía de su día de marcha con
sus colegas.
- ¿Todavía aquí?
Como saludo no estuvo mal, aunque no supe si le supuso una molestia, una
alegría o un, me la trae floja.
Merche se agarró a su brazo y le dijo que le acompañara, que tenía mucho
que contarle. Seguro que lo de la ruptura de Marco y Luci.
Luci a su vez me intentó convencer para que no me entregara. Que podía
estar escondido en su casa, todo el tiempo que hiciese falta, donde seguro que
jamás me buscarían.
- Salvo que tu ex se chive.
- ¿Marco? Sería incapaz. Además, ¿Qué motivo iba a tener para hacer…?
No hizo falta que se lo explicara. A pesar de ser consciente de que sí había
motivo, me dijo que la posibilidad era muy pequeña, porque Marco no sabía lo
mío y dudaba que mi cara saliera en un cartel de se busca.
Sí, era esperanzador, aunque lo de posibilidad pequeña se me quedaba un
poco pequeña. Suponía que la poli me buscaría y que quizá la prensa se
hubiese hecho eco de la historia, aunque no pusieran mi foto, sí que podían
mencionar que el huido se podía identificar por llevar un albornoz de color
claro.
Mientras mi mente debatía sobre ello, Luci, por lo visto, decidió tomar una
iniciativa sin consultarme. Cerró la puerta de la habitación y me abrazó. Me
dijo algo así como que me olvidara de los problemas y que…
Ya no oí nada más. Casi que esperaba que soltara eso de Hakuna Matata o
algo parecido, sin embargo lo que hizo fue besarme, primero el cuello y
después fue subiendo hasta que el aparato empezó a moverse y vibrar.
El puto teléfono empezó a darle saltos por la mesita de noche y a soltar
sonidos de mensaje.
Luci sabía qué era lo prioritario en ese momento, en el que yo estaba ya a
cien y ella, supuse que no, porque se separó de mí y atendió a los mensajes.
- ¿Por qué no lo pones en modo avión? – Me refería a lanzarlo por la ventana
y que dejara de dar por culo.
- Joder, Marco ya ha dado la noticia a todo el mundo.
Por lo visto tenía mensajes de sus amigas, primas, madre y puede que del
gabinete de seguridad del gobierno de España.
Me pidió un momento de intimidad (yo también lo deseaba, aunque otra
intimidad que se nos había ido al traste). Salí de la habitación y fui a la cocina,
donde estaban Merche e Isa, cotilleando sobre lo ocurrido con Marco.
- ¡Qué fuerte! La que has liado. – Me soltó Isaías al verme.
- ¿Yo? No sé qué he hecho.
- Tirarte a Luci una semana antes de casarse. – Me respondió´
- Y que su novio se entere. Eso es lo peor. – Añadió Merche.
- No me he tirado a Luci, ya quisiera. – Lo del deseo, quería mantenerlo en la
intimidad de mis pensamientos, pero me salió así, en voz alta, con mucha
sinceridad.
- ¿Entonces a qué ha venido este culebrón que habéis montado? – La que
preguntaba era Merche, que debió contarle a su compi una telenovela de
cuernos e historias para no dormir.
- Ni puta idea. Ese Marco debe tener un problema de autoestima o algo así.
Mi diagnostico salió de la improvisación, puesto que si alguien debía tener
problemas de ese tipo, en ese momento, era yo.
- ¿Por qué sigues en albornoz? – Me preguntó Isaías, señalando la abertura
central, que volvía a mostrar mis intimidades. – Tápate o quítatelo ya, no
juegues con nuestros sentimientos.
Al menos eso lo dijo con picardía.
Yo no tenía ganas para tonterías, así que me disculpé y me fui hacia el
salón, con intención de tumbarme en el sofá y encerrarme en mis
pensamientos. Pasé de largo de la puerta del sofá, me fui directo a la puerta de
la calle, abrí y cuando quise darme cuenta, estaba a punto de salir por la puerta
del portal.
Ya estaba oscuro, aun así había gente que iba y venía por las aceras.
Hubiese sido un buen momento para llamar por teléfono a Leo, disculparme
y pedirle que me recogiera, para acompañarla en la “investigación”, lo malo
era que no me sabía su número, con el agravante de no tener móvil.
Me planteé qué hacer.
¿Caminar hasta casa de Pascual y esperarle? Seguro que Leo andaría por ahí
o por el club de Boys.
¿Volver a mi casa y que fuera lo que el destino me deparara? No creo tan
febrilmente en el destino, y me refiero a tener confianza en él. No es que me
haya tratado muy bien en los últimos treinta años.
¿Entregarme a la poli? Bueno, eso no hizo falta.
Nada más salir del portal, la gente se me quedó mirando, sacó móviles para
grabarme y llamaron la atención de una patrulla de policía que pasaba por ahí
casualmente (ya digo que el destino me tenía manía).
Al ver a los polis venir hacia mí, me quedé congelado, como un conejo
deslumbrado por los faros de un coche en una carretera de montaña a media
noche de un día caluroso.
Mi opción de salir corriendo se quedó en un, no puedo ni moverme.
- Documentación. ¿Adónde vas así?
Y entonces me vino una inspiración divina. Fue como una voz partiendo de
una zarza ardiente o de un ventrílocuo que manejara mi boca metiéndome la
mano por detrás.
- No lo sé. Por favor, ayúdeme.
Quise fingir una voz de desesperado, no hizo falta, me salió natural, porque
creo que estaba desesperado, al menos hasta el cuello, debido a los nervios.
- No recuerdo nada desde hace un par de días, ni siquiera recuerdo si han sido
un par de días.
Los polis tomaron el control de la situación, apartaron a la gente, para que
corriera el aire, me llevaron hasta el coche patrulla y me ayudaron a entrar en
él. Yo hubiese preferido el asiento del copiloto, soy de marearme si viajo atrás,
pero el poli que ocupaba ese asiento no me lo permitió.
Mientras íbamos al hospital, llamaron a central para informar de lo ocurrido.
Cuando mencionó que iba vestido sólo con un albornoz, alguien intervino en
la conversación, pidiendo detalles de mi descripción. Los polis se miraron y
parecieron recordar algo. Miraron en una pantallita de un móvil y apareció mi
foto.
- ¡Joder! Si es el cabrón éste.
Creo que no me merecía tal adjetivo descalificativo por parte de un agente
de la ley, por si acaso no protesté, me hice el dormido, el desmayado más bien.
Estaba mareado, por ir en el asiento de atrás, y eso me dio la idea.
Lo hice tan bien que llegaron a parar el coche para bajarse y comprobar que
estaba vivo. Me hice el remolón, simule la pérdida de conocimiento.
Informaron de ello a comisaría y recibieron la orden de llevarme al hospital.




En urgencias me hice el despierto, asegurando que no recordaba nada.
La doctora que me atendía puso cara de extrañeza.
- No tiene usted golpe alguno que justifique una amnesia. – Vale, debería
haber pensado en ello y haberme lesionado. Es lo que tiene la improvisación.
Entonces recordé.
- Mire, sí que tengo golpes.
- Esos hematomas en brazos no pueden provocar daños en el cerebro, eso
debía llevarlo ya de antemano. – ¿Me estaba insultando? ¿Adónde me habían
llevado los polis? – ¿Ha tomado alguna sustancia? ¿Drogas?
- Que recuerde, no. – No era momento de mentir al cien por cien, para no
pillarme los dedos. – Apenas me acuerdo de quién soy.
- ¿Recuerda cómo se llama? ¿Qué día es hoy?
- No, me viene a la cabeza un nombre, no sé si seré yo.
- ¿Cuál?
- Jon kortajarena. – Ya puestos…
Me miró detenidamente, quizá pensó que sí era el mismo, y le pidió al ATS
que le ayudaba que me hicieran una analítica completa, en la que vieran
rastros de drogas. Me quedó claro que no me tomó en serio.
Pasé un par de horas en un box de urgencias.
La analítica me salió bien, un poco alto el colesterol, nada importante. Por
lo demás, ni rastros de drogas ni golpes que justificaran mi pérdida de
memoria.
Lo que hizo la doctora Romario (así se llamaba, pegándole con su acento
brasileño y el tono de su piel), hizo una dura crítica a mi estrategia, por el
tiempo que le había hecho perder y no por ella, sino porque ese tiempo podría
haberlo empleado en atender a alguien que estuviera enfermo de verdad.
Me avergonzó, lo reconozco, porque soy muy sensible a esas cosas.
Me dio el alta y me pidió por favor, bueno, sin favor, de mala leche, que no
volviera a hacer eso nunca más.




La pareja de polis, que me esperaban en el exterior, se hicieron cargo de mí,
llevando el informe médico que les habían dado.
Me llevaron a comisaría y volví a la sala de interrogatorios, donde estuve
esperando horas, hasta que el inspector Luján entró con cara de querer
matarme varias veces.
- Otra vez aquí. – Me soltó haciendo gala de la simpatía que caracteriza a un
recién operado de hemorroides.
- Ya ve, la vida parece la rueda sobre la que corre un hámster.
Me miró con ojos abiertos, tratando de averiguar qué quise decir con mi
metáfora, algo que ni yo le hubiese podido explicar.
- ¿Dónde has estado estos días? ¿Quién es tu cómplice? Y no me vengas con
rollos de que has perdido la memoria.
- Pues me acaba de fastidiar usted mi argumentación. – Le dije manteniendo
mi nivel de educación. – De verdad, no recuerdo. – La educación no está
reñida con la mentira.
- Vamos a ver, vayamos por partes. – Se le notaba enfadado. Quizá porque
había madrugado de más ese día. – ¿Qué pasó el viernes, cuando el agente
encargado de llevarle a una celda – esto último lo dijo alzando un tono la
voz, para dejar claro cuál era mi destino correcto – te llevó por error a tu
casa?
- A ver, que haga memoria… Sí, muy majo el agente, espero que no le hayan
sancionado, fue usted el que dio una orden imprecisa, estoy dispuesto a
testificarlo. – Su cara de cabreo adquirió nuevos niveles en el color de su
rostro. – Bueno, llegamos a mi casa, entramos y… sí, alguien le golpeó en la
cabeza.
- ¿Tu cómplice?
- Uy, sí, seguro, mi cómplice, por eso después me golpeó a mí, me drogó o me
abdujo, porque. ¿Sabe? Tal vez sea una abducción, siento molestias anales,
creo que me han sondado en contra de mi voluntad durante este tiempo que
he pasado inconsciente, ¿Cuánto ha sido? ¿Un año? ¿Una década?
- ¡Basta de gilipolleces! – Soltó dando una palmada sobre la mesa y
provocándome un susto de esos que el corazón intenta salir a dar un garbeo.
– No te va a servir hacerte el loco. Has matado a un hombre y vas a ir a la
cárcel. – Incomprensiblemente para mí, me encontraba en un momento
lúcido, con ideas claras, sabiendo lo que debía decir.
- ¿Es más creíble que yo sea tan gilipollas como para matar a mi abogado,
cuando ya le había pagado la factura por representarme en el divorcio,
hacerlo en mi propia casa y ni siquiera huir del país? ¿Es más creíble eso a
que me hayan abducido? Vale, dejémoslo en que alguien, probablemente el
asesino, me haya secuestrado, drogándome o algo así.
No sé si logré sembrar dudas en su campo de intransigente opinión, al
menos se me quedó mirando, como si valorara que yo no fuera tan tonto como
él creía.
- ¿Viste a quien golpeó al agente que te custodiaba?
- Más o menos.
- ¿Qué respuesta es esa? – Volvió a su actitud beligerante.
- Quien golpeó al agente Baldo, estaba a su espalda, seguramente entró desde
el exterior del piso. Él me lo tapaba.
- ¿Lo? ¿Era un hombre? – En realidad, lo, es neutro, pensé.
- No lo sé, vi una silueta y al instante perdí el conocimiento. Lo podemos
achacar al miedo o a que me lanzara algún dardo, no sé.
Puso un gesto de resignación y soltó un bufido de desespero, como si no me
creyese ni una sola palabra, a pesar de la consistencia de mis argumentos.
Mi idea estaba muy lejos de implicar a Leo, por eso iba a ser lo más
impreciso posible en la descripción. Sólo pretendía ganar tiempo y que me
dejaran en paz, al menos por imposible. Si enfocaban la investigación en otro
posible culpable, tal vez hicieran preguntas inteligentes que llevaran a
descubrir al verdadero asesino.
Se levantó y salió de la sala de interrogatorio.
Para sorpresa mía y de mi morbo, entró, para vigilarme de cerca, la poli sesi,
la que descubrió que yo no era la estatua de David. Me cubrí bien con el
albornoz, para evitar accidentes visuales y le solté una sonrisa.
Fue un momento tenso, en el que yo no sabía qué decir para romper el hielo.
Reconozco mi gilipollez al no entender que no estábamos en un bar de copas,
sino en la sala de interrogatorios de una comisaría y que yo era el sospechoso
habitual.
- ¿Puedo hacer una pregunta? – Así fue cómo se me ocurrió romper tal hielo.
Se me quedó mirando, sin hablar, al menos no tenía cara de arisca. – ¿Puedo
recusar al detective ese?
- Inspector, inspector Luján. – Fue su respuesta.
- Pues eso, que si puedo recusar al inspector ese.
- ¿Por qué quiere usted recusarlo?
¡Vaya! Novedad, esa poli tenía más educación que el capullo de Luján.
Puede contrastar mi juventud con esa preocupación mía hacia la educación.
No quiero decir que la juventud no sea maleducada, sino que nos preocupamos
menos de esos detalles. Yo, sin embargo, debido a la rigidez educacional que
sufrí por mérito de mis padres, sí suelo caer en esos detalles, aunque soy de los
que piensan que el tuteo bien llevado, es merecedor de más respeto que el
tratamiento de usted. Al menos yo, a quien respeto, le tuteo. Si no siento tal
respeto, suelo hablar de usted.
- Es que me tiene ojeriza, creo que ya me tiene acusado sin más. Y eso que yo
no he sido. Se lo juro.
La poli, abrió un poco la puerta y echó un vistazo al exterior. Por lo visto, lo
que vio, fue lo que deseaba y tras volver a cerrar, se encaró a mí y me dijo:
- Hagamos un trato. Cuénteme a mí todo lo que sepa y haré lo posible para que
salga bien de aquí.
- Puede tutearme. – Se acababa de ganar mi respeto, aunque lo primero que
pensé fue que estaba ejerciendo el papel de poli buena, con todo el doble
sentido que le di a ese pensamiento.
- Vale, ¿Estás dispuesto a confesarte conmigo?
- Sí, por supuesto, lo que pasa es que no he mentido en nada. – Bueno, un
poco sí, aunque eso no se lo iba a decir. – De verdad que no le maté, ya le he
dicho al inspector que sería de una suprema idiotez que matara a mi abogado,
en mi casa y que ni me diera por huir del planeta.
- Sí, en eso tienes razón, sería del género tonto, aunque…
¿Insinuaba que yo era tonto?
No completó su pensamiento, lo que hizo, para disimular, fue volver a
asomarse a la puerta.
- Si comprueban sus ingresos, verán que ya le pagué la factura por los
servicios prestados. Si se me hubiese ocurrido matarle, ¿No lo hubiese hecho
antes de soltar el dinero? Que fueron casi mil euros. – Se quedó pensando,
valorando mi argumento.
- ¿Cuándo fue la última vez que le viste? Vivo, quiero decir. – Menos mal que
me aclaró ese detalle.
- ¿Hoy es?
- Lunes dieciséis.
- Vale, muerto lo vi el viernes trece, qué mal día ¿No?, vivo lo vi… el martes
anterior el día… – estuve restando de cabeza, porque no recordaba bien el
día. – Diez, el día diez, fue cuando le pagué lo que le debía, una cuarta parte
y nos despedimos. Ese fue el día que resolvimos lo del divorcio, con firmas y
acuerdos.
- ¿Quedaste satisfecho con lo logrado por tu abogado?
- Claro que no, aunque no le echo la culpa a él, sino a lo buena que era la
abogada de mi ex. Yo lo quería todo para mí y ella logró que fuera casi todo
para ella. Si quisiera haber matado a alguien, cosa que no, la habría tomado
con la abogada de mi ex y no con el mío.
- ¿Y no sabes quién querría matarle?
- No conozco a nadie relacionado con mi abogado. – Otra mentirijilla, aunque
lo cierto es que a Leo la conocí tras la muerte de su padre. – No éramos
amigos, sólo cliente y abogado.
- Lo que tengo suficientemente claro es que tiene que ser alguien que esté
relacionado con los dos.
- Ya, eso creo yo, y sólo se me ocurre mi ex o mi primo.
- ¿Tu primo?
- Sí, el que se tiró a mi ex. – Lo dije un poco airado, lo reconozco, y me di
cuenta de ello, por lo que suavicé la expresión al seguir explicándole. – Fue
quien se acostaba con mi ex. Les pillé y eso nos llevó al divorcio, eso y que
Araceli, mi ex, no aceptara que le perdonara la infidelidad.
- ¿Y qué motivo tendría él de matar a tu abogado?
- Por lo visto, hace años representó a su madre cuando mi tío murió en un
accidente de trabajo, y le echan la culpa de que no consiguiese demostrar que
la causa por la que murió fue por accidente y que la empresa tuvo cierta
responsabilidad, con lo que les quedó una mierda de pensión sin
indemnización.
Su cara cambió, como si le acabara de encender una luz en su ilusión de ser
inspectora por un momento. Seguro que estaba haciendo méritos para merecer
un merecido ascenso y le acababa de dar un nuevo sospechoso. Una medallita
que colgarse. Se llevaría un chasco cuando descubrieran que él no había sido.
Al menos eso pensaba yo. No soy de pillarlas al vuelo, sin embargo, tras
hablar con él, diría, pondría la mano en el fuego, a que no tuvo que ver.
- ¿Y tu ex? – Me preguntó cortándome mis pensamientos.
- ¿Qué pasa con ella?
- ¿Crees que pudo ser ella quien le mató?
- Lo pensé, es cierto, sin embargo también pensé que no la imaginaba
levantando el peso de mi abogado, un peso muerto, para colgarlo de la
lámpara.
- Pudo ayudarle tu primo.
- Eso sí, aunque ella no es de matar. De joderte la vida sí, de matar, pues no.
Me soltó una sonrisa fría como mis pies en ese momento, ya que seguía sin
calcetines, y me pidió que le diera nombres y apellidos de mi ex y mi primo.
Apenas terminadas las palabras y mis pensamientos, volvió a irrumpir en la
sala de interrogatorios el inspector Luján.
- Acompaña a nuestro invitado a su hab… deja, llévalo a una celda. –
Seguramente había salido escaldado de su última metáfora conmigo. –
Recuérdale que puede llamar a un abogado y lo de adjudicarle uno de oficio
y tal…
La poli me desesposó (esta vez sin necesidad de acuerdos ni abogados) y me
llevó por un pasillo, hasta unas escaleras que bajamos y me invitó a entrar en
una celda. Al menos era individual. No quería ni pensar que hubiese sido de
mí, con mi aspecto apetecible, envuelto en un albornoz que podía resultarle
sexi a algún depravado, si hubiese tenido que compartir celda.
Como le dije que ni tenía abogado ni dinero para pagarme uno, me propuso
si quería ejercer mi derecho a uno de oficio.




El abogado que me asignaron era joven, más joven que yo, probablemente
un recién licenciado o puede que ni eso y estuviese en prácticas, no entiendo
de tales cosas y preferí no preguntar, para no ponerme en lo peor.
- Hola, me llamo Cayetano, y soy tu abogado.
- Mucho gusto. ¿Puedo ser yo quien elija el centro penitenciario donde
cumplir condena? Eso no lo tengo muy claro. He leído algo así como que
políticos y cuñados del rey, eligen dónde cumplir sus condenas. Yo apostaría
por lo del cuñadísimo, en una cárcel de mujeres, con un pabellón sólo para
mí.
- ¿Eso es falta de confianza en mí? – Al menos no era tonto, lo pilló a la
primera.
- Es que lo veo todo muy negro y no parece que reboses experiencia. – Me
apunté a su modo de tuteo.
- Pues debes saber que tengo un cien por cien de juicios ganados. – Eso me
inspiró confianza. Si eso era lo que pretendía, lo consiguió y debió notarlo,
porque sonrió de un modo que denotaba orgullo.
- ¿Llevas muchos juicios? Pareces joven.
- Uno, pero lo gané. Mi cliente era inocente y durante el juicio pillaron al
verdadero culpable, por confesión, poco antes de emitir la sentencia.
Mi confianza se vino un poco abajo, aunque traté de no mostrar tal cambio.
Yo fui quien se entregó voluntariamente a la poli, pues si bien me pillaron
en la calle, mi intención era presentarme en comisaría y entregarme.
- A ver, cuéntame qué pasó. Te acusan de asesinato, de... – Empezó a leer un
papel, supuse que el que le había dado la poli. – …haber matado a tu
abogado. – Se me quedó mirando y sin querer me salió una sonrisita, de esas
de, me has pillado. Puede que tirando a psicópata.
- Obviamente es mentira. No lo maté.
- En tu casa, en tu comedor, colgado de tu lámpara…
- Hombre, si era mi casa, todo lo demás sobra, por mucho énfasis que le des al
tú, por lógica así es.
Tal como me pidió, le conté todo lo que pasó, más bien lo que descubrí
aquella lejana mañana de tres días antes, cuando al despertarme por la mañana,
encontré colgado de la lámpara del comedor, al que había sido mi abogado
durante el trámite de mi divorcio.
- Aquí pone que la policía llegó a la casa por la tarde y que te escondiste.
¿Cómo puede ser que pasara todo el día y no les avisaras.
- Puede parecer una tontería lo que voy a decir, pero es que soy un poco…
digamos indeciso. Incapaz de tomar decisiones cuando me bloqueo por el
miedo, por los nervios o por un ataque de ira. No supe qué hacer y como no
podía llamar a Araceli…
- ¿Quién es Araceli?
- Mi ex mujer. Ya estaba divorciado legalmente, así que no podía pedirle que
decidiera por mí.
- ¿Entonces?
- Entonces llamé a mi amigo Fabi.
- ¿Fabi? – Me estaba demostrando que no era sordo y que me prestaba
atención, que lo que escribía en su libreta eran apuntes de lo que le decía y
no que estuviera haciendo un sudoku porque pasaba de mí.
- Sí, mi mejor amigo, aunque sospecho que fue él quien llamó a la policía.
- ¿Por qué lo sospechas?
- Porque fue irse de mi casa y al poco venir los polis y alguien me dijo que
había recibido una llamada anónima chivándose que su padre… quiero decir,
que mi abogado estaba colgado en mi comedor.
- ¿Su padre? ¿Qué has querido decir? – Joder, se me había escapado y lo pilló
al vuelo. No iba a involucrar a Leo en esto, al menos de momento.
- No, me he liado, quería decir que la poli me dijo que habían llamado para
denunciar lo del cadáver, con voz distorsionada.
- Aquí no dice nada de eso. Si no me cuentas la verdad, no te garantizo que
salgas bien de esta.
- Hay cosas que no puedo comentar, porque no quiero implicar a nadie.
- Lo que hablamos aquí, es secreto profesional, soy como tu confesor.
No es que eso de compararse con un cura me diera confianza, lo que sí pasó
fue que comprendí que tenía razón, así que le hablé de Leo, la hija del muerto,
que daba por hecho que yo no había sido y que también suponía, tal como yo,
que el asesino era alguien que guardaba rencor a ambos, al abogado y a mí.
Así que le hablé de mi primo y del caso de su padre, que también llevó mi
abogado antes de dedicarse a los divorcios, aunque también le avisé que ni por
un momento aseguraría que fue él.




No soy muy de lecturas y puede que lo que diga ahora no tenga ni un pelín
de cierto, aunque juraría que alguien dijo que la vida en la Tierra se debe a la
casualidad. Algo así como que debido a las altas radiaciones que se producían
cuando el planeta estaba en plena formación, unido a la mezcla de elementos
químicos y alguna que otra mutación, se formó una célula desde la que
empezó a brotar la vida.
Puede que quien dijera esto que he intentado explicar en apenas cuatro
líneas y media, lo hiciera con un tratado, libro, enciclopedia o posits pegados
en la nevera. Quiero decir que tiene mucho más desarrollo que lo que he
escrito yo.
¿A qué viene esto?
Simple, a que si la vida en la Tierra es fruto de la casualidad, el que se diera
otra casualidad de menor grado, en ese momento de mi vida, es algo que
puede considerarse anecdótico.
En la celda de mi derecha un tipo me miraba con desprecio.
Yo le miré de otro modo. Pensativo, ¿Le conocía? Me sonaba mucho su
cara…
- ¡Qué putada que no te hayan metido aquí conmigo! – No lo dijo con cariño,
más bien con odio, rencor porque… ¡Joder! Era Marco, el prometido (ex) de
Luci.
- ¿Marco?
No me dijo ni que sí ni que no. Daba igual, ya le había identificado, lo que
hizo fue regalarme un largo repertorio de insultos que mezclaba dulcemente
con amenazas de muerte y otros males hacia mí.
Estaba un poco borracho. Imaginé que no le sentó muy bien la noticia que le
dio Luci y que intentó aplacar su frustración con el alcohol, consiguiendo
meterse en algún lío que le llevó a ser detenido.
- El que me odies no es mi mayor problema. – Le dije, dándome cuenta de la
madurez que estaba adquiriendo gracias (o por culpa) de la mala experiencia
que estaba pasando. – Sin embargo te repito que yo no tengo nada que ver
con tus rollos. Conozco a Luci desde que teníamos quince años y por
desgracia para mí, jamás hemos salido juntos, mucho menos acostarnos.
No sé si me creyó o no, al menos se quedó callado, mirándome como si yo
fuese una bailarina de estriptis, sin perderme de vista, tal vez procesando la
información que acababa de pasarle.
Puesto a sentir que me escuchaba y como no quería tener malos rollos con
él, por si coincidíamos tarde o temprano en alguna celda, le solté una trola,
asegurándole que a mí no me iban las tías.
Abrió más lo ojos, como si me hubiese quitado un sujetador.
- ¿Estabas con Isa? – Me preguntó demostrando que se la había tragado.
- Somos amigas.
Dejó de insultarme, me pidió perdón y me hizo ver que había valido la pena
soltarle tal mentira.
- Lo siento tío, estoy muy jodido y necesitaba echarle la culpa a alguien y no
iba a echármela a mí, ¿Por qué te han metido aquí? – Me preguntó.
Le conté muy por encima lo que me pasaba. Que me acusaban de matar a un
tipo, a golpes.
Vale, modifiqué un poco la historia, quería que se lo pensara dos veces si
meterse conmigo en caso de que recuperara su animadversión hacia mí.
- ¿Y tú?
- Nada, lo típico, que la poli es muy cabrona y si te pilla en un mal momento,
te enchirona. Pisé a un agente sin querer. Estaba, lo reconozco, un poco
borracho. – Todavía le duraba, así que no sería tan poco. – Maldiciendo por
mi puta vida. Se acercaron para identificarme y sin querer le pisé, tres veces.
Él dijo que con saña. Así que aquí estoy.
- ¿Y qué piensas hacer con Luci? ¿Olvidarla? – Me entró curiosidad, para
saber si, una vez se arreglara mi malentendido con la poli, podría entrarle sin
tener que mirarme las espaldas.
- Ni de coña, esa zorra se casa conmigo sí o sí y si no, que también puede ser,
se va a acordar de mí toda su vida.
- ¿Sabes? Creo que tienes razón y estoy dispuesto a ayudarte. – ¿Qué? ¿Qué
estaba haciendo? ¿Me había poseído algún demonio descerebrado? – Cuando
salgamos de aquí, te ayudaré a convencerla, por la buenas.
- Por la buenas, al menos al principio.
- Choquemos las manos. Sellémoslo.
Pasé la mano entre los barrotes y él me devolvió el saludo. Apreté fuerte y
pegué un tirón con todas mis fuerzas, logrando que se golpeara la cabeza
contra el acero vertical que nos separaba.
- Mira, hijo de puta, si se te ocurre hacerle daño, es más, si te veo cerca de
ella, te juro que el motivo por el que estoy ahora aquí, será una mariconada
comparado con lo que te haga.
No, parece ser que quien me poseyó fue el espíritu de Chuck Norris, si es
que se ha muerto en los últimos días.
Cuando solté su mano y vi cómo se caía al suelo, sangrándole la frente, me
alejé al otro lado de la celda y me senté en el suelo, sin importarme si se me
quedaban las pelotas al aire, ya que antes de encerrarme, por protocolo de
seguridad, me habían quitado el cinturón del albornoz, por si me daba por
colgarme.
Al poco entró un poli y preguntó qué demonios estaba pasando.




Pasó de explicaciones, no le interesaba lo que hiciéramos los presos, lo que
hizo fue abrir mi celda y anunciarme que quedaba libre.
¿Libre?
Sí, por lo visto una chica había declarado que estuve con ella en su casa la
noche del jueves al viernes, cuando se supone que alguien mató a mi abogado.
O sea, que tenía una coartada, algo que mi abogado supo utilizar para
liberarme.
Lucía, debió ser ella. Estaba dispuesta a ayudarme, así lo dijo cuando
hablamos la última vez.
Salí del recinto de celdas y me crucé con Luján, que me miró con un odio
que no se lo deseo a nadie. Les pedí que me devolviesen el cinturón del
albornoz y que me llevaran a casa.
A lo primero accedieron, a lo segundo se rieron en mi cara.
Luján me dio un recado:
- Sé que no has sido tú, no pareces tener los suficientes huevos como para
matar, aunque sé que lo de la coartada tiene la misma fortaleza que tus
calzoncillos. – Como señaló mi albornoz abierto, que mostraba lo que ya
debía haber visto todo el cuerpo de policía de esa comisaría, supe que se
refería a que no se creía nada de lo que estaba pasando. – Joder, si esa tía nos
dijo que no te conocía de nada.
Rosa, la poli impresionante de la cual me había aprendido ya su nombre, me
sonrió. Creo que le caí simpático, que sí creía en mi versión y que odiaba a su
jefe Luján.
Mi abogado me esperaba con una sonrisa de orgullo. Su segundo caso y
ganado, al menos de momento, tal vez si iba a juicio se fuera todo a la mierda.
Me dijo que una mujer, una tal Leo, se había puesto en contacto con él para
decirle que quería hablar sobre mi problema. Quedaron y le contó que ella y
yo habíamos pasado la noche juntos y que si no lo habíamos declarado antes
era porque ella tenía pareja y no quería que se supiera. Sin embargo prefería su
mal rollo y tener un ex, antes que verme en la cárcel por algo que no había
hecho.
Tuve que encajar toda esa información.
Un ex. ¿No era lesbiana?
Tal vez fuera una mentirijilla, para que no intentara echarle los tejos.
Cuando salimos de comisaría, Leo nos estaba esperando en la esquina. Me
sonrió y cuando iba a empezar con mi sarta de preguntas, me cortó:
- Ya hablaremos, ahora vamos a tu casa para que te cambies de ropa.
Obviamente no quería que el abogado nos oyese.
¿Sabría que ella era la hija del asesinado?
Preferí no aguarle el día. Se le veía muy contento por haberme sacado de la
cárcel, aunque más tarde supe que necesitaban acusarme de asesinato para
mantenerme encerrado o en todo caso, si no ejercían tal acusación, liberarme.
Supuse que el plan de Luján era tirar adelante y acusarme, hasta que la
declaración de Leo, le frustró su plan. Por lo visto no le pasó inadvertido que
no haría ni veinticuatro horas que ella le dijo que no me conocía de nada.
Buena trola tuvo que soltar para sortear ese obstáculo. Lo de una infidelidad.
Siendo hija de quien era, seguro que el tema infidelidad lo conocería bien, por
la de casos de divorcio que llevó su padre.
Porque había sido Leo, cómo no. Yo pensando que fue Luci, ilusionándome
de algún modo.




El juego del destino y la casualidad se habían ensañado conmigo en los
últimos días.
Cuando llegamos a mi calle, nos encontramos con un espectáculo de luces y
color. Los bomberos apagando un incendio y qué casualidad, era mi edificio.
¿De dónde salía tanto humo? Sí, de mi casa.
- Creo que alguien te odia a muerte. – Me soltó Leo haciendo un análisis
rápido de la situación. – Será mejor que vayamos a casa de Luci.
Me quedé sin palabras, de piedra, sin sangre en las venas, con ganas de
llorar o mejor, ponerme a reír histéricamente, como el Joker, una risa sin
sentido, desesperada.
Volvimos a subirnos al coche. A pesar de estar a pocas calles de donde había
aparcado, viendo que mi vestimenta llamaba demasiado la atención, decidió
hacer lo de siempre (ya parecía lo de siempre), acercarme hasta el portal y que
mi presencia en público fuese por el mínimo tiempo posible.
Durante el breve recorrido, me contó que fue Luci la tuvo la gran idea e
incluso se ofreció a servirme de coartada, Leo, que había ido a hablar con ella
al ver que yo había desaparecido, la convenció de ser dejarla asumir ese papel,
porque su vida social era más discreta y nadie podría echar por tierra la
coartada, por si la poli pillaba a alguien que hubiese visto a Luci esa noche
anterior. Por ejemplo su novio, ex, que para más peligro, estaba en una celda
en comisaría, detalle que supuse desconocían ambas.
En casa de Luci, que estaba de vacaciones, fui recibido como mi ánimo
merecía, con abrazo, de esos fuertes, cariñosos, y preguntas:
- ¿Cómo estás? ¿Por qué te fuiste sin decir nada? ¿Todavía sigues con el
albornoz? ¿Y esta mancha de sangre? ¿Te han hecho algo en la cárcel? ¿Te
han obligado a hacer algo en contra de tu voluntad? ¿Recoger el jabón del
suelo?
Cuando iba a contestarle llamó al timbre Leo. Fue una suerte porque apenas
recordaba qué me había preguntado. Mi mente estaba en ese momento sujeto a
ella, en un abrazo que me impedía esconder mis reacciones físicas.
Sentados en el sofá del salón nos pusimos al día.
Leo me contó, ya con todo tipo de detalle, la conversación que tuvo con
Luci, lo de la idea de la coartada y tal. Cuando supieron que me habían
detenido, porque vio por la ventana a la poli metiéndome en el coche patrulla,
se le ocurrió decir que habíamos pasado la noche juntos, lo que no sabía era ni
qué noche ni siquiera si era de noche cuando mataron a Rosario. A Leo le
pareció buena idea, sólo que prefirió ser ella la que diera la cara. En cierto
modo estaba involucrada y no quería meter en problemas a Luci, que ya hacía
bastante dándonos refugio, primero como prófugo y ahora como desahuciado,
por culpa de un maldito incendio.
Al enterarse Luci de mi desgraciada pérdida inmobiliaria, volvió a
abrazarme, volviendo a ser consciente de la mancha de sangre en mi albornoz.
Lo abrió, para comprobar que no estuviese herido y al ver falta de heridas,
volvió a preguntarme de dónde era esa sangre.
- No te puedes imaginar quién estaba en la celda de al lado de donde me
metieron.
- ¿Marco?
- Vaya, pues sí que lo has imaginado, a la primera, bien pronto.
- Es que me han dicho por WahtsApp que anoche le detuvieron por agredir a
dos policías.
- Pisó a un poli sin querer.
- No, estaba pedo y le pegó a un poli una patada en la espinilla y a otro le soltó
una ostia en la cara.
Cogió su móvil y tras buscar, me enseñó el mensaje donde le chivaban lo
ocurrido.
Me preguntó si la sangre era de Marco.
- ¿Es que la has reconocido por el color?
- No, es que al preguntarte por ella, sacaste a relucir lo de Marco.
- Tienes razón. Fue un accidente.
- ¿Intentó agredirte otra vez? – Bueno, lo de intentar otra vez… la primera vez
no fue un intento, lo hizo, porque le salió a la primera.
- No, hemos hecho las paces. Al darnos la mano, sin querer tiré demasiado y
se golpeó contra los barrotes.
Me miraron ambas como si no me creyeran. Eso me gustó, era como si yo
fuese un malote, por primera vez en mi vida y con ya treinta años a la espalda.
- Quítate el albornoz. – Me dijo. Miré a Leo, como pidiéndole que nos dejara
solos. – Pégate una ducha y te daré algo de ropa de Isa.
- ¿No le molestará? A propósito, ¿Dónde está?
- Claro que le molestará, pero no le diremos nada.
- Cuando venga se dará un poco de cuenta. – Le repliqué. No quería malos
rollos.
- Tardará en venir, está trabajando.
- ¿En qué trabaja?
- No es mucha sorpresa, lo típico.
- ¿Peluquero? ¿Bailarín? ¿Diseñador de moda? ¿Cooperante en Tele Cinco?
- No, eso es lo tópico, me refiero a lo típico, es camionero. Conduce un tráiler
de transporte internacional. Debe estar rumbo a Bélgica.
- Vaya.
- Hasta el viernes no viene.
- ¿Y Merche?
- Ella es Diseñadora de imagen. Trabaja para una empresa que a su vez trabaja
para videojuegos, televisiones, cine…
- Se me hace que compartís piso por gusto y no por falta de dinero.
- Exacto. Cada uno tenemos nuestro piso, bueno, este es el mío. Ellos tienen
sus casas y vivimos aquí porque somos piña. Se suponía que la semana que
viene se irían a sus propios domicilios, porque yo estaría casada.
Aunque lo dijo con cierta añoranza, se le veía contenta por la decisión que
había tomado de romper el compromiso.
Me fui a duchar, eso sí, el albornoz no me lo quité hasta que llegué al cuarto
de baño.
Hay placeres que están ahí, al alcance de la mano y que no los disfrutamos
tanto como debiéramos. Una ducha, agua en su punto, presión correcta y, lo
mejor, al poco entraron Leo y Luci, se desnudaron y tras haberse dado ellas un
repaso lingüístico, delante de mí, mirándome con picardía y provocación, se
metieron conmigo en la ducha, a pesar de no haber espacio para tres.
Me ayudaron a enjabonarme, se recrearon en mi cuerpo y entonces empecé
a pensar que igual querían algo, así que empecé a meter mano allá donde el
pequeño espacio me permitía.




Como fantasía no estuvo mal. Me sirvió para relajarme.
Cuando salí de la ducha, Luci me esperaba en el pasillo con un albornoz
limpio en la mano.
- Sí que has tardado. – Me dijo. – Creí que tendría que entrar a buscarte.
Si ella supiera…
Me dio el albornoz.
- Es de Isa. Dudo que te quepa algo de su ropa. No es que tú estés gordito, es
que él es muy delgado y más bajito que tú, pero le gustan los albornoces
anchos.
- Y llamativos.
Era blanco, con manchas negras. Cuando me lo puse y me miré al espejo, vi
un dálmata. Acababa de cambiar un albornoz clarito, por un disfraz de
dálmata, porque eso parecía, un puto disfraz de dálmata.
- Te queda muy mono.
- ¿Y Leo?
- Cuando te metiste en la ducha se fue a comprar no sé qué. ¿Te apetece ir a la
cama?
- ¿Cómo?
- No sé, tras pasar el día en una celda, igual te apetece echarte un rato. Usa la
cama de Isa, no le diremos nada. Además, ya estás limpio y hueles bien.
Había usado un gel de olor a caramelo. Estuve a punto de echar un trago de
lo apetecible que olía y pensé que igual a Luci le daba por saborearme.
Le dije que no, que estaba bien, que la ducha me había relajado y que estaba
con todas mis energías a flor de piel.
No le mentía, aunque sí un poco. Estaba cansado, aunque un poco de cama,
sin dormir, compartiendo espacio con ella bajo las mantas, no diría que no. Me
sentía como recargado, con necesidad de… hacerle el amor como si no
hubiese un mañana. Eso sí, si algo me había enseñado la vida, era no
precipitarme. Uno nunca sabía si una mujer estaba por la labor o si te podía
soltar un rodillazo en la entrepierna si te lanzabas malinterpretando las señales.
Miró el reloj.
- Lástima que no sé lo que tardará Leo en volver. A Merche todavía le queda
una hora para que venga.
- ¿Y?
- Nada, que me apetecería echar un polvo.
Esa era una señal muy complicada de malinterpretar. Clara clarísima. Como
imaginé que era conmigo y no con Leo o Merche, le dije que no pasaba nada,
que podíamos empezar, que seguramente Leo tardaría lo suficiente como para
no cortar nada. Dudaba que le durara más de tres minutos, contando en ese
cálculo lo que me costara quitarme el albornoz.
Justo en ese momento sonó el timbre y se presentó Leo, que al verme con el
albornoz nuevo, soltó una risotada que me dio poca confianza en mi look.
Yo la miré de mala hostia, y no por reírse, sino por haber vuelto tan pronto.
¡Joder!
- Tenemos que ponernos serios. – Me dijo Leo.
- ¿Hay alguien riéndose en este momento? – Justamente en lo único que no
pensaba era en reír.
- Quiero decir que debemos empezar a tomarnos en serio lo de investigar
quién pudo matar a mi padre.
- Pues igual lo mejor sería que contratáramos a un detective. Bueno, que lo
contrataras tú. Yo ahora no tengo ni casa, ni ropa ni nada que me pertenezca,
salvo la tienda, que algún día debería volver a abrir si no quiero arruinarme
del todo.
- Déjate de tonterías y sentémonos a hablar.
Obedecí, porque si algo tengo es un tic de obediencia. Sobre todo si quien
me da la orden es alguien que me ha demostrado cómo las sabe dar, las
patadas, no las órdenes.
- Anoche estuve hablando con tu primo otra vez.
- Ah, bien, ¿Y confesó?
- No, creo que tienes razón al pensar que no fue él.
- Vale. Si me la hubieses dado desde el principio te habrías ahorrado el
viajecito.
- ¿De verdad que no sabes de alguien que te odie y que también tuviese
relación con mi padre? – Estuve pensando y recordé algo.
- A ti te llamó alguien para decirte que tu padre estaba muerto en mi casa o
algo por el estilo.
- Sí. Ya te dije que había distorsionado la voz y parecía la ratita presumida.
- Ya, pero ¿No tienes la llamada en tu móvil?
Lo sacó con prisas y casi se le cae. Buscó en el registro de llamadas
recibidas y…
- Número oculto. – Dijo con cara de fastidio.
- Mierda. – Solté pensando que algo que pudiéramos tener se esfumara tan
rápido.
- Quizá la poli sí que podría averiguar el origen de esa llamada. – Dijo Luci
alegrándonos el momento.
- Le llevaré el móvil a tu abogado.
Aunque le dije que en el momento que me liberaron, sin cargos, dejó de ser
mi abogado, le dio igual. Creo que en el fondo estaba perdida y que necesitaba
un sueño en una cama para ordenar ideas. Yo también, lo reconozco, aunque
más que ordenar ideas, preferiría dormir y más que dormir… bueno, antes que
dormir, revolcarme un rato con Luci, algo que ya parecía una utopía.
En ese momento abrió la puerta Merche. Volvía del trabajo y se sorprendió
al ver a tanta gente en casa.
- Hola, ¿Otra vez por aquí? – Parecía que su sorpresiva pregunta llevaba algún
tono de reproche. – ¿Llevas el albornoz de Isa?
Me sentí rechazado por el treintaitrés por cien de los integrantes de esa
especie de comuna que era el piso de Luci. Tenía claro que si estuviese Isaías
también se sumaría al bando del rechazo, por lo que pasaría a ser casi un
noventainueve por cien en mi contra.
Leo también debió pensar así.
- Si quieres puedes venir a mi casa. Ya no eres el enemigo público más
buscado de Valencia, así que no pasará nada si nos ven juntos. Además,
piensan que estamos enrollados.
Quiero creerme que a Luci, la última parte, le provocó un acceso de celos y
que por ese motivo me cogió del brazo y dijo algo muy significativo:
- No, él se queda aquí, conmigo. Es mi amigo y necesita ayuda. No le voy a
dejar tirado.
Me conmovió.
Miré a Merche y vi que ponía cara de, qué le vamos a hacer.
Leo sonrió. Creo que se alegraba de que Luci se interesara tanto por mí o
igual lo de ir a su casa no era su preferencia inicial.
- Bueno, pues yo sí que me voy. – Dijo Leo. – Mañana iré a comisaría y les
llevaré el móvil para ver si pueden averiguar quién me llamó.
Nada más irse, Luci tiró de mi brazo, pues todavía no me había soltado, y
me llevó a su habitación. Nada más entrar, cerró la puerta, me dio un empujón
y caí sobre la cama.
Sospeché que buscaba tema. Más aun cuando empezó a levantarse la
camiseta.
Y como digo, el destino estaba en mi contra.
Volvió a sonar el timbre.
Me quedé mirándola, fastidiado. Ella, sonriente, dijo que ya abriría Merche.
Cuando ya se había quitado la camiseta del todo, tocaron a la puerta de la
habitación.
- Salid, es la poli. – Anunció Merche, fastidiándome ese momento de alegría
que tanto necesitaba.
Al salir de la habitación, con el albornoz bien sujeto y atado, para disimular
lo que ya se estaba volviendo irremediable, nos encontramos otra vez con Leo
y una mujer que nos mostraba la placa, identificándose como policía.
Se me quedó mirando, lógicamente le llamó la atención mi traje de dálmata.
Debió hacerle gracia, porque se rio en mi puta cara. Entonces la reconocí, era
Rosa, la poli sexy. Así de paisano perdía un poco, porque creo que lo mío era
morbo más que otra cosa.
- Por lo visto nos ha estado siguiendo desde que saliste de comisaría. – Apuntó
Leo.
- Así es, aunque reconozco que lo he hecho por mi cuenta. Iniciativa propia.
- ¿Todavía crees que soy un asesino? – Le pregunté serio, pensando que ya me
daba igual todo, que me conformaba con que me dejaran un rato con Luci y
que después, si querían, que me metieran en la cárcel de por vida.
- No, por eso mismo. Viendo que Luján la tiene tomada contigo, he pensado
que, extraoficialmente, podría investigar por mi cuenta. Si averiguo quién ha
matado al abogado, me darán un ascenso.
- ¿Y?
Mi escueta pregunta llevaba mucho contenido. Reclamaba una explicación,
un chorro de esperanza partiendo de su boca, porque si ella confiaba en mí,
significaba que no todo estaba perdido. Aunque teniendo en cuenta que el
abogado y Leo me habían sacado de la cárcel y de la acusación, ya parecía que
no había qué perder.
- Como has comprobado hace un rato, alguien ha quemado tu casa. – Me salió
un gesto de pobrecito de mí. – Mañana tendremos un informe de los
bomberos y sabremos si fue accidente o intencionado. Si fue accidente, ya lo
siento, si fue intencionado significará que alguien va tras de ti. Quizá haya
cometido algún error y saquemos algún rastro que nos guíe hacia él. Si no es
así, para eso estoy aquí, para avanzar camino. Necesito hacerte unas
preguntas y que me respondas la verdad, sin tapujos y también a ti. – Dijo
dirigiéndose a Leo. – Es muy curioso que la hija de la víctima haya servido
de coartada al acusado y más con una declaración a todas luces falsa.
- ¿Falsa? – Preguntamos a la vez Leo, Luci y yo. Merche, se había ido a su
habitación desde donde, seguro, estaba escuchando.
- Por la forma que tiene de mirarme, me queda claro que Leo es lesbiana, así
que decir que estaba contigo y que no lo dijo para que su novio no se pusiera
celoso, me suena a muy, pero que muy falso.
Era buena Rosa. Probablemente más que Luján. Su condición de mujer le
cerraría puertas para ascender, en una sociedad y en un colectivo machista.
Seguro que le costaba más trabajo demostrar su valía que lo que le costó a
Luján, si es que tuvo que demostrar lo que no tenía.
Leo le comentó lo de la llamada de móvil avisándole de la muerte de su
padre en mi casa. Rosa le pidió el móvil y permiso para entrar en él.
Tras echar un vistazo al registro de llamadas, le pidió el número de teléfono
y permiso para investigarlo. Leo le dijo que por supuesto que sí.
- Yo sé que él no ha matado a mi padre, por eso le estoy ayudando.
- ¿Y por qué lo sabes? ¿También dudas de su capacidad de haber hecho tal
cosa?
Ahí caí en el mal concepto que parecía tener sobre mis cualidades físicas.
Por mucho que me irguiera tras oír su opinión, seguro que no lograría que
cambiase. Estaba más por la labor de atender a Leo y su móvil.
- Llevo con él desde el viernes noche y creo conocerle. Además, sería de muy
tonto matar a alguien en su propia casa y dejar el cadáver colgado de la
lámpara de su propio comedor. – Al menos Leo tenía mejor concepto de mí.
– Y por supuesto no tiene la fuerza necesaria para levantarlo y colgarlo de la
lámpara.
Ya no supe si sentirme bien, lo que hice fue preocuparme por Luci, que
soltó un, mierda, y se levantó en dirección al baño.
¿Anunciaba así una necesidad fisiológicamente escatológica? Esa
información no la necesitábamos.
Tardó un rato en regresar y ese rato estuve abstraído de la conversación que
se llevaban Leo y Rosa.
Cuando regresó, estaba un poco azorada y al verme cómo le preguntaba por
gestos si estaba bien, me dijo susurrándome al oído para no molestar: “No
pasa nada, es Evamari, que ha venido.”
Me quedé con cara de gilipollas, así lo imagino, porque provoqué que se
riese, a carcajadas, lo que cortó la conversación. Tras un par más de jajás, se
hizo el silencio y vimos que Rosa nos miraba seria.
- ¿Puedo hablar ahora contigo a solas? – Me preguntó. Yo miré a Luci.
- Id a mi habitación, pero cuidadito con lo que hacéis.
Creo que lo dijo en broma, aunque quizá sí que fuera un poco por celos,
porque…
Porque en ese momento me di cuenta que estaba yo solo con cuatro mujeres
encerrado en un piso no muy grande. Buen momento para que se declarara una
cuarentena y nos impidieran salir. Eran cuatro mujeres de esas que me suelen
hacer soñar despierto.
Luci, mi primer amor. Mi deseada novia de adolescencia que jamás llegó a
ser novia, ni siquiera amiga cercana, porque siempre pensé que no me
correspondía y fui tan inmensamente gilipollas de no preguntarle.
Leo, que se había presentado en mi vida y que, asumiendo por mi parte que
era lesbiana, no dejaba de parecerme sumamente atractiva, aunque si bien la
parte animal que suelo tener la miraba con admiración, la parte sentimental me
estaba impulsando a considerarla una amiga, con el deseo de que se
convirtiese en esa hermana que jamás tuve, y he de decir que tampoco había
echado en falta. Aunque ahora, que sí pensaba en ello, me hacía mucha
ilusión.
Merche, no muy simpática hacia mí, aunque igual era por pensar que estaba
metiendo en un lío a su amiga Luci, era la pelirroja que siempre he soñado. No
es que me pusiera, simplemente me gustaba verla.
Y Rosa, que si con uniforme era impresionante y cargada de morbo, de
paisana aumentaba la parte impresionante en proporción al morbo que perdía.
Era la primera vez en mi vida que tenía a cuatro mujeres tan pendientes de
mí.




En la habitación, Rosa fue directamente al grano:
- Necesito que me des nombres. – No tenía pintas de estar embarazada ni pedir
consejo para darle un nombre a su retoño, así que al no saber a qué se refería,
le pregunté:
- ¿Nombres?
- Conocidos tuyos, lógicamente. Gente que pudiera odiarte, si es que los
recuerdas a todos. – Ahí fue un poco borde. – No sé, amistades, vecinos con
los que te lleves mal, compañeros de trabajo, tu ex, el que se acostó con tu ex
cuando todavía no era ex.
Me estaba maltratando psicológicamente. Eso parecía divertirle, quizá fuera
un tema que llevaba de serie por ser poli. Aun así empecé a soltar nombres y
rango de relación.
Fabi, amigo desde la infancia.
Pascual, primo también desde la infancia.
Araceli, novia, esposa y ex en apenas unos cinco años.
Julio, el vecino de arriba que era un mierda…
- ¿Por qué? – Me preguntó al mencionarle al vecino.
- Es de los que se creen los dueños del mundo, el que fuma en el ascensor, el
que pone la música a tope, el que se recrea con gritos de placer cuando
consigue, a las mil, llevarse a un ligue a casa…
- ¿Y has tenido algún problema con él?
- Yo sí, él conmigo no. Yo me quejo de todo eso que hace, le insulto, me cago
en su padre, pero todo eso lo hago en la intimidad. Es bastante fuerte, al
menos tiene mala pinta, ni de coña le reprocho algo, porque es de los que te
la suelta a la primera. Que se lo pregunten al vecino de al lado de su casa que
sí que protestó.
- Bueno, es alguien por quién empezar. – Tomó nota de todo lo que le dije,
supongo que todo no, sólo un resumen. – Aunque sería de estúpidos pegarle
fuego a tu casa, siendo así que la suya está justo encima. Probablemente
tardará en poder ocuparla.
- Ya y lo malo es que la tomará conmigo. – Seguro que me responsabiliza de la
pérdida de su casa.
- Tu amigo, el tal Fabi, ¿Os lleváis bien?
- Somos uña y carne. Aunque hay algunos detalles que han convertido nuestra
amistad en un postureo.
- ¿A qué te refieres?
- En el insti íbamos los dos tras la misma chica, Luci, la dueña de este piso.
No es que se la quitara, ella iba por otros derroteros, al menos eso creía yo,
que iba tras mi primo, hasta ayer, que me enteré que estaba colada por mí. La
de tiempo que he perdido y las cosas que podría haberme ahorrado…
- Sería bueno que no te enrollaras. Tengo prisa.
- Vale, vale. – Estaba claro que no era una conversación para desahogarme. –
Más tarde, nos pillamos los dos también por Araceli y esta vez sí que acabó
casándose conmigo, aunque primero salió con él.

- O sea, que te debe odiar.


- No, porque somos amigos. Entre amigos no se cuestionan esas tonterías.
Justo el jueves noche estuvimos juntos, tomando algo, para celebrar mi
separación. A él le hizo ilusión que me divorciara. Me dijo que en el fondo le
había librado de ese mal trago, porque seguro que con él también habría
acabado poniéndole los cuernos, es más, me dijo que Araceli también me los
había puesto con él.
- ¿Y eso no te molestó?
- No, me reí como un gilipollas. No me lo tomé en serio, a veces me suelta
cosas así para ofenderme, pero dentro del buen rollito. Somos amigos, no sé
si te lo he dicho.
- Háblame de tu primo.
- Vale, yo no creo que haya sido él.
Ese fue mi comienzo, a partir de ahí le conté lo que había significado en mi
vida, todo lo que quise ser, en apariencia, y que ni por casualidad llegué a
conseguir. El machomán que atraía a todas las chicas y que al conocer a mi
novia, no tuvo mejor idea que ir a por ella, consiguiéndolo, por supuesto,
pasando del daño que pudiera hacerme.
Cuando terminé, tomó nota y me pidió su teléfono. Igual le hice la boca
agua, porque me vino a decir que sería el primero al que visitara,
extraoficialmente.
Y de Araceli, simplemente le dije que no era mala gente, que jamás mataría
y que no sabía dónde se había ido a vivir, porque pensaba que estaría con
Pascual y no era así.




Cenamos Luci, Merche y yo.
Rosa se fue a investigar, extraoficialmente. Era como su trabajo fin de
curso, para intentar ascender en el cuerpo.
Leo, antes de irse me propuso irme a su casa.
- Ya no eres un fugitivo, así que no pasa nada porque te vean por ahí.
- No, no, él se queda aquí. – Le soltó Luci sin dejar que yo contestara. Miré a
Merche y, la verdad, no puso mala cara, sólo sonrió. – Tú puedes venir
cuando quieras.
Quedó claro que estaba en modo cooperativo, al menos hacia Leo, porque
hacía mí, más bien parecía posesivo.
Tras la cena me llevó a la habitación de Isaías y me dijo que podía dormir
ahí.
Fue como echarme un cubo de agua fría.
- Ha venido Evamari y es mejor que no durmamos juntos.
- ¿Evamari? ¿Quién es esa? No la he visto.
- Mejor que no la veas. – Dijo riendo. – Me refiero a la regla.
- ¿La llamas Evamari? – Merche que andaba cerca, también rio y soltó un,
anda cuéntaselo o se creerá que estás tonta.
- Es por una amiga nuestra de hace unos años. Se llama Eva María, la
llamamos Evamari y desde que salió aquel anuncio de la tipa esa de rojo
diciendo, Soy tu menstruación, tomó la costumbre de soltarlo cada vez que
nos venía, así que Merche y yo empezamos a llamar a la regla Evamari.
Me pareció tonto, pero sonreí. Estuve por preguntar si la tal Eva María,
también reiría al ser identificada por una menstruación.
- Bueno, tampoco pasa nada por menstruar, no es que quiera follar contigo así
porque sí. – Una mentira para quedar bien, solía ayudar a quedar bien.
- No es por eso, es que las sufro en silencio. Mañana me volveré una persona
insoportable, pasado ya estaré mejor.
- Te lo aseguro. – Dijo Merche inmiscuyéndose en la conversación. – Te lo
digo por experiencia. No hay quien la aguante, por suerte sólo es un día.





Debo reconocer que dormir en una cama, tras una eternidad sin hacerlo, me
sentó muy bien, a pesar del sueño tan oníricamente extraño que tuve.
Si recuerdo ramalazos de lo soñado, es porque nada más despertar me
preocupé por ello. Tal como suele pasar con los sueños, el surrealismo y la
incoherencia son principales protagonistas y más en una mente como la mía,
que ya suele pecar de ello incluso despierto.
En la fase que recuerdo, estaba siendo juzgado… bueno, para que parezca
que relato un sueño, lo haré en cursiva:

Estaba siendo juzgado, por el asesinato de Rosario Ballesteros Cadalso.
- Se le acusa de matar a su abogado. – Me dijo la señora jueza que se parecía
mucho a Leo. Vamos, yo creo que era ella.
- No tiene sentido que me acuse de ello.
- ¿Lo niega? ¿Puede probar que no fue usted?
- Sí.
- Pues le ruego imperativamente que presente la más mínima prueba. – Me
dijo en modo desafiante. – Me giré hacia mi abogado y sorpresivamente vi
que era el mismo Rosario. – Porque está aquí mismo, defendiéndome, vivo. –
Tampoco es que aparentara mucha vitalidad. Estaba pálido, se le veían los
dientes por llevar la boca entreabierta y una soga le hacía de corbata. A su
espalda, en el otro extremo de la soga, arrastraba la lámpara de bronce de
mis padres y que le hizo de cadalso. El peso le provocaba estrechez en el
cuello y que su lengua colgara hacia fuera.
- No parece muy vivo.
- Toda la razón, su señoría, pero este zombi le podrá testificar que yo no le
maté.
Ambos nos quedamos mirando. Yo al abogado, ella a su padre. El zombi,
que no podía hablar por tener la nuez incrustada en las cuerdas vocales, negó
con la cabeza.
- Más vale que diga algo, su libertad depende de ello.
Miré a mi abogado y le rogué que intentara hablar. Me debía estimar,
porque haciendo un esfuerzo, lo hizo:
- Emergiendo de mi orificio voy a potar un conejo en modo aspersor.
- ¿Cómo? – Preguntamos todos a la vez, la jueza Leo lo hizo dando golpes
con el mazo de jueza para matar una cucaracha que correteaba por su
estrado. Rosario me miró, como pidiendo ayuda, así que le metí los dedos
índice y pulgar en la boca, para coger su lengua y la colocar en su posición
normal.
- Que ejerciendo mi oficio voy a aportar un consejo en modo asesor. Estoy
seguro que él no me ha matado y siendo así que esto es un sueño, no puedo
decir quién fue.
- Vale, bien, de acuerdo. – Sentenció la jueza como defraudada. – Entonces le
juzgaremos por el siguiente caso, por romper este matrimonio. ¿Algo que
decir en su defensa? – No supe de qué me hablaba hasta que me giré a
ambos lados y me vi rodeado por Luci y Marco, que me miraban, ella con
deseo sexual y él con odio efervescente (Si no fuera un sueño, el odio sería
ferviente).
- Yo… yo, no he hecho tal cosa.
- ¡Muerte! ¡Muerte! – Gritó Marco.
- ¡Sexo! ¡Sexo! – Gritó Luci, aunque bien que parecía mi voz.
- Diga algo. – Le pedí a mi abogado.
- Ah, eso sí que no, las cosas no son así. Todo tiene sus pasos, sus pautas, su
orden cronológico. Yo soy abogado de divorcios y tú has impedido que estos
dos tórtolos se casen y pasen a formar parte de mi posible cartera de
clientes, porque por las pintas y visto lo visto, no iban a durar ni la primera
crisis de los tres años. Así que reniego de mi anterior declaración y admito
que sí que me mató él, señoría.
- ¡Cállese ya! – Le gritó la jueza, que ya no era Leo, sino Rosa, llevando una
toga que le daba mucho más morbo que el uniforme de policía. – Su turno
para hablar ya ha pasado y como no ha resuelto nada en defensa del
acusado, le condeno a pasar un año encerrado en la mazmorra de mi casa
con el deber de satisfacerme sexualmente todo lo que yo le exija.
Me emocioné, sobre todo al ver que Luci protestaba, pedía la venia y me
agarraba del brazo para que no se me llevaran, solicitando informalmente
que cumpliera condena en su casa o, si se admitía negociación, compartir
casa con ella y tenerme las dos a mí. Ya digo, las incoherencias del sueño y
algún añadido que hice de despierto.
Una vez pasada la emoción y darme cuenta que todo era un engaño de mi
mente dormida, porque de pronto todo el escenario cambió, me encontré en el
comedor de mi casa, convertido en cenizas, hablando con el abogado que
tenía ahí colgado:
- Ya que parece que te cuesta morir, ayúdame, dime quién te mató. – Le
pregunté por ver si esta vez había suerte.
- Tú.




Tú… tú…tú…
Me desperté y seguía oyendo el pronombre personal en segunda persona.
Estuve un momento aturdido hasta que me di cuenta que era un despertador.
No era el mío, no era mi cama ni mi habitación. Me levanté, todo desnudo y
me asomé por la puerta que entreabrí. Al poco vi que Merche salía de su
cuarto, con su camisetita de dormir, y corría hacia el cuarto de baño.
Se iba a trabajar.
Volví a la cama y me puse a reflexionar sobre lo soñado y me vino a la
cabeza una mala reflexión que derivó en depresión. No una depresión real, de
las que quien la padece se hunde en un pequeño abismo, sino en un, joder,
vaya mierda de vida que llevo.
Me acababa de divorciar.
Me acusaban de haber matado a mi abogado, porque si bien ya me habían
soltado, seguro que Luján, si no encontraba al verdadero culpable, intentaría
otra vez colgarme el muerto, por muy literal que parezca.
No contento con eso, acababa de romper el compromiso de inmediato
matrimonio de Marco y Luci, lo cual me satisfacía anímicamente aunque me
deprimía supervivientemente, ya que me había creado un nuevo enemigo con
visos de ser un psicópata de libro.
Había perdido el piso, quemado accidentalmente o, lo que era peor, porque
alguien la había tomado conmigo y le había pegado fuego, quizá pensando o
deseando que estuviese yo dentro.




Soy de reflexiones superficiales y cuando profundizo un poco, me ahogo y
busco cómo volver a la superficie, por eso antes de soltar la primera lágrima
de desconsuelo, me consolé a mi manera:
Mi divorcio no tuvo por qué ser algo malo, me sirvió, primero, para
librarme de una mujer que me engañaba y segundo, para reencontrarme con
Luci, siendo guiado por los juegos del destino.
La muerte de mi abogado, sí, un drama que me metió en un buen lío, aunque
siendo objetivo, el que peor lo tuvo fue él. Además, me sirvió en este juego del
presente, a conocer a Leo, una amiga en potencia. Y para más aderezo, la
muerte de mi abogado también sirvió para mi reencuentro con Luci.
La pérdida de mi casa… eso era algo más difícil de contrarrestar. Sin
embargo recordé que tenía un seguro y que si bien no me daría para
comprarme otro, sí para no tener que meterme en una hipoteca o puede que si
los daños eran salvables, que me salvaran. Una mano de pintura y un par de
cuadros en las paredes... Y gracias a ese incendio, estaba en ese momento en
casa de Luci.
Sumando que se había desconvocado la cita para el matrimonio, resultaba
que todos los caminos hacia el destino, me llevaban a Luci, por lo que empecé
a creer en los astros y en la posibilidad de que alguien, un ser superior,
manejara todo este cotarro y se estuviera divirtiendo conmigo.




Cuando oí que Merche salía de casa, me levanté y fui a la cocina a
desayunar.
No hice nada más importante hasta que se levantó Luci, a no ser que se
considere importante comerme un paquete de galletas mientras miraba los
azulejos de la pared, pensando en cómo estarían los de mi cocina. Negros
calcinados o calcinados en negro.
- Sí que has madrugado. – Me soltó una voz a mi espalda, dándome un susto
de muerte. Por suerte seguí vivo.
He hablado del destino y de la casualidad, es el momento de hablar de las
galletas.
Luci me dio un beso en la zona de la sien y se fue directa a prepararse el
desayuno. Abrió la nevera y después el armario donde estaban las galletas. En
este caso, al decir estaban, me refiero a que ya no quedaban, me comí el
último paquete.
- ¿No quedan galletas?
Tal vez, por la falta de sonido que conlleva lo escrito, no se aprecie el
dramatismo que puso al hacer tal pregunta, así que lo aviso, fue como… como
si llegas a tu casa y ves que está ardiendo por los cuatro costados, sabiendo
que todo lo que tienes está dentro de ella. Ambos casos parecieron
equipararse.
- No sé, no conozco el almacenamiento de tu casa. – Mientras le decía tal
cosa, aprovechando que seguía rebuscando en el armario, barrí con mi mano
los restos esparcidos por la mesa y me guardé el envoltorio en el bolsillo del
albornoz.
- ¡Mierda! – Soltó sin preocuparse que yo estuviese desayunando. Me miró
con cara de lástima y: – ¿Te importa bajar al Consum de ahí enfrente y
comprarme un paquete de galletas?
- Creo que no es buena idea. – Al ver el cambio de expresión en su rostro, me
di rapidez en continuar. – No tengo ni un euro encima y voy vestido con un
albornoz. – Lo de calificarlo de ridículo, lo dejé para mis interiores.
- No te preocupes por el dinero, ya te lo doy yo y no pasa nada por ir así a
comprar, si quieres, en vez de entrar en el súper, hay un paqui aquí al lado y
venden galletas. – Supuse que el paqui debía ser un ultramarino regentado
por paquistaníes y que siempre que pasaba por la puerta estaba abierto, por lo
que ya me conocían en mi aspecto albornoz.
- ¿No puedes desayunar otra cosa? Me parece que ahí hay madalenas o algo
así.
- No, imposible. Es mi día malo del mes. Sólo lo paso mal el primer día y
salvo que trabaje, prefiero no tomar una sobredosis de pastillas para el dolor.
Venga, hazme el favor.
Mi ex, siempre me decía que era un cabezota terco que no daba mi brazo a
torcer. Creo que exageraba o bien no sabía convencerme. Luci se acercó a mí,
hizo que me levantara y me abrazó fuerte, provocando cambios en mí, desde
físicos hasta de opinión.
- Está bien, ahora bajo.
Creo que ya poco me importaba cualquier atisbo de ridiculez. Fui al baño a
mojarme un poco con agua fría, puesto que el abrazo, como ya he dicho, no
sólo provocó el cambió de opinión. En serio, estaba muy desesperado. Salido
como un adolescente en el patio del instituto.
Me vi con el puto albornoz de dálmata y me dije que en el fondo tampoco
estaba tan mal. Ridículo, sí, foco de cualquier capullo o capulla que decidiera
desahogar su falta de educación en mí. Sin embargo no sería la primera vez
que veo a alguien bajar a tirar la basura en bata o vestido de un modo ridículo,
como traje y corbata.
Me dio dinero y me dispuse a bajar.
Y aquí viene la paradoja del destino, la casualidad y las galletas.
Cuando iba a entrar al ultramarino, bajo la atenta mirada y risas de quienes
andaban por la zona, Marco se acercó a mí, sin darme tiempo a salir corriendo,
me cogió del brazo y me acojonó:
- Vaya, qué casualidad, el destino nos vuelve a unir. – Se olvidó mencionar las
galletas, algo excusable, porque él no sabía a qué había bajado.
- Hola, no te esperaba. – Aquí se repite lo dicho anteriormente. Debido al
lenguaje escrito, no se aprecia el acojone que expresé al hablar. Me temblaba
la voz y traté de achacarlo al frío que hacía.
- Si te soy sincero yo tampoco esperaba verte por aquí… bueno, quizá sí,
porque no eres buena gente y te dedicas a destrozar parejas.
- Creo que te equivocas. Salvo que te refieras a que he destrozado mi propio
matrimonio. – Al decirle esto se me quedó mirando. – ¿Estás casado? No,
seguro que no. Eres un puto mentiroso. Primero me dices que eres maricón y
ahora que estás casado. Yo soy el que se iba a casar y por tu culpa me han
encerrado en un calabozo y tengo un juicio pendiente.
Lo de no asumir responsabilidades va más allá de la coherencia. Él se
emborrachó, él se lio a golpes con los polis que le pidieron que se identificara
y supuse que él arrastró a su pareja al fracaso de la relación. Yo sólo pasaba
por ahí.
- Mira lo que me has hecho, cabrón. – Me dijo señalándose el puente de la
nariz, donde tenía un esparadrapo cubriéndole la herida que le provoqué al
estamparlo traicioneramente contra las rejas de la celda. – Te voy a matar.
Me soltó un puñetazo en el estómago, porque fue donde mejor le vino, ya
que iba tirando de mí, alejándonos del portal del piso de Luci.
La gente con la que nos cruzábamos nos miraba con curiosidad. Algunos
pensarían que éramos pareja desavenida, otros que él sería poli y yo un gigoló
detenido en plena jornada laboral, quizá alguien pensara que me estaba
secuestrando. Lo único que vieron mis ojos reclamantes de ayuda, fue a gente
grabándonos con sus móviles.
El golpe en el estómago me dolió, como suelen dolerme todos los golpes
que recibo. Me hizo doblar sobre mí mismo y soltar el aire de mis pulmones y
de mis intestinos. Le dije que me dejara en paz, que le perdonaba y que no
volvería a verme en toda su vida.
Él, como respuesta a mi propuesta, me volvió a soltar otro golpe.
Al principio pensé que mi estómago se había vuelto contra él y optó por un
contraataque. Vomité el desayuno en la acera y, gracias a un giro estratégico de
mi cabeza, lo hice sobre sus piernas. Eso provocó que me soltara y que a la
vez soltara un exabrupto sobre mí que, debido a su dureza, paso de exponer
aquí.
Dio un par de pasos atrás, para ver el daño en sus pantalones y zapatillas, y
mirándome con el odio de un nazi a un inmigrante homosexual de raza árabe y
piel oscura, se lanzó a soltarme un gancho de derecha. En ese momento,
debido a los efectos secundarios del golpe que me dio, volví a agacharme
instintivamente para soltar una potada. Esquivé el puñetazo que, seguro, me
hubiese roto algo, incluso despegado el cerebro de sus meninges.
El impulso del golpe le hizo completar el giro de molinillo y perder el
equilibrio. No cayó al suelo por los pelos, porque logró apoyarse en mi
espalda, lo que me tiró al suelo de morros. Recuperó la verticalidad y se prestó
a rematar su obra, cargado todavía de más odio, inexplicable, hacia mí. Me
tenía a tiro para liarse a patadas conmigo.
Cerré los ojos y pensé que si era mi final, que lo fuera sin sufrimiento.
Tontamente imaginé el titular en prensa: “Un energúmeno descerebrado,
acusado de maltrato animal al golpear a un dálmata en plena calle. La
protectora de animales mostró su repulsa por los hechos violentos a un pobre
perro. Tras la inspección del pobre animal, se descubrió que era un hombre, lo
que llevó a la protectora a rectificar su comunicado, pidiendo disculpas al
energúmeno por haberle juzgado precipitadamente.”
El golpe no llegó.
Oí una voz gritando algo así como, no te muevas, las manos a la espalda y
esas cosas que dice la poli cuando va a detener a alguien.
Abrí los ojos y vi a Rosa, de uniforme, esposando a Marco, tras haberlo
puesto mirando a Cuenca apoyado en un coche.
Mi alegría fue brutal, sólo cortada por otro vómito que me salió
involuntariamente al levantarme y que esta vez pringó el albornoz.




Rosa había dejado a Marco en custodia de su compañero de patrulla. Le
pidió el favor de que le llevara a comisaría y que ella ya iría por su cuenta,
porque tenía algo que resolver. Creo que el otro poli se pensó que había algo
entre Rosa y yo, no sé, lo vi en su cara porque me miró de un modo que bien
pudiera ser envidia pura o puede que extrañeza por mi disfraz de dálmata.
Subimos al piso de Luci, no sin antes haber comprado el paquete de
galletas, y mientras ella desayunaba, Rosa me contó novedades:
- Tengo noticias.
- Espero que sean buenas. – Le dije claramente esperanzado.
- No sé cómo considerarlas, eso es cosa tuya, a mí la verdad me la suda
bastante. – No sé si estaba mosqueada conmigo por algún motivo que
desconocía, o si era por algo personal en su trabajo o si realmente era así su
carácter. – Para empezar, el informe de bomberos dice que el daño en el piso,
debido al fuego, no fue completo, sólo afectó al noventaiocho por cien del
inmueble. Se libró parte del balcón y una pared del cuarto de baño.
- No tenía balcón en mi casa.
- ¿Eh? – Echó un vistazo a la copia que había hecho del informe. – Bueno,
pues ahora sí que tienes. Eso en cuanto al continente, respecto al contenido,
sólo se salvó lo que había en una caja fuerte.
Aclaro, no tengo caja fuerte en casa, al menos refiriéndome al concepto de
caja de acero, con combinación para abrir. Lo que tenía era una caja de lata
donde guardaba las cosas de valor, o sea, mi sentencia de divorcio y el primer
preservativo que utilicé en mi vida (estaba limpio, porque sólo me lo puse de
prueba, para aprender cómo se ponía).
- Pues qué alegría que me das. – Me miró como si pensara que se lo decía en
serio, cuando vio mi cara, siguió relatando su necrológica, porque más que
noticias era un obituario para mí.
- En cuanto al incendio, supuestamente se originó en la misma puerta del piso
que, irresponsablemente por tu parte, estaba abierta. – Abierta dice, si me la
destrozaron cuando fueron a detenerme. – Por lo visto alguien derramó una
botella de gasolina y lanzó una cerilla, lo que demuestra que se trata de un
profesional. – Supuse que eso fue sarcasmo o algo así. – Tenemos dos
testigos que dicen haber visto al o la posible autora.
- ¿Dos testigos y no se ponen de acuerdo si fue hombre o mujer?
- Tienes vecinos de una edad que roza el jurásico, así que poco se puede pedir.
Un señor dice que era un hombre de esta altura – marcó con su mano una
altura similar a la mía – vestido de oscuro, con gafas y gorra, por lo que no le
vio la cara. Su esposa, sin embargo, dice que se trataba de una mujer de esta
otra altura – volvió a repetir su marcaje con la mano, lo que sería un palmo
más bajo que yo. – no muy delgada y con media melena rizada. También
coincide con la versión de su marido sobre que llevaba gorra y gafas de sol.
¿Conoces a alguien con esas características?
- Vamos a ver, alguien que lo mismo mide uno setentaiocho como uno
sesentaiocho, con gafas de sol y gorra, con media melena rizada o puede que
calvo, hombre o mujer… pues no sabría si decir que no o que conozco a
mucha gente así.
- Ya, puede que la descripción obtenida no sea de mucha ayuda, pero no tienes
que ponerte tan borde. – ¿Borde yo?
- Oye, guapa, no te metas con él. Acaba de perder todo lo que tenía y no le
dais mucha solución, salvo acusarle de algo que no ha hecho.
Luci, que ya había terminado de desayunar, había sido testigo mudo, salvo
algún que otro sonoro sorbo de leche, de nuestra conversación. Su mala leche,
debido a su estado menstrual y ser el día malo de su ciclo, le hizo pasarse con
la poli. Rosa, por su parte, puso cara de lanzarle rayos con los ojos y tuve que
ser yo quien apagara el fuego que se estaba iniciando y que podía tener peores
consecuencias que el que devastó mi piso.
- No pasa nada. – Dije. – Aquí estamos todos y todas nerviosos. Yo, por eso
mismo que dice Luci, porque he perdido todo lo que tenía, mis posesiones
físicas, porque mis sentimientos los sigo conservando. – Esto lo dije mirando
a Luci, por si lo pillaba. – Tú, por lo visto debes haber tenido un problema en
el trabajo, seguro que con Luján. – Debí dar con la tecla correcta.
- Es un gilipollas y sabe que estoy investigando por mi cuenta. Me ha
amenazado con pedir que me abran un expediente, por inmiscuirme donde no
me llaman.
- Y veo que no le estás haciendo caso.
- Que le den.
Estaba enfadada, arriesgándose a un expediente por tratar de investigar por
su cuenta mi caso. Sería algo que inflara mi ego si no fuera porque no tengo de
eso ni porque su interés era particular, ascender.
- Bueno, y para seguir con las noticias. – Dijo cortando su mala leche y
siguiendo con las noticias. – Ya sabemos de dónde procedía la llamada que
recibió tu amiga, la hija del muerto. – Era un poco brusca, lo sé, sin embargo
en ese momento no me importó, lo que me alegró fue saber que estábamos
avanzando.
- ¡Bien! Pues ya tenemos al probable asesino. Yo apostaría todo lo que tengo
(el albornoz tendido) a que el dueño de ese móvil es el asesino.
- Tú.
- ¿Yo qué?
- Tú eres el dueño de ese móvil.
Me quedé más blanco de lo habitual. Instintivamente eché mano al bolsillo
del albornoz, porque ese albornoz de dálmata tenía bolsillo, al igual que el mío
blanquecino o grisáceo. ¿Cómo iba a estar ahí?
Mi mente empezó a mover engranajes y también empezó a dolerme la
cabeza.
Mi móvil… mi móvil… Debía estar en casa, probablemente quemado, salvo
que lo cogiera la poli cuando me detuvieron.
No, Rosa me confirmó que no y me pidió que pensara más en él.
- Pienso todo lo que soy capaz.
Reconozco que soy capaz de poco, sobre todo en momentos de presión. Soy
más de decidir basándome en la suerte, confiando en ella. Así de bien se me ha
dado la vida.
- ¿Cuándo fue la última vez que lo usaste? – Me preguntó tomando el mando
de la situación. Tardé un poco en responder, no por bloqueo, simplemente
descartaba las veces que lo utilicé para hacerme fotos al salir de la ducha.
- Cuando llamé a mi amigo Fabi, para que me ayudara con el marrón.
- ¿Saliste de casa después de esa llamada?
- No.
- ¿Lo echaste en falta en algún momento?
- No. – Lo estuve usando para las fotos.
- ¿Pudo llevárselo tu amigo cuando fue a tu casa?
- Lo dudo, es mi mejor amigo.
- Vale, parece que le veneras, sin embargo le has jodido la vida en varias
ocasiones.
- Entre amigos no nos jodemos la vida.
- Está bien, ¿Y Leo?
- ¿Leo?
- Sí, ella pudo cogerte el móvil en algún momento.
Pensé en todo lo que me estaba diciendo. Mi mente iba dos pasos por detrás,
aun así comprendí quién me había colgado el marrón, concretamente a mi
abogado de la lámpara. Las cosas empezaban a encajar y eso que las había
tenido ahí desde el primer momento.
- Leo no, porque la conocí después de haber estado en comisaría. Entonces ya
no lo llevaba.
- Salvo que te lo dejaras en casa.
- Si fue ella la que recibió la llamada, desde mi teléfono no podía tenerlo.
- Vale, en eso tienes razón.
¿Seguro? Me quedé sorprendido, porque era raro que la tuviese. Entonces
ordené cronológicamente algunos hechos, sobre todo para confirmar mi
sospecha.
Leo…
Ella no pudo ser porque cuando recibió la llamada no había… ¿O sí? Sabía
que le llamarón, lo que no sabía era la hora. Se lo pregunté a Rosa y me
confirmó lo que ya sabía, al menos sospechaba.




Pasado un rato de divagaciones conspiranoicas, Rosa se tuvo que ir y me
quedé de nuevo a solas con Luci. Se la veía gris, dolorida, encogida. Aun así
tuvo fuerzas para decirme:
- Me voy a echar un rato, la casa es tuya, excepto mi habitación.
Eché un vistazo al reloj de la sala. Era mediodía. Demasiada luz para salir
de casa con mis pintas. Debía esperar a la noche, que llegara la oscuridad y
salir envuelto en las sombras como un vampiro, aunque con mi aspecto
parecería más un exhibicionista.
Estaba nervioso, con ganas de lanzarme en persecución de quien me había
arruinado la existencia, salvo por lo que tocaba a Luci, eso se lo tendría que
agradecer, aunque mi felicidad no valía la vida de un inocente.
Tenía que ir a ver a Leo, hablar con ella, que me aclarara el por qué. Yo
sabía ya quién había sido, al menos lo sospechaba al noventaiocho por cien, lo
que me faltaba para completar el porcentaje era saber el motivo.
Esperé impaciente, contando los minutos, hasta que entró en el salón y me
pilló medio dormido.
- ¿Te apetece comer algo? – Me preguntó Luci. – A mí no me apetece cocinar.
- Si quieres me encargo yo, soy especialista en quemar cosas.
- Déjalo, pedimos una pizza. ¿Te gustan?
- Me encantan.
Lo que no me gustaba era cocinar, así que pedir comida era la mejor idea
que pudiera haber tenido, salvo pedirme que le acompañara a la cama, que
entonces pasaría incluso de comer.
No fue así, así que comimos a los tres cuartos de hora de hacer el pedido y
lo hicimos en silencio. Me pidió perdón por ser tan mala anfitriona,
prometiéndome que me compensaría con conversación en los próximos dos
días y con algo más una vez la puta Evamari se largara a tomar viento (No dijo
viento concretamente, pero es que ya estaba sobrecargando la frase con
palabras malsonantes como para decir por culo).
- ¿Crees que la poli pedorra esa encontrará a quién te ha jodido la vida?
Esperaba que su mala leche del momento tuviese que ver con lo de su amiga
Evamari y que una vez pasara, volviese a ser la Luci de siempre…
Joder, parezco gilipollas, llevaba más de quince años sin saber de ella y
pensaba que la conocía desde siempre. ¿Y si la Luci de ahora era posesiva,
celosa, malaleche…?
- Hará lo que pueda. Seguro que anda investigando todo lo que le he dado.
Le había dado poco, sin embargo sirvió para marcarme un tanto ante Luci,
que me miró como se mira a un héroe.
Pasamos la tarde viendo la tele, acaramelados, hasta el punto que se me
olvidaron todos esos planes que pretendía llevar a cabo, lo de mis sospechas y
como investigarlas para verificarlas. Ni me acordé de Leo.
Hasta que fue ella la que llamó a la puerta.
- Te he traído esto. – Me dijo enseñándome unos calzoncillos que parecían de
mi talla. – Estoy harta de verte el paquete. – Luci le soltó un oye bonita, no te
pases.
- Puestos a comprármelos, podrías haberme comprado también pantalones y
un jersey.
- No te los he comprado. Los tenía en casa. No sé cuál es tu talla y no voy a
gastarme el dinero en ropa que no te venga bien. Además no sé tampoco tus
gustos.
- ¿De dónde lo has sacado? Porque eres lesbiana ¿No? – Es que tenía dudas al
respecto. Supuse que hasta que no la viera enrollándose con otra, no me lo
creería del todol
- Sí, pero hubo un tiempo que compartí piso con un amigo, las lesbianas
también tenemos amigos.
Luci, evitando lanzarse al cuello de Leo, por cómo me estaba tratando
bordemente, decidió dejarnos solos y volverse a sentar delante de la tele. Me
pareció oírle susurrar un, que os den, o puede que un que le den. Esperaba que
fuera lo segundo.
- Estoy todo el día queriendo hablar contigo. – Le dije mientras me ponía los
calzoncillos. – Oye, estarán lavados supongo.
- No lo sé, imagino. – No me quedaban mal, un poco pequeños o puede que
fuera la sensación de opresión tras tantos días bamboleando mis cosas
libremente. – ¿Qué querías decirme?
- ¿Sabes si tu padre llevó algún caso de Fabián Santurce a Bilbao?
- ¿En serio? – Creo que además de lo raro del apellido, pilló que me estaba
riendo. Se me escapó. – ¿Crees que es momento de cachondearte de mí o de
mi padre?
- No, perdona, se llama o Fabián Santurce García, pero es que ya me sale
directo lo de la canción. La de castigos que nos llevamos en clase cuando
pasaban lista y nos poníamos a cantar la canción a coro cada vez que le
nombraban.
- ¿Entonces ese Fabián o Fabi, como lo llames es tu amigo del alma?
- Sí, de toda la vida y creo que ha sido él quien ha matado a tu padre y ha
montado toda esta mierda para fastidiarme.
- ¿Qué te ha hecho cambiar de idea?
- Hoy ha estado aquí Rosa, ha averiguado que quien te llamó al teléfono lo
hizo con mi móvil y tras devanarme los sesos no queriendo que fuera él, he
deducido que fue él. Me robó el móvil cuando vino a mi casa y nada más
salir te llamó a ti y a la policía.
- Entonces lo habrán detenido, porque he visto a Rosa y me ha dicho que iba a
interrogarle.
- No, ese devanado de sesos lo hice después de irse. Ella andará por ahí
investigando en sus ratos libres, supongo y era uno de los integrantes de la
lista que le di. ¿Has estado con ella? ¿Cuándo? – No me cuadraban los
horarios, sobre todo porque Rosa estaba trabajando. Sólo faltaría que la
expedientaran por escaquearse en horario de patrulla.
- Olvídate de eso, dime, ¿Qué quieres hacer?
- No sé, yo de momento estoy libre, gracias a ti. Es a tu padre a quien ha
matado, así que dime y te apoyaré.

- ¿Tienes pruebas?
- No, claro que no, pero pensé que igual que insististe tanto en ir donde mi
primo, estarías deseando interrogar a Fabi.
- Es que… lo siento, estoy harta. Por culpa de toda esta mierda he perdido la
confianza de un par de clientes de la inmobiliaria, por desatender las citas
que teníamos para ver pisos. Y hoy me han dado ya el cadáver de mi padre,
para que lo enterremos y estoy…
Se abrazó a mí.
Por mi cabeza pasaron pensamientos raros.
Primero, ¿Darle el cadáver de su padre? Supuse que era un modo de decir
que la funeraria ya se hacía cargo para los preparativos del incendio, no creo
que tuviese que pasar ella a recogerlo.
Segundo, ese abrazo… supe que el primer paso, el de una amistad arraigada
en pocos días, gracias al trauma que estábamos pasando, ya estaba dado.
Tercero, ¿Estarían limpios los calzoncillos? Porque ya me picaban por todas
partes.
- ¡Eh! ¿Qué pasa aquí? – Luci asomó el morro por la puerta y nos pilló
abrazados. Leo se separó de mí y mirándola a ella y después a mí, contestó:
- Nada, por mí no tienes que preocuparte. – Y dirigiéndose a mí, me dijo
susurrandomelo: – Creo que deberías pensártelo bien con ella, parece
enfermizamente celosa.
- Pues para no tener que preocuparme, os veo demasiado juntos.
- La otra noche, Isaías te desnudó y te metió en la cama.
- Isa es mi amigo y es gay.
- Exacto. – Dije, concluyendo.
Puede que Leo tuviese razón y mi ideario de adolescente me estuviese
arrastrando a una posible relación dañina para mí, pero es que estaba tan
buena…
- ¿Vamos? – Le pregunté a Leo, pasando de lo que pensara Luci.
- Vamos.
- ¿Adónde vais?
Como estábamos en el recibidor, no nos molestamos en contestarle. Salimos
de casa y tiramos hacia la calle, donde Leo tenía aparcado el coche.




- ¿Sabes si tu padre tiene documentación de su clientela en algún lugar?
- Supongo que en su despacho.
- En su casa, entonces tenemos que ir a su casa. ¿Tienes llaves?
Rosario tenía el despacho en su propio domicilio, no trabajaba en ningún
bufete, iba de autónomo, así que tal cosa nos ahorraría tener que colarnos
ilegalmente en algún despacho de abogados para echar un vistazo a una
documentación que seguro nos sería vetada si la pedíamos amablemente.
Fuimos hasta una calle cercana al jardín de Ayora, Músico Ginés, donde mi
ex abogado había instalado su vivienda y su despacho legal.
Para mi sorpresa, entramos en el garaje del edificio. Leo pulsó un control
remoto para abrir la puerta. Aparcó en una plaza reservada y subimos en
ascensor al piso cuarto. Gracias a ir por dentro del edificio desde que dejamos
el coche, no hice mucho el ridículo con mi aspecto. Ya estaba anocheciendo,
aunque todavía había bastante gente por la calle.
Sacó una llave y abrió la puerta.
Yo iba un poco perdido, porque me sonaba que el abogado vivía en el
segundo, aunque al subir desde el garaje, quizá cambiara la cosa de los
botones del ascensor.
- ¿Este es el despacho de tu padre?
- No, es mi casa. Él vive… vivía, dos pisos más abajo. – Vale, ya me
cuadraban las cosas. – Voy a por las llaves.
Mientras ella buscaba el llavero, me dediqué a curiosear un poco los gustos
de Leo. Estaba en su casa, pudiendo conocer sus intimidades personales.
Sus gustos eran bastante sencillos o bien se calentaba poco la cabeza en
cuanto a contenido. El piso estaba amueblado de un modo simple, quiero
decir, pocos muebles y pocos adornos. Así que más que simple diría funcional.
Las paredes, en vez de cuadros, tenían posters, uno, el principal, de Shakira y
alguna que otra cartelera de cine de más de veinte años atrás.
- Vamos. – Me dijo dándome un susto de muerte.




Parecíamos espías buscando documentación secreta. Probablemente más
que secreta era confidencial. El paso que tendría que dar Leo, una vez cerrado
el despacho, sería destruir todos esos papeles, así que me dijo de ir
poniéndolos en una mesa conforme los fuéramos descartando. Era como si
aprovechara el momento y la compañía, para ir dando pasos en algo que,
seguro, le costaría hacer, deshacerse de cosas de su padre, cosas que
éticamente no podía conservar.
No curioseé el contenido, sólo busqué el nombre de las carpetas, hasta que
fue ella la que encontró una con el nombre de Agustina García García.
- Ese es el segundo apellido de Fabi. – Le dije.
Me acerqué a su lado para echar un vistazo y fue ella la que soltó un:
- Vamos, no me jodas.
- ¿Qué pasa?
- ¿Fabi? ¿Fabi es Fabián?
- Evidentemente, ya te dije nombre y apellidos.
- A mí me dijo que se apellidaba García, Fabián García, nada de Santurce. Por
lo visto cogió el apellido de su madre. – En la carpeta había una foto de los
padres de Fabi.
- ¿Le conoces?
- Sí, conozco a sus padres y bueno, a él, estuvimos saliendo hace… buf,
muchos años.
- Pero ¿Tú no eres…?
- Sí, sí, soy lesbiana. Vale ya con eso. Salí del armario justo cuando salía con
él y le sentó muy mal.
Y tanto que le sentaría mal.
En la carpeta había un expediente sobre el proceso de divorcio de los padres
de Fabi. Yo ni siquiera sabía que estuviesen divorciados. Es que ni sabía que
tuviese padres. El tema familia no solíamos sacarlo a conversación. Ahora que
lo pienso, no seríamos tan buenos amigos cuando ni siquiera me contó lo del
divorcio o bien es que entendíamos la amistad de otro modo.
Así que Leo y Fabi estuvieron saliendo juntos. Otra cosa que no me dijo,
aunque no me extrañaba, porque tendría miedo a que se la quitara, bueno, no,
porque eso de quitarle la novia fue después, cuando salía con Araceli y, ah, sí,
vale, antes también, cuando él pensó que le quitaba a Luci, en esta ocasión
erróneamente, y cuando le jodí la relación con Ana. En esa ocasión no le quité
la novia, simplemente conseguí que lo dejaran. No fue un acto voluntario, es
más, fue involuntario, simplemente me metí donde no me llamaban y le dije a
Fabi que había visto a Ana con un chico abrazada y dándose el lote. No fue
inventado, que conste, les pillé de verdad. Puede que con lo de, el lote,
exagerara, simplemente estaba abrazada y más tarde, cuando ya habían roto,
porque Fabi me creyó y se puso terriblemente celoso, hasta el punto de romper
sin darle tiempo a explicaciones, nos enteramos que el tío con el que se
abrazaba era su hermano. Lejos de pensar en una relación incestuosa, que me
hubiese salvado el culo, Fabi estuvo varios meses sin hablarme. Me echó la
culpa y reconozco que la tenía, aunque él no se quedaba atrás, porque también
pudo haber escuchado lo que ella tuviese que decirle y aclarar las cosas antes
de ponerse como un energúmeno. Los celos son un mal compañero de vieja en
una relación.
Cuando, esos varios meses después, él me arruinó un ligue que conseguí con
mucho esfuerzo, contándole que yo tenía una enfermedad degenerativa que me
hacía envejecer y que en vez de dieciocho años, tal como aparentaba, tenía
doce muy mal llevados, volvimos a ser amigos. Yo me mosqueé con él,
normal, y estuve dos días sin hablarle, sin embargo asumí la revancha e
hicimos las paces. Es lo que tiene la amistad.
- ¿En serio saliste con Fabi? – No me lo podía creer.
- Sí, fue cuando empecé a tener dudas, cuando intenté, tal como decía mi
madre, aclararme.
- ¿Tu madre?
- Sí, me llevaba bien con ella, a pesar de ser yo una adolescente. Me dijo que a
veces creemos cosas que no son y lo que son, son cosas que no creemos. A
día de hoy sigo dándole vueltas a lo que pretendió decirme.
- Está muy claro.
- ¿Sí? ¿No me digas que lo has pillado a la primera? – No tenía muy buen
concepto de mí, a pesar de los avances que íbamos dando en nuestra relación
tipo fraternal.
- No, lo que te dijo tu madre ni de coña, lo que está claro es que seguro que
simplemente te dio un consejo, que no tomaras decisiones sin tener las cosas
claras.
- ¿Eso sacas de eso que me dijo?

- No, es lo que quizá te hubiese dicho yo. Hay veces que nuestros sentimientos
se confunden y otras que nuestros temores superan a la realidad.
- Tampoco te estás haciendo entender. ¿Es que conociste a mi madre? Seguro
que leíais los mismos libros. – Lo dudaba, porque yo no era mucho de leer.
- En resumen. – Iba a decirle que, hablando para tontos. – Lo cierto es que si
te gustaban las mujeres y lo tenías claro, hiciste bien en dejar a Fabi. Eso sí,
antes de romperle el corazón y hacerle un daño irreparable a su moral, lo que
debías era tenerlo muy claro.
- Y lo tuve. Me acosté con él y no sentí nada, ni deseo ni placer. Fue una
prueba de fuego. Mes y medio después me acosté con una chica que conocí
yendo de bares y me lo pasé genial. Joder, estuve con ella hasta hace un par
de meses que lo dejamos.
- Vale, vale, eso es lo que quería decir, que lo tuvieses claro. – Esperaba que
no fuese muy sincera con Fabi a la hora de decirle que no había sentido nada
al hacerlo con él.
- Pues eso.
- Fabi debió pasarlo mal, lo conozco.
- ¿Crees que por eso la ha tomado con mi padre? ¿Por fastidiarme a mí?
- Es un argumento muy estúpido, así que sí, conociendo a Fabi, probablemente
sí, aunque lo de matar se me hace muy fuerte.
- ¿Y por qué no me mató a mí?
- Eso sí que te lo puedo decir, porque él es de los que piensan que si condenas
a muerte a alguien, en realidad no lo sufre. Una vez muerto se acabó la pena,
la pena del que muere, quienes lo pasan mal de verdad son los seres
queridos, quienes se quedan, siempre que sean queridos de verdad, así que
matando a tu padre, tú eres la que sufre.
- Será cabrón y retorcido…
- Lo has descrito exactamente como es.
No era el concepto que yo tenía de Fabi, más bien era el que acababa de
asumir.
Desde que Rosa me dijo que la llamada a Leo provenía de mi móvil, supe,
un buen rato después, que había sido Fabi.
Algunas cosas no me cuadraban en cuanto a motivos. Que pensara que su
vida sentimental se vería amputada por mis intervenciones, que me echara la
culpa de su vacía vida social cuando me casé y pasé de quedar con él los fines
de semana o que él fuera del Valencia y yo del Levante, no era motivo
suficiente para tomarla conmigo. Aun así pensé que quizá se le fuera la bola y
le diera por soltarme alguna o putearme de algún modo.
Lo que no me cuadraba entonces era la parte que implicaba a mi abogado.
Tras los nuevos conocimientos que estaba adquiriendo, ya me había
quedado claro.
El destino y la casualidad, esta vez sin que intervinieran las galletas,
hicieron que entre Rosario y yo hubiese un nexo común cargado de rencor,
Fabi.
Contra el padre no tenía nada, salvo que enfermizamente lo culpara del
divorcio de sus padres. Sin embargo sí que tenía algo contra la hija, de un
modo retorcido, todo hay que decirlo, sin embargo ahí estaba el nexo.
Sólo me quedaba ir a hablar con él, decirle que le había pillado, pedirle
explicaciones y, si eso, suplicarle que parara ya y empezáramos de cero. Ya
tenía bastante con el nuevo enemigo que me había hecho (Marco, por si no se
cae en ello), como para tener que vivir pendiente de un amigo que me puteara
toda la vida.
Leo insistió en venir conmigo. Ella veía la solución de otra manera: Hacerle
confesar a ostias y entregarlo a la policía para que le encerraran de por vida.
Bien, era otro modo de verlo y al menos ella podría llevarlo a cabo. Ya me
había demostrado que sabía defenderse y sobre todo atacar.





Estaba nervioso y en el fondo me preguntaba por qué. ¿Por estar a punto de
acusar a mi mejor único amigo de matar al abogado que llevó lo de mi
divorcio? ¿De dejarme el muerto colgado en el comedor de mi casa
implicándome así? ¿De quemarme la casa? Y lo más importante, de dudar de
nuestra amistad.
Leo paró justo delante de la puerta del edificio donde vivía Fabi, en la calle
de las maderas.
- Si no te importa me gustaría subir yo solo, para hablar con él, si en diez
minutos no he dado señales de vida, llama a la poli o ven a rescatarme, mejor
haz las dos cosas, el orden me da igual.
Estaba complicado aparcar así que accedió a concederme ese tiempo
mientras buscaba dónde dejar el coche.
Llamé al timbre y tardó más de lo que admitía mi paciencia en contestar. Me
daba no sé qué estar en albornoz en la acera. No es que fuese una calle muy
transitada, pero me bastaba que pasara una sola persona para sentirme mal,
ridículo. Seguro que ya habría más de una foto o video mío en las redes,
vestido de dálmata.
Por suerte a la tercera llamada contestó al telefonillo.
Identificado y con sorpresa por su parte, me abrió la puerta y subí hasta el
primer piso de ese edificio viejo que había sido, tras mucho buscar, en el que
había podido alquilarse un piso modesto, el que su profesión de peluquero de
caballeros le permitía.
Arriba, delante de la puerta dos, tuve que esperar un rato a que me abriera.
Algo debía estar tramando, puesto que mis sospechas ya condicionaban todo
lo que pudiera pensar de él.
- Joder, tío, dichosos los ojos.
Tal que esa fue su frase de recibimiento, cuando me abrió la puerta tras una
ardua espera.
Yo me puse en modo observador, puede que con poco disimulo, como la
suegra cuando viene de visita a casa. Pretendía ver, captar, estudiar sus
reacciones y la primera conclusión que saqué fue que tal frase de recibimiento
no fue de alegría por verme, sino por sorpresa, como si yo fuese la última
persona que esperaba cruzarse en su camino y eso que me abrió la puerta del
portal, por lo tanto ya sabía que era yo.
- Estoy jodido, Fabi. – Le dije como pidiendo su ayuda, para que no
sospechara que lo que buscaba era una confesión.
- No tanto, pensé que estarías en la cárcel y aquí estás. ¿Y qué coño llevas
puesto? ¿Por qué vas disfrazado de vaca?
- De dálmata, es de dálma… bueno, ni eso, no es un disfraz, creo, es un
albornoz blanco con manchas negras.
- Pues la capucha lleva dos orejas colgando y parecen de vaca. – Dijo tras
alargar la mano y coger una de ellas. Juro que no me había percatado de tal
detalle. Sólo me faltaba descubrir que colgara una cola por la parte de atrás.
Eché mano y por suerte no la había.
- ¿Me vas a dejar pasar?
- Sí claro.
Como segunda impresión, tras apercibir su sorpresa al verme, diré que le vi
muy nervioso, echando vistazos alrededor, como si temiese que me diera
cuenta de algo que se hubiese olvidado de recoger y delatara su condición de
asesino psicópata.
Su salón estaba medianamente ordenado, tal como solía tenerlo
normalmente. El sofá con varios rotos en su cubierta, los almohadones
arrugados y bastante desgastados, la mesita con el mando de la tele, dos latas
de cervezas vacías y arrugadas, otra abierta para ser bebida, un bol con patatas
fritas, un paquete de cigarros y un cenicero que rebosaba colillas y ceniza por
todos lados.
En un extremo de la mesa había dos móviles. Al verlos pensé en el mío, si
mis sospechas eran correctas, debía tener mi móvil en su poder, sin embargo
no era ninguno de esos dos. El mío no tenía un arcoíris en la funda protectora
y el otro era el suyo, reconocible por su banderita de España en la parte de
atrás.
- Cuéntame, ¿Cómo resolviste lo del muerto ese de tu salón? Pero dime
primero por qué vas vestido así.
- Va todo junto, incluido en la misma historia. Si me das la oportunidad te lo
cuento.
Casi me delato, pues al pedirle la oportunidad estaba pensando en que no
me matara todavía. Por suerte logré contener mi lengua, mi miedo y mis
constantes meteduras de pata.
El relato que le relaté, fue este que sigue, más o menos cosas ya leídas en
líneas anteriores y que no voy a repetir, salvo un resumen:
- Cuando me levanté de la cama el viernes pasado, me encontré a mi abogado
colgado de la lámpara. Me quedé sorprendido, porque no recordaba haberlo
puesto ahí, no me van ese tipo de adornos. Lo primero que se me ocurrió fue
llamarte, porque eres mi mejor amigo, somos colegas, tío, y para eso están
los colegas, ¿No? Para resolver problemas con muertos que aparecen sin
saber de dónde en casa. Reconoce que no te portaste bien al pasar de mí.
- Es que tenía cosas que hacer. – Buena excusa, no supe cómo rebatirle.
- La poli vino y me detuvo, me acusaron de matarlo hasta que pude demostrar
mi inocencia. Creo que no me hubiesen creído si no llega a ser porque unos
vecinos identificaron al tipo que quemó mi piso. – Eso era un farol y me puse
nervioso al soltarlo puesto que no soy de los que saben mentir, sobre todo
cuando es necesario.
- ¿Te han quemado el piso? – Seguía viendo, captando, estudiando sus
reacciones y esa pregunta me resultó tan falsa como cuando Araceli negaba
que me había puesto los cuernos mientras Pascualín se quitaba de encima de
ella.
- Sí, no me han dicho quién, pero la poli ya está pisándole los talones. Tienen
su descripción.
Noté cómo su nerviosismo aumentaba de rango, a uno superior.
Disimuladamente miró por la ventana, aprovechando que estaba cerca de ella.
Sólo tuvo que estirar el cuello como un suricato.
Sonó un teléfono móvil, provocándole a Fabi un sobresalto. Era uno de los
teléfonos que estaban sobre la mesita del salón, el del arcoíris. Pude ver que
quien llamaba era Leo, porque ese era el nombre que mostraba la pantalla.
¿Todavía tenían guardados los números de teléfono de ambos? ¿Y por qué
coño le estaba llamando? ¿Estarían compinchados?
Como no dejaba de sonar, se acercó y cortó la llamada. Justo en ese
momento oí un gemido que provenía de alguna habitación. Parecía un sonido
de placer o algo así: “Mmmmm…” No sé si esto sirve como descripción.
El piso era pequeño, así que apenas cabían los sonidos.
- ¿Tienes visita? Lo siento, no quería interrumpir… Aunque parece que esté
siguiendo sin ti.
- No, no, es que… es que alquilo una habitación a parejas. Saco casi más pasta
que en la peluquería.
Siempre había sido un innovador, jamás le había faltado una fuente de
ingresos, desde trabajos esporádicos, menudeo de maría, pastillas de
colorines… hasta que se sacó el módulo de peluquería y montó su propio
negocio.
A pesar de saber todo eso sobre él, algo que siempre admiré, no me tragué
tal trola y empecé a atar cabos.
Nervios por su parte, ese móvil que ya había visto antes, sin recordar dónde,
porque la funda llevaba el arcoíris grabado era de alguien conocido y dudaba
que fuera Leo, ya que llamó ella, salvo que lo anduviera buscando... Ese
gemido que seguía oyéndose y que no parecía porno, sino de petición de
ayuda…
- Mira, a tomar por culo.
Me dijo poniéndose bruscamente de pie de un modo exaltado.
Pensé que me iba a echar de casa, y no, lo que hizo fue acercarse al armario,
abrir un cajón, sacar una daga árabe de las que solía coleccionar, y me ordenó
levantar las manos. No sé si pretendía que le dejara hueco para poder
clavármela o sólo era una amenaza que no tardaría en relatarme. Porque
descarté que se pensara suicidar.
Justo en ese momento llamaron al timbre.
- La poli. Ya te he dicho que han dado contigo.
Sus nervios aumentaron todavía más, algo malo teniendo en cuenta que
estaba armado. Miró a todos lados, como buscando un escondite o un hueco
por el que salir corriendo. Lo que hizo al final fue lanzarse sobre mí. Yo, que
no había dejado de observarle, preví tal reacción por su parte, me había puesto
de pie y al ver que se precipitaba sobre mí, me giré y salí corriendo,
tropezándome con el sofá y cayéndome de bruces sobre él. No calculé bien el
espacio-tiempo.
Fabi dudó un momento, supongo que al comprender que yo era un gilipollas
inútil al que no necesitaría matar, puesto que me bastaba por mí mismo. Digo
yo que al ver que no tenía remedio, se decidió por fin y lanzó un golpe de daga
sobre mi espalda a la vez que yo no dejaba de gritar pidiendo socorro.
Una patada en la puerta la sacó de sus bisagras y…
No era la policía, sino Leo. La vimos cuando dio los dos pasos que llevaban
desde la puerta hasta el salón. Gracias al estruendo que montó al romper la
puerta, Fabi se quedó inmóvil y no terminó de apuñalarme (¿Adagarme?), Leo
le encañonó con su pistola, más falsa que mi valor, y le pidió que tirara la daga
o que le metía un tiro.
- ¿Tú?
En mi posición fetal de autodefensa, no podía verle la cara, así que lo que
digo es sólo pura deducción, y es al ver a Leo se llevó una sorpresa
inesperada, más que cuando me vio a mí.
- Deduzco por la posición en que os encuentro, que tú mataste a mi padre.
¿Por qué lo hiciste?
Aquí debería ser cuando Fabi se derrumbara, soltara la daga y se dispusiera
a confesar, soltando lagrimones de pena, exponiendo todos sus rencores, para
después aceptar un diagnóstico propio sobre el fallo mental que le llevó a
cometer tan atroces crímenes y sobre todo amenazar de muerte a su mejor y
único amigo. Sin embargo lo que hizo fue cogerme del albornoz, tirar de mí,
hacer que me levantara, a pesar de mi falta de resistencia, y apoyar la daga en
mi cuello para amenazarme de muerte si ella no soltaba la pistola.
Tardó un poco, bastante diría yo, en conseguir parapetarse detrás de mí. A
Leo le hubiese dado tiempo de disparar varias veces en caso de haber tenido
una pistola de verdad.
- Suéltale. Él no tiene la culpa de nada de lo que te atormenta.
- ¿Que no? ¿En serio? Este cabrón me ha destrozado la vida.
Esperaba que no le enumerara todo los hechos en los que basaba tal
afirmación, no soportaría la tensión durante muchas horas.
Con los nervios, aflorando su rencor, apretaba demasiado la daga sobre mi
cuello y empecé a notar unas gotas de sudor caliente que me bajaban hacia el
pecho. O puede que no fueran gotas de sudor sino sangre. Tal idea me hizo
temblar de piernas.
Para no repetirme, diré que le contó detalladamente, en modo resumen,
cómo le había destrozado la vida, enumerando por orden cronológico todas las
relaciones que él daba por supuesto que yo le había roto, incluyendo un par de
chicas a las que ni recordaba. Puede que las mencionara para añadir
argumentos y no parecer un exagerado de cara a Leo.
Leo no paraba de decirle que me soltara, que podíamos hablar, solucionar
las cosas y no dejar que se agravaran.
Fabi no le hizo ni puto caso.
Volvimos a oír gemidos, además de los mío. Puede que sólo los oyese yo,
porque ellos estaban a otra cosa.
Me di cuenta que Leo miraba a todas partes. Dudaba que fuera curiosidad o
que estuviera tasando la casa, por deformación profesional, así que
probablemente estuviera buscando algún modo de distraer a Fabi, para poder
saltar sobre él y desarmarle sin arriesgar mi vida o bien aceptando un
necesario daño colateral. En ese momento mi integridad física dependía del
estado de salud mental de ambos. Él por el odio acumulado durante años y lo
que se cortocircuitara en su cerebro, ella por su posible afán ciego de
venganza. Yo estaba en medio.
En su rastreo vio los teléfonos sobre la mesa y por lo visto reconoció el del
arcoíris. Ahí caí yo también a quién pertenecía, a Rosa. Por lo visto en algún
momento se darían los números de teléfono y había estado llamándola para
pedir ayuda. ¿Por qué estaba en la mesita del salón de Fabi?
Reconozco que a veces me falta perspectiva para ver las cosas, sin embargo
en ese momento, bien por evidente, bien porque mi mente estaba exhausta,
buscando una salida, deduje que los gemidos provenientes de la habitación
eran de Rosa, que no es que estuviera enrollada con mi amigo (ya podía
considerarlo ex), sino que había ido a interrogarle y él la sorprendió,
haciéndola prisionera. Debía tenerla encerrada y supuestamente atada, en una
habitación.
Al volver de mis evasivos y deductivos pensamientos, oí que el capítulo de
reproches ya andaba por los directos hacia ella, sobre que le rompió la ilusión,
que la quería mucho, que no sé qué…
No presté atención ya a las palabras, me centré más en la sensación de
líquido corriéndome por el cuello. Ya tenía claro que era sangre y tontamente
pensé en la bronca que me echaría Isaías cuando viera que le había manchado
el albornoz.
- ¿Por qué tienes el teléfono de Rosa? – Le preguntó señalando con la pistola
la mesita.
Si me preguntan cómo lo hice, no sabría responder. Quizá un instinto de
supervivencia o puede que en el fondo me minusvalorara y en realidad no
fuera tan inútil como me pensaba.
Me dejé caer hacia abajo, lo que aprovechó Leo para lanzarse en carrera
sobre él (nosotros). No estaba tan separada, con un par de pasos, sorteando una
silla mal colocada, logró soltarle un puñetazo en la cara a Fabi. Si se me exige
veracidad en los hechos, apenas lo recuerdo.
- ¿Estás bien? – Me preguntó Leo extasiada por el esfuerzo. Eso fue lo
primero que me vino a la cabeza tras el momento, breve, de lucha en el que
nos vimos envueltos. Ellos en la lucha en sí y yo sirviéndoles de tatami.
- Sí, claro. He visto pasar toda mi vida ante mis ojos, por suerte sólo había una
temporada y bastante corta. ¿Ya te lo has cargado?
- Sí, ha costado, pero sí.
- Gracias a que me he agachado estratégicamente. Qué bueno que pillaras mis
intenciones.
- Si te desmayaste…
- Bueno, la táctica es lo de menos, lo importante es el resultado.
- Venga, levanta. – Entonces me acordé.
- Creo que Rosa está encerrada en una habitación.
Me estaba ayudando a levantarme. Quizá debí esperar a estar de pie para
decírselo porque su reacción fue soltarme y salir corriendo en su búsqueda.
Me volví a caer y además me mosqueé.
¿A qué venía ese interés por la poli? ¿Era más importante que yo?
Gracias a mí había pillado al asesino de su padre y además me había
conocido, lo que no era algo digno de marcar como un momento importante de
su vida, aunque tal momento de coexistencia se convirtiese en el inicio de una
buena amistad.




Cuando entraron los policías, armados y apuntando a todos lados,
incluyéndome a mí, la escena que encontraron fue a Rosa leyéndole los
derechos y esposando a Fabi, mientras que Leo y yo, en un rincón del salón,
poco más que aplaudíamos, antes de levantar las manos al ver que nos
apuntaban.
Por lo visto, ante el estruendo que provocó Leo cargándose la puerta de una
patada y los gritos que soltamos para tranquilizar a Fabi y que no me matara,
hizo que algún vecino llamara a la policía.
Rosa había pasado un buen tiempo atada a la cama, desnuda, temiendo que
el cerdo de Fabi entrara y concluyera lo que pretendía hacerle. Por suerte a
quien vio entrar fue a Leo, que la tranquilizó mientras estudiaba la escena.
Cuando entré yo, la vi en su sumisa postura y conste que no sentí otra cosa
que odio hacia el que había considerado mi amigo.
- Ayúdame.
Así lo hice. Me ensañé con el cable que sujetaba a Rosa a una pata de la
cama. Por lo visto Fabi no tenía cuerda y usó cable eléctrico.
Tras ser rescatada por Leo y por mí, me salí de la habitación para
salvaguardar su intimidad de vestirse.
Entonces me acordé que había dejado solo a Fabi, algo que siempre había
criticado en las pelis, cuando la chica le pegaba con un palo al psicópata
asesino que caía sin conocimiento y acto seguido, la chica, se daba la vuelta,
dándole la espalda no sin antes haber tirado el palo al suelo. El desenlace
lógico era que el psicópata se levantara y se cargara a la chica.
Cuando entré en el comedor, Fabi estaba levantándose, algo que parecía
costarle, porque Leo se había ensañado con él.
- Leo… Leo… LEO – Grité.
Como tardó un poco en aparecer, no tuve más remedio que tomar una
iniciativa. Me quité el albornoz y le lancé el dálmata. Fabi se enredó en él, por
el aturdimiento de los golpes y por lo inesperado de verse envuelto en un
albornoz. Yo aproveché para lanzarme sobre él y tratar de anular sus intentos
de desprenderse de la trampa. Por suerte entraron las chicas y Rosa tomó la
iniciativa, liándose a patadas con el pobre albornoz, sabiendo quien estaba
debajo.
Al poco oímos las sirenas.
La poli estaba llegando discretamente, así que Rosa le quitó el albornoz, me
lo tiró para que me tapara mis patéticas intimidades y se dispuso a detener
formalmente a Fabi.




Han pasado tres días desde que detuvimos a quien fue mi mejor amigo.
Estoy viviendo, provisionalmente, en casa de Leo, que me ha dado asilo
hasta que me encuentre un piso acorde a mi presupuesto. Probablemente
pasaré una larga temporada con ella.
No he vuelto a casa de Luci, de momento. Aunque tengo muchas ganas
de… verla, lo cierto es que creo que huyo de ella, que evito volver.
Una vez recuperada la calma y ropa de vestir, veo las cosas de otro modo.
Sí, Luci está ahí, esperándome, con su espectacular belleza para mis ojos. Sin
embargo hay algo que, ahora pensando en frío, sin tenerla frente a mí
mostrando todo lo que aporta su cuerpo tan sexi, me ha echado atrás. Su modo
de decidir por mí, sus reglas, sus celos… Eso no es lo que quiero, así que me
comportaré sensatamente y no volveré a verla, que crea que he muerto o que
me ha dado un ataque de amnesia y que me he olvidado de ella.
Reconozco también que me da miedo regresar y enfrentarme a Isaías. Su
albornoz quedó para trapos. Cuando me dejé caer para darle vía libre a Leo, o
cuando me desmayé según su versión, yo mismo me rajé el cuello, debido a
que Fabi mantenía la daga apoyada en él. Por suerte fue una herida superficial,
aunque de momento tengo una marca de unos tres centímetros con siete puntos
de sutura. El albornoz se manchó de sangre y lejos de lavarlo, cuando ayer me
compré ropa, lo tiré a un contenedor de basura.
Sí, ya tengo ropa. He pasado la fase albornoz, lo que me conlleva bastante
incomodidad, incluso llagas en las costuras del calzoncillo. Leo me ha
prestado dinero para comprarme un quita y pon de pantalones y jersey. Creo
que va a ser mucho mejor amiga de lo que ha sido Fabi.




Luján debe estar que muerde, por la rabia que le dio haberse equivocado
conmigo.
Cuando nos vio aparecer en comisaría, me recibió con una sonrisa de esas
de: “Ya te hemos pillado, cabrón. Yo tenía razón…” Imagino el chasco que se
llevaría cuando Rosa le dijo que había resuelto el caso. Que tenían al asesino y
pirómano y que yo era inocente, es más, era una víctima. Por desgracia esa
parte no la vi, me la contó Rosa, porque Rosa ha estado mucho por aquí estos
días. Por lo visto también le van las mujeres y entre ellas, le va Leo. En algún
momento, en las veinticuatro horas antes de ir a casa de Fabi, se habían
enrollado, por eso tenía el teléfono de Leo grabado en sus contactos. Quizá esa
funda con el arcoíris me debió hacer suponer que también andaba en ese
colectivo. La cuestión es que ahora me cae mucho mejor que antes y sigue
pareciéndome la poli más sexi que he visto en mi vida.
Nos contó, justo ayer mientras cenábamos los tres en casa, que cuando fue a
interrogar a Fabi, éste la sorprendió traicioneramente, soltándole un golpe en
la cabeza que le hizo perder el conocimiento. Cuando despertó estaba atada a
una cama, amordazada, desnuda y viendo que Fabi se estaba desvistiendo,
dispuesto a violarla. Por lo visto a mi amigo se le había ido ya la olla del todo.
Por suerte en ese momento fue cuando yo llamé al timbre. Así que,
oficialmente, le salvé, algo que le hice saber como quien no quiere la cosa.
De momento nada había cambiado en su carrera profesional, salvo una
felicitación personal por parte del comisario y un: “Sigue así, tienes talento
para esto.” El que lo dijera delante de Luján, sirvió para enrabietarle más
todavía.




El próximo lunes volveré a mi negocio. Ya estoy tramitando con el banco
que me de una nueva tarjeta de crédito para disponer de mis pocos ahorros.
Rosa ha movido hilos para que me renueven el DNI y la compañía de
seguros anda haciendo peritaje en mi ruinosa vivienda para indemnizarme.
Hoy hemos ido a enterrar al padre de Leo. No me he sentido cómodo entre
tanta familia, puesto que mucha gente se ha pensado que yo era su novio o
algo así. Por suerte algún que otro abrazo entre ella y Rosa, con piquito
incluido, habrá dejado las cosas claras.
Mientras ellas hablan de sus cosas en la cama, yo he pensado ¿Y por qué no
escribir un libro con esta aventura que he pasado? Y como soy de fácil
lanzamiento, así lo he hecho y así ha salido.




Fin


Vicente Balsa Catalá
26 de abril – 20 de mayo 2020

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