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SER O NO SER

NORMA FINK
© NORMA FINK
SER O NO SER

Sello: Independently published

Maquetación a cargo del Equipo Divinas Lectoras.


Diseño de portada:. Valentina Moyano/Norma Fink/Equipo Divinas Lectoras.

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total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en
cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin
autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos
conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.
SINOPSIS
Desenfreno, lujuria, celos, libertinaje como formas de vida ¿o recato y
autocontrol? Todo en una sola historia de amistad, sus contradicciones y
amor no correspondido que puede cambiar.
No es necesario nombrar a los protagonistas. Cada uno se perfilará a
través del argumento y seremos testigos privilegiados de las decisiones que
tomen.
.
A mis seres queridos.
NOTA DE LA AUTORA
Toda la novela es pura ficción y eso comprende el argumento, los
personajes vivos o no y cualquier parecido con la realidad es pura
coincidencia.
ÍNDICE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 1

Norah era una niña dulce, según apreciación familiar y de quienes la


conocían. La lista de elogios era larga y no la entendía bien, pero su instinto
le decía: eres lo que eres o lo que ellos creen que eres.
Este no era un pensamiento suyo. No tenía edad para tenerlo y si sus
pantallazos anteriores a sus cinco años afloraban los atesoraba dentro de sí.
Siguió creciendo y los recuerdos nunca dejaron de pertenecer a su yo
actual. Ella era quien era más su desarrollo. A los 30 años aún no podía
definir su personalidad. Curioso pero real.
Su evolución la hizo recorrer el camino de niña bonita hasta convertirse
en una adolescente poco agraciada con uno y mil complejos, con o sin la
ayuda de su hermana mayor. Siempre sostuvo que fue ella quien le puso el
sello de mal parecida.
Tenía una compañera de colegio fea de pies a cabeza; sí inteligente. Se
llamaba Dorita. Usaba un pullover verde loro a juego con su nariz. Era la
estampa de la coherencia. La mamá de Norah no tuvo una buena idea al
tejerle un pullover verde. Cuando lo estrenó, su hermana dijo: “te pareces a
Dorita”. Nunca lo olvidaría. Elisa no tenía malas intenciones. Era sincera.
Eso la marcó a fuego como un lacre que se estampa en el dorso de un
envoltorio importante.
No era relevante si era cierto o no. Era muy fuerte que le dijeran algo
que ya sentía dentro de ella y que lo había enterrado profundo para poder
seguir avanzando.
Así comenzó su adolescencia.
No le afectó en su desarrollo cultural ni social. Tenía una virtud: la
simpatía. Lo decían todos.
Con esa simpatía conquistó noviecitos de colección, amigas, notas muy
buenas en el secundario por lo que fue abanderada del Colegio Nacional de
su pueblo.
Era un pueblo cosmopolita, pequeño, que unía habitantes geniales,
inteligentes, tontos, pobres, ricos riquísimos, ricos no tanto, clase media,
intermedia, profesionales universitarios, cultos, ignorantes. Había de todo y
para todo. Pero ese entretejido humano era una red compacta sin fisuras que
daba personalidad al pueblo. Ella podría situarse en: pasar económico
normal con ascendiente universitario y cultura.
Cuando terminó el secundario con diez de promedio general, tuvo que
partir a la ciudad capital para ingresar a la universidad.
Quería ser abogada y lo fue. Pero su afán era ser notaria pública y
consiguió ser titular de un registro de la ciudad de Buenos Aires.
Allí pudo ser quien era: justa, correcta, eficiente, obsesiva de la
perfección, protectora. Cobraba caro cuando lo consideraba pertinente y sin
honorarios cuando la situación lo ameritaba. Regaló mucho trabajo y
tiempo. Regalar a veces implica atar, lo cual no es aconsejable. No
valorarse también te hace pródiga.
El equilibrio siempre fue la meta de Norah. Si lo consiguió o no ya
veremos.
Capítulo 2

Tenía una amiga, Celina, parecida a ella en todo, hasta físicamente.


Se hicieron amigas en la adolescencia. Tenían la misma edad. La
universidad la cursó como Norah en la ciudad de Buenos Aires, pero en la
facultad de arquitectura y ejercía como tal.
La diferencia entre ellas era el carácter aventurero de Celina con el sexo
opuesto. Era una lanzada sin prejuicios. Era única hija de padres con
educación y mucho dinero.
Norah tuvo en su haber novios sin derecho a roce desde su infancia,
podría decirse, hasta los 23 años en que dijo: “vieja, sí, pero virgen nunca”.
Cada relación le duraba poco y siempre cortaba ella.
Era normalita en cuanto a belleza física. En cuanto a no poder conseguir
a Sebastián, objeto de sus deseos, él ni estaba enterado.
Este ser masculino de casi su misma edad era amigo de Celina desde la
infancia de ambos. Estaba casado y era médico, sí médico, dedicado al
psicoanálisis. Reiterar lo de médico es resaltar el sueño de toda madre de
tener uno. Se debía tal vez a una necesidad prehistórica de contar con quien
cure todos los padecimientos.
Celina, por su parte, se enamoró de quien no debía luego de pasar por
varios avatares románticos de sexo explícito. Esto último por contarlo en
detalle: se trataba de un hombre llamado Raúl, que sintetizando era un
zafado de tomo y lomo. Trabajaba en una compañía aseguradora como
corredor. Gracias al empujón de Celina se recibió de médico para ejercer de
psiquiatra. Y cuando digo zafado es porque lo era. No tenía una familia de
arraigo, era fantasioso con el sexo, hasta diría un sexópata. Celina parecía
hecha a su medida.
Supo Norah que Sebastián compartía sus prácticas de sexo conjunto,
incluyendo a su cónyuge. No sabía por decisión de quién o si por simple
complicidad.
Norah, ajena a esas prácticas, las conoció a través del psicoanálisis en
grupo, por lecturas y por las explicaciones bastante precisas de su amiga.
En cuanto a Raúl, solo verlo actuar como rebelde sin causa era una
demostración viviente de sexo transpirado por los poros. Se le tiraba hasta a
las piedras.
Se enteró por Celina que Sebastián se había separado de su mujer hacía
tiempo y que cambiaba de pareja estable cada tantos años. Ahora estaba
solo.
Norah se preguntaba qué era lo que la enamoraba de él. Entonces
aparecían las motivaciones: inteligencia, físico que coincidía con la imagen
del actor de Titanic, elegir de pareja a mujeres bonitas, ser citadino y una
postura de superioridad frente a todos y a todo disimulada con simpatía de
niño bueno.
¿Cómo iba a fijarse en ella: una desabrida notaria con poca vida sexual,
inhibida seguramente hasta los tuétanos? Su imagen de sí misma llevaba su
autoestima hasta profundidades abisales.
Capítulo 3

Celina, que de tonta no tenía un pelo aunque se esforzara por parecerlo,


entendió la incapacidad de Norah para concretar su amor y decidió ayudar
un poco. Era contradictoria, la quería mucho y de verdad, pero no le
permitía entrar en su mundo de libertad sexual y se alejaba con cada
insinuación de Norah para participar. Era una actitud más fuerte que ella.
Si lo analizaba un poco eran tal vez celos solapados. Raúl sentía por ella
un aprecio genuino sin connotaciones eróticas.
Celina no lo podía manejar. Veía a su amiga favorecida con una
inteligencia innata, superior a la media y más. Tenía valores éticos
profundos, conseguir sus propósitos le era fácil, era leal y asesoraba de
manera desinteresada a quien se lo pedía y más aún a ellos. Tenía mil y un
ejemplos. Expiaría sus culpas si ponía manos a la obra.
Se reunió con Sebastián en un café y empezó su trabajo con:
—Norah, a quien conoces por haberla visto en mi casa o no recuerdo
dónde, es una persona sobresaliente en todo lo que hace, además de bonita,
elegante, simpática autosuficiente y soltera.
Sebastián casi no podía contener la risa viendo el esfuerzo de Celina por
la descripción de una extraterrestre. Ella siguió con su verborragia
agregando:
—Es una persona diferente de las que estás acostumbrado. Siempre te
enganchas con mujeres conflictuadas o las que traen hijos de otros padres o
las que, luego de dar la vuelta al mundo, vuelven a ti como último recurso.
Concluyo, pues se me hace tarde, que no dejes pasar esta oportunidad. El
final queda abierto.
Sebastián escuchó esto último de sus fallidas elecciones y pensó que no
estaba lejos de la verdad. Creyó que consiguió despertar su interés por
conocer a Norah más a fondo. Celina estaba con tal embale que solo le faltó
decir: “te acercas o te llevo a patadas”.
Ella se fue a la carrera. Raúl la esperaba y era un impaciente de manual.
Pensaba mientras iba a su encuentro que, a pesar de los obstáculos
puestos por sus progenitores para evitar su casamiento, ya llevaban casados
unos cuantos años. Tenían un hijo al que crio un ama de llaves, démosle esa
jerarquía. La señora, además de ser buena persona, funcionaba como un
todoterreno.
Capítulo 4

Sebastián vio la posibilidad de acercarse a la renombrada Norah, que


empezó a interesarle. Necesitaba un escribano para una certificación de
firma. Consiguió el teléfono sin esfuerzo y concretó una cita. La escribana
debía estar, se aseguró, pues le urgía llevarse el documento en el acto.
Entró a una elegante oficina con puerta transparente de cristal y un gran
manijón central de vitraux realizado por un famoso artista del momento. El
lugar tenía una sala de espera con sillones Wassily, diseño de Marcel
Breuer, de color marrón oscuro, naturalmente curtido. Dejaba ver despachos
acristalados combinados con madera de roble claro. Allí trabajaban con
máquinas modernas y fotocopiadoras individuales, protocolistas, secretarias
y gestores. Dividía el ambiente de trabajo del de espera un escritorio en ele.
Al frente una recepcionista conjuntaba con el resto.
Resumiendo, todo era de buen gusto y arquitectos con onda.
Por un pasillo encerrado entre roble y cristal apareció una estilizada
mujer, que reconoció como Norah. Sobre su nariz montaba un anteojo de
lectura de armazón oscuro. Preguntó por Sebastián Araoz quien se paró y
fue a su encuentro. Se saludaron con un apretón de manos y le indicó el
camino a su despacho. Él la hizo pasar primero.
El lugar amplio, sobre una avenida céntrica, tenía un gran ventanal de
techo a piso con ventana corrediza desde la mitad. Todo el armazón era de
aluminio. Los sillones eran de cuero negro, giratorios y el de ella tenía
además apoyacabeza, brazos y era reclinable.
Usaba un traje de fina gamuza celeste de pollera y saco atado con un
cinturón. “Sencillez y buen gusto” pensó Sebastián, quien usaba un ambo
de pantalón beige y saco a cuadros de diseño inglés.
Hasta aquí llega la descripción de la forma. Vayamos al fondo.
Norah para hacer sentir cómodo a su nuevo cliente, quien le provocaba
un ritmo veloz a su corazón, con una sonrisa de dientes parejos y blancos
dijo:
—Sé quién eres y nos hemos visto en varias ocasiones. Me alegra que
me hayas elegido.
—Es cierto, te elegí porque conozco tu trabajo a través de Celina.
Quisiera que seas mi escribana a partir de ahora. En esta como en todas las
profesiones la confianza es primordial y tú tienes la mía.
Se miraron a los ojos y vio que los suyos eran de un transparente color
miel. Ella bajó la vista primero para enfocarla en el documento que tenía
sobre el escritorio. Se trataba de un formulario de la Afip. Por el
intercomunicador pidió que le alcanzaran el libro de Requerimientos. Pidió
a Sebastián su DNI para verificar los datos. La empleada llenó el acta y giró
el libro para que Sebastián firmara. En el acto lo hizo Norah estampando su
sello. La chica fue a completar el trabajo y los dejó solos.
Aprovecharon el intermezzo para conversar. Ella trataba de no demostrar
su emoción y él, más calmo, le pareció haber encontrado una perla natural.
Le preguntó por gastos y honorarios y bajó la vista para no incomodarla.
—No suelo cobrar a mis clientes por este trabajo y menos a vos que es tu
primera vez. No lo tomes como una obligación de volver. No es esa mi
motivación por no cobrar.
—Bueno, en ese caso, acepta mi invitación a cenar mañana en el lugar
que prefieras. Sugiero El Mirasol bajo el puente de Posadas y Carlos
Pellegrini a las 21h., si te parece bien. Te puedo pasar a buscar por donde
digas, a la hora que nos permita ser puntuales con la reserva. Es un lugar de
mucha demanda.
Norah pensó: “esto no me lo pierdo ni ebria ni dormida” y dijo:
—Acepto, pero iré en taxi. Es más sencillo.
La secretaria le alcanzó el documento que firmó en el acto y entregó en
un sobre. Ya de pie, él se acercó a darle un beso en la mejilla. Lo acompañó
hasta la salida.
Capítulo 5

Cuando quedó sola corrió a despatarrarse en su sillón y se pellizcó para


ver si había sido un sueño.
Fue una realidad y la vivió desde el momento de entrar al Mirasol. Lo
vio sentado junto al ventanal de Posadas. Se paró para recibirla con un beso
social. El maitre le acercó la silla y él volvió a su lugar. El mozo que
observaba se aceró enseguida a preguntar por las bebidas. Ambos
coincidieron en agua mineral sin gas, pero consultando con la mirada,
Sebastián pidió vino tinto Malbec, cuya marca decidiría el mozo.
Luego de traer las bebidas y el cateo del vino, sirvió las copas y preguntó
por los platos. La panera bien, con grisines y pancitos de diferentes colores,
la dejó en la mesa y por fin se fue.
Norah, sin espera ni delicadeza, le preguntó por qué cambiaba de pareja
cada tantos años. ¿Era un invento de relojería suizo o su propia impronta?
No le importaba cómo podría caerle la pregunta. Sonriente le contestó
que era el tiempo justo para evitar el aburrimiento y siguió:
—Noritah, estás lejos de entender las nuevas tendencias de cómo se
concibe el amor de pareja. Desde que en el país se introdujo el
psicoanálisis, los jóvenes que participamos dimos un gran paso adelante al
considerar el sexo como algo normal, no pecaminoso, que puede
compartirse en libertad y cambiar de pareja cuando alguno lo decida. Es
raro que no lo sepas teniendo a Celina de amiga.
Ella lo interrumpió:
—Te diré lo que pienso y siento al respecto. Yo también participé en esos
grupos y soy una pacata que siempre quiso salir de ese encasillamiento.
Envidio esa libertad. Celina sabe de mis intenciones de unirme al grupo de
liberados. Siempre hizo el gesto de “tú no”, agregando para ser más
explícita: “no das el target”.
Agradecía su preocupación y aparente buen consejo, pero con él o sin él,
haría lo que le diera la gana, agregando que era una egoísta. Cada vez que la
llamaba un fin de semana para que se vieran ponía cualquier excusa para no
hacerlo. Si siendo su amiga no acudía a darle una mano cuando se lo pedía,
casi con megáfono, ni le prestaba atención a su evidente infelicidad, no
querría tenerla como enemiga.
Sebastián, dejó de sonreír, pues entendió lo que Norah expresaba con
tanta claridad.
—Celina se ha delatado al pensar que puedes competir con ella y
expondré realidades que puedas valorar por ti misma. Raúl, su marido, es
un reverendo hijo de puta. La hace compartir situaciones en las que ella
participa o no, según él lo considere viable. Con mi primera mujer
compartimos con ellos una noche. Compartir es una forma de decir. Raúl se
lanzó sobre mi ex para tener sexo, ella lo aceptó de plano sin pensar en nada
ni en nadie. Hay ciertas reglas que cumplir que ambos las pasaron por alto.
En Raúl es un hábito. Pensé que mi mujer actuaría de otra forma. Me
equivoqué. Se enredaron en una relación lujuriosa y se dieron una gran
fiesta erótica. Nosotros quedamos como dos boludos voyeristas. A partir de
ese momento Raúl confirmó ser un mal bicho y mi ex se ligó un pedido de
divorcio, pues una persona sin reglas no merece ser mi mujer. De todo esto
puedes concluir que la vida de Celina no tiene nada de envidiable y que mi
mujer podía hacer con el sexo lo que quisiera, pero respetando lo básico en
relaciones conjuntas. Yo, por supuesto, no iba a tener sexo con Celina por
una cuestión que nada tiene que ver con la amistad. Es un feeling. Para que
quede claro, yo voy por libre, no me gustan las ataduras del para siempre.
No creo que existan ni sirvan para armar familias donde los chicos sufren el
desencuentro de los padres. Todo termina mal. Si bien soy experto en estas
prácticas lo hago con personas normales, no la voy con zafados ni
pueblerinas que se las dan de liberadas para tener sexo.
Norah no podía salir de su asombro. Este tipo pensaba como ella.
Por suerte vino la comida para cortar el desastre que había escuchado.
La carne y ensaladas estaban exquisitas. Siguieron tomando el vino que
era para saborear.
Norah dijo que él había sido muy explícito, solo quería hacerle una
última pregunta:
—¿Te interesa o no compartir sexo?
—Cada vez menos y hasta lo veo como un enorme esfuerzo. He probado
tanto y tantas que ya nada me sorprende ni me es atractivo. Claro que esta
sentencia es apelable.
Luego del postre y el café, pagó la cuenta y en un taxi la acompañó a su
casa. Bajó con ella hasta la entrada. Lo invitó a subir, pero él desistió.
Norah se sintió morir, pero antes de entrar en el abismo de la
desvalorización, prefirió dejar caer a su ídolo, ahora de barro.
Sebastián se convenció que su actitud de no aceptar la invitación fue
para no lastimar a Norah por no estar en sus cálculos relacionarse
seriamente con nadie.
Capítulo 6

Días después y sin imaginarlo, Norah y Sebastián se encontraron en el


MALBA. Ella estaba acompañada por Leonardo, un colega amigo de esos
que son un comodín en las lides notariales. Era soltero y bien parecido.
Sebastián estaba junto a una morena mayor que él, era evidente. No era
ni linda ni fea.
Al enfrentarse los cuatro no hubo otra salida que saludar y presentarse.
Todo fue formal y actuado.
Sebastián se sintió incómodo. No imaginó siquiera esa casualidad y verla
acompañada le dio una arritmia, o más bien esa sensación. Él estaba sano.
Las parejas siguieron su rumbo hasta caer juntos en la cafetería del
museo. No quedaba más que compartir una mesa por falta de espacio y
cortesía. Norah lo tenía de frente. Ordenaron y empezaron a hablar de sus
hobbies.
Norah y Sebastián coincidieron en pintura. Susana, su amiga, contó que
por ser jefa de enfermeras no tenía tiempo para nada. Leonardo escribía
poesía. Hablaron del arte latinoamericano, de sus pintores preferidos y de
poesía desde Borges hasta Nervo. Susana solo sonreía.
Cuando llegó la hora de separarse Sebastián besó instintivamente la
cabeza de Norah quien sintió que aquello no era pura formalidad.
Realmente no lo fue. Sebastián sintió celos. Era un dato que no debía
pasar por alto. Cuánto le duraría ese sentimiento, no lo sabía.

Los días siguieron pasando y si bien uno pensaba en el otro, nadie daba
el brazo a torcer. Era una guerra de voluntades.
Capítulo 7

Un sábado por la mañana Celina la despertó. Tomó el celular que sonaba


y escuchó su voz que pedía disculpas por ser una egoísta comprobada.
Tomó consciencia por el sermón que recibió de Raúl, quien le recriminó por
no escuchar a una amiga cuando esta le pedía atención, lo cual de por sí era
un sacrilegio y, además, porque él la había escuchado en varias
oportunidades negarse a salir con Norah.
—Lo importante —siguió diciendo Celina—, es que Sebastián nos ha
invitado a ver hoy en su casa la película El hilo invisible, solo a las dos.
Norah le dijo que aceptaba las disculpas por esta única vez. En cuanto a
la invitación lo iba a meditar. Sebastián creería que pensaba seducirlo y eso
no era bueno. Hacerse desear era equivalente a valorarse. Aunque se
deshiciera en ganas de aceptar, no lo haría. Siguió durmiendo y le agradeció
por llamar.
Celina se quedó boquiabierta. Norah estaba fatal. Hablaría con
Sebastián y en el acto marcó su número. La voz del otro lado sonaba a
sueño. Sí, estaba durmiendo. Pero eso no era obstáculo para despabilarlo.
—Mira, querido, si no invitas a Norah en forma personal o telefónica
olvídate de ver la película acompañado. Yo sí puedo ir pues los sábados
Raúl siempre tiene algún imprevisto que es lo mismo que decir: “me voy de
joda”. Pero nosotros dos solos no es programa para ninguno, así que mueve
tus alas y vuela.
—Buena para nada, tendré en cuenta tu consejo. Confío en mi poder de
persuasión, así que nos vemos esta noche. Pediré sushi y vino blanco. Si
quieres trae tú el helado.
—Gracias.
Cortó y ahora solo quedaba esperar.
Capítulo 8

Raúl, que era de todo menos santo, estaba detrás de una mujer bonita,
que ejercía como representante de actores en el mundo del teatro y la TV.
Su relación empezó en un encuentro casual en un panel de psicoanalistas
que utilizaban la expresión corporal y la representación teatral como
práctica terapéutica. Era bonita e inteligente. Se parecía a Celina por varios
motivos, el principal era que ambas eran buenas en su trabajo y en la cama.
Si se ponía en sincero consigo, celaba de Celina su capacidad de generar
amistades, cosa que seguramente aprendió de él. Pero “nunca enseñes a un
tonto porque puede superarte”. Creía que ese era el dicho o su concepto.
Además, Celina tenía una energía descomunal para preparar trabajos y
presentar disertaciones en cualquier parte donde hiciera falta un exponente.
Estaba en todas, era estudiosa y le encantaba sobresalir, aunque lo
disimulaba haciéndose la humilde. La tenía bien calada. Admiraba su
capacidad y le enojaba su desorden y falta de puntualidad. La cabeza la
tenía bien amueblada. Ser infieles no era novedad para ellos. Eso no le
molestaba como sí lo hacía su esfuerzo por sobresalir en su profesión,
aunque fuere a nivel teórico. En eso era celoso.
Este sábado saldría con la representante de actores que le tiraba los tejos
bien pulidos. Suponía que la rayuela era su juego favorito cuando niña. No
la tomaba en serio o eso creía. A veces las cosas se daban por inercia luego
de un primer movimiento. Y si era por moverse, con ella no tenía
problemas.

Sebastián ya no pudo dormir más. Se levantó y luego de un café estaba


listo para llamar a Norah. Era una hora prudente, casi mediodía.
—Hola, Norah, quería invitarte a mi casa para ver una película. También
invité a Celina. La invitación implica mi necesidad de verte. Si decides
venir será un placer.
Dijo eso y cortó.
Norah no deseaba otra opción que la de aceptar. Iría. Llamaría el
domingo a su analista que, para ella, estaba disponible siempre.

Cuando Sebastián abrió la puerta de su casa, ubicada en Barrio Parque,


Norah quedó sorprendida de la distribución y decoración que saltaba a la
vista. Todo era un conjunto perfecto de muebles, algunos rescatados de
algún corralón tal como una cocina de hierro de restaurante, una pieza
inimaginable en una entrada, pintada de un verde militar oscuro con algún
detalle en rojo. Era una invitación a seguir mirando la creatividad del
arquitecto. El living a continuación estaba flanqueado al fondo por una
puerta-pared de cristal que daba a un jardín iluminado. Parecía diseñado por
Thays: era una selva de hojas, flores y colores, dignas de un paisajista de
excelencia, que rodeaba una pileta de natación de un profundo azul con
destellos cobalto.
El comedor a la derecha estaba dividido del living por una corta pared y
en el acceso aparecía un ventanal al jardín con un macetero por fuera a la
altura de la mesa y de todo el ancho del ventanal, con arvejillas lilas, rosas y
violetas. Era un desperdicio de buen gusto para un hombre solo. La sala de
tv y pantalla de video estaba en la planta superior, a la que se accedía por
una escalera de hierro caracol de otros tiempos. Los escalones de hierro
tenían las semiesferas estampadas.
En esa planta se veían además dos dormitorios en suite.
Celina no se sorprendió pues ya conocía la casa. Una mesa ratona, frente
a un sofá de tres cuerpos, exhibía el sushi y algunos dulces. Además había
copas para champagne y agua. El anfitrión invitó a comenzar a saborear
todas esas delicias. No hubo espera y Celina empezó a comer de pie.
Sebastián sirvió las bebidas y, cuando ya estaban decididos a ver la película,
le dio play y rápido se sentó junto a Norah. Celina lo hizo en un sillón
hamaca de esterilla Thonet.
Norah no confesó que había visto la película cinco veces y la seguiría
viendo hasta el infinito, tanto caló en ella El hilo invisible. Siempre la vio
sola, sin compañía, pues no quería perderse ni una coma de los subtítulos.
Al final ya no le hacían falta. El actor, su actuación, la actriz, el director,
los diálogos, el argumento, todo era genial. Daniel Day Lewis no necesitaba
hablar, sus expresiones y su mirada lo decían todo. Y según su opinión el
final siempre quedó abierto. Igual estaba feliz de verla nuevamente,
felicidad incrementada por la cercanía de Sebastián que al sentarse posó su
brazo sobre el respaldo del sofá y poco a poco lo asentó sobre sus hombros.
Se miraron de reojo con complicidad. Norah sintió mariposas revoloteando
dentro de sí. Finalizada la película y luego de un exhaustivo análisis,
coincidieron que un actor con tanto talento no podía retirarse de la
actuación y que la película daba para seguir desgranando.
Celina quiso irse por temor al regreso de Raúl sin que ella estuviera para
recibirlo. ¡Cuánta ingenuidad!
Antes de irse se despidieron del dueño de casa con un beso en la mejilla
para Celina y un beso sobre la frente de Norah, que fue arrastrado hasta sus
labios.
Al partir Norah aún sentía la tibieza de los labios de Sebastián y, en vez
de caminar, parecía flotar.
Celina, que observó todo, sonrió. Sus pecados podrían ser perdonados.
No dijo nada.

El domingo al mediodía Celina, llamó a Sebastián y le pidió que fuera


responsable de sus actos a partir de ahora, pues vislumbró que con su
actitud Norah podía creer en su interés.
—Tienes razón —dijo él—, y creo que si bien le gusto, no sé si es para
tanto. En cuanto a mí, dudo tener en serio una relación, aunque ella me
atrae.

Celina, tenía un enredo fatal. Por un lado quería que se concretara esa
relación, aunque en un rincón de su corazón guardaba un sentimiento
especial por Sebastián, que nunca fue correspondido. Pero su pasión por
Raúl opacaba cualquier otro sentimiento que pudiera asomar. Nada era
grave, solo celaba a su marido aunque lo disimulaba muy bien para no
parecer una desvalida. Frente a sus ojos quería parecer una mujer segura y
exitosa. Y eso era lo que la hacía trabajar en proyectos que la hacían
aparecer en público.
Si hubiera sabido que eso era lo que la llevaría al principio del fin de su
relación, otra habría sido su actitud.
Tal vez nunca terminabas de conocer bien a una persona o, quizá, las
personas cambiaban con el pasar del tiempo y las circunstancias.
Eso la llevó a recordar sus épocas de estudiante universitaria cuando
concurría a los grupos de jóvenes de su edad en los que participaba
Sebastián. Se adhirieron a las reglas del psicoanálisis, introducido en el
país en los años cuarenta, y aceptaron una nueva actitud frente a la vida.
Los no adeptos los miraban como portadores de un halo especial, pero no
entendían si lo hacían por puro esnobismo o por una sincera aceptación y
práctica de una nueva filosofía de vida. Nadie lo tenía claro, ni ella misma.
Siempre ignoró la presencia de Norah en esos grupos.
Capítulo 9

Norah concurrió a su sesión de terapia. Nadie recordaba que ella también


había participado de esas sesiones pioneras de psicoanálisis. Le relató a Inés
su experiencia. No se sentía cómoda, aunque intentó trabar amistad con
varios del grupo que le resultaban empáticos sin conseguirlo. Siempre
estaba en actitud de retirada. Ella era un sapo de otro pozo. Sus complejos y
las reglas familiares, aunque no verbalizadas, las intuía. No podía fallarles,
pero tampoco a sí misma. Y en medio de la sesión necesitó decir:
—Aquí debo hacer mención a mi manera, aunque no sean científicos los
conceptos que esgrima, a la teoría de la personalidad de Sigmund Freud
cuando se refiere al “ello”, al “yo” y al “súper yo”. No es fácil
aprehenderlo, pero cuando lo haces es sencillo aplicarlo para entender cómo
manejas tu vida. Perdona esta disquisición, pero me es indispensable
verbalizarla ahora. Empiezo con el “ello” que es parte constitutiva del
hombre, pues nace con él. Son sus instintos primarios y básicos de
supervivencia, agresividad y reproducción. El “yo” aparece cuando
empiezas a relacionarte con tu entorno real, ni bien naces y hasta los tres
años aproximadamente, y esos impulsos básicos encuentran los frenos de
quienes y cuanto te rodea. Te adaptas a tolerar las frustraciones. Y el “súper
yo” surge a partir del “yo” cuando incorporas conceptos racionales/sociales
sobre el comportamiento humano como: lo bueno, lo moral, sus opuestos y
más.
Después de lo dicho quedó en silencio. Era el momento de preguntarse:
¿por qué su admiración por Sebastián y por qué su desvalorización? ¿O esta
era una excusa para no aceptarse tal cual era, con virtudes y defectos?
Inés interrumpió sus pensamientos diciendo:
—Creo que no participar de ese mundo al que te refieres y no le pones el
nombre de libertinaje, fue una decisión tuya que nada tiene que ver con el
dictado de otros. Tomar distancia de esas personas y sus vivencias, salvo tu
amiga que ya formaba parte de tu vida, fue el temor a que una vez te
introdujeras en él no hubiera vuelta atrás. Fue una forma de ser prudente.
Veamos por qué el solapado deseo de ser como ellos te llevó siempre a la
envidia. Es un tironeo que seguramente conlleva infelicidad. La última
palabra la tendrá el futuro que armes con tus propios valores.
Norah se sintió reconfortada. Si llegaba a acercarse a Sebastián, con o
sin sus prejuicios, sería una demostración de que todo efecto tiene una
causa y ella creyó haber encontrado la causa.
Salió de la sesión con nuevos ánimos. Tal vez ser positiva en actitud y
pensamiento la llevarían a dejar de amar a quien no lo merecía o, por el
contrario, cambiar su actitud y dar rienda suelta a sus propios deseos de
tener una relación de intimidad con Sebastián.
Igual aceptó la invitación de un empresario de la construcción a quien le
estaba preparando el Reglamento de Copropiedad, con el que tenía que
aclarar varios artículos sobre el funcionamiento del consorcio. Sus
empleados se habían ido a la hora de cierre, por lo que le pareció oportuna
la invitación.
Fueron a un restaurant de Puerto Madero conocido por su buena cocina y
especializado en pescado.
Al entrar sin reserva tuvieron que esperar para que los ubicaran junto a
una pareja integrada por Sebastián y una colega a quien conocía por Celina.
Se saludaron y, luego de las presentaciones, su cliente fue llamado a ocupar
una mesa contra la ventana que daba al dique. “Buen lugar” pensaron.
Ya ubicados todos, Norah veía de frente a Sebastián a unos metros de
ellos.
Sintió una molestia a la que no supo darle nombre, o sí, lo tenía: se
llamaba “celos”.
Enseguida y luego de ordenar, se pusieron a conversar sobre el tema que
les interesaba.
Sebastián, que no conocía de qué iba esa reunión de Norah, tuvo una
sensación que no le gustó nada. Le producía un estado de inquietud que
trató de ignorar.
Hablaron con su colega de temas de trabajo, pero su mirada estaba
enfocada en Norah.
Ese recelo no lo abandonó en toda la velada, incluso cuando se fueron.
Norah y el empresario se quedaron un rato más y la acompañó a la
puerta de su casa. Había sido una reunión con resultados que pondría en
práctica al llegar al día siguiente a su estudio.
Sebastián, por su parte, llamó dos taxis: uno para su colega y otro para
él. No era cuestión de crear falsas expectativas. Además de no tener lugar
en su mente para otra cosa que no fuera la imagen de Norah: bonita,
elegante y con una mirada clara e inteligente. La inteligencia para él era una
prioridad en un vínculo duradero. Otra cosa era morir de hastío. La
pacatería que ella de alguna forma demostraba la vencería con su propia
experiencia.
Al llegar a su casa, subió directamente a su dormitorio. Quería
desvestirse y acostado pensaría mejor. Era su manera de meditar.
Y meditó. No daría más vueltas y se acercaría a Norah para entablar una
relación seria.
Contaba con que ella también sentía algo por él. Verla en brazos de otro
no era un pensamiento soportable. No dejaría que eso pasara.
Capítulo 10

Que Raúl era un desquiciado lo confirmó su actitud inesperada de


abandonar a Celina por Analía, con quien intimaba hacía más de un mes. La
chica, interesante y atractiva, tenía un departamento cómodo donde
practicaban sexo del bueno.
Celina empezó a preocuparse cuando vio que no la hacía participar de
encuentros conjuntos y no venía a dormir varias veces en la semana. Era de
manual que tenía un amorío con una sola persona. Creyó que su relación
estaba al borde. El instinto no le falló.
Previendo una catástrofe se sometió a una cirugía estética de todo el
rostro para ver si con eso lo retenía. No explicó a nadie el porqué.
Norah fue la única en saber de su decisión e intuyó el motivo. La
acompañó en todo, a pesar de considerarla innecesaria y de suponer que con
el estiramiento no retendría a Raúl. No podía decirle en ese momento que
su afán de sobresalir era el desencadenante. Ejercer la profesión a fondo no
implicaba hacer ostentación de ello. Esa vanidad era una parte de su
personalidad que iba en su contra.

Celina asumió su tormento como un karma. Siguió en lo suyo, pero se


reunía en casa de Norah para llorar sus penas, sin prisa y sin pausa. Norah
le repetía una y mil veces que Raúl volvería, pues sin ella y el hijo de
ambos era inexistente; que esperara tranquila.
Ya se iba y regresó por más. Ahí Norah decidió decirle:
—En una separación de pareja, ambos han aportado algo para que ello
suceda.
Celina respondió que se sentía fatal. Había investigado quién era la
maldita que le había quitado a su esposo. Se trataba de una joven, bonita y
sin escrúpulos. Le preguntó por qué creía que se había sometido a una
plástica y le explicó que no fue por egolatría sino para estar a la altura
mejorando su imagen. Sin embargo, todo había sido en vano. Le advirtió
que si alguna vez había sentido envidia de la vida de libertad que llevaban,
ahora era ella quien envidiaba la suya.
De una felicidad armada con esfuerzo, pasó a estar entre los escombros
de un paredón que le cayó encima, lastimándola por todos lados.
—Celina, quiero que dejes tu postura de víctima y pienses que si bien es
cierto que Raúl es un cabrón egoísta, toda su actitud se debe a la
inseguridad sobre sus propios valores. Tú lo superas en lo social como en lo
profesional. Si te eligió para casarse por algo lo hizo. Eras para él una tabla
de salvación para no ahogarse en una vida monótona y sin visión de futuro.
Le resultaste atractiva por tu intelecto, tu figura y tu desbordante
sexualidad. Tus padres lo acogieron como a un hijo, salvo las dificultades
del principio que pudieron superar. En definitiva, luego de largo tiempo de
matrimonio y un adorable hijo, no existe en su vida nada mejor que ustedes
dos. Son lo único que verdaderamente tiene. En eso me baso para
asegurarte que esta separación será pasajera y volverá arrepentido. Cuando
uno deja lo único que posee vuelve a por ello. No tengas dudas.
Ya más tranquila Celina preguntó:
—¿Crees en serio que volverá? ¿Y cuánto tiempo debo esperar sin hacer
nada?
—Todo el que haga falta.
Celina consideró suficiente el tiempo prodigado por Norah y, luego de
despedirse, decidió llamar a Sebastián.
Capítulo 11

Sebastián estaba en una cena que compartía todos los meses con tres
amigos del secundario.
Les planteó su interés por Norah y que estaba decidido a dar un paso
importante y hasta poner nombre a la relación.
Le aconsejaron no apurarse pues ya era grandecito para equivocarse.
También sabían que cuando tenía algo en mente no aflojaba hasta lograr lo
que quería.
Describió a Norah con tantos valores que, de no estar casados, la
hubieran cortejado.
Cuando sonó su celular, si bien era tarde, quedó con Celina que iría a su
departamento en una hora.
Celina lo esperó con café y alguna bebida alcohólica en una bandeja. Él
se sirvió un whisky con hielo.
Sebastián que conocía los pormenores de la separación, le dijo:
—Estoy aquí para escucharte y darte mi opinión, si me dejas.
—Para eso te llamé, amigo. Di lo que quieras que sabré asimilarlo por
duro que sea.
—Reitero que Raúl es un reverendo mal nacido. Lo ha demostrado en
muchas ocasiones. Él es él esté donde esté. Siempre quiere ser primera
figura. A mí no me conmueve. Lo dejo moverse a su aire y soporto sus
juegos de seducción hasta que me canso y me alejo lo más posible de él y
de sus fans que giran a su alrededor para ver si pueden absorber algo de su
encanto para su propia cosecha. En el fondo lo admiran y lo odian. Amigos
verdaderos tiene pocos. Como padre es injusto pues critica a su hijo cada
vez que puede y de mala manera. Lo he presenciado, nadie me lo contó y tú
siempre actúas de mediadora. Es como si le temieras.
—Sí, es verdad, le temo y ese temor se ha hecho realidad con el
abandono. Siempre tuve la intuición de que se cansaría de mí. No era una
fantasía, era una realidad. Tuvo períodos de ser amoroso con nosotros, nos
hizo viajar, comprar casas de veraneo que disfrutamos todos. ¿Quién pagó
el precio? Yo. Pero igual se esforzaba por hacer él mismo los arreglos
poniendo sudor y cuerpo. Lo apoyé en todo para mostrarle mi felicidad.
Pero ahora todo se fue al carajo.
Sebastián no tenía palabras de consuelo. La dejó dándole el consejo de
sentarse ante su analista y seguir con su vida.
La rabia de Sebastián, que venía de tiempo atrás, no fue la manera
correcta de consolar a su amiga. Pero ya estaba hecho. Callar lo que
pensaba de Raúl hubiera sido hipocresía y no podía ser hipócrita con ella.
El tiempo acomodaría todo y a todos.

Celina hizo caso a sus amigos y siguió con su rutina.


Pensó que Norah tenía razón: Raúl tenía celos de sus éxitos, no por
acostarse con otros hombres, en eso era justo. Él celaba también la cantidad
de amigos, hombres y mujeres, que se acercaban a ella por amistad, sus
consejos y opiniones. En las reuniones ella estaba rodeada de gente. Él
también tenía sus seguidores, algunos pocos muy valiosos, que sí eran
amigos. Eso no lo veía, solo miraba el éxito de ella.
Esa tarde daba una conferencia en el Centro de Arquitectos.
Cuando terminó la lectura y la muestra de las diapositivas de su trabajo,
el público la premió con un aplauso cerrado. Sonrió pero sus ojos reflejaban
tristeza.
Raúl estaba en la disertación situado en un lugar oscuro al fondo de la
sala. Nadie notó su presencia. Ni bien terminó salió sin mirar atrás. Los
aplausos lo siguieron. Ya ni él soportaba sus reacciones. Estaba decidido a
actuar.
Su relación con Analía no estaba en su mejor momento. La cotidianidad
sacó encanto a la relación. Primero fue interesante con el sexo. Sumó luego
la diversidad de gente que conoció, sobre todo la de teatro, que le sirvió a su
terapia de grupos. No fue suficiente.
Capítulo 12

Norah se cansó de esperar. Su reloj biológico la apuró a ser más osada.


Sentía cada vez más necesidad de establecer una relación con Sebastián y
fantaseaba con sus encuentros que pasaban a ser eróticos. Se saltaba con su
imaginación los prolegómenos de un noviazgo a la vieja usanza, para ir
directamente a la lujuria más audaz. Soñaba con ello.
No le sería fácil pues no todo dependía de ella, había otra parte con la
que debía enfrentarse.
Ya puesta en situación llamó a Sebastián con cualquier pretexto y eligió
preguntarle quién había refaccionado y decorado su casa. Nadie contestó su
llamada.
Sebastián estaba bajo el agua de la ducha tibia que acariciaba su cuerpo
y levantaba su deseo con Norah en su imaginación. Cuando traspasó el
protector vidriado, tomó una toalla blanca y se cubrió desde la cintura. Las
gotas rodaban aún sobre su cuerpo. Tomó su celular que estaba sobre la
mesada de mármol blanco. Vio una llamada perdida de Norah. No esperó y
marcó de inmediato su número. Estaba cachondo. Su cuerpo así lo decía.
—Hola, estuviste llamando y no respondí pues me estaba duchando. No
lo oí. Fuiste muy oportuna pues estaba pensando en vos.
—Perdona, solo quería el teléfono de quien decoró y remodeló tu casa.
Si no te incomoda le haré una consulta para la mía.
—En absoluto, será un placer y más placer me daría vernos. Aún es
temprano. Podemos cenar en tu casa o en la mía. Tú decides.
Norah no pudo contestar en el instante.
—Eh, ¿estás ahí?
—Sí, aquí estoy pensando qué tengo en la heladera para improvisar una
cena. Si no te parece mal, serán unos fideos secos italianos, solo con aceite
de oliva y queso rallado grueso. De entrada puede ser mozzarella con
tomate y oliva. Como postre podemos tomar chocolate amargo de Freddo.
De la bebida espirituosa te ocupas vos. Yo pongo el agua mineral sin gas.
Es lo que hay.
Se dio cuenta que el tú y el vos se estaban intercalando. No era momento
de gramática.
Él aprobó el menú y agregó que lo que realmente quería era estar con
ella.
—Yo también. Nos vemos a las 9.
Cortó.
Sebastián se tiró en la cama y quedó dormido.
Se despertó poco antes de las 9, se vistió a toda velocidad con lo que
encontró a mano en su guardarropa. Tomó un taxi y llegó puntual. Luego de
tocar el portero eléctrico y abrirse la puerta tomó el ascensor. No hizo falta
tocar el timbre, en su palier privado, Norah lo esperaba sonriente con la
puerta abierta. Se dieron un beso, le entregó la botella, pasó y cerró la
puerta.
El piso estaba en orden y despojado. Tenía todo lo necesario para verse
confortable y cálido. Un amplio ventanal daba al parque iluminado. Tenía
una pared con un cuadro de Carlos Alonso y en la otra un enorme
Quinquela.
El comedor que estaba a un costado del living no lo vio preparado para
una cena.
Lo hizo pasar al comedor que usaba a diario, era evidente, separado por
una mesada de granito negro de la enorme cocina parecida a una sala
quirúrgica.
No entendió para qué quería los datos de su decorador.
Sobre la mesa estaban dispuestos los platos con la entrada. Antes de
sentarse le pidió que descorchara el vino y sirviera un poco en cada una de
las dos grandes copas. El agua la sirvió ella antes de sentarse uno frente al
otro.
El aire que flotaba era de una increíble serenidad. Estaban a gusto,
desestructurados, se movían con soltura y sin preocupación por los
siguientes pasos a dar.
Comieron la ensalada Caprese conversando y riendo de diversos temas y
anécdotas de sus clientes-pacientes, sin dar nombres.
Norah olvidó que debía levantarse a poner la pasta en el agua que hervía
con un fuego mínimo. Leyó las instrucciones de la caja contenedora, puso
la pasta en el agua y subió el calor del fuego. Sebastián trajo los platos
usados y los colocó sobre la mesada de la pileta. Ella sacó los fideos
calculando los minutos indicados. Luego de colarlos los puso en platos
hondos, los roció con aceite de oliva y los llevó a la mesa. El queso ya
estaba en ella al igual que las aceitunas negras sin carozo por si alguno
quería servirse.
Comieron los tallarines anchos con cuchara y tenedor para hacerlo más
fácil. ¡Cortar fideos, jamás! Sebastián hizo honor al plato y no quiso repetir.
Descansaron bebiendo el vino tinto que pegaba tan bien con una
conversación más íntima.
—Norah, nunca me sentí más relajado y a gusto con una mujer
compartiendo momentos como este. Pude sacar de mis espaldas una pesada
carga de dudas. Tienes la virtud de hacerme sentir yo mismo, sin exigencias
y eso para mí es inédito. No sé si para vos es igual.
—Siento lo mismo que describes. Y aunque pensé no reconocerlo para
seguir una política de necia seriedad y control, algo me hizo cambiar antes
de que llegaras. Al diablo con mis remilgos obtusos. Quiero ser y
mostrarme tal cual soy, si bien con algunas limitaciones.
Antes de levantarse para sacar los platos y servir el helado vio que
Sebastián ponía su copa y servilleta junto a ella y se sentaba a su lado. Se
levantó y mientras servía el helado en sendos bowls de cristal, sintió el
aliento de Sebastián en su cuello mientras sus manos abrazaban su cintura
desde atrás. Giró su cabeza y él besó su mejilla apoyando su cuerpo a su
espalda y algo más. Se le aflojaron las piernas y él la sostuvo con fuerza
para evitar su caída. Con el codo suavemente lo apartó diciendo:
—Terminemos la cena.
—Estoy de acuerdo, pero desde ya te digo que no quiero café.
Tomó su cuchara y le sirvió primero a ella quien lo saboreó, lamiendo lo
que quedó en la comisura de su boca. Gesto erótico si lo hay.
No hizo falta más para que Sebastián se pusiera de pie y situándose
detrás de ella, le separó la silla y la levantó tomándola de ambos brazos.
Norah se dejó hacer y, sin oponer resistencia, dejó que él girara su cuerpo
para quedar enfrentados. Recibió un beso en la boca que más que un beso
fue una explosión de lujuria. Ella entreabrió los labios que él presionaba y
se sumergió en un contacto íntimo que le nubló el pensamiento. Sin
separarlos se miraron a los ojos con pupilas dilatadas. Norah puso las
manos sobre el pecho de él y lo separó apenas con la excusa de que la
noche era larga y que después de tanto esperar no quería que fuera todo tan
veloz. Sebastián entendió el mensaje, no dijo nada y tomó los tazones que
quedaban en la mesa para ayudar con el lavavajilla, poner orden en el
ambiente y en sus mentes.
Sonó el celular de Sebastián y al ver de quién era la llamada lo apagó de
inmediato. Era una de sus colegas que lo estaba esperando pues se había
olvidado de ese compromiso. Pero nada era más importante para él que
Norah es ese momento.
Pasaron al living, ella se sentó en el sofá descalza y con las piernas
recogidas. Él lo hizo a su lado, le tomó un mechón de pelo que empezó a
enrular y la otra mano la apoyó sobre su rodilla desnuda. Iniciaron una
conversación que ninguno supo dónde, cuándo ni cómo iba a terminar. Se
escuchaba la melodía de Bárbara Streisand, Women in Love, con poco
volumen desde el equipo de música.
Sebastián permaneció en silencio mirando a Norah, quien apoyó sus
manos sobre la suyas, como esperando algo más. Entonces él inició un
soliloquio.
—Siento haber sido injusto contigo. No quise ver lo que tenía enfrente.
Era que no podía ponerte en tu justo valor. Tuve una vida azarosa y plena,
lo reconozco. Pero no fue suficiente, siempre sentí un vacío difícil de llenar.
Me aturdía con sexo, cambiando de mujer cada tanto tiempo. Les fui fiel
mientras la relación duraba, salvo en cuanto a lo de compartir parejas, si era
su libre voluntad. Cuando el interés y el sentimiento perdían fuerza por las
razones que fueran, llamémosle rutina, pareceres diferentes que llevaban a
discusiones inútiles y sobreactuadas por ambos, tomaba distancia y de a
poco me alejaba para no lastimar a nadie.
Ambos entrelazaron sus dedos en ese momento y él continuó:
—De vez en cuando y aunque estuviera inmerso en un amor que me
completaba, aparecía algo o alguien que me hacía perder el rumbo de lo que
creía que eran sentimientos verdaderos. Siempre elegí mujeres que
sobresalían en cualquier aspecto: belleza, inteligencia, popularidad,
extravagancia, cultura. Nada parecido a lo que mis padres imaginaron para
mí y lo digo pues fueron difíciles y exigentes para marcar caminos cuando
uno está en su primera juventud. Me cuidé muy bien de no engendrar hijos.
Por ese motivo tuve discusiones reiteradas, pero no hubo argumento ni
sentimiento que me hiciera cambiar.
Le dio un beso en su cabeza y se embriagó con el perfume de su pelo.
—Y entró a mi vida Norah. Mi querida Norah. Sencilla, disimulada entre
la gente que nos rodeaba y recordé que antes de verla en la escribanía, en
varias oportunidades coincidimos en casa de Celina, nos encontrábamos
con la mirada y tú huías de ese encuentro, tal vez por verme siempre
acompañado por alguna mujer. Tu sonrisa, tus ojos y tu simpatía, hacían
que mi vista no te perdiera. Celina tuvo que percibir esa atracción pues
cuando lo creyó oportuno me habló de vos. Te nombraba como si fueras
alguien que pudiera entrar en mi vida. Vernos últimamente más seguido
hizo sonar la alerta que me empujaba a tomar distancia y negar todo cuanto
empezaba a tener forma para mí. Desperdicié un valioso tiempo en aceptar
que lo que sentía no era solo simpatía sino amor, aunque platónico por el
momento. No estaba acostumbrado a invertir los pasos para acercarme a
una mujer. Sí, acabo de confesar que te amo.
“¡Vaya declaración!” pensó Norah, que nunca creyó que pudiera ser tan
enrevesada, pero le había dicho que la amaba. Ese flash pasó como una
ráfaga y enseguida acarició sus labios, sus ojos, sus mejillas, su mentón su
cabello y dejó caer sus manos sobre su cuello acercando su cuerpo al suyo
y posando su cabeza sobre su hombro. Lágrimas de felicidad brotaban de
sus ojos. Sebastián las secaba con una mano y con la otra acariciaba su
espalda.
La levantó por la cintura, ella rodeó la suya con sus piernas
asegurándose con ambos brazos enlazados a su cuello. Él aceleró sus pasos
hasta la puerta del que parecía el dormitorio principal y la empujó con su
pie. Percibió que estaba en penumbras apenas iluminada por la luz del
parque. Vio una enorme cama, al tiempo que Norah se bajaba de golpe y
empezaba a quitarle la ropa, cosa que él imitó, tirando cada uno la del otro
con ansiedad infinita hasta quedar ambos totalmente desnudos. Pegaron sus
cuerpos y sintieron el latir unísono de sus corazones. Ya no se separaron.
No necesitaron contemplarse pues ese contacto pleno les serviría para
reconocerse. Y sin juego previo, como algo muy esperado, se lanzaron a la
más íntima conexión que puede dar el sexo. No importó nada más que
consumar el acto que los hacía uno. Nada salió de su cauce y ambos con el
roce íntimo de su genitalidad y con el instinto exacerbado por el amor,
llegaron al éxtasis del orgasmo simultáneo. Esa culminación los depositó en
un mundo de placer que sintieron como etéreo e infinito. No se separaron y
gozaron de esa conjunción hasta que Sebastián se puso de espaldas junto a
ella sin separar el enlace de sus dedos. En silencio disfrutaron el momento
que los llevó a una relajación total. Él giró su cuerpo para contemplar a
Norah, pasó un brazo sobre su cintura y posó la mano sobre su vientre
plano. Así se durmieron.
Nada sería igual. Sebastián y Norah sellaron un pacto tácito. Eran una
pareja. No quedaban dudas.
Esa mañana al despertar Sebastián se apoyó en un codo y miró a Norah
con emoción. Era preciosa, por fuera estaba a la vista y por dentro se intuía
todo: dulce, cariñosa, inteligente, carismática, espléndida. Le ayudaría a
salir de sus inseguridades en su relación con los hombres. Su vasta
experiencia le serviría.
Se levantó sin despertarla y fue a ducharse. Tenía pacientes que atender.
Al despertar, Norah lo buscó tanteando con su mano. Encontró la cama
vacía. Aún sentía su olor a madera especiada y varonil. Recordó su cuerpo
musculado que con el suyo encajaba a la perfección. Conmemoró su
contacto que la llenaba por completo y cómo su cuerpo se movía para darle
placer aun cuando recién se estaban conociendo íntimamente.
Se sintió plena, satisfecha y pensó en su suerte al conseguir tenerlo
consigo luego de tanto tiempo de soñar con él.
Se dio una ducha no tan rápida y con su bata fue a la cocina. Sobre la
mesada encontró una nota:
“Solo pensaré en el placer de estar Juntos” S.

Celina esa noche volvió al departamento de Norah. Supo por su hijo que
Raúl llamaba para saber si necesitaban algo. Ya no tenía esperanzas.
Norah repetía: “espera y verás, si no es por él, será por ella, pero a esa
pareja no le veo futuro”.
Lo decía convencida pues conocía a Raúl más de lo imaginado por
todos. No era mal tipo, era casi un desamparado emocional, celoso, rabioso,
impotente (no en el sentido sexual). Algo así como un ET humano. Toda su
apariencia, aunque era un buen mozo de aquellos, se desvanecía para dejar
a la vista un ser incomprendido e incomprensible. Seductor y a la vez
agresivo, malhumorado, con ojos desorbitados que trataban de producir
temor. En realidad, era un tierno desvalido. Su retorno era indubitable.
Celina enjugaba sus lágrimas y se iba reconfortada. Su amiga valía oro.
Norah no pudo ver ese día a Sebastián, pero recibió mensajes de
WhatsApp y llamadas, en las que expresaba que ella era su todo, que sus
hoyuelos lo tenían loco, que deseaba tener intimidad con ella en forma
permanente y que no oyó decirle si lo amaba.
Entonces Norah respondió que lo amaba desde siempre y que en vez de
disminuir su sentimiento aumentaba en proporción geométrica.
Se despidieron hasta el día siguiente con un “te adoro” y un “yo a vos”.
Capítulo 13

La ginecóloga citó a Norah para entregarle el resultado de sus estudios


de rutina y darle el diagnóstico. No se anduvo con vueltas al opinar que en
forma urgente debía someterse a una intervención quirúrgica de ablación de
su útero y le indicó el cirujano al que debía acudir.
No pudo decir nada, se despidió de la doctora sin mirarla ni saludar a su
secretaria. Estaba en estado de shock. Ese estado en que la soledad la
sentiría incluso si estuviese rodeada de un montón de afectos. Era solo ella
y su sensación de vida o expiración.
De inmediato su voz interior le dictó apostar por la vida. Eso hizo y se
sintió mejor.
Iba a utilizar toda la filosofía Zen que había aprendido mucho tiempo
atrás y de ser necesario para calmarse recurriría a los libros de autoayuda.
En situaciones límites era permitido acudir a medidas desesperadas, que
podrían parecer irracionales. Todo era válido cuando vivías en el filo de la
navaja.
Ahora pensó en Sebastián. Él la ayudaría a razonar. No quería caer en un
pozo sin fondo sin que alguien le sostuviera la mano. Confiaba en él
absolutamente.
Lo llamó de inmediato mientras caminaba sin rumbo. Escuchó su voz
ronca como si estuviera durmiendo. Entre sollozos le dijo que necesitaba
verlo con urgencia.
Él de inmediato respondió que ya la esperaba en su casa.
Como no sabía qué rumbo tomar, pues ya era noche, paró un taxi y le dio
la dirección en Barrio Parque.
Sebastián la esperaba en la puerta. La abrazó con fuerza, mientras ella
permanecía inerte. La tomó en sus brazos, entró y la acomodó en un sofá,
antes de cerrar la puerta.
Se sentó a su lado y miró de frente su expresión. Enseguida percibió que
algo muy grave le estaba sucediendo.
Esperó que hablara mientras acariciaba su cabeza.
Su presencia le dio valor para exponer claramente su situación de salud y
decirle que quería calma para trazar el camino a una rápida operación.
Sabía del tema y coincidió que el médico recomendado por la ginecóloga
era el correcto al igual que el anestesista con el que operaba y el sanatorio
en que la internaría. Los conocía a ambos.
Mientras Norah fue al baño, llamó al cirujano y resolvieron actuar
rápidamente, luego de tener los resultados de los análisis previos.
Norah volvió, él le indicó los pasos a seguir y la conveniencia de
practicar una histerectomía total, muy recomendable en esos casos.
Entendió el significado de vaciamiento y pasados unos minutos de
concentración, aceptó la propuesta. No importaba la extirpación, importaba
la vida.
Sebastián, optimista, pensó que todo fue encontrado a tiempo o eso
quería creer. Para ella solo tuvo palabras alentadoras.
Pasaron juntos la noche, entrelazados.
Sebastián durmió con interrupciones. Estaba preocupado por todo,
además del estado de incertidumbre propio de la espera del informe
histopatológico.
Ella durmió tranquila. Despertó de madrugada y se situó en su nueva
realidad. Era esquemática para imaginar una modificación en su vida diaria.
Proyectar a futuro era tener fe.
Tenía dudas, muchas, entre ellas si seguiría amándola luego de la pérdida
de sus órganos de gestación, ¿afectarían su feminidad? El cambio interior
de su cuerpo, ¿podría impactarle? Esa era la más importante, además de
estar sana.
En cuanto a su futuro cercano, cuando se lo permitiera el médico,
retomaría el ejercicio de su profesión y tal vez dedicaría parte de su tiempo
a pintar. Era una asignatura pendiente. Sin embargo, antes del después,
debía ver el antes. A quién dejaría el interinato del registro, pedir la licencia
en el colegio, hablar con el personal, con sus clientes. Tenía una larga tarea
y faltaban dos semanas para la operación.
Dejó sus dudas y se sintió optimista. Confió en Sebastián y en su amor.
Prueba de ello era su decisión irreversible de vivir juntos en su casa.
Estaban más unidos que nunca y compartían todo. Ella se mudó sin vacilar.
Terminó sus elucubraciones con la certeza de seguir siendo valiosa como
persona, aun cuando tuviera que completar con hormonas el
funcionamiento de su feminidad.

Sebastián sintió que su mundo tambaleaba otra vez. Confiaba en que


todo saldría bien, pero ¿qué karma estaba pagando para que su felicidad se
viera empañada?
Tenía muchas deudas que pagar, metafóricamente hablando. Su
libertinaje del principio, sus cambios de parejas sin culpa, su egoísmo
impaciente cuando maduraba la idea de separación. ¿Todo debía saldarse?
La idea era no contravenir la libertad de conciencia del hombre, elegir la
vida que quieres vivir, ¿no era eso propio de los seres inteligentes? Todo
eso y más taladraba su cerebro y decidió ver a su psicoanalista.
Él le ayudó a pensar que la dimensión de su realidad actual no era trágica
ni insalvable. Que pusiera su desazón en el trabajo y en ayudar a Norah a
superar lo que para ella era un riesgo de vida. Desde la anestesia para
adelante todo implicaba riesgos. Y Norah, según sus propias palabras, era
fuerte.

Cuando Celina se enteró de la enfermedad de su amiga, un desasosiego


la invadió. Combinó para visitarla en casa de Sebastián.
Se abrazaron lagrimeando sin querer demostrarlo. Se ofreció a preparar
el bolso para el sanatorio, pagar sus cuentas, asegurarle la limpieza de su
casa y controlar el personal.
Norah sintió el cariño de su amiga y su entrega para brindarle ayuda.
Todos los ofrecimientos de buena voluntad la ayudaban, sí, pero no
iluminaban la oscura soledad que la rodeaba en esos momentos límites.
Solo ella podía sentirla. Nadie más por ella.
Celina entendía la mirada perdida y triste de Norah. Había que dejarla en
paz, callar y solo apretar su mano para darle valor.
Cuando ya era noche, se fue a su casa y como su hijo no iría a dormir, se
fue a la cama con un libro, que no pudo leer. Preocupada, luego de mil
intentos, se durmió profundamente.
Tal vez fueran las tres de la madrugada cuando asustada sintió un cuerpo
que sigiloso se introdujo en su cama y abrazó su cintura. Enseguida supo
quién era: su piel, su perfume, la presión de su brazo, todo, llevó su
corazón a latir en forma desenfrenada. Lo hubiera reconocido entre miles.
Raúl había regresado. O tal vez fuera solo un intento.
Se quedó quieta y casi sin respirar. No tenía fuerzas de enfrentarse a
nada que la hiciera sufrir.
Raúl por su parte sonreía. Había vuelto a casa y eso lo hacía feliz. Ya
vendrían las explicaciones. Trataron de seguir abrazados y en silencio. Era
el inicio de una nueva vida para ellos. Celina pensó que Norah tenía razón.
Y se durmieron asumiendo que todo lo pasado quedaría como una anécdota
en su tumultuosa existencia de pareja.

Norah fue a su estudio a ordenar las carpetas y papeles y llevarse lo que


consideraba muy personal para dejar. Dejó notas y explicaciones a su
interina, una colega de suma confianza, y dio instrucciones al personal para
que colaboraran con Sofía, su sustituta provisoria.
No dejar cabos sueltos era prioritario. Fue al Colegio de Escribanos para
retirar los papeles de su licencia y presentar la designación de su interina.
Las autoridades y el personal le desearon lo mejor y esperaban su pronto
retorno.
Por último, se reunió en una cafetería con Isabel, su amiga pintora, quien
se ofreció a apoyarla en todo y esperarla en su taller para iniciarse en el arte
de la pintura. Allí podría expresarse libremente con su ojo crítico de
maestra. Esa invitación para Norah fue como tocar el cielo con las manos.
Capítulo 14

Los días pasaron mientras recogía resultados de laboratorio, trataba de


relajarse y se resignaba a pasar la operación.
Tenía confianza y el apoyo de sus afectos. Sebastián era su columna
vertebral.
Vivir juntos les permitió conocerse mejor. La cotidianidad fue
enriquecedora.
El sexo fue un descubrirse cada vez más excitante. Ella iba camino a una
desinhibición total gracias a Sebastián, que en esas lides era un maestro. Su
paciencia ilimitada y el amor que existía entre ellos los hacía vivir en una
especie de Edén bíblico.
Era el preámbulo para llegar al oscuro mundo de la anestesia, el bisturí y
los resultados.
Y llegó el día. Solo la acompañó Sebastián, que llevaba el bolso
preparado por Celina.
Todo fue muy rápido. Los trámites fueron pocos. Fue a una habitación
grande, cómoda y de allí directo a la camilla con cofia y la llevaron a la sala
de cirugía. En la antesala la adormecieron.
No supo más.
Se despertó de la anestesia con frío y notó que estaba en la habitación.
Sebastián, a su lado, le sostenía una mano y el suero colgaba de la otra.
Él le dijo que todo había salido perfecto y que el resultado de los
estudios solo era un trámite más. No había nada que temer, la ablación
había sido completa.
Sintió su calor y aún bajo el efecto de la anestesia, volvió a dormir.
Supo después que Celina, Raúl, la interina, su secretaria, todo el personal
de la escribanía, Inés (su ayudante particular) y sus colegas amigos habían
ido a visitarla.
Celina durmió con ella esa noche.
Se despertó dolorida pero contenta. Celina aún estaba con ella. Esperó a
que el cirujano, el anestesista, el ejército de médicos y enfermeras se
fueran, para luego de un breve desayuno, enterarse del regreso de Raúl. Se
sintió, además de feliz, sabia por haber predicho su regreso.
Ahora solo quedaba esperar el alta en tres o cuatro días.
Capítulo 15

Ya estaba en su hogar junto con Sebastián y en reposo por un breve


tiempo más.
Sebastián seguía con su trabajo. A veces llegaba tarde, pero ella siempre
lo esperaba despierta y le encantaba que le contara su día.
Una mañana, ya terminado el reposo, durante el desayuno, Sebastián le
tomó la mano y buscando en el bolsillo de su saco, le entregó una cajita de
gamuza azul. La abrió y sus ojos quedaron impresionados por las luces que
despedía una piedra talla esmeralda de un blanco espectacular y de un
tamaño poco común. Ocho quilates de diamante era un despropósito. No
protestó por el gasto, solo dejó que él lo pusiera en su anular izquierdo. De
otra cajita igual sacó dos argollas gruesas de oro blanco que se pusieron
como anillos de compromiso, cada uno en el anular izquierdo del otro y así
sellaron su unión. Ya vendría el trámite del Registro Civil que tenía día y
hora fijados. Todo lo preparó Sebastián.

Norah y Celina se encontraron para celebrar su recuperada salud y la


formalización de su matrimonio y, por qué no, el regreso de Raúl.
Entonces Norah tuvo su monólogo silencioso:
Siempre pensó que ser o no ser era el nombre adecuado para referirse a
su vida no monástica, pero sí de un solo hombre a la vez. La libertad de
Celina y los demás que compartieron sexo por años buscando una felicidad
más opulenta no fue algo que pudieran gozar realmente y terminaron
lastimados de distinta forma.
Comprendió que la admiración y el ansia que había sentido en esos años
por no ser como ellos, había sido vana.
Los celos, la envidia, la competencia, la desvalorización, la egolatría
nacieron con el hombre y aunque fueran negados y tapados con ideas
revolucionarias, no dejaban de estar agazapados en algún rincón del alma
humana, que es la conjunción etérea del cerebro y el corazón. Esa
generación licenciosa terminó en forma de dolor para cada uno de sus
adeptos. Por eso ella nunca comulgó con esa práctica. Su sentido de la
lealtad y el amor profundo que siempre buscó, al final se hicieron realidad
y se resumían en ser o no ser. Ella el

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