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Diócesis de Trujillo

Seminario mayor Sagrado Corazón de Jesús


Etapa Configurativa
Trujillo- Trujillo.

DERECHO CANÓNICO

Seminarista: Richard Yépez.


Ci: 18.431.446
Catedrático: Pbro. Dr. Romer Ortiz

III De Teología.
Introducción

Es inanemente reconocida la estima que la Iglesia ha profesado al matrimonio y la


insistencia e interés pastoral con que ha procurado por todos los medios salvaguardar y
dignificar la institución matrimonial hasta revestirla en una significación sacramental de tal
naturaleza que la hace ser signo del mismo amor de Cristo por la Iglesia, de la misma
entrega personal, amorosa y fiel de Dios a los hombres.
De ahí que la reflexión eclesial tradicional, aunque matizada más por elementos de
índole jurídica antes que teológica, ha concluido que, por ser signo del amor fiel y eterno de
Dios para con los hombres y de Cristo para con su Iglesia, el matrimonio específicamente
cristiano, celebrado entre bautizados y cumplidas las exigencias plasmadas en el
ordenamiento jurídico eclesiástico, establece un vínculo perpetuo entre los cónyuges, cuya
finalidad estriba en la mutua fidelidad, así como en la procreación y educación de los hijos.
Solamente son válidos aquellos matrimonios que se contraen ante el Ordinario del lugar o
el párroco, o un sacerdote o diácono delegado por uno de ellos para que asistan, y ante dos
testigos, así se expresa el c. 1108 § 1, con el que como todos sabemos se abre la regulación
codicial acerca de la forma de celebrar el matrimonio. Ciertamente, también habremos de
atender al supuesto del matrimonio contraído con dispensa del impedimento de disparidad
de cultos matrimonio entre católico y no bautizado; así como habrá que referirse con los
debidos matices al caso del matrimonio entre dos bautizados católicos, pero uno de ellos o
los dos apartado de la Iglesia por acto formal.
1- Desarrolle la noción canónica del matrimonio (c. 1055)
El matrimonio se recibe para cumplir la misión cristiana del tipo de vida que se asume
con él. Presta un servicio múltiple, y en una jerarquía del objeto de ese servicio, esta
primero el conyugue, segundo los hijos, esto es la familia que se crea a partir de esa unión,
así como la que se toma por efecto de los lazos del parentesco que nace con la familia del
otro. El matrimonio canónico se apoya en tres elementos fundamentales: la capacidad o
aptitud, el consentimiento y la forma. Los tres aparecen claramente en uno de los primeros
cánones preliminares del derecho matrimonial que declara que el matrimonio lo produce el
consentimiento entre personas jurídicamente hábiles, legítimamente manifestado. El
derecho vigente exige la existencia de la forma, a pesar de su carácter externo al propio
matrimonio, porque viene exigida en razón de una triple necesidad representada en la
función de seguridad, al dar publicidad al matrimonio. Ciertamente, si no existiera una
cierta publicidad formal obligatoria, se daría la peligrosa incertidumbre sobre el estado de
casado o soltero de las personas, incertidumbre que degeneraría en inseguridad cuando uno
de los esposos, al amparo de esa ambigüedad, actuase como si no estuviese ya vinculado
por una relación jurídica matrimonial anterior. Con la validez del matrimonio clandestino
se facilitaba el que uno de los esposos despreciando el vínculo matrimonial contraído,
celebrara matrimonio con tercera persona, frustrando los derechos de la otra parte y el
interés social que supone la unidad del matrimonio. Los problemas se agrandaban a la hora
de la prueba.
2- Desarrolle la dimensión teológica del matrimonio: sus fines
El lugar primordial, en el que el hombre y la mujer desarrollan su comunidad
matrimonial de vida, de amor y de amor hacia otros seres humanos es la familia; ella es la
escuela, primera e insoslayable, de la humanidad. En ella, los niños experimentan el ser
aceptados y amados gratuitamente, porque aprenden de sus padres a comprender el amor de
Dios, nuestro creador. Los padres son, sobre todo, los representantes del Sí de Dios para
con nuestra existencia y, al mismo tiempo, en cuanto fieles, son los primeros mensajeros
del evangelio de la salvación de todos los hombres del pecado y la muerte.
El Concilio Vaticano II, manteniéndose fiel a los principios bíblicos fundamentales y a
los resultados esenciales del desarrollo dogmático de la Iglesia en la tradición, ha colocado
el matrimonio sacramental en un horizonte teológicamente vinculante, y de esa manera ha
integrado las cuestiones de teología moral, canónicas y pastorales, en una perspectiva
teológico-dogmática global. La íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el
Creador y provista de leyes propias, se establece con la alianza del matrimonio, es decir,
con un consentimiento personal irrevocable. Así, por el acto humano con que los cónyuges
se entregan y aceptan mutuamente, nace una institución estable por ordenación divina. Este
vínculo sagrado, con miras al bien tanto de los cónyuges y de la prole como de la sociedad,
no depende del arbitrio humano. El mismo Dios es el autor del matrimonio, al que ha
dotado con varios bienes y fines; Cristo, el Señor, ha bendecido abundantemente este amor
multiforme, nacido de la fuente divina de la caridad y construido a semejanza de su unión
con la Iglesia. Pues de la misma manera que Dios en otro tiempo salió al encuentro de su
pueblo con una alianza de amor y fidelidad, ahora el Salvador de los hombres y Esposo de
la Iglesia, mediante el sacramento del matrimonio, sale al encuentro de los esposos
cristianos. El auténtico amor conyugal es asumido en el amor divino y se rige y se
enriquece por la fuerza redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia, para conducir
eficazmente a los esposos a Dios y ayudarlos y fortalecerlos en la sublime tarea de padre y
madre. Por ello, los cónyuges cristianos son fortalecidos y como consagrados para los
deberes y dignidad de su estado para este sacramento especial (GS 48).
3- Desarrolle las propiedades esenciales del matrimonio
Las propiedades del matrimonio son la unidad y la indisolubilidad, como consecuencia
lógica de los fines. Ellas son propiedades que se aplican, tanto a la institución natural que
Dios instituyó, como al sacramento porque son características propias de la naturaleza
humana. Por ello es natural que la sociedad imponga el deber de encauzar la constitución de
la relación conyugal a través de una forma determinada que garantice públicamente su
existencia. No se trata sólo de un requisito formal. Constituye también una manera de
proteger el mismo ius connubii de los contrayentes: pues garantiza la seguridad jurídica
también para el bien de ellos mismos y ofrece una protección y un reconocimiento de unos
efectos concretos a los que tienen derecho legitimidad de los hijos, patria potestad,
cuestiones patrimoniales. De este modo se ordena, a la vez, una realidad jurídica que afecta
a terceros: a los hijos potenciales, y a la sociedad misma.
Ya tenemos, pues, el triángulo formado por la voluntad de los contrayentes, la sociedad que
la recibe, reconoce y protege, y el matrimonio mismo en cuanto objeto del pacto conyugal.
Sin alguno de estos vértices, no puede existir el matrimonio. Podemos decir, por tanto, que
el contenido del ius connubii supone: el derecho de contraer o no matrimonio; el derecho de
elección del cónyuge, y el derecho a que el matrimonio sea reconocido, protegido y
conservado por el ordenamiento jurídico. Deberemos ahora hacer una referencia explícita al
contenido del objeto del pacto.
Para ello habremos de considerar de nuevo la dimensión antropológica. En efecto, en el
acto de contraer coinciden una verdad ontológica de particular riqueza la estructura de
donación propia de la dimensión sexuada de la persona, y un acto de libertad de una
peculiar profundidad. Pues es el mismo Dios el autor del matrimonio, al cual ha dotado con
bienes y fines varios, todo lo cual es de suma importancia para la continuación del género
humano, para el provecho personal de cada miembro de la familia y su suerte eterna, para la
dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de la misma familia y de toda la sociedad humana.
(Concilio Vaticano II Gaudium et Spes 48).
Por lo demás, toca también al ordenamiento jurídico establecer las condiciones
concretas que desde la misma realidad natural determinan los confines del ius connubii en
su desarrollo: las condiciones que configuran el libre ejercicio de la capacidad de obrar en
materia matrimonial: los impedimentos y las condiciones mínimas que exige el propio acto
de consentimiento. Como es lógico, no vamos a detenernos en la explicación de estos
aspectos y su conexión con el derecho de la persona al matrimonio.
4- El consentimiento en el matrimonio canónico (I) la incapacidad consensual.
C1057
Toda la doctrina jurídica sobre la simulación en el matrimonio y toda norma canónica a
este respecto tiene su origen en los principios que se contienen en el este canon: Es el
consentimiento de los contrayentes el que produce el matrimonio. Este consentimiento no
puede ser suplido por ningún poder humano y es de advertir que el Legislador se refiere al
consentimiento interno, que es el que realmente dice lo que han querido los contrayentes.
La manifestación externa o las palabras o signos empleados al contraer matrimonio forman
una presunción en favor de que en este mismo sentido ha sido el consentimiento interno.
Pero esta manifestación externa no tiene fuerza de producir el matrimonio si no va
acompañada del consentimiento interno. El Legislador eclesiástico sigue la vía de la
existencia real del consentimiento interno para la validez del matrimonio. Las legislaciones
civiles suelen seguir la vía de la manifestación externa del consentimiento, con
independencia de si coincide o no con el consentimiento interno.
5- La incapacidad para prestar el consentimiento matrimonial. C 1095
El consentimiento exige la capacidad de conocer y entender la realidad exterior. Esta
capacidad se realiza mediante tres fases sucesivas: aprehensión del hecho o
realidad, reflexión y emisión de un juicio sobre la misma. Por lo tanto cualquier
enfermedad mental que impida el desarrollo y ejercicio de esta facultad o una grave
perturbación del ánimo que suponga carencia del suficiente uso de razón, impedirá emitir
un consentimiento matrimonial válido. Así pues, "podrá invocarse esta causa de nulidad no
sólo cuando el sujeto padece aquellos retrasos mentales profundos y enfermedades
mentales con base orgánica en lesiones cerebrales muy graves, que privan por completo de
uso de razón al sujeto o se lo debilitan extremadamente manera habitual, sino también
cuando, faltando este carácter habitual, una causa psíquica provoca la insuficiencia actual
entendemos momentánea o transitoria del uso de razón en el acto de contraer. La ignorancia
del conocimiento mínimo no se presume después de la pubertad (canon 1096, 2). De hecho
el legislador suele fijar una edad superior a la de la pubertad para casarse, lo que prueba que
la discreción de juicio todavía es débil. Si esto ocurre estaremos ante lo que se denomina
un grave defecto de discreción de juicio.
6- El consentimiento en el matrimonio canónico (III) la simulación. C 1101
La simulación es el acto por el cual, una persona hábil y capaz jurídicamente, haciendo
uso de sus facultades intelectivas y volitivas, decide con toda ciencia y conciencia dar,
prestar o expresar con palabras o signos comprensibles, un consentimiento de querer
casarse, pero en realidad no hacerlo. Es expresar un sí quiero con las palabras o con signos
o gestos, pero decidir internamente un no quiero con la voluntad, excluyendo con un acto
positivo de la voluntad el matrimonio mismo o uno de sus elementos o propiedades
esenciales como son la indisolubilidad, la fidelidad o la prole (Canon 1101, 1, 2 del Código
de Derecho Canónico). El acto positivo de la voluntad exige la existencia de una voluntad
cierta y determinada contraria al matrimonio, no bastando simplemente las ideas, opiniones,
deseos o previsiones contrarias a la fidelidad o a la indisolubilidad o a la procreación. No se
trata de desear que el matrimonio sea temporal, sino de decidir con un acto positivo de la
voluntad que sea limitado en el tiempo.
Para hablar de la posibilidad de la simulación o exclusión en el ámbito canónico, es
necesario partir de la certeza del sano y equilibrado estado de salud mental, psíquica o
psicológica de la persona que simula. Se entiende que es un acto positivo de la voluntad del
que simula, porque no desconoce qué es el matrimonio ni qué es el consentimiento
matrimonial. Nadie excluye sin darse cuenta de lo que hace.
Las circunstancias antecedentes, concomitantes y consecuentes a la celebración del
matrimonio son la clave que tienen los jueces eclesiásticos para descifrar el enigma de la
simulación y para declarar con certeza moral si consta o no consta el consentimiento
fingido, después de un serio y estudiado proceso. Valorar la prueba en los casos de
simulación y consultar la intención del contrayente al excluir internamente con un acto
positivo de la voluntad el matrimonio mismo o uno de sus elementos o propiedades
esenciales, obviamente, no es tarea fácil, pero tampoco imposible, puesto que para probar la
existencia de la voluntad excluyente, es necesario que esa voluntad interna tenga
repercusiones externas, que pueda ser probada con certeza moral en el fuero externo. Una
verdadera voluntad positiva contraria al matrimonio se manifestará en hechos y conductas
concretas externas.
Cabe anotar aquí que para declarar la nulidad de un matrimonio católico deben darse dos
sentencias afirmativas y para no declararla, igualmente, hacen falta dos sentencias
negativas. En cada instancia de los Tribunales Eclesiásticos deciden tres jueces; esto quiere
decir que cada caso de nulidad matrimonial canónica es estudiado por seis jueces como
mínimo o por nueve jueces si hay que ir a tercera instancia. Sin olvidar que también
intervienen en cada instancia las actuaciones y conclusiones de los defensores del vínculo y
de los abogados. Todo esto da una idea de la seriedad, del estudio y de la responsabilidad
que implica un proceso de nulidad matrimonial en la Iglesia.
7- Exclusión del bonum sacramenti o indisoluble
Es el bien del matrimonio que se refiere a la indisolubilidad o inseparabilidad de la
unión matrimonial, en relación con el carácter sagrado del matrimonio en el orden natural,
instituido por Dios al principio, y signo de la unión entre Cristo y la Iglesia. En ámbito
jurídico, con la expresión bonum sacramenti no se hace referencia a la dignidad
sacramental aunque esté relacionada, sino a la indisolubilidad en el matrimonio rato y
consumado. La exclusión de la indisolubilidad en el consentimiento, por un acto positivo de
la voluntad, hace nulo el matrimonio. El caso más común es la llamada simulación parcial,
por la que se acepta el matrimonio pero reservándose la posibilidad de concluir la relación
conyugal; también se puede dar el error de derecho sobre la indisolubilidad, que puede
comportar la nulidad si lleva a determinar el consentimiento hacia una unión disoluble;
asimismo, puede referirse a la indisolubilidad la condición de futuro que hace contraer
matrimonio de modo inválido.
8- Exclusión del bonum prolis
El bien matrimonial de la prole, en cuanto objeto del consentimiento, consiste en la
aceptación de la potencial paternidad o maternidad entre los cónyuges, y por tanto de la
apertura a la vida de los actos conyugales en el respeto de su significado unitivo y
procreador, y del deber de la educación de los hijos. La exclusión de la prole puede ser:
absoluta y perpetua, cuando al manifestar el consentimiento se tiene el propósito firme de
excluir para siempre la apertura a la generación: hace nulo el consentimiento; temporal,
que por sí sola no hace nulo el consentimiento pues no le afecta en su esencia.

9- Exclusión de la fidelidad
Es el bien de la fidelidad conyugal, que pertenece a la esencia del matrimonio y
constituye un deber moral y jurídico, aunque la legislación no habla de bienes del
matrimonio, sino de fines, propiedades o elementos esenciales. Su exclusión en el
consentimiento, mediante un acto positivo de decidida voluntad no un simple deseo,
conlleva la nulidad del matrimonio. Se fundamenta en la donación mutua del hombre y la
mujer, que exige por su misma naturaleza la plena fidelidad y la exclusividad del don de la
propia sexualidad. Está muy relacionado se refiere a la misma realidad con la unidad como
propiedad esencial del matrimonio, que es una unión entre un hombre y una mujer como
personas corpóreas, con alma y cuerpo; la sexualidad personal conlleva la unidad y
exclusividad de la donación mutua y total, porque la persona no es divisible.

10- El consentimiento en el matrimonio canónico (IV) la condición y el miedo.


Es el acto de la voluntad por el que el varón y la mujer se entregan y aceptan
mutuamente en alianza irrevocable para constituir el matrimonio. El consentimiento
legítimamente manifestado entre personas jurídicamente hábiles produce el matrimonio. Es
necesario que los contrayentes no ignoren, al menos, que el matrimonio es un consorcio
permanente entre un varón y una mujer, ordenado a la procreación de la prole mediante una
cierta cooperación sexual. El consentimiento debe ser acto de la voluntad de cada uno de
los contrayentes, libre de violencia o de temor grave externo, en el que no haya engaño
acerca de una cualidad del otro contrayente que pueda perturbar gravemente la vida
conyugal.
Son incapaces de dar el consentimiento matrimonial quienes carecen de suficiente uso de
razón; quienes tienen un grave defecto de discreción de juicio acerca de los derechos y
deberes esenciales del matrimonio; quienes no pueden asumir las obligaciones esenciales
del matrimonio por causas de naturaleza psíquica. El consentimiento, aunque no fuera
eficiente porque haya algún impedimento o defecto de forma, se reconoce existente si no
consta su revocación, por lo que, desaparecido el impedimento o subsanada la forma, no
sería necesario volver a prestarlo.

11- Los impedimentos matrimoniales en el derecho canónico, la dispensa de los


impedimentos.
Son circunstancias tipificadas por el derecho que inhabilitan para que una persona pueda
contraer matrimonio válidamente. La autoridad de la Iglesia establece los impedimentos
mediante la declaración de que una circunstancia hace nulo el matrimonio por derecho
divino, o bien determinando por derecho eclesiástico otras circunstancias que causan el
mismo efecto. Se distingue entre impedimentos públicos, que pueden probarse en el fuero
externo, e impedimentos ocultos, que no pueden probarse, o que en la práctica no se han
divulgado. La autoridad eclesiástica competente puede dispensar de los impedimentos de
derecho eclesiástico en un caso particular, en el fuero externo si es un impedimento
público, o en el fuero interno, sacramental o no.
Los impedimentos son los siguientes:
a) edad: el varón debe haber cumplido 16 años y la mujer 14, con el fin de garantizar un
mínimo de madurez física y psicológica; se puede dispensar;
b) impotencia para realizar el acto conyugal, si es cierta, antecedente y perpetua; no se
puede dispensar. No se debe confundir con la esterilidad;
c) vínculo: por estar comprometido por el vínculo de un matrimonio anterior; se
fundamenta en la unidad, y no es dispensable;
d) disparidad de cultos: entre un bautizado en la Iglesia católica o recibido en ella, y un no
bautizado; se dispensa en determinadas condiciones;
e) orden sagrado: quien ha recibido las órdenes; la dispensa está reservada a la Sede
Apostólica y suele ir unida a la dispensa de las obligaciones del celibato y la pérdida de la
condición clerical;
f) voto: quien está ligado por voto público perpetuo de castidad en un instituto religioso; su
dispensa lleva consigo la salida del instituto;
g) rapto: entre quien rapta y la mujer raptada, salvo que esta lo acepte en libertad; se podría
dispensar;
h) crimen: por matar al cónyuge de la otra parte o al propio; la dispensa se reserva a la Sede
Apostólica;
i) parentesco: consanguinidad (línea recta y colateral hasta primos hermanos, sólo
dispensable en este último caso), afinidad (línea recta entre un cónyuge y los consanguíneos
del otro), pública honestidad (por matrimonio inválido con vida en común o concubinato
público y notorio: inválido en la línea recta entre una parte y los consanguíneos de la otra) y
parentesco legal (por adopción legítima, hace nulo el matrimonio en línea recta o en
segundo grado de línea colateral).
12- La en el derecho matrimonial canónico c. 1108 – 1116. Sujetos obligados a la
forma canónica y posibilidad de dispensa de la misma.
Solamente son válidos aquellos matrimonios que se contraen ante el ordinario del lugar
o el párroco, o un sacerdote o diácono delegado por uno de ellos para que asistan, y ante
dos testigos, de acuerdo con las reglas establecidas en los cánones que siguen, y quedando a
salvo las excepciones de que se trata en los cc. 144, 1112 § 1, 1116 y 1127 §§ 1 y 2. Así se
expresa el c. 1108 § 1, con el que como todos sabemos se abre la regulación codicial acerca
de la forma de celebrar el matrimonio. Si tenemos en cuenta que la remisión al c. 144 se
refiere a la suplencia de la facultad de asistir al matrimonio; el c. 1112 § 1 a la posibilidad,
bajo ciertas condiciones, de la delegación a laicos para asistir al matrimonio; y el c. 1116 a
la forma extraordinaria, nos queda, como precepto en el que, fundamentalmente, aquí
debemos prestar la atención, el c. 1127: la forma en los matrimonios mixtos.
Ciertamente, también habremos de atender al supuesto del matrimonio contraído con
dispensa del impedimento de disparidad de cultos matrimonio entre católico y no
bautizado; así como habrá que referirse con los debidos matices al caso del matrimonio
entre dos bautizados católicos, pero uno de ellos o los dos apartado de la Iglesia por acto
formal. Así las cosas, veamos en primer lugar los requisitos formales y sus implicaciones
en el matrimonio entre un bautizado católico y un bautizado no católico.
13- La disolución canónica del vínculo matrimonial rato y no consumado c. 1142
Como ya se ha adelantado, dos son los tipos de matrimonio que pueden ser
disueltos a través de este tipo de Dispensa:

Matrimonio entre dos bautizados: El bautismo recibido puede ser tanto católico como
acatólico. Al mismo tiempo dentro de este supuesto existen dos posibilidades: a) Que los
cónyuges estén bautizados en el momento de contraer matrimonio (claro supuesto de
matrimonio rato desde un principio). b) Que los dos cónyuges estén sin bautizar en el
momento de la celebración del matrimonio, siendo ambos bautizados con posterioridad. En
este último supuesto, será necesaria la inconsumación tras la recepción del bautismo.

Matrimonio entre bautizado y no bautizado: Al igual que en el caso anterior, la parte


bautizada podrá ser tanto católica como acatólica. Existen, también aquí, dos modalidades:
a) Cuando en el momento de contraer matrimonio uno de los cónyuges ya ha recibido el
bautismo. b) Cuando ambos contrayentes no están bautizados al contraer matrimonio,
recibiendo uno de ellos el bautismo con posterioridad a la celebración de las nupcias, sin
que tras éstas tenga lugar la cópula conyugal.
De todo ello podemos extraer los supuestos a los que no podrá ser aplicada esta dispensa: a)
Matrimonio sacramental consumado; b) matrimonio entre no bautizados (matrimonio no
sacramental); c) Matrimonio nulo. Cuatro son los requisitos exigidos explícitamente en el c.
1142 para que sea posible este tipo de disolución: 1º. Matrimonio válido. 2º. El bautismo
de, al menos, uno de los cónyuges. 3º. La inconsumación del matrimonio. 4º. La justa
causa.
El matrimonio no estará consumado si no se ha producido la cópula conyugal desde el
momento de la válida celebración del mismo (o bien desde el momento de la recepción del
bautismo). La cópula perfecta, que implica la consumación del matrimonio, consiste en la
realización de modo humano del acto conyugal apto de por sí para engendrar prole. Por
tanto, no se entenderá consumado el matrimonio cuando, o no existe tipo alguno de relación
carnal, o bien, cuando la cópula practicada es insuficiente; tampoco cuando ha tenido lugar
en una forma que no puede considerarse humana. En cuanto a la prueba de la
inconsumación, nos remitimos a las Litterae circulares “De proceso super matrimonio rato
et non consummato”, de 20 de diciembre de 1986.
El cuarto requisito necesario para la aplicación de la dispensa super rato es la justa
causa, que habrá de ser también objeto de investigación a lo largo del procedimiento que
precede a la dispensa. La justa causa no se constituye como requisito novedoso sino que
ésta ya se exigía en los cánones 1119 y 1975 del Código de 1917. En la codificación actual
queda recogida en los cánones 1142 y 1698. Dentro de la doctrina canónica, Gasparri cita
los siguientes ejemplos de justa causa: 1. Disociación de ánimos sin esperanza de
reconciliación (aversión entre los cónyuges); 2. Temor de un probable escándalo futuro
(incluidas las riñas entre la familia de los cónyuges); 3. Probable sospecha de impotencia;
4. Matrimonio civil de una de las partes; 5. Prueba semiplena de la falta de consentimiento
o de otro impedimento dirimente; 6. Posibilidad de contraer una enfermedad contagiosa; 7.
Periculum perversionis moralis; 8. Haber contraído matrimonio civil; 9. Petición de
dispensa de ambos esposos. En determinadas ocasiones son varias las causas que se dan
para la concesión de la dispensa; concretamente, hay una sentencia coram Teodori que
afirma que cuando son varias las causas que concurren.

14- La disolución del matrimonio en favor de la fe


La figura jurídica de la disolución del vínculo matrimonial válido hay que situarla en el
contexto de la doctrina canónica sobre la indisolubilidad del matrimonio, según la cual el
consentimiento matrimonial origina un vínculo que, en principio, es intrínseca y
extrínsecamente indisoluble. Sin embargo, en determinadas circunstancias, esa propiedad
de todo matrimonio admite excepciones: para el ordenamiento canónico, sólo en dos
supuestos: cuando el matrimonio no es rato, o cuando siendo sacramental, no ha sido
consumado. De ahí el interés que presenta en sí misma, por su excepcionalidad, la figura de
la disolución de un vínculo matrimonial válido; interés que se ve acrecentado por la
sorprendente circunstancia de que la amplitud cada vez mayor con la que se concede la
disolución en el ámbito canónico, es inversamente proporcional a la claridad con que se
abordan los fundamentos mismos del tema, lo cual se pone de manifiesto de forma muy
llamativa en el proceso de elaboración del Código del 83 y en las normas posteriores a él.
En efecto, si alguna conclusión se deduce claramente de nuestro estudio y me permito
adelantar, es que la posibilidad de disolver un vínculo matrimonial se sustenta, todavía hoy,
sobre muy débil y oscuros argumentos.
Por contraste, las muchas incertidumbres que gravitan sobre tan importante
cuestión, no parecen ser obstáculo, insisto, para que se sigan promulgando nuevas normas
sobre la disolución del vínculo en favor de la fe algunas recientes, del año 2001, y nuevas
situaciones queden justificadas como supuestos en los que la Iglesia parece no dudar de su
competencia para disolver matrimonios válidos, aunque no sea capaz de fundamentarla. La
figura jurídica de la disolución del vínculo matrimonial, debe ponerse en relación con la
doctrina canónica sobre la indisolubilidad del matrimonio, indisolubilidad que no admite
excepciones cuando se trata de un matrimonio rato y consumado. En efecto, la absoluta
indisolubilidad del matrimonio sacramental y consumado, aunque no constituye un dogma
formalmente definido, se considera como verdad próxima fidei, cercana al dogma; o con
palabras del Romano Pontífice en su discurso a la Rota Romana del año 2000, como
doctrina que debe considerarse definitiva.

15- El privilegio paulino cc 1143 – 1147.


Desde los primeros siglos del cristianismo, la Iglesia defendió la indisolubilidad del
matrimonio establecida por Cristo (cf. Mt 5, 31-32; Mc 10, 11 y Lc 16, 18), frente a la
mentalidad permisiva del mundo judío y romano. Las epístolas paulinas recogen la misma
doctrina por ejemplo, Rom 7, 2, incluso en el pasaje donde aparece el denominado casus
apostoli o privilegio paulino 1Cor 7, 12 y ss. Entre las posibles causas que justificaban la
separación o el repudio en la época en la que San Pablo escribe el texto, destacaba la
hipótesis de adulterio, por lo que habría podido parecer igualmente válido la falta de fe
cristiana de uno de los cónyuges, tras la conversión y bautismo del otro, para separarse del
cónyuge infiel o repudiarle. En contra de ese sentir común en ese momento histórico, San
Pablo rechaza la citada posibilidad, justificando, además, su pensamiento porque el marido
infiel es santificado por la mujer fiel; y la mujer infiel, es santificada por el marido fiel; de
otro modo, vuestros hijos serían impuros, mientras que, en cambio, son santos.
Las palabras de la Epístola no ofrecen una respuesta segura, como tampoco puede
deducirse del magisterio de Cristo; dicho de otro modo, no parece claro qué debe
entenderse por discedat, o por la expresión non est enim servituti subiectus frater aut soror
in eiusmodi. De ahí que el texto haya sido interpretado, bien como una simple exclusión del
deber de convivencia, bien como una liberación de cualquier vínculo, que permitiría la
posibilidad de un segundo matrimonio válido. En cualquier caso, la supuesta tradición
apostólica de la disciplina disolutoria, basada en la literalidad del texto de san Pablo 1Cor.
7, 12 y ss., parece, hoy por hoy, cuando menos poco clara. Sin embargo, la bibliografía
canónica suele regalar con facilidad la nota de la apostolicidad a esa disciplina disolutoria,
sin haber aportado ninguna exégesis apostólica estricta, ni aun pseudoapostólica, pegada al
texto de la Escritura.

16- Disolución por rescripto pontificio.


En caso de duda dice el canon 1127 el privilegio de la fe goza del favor del derecho. Se
trata de un antiguo axioma, mencionado en el Concilio IV de Toledo, según el cual la prole
bautizada debe separarse de los padres infieles, en favor de la fe. Las Decretales y
especialmente Benedicto XIV (Epístola Probé de 15 de diciembre de 1751) dispusieron que
in re dubia in favorem fidei pronuntiandum esse, constans regula est. En ninguno de dichos
textos se aplicaba la regla a materia matrimonial, sino para permitir el bautismo del niño
judío cuando se resistía a ello su madre; pero el Santo Oficio uansfirió dicho principio del
bautismo, al matrimonio (8 de junio de 1936, 9 de diciembre de 1874).
En el Derecho vigente sabemos que el privilegium.fidei tiene dos acepciones: una lata, que
abarca el privilegio Paulino y el Petrino, y otra puramente interpretativa y supletoria de
ciertos defectos que puedan concurrir en la aplicación de dichos privilegios. En este sentido
y con estas palabras lo explica MULDERS: Cuando por cualquier causa se tiene duda
acerca de si se han cumplido todas las condiciones para aplicar el privilegio Paulino o el c.
1125, esta duda se ha de resolver en favor de esta aplicación, de modo que la persona
convertida pueda celebrar nuevas nupcias, si esto contribuye a favorecer la conversión a la
fe católica o a la permanencia de aquél en esta fe. Como se ve, se trata de una excepción al
c. 1014, pues éste favorece el matrimonio y no la disolución. Esta excepción sólo puede
hacerse valer por el uso que el Romano Pontífice hace de su potestad ministerial de
disolución cuando es dudosa con duda fundada, moralmente insoluble después de una
diligente y prudente inquisición la aplicación del privilegio Paulino o del Petrino. En este
último, las situaciones dudosas que se ofrecen son reunidas por los canonistas en dos
grupos: los supuestos de favore fidei acquirendae y los de favore fidei acquisitae, resueltos
los primeros por la Santa Sede en los términos que vimos al examinar diversos casos
prácticos, y los segundos que, fuera del caso normal de disolución del vínculo natural
después del bautismo de la parte infiel presentan los casos dudosos de matrimonio
consumado antes del bautismo de ambas partes y no después consumado y rato y el del
matrimonio entre dos infieles consumado antes y después del bautismo de uno de ellos,
dudas que, como vimos anteriormente, tienden a resolverse in favorem fidei en pro de la
disolución.
Y en los efectos canónicos de la disolución, el principal es la ruptura del vínculo, con
efectos ex nunc, es decir, desde el instante en que se decreta la disolución por el Romano
Pontífice, y así lo dispone para el supuesto análogo de dispensa super rato la Regla 103 de
las que se siguen en los procesos de matrimonio rato y no consumado. La disolución priva
al matrimonio de los efectos comunes entre cónyuges señalados por los cans. 1110 a 1112 y
así relaciones paternofilialeá. Habrán de sujetarse al estatuto que determina el can. 1132
para la separación de cuerpos, aplicado por analogía, es decir, que los hijos deben educarse
al lado del cónyuge católico, a no ser que el Ordinario decrete otra cosa atendiendo el bien
de los mismos hijos y dejando a salvo siempre su educación católica. Disuelto el
matrimonio es válido el matrimonio celebrado posteriormente por cualquiera de los
cónyuges; más, como dispone el can. 1069, no por eso es lícito contraer otro antes de que
conste legítimamente y con certeza la nulidad o la disolución del primero. La prueba
ordinaria de ella será la documental constituida por el testimonio del rescripto pontificio.
Creemos de aplicación extensiva lo que dispone para la dispensa super rato el can. 1053 y
por lo tanto, que la disolución Petrina lleva implícita, en cuanto sea necesaria, la dispensa
del impedimento procedente del adulterio con promesa o atentación de matrimonio.
A modo de reflexión, para llegar a la disolución del matrimonio y el vínculo en favor de la
fe después de cuanto hemos visto, creo que la única referencia frontal para justificar
doctrinalmente la disolución de un vínculo matrimonial válido, no es otra, en último
término, que la constatación del uso de ese poder por parte del Romano Pontífice a lo largo
de la Historia. Sin embargo, en este tema la perplejidad mayor viene suscitada por el hecho
de que la decretal Laudabilem sigue reclamando una explicación convincente en el
conjunto de la praxis canónica disolutoria y de la doctrina católica sobre la absoluta
indisolubilidad del matrimonio rato y consumado. Así pues, se ponen de manifiesto que la
disciplina actual sobre la disolución de los matrimonios canónicos in favorem fidei, es del
todo singular se siguen ampliando los supuestos de disolución, en la tradición apostólica ni
en la tradición patrística, y que nos lo recuerda Pablo en 1Cor 7,12-16, el único texto
neotestamentario que suele alegarse, no se deduce inequívocamente la posibilidad de
disolución del matrimonio del convertido en las circunstancias descritas por San Pablo.

Y a partir de ahí, tendría sumo interés examinar cómo las discusiones de los primeros
decretistas desembocan en posiciones doctrinales y prácticas como las del Papa Celestino
III, con qué razones y por qué causas. Y pues, lamentablemente siguen existiendo en la
actualidad discordancias significativas entre los principios doctrinales y la praxis vigente,
que pueden sintetizarse así; se disuelven los matrimonios entre bautizado y no bautizado,
admitiéndose la posibilidad que se trate de matrimonios sacramentales y consumados, ya
que como los mismos codificadores pusieron de manifiesto, la no sacramentalidad del
matrimonio dispar, es una cuestión disputada; por otra parte, se fija como límite, en teoría
indiscutible, en cuanto a la posibilidad de disolución del matrimonio, el rato y consumado,
límite que, con palabras de Juan Pablo II, debe tenerse como doctrina definitiva. Sin
embargo, ni las instancias eclesiales más altas, son en este momento capaces de determinar
cuándo el matrimonio es sacramental.
Referencias Bibliográficas
Fornes Juan, DERECHO MATRIMONIAL CANONICO, Editorial; Tecnos, Madrid 2008.
López Ángel, CURSO BREVE DE DERECHO MATRIMONIAL CANONICO, Editorial;
Comares, España 2011.
PEÑA G, Carmen, MATRIMONIO Y CAUSAS DE NULIDAD EN EL DERECHO DE LA
IGLESIA, Editorial; UNIVERSIDAD PONTIFICIA COMILLAS, Madrid 2008.

Enlaces Externos:
http://eprints.ucm.es/43144/1/T38878.pdf
www.are2abogados.com
www.repositorio.comillas.edu
www.books.google.co.ve
www.vatican.va
www.iuscanonicum.org
www.am-abogados.com

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