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Derechos de Autor 2020 por Angel Joel Méndez López- Todos los
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Dedicatoria
A MI QUERIDO HIJO BRAYSON MÉNDEZ. Eres el máximo sentido
de mi vida.
SOBRE EL AUTOR
VIVIMOS EN SOCIEDAD
VIVIMOS EN SOCIEDAD
Vivimos en sociedad. Ello implica que ninguno de nuestros actos se
produce en abstracto o alejados de lo social, sino que están marcados por
pensamientos, emociones, actitudes, creencias, predisposiciones y formas
de hacer que, en algún sentido, tienen que ver con quienes nos rodean y con
lo que nos rodea.
Y, aunque dichos procesos, componentes, capacidades o recursos personales
tienen, en cierto sentido, que ver con todos estos aspectos y con muchos
otros no explicitados previamente, algunos de los cuales serán abordados en
el presente libro, ello no nos condiciona de forma definitiva a los dictados o
a las dictaduras externas, pero si pueden hacer que nos veamos, de cierta
forma, influenciados y, a veces, hasta perjudicados, por los y por las
mismas.
En síntesis (aunque sin el ánimo de generalizar a ultranza), lo que nos
rodea, también puede penetrarnos o afectarnos de algún modo; lo que nos
influye, puede dejarnos marcas, rozarnos o señalarnos de alguna forma
específica.
Lo que nos acompaña, puede convertirse en algo relevante para nuestro ser
y así casi que, hasta el infinito, nuestra presencia en el mundo de la vida,
puede verse cotejada por determinados elementos, amenizada por lógicas
específicas o metamorfoseada, en su caso, por entramados que no siempre
logramos comprender.
Eso es lo que sucede, cuando nos adentramos en las mareas de lo social y
en los espacios compartidos, donde debemos encontrar (o, al menos, donde
debemos intentar encontrar) las razones, las simientes y los principales
argumentos de nuestra existencia, que, sin lugar a equívocos, es una
existencia esencialmente social, aunque sea vivida en primera persona.
A lo largo de nuestro devenir y marcando los variados puntos de nuestra
historia singular, tendremos que optar, tendremos que posicionarnos y
tendremos que tomar partido. La vida siempre nos va plantear retos y
demandas; estamos aquí, en sus demarcaciones y bajo sus disímiles efectos,
entre otras muchas razones, para hacerles frente y avanzar.
Avanzar, sin miramientos o sin falsas apariencias; avanzar, a pesar de los
avatares o de las miserias que pululan por el camino. Y es que, aunque deje
de asomarse por el horizonte, ese rayo de luz siempre necesario para
iluminar la realidad, aunque sea troceadamente, nuestra misión indelegable
nos precisa motivados, inspiradas, enfocados y bien predispuestas.
Difícilmente, nos iremos de rositas siempre, ante los requerimientos de la
vida; más bien, tendremos que asumir y dar la cara, la inmensa mayoría de
las veces. Eso es lo que tiene la vida: nos aclama, nos demanda, nos exige.
Y eso es lo que tenemos que hacer: mostrarnos, hacernos partícipes,
implicarnos.
No somos barcas a la deriva; somos seres sociales que, aunque de manera
personalizada, interactuamos e irrumpimos constantemente, en un universo
social complejo y multidimensional, que nos influye y al que influimos de
múltiples modos.
Nos convertimos en lo que somos, comportándonos de determinada manera
y aprendiendo a lo largo de nuestra vida. Visto así, el aprendizaje constituye
una de nuestras grandes constantes, para abrirnos paso en la maleza de lo
cotidiano significativo. El aprendizaje es consustancial al acto de vivir y
cuando el aprendizaje perece, la vida lo hace con él.
Si dejamos de aprender, como es lógico, cuando la muerte asoma su rostro
ensombrecido y perturbador, nada podemos hacer al respecto; pero, cuando
dejamos de aprender porque si y sin que aún nos haya tocado la oscuridad
eterna, mala elección y peor camino.
Dejar de aprender, amiga y amigo, aun estando vivos físicamente, es una
manera lamentable de hacer frente a una vida, que pierde su sentido y
grandes dosis de ilusión, cuando somos incapaces de continuar
alimentándola, nutriéndola y dotándola se significado.
El aprendizaje tendría que ser nuestro mejor acompañante en el viaje de la
vida, nuestro mejor confidente y el proceso exacto, al cual acudir en
cualquier situación vital. Si nos abrimos al aprendizaje, nos abrimos a la
vida y, abrirnos a la vida es nuclear, no solo para dotarla del mejor de los
sentidos posibles, sino también y fundamentalmente, para intentar
encumbrarnos en sus escenarios de realización.
Al menos, eso es lo que debería suceder; intentar aprender de lo que nos
secunda e intentar aprender de las experiencias, ya sean estas positivas o
negativas: aprender del pasado, del presente, de los Otros y de sus
aportaciones particulares: aprender, aprender y aprender.
Aprender, para que el futuro sea mucho más esperanzador y funcional que
constrictivo, para que sea mucho mejor realizante que catastrófico y, por,
sobre todo, para que el devenir sea más ilusionante y optimista, que
depresivo.
Así de simple y a la vez necesario, porque vivimos en sociedad: nuestros
comportamientos tienen impactos en la vida de los demás o, por lo menos,
en la vida de aquellas personas con quienes nos conectamos más
directamente.
A su vez y por el hecho de que las conductas sociales, siempre son un viaje
de ida y vuelta, de múltiple inter-influencia y de una complejidad dinámica
a valorar sistémicamente, también recibimos matices y nos veremos
afectados, por el grueso de las restantes personas con las cuales nos
conectamos.
Por ello mismo es fundamental, ampliar nuestros grados de desarrollo en
materia de relaciones y de vínculos humanos, mejorar los niveles de nuestro
coeficiente en esta dimensión, porque, al hacerlo, se colocan ante nuestros
ojos, una infinidad de posibilidades que, de no contar con dicha
manifestación y expresión relacional, pierden gran parte de su sentido y de
sus alcances.
He ahí, algunos de los motivos por los cuales las reflexiones patentadas en
este libro, nos servirán para continuar mejorando lo que somos.
Continuemos la travesía.
LA ESENCIA DE LA VIDA ES DAR Y RECIBIR
Dar y recibir, es la esencia de la vida, de una vida que lo es, en gran
medida, porque se establece desde el vínculo, desde la conexión, desde la
reciprocidad y desde el mutuo cuidado.
Al menos, así deberían ser nuestros intentos, a la hora de donarnos al
encuentro: intentos cuidados y cuidadosos, respetuosos, dignos, flexibles
hasta donde sea necesario o posible, maduros, consensuados, equilibrados y
facilitadores. Encuentros inclusivos, dialógicos, eminentemente donados al
Otro, a ese Otro del que también necesitamos para actualizarnos y para ser,
lo mejor que podamos alcanzar ser.
Cuando nuestros encuentros llevan este sello distintivo, cuando se nutren de
estos componentes habilitantes y nutricios, podemos asumir la idea, nada
secundaria, por cierto, de que nos humanizamos y de que nos instalamos en
el camino correcto, en lo que a vincularnos, comprendernos, reconocernos y
aceptarnos se refiere; al menos, esa es mi modesta opinión y, la vida, sabia
como ninguna, se ha encargado de patentarla y de reafirmarla
permanentemente.
No nacemos siendo lo que somos hoy mismo. Nadie nace siendo
acabadamente lo que es en este instante preciso. Nos vamos con-formando
(de formar-nos, de estructurarnos, de configurarnos, no de ser
conformistas), en nuestras formas de interactuar dentro de la sociedad. La
sociedad siempre nos marca, aunque tenemos una relativa independencia de
lo que esta misma sociedad nos propone, dicta o prioriza.
Vamos siendo socialmente, en la misma manera en que nos comportamos
dentro de la sociedad y ello sucede siempre, aunque lo hagamos a título
personal.
La inmensa mayoría de nuestros comportamientos y formas de proyectarnos
en sociedad, han sido aprendidos y adquiridas a lo largo de nuestra historia
de vida: historia de vida singular e irrepetible, única y siempre abierta al
cambio y al enriquecimiento.
Todas y cada uno, nos movemos por historias: qué somos, qué hacemos, por
qué hacemos lo que hacemos. Y en el polo opuesto: qué no queremos ser ni
por asomo, qué no queremos realizar y por qué decidimos movernos tal y
como lo hacemos.
Las historias nos impulsan a realizar determinadas cosas o nos impiden
llevar a cabo otras. En alguna dirección, las historias nos marcan. No
debemos olvidar, que somos seres historiados, delimitados en ciertas
latitudes, aunque siempre abiertos al intercambio y al posible mejoramiento.
En última instancia y sin demeritar la presencia del resto de influencias que
nos hacen ser lo que somos y manifestarnos como lo hacemos, el
componente sociocultural cobra especial significación, a la hora de
conducirnos por la sociedad.
Somos también, seres sociales y estamos culturalmente señalados, lo que
no insta, en absoluto a que, dichos señalamientos, nos cierren las puertas del
necesario cambio que precisa patentarse en cada ápice de nuestra esencia.
Muchas personas y en abundantes situaciones, tratando de justificar
(concientemente o no) la dificultad de generar cambios en su forma de vida
o buscando motivos para continuar actuando del modo en que lo hacen, le
atribuyen a la genética, manifestaciones comportamentales que son
esencialmente delineadas por lo social y por los marcadores culturales.
De forma que, le atribuyen desmedidamente a la carga genética, el peso
específico de conductas que hemos aprendido a lo largo de nuestra historia
de vida. Conductas que han sido construidas, a lo largo y ancho de nuestro
devenir.
Con esta situación particular, me he encontrado en infinidad de ocasiones y
cuando trato de hacerles ver a esas personas, que el componente biológico
se expresa con más importancia e impronta, en unas instancias que en otras
y que en los contenidos que tienen que ver con lo social, se encuentran más
sintetizados los procesos de aprendizaje, encuentro por su parte algún tipo
de resistencia, como es totalmente lógico y natural, cuando comenzamos a
sentirnos amenazados o puestos en duda.
Las personas que han aprendido a construir con el Otro y hacerlo de manera
efectiva, son seres transgresores, capaces de reafirmar su singularidad
(inclusive en espacios y marcos donde muchas veces se les ha negado), pero
sin tener que excluir y sin tener que expulsar a quienes le rodean.
Nadie alcanza nada solo. Nadie nunca será reconocido si no existen otros
Alguien(es), en los que Nadie pueda hacer valer su confianza y sus talentos.
¿De qué forma puede ser útil algún talento, si en un principio no es posible
vincularlo con otras personas o si en el fondo no es asumido como válido
por Otros individuos?.
¿De qué manera puede ser útil algo que no logre calar o inocularse en la
sociedad porque, entre otros muchos aspectos, se ha gestado a espaldas de
la misma o no logra reflejar lo que dicha sociedad necesita en un tiempo y
en un espacio determinado?; es necesario aprender a construir con el Otro.
Cuando aprendemos a construir con el Otro, reafirmamos lo que somos,
personológicamente hablando. La construcción nos da una medida nada
despreciable de lo que significa ser humanos y nos vamos humanizando
siempre en relación y en conexión con los demás.
Las personas con un alto cociente relacional lo hacen: construyen con los
demás, refuerzan su individualidad mientras se posicionan reflexivamente
en sociedad y crecen no solo a título individual, sino también en los marcos
de lo común.
APRENDE A CONSTRUIR PROYECTOS CON EL OTRO
Tan importante como ponerte en el lugar del Otro, como cultivarte
para escuchar a los demás, como crecer solidariamente y como ilustrarnos a
la hora de cooperar con los diferentes, lo es también, aprender a construir
proyectos con terceros.
Es clave aprender a integrarnos en proyectos ilusionantes, proyectos en los
que podamos participar y de los cuales sentirnos parte constitutiva; es
fundamental entrar a formar parte implicada de proyectos que nos pueden
aportar y a los que lógicamente, les reciproquemos.
Las personas con un cociente relacional relevante, son individuos que han
aprendido a construir proyectos en los que se les requiere; proyectos en los
que se les evoca y se les demanda determinado posicionamiento.
Este tipo de personas han aprendido a avanzar desde los espacios comunes,
aunque por supuesto que respetando los marcos privados de realización.
Han aprendido a darse tiempos y espacios necesarios para continuar
avanzando; han aprendido a proyectarse desde lo común, pero sin obnubilar
o sin opacar lo personalizado.
APRENDE A GESTIONAR TUS INCOMPATIBILIDADES CON EL
OTRO
Pero no todo es color de rosa, en esto de vincularnos y de
relacionarnos; de ahí que sea tan importante apostar por fomentar en las
personas un coeficiente relacional elevado, que también nos permita crecer
desde lo diverso y desde la tierra menos firme. En los vínculos también hay
fisuras, boquetes y angostura, también hay resquicios y grietas, que precisan
ser atendidas.
Por supuesto que en las relaciones que entablemos, tendremos que trabajar
con ahínco, dedicación y sobriedad las diferencias y los disensos y que a
partir de ellos será necesario construir nuevas verdades, nuevas realidades y
nuevas arquitecturas (personológicas, actitudinales, emocionales,
axiológicas, éticas y procedimentales); por supuesto que no podremos
desarrollarnos sostenidamente, si no somos capaces de reponernos a la
adversidad o de superar los muros aparentemente infranqueables: tenemos
que aprender a gestionarnos y aprender a gestionar nuestras
incompatibilidades con el Otro.
Al entrar en conexión con otras personas, también tenemos que aprender a
gestionar las diferencias y las incompatibilidades, la desavenencia y la
discordancia. Y es que ello es fundamental en esto de encontrar puntos de
conexión y de fortalecernos a partir de ellos. Depende en gran parte de
nuestro posicionamiento crítico, de nuestra actitud ante la vida y de nuestras
prioridades, no solo el camino a recorrer, sino también los logros a alcanzar.
Un coeficiente relacional elevado nos va a posibilitar soltar las amarras,
encontrar los puntos exactos, tejer puentes e hilar redes precisas para
continuar siendo lo mejor que podamos ser y este mejoramiento sistémico
requiere que también entre en el análisis, la ruptura, la disrupción, las
desavenencias y las incompatibilidades que necesitan ser gestionadas de
forma efectiva, para continuar avanzando como personas individuales y
como colectivos necesarios.
Las personas con alto coeficiente relacional tienen una elevada actitud de
aprecio hacia los demás: a ellos y a ellas, los demás les importan, por tal
razón, los reconocen y los tienen en cuenta. Para ellos, los Otros son seres
dignos de estima, de valoración y de aprecio; son sujetos necesarios,
individuos colmados de talentos y de atributos significativos para continuar
avanzando.
Es por esa razón que te invito a formar parte de este amplio catálogo y de
este irrefrenable contingente de seres humanos que reconocen a los demás,
que se solidarizan y que sienten la necesidad de donarse con sus mejores
armas y en la trinchera que sea necesaria.
PROYÉCTATE GENEROSAMENTE
Y qué sería de las relaciones humanas, sin que en el fondo de las
mismas pueda plantearse un comportamiento que se caracterice por la
generosidad, por el buen hacer y por la hospitalidad. Qué sería de las
relaciones humanas, sin que seamos capaces de desarrollar un
comportamiento que se nutra de valores tan necesarios como la solidaridad,
el altruismo, la construcción colectiva o el apoyo mutuo.
Cuando nos proyectamos volitivamente sobre la base de estos valores y
atributos mencionados previamente, sentamos las bases para disparar
nuestro coeficiente relacional y mientras esto último se produce, creamos
las condiciones para continuar permitiéndonos ser, de la mejor forma
posible.
Las personas generosas son, por tendencia general, mejor recibidas en el
universo de lo social; son más atractivas para el Otro y mejor valoradas por
este, aunque no debemos pecar de ilusos, ni ser tan ingenuos a la hora de
entender este criterio que emito, porque no podemos olvidar el tipo de
sociedad en la que vivimos, en la que muchas veces se confunde que una
persona sea bondadosa con que sea tonta. Y es que lamentablemente,
nuestra sociedad peca de simplista muchas veces y otras tantas, tergiversa a
conveniencia los términos y los procesos, las causas y hasta las fuentes.
Pero lo cierto es que, como tendencia, las cualidades de las personas
bondadosas no pasan desapercibidas, aunque no es menos cierto de que su
camino a recorrer no estará exento de espinas, en eso de actuar acorde con
su ser.
Todo lo contrario, habrá obstáculos en la carretera, habrá malezas que quitar
del medio, pero las personas generosas siempre encontrarán la forma de
crecer-se ante las adversidades. Muchos Otros reconocerán en ellas sus
principios y sus fundamentos vitales y otros tantos, no menos importantes,
aspirarán a ser como ellos o se mirarán en su ejemplo.
Cuando nos proyectamos hacia lo social necesario, sobre la base de la
generosidad ineludible, vamos reafirmando núcleos duros de civilidad y
también marcamos de valor y de sentido, las rutas significativas de nuestro
ser. Las personas con elevado cociente relacional, se reafirman en el
entramado más virtuoso de su esencia; se dejan ver del modo más
inspirador y aportan un nuevo rostro necesario de la realidad: más
transparente, mejor conformado, más humanizado.
PROYÉCTATE AMABLEMENTE
Tan importante como proyectarnos generosamente lo es, sin lugar a
dudas, hacerlo de forma amable. Tanto el valor de la generosidad como de
la amabilidad van de la mano, pero he preferido diferenciarlos en esta
reflexión, para poder profundizar en cada uno de ellos por separado.
Por supuesto que un ser generoso, también portará consigo, al menos en
potencia, el don de la amabilidad, un don que no ha entrado en su universo
personal por medio de la obra y de la gracia divina, sino que ha tenido que
configurarlo, trabajarlo sistemáticamente y darle los correspondientes
acabados.
El don de la amabilidad es una construcción, es una adquisición del día a
día, es una apropiación activa, no es en ningún sentido una consecuencia de
la genética; es un constructo social y cultural por excelencia. Portarlo, no
cae del cielo como gotas de lluvia; es, más bien, una estructuración, incluso
una conquista.
A ser amables se aprende, como se aprende también a ser generosos y ello
solo es posible, siéndolo (y haciéndolo) en el diario cumplimiento del
deber; en el diario cumplimiento de nuestro deber como seres que queremos
continuar humanizándonos y solo es posible humanizarnos a través del
vínculo y por mediación de las relaciones.
Las personas con elevado coeficiente relacional son amables; son amables y
agradecidas. También son empáticas y donadas al Otro. Para ellas, el Otro
cuenta y más relevante incluso que contar, para ellas, las personas valen por
el simple hecho de ser personas.
Las personas son importantes, para esas otras personas que han logrado
reforzar su coeficiente relacional y que, a partir de lo logrado, continúan
trazándose metas, planteándose propósitos y resignificando lo que son.