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TÚ COEFICIENTE

RELACIONAL

ANGEL JOEL MÉNDEZ LÓPEZ

Derechos de Autor 2020 por Angel Joel Méndez López- Todos los
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Dedicatoria
A MI QUERIDO HIJO BRAYSON MÉNDEZ. Eres el máximo sentido
de mi vida.

PERDÓNAME PORQUE NO TE HAYA DEDICADO TODO EL


TIEMPO QUE HUBIESE QUERIDO, MIENTRAS INTENTO
LABRARTE UN FUTURO QUE NI SIQUIERA TÚ HAS ESCOGIDO.

TE AMA INFINITAMENTE, TU PAPI

SOBRE EL AUTOR

ANGEL JOEL MÉNDEZ LÓPEZ: Cubano de origen, reside desde 2008


en España. Licenciado en Psicología, Licenciado en Derecho, Graduado
en Trabajo Social, Máster en Desarrollo Comunitario, Programa
Doctoral en Ciencias Sociológicas con salida en Desarrollo Comunitario.
Doctor en Cooperación al Desarrollo por la Universitat de Valencia en
el año 2012. Doctor en Ciencias Sociales por la Universitat de Valencia en
el año 2016. Profesor de la Universitat de Valencia. Emprendedor y
especialista en desarrollo humano. Persona comprometida con su tiempo
histórico.
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OTROS LIBROS DEL AUTOR QUE PUEDEN INTERESARLE


Sentir la presencia del mundo en su totalidad depende
de sentir la totalidad de la presencia de otra persona
en cuanto tal; la realidad nos es proporcionada por la
realidad de los seres reales, y nos es arrebatada por la
irrealidad de los seres irreales, de los fantasmas;
nuestro sentido de la realidad, de la confianza, de la
seguridad, depende de manera fundamental de
nuestras relaciones humanas. "Despertares" (1973),
Oliver Sacks

VIVIMOS EN SOCIEDAD

LA ESENCIA DE LA VIDA ES DAR Y RECIBIR


TU FELICIDAD NO SE PRODUCE AL MARGEN DE LAS RELACIONES HUMANAS

TU ÉXITO NO SE PRODUCE AL MARGEN DE LAS RELACIONES HUMANAS


TU CONOCIMIENTO PERSONAL TE FACILITA EL CONOCIMIENTO Y LAS RELACIONES
CON LOS OTROS
HAS QUE TUS PALABRAS Y TUS ACCIONES SEAN ATRACTIVAS PARA LOS DEMÁS
INTERACTÚA SOBRE LA BASE UN PENSAMIENTO INTELIGENTE
INTERACTÚA SOBRE LA BASE DE UN EQUILIBRIO EMOCIONAL
APRENDE A PONERTE EN EL LUGAR DEL OTRO
APRENDE A ESCUCHAR AL OTRO
APRENDE A CONSTRUIR CON EL OTRO
APRENDE A CONSTRUIR PROYECTOS CON EL OTRO
APRENDE A GESTIONAR TUS INCOMPATIBILIDADES CON EL OTRO
CREE EN LAS PERSONAS, MÁS QUE EN LA APARIENCIAS
NO TEMAS AL BRILLO QUE EMITE LA LUZ DEL OTRO. PÚLETE
TEN UNA ELEVADA ACTITUD DE APRECIO POR LOS DEMÁS
CUIDA AL MÁXIMO TUS RELACIONES. TU DESARROLLO ESTÁ MARCADO POR ELLAS
PROYÉCTATE GENEROSAMENTE
PROYÉCTATE AMABLEMENTE
SÉ LIBRE EN TUS AFECTOS
PROMUEVE EL MUTUO AFECTO
PROMUEVE EL MUTUO RECONOCIMIENTO
HUMANIZA TUS RELACIONES
AMPLÍA TUS INTERESES PERSONALES, SIN AFECTAR LOS INTERESES DEL OTRO
SIGUE SIENDO LO QUE ERES EN RELACIÓN
TÚ COEFICIENTE RELACIONAL
IDEAS PARA CONTINUAR AMPLIANDO NUESTRAS CAPACIDADES RELACIONALES

VIVIMOS EN SOCIEDAD
Vivimos en sociedad. Ello implica que ninguno de nuestros actos se
produce en abstracto o alejados de lo social, sino que están marcados por
pensamientos, emociones, actitudes, creencias, predisposiciones y formas
de hacer que, en algún sentido, tienen que ver con quienes nos rodean y con
lo que nos rodea.
Y, aunque dichos procesos, componentes, capacidades o recursos personales
tienen, en cierto sentido, que ver con todos estos aspectos y con muchos
otros no explicitados previamente, algunos de los cuales serán abordados en
el presente libro, ello no nos condiciona de forma definitiva a los dictados o
a las dictaduras externas, pero si pueden hacer que nos veamos, de cierta
forma, influenciados y, a veces, hasta perjudicados, por los y por las
mismas.
En síntesis (aunque sin el ánimo de generalizar a ultranza), lo que nos
rodea, también puede penetrarnos o afectarnos de algún modo; lo que nos
influye, puede dejarnos marcas, rozarnos o señalarnos de alguna forma
específica.
Lo que nos acompaña, puede convertirse en algo relevante para nuestro ser
y así casi que, hasta el infinito, nuestra presencia en el mundo de la vida,
puede verse cotejada por determinados elementos, amenizada por lógicas
específicas o metamorfoseada, en su caso, por entramados que no siempre
logramos comprender.
Eso es lo que sucede, cuando nos adentramos en las mareas de lo social y
en los espacios compartidos, donde debemos encontrar (o, al menos, donde
debemos intentar encontrar) las razones, las simientes y los principales
argumentos de nuestra existencia, que, sin lugar a equívocos, es una
existencia esencialmente social, aunque sea vivida en primera persona.
A lo largo de nuestro devenir y marcando los variados puntos de nuestra
historia singular, tendremos que optar, tendremos que posicionarnos y
tendremos que tomar partido. La vida siempre nos va plantear retos y
demandas; estamos aquí, en sus demarcaciones y bajo sus disímiles efectos,
entre otras muchas razones, para hacerles frente y avanzar.
Avanzar, sin miramientos o sin falsas apariencias; avanzar, a pesar de los
avatares o de las miserias que pululan por el camino. Y es que, aunque deje
de asomarse por el horizonte, ese rayo de luz siempre necesario para
iluminar la realidad, aunque sea troceadamente, nuestra misión indelegable
nos precisa motivados, inspiradas, enfocados y bien predispuestas.
Difícilmente, nos iremos de rositas siempre, ante los requerimientos de la
vida; más bien, tendremos que asumir y dar la cara, la inmensa mayoría de
las veces. Eso es lo que tiene la vida: nos aclama, nos demanda, nos exige.
Y eso es lo que tenemos que hacer: mostrarnos, hacernos partícipes,
implicarnos.
No somos barcas a la deriva; somos seres sociales que, aunque de manera
personalizada, interactuamos e irrumpimos constantemente, en un universo
social complejo y multidimensional, que nos influye y al que influimos de
múltiples modos.
Nos convertimos en lo que somos, comportándonos de determinada manera
y aprendiendo a lo largo de nuestra vida. Visto así, el aprendizaje constituye
una de nuestras grandes constantes, para abrirnos paso en la maleza de lo
cotidiano significativo. El aprendizaje es consustancial al acto de vivir y
cuando el aprendizaje perece, la vida lo hace con él.
Si dejamos de aprender, como es lógico, cuando la muerte asoma su rostro
ensombrecido y perturbador, nada podemos hacer al respecto; pero, cuando
dejamos de aprender porque si y sin que aún nos haya tocado la oscuridad
eterna, mala elección y peor camino.
Dejar de aprender, amiga y amigo, aun estando vivos físicamente, es una
manera lamentable de hacer frente a una vida, que pierde su sentido y
grandes dosis de ilusión, cuando somos incapaces de continuar
alimentándola, nutriéndola y dotándola se significado.
El aprendizaje tendría que ser nuestro mejor acompañante en el viaje de la
vida, nuestro mejor confidente y el proceso exacto, al cual acudir en
cualquier situación vital. Si nos abrimos al aprendizaje, nos abrimos a la
vida y, abrirnos a la vida es nuclear, no solo para dotarla del mejor de los
sentidos posibles, sino también y fundamentalmente, para intentar
encumbrarnos en sus escenarios de realización.
Al menos, eso es lo que debería suceder; intentar aprender de lo que nos
secunda e intentar aprender de las experiencias, ya sean estas positivas o
negativas: aprender del pasado, del presente, de los Otros y de sus
aportaciones particulares: aprender, aprender y aprender.
Aprender, para que el futuro sea mucho más esperanzador y funcional que
constrictivo, para que sea mucho mejor realizante que catastrófico y, por,
sobre todo, para que el devenir sea más ilusionante y optimista, que
depresivo.
Así de simple y a la vez necesario, porque vivimos en sociedad: nuestros
comportamientos tienen impactos en la vida de los demás o, por lo menos,
en la vida de aquellas personas con quienes nos conectamos más
directamente.
A su vez y por el hecho de que las conductas sociales, siempre son un viaje
de ida y vuelta, de múltiple inter-influencia y de una complejidad dinámica
a valorar sistémicamente, también recibimos matices y nos veremos
afectados, por el grueso de las restantes personas con las cuales nos
conectamos.
Por ello mismo es fundamental, ampliar nuestros grados de desarrollo en
materia de relaciones y de vínculos humanos, mejorar los niveles de nuestro
coeficiente en esta dimensión, porque, al hacerlo, se colocan ante nuestros
ojos, una infinidad de posibilidades que, de no contar con dicha
manifestación y expresión relacional, pierden gran parte de su sentido y de
sus alcances.
He ahí, algunos de los motivos por los cuales las reflexiones patentadas en
este libro, nos servirán para continuar mejorando lo que somos.
Continuemos la travesía.
LA ESENCIA DE LA VIDA ES DAR Y RECIBIR
Dar y recibir, es la esencia de la vida, de una vida que lo es, en gran
medida, porque se establece desde el vínculo, desde la conexión, desde la
reciprocidad y desde el mutuo cuidado.
Al menos, así deberían ser nuestros intentos, a la hora de donarnos al
encuentro: intentos cuidados y cuidadosos, respetuosos, dignos, flexibles
hasta donde sea necesario o posible, maduros, consensuados, equilibrados y
facilitadores. Encuentros inclusivos, dialógicos, eminentemente donados al
Otro, a ese Otro del que también necesitamos para actualizarnos y para ser,
lo mejor que podamos alcanzar ser.
Cuando nuestros encuentros llevan este sello distintivo, cuando se nutren de
estos componentes habilitantes y nutricios, podemos asumir la idea, nada
secundaria, por cierto, de que nos humanizamos y de que nos instalamos en
el camino correcto, en lo que a vincularnos, comprendernos, reconocernos y
aceptarnos se refiere; al menos, esa es mi modesta opinión y, la vida, sabia
como ninguna, se ha encargado de patentarla y de reafirmarla
permanentemente.
No nacemos siendo lo que somos hoy mismo. Nadie nace siendo
acabadamente lo que es en este instante preciso. Nos vamos con-formando
(de formar-nos, de estructurarnos, de configurarnos, no de ser
conformistas), en nuestras formas de interactuar dentro de la sociedad. La
sociedad siempre nos marca, aunque tenemos una relativa independencia de
lo que esta misma sociedad nos propone, dicta o prioriza.
Vamos siendo socialmente, en la misma manera en que nos comportamos
dentro de la sociedad y ello sucede siempre, aunque lo hagamos a título
personal.
La inmensa mayoría de nuestros comportamientos y formas de proyectarnos
en sociedad, han sido aprendidos y adquiridas a lo largo de nuestra historia
de vida: historia de vida singular e irrepetible, única y siempre abierta al
cambio y al enriquecimiento.
Todas y cada uno, nos movemos por historias: qué somos, qué hacemos, por
qué hacemos lo que hacemos. Y en el polo opuesto: qué no queremos ser ni
por asomo, qué no queremos realizar y por qué decidimos movernos tal y
como lo hacemos.
Las historias nos impulsan a realizar determinadas cosas o nos impiden
llevar a cabo otras. En alguna dirección, las historias nos marcan. No
debemos olvidar, que somos seres historiados, delimitados en ciertas
latitudes, aunque siempre abiertos al intercambio y al posible mejoramiento.
En última instancia y sin demeritar la presencia del resto de influencias que
nos hacen ser lo que somos y manifestarnos como lo hacemos, el
componente sociocultural cobra especial significación, a la hora de
conducirnos por la sociedad.
Somos también, seres sociales y estamos culturalmente señalados, lo que
no insta, en absoluto a que, dichos señalamientos, nos cierren las puertas del
necesario cambio que precisa patentarse en cada ápice de nuestra esencia.
Muchas personas y en abundantes situaciones, tratando de justificar
(concientemente o no) la dificultad de generar cambios en su forma de vida
o buscando motivos para continuar actuando del modo en que lo hacen, le
atribuyen a la genética, manifestaciones comportamentales que son
esencialmente delineadas por lo social y por los marcadores culturales.
De forma que, le atribuyen desmedidamente a la carga genética, el peso
específico de conductas que hemos aprendido a lo largo de nuestra historia
de vida. Conductas que han sido construidas, a lo largo y ancho de nuestro
devenir.
Con esta situación particular, me he encontrado en infinidad de ocasiones y
cuando trato de hacerles ver a esas personas, que el componente biológico
se expresa con más importancia e impronta, en unas instancias que en otras
y que en los contenidos que tienen que ver con lo social, se encuentran más
sintetizados los procesos de aprendizaje, encuentro por su parte algún tipo
de resistencia, como es totalmente lógico y natural, cuando comenzamos a
sentirnos amenazados o puestos en duda.

Creo que, en realidad, le damos demasiado valor a lo que pensamos que ha


sido heredado de nuestros antecesores, de forma que nos
desresponsabilizamos o nos intentamos quitar una carga de encima, al
menos para salir de la situación específica, o para paliar una transitoria
circunstancia, de aparente ahogo.
El peso de la genética parece estar muy marcado en nuestras subjetividades,
así como en nuestras representaciones sociales y, a nivel de vida cotidiana,
el grueso de las personas, aún no ha logrado consolidar una cultura de la
crítica madura y de la auto-responsabilización, donde se le dé el lugar que
verdaderamente ocupa, a la carga sociohistórica y al basamento
sociocultural.
De forma permanente, estamos intentando justificar nuestros actos y
comportamientos, recurriendo a ese entramado genético o hereditario, que
nos justifica dicha manifestación conductual. Nos cuesta, en demasía
hacernos cargos, asumirnos dignamente y autoconvencernos sobre la base
de la plena conciencia.
Que, si el niño es tímido, porque su padre lo es; que, si son comunicadores
los mellizos del vecino, porque lo han heredado de sus abuelos; que, si en
esa familia todos son profesionales, porque lo han heredado y que en
aquella otra familia, todos sus miembros están en la cárcel, porque llevan
un gen que los convierte en personas malas o transgresoras de las leyes y
del orden establecido.
Demasiado simplismo, acompañándonos por el camino, demasiados
criterios constrictivos invadiendo nuestras lógicas de pensamiento.
Demasiada castración y tergiversación de los procesos psicológicos y
demasiada irradiación de estos simplismos, calando con vehemencia y hasta
con despropósitos lacerantes, en el terreno de lo social.
Todos estos ejemplos, mencionados previamente y una infinidad más, de
referencias similares a las compartidas a priori, sobredimensionan el papel
de la genética por sobre los restantes componentes que influyen en que
seamos un determinado tipo de persona y no otra.
Unas interacciones, nos van dando pistas especificas y nos habilitarán
escenarios concretos, de funcionamiento y desarrollo. En otras relaciones,
encontraremos ingredientes diferentes a los habituales. De cada escenario y
de cada vínculo establecido, asimilaremos prestaciones particulares y
tomaremos nota.
Algunas de estas prestaciones, serán beneficiosas para nuestro desarrollo y
otras, nos colocarán en una encrucijada, de la que tendremos que intentar
salir fortalecidos.
Poco habrá que añadir al respecto, porque esa es la vida y su misión
principal puede verse reflejada y sintetizada en las siguientes ideas: la vida
siempre nos va a exigir, siempre nos va a demandar determinados
posicionamientos; ahora, tenemos que emitir una respuesta a lo que la vida
nos requiera. Y, esa respuesta, aunque se emita a título individual, no te
quepa dudas, amiga y amigo, siempre encontrará asiento en el laberinto de
lo social.
No podemos quedarnos de brazos cruzados, mientras la vida dibuja en
nuestro cuerpo, un tatuaje, que viene marcado por disímiles significantes.
Tenemos que convertirnos en protagonistas y, más aún, tendremos que
transformarnos en guionistas de nuestra propia trama vital.
Si nos quedamos al margen o a la mera expectativa, la vida puede
marcharse con una velocidad desenfrenada y con una fulgurancia
desmedida; ya sabemos que la vida no espera por nadie ni por nada. Ya
sabemos que, actuamos o perecemos, que aprendemos o nos quedamos
rezagados. La vida es una escuela; tal vez, la mejor de las universidades
posibles. Y nuestra misión indelegable es aprender.
Cada espacio, puede marcarnos de algún modo específico, como también
nos marcan las personas con las cuales nos rozamos en nuestro día a día.
Unas más que otras, es cierto, pero casi siempre podemos tomar prestado o
podemos asumir, algún condimento o nutriente, de esos seres con los que
tenemos la suerte o la desdicha, de vernos las caras y de emitir réplicas.
Vamos siendo socialmente, en la misma manera y en el mismo sentido, en
que nos comportamos, dentro de una sociedad que nos acoge (aunque no
siempre del mejor modo posible) y ello sucede, la inmensa mayoría de las
veces, aunque lo hagamos a título personal.
Recordemos que, lo personal y lo social, se entretejen, se interconectan y se
entrecruzan. Por consiguiente, siempre es imposible analizar o entender a lo
uno, sin comprender lo otro. Lo social y lo individual se dan de la mano
permanentemente, se necesitan para ser, aunque también guardan sus
relativas autonomías y sus necesarias independencias.
La inmensa mayoría de nuestros comportamientos y de nuestras formas de
proyectarnos en sociedad, han sido asimilados y adquiridos a lo largo de
nuestra historia de vida: historia de vida singular e irrepetible, única y
siempre abierta al inter-cambio y al enriquecimiento.
Ello es totalmente lógico y natural: lo que tiene que ver con lo social, es
aprendido, es incorporado activamente y no puede ser atañido a lo genético.
En las avenidas de lo social, es donde se aprehenden activamente el grueso
mayoritario de los comportamientos humanos que, dicho sea de paso y para
no olvidarlo jamás, es donde también se patentan los mismos.
Cada quien, elabora sus propias respuestas y demarca sus sentidos vitales
singulares. Cada cual, encuentra sus justificaciones o sus argumentos más
válidos, para continuar haciéndose por el camino y para impregnar sus
huellas, en el manto de lo social.
Cada quien, esgrimirá y emitirá sus argumentos que, serán válidos al menos
para ellos, aunque no encuentren asiento o resonancia en los demás.
Tenemos que reconocer, aunque algunas veces nos pese o no lo asumamos
con amplitud de miras, porque se puede ver dañada nuestra autoestima o
nuestro ego más fulminante que, los demás no están obligados a seguirnos
ni mucho menos; tampoco estamos en la obligación de seguir siempre a los
Otros. De elecciones se trata también la vida.
Y, como decidimos permanentemente, desde actuaciones o
posicionamientos que pueden resultar insignificantes, efímeros o poco
trascendentes, hasta en lo relativo a nuestras principales búsquedas e
intereses más elevados, solo nos queda decir que las decisiones marcan
nuestro devenir y nuestras principales rutas.
En las próximas páginas, continuaremos ahondando en esta dirección, desde
un posicionamiento en el que, lo social, se nos presenta como ese escenario
donde convertimos en efectivo, lo que somos.
TU FELICIDAD NO SE PRODUCE AL MARGEN DE LAS
RELACIONES HUMANAS
Los seres humanos somos seres sociales por excelencia, lo sabemos
a ciencia cierta y lo confirmamos permanentemente, en cada uno de los
pasos que damos por la vida cotidiana.
No somos un líquido estanco; somos más bien, un flujo continuo de aguas
libres, que manamos de múltiples formas distintas y por innumerables
cauces: fluimos, discurrimos, brotamos y circulamos.
Somos movimiento, energía e impulso continuo. Mientras vivamos,
oscilaremos y obraremos. Por supuesto que, como individuos conscientes
(al menos en potencia que somos) podemos tomar partido y nuestros
movimientos encontrarán formas específicas de marcar la realidad, en la
que inscribimos nuestra historia de vida particular.
Ello sería lo lógico y lo mágico, lo aspirado y lo mejor potenciable:
movernos con sentido, actuar desde la consciencia, reforzarnos desde y
hacia lo común y, por, sobre todo, dejarnos marcar por la coherencia que,
como una especie de flecha, debería atravesar cada uno de nuestros actos,
los cuales siempre se incrustan y repercuten en lo social.
Pero, ya sabemos de sobra que, lo lógico no es lo que nos mueve con más
asiduidad en la realidad cotidiana de vida; ya conocemos que, todo lo que
tiene que ver con las personas, siempre puede someterse a crítica, siempre
puede verse ensombrecido y también, puede tergiversarse o camuflarse por
el camino.
Somos un brote permanente de agua cristalina, que se esparrama por
doquier. Necesitamos (d)el contacto, (de) la relación, (d)el roce y (de) los
vínculos, para ser. He ahí precisamente donde radica la importancia cardinal
que tenemos de potenciar nuestro coeficiente relacional porque, si no somos
capaces de mimar las relaciones que entablamos o de darle un significado
relevante a los vínculos que entablemos, difícilmente podamos copar de la
máxima relevancia posible, nuestra personalidad, siempre abierta al
intercambio.
Nos vamos convirtiendo en lo que somos, en la medida en que resultamos
capaces de impregnar nuestra vida en la realidad y, a la vez, en la medida en
que interiorizamos la realidad externa de disímiles formas, dotándola de
sentido, cargándola de plenitud, llenándola de valor.
Somos, una construcción permanente de nuestro ser y nuestro ser se nutre
de muchos otros seres, que nos van reafirmando a título personal, mientras
le devolvemos lo que somos, a esa realidad que nos requiere en plenitud de
forma: afectiva, cognoscitiva, humana.
Nadie se convierte en lo que es, al margen de quienes les rodean; todas y
cada uno, nos necesitamos recíprocamente para ser y para hacernos, de la
mejor manera posible. Esta inequívoca verdad, a veces se solapa entre
falseados intentos y entre mentiras a medias, que no hacen otra cosa que
desviar-nos la atención, de lo verdaderamente nuclear: crecer desde el
vínculo y sin renunciar al mismo; ampliar nuestros márgenes expresivos,
sin que tengamos que ir contra lo mejor que nos conforma.
Las personas con un elevado coeficiente relacional, no se asumen destejidas
del cuerpo social y tampoco se perciben al margen de las relaciones que
también le permiten ser mejoradamente lo que son. Tienen plena conciencia
de su ser y de lo que quieren hacer; eso les coloca en un umbral, digno de
admirar, porque no se desentienden de lo que les rodea; más bien, todo lo
contrario, se implican, se comprometen y se responsabilizan con lo que les
rodea y simultáneamente, hacen de igual manera con lo que son.
Tampoco somos islas varadas o abandonas en el medio del océano; estamos
bañados e influidas, estamos penetradas y nos conectamos. Nada en el
mundo está desligado de otros algo(s), todo está concatenado con algún
Otro: las personas, lo que nos rodea, las estructuras sociales, las
instituciones.
Todo puede ser sometido a influencias varias. Todo puede quedar a la
merced; en el océano de lo social, siempre pueden encontrarse pistas de lo
que somos y esas pistas, aunque nos delatan en alguna dirección, nunca nos
condicionan definitivamente.
Todo encuentra enlace y asociación permanente; el vínculo y el inter-
cambio, son condiciones constantes de nuestra existencia. Nosotras, con
nuestra consciencia, también contribuimos a que esa afinidad constante,
cobre nuevos cuerpos, alcance nuevas lógicas y, por consiguiente, adquiera
superiores matices de realización.
El vínculo, la interrelación y el nexo constante, son el estado natural de la
existencia, una existencia que siempre nos requiere, como personas
concretas que somos, abiertos y dados a lo que nos rodea.
Pero, para poder responder con mediana efectividad, a la realidad que nos
rodea, necesitamos donarnos, entregarnos y ofrendarnos y esto último,
siempre a partir de lo que somos. Nadie debería asomarse a lo social
significativo, enmascarado o distanciado de su ser, pero los deberías,
tampoco nos dan la certeza absoluta de lo logrado. Las personas somos
contradictorias.
Si bien es verdad que somos el componente central, desde donde hacemos
emerger nuestra realidad, nunca podemos concebirnos al margen de lo que
nos cerca y asedia y siempre lo que nos sitia y abraza, nos marca de algún
modo, razón más que suficiente esta, para no negar el influjo que tiene lo
que nos rodea en lo que ahora mismo alcanzamos ser.
Entonces, es comprensible la relación que resulta preciso establecer entre
los escenarios sociales y las formas en que nos adentramos en los mismos,
como también es factible la comprensión entre el papel que les damos a los
Otros en nuestras vidas, para avanzar en la construcción de nuestra
felicidad.
Y es que la felicidad, aunque podemos definirla muy breve e
inacabadamente, como un estado de satisfacción, de plenitud y de armonía
interior, a través del cual nos encontramos equilibrada y armónicamente en
primera persona, siendo simultáneamente una decisión hacia nuestro
mejoramiento personal y hacia nuestro perfeccionamiento interno, siempre
se conecta con Otras personas, que nos facilitan en alguna dirección y en
algún sentido, la consecución y el avance hacia la misma.
La felicidad también es una elección, porque solo decidiendo consciente y
volitivamente por la misma, es que podemos acercarnos a esta_ al menos,
en algunas latitudes y aristas, del amplio diapasón de aspectos que
conforman la misma. No es posible arribar a un puerto necesario, si no
somos capaces de pre-visualizarlo; nos perderíamos con facilidad y la
felicidad también implica encontrar-nos. No hay encuentro fecundo posible,
sin una intención de búsqueda previa.
También, la felicidad es de manera conjunta y simultánea, una construcción,
porque nadie puede ser feliz ni de un tirón, ni nadie es feliz alejado o
aislado definitivamente de algún Otro; en este sentido, la felicidad es
también la resultante de co-construcciones porque, aunque se disfrute a
título personal, la felicidad siempre se entronca con influencias y con
lógicas externas.
La felicidad no son solos pequeños soplos o aislados momentos de
equilibrio o de bienestar, aunque también lo sea: la felicidad es un estado
sostenido de armonía y de búsqueda permanente de la plenitud humana. Y,
la plenitud humana, aunque se expresa individualmente, siempre debe
acopiar elementos diversos, de referentes externos que nos inspiren.
Vamos siendo felices, mientras encontramos los modos propicios para
definir lo que somos y ello siempre, mientras nos adentramos activamente
en un universo social de realidades varias, en las que inscribimos nuestra
historia particular y mientras nos nutrimos de las mismas, para actualizar
nuestro ser.
Entonces, pudiéramos decir que las personas felices, como tendencia, tienen
un coeficiente relacional elevado, porque configuran su felicidad, también
sobre la base de los vínculos, de las relaciones y de las construcciones
colectivas, que en alguna medida, le permiten ser lo que son y enriquecerse
por el camino que recorren.
Para ser felices, también es necesario aprender a relacionarnos o cuanto
menos, saber reposicionarnos críticamente, en un entramado social del que
necesitamos y que nos aporta de forma relevante.
Aunque la felicidad se goza, disfruta y percibe de modo particular, siempre
está conectada con otras formas de entender la vida, de las que se aísla o
con las que se conecta, en dependencia de las elecciones, de las prioridades
y de las significantes, que cada quien atribuye a lo vivido.
La felicidad es una construcción permanente y ello nunca se produce al
margen o desprendidamente de los demás. Vamos siendo felices, en
dependencia o en relación con muchos Otros, de los que necesitamos y a los
que, en alguna dirección, también nos debemos.

TU ÉXITO NO SE PRODUCE AL MARGEN DE LAS RELACIONES


HUMANAS
Tampoco existe éxito posible, al margen de las relaciones humanas.
No existe éxito, que no se entronque con los vínculos que establecemos con
otras personas. Al menos, en última instancia, nuestro éxito particular
necesita, depende, se condiciona o se produce, debido a, o bajo la presencia
de algunos Otros.
El coeficiente relacional que seamos capaces de desarrollar, es clave para
que las personas alcancemos nuestro éxito específico. Si no somos capaces
de permitir-nos que los demás entren a formar parte de nuestro éxito, este o
no se producirá en pleno o no se sostendrá en el tiempo. El éxito, lo es en su
máximo esplendor, porque resulta necesario co-gestarlo, co-construirlo y
com-partirlo.
Nadie alcanza el éxito sólo, porque el éxito siempre requiere de
acompañantes en el camino, ya sea para visualizarlo, para gestarlo, para
construirlo, para disfrutarlo, para evaluarlo o para reconocerlo.
Aunque lleguemos a la cima solos, siempre algunos Otros nos han
descubierto o allanado el itinerario o nos han aplaudido por los senderos
recorridos; aunque nos subamos al altar o al escenario de forma personal,
siempre habrá quienes nos admiren, quienes nos acompañan o quienes nos
aplaudan. Todos y cada uno, juegan un papel significativo, para que ese
éxito no solo aflore, sino para que pueda esparcirse, del mejor modo
posible.
Siempre habrá quienes nos enseñen a crecer y también habrá quienes nos
llamarán la atención, cuando ello sea preciso; en el viaje, siempre habrá
colegas, compañeros, acompañantes, camaradas o amigos; aunque no lo
dudemos, también existirán enemigos, detractores y oponentes.
Aunque pisemos la meta sin otros viajeros, que nos escolten en ese preciso
instante, donde nos encumbramos, siempre habrá algunos Otros necesarios
que reconocerán lo alcanzado o que nos ayudarán a hacerlo. Siempre habrá
a quienes les dediquemos nuestros triunfos, o les agradezcamos por lo
acontecido o incorporado a lo largo del camino.
Lo que se alcanza o lo que se logra en la vida, nunca es solamente una
conquista enquistada o cerrada en lo personal, aunque también sea esto
último en parte; es, por sobre todo, una resultante de muchas miradas, de
muchas manos implicadas, de muchas piernas abriendo trincheras y de
muchos pensamientos confluyendo: nadie alcanza nada solo, ni tiene
sentido que alguien intente disfrutar de algo, aislado de los demás.
El éxito lo es tal también, porque existen otras personas que nos ayudan a
conseguirlo, que se benefician de lo conseguido mientras viajamos o que
aprenden cómo subir cuestas y cómo superar barreras, mientras se avanza
hacia esa meta deseada que, aunque identificada como propia, casi nunca es
privativa de unos pocos, sino que está al alcance de otros tantos.
Y nadie alcanza el éxito solo, porque vivimos en sociedad y el éxito es
precisamente una apuesta nuclear de la sociedad actualmente existente, para
avanzar desde sus valores, desde sus principios, desde sus fundamentos y
desde sus códigos particulares, que pueden ser más o menos cuestionables,
pero que han sido asumidos por una gran mayoría, que han sido legitimados
en alguna dirección y que, en parte, nos sirven para trazar pautas
referenciales necesarias.
Por supuesto que, aunque el éxito es una resultante masiva y cuasi universal
de nuestra sociedad contemporánea, este siempre ha existido o siempre ha
sido reconocido de algún modo en el pasado, pero no es de dudar que, como
en los tiempos que corren, nunca antes el éxito hubiera sido considerado
con tanta relevancia e impronta o tal vez mejor y para no absolutizar, ni
para prestarnos a confusión, quizá nunca haya adquirido el éxito-tipo una
dimensión tan universalista ni tan homogénea en torno a criterios, pautas o
formas de reconocimiento, mientras se nos presenta a ojos vista como un
claro imán o como un atractor por excelencia, de lo que deberíamos ser o
alcanzar.
Por eso defiendo la siguiente idea: tú éxito no se produce al margen de
las/tus relaciones sociales, razón por la cual es fundamental que fortalezcas
tu coeficiente relacional, si aspiras a ampliar tus márgenes de desarrollo
personal.
A lo largo de esta obra, quedarán marcadas algunas ideas claves que nos
darán pistas en esta dirección.
TU CONOCIMIENTO PERSONAL TE FACILITA EL
CONOCIMIENTO Y LAS RELACIONES CON LOS OTROS
Mientras más nos conocemos, mejor deberíamos donarnos al
conocimiento del Otro. Mientras más transparencia encontremos en el viaje
de nuestro autodescubrimiento, mejor deberíamos abrirnos a la experiencia
compartida.
Mirarnos por dentro, es fundamental, no solo para advertirnos en primera
persona, sino también para sentar las bases a través de las cuales nos
abrimos a la vivencia colectiva.
Tú conocimiento personal te va a facilitar abrirte al conocimiento de las
relaciones y al conocimiento de los Otros, con los cuales con-fluyen dichas
relaciones. Por eso es importante que te mires en el espejo; es importante
que logres aceptarte tal cual eres, valorarte y estimarse, así como también es
importante que aprendas a proyectarte con todo tu ser, en el escenario de lo
socialmente significativo para ti.
Es clave arroparte y arrojarte con todo aquello que te conforma, darte,
ofrecerte y mientras lo haces, es necesario que aprendas a reconocerte.
Si bien eres la referencia a la hora de impregnarte en la sociedad, esta
última y sus estructuras vehiculares, siempre te aportarán en alguna
dirección y en algún sentido. Aquí también juega un papel significativo tú
coeficiente relacional, es decir, la capacidad que has logrado desarrollar
para ocupar un sitio en-tre los demás y las competencias que has podido
concretar, no solo para relacionarte en situaciones específicas de desarrollo,
sino también para ampliar tus perspectivas vitales, a través del vínculo con-
sentido.
Cuando dotas de sentido los vínculos que estableces, cuando impregnas tu
esencia más lúcida, en las relaciones que construyes, ofreces una versión
mejorada de ti mismo y con ello abres las puertas a la relación y a la
trascendencia, mientras te vinculas.
Está demostrado que, mientras más nos re-conocemos y aceptamos, mejor
afrontamos las circunstancias vitales, mejor nos posicionamos ante la
realidad natural y sociocultural y más efectivamente nos damos nacimiento
en puridad, mientras enriquecemos lo que somos.
Y el coeficiente relacional nos activa en todas estas direcciones: nos
permite ampliar nuestros márgenes de mejora; nos facilita las posibilidades
de actualizarnos constantemente y todo ello, sin que lo social deje de tener
valor, ni sentido, en ninguna de sus aristas y dimensiones.
Mientras te conoces, echas los cimientos necesarios para abrirte a la vida
del Otro y abierto a la vida del Otro, perfeccionas tus herramientas
personales, tus recursos específicos y también tus estrategias, para continuar
siendo mejoradamente lo que eres ahora mismo, en este preciso instante y
en este espacio particular de tu existencia.

HAS QUE TUS PALABRAS Y TUS ACCIONES SEAN ATRACTIVAS


PARA LOS DEMÁS
Cuando nos mostramos coherentemente, casi siempre encontramos
eco e influencia en otras personas. Un actuar coherente es reconocido y
secundado con más facilidad que un comportamiento desproporcionado o
desfasado, o que conductas cargadas de despropósitos, engañosas o
embaucadoras.
A pesar de las contradicciones de nuestras sociedades y de los
antagonismos que pululan en su vientre, aún las personas bondadosas,
humanas, implicadas, comprometidas, responsabilizadas y alegres, somos
referencia y ejemplo para otros muchos seres humanos y creo que, por
fortuna, cada día somos más los que queremos posicionarnos en esta parte
de la realidad existencial.
No es sencillo nadar a contracorriente, pero es necesario hacerlo, para
continuar gestando una vida digna, cargada de sentido y plenitud.
Es por todo ello que resulta fundamental cuidarnos y cuidar las formas a
través de las cuales nos mostramos en sociedad: mima tú formación y tú
desarrollo, cuida tus formas expresivas; cuida las estrategias a través de las
cuales te reposicionas en la realidad social y cuídate mientras lo haces.
Muestra tu mejor versión de forma permanente y proyéctate de modo
genuino; nunca dejes de ser lo mejor que te constituye, no te traiciones: sé
genuino, intenta ser pleno, proyéctate íntegramente.
Pero siempre trata de ser coherente, mientras te proyectas con esa capacidad
de Ser atractivo que te caracteriza. Atraer a los demás es importante, pero
más importante aún es hacerlo bajo la égida de la coherencia y de la
integridad: sé íntegro, sé congruente, reafírmate en tus posicionamientos y
en tus visiones de la realidad. Aprende a darte sin filtros, pero mejórate
mientras lo haces: crece, trasciende, implícate, ilusiónate, vincúlate.

INTERACTÚA SOBRE LA BASE UN PENSAMIENTO


INTELIGENTE
Las personas con un elevado coeficiente relacional, actúan sobre la
base permanente de pensamientos inteligentes. Y un pensamiento
inteligente es aquel que logra discernir y determinar con la mayor precisión
posible, cuáles son las necesidades que tienen de fondo las personas con las
que interactuamos y de qué forma es posible aportar ingredientes, savias
nuevas, vitaminas y nutrientes necesarios a la relación concreta.
El pensamiento inteligente nos conduce hacia los puntos de conexión en la
relación, hacia las claves compartidas y hacia lo común. Por supuesto que
parte de lo que cada quien es, en sí mismo, pero mira más allá, porque sabe
que, sobre la base de los espacios colectivos, es desde donde se fragua el
éxito y también la realización, tanto personal como colectiva. Poner
raciocinio e implicación en lo que hacemos, es fundamental para alcanzar lo
que queremos.
Cuando interactúas sobre la base de un pensamiento inteligente, las
resultantes derivadas de dicha inter-acción, serán determinantes para tu vida
y también, para las demás personas que impliques en ella.
Sentar las claves para la relación, delinear las rutas a seguir, construir
racionalmente las fortalezas sobre las cuales inspirar tu praxis, siempre
serán no solo alicientes necesarios, sino simultáneamente, aspectos
relevantes para impregnar de nuestro ser al Otro y a la par, elementos clave
para beber de sus mejores dosis.
Cuando proyectas en tu día a día buenas conductas, cuando te adentras
plenamente en la realidad de (tu/la) vida cotidiana, a partir de lo que te
configura y de lo que te conforma y cuando marcas tu vida de los valores
más valorados, que necesariamente serán valores bañados por lo colectivo o
reconocidos desde su lógica, irás camino hacia la plenitud o al menos, hacia
tu mejoramiento, que es de lo que debe tratarse la vida.

INTERACTÚA SOBRE LA BASE DE UN EQUILIBRIO


EMOCIONAL
Pero, no basta con que logres proyectarte con un pensamiento
inteligente, es también necesario que, a la hora de hacerlo, puedas
direccionarte sobre la base de un adecuado equilibrio emocional.
Y no es secreto para nadie que el cociente relacional se encuadra dentro del
marco de la inteligencia emocional, de ahí que tenga tanta repercusión a la
hora de contribuir a nuestro desarrollo personal; hoy día conocemos a
ciencia cierta, el inmenso valor que tienen las emociones y su adecuada
autorregulación, en nuestro bienestar y en la máxima potenciación de lo que
somos.
Por eso te propongo que interactúes sobre la base de un equilibrio
emocional y verás que tus propósitos vitales lograrán alcanzarse con más
facilidad. El equilibrio emocional es cardinal para tu éxito, para tu felicidad
y para tu realización; también para tu plenitud, para tu bienestar y para tu
mejoramiento.

No olvidemos en ningún momento que la condición humana es relacional,


lo que implica darles espacios a los sentimientos y comprender el
significado de lo que expresa el Otro, mientras lo vamos incorporando de
algún modo en nuestras vidas.
No somos seres acabados, sino que vamos siendo a lo largo de nuestro
proceso histórico de vida y vamos siendo en relación: espacios y dinámicas
de encuentro que permiten actualizarnos y resignificarnos constantemente.
De ahí emana precisamente el papel del afecto y de la comunicación, a
través de la cual se gesta este.
El acercamiento afectivo que provoca la comunicación (o que es favorecido
por esta cuando se desarrolla profunda y dialógicamente) constituye un
condimento necesario para el crecimiento humano multilateral.
El cómo nos comunicamos depende también, en cierta medida de cómo se
utiliza el lenguaje, el acento, los tonos y las posturas corporales. En los
cómos están contenidas las claves para valorar y para entender cómo nos
sentimos con nosotros mismos, con los demás y también en relación.
A su vez, las relaciones humanas necesitan de su tiempo de comunicación
interpersonal directa, para superar las sensaciones de vacío que
monopolizan el sentir humano contemporáneo, demasiado influenciado por
lo virtual y por lo tecnológico.
Todo ello nos lleva a la siguiente aseveración: una sociedad superior,
cualitativa y humanamente hablando, no puede construirse al margen de la
generación de una cultura de los sentimientos, de las emociones, del
humanismo, ni de los proyectos de vida realizadores.
El ser humano cuenta con un inagotable potencial de capacidades y de
talentos, que le permiten resignificar su existencia, abrirse pasos y refundar
itinerarios más aportativos, pero para ello es necesario darle el papel que
verdaderamente ocupan las emociones en cada una de las aristas y espacios
de nuestra sociedad.

APRENDE A PONERTE EN EL LUGAR DEL OTRO


Solo aprendiendo a colocarnos en el lugar de las demás personas, es
que podemos hacernos una idea y solo aproximada, de su realidad de vida
concreta. Aunque nadie puede ponerse en su totalidad y de facto, en el lugar
de las otras personas, al menos mientras intentamos hacerlo, vamos dando
un paso hacia delante necesario, para trascender el ombliguismo que
lamentablemente nos aísla y repele, al igual que nos carcome y debilita, en
materia cívica y social.
Las personas con un elevado coeficiente relacional saben colocarse en el
lugar de los Otros. Han aprendido a desarrollar su empatía y sobre esta han
logrado ampliar su universo vincular, su capacidad de sensibilizarse y de
conectarse con quienes les rodean.
No permanecen pusilánimes o desmarcados de lo ajeno, sino que en cierta
medida lo sienten como propio y a partir de ahí, construyen, se impulsan,
emprenden y por, sobre todo, son.

Cuando aprendes a ponerte en el lugar del Otro, te humanizas y mientras te


vas humanizando, disparas hacia la excelencia lo que eres. Y es que, en
realidad, poco o casi nada eres sin los demás y mucho o bastante eres,
cuando construyes solidariamente, cuando te conectas, cuando te integras o
articulas, o cuando te donas.
A eso es precisamente a lo que te invito, a darte, a ofrecerte, a cederte, a
otorgarte y a ponerte en el lugar del Otro y mientras aprendes a hacerlo,
verás como amplías tus márgenes de desarrollo en el marco de lo relacional.

APRENDE A ESCUCHAR AL OTRO


Y una de las mejores formas de ponerte en el lugar del Otro, es
aprender a escucharlo. A través de la escucha te adentras en el universo
vital de ese ser diferente que, por mediación de sus palabras nos transporta
y catapulta a una realidad que, en alguna dirección y sentido, ha sido
desconocida por nosotros hasta ese entonces.
Las palabras nos conducen al mundo interno de las personas, nos acercan de
algún modo a su proyecto y a su ser, a sus intereses y a sus propósitos. Las
palabras nos dan pistas de por dónde surcan las ideas y de por dónde
pueden canalizarse las aspiraciones de quienes las expresan; son, de alguna
manera, una extensión de quien las emite.
Por ello, debemos estar al pendiente a sus significantes, porque a través de
estas, las personas nos van dando mensajes y todo mensaje puede ser válido
en esto de relacionarnos, de conocernos y de articularnos. No desechemos
ningún mensaje, so pena de tener que arrepentirnos a posteriori, por haber
sido incapaces de mirar más allá de nuestras narices.
Mientras aprendemos a escuchar al Otro, podemos ampliar los márgenes de
nuestro universo personalizado. Mientras le posibilitamos al Otro, su
entrada en nuestra obra teatral, que no es más que nuestra obra humana,
pues también nos permitimos acceder a nuevos matices de una realidad que
es plural, relacional, interactiva, dinámica y enriquecible, entre otras cosas,
gracias a la escucha.
Está fuera de toda duda que es precisamente la escucha activa uno de los
condimentos que tienen que añadir en sus recetas diarias, las personas con
elevado coeficiente relacional; es imposible tener un coeficiente relacional
significativo, si no somos capaces de escuchar a las demás personas y con
ello, aprender, crecer y potenciarnos.
A través de la escucha, podemos crecer, podemos incorporar-nos, podemos
trascender-nos, podemos renacer y podemos actualizarnos.
Mientras escuchamos a los demás, generamos las condiciones básicas para
activar nuestro ser más pleno o por lo menos, para no dejar morir partes
relevantes de nuestra esencia personológica, que recordemos que, aunque
individualizada, es simultánea y consustancialmente, social por excelencia.
Mientras escuchamos a los demás, no solo interiorizamos sus perspectivas
vitales, sino que también, nos podemos comparar equilibrada y sanamente y
nos podemos mirar en espejos que pueden ser iguales de aportativos o
referenciales para nuestra personalidad.
La escucha es una de los recursos que tienen bien desarrolladas las personas
con un activo coeficiente relacional. Pero para escuchar de forma armónica
a los demás, no podemos quedarnos encallados en nuestros intereses
particulares, precisamos abrirnos a la experiencia de escuchar, que es en
alguna dirección también la experiencia de reconocer-nos, de aceptar la
diferencia y de construir a partir de la misma.

APRENDE A CONSTRUIR CON EL OTRO


Y no tengo duda alguna: tenemos que aprender a construir con el
Otro, si de veras aspiramos a mejorar lo que somos y de manera
consustancial, si aspiramos a mejorar lo socialmente significativo, mientras
nos perfeccionamos a título personal.
No creo que sea posible lograr nuestro mejoramiento personalizado, al
margen de nuestra firme apuesta por el mejoramiento de las demás
personas, ya sea esto último, directa o indirectamente, en mayor o en menor
medida.
El mejoramiento de los demás me compete en algún sentido y mi
perfeccionamiento también necesita de algunos otros necesarios para
producirse.
Sin el Otro, apenas soy y el Otro sin mí es incompleto: somos un
permanente viaje de idas y vueltas, de influir y de dejarnos penetrar; somos
un proyecto inacabado, pero en gestación constante, de ser-es en los que
penetrar y penetrarnos se erige como el estado natural de la existencia, de
nuestra existencia que lo es, porque requiere siempre de muchas latitudes y
de muchas presencias; nadie yace al margen de, en esto de posibilitarnos
para.
Pero, tampoco quiero que nos quedemos en el simple marco de nuestra
existencia particular, que nos conducirá hacia una natural co-existencia; te
propongo que te abras a la convivencia, aspecto cardinal en los tiempos que
corren, no solo para constituirnos en claves superiores, sino también para
aportarle a la sociedad, de formas alternativas, enriquecidas y funcionales.
Nuestros actos, nuestros proyectos, nuestras actitudes, nuestras palabras y
hasta nuestros pensamientos, deberían conducirnos no solo hacia el
mejoramiento de lo que somos aquí y ahora, sino inclusive, hacia el espacio
fecundo en el que alcanzamos lo que queremos, estando ambas dimensiones
(ser lo que somos y alcanzar lo que queremos) estrechamente
interconectadas con los demás. No podremos ser lo que somos, ni tampoco
alcanzar lo que queremos, desligados de lo y de los que nos rodean.

Las personas que han aprendido a construir con el Otro y hacerlo de manera
efectiva, son seres transgresores, capaces de reafirmar su singularidad
(inclusive en espacios y marcos donde muchas veces se les ha negado), pero
sin tener que excluir y sin tener que expulsar a quienes le rodean.
Nadie alcanza nada solo. Nadie nunca será reconocido si no existen otros
Alguien(es), en los que Nadie pueda hacer valer su confianza y sus talentos.
¿De qué forma puede ser útil algún talento, si en un principio no es posible
vincularlo con otras personas o si en el fondo no es asumido como válido
por Otros individuos?.
¿De qué manera puede ser útil algo que no logre calar o inocularse en la
sociedad porque, entre otros muchos aspectos, se ha gestado a espaldas de
la misma o no logra reflejar lo que dicha sociedad necesita en un tiempo y
en un espacio determinado?; es necesario aprender a construir con el Otro.
Cuando aprendemos a construir con el Otro, reafirmamos lo que somos,
personológicamente hablando. La construcción nos da una medida nada
despreciable de lo que significa ser humanos y nos vamos humanizando
siempre en relación y en conexión con los demás.
Las personas con un alto cociente relacional lo hacen: construyen con los
demás, refuerzan su individualidad mientras se posicionan reflexivamente
en sociedad y crecen no solo a título individual, sino también en los marcos
de lo común.
APRENDE A CONSTRUIR PROYECTOS CON EL OTRO
Tan importante como ponerte en el lugar del Otro, como cultivarte
para escuchar a los demás, como crecer solidariamente y como ilustrarnos a
la hora de cooperar con los diferentes, lo es también, aprender a construir
proyectos con terceros.
Es clave aprender a integrarnos en proyectos ilusionantes, proyectos en los
que podamos participar y de los cuales sentirnos parte constitutiva; es
fundamental entrar a formar parte implicada de proyectos que nos pueden
aportar y a los que lógicamente, les reciproquemos.
Las personas con un cociente relacional relevante, son individuos que han
aprendido a construir proyectos en los que se les requiere; proyectos en los
que se les evoca y se les demanda determinado posicionamiento.
Este tipo de personas han aprendido a avanzar desde los espacios comunes,
aunque por supuesto que respetando los marcos privados de realización.
Han aprendido a darse tiempos y espacios necesarios para continuar
avanzando; han aprendido a proyectarse desde lo común, pero sin obnubilar
o sin opacar lo personalizado.
APRENDE A GESTIONAR TUS INCOMPATIBILIDADES CON EL
OTRO
Pero no todo es color de rosa, en esto de vincularnos y de
relacionarnos; de ahí que sea tan importante apostar por fomentar en las
personas un coeficiente relacional elevado, que también nos permita crecer
desde lo diverso y desde la tierra menos firme. En los vínculos también hay
fisuras, boquetes y angostura, también hay resquicios y grietas, que precisan
ser atendidas.
Por supuesto que en las relaciones que entablemos, tendremos que trabajar
con ahínco, dedicación y sobriedad las diferencias y los disensos y que a
partir de ellos será necesario construir nuevas verdades, nuevas realidades y
nuevas arquitecturas (personológicas, actitudinales, emocionales,
axiológicas, éticas y procedimentales); por supuesto que no podremos
desarrollarnos sostenidamente, si no somos capaces de reponernos a la
adversidad o de superar los muros aparentemente infranqueables: tenemos
que aprender a gestionarnos y aprender a gestionar nuestras
incompatibilidades con el Otro.
Al entrar en conexión con otras personas, también tenemos que aprender a
gestionar las diferencias y las incompatibilidades, la desavenencia y la
discordancia. Y es que ello es fundamental en esto de encontrar puntos de
conexión y de fortalecernos a partir de ellos. Depende en gran parte de
nuestro posicionamiento crítico, de nuestra actitud ante la vida y de nuestras
prioridades, no solo el camino a recorrer, sino también los logros a alcanzar.
Un coeficiente relacional elevado nos va a posibilitar soltar las amarras,
encontrar los puntos exactos, tejer puentes e hilar redes precisas para
continuar siendo lo mejor que podamos ser y este mejoramiento sistémico
requiere que también entre en el análisis, la ruptura, la disrupción, las
desavenencias y las incompatibilidades que necesitan ser gestionadas de
forma efectiva, para continuar avanzando como personas individuales y
como colectivos necesarios.

CREE EN LAS PERSONAS, MÁS QUE EN LA APARIENCIAS


De todo lo dilucidado hasta aquí, hay algo que debe quedarnos bien
claro: necesitamos apostar por las personas, más que por las apariencias;
precisamos humanizarnos en relación y no tanto desdibujarnos desde el
individualismo que nos carcome y nos constriñe. Es preciso reafirmarnos a
partir de lo compartido y no negarnos tanto desde la competencia
estrafalaria que nos inhabilita o nos conduce hacia una dimensión inferior y
primaria de nuestro ser.
Los individuos con un cociente relacional significativo, creen en las
personas y ello, con sus costes añadidos. Creer en las personas no es en
absoluto cegarnos por cualquier luminaria que aparezca en el horizonte, no
es dejarnos encandilar por los flashazos del momento; es, eso sí, apostar
con firmeza y sabiduría, con claridad y con criterio, por lo mejor que
conforma al Otro, porque en eso que mejoradamente constituye al Otro,
también puedo reconocer y encontrar lo que soy y mientras me voy
encontrando, seguro que amplío mis miradas hacia el mundo externo, del
que me nutro y al que en gran parte me debo.
Por eso te invito a que creas en las personas y a que aprendas a construir-te
con ellas. No te dejes llevar acríticamente por las fachadas, por el esplendor
ni por las apariencias; no sucumbas al estrafalario mundo de las
nimiedades, de las simplificaciones ni de la desidia; afírmate en el vínculo y
por mediación del mismo avanza permanentemente hacia tu plenitud, esa
que te requiere por activa y por pasiva, en el camino de tu mejoramiento
constante y personalizado.

NO TEMAS AL BRILLO QUE EMITE LA LUZ DEL OTRO.


PÚLETE
No es obligatorio compararnos todo el tiempo con esos Otros, que
de alguna forma nos influyen o con esos diferentes-semejantes con los que
de algún modo nos conectamos. Tampoco es necesario que siempre estemos
al pendiente de lo que dispongan los demás, para encontrar-nos o para
determinar nuestro sitio exacto en la realidad social.
No tenemos que dejar de ser lo que somos en esencia, para aspirar a un
reconocimiento social, flagelado por una sociedad que pone demasiadas
trabas y percute insistentemente sobre nuestra sien, mientras nos
amoldamos o acomodamos simplistamente en nuestras zonas de confort.
Tampoco deberíamos temer patológicamente la presencia del Otro en
nuestras vidas, porque en realidad nuestro tiempo histórico no es privativo
de nuestro ser individualizado, sino que pertenece en sintonía y
confabulación a otros muchos Otros, que también lo dotan de sentido y de
valía.
El Otro es solo un diferente-semejante, no un enemigo per se; el Otro es
siempre y en alguna medida, un sujeto posibilitado que cuanto menos,
compartirá conmigo, tiempo, espacio y aire y con el que cuanto menos,
compartiré aire, espacio y tiempo.
Por consiguiente, no deberíamos temer al brillo que emite ese Otro y que
nos puede “afectar” en alguna dirección; tenemos que aprender a dejarnos
iluminar, aunque dejarnos iluminar no es sinónimo de encandilarnos ni de
extasiarnos desmedidamente ante las presencias externas.
Las personas que han logrado desarrollar un elevado coeficiente relacional,
son individuos que no temen al brillo que emite la luz del Otro, sino que se
dejan alumbrar moderadamente por ella y hasta llegan a pulirla para que
continúe brillando.
Pero, inclusive más y mejor, las personas con alto cociente relacional,
aprenden cómo pulirse a sí mismos, para en algún sentido, brillar tanto (o al
menos intentarlo) como esos seres excelentes que van dejando tras de sí
huellas positivas, claridades relevantes y luces necesarias.
Te reitero y con toda la intención del mundo: no temas al brillo que emite la
luz del Otro, púlete, abrillántate y lústrate. Púlete para que te encuentres
mejoradamente; abrillántate para que armonices tu existencia y lústrate para
que continúes brillando y cada vez, con más fuerza y con mejor sentido.
TEN UNA ELEVADA ACTITUD DE APRECIO POR LOS DEMÁS
Apreciar a los demás es tan importante y tan necesario como
apreciarte a ti mismo. Desde cualquiera de las perspectivas, en este intento
de gestar círculos virtuosos necesarios, podemos arribar a la conclusión
deseada: si te aprecias a ti mismo, puedes sentar las bases para apreciar en
puridad a quienes te rodean y con los que te conectas de alguna forma y
mientras aprecias a los demás en justicia, tal cual son y en su medida
exacta, pues dejas abierto el camino para reconocer lo que eres, sin
estrabismos, sin opulencias y sin miserias a cuestas.
Como mismo tú eres la medida de todas las/tus cosas, los demás pueden ser
la medida que necesitas para ser tú mismo y ello, enriquecidamente. Lo
importante es aprender a trabajar en (y sobre la base de) círculos virtuosos,
en viajes que nos adentren hacia lo más profundo de nuestra existencia, que
es simultáneamente lo más intrincado de la existencia humana,
genéricamente hablando.

Las personas con alto coeficiente relacional tienen una elevada actitud de
aprecio hacia los demás: a ellos y a ellas, los demás les importan, por tal
razón, los reconocen y los tienen en cuenta. Para ellos, los Otros son seres
dignos de estima, de valoración y de aprecio; son sujetos necesarios,
individuos colmados de talentos y de atributos significativos para continuar
avanzando.
Es por esa razón que te invito a formar parte de este amplio catálogo y de
este irrefrenable contingente de seres humanos que reconocen a los demás,
que se solidarizan y que sienten la necesidad de donarse con sus mejores
armas y en la trinchera que sea necesaria.

CUIDA AL MÁXIMO TUS RELACIONES. TU DESARROLLO


ESTÁ MARCADO POR ELLAS
Se desprende de todo lo reflexionado anteriormente que, para
alcanzar muchas de nuestras metas vitales y para potenciar nuestro
desarrollo individualizado al máximo de lo posible, se hace impostergable
cuidar adecuadamente las relaciones que entablamos.
Debes aprender a cuidar tus relaciones y a partir de ahí, continuar creciendo
sosteniblemente. Unas relaciones bien cuidadas, protegidas y mimadas, van
a permitirnos en medida nada despreciable, avanzar, progresar y sentirnos
equilibrados.
Para ello, es necesario dedicarles tiempo, mejorar las formas a través de las
cuales concretamos las mismas y tan importante como ello, aprender
permanentemente de lo que estas relaciones nos aportan.
Nuestro desarrollo personal está marcado por las relaciones que seamos
capaces de concretar en nuestro día a día y consustancialmente a ello, por
las incorporaciones que seamos capaces de permitirnos, mientras vamos
siendo lo que somos en relación. Nuestro desarrollo personalizado no se
produce al margen de los vínculos que propulsamos con quienes nos
rodean: vínculos de los cuales nos debemos alimentar y enriquecer, para
continuar mejorándonos y actualizándonos.
Las personas con una alta capacidad relacional cuidan sus relaciones, les
dedican tiempo y atención, energías y conciencia renovadas. También
marcan las mismas por la necesaria confianza que siempre nos posibilitará
avanzar en términos de lo común.
Las personas que cuentan con un alto coeficiente relacional, mantienen en
alta estima la necesidad de crecer a partir del vínculo, sobre la base del
mismo y para el enriquecimiento fecundo de este. De forma que, están al
pendiente de muchos pequeños detalles, pero cada uno de ellos
imprescindible en su medida y relevantes en su sentido, los cuales
convierten al vínculo en un tejido clave y en una apuesta ineludible, para
continuar perfeccionando lo que son.

PROYÉCTATE GENEROSAMENTE
Y qué sería de las relaciones humanas, sin que en el fondo de las
mismas pueda plantearse un comportamiento que se caracterice por la
generosidad, por el buen hacer y por la hospitalidad. Qué sería de las
relaciones humanas, sin que seamos capaces de desarrollar un
comportamiento que se nutra de valores tan necesarios como la solidaridad,
el altruismo, la construcción colectiva o el apoyo mutuo.
Cuando nos proyectamos volitivamente sobre la base de estos valores y
atributos mencionados previamente, sentamos las bases para disparar
nuestro coeficiente relacional y mientras esto último se produce, creamos
las condiciones para continuar permitiéndonos ser, de la mejor forma
posible.
Las personas generosas son, por tendencia general, mejor recibidas en el
universo de lo social; son más atractivas para el Otro y mejor valoradas por
este, aunque no debemos pecar de ilusos, ni ser tan ingenuos a la hora de
entender este criterio que emito, porque no podemos olvidar el tipo de
sociedad en la que vivimos, en la que muchas veces se confunde que una
persona sea bondadosa con que sea tonta. Y es que lamentablemente,
nuestra sociedad peca de simplista muchas veces y otras tantas, tergiversa a
conveniencia los términos y los procesos, las causas y hasta las fuentes.
Pero lo cierto es que, como tendencia, las cualidades de las personas
bondadosas no pasan desapercibidas, aunque no es menos cierto de que su
camino a recorrer no estará exento de espinas, en eso de actuar acorde con
su ser.
Todo lo contrario, habrá obstáculos en la carretera, habrá malezas que quitar
del medio, pero las personas generosas siempre encontrarán la forma de
crecer-se ante las adversidades. Muchos Otros reconocerán en ellas sus
principios y sus fundamentos vitales y otros tantos, no menos importantes,
aspirarán a ser como ellos o se mirarán en su ejemplo.
Cuando nos proyectamos hacia lo social necesario, sobre la base de la
generosidad ineludible, vamos reafirmando núcleos duros de civilidad y
también marcamos de valor y de sentido, las rutas significativas de nuestro
ser. Las personas con elevado cociente relacional, se reafirman en el
entramado más virtuoso de su esencia; se dejan ver del modo más
inspirador y aportan un nuevo rostro necesario de la realidad: más
transparente, mejor conformado, más humanizado.

PROYÉCTATE AMABLEMENTE
Tan importante como proyectarnos generosamente lo es, sin lugar a
dudas, hacerlo de forma amable. Tanto el valor de la generosidad como de
la amabilidad van de la mano, pero he preferido diferenciarlos en esta
reflexión, para poder profundizar en cada uno de ellos por separado.
Por supuesto que un ser generoso, también portará consigo, al menos en
potencia, el don de la amabilidad, un don que no ha entrado en su universo
personal por medio de la obra y de la gracia divina, sino que ha tenido que
configurarlo, trabajarlo sistemáticamente y darle los correspondientes
acabados.
El don de la amabilidad es una construcción, es una adquisición del día a
día, es una apropiación activa, no es en ningún sentido una consecuencia de
la genética; es un constructo social y cultural por excelencia. Portarlo, no
cae del cielo como gotas de lluvia; es, más bien, una estructuración, incluso
una conquista.
A ser amables se aprende, como se aprende también a ser generosos y ello
solo es posible, siéndolo (y haciéndolo) en el diario cumplimiento del
deber; en el diario cumplimiento de nuestro deber como seres que queremos
continuar humanizándonos y solo es posible humanizarnos a través del
vínculo y por mediación de las relaciones.
Las personas con elevado coeficiente relacional son amables; son amables y
agradecidas. También son empáticas y donadas al Otro. Para ellas, el Otro
cuenta y más relevante incluso que contar, para ellas, las personas valen por
el simple hecho de ser personas.
Las personas son importantes, para esas otras personas que han logrado
reforzar su coeficiente relacional y que, a partir de lo logrado, continúan
trazándose metas, planteándose propósitos y resignificando lo que son.

SÉ LIBRE EN TUS AFECTOS


Las personas que han alcanzado un cociente relacional elevado, son
seres libres en sus afectos. Si bien es cierto que dan mucho valor a las
relaciones y a los vínculos que establecen con los demás, las personas con
alto coeficiente relacional se han logrado emancipar y vuelan con pocas
ataduras; han logrado desprenderse, desatarse y desatascarse.
Han aprendido a encontrar los equilibrios necesarios y exactos entre lo que
son (y lo que quieren continuar siendo) y las influencias que reciben de las
personas que les resultan significativas para permanecer perfeccionándose.
Este libre transitar por los cielos de la vida, no quiere decir radicalmente
que las personas con estas capacidades sociales y relacionales, se hayan
desprendido definitivamente de la realidad o que no valoren la necesaria
presencia de los Otros en su universo particular, pero sí nos augura que las
mismas se proyectan y muestran desde lo más genuino que son y ello
implica una necesaria libertad que, si bien se expresa en disímiles
direcciones y en múltiples planos de la realidad, encuentra un asiento
efectivo en el marco de los afectos.
Las personas con alto coeficiente relacional, son libres en sus afectos; no se
predisponen ni sucumben a las emociones, aunque valoran correctamente el
papel que estas ocupan en su desarrollo.
Las personas con elevada capacidad relacional, han aprendido a
experimentar sus emociones y a regularlas correctamente, de forma que
estos aprendizajes les facilitan no solo su autoconocimiento, sino también
conocer a los demás, mientras van permitiéndose ser, en relación, en
vínculo y en conexión.

PROMUEVE EL MUTUO AFECTO


Pero tan importante como ser libres en los afectos y vivir a partir de esa
libertad necesaria para proyectarnos en plenitud, resulta ineludible
promover el afecto mutuo y compartido.
Las personas capaces en materia relacional, se abren al Otro y lo hacen de
diversas formas, aunque siempre valorando y ajustándose
concienzudamente a los códigos y a los patrones necesarios que les
posibilitan vivir en sociedad: el respeto, el reconocimiento mutuo, la
comunicación, la valoración precisa, la honestidad.
Cuando promovemos el afecto mutuo, crecemos como personas, nos
abrimos al inter-cambio y prosperamos de múltiples formas posibles. A
través de este compartir, nos vamos permitiendo continuar siendo
plenamente: en relación, en armonía, en conocimiento, en reciprocidad.
Las personas con elevado coeficiente relacional no pierden tiempo para
promover el mutuo afecto. Ellas se solidarizan, se apegan, aprecian, se
afectan, muestran interés y empeño, se inclinan y tienden: tienden a
entregarse, tienden a otorgarse, se ofrecen y confían.

PROMUEVE EL MUTUO RECONOCIMIENTO


Tan importante como provocar y como promover el mutuo afecto, lo es
impulsar el mutuo reconocimiento. De hecho, solo sobre la base de un re-
conocimiento mutuo es posible instaurar un afecto igualmente recíproco.
No podemos ser plenamente afectivos, con quienes no hemos sido capaces
de reconocer (al menos en primera instancia) previamente en su dimensión
humana.
Re-conocer, explorar, escudriñar y palpar, siempre resultarán
comportamientos cardinales para proveer afectos, para provocarlos y para
construir a partir de los mismos. La promoción del afecto requiere de un
previo reconocimiento de la persona con la que se construye solidaria e
incondicionalmente el mismo.
Por eso te invito a que, en tu camino de enriquecer y de ampliar tus afectos
mutuos, con esas personas necesarias que deseas incorporar como
significativas para/en tu vida, logres primero re-conocerlas, registrarlas y
cachearlas. Y a partir de ahí, les permitas y te permitas, continuar gestando
en comunidad.
Promueve el mutuo reconocimiento, promueve el mutuo afecto, impulsa la
bondad en tus marcos de existencia y dale valor a la amabilidad, por medio
de la cual te lograrás introducir en espacios sociales más relevantes;
permítete continuar haciéndote mejoradamente como persona.
Verás, cuando lo logres, que por medio de estos valores y de estas actitudes
realizadoras, crecerás, verás que impactarás en los demás de forma más
armónica y balanceada; también te confirmarás que es posible avanzar
desde una lógica vital en la que el Otro sea importante per se, sin marcajes
ni renuncias, sin atravesamientos hirientes y sin metamorfosear su esencia.
Las personas necesitamos reconocernos sobre la base de la igualdad y del
diálogo, sobre la base del buen hacer y de la horizontalidad; necesitamos
reconocernos sobre la base de la empatía y de la reafirmación. Las personas
deberíamos conectarnos y valorarnos sin chantajes añadidos, sin fisuras
absurdas y sin que sea necesario, para ello, enquistar nuestra dignidad.

HUMANIZA TUS RELACIONES


Unas relaciones humanizadas se convierten en el aspecto necesario
para provocar un consustancial mejoramiento de las mismas. El cariz
principal de unas relaciones fructíferas y fortalecidas lo es, sin lugar a
dudas, la humanización de las mismas.
Humanizar las relaciones es entender que los seres humanos nos
deberíamos mover más por intereses generosos y altruistas, que por
objetivos economicistas o por mezquinas pretensiones, que nos deberíamos
proyectar más y mejor desde lógicas donde prime la ternura, la hospitalidad
y la cordialidad, y no por visiones arcaicas en materia de civismo, donde el
eficienticismo, la competitividad y el individualismo, imperen, nos
trastoquen o nos hagan convulsionar.
Las personas con elevado coeficiente relacional humanizan sus relaciones,
las endulzan y sensibilizan, las ennoblecen y las sellan de docilidad. Para
ellas, es fundamental impregnar sus vínculos de benevolencia, de empatía y
de ternura. Cuando antes aprendamos esta lección, mejor y más vigorizados
saldremos de la experiencia; nos reforzaremos y creceremos, avanzaremos
y nos reposicionaremos más acabadamente como seres dignos, porque solo
sobre la base de la humanización de los vínculos, es que podremos aprender
y crecer, es que podremos avanzar y trascendernos.
Entonces, no dejes para luego esta apremiante tarea. Abrázala cuanto antes,
remítete a ella y encúmbrala en tu horizonte de prioridades. No te
arrepentirás y tenlo por seguro: saldrás fortalecido al permitírtelo.
Humaniza tus relaciones y mientras lo logres, continúa humanizándote tú
mismo, continúa humanizándote tú misma.
Este proceso de humanización sistemático, es clave a la hora de continuar
incrementando tu capacidad relacional; no lo dejes para mañana, porque el
instante adecuado para comenzar este camino es precisamente ahora y
desde donde estás, con los recursos con que cuentas y desde lo que eres.

AMPLÍA TUS INTERESES PERSONALES, SIN AFECTAR LOS


INTERESES DEL OTRO
Es posible actuar en pos del beneficio propio, sin que
necesariamente afectemos de forma hiriente o peyorativa a otro ser. Es
posible ampliar nuestros intereses particulares, sin que necesariamente
afectemos los intereses de otros individuos.
El hecho de mejorar en primera persona no quiere decir en absoluto,
imposibilidad de que los demás también puedan avanzar o progresar en sus
vidas. En nuestras sociedades, existen espacios potenciales de realización
para todas y para todos; existen márgenes de mejora en cada quien y
deberíamos apostar por ello.
Si aprendemos a vincularnos y a relacionarnos, prosperaremos en plural y el
hecho de avanzar en dimensiones colectivas diversas, no nos conlleva
irremediable, ni irrefrenablemente a una negación del crecimiento que
podamos alcanzar a título personal.
Las personas con elevado coeficiente relacional lo saben muy bien: no está
reñido ni mucho menos avanzar de forma personal y consustancialmente a
ello, progresar en términos de lo común.
Por el contrario, lo ideal sería conseguir resultados provechosos en ambos
sentidos; lo lógico sería marchar desde ambas perspectivas y encontrarnos,
mientras lo hacemos, con lo mejor que nos encardina y define.

SIGUE SIENDO LO QUE ERES EN RELACIÓN


La mejor manera de ser lo que somos en relación, es continuar
siendo, permanentemente, lo que somos a través de la misma. Las
relaciones nos requieren tal y como somos, para continuar perfeccionándose
(y por supuesto que simultáneamente, para continuar perfeccionándonos)
multidimensionalmente a través de las mismas.
Es lógico que, si nos mejoramos como personas singulares, las relaciones
encontrarán eco de nuestro desarrollo personal y simultáneamente, si nos
abrimos a las relaciones sociales, de forma equilibrada e implicada, pues
sentaremos las condiciones mínimas para continuar consolidando lo que
somos.
El hecho de que le dé valor a las relaciones que establezco en mi vida y
permita que estas generen determinadas influencias en mi existencia
particular, no quiere decir ni mucho menos que renuncie a ser lo que soy.
En el fondo, ambas dimensiones deberían entroncarse en el centro,
impregnarse y nuclearse de las mejores apuestas que provengan de ambas
latitudes.
Yo puedo convertirme en una mejor persona, sabiendo incorporar en mi
universo particular, los vínculos que prescribo e interiorizo; a la vez, es
posible que le pueda aportar a las relaciones que establezco y que, en algún
sentido, incorporarán una parte relevante de mi ser: mi ser lo es en medida
nada desdeñable, gracias a los muchos Otros con los que me he relacionado
a lo largo de mi existencia concreta y en cada paso de mi vida particular,
voy arrojando aromas personales que se fijan e incrustan en Otros seres, que
también deciden reconocerme como importante para ellos.
Yo no quiero renunciar ni desprenderme de lo que soy, mientras me
relaciono; yo aspiro a relacionarme para confirmar permanentemente lo que
soy. Por supuesto que dejo margen a la penetración de otras lógicas en mi
vida, pero tengo claridad en los trazos argumentales y en las avenidas de las
que no me quiero descarrillar.
No quiero accidentarme por el camino, pero puedo cambiar de marchas; no
me quiero perder mientras conduzco, pero también puedo funcionar como
copiloto. Quiero dar-me y recibir, quiero impregnar-me y ser: quiero ser
mientras me vinculo y conecto y mientras soy, pretendo ratificar lo que
quiero. Pretendo seguir siendo lo que soy en relación, porque el hecho de
conectarme no implica bajo ningún concepto renuncia a mis soportes.
TÚ COEFICIENTE RELACIONAL
Tú coeficiente relacional determinará, en gran medida, no solo el
éxito que seas capaz de alcanzar a lo largo de tu vida, sino también y tan
importante como ello, los grados de felicidad de los que puedas disfrutar en
el devenir de tu existencia.
A través del mismo, podrás alcanzar una máxima potenciación de tus
talentos, porque lograrás ponerlos en disposición de quienes te rodean, que
a la vez son quienes, de algún modo, también te soportan como persona
humana en permanente actualización.
Y me refiero a un soporte que es en algunas direcciones y en gran medida,
tanto de tipo físico, como de corte cognoscitivo y como no puede ser de otra
forma, también es un soporte con una gran base emocional manifiesta.
El coeficiente relacional no solo te posibilitará entrar en contacto con los
demás, sino también contigo mismo mientras vas reconociendo a los demás,
llegando en muchas ocasiones incluso, a reconocerte, mientras los
reconoces y mientras les das valor a esos Otros de los que siempre
necesitarás en alguna dirección, para ser lo que eres hoy mismo.
También, lo que eres hoy mismo, es una consecuencia y una resultante
lógica y una derivación natural, de las relaciones y de los vínculos que has
establecido hasta el presente.
No se te puede comprender desligado de las personas con las que te has
relacionado a lo largo de tu devenir histórico, como también es cierto de
que con tus formas de donarte y de entregarte, has logrado calar en Otros
seres que te recordarán y te agradecerán o contrariamente a ello, te
detestarán o pretenderán expulsarte de sus vidas, si es que no lo han hecho
ya.
Somos humanos, dejamos huellas, ya sea para bien o para mal; no pasamos
desapercibidos. Siempre quedan cicatrices y siempre hay síntomas de lo
vivido. Lo importante es tratar de que esas suturas y de que esos vestigios,
provocados por lo vivido (y también por lo sufrido mientras se vive), sean
los más aportativos, realizadores y humanizantes posibles.
Tu coeficiente relacional va a marcar en gran medida y en una dirección o
en otra, qué es lo que quedará de ti: si la grandeza por haber sido capaz de
construir-te solidariamente con los demás o tu pobreza psicológica,
personológica y emocional, por haber sido incapaz de abrirte al intercambio
y con ello, de haberle negado la entrada a esos Otros necesarios en tu
perímetro de influencia.
Yo quiero entrar balanceada y armónicamente en el mundo de los Otros y
quiero construir mi universo de posibilitaciones, dándole permiso a
determinados Otros, para que puedan beber de todo aquello que me
estructura a título personal.
Por supuesto que no siempre es fácil encontrar la medida exacta o la
envergadura justa, para establecer los límites entre lo que soy y lo que es el
Otro, pero hay que intentarlo; al menos yo prefiero intentarlo, porque para
mí tiene más sentido una vida en la que se haya intentado la relación, el
apego, el contacto, la familiaridad y la vinculación, que una vida que,
aunque contenga más esplendor y más ceros en el talonario, haya
pretendido gestarse aisladamente del universo social.
Yo prefiero morirme como necio, que vive tal y como cree que es mejor
vivir, pero sin hacerle daño a nadie, sino todo lo contrario, aspirando a
construir con él.
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