De manera convincente, y bajo las consignas de la libertad, la igualdad y la
fraternidad, el contrato social plantea que son ‘todos iguales ante la ley’. El individuo libre es producto del pensamiento occidental que circunda la Ilustración, con derechos de propiedad sobre sí mismo y sobre el mundo que le rodea, en otras palabras, estamos hablando de un individuo varón. El contrato social tiene que ver con las necesidades e intereses del varón, entendido por Thomas Hobbes, John Locke, o incluso por Jean-Jacques Rousseau como un individuo solipsista que se basta a sí mismo y que solo requiere de las mujeres puntualmente (sexo, reproducción, cuidados, idealización). En otras palabras, para Rousseau el deber de toda mujer no es uno diferente al de hacer realidad el potencial de autorrealización del varón. Para acordar y delimitar esas necesidades del varón existe el contrato. Sea el contrato social o el individualista de los ingleses liberales, ambos excluyeron a las mujeres de cualquier vinculación con la esfera pública, siendo su lugar la esfera privada.
CUARTA DIAPOSITIVA El contrato sexual se manifiesta en cuatro tipos, los cuales son:
1. el matrimonial (la más antigua división del trabajo),
Pateman recupera esta noción, señalando que el concepto de consentimiento cobra un sentido especial para las mujeres con el contrato matrimonial, por el cual las mujeres consentían lo que sus maridos bien decidieran hacer con ellas: cuántos hijos, cuántas relaciones sexuales, cuántas veces, cómo, cuándo y dónde. Resistirse era imposible, la sola posibilidad de apelar a la existencia de la violación en el matrimonio era improcedente, impensable. Cuando la mujer consentía en el altar con el ‘sí, acepto’, al mismo tiempo, como si fuese un acto ilusorio según la teoría de los actos de habla de John Austin, también se daba a sí misma y asentía todo lo demás que el futuro ‘les deparara’. Las esposas eran esclavas en tanto que su contrato era también la única salida económica para la infinita mayoría de mujeres ‘afortunadas’. La propiedad de su persona, ese sentido de pertenencia del cuerpo como plataforma de la autonomía y la personalidad, también formó parte de las posesiones del marido: el acceso al cuerpo de su esposa no requería de consentimiento y mucho menos de deseo alguno. 2. el del trabajo asalariado (desigualdad en el sueldo y en labores feminizadas) Con la Revolución Industrial, la madurez del capitalismo, el expansionismo colonialista occidental y otros acontecimientos relevantes, las mujeres experimentan un acceso masivo al ‘trabajo asalariado’, pero nunca en igualdad de condiciones. Obligadas a jornadas de explotación en rutinarias y repetitivas actividades, seguidas por dobles o triples jornadas en torno a los cuidados, la desigualdad laboral viene a ser una confirmación de que el contrato sexual sigue vigente. La mujer trabaja porque las necesidades de la familia nuclear empujan a sus integrantes a vender su fuerza de trabajo por dinero. 3. el trabajo no remunerado (cuidados y crianza de los hijos, las personas mayores, con discapacidad y, por supuesto, de sus maridos, sin olvidar todo el cuidado doméstico y de procuración alimenticia).
4. Una última manifestación del contrato se deriva de la regulación que
legitima a quien tenga dinero de adquirir a su vez un libre acceso a los cuerpos de las mujeres: la prostitución y la maternidad subrogada, o como se le conoce popularmente, los vientres de alquiler.
El acceso a los cuerpos de las mujeres en el patriarcado moderno es una de
las batallas más duras de librar. Conceptualizado ahora como ‘trabajo sexual’ por una gran parte de la reflexión sobre este aspecto y otros sectores abanderados bajo la bandera del progresismo sexual, es uno de los retos que enfrenta el feminismo para conseguir la igualdad radical según Pateman. La autora conceptualiza la prostitución como un contrato que garantiza a todo varón el acceso a los cuerpos de las mujeres. Como en los contratos anteriores, el contractualismo concibe el pacto prostitucional como reconocimiento de la autonomía de las trabajadoras sexuales. Suscriben que basar la justicia de un contrato en el principio de elección justifica a su vez que el pacto es justo (cual lo dijera en su momento el libertario de derecha Robert Nozik en su libro Anarquía, Estado y Utopía de 1973). En esta jerga, los ‘servicios sexuales’ son como cualquier otra clase de actividad, desde las más refinadas y cultas hasta las manuales y domésticas en tanto que todas son realizadas usando nuestros cuerpos. Pateman recalca que la tradición feminista, desde Wollstonecraft hasta Beauvoir y culminando con el feminismo radical de los años 1960 y 1970 siempre fue crítico hacia la prostitución como una institucionalización que legitima la inferioridad de las mujeres. La controversia del capítulo segundo viene dada por el contexto: las guerras sobre el sexo entre feministas abolicionistas y críticas de los mercados y las posturas regulacionistas que suelen frecuentar la socialdemocracia. Pateman sostiene que la fraternidad entre hombres originó la prostitución, pues solo así se entiende que, aunque fluctúe dependiendo de factores diversos, el porcentaje de mujeres en la población global dedicada al comercio sexual ronda entre el 85 y el 90%. El pacto patriarcal-fraternal permanece invisible, dando a entender que las mujeres son quienes ‘deciden’ entrar en la prostitución del mismo modo en que podría aspirar a cualquier otro trabajo. El contrato sexual visibiliza, en el fondo, que la prostitución es un problema de la masculinidad patriarcal y de la opresión contra las mujeres que posibilita tanto la trata como la prostitución “elegida”. Como abolicionista, Pateman ha defendido en años recientes que algunas medidas como una renta básica universal e incondicional pueden aumentar los márgenes de libertad en los cuales se mueven las mujeres, de manera que esta actúe positivamente para una progresiva emancipación. Como efecto colateral, esta medida podría ayudar a la superación de los contratos que legitiman la subordinación prostitucional.
SÍNTESIS: Sin divorcio permitido, pero tampoco capacidad de autonomía
económica y status social para satisfacer sus necesidades e intereses, las mujeres se convirtieron históricamente en propiedad de los hombres.
QUINTA DIAPOSITIVA
El matrimonio patriarcal es una legitimación. “Sí, acepto”, ¿pero aceptar qué?
La autora va de lo más histórico (el matrimonio) a lo más contemporáneo: la explotación sobre los cuerpos. Es moderadamente cierto que Pateman no abunda en el diseño de estrategias para cambiar el sistema estructural basado en la desigualdad (pensando sobre todo en políticas públicas). En defensa de las cualidades de su trabajo, no es justo ignorar que sus herramientas conceptuales rescatan un feminismo que ubica más claramente cómo las fórmulas modernas de regulación contractual perpetúan las viejas tácticas de opresión patriarcal. Sus posicionamientos son estratégicos en la medida en que advierten al movimiento de mujeres de las muchas máscaras que el patriarcado puede utilizar para perpetuarse en el seno de las fuerzas progresistas, las que comúnmente atribuimos como ‘de izquierda’, que, como aduanas, consienten que, cual caballo de Troya, el patriarcado tenga cabida en sus políticas públicas y siga siendo el mejor y más acabado sistema de dominación y explotación.