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poesía

completa

AURELIO
ARTURO
literatura
poesía
completa

aurelio
arturo

literatura
Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia

Arturo, Aurelio, 1906-1974, autor


Obra poética completa / Aurelio Arturo ; presentación, William Ospina. – Bogotá :
Ministerio de Cultura : Biblioteca Nacional de Colombia, 2018.
1 recurso en línea : archivo de texto PDF (202 páginas). – (Biblioteca Básica de
Cultura Colombiana. Literatura / Biblioteca Nacional de Colombia)

ISBN 978-958-5488-53-3

1. Poesía colombiana - Siglo XX 2. Libros digitales I. Ospina, William, 1954-, autor
de introducción II. Título III. Serie

CDD: Co861.44 ed. 23 CO-BoBN– a1037451


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ISBN: 978-958-5488-53-3
Bogotá D. C., diciembre de 2018

© Herederos de Aurelio Arturo


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© 2018, De esta edición: Ministerio de Cultura –
Biblioteca Nacional de Colombia
© Presentación: William Ospina

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publicación no puede ser reproducida, total o parcialmente con
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autorización expresa para ello.
índice
Presentación9
§§

POESÍA COMPLETA
Morada al sur

Morada al sur21
§§
Canción del ayer28
§§
La ciudad de Almaguer30
§§
Clima31
§§
[«Clima»]
§§
(Primera versión de
«Clima»)33
Canción de la noche
§§
callada35
Interludio37
§§
Qué noche de hojas suaves38
§§
Canción de la distancia40
§§
Remota luz42
§§
[«Canción del retorno»]
§§
(Primera versión de
«Remota luz»)43
Sol46
§§
Rapsodia de Saulo48
§§
Nodriza50
§§
Madrigales51
§§
Poemas publicados en Simple canción102
§§
periódicos, revistas, Lejanía103
§§
selecciones y antologías
Cantaba104
§§
Noche oscura55
§§ Silencio105
§§
La voz del pequeño57
§§ Canción del valle107
§§
La vela59
§§ [«Canción primera
§§
Baladeta de Max Caparroja60 de mi país»]
§§
(primera versión inédita de
Balada de la guerra civil61
§§ «Canción del valle»)109
Los mendigos64
§§ [Sin título]
§§
Sueño66 (versión inédita de
§§
«Canción del valle»)112
Ciudad de sueño68
§§
Cancioncilla113
§§
La isla de piel rosada69
§§
Canto a los constructores
§§
Muertos71
§§ de caminos115
Poemas del silencio (i)72
§§ Balada de Juan de la Cruz117
§§
El grito de las antorchas73
§§ Balada del combate119
§§
El alba llega75
§§ Lorenzo Jiménez120
§§
Esta es la tierra77
§§ Vieja balada del nocturno
§§
En azul lejano80
§§ caballero122

Veinte años82
§§ Entre la multitud124
§§

Compañeros85
§§ Arrullo127
§§

Cantos de hombres
§§ [«Canciones como nubes»]
§§
(final)87 (primera versión de
«Arrullo»)129
LA MARIPOSA89
§§
Vinieron mis hermanos133
§§
Mujeres de brisa92
§§
Canción de amor y soledad135
§§
Bordoneo95
§§
Canción de hojas y
§§
[«Bordoneo»]
§§ de lejanías137
(Segunda versión inédita)99
Paisaje139
§§
El cantor141
§§ [«Sequía»]
§§
(primera versión inédita de
[«El cantor»]
§§
«Sequía»)170
(primera versión inédita de
«El cantor»)143 Palabra174
§§
[«El cantor»]
§§ Lluvias176
§§
(Fragmento)
Tambores178
§§
(segunda versión inédita de
«El cantor»)144 Yerba180
§§
Tierras de nadie146
§§
Canciones148 Poemas inéditos y atribuidos,
§§
y un último hallazgo
Canción del niño
§§
que soñaba150 Poema inédito i
§§
La canción del verano151
§§ (sin título)187

Canción del viento152


§§ Poema inédito ii
§§
(Sin título)188
[«Viento de narraciones»]
§§
(primera versión inédita de Poema inédito iii
§§
«Canciones del viento»)154 (Sin título)190

[«Fragmento sin título»]


§§ Poema inédito iv
§§
(segunda versión inédita de La parábola del fuego191
«Canción del viento»)155 [«Parábola del fuego»]
§§
Canción de hadas157
§§ (primera versión inédita de
«La parábola del fuego»)193
[Sin título]
§§
(primera versión inédita de Poema inédito v
§§
«Canción de hadas»)159 (sin título)195

Amo la noche161
§§ Poema inédito vi
§§
El narrador197
[«Canción de Mateo»]
§§
(primera versión de «Amo A mi madre
§§
la noche»)164 (poema atribuido)199

Sequía168
§§ Canción de Xavier Ximénez
§§
(un último hallazgo)200
§§ Presentación

§§ Aurelio Arturo y la
tierra que canta
En una fábula de Borges, el rey pide al poeta unas
palabras que no sean la descripción de la batalla, sino la
batalla. Y es el propio Borges quien nos dice que la dife-
rencia entre el lenguaje verbal y la música está en que el
lenguaje quiere expresar la tristeza o la alegría, pero la
música es la tristeza y es la alegría. Tal vez la poesía sea ese
soplo de inspiración misteriosa que hace que las palabras
dejen de ser una alusión a la realidad, un modo de interro-
garla o definirla, y se exalten mágicamente en esa realidad
que están nombrando.
Los países americanos de habla española vivieron
durante siglos una dificultad casi inefable para que la lengua,
llegada de tan lejos, expresara de un modo pleno el terri-
torio. Pero ese fue su esfuerzo desde el comienzo, desde
aquellas tardes del siglo xvi cuando Juan de Castellanos
intentaba nombrar minuciosamente selvas y lagos, jaguares

9
Presentación

y anacondas, el salto venenoso de la rana escarlata y la den-


tellada del caimán en el flanco de la canoa. Esas crónicas
tempranas ya vivían el anhelo de encontrar en la geografía
ignota de América un hogar, una patria, y sólo así pode-
mos entender la emoción de estas palabras de las Elegías:
«Tierra buena, tierra buena, / tierra que pone fin a nues-
tra pena». Tardaría mucho en llegar esa alianza plena de
la lengua con el mundo americano.
Todo poeta hace sentir el amor por la tierra, pero en
ningún poeta hispanoamericano que yo conozca se han
fundido tanto una lengua y un territorio como en Aure-
lio Arturo, quien en la primera mitad del siglo xx vivió
una de las aventuras más secretas y conmovedoras de la
lengua castellana en América, y gracias a ella construyó
con el lenguaje lo que él mismo llamaría su Morada al sur.
Ese era desde siempre un anhelo continental. Estaba
en José Hernández y en Othón, en Bello y en Gutiérrez
González. Y después de la aventura magnífica de los moder-
nistas, que le dieron nueva gracia, elasticidad y eufonía a
la lengua, pero que se proponían menos ser la voz de un
territorio que el temblor de una época, algunos poetas de
Hispanoamérica de los años treinta y cuarenta del siglo xx
se propusieron tareas muy distintas por cierto de las que se
trazaban los españoles de la Generación del 27: los ameri-
canos necesitaban con urgencia que esa lengua tan nueva
arraigara poderosamente en la tierra y la erigiera en morada.
Así vimos aparecer a López Velarde en México, a César
Vallejo en el Perú, a Carlos Mastronardi en Argentina, a
Aurelio Arturo en Colombia y a Pablo Neruda en Chile.

10
Presentación

Otros poetas no lograron escapar de lo pintoresco y lo


decorativo, otros están más centrados en sí mismos que en
la tierra que nombran, hacen sentir con intensidad su yo
desgarrado y alzan vuelo hacia territorios imaginarios. Pero
la labor de estos poetas de la tierra: intensos, concentrados,
lúcidos, modestos, fue fundamental para el reencuentro
de la América hispánica con la complejidad de su territo-
rio e inauguró una edad de asombros sólo comparable a la
del primer descubrimiento, una edad que aún no termina.
López Velarde está pensando amorosamente su tierra
mexicana («Suave patria, vendedora de chía / quiero
raptarte en la cuaresma opaca, / sobre un garañón, y con
matraca, / y entre los tiros de la policía»). «La suave
patria» es el hermoso altar de la patria mestiza, que le debe
por igual a la sensibilidad de Gutiérrez Nájera, a la pasión
telúrica de Othón, a la elegancia helénica de Alfonso Reyes
y a la colorida imaginación de Diego Rivera. César Vallejo
(«¿Qué estará haciendo a esta hora mi andina y dulce Rita
/ de junco y capulí; / ahora que me asfixia Bizancio y que
dormita / la sangre, como flojo coñac, dentro de mí?»)
está impregnado hasta los húmeros de humus andino y,
carcomido de nostalgia, deja oír en su voz, a veces hasta
el desgarramiento verbal, esa doble frontera con la Fran-
cia surrealista y con el Perú prehispánico que hace que la
lengua casi desespere de sí misma. Carlos Mastronardi nos
dio en «Luz de provincia» uno de los poemas más plenos
de la lengua («Un fresco abrazo de agua la nombra para
siempre, / sus costas están solas y engendran el verano, /
quien mira es influido por un destino suave, / cuando el

11
Presentación

aire anda en flores y el cielo es delicado») y destila una


voz amorosa y traviesa que se fusiona con la provincia de
Entrerríos y con la Argentina toda, esquivando los énfasis
de Almafuerte, las estampas de Carriego, el bordoneo de
la estrofa gaucha, la orfebrería de Lugones y el peso de la
biblioteca universal de su amigo y compañero de camina-
tas por las calles nocturnas Jorge Luis Borges. Neruda es
muchos poetas distintos, un poeta del amor, un poeta van-
guardista, un poeta político, un poeta de la vida cotidiana
y un poeta de la naturaleza, y en todos esos tonos renovó la
música verbal, pero es esencialmente un poeta de la tierra
y logra convertir la lengua en expresión de su entrañable
refugio chileno: «Todo lo que viví galopando en aquellas
/ estaciones perdidas, el mundo de la lluvia / en las venta-
nas, el puma en la intemperie / rondando con dos puntas de
fuego sanguinario. / Y el mar de los canales, entre túneles
verdes / de empapada hermosura, la soledad, el beso / de
la que amé más joven entre los avellanos, / todo surgió de
pronto cuando en la selva el grito / del chucao cruzó con
sus sílabas húmedas».
De todos ellos tal vez Aurelio Arturo es el más secreto.
No procuró jamás figurar como poeta, era cortés, silen-
cioso, casi invisible. Ni siquiera parecía dedicarse a la
poesía: era un abogado, un oscuro magistrado de tribu-
nal, un periodista de ocasión, y en la soledad de su biblio-
teca un lector voraz, un apasionado de la antropología y la
literatura, un lector de Dante y de Cervantes, de la poesía
inglesa y francesa, un callado discípulo de T. S. Eliot y de
Saint-John Perse, de Neruda y de Wordsworth. Tal vez

12
Presentación

nadie como él encontró la perfecta fusión de la lengua y


la tierra, ese recóndito manantial en donde las palabras
atrapan el misterio profundo de la realidad y lo revelan
en la alquimia irreductible de la poesía.
Desde sus años tempranos en La Unión, Nariño, cerca
de las cavernas de Berruecos, donde fueron asesinados en el
siglo anterior el mariscal Antonio José de Sucre y el poeta
Julio Arboleda, desde los primeros asombros en tierras de
su padre, en su temprana relación con la naturaleza, con
las nodrizas negras, con la música de su madre en el piano,
que «llenaba de ángeles de música toda la vieja casa», y su
conocimiento de aquellos hombres que iban «en ligeras
canoas por los ríos salvajes», y la llegada de los libros que
se abrían y se cerraban en los cuartos mientras la noche
estrellada hervía afuera, todo en Aurelio Arturo era la
búsqueda de un lenguaje que no fuera la descripción del
mundo de su infancia, sino ese mundo de la infancia ya
condensado para siempre en la música.
Es curioso que dos hombres, en los dos extremos de
Colombia, Gabriel García Márquez y Aurelio Arturo,
hayan sido capaces de construir con el recuerdo de su infan-
cia un mundo de delirio y de fábula que nos parece más
intenso y más bello que el mundo real. García Márquez
condensó los mitos del Caribe, el hilo de la sangre del hijo
que viaja por el pueblo buscando a su madre para darle la
noticia de su muerte, la sensualidad perturbadora de esas
mulatas cuya risa espanta a las palomas, la elocuencia de
la lengua expresando el laberinto de las sangres y los des-
tinos desmesurados del mestizaje americano. En Aurelio

13
Presentación

Arturo hablan los Andes: las montañas hechas de sueños,


«donde el verde es de todos los colores», los ríos impetuo-
sos, el viento que viene «vestido de follajes», el esfuerzo de
unos linajes humanos por construir su morada en el cora-
zón de la naturaleza. Hay que recordar que en las monta-
ñas de la región equinoccial de América mucho tiempo
vivieron las familias en la soledad de los bosques, sumer-
gidas en la naturaleza. Y también está en Arturo el modo
como la lengua se agravaba de horror y de belleza en los
relatos de los hijos de esclavos en los litorales del Pacífico.
Leer a Aurelio Arturo es disfrutar del banquete infi-
nito. Unos cuantos poemas, pero la lectura no se acaba
jamás. Siempre es nuevo y siempre nos revela otras cosas.
Cada vez que Arturo pone una palabra junto a otra ocurre
un hecho no sólo en el lector, sino en el mundo: se abren
regiones, posibilidades desconocidas para la acción y para
la conciencia. Otro poeta nos diría que el canto del pájaro
tiene un sonido líquido, Arturo nos dice: «Un pájaro de
aire y en su garganta un agua pura». Un ensayista nos
hablaría de la extraña contradicción de que la naturaleza,
lo más antiguo, nos parece cada día lo más reciente. Arturo
condensa así el asombro: «Hace siglos la luz es siempre
nueva». Otro nos diría que hay una suave tristeza de cosas
perdidas en todo atardecer, Arturo escribe: «Caen ya las
primeras lágrimas de la noche». Y voluntariamente hablo
de uno de sus poemas casi marginales, que no formaba
parte original del río espléndido que es su libro Morada
al sur, donde están algunos de los poemas más bellos de
la lengua española.

14
Presentación

No es sorprendente que este libro sea el único que


publicó. Permanecemos más tiempo leyendo los treinta
poemas de Aurelio Arturo que los muchos de otros autores,
porque en cada verso hay materia para continuas emocio-
nes y pensamientos. En estos versos densos y delicados, lo
que la mente no entiende siempre lo entiende el corazón.
Ignoramos qué signifique: «Negras estrellas sonreían en
la sombra con dientes de oro», la sensibilidad lo hospeda
con emoción y con gratitud. A veces el tesoro está en la
armonía verbal y en la construcción de atmósferas ineluc-
tables: «Te hablo de días circuidos por los más finos árbo-
les. / Te hablo de las vastas noches alumbradas / por una
estrella de menta que enciende toda sangre». Recuerdo
que un día Estanislao Zuleta me dijo, a propósito de estos
versos: «Sólo un poeta es capaz de juntar lo más lejano,
que es una estrella, con lo más cercano, que es un sabor».
Aurelio Arturo logró en pocos versos muchos mila-
gros, y es justo declarar que sabía muy bien lo que buscaba
y lo que hacía. Pues lo que conquistó es lo que declara con
nitidez en su poema sobre la palabra: «y cuando es alegría
y angustia / y los vastos cielos y el verde follaje / y la tierra
que canta / entonces ese vuelo de palabras / es la poesía /
puede ser la poesía».

William Ospina

15
Poesía completa
Morada al sur
§§ Morada al sur
§§ i

En las noches mestizas que subían de la hierba,


jóvenes caballos, sombras curvas, brillantes,
estremecían la tierra con su casco de bronce.
Negras estrellas sonreían en la sombra con dientes de
[oro.

Después, de entre grandes hojas, salía lento el mundo.


La ancha tierra siempre cubierta con pieles de soles.
(Reyes habían ardido, reinas blancas, blandas,
sepultadas dentro de árboles gemían aún en la espesura).

Miraba el paisaje, sus ojos verdes, cándidos.


Una vaca sola, llena de grandes manchas
revolcada en la noche de luna, cuando la luna sesga,
es como el pájaro toche en la rama, «llamita»,
 [«manzana de miel».

El agua límpida, de vastos cielos, doméstica se arrulla.


Pero ya en la represa, salta la bella fuerza,
con majestad de vacada que rebasa los pastales.
Y un ala verde, tímida, levanta toda la llanura.

El viento viene, viene vestido de follajes,


y se detiene y duda ante las puertas grandes,

21
abiertas a las salas, a los patios, las trojes.
Y se duerme en el viejo portal donde el silencio
es un maduro gajo de fragantes nostalgias.

Al mediodía la luz fluye de esa naranja,


en el centro del patio que barrieron los criados.
(El más viejo de ellos en el suelo sentado,
su sueño mosca zumbante sobre su frente lenta.)

No todo era rudeza, un áureo hilo de ensueño


se enredaba a la pulpa de mis encantamientos.
Y si al norte el viejo bosque tiene un tic-tac profundo,
al sur el curvo viento trae franjas de aroma.

(Yo miro las montañas. Sobre los largos muslos


de la nodriza, el sueño me alarga los cabellos.)

§§ ii

Y aquí principia, en este torso de árbol,


en este umbral pulido por tantos pasos muertos,
la casa grande entre sus frescos ramos.
En sus rincones ángeles de sombra y de secreto.

En esas cámaras yo vi la faz de la luz pura.


Pero cuando las sombras las poblaban de musgos,
allí, mimosa y cauta, ponía entre mis manos,
sus lunas más hermosas la noche de las fábulas.

22
***

Entre años, entre árboles, circuida


por un vuelo de pájaros, guirnalda cuidadosa,
casa grande, blanco muro, piedra y ricas maderas,
a la orilla de este verde tumbo, de este oleaje poderoso.

En el umbral de roble demoraba,


hacía ya mucho tiempo, mucho tiempo marchito,
el alto grupo de hombres entre sombras oblicuas,
demoraba entre el humo lento alumbrado de
[remembranzas:
Oh voces manchadas del tenaz paisaje, llenas
del ruido de tan hermosos caballos que galopan bajo
 [asombrosas ramas.

Yo subí a las montañas, también hechas de sueños,


yo subí, yo subí a las montañas donde un grito
persiste entre las alas de palomas salvajes.

Te hablo de días circuidos por los más finos árboles:


te hablo de las vastas noches alumbradas
por una estrella de menta que enciende toda sangre:

te hablo de la sangre que canta como una gota solitaria


que cae eternamente en la sombra, encendida:
te hablo de un bosque extasiado que existe
sólo para el oído, y que en el fondo de las noches pulsa
violas, arpas, laúdes y lluvias sempiternas.

23
Te hablo también: entre maderas, entre resinas,
entre millares de hojas inquietas, de una sola
hoja:
pequeña mancha verde, de lozanía, de gracia,
hoja sola en que vibran los vientos que corrieron
por los bellos países donde el verde es de todos los
[colores,
los vientos que cantaron por los países de Colombia.

Te hablo de noches dulces, junto a los manantiales,


 [junto a los cielos,
que tiemblan temerosos entre alas azules:
te hablo de una voz que me es brisa constante,
en mi canción moviendo toda palabra mía,
como ese aliento que toda hoja mueve en el sur, tan
[dulcemente,
toda hoja, noche y día, suavemente en el sur.

§§ iii

En el umbral de roble demoraba,


hacía ya mucho tiempo, mucho tiempo marchito,
un viento ya sin fuerza, un viento remansado
que repetía una yerba antigua, hasta el cansancio.

Y yo volvía, volvía por los largos recintos


que tardara quince años en recorrer, volvía.

24
Y hacia la mitad de mi canto me detuve temblando,
temblando temeroso, con un pie en una cámara
hechizada, y el otro a la orilla del valle
donde hierve la noche estrellada, la noche
que arde vorazmente en una llama tácita.

Y a la mitad del camino de mi canto temblando


me detuve, y no tiembla entre sus alas rotas,
con tanta angustia un ave que agoniza, cual pudo,
mi corazón luchando entre cielos voraces.

§§ iv

Duerme ahora en la cámara de la lanza rota en las


[batallas.
Manos de cera vuelan sobre tu frente donde murmuran
las abejas doradas de la fiebre, duerme, duerme.
El río sube por los arbustos, por las lianas, se acerca,
y su voz es tan vasta y su voz es tan llena.
Y le dices, le dices: ¿Eres mi padre? Llenas el mundo
de tu aliento saludable, llenas la atmósfera.
—Yo soy tan sólo el río de los mantos suntuosos

Duerme quince años fulgentes, la noche ya ha cosido


suavemente tus párpados, como dos hojas más, a su
 [follaje negro.

***

25
No eran jardines, no eran atmósferas delirantes. Tú te
[acuerdas
de esa tierra protegida por un ala perpetua de palomas.
Tantas, tantas mujeres bellas, fuertes, no, no eran
brisas visibles, no eran aromas palpables, la luz que venía
con tan cambiantes trajes, entre linos, entre rosas
[ardientes.
¿Era tu dulce tierra cantando, tu carne milagrosa, tu
[sangre?

***

Todos los cedros callan, todos los robles callan.


Y junto al árbol rojo donde el cielo se posa,
hay un caballo negro con soles en las ancas,
y en cuyo ojo vivo habita una centella.
Hay un caballo, el mío, y oigo una voz que dice:
«Es el potro más bello en tierras de tu padre».

***

En el umbral gastado persiste un viento fiel,


repitiendo una sílaba que brilla por instantes.
Una hoja fina aún lleva su delgada frescura
de un extremo a otro extremo del año.
«Torna, torna a esta tierra donde es dulce la vida.»

26
§§ v

He escrito un viento, un soplo vivo


del viento entre fragancias, entre hierbas
mágicas; he narrado
el viento; sólo un poco de viento.

Noche, sombra hasta el fin, entre las secas


ramas, entre follajes, nidos rotos entre años
rebrillaban las lunas de cáscara de huevo,
las grandes lunas llenas de silencio y de espanto.

27
§§ Canción del ayer
A Esteban

Un largo, un oscuro salón rumoroso


cuyos confines parecían perderse en la edad balsámica.
Recuerdo como tres antorchas áureas nuestras cabezas
[inclinadas
sobre aquel libro viejo que rumoraba profundamente en
 [la noche.

Y la noche golpeaba con leves nudillos en la puerta de


[roble
Y en los rincones tantas imágenes bellas, tanto camino
soleado, bajo una leve capa de sombra luciente como
[terciopelo.

La voz de Saúl me era una barca melodiosa.


Pero yo prefería el silencio, el silencio de rosas y plumas
de Vicente, el menor, que era como un ángel
que hubiese escondido su par de alas en un profundo
[armario.

Mas, ¿quién era esa alta, trémula mujer en el salón


[profundo?,
¿quién la bella criatura en nuestros sueños profusos?

28
¿Quizá la esbelta beldad por quien cantaba nuestra
[sangre?
¿O así, tan joven, de luz y silencio, nuestra madre?

O acaso, acaso esa mujer era la misma música,


la desnuda música avanzando desde el piano,
avanzando por el largo, por el oscuro salón como en un
[sueño.

(A ti, lejano Esteban, que bebiste mi vino,


te lo quiero contar, te lo cuento en humanas, míseras
[palabras:
Cuando estás en la sombra, cuando tus sueños bajan
de una estrella a otra hasta tu lecho,
y entre tus propios sueños eres humo de incienso,
quizá entonces comprendas, quizá sientas,
por qué en mi voz y en mi palabra hay niebla.)

Un largo, oscuro salón, tal vez la infancia.


Leíamos los tres y escuchábamos el rumor de la vida,
en la noche tibia, destrenzada, en la noche
con brisas del bosque. Y el grande, oscuro piano,
llenaba de ángeles de música toda la vieja casa.

29
§§ La ciudad de
Almaguer
La ciudad de Almaguer en oro y en leyendas
alzada, ardiera siempre con audaz fogata
la remembranza. (Brisas erraban. Noche.
Brumosa voz urdía la feliz cantinela.)

«Hablaban las mujeres, su voz la dicha ardía


y el suave amor. Los largos brazos blancos
fluían lentitud…» (Y en una sombra
honda la voz dorada se perdía.)

Las montañas de oro ya en la bruma se hundían.


Mas las bellas mujeres ardientes de pureza,
hendiendo con sus senos la bruma y la opalina
sombra vienen, venían.

«Hablaban las mujeres...»


La habla pulposa, casi palpable, altas
vienen. (La bruma azul ya se desvanecía.)
Y en la voz de las mórbidas mujeres reclinado,
mil años me adormía.

30
§§ Clima
Este verde poema, hoja por hoja,
lo mece un viento fértil, suroeste;
este poema es un país que sueña,
nube de luz y brisa de hojas verdes.

Tumbos del agua, piedras, nubes, hojas


y un soplo ágil en todo, son el canto.
Palmas había, palmas y las brisas
y una luz como espadas por el ámbito.

El viento fiel que mece mi poema,


el viento fiel que la canción impele,
hojas meció, nubes meció, contento
de mecer nubes blancas y hojas verdes.

Yo soy la voz que al viento dio canciones


puras en el oeste de mis nubes;
mi corazón en toda palma, roto
dátil, unió los horizontes múltiples.

Y en mi país apacentando nubes,


puse en el sur mi corazón, y al norte,
cual dos aves rapaces, persiguieron
mis ojos, el rebaño de horizontes.

31
La vida es bella, dura mano, dedos
tímidos al formar el frágil vaso
de tu canción, lo colmes de tu gozo
o de escondidas mieles de tu llanto.

Este verde poema, hoja por hoja


lo mece un viento fértil, un esbelto
viento que amó del sur hierbas y cielos,
este poema es el país del viento.

Bajo un cielo de espadas, tierra oscura,


árboles verdes, verde algarabía
de las hojas menudas y el moroso
viento mueve las hojas y los días.

Dance el viento y las verdes lontananzas


me llamen con recónditos rumores:
dócil mujer, de miel henchido el seno,
amó bajo las palmas mis canciones.

32
§§ «Clima»
(Primera versión
de «Clima»)
A Manuel F. Rujeles

Este verde poema, hoja por hoja,


lo mece un viento fértil, suroeste.
Este poema es un país soñante
bajo de mil bandadas de hojas verdes.

Tumbos de agua, piedras, nubes, hojas


y un viento mozo son el canto.
Palmas había, palmas y las brisas
y una luz como espadas por el ámbito.

Yo soy la voz que al viento dio canciones


puras, en el oeste, bajo nubes.
Mi corazón en toda palma, roto
dátil, unió los horizontes múltiples.

El viento fiel que mece mi poema,


el viento fiel que la canción impele,
hojas meció, nubes meció, contento
de mecer nubes blancas y hojas verdes.

33
En mi país apacentando nubes,
puse en el sur mi corazón, y al norte,
cual dos aves rapaces, persiguieron
mis ojos, el rebaño de horizontes.

La vida es bella, mano dura y dedos


tímidos al formar el frágil vaso
de tu canción, lo colmes de tu gozo
o de escondidas mieles de tu llanto.

Bajo un cielo de espadas, tierra oscura


árboles verdes, verde algarabía
de las hojas menudas, y el moroso
viento mueve las hojas y los días.

***

Este verde poema, hoja por hoja,


lo mece un viento fértil, suroeste.
Este poema es un país de valles
mullidos y de lánguidas mujeres.

Dance el viento y las verdes lontananzas


me llamen con recónditos rumores.
Núbil mujer, de miel henchido el seno
amó bajo las palmas mis canciones.

34
§§ Canción de la
noche callada
En la noche balsámica, en la noche,
cuando suben las hojas hasta ser las estrellas,
oigo crecer las mujeres en la penumbra malva
y caer de sus párpados la sombra gota a gota.
Oigo engrosar sus brazos en las hondas penumbras
y podría oír el quebrarse de una espiga en el campo.

Una palabra canta en mi corazón, susurrante


hoja verde sin fin cayendo. En la noche balsámica,
cuando la sombra es el crecer desmesurado de los
[árboles,
me besa un largo sueño de viajes prodigiosos
y hay en mi corazón una gran luz de sol y maravilla.

En medio de una noche con rumor de floresta


como al ruido levísimo del caer de una estrella,
yo desperté en un sueño de espigas de oro trémulo
junto del cuerpo núbil de una mujer morena
y dulce, como a la orilla de un valle dormido.

Y en la noche de hojas y estrellas murmurantes,


yo amé un país y es de su limo oscuro
parva porción el corazón acerbo;

35
yo amé un país que me es una doncella,
un rumor hondo, un fluir sin fin, un árbol suave.

Yo amé un país y de él traje una estrella


que me es herida en el costado, y traje
un grito de mujer entre mi carne.

En la noche balsámica, noche joven y suave,


cuando las altas hojas ya son de luz, eternas…

Mas si tu cuerpo es tierra donde la sombra crece,


si ya en tus ojos caen sin fin estrellas grandes,
¿qué encontraré en los valles que rizan alas breves?,
¿qué lumbre buscaré sin días y sin noches?

36
§§ Interludio
Desde el lecho por la mañana soñando despierto,
a través de las horas del día, oro o niebla,
errante por la ciudad o ante la mesa de trabajo,
¿a dónde mis pensamientos en reverente curva?

Oyéndote desde lejos aun de extremo a extremo,


oyéndote como una lluvia invisible, un rocío.
Viéndote con tus últimas palabras, alta,
siempre al fondo de mis actos, de mis signos cordiales,
de mis gestos, mis silencios, mis palabras y pausas.

A través de las horas del día, de la noche


—la noche avara pagando el día moneda a moneda—
en los días que uno tras otro son la vida, la vida
con tus palabras, alta, tus palabras, llenas de rocío,
oh tú que recoges en tu mano la pradera de mariposas.

Desde el lecho por la mañana, a través de las horas,


melodía, casi una luz que nunca es súbita,
con tu ademán gentil, con tu gracia amorosa,
oh tú que recoges en tus hombros un cielo de palomas.

37
§§ Qué noche de
hojas suaves
Qué noche de hojas suaves y de sombras
de hojas y de sombras de tus párpados,
la noche toda turba en ti, tendida,
palpitante de aromas y de astros.

El aire besa, el aire besa y vibra


como un bronce en el límite lontano
y el aliento en que fulgen las palabras
desnuda, puro, todo cuerpo humano.

Yo soy el que has querido, piel sinuosa,


yo soy el que tú sueñas, ojos llenos
de esa sombra tenaz en que boscajes
abren y cierran párpados serenos.

Qué noche de recónditas y graves


sombras de hojas, sombras de tus párpados:
está en la tierra el grito mío, ardiendo,
y quema tu silencio como un labio.

Era una noche y una noche nada


es, pregona en sus cántigas el viento:
aún oigo tu anhelar, tu germinar melódico
y tu rumor de dátiles al viento.

38
Y he de cantar en días derivantes
por ondas de oro, y en la noche abierta
que enturbiará de ti mi pensamiento,
he de cantar con voz de sombra llena.

Qué noche de hojas suaves y de sombras


de hojas y de sombras de tus párpados,
la noche toda turba en ti, tendida,
palpitante de aromas y de astros.

39
§§ Canción de la
distancia
Mirarás un país turbio entre mis ojos,
mirarás mis pobres manos rudas,
mirarás la sangre oscura de mis labios:
todo es en mí una desnudez tuya.

Venía por arbolados la voz dulce


como acercando un bosque húmedo y fresco,
y una estrella caía duramente,
fija, la antigua cicatriz de un beso.

De arena parecían los cielos, y volvía


poseso del rumor que cual dos alas
me ciñó en una ronda inacabable,
me ciñó al fin la flor de tu palabra.

¿Qué rojea en la noche sino el puro


labio tuyo? y corazón, estrella y sueño,
mueve un solo vaivén que lejos fluye,
turbio como distancia y como ruego.

Tu desnudez verás en mis ojos absortos,


mirarás mi horizonte que roe una fogata,
tú, que no serás nunca sino una masa de llamas,
en mi honda noche de árboles, callada.

40
Desnudo en mi fervor y tú en tu sangre,
es más que seda suave este silencio,
en esta noche ancha en que germina
todo y palpita todo, aromas y luceros.

Volver cuando anoche en canto y frondas


y rumia el viento que lo aleja todo:
ya no veré sino una palma muda
y el cielo, un áureo torbellino, en torno.

Volver, los cielos parecían de arena,


ha mucho, hace un instante, ha mucho tiempo;
y nadie ha de quitarme esta noche en que fuiste
larga y desnuda carne vestida de mi aliento.

Volver la senda turbia oyendo al viento


rumiar lejos, muy lejos, de los días.
Por mi canción conocerás mi valle,
su hondura en mi sollozo has de medirla.

41
§§ Remota luz
Si de tierras hermosas retorno,
¿qué traigo? ¡Me cegó su resplandor!
Las manos desnudas, rudas, nada,
no traigo nada: traigo una canción.

Tierra buena, murmullo lánguido,


caricia, tierra casta,
¿cuál tu nombre, tu nombre tierra mía,
tu nombre Herminia, Marta?

Dorado arrullo eras.


Yo te besé tierra del gozo.
Tu noche era honda y grave,
y tu día, a mis ojos, una montaña de oro.

Tierra, tierra dulce y suave,


¿cómo era tu faz, tierra morena?

42
§§ «Canción del
retorno»
(Primera versión
de «Remota luz»)
Soy el que vuelve por la umbrosa senda,
soy el que vuelve de un camino largo
con esta dicha de inasibles dones:
yo vi una hermosa tierra.

Si ella me dio sus mieles en sus plantíos prósperos


y amorosa temblóme en tribus de juncales,
en su luz yo me erguí y escuchaba sus voces
puras, yo erguí en su luz mi frente.

¡Lo dirán mis huellas!


La luz segaba, segaba la luz pura,
con mi jovialidad en trémulas gavillas
la luz de días dorados recogía.

¡Lo dirán mis huellas!


En una tierra hermosa
amó mi barba ruda una mujer endrina
y mi jovialidad.

43
Soy el que vuelve,
soy el que vuelve en noche de un camino.

Mis ojos te miraron, suaves, tierra amorosa


y en los pozos de luz de tus días
mujeres, mujeres en florido haz.
A mí su gracia, su ufanía, su honda manera de mirar.

Mas del canto, el innúmero canto,


de la fertilidad,
de los días de espigas, ¿nada
retengo?
Nada, intimidad.

Soy el que vuelve con su dicha oscura:


vago de cielos cándidos,
amé, soñé, canté por tierras buenas,
¡oh claridad!

Dorado arrullo eras


—yo te besé tierra morena—
tu noche honda y suave
y tu día, a mis ojos, una montaña de oro.

Tierra, tierra dulce y suave,


¿cómo era tu faz tierra morena?

Del amor de cosas vagas, de unas tierras


ardorosas,

44
soy el que vuelve en noche sin caminos.

¿De las tierras doradas qué traigo?


¿Qué traigo?
¡Me cegó su resplandor!
¿Qué traigo? las manos desnudas, nada,
no traigo nada, traigo una canción.

Tierra bella, murmullo lánguido,


caricia, tierra dulce,
¿cuál tu nombre, tu nombre tierra suave,
cuál tu nombre, tu nombre Herminia, Marta?

¡Soy el que vuelve con su dicha oscura!

45
§§ Sol
Mi amigo el sol bajó a la aldea
a repartir su alegría entre todos,
bajó a la aldea y en todas las casas
entró y alegró los rostros.

Avivó las miradas de los hombres


y prendió sonrisas en sus labios,
y las mujeres enhebraron hilos de luz en sus dedos
y los niños decían palabras doradas.

El sol se fue a los campos


y los árboles rebrillaron y uno a uno
se rumoraban su alegría recóndita.
Y eran de oro las aves.

Un joven labrador miró el azul del cielo


y lo sintió caer entre su pecho.
El sol, mi amigo, vino sin tardanza
y principió a ayudar al labriego.

Habían pasado los nublados días,


y el sol se puso a laborar el trigo.
Y el bosque era sonoro. Y en la atmósfera
palpitaba la luz como abeja de ritmo.

46
El sol se fue sin esperar adioses
y todos sabían que volvería a ayudarlos,
a repartir su calor y su alegría
y a poner mano fuerte en el trabajo.

Todos sabían que comerían el pan bueno


del sol, y beberían el sol en el jugo
de las frutas rojas, y reirían el sol generoso,
y que el sol ardería en sus venas.

Y pensaron: el sol es nuestro, nuestro sol,


nuestro padre, nuestro compañero
que viene a nosotros como un simple obrero.
Y se durmieron con un sol en sus sueños.

Si yo cantara mi país un día,


mi amigo el sol vendría a ayudarme
con el viento dorado de los días inmensos
y el antiguo rumor de los árboles.

Pero ahora el sol está muy lejos,


lejos de mi silencio y de mi mano,
el sol está en la aldea y alegra las espigas
y trabaja hombro a hombro con los hombres del campo.

47
§§ Rapsodia de Saulo
Trabajar era bueno en el sur, cortar los árboles,
hacer canoas de los troncos.
Ir por los ríos en el sur, decir canciones,
era bueno. Trabajar entre ricas maderas.

(Un hombre de la riba, unas manos hábiles


un hombre de ágiles remos por el río opulento,
me habló de las maderas balsámicas, de sus efluvios…
¡Un hombre viejo en el sur, contando historias!)

Trabajar era bueno. Sobre troncos


la vida, sobre la espuma, cantando las crecientes
¿Trabajar un pretexto para no irse del río,
para ser también el río, el rumor de la orilla?

Juan Gálvez, José Narváez, Pioquinto Sierra,


como robles entre robles… Era grato,
con vosotros cantar o maldecir, en los bosques
abatir avecillas como hojas del cielo.
Y Pablo Garcés, Julio Balcázar, los Ulloas,
tantos que allí se esforzaban entre los días.

Trajimos sin pensarlo en el habla los valles,


los ríos, su resbalante rumor abriendo noches,
un silencio que picotean los verdes paisajes,
un silencio cruzado por un ave delgada como hoja.

48
Mas los que no volvieron viven más hondamente,
los muertos viven en nuestras canciones.

Trabajar… Ese río me baña el corazón.


En el sur. Vi rebaños de nubes y mujeres más leves
que esa brisa que me mece la siesta de los árboles.
Pude ver, os lo juro, era en el bello sur.

Grata fue la rudeza. Y las blancas aldeas,


tenían tan suaves brisas: pueblecillos de río,
en sus umbrales las mujeres sabían sonreír y dar un beso.
Grata fue la rudeza y ese hálito de hombría y de resinas.

Me llena el corazón de luz de un suave rostro


y un dulce nombre, que en la ruta cayó como una rosa.

Aldea, paloma de mi hombro, yo que silbé por los


[caminos,
yo que canté, un hombre rudo, buscaré tus helechos,
acariciaré tu trenza oscura –un hombre bronco–,
tus perros lamerán otra vez mis manos toscas.

Yo que canté por los caminos, un hombre de la orilla,


un hombre de ligeras canoas por los ríos salvajes.

49
§§ Nodriza
Mi nodriza era negra y como estrellas de plata
le brillaban los ojos húmedos en la sombra:
su saliva melodiosa y sus manos palomas mágicas.
¿O era ella la noche, con su par de lunas moradas?

¿Por qué ya no me arrullas, oh noche mía amorosa,


en el valle de yerbas tibias de tu regazo?

En mi silencio a veces aflora fugitiva


una palabra tuya, húmeda de tu aliento,
y cantan las primaveras y su fiebre dormida
quema mi corazón en ese solo pétalo.

Una noche lejana se llegó hasta mi lecho,


una silueta hermosa, esbelta, y en la frente
me besó largamente, como tú; ¿o era acaso
una brisa furtiva que desde tus relatos
venía en puntas de pie y entre sedas ardientes?

………………………………… … …

Tú que hiciste a mi lado un trecho de la vía,


¿te acuerdas de ese viento lento, dulce aura,
de canciones y rosas en un país de aromas,
te acuerdas de esos viajes bordeados de fábulas?

50
§§ Madrigales
§§ 1

Déjame ya ocultarme en tu recuerdo inmenso,


que me toca y me ciñe como una niebla amante;
y que la tibia tierra de tu carne me añore,
oh isla de alas rosadas, plegadas dulcemente.

Y estos versos fugaces que tal vez fueron besos,


y polen de florestas en futuros sin tiempo,
ya son como reflejos de lunas y de olvidos,
estos versos que digo, sin decir, a tu oído.

§§ 2

Llámame en la hondonada de tus sueños más dulces,


llámame con tus cielos, con tus nocturnos firmamentos,
llámame con tus noches desgarradas al fondo
por esa ala inmensa de imposible blancura.

Llámame en el collado, llámame en la llanura


y en el viento y la nieve, la aurora y el poniente,
llámame con tu voz, que es esa flor que sube
mientras a tierra caen llorándola sus pétalos.

51
§§ 3

No es para ti que, al fin, estas líneas escribo


en la página azul de este cielo nostálgico
como el viejo lamento del viento en el postigo
del día más floral entre los días idos.

Una palabra vuelve, pero no es tu palabra,


aunque fuera tu aliento que repite mi nombre,
sino mi boca húmeda de tus besos perdidos,
sino tus labios vivos en los míos, furtivos.

Y vuelve, cada siempre, entre el follaje alterno


de días y de noches, de soles y sombrías
estrellas repetidas, vuelve como el celaje
y su bandada quieta, veloz y sin fatiga.

No es para ti este canto que fulge de tus lágrimas,


no para ti este verso de melodías oscuras,
sino que entre mis manos tu temblor aún persiste
y en él el fuego eterno de nuestras horas mudas.

52
Poemas publicados en periódicos,
revistas, selecciones y antologías
§§ Noche oscura
(Volaban arcángeles negros
y búhos de alas de duelo.)

Y entonces halléme a la Noche


vestida de luto,
y escondida detrás de los álamos
que eran altos fantasmas…

(Volaban arcángeles negros


y búhos de alas de duelo.)

Y qué sórdido miedo yo tuve


de la noche alta.
Mas, después del horror, sus negruras
me angustiaron tanto,
que el corazón preguntó a la enlutada
el porqué de su duelo sonámbulo.

(Volaban arcángeles negros


y búhos de alas de duelo.)

Y piadosa la noche, no quiso


amargar mi ansiedad relatando
su historia sombría,
sus nupcias fallidas
con rudo huracán…

55
Y mintió con el gesto materno
conque hubiera ofrecido una estrella.

(Volaban arcángeles negros


y búhos de alas de duelo.)

Yo vengo embozada en negruras


—me dijo la noche—
porque he dejado olvidado al venirme
mi reloj de luna
que señala la hora divina
del recuerdo, el cantar… del Ensueño.

(Volaban arcángeles negros


y búhos de alas de duelo.)

56
§§ La voz del pequeño
—María, ¿ya es la noche?
—Sí, duérmete, mañana…
—María, ¿ya es la noche?
—Mira por la ventana.

—María, ¿ya es la noche?


No es la sórdida anciana
del relato… En lo oscuro
miro divinas luces.
—Es que la noche canta.

—María, ¿ya es la noche?


No tengo miedo… Pasan
serafines… ¿No ves
la sombra fea? ¿el mundo?
—Es que la noche es alma.

—María, ¿ya es la noche?


¿No ves cómo se apagan
los astros? ¿Esas notas
son de cítara? ¡Escucha!
—Es que la noche es ala.

—¿María, ya es la noche?
Silencio. ¿Ves? Me acaban
de nacer alas, mira

57
cómo brillan…
Poeta,
¡dale un beso a tu hermana!

58
§§ La vela
En el barco de vela
se alejan los marinos,
se van a la aventura
por el mar sin caminos.

¡El mar! ¡La mar inmensa!


Ya va lejos el barco,
ya aletean muy lejos
tantos pañuelos blancos.

De pronto, los que quedan


en la playa, fundirse
ven, las alas pequeñas,
en una sola, inmensa.

Es el pañuelo grande
formado de pequeños,
en que aún se despiden
todos los marineros.

59
§§ Baladeta de
Max Caparroja
A Rafael Maya

Yo, Max Caparroja, crucé la vereda.

Sombríos infantes,
torvos caballeros,
ocultos en sombras
los árboles vieron.

Yo, Max Caparroja, crucé la vereda.

Y hoy cantan los mozos


la borrosa historia:
gavilán sombrío
robó la paloma.

Yo, Max Caparroja, crucé la vereda.

Dulzura tan honda


del fruto robado.
Era la más linda
del pueblo lontano.

Yo, Max Caparroja, crucé la vereda.

60
§§ Balada de la
guerra civil
A Jaime Barrera Parra

Y marchan con tanto alborozo


los mozos que hasta ayer labraban la tierra,
que es preciso preguntar si van a una fiesta.
Pero van a la guerra que ha aparecido violenta como la
[juventud.
A la guerra.
Con los cabellos al viento marchan.
Y el viento no es sino la prolongación de sus cabelleras
 [en turbulencia.
Es un desfile de llamas negras.
Esas y las que se desprenden de los cuellos de los
[caballos.
Van formando el vasto incendio.
Los grupos de caballos
—cuellos y patas tendidos—
no son sino líneas horizontales que huyen en
[manchones.

Ala roja, la guerra, cubrió la comarca.

61
Oíd ahora la vasta sinfonía de los cañones tendidos.
Escuchad la sorda sinfonía perezosa.
Son los pianos bélicos.
Son los elefantes metálicos que combaten.
Cada palabra suya es como un pelotón de banderas
[lanzadas.
Y los hombres muerden el polvo, entre el estruendo.

Pensad también en las aldeas abandonadas a la noche


mientras los hombres se odian.
Pensad en las aldeas llenas de clamores,
donde hay tantas lámparas y tantas mujeres a la orilla del
[sueño.
Pensad en las noches.
Las noches de lluvia.

Y cuando el viento y la lluvia danzan desenfadadamente


—igual que un vagabundo y una cortesana—,
sobre los cuerpos de los guerreros,
esas mujeres están solas y están desnudas en sus blancos
[lechos,
demasiado amplios, entonces.

Ala roja, la guerra cubrió la comarca.

Allá van, allá van.


Durante los días,

62
pelotones de nubes de oro se arrastran por la tierra
[velozmente,
a lo lejos.
Nubes que levantan las cabalgatas,
y que traen copiosas lluvias de sudores de olor acre,
de olor de energía y de mocedad.
Tras las nubes doradas,
otras de color gris se levantan de la tierra,
entre el tronar de las bocas de acero que hablan fuego.
Y llega la tormenta artificial de relámpagos
[sanguinolentos.
Entonces la bandera no es la roja guacamaya que ondula
 [delante de los escuadrones.
Es un palpitar invisible.
La están tejiendo los gritos y los alaridos de los hombres
y de los clarines vocingleros.
Y sobrecoge la grandiosidad
de los pelotones de nubes grises que chocan a ras de
[tierra.
Tras ellos viene la lluvia roja, la lluvia de sangre.
La lluvia roja.

Ala ígnea, la guerra, cubrió la comarca.

63
§§ Los mendigos
Los mendigos marchaban por las calles sonámbulas
con los trajes roídos, los cuerpos remendados
y las almas enfermas también deshilachadas.

Un halo del silencio de los negros sepulcros


—que tal vez trajo el viento desde los cementerios—
circundaba las capas de los mendigos mudos.

Después se agazaparon, herméticos y en coros,


bajo las alas negras de la Giganta Nubia,
que los dolores clavan con sus puñales de oro.

Eran los mendigos grises (no mendigos vulgares)


que derrochan su tedio como un oro invisible,
desdénicos y pródigos entre los lupanares.

Había también ciegos, cuyos ojazos huecos


—en donde estuvo el mundo redondo— son los moldes
que en sólo dos monedas acuñan el Misterio.

Y había también leprosos, mendigos de gran raza:


genuinos descendientes de Job, cuyas espaldas
la lepra —hiedra roja— perennemente abraza.

64
Y así, en nichos de sombra, bajo la noche bruja
los miraron los búhos y los perros noctámbulos
y hacia la media noche los encontró la luna.

Y era la luna llena que en las pupilas frías


les cayó a los mendigos, les cayó, del vacío,
como una gran moneda que les diera el Ensueño,
como la gran limosna de la Melancolía.

65
§§ Sueño
Sueño: ángel desnudo, ágil
desciendes a mi lecho solamente
cuando cierro los ojos.

En mi cuarto hay ambiente de puerto.


Almohadas,
islas del sueño.
En vuestras playas mansas mi cabeza,
piragua vieja.

Y mi cuerpo
inmerso en aguas de la noche,
pez grande, se llena
de pececitos tibios.

A veces islas, la morena,


sirena mía, os puebla
con selvas de cabellos.

***

El sueño cuando duermes


como un ala te crece, blanco,
sobre la frente.

***

66
Sueño en la noche, espuma,
blanca espuma. Y allá lejos,
más allá de los islotes dorados de la noche,
bajan los muertos
en sus canoas sin remos.

Pasan los días navíos mercantes.


La noche rodea las almohadas.
Y sobre el silencio, pececillo plateado,
yace arrojada la vía láctea,
camisa vieja de San Pedro.

***

Al reclinar la sien sobre la sorda


piedra de la noche,
por la escala del sueño
descienden ángeles de alas cortas
y en la nariz nos ponen levemente
su pie rosado.

67
§§ Ciudad de sueño
Yo os contaré que un día vi arder entre la noche
una loca ciudad soberbia y populosa,
yo, sin mover los párpados, la miré desplomarse,
caer, cual bajo un casco un pétalo de rosa.

Muros que yo formé con mi sangre hecha esfuerzo,


puertas al sol doradas que elevé a mis espaldas,
ciudad de mil mujeres de ojos dorados, brazos
lentos y bocas rojas que en su silencio cantan.

Así como en la sombra desciende una cabeza


al fondo de una idea, rápida como piedra,
aquella ciudad loca, oh rúas de mi júbilo,
se hundía en silencios duros y en soledades negras.

Ardía como un muslo entre selvas de incendio,


y caían las cúpulas y caían los muros
sobre las voces queridas tal como sobre espejos
amplios… ¡diez mil chillidos de resplandores puros!

Y eran como mis mismos cabellos esas llamas,


rojas panteras sueltas en la joven ciudad,
y ardían desplomándose los muros de mi sueño…
¡tal como se desploma gritando una ciudad!

68
§§ La isla de piel rosada
En el último puerto que pisaron mis botas
sentí por la vez última vago afán de llorar:
una columna tibia —cadena de sus trenzas—
de suave nombre antiguo, me quiso sujetar.

Mas, luego mis cabellos, cuajarones de viento,


que me hacía semejante a un noble corcel
se entregaron al viento de las velas hidrópicas
—oh juego de caderas— del ligero bajel.

Dejé las femeninas bahías que se duermen.


Y otros barcos veleros seguían mi ruta audaz.
Oh ritmos dislocados de los barcos barrocos
pájaros rocks —polluelos— ensayando volar.

Y llegó la borrasca. Todos mis compañeros


optaron por ser náufragos. Yo no les quise oír
su consejo gritando sobre cúpulas de agua,
y aún sigo con el torpe oficio de vivir.

Mas eso también pudo hacerme ver el día


en el que el alba como una vela nueva cayó
sobre mi barco huido, zarandeado, como
una abeja en la copa de ferviente licor.

Aquello es ya lejano, de un color de tristeza.

69
(El recuerdo es mi torre —yo soy el Barba azul—
y en ella hay cien mujeres…) Mas la memoria dulce
de una isla, perenne vive, como el azul.
Y fumo en pipa —el tedio por las fosas nasales
en volutas— rodéome de nubes como un dios,
y vuelvo a ver mi isla, desnuda y adormida
sobre el mar que en su onda imperial la arrulló.

La isla de fragancias sexuales y axilares.


Oh redondez impúdica de frutos que se dan.
Aún resuena mi grito de júbilo, a sus flancos.
Su pie rosado apenas se sumergía en el mar.

(Año de 1928, mayo. Bogotá.)

70
§§ Muertos
Cuando aún no estaban
donde están ahora,
la noche, en la copa
del sueño les daba
un trago de muerte.
¿La muerte es amarga?

Pero ahora todos,


en la sombra, callan.

Pues tanto bebieron


con la noche maga,
que ebrios para siempre
ya todos se hallan,
tendidos, caídos,
¡con la boca helada!

71
§§ Poemas del silencio (i)
§§ i

Siento crecer el silencio en la estancia


y es cual si fueran cayendo, en mi torno,
invisibles ladrillos, idénticos.
Construcción que fantástica sube
cada instante y se hace más sólida.

De improviso mi voz salta y caen


derruidos los muros… mas, luego
la construcción nuevamente comienza.
El obrero no siente fatiga.
Y los muros caídos de un golpe
nuevamente se alzan, me cercan.

Al fin un día se harán tan espesos


que para siempre estaré emparedado
entre muros de insomne silencio.

Sobre los prisioneros del cementerio, la muerte


amontona silencio; los muros
que los tienen tan lejos del ruido
de la vida, se van ensanchando.
Son eternos, los muros monstruosos,
muros de años, de lustros, de siglos.

72
§§ El grito de las
antorchas
He aquí que comienza el resonar de los martillos.
Golpear, golpear de los martillos
que construirán las ciudades futuras.
Ya se escucha un galope en todos los cantos.
Hombres nuevos surgidos del yunque,
formados por el escoplo,
arrullados por el monorritmo de los martillos,
yo iré un ágil día de verano
entre vuestra turba regida por un sistema planetario de
[ideas.
Yo galoparé hacia la ciudad futura
que hemos visto destacarse en la puesta del sol.
Hombres nuevos
que podíais muy bien ir desnudos,
porque sois hermosos
y de fuertes, y de libres cabelleras.
Yo he soñado en fundar una gran ciudad sin cúpulas.
Oh babélicos,
que sólo sabréis hablar
un solo lenguaje fraternal y semejante a la hierba por su
[sencillez.
Nosotros levantaremos una ciudad más bella que una
[mujer.
Traed la hoz, traed el canto también y los martillos.

73
Traed la azada y el compás, la escuadra. Traed el tránsito.
Traed el hierro en sus diez mil transformaciones.
Que nadie ha de confundirnos, oh babélicos.
Y si por un momento se confunden nuestras lenguas a
 [causa del entusiasmo,
a causa del canto de las armas de trabajo,
tenemos una sola palabra
para hablar a todas las razas de la tierra.
Más fuerte que la luz es la palabra:
lenin.

74
§§ El alba llega
Los poetas miraron la noche
como un gigantesco árbol negro
cargado de manzanas de oro.

Los labradores miraron la noche


como una arada de tierra fecunda
regada de semillas áureas.

Los mendigos miraron la noche


como a una mendiga
a quien a través de los rotos
de su túnica negra
se le ve el cuerpo de virgen hermosa
bañado en leche rubia.

Los pastores miraron la noche


como un rebaño de negras ovejas
que miran con ojos humildes.

Yo miré la noche.
Pobre madre cubierta de lutos
que al fenecer el sol adolescente
vino a guardar su tumba.

75
Y en la cúpula del cielo
prendió un gran paño negro
con alfileres de cabezas rubias.

Como un arcángel de altas alas


el Alba
levantó la enorme piedra negra
del sepulcro del sol.

76
§§ Esta es la tierra
A Tulio

Esta es la tierra en que hemos sido felices.


Esta es la tierra en que hemos sufrido.
Aquí muchas veces lloramos
sin lágrimas, hondamente, y soñamos
dulces sueños.

Aquí laboriosas, irradiantes


mañanas hemos pasado.
Con un cantar en los labios,
con una azada en las manos,
y un buen afán en el corazón iluminado.

Aquí con alegres camaradas,


reímos, y fuimos locos por los caminos,
y hablamos con cordiales palabras
y tomamos, tal vez en exceso, copas de alegres vinos.

Aquí con gráciles mozas, de voces sensuales,


supimos ser jóvenes —los días eran reinos—,
y decir un canto, una fácil palabra de emoción.

Aquí gritamos mucho, y en fulgurantes caballos


atravesamos los plantíos, y las noches

77
en una rápida aventura, interrumpida
por ventanas florecidas en granjas distantes,
o con ríos que salen al paso, o mastines insomnes.

Aquí las noches fueron santas.


Aquí las noches fueron rojas.

Aquí fueron las noches palacios estremecidos


por la música fibrosa de las guitarras.
Aquí los días fueron talleres, hachas y bosques.
Aquí huyeron los días como potros,
y se agotaron las noches como copas
llenas de néctares y estrellas.

Esta es la tierra en que mi pueblo


gozó, luchó, sufrió y fue obstinado.
Aquí fue bárbara mi raza
defendiendo su ensueño y su derecho.
Aquí mi raza fue magnánima,
y fue sobria, sufrida y bondadosa.

Esta es la tierra en que mi padre soñó.


Aquí Jacobo, Estéfano y Raúl, suaves hermanos míos,
conmigo soñaron y amaron una misma ilusión.

Aquí aromó mi adolescencia y mi corazón,


para siempre, una alta mujer,
como una palma más en mi país de palmas,
de aves resplandecientes y aire vibrador.

78
Aquí he luchado, aquí he sido iluso,
y he sembrado mi canto en los vientos.

Aquí aprendí a amar los sueños —los dulces sueños—


sobre todas las cosas de la tierra.
Esta es la tierra oscura que ama mi corazón.
Esta es la tierra en que quiero morir,
bajo la espada del sol que todo lo bendice.

79
§§ En azul lejano
Oh vuelo de infinitas manos dúctiles,
casi fluidas, fluidas, etéreas.

Oh dulzor de sentir sumergirse


en algo inefable, lontano…

¡Sus manos!, sus manos se multiplicaban


sobre el piano.

Suspende, le dije, con voz de ruego, de angustia, casi


[áspera.
Pero ella no supo en su vida fugaz, cuanto bella,
que pulsabas mi espíritu
en vez del piano enlutado en el rincón donde se agolpan
 [los ángeles
con sus alas diáfanas como urdimbres de hilos de agua.

Pero ahora,
¿para qué hacer languidecer la sombra de ese dolor
en el camino sin fin de mi verso?
Dejad que allá… lloren esa música y ese corazón.
Dejad ese piano violado por la blancura violenta
de sus manos unciosas como ungüentos
¡porque un piano —oh destino—
puede llenar todo un bello pasado!

80
Que no violen sus manos hirientes por demasiado finas
mi noche, mi noche que bajo sus dedos ingrávidos
podría gemir toda ella como un piano dantesco.

¡Adiós!

¡Oh juventud que te quedaste soñando


en el valle de la estrella más sola!

81
§§ Veinte años
Yo soy el señor de veinte castillos de puertas ferradas
que jamás han de abrirse, que nadie
ni Dios con su puño de luz, formidable,
ha de abrir en el tiempo.

Tengo veinte castillos que me han construido


los hombres tristes que de mí han salido:
soy apenas un molde de arcilla
donde se han esculpido
tantos hombres pasados…
siluetas de humo…
estatuas signadas
con un sello letal en la frente…

Y en cada uno de mis veinte castillos se abren doce


[recintos,
doce distendidos salones oscuros.
Como obreros autómatas
los hombres que dejo de ser cada instante,
construyen los salones —momentos: ladrillos—
y se ferran por dentro,
en una actitud van quedando,
aquel abrazado
a la misma ilusión que el siguiente
de sus brazos arroja, agostada.

82
Sobre mis castillos el búho hizo una cueva
de sus propias meditaciones.
Y en los primeros salones quedaron
abandonados, la lámpara mágica,
Barba Azul y otros dulces amigos.
En los demás fui dejando encerradas
bellas niñas de ojos brillantes,
de cabelleras fulgentes y negras…
de ojos magnéticos y manos dementes…
bellas doncellas que bebieron el filtro
de la Locura… mujeres desnudas
como serpientes… mujeres-estatuas…
mujeres-sueños que nunca tuvieron
contornos… mujeres
desnudas como ánforas… todas
las mujeres que amé, que soñé; que me amaron,
y que recorren los oscuros salones, llamando
mi nombre, con pasos fantásticos.
En los rincones apesadumbrados
como monjes en penitencias, meditan
los recuerdos y brillan sus ojos.
En esos salones brillaron las lunas.
Vino a visitarme la nodriza Noche.
Aleteó el Amor —ave blanca
llagada de besos—…
Estuvieron los seres queridos,
pasaron los amigos y huyeron
los pájaros azules, los violines lloraron…

83
En todos el eterno reloj tictaquea
agónicamente… El silencio medita.
Y la sombra funesta y helada
mueve la eterna lanzadera
de sus monstruosos telares, malditos.

84
§§ Compañeros
(Canción de Andrés Providencia)
A Víctor Amaya González

Con movimientos rítmicos, ágiles de caderas


las olas nos llamaban al piélago cantor,
al mar azul… las aguas de la mar son divinas
y es sensual y solemne su unánime canción.

Y entonces confundidos, sobre el mar, en el viento,


fuimos un solo ímpetu, un solo agreste «¡Adiós!».
Y sin saber en dónde, ya lejos, ya muy lejos,
su espalda muchas veces el Alba nos mostró.

Miramos en tropeles pasar las olas raudas.


Y al dar rápidos giros, constante zozobrar,
mostraban los encajes, albísimos que ciñen
sus largas piernas dúctiles, las olas de la mar.

Pero turbas de espíritus de difuntos marinos


que cruzar el mar suelen en forma de tifón,
vieron nuestro velero melodioso… Al instante,
ansiaron saludarnos, darnos «un apretón»…

Y con bruscos abrazos invadieron en tromba


nuestro barco, querían borrachos, departir.

85
¡Borrachos, tan borrachos!… que al fin nuestro velero
se hundió agitando blancas alas de serafín.

Una ola venturada y aullante, Jacobo,


dulce Jacobo, espejo de mi alma y la del día,
te abrazó cual si fuera una mala mujer…
Yo —mástil, vela o canto—, sollozante resaca,
aún tengo los ojos que os vieron perecer.

Y a todos, oh cordiales hermanos de mi sueño,


yo os vi bajar buscando los palacios del mar,
yo que hoy fumo mis pipas tan lejos de vosotros,
de vuestros ojos garzos, de vuestro alborotar.

Mas en mis noches solas de algún bar costanero…


me siento entre vosotros, canta el palo mayor
y el viento sopla, el viento fuerte, el viento…
¡Y prorrumpen en cantos los vasos de sifón!

86
§§ Cantos de hombres
(final)
Son los hombres ásperos,
son los hombres tristes que se confunden
con las bestias y con los árboles bajo el cielo creciente.
Son los hombres
cantando sus canciones de nubes y caminos,
cantando su añoranza de tierras anchas.

Bajo nubes cantan sus canciones.


Y abren el horizonte
porque su huella es fuerte y dolorosa.
Dulces como bestias pacíficas,
recios como árboles
con su planta o la pezuña de sus caballos
le abren caminos a la tierra.

Tierras y tierras cantan bajo las nubes.


Tierras anchas que se los tragan
y los hacen retama humilde de sus vastedades,
y los hacen dulce rumor de sus soledades,
tierra suya, arena suya,
soplo de sus vientos.

Sus corazones son nudos violentos,


la sangre viene de muy lejos,

87
¡y hay tanta tierra bella tras esas lejanías!
Sus corazones son nudos de caminos,
de caminos de huellas.

¿Alguien recogerá la hoja, de la arena,


para volverla al árbol?
Dejad caer lo que está maduro
y al viento hacer canciones de lo que ha sido.

Son los hombres casi bárbaros,


con un hondo corazón asilo de estrellas,
son los hombres ásperos
que aman sus nubes y aman sus caballos.

Oiréis sus canciones bajo las nubes


cuando las vastedades son polvaredas de oro,
o cuando el horizonte son las nieblas y las grandes
[lluvias.
Oiréis sus canciones que les forman cauce a los ríos,
que les forman raudales a sus rápidas barcas.

¿Qué cantan los hombres bajo las nubes,


qué cantan en cauce doloroso al gran viento?
Cantan al viento el rastro de sus corazones.
Cantan al viento,
y de pronto, ellos son, todos, el viento,
¡son el viento del mundo!

88
§§ LA MARIPOSA
A J. G. N.
(Especial para el número de «Lecturas dominicales»,
de la Federación Nacional de Estudiantes)

Era la noche,
era la noche en que trisca el corazón su humilde
recuerdo sentimental,
era la noche de bucólica ráfaga salutífera,
afuera donde rumora la selva y la selvosa sombra
y el tácito, germinante, grito auroral.

Era la noche y su rumor sordo, su arena luminosa,


el ronroneo de su oscuro telar;
y tú hubieras podido remozar algún día de fulgencia
[extinguida
si la ráfaga traía un valle de aroma y cóncava verdura,
un húmedo aliento.

Era la noche, la mano felposa que se atrevía hasta la


[llama,
la llama de oro turbio tras el cristal,
hasta el círculo, el enjambre áureo en el que flota una
[ronda
de rubias cabecitas o la cauda lluviosa de cabellos,

89
porque en las sombras estaban, no se sabe si hacía ya
 [mucho tiempo,
estaban los rostros en que la gracia es cierta y vehemente.

Y de fuera, puesto que un bosque había existido y sus


[músicas,
llegaba, llegó la breve mariposa azul,
la mariposa que trajo en sus alas salvada gota de un cielo
[desmesurado,
de un cielo roto, fracasado con sus días y sus cantos.

Llegaba, llegó la breve mariposa fugaz,


pues el día de azul no fue una fútil mentira,
porque tu sueño luchaba con alas de ángel en la sombra
[creciente
en el rumor de los telares nocturnos, en el surco de la
celeste arena.
Y en la noche en que el silencio es yerba malsana que
[respira
en la noche que se atrevía hasta la llama melodiosa,
llegó de súbito aleteando con la luz del día traslúcido,
con el hálito del bosque que había existido con mil
[voces,
llegó la breve mariposa azul, palabra
amorosa que ardía el nocturno, ávido corazón.

Y rumoró cantando en la noche blanda y balanceante


rumoró atestiguando, solitaria nota,

90
la existencia de un enjambre melódico, de un conjunto
[musical,
y cantó, afirmando, sílaba sola, la existencia de una
 [encendida frase
jocunda de vida plenaria y loca,
y huyó… y huyó, tan fugaz que pudo dudar un instante
el oído atento, el ojo atento,
y huyó porque tu mano era lirios y luz distante,
porque tu hombro níveo era tal vez la luna de una
[fábula.

91
§§ Mujeres de brisa
¿Buscas una orilla?
Vente a mi palmar.
¿Buscas un palmar,
por una sonrisa?

Yo huelo a fuerza
mujer de brisa,
tan rumorosa
como una orilla.

Sonando tus dátiles


por el mi palmar,
su cielo y su río
haces oscilar.

Voy buscando una onda del río


que se me ha perdido.

Yo vi una onda del río,


y en esa onda del río
yo vi una sonrisa mía,
que no era mía.
Yo vi una sonrisa fina.

Ahora no una
mujeres de brisa

92
dátiles movían
con suave anhelar.
Mujeres de brisa. Se podía mirar
como cielo y árboles
querían danzar.

Yo huelo a fuerza
mujer furtiva.
Por los follajes
la noche brilla.

El cielo y el río uno para el otro.


Mujeres de brisa. Del palmar remoto
en mi corazón un suave rumor
con voces y curvas y floridos rostros.

Voy buscando una onda del río.


Y un palmar sombrío.

Yo vi una onda del río,


y en esa onda del río
yo vi una sonrisa,
que no era mía.
Yo vi una sonrisa fina.

Un palmar oía
lejos oscilar
como piel la sombra
se veía brillar.

93
Mujeres de brisa
cielo, río, palmar
y al mi corazón
hacen oscilar.

94
§§ Bordoneo
Creció la hierba en los caminos.
un vagabundo vio los tiernos
campos lamerle los zapatos.
Y vio que el cielo era un gran viento
azul, corriendo sobre las hierbas.

Uniendo aldeas con canciones


bien puede un hombre juntar estrellas
bajo los párpados de la noche.
Y oír, tendido en la hierba
que le es suave aliento, difusa
la melodía de las sendas.

Un vagabundo vio los días


danzar, y las mariposas.
¡Un vagabundo por las aldeas!
Aldea y paloma y flor dichosa
y una mujer en la sombra, trémula.

Y si durmió en el campo raso


lo acompañó el cielo nocturno
como el rostro dulce y borroso
de una mujer que se inclinara.
Dormir en un valle del mundo.

Una aldea linda se llama Rosa,

95
otra muy suave Virginia
en el canto de un vagabundo,
de un hombre que dice canciones
entre los hombres y los caballos,
de un hombre que canta en las ferias
entre los gritos y los fustazos.

Y puede haber muchas ciudades


en la huella de un vagabundo,
en la huella de sus tacones.
Hay en los charcos luz de estrellas.

Los cielos libres fueron suyos


en la voz dulce, en la voz cauta,
como trémulos pajarillos
que bajan cantando a la rama.

Él ha cantado, él ha cantado.
Él ha sabido desde cuáles
celestes guitarras la lluvia
va cayendo sobre los prados.

***

Creció la hierba en los caminos.


un vagabundo vio las albas
salir del vaho de los juncos.
Y oyó la espuma de sus ríos.
Todo rumor que lleva polen

96
de melodía. En el difuso
lenguaje lento de las lluvias,
—que empieza en pausado fraseo—,
oyó la voz de las florestas,
de los lindos claros del bosque
donde se tiende el sol como un perro;
el respirar de las hierbas húmedas
que se levantan lentamente
bajo la carpa de la noche.

***

Bien puede un hombre decir canciones


llenas de sombra si tiene estrellas
para sus sueños y ambiciones.
Puede cantar si tiene estrellas
y palomas y aldeas y mujeres
que hablen la brisa de sus noches
que ahonden sus noches de seda.

Bien puede hacer que de su aliento


broten formas y voces y aromas,
y desnudas en sollozos
carnes ardientes en la sombra.

***

Cantó la brisa en los caminos.


Y un vagabundo vio los verdes

97
campos triscar tras de sus huellas.
Y vio que el cielo era un gran viento
azul, corriendo sobre las hierbas.

98
§§ «Bordoneo»
(Segunda versión
inédita)
Creció la hierba en los caminos.
Uniendo aldeas con canciones
bien puede un hombre juntar estrellas
bajo las manos de la noche,
y oír, tendido en la hierba
que le es suave aliento, difusa
la melodía de las sendas.

Un vagabundo por las aldeas.


Aldea y paloma y flor dichosa
y una mujer en la sombra, trémula.
Y ese alto cielo nocturno
fue como el rostro de una suave
mujer borrosa que se inclina.

Una aldea linda se llama Rosa,


otra muy suave Virginia,
en el canto de un vagabundo,
de un hombre que dice canciones.

Él ha cantado, él ha cantado.
Él ha sabido desde cuáles

99
célicas violas la lluvia
va cayendo sobre los prados.

***

Creció la hierba en los caminos.


Y un vagabundo vio las albas
salir del vaho de los juncos.
Y oyó la espuma de sus ríos.
Todo rumor que lleva polen
de melodía. En el difuso
lenguaje lento de las lluvias,
que empieza en pausado fraseo,
oyó la voz de las florestas,
de los lindos claros del bosque
donde juega el sol como un perro;
el respirar de las hierbas húmedas
que se levantan lentamente
bajo la carpa de la noche.

***

Bien puede un hombre decir canciones


llenas de sombra si tiene estrellas
para sus sueños y ambiciones.
Puede cantar si tiene estrellas
y palomas y aldeas y mujeres
que hablen la brisa de sus noches,
que ahonden sus noches de seda.

100
Bien puede hacer que de su aliento
broten formas y voces y aromas
y desnudas en sollozos
carnes ardientes en la sombra.

Cantó la brisa en los caminos.


Y un vagabundo vio los tiernos
campos triscar tras de sus huellas.
Y vio que el cielo era un gran viento
azul, corriendo sobre las hierbas.

101
§§ Simple canción
Un solo fruto recogió la honda
en la noche golpeando de horizonte a horizonte,
dulzura de mi valle y sus rumores:
lo oí, lo oí en el viento que arrasó las canciones.

Y al fin, rendido al peso de su propia dulzura,


sin aves, cayó al limo de las hojas sombrías,
mas el viento nativo lo lleva aún sonando
roncamente, en su rota melodía.

Cómo sentí mi corazón, maduro


de ti, en el fruto henchido de mi valle,
cómo plañe a su son mi son nocturno,
y en mi son todo el valle de tu carne.

102
§§ Lejanía
En la lejanía un ave cantando vuela,
su canto divino apenas llega.
En la lejanía un ave dorada.

En esa lluvia del campo


danza una mujer desnuda, en la lluvia fina,
en la lluvia alegre va danzando.

En la lejanía, entre la bruma,


hay mujeres leves, zahereñas,
¡nadie podría decir cuánto son bellas!
En la lejanía, en la neblina.

103
§§ Cantaba
Cantaba una mujer, cantaba
sola creyéndose en la noche,
en la noche, felposo valle.

Cantaba y cuánto es dulce


la voz de una mujer, esa lo era.
Fluía de su labio
amorosa la vida…
La vida cuando ha sido bella.

Cantaba una mujer


como en un hondo bosque. Y sin mirarla
yo la sabía tan dulce, ¡tan hermosa!
Cantaba, todavía
canta…

104
§§ Silencio
Cabelleras y sueños confundidos
cubran los cuerpos como sordos musgos,
en la noche, en la sombra bordadora
de terciopelos hondos y de olvidos.

Oros rielen el cielo como picos


de aves que se abatieran en bandada,
negra comba incrustada de oros vivos,
sobre aquel gran silencio de cadáveres.

Y así solo, salvado de la sombra,


junto a la biblioteca donde vaga
rumor de añosos bosques, oigo alzarse
como el clamor ilímite de un valle.

Ronco tambor entre la noche suena


cuando están todos muertos, cuando todos,
en el sueño, en la muerte, callan llenos
de un silencio tan hondo como un grito.

Róndeme el sueño de sedosas alas,


¡róndeme cual laurel de negras hojas!
Mas, oh, el gran huracán de los silencios
hondos, de los silencios clamorosos.

105
Y junto a mi vivac de viejos libros,
mientras sombra y silencio mueve sorda
la noche, que simula una arboleda,
te busco en las honduras prodigiosas,
ígnea, voraz, palabra encadenada.

Llegad lanzas de luz del día nuevo,


levantad de sus lechos, casi tumbas,
la carne de los hombres, la resaca
que en las áridas playas, abandona
negra marea de crines fulgurantes.

Y se hunde, más alto resonando,


el tambor soterrado de la noche,
resonando se hunde en el silencio
de los hombres que duermen, de los muertos.

106
§§ Canción del valle
Del valle desceñido canción densa de sombra
me sube al labio, sangre turbia que clama luz.
Si amé sobre los bosques los cielos vehementes,
mi voz sintió la honda fatiga del azul.

El viento era una rota, una agreste canción.


Abundaba la luz en mis manos mortales,
y yo, del valle fértil, del manto rico y fértil,
sentí la ola cálida cubrirme de esplendor.

Yo canto mi canción por mis tierras oír.

En los bosques profundos había lindas mujeres.


Invisibles al ojo llamaban en las umbras
con una voz que apenas se podía escuchar.
Y en las noches de ramas negras y sollozantes
yo oí de días futuros el profundo alentar.

Las hojas eran aves uncidas en la luz


del día que en copa de oro daba su claridad.
Y el viento hablaba, hablaba de otras tierras sonoras
y ellas ansiaban irse, irse en la luz, y uncidas
a las ramas gemían sus ansias de viajar.

Yo canto mi canción por mis tierras oír.

107
Abundaba el azul y la luz verdecía
en el día de hojas nuevas. Fluía el corazón
en la brisa, en la brisa que traía un palmar.
Y en la sombra en que hablaban vagamente las hojas
yo sentí que la luz venía como un mar.

Del manto desceñido de mis hombros, del valle


y del azul, murmullo y fulgencia en la canción,
desnudo estaba el corazón en la luz pura,
y más desnudo en la emoción.

Yo canto mi canción por oír mi país.

Llevo en mí una oscura tremolación sin fin,


un fluir, un rumor sin orillas.
En mi país, en mi suave país el viento lo ha de oír.
En toda rama al desgarrarse en larga
desgarradura de canción.

El viento lo ha de oír, el viento en mi país.

108
§§ «Canción primera de
mi país»
(primera versión
inédita de «Canción
del valle»)
Del valle desceñido canción que es como sombra
me sube al labio, sangre oscura que clama luz.
Desnudo estoy del manto maravilloso, fértil,
desnudo doblemente en la luz de emoción.
Abundaba el azul entre mis manos, sobre bosques.
Y yo fui hondura también por sentir tanta loa,
por oír cómo las aguas brillaban hacia el fondo.
Y fui en la noche cavador de ansiada claridad.

Yo canto mi canción por oír mi país.


Vuelan vertiginosas sobre las ramas las hojas,
pues el viento les habla de otras tierras sonoras
y quieren irse, irse en la luz y uncidas
a los ramajes vuelan, vuelan vertiginosas
hacia otras tierras, hacia tierras bellas y al viento
alargan en fallidos deseos de viajar.

También las nubes blancas pasan como diciendo:

109
vamos hacia un país que no veréis jamás.

Yo canto mi canción por mis tierras oír.

En los bosques hay siempre mujeres reidoras


al ojo esquivas porque no existen, reidoras,
su risa es aun más limpia en recuerdo de bosques.
También entre mis sueños como labios del mar
hablan el mar, su agua solemne, algunas hojas
quedadas que no entrarán nunca en la noche,
que yo distinguiré al fondo de los mazos de árboles.

Oyendo los lamentos tremolantes de hojas


he soñado un gran sueño de velas olvidadas.
Abandonadas velas eran al viento, rotas velas
que como mapas son de países ignotos.
Tales velas sonoras que los hombres no guían,
los hombres tristes por las rutas marcadas,
tales velas soñé que ama el viento del mar.

El viento quiere siempre a las velas guiar


hacia islas distantes, fértiles, bellas, los hombres
lo impiden. Si dejaran al viento conducir.
Yo he soñado unas velas que el solo viento guía
hacia las islas, por fin hacia mis islas,
y el gran vuelo de hojas, aves, y la fertilidad
de las hondas melodías y la luz soñé que no he de ver.

Yo canto mi canción por buscar mi país.

110
La noche sombría sueña pensamientos de luz.
Llevo en mí una turbia tremolación sin fin,
un rumor, un remoto fluir sin riberas.
En mi país, en mi suave país el viento, lo ha de oír,
en toda rama oirá mis manos trémulas,
y en todo fruto se le opondrá mi corazón
por aromarlo, por desgarrarlo en larga
desgarradura de música honda, de canción.
El viento lo ha de oír, el viento, mi país.

111
§§ Sin título
(versión inédita de
«Canción del valle»)
Yo canto, dijo, canto esta canción
por oír mi país,
un fugitivo bello día temblar,
una reminiscencia de árboles
árboles sin fin
árboles en grupos
uno tras otro,
algunos tan bellos que parecen irreales
la frescura del aire recién lavado
tras la lluvia.

Yo canto
por oír mi país

112
§§ Cancioncilla
Esta niña linda
que no tiene par,
es como una esbelta
brisa matinal.

Esta niña linda


que encanta al pasar,
cuando va al colegio
la quiero mirar.

Esta niña bella,


olor de azahar,
cuando va a la iglesia
no he visto otra igual.

Esta niña linda


tan dulce mirar,
con su traje rosa
la quiero cantar.
Y en su alta ventana
cuando va a tocar
un aire ligero
que me hace soñar,
y en su traje blanco
de espuma de mar,
y en su risa fina,

113
y en su voz que es ya
más suave que el musgo
que en los valles hay.

Esta niña linda


que no tiene par,
si ella fuese brisa
yo sería el cantar,
si ella fuese valle
yo sería el palmar,
si ella fuese nube
yo un viento del mar.

Esta niña linda,


no he visto otra igual.

114
§§ Canto a los
constructores
de caminos
Canto a los hombres orgullosos
de llamarse constructores de caminos.
Canto sus cuerpos casi minerales,
formados por terrones y por bloques.
Los canto en el alba, con las azadas al hombro,
porque ellos son el verdadero ejército.

Yo os canto selva humana que avanza,


postes y pilotes, generación de robles
que nadie se atreve a podar.
Os canto a vosotros que habéis roto
el cráneo de Adán, creyéndolo una roca.

Os canto librando la batalla contra la tierra oscura,


que a todos devorará con ansia
prolongando, no obstante, el plazo a los más fuertes.

Yo os canto, hombres de rudo tórax y ojos limpios


como el cielo de América.
Yo os envío mi grito como la vieja águila rampante.
Cuando alzáis vuestras armas, ya enronquecida la voz
 [del sol,

115
yo os canto mirando silenciosos el poniente,
como una confusión de banderas sangrientas.

116
§§ Balada de Juan
de la Cruz
Yo soy Juan de la Cruz, llamado el héroe
que partió con cien mozos y una bandera
a cubrirse de gloria bajo el sol.
Y a elevar su grito rebelde entre las balas
aun más alto que el grito del rebelde cañón.

Yo soy Juan de la Cruz, llamado el héroe,


que vio a la tierra buena enloquecer
y beber salvajemente la sangre brava, y vio
caer sus compañeros junto a la cruel bandera,
bajo el cielo incendiado de la revolución.

Yo soy Juan de la Cruz, llamado el héroe,


dueño de un blanco corcel que victorioso
por campos de sangre y fuego lo llevó,
y en las fiestas del pueblo enardeció a las mozas,
quizá demasiado altas para sus quince años,
que eran ritmo en el talle y en los ojos fulgor.

Yo soy Juan de la Cruz, llamado el héroe,


de quien decían los niños en las tardes del pueblo,
señalando el ocaso que es como confusión
de banderas heroicas: por allá con cien mozos,
Juan de la Cruz, el héroe, partió.

117
Yo soy Juan de la Cruz, llamado el héroe,
que perdió su alegría que era también
un fruto de su tierra que bendijo el Señor.
Yo soy Juan de la Cruz, en cuyo honor el pueblo,
en medio de la plaza sólo un roble plantó.

118
§§ Balada del combate
Alguna vez fuimos al combate.
Y se quedaron tras de la nube de oro
que levantaban nuestros caballos, bellos casi como
[mujeres,
el pueblo… y las doncellas, altas, en los umbrales.

Alguna vez fuimos al combate.

Y en los valles llenos del humo rebelde


y del «hurra» de los cañones y de los gritos,
sentí reverdecer el espíritu como
bajo el tajo que poda los árboles jóvenes.

Alguna vez fuimos al combate.

Siguiendo la bandera que ondulaba femeninamente,


olvidé tras su silueta épica y orgullosa,
a la niña nupcial que me ciñó su cabellera
y su llanto como otra cabellera magnífica.

Alguna vez fuimos al combate.

Se borró en la distancia la niña cuyos senos


fueran los frutos más deleitosos de mi comarca.
Se borraron tras las nubes que levantaban
nuestros caballos, bellos casi como mujeres,
el pueblo… y las doncellas, altas, en los umbrales.

119
§§ Lorenzo Jiménez
¿Qué yo hago si canto
verdecer en la noche los campos?
Si duermen los valles
sisean las ramas,
pero yo no canto
no turbo el silencio sagrado
de la noche rumiante, pacífica.

No canto, ni el silbo
de mi boca el silencio apacible
destriza.
No mi silbo furtivo el sedoso
corazón de las mozas despierta.

No busco la sombra
sino que mis días lleno de labores.
Dura es la faena:
sembrar las espigas,
cantar las espigas.

Pero amo el silencio que marcha


por los claros pisando las frutas caídas
y me es grato mirar como puntas de lanzas
las altas estrellas.

120
Si allá grita el viento
con horrísona voz, con burlesco alarido,
el bosque blasfema…
no que yo mi sombra en las sombras oculte.

Me es grato el silencio, el seráfico aliento


del campo nocturno. Pero yo no silbo.
Mas si gritan en sombras un «¡alto!»
procaces las voces, en sombras aleves,
no niego mi nombre:
¡Lorenzo Jiménez! ¡Lorenzo Jiménez!

121
§§ Vieja balada del
nocturno caballero
Ah, caballero, buen caballero
que te apresuras por la arboleda.

El cielo fulge, diez mil estrellas


fulgen cual puntas de lanzas nuevas.
Mas tú prosigues, alta silueta
bajo el silencio de la floresta.

Ah, caballero, buen caballero.

¿Qué fue de Otilia, flor de «La hacienda»,


de Aura, la dulce, «la molinera»?
Vagan sus sombras, sombras esbeltas,
vagan sus voces como hojas secas,
al viento, en sombras, de la pradera.

Si te apresuras por la arboleda…

Ah, qué fiereza tu faz destella;


ladran los perros, los hombres velan,
maldicen, juran… Nadie quisiera
dar con tu sombra sobre la senda.

Ah, caballero, buen caballero…

122
La dama en negro —faz que embelesa—
vaga en la noche, dan sus melenas
al aire aroma de adormidera…

Ah, de extraviarte qué riesgo llevas


en fosca selva de cabelleras.

Ah, caballero, buen caballero


que te apresuras por la arboleda.

123
§§ Entre la multitud
Entre la multitud hay un hombre que dice haber
 [construido mi ciudad.
Entre la multitud un hombre sin nombre.
Pero hay muchos que dicen: Yo soy ese hombre, por las
[calles:
Mirad mis manos destrozadas, mirad mis hombros
 [hechos pedazos.

Y bien pudieran rebrillar cielos y frescos hálitos en la


[voz.
Sedas y humanas gentilezas.
Piedra a piedra la alcé.
Cerqué de muros mi día con mis manos.
Alcéla al sol bajo el cielo oscuro.
Alcéla y la miré desde lejos con ojos turbios.

Entre la noche cuando duerme


mi ciudad, hay un hombre que vela,
un hombre solitario para recoger el sueño
de mi ciudad y sus frías estrellas.
Un hombre quiere hacer una canción del sueño de mi
[ciudad.
Pero no puede hacer ese cantar, no lo hará nunca,
porque hay niños gimiendo, una mujer con ojos
 [vidriosos que no duerme;

124
con palabras procaces, con vocablos horribles,
entre el sueño que sube luchando con alas luminosas.

Mi sueño está lleno de baches, de pedazos de carbón,


está lleno de humo y del chirriar de las ruedas,
y del lamento lontano de los trenes perdidos.
Un hombre desvelado quisiera hacer una canción del
 [sueño de mi ciudad;
pero cuando ha captado los gentiles ritmos,
cuando quisiera iniciar la tarea melodiosa,
una alba sube por encima de mi ciudad, como un grito
[bermejo,
como una mujer de boca ensangrentada, sube.

Cuando mi ciudad duerme su sueño de sudor y


[cansancio,
unos ojos hay que miran en la sombra,
un grito ahogado, muy lejos.

Y hay también una mujer desvelada,


una hermosa, delgada mujer en la noche
que quisiera decir una palabra buena.

En la feria de mi ciudad un hombre canta.


Canta tonadas rotas,
dice atrevidas fantasías, extravagantes ritmos.
Quisiera destruir mi ciudad porque dice haberla
[construido.
La trocaría por un poco de sol o una racha de viento.

125
Porque yo podría hacer con mi mano
con mi propia mano, una ciudad de sol y de aire limpio.

Después de esa alba sangrienta es cuando el sol viene,


después de la horrible aurora roja, el sol nuevo.

Pero hay en mi ciudad muchos hombres, muchos


que truecan el sol bueno por una moneda de cobre.

126
§§ Arrullo
La noche está muy atareada
en mecer una por una,
tantas hojas.
Y las hojas no se duermen
todas.

Si le ayudan las estrellas,


cómo tiembla y tintinea la infinita
comba eterna.

¿Pero quién dormirá a tantas,


tantas,
si ya va subiendo el día
por el río?

(¿Dónde canta este país


de las hojas
y este arrullo de la noche
honda?)

Por el lado del río


vienen los días
de bozo dorado,
vienen las noches
de fino labio.

127
(¿Dónde el bello país de los ríos,
que abre caminos
al viento claro
y al canto?)

La noche está muy atareada


en mecer una por una,
tantas hojas.
Y las hojas no se duermen
todas.

Si le ayudan las estrellas…


Pero hay unas más ocultas,
pero hay unas hojas, unas
que [no] entrarán nunca en la noche,
nunca.

(¿Dónde canta este país


de las hojas,
y este arrullo de la noche
honda?)

128
§§ «Canciones
como nubes»
(primera versión
de «Arrullo»)
¿De quién es el horizonte,
de quién es el horizonte?
De la hoja.

¿Y el cielo, cielo tejido


con tanto hilillo de trino?
De dos hojas.

¿De quién es el horizonte,


el verde, verde horizonte,
y el oculto
horizonte mío, alegre?
Mira si puedes mirar
que tienes dos hojas lindas
donde ojos lindos
debías llevar.

¡Ah!, la noche está atareada


en mecer una por una
tantas hojas.

129
Y las hojas no se duermen
todas.

Si le ayudan las estrellas,


cada chica mece una
suave hoja.
¿Pero quién dormirá a tantas
si ya va bajando el día
por el río?

¿Dónde canta este país


de las hojas,
y este arrullo de la noche
fiel?

Por el lado del río


van cantando,
noche y día,
del brazo.

Por el lado del río


vienen los días
de bozo dorado,
vienen las noches
de fino labio.

¿Dónde el bello país de los ríos,


que abre caminos
al viento claro

130
y al canto?

Las hojas se apretujan,


ven el cielo,
y caen, caen por dar paso a otras.
Darán la vuelta
por dentro del árbol:
¡ay!, mirar otra vez, que no vieron bien,
el cielo claro.

¿Dónde el suave país de las hojas


y el agua,
y el viento que en mi corazón
pasa?

Que al día desnudo


lo vistan las hojas.

Si espejea el agua,
son follajes los ríos.
Qué troncos rumorosos
les son las barcas.

Vas por la orilla


y arrancas sin pensarlo
pequeña hoja.
Le arrancas una al árbol,
al río otra.

131
¡Qué herida doble!
Hoja en el aire.
Suena muy lejos
el día de cobre.

Vaivén de noche una vaca


trae en la cola.
Qué piel, qué piel con grandes
manchas de luna.

Vienen las noches.


Cogidas con anillos
rondan sin nombre.
¡Ay!, contar moneditas humildes,
pobres.
¡Ay!, volver a contar.

Ah del bello país de las nubes


y hojas,
y el viento y mis ríos, y suaves
congojas.

132
§§ Vinieron mis
hermanos
Vinieron mis hermanos por juntar con mi sueño
espigas de sus sueños…

Cuéntame tú, Vicente,


tú que amaste las velas y el viento gemidor,
cántame las canciones de la espuma marina
cuéntame las leyendas de las islas de Or.

Tú, Saúl, que tomaste la ancha ruta terrestre


y de lo ignoto amaste la bruma y el temblor,
en tu habla se agolpan dulces rostros y blandas
voces, nublan distancias tus valles de canción.

Tú, Javier, que encendiste en la ciudad tu corazón,


¿aún oyes el grito de las bellas mujeres
en la noche dorada? Cántame el bello horror
que embriagaba tu sangre, cántame… Pobre niño,
el corazón te suena como un viejo acordeón.

Y yo, que amé las nubes anhelantes y vagas


y el polvo de oro de los días y el son
del bosque, diré cantos en los que até los júbilos
de mil vidas, al tenue hilo de mi emoción.

133
Vinieron mis hermanos por juntar con mi sueño,
espigas de sus sueños como en un resplandor.
Venía el viento y curvaba la dorada gavilla,
venía el viento de lejos, turbio como una voz.

134
§§ Canción de amor
y soledad
Como en el áureo dátil de solitaria palma,
orillas de mi predio todo el valle resuena,
tú en mi corazón, dátil amargo, tiemblas
y te inclinas desnuda, sollozo y carne trémula.

De palma en que acongojase con vago son el viento,


dátil fiel donde todos los horizontes suenan,
mi corazón es una carne tuya, tu carne,
cantando entre distancias y entre nieblas.

Tuyo es el viento y el rumor, dorados,


tuyo el canto en la noche sin palmeras
tuyo el trémolo al fondo de los huesos,
y el palpitar oscuro de mis venas.

El país que en tus ojos vive entre parpadeos,


canta en mí con su largo sollozar inefable,
rumora en mí, y el ansia de tu boca madura,
y rumoran sin fin los valles de tu carne.
Oscura tú, y entre tu luz sin tregua,
eres un son tan hondo, tan hondo y dolorido.

Dátil maduro, dátil amargo, escucha


mi corazón al filo del viento, tu gemido,

135
tu gemido gozoso, tu olor de flor abierta.
Mecido en ti, lleno de ti se escucha,
y da al viento ceniza de sus gritos.

136
§§ Canción de hojas
y de lejanías
Eran las hojas, las murmurantes hojas,
la frescura, el rebrillo innumerable.
Eran las verdes hojas —la célula viva,
el instante imperecedero del paisaje—,
eran las verdes hojas que acercan en su murmullo,
las lejanías sonoras como cordajes,
las finas, las desnudas hojas oscilantes.

Las hojas y el viento.


Hojas que con marino ritmo ondulaban,
hojas con finas voces
hablando a un mismo tiempo, y que no eran
tantas sino una sola, palpitante
en mil espejos de aire, inacabable
hoja húmeda en luces,
reina del horizonte, ágil
avecilla saltante, picoteante por todos
los aros del horizonte, los aros cintilantes.

Las hojas, las bandadas de hojas,


al borde del azul, a la orilla del vuelo.

Eran las hojas y las murmullantes lejanías,


las hojas y las lejanías llenas de hablas,

137
las lejanías que el viento tañe como cuerdas:
oh pentagrama, pentagrama de lejanías
donde hojas son notas que el viento interpreta.

En las hojas rumoraban bellos países y sus nubes.


En las hojas murmuraban lejanías de países remotos,
rumoraban como lluvias de verdeante alborozo,
reían, reían lluvias de hablas clarísimas
como aguas, hablas alegres de hadas, vocales de gozo.

Y las lejanías tenían rumores de frondas sucesivas,


las lejanías oían, oían lluvias que narran leyendas,
oían lluvias antiguas. Y el viento
traía las lejanías como trae una hoja.

138
§§ Paisaje
Mira estos campos que por nada
te ofrecen su extendida cosecha de belleza.

Mira el alba desnuda bajo un arco de ramas,


un pájaro de aire y en su garganta un agua pura.
Mira el duendecillo de luz en toda línea.
Y el día, rubio jayán, vestido sólo de hojas.

(Que al alba rosa la vista nupcial la transparencia.


Que al blanco día lo vistan sólo las hojas verdes.)

El cielo, con su silbo azul, pastorea nubes.


Y la atmósfera canta las canciones dispersas
de la luz, de la luz de innumerable espada.
Hace siglos la luz es siempre nueva.

Pon ternura de amor en tus ojos, tú que cruzas,


que cruzas leguas, leguas,
siempre en tu hombro el cielo con su gorjeo infinito,
y dos hojas vivas sobre la cabeza de tu joven caballo.

Mira esta inmensa hermosura, este suelto


manantial de alegrías, esta salud de árboles.
Mira las montañas embellecidas de distancia,
y las distancias que lanzan su saeta.

139
Mira la tarde de oro que inclina su cabeza
suavemente, su blonda cabeza en el crepúsculo,
como una bella mujer sobre un cojín de sedas.

Mira, mira con ojos puros,


pon suavidad en ellos, alegría profunda:
¡caen ya las primeras lágrimas de la noche!

140
§§ El cantor
Yo soy el cantor,
el hombre que canta a los cuatro vientos,
un hombre de corazón
diciendo tornátiles palabras,
a la sombra de la noche mirífica,
a la sombra de sus párpados lentos.

Yo soy el cantor.
Cantaré toda cosa bella que hay en tierras de hombres,
cantaré toda cosa loable bajo el cielo.
Cantor, cantador,
de ritmos
prestidigitador.

Si una hoja se mueve en los bosques,


yo lo sabré.
Sólo yo, el cantador.
Sólo yo he de recogerla.
Haré de ella un ave, o lo que quiera,
haré de ella un pajarillo
y lo pondré en mi canción como en un valle.
Porque yo soy el cantor y canto toda cosa.
Canto la luz.
Y canto la sombra y el amor.
Pero la boca de las mujeres la cantaré mil veces.

141
Entre mi bosque de palabras ligeras,
con mi corazón atado a un cielo de rosas,
yo canto todas las canciones que sean buenas,
todas las canciones entre los días, al viento.
Canciones desnudas para doncellas divinas,
no de sedas, no de linos, aún más inconsútiles.
Guirnaldas de palabras, sartas de sílabas…

Y canto los días,


como a vientos de oro los canto,
como a vientos que elevan su polvareda
hasta el cielo de tumbo azul, fulgente.
Yo canto las noches.
Con sílabas os haré claros de bosque.
O de esos cielos gastados, mariposas vivaces.

Canté una vez una mujer,


antaño, en un antaño ignoto la canté.
Y en su ciudad aún es linda,
aún es joven la linda mujer, por gracia
de mi canción.

Porque yo canto toda cosa loable bajo el cielo.


Yo el cantor, el cantador,
de ritmos
prestidigitador.

142
§§ «El cantor»
(primera versión
inédita de «El
cantor»)
Yo soy el cantor,
el hombre que canta por tierras de hombres.
El que no tiene otra fortuna
sino el cielo, el azul del cielo,
que bajó a su mano como un pajarillo.

Cantaré toda cosa loable,


de toda cosa haré una canción,
de lo más mínimo, de las alas de una abeja,
del polvillo que se levanta,
de la huella de un pie en la arena,
de todo haré una canción.

Cantaré toda cosa,


pero cantaré sobre todo las bellas mujeres.
Cantaré su talle, su rostro felino,
cantaré la gracia, la [ilegible] de las mujeres.
Pero la boca de las mujeres la cantaré cien veces.

143
§§ «El cantor»
(Fragmento)
(segunda versión
inédita de «El
cantor»)
Cantó, cantó mujeres, alegría de sus ojos,
y que eran la luz,
y alguna hubo en el sur que le es brisa constante
en su canción moviendo toda palabra suya,
como ese aliento que toda hoja mueve en el sur, tan
[suavemente:
toda hoja, noche y día, dulcemente en el sur.

Cantó mujeres relámpagos de esplendor para sus ojos.


Cantó: en su aliento que modela cuerpos puros, arcillas
 [ardientes y castas.
Cantó sus brumas danzantes en el sol de su corazón
 [ardido como un leño.

Su canto entre el gran río y el gran cielo.


En sus canciones crecían hasta llegar a las nubes,
crecían esos árboles gigantes con su vértigo de voces.
Y cada voz era un valle y una ternura del verde.
Cada voz en el viento dijo mil cosas bellas.

144
***

Entre el humo de un tabaco, hojas de oro


de la aromática Ambalema, hojas morenas,
ásperos rostros, barbas duras, hombros.

Ásperos rostros de sus amigos. Vendedores de caballos


 [en las ferias.
Los perros no le ladraban, dormían
en los umbrales, con los sueños
llenos de huellas, de pisadas, de voces rotas.
El sueño de los perros confundido con la hierba.

***

Cantó el súbito horizonte, bandada sobre el camino.


Y esa fidelidad del alto cielo, esa obstinada fe,
azul sobre las yerbas, las aldeas y los hombres.

Cantó el cielo que descendía a su mano.


Pero la boca de las mujeres la cantó diez mil veces.
Cantó. Su canto estaba escrito, escrito
en las aguas de un río turbulento,
las ondas del agua, en las ondas,
o en el viento

145
§§ Tierras de nadie
Oíd el canto dulce de las tierras de nadie.
Tanta belleza es cierta, viva, sensual, sencilla;
no obstante todo aquí habla de otras tierras más dulces,
todo es aquí presencias y hablas de maravilla.

Dispútanse las hojas cada cual susurrando


tener un más hermoso país ignoto y verde,
y las nubes, se dicen, sedosas resbalando:
aun más bello y dulce otro país existe.

Y unas aguas oscuras que casi no se escuchan


pretenden que su vago país aun más dichoso
es, que los ilusorios países de la nube.
¡Oh presencias aquí de arrulladas orillas!

De noche las estrellas murmuran: somos hojas


de celestes follajes, y en acordados ritmos
cada hoja se mece al son de alguna estrella,
en estos cielos vivos de las tierras de nadie.

En estos cielos vivos de las tierras de nadie


hay tanto vuelo ágil, tanta pluma irisada,
que es como si los pájaros fueran aquí más libres,
que es como si esta tierra fuera tierra de aves.

146
Cielos abandonados a las nubes y al vuelo
melodioso de alas que en el trino las abren,
y a las algarabías vegetales que llaman
las lentas nubes blancas de las tierras de nadie.

Tierras, tierras de nadie, oh tierras sin caminos


que aún no oís el ritmo de la humana tonada,
la dulce y suave y honda tonada de las bocas
rojas, la flecha leve que ató toda distancia.

147
§§ Canciones
Cántame tus canciones,
tus esbeltas, desnudas canciones,
esas que se visten de menudas hojas verdes
y hojas rojas,
y hojas verdidoradas,
con cortezas resinosas
y pequeñas piedras pulidas por el agua.

Cántame tus canciones:


las de los delgados cielos azules,

de las nubes azules,


de las montañas azules.

Y las otras:
las de las aguas hechizadas
que se precipitan gritando por las rocas,
y aquellas en las que bandadas de alondras
levantan la mañana.
Y la canción de los hermosos caballos,
en la que se enumeran los caballos por sus colores,
y sus nombres
y sus orígenes y linajes.

Y la canción de los pájaros, las aves


que se nombran según sus plumajes

148
y sus vuelos y sus melodías.
Y la canción de las lluvias,
de las lluvias inmemoriales. Y de las otras,
las frívolas y danzarinas.

Y la honda canción de las noches


que hablan doradas palabras
que rebrillan por instantes,
las pacientes noches de larga memoria.

149
§§ Canción del niño
que soñaba
Esta es la canción del niño que soñaba
caminando por el salón penumbroso
de brisa lenta que estremecía sus pequeñas alas,
y oía, afuera, entre los árboles las arpas de la noche,
y voces ¿por qué tantas voces en el silencio?

Y cuando ya en el lecho su estrella descendía


y se quedaba temblando en un rincón como un sollozo
el niño salía por la ventana como un pajarillo
pero su cuerpo muerto se estremecía en el sueño.

Y subía a las montañas y a la nieve lunar de las


[montañas.
Veía landas sin luna, desiertos acuáticos
y por fin hacia el final de las sombras
una ciudad desierta, iluminada,
y como en un relato de magnificencia y catástrofes
por las calles un solemne cortejo: un asno
paso a paso y sobre su lomo entrañas humanas,
entrañas: gruesos rubíes y topacios.

Y termina la canción porque el gallo canta


y el sueño despierta el pequeño cadáver,
y llega el alba sobre sus yeguas blancas.

150
§§ La canción
del verano
Y esta es la canción de un verano
entre muchos hermosos veranos,
cuando el polvo se alza y danza
y el cielo es un follaje azul, distante

Y entonces fue cuando vino con las brisas


que se levantan de los arroyos y de sus conchas,
la que cantaba la canción del verano,
la canción de yerbas secas y aromáticas
que arrullaban, cuando a mi lado
la sentía como una tierra que respira
y como un sueño de pólenes y estrellas
que resbalan tibias por la piel y las manos.
Entonces vino saltando

en medio de las brisas y la tarde, en grupo,


y lo primero que vi fue su traje ondeando
a lo lejos, a la distancia contra el cielo puro.
Pero desde entonces no tuve ya nunca ojos para su traje.
no oí nada más, sino la canción del verano.

151
§§ Canción del viento
Toda la noche
sentí que el viento hablaba,
sin palabras.

Oscuras canciones del viento


que remueven noches y días que yacen
bajo la nieve de muchas lunas,
oh lunas desoladas,
lunas de espejos vacíos, inmensos,
lunas de hierbas y aguas estancadas,
lunas de aire, tan puras y delgadas,
que una sola palabra las destrozó en bandadas de
 [palomas muertas.

La canción del viento desgarra


orlas de soles y bosques,
y allí, en ellas, hermosas muchachas ríen en el agua,
y traen en sus brazos
ramas y cortezas de días de oro
y hojas de luz naciente.

Días antiguos,
de sol y alas,
y de viento en las ramas,
cada hoja una sílaba,
la sombra de una palabra,

152
palabras secretas
de fragancia y penumbra.

Pero las noches entonces son más dulces,


y mi amiga esconde las estrellas más puras
en su ternura,
y las cubre con su aliento
y con la sombra de sus cabellos,
contra su mejilla.
El viento evoca sin memoria.
Canción oscura, entrecortada.
Flor de ruina y ceniza,
de vibraciones metálicas,
durante toda la noche que envejece
de soledad y espera.

El viento ronda la casa, hablando


sin palabras,
ciego, a tientas,
y en la memoria, en el desvelo,
rostros suaves que se inclinan
y pies rosados sobre el césped de otros días,
y otro día y otra noche,
en la canción del viento que habla
sin palabras.

153
§§ «Viento de
narraciones»
(primera versión
inédita de «Canciones
del viento»)
Viento de narraciones,
de ilusorias, feéricas fábulas,
viento de canciones,
viento mirífico de palabras.

En esta canción el cielo gorjea,


en esta narración el cielo
es una curva tímida, distante.
En esta fábula el cielo picotea una rama,
una vibrátil rama que abre el día:
rama gentil, delgada manecita!

Viento de narraciones,
narrando la Majestad, el Éxtasis,
viento de canciones,
viento cruzado de resplandores y aves doradas.

154
§§ «Fragmento sin
título»
(segunda versión
inédita de «Canción
del viento»)
Esta es la canción del viento,
viento de narraciones,
de fluidas, feéricas fábulas.

¿Y qué ofreceremos al viento para que nos de sus


[relatos?
¿qué ofrenda alzaremos en nuestras manos
para propiciar las palabras buenas del viento,
y evitar sus cóleras,
y que su palabra sea de musgo
y no una brusca polvareda?

En esta canción el viento narra,


narra los valles y las montañas,
y las colinas y los bosques.

Trae los amplios valles ornados de flores multicolores


y con flecos de juncos,

155
como quien echa sobre los hombros
un gran manto flotante y tornasolado.
Y trae las colinas y las montañas,
y se siente el aroma de las yerbas de las laderas
y el frío de los blancos lirios de las cimas.

Trae el viento la curva suave de las colinas


y el palpitar fugaz de los venados,
cuando las últimas flechas del sol atraviesan el aire.
Y trae los días y las noches en confusión de alas,
alas doradas, alas negras.
Y acerca las lunas, y los espejos de las lunas
amplios y desolados,
y lunas de yerbas y aguas estancadas,
y lunas de un aire tan puro y delgado que nos dejan
[mudos
porque el sonido de una palabra
las trocaría en una bandada de palomas muertas.

Y trae el sol: grandes lluvias de oro, torrenciales


caídas de un polvo dorado sobre horizontes y ciudades.
El viento narra, pero debemos traerle ofrendas
para que nos dé sus relatos…
de noche
persiste el viento en una rama.

156
§§ Canción de hadas
¡Hadas, divinas hadas!
Creer en las hadas
en las rosadas, felices noches estivales,
y también en esas noches extrañas
cuando entre los abismos de sombras en el silencio
del silencio
se encuentra de súbito una líquida palabra melodiosa
como una fresca agua recóndita, un agua
de dulce mirada.
¿No creer ya en las hadas?
Pero entonces… Yo creo, ciertamente,
que mi antigua aya era una reina de hadas,
y lo supe cuando en el cielo de su mirada
subían rosas ardientes, y cuando su palabra
quemó mi piel sin dejar señales,
y porque en su corpiño, bajo las sedas,
le palpitaban palomas blancas.

***

Ahora el silencio,
un silencio duro, sin manantiales,
sin retamas, sin frescura,
un silencio que persiste y se ahonda
aun detrás del estrépito
de las ciudades que se derrumban.

157
Y las hadas se pudren en los estanques muertos
entre algas y hojas secas
y malezas,
o se han transformado en trajes de seda
abandonadas en viejos armarios que se quejan,
trajes que lucieron ciñéndose a la locura de las danzas
entre luces y músicas.

158
§§ Sin título
(primera versión
inédita de «Canción
de hadas»)
Cantar la canción de las hadas
creer en las maravillosas hadas,
como aquel que busca en abismos de noches
un agua recóndita,
en los silencios, al fondo,
una delgada frase melodiosa.

Yo las he visto, dice el niño,


he visto a las hadas.
Y la primera era mi aya.

El viento frío se queja en una rama


como un animal herido,
y al fondo oigo un siseo de hojas secas.
El viento frío se queja
en la rama,
viento de tormenta y relámpagos,
y lluvia súbita que pone un pie y se aleja.

159
Y entonces pienso en las hadas,
y creo en ellas, y oigo su canción lejana
como un cielo olvidado,
desflecado…

Espíritus sutiles
con graciosas formas de mujeres
flexibles, ágiles, y que portan
alas tejidas de aire y magia.

La primera entre las hadas


era mi vieja aya, tosca
la cara y las manos largas,
pero yo sabía que era un hada verdadera
cuando en el cielo de sus ojos
subían rosas encendidas
y porque bajo las sedas de su corpiño
le palpitaban palomas blancas.

160
§§ Amo la noche
No la noche que arrullan las ramas
y balsámica con olor de manzanas,
con el efluvio de la flor del naranjo;
oh, no la noche campesina
de piel húmeda y tibia y sana;
no la noche de Tirso Jiménez
que canta canciones de espigas
y muchachas doradas entre espigas;
no la noche de Max Caparroja,
en el valle de la estrella más sola
cuando un viento malo sopla sobre las granjas
entre ráfagas de palomas moradas;
no la noche que lame las yerbas;
no la noche de brisa larga,
hojas secas que nunca caen,
y el engaño de las últimas ramas
rumiando un mar de lejanos relámpagos;
no la noche de las aguas melódicas
voltejeando las hablas de la aldea;
no la noche de musgo y del suave
regazo de hierbas tibias de una mozuela;
yo amo la noche de las ciudades.

Yo amo la noche que se embelesa


en su danza de luces mágicas,

161
y no se acuerda de los silencios
vegetales que roen los insectos;
yo amo la noche de los cristales
en la que apenas se oye si agita
el corazón sus alas, sus azules;

y no es la noche sin cantares


la que amo yo, la noche tácita
que habla en los bosques en voz baja,
o entra a las aldeas y mata.
Yo amo la noche sin estrellas
altas; la noche en que la brumosa
ciudad cruzada de cordajes,
me es una grande, dócil guitarra.
Allí donde dulcemente respira
un perfil cercano y distante
al que canto entre sus espejos,
sus sedas y sus presagios:
valle aromado, dátiles de seda;
cuando hay un rincón de silencio
como un jirón de terciopelo
para evocar esos locos viajes
esas partidas traspasadas
por el vaho tibio de los caballos
que alzan sus belfos en el alba.

Yo amo la noche en el cansancio


del bullicio, de las voces, de los chirridos,
en pausa de remotas tempestades, en la dicha

162
asordinada, a la luz de las lámparas
que son como gavillas húmedas
de estrellas o cálidos recuerdos,
cuando todo el sol de los campos
vibra su luz en las palabras
y la vida vacila temblorosa y ávida
y desgarra su rosa de llamas y lágrimas.

163
§§ «Canción de
Mateo»
(primera versión de
«Amo la noche»)
A Allius

no la noche que arrullan las ramas


y balsámica con olor de manzanas,
con el efluvio de la flor del naranjo;
oh, no la noche campesina
de piel húmeda y tibia y sana;
yo amo la noche de las ciudades.

No la noche de Pablo Jiménez


—oh, doncel de la guitarra que adormece espigas—,
no la noche de Max Caparroja,
en el valle de la estrella más sola
cuando hay un viento entre las granjas
y una ráfaga de palomas cándidas;
no la noche que lame las hierbas;
yo amo la noche de las ciudades.

No la noche de la brisa blanda,


una hoja seca que no cae,

164
y el engaño de las hojas verdes
rumiando una noche viajera;
no la noche de las aguas melódicas
voltijeando las hablas de la aldea;
no la noche de musgo y del suave
regazo de hierbas tibias de una mozuela;
yo amo la noche de las ciudades.

Yo amo la noche que se enfiesta


en su danza de luces mágicas
y no se acuerda de los silencios
vegetales, que roen los insectos.
Yo amo la noche de los cristales,
de las bocas lindas, las manos cordiales,
en que apenas se oye si agita
el corazón sus alas, sus azules;
yo amo la noche de las ciudades.

***

Unos amigos vinieron a buscarme,


unas mujeres vinieron a invitarme,
y llovía en sus voces una alegría fértil
capaz de hacer fructificar mis valles.
Unos amigos dijéronme palabras
vivas y fáciles, llenas de fervores,
como las hojas nuevas de mi predio;
unos amigos, ¡los había leales!

165
Unas mujeres jóvenes llamáronme,
y había en sus voces, en sus trajes leves,
rumor de bosques, aroma de frutales,
unas mujeres en la brisa de la danza;
y en sus tímidos silencios empezaban
a sisear unas hojitas despertándose.
Unas mujeres suaves, suaves.

***

Y no es la noche sin canciones


la que amo yo, la noche tácita
que habla en los bosques en voz baja,
o entra a las aldeas y mata.
Yo amo la noche sin estrellas
altas; la noche en que la hermosa
ciudad cruzada de cordajes,
me es una grande, dócil guitarra.

Ciudad grata donde respira


su gracia una núbil doncella,
a quien canto entre espejos
sus sederías y sus presagios:
valle aromado que me ofrece
su par de dátiles de seda,
boca que besa como sólo
la boca en flor de una morena.

166
Yo amo la noche en el cansancio
del bullicio, de las voces, de los chirridos,
cuando hay un poco de silencio
como un jirón de terciopelo,
para evocar los predios, los viajes,
y esas partidas aromadas
con el vaho tibio de los caballos
que alzan sus belfos en el alba.

Yo amo las noches tintineantes,


con risas o sin risas, en la dicha
asordinada, a la luz de las lámparas,
que son como gavillas húmedas
de estrellas, o trémulos recuerdos;
cuando todo el sol de los campos
danza su luz en las palabras,
o la carta de los hermanos,
o la voz sedosa de la amada,
rebosan de luz el despierto
corazón, que la noche embalsama.

167
§§ Sequía
Porque la sed había herido toda cosa,
todo ser, toda tierra de hombres…
Y nunca más volvería la lluvia.

Y moría la aldea en el silencio de bronce.


Los flacos perros alargaban sus lenguas hasta las galaxias.
¿Y sólo en secreto saben hablar los bosques?

Y la sed enseñaba palabras procaces,


y era un recuerdo de savias y frutas,
era un lirio abierto en todo el cielo.

Y dijo el hombre: aquí junto a mi lecho


perros de sed y fuego saltan a mi garganta…
Pero más allá de las lontananzas
oigo venir la lluvia danzando jubilosa
con violetas y rosas,
la siento venir en distancias de años,
sus pies menudos, finos y saltarines.

Si lloviera en la aldea,
sobre los valles que bostezan secos,
si lloviera sobre las alfombras
del monte,
sobre la noche de rocas amarillas.

168
Una delgada aguja había,
perdida,
en la profusa sombra,
una agujita de agua.

Y la joven madre cobriza,


inclinada y desnuda como una hoja de plátano,
prendido de sus senos
tiene un hijo de barro,
otros días los cielos tímidos descendían
a picotear los granos en su palma de greda.

¿Dónde el agua desnuda,


el agua que brilla y canta?

El agua es en la noche como una luz opaca.

Y esa palabra húmeda sonando lejos en el monte.

Ese fresco tambor no se sabe en dónde.

169
§§ «Sequía»
(primera versión
inédita de «Sequía»)
Porque la sed había herido toda cosa,
todo ser, toda tierra de hombres…
Y nunca más volvería la lluvia.
Ni las nubes amigas de la pequeña aldea.

(Y dijo entre todos el más viejo: yo la oigo,


allá lejos, muy lejos, oigo venir la lluvia,
con rosas y violetas danzando jubilosa,
más allá de las lontananzas
que son unas lentas aves de pesados plumajes,
siento venir la lluvia,
con piececitos desnudos, saltarines y breves.
Pero junto a mi lecho,
perros de sed y fuego saltan a mi garganta.)

Y la sed enseñaba palabras procaces,


y era un recuerdo de savias y frutas,
era un lirio de hielo abierto en todo el cielo.

Sed roja, sed terrosa, árboles de metal y silencio.


Los cuerpos arden en la sed como troncos en llamas.

170
Ayer, antaño hubo aquí un río,
hubo una alegre lluvia tejiendo lindas flores
y acariciando a las hojas como a pajaritos dormidos.
Antes de la sed, cuando el agua vivía.

Bajo el ala vibrátil de un pajarito tímido,


a la sombra de una hoja repetida en un susurro infinito,
dormía, moría la aldea.

Qué noches del calor y de los ríos callados.


Sed que rodean cascadas.
Viento duro de potros ariscos.
Sol que hace montes de cristales.

Si lloviera en la aldea,
si lloviera en la aldea morena,
sobre los valles que bostezan secos,
si lloviera sobre las alfombras
del monte,
sobre la noche árida, de rocas.

***

(Y dijo el más joven entre todos, recuerdo


la lluvia menuda, ágil, cantarina,
cuando venía a reír al sol de mi ventana,
y en la noche la oía bajo el follaje de estrellas húmedas.
Y yo que guardo en mi corazón un cielo puro y agreste,

171
amaba las nubes que congrega y dispersa en las
[montañas,
el viento como un boyero loco
que ríe y grita y silba sin motivo.
Pero ahora la lluvia
habita en mi oído y en la distancia,
y su llanto entre risas es de pronto una gota
de llama.

Moría la aldea en el silencio de bronce,


los flacos perros alargaban sus lenguas hasta las galaxias.

¿Y sólo en secreto pueden hablar los bosques?

La sed mataba a la aldea y sus tréboles,


la sed, una catarata de diamantes.

Había el azul, el verde, el amaranto,


sólo hay el rojo que hiere.

Una agujita había en la profusa noche, perdida,


una agujita de agua.

¿Dónde el agua que brilla y canta,


dónde el agua desnuda y casta?

Una joven madre india


inclinada y desnuda como una hoja de plátano,
prendido de sus senos

172
tiene un hijo de barro,
otros días los cielos tímidos descendían
a picotear el trigo en su palma de greda.

¿Dónde el agua desnuda?


El agua es en la noche como una luz opaca.
Y esa palabra húmeda sonando lejos en el monte.
Ese fresco tambor no se sabe en dónde.

Y la lluvia muy lejos,


más allá de los ríos secos, de los días áridos,
más allá de las noches amarillas o negras,
la lluvia que canta, que reza, que danza,
¿viene riendo en un pequeño asno de niebla,
con sus arco-iris y sus nubes de seda?

***

Si lloviera en la aldea,
qué alegría de aires, qué júbilo de cielos.
Pero la aldea dormía, moría,
bajo un cielo de vidrio.
Y nunca más volvería la lluvia.

173
§§ Palabra
nos rodea la palabra
la oímos
la tocamos
su aroma nos circunda
palabra que decimos
y modelamos con la mano
fina o tosca
y que
forjamos
con el fuego de la sangre
y la suavidad de la piel de nuestras amadas
palabra omnipresente
con nosotros desde el alba
o aun antes
en el agua oscura del sueño
o en la edad de la que apenas salvamos
retazos de recuerdos
de espantos
de terribles ternuras
que va con nosotros
monólogo mudo
diálogo
la que ofrecemos
a nuestros amigos
la que acuñamos
para el amor la queja

174
la lisonja
moneda de sol
o de plata
o moneda falsa
en ella nos miramos
para saber quiénes somos
nuestro oficio
y raza
refleja
nuestro yo
nuestra tribu
profundo espejo
y cuando es alegría y angustia
y los vastos cielos y el verde follaje
y la tierra que canta
entonces ese vuelo de palabras
es la poesía
puede ser la poesía

175
§§ Lluvias
ocurre así
la lluvia
comienza un pausado silabeo
en los lindos claros del bosque
donde el sol trisca y va juntando
las lentas sílabas y entonces
suelta la cantilena

así principian esas lluvias inmemoriales


de voz quejumbrosa
que hablan de edades primitivas
y arrullan generaciones
y siguen narrando catástrofes
y glorias
y poderosas germinaciones
cataclismos
diluvios
hundimientos de pueblos y razas
de ciudades
lluvias que vienen del fondo de milenios
con sus insidiosas canciones
su palabra germinal que hechiza y envuelve
y sus fluidas rejas innumerables
que pueden ser prisiones
o arpas
o liras

176
……………………………… … … …

pero de pronto
se vuelven risueñas y esbeltas
danzan
pueblan la tierra de hojas grandes
lujosas
de flores
y de una alegría menuda y tierna

con palabras húmedas


embaidoras
nos hablan de países maravillosos
y de que los ríos bajan del cielo

……………………………… … … …

olvidamos su treno
y las amamos entonces porque son dóciles
y nos ayudan
y fertilizan la ancha tierra
la tierra negra
y verde
y dorada

177
§§ Tambores
Suenan los tambores
a lo lejos
con un profundo encanto que nos despierta
 nos alerta
o nos embriaga con su son melodioso
suenan profundamente
los tambores
en el día de bronce
en la noche de lentos párpados morados
o en la noche de rocas amarillas
o en la noche de luna rosada y sesga
en que canta el ruiseñor que escuchó Ruth la moabita
o en la que imita a toda la tribu alada
el pájaro burlón
el arrendajo
melodioso o rechinante como una
 cerradura oxidada
suenan casi perdidos los tambores
atravesando valles y valles de silencio
y nadie sabe quién los toca
ni dónde
pero todos los oyen
y comprenden su mensaje
y se llenan de júbilo o se espantan
dónde suenan

178
quién los toca
manos que se han deshecho
o que están cayendo en polvo
o que serán la ceniza más triste
dónde suenan
en las espesas selvas o en las que fueron selvas
en los desiertos
suenan en siglos y milenios lejanos
transmitiendo en la tierra hasta muy lejos
la palabra humana
la palabra del hombre y que es el hombre
la palabra hecha de fatiga y sudor y sangre
y de tierra y lágrimas
y melodiosa saliva

179
§§ Yerba
Acaricio la yerba
dócil al tacto
suave
y humilde
como el sayal
como el suelo
que lame
que perfuma
la planta que la pisa.
La yerba
se desliza
serpea
como diez mil diminutas serpientes
hechicera
hechizada
susurra
se adormece
y nos sume en sueño traspasado
mientras que en amplias líneas altas
huye el cielo
como un gran viento azul
distante.
Pero la yerba
celosa
desconfiada

180
pide la mano acariciante
el calor humano
que la apacigüe
la quiebre
tenaz
cotidiana
incansable
suavidad insidiosa de la paciencia invencible
no perdona
el desdén
el abandono
que no se escuche su tenue voz que reclama
el cuidado amoroso
el pulso
el movimiento
la humana presencia.

Si abandonada
no oída
su astucia
levanta
sus mil cabezas diminutas
y persigue la planta humana que la deja
borra su huella
tapa los senderos
y ocupa las ciudades
traspasa la montaña
y silba su aguja de crótalo
en las casas sin puerta

181
en las grandes salas sin ecos
donde resplandecieron
las hermosas mujeres
entre altos espejos
donde sonaron músicas y canciones
y bellos trajes y joyas que fueron
a las fiestas
y llenaron los días de luces
y las noches
de caricias y rosas.
No cae la yerba
no
como las gotas de fuego
que llovieron sobre las ciudades de la planicie:
se arrastra
se desliza
y se quiebran las columnatas
porque ha llegado el reino oscuro y áspero
y el hombre está lejos
o yace bajo la yerba.

Yerba: dulce lecho de cabecera


dócil serpiente melódica
bajo la mano
bajo la caricia
que la aplaca
pero que no perdona el descuido
que ama ser hechizada
como una serpiente

182
que quisiera danzar y ser aire
femenina
sutil
grata a la mano
muerde el talón que se aleja
y silba su imperio desolado
hasta el límite del horizonte
y cubre huellas
ciudades
años

183
Poemas inéditos y atribuidos,
y un último hallazgo
§§ Poema inédito i
(sin título)
El lánguido viento en las hojas anchas.

El viento imagina la noche como un follaje negro.

Y trae el mar el viento, el verde mar. La rumorosa


[espuma.
Trae el mar y lo abandona a las hojas,
a las hojas que lo han de rumiar toda la noche
que lo han de rumiar para amanecer más verdes.

El viento curva hasta mi oído las más lejanas ramas,


qué frescura de hojas menudas, de dedos finos.

Hasta que la muerte agregue mis párpados


como dos hojas más a su follaje oscuro.

187
§§ Poema inédito ii
(sin título)
Oye el viento, el dulce viento
que canta en la arboleda, y narra
sus largos viajes por la montaña
y trae en su sollozo aromas y valles.

Oye el viento, el dulce viento que se queja


como un niño en el pajar, y busca una palabra
como moneda gastada que rebrilla perdida…
En la sombra azulina está la casa
antigua con sus ruinas de luna demorada.

Vine a buscar los ángeles del piano,


y las flores extintas que ocultan las cortinas.
Vine y toco los muros, pero aún no he llegado.

A tientas me he sentado a la mesa de los fantasmas


y siento cómo caen lágrimas como estrellas
sobre el mantel y en los vasos sin agua.
Aquí estoy siete veces presente y ausente.
Y en los rincones te abres,
oh rosa de heridas incurables.

Dime silencio fiel en dónde sus dos alas


blancas y ardientes, y el fluir de su cabellera.

188
¿En dónde están sus grandes ojos azules
y la tierra dura de su carne adolescente?

189
§§ Poema inédito iii
(sin título)
Dejo esta noche
dejo esta palabra
por un sigilo
dejo esta única palabra
sombra que vacila entre luz y sonido
y andando andando sueños
llegue a la tierra que canta
el súbito horizonte
bandada sobre el camino
al fin del viaje bordeado de alas oblicuas
la tierra que canta
ya no sé dónde
en un alba rosada
en una luna
que es terror y alabanza

190
§§ Poema inédito iv
La parábola del fuego
¿Cuál era, di, la indefinible espera,
de esa noche de invierno, tan sombría,
al fuego del hogar, mientras afuera,
árboles y borrasca combatían?

¿Cuál la espera sin fin, en hora ciega,


junto al fuego del llar?
Un golpe humano
sonó y franqueando la pesada puerta,
un ser extraño penetró temblando.

Sentóse sin hablar… ¿Un ser, un hombre


perseguido a través de los caminos?
¿Manchado por el lodo de los charcos?
¿Quién así tan deshecho, tan sombrío?

Junto al hogar donde las llamas cantan,


ven —le dije—, tu cuerpo está aterido,
te daré trajes nuevos, paños suaves,
un rico manto cubrirá tus hombros…
Dijo mi huésped: —no, ¡me basta el fuego!

Mi mesa está dispuesta, los manjares


más exquisitos, vinos más valiosos

191
que perlas y diamantes luminosos…
Dijo mi huésped: —no, ¡me basta el fuego!

Ven entonces, mis libros más que joyas


preciosos entre mil, cuadros divinos
donde la carne sufre y sangra y fulge…
Dijo mi huésped: —no, ¡me basta el fuego!

Mora aquí entonces, tengo tierras


anchas cual reinos de frescura, fértiles
valles de abundancia, y mis mansiones
son altas y soberbias, serán tuyas…
Dijo mi huésped: —no, ¡me basta el fuego!

Posa aquí, las mujeres de este hermoso


país, son bellas como rosas, tienen
la frescura del aire en mayo, cuando
fluye un río de aromas en la atmósfera…
Dijo mi huésped: —no, ¡me basta el fuego!

Demora aquí, mis arcas están llenas


de oro, de joyas, de tesoros, todo
será tuyo. Seré tu hermano. Todo
cuanto tengo, mis tierras, mis caballos…
Dijo mi huésped: —no, ¡me basta el fuego!

Y entonces entre el llar, entre las llamas


que se alzaron más alto y crepitaron,
desapareció mi huésped, repitiendo,
su extraño ritmo: —no, ¡me basta el fuego!

192
§§ «Parábola del
fuego»
(primera versión
inédita de «La
parábola del fuego»)
¿Qué espera en las negras soledades
de aquella noche horrísona y sombría,
al fuego del hogar, mientras afuera
el viento y la borrasca combatían?

¿Qué esperaba en la noche tempestuosa,


junto al fuego del llar? Un golpe humano
sonó angustioso y corrí y abrí la puerta
y un ser extraño penetró temblando.
Se sentó junto al llar.
¿Un ser, un hombre,
perseguido a través de los caminos?
¿Manchado por el lodo de los charcos?
¿Quién tan deshecho, misterioso, lívido?

Junto al hogar donde las llamas cantan.


Ven —le dije—, tu cuerpo está aterido,
te daré trajes secos, paños suaves,

193
un manto rico cubrirá tus hombros…
Dijo mi huésped: —no, me basta el fuego.

Mi mesa está dispuesta, los manjares


más exquisitos, vinos más valiosos
que perlas y diamantes, más lumínicos
Dijo mi huésped: —no, me basta el fuego.

Mora aquí entonces, tengo tierras


anchas cual reinos de frescura, fértiles
valles de la abundancia, y mis mansiones
son soberbias y altas, serán tuyas…
Dijo mi huésped: —no, me basta el fuego.

Posa aquí, las mujeres de este hermoso


país son bellas como rosas, tienen
la frescura del aire en mayo cuando
fluye un río de aromas en la atmósfera…
Dijo mi huésped: —no, me basta el fuego.

Y al punto entró en el hogar, entre las llamas


que se alzaron más alto y crepitaron,
se hundió aquel ser extraño repitiendo
su ritmo oscuro: —no, me basta el fuego.

194
§§ Poema inédito v
(sin título)
Cual rama sosteniendo áspero fruto, tienes
la mano en la mejilla, tu silencio
es en tu boca, roja mariposilla.
Es el reposo, y bordonea en tu oscuro
corazón una distancia,
mujer recostada a lo lejos, de ojos limpios,
tendida a lo lejos como el tendido horizonte.

Estás lleno de días bullentes,


que hacen brillar el viento como un látigo.
Frente a los días llenos de árboles,
las nubes son siempre las nubes.

Silencio. Por tus cabellos pasa un río,


un ancho río que no besa tu frente.
Y tu corazón es como un tambor quieto
que nadie suena. No obstante, qué bullicio,
qué silencios como valles anchos.

Como si fluyeras, desangrándote como si tantas


cosas loables reflejaras en tu silencio.
Y teniendo junto a ti el cielo claro
es como si estuvieras junto a un pozo.

195
Solo. Y te plañe en el corazón una distancia.
Silente, y lleno de días bulliciosos.
Silente y tus sueños te van formando fronda,
y tu cuerpo que un suave musgo cubre
siente que alarga el viento su follaje mecido,
y que los días y las noches le son hojas cambiantes
con un ritmo sin fin, con un ritmo cercano
en que plañen o cantan mujeres y distancias.

196
§§ Poema inédito vi
El narrador
El viejo Juan, un vago, un hombre del camino.
El viejo Juan, un hombre
de habla florida, que sabía
empujamos suavemente en su noche rumorosa
donde brillaban balanceándose sus palabras.

Un narrador. Y la noche toda llena


estremecíase y las sombras
tenían brillos dorados como cordajes.
El viejo Juan tenía un cauce hondo
de melodías recostadas en el pecho.

Su voz como un juncal que detuviese


un viento que corrió por todo el horizonte.
Y dulce y rudo, un hombre del camino,
sabía por qué un gorrión se transforma en lucero
cantando entre hojas negras de la noche.

Barba oscura ennoblecíale el rostro.


Y mirándole brusco y melodioso
entre greñas, recordaba a los ríos.
Y era él como un río entre la noche.

197
Un narrador. Y no se distinguía
si eran los árboles rumorosos a lo lejos
o el son de las palabras del hombre.
El viejo Juan en la sombra parecía un gran árbol
en medio de tanta palabra bulliciosa.

El viejo Juan, el narrador, amaba


nuestras nubes y nuestras polvaredas,
en su corazón se tendía el gemido de un palmar,
y la sombra de un palmar caía sobre su canto.

El viejo Juan, sembró en nuestro valle


y fue árbol si nuestros árboles plañían
en la noche, y fue nuestro mismo valle
cuando buscamos no su tierra sino su música.

El viejo Juan, un hombre a la deriva,


áspero y dulce, canto del soleado camino,
encegueció de haber visto a la muerte
y está sembrado en la mitad del valle.

198
§§ A mi madre
(poema atribuido)
Madre —dijo el ebrio de frente de suicida—
no murió: en mi ausencia, bajo los negros tules
de una noche de cuervos, la robaron dormida
sus hermanas las hadas de los cuentos azules.

En veladas de blancos silencios absolutos


me decía: —Mira hijo siete llagas sangrantes
que en mi carne palpitan. Y al levantar sus lutos
me hacía ver siete enormes estrellas, enormes, delirantes.

Su insomnio era de luna enferma y blanca,


¿hoy lejana? Marchó sin bordón y sin linterna
mas ella del abismo su pensamiento arranca.

Y entre la noche huérfana que enloqueció de espanto,


para guiarme surge sobre la sombra eterna
como una gigantesca constelación de llanto.

199
§§ Canción de Xavier
Ximénez
(un último hallazgo)
Aunque te podes los negros cabellos lacios,
aunque dulcifiques la canción que heredaste,
yo te conozco, Xavier Ximénez, yo he visto
brillar en tus pupilas una lumbre salvaje.

En verdad ya no bajas al río con los potros,


y en el profundo río —monarca en muchas leguas—
ya no eres una onda cantando entre las otras,
ni eres el grito errante de las agrestes vegas.

Pero es cierto, Xavier Ximénez, aún es cierto


tu pacto con el monte, y el río, y el llano, y el horizonte.

Has calzado tus plantas, has podado tus crines,


y tu canto ciñó como agua musical
el cuerpo de esa extraña venida de la urbe.
Mas tu voz es aún un viento que no puedes domar.

Yo sé qué alguna tarde sentiste un gran terror,


mirando que la sangre del ocaso fluía
del filo de tu hacha caída junto al bosque,
del bosque que en el fondo de tus noches se agita.

200
Yo te he visto, Xavier Ximénez, matador de un roble,
mirar la lejanía con ojos anegados,
y vas todas las tardes a mirar el crepúsculo
en los cristales del tren que se aleja balando.

Tu amante, mujer brusca, sueña a la orilla de tu canto.


Que la noche en el llano es mágica, le dices,
y que con ágil silbo a los troncos se enrosca.
Ella se pone triste cuando crecen tus crines.

¡Cuando crecen tus crines tu ademán es tan rudo!


y en tu canción que habla de los vendedores de diarios,
se oye tan sólo un sordo bramar de bosques viejos,
de vientos en la noche y ríos desbordados.

201
Este libro no se terminó de imprimir
en 2018. Se publicó en tres formatos
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y hace parte del interés del Ministerio
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de Colombia —como coordinadora
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se utilizaron familias de las fuentes
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