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La caja de huequitos

A jugar con los espacios


nos enseñó mi madre.
Ella los guardaba
en una caja de huequitos,
donde también estaban
los sueños.
Mi espacio se construía
de insectos invisibles,
y ese miedo, siempre.
El de mi hermana era
de blusas blancas.
El de mi hermano
de libros y palabras.
Por años los espacios
nos habitaron,
y si los abandonábamos,
luego aparecían
como juguetes por la casa.
Nunca se supo de los sueños
hasta que ella vino a despedirse,
y nos dijo que estaban hechos
de eso que florece,
allá adentro,
todos los días.

Derrota

Valga decir en voz baja,


así no lo oigan los traviesos,
que no existe color en la derrota,
esa canción sin vocales
que se nos enreda en la garganta.
No faltará quien diga que la derrota
es dulce como amarga es la victoria;
pero no, sólo escribir nombrándola
es signo de fracaso,
el arrastre y la explosión de sus sonidos
nos liquida, pulsa la tierra con nuestros pasos.
Mirarla debemos con el largavista invertido
ya que si atrás la divisamos
de verdad viene por delante.
No existe color en la derrota.

Nadie la busca,
Casi muchos la encuentran.
Una vez fue “rumbo, camino terrestre,
camino abierto rompiendo los obstáculos”,
dice el diccionario.
Hoy por hoy si transitamos por esa senda
de improviso se divide en minotauros.
El peso de su presencia
nos impide levantar los brazos.

No existe color en la derrota


que tiene por virtud limar
los ejercicios de nuestra vanidad,
dejarnos limpios y desnudos
frente a nuestro rostro.
.¿Cómo cantarle a ese pájaro
que anhela nuestros ojos?

No hay nada qué hacer,


siempre estamos jugando ajedrez
contra el reloj,
y no es necesario que llegue el día del cuchillo
para sentir su presencia.
No existe,
no existe color en la derrota.

FLORES DE URANIO

Llegaron los tres al mismo sitio


Pidieron espumeantes bebidas
Saludaron a la amable concurrencia
Llegaron los tres a la misma mesa
Tomaron humeantes pociones
No conocían a nadie
No estaban incómodos

Y he aquí
Que cuando los tres se encaramaron
Sobre la cornisa
Sobre la ventana
Sobre el agujero
La mujer de la cantina dijo no se asusten que ellos
eran una nueva flor traída de Oriente

Pero cuando descendieron y mataron a toda la


[concurrencia
Ella dijo antes de morir que no había nada que temer
Que se había equivocado de jardín
Que se había equivocado de flor
Y que en vez de traer flores de Buda
Había traído flores de Uranio

ESTETICA DEL MONASTERIO

Agotado de luz de vela entre los iconos


dejo mi cuerpo en una banca de madera
del pórtico del templo.
Un monje de inmensas barbas blancas,
con furia de antiguas religiones en los ojos,
me indica con gesto violento
que observe mis piernas:
una sobre otra es lo que encuentro.
Lo miro entre las luces
y las descruzo lentamente.
Abierta la mirada vuelve a su libro sagrado,
entre las manos que son huesos.
Al rato me mira de nuevo
por el otro lado de la nariz,
bizantino.
Me incorporo para ver los iconos ascetas
y me sigue con sus ojos hundidos entre pieles.
Sé que él está allá a lo alto,
sé que él está acá a lo bajo.
Yo lo sé pero él no lo sabe,
no puede saberlo.
De saberlo no estaría.
Pero sabe que yo lo sé,
de otra forma no me miraría.

DIALOGO

Dos monjes hablan en la noche.


Una voz clara, golpeante, deja que las vocales se desprendan
gota a gota.
Una voz de tierra, acechante, se escurre por entre las brumas.
Una voz salpica las paredes con salmos como lanzas.
Una voz acelera su ir de tropel confuso.
Una voz de consonantes dice su última palabra.
Una voz de susurros espera, incrédula.
Una voz hace alto, altanero, su momento.
Una voz es una pantera.
Una voz es un silencio.

ICONO

Nikos y Mijail, oriundos de Salamina, aprenden en Santa Ana


el dulce oficio de pintar iconos.
Mijail es un hombre de oficina, suave en sus maneras, rápido
en la sonrisa.
Nikos sufre de parálisis en sus piernas y subsiste vendiendo
revistas y periódicos en una esquina de su ciudad.
Los ojos de Nikos brillan con la fuerza de mares antiguos,
batallas perdidas o ganadas.
La mirada de Mijail abre un horizonte como los cascos de
una naranja.
Saltando por las rocas, bordeando los abismos, subiendo al
trote los caminos, aventándose a los barcos, Mijail
carga a Nikos en su espalda.
Nikos ríe como un niño: "Arre, arre, mula, que Dios te pagará
con otro destino”, dice con la mano como fusta.
El sol de la mañana, con pincel diestro, pinta de luz
este icono.

Hipérbole del viajero

De donde vienes es oscuro


y no hay pasamanos ni laderas,
sólo esa curva que crece.
Dale que dale a ese paso a paso
que chapotea
una nieve acuosa y perdidiza.
Te cae un ritmo de largo viaje
por el vestido entre la niebla.
Nada te falta para la otra montaña,
y la otra,
que olvidas en fragmentos
como letras que fueran a pararse
en la piel de un lago,
que al reflejarlas
desaparece.
No vas a despertar en el camino
de otros sueños,
si no en ese sendero entre las piedras
que lleva a la casa de las hormigas,
por entre la parra y las abejas.
Y como siempre,
al ser fuente de esa luz
que no ve para ser vista,
has de reaprender
el oficio de las cavernas,
y volver como araña
a lo que es oscuro,
mientras caes
saciando la sed
del hilo que se desprende
de tu garganta.

De noche el sol

Antes que nada y antes que todo


hay un sol y una noche para cada cosa.
Díjolo el Libro a plenos versículos
y al oído fue como briznas al viento.

Un sol que toma en serio sus minutos,


una noche que hace átomos sus segundos,
un sol que visita sus espacios,
una noche que olvida su propio tiempo.

Antes que nada es de noche el sol


al mediodía,
a la tarde, a la mañana.
Antes que todo es el sol de esta tarde
sin mañana,
de esta noche sin mediodía.

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