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Cap 1

Tres muñecas
SOBRE EL TAPETE

Tanto la abuela como la tía, quienes recibieron la correspondencia en la puerta, se


asombraron e inquietaron sobremanera al ver el tamaño de la cajeta. Al abrirse con suma
dificultad se encontraron tres muñecas que tenían rostros de niñas de escuela. Lo curioso,
cuando tomaron la primera muñeca en los brazos, es que se hallaba exactamente vestida
como una de las niñas de casa. De falda a cuadros azules con tirantes y blusa blanca.

Rita. La lista y risueño se la entregaron a Genny. Y la de la bata fucsia, que se notaba como
esperando novio, se lo dejaron a Dalia. El hecho de estar exactamente vestidos dejó
perplejos a la abuela y a la tía.

Miración, pues hacia rato que habían dejado de jugar con muñecas. La tarde del arribo de
los muñecas a casa fue tanta la jugarreta que a las nueve de la noche se dejaron
abandonadas en la sala entre las sillas y el sofá. Pero a la mañana siguiente, las tres
muñecas amanecieron sentadas en el bastidor del comedor, muy despiertos, como si
atendieron una clase. Unas horas antes de la llegada de las muñecas, apareció en la sala
un canario revoloteando entre los rincones, los quicios y los marcos de puertas y ventanas.

Entró por la puerta falsa desde la acacia del patio y volo despreocupado hasta el cielo raso.
La abuela y la tía habían puesto azucenas y astromelias en todos los floreros. Y, de hecho,
aparecieron las muñecas. Entonces, la primera que se hizo presente en el comedor fue
Genny, quien vio a las muñecas codo a codo atendiendo la explicación de la clase de la
maestra ausente... Genny argumento que si la de ella tenía aspecto de melosa era porque
se parecía a la dueña.

Pues el andén de la casa se apretujó de chicos que se vinieron a armar sus juegos acá, en
la puerta de la calle. Con el arribo de las muñecas, alguien, al pasar de la sala al comedor,
rompió el florero de las azucenas y apareció sobre el tapete el cuento de las novias de
cristal. La abuela dijo, con toda su autoridad, que el florero no lo pegaría con silicona, como
se esperaba, sino que a todo muchacho que viera interesado en mirar por la ventana le
exigiría aclarar el asunto de las novias de cristal.

La cuerda que tendieron de punta a punta cuan-do empezaron a saltar y a bailar, jugando al
lazo y al velillo, con toda esa alegría de libertad, tuvo mucho que ver con el florero y con los
azulejos que se apostaron alrededor de la ronda. La alegría que les produjo ver el canario
revoloteando y, lo que en verdad los atrajo, las niñas, con ese porte de no perderse del
baile.

Ana pensó en las cuentas que debía ajustar con su hijo Rúber, el padre de las niñas. La tía
Rita no dudaba de la frescura de su hermano Rúber y por ello, cuando aparecieron las
sobrinas en casa con ligereza y prontitud les acomodó, en la alcoba del segundo piso, tres
camas de un solo cuerpo, un tocador, dos mesas de noche, un cómodo ropero... y luego
pendió de la pared algunas fotografías de la familia y tres afiches que le daban a la
habitación un toque de modernidad.

En cuanto a la comida no tuvo el menor reparo pues se las pintaba de buen bocado como lo
ero

Dalia era la menos preocupada en esto de las comidas, parecía que nunca tenia hambre...
En cambio, Rita y Genny arrasaban cuánto bocado tropezaban en la cocina. Y destapaban
las ollas en plena ebullición para ver de qué era el guiso que aliñada con esmero la tía Rita.
Por el contrario, el cabello de Rita le caía de manera coquetona sobre sus hombros. El de
Genny vivía bamboleando del lado izquierdo al lado derecho de sus hombros amarrado con
un cintillo en la punta del moño.

Cuando advirtieron que un canario errabundo había entrado extraviado en la sala, quisieron
atraparlo de una y con la venia de tía Rita y de abuela Ana se subieron en las repisas y
empezaron a zarandear la lámpara de cristal que se hallaba encima del florero de las
azucenas . Sobre todo, Genny y Rita que no paraban todas partes. Afuera, en la calle, en
completa algarabía , se apilaban los muchachos que festejaban la llegada de las niñas,
aguardando una oportunidad para traspasar la puerta. Cuando Rita descubrió la matera y se
dirigió a la puerta en pos de las hojas de la mata vio la rueda de una moto o de una
bicicleta, que hacía malabares frente a ella.

Cap 2
EL MENSAJERO DE LA SONRISA

Unas manos jóvenes, de mujer curiosa, le pasaron la guía a Fito, el mensajero del
despacho de correspondencia, para que entregara una caja con prontitud. Fito notó que la
dirección escrita en el anverso de la caja no era muy lejos. Fito jamás se había interesado
por lo que con-tenían las encomiendas que repartía, puesto que era un tanto distraído.

Cuando observaba al hermano menor con la bicicleta descompuesta, se la desarmaba y


armaba y le adhería dos bombas de colores a cada lado en la rueda trasera para que le
sonara como una

Pero no se iba en motocicleta sino que le prestaba la cicla al hermano y la trans-formaba en


una moto de alto cilindraje. Fito era sobrino de Boncho, el señor que cons-truía las mejores
carrozas del camaval y de la Se-mana Cultural de la ciudad.

Con Boncho, el artista de las manos de seda, aprendió a manejar el torno y los trompos de
to-los boleros de coca que los elaboraba a tumo y la perfección. Nada costaría persuadir al
hermano en carna-vales para que se disfrazara de niña reina, y que repartiera bonos para
reclamar canecas de agua helada en tiempos de calor y sequia. Su hermano era dadoa
vestirse de mujer y llevar consigo arete de plata en la oreja derecha. Fito era aficionado al
baile y al canto y ya se per filaba como el bailarín más virtuoso de las parejios de las
festividades.
Cuatro muchachos lo rodearon cuando vieron que se estrellaba de trente contra el zinc. Los
chi cos que se acercaron a Fito conocían de sobra la habilidad de sus dedos. El yoyo de
roble que tallaba para que el hermano lo bailara en el aire y lo durmiera antes de subirlo por
la cuerda a la palma de la mano. Y no pusieron en duda que las piezas del triciclo hubieran
sido fabricadas por la pericia de las ma nos de Fito en la madera más fina de los árboles de
la sabana.

Entonces, estos callejeros de barrio que sabian de las destrezas de los dedos de Fito, se
morían de celos y de envidia cuando salía a flote lo de verlo andar como el mensajero del
viento. Fito acomodó la caja y sostuvo la moto con buen pulso.

Cap 3
DESNUDOS EN LAS ACACIAS

Dalia abrió el neceser que había en el cuarto de la tía y tomó el espejo para que el arreglo
de las pestañas le ayudaraa nivelar el zumbido de su intrépido corazón. Guardó con mucho
sigilo el espejo en el acos-tumbrador que le había ajustado la tía Rita. De inmediato, se
encaminó hacia el patio y se recostó en el tronco de la acacia a mirarse en la luna del
espejo. Había también un tama rindo, dos guayabos, mangos y un mamón... Y en las horas
de la mañana se solía jugar en el jardín, cuidando de no pisar las matas o estropear las
tlores.

Cuando Dalia se apoderó del espejo, Genny y

Rita se divertían comiendo trutas en el traspatio. Luego, se sentaron en el kiosco del jardín
a reír y a esperar a Dalia. Rita tenía puesto el delantal de la tía y se alistaba para jugar a las
turistas. -Fijate-dijo Rita-, fíjate cómo se ve de bien este delantal por encima de mi falda
corta.

Rita

-Llamemos a Dalia-dijo Rita muy graciosa con el delantal puesto y sin dejar caer la
porcelana de las frutas, que haga de gringa estirada. Cuando Dalia se encrespaba las
pestañas vio, a través de la luna del espejo, que un muchacho desnudo se colgaba de rama
en rama. La abuela Ana y la tía Rita, sentadas a la mesa del comedor, se miraban de trente.
«Dormiremos la siesta con los ojos abiertos, en estos tiempos no se puede dar ventaja, dan
la mano y se les toman el brazo», pensó la abuela Ana.

«Los relaciones de hoy son más abiertas, tanto las niñas como los niños se maduran
temprano y las

«Oportunidades son mayores», pensó la tía Rita. Vertió en su to y le y dejó la cafetera en la


mesa del comedor sobre una servilleta de hule. -Será el café?,-dijo la abuela Ana.
-El café que nos ha soltado los pensamientos y la lengua. -Las tres estrellas que nos envió
Rúber--dijo la tía Rita y se levantó de la silla hacia el jardiín. «Tan distintos nuestros juegos,
pensó la abuela, cuando hacíamos de indias pasábamos a nado el río o en una balsa a
peso de canalete para regresar de la otra orilla con un bulto de maíz y desgranarlo en el
balay de mimbre, simular pilarlo, a cuatro manos, en el pilón y hacer las arepas». Entre
comedor y cocina, espar cido el aroma del café tinto.

Las presintieron en el kiosko jugando al salón de belleza, enredando y desenredando las


trenzas y viéndose en el tocador y recortándose de mentira las uñas para aplicarse una
base mate y después

Desde el traspatio o desde el jardín, se escu-chaban los gritos que alegraban las ventanas
de la casa.

Playa Blanca. Desde las reclinadoras de la playa las veían recoger caracuchas y conchas y
zambullirse en las aguas, envueltas en las olas.

Imagínate, Rita-dijo Genny---, que Dalia fambién va por la playa. Entonces la gringa nota
que, ade más de guayabas y mangos, hay en tu palangana ciruelas, nísperos y cerezas.

-Lo vi en la luna del espejo de tía-y extrajo el pequerño espejo del acostumbrador-. -Es un
tití -dijo la tía Rita al pisar a sus es-paldas. -¿Un titi?-preguntó Genny dudosa.

Cap4-
EL SENOR DE
LOS ZANCOS

El señor de los zancos solía pasar por la casa de Ana y Rita. No se bajaba de los zancos.
Llegaba a la puerta y con mucho cuidado iba traspasando quicios y din-teles, muebles y
enseres que dejaba tras el taconeo de los zancos. Pero se mecían en la hamaca que
aca-baba de guindar la tía Rita.

Cl que siempre entraba hablando solo, se quedó mudo al ver las tres niñas meciéndose en
la hamaca. El señor de los zancos pensó que debía llamarse Dalia. A la que se mecía con
el pelo alborotado sohre los hombros y la falda corta, la vio un tris coqueta, y dijo es Rita. El
señor de los zancos, pensativo, siguió con templando las muñecas.

Es el señor Pepe-dijo la abuela Ana-vive en esos zancos. El señor Pepe afirmó con el
mentón.

El señor Pepe volvió a girar mirando a las niñas.

Las volutas se reventaban al llegar cerca del pelo del el pelo del señor de los zancos. Se
notadijo el señor Pepe cuando se le soltó la lengua de nuevo se nota la diferencia. -¿La
diferencia de qué?-preguntó la tía Rita.
El señor Pepe se movió en los zancos commo en un caballo de paso. -Tiene unos
audítonos en el oído-dijo Rita mirando al señor Pepe caracolear en los zancos. -Conozco
bien a Rúber, el padre de las niñas, iré por él dijo el señor Pepe e intentó girar. Las volutas
de las pompas de jabón pasaron por encima de los zancos y estallaron en el aire.

"Me iré a recorrer el mundo y Si no encuentro a Rúber, el resultado de mis andanzas será
por

Nadie, en la calle, perdía la oportunidad de mirar los zancos del señor Pepe. Sobre todo, los
muchachos, sus adversarios, con el fin de no tocar la lengua del señor Pepe. La lengua del
señor Pepe, afilada, mordaz, vipe rina, lanzaba dardos de palabrotas que alcanzaban en la
calle al más distraído. Palabrotas que caían como piedras en el pavi mento y en los
corredores y hasta en las puertas de las casas, cuando, por alguna causa, chocaban con el
señor de los zancos.

Pepe los zancos cuando la base donde apoyaba los pies se desclavaba.

"Algo sobre el recalentamiento de la Tierra

"Nada, le respondía Sandy señalándole las ilustraciones de la revista" ertorio de ellos el


vocabulario insolente que regaba por la calle el señor de los zancos Cuando quería insultar
por la falta de agua en la ciudad. En casa de la abuela Ana, el señor de los zancos entraba
desarmado. sin estas malas palabras, con la ira ya destilada por los cascos de los zancos.

Cap5-
DE COLECCION Y
SIN ESTAMPILLAS

Con la caja donde llegaron las tres muñecas De cristal


Y fue tanta la curiosidad y la emoción que despertaron las tres muñecas que la tia tomó el
sobre sin remitentea la vista y lo puso en la repisa encima del bastidor del comedor y se
dedicó a jugar con Rita, Genny y Dalia.

Bueno, ya estaban las tres niñas en la sala y la carta sin una lectura en la repisa. Un piloto
anónimo acompañado quién sah de quién y sin azatatas permitió que estas tres mujercitas
se entrecruzaran miradas de asombroy de miedo, o algunas palabras entrecortadas sos
teniéndose en los brazos de las sillas. En la clase de la maestra Zunilda se había solici tado
dos hojas de papel bond, tamaño carta. Una hoja de papel para plegarla y hacer un sobre.

En el salón de clase volaba el comentario de que Dalia había visto en las ramas de la
acacia a un muchacho desnudo.

-Es un regionalismo, traigan el diccionario para que vean cómo se consultan las
palabras-dijo la maestra más segura ahora. Una de las niñas se levantó de su puesto y se
aproximó a la biblioteca. Este mismo ejercicio de retuerzo, pero como tarea en casa, lo
había asignado la maestra Zunil-da el año anterior, cuando Stéfany Julieth cursaba quinto
de primaria. La demora fue que el turco Tufí llamara a Sandy, quien era feliz entrando en
todas las salas y ena-morando a las niñas que conocía, para que Sandy se trajera a Fito, su
amigo, el mensajero del viento, el habilidoso, el hacendoso, para que los dedos de Fito, bojo
la dirección y las recomendaciones de Sandy hicieran un sobre como recortado con la
guillofina de mejor filo, el pegante más adhesivo, y el fipo de letra de una moderna
impresora.

De pronto, un muchacho que corría a toda velocidad con una bandera en la mano que tenía
los colores de la falda de Rita tropezó en una pie-dra y cayó de bruces debajo de las ruedas
de la

En un paréntesis, las niñas de la clase, en vez del sobre y la carta familiar, caligrafiaban en
un cartón una tarjeta de invitación a una supuesta boda. Tuvieron el propósito de
presentarle a la maestra la invitación de la boda.

No puede una niña decente, por ningún motivo, empezar con un chiste verde, delante de un
auditorio extraño, sin que le concedan el espacio y el ambiente, el momento propicio. «
Sopesar de ante mano esos vocablos, como si los pusiera en una balanza...». Pero cuando
la maestra Zunilda se empinó en el banco para pronunciar la lista de palabrotas y las niñas
se acomodaron en sus asientos para escuchar con mayor atención, el banco, al pisar en la
punta de la tabla, se levantó de cantoy la maestra rodó por tierra.

cap6-
LOS MELLIZOS INVISIBLES

Alsma y Francho se les habían cerrado todas las puetas. Vivían calle abajo, a cuatro
manzanas de la casa de la abuela Ana. Pero ahora tenían que cambiar de rumbo al pasar
por la ventana de la abuela, porque habían roto, de un caucherazo, el vidrio de la ventana
de la señora Gilda. "iLos mellizos con una cauchera!".

"Los mellos le rompieron el vidrio de la ventana del cuarto grande a la señora Gilda". Por
esto, la señora Gilda se hallaba detrás de la puerta haciéndole cacería a los mellizos para
que respondieran. "Fueron los mellos, lo pincharon con una lezna", gritaron los muchachos
en coro. Por ello, CUando os mellizos aparecie ron con un balón nuevo fodos se abismaron.

Si si que menos'

Así que cuando quisieron ir por las ciruelas del patio de la abuela Ana y la tía Rita, vieron a
las tres niñas con esa compostura de doncellas de la corte. Por ello volvieron compungidos
a casa con la intención de encontrar una solución que los volviera invisibles para aparecer
en la sala de la abuela Ana y la tia Rita y jugar con las tres niñas como si ellos tueran
ángeles de carne y hueso. Todo el mundo los vio atribulados queriendo salvar el escollo.
-INo seas pendejo!-dijo Isma, el más lanza-do-tenemos que dar con ellas.
Uno de los mellizos que quiso pasar a toda prisa de manera involuntaria, tropezó el zanco
derecho del señor Pepe.

-Yo, yo no he roto ningún tlorero.

-Claro que la tropezaste y te llevaste en andas el tlorero.

Solamente la maestra Zunilda se preciaba de conocer, más que nadie, a los mellizos. Pues
cuan-do los tuvo en tercero de primaria reconocía a lsmma de Francho y a Francho de
Isma. Y era feliz cuando por alguna intracción dejaba castigado a lsma. Y lo dejaba
encerrado en el salón que tenía la ventana hacia el callejón de los abetos.

Como el techo de la casa de la escuela se encontraba a tres metros de altura para eludir el
calor, se subía y por la claraboya entre techo y pared expiaba en el preciso instante en que
lsma o Francho, Francho o lsma, se colaba por los ba-rrotes del ventanal para que el
hermano preso se fuera a almorzar. De suerte que no sabía en qué momento ambos
pasaban por la mesa del comedor y arrasaban con las ciruelas pasas, con las almendras y
con las chocolatinas de maní. Y de su propio bolsillo mandaba a reponer el vitral roto por los
mellizos en la sala de recibo del plantel.

Y mientras el perro del señor Tufí volaba por un camino de brasas, espoleado por palos de
fuego, antorchas de aceite, aros de candela, bolas incandescentes, como si las azUzaran el
dios de la guerra, aparecieron los mellizos, en un dos por tres, aparecieron, con un costal de
tique, y se lo llevaron en andas y lo protegieron y lo curaron y lo tuvieren en observación
una semana antes de devolvérselo, ya repuesto, al señor Tufí.

Cap7-ENAMORADAS

De pronto, ellas, las tres muñecas, aparecieron sentadas en la consola del hall, muy cerca
de la escalera. Se multiplicaban en el reflejo de la luz del espejo y en el vidrio de cuatro
milímetros que la tía Rita había puesto para que la mesa de la consola no se rayara. Alguien
desde la calle timbró y la abuela Ana pasó de la cocina al comedor y de inmediato a la sala.
Al bajar los dos escalones que sorteaban el desnivel del comedor a la sala, la abuela Ana
advirtió que las tres hermanas ahora bailaban.

-Están bailando -le gritó a la tía Rita que organizaba la vajilla con la muchacha que había
venido a ayudar en la cocina.

-De malo no tiene nada, bailar es una buena acción, como cantar. !Cómo bailan de bien!
exclamó la muchacha al asomarse. Luego picaron tres nísperos maduros que Rita trajo de
casa de la señora Gilda.

Al salir escuchó la recomendación de la señora

Rita trajo los nísperos y Genny pasó la licuadora de la cocina a la sala. Dalia. Dalia ausente
de lo que hacían se trotaba las manos desde la ventana. Como si aguardara un amor.
Como si el dios del amor se le presentara en persona.

Claro, y por lo delicado y especial debería ser sólo para mujeres y no para hombres -dijo

-¿En esos salones?-preguntó Dalia.

Claro, y por lo delicado y especial debeía ser sólo para mujeres y no para hombres dijo

Siíf, al lado de las mesas de ping pong. -3En esos salones?-preguntó Dalia.

Rita empujó a Dalia de la hoja de la ventana

-Son ellos,-dijo Dalia sin girarSon los pelaos. -¿A quién miras preguntó Genny Con el vaso
de retresco de níspero. La abuela se detuvo en la sala junto a la mece-dora de mimbre,
cuando vio que las tres muñecas no estaban sobre la consola. La abuela se asomó y vio al
muchacho mirando hacia la ventana.

Soy el hijo del señor que arregla los paraguas, arreglo paraguas, repitió.

-Ya nadie arregla un paraguas, ahora son desechables.

Sorbieron, mientras Dalia, quien no quiso , miraba tras los barrotes torneados las piruetas
del motociclista que conducía mostrándole las palmas de las manos. De súbito, desapareció
de la ventana y Dalia vio cae, a través del marco, unas serpentinas de hojas secas. Atuera,
los chicos, algunos en patineta, otros en ciclas, miraban hacia la ventana de Dalia. Había un
chico en una cicla de una sola rueda que se empinaba desde los pedales en busca del
corazón de Dalia.

¿cuál de las tres?La mía es Rita, y el que intente quitármela se la verá conmigo. «Se
parecen a ellas» dijo el bailarín que se derrefia por bailar con Dalia.

Cap8-
SANDY EL ESTILOSO
Al pasar por las puertas siempre se deteníaar

Luego el mirarse en el espejo de una palangana de agua y la reproduc-CIOn en la luna con


los pelos de punta de puerco espin. -Sandy-dijo la tía Rita- el estiloso. Sandy Mariel- dijo él
y dejó tres azUcenas en la ventana. «De Chico Ciruelo era amigo personal, pues le permitía
que le gruñera al oído mientras lo llevaba al parquey retornaba con él, con Chico Ciruelo, al
corredor de su casa.
Suerte va más allá«iMi distinguido alumno!exclamaba la mgestra Zunilda CUando lo veía
silbar a las niñas desde los aleros. Y las niñas en la terraza en las horas del atarde-cer
jugando al chis chas.

De paso hacia la heladería, por la calle adya-cente a la escuela, la maestra Zunilda


vislumbró el visaje de la silueta de Sandy Mariel. ISandy, Sandy Mariel!le dijo la maestra te
requiero, ven Sandy Mariel. Y Sandy Mariel se acercó diligente. Se imaginó, en el acto, que
estarían Dalia y Rita, Rita y Genny.

Aunque las chicas alertaron a los muchachos desde que aparecieron en el barrio, tue Sandy
quien empezóa combinar el arribo de ellas en los versos de sus canciones.

En un dos por tres, Sandy se detuvo en la esquina

Sandy extrajo del bolsillo trasero una billetera adornada con estampas de comics y sacó
una foto a color que tal vez había bajado por Internet o recortado de una revista. Dalia, Rita
y Genny. Detrás de las bolas de goma donde patinan hay un Audi último modelo de color
rojo encendido... -iImagínense!dijo de nuevo Sandy y guardó6 con delicadeza la toto en la
billetera. Ahora eran tres niñas que bajaban por una escalera eléctrica con unos platillos y
conos de chocolate.

-Imagínense que en esta toto sólo viene una y en vez del platillo de chocolate baja con una
raqueta en la mano. Tengo la otra raqueta y dos bolas de tenis en la mano.

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