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ANTE LA CRISIS, EL AMOR

Juan Carlos Pineda (Laico) 12-set-2018

En estos momentos, es decir ahora, nuestra Iglesia está viviendo, una vez más en
su historia, una de las crisis más vergonzosas-y también dolorosas-. Crisis que
sorprenden por su visibilidad y, en consecuencia, indignan. Vergonzosas por el
encubrimiento de los males causados cuyos responsables directos fueron
referentes ejemplares para el creyente común, la confianza plena en las
dificultades, sostenes permanentes en el camino de la fe. Saben a qué y a quiénes
me refiero: a los casos de abuso contra menores causados por “aquellos que
ejercen el ministerio ordenado en la Iglesia, por personas consagradas, o
personas de confianza que colaboran o trabajan en instituciones de la Iglesia”
(Obispos del Paraguay-27 de agosto de 2018)

Hoy en día no son muchos los fieles que toman conciencia de la gravedad de la
situación. Unos no la saben. Otros sí pero la dejan pasar, y a otros les resulta
superlativamente indiferentes. Pocos son los que se interesan-y preocupan-de
verdad. Porque sufre también aquel que se siente corresponsable. De las
implicancias y repercusiones en el tiempo inmediato, sobre todo. Se siente en
ciertos ambientes un forzoso silencio. ¿Será por prudencia, por acallar los hechos
o por ocultar la verguenza? Romper ese silencio poniendo énfasis en condenar el
pecado y no el pecador es nuestra misericordiosa tarea.

Sin dejar de hurgar en la historia traté de encontrar respuestas a situaciones más


o menos parecidas en prominentes hombres de la Iglesia, testigos de merecido
respeto, a quienes la Iglesia la han marcado profundamente.

Para problemas actuales recurrí a dos teólogos actuales quienes podrían mostrar
el camino iluminador y la reacción más positiva para todos: Hans Urs Von
Balthasar Y Joseph Ratzinger (Papa Benedicto XVI) en una preciosa obra con el
título “¿Por qué soy todavía cristiano? ¿Por qué permanezco en la Iglesia? ¿Es
posible, acaso, dudar de la sabiduría de ambos?

Me remitiré a lo que considero el resumen de sus pensamientos. Dicen:


“El riesgo del amor es condición preliminar para llegar a la fe. Quien osa
arriesgarse no tiene necesidad de esconder ninguna de las debilidades de la
Iglesia, porque descubre que esta no se reduce solamente a ellas; descubre que,
junto a la historia de los escándalos, existe también la de la fe fuerte e intrépida,
que ha dado sus frutos a través de todos los siglos en grandes figuras como
Agustín, Francisco de Asís, el dominico Bartolomé de las Casas con su apasionada
lucha por los indios, Vicente de Paúl o Juan XXIII. Quien afronta este riesgo del
amor descubre que la Iglesia ha proyectado en la historia un haz de luz que no
puede ser apagado”.

Siguen diciendo, para ánimo de todo creyente: “Nos permitimos aún añadir una
observación, aunque pueda parecer muy subjetiva. Si se tienen los ojos abiertos,
también hoy se pueden encontrar personas que son testimonio viviente de la
fuerza liberadora de la fe cristiana. Y no es una vergüenza ser y permanecer
cristianos en virtud de estos hombres que, viviendo un cristianismo auténtico, nos
lo hacen digno de fe y de amor”.

Y como última observación que pareciera expresar nuestra realidad de hoy dicen:
“Cuando se afirma, como aquí-sería decir como hoy-, que sin el amor no se puede
ver y, por tanto, para conocer la Iglesia es también necesario amarla, muchos se
inquietan. ¿Acaso el amor no es lo contrario de la crítica? ¿No es quizá esta la
excusa a la que cuantos tienen el poder en sus manos recurren gustosamente para
eliminar la crítica y mantener a su favor la situación de hecho? ¿Se ayuda más a
los hombres tratando de tranquilizarles y de paliar la realidad, o quizás
interviniendo a su favor contra las injusticias habituales o contra el predominio de
las estructuras? . . . “Si hoy no somos capaces de realizar algo se debe a que
estamos demasiado ocupados en afirmarnos sólo a nosotros mismos”. La
pregunta es: ¿Quiénes son los que quieren afirmarse a sí mismos?

Estos ilustres teólogos simplemente recurren a lo que se constituye la esencia del


ser cristiano, el amor, sin el cual es difícil la convivencia en cualquier orden, lugar
o tiempo. El amor fue y será siempre simple. Nosotros lo complicamos por
soberbia, egoísmo y ansias de poder. Es mi humilde conclusión como laico.

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