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CRISIS EN LA ADOLESCENCIA

CRISIS DE IDENTIDAD

La identidad es la vivencia o sensación que tenemos los seres humanos de ser nosotros mismos, así como todo lo que
nos permite ser distintos ante los ojos de otros. La identidad es aquello esencial que distingue una cosa de otra.

El self y el yo

El self es el centro de nuestra identidad. Es todo aquello que reconocemos como propio dentro de la psiquis. Es lo que
nos hace diferentes a los otros objetos psíquicos. Este objeto psíquico tiene una presentación consciente y una parte
inconsciente que a veces coincide y otras no, con la percepción consciente del self, de uno mismo.

El self de un niño latente, prepuberal, tiene una vivencia consciente de ser independiente y solo. Sin embargo, en su
parte inconsciente está enraizado e independiente con la parte inconsciente de otros objetos, en particular los
parentales.

Así con frecuencia están lo objetos en nuestra psiquis: con una vivencia de independencia consciente y con una trama de
interdependencia inconsciente de alto nivel de complejidad.

- Se pueden internalizar objetos en la parte inconsciente del self.

Por otra parte, el YO es el conjunto de todas las representaciones mentales de objetos y del aparato funcional que
permite los procesos psíquicos. En el YO por ejemplo, se encuentra la inteligencia. Un proceso de internalización hace
que ella pase al self y éste la considere propia. Este frecuente proceso de volver suyas las propias funciones yoicas que
están en otros objetos de la psiquis, es lo que lentamente hace el self al ir creciendo: va internalizando lo que le
pertenece.

El nacimiento del self

Desde el bebé lo primero que encontramos es una vivencia indiferenciada de lo somático y percepciones de objeto que
van configurando el núcleo del self. El lento desarrollo de las funciones del YO va sumándose al self primitivo y lo van
integrando y diferenciando del no-self.

CRISIS DE AUTORIDAD

Crisis paralela e interrelacionada a la crisis de identidad. Consiste en una actitud de oposición de rebeldía y de
enfrentamiento a veces dramático, con todo lo que implique autoridad.

De la motivación

La búsqueda de una identidad que lo diferencia del resto del mundo, sumado a la ruptura de lo infantil y a la orden
interna de independencia, conlleva necesariamente a oponerse de forma activa o pasiva a cualquier cosa que le vaya a
inhibir esta independencia, o a cualquier cosa que le cree la sensación de continuidad con el objeto parental
abandonado (el que antes le producía la vivencia de dependencia). La crisis de identidad por si misma puede producir
entonces un enfrentamiento con cualquier cosa que le implique norma o modelo a seguir.

De la formación del super yo

El niño desde que nace tiene por un lado experiencias internas frustracionales que lo llenan de dolor, de rabia, de temor,
de odio y a veces de terrores muy intensos. Por el otro lado hay una estructura que lo va poniendo en contacto con el
mundo externo, que lo va frustrando a veces amorosamente, y a veces de manera abrupta y violenta: los padres

Todas estas experiencias negativas, que va viviendo, las va identificando y condensando en una sola estructura que va
conformando el superyó de la persona. Este es un objeto cada ve más grande y poderoso porque integra todas las
experiencias negativas, tanto instintuales como vivenciales en la relación con el adulto y con el mundo externo en
general.
De la frustración media

En la medida en que haya un manejo amoroso de la norma, de la imposición de la realidad y de un adecuado control
instintual por parte del ambiente, en la medida que toda represión y educación se haga dentro del marco de una medida
frustración, sin excesos de violencia o sin carencia de guía y control, el niño puede ir 2metiendo” dentro de su propio
self, funciones de esta estructura controladora, es decir, del superyó.

La norma adolescencial, centro de la crisis

El adolescente solamente acepta como propias las cosas que ha internalizado el self y tiende a rechazar por principio
todo lo que considere ajeno. En el caso del superyó, se rebelará violentamente contra todos aquellos elementos de esa
estructura que no considere como propios. Por lo tanto, el adolescente se va a enfrentar contra todo lo superyoico que
está en el YO o proyectado en el objeto externo, pero que no pertenece al self y que está frecuentemente condensado
en los padres y los maestros o en cualquier figura de autoridad. Toda aquella vivencia negativa y controladora de
impulsos que no ha asimilado en su self y que simplemente está como un objeto flotante del YO o puesta en algunos
objetos yoicos como la representación intrapsíquica del padre o del maestro, será blanco fácil del oposicionismo y
rechazo del adolescente.

Esa rebelión contra la normativa superyoica que no está internalizada en el self es lo que llamamos “crisis de autoridad”.
El parricidio es su más esencial representante.

El superyó, modelador de la crisis de autoridad

Superyó altamente persecutorio = Adolescente tímido, inhibido, sometido, perseguido, paranoide, que puede llegar a
una disociación psicótica.

Mínimo de superyó (no ha habido una adecuada frustración) = Adolescente perverso, con controles y normas mínimas,
sin manejo adecuado de sus instintos, actuador, perturbado en la línea de la psicopatía.

Tendríamos un tercer tipo de adolescente, más afortunado, que ha tenido una buena cantidad de elementos
superyoicos internalizados en el self, suficientes para controlar su instintualidad y que se enfrenta y lucha contra el resto
del superyó que no está dentro de su self, que está en algunos objetos del Yo y que es proyectado afuera en un acto de
identificación proyectiva.

CRISIS SEXUAL

La más angustiosa crisis para el adolescente.

De manera sucinta podemos pensar que está basada en la reorganización del erotismo bajo unas nuevas leyes
estructurales. Se trata de transformar una estructura infantil de funcionamiento erótico en una estructura adulta del
mismo.

Del erotismo infantil

Los objetos de este erotismo son en especial los padres y algunas otras figuras adultas del entorno. Algunas veces hay un
mediano y pasajero erotismo puesto en otros objetos pares del propio o del otro sexo.

La investigación y el descubrimiento de nuevas sensaciones va permitiendo en el niño ambivalente y tímidamente la


introducción de un nuevo erotismo corporal diferente al de la ternura de la piel y al goce de la actividad motriz.

Del erotismo puberal: la sexualidad de la primera etapa


En su desarrollo emerge abruptamente otra manera de sentir dentro del sistema perceptual, al desencadenarse, el
comienzo de la pubertad. La madurez gonadal y el consecuente cambio genital hacen que el sistema desborde en
sensaciones inusuales agudas perentorias y avasallantes francamente traumáticas para el self, encontrando un Yo
preparado de manera inmadura para este evento. La irrupción en el cuerpo de este nuevo erotismo crea una situación
de severo desbalance que conlleva por lo tanto sorpresa ambivalencia confusión altos niveles de excitación contenida y
concomitante angustia.

Del erotismo nuclear: la sexualidad en la segunda etapa

La salida hacia la segunda etapa tiende entonces a la integración objetal, pero con fuerte e inevitable relación
narcisistica de objeto. La “recolección de la libido parental” se resuelve dirigiéndose la carga hacia nuevos objetos, pero
dejándose ver la sombra de los objetos primariamente cargados: los padres.

Del erotismo juvenil: la sexualidad en la tercera etapa

Posteriormente comienza a aparecer objetos reales externos motivantes de la masturbación, menos relacionados con
estos desplazamientos a objetos intrapsíquicos, y la sexualidad se va convirtiendo más en una sexualidad relacional y no
solipsistica.

La carga narcisitica especular es menor, y se comienza a visualizar al otro como diferente y más real y no como una
proyección de lo ideal. Sin embargo, conserva aún grandes dosis de idealización y por lo tanto la posesividad es intensa.
Es el periodo de los grandes celos y del temor a perder el objeto. Se estabiliza aun mas el vinculo de enamoramiento
como modelo relacional central. El “otro amado” reemplaza al grupo.

El self se encuentra integrado con más propiedad y autenticidad. No necesita la moda anti adulto para sentirse propio.
Se automatizan funciones y se incorporan más cosas propias del self. Se acerca al adulto y a sus modelos.

La sexualidad genital está más integrada, con menos tendencia a la disociación y por lo tanto con menos elementos
castratorios. Esto hace que el adolescente juvenil disfrute más de su genitalidad, integre más el orgasmo a un erotismo
compartido y comience a preocuparse, en este terreno, por el otro.

Lo masturbatorio se vuelve más críptico y molesta culposamente al adolescente juvenil, al vivirlo como no propio, como
algo que debería estar ya superado. Más que culpa confusional observamos vergüenza por inmadurez. La tendencia es
reemplazar la masturbación por la actividad genital compartida. La permanencia de una conducta masturbatoria por
encima de la apetencia coital, se considera como una fijación a las primeras etapas adolescenciales.

Edipo y adolescencia

El verdadero drama edípico adolescencial es el parricidio. Vemos desde la pubertad la necesidad imperiosa de destruir la
interrelación infantil con los progenitores, dada la necesidad de mantener su identidad libre de contaminantes. Por esta
razón el padre se convierte por un lado en un enemigo susceptible de ser destruido internamente, por ser un objeto que
promueve dependencia, y por el otro se vive como un impostor de una normativa que infantiliza. Es la tendencia a
destruir al padre infantil para reemplazarlo internamente por un modelo de identidad propio y no calcado de los
progenitores como sucede en la niñez.

Para el adolescente ser él mismo, debe desaparecer el objeto parental ligado al self, no tener presencia activa en la
constelación de los objetos selficos (intraself) y permitir así una identidad acérrima ideal, sin contaminaciones
parentales.

Las fuerzas y dinámica intrapsíquica se dirigen contra el padre o su representante, tratando así de buscar libertad e
independencia. Es una lucha a muerte que se da en varios niveles, desde la acción, más pura y directa, hasta la
simbolización más inconsciente en un acto fallido.
El Edipo pues, no es un Edipo erótico sino un Edipo parricida. No se centra en los celos al rival y temores de perdida y
abandono como se ve en la infancia, sino en la necesidad de no tener en su mente la referencia paterna que le constriñe
y somete. Lo central no es unirse a la madre sino salir del padre.

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